miguel delibes

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DOCUMENTOS EL MUNDO / SÁBADO 13 DE MARZO DE 2010 1920/2010... Hizo surco con la mejor prosa en el mejor castellano dentro del cauce del realismo. La naturaleza y el hom- bre fueron el argumento de su obra. Una dilatadísima trayectoria literaria y periodística jalonada con títulos esenciales de las letras españolas, de ‘El camino’ a ‘El hereje’. Miguel Delibes es el último testigo del idioma, el inventor de un mundo dentro del mundo. El guardián del castellano CHEMA CONESA

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Biografía Miguel Delibes

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Page 1: Miguel Delibes

D O C U M E N T O SEL MUNDO / SÁBADO 13 DE MARZO DE 2010

1920/2010... Hizo surco con la mejor prosa en el mejor castellano dentro del cauce del realismo. La naturaleza y el hom-bre fueron el argumento de su obra. Una dilatadísima trayectoria literaria y periodística jalonada con títulos esenciales de las letrasespañolas, de ‘El camino’ a ‘El hereje’. Miguel Delibes es el último testigo del idioma, el inventor de un mundo dentro del mundo.

El guardián del castellano

CHEMA CONESA

Page 2: Miguel Delibes

2EL MUNDO, SÁBADO 13 DE MARZO DE 2010

D E L I B E S

C. MONJE / M. J. MELGAR / ValladolidUn espontáneo aplauso a la llega-da del féretro a la Plaza Mayorsimbolizó ayer el reconocimientode la ciudad de Valladolid a MiguelDelibes. Al grito de «¡maestro!»,por parte de quienes querían des-pedir a su vecino más ilustre, losnietos del escritor trasladaron losrestos mortales al Salón de Recep-ciones del Ayuntamiento, dondepoco después del mediodía seabrió la capilla ardiente.

Desde ese mismo momento, el lu-gar del duelo no dejó de recibirmuestras de respeto de ciudadanosanónimos, ramos de flores y reco-nocimientos por escrito en los li-bros dispuestos con ese fin. La ciu-dad anhelaba saldar una parte de la

deuda contraída con el autor de Elhereje, al que muchos coinciden enver como el indiscutible «novelistade Castilla». El académico de la Len-gua, Premio Cervantes, Premio Prín-cipe de Asturias y Nacional de Lite-ratura nunca quiso dejar su tierranatal para acercarse a los cenáculosliterarios, algo que sus convecinossiempre le han agradecido.

El homenaje había comenzadocon un pleno municipal extraordi-nario, a cuyo término el alcalde,Javier León de la Riva, leyó un te-legrama de la Casa Real remitido ala familia del fallecido. Con él, losReyes enviaron su «más sentidopésame por la pérdida de un hom-bre ejemplar». «Siempre recorda-remos la amistad invariable y el

afecto sincero con que nos distin-guió», añaden las condolenciasreales. «Su incansable tarea comoescritor, académico y periodistanos ha mostrado un compromisovital, profundo y constante con lalengua castellana, a la que su obraha conducido a las más altas co-tas», destaca un texto que no pasapor alto las «cualidades humanas eintelectuales» del autor, «ligadas alo más íntimo y auténtico del serde España».

La Casa Real y el Príncipe Felipeenviaron sendas coronas de flores,como también el Ministerio de Cul-tura, cuya titular, Ángeles Gonzá-lez-Sinde, acudió a la capilla ar-diente, acompañada por el directorgeneral del Libro, Rogelio Blanco.

«Con Delibes se va uno de nues-tros autores o, mejor dicho, nues-tro autor más importante en la na-rrativa. Yo lamento, sobre todo,que no llegase a recibir el PremioNobel porque me parece que ha si-do nuestro candidato más firme.Pero también eso habla de cómoera Delibes, de esa disciplina quese imponía mantenerse alejado depremios, de fastos y honores», va-loró la ministra.

Momentos antes, Germán Delibesde Castro quitaba importancia a laausencia del Nobel de la lista de re-conocimientos de su padre: «Él esta-ba muy contento por todo lo que harecibido, realmente no lo esperaba».Y González-Sinde destacó la hu-mildad de autor de Las ratas.

Miguel Delibes de Castro, hijo del fallecido escritor, ayer en la capilla ardiente junto a su mujer y su hija. / RICARDO SUÁREZ / EFE

«Su obra alcanzó cotas muy altas»Los Reyes ensalzan al autor mientras todo Valladolid se vuelca en su despedida

eGOBIERNO Y OPOSICIÓN. La vice-presidenta María Teresa Fernándezde la Vega se refirió a la muerte deDelibes en su comparecencia tras elConsejo de Ministros de ayer. De laVega habló del escritor como «unode los grandes, un escritor único, unescritor con mayúsculas, universal».Antes, la ministra de Cultura, Ánge-les González-Sinde, lamentó que elNobel de Literatura no hubiera hon-rado la carrera de Delibes y explicóque el presidente Zapatero lo tieneentre sus autores favoritos. El líderdel PP, Mariano Rajoy, y el ex presi-dente, José María Aznar, mandaronsendos telegramas a la familia.

eINSTITUTO CERVANTES. La directo-ra del Instituto Cervantes, CarmenCaffarel, señaló que Miguel Delibeses parte de la «galería de magníficosacompañantes en la función de di-fundir la lengua y la cultura». Caffa-rel, quien recordó que el escritor erapatrono del Instituto Cervantes des-de el año 1993, acudió a la capilla ar-diente y se refirió al autor como un«buen escritor, periodista y cronista».

eMANU LEGUINECHE. El periodistadictó a EL MUNDO.es unas líneasde despedida para su maestro Mi-guel Delibes: «Querido Miguel, des-de el telegrama de Fraga, diciéndoteaquello de ‘Miguel, me estás jodien-do el experimento’ hasta estos últi-mos años, de todas las visicitudineste salvaste siempre con tu sentidodel humor que aplicaste a todo loque hiciste. Los últimos años fueronalgo más quejumbrosos, la tristezase volvió muy marca de la casa».

eEL MUNDO DE LA CULTURA. JuanMarsé, Andrés Trapiello y VíctorGarcía de la Concha también ma-nifestaron su tristeza por la muer-te del escritor. Asimismo, expresa-ron sus condolencias Concha Ve-lasco, Emilio Gutiérrez Caba, LolaHerrera, Julio Llamazares, ademásde un largo etcétera del mundo dela escena y del cine.

Reaccionesde tristezadesde todoslos ámbitos

Delibes ha muerto y paraquienes formaba parte de no-sotros mismos supone unapérdida que sólo sus librospodrán paliar. Desde ayer to-dos estamos un poco más so-los, envueltos por la grisurade una despedida que nos ha-ce sentir huérfanos, desasisti-dos del amparo de su voz ge-nerosa. Queda su obra y laejemplaridad de una biogra-fía que hizo del compromisocon la dignidad de los másdébiles y con la libertad de to-dos un referente de justicia.

Lo he dicho y lo repito aho-ra: aprendí a amar la literatu-ra gracias a él. Sentí la belle-za de la lengua española através de sus libros y descubrí

la plenitud intensa de Castilla,mi tierra, mi referente, aso-mando, página a página, a sugeografía. Con Delibes crecícomo persona y comprendí,gracias a sus personajes, quela libertad es insobornable, yaque nace de la conciencia dela propia dignidad.

Era una adolescente cuan-do me senté en el Teatro Cal-derón de Valladolid, y asistí ala sombría luminosidad deCinco horas con Mario. Re-cuerdo que las palabras meatraparon en un silencio inte-rior inolvidable. No sé si cam-bió mi vida, pero me hizo me-jor persona, más madura ysensata, más discreta y gene-rosa a la hora de juzgar la fra-

gilidad humana. Me gustaríaque los españoles pudiéra-mos brindarle el homenajeque merece su vida de hom-bre de bien, de escritor quesirvió a su país escribiendo;enhebrando una obra quebuscaba el cuerpo a cuerpocon el lector, con una sinceri-dad elegante pero directa,que apelaba a ese corazónque él tan generosamentenos ofreció, casi en silencio.

Hoy, cuando evocamos sunombre, desearía que todoshiciéramos nuestra su vida yla asumiéramos como ejem-plo. Compartir su legado, noshará fuertes, generosos, res-ponsables y libres. Sintámo-nos más pequeños bajo su luzy así nos haremos un pocomás dignos de continuar elcamino hacia la rectitud quetan admirablemente encarnó.

Soraya Sáenz de Santamaría esportavoz del PP en el Congreso.

La dignidad de losdébiles, la libertadSORAYA SÁENZ DE SANTAMARÍA

Miguel, amigo, padre.Qué dolor tu muerte. Sa-

ben tus hijos y sabías tam-bién tú, cuánto te queríamosPaco y yo, y lo que supusopara él tu apoyo en sus pri-meros pasos en El Norte deCastilla. Precisamente estosdías, en la Fundación Fran-cisco Umbral, me he encon-trado todas tus cartas a Pa-co. No puedo evitar pensaren el artículo que hoy habríaescrito sobre tu muerte.

Miguel Delibes, ha sidouna de las personas más im-portantes en la vida de Fran-cisco Umbral, mi marido, yde la mía también. Fue unamigo nuestro muy querido,uno de los grandes maestros

de Paco. Siempre creyó mu-cho en él y siempre estuvocerca de nosotros, inclusocuando nos vinimos a vivir aMadrid y ya empezamos averlo menos a menudo.

Ahora que tengo que daruna nota sobre él y su muertelo hago en mi nombre, ennombre de Francisco Um-bral, que tanto le quiso, hastael final de su vida, y de la Fun-dación Francisco Umbral,que no sólo promueve suobra sino la literatura en ge-neral. Todos sabemos queMiguel Delibes fue uno de losmejores escritores contempo-ráneos de España, y que ade-más fue una gran persona, delas mejores que he conocido.

