memorias de eugenia ainegue (relatos de una infancia feliz - martha vianney alviárez

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Narrativa, Cuentos

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Martha Vianney Alviarez

Diseño y Diagramación:José A, Ruiz [email protected]@gmail.com

Impresión y Montaje:Walter Berti

Corrección a cargo del autor.

COLECCIÓN PUÑO Y LETRA.

Serie HISTORIAS LOCALES. N° 15

Memorias de Eugenia Ainegue (Relatos de una infancia feliz)©Martha Vianney Alviárez

©Sistema Nacional de ImprentasFundación Editorial El Perro y La Rana, capítulo Táchira, 2013

Correo electrónico:[email protected]

ISBN 978-980-14-2689-9If40220138003879

Con la intención de retratar nuestra subjetividad andina en el reconocimiento de los patrimonios locales que entraña la tierra y sus cultores, nace Puño y Letra: primera colección de libros para el Sistema Nacional de Imprentas El Perro y la Rana capítulo Táchira. No por azar es éste el punto de partida de nuestra labor editorial. Comprometidos con la necesidad de salvaguardar del olvido y la falsi cación histórica de nuestra memoria social y nuestro patrimonio intangible, esta colección de libros se plantea servir de herramienta para la reconstrucción de un inventario de saberes y un mapa de orígenes que permita a la nuevas generaciones acceder al conocimiento y espiritualidad ancestral de su terruño.

Historias locales, autobiografías, cartas, o cios y saberes legítimos de los pueblos: comadronas, rezanderos, sembradores de agua, calendarios productivos, oralidad y leyendas, entre otras costumbres extraviadas en la vorágine de la llamada modernidad globalizadora, del olvido globalizado, de la aculturación y transculturación, tendrán cabida en esta colección.

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Presentación.

La Historia de Venezuela se contó por mucho tiempo sobre la base de la historia de la capital del país, Caracas. Todo lo que hizo en esta Ciudad fue convertido en el estereotipo histórico de toda la nación. Pronto se olvidó que había otros pueblos, cuya historia constituye también parte importante de esa gran historia nacional.

Al respecto el Historiador Lucas Guillermo Castillo Lara señalaba la siguiente:

“La verdadera historia sale de todas esas pequeñas historias de pueblos. Sumadas y resumidas todas forman la gran historia de la nación. Muchos de los individuos y personajes que rigieron el país, que determinan sus destinos, venían de la provincia, de un pueblo, de una aldea, de un sitio interiorizado. Allí nutrieron su personalidad, su pensamiento, moldearon su tradición y palabras viejas, su sentido vital de permanencia. Cuando un día surgieron en la gran escena, llevan a cuestas un bagaje que arranca de sus lejanos pueblos, de aquella pequeña historia vivida y sentida”. (Castillo, 1.973).

Sin embargo en Venezuela los habitantes de nuestros pueblos, caseríos y comunidades no son conscientes de esto y desconocen toda la rica historia

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de esa localidad en que viven. Esto se traduce en la poca estima y marcado desinterés por sus propias cosas, en una pérdida de identidad y de sentido de pertenencia.

Ante esta situación han sido muchas las personas que desde estos mismos pueblos ha buscado mantener vivo el recuerdo de personajes, acontecimientos, hechos, situaciones, experiencias. El registro escrito de esto es lamentablemente, muy escaso, pero han sido trabajos muy importantes para entender las originalidades y particularidades que constituyen la idiosincrasia de esos pueblos.

La fuente fundamental de muchos de estos intentos por conocer la historia de nuestras localidades, proviene del aporte de los pobladores más antiguos. Esas anécdotas, recuerdos, y “cuentos” del pasado, son, en muchos casos el reflejo de interesantes y complejos hechos y situaciones históricas transmitidas de generación en generación. Estos elementos constituyen lo que los investigadores llaman “tradición oral”.

Esta tradición oral ha sido una de las fuentes más importantes en el proceso de reconstrucción de la historia local de San Juan de Colón, y es que artículos de prensa, ensayos, folletos y algunos textos concebidos para el rescate de nuestra historia, han partido de esa oralidad para plasmar distintos tópicos de nuestro pasado. Así ha ocurrido desde los primeros trabajos de carácter histórico publicados en los periódicos manuscritos colonenses del siglo XIX, especialmente el “El Timbre” (1.892-1.896).

Dichos trabajos de varios autores, así como otras publicaciones de mayor envergadura, constituyen hoy, un valioso documento para comprender la situación social, cultural, económica, política de nuestra población que se conformaba en ese momento.

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Todo este proceso seguido a lo largo de tantos años, tiene la fortaleza de vincular y encajar, el propio ciclo de vida, las experiencias particulares, con una comunidad a la que se siente propia por sentirse parte de ella. De esta manera a través del conocimiento de la historia local, proveniente en gran parte de esa tradición oral repetida e interiorizada sucesivamente, contribuye al reforzamiento del proceso de identificación y pertenencia de lo que es más inmediato: la comunidad.

Este interés por conocer la historia y rescatar del olvido la oralidad como vehículo de comunicación de la misma, ha sido uno de los motivos que ha llevado a Vianney Alviarez a plasmar estos relatos provenientes de su familia. Son las vivencias de una niña que con despierta y lúcida curiosidad marcaron la vida colonense de la primera mitad del siglo XX. Detrás de su abuela, comadrona y mujer de ganado respeto y consideración; esta niña, madre de la autora, nos descubre los valores y tradiciones transmitidos por esa anciana del siglo XIX, que dieron la conformación cultural y social de nuestro ser como grupo humano.

Estos relatos nos recrean en esos años, la conformación social de aquel entonces, las repercusiones de una sociedad que despierta hacia un nuevo siglo en que verá múltiples transformaciones, por otro lado Vianney logra crear una atmósfera muy apropiada que traslada al lector a esos días, en esas casas, en esas calles. Son relatos cargados de profunda sensibilidad de una feminidad muy sutil, que nos permiten valorar lo que somos, porque como hace una madre con sus hijos nos enseña de dónde venimos.

Son historias desarrolladas en sitios que aún permanecen en nuestro pueblo, que son fáciles de

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detectar, pero que hoy están totalmente transformados, sin embargo la lectura de estas memorias nos hará ver esos sitios con los ojos con que los vio Eugenia.

Hoy este aporte al rescate de nuestra historia y tradición oral colonenses, viene a demostrarnos una vez más que nuestro pasado da razón de la existencia propia explicando el ritmo de la vida presente. Sin conocer y valorar los hechos pasados no se puede comprender nuestro propio momento histórico, ni se puede entender la significación e importancia de estar inmerso en un grupo humano determinado por la localidad a la cual se pertenece. Por todo esto se puede afirmar hoy más que nunca y aun mas de tener el gusto de leer estos relatos lo que don Mario Briceño Iragorrgi nos dijo con tanto acierto “más que una disciplina científica y literaria, la historia es una disciplina moral; señala el tono de la vida actual” (Iragorrgi, 1985).

Anderson Jaimes R.

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“Ella...”

Con la candidez, sencillez y humildad que caracterizan a la gente del campo, Doña Eugenia Vivas Vda. de Alviarez, había decidido ser feliz y dedicar su vida a hacer el bien, sin esperar algo a cambio. En su vida había sucedido tres tragedias: La desaparición física de su esposo Don Pablo, el incendio de su casa de campo en la Aldea Paraguay y el embarazo de su joven hija, de apenas veinte (20) años, quien daría a luz a la niña que más tarde se convertiría en la luz de sus ojos.

