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Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones

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  • EMMNUEL LIZCANO

    Metforas que nos piensan

    Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones

    (Prlogo de Santiago Alba Rico)

  • Metforas que nos piensan.Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones.

    Primera edicin: Abril de 2006.

    Emmnuel Lizcano Fernndez, 2006 del Prlogo: Santiago Alba Rico, 2006

    Esta obra se publica bajo licencia libre Creative Commons 2.1 (ver http://creativecommons.org/license/).

    Se permite la reproduccin total o parcial del libro, siempre y cuandosea sin nimo de lucro, se cite la autora original, el proyecto editorialque lo ha hecho posible y se mantenga esta nota. Para usos comercia-les se requiere la autorizacin de los editores.

    Los proyectos editoriales no coincide necesariamente con el punto devista expresado por los autores en este libro.

    Propuesta grfica: Diseo Nmada Jos Toribio 667 30 71 64

    Coedicin a cargo de:

    Ediciones Bajo Cerohttp://www.bajo-cero.orgInfo y pedidos: [email protected]

    Traficantes de Sueoshttp://traficantes.net/Info y pedidos: [email protected]

    ISBN: 84-96453-11-1Depsito legal:Edita: SKP

  • "A Paloma, con quien las palabras rezuman"

  • ndice

    Prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

    CMO HACER COSAS Y DESHACERLAS CON METFORAS

    Imaginario colectivo y anlisis metafrico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 La construccin retrica de la imagen pblica de la

    tecnociencia: impactos, invasiones y otras metforas . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 Las cuentecitas de los pobres. Crtica del saber culto

    y matemtica paradjica en el cante flamenco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Ser / No-ser y Yin / Yang / Tao. Dos maneras de nombrar:

    dos maneras de sentir, dos maneras de contar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 Espaa / Sociedad o la actualizacin ritual por los media

    del mito de Leviatn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145 Exterminios cotidianos, al pie de la letra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149 Los sentidos de los otros: otros sentidos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

    LA FABRICACIN CIENTFICA DE LA REALIDAD

    Las matemticas de la tribu europea. Un estudio de caso . . . . . . . . . . . 185 Del recto decir y del decir recto: dos invenciones

    geomtricas de lo natural. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205 Aula, laboratorio, despacho: los no-lugares del poder/saber global

    (o la meticulosa programacin de la impotencia y la ignorancia) . . 211 La ciencia, ese mito moderno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225 Sacralidad de la ciencia y metforas de pureza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239 El fundamentalismo cientfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247

    Bibliografa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267

  • Prlogo

    LA PIEDRA REPRIMIDA Y LA CUADRATURA DEL CRCULO

    Santiago Alba Rico

    Le dijo Caperucita al Lobo:Qu Grandes Valores tienes.

    Y el Lobo contest:Son para comerte mejor.

    En las primeras pginas de su obra El islam en la historiamundial, el olvidado historiador estadounidense MarshallHodgson escribe acerca de la visin occidental del mundo:

    Empecemos por los mapas. Pues incluso en los mapashemos encontrado una manera de expresar nuestrossentimientos. Dividimos el mundo entre lo que llama-mos continentes. En el hemisferio oriental, donde viventodava las cuatro quintas partes de la humanidad, se uti-lizan las mismas divisiones usadas por los occidentalesmedievales, a saber: Europa, Asia y frica. Sabemos queEuropa al oeste de Rusia incluye aproximadamente lamisma poblacin que la India histrica, constituida hoy

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  • por la India y Pakistn. Posee aproximadamente lamisma diversidad geogrfica, lingstica y cultural, yaproximadamente la misma superficie. Por qu Europaes considerada un continente y la India no? (...) Seguimosconsiderando Europa un continente porque nuestrosancestros culturales vivan ah. Y considerndola un con-tinente le concedemos un lugar desproporcionado enrelacin con su tamao, en cuanto que constituye unaparte subordinada de una unidad ms grande peroforma en s misma una de las principales partes delmundo.

    Analizando a continuacin los mapas del mundo msconsultados en EEUU, basados en la proyeccin de Mercator,Hodgson llama la atencin sobre la naturalidad con la quehemos acabado por aceptar no slo una divisin continentalarbitraria e interesada sino asimismo una escala que deformaen realidad las proporciones de los territorios:

    Lo que se puede objetar al mapa del mundo de Mercatorno es tanto que deforme la configuracin de Amrica delNorte ni que muestre Groenlandia tan grande; nuestraconcepcin de Groenlandia importa poco. Ms reveladores que muestre la India tan pequea, as como que empe-queezca Indonesia y frica. Yo llamo a este tipo de mapadel mundo proyeccin Jim Crow porque presenta aEuropa tan grande como a frica 1.

    Jim Crow, como sabemos, es el personaje de ficcin que,en la tradicin estadounidense, encarna los principios delracismo esclavista y de la superioridad blanca y anglosajona.Lo que Hodgson quiere insinuar es que en nuestra percep-

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    1.- Marshall G.S. Hodgson, LIslam dans lhistoire mondiale, Sindbad, Pars, 1974.

  • cin espontnea del espacio, cada vez que inscribimos nues-tro cuerpo en el territorio e imaginamos nuestra relacin conl a travs de la objetividad de los mapas, estamos en realidadordenando, jerarquizando, ontologizando o desontologizan-do los otros cuerpos y los otros territorios. Esta visin sueleser descalificada como etnocentrismo y constituye un rasgocomn a todos esos pueblos que la vieja antropologa llama-ba primitivos.

    Cuando a un indgena chamula de los cerros de Chiapas,en el sur de Mxico, se le pide que dibuje un mapa delmundo tras hacerle comprender la nocin misma demapa, coloca invariablemente en el centro la iglesia deSan Juan, ncleo de la religin y la cultura chamula, y a sualrededor, en crculos concntricos sucesivos cuyo tamaoy precisin disminuye con la distancia, los lugares cada vezms remotos que todava guardan alguna relacin con losintereses inmediatos de la comunidad: San Cristbal de lasCasas, Tuxla Gutirrez, Distrito Federal y los EstadosUnidos, un desierto informe y borroso, ya casi fuera de lapgina en blanco, donde nacen los coches. Slo por cor-tesa y sin saber nada acerca de su localizacin, acabaraceptando aadir una manchita al otro lado de un mar pro-celoso que ningn automvil puede cruzar: es nuestra viejay gran Europa.

    Entre la concepcin etnocntrica de los chamula y lanuestra no hay, por tanto, ninguna diferencia. Hay una. Losmapas chamulas estn trazados desde el cuerpo, esepequeo, reducido y superado metrn neoltico; contem-plan el mundo agarrados al suelo, encerrados en los lmitesinabarcables de su inmediatez emprica. Nosotros losmapas los trazamos desde el aire o, por as decirlo, desde eluniverso, con desapego universal, a partir de instrumentosseparados del cuerpo que transportan una visin aparente-mente sin centro y configuran desde la libertad un territorioms verdadero y ms manejable. El etnocentrismo chamula

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  • es explicable puesto que su centro es precisamente su etnia;el etnocentrismo occidental es menos disculpable puesOccidente lo que quiera que sea eso pretende tener sucentro fuera y contemplarse y contemplarlo todo desde lasestrellas. Al contrario que el garabato indgena, transparen-te en sus proporciones subjetivas, el mapamundi occidentaldetenta la autoridad impersonal de Nadie y de Todos, laincuestionabilidad de una mirada compartida por encimade las fronteras, las tradiciones y las culturas. El etnocentris-mo de nuestra tribu se mira el ombligo, por as decirlo, cien-tfica y racionalmente. El etnocentrismo de nuestra tribu esetnfugo, criptotnico, epistemocntrico.

    La cartografa se ha desarrollado, lo sabemos, a impul-sos del comercio y la conquista y su creciente precisin yfuncionalidad es inseparable de la expansin colonial, laexplotacin econmica y el imperialismo. Pero no es estoquizs lo ms grave. Un mapa puede ser utilizado para con-trolar un territorio, para bombardear una ciudad, para salirde una selva o para desenterrar un tesoro; su genealogalimita pero no se impone necesariamente en cada uso.Podemos quizs podremos liberar los mapas. La cues-tin es que el mapa mismo, y con independencia de su uti-lizacin, impone una mirada, una distancia, una sntesisvisual de acercamiento a los territorios y sus hombres. Ascomo la escritura tal y como bien explican Havelock oGoody inscribe la conciencia en un recinto en el que elobjeto-casa es siempre y desde el principio la palabra CASA(o HOUSE o MAISON); y la primaca iconogrfica hiperin-dustrial inscribe la conciencia en un recinto en el que elobjeto-casa es siempre y desde el principio el pictograma

    (con su chimenea y su tejado voladizo, incluso enMauritania o en Mongolia); de la misma manera, la percep-cin cartogrfica del espacio inscribe la conciencia en unrecinto en el que el territorio India es siempre y desde elprincipio el mapa

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  • y el territorio Bombay es siempre y desde el principio el plano

    Cuando un chamula viaja, por ejemplo, a San Cristbal deLas Casas su desplazamiento es horizontal y sincrnico: suvisin es contempornea de las cosas y la aparicin misma delas cosas es contempornea de su visin. Se mueve en unplano inmanente en el que tiene que enlazar trabajosamenteimpresiones sueltas a partir de un eje subjetivo amenazadopor el propio distanciamiento del centro. Cuando nosotrosviajamos a la India, en cambio, lo hacemos siempre en senti-do vertical y descendente. Desplazarse en nuestro caso essiempre descender, no slo cuando utilizamos el avin sinoporque inevitablemente nos dejamos caer desde un mapa. LaIndia y Bombay eran ya una propiedad mental nuestra, una

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  • unidad eidtica manejada y explorada muchas veces antes deemprender el viaje, y por lo tanto el recorrido es siempre dealguna manera eletico; ni nos distanciamos nunca del lugarde partida ni tenemos que hacer tampoco el esfuerzo demedirnos con el espacio. Sera muy ingenuo pensar que estapercepcin vertical y descendente del territorio, y la trascen-dencia a priori de esta visin, son ajenos a la seguridad delviajero occidental, a su indiferencia por los detalles y a suconsideracin un poco esquemtica de los nativos, tres ras-gos que, en condiciones de hegemona econmica y militar,acaban por desprender rutinariamente las figuras infamesdel funcionario colonial y del turista.

    En definitiva, si la cartografa est atrapada en un imagi-nario (y una ideologa) de conquista, nuestro imaginario (ynuestra ideologa) estn atrapados a su vez en una esponta-neidad cartogrfica. Tendremos que liberar los mapas, s,pero despus habr tambin que aprender a reprimirlos.

    O tomemos, por ejemplo, la geometra, una de las grandesmaravillas de la tribu europea. En un conocido texto, MichelSerres describa as su nacimiento y su jurisdiccin:

    He aqu que una cultura local, tan singular como cual-quier otra en sus particularidades, bloqueada entre la tie-rra y el mar, por algunas islas y orillas de Jonia, inventaeste universal, un buen da casi datable, a pesar o contrasus armas de bronce, sus dioses de piedra, su aristocrti-co filsofo, ya que all, precisamente, el universal parecenacer de una diferencia 2.

