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MANUEL DAGNINO Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro 1 LA HIJA DE LAS PALMERAS (Drama en tres actos con un prólogo) 1876

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Drama en tres actos con un prólogo

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LA HIJA

DE LAS

PALMERAS (Drama en tres actos con un prólogo)

1876

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Personajes:

Don Juan Peñalver

Andrés

Elisa

Tomasa

René

Don Alfonso

Un Negro

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PRÓLOGO

El Crimen

La escena pasa en las costas del Lago en la noche del combate naval de Padilla. Árboles y una casita campestre.

Escena I

(Don Juan, capitán; Bernardo, asistente vestido de combate.- Bernardo trae una cesta grande.)

DON JUAN.-

(Sombrío) ¿Por fin la enterraste?...

BERNARDO.-

Como me dijiste, capitán.

DON JUAN.-

¡La infeliz!... ¿No dijo nada?...

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BERNARDO.-

(Con frialdad) Sí, sí, dijo algunas palabras…

DON JUAN.-

¿Qué dijo?... ¿Recuerdas?... vamos… ¡pobre mujer!... (Con impaciencia) ¿Pero qué dijo?

BERNARDO.-

¡Ya lo hecho no tiene remedio! ¿qué harías con saber?...

DON JUAN.-

Bernardo, te lo mando como capitán.

BERNARDO.-

Siendo así obedezco… Los soldados no somos dueños ni de un secreto. Pues… dijo muchas cosas que yo no comprendí…

DON JUAN.-

(Incomodado) Vete al diablo… ¡Tanto misterio para decir lindezas de esa especie!...

BERNARDO.-

Aguardad, capitán: pero dijo otras que sí entendí perfectamente.

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DON JUAN.-

Pues dí lo que entendiste…

BERNARDO.-

Ella dijo pocos momentos antes de expirar: Alfonzo, mi querido Alfonzo, muero fiel y pura; ¡muero mártir de un infame!... ¡Mi hija, mi querida hija, sálvala tú, ministro de ese hombre ruin! ¡Y en eso murió!...

DON JUAN.-

¡Ah! me has entristecido, Bernardo: ¡pobre mujer!... ¿y murió?...

BERNARDO.-

(Con sencillez dolorosa) Hasta el día del juicio… y la enterré debajo de los naranjos…

DON JUAN.-

(Arrepentido) ¡Oh! daría mi existencia con todas sus glorias militares por volver atrás… ¡Un valiente de Colombia manchado con la sangre de una mujer!... ¡y de una mujer inocente, pura, virtuosa!...

BERNARDO.-

El demonio se os metió en la cabeza, mi capitán, y el demonio, decía mi abuela, que es un mal consejero.

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DON JUAN.-

Y dime, Bernardo, ¿nadie te habrá visto?... ¿No nos habrán conocido?... ¡Ah!... ¡si e mundo llegara a saber que el capitán don Juan Peñalver es un asesino, algo más que un asesino, un salteador del hogar doméstico!...

BERNARDO.-

Entiendo que nadie me ha visto; pero mi abuela me decía que entre cielo y tierra no hay nada oculto: ¡y que nada era ocultar el crimen de los hombres si Dios lo ve todo!...

DON JUAN.-

¡Eh! Que estás ahí con tu abuela y con textos viejos… No pareces el mismo que hoy peleaba contra los españoles como un león…

BERNARDO.-

Perdonad si os enfado, soy tan rústico.

DON JUAN.-

Bien; vamos a otra cosa. (Acercándose a la cesta) ¿Esa es la niña?...

BERNARDO.-

(Levantando la tapa de la cesta) Pobrecita criatura; y está tan dormida, que parece haber acabado de mamar…

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DON JUAN.-

(Conmovido) ¿Qué he hecho yo, Dios mío?... Soy el mayor criminal… (Con desesperación) Bernardo, toma esa pistola y dame un tiro…

BERNARDO.-

(Asustado) ¡Qué!

DON JUAN.-

¡Sí, mátame… no merezco la vida!

BERNARDO.-

Capitán, perdonad; pero el crimen se aumentará entonces. Vos serías criminal suicidándoos; me harías criminal a mí, y esta criatura infeliz quedaría sin apoyo en el mundo… vaya capitán… es una humorada que no apruebo…

DON JUAN.-

¡Tienes razón, Bernardo: yo debo vivir por la felicidad de esta criatura!... ¡Ya no me casaré!...

BERNARDO.-

¿Cómo? ¿Y no ofrecisteis a la madre de René, que si triunfábamos hoy, pronto os casarías con ella para legitimar a vuestro hijo?...

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DON JUAN.-

¡Ah!... ¡René! ¡René!... ¡Qué nombre has pronunciado!... ¡hijo de un asesino, de un raptor!... ¡No!... ¡no me casaré! ¡hijo del alma mía, cuán desgraciado es tu padre, que no se atreverá ya a darte su nombre manchado con un crimen!... ¡mañana crecerás y llegará a tus oídos lo que tu padre ha hecho, y tendrás vergüenza de ser mi hijo!... ¡no, vale más a tu porvenir que permanezcas sin mi nombre!... (Inclinándose sobre la cesta) ¡Pobre niña!... Bernardo, tú vas a ser el ángel bueno de este crimen misterioso…

BERNARDO.-

Como queráis, mi capitán: sabéis que estoy enteramente a vuestras órdenes.

DON JUAN.-

Pues bien antes que todo el sigilo, el sigilo, aun a costa de mi vida, si llegare el caso. Mañana se tendrá noticia del crimen; pero que mi nombre se ignore: cuidado con una debilidad o una imprudencia.

BERNARDO.-

Estad tranquilo, capitán: primero me arrancarán la lengua.

DON JUAN.-

En segundo lugar, tú me ayudarás a realizar un plan de protección para esta criatura.

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BERNARDO.-

Estoy muy dispuesto; su pobre madre me lo suplicó cuando se moría…

DON JUAN.-

Pues escucha, y pongámonos de acuerdo.