Con una extraordinaria resignación y paciencia puestas de manifiesto en “lo adelante” Doña Eugenia no volvió ni a mencionar siquiera lo que fue su próspera vida en el campo. Un buen día hacia el año 1.920 llegó a San Juan de Colón, con su nieta de apenas seis años, traviesa curiosa y muy apegada a su “Nona Eugenia”, como solía llamar a su abuelita.

La llegada de doña Eugenia al pueblo, causó gran alegría en los hogares de sus familiares y amigos ya que era muy conocida por su oficio de “Partera” o “Comadrona” como se les llamaba para la época a las señoras que se ocupaban de traer niños al mundo o ayudar en su trabajo de parto como diríamos hoy día a las señoras del pueblo, y, persona muy servicial cuando posaba en el pueblo, bien fuera por tiempo de Navidad, Semana Santa o cuando asistía alguno que otro domingo a misa.

Estos recuerdos han acompañado a Eugenia por años, por no decir de por vida, porque, extrañamente, todas esas vivencias en la existencia de su nona, le depararon una infancia feliz, la cual hoy día, recuerda

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con cariño y hasta con nostalgia, ignorando casi totalmente su vida adulta que aunque considera que no ha sido infeliz, vive plenamente todos los recuerdos de su niñez, al punto de crear en mi, la necesidad de escribir sus memorias, casi como si yo hubiese vivido las experiencias infantiles de mi madre, quien hacía más amenas nuestras conversaciones cotidianas con sus relatos; que de tanto repetirlos, hicieron que tomara mi pluma y escribiera sus vivencias con lujo de detalles y, a criterio de algunas personas allegadas quienes dicen que merece la pena publicarlos, me atrevo a hacer llegar a ustedes unos cuantos relatos de la sencilla y feliz existencia de esta maravillosa mujer, quien recuerda su infancia, como la etapa más bella de su existencia.

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Las Comadronas del Pueblo.

Aun en los comienzos de la segunda década del siglo pasado, cuando el pueblo comenzaba como tal, sin medicatura, ni médico alguno, a quien recurrir en las emergencias por la salud de sus habitantes, era necesaria la intervención de las “Comadronas” para ayudar en trabajo de parto a las jóvenes matronas que atravesaran tal situación. Una de estas señoras también llamadas “Parteras”, fue doña Eugenia, quien con su traje de medio luto, larga falda y blusa de encajes de una pulcritud admirable, se le veía a diario, siempre acompañada de su nieta Eugenia; ir muy de prisa por las empedradas calles en compañía de algún señor que con cara de gran preocupación las conducía, a pasos agigantados hasta la casa donde se esperaba a un nuevo miembro de la familia, allí muchas veces se instalaban por varios días abuela y nieta, ya que en la mayoría de los casos, la emergencia no pasaba de ser una falsa alarma; pero aquella anciana que había decidido dedicar su vida a ayudar a traer niños sanos al mundo se desvelaba por aquella joven madre, como si se tratara de un familiar suyo, y sin otro interés que hacer todo el bien que le era posible, ayudaba a salir de aquel trance a cuenta familia la buscaba, para el acontecimiento que se repetía en seis y hasta en ocho oportunidades en la siguiente década, por todo esto Doña Eugenia (había quienes le decían cariñosamente mana Eugenia) era muy querida y respetada por muchas familias, desde las más humildes hasta las de “alcurnia” como decía ella de aquellas más favorecidas por la fortuna; sin embargo a todas las atendía con la misma solicitud y cariño, sin cobrar por ello “un cuartillo” y con mucha dignidad; llevaba una vida muy sencilla y humilde, con

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algunas privaciones que solo la satisfacción de saber que estaba cumpliendo, con una noble causa, la llevó a gozar de una saludable longevidad de los 101 años, con una vejez serena, una lucidez y excelente visión hasta su muerte, acaecida hacia el año 1.933.

(Relato dedicado a todas las Comadronas quienes cumplieron su misión en la época, cuando la

asistencia médica era escasa).

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Las Corridas de Toros.

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Gran algarabía, la que se formaba en la carrera “Federación” esquina con calle “Comercio” (Hoy carrera 5 con calle 4); sí, la alegría y el entusiasmo que manifestaba la gente del pueblo cuando se aproximaba la fiesta patronal, hacía que todos los habitantes de San Juan de Los Llanos de Colón (para la época) llenaran las calles de: colorido, gritos y nerviosismo; y con fuertes aplausos, serpentinas y pitos, recibían a las cuadrillas taurinas. Desde luego entre aquellas felices criaturas, se encontraba la pequeña Eugenia, quien con cara sonriente y anhelante de travesura salía en compañía de Doña Eugenia, a recibir a la gente de “Las Ferias”.

Esos buenos y valientes hombres de brega” como les llamaba la nona a los toreros quienes le sonreían a su paso y con una inclinación, en señal de saludo muy respetuoso le hacían saber que la reconocían y que la recordaban, deferencia que correspondía haciéndoles la señal de la cruz a manera de bendición y ellos agradeciendo su gesto, se retiraban en medio de aquel bullicio, hasta la casona que les brindaba una confortable estadía. Alguna que otra tarde llegaba un niño mandadero, hasta la casa donde habitara para el momento Doña Eugenia, y le pedía el favor que se trasladara hasta la posada; ella, solícita como siempre se acercaba hasta La Casona y allí era informada que era necesario zurcir una que otra taleguilla, hombrera o alguna otra pieza del traje de lidia; Ella, con todo el cuidado y finura, reparaba la pieza en cuestión; a cambio recibía algo de dinero, la gratitud de aquellos “bondadosos” hombres y una invitación para la corrida de la tarde; ni corta ni perezosa Eugenita le alaba los encajes a la nona, en señal de súplica para que aceptara la invitación, la anciana dudaba a veces, recordando sus múltiples quehaceres, pero al ver que aquellas eran

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unas de las pocas diversiones que su nieta tenía (aunque no eran las corridas lo que la divertían, era el colorido, los gritos de entusiasmo y los dulces de colores y los músicos de los palcos de los que disfrutaba), aceptaba gustosa.

A media tarde se dirigían a la Plaza Bolívar, la cual por esos días acondicionada como plaza de toros con su estructura que consistía en numerosas cercas que formaban un cuadrilátero con hileras de palcos individuales, los cuales eran controlados por personas que los adquirían en alquiler de la Municipalidad; en estos palcos se pagaba un (01) real y en segundo piso (o segundo nivel como diríamos hoy en día) un (01) Bolívar; pero la pequeña Eugenia no pagaba y se instalaba en un buen sitio al lado de la abuela que resultó ser una aficionada taurina por excelencia y disfrutaba de todas aquellas faenas, con toros criollos. “Que corrida pa’ buena” decía al llegar a su casa.