El recuerdo que tengo deMiguel es el de un hombredelgado, sobrio, guapo. Eraun caballero castellano, ex-traordinariamente sensiblea las personas y a la natura-leza. Cuando se van los es-critores nos queda lo queellos consideran que es lomejor de sí mismos, su obraliteraria. Yo creo que asípensaba Paco y creo queeso va a ocurrir con Miguel.Su pluma tuvo que competircon su bondad y humani-dad, porque éstas eran mu-chas, pero su pluma supoexpresar esa bondad y esahumanidad que llevaba tandentro. Ahora está con Án-geles, su mujer, nuestraamiga, una mujer excepcio-nal, que tan solo lo dejócuando murió.

María España Suárez es presi-denta de la Fundación FranciscoUmbral.

Delgado, sobrio,guapo, caballeroMARÍA ESPAÑA SUÁREZ

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3EL MUNDO, SÁBADO 13 DE MARZO DE 2010

D E L I B E S

El féretro con los restos mortales del escritor Miguel Delibes es portado por sus nietos ayer, a la entrada del Ayuntamiento de Valladolid. / EFE

El ritmo dela compasiónGONZALO SOBEJANO

Al conocer con dolor la noticia de lamuerte de Miguel Delibes, escritorejemplar cuya amistad ha sido paramí un honor y un consuelo, me sien-to movido a evocar las notas de supersonalidad que estimo esenciales.

La vida y el carácter, la significa-ción de la obra y el sentido de la tra-yectoria cumplida, todo venía alen-tado en Miguel Delibes por la virtudestética de compenetrarse éticamen-te con el otro, habitar su concienciao acompañarla en honda simpatía.

Ha observado siempre Delibes ensu vivir una conducta de recogimien-to atento: en su ámbito natal, dentrode un creer y un pensar heredadospero íntimamente reengendrados,fiel a la filosofía de la naturaleza y ala ética de los sencillos y los justos,dedicado a una fructífera actividadliteraria –y cívica– cuyos experimen-tos responden a necesidad sustanti-va y no a efímeras modas.

Dos de los temas capitales de lanarrativa de Delibes –la superacióndel miedo a la muerte del ser queri-do y el esfuerzo por alcanzar y pre-servar la autenticidad– siguen unamuy clara línea de desenvolvimien-to desde la soledad individual (Lasombra del ciprés es alargada, suprimer libro) a través de la coexis-tencia familiar o comunitaria (La ho-ja roja, Las ratas) hacia la solidari-dad social y política de más vastaproyección (Cinco horas con Mario,Las guerras de nuestros antepasa-dos, El disputado voto del señor Ca-yo), sobre el fundamento siempre deuna recapacitada fe en la naturalezacomo supremo bien, tan amenazadopor ciertos derroches y extravíos desupuesto progreso (de aquí la cre-ciente preocupación ecológica y ecu-ménica del último Delibes).

Su producción literaria ha sidocontinua a lo largo de los años y con-sagrada a la defensa del hombre debien a través de unos temas predilec-tos: la muerte, la naturaleza, la reali-dad de Castilla, la compasión con elprójimo. Si la compasión infunde aesta obra una densidad ética inde-fectible, el arte de llevarla al ánimodel lector en forma perduradera esesencialmente ritmo: captación de laeterna melodía humana (con todassus disonancias) mediante la repeti-ción y la variación.

Llamo «ritmo de la compasión»al arte de compenetrarse con laconciencia de los personajes, seacomo narrador acorde, sea comolocutor asumido. Ambas opcionesdemuestran la profunda compren-sión del autor respecto a cual-quier ser humano particular, porencima del abstracto entendi-miento de la condición humanaen términos genéricos.

Bien decía Emilio Alarcos defi-niendo la intención de la narrativade Delibes: «Asumir lo negativo y su-perarlo en un equilibrio donde res-plandezcan la sencillez, la bondad, lajusticia y la libertad».

A sentir la belleza del bien verda-dero nos enseñó nuestro hermanoMiguel en novelas inolvidables comoLa hoja roja, El príncipe destronado,Los santos inocentes y otros poemasnarrativos que se yerguen ahora ennuestra memoria desafiando la insi-dia erosiva del viento del tiempo.

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D E L I B E S

Salvo excepciones, la hora del balance defini-tivo de una persona pública destacada inducea la hagiografía. De tal modo, resumir la tra-yectoria de Miguel Delibes como «escritorejemplar» pudiera parecer una fórmula debi-da a las circunstancias. No es esa mi intenciónsino condensar así el resumen cabal de su fi-gura en la doble vertiente personal y literaria.

En lo privado, su vida se engalana con unadiscreción absoluta sin que ésta sea resultadode comportamientos pactistas ni de escapis-mos frente a los dilemas de su tiempo. De orí-genes conservadores, una lucidez permanen-te le llevó paso a paso a la solidaridad con losdesfavorecidos, a enfrentarse con contunden-cia a los mandamases del franquismo –aun-que hubiera participado como voluntario enel ejército sublevado–, a clamar por las injus-ticias sociales, a reivindicar un futuro mejorpara su esquilmada tierra castellana y a dis-tanciarse del catolicismo tridentino y abogarpor una Iglesia renovada en la senda del cris-tianismo aperturista de Juan Pablo II.

Retraído, serio, independiente de capillasculturales, no ha dado lugar a polémicas porpersonalismos literarios, y, pese a defendercon vigor posturas creativas por momentosmuy a contracorriente, ha logrado casi un mi-lagro en la suspicaz república de los escrito-res, el respeto y la admiración de sus colegas.

Señalado esto, que es no poco importante,ha de subrayarse la ejemplaridad como rasgodefinitorio en el campo de la escritura. Tantoen el fondo moral de su obra como en su ma-terialización artística. Primero caricaturista ycrítico de cine, Delibes llegó a la literatura porun impulso absolutamente individual, la nece-sidad de afrontar el angustioso sentimiento dela muerte que le atenazaba desde la juventud.

Liberó aquella obsesión en su primera no-vela, La sombra del ciprés es alargada. Aun-que nunca conjurara sus tendencias hipocon-dríacas, desde aquella fecha, 1948, fue abrien-do el abanico de sus preocupaciones a lasmanifestaciones externas del mundo. Así, enlos años 50, sus novelas oscilan entre una vi-

sión subjetivista y la percepción objetiva de larealidad. Con la historia de un niño que seopone, por fidelidad a su pueblo, a los propó-sitos paternos de mandarle a estudiar a la ciu-dad (El camino) daba el primer paso en esadirección, que consumó en 1962 con otra his-toria sencilla, la vida dura de un cazador deratas y su hijo (Las ratas). Toda su cruda Cas-tilla sin lirismos está en estos libros.

En tres lustros se ha cumplido el cambiohacia un afianzamiento de la postura del es-critor como testigo dolido de un mundo insa-tisfactorio. La historia del ratero, en la lindemisma de la novela social, la escribió como unacto de protesta: al no dejarle la censura ex-presarse libremente en su periódico, El Nortede Castilla, hizo esta novela alegato. El escri-tor que quizás parecía un regionalista tradi-cional, el pesimista con acentos elegíacos deuna Arcadia castellana, se había lanzado a undocumento de época, de la vida rural, y pocodespués, en 1966, el crítico testimonio se vol-caba sobre las limitaciones de la clase mediaurbana por medio de Cinco horas con Mario.

Esta evolución es modélica de cómo un au-tor matiza sus ideas, evoluciona y llega a nue-vas fronteras. Sin abjurar por ello de sus du-das, del puñado de temas que mueven su es-critura (los señala él mismo: «muerte,

infancia, naturaleza y prójimo»), de su deses-peranza, de su visión negativa de la naturale-za humana. En esa línea de percibir cada díacon más nitidez la urgencia de aclarar imagi-nativamente las limitaciones de nuestra con-dición avanza en un abultado número de no-velas. En ellas hay un hito referido a la injus-ticia social: Los santos inocentes (1981),conmovedor retrato de la explotación de lospobres en un entorno moderno de abusos feu-dales. Y otro hito de vindicación de la libertadde conciencia, El hereje (1998), que ya en suancianidad lanza un manifiesto contra el fa-natismo religioso y de las creencias.

La postura de Delibes se ha prestado a dis-cusiones. ¿Es progresista o conservador? Elmundo moderno no le gusta nada. En la ex-tinción de la patirroja –la ansiada perdiz rojaque perseguía el entusiasta cazador que fue–ve el símbolo de un fin de época. Le acongojala pérdida de la Castilla de la siembra a voleo,el arado romano y los gañanes con traje depana, aunque sea una «monstruosidad» decir-lo, según le confesaba por carta con insólitafranqueza a Esther Tusquets. Y le subleva unasociedad sin valores que todo lo sacrifica alconsumismo y al becerro de oro.

En su discurso de ingreso en la Academiaresumió su sentir: «hemos matado la cultura

Un escritor ejemplarSANTOS SANZ VILLANUEVA

Orfandad, vacío, pena, deuda,agradecimiento. Eso es lo que sen-timos hoy tras la marcha de Mi-guel Delibes. Ha muerto ese padreque nunca quisimos matar, porquenunca nos estorbó, ni nos aplastó,ni nos riñó. Fue, en la literatura –y,por tanto, en la vida–, la figura pa-terna que, con mano segura y pro-porcionando confianza, nos mos-tró y nos explicó cosas que ignorá-bamos y debíamos saber, nosenseñó a ser lectores y escritores.

No había casa ni biblioteca cole-gial en España que no tuviera una

novela de Miguel Delibes en susanaqueles. Delibes fue, para variasgeneraciones, un escritor iniciáti-co y transversal. Nos hizo apren-der, con discreta amabilidad, la co-nexión estrecha entre la sencillezy la verdad, entre el hombre y elidioma, entre la tierra y el relato.

Leyendo desde niños y jóvenesa Delibes aprendimos a mimar laspalabras y a los personajes, acomprender el dolor que entrañavivir, a identificar la alegría comouna consecuencia de la buena vo-luntad y del recto proceder, a sen-

tir compasión por el solitario, porel desvalido e, incluso, por la infe-licidad y el ridículo que afectan almalo, al ambicioso, al prepotenteo al desleal.

Sin atenerse a las pautas delrealismo social –que coincidieroncon el primer largo período de au-ge y magisterio del novelista–, De-libes fue un escritor realista y so-cial. Desde fuera del partidismo yde la política etiquetable, la mira-da humanista, de corte cristiano yliberal, de Delibes se posó con fre-cuencia en la realidad doliente, enla injusticia y en el desamparo.