(Se ponen a hablar un rato en voz baja con ademanes, gestos, etc., etc., como quienes arreglan un asunto interesante y misterioso.)

BERNARDO.-

No tengáis cuidado, mi capitán: os repito que el plan os saldrá bien. Mirad: yo coloco la cesta aquí bajo estas palmeras, en donde no hay peligro; se entiende, que yo me quedo por aquí rondando. Mi hermana Tomasa, que vive cerca, estará aquí temprano y topará con la cesta. Yo haré por encontrarme en ese acto de sorpresa: me apareceré como quien viene de lejos huyendo, echando la lengua de cansancio, y al ver la criatura en la cesta me mostraré horrorizado, compadecido, y por último me constituiré en su ardiente defensor. Luego leeremos el billete destinado a la hermana Tomasa para hacer la felicidad de la desdichada criatura… ¡Eh, eh!... estamos arreglados: idos a bordo y fiad en Dios y en mí…

DON JUAN.-

(Pensativo) Pues señor, estoy viendo que tienes razón: no te suponía con tanta trastienda.

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BERNARDO.-

Eh, mi capitán; si mi abuela me decía que yo sería un abogado…

DON JUAN.-

¡Diantre!... pues tenía razón, pero hay en ese plan un inconveniente…

BERNARDO.-

¿Cuál?...

DON JUAN.-

Y a fe que no es pequeño. Permaneciendo tú aquí, la gente sospecharía, sabiendo que tú perteneces a mi buque, y luego allá en el buque aparecerás como desertor y cobarde…

BERNARDO.-

¿Y eso qué importa?... Yo estoy dispuesto a sufrir y arrastrarlo todo por salvar a esta criatura… vos matasteis a una esposa y madre inocente, salvemos ahora a un ángel de Dios… Quizás si hoy en el combate habré yo matado a su pobre padre, el capitán Alfonso de Castilla… Todo no debe ser mata y mata y mata, que es la vida del soldado… Yo siento que Dios no me ha puesto en el mundo para matar, sino para vivir…

DON JUAN.-

¡Vaya, que también te has vuelto filósofo!... Pero lo de cobarde no lo debe aceptar un colombiano… ¡Tú, cobarde!...

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BERNARDO.-

Mi capitán, nunca he oído decir que el ser cobarde sea pecado; a lo menos cuando mi abuela me enseñaba los Mandamientos no le oí decir jamás: “no serás cobarde”, y sí decía, no robarás, no matarás.

DON JUAN.-

¡Oh! te confieso que ese modo de hablar me molesta: un valiente colombiano no debe desechar ni despreciar las glorias con que su patria independiente le honra…

BERNARDO.-

Capitán, poco entiendo yo de esas cosas; pero mi abuela me contaba que en las guerras, las glorias eran para muy pocos y las balas para muchos: los pocos vos sabéis quienes serán; los muchos somos nosotros, los pobres hijos de nuestras pobres madres; a nosotros los soldados nadie nos conoce, somos como las ciruelas, todos nos parecemos: ¡qué buenas ciruelas! dicen los muchachos: qué buenos soldados dicen los generales, y se acabó. Las recompensas… ¡qué sé yo!... ¡con qué van a recompensar a tanto colombiano!

DON JUAN.-

Hombre, dejemos esto y vamos a nuestro asunto. Resuelto: tú te quedas haciendo aquí tu importante papel. Yo haré que no aparezcas como desertor. Dentro de pocos días yo pretextaré una enfermedad, y compraré unas tierras por aquí para tomar aires, y cuidaremos de la pobre niña: mucho esmero y mucho sigilo: sabes que soy rico…

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BERNARDO.-

Sí, sí… ya entiendo…

DON JUAN.-

(Sacando un bolsillo) Toma (Dando el bolsillo) no faltan aquí cien onzas de oro… colócalas en la cesta.

BERNARDO.-

(Tomando el bolsillo) Buen principio. (Aparte) Perded cuidado… Mi abuela decía que “Poderoso caballero es don dinero”. (Aparte)

DON JUAN.-

Dame un abrazo, Bernardo; (Se abrazan) hasta muy pronto, ¡cuidado! ¡cuidado!... Adiós.

BERNARDO.-

Id tranquilo, capitán. Adiós.

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Escena II

BERNARDO.-

¡Tranquilo!... Pues no lo estoy yo que no tengo ninguna culpa… ¡Infeliz señora!... morir por ser buena, por ser una esposa leal, ¡una mujer heroica!... ¡Qué alma tiene mi capitán! Darle un tiro porque le dijo cuatro verdades… ¡Y pensar que nadie lo haya barruntado! Es verdad que todo el mundo anda a monte; pero ¿no habría alguien en la casa? ¡Oh, me horrorizo… me horrorizo!... Mas, ¿qué oigo?... por aquí viene gente… Cuenta con que alguien me vea… sería muy capaz mi capitán de darme otro tiro a mí, si llegara a saber algo… Yo me oculto aquí con mi huérfana. (Toma la cesta y se oculta en un bosque)

Escena III

EL NEGRO.-

(Aparece un negro trayendo de la mano un niño de seis años y con un puñal en la mano)

¡Ah... mi amo está vengado!... ¡Capitán Peñalver, la mujer con quien os ibais a casar por amor a vuestro hijo está en la eternidad!... ¡Sangre por sangre! ¡Mañana buscaréis a vuestro hijo, y no lo encontraréis!... (Váse)

Cae el Telón

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ACTO PRIMERO

DIEZ Y SIETE AÑOS DESPUÉS

(Vista campestre a orillas del lago de Maracaibo: está amaneciendo)

Escena I

(Elisa en traje pastoril, con una cesta cogiendo flores)