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El Chimo (o Chimú)

La pequeña Eugenia, tendría ocho (08) años, cuando se dió cuenta que no había probado “esa melcochita, negra y suave que su tía Cirila, siempre cargaba en una cajita bien redondita y sellada; en las tardes de tertulia familiar, cuando su tía estaba de visita, la niña veía como su tía sacaba la cajita del carriel, la abría y con gran deleite se llevaba a la boca una pequeña cantidad que sacaba con una espatula seguida de la expresión: “este chimusito si está bueno, debería mandar a traer otras dos hallaquitas, antes que se termine”; (las hallaquitas eran pequeños envoltorios hechos con hojas secas de matas de maíz), dentro de las cuales se guardaba el chimú para la venta; luego lo guardaba, para el consumo en su cajita y lo mantenía allí como si fuera un pequeño y maravilloso tesoro. La niña escuchaba a menudo el comentario acerca de la melcochita; y un buen día decidió hacer lo que venía madurando desde hacía algunos días; dar una probadita a la melcochita negra y blandita que siempre elogiaba la tía; y, ni, corta ni perezosa, en la tarde, cuando regresaba de la tienda de don Tito, luego de hacer el mandado de traerle un buen chimú a su tía, con avidez y a escondidas en el zaguán de la casa y antes de ser advertida su presencia sacó una buena “uñada” se la llevo a la boca; y… Sorpresa! Al cabo de unos segundos tuvo diferentes sensaciones; desde un sabor indefinido hasta una picante y torturadora acidez, casí insoportable, que al punto, en lugar de botarla, se la tragó, y al minuto se mareó y gritó, cayó al suelo, pataleó, vomitó, “se vino en aguas” y al ser socorrida por la abuela y vecinos, se desmayó por el susto, más que por los efectos de la “bendita

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melcochita”, sólo cuando recobró el conocimiento y sonrió a la “nonita” fue cuando Doña Eugenia, la tía y los vecinos descubrieron en los ennegrecidos dientes de la niña, la causa de aquella “moridera”, en la saludable existencia de la atrevida pero inocente curiosa quien no se había percatado que el chimú nunca se traga, solo se le extrae el sabor y se bota.

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El Agua Clara.

“Al que madruga Dios lo ayuda”, decía doña Eugenia a menudo y más cuando se refería a recoger agua clara. Hacia el año 1.922, la noble anciana y su nieta vivían en una casa de la Calle comercio, los dueños se habían trasladado a San Cristóbal para trabajar y le dieron al cuido a Doña Eugenia su casa donde Eugenita pasaría unos años de feliz existencia y viviría otras experiencias inolvidables, entre estas, está la de tener que levantarse temprano a llenar vasijas de agua clara, el precioso líquido no llegaba a los hogares de aquella época, por tuberías, no, simplemente

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los encargados de suministrarlo, mantenían unos surcos por las empedradas calles, a los que llamaban tomas, y hacían que corriera por allí a lo largo de las principales calles, razón por la cual allí se cumplía la sentencia o refrán con el que comenzo este relato; así con este motivo, la pequeña Eugenia tenia cada mañana otro achaque para distraerse llenando las vasijas que más tarde eran trasladadas hasta la casa por los vecinos más inmediatos que prestaban su ayuda incondicional a Doña Eugenia, mientras la niña, se entretenía echando hojitas e insectos a la toma, para que los perezosos de más abajo tuvieran que “colar” el agua después de recogerla con todos esos elementos, no sin llevarse uno que otro cimarronazo por las piernas cuando era sorprendida por su nona en estos trajines.

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La Curiosidad del Parto.

No saliendo de una para entrar en otra La Eugenita siempre estaba atenta a todo lo que hacía Doña Eugenia; en esta oportunidad les relato otro chasco que se llevó por curiosa; se trata de la curiosidad natural que sentía por ver como llegaba la cigüeña con los niños (cuento que escuchaba donde quiera que su nona iba a atender un parto, no siendo estas palabras de la respetable comadrona quien asombrosamente nunca hizo referencia a esta fantasía, simplemente siempre se limitó a decir; “Voy a atender a la Doña en su parto”; esta controversia era para la pequeña Eugenia algo que ella tendría que descubrir con la audacia que la caracterizaba, y un día vio la oportunidad en un hogar donde no había otros niños que la hicieran quedar mal, ya que el que llegaría allí sería el primogénito y no existía más que el preocupado papá en medio de la sala tomando café a cada momento, la parturienta y su atareada comadrona, para colmo en el dormitorio donde se desarrollaba aquel trajín no tenía puerta, solo una cortina; la niña haciéndose la somnolienta, estaba solo atenta al momento en que la señora empezara a gritar y justo en el momento preciso, levantó la cortina y fue cuando comprobó que lo de la cigüeña era puro cuento y, viendo el proceso que trae consigo el nacimiento de un ser humano, salió corriendo de aquella sala para vaciar su estomago en la toma de la Calle Páez; pobres vecinos de más abajo decía Doña Eugenia, cuando supo lo que le pasó por su imperdonable descuido, ya que nunca le permitió a Eugenita, que estuviera cerca de donde ella estaba atendiendo su labor más preciada.

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La Escolaridad de Eugenia!

Con tanta inteligencia demostrada en sus travesuras y en sus vivencias diarias, Doña Eugenia creyó conveniente llevar a la niña a una escuelita, donde le enseñaran las letras y los números, ya que “su abuela no sabe ni la O por lo redonda” decía a su hija Cirila, siquiera que la niña se defienda en la vida si aprende a leer y escribir, “aunque sea costurera tiene que ser y no fuñirse tanto como yo; aquella era una de las pocas oportunidades en que se le escuchó y dejó entrever que la vida no siempre era tan placentera como solía decir y tal vez en su ingenuidad quería que su nieta progresara aunque fuera conociendo las letras y los números. Cosa que no se le dificultó mucho a Eugenita; en meses aprendió a leer y a escribir perfectamente, y que letra tan bonita la que tenía, aprendió también a sumar, a restar, a multiplicar, pero en la división si se trancó y decía que no le gustaba dividir ni entre dos (02) ni entre cien (100), esto de alguna forma quedó demostrado en su personalidad aún en la adultez, ya que nunca le gustaron las divisiones; fue entonces y cuando empezaron las clases de matemática y la obligaron a estudiar las tablas de dividir, cuando pidió un taburete para sentarse solita en el patio de la Casona donde funcionaba la escuela, allí había una hermosa mata de mango, cuando miró hacía arriba para pedirle a la Virgen Santísima que la ayudara con las benditas Divisiones, fijó su mirada en unos hermosos frutos, doraditos – rojizos que se veían con el sol del atardecer; mientras observaba aquellas maravillas de la naturaleza, pensó, ya están buenos para bajarlos, sí los pongo en el suelo y divido con ellos aprenderé ligerito. Como pudo trepó al árbol sus fuertes ramas le ofrecían seguridad, sin

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embargo no quería estropearlos, tocó los que pudo y comprobó que podía bajarlos; ya estaban a punto su tía Cirila le había enseñando a reconocer un mango maduro, pues había intentado comerlos verdes y con sal y su nonita se lo tenía prohibido.

Al día siguiente Eugenia se llevó entre su saco, una mochila de lona y a la hora de salir a estudiar las tablas esperó a que no hubiera alguien en el patio y con sigilo emprendió la difícil tarea de bajar los codiciados mangos; de hecho Eugenita no los quería para comer, no, se comería uno, los otros los pondría en el suelo y practicaría las divisiones; de esta forma colocó cuatro mangos y el signo de dividir lo hizo con un palito y dos piedritas y colocó al otro extremo otros dos mangos dos palitos y el resultado; así lo hizo hasta llegar a ocho entre cuatro, cuando la maestra salió con los otros niños para despedirlos, el patio estaba cubierto de mangos; esto produjo una sensación de ira e impotencia en la maestra por los problemas que aquello ocasionaría, pero los pequeños alumnos comenzaron a burlarse a darle con los pies a las divisiones tan bien logradas y la niña asustada al principio y luego llena de ira lanzó mango a diestra y siniestra y al estrellarlos contra las paredes, bancos y humanidades ya no lucían tan hermosos como la tarde anterior, era puré de mango, lo que su abuela, su tía y sus primos tuvieron que limpiar muertos de vergüenza por semejante desbarajuste; hasta ese día llegó el aprendizaje de la niña.