    Esta diferencia parece generar un lenguaje y un pensa-miento que no puede decirse griego, egipcio, babilonio, chino

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    2.- Michel Serrer, Les origines de la geometrie, Flammarion, Pars 1993.

  • o hind, un espacio de tal manera desatado de toda tierraconcreta que Plutarco poda llevarnos casi al xtasis en el libroVII de sus Moralia con su famossimo elogio de la geometra,la cual nos arranca de la sensacin a nosotros que estamosanclados en ella y nos hace volver hacia la naturaleza inteligi-ble e imperecedera:

    Pues bien contina Plutarco en todas las cienciasllamadas matemticas, como en pulidos y lisos espejos,aparecen huellas e imgenes de la verdad de las cosasinteligibles, pero sobre todo en la geometra, que es,segn Filolao, principio y metrpolis de las dems, elevay dirige la mente, como liberada y purificada de la sensa-cin. Por ello tambin el propio Platn reproch aEudoxo, Arquitas y Menecmo, que se empeaban en tras-ladar la duplicacin del cubo a medios instrumentales ymecnicos, como si intentaran tomar dos medias pro-porcionales, del modo que se pudiera, al margen de larazn; pues as se perda y destrua el bien de la geome-tra, que regresaba de nuevo a las cosas sensibles y no sediriga hacia arriba, ni se apoderaba de las imgeneseternas e incorpreas, en cuya presencia el dios es siem-pre dios 3.

    El salto de la tierra concreta (la de los antepasados, la deltrabajo penoso y la disputa violenta) a la tierra de todos, ques? Qu tierra mide realmente la geometra? En el pasaje deSerres esta elevacin se produce contra las armas de bronce ylos dioses de piedra y aqu el trmino contra puede entender-se de dos maneras. La geometra, como la ciencia en general,se configurara y avanzara al modo bachelardiano, en oposi-

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    3.- Plutarco, Moralia, Charlas de sobremesa, Libro VII, Cuestin Segunda, EditorialGredos, Madrid 1987 (Traduccin de Francisco Martn Garca).

  • cin a las trampas de la psicologa y a las opacidades socialesy combatiendo, al mismo tiempo, los errores enquistados ensu progreso interno: contra el cerebro, dira Bachelard, y con-tra la cultura. Pero este contra de Serres puede entendersetambin en el sentido de que la geometra, como las otrasciencias, reprime y sublima, y se esconde a s misma, suanclaje en la arena, el hilo que la retiene en la roca, el bordeinquietante del casco y de la piedra. La geometra, es la tierrasuperada o la tierra reprimida? La posicin de Serres comola del propio Lizcano en estas pginas es sin duda esta lti-ma y ella exige tirar de la cuerda, nombrar los lastres, desve-lar el nudo gentico que vincula la geometra a la agrimensu-ra, a la delimitacin de un terreno, a la apropiacin de unterritorio y, en definitiva, a un conflicto de lindes. En el mismodilogo de Plutarco en el que el platnico Tindares ha defen-dido la pureza universal de la geometra, su amante Florodesliza de repente el ofidio del poder las necesidades delbuen gobierno al recordar que Licurgo, el mtico legisladorde Esparta, desterr de Lacedemonia la proporcin aritmti-ca por ser democrtica y populachera e introdujo la geome-tra, que conviene a una oligarqua prudente y a una realezalegtima. Una geometra de las clases altas? La geometracomo regla de reparto y sustancia de un equilibrio jerrquico?La universalidad como eficacia suprema de la particulari-dad, el inters, la diferencia hegemnica? Black Elk, el siouxoglala al que cita Lizcano en uno de los textos de este libro, noduda en asociar la derrota de su pueblo frente al colonialismoblanco al poder mortal de la lnea recta y a su necesidad decuadrar el universo.

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    Como en el caso de la cartografa, no se puede separartampoco la geometra del poder y la conquista. Pero no esesto lo ms grave. La geometra puede servir para corregir la

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  • trayectoria de un proyectil, para asegurar la estructura de unpuente, para controlar minuciosamente todos los movimien-tos desde el aire (SPG) o para localizar una estrella. Podemosquizs podremos liberar las hipotenusas y los ngulos. Lacuestin no es tanto si la geometra reprime un imaginarioagrcola, primitivo y agonstico cuyas metforas muertaszapan en secreto sus ilusiones de universalidad; ms preocu-pante es el hecho de que esta ilusin de universalidad presi-da el imaginario vivo con el que la tribu occidental abordacotidianamente los territorios y los hombres. Si la geometraest atrapada en una tierra reprimida, nuestra concienciaest atrapada en una espontaneidad geomtrica. Frente alindio Black Elk, Lizcano cita a los matemticos Davis yHersch: la idea de lnea recta est intuitivamente enraizadaen las imaginaciones cinestsicas y visuales. Sentimos ennuestros msculos lo que es ir derechos al objetivo, vemoscon nuestros ojos si alguien va recto. La interaccin de estasdos intuiciones sensoriales da a la nocin de lnea recta unasolidez tal que nos capacita para manejarla mentalmentecomo si fuera un objeto fsico real que manejamos con lamano. Cuando un nio ha crecido hasta hacerse filsofo, elconcepto de lnea recta se ha hecho una parte tan intrnsecay fundamental de su pensamiento que puede creerlo unaForma Eterna, un elemento del Divino Mundo de las Ideasque recuerda de antes de nacer. Los sioux nacan en la tierray sus sinuosidades; los occidentales nacemos en una plantillao en una cuadrcula, trazada con cartabn y escuadra,

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  • desde la que contemplamos naturalmente la naturaleza,incluido nuestro propio cuerpo, como un artificio, como unacreacin de la mente humana, como un diseo tecnolgico apartir de los principios de la mecnica y la geometra. Nuestrageometra es quizs ilusoria, pero nuestras ilusiones son geo-mtricas. Este imaginario rectilneo, como nuestro imagina-rio cartogrfico, no deja fuera un imaginario ms autntico uoriginal, ms primitivo y amenazante; lo que deja fuera es elmundo mismo; deja fuera el hecho mismo de que el mundoest inclinado. Reducida a paisaje, yaciente en su eidticaarticulacin de planos y secantes, tendremos que sorprenderla naturaleza en una hora crepuscular y desde un cerro, en undeliquio sartreano, para sentir el equivalente horizontal delvrtigo: el horizntigo de la anchura sinuosa, el mareo repen-tino para una subjetividad plutarquiana de la irregulari-dad, la ondulacin, la imprecisin, la liquidez ptrea de lasuperficie terrestre. Reducida al pictograma suizo (con su chi-menea rectilnea y su tejado en ngulo), tendremos que vol-ver al adobe y a la paja, resignados a un terreno estriado, paracomprender que la arquitectura es aproximacin, solapa-miento, inclinacin, amontonamiento frgil de materialesmal encajados. Vivimos siempre en un all a punto de desmo-ronarse: una casa. Una catedral est siempre a punto de des-plomarse durante mil aos y por eso es bella: porque est enpeligro muchos ms aos que una choza. La arquitecturamoderna, al sustituir la piedra por el acero, induce la ilusinde una geometra sin races, pero la imprecisin y la irregula-ridad slo desaparecen de la mirada: instaladas en la tierrasin decirlo, el peligro de su cada no ha sido conjurado; senci-llamente hemos olvidado esa fragilidad original cuyo recuer-do material llamamos belleza (y que ya slo permanece en laschozas y chabolas, proyectos trgicos de una catedral mutila-da). De la misma manera, reducido a una obra de ingenieraen la que el mdico omnipotente siempre puede intervenirpara corregir un fallo de mecnica, tendremos que esperar un

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  • improbable relmpago de la imaginacin para experimentarla vulnerabilidad de nuestro cuerpo y su inexorable clinamende destruccin: cuando caminamos, deca Kafka, olvida-mos que en realidad estamos cayendo. Esta cenestesia geo-mtrica de la tribu occidental compromete nuestra relacincon la historia, con el tiempo y con la vida, naturalizando dealgn modo la evidencia de un progreso lineal y la ilusinde la propia inmortalidad, dos ideas que, bajo un rgimen deproduccin capitalista de mercancas, se han revelado extra-ordinariamente catastrficas, especialmente para las otrastribus y pueblos de la tierra. Si nuestra geometra es imagina-ria (e ideolgica), nuestro imaginario y nuestra ideologa songeomtricos. Lo malo no es la universalidad de la ciencia sinola de las creencias; lo malo no es la objetividad de la cienciasino la cientificacin de la subjetividad. Cuando liberemoslos ngulos y las hipotenusas, prisioneras de los clculos delPentgono, an habr que reprimirlas para que no nos esca-moteen la ondulacin; es decir, la independencia ontolgicade las montaas, los cuerpos y las casas.

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    Hasta aqu he venido prolongando, ms que prologando,los brillantsimos y estimulantes textos que componen estelibro y no pondr ya muchas ms vallas en su umbral.Mediante dos ejemplos he querido insistir en la idea de que,si la ciencia est lastrada de lapsus inscritos en un imagina-rio activamente social y antropolgicamente primitivo,nuestro espontneo imaginario social aborda las cosas y loshombres a partir de imgenes cientficas: la raz cuadradade las matemticas, metfora muerta de un mundo campe-sino, como nos recuerda Lizcano, es respondida del otro ladopor todas esa metforas vivas de la informtica, la tecnolo-ga, la contabilidad, la economa, mediante las que ordena-mos, activamos y jerarquizamos nuestras relaciones en el

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  • mundo. Nuestra ciencia es imaginaria y nuestro imaginarioes cientfico? Pensamos con los talones y sentimos desde lasnubes? Nuestros universales son gravilla reprimida y nues-tras sensaciones silogismos industriales? Emmnuel Lizcanoafirma y explora ambas direcciones con un talento que estanto ms polmico cuanto que a veces raya el lirismo (comoen el anlisis de la epistemologa flamenca de las letras delcante popular) y tanto ms provocativo cuanto que no aban-dona jams una cierta sobriedad rigurosa y acadmica: laintuicin vivazmente poltica que preside sus reflexiones habuscado y encontrado los datos y los argumentos que le per-miten tenerse en pie e interpelar y sacudir el solipsismo arro-gante de la Academia. En este sentido, la parte ms brillantede este libro es tambin, a mi juicio, la ms discutible. La his-toria, la economa, la cartografa, el orientalismo, la geome-tra y hasta la fsica, todas las disciplinas han venido siendodesmontadas a lo largo de los ltimos cien aos por el aza-dn de la sospecha, que ha desenterrado sin parar en sus fili-granas encontrando, en efecto, tierra luchas de clases,voluntad de poder, construcciones de dominio, interesesancestrales. Pero nadie, o casi nadie, se haba atrevido conlas matemticas, cuya pureza y autonoma y validez uni-versal parecan a cubierto de todo araazo. Pues bien, esoes lo que hace Emmnuel Lizcano en Las matemticas de latribu europea, una sutil y desafiante muestra de etno-episte-mologa en la que osa tomarse en serio esta hiptesis fuer-te: Las matemticas, lo que suele entenderse como mate-mticas, pueden pensarse como el desarrollo de una serie deformalismos caractersticos de la peculiar manera de enten-der el mundo de cierta tribu europea. Por ser sus primerospracticantes habitantes de ciudades o burgos podramos lla-marles la tribu burguesa. Y a sus matemticas matemti-cas burguesas. Estas matemticas burguesas en las quetodos (tal vez slo casi todos) hemos sido socializados refle-jan un modo muy particular de percibir el espacio y el tiem-