ELISA.-

¡Ay! siempre el mismo afán; la misma zozobra siempre: en vano quisiera desechar este amargo duelo; pero mi corazón se aflige más de día en día: mi entendimiento se pierde en un mar de cavilaciones, y late mi pecho con temblorosa violencia (Pausa corta). Tomasa se empeña en saber lo que está pasando en mí; y porque no le digo, ha llegado a dudar de mi tierno afecto por ella… ¡La pobre! Si ella pudiera penetrar en lo íntimo de mi corazón; si ella alcanzara a comprender la mortal lucha que puede efectuarse en el pecho de una muchacha de diecisiete años, que aspira a desgarrar un velo misterioso que pesa sobre su existencia, entonces se maravillaría que yo ande triste y melancólica, abatida y taciturna…

(Pausa corta)

Tanto ella como el bueno de don Juan se empeñan en hacerme creer que soy feliz, como si la felicidad fuera una cosa que se pudiera imponer o calcular. La felicidad comprendo yo que es un estado del alma, que se siente, pero que no se ve; se palpa con el espíritu y el corazón, pero no se mide… ¿Qué me importa que digan que soy feliz, si yo no lo siento?... Recuerdo que cuando muy niña, yo me creía feliz: no pensaba más que en mis juguetes, en mis flores y en mis pajarillos: todo me sonreía y

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encontraba en todo una paz agradable. Pero ahora no es así: todo me entristece y todo me parece sombrío…

Una palabra de mi buena Tomasa, me ha robado mi tranquilidad: esa palabra ha despertado en mí un semillero de cavilaciones y un germen perpetuo de inquietud y triste curiosidad. Pero es una inquietud y una curiosidad de tal naturaleza, que labrarán el infortunio de toda mi vida. ¡Ah, lo recuerdo perfectamente: estaba yo medio dormida, reclinada en el seno de Tomasa cuando, creyéndome sin duda rendida, se le escapó murmurar: “¡Pobre niña, tan hermosa, tan cándida!... ¡Y no saberse si quiera quiénes sean sus padres”… Esa palabra maldita tomó asiento en mi corazón de tal manera, que ha atraído sobre mí una nube siniestra impregnada de dudas, de desconfianzas y hasta de rencor. Desde aquella hora deseo saber quiénes son mis padres: desde entonces tengo envidia de todos los que pueden decir: ¡padre, madre!...

¡Ah, daría el resto de mi vida por saber la verdad sobre mi primer instante!... Aquí viene don Juan: si algo pudiera arrancarle a él…

Escena II

(Elisa, Don Juan)

DON JUAN.-

Buenos días, Elisa: ¿te entretienes cogiendo flores?...

ELISA.-

Dios guarde a usted muchos años, señor don Juan: me distraigo recogiendo flores…

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DON JUAN.-

Por lo visto, les tiene un gran cariño…

ELISA.-

(Con expresión) ¡Cómo no!... Sabéis que este jardincito ha sido el teatro de mi infancia: que le he dedicado todos los días unos cuantos ratos a su mejora y cultivo. ¡Son tan hermosas las flores!... ¡Pues, mirad, algunas veces no les tengo cariño, sino envidia!...

DON JUAN.-

(Riéndose) ¿Envidia?...

ELISA.-

¡Sí, señor don Juan, envidia!...

DON JUAN.-

(Festivo) Nunca había oído decir que se les pudiera tener envidia a las flores: son tan deleznables, tan pasajeras… Son el símbolo de la nada y de la fugacidad de la vida…

ELISA.-

No estoy ahora para filosofar, señor don Juan… Yo miro a estas flores bajo otro punto de vista: y si no escuchadme un momento, os ruego.

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(Saca de su cesta un clavel y lo toma en la mano y le dirige la palabra)

Dime, hermoso clavel, que simbolizas el amor, ¿por quién estás aquí, viviendo al lado de estas palmeras? ¿Quién cuidó de tu infancia, quién se ha esmerado en que no murieras de descuido?... ¿No es verdad que es por Elisa?...

(Tomando una rosa)

Purpúrea rosa, de aromosos pétalos, ¿quién te ha sembrado aquí, gozando de la compañía del clavel y tus otros hermanos?... ¿Quién cuidó que el veneno no secara tu tallo? ¿Quién te ha prodigado mil caricias?... ¿No es verdad que esa fui yo?...

(Tomando un lirio)

Blanco lirio que adornas mi jardín, ¿quién te ha dado la vida en esta ribera? ¿Quién te ha hecho nacer, crecer y llegar hasta el punto de ostentar tu blanco armiño?... ¿No es verdad que me lo debes todo a mí?...

(Tomando una azucena)

Modesta flor que llaman azucena, ¿a quién debes el ser?... ¿A quién debes tu dulce aroma, tu cándida blancura?... ¿No es verdad que lo debes todo a la hija de las palmeras?...

DON JUAN.-

Basta, Elisa, quisiera saber lo que me quieres probar con ese nuevo lenguaje a las flores…

ELISA.-

Os quiero probar, señor don Juan, que ellas son más felices que yo, que para mí son envidiables…

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DON JUAN.-

¿Envidiables las flores?... pues no comprendo…

ELISA.-

Sí, envidiables; porque ellas pueden decir a quién deben su vida, su ser, su existencia aquí en este jardincito: ¡mientras que yo, pobre desgraciada, ni sé quién soy ni de dónde he venido!...

DON JUAN.-

¡Ah!... sí, ya comprendo… la misma manía… vaya una idea!... Pues siendo feliz ¿qué más tienes que pedir a la naturaleza y a Dios?...

ELISA.-

Sí, don Juan: a la naturaleza tengo derecho a pedirle una madre, y a Dios, un padre que me dé su nombre…

DON JUAN.-

(Aparte) Funesta curiosidad: (A Elisa). Pero, hija mía… ¿no te he suplicado muchas veces que abandones esa idea?... ¿Tú no eres tan feliz como se puede ser en el mundo?... Vives tranquila, satisfecha, querida de todos, rodeada de una naturaleza embriagadora (Ve señalando) ¡qué hermosas perspectivas nos brinda la laguna! ¡Qué hermoso contraste entre ese sol brillante y de un color tropical, y esas sombras encantadoras que nos brindan nuestras palmeras, y esta brisa que atenúa los efectos de la luz!...