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Los Caminos… siempre han sido peligrosos.

En marzo de 1.921, la niña Eugenia se dirigía al Cementerio Municipal, acompañada de Doña Eugenia, el camino era empedrado y estrecho, lo bordeaban unos cimientos de piedras enmohecidas. Iban muy tranquilas hablando de sus asuntos cotidianos, cuando de pronto, escucharon un estrepitoso acarreo de ganado; la niña que temblaba tan solo con ver desde lejos un “bicho con cachos”, salió corriendo a resguardarse tras el cimiento, sin embargo no se liberaría de un susto mayor; el tropel de vacas y becerros había pasado mas no el susto que pasarían en los siguientes minutos abuela y nieta, ya cuando la Doña llegó con toda dificultad a saltar el pequeño muro de piedra, toda fatigada, no advirtió, que la pequeña cobarde se había parado sobre un tallo negro y blando que lentamente comenzó a moverse; de repente un señor que pasaba y que muy caballerosamente se ofreció para ayudarlas a tomar el camino de nuevo, se percató del inminente peligro y con señas le hizo saber que debían apresurarse a salir en silencio, rápidamente Doña Eugenia vio con horror que su ingenua nieta estaba parada y casi acurrucada sobre una enorme serpiente de las llamadas comúnmente tragavenados que gracias a la providencia se empezaba a desperezar, seguramente el “pobre animalito” estaba digiriendo algún suculento bocado, ya que apenas se deslizó unos metros a pesar de ser un reptil famoso por su agilidad al moverse; minutos más tarde la pobre moría aplastada por los enérgicos garrotazos que le propinó el robusto campesino a quien aún recuerda Eugenia con gran agradecimiento ya que les salvó seguramente de morir, si no por causa de la serpiente; por el susto.

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El cimarrón.

Quien arrancara todas esas odiosas matitas de cimarrón! Pensaba Eugenita cuando contemplaba aquella mancha de esa plantita de hojas alargadas y bordes punteaditos con espiga de espinitas; y, es que, la animadversión que sentía la niña hacía la pequeña planta, estaba más que justificada, ya que con la espiguita de la Bendita matita, la abuelita la castigaba cuando la sacaba de sus casillas, por alguna travesura en la que se le “pasara la mano”, como decía ella; sin embargo las sabrosísimas sopas de arveja que aromatizaba la nona con las hojas de la plantita le hacían olvidar, las picaditas y pequeños ardores que sentía cuando recibía los ramasos en sus cortitas piernas, cada vez que hacía algún “dañito” como decía al sentir las “caricias” del cimarrón. Yo le juró nonita, que más nunca lo vuelvo hacer; lo que no pensó jamás la niña es que había podido quitar las espiguitas, destruirlas y dejar solo las aromáticas hojitas para las sopitas.

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Las Famosas Telas de los Sanabria.

Hacia los años 20, San Juan de Colón era un pueblo de progreso económico, ya que servía de enlace entre San Félix hasta donde llegaba el Ferrocarril, y, otras ciudades, entres ellas San Cristóbal; para esa época había unas dos tiendas de Telas, la principal, la de Los Sanabria, era famosa por la calidad de las telas, ya que llegaban buenas popelinas, piqués, chantús, holanes, wuales y otras que recuerda y nombra con el orgullo de quien reconoce la buena calidad de un producto; y es que; Eugenita se puso sus buenos vestiditos hechos con aquellas “telitas tan bonitas” porque la señora Sanabria cuando tenía oportunidad, le regalaba unas yarditas de las telas con los estampados más simpáticos y delicados que llegaban, su tía Cirila era la encargada de que su sobrina luciera sobre el gordito y pequeño cuerpecito un lindo vestido, que como cosa curiosa estaba cosido a mano, cuando los vestidos eran nuevos los tenia solo para “pontificar” es decir para dominguiar y curiosamente dejaba las tremenduras a un lado, porque si las hacía, estropeaba su vestido nuevo, hoy imagina cuanto aliviaría la abuela en los días de “pontificar”.

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Las Muñecas de Trapo.

Una cesta redonda con tapa, era la recolectora de cuanto recorte de tela dejaba la confección de los trajecitos de la niña; un buen día le dio por hacer, las que más tarde serían sus famosas muñecas de trapo, con habilidad, midiendo aquí, recortando allá, uniendo partes y empleando los elementos que daban como resultado unas graciosas y pequeñas muñecas, llegó a reunir unas ocho, sus amiguitas, que no eran pocas dada la popularidad de que gozaba su abuelita, siempre

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se antojaban de las bonitas y agraciadas muñecas y al despedirse de abuela y nieta no dejaba de haber uno que otro lloriqueo por el preciado juguete, hasta que una tarde, una de las niñas visitantes le dijo a Eugenita que le vendiera una o dos muñequitas, y ella, ni corta ni perezosa les puso precio y trato hecho; le entregó dos de aquellos pequeños tesoros a la niña, quien se encargó de “hacerle propaganda” a su producción la cual creció al punto que su tía y primas se vieron obligadas a ayudarla; al poco tiempo la alcancía de la pequeña estaba a reventar de medios y reales y las cestas de recortes de las costureras vecinas, vacías.

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La Ñapa.

(Cuando daban un grano por un real).

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Nunca como entonces, los niños han sido tan solícitos y atentos para hacer los “mandados” (pequeñas compras que se hacían a diario en las bodegas del pueblo), como los pequeños de las décadas de comienzos del siglo pasado. Era costumbre de algunos niños, entre ellos Eugenita, interrumpir el diario trajinar en las solariegas casas de antaño, con la pregunta de siempre: Ña Carmen… Ña Petra; Señorita Antonia… ¿Qué va mandar a “trer” hoy? Necesita medio de sal, un cuartillo de azúcar o alguito?

Y es que tal solicitud no era gratuita, aquellos niños iban a la Bodega de Don Tito, Don Luis o el señor Teófilo, y compraban los víveres que necesitaran donde Ña Carmen, Ña Petra…; y tenían su recompensa: Un coquito, caramelo redondito, envuelto en papel blanquito; hecho de panela y coco; que rico! Sin embargo, cuando el mandadero era un muchacho mayorcito (adolescente), “la ñapa” cambiaba del coquito al grano; se estará preguntando – y qué era eso del grano?.

El “grano”, no era otra cosa que otra modalidad de la tradicional “ñapa”, la cual consistía en reunir granos en un frasco o botella, asignada mediante una pintoresca marca, a cada comprador, estos granos bien podía ser un maíz, en raras ocasiones sustituido por una caraota o frijol, los cuales iban cayendo al recipiente de Pedrito, Juancito o Chepito; a medida que los ansiosos compradores crecían en sus compras y ya habían reunido cierta cantidad de granos: 50; 100; y más, “la ñapa” se convertía en un codiciado premio: Que consistía en 01 par de cotizas, 01 cuaderno, o un juguete de celuloi. Cuando hoy día compramos cientos de maíces por 1.600,00 Bs. En aquella época “te daban” un grano por un real”.

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Prodigio de DIOS.