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  • po, de clasificar y ordenar el mundo, de concebir lo que seconsidera posible y lo que se considera imposible. El presu-puesto de Lizcano impugna la posibilidad de un lenguaje oun pensamiento como el de la geometra plutarquianaque no pueda decirse griego, egipcio, babilonio, chino ohind. De hecho, su exploracin de la matemtica y la cul-tura china, que ha investigado y expone de un modo extraor-dinariamente seductor, le sirve sobre todo, como aMontesquieu la Persia un poco imaginaria de Usbek, parasubrayar el carcter tribal de los conceptos bsicos de laciencia occidental, para localizar su pretendida universali-dad en un concreto imaginario antropolgico y para final-mente denunciar esa universalidad por sus efectos parti-cularmente destructivos para los dems. Creo que Lizcanoestara de acuerdo con la sentencia brutal del propio MichelSerres, quien en otra de sus obras afirma sin demasiadosrodeos: La razn que produce lo universal y las matemticasglobales procede del poder, la crueldad y la muerte. Es unarazn difcil y vana, cubre la tierra de cadveres y se propagacomo la peste 4. La razn occidental es tan china como lachina, pero adems es ms injusta y peligrosa, ms imperia-lista y ms contagiosa desde su mismo nacimiento.

    Es difcil llegar a sentirse incmodo por una va ms pla-centera e intelectualmente poderosa que la que proponeLizcano: incmodos cuando tiene razn e incmodos cuandoa mi juicio no la tiene. Porque Lizcano, para denunciarlas aporas a veces mortales de la Ilustracin, no puededejar de revelar tambin las aporas tambin a veces mor-tales del relativismo postmoderno, incluso en su versinhonrada y belicosamente izquierdista y anti-imperialista. Ellibro de Emmnuel Lizcano se inscribe en un horizonte de

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    4.- Michel Serres, El nacimiento de la fsica en el texto de Lucrecia (Caudales y turbu-lencias), Editorial Pre-Textos, Valencia 1994 (Traduccin de Jos Luis Pardo).

  • inconformismo terico que comparto plenamente, acometecon sorprendente brillantez la crtica de todas esas falsas evi-dencias que alimentan el nihilismo cultural de Occidente ynos propina datos y reflexiones que no pueden dejar de des-colocar y desordenar nuestras cabezas lo que hoy es indis-pensable en el camino de la simple supervivencia, pero voya aprovechar el carcter un poco domstico y amical de estapublicacin para acabar con algunas preguntas ingenuas quequizs sirvan para abonar y multiplicar futuros libros delautor, tan bellos y necesarios como ste.

    Lizcano concluye de algn modo sus luminosos recorridoscon estas palabras: La nica objetividad es la de deconstruirla subjetividad y decir cmo se ha llegado hasta ah. Pero estaltima astilla de objetividad paradjica, obra de demolicin,no es tambin una especificidad occidental, uno de los rasgoscrepusculares de la tribu europea? No es el ltimo paso deuna Razn Universal hegeliana que se autodestruye desdedentro y se disuelve antihegelianamente en la historia? El rela-tivismo, no es precisamente el ltimo paso de la universali-dad? No es el colofn de ese narcisismo de la Razn occiden-tal denunciado y culminado por la postmodernidad? No esadems el ejercicio exclusivo tambin como la matemticaburguesa denostada por Lizcano de una lite urbana y occi-dental y se sostiene en el mismo poder material, militar eimperialista que los valores universales de la Ilustracin? Noes la misma clase social que antes absolutizaba la que ahorarelativiza? Y este relativismo, no nos desarma, en trminos deintervencin poltica objetiva, frente a los irracionalismoslocales o exteriores de nuestra tribu o de las otras tribusque gana terreno, desde las instituciones y desde el terroris-mo, a nivel planetario?

    Con arreglo a esta definicin de objetividad y una vezcumplida su obra de socavamiento e introspeccin liberado-ra, qu haremos con las Facultades de Matemticas? O msimportante: cmo nos pondremos de acuerdo? Qu poltica

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  • haremos? Qu nos ensean las matemticas yoruba pon-gamos aparte del hecho de que las nuestras son tan yoru-ba como las suyas? Qu nos ensearemos los unos a losotros una vez hayamos acabado de ensearnos la invalidez denuestras enseanzas? Ensearemos los secretos de nuestroimaginario, la paideia inconsciente de la tribu? Pero un imagi-nario autoconsciente, ser capaz de crear algo, de producir laepistemologa popular del flamenco, las canciones delCamarn en Espaa y las de Um Kulzum en Egipto?

    Todas las matemticas son iguales y por lo tanto las occi-dentales son tambin chinas, son tambin un cuentochino? Son las dos igualmente irracionales, imaginarias ypor lo tanto igualmente instrumentos imperialistas de con-quista? O las matemticas chinas son superiores y no por-que sean ms racionales sino precisamente porque son msimaginarias o, ms exactamente, porque el imaginario chino,all donde la razn es siempre imaginaria, es superior al grie-go? Con qu criterio comparamos axiolgicamente dos ima-ginarios sociales diferentes? Es la clase o la tribu la que con-figura un imaginario dominante? La clase burguesa slo pro-duce burguesa? El lenguaje slo transporta metforas? Lahistoria slo genera ms historia como las hormigas slogeneran ms hormigas?

    A muchas de estas preguntas responde Lizcano en laspginas que siguen, sin pretender agotar el problema y amenudo, como debe hacer un verdadero pensador, ms bienenredando adicionalmente los hilos. Ojal nos enredemostodos y juntos un poco ms despus de leerlo y contra el hori-zonte comn, que aqu aprendemos a nombrar y a desnudaren sus lapsus tramposos y en sus dagas socapadas, de unatribu an sin civilizar que, en nombre de la Ciencia, la Razn,la Universalidad y la Democracia, con sus mapas precisos ysus lentes perfectas, est a punto de unificar a todos los hom-bres, por encima de sus diferencias culturales, en un univer-sal de destruccin definitiva.

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  • Prefacio

    Cuando Ediciones Bajo Cero me sugiri reunir en un libroartculos, conferencias, ponencias dispersos en las msvariadas publicaciones (diarios, revistas, boletines de comba-te, actas de congresos), elaborados en pocas tan distantes(ms de veinte aos separan a algunos de ellos), registradosen diversos tipos de soporte (electrnico, papel, cintas deaudio) y dirigidos a pblicos bien distintos (matemticos,ingenieros, socilogos, comunidades indgenas, militantesvarios, grupos de debate, navegantes curiosos) no pude dejarde sentir una mezcla de orgullo e incomodidad.

    Incomodidad porque, a primera vista, se me antojaba unatarea des-comunal. Habra algo en comn bajo tan dispara-tada diversidad? Al cabo, la pregunta era casi existencial,sera yo mismo algo ms que un conjunto de retales (retalesideolgicos, lingsticos, amorosos, intelectuales) ensambla-dos con mayor o menor destreza? Tras releerlo todo, inclusolo que haba olvidado que haba escrito alguna vez, por fortu-na pude contestarme que s, que esa comunidad con los quefui exista. Slo entonces ca en lo que los editores ya habancado: ah haba un libro. Acababa por esos das de ver Quhacer en caso de incendio? de Gregor Schnitzler (la respues-ta aparece al final: Dejarlo arder!). En cierto momento de lapelcula, uno de los integrantes del grupo anarco ya dispersotras tantos aos le contesta al poli que les haba retomado la

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  • pista despus de todo ese tiempo y que ya estaba tan macha-cado como l mismo: Tienes razn, madero. Los frentes yano estn a la derecha o a la izquierda de la barricada. Sinoentre los que triunfan y el par de idiotas fieles a s mismos.Descubr que soy uno de esos dos idiotas. El otro, improbablelector, seguramente eres t mismo.

    Junto a la incomodidad, el orgullo se deba a que el intersde los editores acaso fuera un indicio de algo que se ha con-vertido para m en un autntico desafo: hablar un lenguaje ala vez riguroso, vivo y comprensible tanto por las varias parro-quias acadmicas como por cualquiera que hable un lengua-je ordinario. Tras no poco esfuerzo, y pese a tantos aos deescolarizacin y domesticaciones corporativas (matemtico,filsofo, socilogo), parece que voy consiguiendo hablar unlenguaje corriente y moliente. Eso, que para algunos cadavez menos es tan natural, para m sigue siendo un inmensoempeo, aunque tambin una fuente de los ms deliciososdescubrimientos: la lengua materna, sa que an bulle y bal-bucea en cada uno, tras las corazas incorporadas de tantajerga muerta y mortfera que nadie aprendi de madrealguna sino de los ms variados padres que nos han ido disci-plinando: jergas de profesores, de expertos, de militantes, deperiodistas y polticos Por fortuna, el lenguaje comn es delo poco que an compartimos, al menos mientras siga resis-tiendo a las progresivas y progresistas privatizaciones decada uno de esos grupos privados, al menos mientras analborote bajo tanto lenguaje de madera como se nos imponegratuita y obligatoriamente a modo de nico lenguaje dela verdad.