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ELISA.-

(Con exaltación) ¡Ah, señor don Juan!... ¡bien comprendo que vos mismo no estáis satisfecho del remedio que me dais!... ¡En vuestro acento se deja ver que tratáis de distraerme como si fuera todavía de seis años!... pero sabed, señor don Juan, que vuestras evasiones sólo sirven a atormentarme más y más; porque ellas me dan a comprender que pesa sobre mí algún misterio repugnante… ¡Dios mío, Dios mío! ¡cuán desgraciada soy!...

DON JUAN.-

(Aparte) ¡Pobre Elisa!

Escena III

(Elisa, Don Juan, Andrés)

ANDRÉS.-

Elisa, Elisa, mamá sólo espera por ti para el desayuno. Buenos días, señor don Juan.

DON JUAN.-

Buenos días, Andrés.

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ELISA.-

(Tomando la cesta) Volveré, señor don Juan.

(Yéndose)

DON JUAN.-

Te espero.

Escena IV

(Don Juan, Andrés)

ANDRÉS.-

¿Ha visto usted… señor don Juan, una muchacha más original que esta Elisa?

DON JUAN.-

¿Por qué?

ANDRÉS.-

¿Cómo por qué?... ¿Pues no la ve usted siempre triste, callada y taciturna, cuando debiera estar loca de alegría? Lo mejor y más bonito de la casa es para ella: todos sus caprichos y todos sus antojos son atendidos por mamá como una cosa sagrada. Que la niña quiere esto, pues ahí le va: que quiere aquello otro, pues ahí le va. Y sin embargo, siempre anda silenciosa, pensativa… No sé qué puede echar de menos aquí. Algunas

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veces le he sorprendido llorando a lágrima viva, y le he preguntado la causa, y me ha dicho nada, nada… y con nada y nada se sale con la suya… ¡Ya eso es mucho!...

DON JUAN.-

(Sonriéndose) Vaya un Andrés…

ANDRÉS.-

¿Por qué se ríe, señor don Juan?...

DON JUAN.-

Porque me hace reír… tienes tú un modo de decir las cosas…

ANDRÉS.-

Don Juan, estoy hablando la verdad…

DON JUAN.-

No te digo lo contrario…

ANDRÉS.-

Pero como usted se ríe…

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DON JUAN.-

Es que hay verdades que hacen reír. Mira, Andrés, toma: (Dándole un puro) ¿quieres echar un cigarro?

ANDRÉS.-

(Contento, y alargando la mano) Usted sabe que en esa línea soy parejo… ¡Y qué bueno! (Llevándose el cigarro a la nariz) Un trago a tiempo y un cigarro, sacan a las ánimas de pena…

DON JUAN.-

¡Hola! ¿Con que también empinas el codo?...

ANDRÉS.-

(Con hipocresía) Yo no lo tengo por vicio… pero hay casos en que la necesidad… (Sacando un eslabón y prendiendo el cigarro) Por ejemplo, anoche.

DON JUAN.-

¿Y qué tuvieron anoche?...

ANDRÉS.-

Nada, que salimos a pescar desde las once hasta las tres… y hacía tanto frío… La fortuna fue que tuvimos un feliz encuentro… (Con grotesca alegría) ¡Qué bueno!...

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DON JUAN.-

¿Qué encuentro fue ese?

ANDRÉS.-

Creí que usted estuviera al corriente…

DON JUAN.-

Yo no sé nada…

ANDRÉS.-

Pues ha de saber usted que cuando habíamos echado nuestro primer lance, que serían las doce, oímos una voz que cantaba una canción tan linda, al compás de una guitarra, que a todos nos sorprendió. ¿Si será alguna sirena?, dije yo. ¡Qué sirena! me dijo el tío Bernardo; si es voz de hombre fino: porque en cincuenta y pico de años que me he andado la laguna a todas las horas de la noche, jamás he visto a ninguna sirena que haya salido a encantarme… Cuando esto decía, vimos cerca de nosotros una velita que venía como de Maracaibo y la voz se iba haciendo más clara…

DON JUAN.-

(Con indiferencia) Alguno de tantos botecitos, sin duda…

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ANDRÉS.-

Sí, señor, adivinó usted, pero lo que no sabe es que en ese botecito venía un joven extranjero, cuyo nombre no quiso decirnos…

DON JUAN.-

¿Un joven extranjero?... ¡Ah! sería, sin duda, algún capitán de buque, que salió a pasear la laguna, impelido por el calor.

ANDRÉS.-

Yo no sé si era capitán o no, o si tuviera él calor o frío; lo cierto es que nos hizo muchas preguntas y terminó regalándonos una botella de brandy, que no volveré a beber más en mi vida… ¡ah, qué cosa tan exquisita!... ¡Ojalá supiera yo que volvía esta noche para salir a pescar!

DON JUAN.-

¿Con que les hizo muchas preguntas?... ¿Te acuerdas de lo que te preguntara?...

ANDRÉS.-

Señor don Juan… (Vacilando) ¡qué sé yo!... (Como negándose) Dispense usted…

DON JUAN.-

(Con malicia) ¿Cómo? ¿fueron preguntas que no se pueden decir?...

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ANDRÉS.-

(Con encogimiento) ¡Eh!... yo quisiera decirlas; pero no puedo… es decir no me acuerdo… aquel licor me puso la cabeza fuera de ley… y de lo único que me acuerdo es que me dio un sueño profundo…

DON JUAN.-

(Riéndose) Ja, ja, ja… Si digo yo que este Andrés es un muchacho de esperanza…

ANDRÉS.-

Pero qué quiere usted… como no estoy acostumbrado a esos licores finos, que se nos van a nosotros al momento a la cabeza… Pero si usted quiere saber algo voy a llamar al tío Bernardo.

(Yéndose)

DON JUAN.-

Bien, bien…

ANDRÉS.-

Ya estoy de vuelta.

