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ALPHA DECAY Meredith Haaf Dejad de lloriquear Sobre una generación y sus problemas superf luos Traducción de Patricio Pron Dejad de lloriquear_3 terceras.indd 5 19/09/12 11:30

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alPHa DeCa Y

Meredith Haaf

Dejad de lloriquearSobre una generación

y sus problemas superfluos

Traducción de Patricio Pron

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C o n T e n i D o

Sólo quiero no tener nada que ver con vosotros

la generación como concepto y problema y por qué rechazamos un «nosotros» 11

Parlotea hasta deshincharte

la tormenta twitter, la edad del comentario y por qué, a fuerza de información, ya no sabemos qué es relevante 41

Dame un poco de seguridad

tiempos postoptimistas, abolición de las utopías y la angustia de la generación en prácticas 77

Inscene yourself

carrera, rendimiento, y por qué no basta con el pragmatismo 111

«Por presumir, puedo decir / que mis amigos son más de mil…»

nuestra incapacidad para resolver los conflictos, los hijos de divorciados y por qué casi nunca nos enfurecemos 149

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¿Cómo puede tener este pretzel más fanáticos que Tokio Hotel?

la primacía de lo privado, nuestro rechazo de lo público y por qué no sabemos qué es ex actamente la política 183

no hay alternativa

responsabilidad, equidad entre generaciones y por qué simplemente tenemos que madurar 217

epílogo

acerca de algunos problemas superfluos y por qué nos hacen lloriquear 251

Bibliografía 261

Gracias a… 265

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Los años de 1989 a 2009 fueron arrasados por la langosta.

tony judt

No existe razón para el temor ni para la espe-ranza, sólo para la búsqueda de nuevas armas.

gilles deleuze

En lugar de vivir un momento utópico vivimos en un tiempo que es experimentado como el fi-nal —más precisamente, como el momento in-mediato al final— de todos los ideales.

susan sontag

Este persistente descontento que no contribuye a que todo sea más guay.

dendemann

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Sólo quiero no tener nada que ver con vosotros*

l a g e n e r aC i ó n C o M o C o nC e P T o Y P ro b l e M a

Y P o r q u é r e C H a z a M o S u n « no S o T ro S »

* Tocotronic

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Me encuentro mal. estoy echada en posición fetal en el sofá floreado lleno de agujeros que mis compañe­ros de piso encontraron frente a la puerta de nuestra casa en un barrio residencial de londres. Por la venta­na entra corriente, estoy sola con una resaca que, si he de hacer caso a lo que siento en este momento, va a ser la última de mi vida. Me zumban los oídos, me arden los ojos y de mi garganta sólo sale una tos ronca con regusto a cenicero. ayer noche celebré mi último día como becaria en la redacción de una destacada publi­cación especializada en economía. lo hice con un en­tusiasmo que guarda tanta relación con la importancia de la beca como el hecho de otorgar una orden al Mé­rito por haber conseguido un tercer puesto en la Copa del Mundo: aunque se puede conceder, es desmesura­do. en estos días no sólo ha terminado mi período de prácticas, sino también una cumbre de los principa­les veinte países industrializados y en vías de desarro­llo. en señal de protesta contra la política económi­ca internacional, miles de manifestantes han sitiado durante días la city londinense, el famoso distrito fi­nanciero que se halla a sólo cinco minutos a pie de la redacción, cuna de la crisis económica europea de fi­nales de la década. Desde hace semanas, un cierto es­tado de emergencia se ha adueñado de la policía, los medios de comunicación e incluso del céntrico edifi­

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La generación como concepto y problema

cio de la redacción, donde, durante toda la semana de la cumbre del g20, hemos tenido que llevar las identi­ficaciones bien visibles constantemente.

¿ qu é h a s a l i d o m a l ?

aunque en realidad el propósito era introducir los pri­meros mecanismos de regulación del mercado finan­ciero y avanzar en la aplicación del Protocolo de Kio­to, la cumbre se saldó sin resultados concretos, como al parecer viene sucediendo cada vez con mayor fre­cuencia en las reuniones importantes. los manifes­tantes derribaron la férrea puerta de hierro del bank of Scotland, la policía mandó al hospital a varias per­sonas con sus cañones de agua y sus porras y, al segun­do día, el vendedor de periódicos ian Tomlinson cayó en un retén policial cuando regresaba a su casa: des­pués de haber sido arrastrado por la policía y arrojado a la multitud a golpes de porra, murió en la acera.

nadie quiere asumir la responsabilidad que se de­riva de ello, desde luego. Desde hace días, los periódi­cos cargan las tintas con informes aterradores sobre la violencia contra la población civil, con imágenes de mujeres y hombres bañados en sangre. una violencia, desde luego, que no fue ejercida por ningún régimen lejano, sino en la misma ciudad donde vivo.