Es reductor –y un poco canalla–confundir el minimalismo de susanécdotas, sus ideas y sus persona-jes con el costumbrismo. El cos-tumbrista se siente cómodo con lalevedad bien hecha de lo que le ro-dea. Manifiesta, directa o indirecta-mente, su satisfacción y su bienes-tar con el sosegado universo de los

detalles inocuos y confortables, delas simpáticas peripecias nimias.

No fue el caso de Miguel Deli-bes, que se sentía feliz y nos trans-mitió felicidad cuando entraba encontacto con la Naturaleza, conlos animales y con las personas deuna pieza, pero que, en el conjun-to de su novelística, siempre miróhacia las zonas quebradas y supu-rantes de la condición humana.

Delibes no llamaba a la revolu-ción desde el minarete de sus li-bros, pero tampoco estaba con-forme con el orden del mundo ycon el destino trágico de los hom-bres. Especialmente, de los másdesafortunados.

La muerte tiene una gran pre-sencia en sus novelas. No sólo elepisodio radicalmente final, sinoesa muerte anticipada, esa muerteen vida que impregna de tristezalos contratiempos –el contratiem-po– de vivir, el desalojo del terreno

de la buena suerte y de lo justoque afecta a tantos.

Quienes le conocimos sabemosalgo de esa tristeza, más llamativaen un hombre cumplido y entero,de vida personal equilibrada y bientrazada. Sabemos de sus miedos,depresiones y ansiedades. Hacemás de 20 años, le hice una entre-vista de una hora –para Diario 16 yen el desaparecido Café Lyon– y, acontinuación, nos pasamos otrahora hablando de nuestros nervios,

de nuestros temores y de nuestraspastillas para combatirlos. Su hu-mor estaba impregnado de melan-colía como sus libros están impreg-nados de pesimismo.

Miguel Delibes ha hablado mu-cho del hombre. Pero, sobre todo,ha hecho hablar al hombre. Alhombre común, al español común.Ha hablado el idioma del hombrey ha dado a los hombres y mujeresde sus novelas un idioma: el caste-llano. El oído de Delibes detecta-ba, en la calle y en el campo, elcastellano más rico y profundo, elque mejor sirve para expresar demás maneras el ser y el hacer delas cosas. Y el oído de Delibestrasladaba ese castellano, con mu-sicalidad y con naturalidad, a laspáginas de sus libros.

Ese empleo del castellano no erasólo un rasgo de estilo, un recursopara la construcción literaria de labelleza con las palabras –que tam-bién–, sino, sobre todo, un genuinomodo de ser sabio. La riqueza delas palabras distintas, cuando noes forzada, sirve para definir unmundo más rico en realidades.

Ese mundo que los maestroscomo Miguel Delibes saben nom-brar para ofrecerlo a los lectores,a nosotros, no como espectáculoverbal, sino como noticia de cuan-to desconocemos. Como regaloque ensancha nuestro espacio,nuestro tiempo y nuestras ideas.

El padre que noquisimos matarMANUEL HIDALGO

El escritor con Ángeles de Castro, su gran amor y madre de sus siete hijos, en una tarde apacible de campo, con el típico 600 de fondo.

Siempre miró hacialas zonas quebradasy supurantes de lacondición humana

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D E L I B E S

campesina pero no la hemos sustituido pornada, al menos por nada noble».

Este pensamiento a contrapelo de la mo-dernidad es muy matizado y no simplista. Re-niega de la deshumanización, falsedad y es-plendor material urbanos, sin pretender el re-greso a un pasado miserable. Advierte de lospeligros del avance tecnológico incontrolado,del desarrollismo capitalista. Y pone comocontrapeso una alerta conservacionista que loconvierte en pionero del ecologismo y el de-sarrollo sostenido. Hoy, antiguos vaticinios su-yos se han convertido en tristes realidades.

Esta evolución en cuanto al fondo o pensa-miento corre en paralelo de cambios no me-nos modélicos en su arte literario. Tambiénaquí ha sabido conjugar la fidelidad a unosprincipios solidísimos con una vigilancia for-mal constante. Desde siempre y hasta últimahora ha sostenido la misma idea acerca de lanovela: «Novelar o fabular es narrar unaanécdota, contar una historia». Y se ha ateni-do a presentar tres ingredientes inexcusables:«un Hombre, un Paisaje y una Pasión».

Esta fidelidad a una literatura de corte co-municativo ha supuesto también un fino tra-bajo de reflexión formal, de maduración ymudanzas en la escritura. No se ha dormidoDelibes en la reiteración de la forma sencilla

y tradicional que está en sus raíces de narra-dor un tanto adánico. Delibes tuvo que afron-tar los embates de la modernidad narrativa ylo hizo con un claro criterio sostenido en loque apreciaba como fundamental en MarioVargas Llosa: «Ha remozado los elementos dela novela pero no los ha destruido».

El reto asumido por Delibes consiste encumplir las exigencias expresivas de un asun-to innovando lo necesario y sin renunciar a laesencia de lo novelesco. En la lengua, siguióun exigente proceso de depuración estilística.Su prosa primeriza padecía de engolamiento(término que él mismo utilizó en un excesoautocrítico) y de cierto gusto por la retórica.Todo lo supo sustituir por la recreación y re-cuperación de un castellano rico, exacto, tam-bién muy sobrio, coloquial y jugoso.

Alejado de la palabra ornamental y de latendencia barroquizante de nuestro idioma,ha contribuido a la prosa castellana modernacon una lengua enraizada en la expresión po-pular sin propósitos arqueológicos ni pruritoscasticistas. De ahí el gran logro de su estilonarrativo: hacer unas novelas como habladasy no escritas.

También se desprendió de una primitivaconcepción de la literatura como algo solem-ne y artificioso y lo sustituyó por la comunica-

ción de apariencia natural y sencilla. Y no seconformó con un realismo convencional nicon unas composiciones simples. Bien cono-cido es el desafío expresivo afrontado en Cin-co horas con Mario, de donde sale el monólo-go con el que la mujer salda cuentas con sumarido de cuerpo presente. Y Parábola delnáufrago, divertida parodia kafkiana, se sus-tenta en procedimientos rupturistas. En fin, lamagistral Los santos inocentes en nada separece a una novela de las de siempre: suvanguardismo se patentiza en un recitadocomo de salmodia y en el mismo aspectográfico de las páginas, cuyas líneas evocanel versículo de la lírica.

El escritor ejemplar se manifiesta en estapreocupación por hacer frente con cons-ciencia a una visión del mundo complejamediante un arte literario exigente, depura-do. Por eso una evolución coherente en elfondo y en la forma marca el conjunto deuna trayectoria. El saldo no puede ser me-jor: aquel «cazador que escribe», según sedefinió con su modestia característica, halogrado una crítica académica amplísima(sigue siendo venero de hispanistas de todoel mundo) y una recepción multitudinaria,continuada y admirativa a lo largo de mediosiglo por parte del lector común.FERNANDO QUINTELA

Cuando el arte es de la naturalezalogra multiplicar a la multiplicidad.Mantengo que la función más cru-cial de la creatividad humana coin-cide con la de los procesos ecológi-cos. Ambos pretenden la renova-ción incesante de los infinitosrostros de la cultura y de la vida. Laliteratura da el fruto de hacernos unpoco más humanos, ya que la pala-bra es lo que más nos diferencia delresto de lo viviente.

Lo espontáneo, aunque se le quie-ra olvidar a tantos, consigue quenuestro exclusivo lenguaje siga sien-do heredado por lectores, escuchan-tes, pensadores… La posibilidad dellegar a ser algo cultos –imposiblesin la buena literatura– se la debe-mos a nuestro estar aquí y ahora,imposible sin lo que la naturaleza lo-gra. De lo que se trata es de confluircomo hace Miguel Delibes.

Su escritura escancia, como elbosque, sus beneficios a todos sindistinción, hasta a los que no hicie-ron uso directo de su obra. No espequeña esta constante y que leocurre a pocas obras. Resulta muydifícil encontrar a alguien que nosepa algo sobre Los santos inocen-tes, o sobre el largo monólogo de laviuda de Mario, o de Daniel el Mo-chuelo y otros cien personajes, en-tre los que no son pocos los quemanan de la realidad para hacer asu ficción todavía más natural. Nolectores conscientes de lo que se es-cribió: ahí es nada…

La aportación menos rescatadade Delibes es su compromiso conla continuidad de la vida y con lacultura rural que se vació para quese llenara su irreverente sucesora.Lo comprobamos en esa capacidadpara incorporar el derredor comouno de los principales protagonis-tas, hasta el punto de que no pocasveces el interlocutor, el personajede los personajes, es la misma na-turaleza. Afable reciprocidad por-

que Delibes mira a los campos quele miran y así emerge, en la con-ciencia de sus millones de lectores,un encuentro con el gran olvidado:el derredor. Lo que unido a loaprendido en lo sin techo y con losque a mano labran su porvenir, leconvierten en el mejor defensor deesa naturaleza que vio cómo mer-maba a grandes zancadas.

Sus diarios de caza pasarán, enefecto, a la historia por ser el mássereno y comprometido alegato afavor de la vida espontánea. Son ac-tas de un descalabro. Imposible, porejemplo, olvidar que nadie anticipócon mejor argumento el cambio cli-mático. En uno de sus relatos nostraslada su inquietud por poder ca-zar becadas en sus perdederos másqueridos. Si las tierras de Castillano se hielan y las aves pueden hur-gar con su pico en los suelos es que

las temperaturas estaban subiendo.Multiplica también nuestra com-

prensión al usar la palabra amue-blados para los campos con arbus-tos y árboles. Asombrosa su capa-cidad para adentrarse en losmatices más íntimos de los esta-dos de ánimo de lo que aparente-mente carece de ánima.

No olvida Miguel que el bosque

ha editado todos los libros. Que noha habido, hasta ayer mismo, un so-lo volumen que no fuera parte deun árbol. Acaso por eso, su obra y élmismo son como la fertilidad: unaanimada reciprocidad que no soloagradece la dádiva recibida sinoque responde a la misma con otra.