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Escena V

(Don Juan)

DON JUAN.-

No me queda duda de que por aquí está pasando algo extraño… Esa canturía todas las noches y siempre en esa dirección… me da en qué pensar… No hay duda de que esa es guitarra de enamorado; ¿para qué servirá entonces la experiencia?... (Reflexionando) Esta muchacha Elisa con su tristeza, y sus pesares… me está dando en qué pensar… aquí pasa algo… ¡Pobre Elisa! si ella penetrara mi corazón vería cuánto anhelo su felicidad: ¡vería que hay entre ella y yo un misterio horrible, que me impide amarla con toda la efusión del amor paternal más puro!... (Conmovido) ¡Ah… pobre Elisa!.. ¡Pobre Elisa!

Escena VI

(Don Juan, Elisa, que ha oído las últimas palabras)

ELISA.-

Gracias, don Juan, por lo que os compadecéis de mí…

DON JUAN.-

(Sorprendido) ¡Ah! ¿tú estás aquí?... (Queriendo serenarse) Qué quieres, hija mía, como no te veo contenta me haces sufrir y compadecerte… Créeme, Elisa (Abrazándola) te quiero mucho, mucho… (Con profunda emoción) ¡Como si fuera tu padre!...

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ELISA.-

(Conmovida) ¡Como si fueras mi padre!... ¡Qué palabra tan dulce habéis pronunciado. Palabra santa a mis oídos de huérfana que idolatro en la memoria de esos seres tan queridos a mi alma como padre y madre!... (Don Juan llora) ¿Por qué os conmovéis, don Juan? (Con entusiasmo sentimental) ¿Comprendéis ahora que yo no puedo estar satisfecha, a pesar de todos los cuidados que vos y la buena Tomasa me prodigáis?... ¿Por qué me educasteis, si algún negro misterio pasaba sobre el primer instante de mi existencia?... Esta naturaleza embriagadora que me rodea, en vez de mitigar mi afán, antes bien viene a aumentarlo… Todas las mañanas, cuando el campo despliega sus virginales galas ante el nuevo sol, mi corazón se viste de negro luto; ¿sabéis por qué?... Porque el pajarillo que vuela de su nido me hace recordar el hogar paterno que no me ha sido dado a conocer; porque la hermosa flor que da perfumes a las auras, me hace recordar el grato perfume de una madre, y que a mí no ha sido dado a respirar; porque el cabritillo que pide con retozos el albo sustento que su madre le prodiga, me trae a la memoria (Conmovida) ¡que yo fui una criatura infeliz!...

DON JUAN.-

¡Pobre niña!

ELISA.-

¡Sí, creedme, don Juan, yo sufro mucho, muchísimo!... Más quisiera el velo de la ignorancia sobre mi frente, o la estrechez de un calabozo por horizonte, que ver siempre a la vista las magníficas perspectivas de una naturaleza deleitadora, que hace un perenne contraste con las sombras de mi corazón. Por eso me veréis siempre buscando la soledad y la melancolía, porque para un corazón que gime y está en secreto por un algo que nadie le puede dar, no hay mejor consolador que las tinieblas de la

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noche, la solemnidad de las sombrías selvas, la sublimidad de la mar embravecida por el airado vendaval… Por eso me veréis triste y silenciosa en esas claras noches que la luna nos brinda con su tibia luz, y que todos los habitantes de la ribera celebran a una con inocentes algazaras y campestres músicas, a las que yo no puedo dar oído; porque la sencilla alegría que a todos inspira la naturaleza virginal a mí me inspira todo, tristeza y desesperación… ¡Y es que mi alma necesita sombras, gemidos, frases misteriosas que den sublimidad al temor que devora mi inocente pecho!... ¿Comprendéis ahora, señor don Juan, que no puedo ser feliz?...

DON JUAN.-

¡Sí, hija mía, mi querida Elisa ya lo comprendo! ¡Has querido profundizar un misterio; ignorando que hay misterios que hacen la felicidad de la vida!... ¿No son acaso un misterio para ti esas sombras, esas voces misteriosas, esos gemidos nocturnos en que te gozas?...

ELISA.-

¡Sí, es verdad, padre mío! Todo es misterio lo que me rodea, más ¿por qué ha de ser un misterio para mí el saber quién es mi padre y quién es mi madre?... Jamás me habéis satisfecho esta sencilla pregunta; y esto ha robado mi tranquila felicidad. No hay quien sepa decirme una cosa tan fácil; y cansada de preguntároslo a vos y a la buena Tomasa, se lo he preguntado a mis flores, y las flores sólo me responden con sus perfumes; lo interrogo a las auras de la campiña, y me contestan con un gemido; busco a las avecillas, y las avecillas me envían sus cantos; interpelo a los genios de la laguna y ellos me envían la brisa de la tarde para que acaricie mi volcánica frente; dirijo mi vista al cielo para buscar la solución de mi secreto, y el cielo hace llover sobre mis pupilas la luz divina de sus astros o hace perder mi pensamiento en el manto azul de indefinidos horizontes; me voy al templo de nuestra Señora, y después de haber orado un poco delante de su imagen, consigo apenas una gota de ese rocío celestial que

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llamamos esperanza… En este estado de mi espíritu, una nueva cosa ha venido a aumentar mi ansiedad…

DON JUAN.-

¿Cuál?

ELISA.-

(Con misterio) Hace tres noches que una voz solemne me despierta como a la media noche…

DON JUAN.-

¿Cómo?... ¿Una voz solemne?...

ELISA.-

Sí, es una voz tan tristemente armoniosa, acompañada de una música tan espiritual que me electriza… parece voz del cielo por su sublimidad…

DON JUAN.-

¿Qué dices?...

ELISA.-

Oídme: la primera noche me dio tanto pavor que me robó el sueño, pero no me inspiró temor; al contrario, sentía una curiosidad tan particular, que habría sabido con mucho gusto de donde venía la voz.

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DON JUAN.-

(Aparte) ¡Bien decía yo!