    El libro se urde en torno a dos asuntos, que a la postre nosern sino uno: a) Qu nos hacen hacer y decir y qu nosimpiden hacer y decir las metforas sin que nos demoscuenta de ello, b) Qu papel juega la ciencia en la constitu-cin y legitimacin del actual orden de cosas y en la destruc-cin y deslegitimacin de otros rdenes posibles. De un lado,

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  • en Cmo hacer cosas y deshacerlas con metforas seagrupan los textos que atienden (algunos an sin saberlo enel momento de haber sido escritos) a la centralidad de lametfora a la hora de ahormar nuestras emociones y nuestropensamiento, desde el ms cotidiano hasta el ms tcnico opoltico. Creemos estar expresndonos libremente y estamosdiciendo lo que la estructura de nuestra lengua y la multitudde metforas que la habitan (que nos habitan) nos obligan adecir. Por eso deca Barthes que la lengua no es de derechas nide izquierdas, sino simplemente fascista. Pero igual que lasmetforas dan a las cosas y situaciones una consistenciarobusta que en ningn modo est en las cosas mismas, bastacon alterar y subvertir las metforas imperantes para queempiecen a esbozarse otras cosas y situaciones, posibles aun-que antes inimaginables. Y basta que las nuevas metforas seextiendan y se vayan incorporando al lenguaje para empezara habitar en otro mundo. Otro mundo, ciertamente, tan ficti-cio pero tambin tan real como ste, aunque seguramen-te ms nuestro. No otra cosa hicieron aquellos burgueses ilus-trados con metforas entonces tan disparatadas como lavoluntad de la mayora, los hechos hablan por s mismos,un pas atrasado, perder el tiempo o tener razn. Bastcon que la que entonces era una nfima minora en Europa(no digamos en el planeta) las concibiera y extendiera a gol-pes de can, de escuela, de evangelizacin en la nueva fe enel progreso cientfico y moral y, ms recientemente, a golpesde ayuda al desarrollo y de imgenes televisivas para quehoy hayan adquirido en casi todo el planeta la maciza fir-meza de hechos puros y duros. Pero esa solidez es ilusoria,es slo el estado actual de un proceso de con-solidacin, deprogresiva solidificacin por su acogida y uso comunes. Loque aqu se propone es aprender a pensar algunas de lasmetforas que nos piensan. Pero no slo eso, tambin seexploran caminos y herramientas para liquidarlas, para licuarsu aparente solidez y para refundir esos flujos en nuevos

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  • slidos y renovadas solidaridades (o acaso para abandonarlosa su fluir y dejarse llevar gozosamente por ellos).

    De otro lado, la rbrica La fabricacin cientfica de la reali-dadrene textos en los que se explora el poder de eso que llamanla ciencia para construir una realidad que luego, en una incesan-te reinvencin orwelliana de su historia, dice haber descubierto.Aunque los ejemplos se salpican de unas ciencias y de otras, es susupuesto mtodo y el lenguaje que todas tienen como ideal, ellenguaje matemtico, el que centra nuestra atencin pues sobreellos se apoya el papel ideolgico que, en sustitucin del que jugla religin entre nosotros, juega la ciencia en nuestros das. Que elideal de la experimentacin cientfica haya producido segura-mente la mayor mortandad en la historia de la humanidad (comomuestra el caso de la muy probable fabricacin cientfica del Sidaen los experimentos de vacunacin tambin gratuita y obliga-toria de la poblacin congolea contra la polio en los aos cin-cuenta y la muralla de silencio y olvido levantada en torno a ellopor la comunidad cientfica) sera casi slo una ancdota si nofuera porque es el mismo ideal que viene legitimando a losgobiernos de los ms diferentes signos a tratar a sus poblacionescomo material de laboratorio que siempre por su bien, eviden-temente pueden modelar, extirpar o transplantar a su antojo ennombre de la salud del cuerpo social. El trasplante de millonesde campesinos por los comunistas chinos para la faranica cons-truccin del embalse de las Tres Gargantas, la experimentacincientfica con material judo en la Alemania nazi, el unnimeacoso por los demcratas espaoles a millones de ciudadanos aquienes gusta fumar y que sbitamente se perciben como malasyerbas que hay que extirpar del jardn nacional, o la reciente sen-tencia por los tribunales norteamericanos de cul sea la autnti-ca teora cientfica sobre la evolucin que todos los nios del pasdebern repetir como papagayos en las escuelas son slo algunosejemplos tomados ms o menos al azar. Z. Bauman ha estu-diado con una inslita lucidez esta imbricacin profunda entreciencia y dominio.

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  • Pero, como adverta antes, tanto el estudio de las metfo-ras que nos piensan como el del papel directamente polticoe ideolgico alcanzado por el fundamentalismo cientfico seresuelven al cabo en un mismo asunto. La consolidacin deciertas metforas es fundamental para el mantenimiento dela creencia en que las cosas son como son y no de otramanera (o sea, no segn otras metforas), pero es precisa-mente la fe en la ciencia la que permite establecer tajante-mente ese cmo son las cosas y deslegitimar, en consecuen-cia, como superchera, atraso, utopa o delirio cualesquieraotras potencialidades que puedan alterar o que vienen con-siguiendo escapar de el actual estado de las cosas. Por eso,muchas de las metforas consideradas en la primera partepertenecen al campo de las ficciones que las matemticas ylas diversas ciencias han consagrado como realidades incues-tionables, rotundas y objetivas, mientras que, en la segundaparte, la exploracin de cmo la ciencia aniquila las singula-ridades y ahorma las sensibilidades para disponerlas a lanecesidad de sumisin a leyes necesarias y universales (seanlas leyes del mercado, del estado o de la biologa) encuentraen el desenmascaramiento de algunas de sus metforas cen-trales una herramienta bien fructfera.

    La disolucin de toda seguridad absoluta que se sigue deesa corrosin de los mitos originales de nuestra tribu sueledenunciarse como una cada en el relativismo que nos inca-pacita tanto para emitir juicios 1 como para tomar decisiones.Aunque un Prefacio no es el lugar, ni ofrece la extensin, que

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    1.- Cuntas veces he tenido que responder a la interpelacin: Si ni las matemticasson verdaderas y universales, entonces t eres partidario de las ablaciones de cltoris,no? Al parecer, a muchos este fantstico silogismo (o alguna de sus variantes) se leshace con la misma naturalidad con la que, dicen, los cuerpos pesados caen hacia abajo.Qu mentes se estn forjando en nuestras escuelas que, de slo intuir la liberacin delyugo de la necesidad (aunque sea esa necesidad tan abstracta que inculcan las matem-ticas), la necesidad que primero se les viene a la cabeza para sustituirla es la de cortarleel cltoris a la primera que pillen?

    Kunda Luna

  • el asunto merece, permtanseme un par de observaciones. Sehabla de caer en el relativismo o de deslizarse hacia posturasrelativistas igual que hasta no hace mucho se hablaba decaer en la tentacin o de deslizarse hacia el pecado. Se supo-ne que algo cae o se desliza hacia abajo, un abajo que ennuestro imaginario es el lugar del mal y del peligro, el lugarque corresponde a los bajos instintos, a la economa sumergi-da, a quien se encuentra hundido o a los bajos fondos de lasociedad. El relativismo es el mal (el mal epistemolgico, elmal poltico, el mal moral). Ya deca Nietzsche que, entrenosotros, la verdad (o la creencia en ella, que viene a ser lomismo) ha sustituido el nombre de Dios. Las habituales con-denas del relativismo son la actual versin cientfica de laeterna persecucin religiosa (salvo la condena con la queRatzinger inaugur su actual papado, que al menos tuvo elvalor de no enmascararla). Y llevan implcita la demanda, nomenos religiosa, de alguna forma de criterio absoluto,demanda que evidentemente hoy slo puede satisfacer laciencia.

    Sin algn criterio absoluto se dice, especialmente desdela izquierda, tan especialmente absolutista ella en qubasar nuestras luchas? cmo fundamentar nuestras conde-nas? en qu criterios cimentar las comparaciones y en culesasentar nuestras decisiones a favor de una cosa y en contra deotra? en base a qu podemos llegar a acuerdos entre noso-tros? Evidentemente, la creencia en una verdad absoluta, enuna verdad tajante que nos permita cargarnos de razn, solu-ciona radicalmente estas cuestiones. Que yo sepa, todas lassalvajadas modernas se han hecho precisamente en nombrede esa verdad, por regmenes y gobiernos (nacional-socialis-tas, comunistas o democrticos, de esos que se forman pormayoras aplastantes) que, cargados de razn, no han duda-do lo ms mnimo en destruir poblaciones enteras de mane-ra tan tajante como la verdad con la que haban llenado suscrceles y cargado sus aviones. Que yo sepa, hasta el momen-

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  • to ningn escptico o relativista ha protagonizado desmanessemejantes, ni se me ocurre en qu pudiera fundamentarlos.Porque sa es otra. Aunque quiz no sea otra, sino la clave, oal menos una clave. Qu necesidad hay de que las luchasestn basadas, las condenas fundamentadas, las comparacio-nes cimentadas, las decisiones asentadas? De dnde vieneesa compulsin tectnica por pisar tierra tan firme? No bas-tara el puro porques? no es suficiente razn para condenaruna cosa y apostar por otra el que as me gusta y as lo quiero?O ms precisamente: el que as nos gusta y as lo queremos lagente que a m me gusta y a la que yo quiero 2. Por lo dems,no en otra cosa se han basado los distintos absolutismos(racionalismos, materialismos, idealismos, realismos y otrosismos varios), aunque despus vengan a disimular sus apues-tas irracionales con razones de peso, pruebas fe-hacientes yprincipios inamovibles que siempre se construyen a toropasado y adecuados a la ocasin y a las preferencias de cadauno.

    En cuanto a las bases sobre las que llegar a acuerdos, ennombre de qu hay que privilegiar la razn y la verdad que, sesupone, la razn nos demuestra? Aqul a quien se con-venzanunca ser un a-cordado sino un vencido, por mucho conque le pongamos. Ser alguien a quien hayamos dejado ya sinrazones y que as, desvalido, acceder a con-venir con el restocon el mismo rostro de abatimiento con se entrega el derro-tado. Es casualidad que el rgimen poltico racional por

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    2.- En lengua maya tojolabal esto sera bastante ms fcil de decir. La primera for-mulacin, en castellano y en cualquier lengua indoeuropea, peca de voluntarismo indi-vidualista, pues el yo se pone como sujeto absoluto. En la segunda me veo obligado a unlargo circunloquio en el que, no obstante, debo aadir un yo desgajado nuevamente delnosotros en el que se incluye. La variedad de sujetos que ofrece el tojolabal abarca untipo en el que cabe un nosotros del que un sujeto singular forma parte explcita. As, p.e.,la responsabilidad del dao causado por un miembro de la comunidad puede imputar-se a un l/nosotros que tambin apunta al grupo cuando seala al delincuente.Obviamente, el hablante tojolabal no construye crceles.

  • excelencia, la democracia, se muestra en todo su esplendorcuando unas elecciones se ganan por mayora aplastante o,como tambin se dice, por abrumadora mayora? El acuer-do democrtico, como el acuerdo racional, slo son posi-bles cuando alguien queda aplastado o abrumado. Y es que,propiamente, no son acuerdos sino victorias blicas enmas-caradas. A a-cuerdos (del latn cor, cordis = corazn) slopuede llegarse, literalmente, con el corazn, no con unarazn concebida para esgrimir verdades. Por eso el acuerdoslo es posible con-versando. Y conversar es muy distinto desi no opuesto a convencer. En la conversacin las razonesse conjugan con los sentimientos y los deseos, mientras queen la conviccin las primeras abaten a los segundos; en lacon-versacin hay un flujo en mltiples sentidos por el quevarios vierten en un cierto 3 punto de encuentro, mientrasque el flujo de la conviccin es unidireccional: la razn slofluye del convencido al convincente, hasta que ste, cualvampiro mental, se queda con toda cuando, al fin, el otroconcede: Es verdad, tenas toda la razn!. Por lo dems,para quien, pese a todo, precise de razones, me remito aToms Ibez, que entre nosotros ha argumentado poderosay minuciosamente sobre la ventaja tica, poltica y epistemo-lgica del relativismo. En cualquier caso, tampoco acabo yode verme en esto de defender el relativismo, cuando no setrata sino de un descalificativo ms eso s, el descalificativode moda en la ya histrica lista de descalificaciones quehan/hemos sufrido los an-arcos por no humillar la cabezabajo dominio alguno y, en particular, bajo el tribunal de larazn o bajo la ristra de sucesivas verdades absolutas que lapropia historia se ha encargado de ir desmintiendo una por

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    3.- Y ese cierto entonces tiene tanto la indeterminacin del artculo (un cierto)como la determinacin de la certeza lograda, no por sumisin a verdad alguna que seimpone desde fuera, sino por la determinacin misma de los charlantes que han con-venido en lo que quieren dar por cierto.