En aquella apacible mañana de un domingo soleado, la pequeña Eugenia, estaba contemplando a través de la ventana de la humilde salita, aquel jardincito que aunque pequeño, su nonita cuidaba con tal esmero, que las flores que cultivaba allí parecían inmarcesibles, de un colorido y belleza, que cautivaban a quien se detuviera a contemplarlas, como le estaba sucediendo a la pequeña traviesa para quien estos ratos, solían ser de quietud y sosiego para su espíritu, ya que lo único que la aquietaba era la armonía de aquel jardín; sin embargo esa tranquilidad se vió interrumpida por la aparición en el portal, de una chiva, grande berrenda y chillona, como la describió Eugenita cuando corrió a la cocina a dar la novedad a la nona de la presencia de la chiva; “que raro que un animalito de estos, esté por aquí” – diciendo esto y atraídas por los insistentes “berridos” de la chiva, salieron a tratar de espantarla, para evitar que el “animalito” hiciera daños en el jardín; sin embargo hubo un momento, en el que Doña Eugenia notó la emergencia de la inusitada visitante y sin mediar palabra con la asustada niña, se acercó al portón y le abrió al animal, no sin antes percatarse avizorando los alrededores, si aquella visitante venía acompañada; y extrañada al confirmar que venía sola, comprendió al examinarla, que traía la ubre a reventar; de inmediato, solicitó a la pequeña que buscara una vasija en la cocina y la trajera, atrajo hacia ella a la chiva y procedió a ordeñarla, la pobre estaba a reventar y la nona extrajo una buena cantidad de leche, acarició a la inesperada visitante, salió con ella y recorrió varias calles para ver si encontraban al dueño, o a las crías por allí y de repente esta salió dando

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brincos calle abajo y se perdió entre los abrojos de un terreno; Doña Eugenia regresó a su casa y le dijo a su nietecita quien ni corta ni perezosa ya había puesto la leche a hervir: “Esto de la chiva fue un prodigio de Dios, ya tenemos la lechesita de hoy”; sin percatarse del otro prodigio y era que la niña por primera vez tomaba en serio la cocina y con mucho esmero mientras la abuela daba gracias a Dios, había hervido la leche como toda una experta sin dejarla derramar.

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La Piedra del Mapa.

EL día 05 de febrero de 1.920; fecha en la que algunos lugareños soterraron La Piedra del Mapa. Este acontecimiento fue para la población de San Juan de Colón algo sin precedentes en la apacible vida de sus habitantes; un revuelo de sorpresa, inquietud, y curiosidad despertó entre sus moradores que acudieron presurosos aquella mañana y vieron como caía al hoyo aquel monumento natural que nuestros aborígenes habían dejado para la historia, en su lugar de la Calle Bolívar (hoy 5); aquel acontecimiento llevó hasta el lugar a Doña Eugenia y por supuesto a Eugenita a presenciar semejante cosa.

Meses más tarde, los señores Don Ernesto Croce, Don Carlos Pagnini junto a otras personas de renombre; y de nuevo los habitantes de la floreciente población se dieron cita allí para aunar esfuerzos sobre todo monetarios de Don Ernesto y Don Carlos, para desenterrar la histórica piedra, no sin antes dar a conocer a los presentes el valor étnico de nuestro petroglifo más preciado (01 de los cuatro existentes en San Juan de Colón); y desde luego su volumen estimado en 09 metros cúbicos, y su peso aproximado de 27.443 Kgs; atónitos todos, más por las impresiones en la piedra que por su tamaño; dieron muestras de gratitud a estos señores por su empeño en volver a colocar la piedra en su lugar, no sin antes escuchar la sentencias de labios de aquel borrachito supersticioso de “Que aquel que tocara la piedra se quedaría por siempre en San Juan de Colón, sin poder salir de aquí”; desde luego ya la niña Eugenita entre otros niños había recorrido con sus deditos todos o casi todos los

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jeroglíficos de la piedra, la nonita que no creía en esas cosas se echó a reír al ver el desencanto reflejado en la carita redonda de su nieta, quien siempre expresaba en sus tertulias vespertinas sus sueños de viajar por todo el país, cuando fuera grande; sueños que en buena parte se cumplieron, pues en su juventud: Eugenia fue una incansable viajera, al punto que por 29 años se radicó en la Capital, su recordada Caracas vieja (años de 1.931 – 1.960).

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La Purga.

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En el jardín de la casa donde estuviera Doña Eugenia, nunca faltaban dos plantitas a las que la niña no podía ver ni en pintura, solo que no podía arrancarlas como desearía porque sería “castigada”, ya que aquellas plantas eran sagradas para la nonita, y pobre de aquel que las pisara o maltratara.

Una de esas plantas, era la mucutena, la cual empleaba para purgar a la niña, unas tres veces al año, en estas oportunidades, cuando llegaba el día, la nona se aseguraba que la luna estuviera en cuarto menguante, es decir, “con los cachitos hacia arriba”. Doña Eugenia preparaba aquel vermífugo o guarapo y sorprendía a la pequeña a la primera hora de la mañana, para hacerle tomar aquella antipática, pero necesaria bebida, casi medio litro en un pocillo de peltre al que también odiaba Eugenita por ser el portador de la amarga purga. En ayunas, la pobre y ya a media mañana, sentía como su estómago era una revolución de movimientos y sonidos que a cada rato la sacaban corriendo para el solar; ya al medio día toda exhausta iba a la cocina y la nonita le tenía lista una aguamiel bien clarita con un pan tostado, que como almuerzo no significaba nada para la pobre, la nonita le explicaba que si comía algo más, le podría hacer daño y tenía que limpiar su estomaguito para recibir otros alimentos.

Cierto día de purga la niña vió como su abuelita cocinó una sabrosa sopa de arvejas con picadillo de verduras, su plato favorito con arroz y huevito frito, una delicia para perdérsela por la odiosa purga, y, la inocente se dio a la tarea de vigilar a su nonita para ver cuando saliera a visitar a una de sus parturientas para su control, y cuando lo hizo, creyendo que Eugenita dormía, salio sin percatarse que la picarita, era la que desde la ventana del cuarto, se cercioraba que la abuelita

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estuviera bien lejos, corrió hacía la cocina y tomando un plato de la zaranda, se sirvió su sopita, comió hasta quedar bien llenita. Sin embargo algo la preocupaba y era recordar su experiencia con el chimú, y, no dejaba de sentir cierto temor, a la vez que recordaba aquel refrán que dice: “Barriguita llena corazón contento”. De inmediato con la rapidez que aporta el temor de ser descubierto cometiendo una falta, cayó en cuenta que su nona no tardaría en volver y lavó los dos platos que había ocupado, los seco, se subió en un taburete, y cuando se disponía a guardarlos llego la señora; Eugenita, en el afán de ocultar su azoro se colgó de la zaranda viniéndose abajo con un estrépito de platos, pocillos y tapas que rodaron por el piso y con todo y muchacha fueron a dar a los pies de la atónita Doña Eugenia.

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Amigas por siempre.