Y yo no estaba. Durante mis pausas para el almuer­zo había echado una mirada a través del cordón po­licial frente al bank of england, pero los policías que montaban guardia allí no me permitieron acceder

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¿Qué ha salido mal?

a los manifestantes. Su argumentación fue la siguiente: «Si quería participar en la manifestación, tendría que haber llegado más temprano. ahora está cerrado». el resto de las horas de trabajo perdía el tiempo en una oficina deprimente al lado de la impresora goo glean do estadísticas para la revista, leyendo la prensa británi­ca y escribiendo mensajes a mis amigos de alemania. exactamente igual que durante las cuatro semanas an­teriores.

ahora estoy sentada en el sofá con un periódico re­pleto de historias terroríficas y espero a que Stephen, mi compañero de piso, se despierte y me prepare una taza de té. Y mientras permanezco aquí, esperando lo improbable, en lugar de hacerme yo misma el té, me pregunto qué ha salido mal en mi vida para que una persona como yo, políticamente concienciada y con cierto sentido de la justicia, celebre una beca de dos meses, en sí innecesaria, con un exceso pernicioso para la salud durante el que tropieza con una protesta internacional por una causa justa frente a la puerta de su casa, sin participar en ella en absoluto. Todos mis modelos, muertos y vivos, se habrían comportado de manera muy diferente. Me avergüenza mucho, lo que sin duda también tiene que ver con los remanentes de alcohol que aún circulan por mi torrente sanguíneo.

Pero, como suele suceder cuando uno se siente pro­fundamente avergonzado, me apresuro a pensar en los que me rodean y se me plantea la pregunta de por qué casi ninguno de mis conocidos se habría comportado de forma muy diferente o me habría reprochado mi pasividad política. las personas más politizadas que

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conozco son mis padres: se alegrarán de saber que no he corrido peligro. este fin de semana, mis conocidos de londres se dedican a seguir bebiendo o a disipar su intoxicación alcohólica durmiendo. Para mis amigos de alemania, la cumbre y las protestas sólo son par­te de lo que oyen en las noticias de la televisión, o ni siquiera eso.

c ó m o n o s h e m o s c o n v e rt i d o e n l o qu e s o m o s

a pesar de que el subtítulo de este libro contiene la pa­labra «generación» y de que el texto comienza con la descripción de una resaca dominical, éste no es un li­bro sobre noches de fiesta y tardes de resaca en gran­des capitales de moda, bufandas de american appar­el, el logotipo anaranjado de easyjet o amaneceres en berghain, ni sobre estilos de vida y problemas de pare­ja. éste es un libro sobre la vida en tiempos de enorme presión social por la obtención de logros profesiona­les, sobre el distanciamiento de la política y las pers­pectivas postoptimistas. un libro sobre aquellos que vi­nieron al mundo en algún momento de los años ochenta y sólo conocen el socialismo real a través de los relatos de sus padres o de unas chapuceras clases de historia, y cuya juventud transcurrió entre la caída del Muro, la burbuja de los new Media y el 11 de septiembre de 2001. Sobre una generación que alcanzó la mayo­ría de edad al filo del nuevo milenio y para la cual todo comenzó en realidad hace diez años.

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Cómo nos hemos convertido en lo que somos

a mi generación, que lo ha tenido todo, le queda muy poco que esperar. Ha crecido con más bienestar y ofertas de información y de movilidad que todas las generaciones que la precedieron. Ha gozado de una ju­ventud dorada, pero sus perspectivas de futuro a cor­to y largo plazo son cualquier cosa menos brillantes:

— porque el cambio climático, del que vienen informándo­nos desde que somos niños, se manifiesta cada vez más frecuentemente en forma de auténticas catástrofes me­teorológicas.

— porque, con la fusión del núcleo del reactor de Fukushi­ma, hemos vivido ya nuestra primera catástrofe nuclear, que ha puesto de manifiesto las precarias condiciones —desde el punto de vista existencial— en que se basa nues­tra vida cotidiana.