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  • una. El relativismo, como el aire, lo doy por su-puesto. Lostextos aqu reunidos van bastante ms all, o al menos eso hepretendido. Juzgue el lector.

    He procurado, y conseguido casi siempre, vencer la tenta-cin de retocar y actualizar los textos aqu incluidos. En losque nacieron de la escritura, tan slo he actualizado algunareferencia bibliogrfica y, en ocasiones, aadido algunos sub-ttulos interiores que pautaran la lectura. En los de proceden-cia oral, he corregido adems, salvo mencin explcita, cier-tos sesgos que en la versin escrita perdan todo sentido(decticos, agradecimientos, etc.). S he suprimido algunasreiteraciones, aunque he mantenido otras pues, al cambiar laperspectiva por modificar el asunto del que versa el artculo,la misma exposicin o el mismo ejemplo se ofrecen a la vistacon perfiles y tonos distintos. Cada epgrafe puede leerse deforma independiente, si bien, en notas a pie de pgina, sesugieren posibles cruces, derivaciones o ms amplios desa-rrollos de unos u otros puntos. La lista de agradecimientossera interminable; cuanto aqu se cuenta es fruto de innume-rables conversaciones, con muchos vivos y no menos muer-tos, entre ellos mi padre, en quien slo ahora lo s reco-nozco a mi mayor maestro. Ah! y gracias a Tor, sin cuyo entu-siasmo e inters nunca hubiera yo vencido la pereza contra lacual ha sido posible este libro.

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  • CMO HACER COSASY DESHACERLAS

    CON METFORAS

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    Imaginario colectivo y anlisis metafrico *

    El mayor hechicero (escribe memorablementeNovalis) sera el que hechizara hasta el punto de tomarsus propias fantasmagoras por apariciones autno-mas. No sera este nuestro caso? Yo conjeturo que ases. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en noso-tros) hemos soado el mundo. Lo hemos soado resis-tente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firmeen el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectu-ra tenues y eternos resquicios de sinrazn para saberque es falso. (J.L. Borges)

    Aunque sea trmino de acuacin reciente, lo imaginarioo con mayor precisin, su apreciacin explcita en la vidacolectiva ha venido sufriendo a lo largo de la historia unpermanente vaivn de reconocimientos, o incluso exaltacio-nes, y ninguneos, cuando no rechazos y persecuciones. En elllamado Occidente, el primer rechazo aparece con el tpicoy mtico milagro griego, segn el cual el logos habra

    * Conferencia inaugural del I Congreso Internacional de Estudios sobre Imaginario yHorizontes Culturales, Cuernavaca, Mxico, pronunciada el 6 de mayo de 2003. Publicadaen Ana M Morales (ed.), Territorios ilimitados, Ed. Oro de la Noche, Univ. AutnomaMetropolitana y Univ. Autnoma del Estado de Morelos, Mxico, 2003, pp. 3-26.

  • reemplazado al mythos. Aunque posiblemente, como apuntaAntonio Machado (1973: 60), no fuera la razn, sino la fe en larazn, la que sustituy en Grecia la fe en los dioses, lo ciertoes que all, por vez primera, el mito de la razn ocup el lugarque habitaban las razones del mito. La descomposicin de laGrecia clsica dara paso, siglos ms tarde, a esa eclosin delimaginario popular medieval que tan acertadamente ha des-crito, entre otros, Mijail Bajtin (1987). Posteriormente, alRenacimiento del intelectualismo griego y a los nacimientosparalelos del puritanismo iconoclasta protestante y de laciencia moderna (nacimiento ste, por cierto, tan mticocomo cualquier otro) 1, se contrapuso esa exuberancia deimgenes y ficciones que todos reconocemos en el barroco.Sofocado ste, a su vez, por las Luces de una Razn de nuevoconvertida en diosa por la burguesa ilustrada, los poderes delo imaginario aflorarn con renovada pujanza en el romanti-cismo, con su sospecha hacia la racionalidad cientfica abs-tracta y su exaltacin de lo emocional y telrico. Para acabarllegando as a nuestros das, en que, a partir de los aos 70, lallamada posmodernidad pone en tela de juicio todos los tpi-cos modernos y ensalza, una vez ms, la virtud de la represen-tacin sobre lo representado, de lo virtual sobre lo que setiene por real, de los sueos sobre ese sueo acartonado quesera la razn en vigilia, vigilante.

    Esta historia apresurada sita el inters por lo imaginarioms all de una posible moda, como tantas otras que nos hanquerido convocar en torno a nociones que apenas han sobre-vivido unos pocos aos. La centralidad del inters por lo ima-ginario en nuestros das es anloga a la que siempre ha ocu-pado en otras culturas y semejante a la que, en la cultura occi-dental, ocup en la Edad Media, en el barroco o en el roman-ticismo. Pero a diferencia de su eclosin medieval y barroca,

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    1.- Vase, p.e., David F. Noble (1999).

  • en que tal irrupcin se agot en su mero manifestarse, sta deahora hace de esa manifestacin objeto de reflexin y estu-dio. Ciertamente, ya lo hizo tambin el romanticismo, aun-que de modo ms bien intuitivo y con conceptualizacionestan discutibles y poco afortunadas como las mnadas cultu-rales o almas de cada cultura spenglerianas, pero tambincon teorizaciones que hoy nos resultan bastante ms prxi-mas, como las desarrolladas en torno al concepto de visionesdel mundo que propuso el historicismo alemn.

    Conviene advertir, no obstante, que en las pocas tenidaspor ms racionalistas como el Siglo de Pericles, elRenacimiento, el Siglo de las Luces o la del positivismo msreciente no lo son de menor influencia de lo imaginariosino, tan slo, de un menor inters por sus manifestaciones,cuando no de una beligerante embestida contra stas.Efectivamente, la creencia en la Razn y en sus virtudesemancipadoras no est menos alimentada de fantasmas ima-ginarios que cualesquiera otras creencias, ni ese imaginarioracionalista tiene menos potencia para engendrar monstruoscomo bien dej dibujado Goya en su famoso grabadoque el imaginario medieval para ensoar sus particularesbestiarios. Ni el mito de la ciencia es de menor potencia quecualquiera de los mitos griegos, cristianos o quichs, ni susfantasmagoras, como la doble hlice del ADN o la materiaoscura, son ficciones menos pregnantes que la imaginera deotras sagas mticas.

    En la actualidad, la convergencia de estudios en torno a loimaginario, provenientes de la filosofa, la historia, la psicolo-ga, la antropologa o la sociologa, nos pone por vez primeraen condiciones no slo de valorar cabalmente el impresio-nante alcance de lo imaginario en todas sus manifestacionessino tambin de pensarlo con el potente aparato conceptualy metodolgico desarrollado por todas estas disciplinas.Baste mencionar las decenas de Centros de investigacinsobre el imaginario que, al calor de la obra de Gilbert Durand

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  • y de su maestro Gaston Bachelard, se han ido abriendo enFrancia, coordinados desde hace 10 aos por el Bulletin deliaison des Centres de Recherches sur lImaginaire, o la recien-te publicacin en Espaa de sendos monogrficos de lasrevistas Anthropos y Archipilago dedicados a la obra deCornelius Castoriadis, obra de la que nos ocuparemos mstarde pues ofrece, a mi juicio, una de las teorizaciones mspoderosas y sugestivas sobre el tema que nos convoca.

    El extraamiento como mtodoAntes de ensayar una conceptualizacin de lo imaginario

    y cierta metodologa para su investigacin (que venimosdesarrollando en torno al anlisis de las metforas en las quese manifiesta, y que en buena medida lo pueblan), permtan-me una breve excursin autobiogrfica que creo puede ser deutilidad. En estos das se cumplen 13 aos de mi primerapublicacin sobre este asunto, el libro titulado precisamenteImaginario colectivo y creacin matemtica 2. Creo til expo-ner alguna de las enseanzas que yo saqu de aquella gesta-cin; enseanzas que son fundamentalmente dos. La prime-ra apunta a la potencia de un concepto, ste de imaginariocolectivo, que a m se me fue revelando capaz de dar cuentade la crucial influencia de factores sociales, culturales y afec-tivos en la construccin de esa quintaesencia de la razn puraque se supone es la matemtica.

    La matemtica, considerada como el caso ms difcilposible por los propios estudios sociales de la ciencia, cuan-do se aborda desde las luces y sombras que sobre ella arrojael fondo imaginario que tambin a ella la nutre, resultatener muy poco que ver con ese lenguaje puro y universal,que sobrevuela las diferencias culturales y los avatares de lahistoria, como se nos ha enseado a verla desde la escuela

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    2.- Lizcano, Emmnuel (1993).

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  • elemental. Efectivamente, en el curso de la investigacinsobre los conceptos y mtodos de demostracin matemti-cos habituales en los tres casos que seleccion (la Grecia cl-sica, la Grecia decadente del helenismo y la China antigua)tambin las matemticas se fueron revelando contaminadaspor esas impurezas de irracionalidad que son los mitos,los prejuicios, los tabes y las visiones del mundo de cadauno de los tres imaginarios respectivos. Y, recprocamente,por ser las matemticas uno de los mbitos donde la imagi-nacin menos se somete a las restricciones de la llamadarealidad, ofrece una de las vas ms francas para acceder alfondo imaginario de los pueblos y las culturas. Los cada vezms numerosos estudios de los etnomatemticos 3 ponende manifiesto que hay tantas matemticas como imagina-rios culturales y cmo en torno a la implantacin escolar delas matemticas acadmicas se juegan autnticos pulsos depoder orientados a la colonizacin de los diferentes imagi-narios locales.