La conciencia ecológica de Deli-bes fructifica en su Un mundo que

agoniza, su discurso de ingreso enla Real Academia de la Lengua. Po-demos considerarlo como el textomás claro, conciso y batallador so-bre la degradación ambiental. En-tre otras cosas porque coincide conla del degradador, con el modeloeconómico y social que desvalija loanterior a él mismo. En él encon-tramos, por ejemplo: «Hemos ma-

tado la cultura campe-sina pero no la hemossustituido por nada, almenos por nada nota-ble». «Al hombre, cier-tamente, se le arrebatala pureza del aire y delagua, pero también sele amputa el lenguaje,y el paisaje en el quetranscurre su vida, lle-no de referencias per-sonales y de su comu-nidad, es convertidoen un paisaje imperso-nalizado e insignifi-cante».

Amante de las activi-dades al aire libre, dela amena charla entreamigos, fiel a sus pro-pias raíces, Delibes esun certero transmisordel viejo propósito delos mejores: «Para quemi literatura vuelva atener sentido tendre-mos que recuperar elmedio, tendremos quetrabajar por el aire, porel bosque, por el agua.Así se da el despropó-sito de que la literaturade aire libre, imagende bucolismo y paz,puede convertirse, sino se ha convertido ya–¿quién podría imagi-narlo?– en una literatu-ra de combate».

Un comprometido,sin duda ni resquicio,con los más débiles:gente del campo, ya se-an personas, animaleso plantas. Y, como po-cos otros, un tolerante,pacífico, preciso y aus-tero escritor que nos hallenado con decenas dehoras de sentimientos

compartidos. He usado el presenteporque su fertilidad, como la del bos-que no ha hecho más que comenzar,será cíclica y se renovará sin pausa.Podemos y podremos, por tanto, vi-virle siempre porque su literatura nocesará como no cesan, al menos siconseguimos parecernos a MiguelDelibes, los manantiales, los suelosfértiles o los bosques.

FertilidadcomprometidaJOAQUÍN ARAÚJO

Delibes, durante una jornada de caza en campos de Castilla. / DESTINO

Mostró siempre sucompromiso con lacontinuidad de la viday con la cultura rural

Ingresó en la Academialeyendo un discursobatallador y lleno deconciencia ecológica

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D E L I B E S

Está simpático, embarnecido, valli-soletanísimo. Uno diría que Deli-bes, en Valladolid, se aburre cubier-to de gloria. Y de nietos. Cuando ledan un homenaje no va. Tiene losojos cansados (sin gafas), entera-dos y bondadosos. Hay un cansan-cio óptico que se cura yendo al ocu-lista. Pero hay un cansancio de lamirada que no es cuestión de diop-trías, y es el que veo yo en los ojosde Miguel. El cansancio de vivir yver volver, que sólo se aclara hastalo azul con una buena noticia, conuna gracia oportuna, con una risa ouna idea. De tanto andar con pe-rros tiene una mirada de perro no-bilísimo, de perro godo nunca pe-rro judío, una mirada que se des-cuelga y como desfallece, pero queluego vuelve llena de ponientescastellanos, biografía y lucidez. Nofuma ni caza, de modo que, perdi-dos sus hábitos más personales, senos pierde un poco él mismo.

Consistimos en lo que hacemos.Miguel era más Delibes con una es-copeta y un cigarrillo. Ahora se haquedado en un señor correcto, alto(Delibes ha crecido), siempre comode gabardina o cazadora de lo mis-mo, cordial, liberal, desconcertantede tan sencillo. El único escritor sinpose de escritor que he conocidoen mi vida.

– Manda cosas al Norte, Paco,que tú escribes bien.

– Pero es que pagáis poco, Miguel.– Somos pobres, Paco. Somos

un periódico pobre.Y me daban veinte duros por

artículo (al principio gratis).– A Ruano, en Madrid, le dan

10.000 por artículo.– No digo que tú no seas Rua-

no, Pacorris, pero nosotros somospobres.

Corrían mediados los 50. Valla-dolid era una ciudad de tedio y pla-teresco. Una ciudad que adoro, queha sido mi Macondo, mi Balbec, miRouan, y me ha dado algunos demis libros más presentables o «queno me deshonran», como diría Bor-ges. Sólo que Valladolid no existe.Lo han llenado de fábricas y semá-foros, de un estilo Arizona, todo,que se cruza incoherente con elviejo estilo castellano, plateresco,barroco, gótico bajo o alto, románi-co. Por eso Miguel ya pasea pocosu ciudad y se va al pueblo con losnietos, o se va al campo a ver cómocazan y fuman los demás, o se vie-ne a Madrid a la Academia.

– Mira, Paco, en esto de la escri-tura hay dos niveles, el periodísticoy el literario.

Me estaba queriendo decir fina-mente que yo era demasiado litera-rio para el periódico, o sea, pedan-te. Un gran consejo con el que hicelo que con sus primeros veinte du-ros: lo acepté pero lo malversé. Lle-va uno 35 años llenando los perió-dicos de literatura y parece que nome ha ido mal.

Miguel Delibes desnoventayochi-za Castilla. El 98, Unamuno, Azoríny Machado mayormente, habían in-ventado una Castilla literaria, místi-

ca, pura y sola, triste y grande, cla-ra y madre. Delibes, un realista sinflecos, nos libró de toda esa literatu-ra y en sus libros está la Castilla re-al, con sus hombres, sus pasiones ysu paisaje. Eso no es sólo una de-nuncia. Esto es una revolución lite-raria, una subversión. Un éxito.

1947. Más o menos. Le dan a Mi-guel el premio Nadal por una pri-mera novela que no era muy suya,naturalmente, pero prometía. A míme gusta más la primera parte, al-go proustiana:

– Los críticos dijeron que eras unproustiano, Miguel.– Por entonces no había leído a Mar-cel Proust. Y todavía no lo domino.

Le hice una biografía de 100 pági-nas y se escandalizó de que diera enella nuestro epistolario (yo ya vivíaen Madrid). «Me has dejado en cal-zoncillos». Siempre ha sido así: sen-cillo y nada exhibicionista. La bio-grafía se la dediqué a su mujer, Án-geles, que, según él ha contado enalgún libro, siempre me defendíacuando discutían de mí (tampoco

creo que él me atacase mucho: qui-zá mis novias). Tiene una prosa cas-tellana aprendida en el campo másque en los libros, tomada al oído, lle-na de olores y sabores y retamas delos caminos. Yo a veces lo leo por laprosa más que por la novela en sí.

Fatigadas las vanguardias, cansa-dos de sí los ismos, la joven novelaespañola vuelve a los relatos a lamanera tradicional, y aquí es cuan-do Miguel Delibes recupera su nun-ca perdido magisterio de hacedorde novelas. Tras sus primeros inten-tos, clasicismo malogrado o narra-tivismo lírico de El camino, Delibesse plantea la novela como un siste-ma de correspondencias dondeunas cosas están en función de lasotras y la novela/objeto, completaen sí misma, cerrada, se erige comomodelo del escritor vallisoletano, almargen de planteamientos éticosajenos a nuestro urgente análisis.

En La hoja roja, la relación jubi-lado/criada es de un geometrismoimpecable que sólo se quiebra, nosé si oportunamente, por un suce-

so de periódico. Dos seres de dis-tinta escala social, señor y criada,dialogan y dialogan. Esta dialécticade clases es lo más iluminador yconseguido de la novela.

El burgués y la chica del puebloson dos perdedores, él por la edady el abandono, ella por el origen. Yse entienden muy bien. Quiere de-cirse que el diálogo burguesía/pue-blo es artificial, producto de la cul-tura, un diálogo desigual dondesiempre sale perdiendo el pueblo.Sólo en las postrimerías de una vi-da, cuando el señor declina, ambasclases sociales llegan a entenderse,porque el traje social ha caído y yase trata sólo de dos seres humanosdesnudos de futuro: la edad en él,la miseria en ella.

La simetría que consigue Delibesen esta novela, simetría entre losopuestos, supone una estructuradialéctica y argumental grave, de laque viene la solidez y tensión de to-do el libro. Ésa es la viga maestrade la novela, antes que la crónicacostumbrista de los últimos días deun jubilado.

Quiero decir que esta simetría nohubiera sido posible sin el poder de-libiano de los lenguajes. El viejomaneja un culturalismo antiguo yresabiado, el de su clase, mientrasque ella aporta la lozanía de su giropopular. Delibes principia enfren-tando ambos argots de clase y aca-ba armonizándolos sabiamente. Aeso es a lo que yo llamo estilo. Unescritor sin estilo no es un escritor.

Delibes es un novelista absolutoporque tiene una voz propia, lo cu-al supone tener muchas voces, lade cada uno de los personajes, másla del narrador. No he visto nuncasubrayado este carácter de diálogoentre dos que es el cigüeñal im-prescindible de toda obra de Deli-bes. Así, Cinco horas con Mario,donde el escritor, al fin, hace expre-so el carácter dialogante/monolo-gante de sus novelas (ya Diario deun cazador era un enhechizantemonólogo). De Delibes se han di-cho muchas cosas buenas, peronunca se ha dicho, a mi entender,que sus mejores novelas están con-cebidas como un largo diálogo en-tre contrarios.

En Cinco horas con Mario la es-posa dialoga con el difunto. Seequivocan todos los que han vistoesta novela como un genial monó-logo. Es un genial diálogo. Lo sabe-mos quienes hemos estado casadosmuchos años, como Delibes y yo.Si alguna virtud tiene el matrimo-nio (al que le veo pocas), es quetransforma el monólogo del solita-rio en diálogo, y da igual que el es-poso esté vivo o muerto, o la espo-sa. Así, Cinco horas con Mario esun diálogo asombroso y madruga-dor y tardío entre dos esposos, sinque importe demasiado el que unode ellos esté muerto, lo cual no ha-ce sino añadir teatralidad al asun-to, que inevitablemente terminaríaen el teatro.