— porque cada crisis económica nos prueba que hacemos bien en no creer en la estabilidad.

— porque el abismo que separa a quienes disfrutan del bien­estar económico de los más desfavorecidos se abre cada día más y la participación en los acontecimientos políti­cos no sólo parece poco atractiva, sino también carente de sentido.

— porque, aunque según todas las encuestas la confianza en la democracia disminuye de forma imparable, a nosotros no se nos ocurre otra cosa que retirarnos aún más de la vida pública.

en su actitud hacia los grandes temas de la vida, mi ge­neración se muestra indefensa, abrumada y atrapada por sus aspiraciones. Y resignada, en una medida que no encuentra justificación en ninguna experiencia que una persona común pueda haber tenido en europa

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en los últimos treinta años. no importa que la pregun­ta sea «¿qué pienso de la justicia social?» o «¿Cuándo debo tener un hijo?». en términos políticos, mi gene­ración no conoce ninguna utopía ni aspira realmente a tener una.

no es de extrañar: éramos niños cuando fue postu­lado el fin de la historia y, con él, en última instancia, el final de las visiones de futuro. éramos jóvenes cuan­do inició su marcha en varios ámbitos de la sociedad la filosofía del anything goes, y éramos el nuevo electora­do cuando vimos cómo el moderno y reciente gobier­no de Schröder y Fischer desmantelaba en muy poco tiempo la estructura de sus propios partidos y todo lo que nos había unido a ellos.1 así que la política nos de­cepcionó antes incluso de que nos acercáramos a ella activamente. estábamos convencidos de que quería­mos hacer carrera antes incluso de saber en qué. nos sentíamos agotados aun antes de haber comenzado si­quiera a trabajar en serio. Si nos hemos convertido en lo que somos es por una serie de razones que no tie­nen nada que ver con una debilidad de carácter colec­tiva, como afirman algunas personas mayores. este li­bro trata de tales razones.

el año 2011 no ha permitido vislumbrar cambios en la irritante mezcla de ambición exagerada, extraña­miento respecto de sus contenidos y actitud emocional

1 gerhard Schröder fue canciller alemán entre el 27 de octu­bre de 1998 y el 22 de noviembre de 2005; gobernó gracias a una coalición de su fuerza política, el Partido Socialdemócrata de ale­mania (spd), con los Verdes, cuyo líder, joschka Fischer, fue su vi­cecanciller. (N. del T.)

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Cómo nos hemos convertido en lo que somos

de que todo da lo mismo que adopta mi generación en relación con la carrera profesional, la política y la so­ciedad. aunque la pobreza y el desempleo juveniles aumentan de forma imparable, también en alemania, y la educación experimenta un proceso imparable de privatización y transformación en un bien económico, al tiempo que el estado salva al sector bancario me­diante un endeudamiento que sólo podrá amortizarse con recortes en el ámbito social, la «revuelta de los jó­venes» no se produce. en Stuttgart,2 los contribuyen­tes enfadados entonaron durante meses: «nosotros so­mos el pueblo, nosotros somos el dinero». es probable que no muchos miembros de mi generación puedan identificarse con la frase «nosotros somos el dinero». Sin embargo, ni el sector académico más precario ni los estudiantes se solidarizan con los más desfavoreci­dos. Porque ninguno de nosotros quiere pasar a inte­grar ese grupo.

a diferencia de lo que sucede en Francia, ingla­terra, españa o grecia, la protesta ha sido sobre todo cosa de los mayores y se ha centrado especialmente en problemas propios de la burguesía: el ruido que pro­

2 la autora alude aquí a las manifestaciones masivas que tu­vieron lugar en la ciudad de Stuttgart a finales de 2010 como pro­testa contra «Stuttgart 21», el proyecto urbanístico que prevé con­vertir la estación de tren de la ciudad en un nodo ferroviario de importancia europea, para lo que es necesario derribar el actual edificio y talar buena parte de los árboles centenarios del parque que se encuentra en sus proximidades, con grandes gastos para el erario público. a día de hoy, no se ha encontrado una solución al conflicto. (N. del T.)