    As, en la obra de Euclides, que pasara a la historia comoel canon de lo que son legtimamente matemticas, precipi-tan todos los miedos, valores y creencias caractersticos de laGrecia clsica. Su aversin inconsciente al vaco, al no-ser, secondens, por ejemplo, en su incapacidad para construirnada que se parezca al concepto de cero o de nmeros nega-tivos. Algo que sea nada? Ms an, algo que sea menos quenada? Imposible! Eso es absurdo, a-topon, no ha lugar!, dic-taminaba olmpicamente el imaginario griego. Pero tambin,ese mismo imaginario que pona fronteras a lo pensable,alumbraba nuevos y fecundos modos de pensamiento. As,del gusto griego por la discusin pblica en el gora emergie-ron originales mtodos de demostracin en geometra, como

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    3.- Vase, p.e., Gelsa Knijnik (2004), o bien Las matemticas de la tribu europea,Las cuentecitas de los pobres y Del recto decir y del decir recto en este mismo volu-men.

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  • la llamada demostracin por reduccin al absurdo, que hoyha conseguido enmascarar se su origen poltico 4.

    Fue necesario que se agrietara la coraza de esa especie desuper-yo colectivo que es el imaginario de la poca clsica, yque afloraran, entremezclados y caticos, los imaginarios delas civilizaciones circundantes, para que, entre las grietas delrigor perdido, asomaran los brotes de nuevas maneras deimaginar el mundo y, en consecuencia, tambin de hacermatemticas. De esa polifona bulliciosa de imaginarios enfusin pudo Diofanto extraer operaciones numricas hastaentonces prohibidas y tender puentes entre gneros como laaritmtica y la geometra, cuya mezcla era tab hasta esemomento. Como todo alumbramiento, tambin el parto dellgebra (hoy tan mal llamada simblica, por cierto) ocurreentre los excrementos y fluidos magmticos de los que se ali-ment la nueva criatura.

    En ese mismo momento (si es que puede decirse que unmomento sea el mismo en dos imaginarios diferentes), en elotro extremo del planeta (un planeta que, por cierto, paraaquel imaginario no lo era), los algebristas chinos de la pocade los primeros Han operaban con el mayor desparpajo conun nmero cero y unos nmeros negativos que el imaginariogriego no poda literalmente ni ver. Y no poda verlos por-que, en cierto sentido, el imaginario est antes que las imge-nes, haciendo posibles unas e imposibles otras. El imaginarioeduca la mirada, una mirada que no mira nunca directamen-te las cosas: las mira a travs de las configuraciones imagina-rias en las que el ojo se alimenta. Y aquellos ojos rasgadosmiraban el nmero a travs del complejo de significacionesimaginarias articulado en torno a la triada yin/yang/tao 5. Si eljuego de oposiciones entre lo yin y lo yang lo gobierna todo

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    4.- Vase referencia a A. Szab, Greek Dialectic and Euclids Axiomatic, en E.Lizcano (1989: 134).

    5.- Vase Ser / No-ser y Yin / Yang / Tao en este volumen.

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  • para la tradicin china, por qu iba a dejar de gobernar elreino de los nmeros? La oposicin entre nmeros positivosy negativos fluye as del imaginario arcaico chino con tantaespontaneidad como dificultad tuvo para hacerlo en el imagi-nario europeo, que todava en boca de Kant habra de seguirdiscutiendo si los negativos eran realmente nmeros o no. Ysi el tao es el quicio o gozne que articula el va-i-vn de todaoposicin, por qu iba a dejar de articular el va-i-vn queengarza la oposicin entre los nmeros negativos y los positi-vos? El cero, como trasunto matemtico del tao, emerge asdel imaginario colectivo chino con tanta fluidez como aprie-tos tuvieron los europeos para extraerlo de un imaginario enel que el vaco (del que el cero habra de ser su correlato arit-mtico) slo evocaba pavor: ese horror vacui que preside todala cosmovisin occidental 6.

    Observamos, de paso, cmo cada imaginario marca uncerco, su cerco, pero tambin abre todo un abanico de posibi-lidades, sus posibilidades. La suposicin por el imaginariogriego clsico de un ser pleno, pletrico, bloquea la emergen-cia de significaciones imaginarias como la del cero o la de losnmeros negativos, que, de haber llegado a imaginarlos(como por un momento quiso hacerlo Aristteles), se lehubieran antojado puro no-ser, cifra de la imposibilidadmisma. Pero esa misma plenitud que ah se le supone al serser la que alumbre esa impresionante criatura de la imagina-cin occidental que es toda la metafsica. El imaginario enque cada uno habitamos, el imaginario que nos habita, nosobstruye as ciertas percepciones, nos hurta ciertos caminos,pero tambin pone gratuitamente a nuestra disposicin todasu potencia, todos los modos de poder ser de los que l estpreado.

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    6.- Vanse, p.e., Franois Cheng (1994) y Albert Ribas (1997).

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  • Donde los vacos se enredanLa segunda enseanza a que haca referencia al comienzo

    no apunta tanto al contenido y a las caractersticas de lo ima-ginario cuanto al mtodo de investigarlo. Me refiero, en con-creto, a la hoy ineludible cuestin de la reflexividad. La mira-da, deca Octavio Paz, da realidad a lo mirado. Cmo afectaentonces el imaginario del propio investigador a la percep-cin de ese otro imaginario que est investigando? Dndepuede estar proyectando los prejuicios y creencias de su tribu(su tribu acadmica, su tribu lingstica, su tribu cultural)?Cmo pueden estar mediatizndole los fantasmas de suimaginario personal, poblado de sus particulares temores,anhelos e intereses? La cuestin no es fcil de abordar, si noes directamente irresoluble, pero esa no puede ser excusapara no enfrentarla. Cuando se elude, suele ocurrir que elimaginario que muchos estudios sacan a la luz no es otro queel del propio estudioso. Y para ese viaje alrededor de s mismobien le hubiera sobrado tanta alforja emprica y conceptual.

    Como a cualquiera que se haya embarcado en este tipo deestudios, tambin a m, el haber sido socializado duranteveintitantos aos en la misma matemtica cuya configura-cin imaginaria (y, por tanto, contingente y particular) ahoratrataba de indagar reclamaba inexcusablemente una toma dedistancia, un drstico extraamiento. El viaje a los supuestosorgenes (los orgenes, como observara Foucault, siempre sonsu-puestos) faculta para captar lo que tienen de participio losllamados hechos, es decir, permite verlos como resultado deun hacerse, y de un hacerse al que van moldeando los distin-tos avatares imaginarios que acaban consolidando tal hacer-se en un hecho, un hecho como se dice puro y duro.Comparadas con las actuales, la consideracin de las mate-mticas griegas pone de relieve, en efecto, muchos de los pre-juicios que arraigan en imaginarios tan diferentes, como tanbien ha puesto de manifiesto uno de los mejores y menosconocidos estudios comparativos sobre el imaginario: La idea

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  • de principio en Leibniz, de Ortega y Gasset. Pero no es menoscierto que este tipo de excursiones arqueolgicas (en el senti-do que Foucault, siguiendo a Nietzsche, da al trmino), aun-que ineludible, no nos aventura fuera de los supuestos y cre-encias compartidos por ambos imaginarios, el de origen y eloriginado.

    Se me impuso entonces la necesidad de considerar lo queambos imaginarios, griego y moderno, pudieran tener encomn y contrastarlo, en un segundo descentramiento, conun tercer imaginario radicalmente diferente. La inmersin enel imaginario de la antigua China, donde tambin se habandesarrollado unas potentes matemticas, lleg a producirmeuna fuerte sensacin de extraeza hacia mi propio imagina-rio, tan permeado por el imaginario greco-occidental 7. Desbito, esas matemticas, cuyos procedimientos y verdadeshasta entonces me haban sido indudables, se mostraron entoda su efmera, caprichosa y fantasmal existencia. Ya no fue-ron nunca ms las matemticas, sino unas matemticas, lasmatemticas de mi tribu. Unas matemticas tan exticascomo exticos puedan parecerme los rituales funerarios de latribu ms perdida. En el viaje de vuelta, del imaginario chinoal que tanto tiempo me haba amamantado, haba perdidopor el camino buena parte de un equipaje que en el de ida noslo tena por necesario, sino que llevaba tan in-corporadocomo los intestinos, los pulmones o cualquier otra parte demi cuerpo. Se poda pensar (y pensar muy bien, hasta elpunto de alcanzar desarrollos que slo veintitantos siglosms tarde construira la matemtica occidental) sin recurrir ae incluso negando nuestros sacrosantos principios deidentidad, no-contradiccin y tercio excluso! Se poda pen-

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    7.- Esta estrategia consistente en buscar asilo en una lengua y, por tanto, un imagi-nario radicalmente diferente- para, al regresar a la propia, poder acceder a lo impensa-do de nuestro pensamiento es la que propondra despus Franois Jullien (2005a) en supasar por China como estrategia epistemolgica sistemtica.

  • sar, y pensar muy bien, sustituyendo el incuestionable princi-pio de causalidad por un principio de sincronicidad, que vin-cula los fenmenos en el espacio (en su espacio) en lugar deencadenarlos en ese tiempo lineal al que nosotros llamamosel tiempo) 8! Se poda pensar, y pensar muy bien, hacindo-lo por analoga y no por abstraccin! Se poda pensar, y pen-sar muy bien, sin pretender desgajar un lenguaje ideal, comoel de las matemticas, de su sustrato imaginario, sino mante-niendo enredadas el lgebra y la mitologa, la aritmtica y losancestrales rituales de adivinacin!

    A este doble descentramiento, en el tiempo y en el espacio,respecto del propio imaginario colectivo, se me vino a aadirun tercer extraamiento respecto de mi propio imaginariopersonal, en la medida en que tal distincin, entre imaginariopersonal y colectivo, puede hacerse. Efectivamente, mi poste-rior inmersin en la prctica psicoanaltica me permitiencontrar en mi propio imaginario no slo los impulsos quehaban centrado mi inters en las matemticas sino aquellosotros ms especficos que haban seleccionado en stas pre-cisamente ciertos elementos y no otros. Las leiponta eid oformas faltantes de Diofanto, la operacin de resta comoaphiresis, sustraccin o extraccin en Euclides, la aproxi-macin por Aristteles entre el vaco y un imposible ceroque temerosa y apresuradamente expulsa al mero no-ser, lostrminos con que los algebristas chinos operan sobre susecuaciones (xin xiao o destruccin mutua, wu o vaco, abis-mo, hueco, jin o aniquilacin)... todos ellos son trminosque perfilan una constelacin imaginaria muy concreta: laque apalabran las mltiples remisiones mutuas entre la falta,la sustraccin, la prdida, el vaco... Indagando cmo esosdiferentes imaginarios haban ensayado hacer frente a eseproblema, cmo haban conseguido modelarlo y ahormarlo,

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    8.- Vanse F. Jullien (2005b), E. Lizcano (1992) o C.G. Jung, (1979).

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  • haba estado yo, a tientas, aprendiendo cmo enfrentarlo enmi propia vida, cmo ahormar mis propias prdidas y cmomodelar mis vacos. A la vez que descubr, a la inversa, cun-to de mis propios temores y anhelos inconscientes se habanestado proyectando en algo tan aparentemente racionalcomo la resolucin de sistemas de ecuaciones.