Otro largo diálogo como el de Lahoja roja. Aquí la diferencia no es

de clase, sino de postura existen-cial. Ella está viva y él está muerto.A través de esa mujer, cuyo nom-bre no recuerdo, ni creo que impor-te, habla la vida, la ansiedad, elafán, la hermosa urgencia de vivir.A través del muerto, en flashback,habla ya la muerte, habló siempre,en las palabras austeras, tristes ypuritanas de Mario. El propio Deli-bes me confesó una vez que al ca-bo de los años había comprendidoque quien tenía razón era ella, lavoz de la vida y no la voz pálida dela muerte. Si aquí hay explicacio-nes autobiográficas es cosa que nointeresa al analista.

Y vamos con el último y grandio-so diálogo de Miguel Delibes: el deLos santos inocentes. Se trata deldiálogo entre el señorito y el criado.Aquí no hay, como en La hoja roja,un encuentro terminal del burguéscon la criada popular, sino un en-cuentro/desencuentro del señorfeudalfascista con el criado servil.Es una relación de crueldad, domi-nio, explotación y desprecio que elhumillado sostiene como herenciade la estructura paleocapitalistaque es España. Pero otro humilladodesvía sus inevitables sueños poé-ticos (el hombre no puede vivir sinlirismo, y esto no lo ha entendidoningún sociólogo) hacia una mila-na fascinadora que en definitiva noes sino un pájaro feo y fiel.

Este criado mata al señor no porlas muchas humillaciones de lasque no es consciente (inercia histó-rica), sino por un impulso lírico: elseñor ha matado a la milana. Así secierra la más grandiosa dialécticapoder/humillación de la narrativade Miguel Delibes. Debemos evitarla emoción sentimental y acoger-nos a la emoción estética, literaria,de una dialéctica simétrica, racio-nal y absolutamente sostenida.

Me ha dado muchas lecciones li-terarias en esta vida, así como alcaer, sin magisterio ni docencia:

– Mira, Paco, en la provincia seven las vidas redondas. Se ve a unapersona nacer y morir. Esto ayudamucho al novelista para redondearsus ciclos.

Tiempo más tarde he comprendi-do que tenía razón. Los libros sobrela provincia siempre salen máscompletos, más cerrados, más cua-drados, más circulares. El escritortiene que echar raíces en algún si-tio. El escritor tiene que ser «el an-darín de su órbita», por decirlo conJuan Ramón Jiménez. Se acota unespacio y se recorre interminable-mente. Se profundiza en él. Es elJefferson de Faulkner, el Saint-Ger-main de Proust, La Mancha de Cer-vantes, la Italia de Stendhal, el Ma-condo de García Márquez, como yahemos dicho. Lo contrario, el escri-tor cosmopolita, como Hemingwayo Paul Morand, que de un viaje ha-ce una novela, acaba fabricandouna literatura turística, que se llevómucho en los años 20, pero que seha quedado en literatura de época.

Hay actualmente en la literaturaespañola, verso y prosa, un neopro-

CARA A CARA Por Francisco UmbralA su manera, mezclando retazos de conversaciones, opiniones personales y análisis crítico, en junio de 1996, Francisco Umbral,dentro de su serie ‘Animales sagrados’, que entonces se publicaba en La Revista de EL MUNDO, retrataba a quien fuera su mentor

«La provincia ayuda al novelista»

«Miguel era más Delibes con unaescopeta y un cigarrillo. Ahora seha quedado en un señor correcto»

«Él desnoventayochiza Castilla. Ensus libros está la Castilla real, con sushombres, sus pasiones y su paisaje»

«Es un novelista absoluto porque tienevoz propia, lo cual supone tenermuchas voces, la de sus personajes»

«‘Cinco horas con Mario’ es un diálogoentre dos esposos, sin que importedemasiado que uno de ellos esté muerto»

«Me ha dado muchas leccionesliterarias en esta vida así comoal caer, sin magisterio ni docencia»

Delibes y Umbral, en un encuentro en Valladolid. / CARLOS ARRANZ

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Un oasis democráticoEn los años inmediatamente posteriores a la GuerraCivil (1936-39), Valladolid era una de las ciudadesespañolas en las que más se habían padecido losenfrentamientos fratricidas. En la Universidad no seolvidaban las numerosas ‘depuraciones políticas’.En aquel ambiente de temores y recelos, MiguelDelibes impuso su prestigio de gran escritor parafavorecer la convivencia entre los unos y los otros. Yole conocí al frente de ‘El Norte de Castilla’, uno de losperiódicos que más arriesgó, durante los años 60 yhasta 1975, publicando siempre los comentarios «en ellímite de la censura», que facilitaba la agencia Colpisaa una docena de diarios. Delibes abrió además la salade máquinas de ‘El Norte’ para unos conferenciantesinsumisos a la dictadura. El Valladolid de Delibes seconvirtió así en un oasis democrático. Acaso estabuenísima tarea no se destaque suficientemente anteel enorme valor literario del amigo ahora fallecido. /SECONDAT

BREVETEvincianismo del que yo espero mu-cho, y que parece perfectamentecompatible con el cosmopolitismode Mañas y otros modernos.

Delibes, fiel a sí mismo, no ha en-sayado modos ni modas, salvo unanovela de vanguardia que era unaburla de la vanguardia. Delibes sediferencia de los realistas al uso enque escribe muy bien.

Y construye, coño, construye.Durante un año que estuve enteroen la cama, con vértigos y muerte,riberas del Manzanares, siempreme llegó el pequeño sueldo de co-laborador de su periódico. El díaque le envié el primer artículo, des-pués de más de 12 meses largos,me mandó un telegrama: «Québien y pronto has reconstruido tucabeza. Stop. Abrazos Miguel».

Es un godo duro, germánico, deuna elegancia involuntaria, a loGary Cooper. Una vez me contóque en su pueblo de adopción tar-día, Sedano, Burgos, en invierno te-nía que ir a comprar el pan con

tractor, por la nieve. Cuando lo vioescrito, le asustó haber dicho unacosa tan literaria y aseguró que élno había dicho eso, que no era pa-ra tanto (lo de la nieve). Le inquie-ta que hagan literatura con su per-sona y personaje. Tuvo unos añosde histeria aviónica, que es comollamo yo al miedo al avión, al mie-do a volar (en el sentido de ErikaJong y en todos). Entre el valium yÁngeles se le iba pasando.

También tuvo mucho miedo, des-pués del primer gran éxito/Nadal, ano saber continuar, y de hecho tie-ne una segunda novela que me pa-rece sigue sin gustarle. A mí es laque más me gusta.

Cuando escribí el libro de mimadre:– Quién supiera escribir cosas tanbellas sobre la propia madre, Paco.

En alguna novela me saca conpseudónimo. Es un socarrón depueblo, un socarrado de burla agra-ria, y cuando se fue a Nueva York aescribir un libro sobre la gran ciu-

dad, me preguntaba qué tono de-biera adoptar él en ese libro. Claro,no es lo mismo escribir de Manhat-tan que de Medina de Rioseco.

– Tú eres el paleto que llega aUSA, Miguel. Adopta la visión delpaleto.

Así lo hizo y me dedicó el libroen letra impresa. La clave de uncastellano rural ante USA tiene queser el pasmo. Yo es que no veía aMiguel haciendo metáforas de losrascacielos como Paul Morand. Elotro día he estado un rato con él enValladolid, en la media tarde cerealy soleada, samainiana. Hace unaño también estuve. Valladolid enprimavera todavía tiene una luz detrigo y Samain, unos atardeceresllenos de eso que Jorge Guillén, elpoeta local/universal, llamaba «tar-danza». La tardanza del cielo o delpaisaje. En esa tardanza vive Mi-guel, en ese tiempo natural, dormi-do, empozado de crepúsculos.

– Otra novela, Miguel.– Me he jubilado, Pacorris.

Las manos de Miguel Delibes reposan sobre una cuartilla en la que ha empezado a escribir algo con su letra inconfundible. / CHEMA CONESA

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Al margen de las circunstanciasprofesionales de escritores y pe-riodistas, fácilmente entrecruza-bles, en ambos medios se da unarelación semejante en lo básicoentre escritura, realidad y narra-ción. En nuestros años 50, cuan-do el neorrealismo evolucionóhacia un verismo de denuncia so-cial, está cumplidamente demos-trada la voluntad de los novelis-tas por testimoniar la realidadcotidiana que los periódicos, so-metidos con rigor a la censuraprevia, no estaban en condicio-nes de airear. El propio MiguelDelibes, director de El Norte deCastilla en los tiempos difíciles,contó cómo le prohibieron dar lanoticia de que un vagón cargado

de naranjas había descarrilado enVenta de Baños, acaso porque elEstado totalitario no podía con-sentir que trascendiera un fraca-so puntual en la circulación ferro-viaria por si de este modo se pu-diese poner en solfa su eficacia ycontrol total de las situaciones.

Aparte de esa proximidad obli-gada del periodista ante una rea-lidad compleja y cambiante, eloficio de novelista puede benefi-ciarse también de determinadasexigencias formales que escribiren los diarios impone. En princi-pio, está la de asegurar la narra-tividad que el lector demanda ynuestros autores descubrieroncomo una exigencia inexcusabletras los excesos del experimenta-

lismo de los años 60 y 70 del si-glo pasado. Y en segundo lugar,el requisito de un estilo directo,no retórico, compatible, por otraparte, con la eminencia estéticade una escritura literaria y nomeramente fungible.

Más de 60 años contemplan,este 12 de marzo de 2010 en quenos ha dejado para siempre, lacarrera literaria de aquel jovenveinteañero, periodista, dibujantey profesor, que obtuvo uno de losprimeros premios Eugenio Nadalen 1947 y que, luego de recibirlos más importantes reconoci-mientos por su denodada labor li-teraria, mereció en 1999 el Pre-mio Nacional por su novela histó-rica El hereje, que trata de los

coventículos religiosos renovado-res de la Valladolid de mediadosdel XVI. Son, en conjunto, 20 no-velas y varios libros de relatos losque permitieron a Miguel Delibesestar presente en todos los mo-mentos significativos de la nove-la española posterior a la guerracivil. El escritor vallisoletano semantuvo siempre al margen degrupos y capillas literarias, favo-recido por esa indiferencia hacialo contingente que desde una ciu-dad no metropolitana se puededignamente mantener, pero vivi-ficado por el hilo umbilical quedesde un principio representó pa-ra él el comercio de ideas litera-rias con su editor de BarcelonaJosé Vergés cuyo testimonio está

en el volumen de la correspon-dencia mantenida entre ambos.