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La generación como concepto y problema

vocan los aeropuertos, los proyectos urbanísticos exa­geradamente caros y el deseo de las familias acomoda­das de que sus hijos no tengan que ir a la escuela con niños menos privilegiados. la indignación de los ciu­dadanos se debió a que un elevado número de personas bien situadas de pronto descubrió que en el ámbito po­lítico no estaba sucediendo lo que ellas deseaban.

existen tres razones para que, excepto en algunos casos aislados, la protesta en alemania no sea un fenó­meno juvenil: la mayor parte de los integrantes de mi generación dedica una considerable cantidad de tiem­po a formularse la pregunta de qué quiere realmen­te, y con gran frecuencia llega a la conclusión de que lo que quiere no tiene nada que ver con la política. Y aunque así fuera, tampoco se indignaría.

e l p o d e r d e l m e rc a d o , l a c o m u n i c a c i ó n y l a o p t i m i z a c i ó n d e u n o m i s m o

la ira no es lo nuestro. esto se debe en parte a que mu­chos de nosotros creemos que todo el mundo recibe ya lo que le corresponde. no en vano, a los nacidos des­pués de 1980 se les considera —al menos desde el estu­dio Shell de la juventud de 2006— «pragmáticos»: han aprendido que el pensamiento que aspire a ser valioso siempre debe ser constructivo, orientado a objetivos y productivo; es decir, lo opuesto a la ira. lo que para los católicos es la Santísima Trinidad, para los miem­bros de mi generación vendría a ser el poder del merca­do, la comunicación y la optimización de uno mismo.

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El poder del mercado

la mayor parte de los integrantes de mi generación ha interiorizado de tal forma el dogma según el cual no hay alternativa —ni a la economía de libre mercado, ni al sistema político, ni a un currículo socialmente reco­nocido y asegurado económicamente— que no podría rebatirlo, ni aunque quisiera.

Creemos que la competencia es buena y la comu­nicación, sagrada, y que siempre hay que trabajar en uno mismo. ¿«Destruid lo que os destruye»?3 Prefe­rimos intentar mejorarnos a nosotros mismos. en mi generación impera la creencia de que los privilegios existen para ser utilizados, no para ser distribuidos equitativamente. Sin duda, esta máxima puede expre­sarse mediante actividades altruistas —un voluntaria­do social de un año, la participación en las actividades de una organización no gubernamental—, siempre que uno pueda permitírselo y que contribuya también al currículo y a la «acumulación de experiencia».

en una amplia encuesta política de la revista Neon se planteaba, entre otras, la pregunta: «¿qué harías para propiciar una sociedad mejor?». la mayoría de los encuestados respondió que boicotearía determina­das marcas y productos. la segunda respuesta más co­mún fue: «aceptaría un cargo honorífico». Por el con­trario, «involucrarme en un partido político» fue, de

3 «Macht kaputt, was euch kaputt macht» en alemán [Des­truid lo que os destruye] es el título de una canción de rio reiser y norbert Krause publicada en 1971 en el álbum Warum geht es mir so dreckig [Por qué me va tan mal], de la banda de rock político Ton Steine Scherben. (N. del T.)

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las seis posibles opciones, la que obtuvo el menor nú­mero de votos.

Si la participación en un partido político es lo últi­mo que se les ocurriría hacer a los miembros de mi ge­neración, y el consumo políticamente correcto lo pri­mero, es posible sacar dos conclusiones. en primer lugar, que una parte importante de mi generación no se identifica muy férreamente con el sistema democrá­tico. en segundo lugar, que sí se identifica en cambio, y de una forma bastante estrecha, con el sistema capita­lista. Mi generación no sólo consume con gusto, sino que además considera que el consumo es lo más impor­tante que puede hacer.

Y luego está la comunicación: para nosotros cons­tituye un valor en sí misma, ya que, generalmente, todo menor de treinta años parlotea con placer en cualquier formato, dispositivo digital y móvil posible. lo que sig­nificó el golf para los nacidos en la década de 1970 po­dría representarlo el teléfono inteligente para los que vinieron al mundo en la de 1980. quien escuche aten­tamente el murmullo de esta generación constata­rá sin duda que se discute poco sobre la vida pública, la sociedad o la política, y en cambio mucho sobre el trabajo, los amigos y la familia. Para nosotros, la vida privada es lo primero: según una encuesta realizada entre la población estudiantil por la asociación de es­tudiantes de la escuela Superior de investigación de la universidad de Constanza, en 1983 los ámbitos de la política y de la familia se consideraban igualmente im­portantes. en el año 2007, ni siquiera una tercera par­te de los encuestados consideraba que fuera muy im­

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El poder del mercado

portante, y el 72 por ciento otorgaba el mayor valor a su familia de origen. De acuerdo con el estudio Shell de 2006, la amistad es, junto con la familia, el valor principal para mi generación, y la conservación del nivel de vida uno de los objetivos vitales prioritarios. a mi generación le gusta estar bien cómoda y prote­gida, aunque siempre ha de quedarle algo de margen para un poco de marcha.