    Imaginario? Social?En el momento de ensayar cualquier teorizacin sobre lo

    que suele conocerse como imaginario social, convieneempezar aplicando este criterio de reflexividad a los trminosde la propia expresin imaginario social pues, efectiva-mente, ambos son deudores de un imaginario bien concreto,y su asuncin acrtica nos pone en peligro de proyectar sobrecualquier imaginario lo que no son sino rasgos caractersticosde ste y no de otros. Por un lado, el trmino imaginario hacereferencia evidente a imagen e imaginacin. Y, ciertamente,todos los estudiosos coinciden en sealar a las imgenescomo los principales cuando no exclusivos habitantes deese mundo (o pre-mundo) de lo imaginario. No es menoscierto que es contra las imgenes y su oscuro arraigo en elimaginario popular contra lo que han luchado los distintosintelectualismos ilustrados, desde el islmico o el protestantehasta el cartesiano o el de la ciencia actual. Pero tampoco esmenos cierto que tambin esos movimientos iconoclastasson fuertemente deudores, en el caso europeo, de un imagi-nario que privilegia la visin y su producto (la imagen) hastadegradar, cuando no aniquilar, el valor de cualquiera de losotros llamados cinco sentidos: odo, olfato, gusto y tacto, porno hablar de otros sentidos no menos ninguneados, como elsentido comn o el sentido del gusto por la palabra hablada 9.

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    9.- Sobre el ahormamiento imaginario de algo tan aparentemente- fisiolgicocomo son los sentidos, vase el epgrafe Los sentidos de los otros, otros sentidos?.

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  • De hecho, las reiteradas cruzadas racionalistas contra el ima-ginario se han llevado a cabo, paradjicamente, en nombrede imgenes, en nombre de esas imgenes abstractas y depu-radas de connotaciones sensibles que son las ideas (no olvi-demos que tambin stas provienen del verbo griego idon,yo vi). El imaginario, pues, no puede estar poblado slo deimgenes. Incluso, como veamos antes, debe situarse unpaso antes de stas, pues de l emana tanto la posibilidad deconstruir cierto tipo de imgenes como la imposibilidad deconstruir otras.

    A esta primera precaucin conceptual debe aadirse unasegunda, referente ahora al segundo trmino, al trminosocial. Conceptos como el de social o sociedad han llegadoa monopolizar toda referencia a lo colectivo, lo popular o locomn, cuando de hecho emanan de una forma de colectivi-dad muy particular, la que alumbra ese imaginario burgusque empieza a fraguarse en la Europa del siglo XVII, y lo hace,adems, con una decidida voluntad antipopular. Lo que eraun trmino reservado a asociaciones voluntarias y restringi-das de gentes concretas que desarrollaban una prcticacomn (o de agentes naturales afines que formaban, porejemplo, la sociedad del Sol, la Luna y los planetas), laascendente burguesa de la poca lo transforma en un con-cepto abstracto, que prescinde de esa comunidad de hbitos,valores y prcticas para venir a imaginar un mtico pactosocial entre unidades individuales atmicas, extraas entres, y movidas slo por sus intereses egostas, al modo de lossocios que participan en un negocio. El paso de la oralidad ala escritura es, en Europa, un trnsito del trato al con-trato, delas relaciones cara a cara a la negociacin entre extraos,entre individuos abstrados/extrados de su situacin vitalconcreta. Nada puede extraar entonces que, prolongandoese proceso de abstraccin hasta el absurdo, se invente unimposible contrato social que, pese a que nadie ha negocia-do ni firmado nunca, se erija como origen mtico de las

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  • modernas sociedades y sirva de fundamento y sea de obliga-do cumplimiento para todos. La llamada sociedad es esaextraa forma de vida colectiva que hasta entonces descono-ca la mayora de los pueblos del planeta. As, la sociologa, ociencia de la sociedad, apenas ha pasado de ser el discursolegitimador de ese curioso modo de entender lo colectivo queha colonizado la comprensin que de la vida en comnpudieran tener otras configuraciones imaginarias.

    Por poner un ejemplo, expresiones como las de sociedadcivil, o la de ciudadana, no fueron, en su origen, sino con-signas de batalla que los burgueses ilustrados de la Franciadel s. XVII lanzaron contra el clero y la nobleza, es cierto, perotambin contra el campesinado 10 y otros modos popularesde pensar y de vivir que esos habitantes de los burgos y ciu-dades perciban como amenaza. Esas mismas expresiones,hoy ya tan acuadas para referirse a todos los miembros decualquier colectividad, no evidencian, precisamente bajo suaspecto actual, meramente tcnico y neutral, la victoria ide-olgica de los unos y el ninguneo de los otros, de los perde-dores, de aquellos a los que hoy se sigue llamando subdesa-rrollados, de aquellos contra los que se siguen librando bata-llas, como las que eufemsticamente se denominan batallapor la modernizacin o lucha contra la exclusin? Nosuponen una evidente exclusin de lo social de quienessiguen sin habitar en ciudades y viven segn pautas comuna-les no urbanas: las gentes de la mar, de la montaa, del valle,del desierto o de la selva, es decir, ms de dos tercios de lasgentes del planeta? No evidencian la impostura literal quesupone el pensar todo lo colectivo desde la perspectiva deunas ciudades y unas sociedades en las que, casualmente,suelen habitar los socilogos, filsofos, polticos y burcratasque, como herederos de aquella ilustracin antipopular, han

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    10.- Vase J. Izquierdo (2006).

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  • impuesto esos trminos como si fueran universales sin histo-ria? Pocos anlisis he odo sobre ello ms finos que el cantaun corrido mexicano: Un indio quiere llorar / pero se aguan-ta las ganas, / se enamor en la ciudad / se enamor de unadama / de sas de sociedad / que tienen hielo en el alma.

    No propongo aqu, ciertamente, abandonar formulacio-nes ya tan arraigadas, pero s ponerlas por un momento entrecomillas. La primera de ellas, el concepto de imaginario, anest instituyndose, y est por tanto en nuestra mano el irledotando de unos u otros contenidos. La segunda, concretadaen trminos como social, sociedad o ciudadana, tiene peorarreglo; pero, por si tuviera alguno, yo prefiero reservar esostrminos para aquellas formaciones colectivas que s respon-den al imaginario burgus que alumbr el concepto, como esel caso de la sociedad de masas, la sociedad de mercado ola sociedad de consumo. Por el contrario, cuando se trata deformas de convivencia que responden a otras configuracio-nes imaginarias, parece ms adecuado el uso de trminosmenos cargados por un imaginario particular, y emplear, si senecesitan, determinaciones genricas como la de imaginariocolectivo.

    El imaginario: entre la cosificacin y la representacinHechas estas precisiones, pasemos a intentar una caracte-

    rizacin de lo imaginario que evite en lo posible algunos delos callejones sin salida en los que, a mi juicio, se meten amenudo muchos estudios sobre el tema. stos, efectivamen-te, se han desarrollado principalmente bien por historiado-res, bien por filsofos, hermeneutas y antroplogos. A los pri-meros debemos la sensibilidad hacia lo concreto, la atencina las diferencias y las discontinuidades. As, se han realizadonotables estudios sobre el imaginario medieval, el imaginariochino o el imaginario martimo. Las mayores carencias deestos enfoques compartidas por numerosos estudiosantropolgicos, especialmente los de factura estructuralista-

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  • son, a mi juicio, de dos tipos. Por un lado, esa misma actitudde escucha hacia las diferencias se corresponde con una ten-dencia a ignorar tanto las continuidades y permanencias,como las hibridaciones y prstamos de diferentes imagina-rios entre s. Cada imaginario tiende a mostrrsenos como ununiverso cerrado sobre s mismo y homogneo, es decir, niafectado por las aportaciones en el tiempo y en el espacio nitampoco fracturado o tensado por corrientes internas quepudieran estar en conflicto mutuo. Por otro lado, y como con-secuencia de lo anterior, estas aproximaciones carecen deuna teorizacin y una metodologa de estudio que sean com-prensivas y aplicables de modo general. Cada investigadoracota su mbito de estudio y aplica los conceptos y tcnicasad hoc que, intuitivamente, le parecen ms adecuadas almismo.

    En el otro extremo, los importantes estudios emprendidosdesde la filosofa, especialmente la hermenutica, y la antro-pologa filosfica, animada especialmente por los trabajos deDurand y los de la Escuela de ranos, al tender a conjugar loimaginario en singular (el imaginario), y no en plural (losimaginarios), suelen invertir las virtudes e insuficiencias delestilo anterior. Al sustanciar un imaginario ms o menosesencializado, constituido por una serie de configuracionesarquetpicas eternas y universales, las diferencias, mezclas ytensiones suelen quedar subsumidas como meros avataresefmeros, superficiales y contingentes. Lo que ahora ganamosen potencia conceptual y capacidad metodolgica lo perde-mos en finura para la comprensin de las diferencias y laapreciacin de los cambios, las emergencias y las disconti-nuidades. Por sugestivos que resulten a menudo muchos deestos estudios, apenas puede distinguirse en ellos lo que hapuesto el estudioso y lo que pertenece a lo estudiado.

    En cualquier caso, ambas perspectivas comparten unavisin ms bien esttica e identitaria de lo imaginario, a laque es ajena toda la problemtica que suele considerarse bajo

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  • la rbrica ideologa. Lo imaginario, en ambos casos, constru-ye identidades, articula unidades culturales coherentes, perono parece tener nada que decir sobre la destruccin de esasmismas identidades ni sobre los conflictos y modos de domi-nio que atraviesan y dualizan las sociedades con Estado.

    La consideracin del imaginario como campo de batallaen el que se libran los conflictos sociales s ha sido apreciada,en cambio, por la tradicin de estudios marxistas sobre la ide-ologa. No obstante, el precio que paga esta escuela por incor-porar el conflicto es demasiado alto. Nada menos que expul-sar todo lo imaginario al reino de la ficcin, entendida comomentira, engao y enmascaramiento de la realidad. Para elmarxismo, en cualquiera de sus variantes, lo imaginario y losimblico se oponen a la praxis, a la realidad material, a lacual presentan deformada, como una imagen invertida, paraas perpertuar las condiciones de explotacin. Lo imaginarioes entonces deformacin y ocultamiento.