Los acontecimientos se sucedían día tras día, semana tras semana, y entre nacimientos, visitas, velorios y novenarios, transcurrió la grata existencia de Eugenita, quien desde el desagradable día de las cuentas de los mangos en el patio de la escuela, no había vuelto ni a mirar un libro, mucho menos a la maestra, la abuelita y familiares, preocupados por esta causa, siempre estaban hablando sobre el tema y sus primos, los hijos de su tía Cirila siempre trataban de convencerla para que volviera a la Escuela, sin embargo, la respuesta de la pequeña, siempre era la misma “y para que, ya sé lo que tengo que saber, y escribo bien bonito”, y era cierto, su abuelita a menudo lo decía: “Que letra tan bonita tiene y escribe cosas sobre los animales, las flores y la gente del mercado, pero, siempre arruga la bolsa del mandado donde las escribe y termina quemada en la basura; un día de estos la voy a llevar donde la Señorita Celia, mi amiga costurera para que la enseñe a coser, se que tiene fundamento para eso”; claro que tenía facultades para la confección de trajes, para muestra bastaba con ver los vestidos de las muñecas de trapo, que ingenio y buen gusto tenia cuando combinaba las telas para vestir a sus muñecas; así que la nonita determinó que la niña no iría más a la escuela, solo iría en las tardes a aprender el arte de la costura donde la Señorita Celia, así lo hizo por algunos meses durante los cuales aprendió bastante sobre costura, cosía dobladillos, pegaba botones, ayudaba a combinar retazos para hacer cubrecamas de retazos y hacía tal cual mandado a la Señorita, pero sobre todo en este aprendizaje hubo algo que perduraría de por vida y fue la bella amistad que surgió entre ellas, y, aunque

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parezca mentira ni la distancia ni las circunstancias mermaron ese sentimiento de amistad sincera entre aquella laboriosa mujer y la pequeña Eugenia al punto que los sobrinos de la Señorita heredaron la amistad de la comedida Eugenita.

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Las Advertencias de Nonita.

Hoy, vamos a la misa de 9:00, decía Doña Eugenia a su queridisima nieta. --Si nonita, desayuno y me alisto, ya veras, me voy a poner bonita,-- La Nona le respondía “Bonita y decentica, mira que para donde vaya, debe ir a la altura de la ocasión y el lugar. Hoy te vas a poner el trajecito azul de lilaida, los zapaticos nuevos y traes las cinticas blancas para tus crinejas, y te apuras porque se hace tarde”. Mientras peinaba a la niña Doña Eugenia le hacía varias advertencias “Procura” --le decía-- entrar a la Iglesia no como Pedro por su casa, primero debes arrodillarte ante el Santísimo y Santiguarte, luego te sientas al ladito mío sin hacer bulla, en silencio; ya cuando salgas a la plaza podrás jugar todo lo que quieras con tus amiguitas; si porque uno debe siempre comportarse de acuerdo al sitio donde esté, si ves a alguien riéndose o hablando en misa no la determines, te callas y miras al frente, donde está el sacerdote; y te voy a dar una seña para cuándo te diga que una persona es ñiqui ñaqui, es porque no es conveniente que sean nuestras amigas, no es que le hagamos mal plante, pero es mejor estar de lejitos, entiendes, tampoco estés de igualada con las personas mayores, a quienes debes respetar, las saludas, les sonríes y no estés mirándolas insistentemente, mucho menos preguntando cosas de sus ropas, zapatos y prendas, no te rías a carcajadas eso es feo en una niña y te puedes hacer antipática, si alguien nos invita a su casa no vayas a estar tocando algo o mirando mucho las cosas, estas y otras advertencias sobre lo que debe ser el comportamiento de una niña eran el pan de cada día en casa de Doña Eugenia, ya que decía siempre a sus hijos y nietos: “yo la advierto de todo lo que puedo,

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para que sea una mujer de bien, para que no me la desprecien y sea una persona bien llegada a todas partes, la respeten y la quieran como a mí persona, que no es por nada, pero nunca he sido inoportuna en ninguna parte, porque siempre llego hasta donde tengo que llegar, siempre dejo de mirar lo que no me interesa y ayudo cuando me manifiestan que necesitan mi ayuda, de lo contrario me quedo como mi justillo, bien ceñidita.

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La Mudanza a la calle Colón.

Hacia marzo del año 1925; Doña Eugenia y su nieta, se mudaron de casa “lastima aquella casita de la carrera Junín, ya la teníamos tan bonita, pero bueno así son las cosas los dueños ya vienen para la Semana Santa, y está me la dan al cuido con todo lo que tiene en su terreno, que más, tendremos que empezar a ponerla bonita” la nona no se percató que ya estaba hablando sola, porque Eugenita ya estaba recorriendo toda la vivienda, haciendo planes de cómo iba a acomodar las cosas, primero, claro que necesitaba una limpieza, como se divertiría echando agua con sus primos, y bajando las telas de araña y los panalitos de los jolones, eso sí después y mientras blanqueaban con cal, se iría a casa de su tía Cirila porque no soportaba el olor del agua-cal, allí en la casa de su tía seguiría con sus tremenduras, y ahí si era verdad que daba rienda suelta a su imaginación, ya que era la sobrina consentida de su tía, quien tenía solo varones en su prole, aún no se reponía la nona de este brusco cambio de casa, cuando la niña ya había hecho varias amistades y las tenia en la nueva casa ayudándola a limpiar y entre sus primos y las amiguitas dieron al traste con las cosas más desvencijadas que se encontraban abandonadas en el patio de aquella vivienda, al fondo del barranco de “la borda” fueron a dar sin que Doña Eugenia se percatara de aquel trajín de su nieta quien a las 5 de la tarde ya bañadita y vestidita con un vestido dominguero se balanceaba tranquilamente en una mecedora que había rescatado y reparado del patio, feliz rodeada de amigas que contemplaban admiradas unas lindas muñecas de trapo elaboradas por la pequeña. Tarde felices inolvidables para Eugenita.

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La Misa Dominical.

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Otra jornada de alegría pero diferente en compostura y seriedad era la de la mañana de los días domingo, dado el profundo respeto que la nona le había infundado, Eugenita desde muy temprano se levantaba, se daba un buen baño, se vestía con esmero para lucir impecable en uno de sus vestidos domingueros, que no eran pocos; bajaba de una repisa una cestita donde tenía las cintas para cada vestido según el color del que iba a lucir y armada de peine y cintas llegaba hasta donde su nonita estaba instalada para tejer los negros y ondulados cabellos de la niña, ya lista se sentaba en la salita a esperar a su nona para bajar hasta la casa de su tía Cirila, el esposo de su tía y sus primos y con ellos asistir con todo el recogimiento posible a la misa de nueve de la mañana, en varias oportunidades por los años 1925 y 1926 Eugenita fue testigo de un hecho insólito pues el párroco que llegó a la parroquia San Juan única en San Juan de Colón para la época era un sacerdote caritativo, comprensivo, amigo de pararse en las esquinas de algunas calles en días de semana para socorrer, monetariamente a las personas que sabia sufrían penurias por falta de recursos económicos y dar consejo a los señores que sabia por información del sacristán daban “mala vida” en sus hogares por culpa de la bebida sin control. Sin embargo aquel sacerdote grandote y bonachón, en el altar era el más ortodoxo de los sacerdotes que había conocido Doña Eugenia como lo aseveraba ella misma a su hija y yerno y a sus hijos y nueras y por supuesto a Eugenita que le había preguntado qué era eso de ortodoxo – Que se ajusta y es fiel de las normas de la iglesia, estricto en el cumplimiento de lo que se debe hacer y de lo que no se debe permitir en la iglesia, en el comportamiento de uno, está claro Niña? – “sí nonita” – aquel hecho insólito del que fueron testigos no solo Eugenita sino