Esa independencia brilla tam-bién en otra de las facetas sin lasque tampoco se podría compren-der el Miguel Delibes escritor: suactividad periodística. El periodis-mo aporta de por sí, al margen dedonde se ejerza, una curiosidadglobal, el pulso de la contempora-

neidad que demanda una prosaexpresiva y eficaz a la vez, mode-lo no desdeñable para el mejorestilo literario.

Miguel Delibes era, además,una persona que creía en el diálo-go y lo practicaba cabalmente. Laforma de sus novelas, y su huma-nismo, son básicamente dialogís-ticos, y gracias a sus conversacio-nes con periodistas amigos, luegorecogidas en libros como los deLeo Hickey, César Alonso de losRíos o Ramón García Domínguez,podemos conocer mejor su perso-nalidad así como sus ideas políti-cas y literarias.

Por ejemplo, saber que el perio-dismo le «empujó a buscar el ladohumano de la noticia», y que es-cribiendo para su periódicoaprendió que «había que decir lomás posible con el menor núme-ro de palabras posibles». En va-rios de sus escritos más persona-les, Delibes confiesa que sus pri-meros pinitos como novelistasurgieron de «tal estado de virgi-nidad literaria que entendía quela literatura debía ser engolada,grandilocuente», y que solo a raízde su triunfo en el Nadal –confie-sa– «llego al conocimiento deque, abandonando la retórica yescribiendo como hablo, tal vezpueda mejorar la cosa».

Así fue, ciertamente, gracias almodelo de sobriedad, exactitud yelegancia que Delibes reconocióhaber encontrado en la prosa delmercantilista Joaquín Garrigues,como Stendhal lo había hecho enel código civil francés, y graciastambién a las exigencias de laprosa periodística. En su primeranovela, La sombra del ciprés esalargada, cabe encontrar párra-fos como éste: «La ciudad, ebriade luna, era un bello producto decontrastes. Brotaba de la tierra di-bujada en claroscuros ofensivos.Era un espectáculo fosforescente

Tres grandes autores juntos:Miguel Delibes, Rosa Chacel yRafael Alberti en El Escorialen julio de 1991. / J.J.GUILLÉN/EFE

Ningún hombre escapa a su tiempo histórico,ni a su país. Nadie escapa a una fecha de na-cimiento, y la de Miguel Delibes fue un 17 deoctubre de 1920, y lo que esa fecha traía trasde sí. Veo a Miguel Delibes como ejemplo deuna manera de ser escritor en aquella Españaque ya no existe y que incluso a veces da lasensación de que nunca existió. En mi memo-ria guardo nostalgia de la lectura de muchasnovelas de Delibes. Recuerdo, especialmente,la novela Señora de rojo sobre fondo gris(1991), que me emocionó especialmente por

su carácter autobiográfico, sobriamente auto-biográfico. No voy a traer a colación aquí loshitos de la narrativa de Delibes, sería ocioso.La iconografía delibesiana muestra a un hom-bre sereno, noble, castellano, y bueno. Ahoramismo estoy repasando varios vídeos de De-libes que hay colgados en YouTube, tampocoson muchos, creía que habría más. Me deten-go en uno que me parece distinto. Es la entre-ga de la Medalla de Oro de Castilla y León, ce-lebrada en noviembre de 2009. Delibes, muyanciano, recibe al presidente de la Junta y le

manifiesta el honor de que haya venido a sucasa a entregarle la medalla. Delibes está sen-tado en una mecedora. Detrás se ve un apara-to de música plateado, un amplificador quepudiera ser, por su diseño, de mediados de losaños 80. El entorno es austero. Se ven unos vi-sillos y una persiana que se adivina de plásti-co. El presidente de la Junta abraza a Delibese, inopinadamente, le da dos besos. Me deten-go en ese raro gesto del presidente de la Jun-ta: dos besos.

Imagino que esos dos besos contienen al-go que va más allá del reconocimiento de mé-rito literario, algo que tiene que ver con la pe-na y la memoria, algo a lo que podríamosbautizar como el síndrome Antonio Machado.La figura de Delibes tiene el síndrome macha-diano: la frente ancha y la bondad y la auten-ticidad como síntomas de una vida y de unaobra literaria; el amor a la naturaleza, el alien-to rural como consistencia humana.

El ruralismo de Delibes era, en realidad, el ru-ralismo de todo un país que veía en el campoel único lugar en donde la ignorancia de laHistoria podía ser legítima. Porque la Historiade España se llamaba Franco. El campo soli-tario era el lugar en donde la dictadura fran-quista se desvanecía por el simple hecho deque allí no había más que ríos, colinas, árbo-les y conejos. También en Machado la natura-leza representaba el único lugar en donde unpaís llamado España se desvanecía, se desva-necía el Mal. Delibes escribió en la posguerraespañola, en el momento más gris de la His-toria de España. Salir indemne de ese mo-mento histórico era casi imposible. Y ese, enel fondo, es el problema de la literatura espa-ñola que se da a conocer en la década de losaños cuarenta del pasado siglo: triunfar litera-riamente en un país políticamente muerto esbien poco ilusionante. Quizá esa sea la per-

El síndrome deAntonio MachadoMANUEL VILAS

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Crónica de la ficciónDARÍO VILLANUEVA

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cepción sociológica y estética que tenemosmuchos escritores de mi generación al recor-dar el tiempo histórico en que Delibes escri-bió. Queremos huir de esa España, de esa Es-paña en blanco y negro, porque Franco llega-ba a todas partes.

Esos dos besos que da a Delibes el presi-dente de la Junta de Castilla y León son losdos besos que también daríamos a AntonioMachado. Es el síndrome que nos dejó Ma-chado: la manera de encontrar la legitimi-dad moral y estética en una literatura quenace en medio de la mediocridad histórica.En todo caso, para mí Delibes representaesa dignidad de querer ser escritor en mediode una dictadura que empobrece todo loque toca. Es verdad que Delibes siguió pu-blicando, y mucho y bien, en la Democracia.Pero ese nacimiento en octubre de 1920 se-guía pesando. Delibes continuó la senda ma-

chadiana de mezclar humildad y verdad.Sus lectores buscaban eso. La otra forma depoder ser escritor en la España de aquellaépoca la representó Camilo José Cela. Talvez no había más formas. Podemos recordar

al olvidado Gonzalo Torrente Ballester, y ala también olvidada Carmen Martín Gaite.Hay un olvido creciente en torno a la gene-ración de Delibes. Delibes y Cela acabaronrepresentando, en alguna medida, el polibueno y el poli malo de la narrativa españo-la de posguerra. Cela se llevó el Premio No-bel, y con el Nobel, Cela se desquitó de tan-tos años de pertenencia a un país cultural,política y económicamente mediocre. Celasobrevoló la Historia de España con el Pre-mio Nobel en una mano. Sin embargo, a díade hoy, Cela está en el purgatorio de las le-tras españolas, pese al Nobel.

El destino de Delibes, siempre un destinomachadiano, consistió en permanecer de ma-nera inalterable al pie de la literatura españo-la. Otros escritores españoles se zafaron de laincuria histórica como pudieron. Pienso enJuan Benet, o en poetas como Jaime Gil deBiedma, pero ambos son posteriores a Deli-

bes, y en cualquier caso ni Benet ni Biedmafueron escritores populares. Nacieron una dé-cada después de Delibes y, en la medida desus posibilidades, pudieron sacarse de enci-ma la peste de la posguerra.

Miguel Delibes representa, en mi opinión,el lugar del escritor en una España triste, laprofesión de escritor en un país ignorante yatrasado, desconectado de Europa y delmundo. Un escritor español es lo que Espa-ña, en cada momento histórico, le permiteser. Miguel Delibes fue lo que España le de-jó ser. Nunca fue fácil ser escritor en España.Ahora, en este 2010, es mucho más fácil queen la España de Delibes, o en la España deMachado. Eso se lo debemos a ellos. Es unadeuda grande, muy grande. Sólo se puedeintentar pagar con dos besos, es decir, conamor, con mucho amor.

Manuel Vilas es autor de la novela Aire nuestro.

y pálido, con algo de endeble, deexinanido y de nostálgico». Nadaextraño, pues, tres años más tar-de, en el primer párrafo de El ca-mino, cuya edición facsimilar delmanuscrito nos es por fortuna ac-cesible, el escritor tache el adjeti-vo «ineluctable» para sustituirlode su puño y letra por el más co-mún de «inevitable».

En fin, el propio novelista reve-ló el tratamiento periodístico quele dio al episodio de cerrilismo ru-ral narrado en El tesoro a partir

de los hechos reales que vivió suhijo arqueólogo, y las virtudes na-rrativas del reportaje, potencia-das sobremanera por una elabo-ración propiamente novelística delos personajes y de su decoro overosimilitud lingüística, lucen denuevo en El disputado del señorCayo, el libro que Delibes dedicóa nuestra transición democrática.

Pero lo mismo se puede detec-tar desde mucho antes, si compa-ramos las crónicas reunidas enUn novelista descubre América(Chile en el ojo ajeno), relato delviaje que el novelista realizó en1955, y los avatares de Lorenzo,el protagonista de Diario de uncazador, ahora en trance de bus-carse una nueva vida en el paísaustral tan trágicamente castiga-do por los terremotos en estos úl-timos días, lo que constituye lasustancia de su otra novela Diariode un emigrante. Un oportuno co-tejo nos hablaría de cómo la obje-tividad periodística con que Deli-bes narraba y describía en suscrónicas se transmuta en un dis-curso rebosante de expresividadcuando es su personaje el que,con sus palabras, hace lo propio.

Darío Villanueva es secretario de la Re-al Academia Española.

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Puede que la buena literatura con-sista fundamentalmente en la ca-pacidad de ponernos ahí delantelos hechos y las cosas no para quenosotros hagamos nada con ellos,sino para que sean ellos los quehagan en nosotros. Su belleza–pues la gran literatura ha de serbella– deriva de la potencia y el ca-lado con que es capaz de ponerahí, en el mundo del texto, la tex-tura del mundo. En dar al texto loque es del mundo y al mundo, derebote, lo que es del texto.