    Por paradjico que pueda parecer a primera vista, en estovienen a coincidir el imaginario marxiano y el del positivismoms reaccionario. Ambos comparten lo que los estudiossociales de la ciencia han llamado ideologa de la representa-cin o lo que Richard Rorty ha definido como filosofa delespejo. La imagen central para este imaginario es sa, la delespejo. Por un lado estara la realidad, una realidad exteriorindependiente de cualquier forma de representarla, elmundo de los hechos, los hechos puros y duros. Por otro, elespejo en el que la realidad se representa: es el universo de lasrepresentaciones, lo simblico, lo imaginario. En el mejor delos casos, ese espejo refleja fielmente la realidad, la duplica;es el caso de la representacin cientfica de la realidad, nicolenguaje verdadero para positivistas y para marxistas, y anteel que comparten la misma beata fascinacin. En los demscasos, el espejo deforma los hechos, bien sea para ocultar odistorsionar la realidad del dominio de unos sobre otros,invirtindola como se invierte la imagen en la cmara oscu-

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  • ra, bien sea por incapacidad de los seres humanos para obte-ner una representacin adecuada: los dolos de la tribu, de lacaverna, del mercado y del teatro interponen entre el hombrey la realidad un espejo encantado. Retoos ambos del imagi-nario burgus ilustrado, positivistas y marxistas quedan atra-pados en la ideologa de la representacin. El desprecio queunos y otros comparten por los imaginarios populares y ellenguaje comn u ordinario en el que stos se expresan esslo una consecuencia lgica de esa herencia ilustrada, radi-calmente antipopular.

    El dilema ante el que ahora nos encontramos es entoncesel siguiente. Cmo incorporar la indudable dimensin ag-nica, de lucha, de juegos de poder, que en buena medida sejuega en el campo de lo imaginario, sin condenar a ese imagi-nario a ser mera representacin ms o menos defectuosa deuna realidad que se supone exterior a l? Pero tambin,cmo mantener esa centralidad de lo imaginario que le handevuelto historiadores, antroplogos y hermeneutas, sinesencializarlo, sin olvidar su papel central en los conflictos yluchas de poder? O, por decirlo en palabras de Paul Ricoeur,cmo conjugar la actitud de sospecha y la actitud de escu-cha, ambas ineludibles para cualquier acercamiento a lo ima-ginario?, cmo saber or las diferentes maneras en que losgrupos humanos se hacen y dicen a s mismos, sin por ellohacer odos sordos a los modos en que unas minoras suelenacallar las voces de los ms? Aqu es donde, a mi juicio, laaportacin de Cornelius Castoriadis tiene mucho y buenoque decir 11. Pese al lastre ilustrado de su triple herencia comointelectual griego, francs y marxista, su riguroso intento deconceptualizar lo imaginario articulndolo con la autonomacolectiva y con la creacin radical merece especial inters.

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    11.- Vase mi valoracin crtica de esta aportacin en E. Lizcano (2003).

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  • Inspirndome en su reflexin, yo formulara las siguientestesis como constitutivas de lo imaginario.

    Seis tesis sobre lo imaginario, aproximadamenteEn primer lugar, lo imaginario no es susceptible de defi-

    nicin. Por la sencilla razn de que es l la fuente de las de-finiciones. La imposibilidad de su definicin es una imposi-bilidad lgica. Pretender definirlo es tarea semejante a la desegn el proverbio chino intentar atrapar el puo con lamano, siendo el puo slo una de las formas concretas quela mano puede adoptar. Pero su in-definicin no trasluce undefecto o carencia, sino, al contrario, un exceso o riqueza. Loimaginario excede cuanto de l pueda decirse pues es a par-tir de l que puede decirse lo que se dice. Por eso, al imagi-nario slo puede aludirse por referencias indirectas, espe-cialmente mediante metforas y analogas. La claridad ydistincin que Descartes reclamaba para los conceptos sondel todo impropias para aludir a lo imaginario, lugar msbien de claroscuros y con-fusiones o co-fusiones. Lo imagi-nario no constituye un conjunto ni est constituido por con-juntos. Castoriadis dice que est integrado por magmas,como pueden ser el magma de todos los recuerdos y repre-sentaciones que puede evocar una persona o el magma detodas las significaciones que se pueden expresar en una len-gua verncula determinada. A su modo de actividad se haaludido como ebullicin, manantial, torrente, raz comno agitacin subterrnea. En cualquier caso, lo imaginario esantes actividad que acto, verbo que sustantivo, potencia quedominio, presencia que representacin, calor que fro, anteslquido o gas que slido o solidificado.

    En segundo lugar, ese torbellino imaginario est originan-do permanentemente formas determinadas, precipitando enidentidades, con-formando as el mundo en que cada colec-tividad humana habita. Sus flujos magmticos se con-soli-dan, se hacen slidos al adoptar formas compartidas, dando

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  • consistencia al conjunto de hechos que tiene por tales cadasociedad. Como deca Nietzsche, la realidad, lo que cadagrupo humano tiene por realidad, est constituida por ilusio-nes que se ha olvidado que lo son, por metforas que, con eluso reiterado y compartido, se han reificado y han venido atenerse por las cosas tal y como son. De ah que, como vere-mos, la investigacin de las metforas comunes a una colec-tividad sea un modo privilegiado de acceder al conocimientode su constitucin imaginaria. Lo imaginario alimenta as esatensin entre la capacidad instituyente que tiene toda colecti-vidad y la precipitacin de esa capacidad en sus formas insti-tuidas, congeladas. Esa doble dimensin, instituyente e insti-tuida, de toda formacin colectiva asegura, respectivamente,tanto la capacidad autoorganizativa del comn como su posi-bilidad de permanencia, tanto su aptitud para crear formasnuevas como su disposicin para recrearse en s misma y afir-marse en lo que es.

    En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, en loimaginario echan sus races dos tensiones opuestas, si nocontradictorias. Por un lado, el anhelo de cambio radical, deautoinstitucin social, de creacin de instituciones y signifi-caciones nuevas: el deseo de utopa. Por otro, el conjunto decreencias consolidadas, de prejuicios, de significados institui-dos, de tradiciones y hbitos comunes, sin los que no es posi-ble forma alguna de vida comn. Aunque afloraran en sumomento de aquella potencia instituyente, como la lava enque se solidifica el magma volcnico en ebullicin, tambin,al igual que sta, vuelve a las profundidades y, bajo la presinde nuevas capas slidas que precipitan sobre ella, vuelve alicuarse y almacenar en su interior la energa de la que emer-gern nuevas creaciones. Aqu anida, a mi juicio, la capacidadcreativa que bulle en el seno de las formas tradicionales devida, y que suelen negarle los ya tan viejos espritus moder-nos al presentarlas como mera reiteracin mecnica de hbi-tos repetidos desde el comienzo de los tiempos.

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  • La creatividad del pensamiento y la imaginacin de lasculturas llamadas tradicionales (todas a su manera lo son,incluso las que pertenecen a la ya larga tradicin moderna) sepone bien de manifiesto en esas dos figuras que acuara Lvi-Strauss en sus estudios sobre El pensamiento salvaje: las figu-ras del bricoleur y del caleidoscopio. En las culturas dondepredomina la oralidad, donde la escritura y, en particular,sus formas ms potentes: la ley escrita y el libro sagrado noviene a congelar ni los saberes ni las pautas de conducta, laactividad del imaginario no puede estar sino en permanenteebullicin, rehaciendo sin cesar formas nuevas. El salvaje (ytodos en buena medida los somos en la vida cotidiana) secomporta como el bricoleur, que recoge residuos de aqu y deall (residuos lingsticos, simblicos, materiales...), ms omenos al azar, para irlos recombinando, como los cristalitosde un caleidoscopio, con vistas a resolver los problemas quese vayan presentando.

    En cuarto lugar, lo imaginario es por decirlo en trminosde Castoriadis denso en todas partes. Esto es, permaneceinextirpablemente unido a cualquiera de sus emergencias ypuede, por tanto, rastrearse en cualquiera de sus formas ins-tituidas. Por grande que haya sido el trabajo de depuracin dela ganga imaginaria, como es el caso de las formulaciones delas matemticas o las de las ciencias naturales, siemprepuede desentraarse de ellas la metfora, la imagen, la creen-cia que est en su origen y las sigue habitando. Cada dato,cada hecho, cada concepto, nunca es as un mero dato, unhecho desnudo, un concepto puro... pues est cargado conlas significaciones imaginarias que lo han hecho, in-corporaen su propio cuerpo los presupuestos desde los que ha sidoconcebido, est revestido del tejido magmtico cuyo flujo haquedado en l embalsado.

    Lo imaginario, por tanto, no est slo all donde se le suelesuponer, en los mitos y los smbolos, en las utopas colectivasy en las fantasas de cada uno. Est tambin donde menos se

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  • le supone, incluso en el corazn mismo de la llamada racio-nalidad. Yo dira que, precisamente ah es donde encuentra sumejor refugio. Acaso esa racionalidad de la que las sociedadesmodernas se sienten tan orgullosas no sea sino la elaboradacoraza con que esas sociedades revisten ciertos productos desu imaginario para mejor protegerlos, al modo en que los lla-mados primitivos hacen tambin con sus tabes y sus feti-ches. Lo imaginario est as presente en lo ms ntimo de lafuerza coercitiva de un argumento lgico o en la entraa delms elaborado concepto cientfico, con la misma pregnanciacon que puede estarlo en los hbitos de alimentacin o en lalegitimacin de un sistema poltico. Cuando, por ejemplo, lademocracia pretende fundar su legitimacin racional en lavoluntad de la mayora, la voz de las urnas o la inteligenciadel electorado, no evidencia la ilusin en que se funda preci-samente all donde la oculta? Al postular la voluntad, la vozo la inteligencia, que son caractersticas propias del psiquis-mo individual, como atributo de un agregado tan inconexocomo es la mayora de unos votantes atmicos y aislados, ocomo expresin de unos objetos geomtricos inanimadoscomo lo son las urnas, no vienen las democracias a funda-mentarse en una descomunal operacin metafrica, potica,sobre la que se erige y legitima todo el aparato democrtico?(De paso, queda aqu avanzado cmo las metforas son habi-tantes principales y argamasa del imaginario, y cmo, en con-secuencia, su anlisis sistemtico es una va privilegiada parasu comprensin).

    En quinto lugar, si el imaginario es el lugar de la creativi-dad social, no lo es menos de los lmites y fronteras dentrode los cuales cada colectividad, en cada momento, puededesplegar su imaginacin, su reflexin y sus prcticas.Matriz de la que se alimentan los sentidos, el pensamiento yel comportamiento, l acota lo que, en cada caso, puedeverse y lo que no puede verse, lo que puede pensarse y loque no puede pensarse, lo que puede hacerse y lo que no

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  • puede hacerse, lo que es un hecho y lo que no es un hecho,lo que es posible y lo que es imposible. As, el imaginario esel lugar del pre-juicio, en el sentido literal del trmino. Ellugar donde anidan aquellas configuraciones que son pre-vias a los juicios y sin las cuales sera imposible emitir afir-macin ni negacin alguna. Y el prejuicio no puede pensar-se porque es precisamente aquello que nos permite poner-nos a pensar. El imaginario es el lugar de los pre-su-puestos,es decir, de aquello que cada cultura y cada grupo social seencuentra puesto previamente (pre-) debajo de (sub-) suselaboraciones reflexivas y conscientes. Es el lugar de las cre-encias; creencias que no son las que uno tiene, sino las quele tienen a uno. Las ideas se tienen, pero como bien obser-va Ortega y Gasset en las creencias se est. Slo la prepo-tencia del sujeto cons