ELISA.-

A la tercera noche ya no dormí esperando la voz… Eran como las doce, mi pecho palpitaba, mi cabeza era un caos de ideas… soplaba un vientecito del noreste que agitaba los cocales, y ese ruido daba a la hora cierta poesía melancólica, cuando en eso se deja sentir la voz. Se fue aproximando más y más, hasta que comprendí que estaba cerca de mi ventana; no pude contenerme, y al abrir, vi un botecito de blanca lona, en cuya popa un joven pulsaba un laúd con tal delicadeza que me quedé encantada… La vela pasó, y desde ese instante llevo una vaguedad en mi corazón que no acierto a comprender…

DON JUAN.-

¡Ah, hija mía! Yo sí comprendo ese misterio que te hace sufrir… calla, que aquí nos viene Andrés con Bernardo. Luego hablaremos a solas.

ELISA.-

Sí, señor.

Yéndose.

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Escena VII

(Don Juan, Andrés, Bernardo)

BERNARDO.-

(Saludando) Adiós, hija de las palmeras… Buenos días, señor don Juan.

ANDRÉS.-

Aquí tenéis al tío Bernardo…

DON JUAN.-

Buenos días, Bernardo… Este Andrés tiene la culpa de que te haya molestado.

BERNARDO.-

¡Oh! perded cuidado, señor don Juan… siempre os he sido fiel… Aunque ya no sois militar, eso no quiere decir que vuestro antiguo asistente, que os acompañó en tantos peligros… y os debe tantos favores…

DON JUAN.-

Gracias, Bernardo. Pues deseaba saber la continuación de un cuento que principió Andrés…

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ANDRÉS.-

(Picado) Señor don Juan, no es cuento… dispensad… pasó anoche… esta madrugada… ¿No es verdad, tío Bernardo?

BERNARDO.-

Sí, esta madrugada, como cerca de la una sería… el lucero estaba ya bien alto…

ANDRÉS.-

Y el canto del gallo…

DON JUAN.-

En fin; ¡eso importa poco! Vamos al caso…

BERNARDO.-

Pues el caso es muy sencillo: topamos pescando, con un mozo que cantaba con una guitarra, en un bote; nos dio que beber y nos molió a preguntas.

DON JUAN.-

¿Y qué os preguntó?...

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BERNARDO.-

¡Qué sé yo!... Aquel mozo debe ser español, y con el tiempo vendrá a parar a loco…

DON JUAN.-

¿Y tú le conoces?

ANDRÉS.-

(Aparte) Hasta ahora vamos iguales…

BERNARDO.-

¡Qué voy a conocerle!... es joven como de veinte años… blanco y español.

DON JUAN.-

¿Él te lo dijo?

BERNARDO.-

¡Hum!... no nos quiso decir quién era… ¡pero conocí que era español por el cuento de ce ce ce… ofrece, veces ¡y qué sé yo!...

DON JUAN.-

¿Y eso fue todo?...

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BERNARDO.-

Como nosotros nos acostamos a dormir inmediatamente… ¡eh! Si hasta un chinchorro hemos perdido… es pescado… qué sé yo lo que se hizo… ese maldito licor que nos brindó.

DON JUAN.-

Ja, ja, ja… ¿Con que también tú te aturcaste?

ANDRÉS.-

(Aparte) Yo no soy sólo…

BERNARDO.-

¡Señor, don Juan, qué queréis!... una flaqueza cabe en cualquier cuerpo humano.

DON JUAN.-

(A Bernardo) ¡Oh!... no lo digo por tanto, Bernardo… sé que eres un buen hombre, esto me basta… pero como tenía curiosidad de saber quién rondaba por aquí anoche. Tú sabes que yo tengo un tesoro que custodiar.

ANDRÉS.-

(Aparte a Bernardo) Aquí viene mamá…

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Escena VIII

(Dichos y Tomasa)

TOMASA.-

Señores, las ocho de la mañana y aún no vais a almorzar… Don Juan, ¿ya sabéis el buen papel que éstos hicieron esta madrugada?...

DON JUAN.-

Sí, ya me contaron…

ANDRÉS.-

(Aparte) ¡Vaya una mamá regañona!

BERNARDO.-

A cualquiera le hubiera sucedido…

TOMASA.-

Buena disculpa: botar un chinchorro, no traer ni un pescado, y aparecerse calientes de la cabeza… Vayan, vayan unas cosas que pasan en este mundo… Andrés, vete a allá a ir preparando… (Andrés vase refunfuñando) ¡Ah, muchacho!... siempre gruñendo…

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DON JUAN.-

Pues esta noche, Tomasa, me voy también a pescar con ellos…

BERNARDO.-

Muy bien, mi señor…

TOMASA.-

(Con sorna) Señor don Juan, cuidado con el chinchorro, y con el mozo ese cantador… o encantador…

DON JUAN.-

(Con burla) Veremos si a mí me encanta…

TOMASA.-

Por lo que es ahora vámonos que Elisa nos espera.

Vanse todos.

Cae el telón.

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ACTO SEGUNDO

(Casa de campo rústica con cierta dignidad. Es de día.)

Escena Primera

(Tomasa, tejiendo una cesta, Elisa, cosiendo)

TOMASA.-

Sí, Elisa, tú me ocultas algo… Esa tristeza que veo en ti hace días, me prueba que algún extraño pesar te está haciendo sufrir…

ELISA.-

Pero, válgame Dios, Tomasa; ¿no te he dicho que no tengo más tristeza ni más pesar que el que ya te he repetido?... Dime quién es mi padre, quién es mi madre, y verás contenta…

TOMASA.-

¡Vaya una manía!... ¿Y ahora es que has venido a caer en ese deseo? Después de diez y siete años. Por más que me digas Elisa, yo insisto en creer que tienes algo nuevo que te preocupa…

ELISA.-

Me desesperas, Tomasa, con tu silencio y tu indiferencia…

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TOMASA.-

Mira, Elisa, vamos a cambiar de tema, porque nunca nos entenderíamos.

ELISA.-

Tomasa, ¿y por qué no me contestas categóricamente a lo que hace tiempo te pregunto, y que tú siempre eludes?...

TOMASA.-

(Enfadada levantándose) Te he dicho que variemos de tema.