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todos los que asistían a la misa de nueve, y es que aquel sacerdote al salir a oficiar con el ornamento puesto según el tiempo de la iglesia salía al altar con un pequeño juete (látigo pequeñito hecho de cuero de ganado) y avizoraba el espacio que podía contemplar en las naves del templo y en más de una oportunidad bajó, y saco tomándola de una oreja a una bella y esbelta dama que acompañada de su esposo un conocido y respetado señor de negocios del pueblo quien entre azorado y disgustado salía tras el sacerdote y la dama haciendo un gesto de desaprobación que nunca se supo si era para el sacerdote o hacia su bella esposa, el motivo de aquella publica reprimenda se debía al deshonesto descote de la Doña quien a veces llego a olvidar que iba para la iglesia y elegía para ese día un vestido digno de una reina, muy ostentoso y también ceñido y descotado, Eugenita entre asustada, admirada y disgustada le decía a la nona “pobre señora” – que cuento de pobre quien la manda, a descarada, es verdad que es muy bonita parece una muñeca de porcelana, pero aquí al templo se viene como debe ser, bien tapadita, luciría bien bella, más de lo que es, pobre señor… él que es tan respetable pero quien lo manda también a permitir que venga así, apenas terminaba estas murmuraciones que no solo eran las de abuela y nieta, ya el sacerdote con toda la serenidad y luego de echar otro vistazo a las bancas, daba comienzo imperturbable a la santa misa. Nona que susto cuando ví al padre con el juete - Qué susto, eso no es nada, susto los que yo viví cuando vide todos los trajines y luchas de los pobres soldados de la batalla del Topón, yo tuve que curar a unos pobres muchachos que lucharon en esa batalla, eso sí son sustos, después cuando estés más grandecita te cuento. Lo que pasó hoy con la Doña… son sustos y vergüenzas que pasa la gente sin necesidad por necias.

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Después de estas situaciones a veces cuando Eugenita veía al sacerdote del cuento en la calle le hacía algunas morisquetas de antipatía sin que nadie se percatara y se alejaba de “aquel viejo pegón” como le decía al referirse al sacerdote, claro que tal calificativo lo expresaba sólo cuando estaba conversando con sus primos y en voz baja.

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Se le cayó un diente del peine.

En contraste con su corta estatura, además de ser gordita, la pequeña Eugenita tenía una larga y frondosa cabellera, negra, ondulada y brillante (producto de las frotaciones que a su cabecita daba semanalmente Doña Eugenia antes de lavarle el cabello) esta frica (masaje) como le llamaba la nona la hacía con aceite de pipa (tártago); aceite de coco, romero y unas gotas de limón, la cabellera de la niña cuando se soltaba las trenzas era hermosa según testimonios de familiares, cosa de la que se sentía orgullosa; le gustaba sentarse en el patio y pasar el peine por sus cabellos suaves y largos, sentirlo en su corto cuellito, y decirle a la nona, “mira como brilla mi pelito”, sin embargo aquella forma de carey y con una bien definida hilera de espaditas bien dispuestas a ofrecerle una apariencia de niña bien peinada, una mañana le produjo un disgusto, después de una larga sesión de alisado de cabello, notó que le faltaba una espadita al peine, entre asustada y disgustada, esperó a que su nonita llegara de visitar a una paciente y con peine y espadita en mano le dijo a su nona “mira se le cayó una espadita al peine, “Que niña esta, ya le sacó un diente al peine” a lo que respondió Eugenita “nona, los peines tienen dientes?, esas espaditas son dientes? Ah! No sabia, entonces ese diente taba malo, picado mejor me compras otro y dejamos el desdentado este pa mis muñecas, que te parece? Sin embargo días más tardes, la sorprendió la nona terminándole de sacar los dientes al peine y tratando de clavarlos en una penca de cimarrón para burlarse de la pequeña planta, que de ser por la niña no crecería en el jardín de la casa.

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El Mercado Libre.

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Cada sábado era día de fiesta para la pequeña Eugenia, quien celebraba la llegada de cada “día de mercado” como le decía Doña Eugenia. Y llegaban a aquel cuadrilátero que frente al templo Parroquial San Juan Bautista conformaba la Plaza Bolívar, con su único monumento en el centro, natural, el Samán, que según historiadores es nieto del Samán de Guere y que protegido por una glorieta de cemento era mudo testigo de las corridas de toros que por el mes de junio y en honor a San Juan Bautista se realizaba en la plaza acondicionada para esos menesteres y el resto del tiempo, de las peripecias que sábado tras sábado hacían los vendedores en el mercado libre en que se convertía la Plaza Bolívar de la carrera Federación (hoy 5) era un pintoresco mercado de frutas, verduras, carnes, granos, quincalla, ropa y hasta utensilios de cocina, sin olvidar pequeños animales vivos, aves, gatos, aves de corral, conejos y pequeños lechones (más chillones decía Eugenita). Todos estos rubros a excepción de los animalitos se exponían en ventorrillos que conformados en hileras de mesas, protegidos del sol y la lluvia por toldos de lona, sectorizados por rubro formaban la pintoresca brega sabatina y entre pregones, regateos y bromas entre los vendedores, transcurría el día sábado. Aquí y allá iban abuela y nieta haciendo sus compras, hortalizas frescas, frutas y carnes, las depositaban en el canasto de bejuco ovalado y larguito, que era tomado por cada extremo del asa por las dos Eugenias, no sin antes haber visitado, el toldo de la chicha y los pasteles que vendía Doña Juana a medio los pasteles y a locha el vaso grandote de chicha; ya con el estomago lleno la niña tenía más animo para acompañar a la nona a casita a colocar en puesto los alimentos adquiridos en el mercado; a veces con el permiso y las consabidas advertencias de Doña Eugenia la niña volvía al mercado a divertirse de lo lindo.

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Un día tuvo la ocurrencia de ir al toldo donde vendían aliños y no obstante ver al pobre vendedor atendiendo a unos cuantos compradores, le lanzó la pregunta que, primero lo dejó atónito, luego miró a los compradores que no lo dejaban ni respirar, pidiendo unos: una locha de comino, otros medio de canela, clavitos dulces; y dejándolos con sus pedidos en los labios se dedicó atender a la niña quien le había preguntado nada más y nada menos que por la arroba (12 kg) de comino, aquel señor dijo que nunca había vendido una arroba de comino; imaginó la ganancia que obtendría sin necesidad de estar midiendo y despachando por cucharadas tan codiciado condimento; así que rasgó un cartón de una caja vacía, sacó el lápiz de su oreja izquierda y se dio a la tarea de sacar cuentas, en cuánto podría vender una arroba de comino, al cabo de un rato cuando levantó la cabeza del cartón de las cuentas se percató que se había quedado sin clientes y que la niña de la arroba de comino ya no estaba; ésta tranquila y despreocupada se deleitaba con una melcochita comprada dos toldos más arriba de la venta de los aliños. La queja la recibió Doña Eugenia ocho días después. Luego del regaño el cual fue corto porque Doña Eugenia ya casi no podía contener la risa por ésta Eugeniada que si le causó gracia, por la ingenuidad de Don Cerafín y la audacia de su nieta quien de inmediato le respondió: “Yo solo quería saber cuánto cuesta la arroba de comino pero me fastidie de tanta cuenta y me fui y qué… te dijo el señor Cerafín cuanto cuesta la arroba de comino al fin!”.

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Los Juegos Tradicionales.

Por el mes de marzo y abril era bastante común ver las empedradas calles plenas de la algarabía de chicos y grandes formando círculos alrededor de un pequeño madero en forma de trompo dando vueltas y a veces derribando a otro que lanzaban para ver como caía. Con esta competencia se sabría cual jugador de trompo era el más diestro, es decir, el más hábil.