Tal vez esto explicaría el extraño fenómeno de que quienes rondan los treinta sean adictos a las noticias en forma de estados de Facebook, mensajes de correo electrónico e informaciones en Spiegel Online o Trans­fermarkt.de, y, al mismo tiempo, estén totalmente ob­sesionados con el pasado. el diseño vintage en moda e interiorismo está en su apogeo. nosotros no creamos in­timidad y complicidad intelectual hablando primor­dialmente de nuestras convicciones o realizando con­fesiones personales sobre la fe, el amor o la esperanza. la mayoría de esas conversaciones comienza con anéc­dotas de la infancia: «Cuando yo era pequeño, siempre me…». Mi generación no constituye el primer grupo de jóvenes que echa la vista atrás, hacia los años de la niñez, con menos ira que nostalgia. aquello que Flo­rian illies describió ya en su libro de 1999 para los que tienen actualmente alrededor de cuarenta años,4 esa permanente autoafirmación en el recuerdo de los ri­

4 la autora se refiere aquí a los libros del escritor y periodis­ta alemán Florian illies Generation Golf (2000) y Generation Golf zwei (2003), en los que éste trazó un panorama crítico de los hábi­tos y opiniones de su generación. (N. del T.)

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tuales y los objetos del tiempo en que «me iba bien», ha alcanzado nuevas cotas entre los nacidos a princi­pios de los ochenta. algunos han comenzado ya con veinte años de edad o poco más a glorificar la niñez y juventud. quien proviene del campo se muere por las fiestas rurales, mis amigos de baviera regresan en pri­mavera para la fiesta de la Cruz de Mayo y en verano para las hogueras de San juan. los católicos recuer­dan con entusiasmo las celebraciones y los regalos de su confirmación.

apenas llegados al cuarto de siglo nos acordamos de nuestro primer gran amor más bien como corres­pondería a damas ancianas y medio seniles que hubie­ran olvidado trágicamente el resto de sus vidas. esta­mos contentos de haber crecido sin internet y nunca nos burlamos lo suficiente de los enormes ladrillos que se hacían pasar por teléfonos móviles en 1997. Pre­suponiendo que haya sido razonablemente feliz, ha­blamos con alegría sobre los hábitos y preferencias de nuestra infancia, convertimos en fetiches las mochilas Scout («Yo tenía la de las naves espaciales, ¿y tú?») y los zapatos goreTex, que finalmente nos permitieron jugar en la nieve durante horas sin que se nos mojaran los pies («Hace años los inviernos eran otra cosa»).

Desde un punto de vista psicológico, nos encontra­mos en medio de una vorágine de aceleración tecnoló­gica, comunicativa y social. Desde todas las institucio­nes educativas y ámbitos profesionales se nos dice que nuestra época no conoce ningún requisito más impor­tante que la flexibilidad y la adaptabilidad a circunstan­cias en constante transformación. estas circunstancias

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escapan por completo tanto a nuestro control directo como indirecto: ni nosotros ni nuestros padres, maes­tros, jefes o representantes electos parecen ser capaces de influir sobre aquello que «la economía internacio­nal» exige de cada uno de nosotros. queremos enterar­nos de todo lo que pasa a nuestro alrededor de modo que podamos volver a adaptarnos a ello, y no opone­mos ninguna alternativa a esa vorágine, aparte de la fuerza de la idealización nostálgica.

