méxico y su política de observar

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México y su política de observar Quizá la responsabilidad global de México se circunscribirá, en el mediano plazo, a observar mientras otros protagonizan. Por: Arturo Magaña Duplancher 24 Mar 2015 A tambor batiente, en el marco de su participación durante el pasado 69 periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, el presidente Peña Nieto anunció el año pasado lo que presentó como una medida correctiva en décadas de política exterior. Participar activamente en las denominadas Operaciones para el Mantenimiento de la Paz de la Organización de las Naciones Unidas, señaló, era no solo un imperativo ético, sino una urgente necesidad dado el creciente protagonismo del país en toda clase de negociaciones multilaterales. Desde el principio se advirtió, sin embargo, que esta participación sería gradual tanto en términos cuantitativos como en lo que hace a las albores en las que se participaría. Después de todo, señaló el gobierno, México tiene la experiencia necesaria en materia de asistencia humanitaria para ponerla al servicio de las Naciones Unidas y puede por ello enviar eventualmente personal militar o civil para la realización de una amplia gama de tareas que involucren a ingenieros, médicos y enfermeros, asesores electorales, especialistas en derechos humanos y, especialmente, observadores políticos y militares. Bajo el leitmotiv del México con responsabilidad global o México global, el gobierno enfatizó que la participación en las OMP es precisamente una de las vías de expresión idóneas para honrar ese compromiso y que dado que nuestro país es el segundo contribuyente financiero de América Latina al presupuesto global de estas operaciones, tocaba a México participar activamente. Por fin se desahogaba un pendiente que llevaba décadas sin resolverse y que formaba parte de la dilatada mitología de la no intervención. Por fin se dejaba atrás una política titubeante que apenas alcanzó para que, en siete décadas luego de la creación de las Naciones Unidas, México enviara 120 policías a El Salvador a principios de la década de 1990, observadores y expertos electorales a Timor Oriental y Haití y un puñado de observadores militares a los Balcanes y Cachemira a finales de la década de 1940. En julio de 1949, México envió una de las primeras misiones de paz de la ONU en Cachemira, en disputa entre India y Pakistán, a cuatro jefes y dos oficiales del Ejército y la Fuerza Área mexicanos en calidad de observadores militares. La delegación estaba

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Columna de opinión / Newsweek en español Sin ser la panacea, dice Olga Pellicer, las OMP son consideradas el mecanismo más tangible con que cuenta el Consejo de Seguridad para ayudar a crear o restablecer condiciones para el desarrollo en las regiones más desfavorecidas del mundo. Más allá de la comodidad y el respaldo político que provee de inmediato la noción de “asistencia humanitaria”, México no se ha involucrado aún, y al parecer no lo hará pronto, en maniobras militares que impliquen el despliegue de soldados mexicanos para efectuar tareas de preservación de la paz

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México y su política de observar

Quizá la responsabilidad global de México se circunscribirá, en el mediano plazo, a observar mientras otros protagonizan. Por: Arturo Magaña Duplancher 24 Mar 2015 A tambor batiente, en el marco de su participación durante el pasado 69 periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, el presidente Peña Nieto anunció el año pasado lo que presentó como una medida correctiva en décadas de política exterior. Participar activamente en las denominadas Operaciones para el Mantenimiento de la Paz de la Organización de las Naciones Unidas, señaló, era no solo un imperativo ético, sino una urgente necesidad dado el creciente protagonismo del país en toda clase de negociaciones multilaterales. Desde el principio se advirtió, sin embargo, que esta participación sería gradual tanto en términos cuantitativos como en lo que hace a las albores en las que se participaría. Después de todo, señaló el gobierno, México tiene la experiencia necesaria en materia de asistencia humanitaria para ponerla al servicio de las Naciones Unidas y puede por ello enviar eventualmente personal militar o civil para la realización de una amplia gama de tareas que involucren a ingenieros, médicos y enfermeros, asesores electorales, especialistas en derechos humanos y, especialmente, observadores políticos y militares. Bajo el leitmotiv del México con responsabilidad global o México global, el gobierno enfatizó que la participación en las OMP es precisamente una de las vías de expresión idóneas para honrar ese compromiso y que dado que nuestro país es el segundo contribuyente financiero de América Latina al presupuesto global de estas operaciones, tocaba a México participar activamente. Por fin se desahogaba un pendiente que llevaba décadas sin resolverse y que formaba parte de la dilatada mitología de la no intervención. Por fin se dejaba atrás una política titubeante que apenas alcanzó para que, en siete décadas luego de la creación de las Naciones Unidas, México enviara 120 policías a El Salvador a principios de la década de 1990, observadores y expertos electorales a Timor Oriental y Haití y un puñado de observadores militares a los Balcanes y Cachemira a finales de la década de 1940. En julio de 1949, México envió una de las primeras misiones de paz de la ONU en Cachemira, en disputa entre India y Pakistán, a cuatro jefes y dos oficiales del Ejército y la Fuerza Área mexicanos en calidad de observadores militares. La delegación estaba