A Eugenita no le gustaba jugar trompo, decía que era juego de varones, sin embargo le gustaba ver jugar a sus amiguitos y resultaba ser una espectadora bastante entusiasta; hasta apostaba a escondidas de la nona alguna que otra locha (0,12 ½ céntimos de bolívar) y siempre ganaba, ya que conocía muy bien a los jugadores de trompo a los que llamaban “Bailadores de trompo”.

Otro juego que se practicaba por los meses en mención era el de gurrufío, el instrumento utilizado para este juego era una chapa de botella al que se le perforaba el centro o un botón grande de Paltó al que se le cruzaba un cordel el cual al templarlo giraba velozmente la chapa o el botón, en ocasiones lo ponían a pelear, es decir los chocaban y el contrincante que lograba cortar el cordel del otro, ganaba.

Así mismo por los meses de junio venía el juego de la coca (hoy perinola) este juego consistía y consiste hoy en día en encajar un palito en un barrilito con un pequeño orificio en el cual los expertos de este juego lograban encajara el palito el cual va atado al extremo no perforado del barrilito hasta ochenta y cien veces en cuestión de 2 minutos, no era raro ver en las esquinas a un grupo de muchachos apostando un cien, la niña se

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mantenía en casa y veía desde lejos las peripecias de los perinoleros ya que no le gustaba el jueguito decía que era tonto y desde julio juntaba veradas las guardaba y les pedía el favor al mayor de sus primos, Rubèn, para que le alistara algunos de los esqueletos o formas para hacer sus cometas (papagayos, barrilete o volantín) en estas oportunidades las cestas de retazos de la Señorita Celia y de su tía Cirila, quedaban vacíos puesto que las cometas se elaboraban con papeles de seda en llamativos colores sobre el esqueleto de veradas y se les agregaba una larga cola de tiras de tela; este tradicional juego del mes de agosto si representaba un dolor de cabeza para la nona Eugenia, al igual que otros niños dejaban a un lado los mandados que Ña Carmen, Ña Otilia encargaban a los pequeños que aparte de las ñapas acumuladas en los frascos y sus granos ganaban una que otra locha, así que con el mandado a un lado aquellos niños echaban a volar su imaginación con aquella cometa. Lo mismo ocurría con el juego de metras, este juego consistía o consiste en hacer un pequeño hoyo en la tierra y con un cuchipazo (golpe dado en el dedo pulgar luego de chocarlo con el índice) a una metra esta debía o debe echar al hoyo una o varias metras con esta proeza ganaban sus mírrimas apuestas con las que sentían gran satisfacción personal, así es que entre mandados cimarronazos y juegos pasaban la vida felizmente sin más preocupación que acertar las adivinanzas que se derivaban de los mismos juegos tales como: para bailar me pongo la capa, para bailar me la vuelvo a quitar porque con capa no puedo bailar, qué es? Se escuchaba a menudo por las calles, en el mercado y en la escuela; además de estos juegos, había otros que no requerían de ningún juguete solo la disposición de los jugadores como el “apido” el escondite, la candelita; y los de navidad, “pajita en boca”, “el mudo”, “el beso robado” y otros que escapan de mi mente dice Eugenia.

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Epilogo.

Los relatos de la infancia de Eugenita, se refieren a la etapa más feliz en la existencia de una pequeña que vivió otra época, una niña sin prisas, sin malos ejemplos, sencilla, con muchas limitaciones sí, pero feliz como lo asegura la protagonista y es que, escuchando, viendo y observando a los infantes de esta época mi madre manifiesta a menudo que tanto avance (se refiere a la tecnología, la televisión, los video juegos) es que al ver las caritas a veces hasta tristes de los niños de hoy día, da gracias a Dios por haber contado con todos esos momentos, lugares y con su nonita en sus primeros años de vida; a veces entabla conversación con algunos niños vecinos, nietos de allegados a nuestra casa y les narra alguna que otra situación vivida en su niñez, llegando hasta en unas oportunidades incluso a arrancar de lo más profundo de su corazoncito un suspiro y una frase de cómo: Huy! Quien hubiera estado ahí! Que cómico – y uno podía correr así por la calle! – “dígame yo tengo que estar encerrado en el apartamento, viendo tele hasta que lleguen mis papás, a veces comemos y a dormir, ni me hablan!”

En otros ha observado la timidez y en algunos otros la apatía; la observan entre curiosos, burlones y se alejan, para irse a enfrascar en su juego en el celular bien pequeñito y caro del que ella puede solo distinguir una luz azul que vibra incansable en las manitas inquietas que lo “teclea” sin cesar. “hombres insensibles y distraídos del mañana” como dice ella, sin afecto ni cariño y lo mas lamentable sin la orientación que se debe tener en el hogar, menos mal

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que todavía quedan familias donde se les brinda mucho amor, comprensión y apoyo a los niños, pero esas son 20 entre 1000; solo nos queda a nosotros pedirle a Dios y a la Virgen de Coromoto que este mundo cambie para bien, que la gente se de cuenta a tiempo de estos errores que comprendan que más allá del dinero, de quién gane más, y pueda adquirir más, está la felicidad de la familia, sobre todo de los más pequeños; una hora jugando en un parque con un niño vale más que el confort pasajero que brinde un inmenso centro comercial, donde no digo que sea malo ir de vez en cuando, pero esto no debe mermar un compartir más humano y menos artificial (se refiere a todo lo mecanizado, automizado y comercializado) (aunque a veces me exige que la lleve a Mc Donald como les parece?) Y yo digo como los pequeños: Qué bonito; con la única diferencia que me siento orgullosa de saber que a través de sus relatos siento que tengo mucho de su tiempo y espacio en esa vida bella sin tropiezos, y sin embargo doy gracias a Dios por vivir en esta época que con sus momentos buenos y difíciles, nos brinda oportunidades que con una gran voluntad y amor verdadero sabremos salir adelante sin detenernos a escudriñar lo adverso y difícil, solo yendo hacia adelante y mirando el lado positivo de las cosas.

Con estos relatos pretendo, hacer llegar a mis lectores un mensaje, el cual si tengo bien claro y es que en la sencillez, en lo cotidiano y en el trato con nuestros semejantes, es donde encontramos la felicidad, porque la verdadera ya existe dentro de nosotros lo único que nos queda es compartirla.

ÍNDICE

Presentación.....................................................11Amigas por siempre..................................................45El Agua Clara..........................................................26El Chimo (o Chimú)................................................24El Cimarrón...............................................................32El Mercado Libre......................................................55La Curiosidad del Parto............................................28La Escolaridad de Eugenia!......................................29La Misa Dominical....................................................50La Mudanza a la calle Colón..................................49La Ñapa.....................................................................36La Piedra del Mapa.................................................40La Purga....................................................................42Las Advertencias de Nonita....................................47Las Comadronas del Pueblo....................................17Las Corridas de Toros..............................................20Las Famosas Telas de los Sanabria......................33Las Muñecas de Trapo.............................................34Los Caminos… siempre han sido peligrosos.........31Los Juegos Tradicionales........................................58Prodigio de DIOS......................................................38Se le cayó un diente del peine................................54Epilogo.........................................................61

Memorias de Eugenia Ainegue (Relatos de una infancia feliz)

Se terminó de imprimir en los talleres grá cos del Sistema Nacional de Imprentas Regionales

El Perro y La Rana Capítulo Táchira, en el mes de octubre de 2013

Tiraje 500 ejemplaresMinisterio del Poder Popular para la Cultura