ELISA.-

(Con sentimiento) Vaya, Tomasa, es la primera vez que te enfadas conmigo… (Con amargura) ¡Qué malo es no tener madre!...

TOMASA.-

(Arrepentida) No, Elisa mía, no te sientas. (Abrazándola y besándola) Yo soy como tu madre… dame un beso… (Se besan)

ELISA.-

(Llorosa) ¡Qué tierno debe ser un beso dado a una madre, cuando siento tanto placer en besarte, Tomasa!

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TOMASA.-

¿Sabes, Elisa, que sufro tanto como tú?...

ELISA.-

¿Por qué?...

TOMASA.-

Porque no puedo satisfacer tu justo deseo.

ELISA.-

¿De modo que tú ignoras mi origen?

TOMASA.-

Absolutamente… Elisa…

ELISA.-

¡Qué desgraciada soy!...

TOMASA.-

¿Por qué?... No lo eres tanto cuando todo esto que ves te pertenece… todo es tuyo, hija mía… Yo soy sólo una pobre mujer encargada desde tu más tierna edad para cuidarte y velar por ti…

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ELISA.-

¡Ah, Tomasa, y todavía pretendes engañarme!... Estás encargada de velar por mí, y finges ignorar mi origen… Dices que todo esto es mío, y me ocultas quién haya podido hacerme propietaria… Comprendo que en esto habrá un misterio… ¡Ay! quizás un misterio deshonroso para mis padres… pero que tú lo ignoras… ¡No lo creo!...

TOMASA.-

Si prometes creerme, yo te diré lo que ha pasado…

ELISA.-

Te lo prometo… (Con entusiasmo) Desgarra el velo fatal que encubre mi existencia, y labrarás mi futura felicidad… ¡Créeme, Tomasa; esta incertidumbre me martiriza!...

Escena II

(Tomasa, Elisa, Andrés de prisa)

ANDRÉS.-

Madre mía, aquí traigo a un infeliz que busca una casa caritativa que le de hospedaje… Y como yo sé que vos sois tan buena, le dije que viniera a nuestra habitación…

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TOMASA.-

¿Y quién es ese infeliz?..

ELISA.-

Al ser un desgraciado, no preguntes su nombre…

ANDRÉS.-

Es un forastero…

TOMASA.-

¡Ah!... un forastero infeliz, es la persona que debe inspirar más compasión… dile que venga…

ANDRÉS.-

Aquí está ya… entrad, buen hombre.

Escena III

(Tomasa, Elisa, El Forastero, Andrés)

ELISA.-

¡Qué anciano tan simpático; cuánto no habrá sufrido este pobre hombre!

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TOMASA.-

Pasad adelante… estáis en una casa honrada y hospitalaria…

EL FORASTERO.-

(Como muy cansado) ¡Dios os pague, señora… sois muy buena!

ELISA.-

(Mirándolo con atención) ¡Cuánta lástima me inspira este pobre hombre!

ANDRÉS.-

Ésta es mi madre… (Señalando a Tomasa)

EL FORASTERO.-

Tenéis, señora, un hijo muy bueno… Dios os lo conserve… (Andrés hace una cortesía)

TOMASA.-

Gracias, señor… ¿Estáis muy cansado?...

EL FORASTERO.-

Estoy, señora, muy cansado del cuerpo y muy sufrido del espíritu.

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ELISA.-

Preparadle, madre, un lecho para que descanse. ¿No queréis tomar algún alimento, señor?...

TOMASA.-

Sí, sí… Andrés: alista allí una cama y qué almorzar…

ANDRÉS.-

¡Al instante!...

(Vase corriendo)

EL FORASTERO.-

¡Ah! todos sois buenos en esta casa…

Escena IV

(Dichos, menos Andrés)

(Tomasa se entretiene en la sala arreglando los muebles desprevenidos…)

ELISA.-

Sentaos, señor, mientras tanto; tratadnos con confianza: cuando nosotros acogemos un huésped desgraciado, no preguntamos quién es, para tratarlo de corazón… ¡Gozamos tanto cuando podemos aliviar los pesares de alguno que sufre!...

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EL FORASTERO.-

(Conmovido) Ah, ¡hermosa niña! ¡Esas palabras que habéis dejado salir de vuestra inocente boca, han caído en mi corazón lacerado, como un rocío del cielo!...

ELISA.-

¿Por qué os conmovéis tanto, señor?...

EL FORASTERO.-

Ah, ¡señorita!... ¡Si supieras que hace cerca de veinte años que no oía de ninguna boca humana palabras tan dulces a mi corazón como las vuestras; si supierais la historia de este pobre mortal que en la edad florida perdió a su querida compañera de una manera inicua, y junto con ella a una tierna hija, prenda desgraciada de nuestro casto amor; si supierais, niña, todo esto, y si supierais además, que la misma simpatía con que os miro, me hace aparecer en vuestro semblante virginal, una sombra divina de esa compañera que la fatalidad me arrebató, entonces comprenderíais por qué me conmuevo, cuando me prodigáis tan dulces palabras!...

Escena V

(Dichos, Andrés, entrando bullicioso y dando palmadas)

ANDRÉS.-

Vamos, vamos, señor, todo está listo… el almuerzo os espera…

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TOMASA.-

Vamos, señor… dispensaréis… nuestra comida es demasiado frugal…

EL FORASTERO.-

Gracias, cualquier cosa me será más grata bajo este honrado techo, que los manjares más exquisitos en otra parte.

(Vanse Tomasa, el Forastero y Andrés)

Escena VI

(Elisa, sola; después, Don Juan)

ELISA.-

No sé por qué este hombre me ha interesado tanto, no lo puedo disimular… pero su semblante sufrido me parece venerable y sus cabellos de plata me inspiran respeto… Sus desgracias me lo han hecho más interesante aún: siempre los desgraciados simpatizan entre sí… ¡Ley misteriosa del mundo que sólo Dios entiende!...

DON JUAN.-

(Entrando) ¿Ya ves, Elisa, cómo todo se sabe?...

ELISA.-

¿Qué me queréis decir, don Juan?...