Muchos han denominado «rea-lismo» a esa operación; nosotrosvamos a llamarlo simplemente lite-ratura, gran literatura cuando seha conseguido en verdad. MiguelDelibes, cuya muerte lamentamoshoy, la ha hecho realidad muchasveces y sabemos en buena lid delectores –porque la buena literatu-ra ha de comportar también sabery también lid– algo más del mundoy de la vida merced a la extraordi-naria precisión de lenguaje y al es-pesor existencial con que compu-so sus mejores narraciones.

Sirva un solo ejemplo, su novelaLas ratas (1962), una de sus mejo-res narraciones a mi entender, pa-ra rememorar el mundo desde sustextos y rendir homenaje hoy al es-critor, al hacedor de realidad. Co-mo muchos sabrán, en Las ratas senarra la historia de un hombre que,en su primitivismo (pero en su pri-mitivismo existencial), no produceni progresa sino que depreda, caza,pesca: coge. Coge y se guarece enuna cueva y vive a merced de lascircunstancias. Pero de pronto loque coge, fundamentalmente ratasen un arroyo, escasea o tiene quedisputarlo y de donde se guarecequieren evacuarle. Y entonces ma-ta. La novela es el entreveramientodel fatalismo de las circunstanciascon la voluntad de los hombres(también de la maldad con la estu-pidez) en la preparación de la tra-gedia, de la perdición.

Con una belleza y un saber ex-traordinarios –con potencia y cala-do– Delibes plasma maravillosa-mente en la novela tanto el pasode las estaciones en el cauce de unarroyo como la espera de la lluvia,tanto los movimientos de los pe-rros y las liebres como la llegadadel invierno o el arreciar de la ce-

llisca. Pero, sobre todo ello, lo queconjuga verdaderamente es la pro-funda dialéctica entre el acoso delo que pierde o echa a perder –lahelada negra, los nublados a des-tiempo, las habladurías en la ta-berna o los extravíos de la volun-tad–, y la dignidad con que seafronta ese acoso.

¿Pero cómo se plasma en la no-vela esa dignidad?, ¿en qué consis-te?, cabe preguntarse en épocasque, como la nuestra, tienen muyperdido de vista ese sentimiento.¿Se plasma en la sensibilidad a lasofensas del mundo que caracteri-za al Ratero, el hombre adulto, yque siempre hay quien, en su estu-pidez o su malevolencia, se encar-ga de atizar? ¿O más bien en elporte del Nini, en la actitud de eseextraño niño experimentado y sa-bio que vive con él?

La dignidad del Nini estriba ensu capacidad para la piedad, en suestoica resignación ante las injus-ticias y las circunstancias, en sudisposición a quitar encono, hierro

a los momentos álgidos, a no enci-zañar sino a quitar cizaña, en susensatez ante la hybris de insensa-tez de los mayores, en su laboriosi-dad siempre y en todo momento,en su saber y querer saber, en tra-tar de mediar, de calmar la excita-ción y desinflar la progresiva hin-chazón de la ira, en resolver con sucontinua actividad los apuros yproblemas de la comunidad y no

crearlos con las mohosas insidiasde la pasividad y las asechanzas delas habladurías, en devolver a larealidad las alucinaciones.

Cuando la dignidad así entendi-da no es suficiente contrapeso, loque se hubiera podido evitar com-parece entonces irremisiblementey estalla la catástrofe. Algunas ca-tástrofes nos necesitan pues a to-dos, necesitan que se venza esecontrapeso de dignidad y calladaclarividencia, y en ello estamosmuchas veces. Suena a algo–¿no?– el primitivismo de El Rate-ro. Suena como suenan las alego-rías y el fondo de tragedia de loverdaderamente humano que De-libes, como escritor de fuste queha sido, nos ha puesto ahí delantecomo pone la buena literatura. Pa-ra ver si, por muy duros de molle-ra u olvidadizos y distraídos queseamos, nos enteramos y si ellohace algo en lo que hacemos.

J. A. González Sainz es escritor. Su úl-tima novela es Ojos que no ven.

Una imagen del escritor, amante de la vida al aire libre, siempre respetuoso con la naturaleza, en bicicleta.

En su literatura seunen la precisióndel lenguaje y elespesor existencial

La capacidad para lapiedad, la resignaciónante las injusticias,definen al Nini

La dignidad y el acechoJ. A. GONZÁLEZ SAINZ

Miguel Delibes en sus días de colegio.

El vallisoletano semantuvo siempre almargen de grupos ycapillas literarias

El periodismo leempujó «a buscarel lado humanode la noticia»

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D E L I B E S

Cuenta Juan Diego que la mano deDelibes era dura. «Si me piden unrecuerdo de él... su forma de dar lamano. Quizá sea una tontería, quizáno tuviera nada de particular, perome impresionó». Fue un día duranteel rodaje de Los santos inocentes.Poco más tarde, en una de las prime-ras proyecciones de la película, el es-critor le alabó al actor su buena ma-ña con la escopeta. El tino del seño-rito Iván. «Le conté que no; que enmi vida había disparado; que en lamili me negaba a coger el fusil. Él sequedó sorprendido. ‘Qué cosas tieneel cine que engaña tan bien, que locambia todo’, me dijo». Tan sólo uncomentario, o algo peor.

Sea como sea, el cine, antes que laliteratura incluso, transforma la rea-lidad. La de todos. Cambia los mue-bles de sitio. Deja sin hueco las ma-nos. Vacía las retinas de prejuicios.De repente, la violencia escondidaen una frase estalla. Y duele. Hastaque Paco Rabal no dijo «Milana bo-nita», el mundo era lo que era. Des-pués fue otra cosa. Cierto, la frasellevaba tiempo escrita, pero hizo fal-ta que Rabal la pronunciara en vozalta y quebrada. En este momento, laTierra entera dio un giro del revés.El actor Dirk Bogarde lo sabía. Y lodejó escrito en una simple nota (verartículo de Martín Garzo, pág. 12).

Las obras de Delibes han pasadopor la pantalla con fortuna desigual,pero con garbo. La letra del escritorda facilidades. «El estilo de Delibeses muy descriptivo. Accedes a lo quepiensan y sienten sus personajes através de lo que hacen. No hay refle-xión interior. Eso, además de moder-no, facilita el trabajo a un cineasta. Olo complica, según lo mires», diceAntonio Giménez Rico. A él le co-rresponde el privilegio de haberadaptado hasta tres veces al escritor.

«La que más le gustaba de mis pe-lículas fue El disputado voto del se-ñor Cayo. En una ocasión llegó a de-cirme que le gustaba más la películaque la novela», continúa. Cosas quese dicen. Antes rodó Retrato de fa-milia, según la novela Mi idolatrado

hijo Sisí, y después Las ratas. «Eraun hombre directo, radical y muysincero. Sin retóricas», recuerda eldirector. La sombra del ciprés esalargada, El Camino, El tesoro, Dia-rio de un jubilado o la dulce y algoaterradora El príncipe destronado,transformada por Antonio Mercero(con el concurso del héroe del mo-mento, Lolo García) en La guerra depapá, son ejemplos de la letra de De-libes convertida en cine.

Y en el medio, la película que lojustifica todo: Los santos inocentes.Cuenta Mario Camus que la ideaque hizo a la película lo que es vinoprecisamente del propio Delibes. «Élmismo nos dio la clave cuando noscontó que había conocido a Azarías,el personaje al que interpretó PacoRabal, en un manicomio. De ahí par-

timos para sacar la acción de su épo-ca y realizar el flashback que expli-ca mejor la narración», confesó enuna ocasión el director. Más allá dela precisión que desvela el salto en-tre una y otra, la novela y la películase fusionan ante los ojos de cual-quiera. «Es difícil imaginar a la unasin la otra», añade el director. El mé-rito no es copiar el texto, sino seguirde forma pautada la geografía de-vastada de unas almas acorraladas.Y entonces un mundo entero de hu-manidad herida se abre ante los ojosdel espectador (del lector).

Dicen de Delibes que era un finoobservador. Con modales de notarioincluso. Ante su atenta mirada, larealidad se colaba con cara de asom-bro. Y sin embargo, algo invita a pen-sar lo contrario. ¿Y si la realidad no-velada por Delibes no fuera sino laperfecta construcción de un inven-tor? ¿Y si la Castilla o la Extremadu-ra (de ahí son Los santos) de Delibesno fuera sino el trabajo intachable deun demiurgo perfecto? No está claroque la realidad sea lo que atrapa lamano, quizá es al revés: es la mano laque se deja apresar por lo que toca.En ese caso, el universo descrito por

Delibes nunca existió hasta que nofue construido por él. Sólo después,al ser asumido como algo dado y per-fecto, su obra se convirtió para siem-pre en la realidad que todos damospor evidente. Describir el calor de la

herida de los ofendidos es labor deuna mano que descubre espaciosnuevos en la realidad, que, al atrapar,crea. Nunca copia. La mano que tan-to sorprendió a Juan Diego. El cineque tanto sorprendió a Delibes.

Miguel Delibes, al que la Academiasueca le negó el Nobel con parecidainsistencia con que lo reclamabansus lectores, no escribió para el tea-tro. Pero algunas de sus obras subie-ron a la escena y acrecentaron el só-lido prestigio de sus novelas. Porejemplo: Cinco horas con Mario, Lasguerras de nuestros antepasados yLa hoja roja. La importancia de De-libes como narrador y la aceptaciónde estos tres títulos, no necesitabanel refrendo teatral, un lenguaje total-mente distinto del narrativo. Mas locierto es que reforzaron su populari-dad. Hubo gente que llegó a Delibes

después de ver a Lola Herrera enCinco Horas con Mario, o a José Sa-cristán o Manuel Galiana en Lasguerras de nuestros antepasados.