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encabezada ni más ni menos que por el general Francisco Castillo Nájera, exsecretario de Relaciones Exteriores, exrepresentante de México en la ONU y distinguido miembro de la Academia Mexicana de Medicina, e integrada por el mayor Federico Chapoy Acosta, el mayor Augusto Monsalve Bravo y el capitán Alberto Soto Mcnerny. Su misión fue fundamentalmente la de observar, estudiar las quejas por violaciones del cese al fuego convenido por las partes y presentar sus conclusiones tanto a cada una de ellas como al secretario general. Pues bien, la semana pasada las secretarías de Relaciones Exteriores, de Defensa Nacional y de Marina anunciaron que oficiales militares se incorporarán en breve a dos de las dieciséis operaciones de mantenimiento de la Paz de la ONU actualmente desplegadas en distintas regionales del mundo. Se trata de la Misión de la ONU para la estabilización de Haití (MINUSTAH) y la Misión de la ONU para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO). Otra vez, sin embargo, serán cuatro integrantes (en razón de dos por misión), con grados de capitán y mayor desplegados en funciones de observación. Si bien pareciera que es un buen comienzo luego de décadas de inacción, se trata de un número aún inferior a aquel que desplegara el gobierno mexicano en 1949, apenas cinco años después de la creación de la ONU. Apenas transformada su doctrina al respecto, en el periodo 1992-1993 Japón envió no menos de 1200 elementos militares a contingentes en Camboya, Mozambique, Zaire, Tanzania y los altos de Golán. Argentina, por su parte, pasó de una participación nula a ocupar uno de los primeros lugares como miembro contribuyente en la región en tan solo una década. Sin ser la panacea, dice Olga Pellicer, las OMP son consideradas el mecanismo más tangible con que cuenta el Consejo de Seguridad para ayudar a crear o restablecer condiciones para el desarrollo en las regiones más desfavorecidas del mundo. Más allá de la comodidad y el respaldo político que provee de inmediato la noción de “asistencia humanitaria”, México no se ha involucrado aún, y al parecer no lo hará pronto, en maniobras militares que impliquen el despliegue de soldados mexicanos para efectuar tareas de preservación de la paz. Inevitablemente surgen aquí algunas preguntas relevantes. ¿Por qué participar en estas misiones y por qué hacerlo una vez más recurriendo a la observación militar?, ¿cuál es la relación entre las acciones de asistencia humanitaria y el rol de los cuatro militares en Haití y el Sahara?, ¿qué medidas se proyectan para institucionalizar esta política?, ¿debiéramos contar, como sugiere María Cristina Rosas, con un centro mexicano de capacitación para operaciones de paz a la manera del que existe en países como Canadá, Alemania, Egipto o Sudáfrica?, ¿cómo visualiza el gobierno el futuro de la participación de México en estas operaciones?, ¿qué tipo de experiencias de otros países más experimentados en estas materias se plantea México retomar y con qué objeto?, ¿es viable la concertación de una postura común con otros países en esta materia?, ¿cuántas agregadurías militares debieran establecerse en el exterior para garantizar una participación destacada? De no incrementar rápidamente estos contingentes, en América Latina, México consolidará su posición al final de la lista, muy por detrás de Guatemala, Bolivia o Perú. Quizá la responsabilidad global de México se circunscribirá, en el mediano plazo, a observar mientras otros protagonizan. Quizá es hora de desempolvar la muletilla de siempre “es un paso en la dirección correcta”, porque esa va a ser la única respuesta oficial para justificar

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la política del que observa. La prioridad, es triste comprobarlo, puede haber sido solamente palomear este tema del checklist a la hora de los informes respectivos y celebrar el triunfo de nuestra política de gradualismo in extremis. Al final, la Real Academia advierte que por observar se entiende mirar con atención, pero también atisbar con recato.