el sistema económico en el que vivimos —y al que sólo una minúscula fracción de nosotros renun­ciaría voluntariamente— funciona gracias a la innova­ción permanente: nuevos dispositivos, nuevos lugares comunes, música nueva, nueva ropa. no podemos ni queremos imaginarnos el mundo de otra manera. Sin embargo, lamentamos el fin de los puestos de trabajo fijos con retribución a la Seguridad Social, al tiempo que nos sentimos abrumados por la naturaleza efíme­ra de las innovaciones técnicas que participan de nues­tro modo de vida durante períodos cada vez más cortos. este último es simplemente, y por encima de todo, el desagradable efecto secundario de una vida que no queremos concebir de otra manera. en tanto sólo ten­ga que apretar un botón o instalar una aplicación, mi generación considera que lo nuevo es básicamente bueno. Pero, por lo demás, se enfrenta a lo nuevo y al cambio con la inseguridad pasivoagresiva con la que reaccionan los niños de cuatro años cuando se les ofre­ce un alimento que no conocen. De ahí el «agujero» por el que se dejan caer teatralmente los que acaban de graduarse en la facultad, de ahí el miedo a la responsa­

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bilidad real, de ahí el interrogatorio permanente so­bre uno mismo y sobre cuándo hemos llegado final­mente a algo.

e l t é r m i n o « ge n e r a c i ó n »

naturalmente, al hablar de «mi generación» estoy em­pleando un término un tanto atrevido, ya que, en últi­ma instancia, nadie querría formar parte de esa así lla­mada generación. Yo tampoco. Sin embargo, se trata de una palabra incombustible. en líneas generales, re­cibe el apoyo de tres grupos: los periodistas, a quienes permite poner en orden sus informes sobre la socie­dad y escribir libros; los políticos, cuando hablan por ejemplo del endeudamiento público o de política so­cial, y en tercer lugar el de aquellos que obtienen sus ingresos o deben su posición al hecho de abogar por la así llamada equidad intergeneracional.

el concepto de generación entraña un riesgo lin­güístico e intelectual, ya que induce a la arbitrariedad. Su significado ha cambiado mucho a lo largo de los siglos, y en la actualidad es un término particularmen­te popular en los medios de comunicación: equidad intergeneracional, brecha generacional, generación «perdida», generación «loquesea». quien desea escri­bir sobre su propia generación retrata algo que todavía está deviniendo y sucediendo, y debe tener la pruden­cia de no obligar a confluir fenómenos que, de mo­mento, sólo coinciden en el tiempo y el espacio por ca­sualidad. el uso mismo de la palabra «nosotros», con

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El término «generación»

el que se condensan —o apelmazan— las experiencias individuales en declaraciones de carácter general, en­traña el peligro de irritar a las lectoras y los lectores potenciales por el mero hecho de ser tan generaliza­dora. a pesar de ello considero que es posible hablar de generaciones, e incluso que es necesario hacerlo, cuando se pretende determinar de qué modo y hacia dónde avanza nuestra sociedad en este momento.

el ritmo en el que el mundo ha cambiado en las úl­timas décadas habla a favor del uso del término «gene­ración» como categoría de análisis. Cuanto más rápido se transforma nuestro entorno, más apresuradamen­te cambian los factores que dan forma a nuestra socia­lización y a nuestro modo de ver el mundo. los ejem­plos más claros se dan en el ámbito de la tecnología: en el año 2001 todavía era relativamente frecuente rea­lizar llamadas telefónicas exclusivamente a través de la red fija; hoy se publican libros de autoayuda de per­sonas cuya valiente proeza ha consistido en no haber­se conectado a internet con el móvil durante todo un mes. Cuando yo tenía veinte años, en 2003 —en reali­dad no hace tanto—, sólo los más fanáticos se conecta­ban a internet con el móvil y pagaban por ello cinco euros por minuto. lo que cada uno entiende por nor­malidad en la comunicación depende, pues, de si te­nía catorce o treinta y cuatro años cuando el iPhone llegó al mercado. el mero hecho de que uno se haya creado una cuenta de correo electrónico con dieciséis años, como lo hice yo en 1999, o que abriera su prime­ra cuenta en MySpace, al igual que mi hermana menor en 2005, ya constituye un salto cualitativo.

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a raíz de ello, y también debido a la rápida trans­formación social de las últimas décadas, tiene senti­do concebir el mundo occidental en términos de ge­neraciones: incluso la experiencia y la percepción de la pobreza ha cambiado radicalmente entre las per­sonas jóvenes. la pobreza como peligro ha estrecha­do el cerco durante los últimos años en europa occi­dental, y la precariedad ha adoptado un carácter más obstinado. en españa o Francia el paro juvenil se ha convertido en un problema generalizado, en el reino unido la mayoría de los jóvenes debe endeudarse para poder estudiar. en la actualidad, las perspectivas de una mejora en el panorama general son malas. en ale­mania, el cambio en la percepción de la pobreza guar­da una estrecha relación con las leyes Hartz iV,5 cuya sanción se produjo al mismo tiempo que nosotros rea­lizábamos nuestra formación profesional, aprobába­mos la selectividad o conocíamos la vida después del bachillerato.