El responsorio de Carmen ante elcadáver de su marido –una diatribaimplacable y vengativa, adornada deamor a veces–, lo mantuvo Lola He-rrera en cartel 10 años. La novela esuna gran novela; y su estructura demonólogo favoreció su adaptaciónteatral. La dirigió Josefina Molina yle ha dado a una actriz eminentemucha gloria. En el velatorio de suesposo, Carmen, una mujer de clasemedia, le suelta al muerto todos los

reproches que hubiera querido ha-cerle cuando estaba vivo y podíacontestarle. Mario era un hombre li-beral que creía en la libertad, cerca-do por un ambiente represivo y hos-til, y que no ha progresado social-mente en la medida que Carmenambicionaba. El pensamiento retró-grado y clasista de Carmen frente ala liberalidad de Mario, lo define es-ta frase: «Mario, cariño, andáis revol-viendo cielo y tierra para que los po-bres estudien; otra equivocación(…)Los echáis a perder, convéncete; en-seguida querrán ser señores y eso nopuede ser».

Las guerras de nuestros antepasa-dos define el pensamiento humanis-ta de Delibes en la misma medidaque Mario o más. Pacífico Pérez, in-ternado en un hospital psiquiátrico,no está loco. Simplemente no entien-de el dolor, el sufrimiento; no entien-de la violencia ni las guerras. A éltampoco le entiende del todo el doc-

tor Burgueño, más proclive a diag-nosticar que a comprender. Las gue-rras de nuestros antepasados siguen

siendo, seguramente, nues-tras guerras. Esto parece des-prenderse del ánimo con queMiguel Delibes defendió sunovela y la versión escénica:«¿Quién puede afirmar quese ha desterrado la guerra,que el hombre no está ame-nazado?». Estas batallas tu-vieron la suerte de encontrara Pepe Sacristán y Juan JoséOtegui en la primera versióny a Manuel Galiana y JesúsValverde, en una reposición.

Galiana estaba destinado ahacer también el Eloy de Lahoja roja, uno de los textosmás melancólicos de MiguelDelibes: la hoja roja que apa-recía en los librillos de papelde fumar, anunciando su fininminente. La memoria, la

personal y la colectiva, también estápresente, al igual que los anteriorestítulos, en La hoja roja.

La mano, larealidad y el cineLUIS MARTÍNEZ

La gloria quele dio el teatroJAVIER VILLÁN

Lola Herrera, en ‘Cinco horas con Mario’. / EFE

Azarías (Paco Rabal), Régula (Terele Pávez), LaNiñaChica(SusanaSánchez), Paco el Bajo (Alfredo Landa), Nieves (Belén Ballesteros) y Quirce (JuanSánchez). / EL MUNDO

La Régula quiere decirteTERELE PÁVEZ

¡Cuánto me impresionó leer por primera vez el guión de lapelícula ‘Los santos inocentes’! Mario Camus me dio a elegirsi prefería conocer antes el guión o la novela. Y escogí elguión. Me impactó de principio a fin. Después leí la novela yme quedé impresionada. A Miguel Delibes no lo conocí en elrodaje de la película, sino ya en el estreno. Lo recuerdoemocionado, cogiéndome las manos, diciéndome cosas sobremi interpretación de Régula. Cosas que quedan entre él y yo.Palabras de una belleza extraordinaria. Mientras se pasaba lapelícula lo miré y tenía lágrimas en los ojos. Era de unabondad y de una ternura infinita... Y ahora, cuando me enterode que ya no está, viajo a Valladolid (donde hace tantos añosque no iba) con la obra de teatro ‘¡¡¡Mamáááá!!!’. Creo que esuna caricia del destino, una suerte de justicia poética. Quenos vayamos a ‘reunir’ en su ciudad, en Valladolid. Y cuántascosas querría hoy la Régula decirle. Cuánto que contarte,Miguel, por todo aquello que nos diste en la hondura y latristeza y la verdad de ‘Los santos inocentes’.

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D E L I B E S

Miguel Delibes, Francisco Umbral y Manu Leguineche pasean por el Campo Grande vallisoletano.

Aquellosmuchachosde ValladolidTOMÁS HOYAS

Los años 40 no eran precisamentepropicios para el periodismo. Niideológica ni económicamente. Laprensa estaba afónica. Encadenada.Y escribir en un diario era cosa depluriempleo y sobresueldo más quede salario. Pero, acaso precisamentepor ello, porque escribir era más unejercicio de ingenio y talento que demera sintaxis aplicada, porque pre-cisaba decir ya no entre líneas, sinotras la líneas, en lugares como Valla-dolid, al socaire de El Norte de Cas-tilla, el único periódico de entidadciudadano, heredero del diecioches-co Diario Pinciano de José MarianoBeristain, se creó una Escuela Librede Periodismo, liberal, comprometi-da, de un nivel intelectual admirablepara la época.

La cosa comenzó cuando MiguelDelibes pasa de exponer sus caricatu-ras en el Café Corisco, una eleganciapara la ciudad provinciana, a hacerloen las páginas de El Norte. Max era elseudónimo del novicio, con una «M»afirmativa de Miguel y una enamora-da «A» de Angelines, su famoso«equilibrio». La «X», ya se sabe, signi-fica incógnita. Jacinto Altés, el geren-te, reconoció de inmediato en un di-bujo al doctor Mengano. En ausenciadel gran Francisco de Cossío, el direc-tor, el sacerdote Martín Hernández,sustituto, confirma: «Eso está bien.Pase por aquí esta tarde, a las ocho».El resultado fueron 100 pesetas almes y un suculento plus: entradasgratuitas para los espectáculos a cu-yos actores debía caricaturizar.

Cuando se acusa de masones ados víctimas periodísticas del diario,a Delibes se le entreabre una puertainsospechada: Miguel Delibes, redac-tor de segunda. Más tarde, sueltos,necrológicas, crónicas de calle, críti-ca de cine y libros... Por fin, subdirec-tor en 1953, director interino y, final-mente, director efectivo en 1961. Enese punto, en los que serán los felices60, surge la escuela de la que habla-mos y en la que Manu Leguineche,uno de los principales estudiantes,ensalza la labor del director: «Migueldirigía como los mejores árbitros defútbol, no se notaba que dirigía y pi-taba poco». Delibes, en cambio, ase-gurará: «La Escuela existió, pero yono fui el maestro, sino un beneficia-rio más de las enseñanzas que todosimpartíamos». La humildad de quiense considera mero «inductor».

Por aquellas aulas irán pasandoJosé Luis Martín Descalzo, sacerdo-te intelectual en una Iglesia dema-siado rancia y ortodoxa. César Alon-so de los Ríos, que disfraza de talen-to su filiación comunista. JavierPérez Pellón, quien finalmente seasomará desde Roma a millones detelevisores. José Jiménez Lozano, eljansenista de la Castilla espiritual.Gavilán, Altés, Corral Castanedo,García Chico, Alonso Alcalde, el pa-dre Arrizabalaga... Umbral. «Oiga,Umbral, usted escribe como quienmea». ¿Puede haber mayor elogiode un maestro?

Delibes, ante las presiones políti-cas, cesa voluntariamente en 1963.Pero ha dejado atrás una corte perio-dística realmente versallesca.

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Una vez escuché a Mario Camus esta histo-ria. Acababa de presentar en Cannes su pe-lícula Los santos inocentes, cuando en unrestaurante parisino descubrió a Dirk Bogar-de unas mesas más allá de la suya. Dirk Bo-garde había sido el presidente del jurado ydefendió con vehemencia la candidatura deLos santos inocentes para la Palma de Oro.El premio fue a parar a otra película, peroMario Camus no quiso dejar pasar la oca-sión de agradecérselo, y le escribió una pe-queña nota, que le hizo llegar a través delcamarero. Y Dirk Bogarde, tras leerla, le res-pondió con una sonrisa. Luego, al terminarde comer, se despidió con un discreto gesto

desde la puerta. Pero apenas habían pasadounos minutos cuando uno de los camarerosse acercó a Mario Camus con una nota delactor. Sólo tenía escritas dos palabras: «Mi-lana bonita». Nadie que haya leído la hermo-sa novela de Delibes podrá olvidar esa frasecon que el inocente Azarías se refería a sugrajilla. La grajilla que volaba a su hombrocuando él la llamaba para darle de comer. Yera esa frase la que Dirk Bogarde no habíapodido olvidar.

Los libros de Miguel Delibes hablan dela soledad del hombre, del abandono delos viejos y el dolor de los niños. Hablan dela muerte, la codicia, y el poso amargo de

la vida. Sin embargo, el gran tema de Deli-bes no es la desesperanza sino el desampa-ro, la orfandad radical de los hombres. Enuno de sus relatos, tres pobres hombres seofrecen compañía una noche de Navidad.En otro, un jubilado solitario habla a travésde la radio con personas tan solitarias co-mo él. En otro más, una monja ayuda a unmuchacho a morir escuchando su relatoacerca de su desdichada hermana. Todosestán perdidos, viven en el límite de la na-da, pero ninguno de ellos ha perdido esacapacidad de hablar y escuchar a los de-más. Es uno de los papeles que cumple lanaturaleza y los animales en la obra de De-libes: restaurar nuestros vínculos con la vi-da. Barbas mira la perdiz como un objetoamoroso. Para Nilo, el viejo, las nueces desus nogales son como pequeños cerebrosdonde se guarda el sueño de su hijo ino-cente prendido en sus copas, y el protago-nista de Viejas historias de Castilla la Vie-

ja recupera al volver al pueblo en que na-ció su mirada de niño.

En la obra de Miguel Delibes siempre hahabido una mirada compasiva hacia todoslos desposeídos. Es una mirada que guar-da en su interior la eterna pregunta por elsentido de las cosas, como si nuestra pobrevida sólo pudiera encontrar justificaciónen ese encuentro con los demás. Es esto loque sucede en las últimas páginas de El he-reje, cuando en uno de las escenas másconmovedoras de nuestra literatura, Mi-nervina aparece para acompañar a Cipria-no, su antiguo niño, hasta la hoguera, enun gesto que viene a decirnos que si lamuerte no puede evitarse la misión delhombre es hacer, como pedía Quevedo, desus propias cenizas «polvo enamorado».Miguel Delibes deja al morirse un rastroasí. Ahora, a sus paisanos, y a todos suslectores, sólo nos queda seguirlo. Sobradecir que no va a ser fácil.

¡Milana bonita!GUSTAVO MARTÍN GARZO

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D E L I B E S

CHEMA CONESA