«el drástico desarrollo social propiciado por el Hartz iV reside en que hoy en día el estado deja que

5 el nombre «Hartz iV» alude a un conjunto de reformas del mercado laboral propuestas por una comisión encabezada por el economista Peter Hartz entre 2003 y 2004 a instancias del gobier­no presidido por el canciller gerhard Schröder. estas propuestas tenían como finalidad dinamizar el mercado laboral en alemania estableciendo drásticos recortes a las prestaciones por desempleo y los derechos sociales para reducir a la mitad el número de para­dos, cuya cifra alcanzaba los cuatro millones, en un plazo de cua­tro años. Transcurrido ese tiempo desde su entrada en vigor, el 1 de enero de 2005, este objetivo no se había alcanzado. (N. del T.)

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El término «generación»

una parte de sus ciudadanos se empobrezca mucho más que en el pasado», afirma el sociólogo Michael Hartmann. en las décadas de 1990 y 2000, inició su recorrido la reformulación de las prestaciones socia­les del estado. aquello que era un derecho fundamen­tal para las ciudadanas y los ciudadanos, a saber, una protección por parte de la comunidad, se convirtió en una forma de apretarles las tuercas. esta reorganiza­ción política de la concepción de comunidad por par­te del estado se refleja claramente en la mentalidad de los alemanes. el estudio a largo plazo Deutsche Zu-stände [Problemáticas alemanas], documenta que en 2009 casi el 53 por ciento de los encuestados hacía responsables de la crisis económica a aquellos que sa­caban provecho del «estado de bienestar».

al tiempo que los pobres son cada vez más pobres y más numerosos, los ricos son hoy en día mucho más pudientes que hace diez años. los ingresos y el origen social de los padres tienen actualmente una influencia mucho mayor sobre las posibilidades de una persona que en los años setenta y ochenta, quizá debido a que la sociedad no trata la riqueza excesiva como un pro­blema, sino como un fetiche. Mi generación no puede rechazar el materialismo porque nos definimos dema­siado por nuestras decisiones a la hora de comprar, ya sea en cuestión de marcas, diseño o productos. Vemos con demasiado placer programas como MTV Cribs o la teleserie sobre niños ricos Gossip Girl; nos gusta de­masiado mirar en las revistas del corazón las imáge­nes de personas ricas y bien vestidas, con gafas de sol y grandes coches.

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básicamente, las oportunidades de ascenso social son peores para todos hoy en día; el temor a la caída, mayor que todo aquello que las generaciones del baby boom o la generación golf hayan podido siquiera ima­ginar cuando eran jóvenes. el desmantelamiento so­cial sigue su curso en nombre del bienestar, pero mis coetáneos están, en su mayor parte, muy lejos de po­ner en duda el sistema: su satisfacción con su primer sueldo, las compras, el derroche, la despreocupación al dejar al descubierto el crédito disponible de la cuen­ta bancaria se lo impide: tienen demasiado miedo a perder su lugar en el sistema, en caso de que lo hayan conquistado.

en realidad, hoy en día más personas terminan los estudios superiores que en el pasado, y las universida­des de la unión europea han sido reestructuradas en el marco del Plan bolonia con el único propósito de preparar mejor a los estudiantes para el mercado labo­ral. Sin embargo, para la mayoría de los jóvenes uni­versitarios sólo hay puestos temporales, y éstos están peor pagados cuanto más vinculados con las humani­dades. a pesar de ello, todos los grupos políticos afir­man contundentemente que nada amenaza más la es­tabilidad de alemania como la futura e «inminente falta de mano de obra especializada» debida al enveje­cimiento de la población. no sólo ha cambiado, pues, la posición del veinteañero en la sociedad, sino tam­bién las perspectivas que éste tiene.

el último ámbito de importancia en el que se han producido cambios drásticos es el de la política, cuyos profesionales —en los gobiernos regionales, la cámara

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baja del Parlamento, el consejo de ministros y los par­tidos políticos— se hunden más y más en el descrédi­to colectivo. la crisis política se manifiesta incluso en los políticos mismos, con su falta de voluntad y su in­capacidad para dar forma de manera activa a una po­lítica económica. Si el mismo Peer Steinbrück, quien se encuentra en una posición de poder determinante como ministro de economía de la gran Coalición, des­cribe la incapacidad para actuar de la política como un hecho, no es de extrañar que cada vez más ciudadanos se alejen de ella. Pero mientras que los mayores toda­vía pueden recordar los tiempos en que el estado era una instancia de poder a la que se podía plantar cara y los más jóvenes vuelven a encontrar en la política edu­cativa y medioambiental razones para entrar en ac­ción, mi generación no se ha distanciado de los parti­dos porque en realidad nunca estuvo cerca de ellos: ha crecido en el transcurso de dos décadas caracterizadas por una progresiva despolitización de la vida pública, una pérdida extrema de afiliados por parte de los par­tidos mayoritarios y una creciente privatización de las obligaciones sociales. 2010 fue elegido de forma uná­nime por los medios de comunicación como el año de la protesta, y es posible que dentro de dos decenios tenga la misma importancia icónica que el año 1968 en la actualidad. Pero en honor a la verdad, la gran ma­yoría de mis coetáneos deberá decir que no estuvo allí. estaba en Facebook. o de fiesta. o estudiando para un examen. o trabajando como becario.

en tanto que concepto genérico, el de generación está bajo la sospecha de llevar a la simplificación. la

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suposición de que las personas que poseen ciertas si­militudes sociales o demográficas podrían tener obje­tivos comunes o intereses políticos compartidos nos resulta extraña hoy en día. esto es especialmente vá­lido —aunque no exclusivamente— en el caso de los jó­venes, sin importar si lo es en relación con el sexo, determinados ambientes sociales o ciertos orígenes étnicos, lo que tiene consecuencias positivas y negati­vas. en cualquier caso, hay algo seguro: tenemos pro­blemas con lo colectivo y rechazamos las etiquetas.

las mujeres a favor de la igualdad de género no quieren ser feministas, los partidarios de modos de vida saludables y sostenibles no son ecologistas, los más arraigados opositores a la energía nuclear desprecian a los que piensan que contratando una conexión de gas decididamente cara del proveedor de energía verde lichtblick ya han hecho su contribución a la conserva­ción del medio ambiente. los periodistas de la prensa escrita miran por encima del hombro a los que publi­can en la red, los arquitectos odian a los ingenieros, los odontólogos no son considerados médicos, los so­cialdemócratas no quieren tener nada que ver con la izquierda. la exclusión mutua imprime su carácter es­pecialmente en las humanidades: los estudiantes de fi­losofía desprecian a los de literatura comparada y los sociólogos se mofan de las tonterías carentes de cons­tatación empírica de los filósofos.

esta exclusión mutua no es el resultado —o lo es sólo raramente— de años de malas relaciones, sino que comienza pronto, con la socialización. los entornos sociales se vuelven más y más homogéneos con la cre­

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ciente especialización, dice el sociólogo Michael Hart­mann. esto es especialmente cierto en el ámbito de las profesiones para las que se requiere una cualificación académica. «en la década de 1960 las universidades eran mucho menos complejas porque el número de alumnos era bastante menor —dice el profesor Hart­mann—. Todos los que iban a la universidad eran con­siderados académicos, con el consiguiente estatus. el que estudiaba derecho estaba en contacto con los estu­diantes de literatura. Hoy en día, los grupos se dividen según sus intereses ya en el primer ciclo de los estu­dios superiores, y la composición del ámbito social de trabajo marca de forma consecuente la visión de la so­ciedad.» nosotros no queremos ser «nosotros», pero si estamos obligados a ello, preferiremos serlo sólo con aquellos que comparten todas y cada una de las caracte­rísticas que nos definen. esto se aplica tanto a las acti­vidades cotidianas como a las convicciones políticas, y tiene consecuencias en la capacidad de compromiso. en mi caso, por ejemplo, puede ser que tenga ideas so­bre la política de refugiados similares a las del ala iz­quierdista del spd, pero preferiría no tener demasiado que ver con su política interna y con las personas que la llevan a cabo, y al final otorgo más valor a esta sen­sación que a la pregunta acerca de si no sería más be­neficioso para la política de asilo de refugiados que me comprometiera con su ideario, prescindiendo de la po­lítica interna del partido.

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