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DON JUAN.-

Bien lo sabes tú, y te estás haciendo la chiquilla…

ELISA.-

Señor don Juan, si no os explicáis mejor me obligáis a que os repita que ignoro lo que me queréis decir…

DON JUAN.-

Sí… ignoras lo que te quiero decir, y le has dado motivos para que te escriba…

ELISA.-

Me confundís, señor don Juan… No sé de qué me habláis…

DON JUAN.-

No sabes de qué te hablo… ¡y le amas!...

ELISA.-

Por Dios, don Juan, explicaos… vuestras palabras me punzan sin saber yo lo que queráis decirme…

DON JUAN.-

(Con misterio) ¿Tú no amas a nadie?

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ELISA.-

(Con entusiasmo sencillo) ¡Amo tanto, señor don Juan, que hasta las flores de mi jardincito me son tan queridas!… Os amo a vos, bien lo sabéis; amo a Tomasa, a mi hermano Andrés, amo la memoria de mis padres con una pasión que raya en delirio… ¡Y ahora acabamos de dar hospedaje a un forastero desgraciado, y me ha inspirado tanta lástima que lo amo también!...

DON JUAN.-

¿Un forastero?... ¿Quién es?...

ELISA.-

No le conocemos… Actualmente está almorzando… el infeliz… ¡está enfermo!...

DON JUAN.-

¡Bien!... ¿pero no amas a un joven que hace noches te está rondando y cantando?...

ELISA.-

¡Ah, sí, también le amo… su voz es tan dulce y sus canciones son tan bellas que me quitan el sueño sin querer!...

DON JUAN.-

¿Tú lo conoces?

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ELISA.-

No, no le conozco: le he visto así de lejos con la claridad de la luna… Pero entiendo que debe ser un ángel bueno, a juzgar por la dulzura y la suavidad de su voz… ¿Y decís que me ronda a mí y que es quien canta?...

DON JUAN.-

Sí, es a ti a quien ronda y canta…

ELISA.-

(Con entusiasmo) Y yo lo ignoraba… ¿Con que soy yo ese ángel de amor que él nombra en sus canciones?... ¡Ah, señor don Juan, y no me habíais dicho nada!... (Con sencillez) ¿Y cómo lo habéis sabido?...

DON JUAN.-

Él mismo me lo ha dicho… y me ha dicho también que te ha escrito una carta…

ELISA.-

¿A mí? (Con creciente alegría) ¿Y en dónde está?... ¡Ah… qué regocijo he sentido!...

DON JUAN.-

Pues haces mal en tener afecto, cariño o simpatía por…

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ELISA.-

Decís mal, señor don Juan… es algo más que afecto, que cariño o simpatía… ¡mal que sé yo!... Si es que de sólo acordarme de su voz, siento…

DON JUAN.-

¡Bien… amor!...

ELISA.-

No sé qué será… ¿pero qué es amor?... ¡Yo nunca he sentido por nadie lo que he llegado a sentir por ese personaje misterioso, que no tengo la dicha de conocer!... explicadme vos lo que es amor…

DON JUAN.-

¡Es mejor que no sepas, hija mía!

ELISA.-

¿Y por qué, padre mío? ¿No decís que lo que yo siento es amor?... Pues si lo que yo siento es amor, es una cosa muy sublime. ¡Mirad!... hace pocos días desde que oí esa voz armoniosa que ni sé lo que hago ni lo que pienso. A todas horas me parece estar viendo el botecito con sus blancas velas y oyendo aquella voz encantadora que me hacía estremecer de gozo… Si me voy a la orilla del lago y me siento bajo sus palmeras, me quedo como en éxtasis, y cada rumor de la brisa, cada susurro de las palmas me parecen voces misteriosas que me dicen: ¡Aquí está! Si veo un pajarillo me parece un mensajero, y al ver que se pasa volando, volando

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suspiro; si veo una hermosa flor, me da una tristeza tan dulce que no acierto a explicarla; si duermo, sueño mil gratas quimeras que al despertar me arrancan un ¡ay! pesaroso, y quisiera vivir para soñar, y soñar para seguir viviendo…

DON JUAN.-

Basta, Elisa… basta. ¡Eso es el amor!... ¡Un hermoso conjunto de sombras, de misterios y de sueños encantados!...

ELISA.-

¡Ah, padre! ¿Conque el amor es sueño?... ¿No me engañáis, señor don Juan?...

DON JUAN.-

¡Cómo me dices eso!... ¡Engañarte quien se ha convertido hace cerca de veinte años en tu ángel custodio! ¡engañarte, quien no vive sino pensando en tu felicidad!... ¿Crees que yo pueda engañarte?...

ELISA.-

¡Ah, si os ofendí, perdón os pido… Pero, como me decís que el amor es sueño, misterio y sombra, y lo que yo siento es amor… Me habéis dado tristeza…

DON JUAN.-

Hija mía, el amor es sueño, porque sus dulces quimeras pasan como los sueños de la juventud; es sombra, porque las sombras como el amor no pueden descubrirse diciendo, aquí empiezan y aquí acaban; es misterio,

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porque el amor nace en el corazón como nace una fuente en una montaña, como nace el perfume de una flor, como nace el rocío de la mañana; como nacen estas canas en la cabeza de un anciano, y como nacen esos suspiros en el pecho inocente…

ELISA.-

¡Ah, sí… tenéis razón… lo que yo siento es un misterio, una vaguedad en mi corazón y me parece que todo es sueño!... ¡Conque el amor es soñar!... ¡ay!... Pero decidme, habladme de ese joven… no le conozco y sin embargo lo tengo siempre delante de mí… me lo imagino como un hermoso ángel, radiante de luz y mensajero de la armonía… deseo la noche para sentarme en mi ventana, por verle venir en su barquilla y por oír su voz casi celestial… Anoche no le vi, aunque le aguardaba con más ansiedad que nunca; las nubecillas del horizonte me engañaron más de una vez pues a cada instante la exaltación de mi fantasía me hacía convertir en una vela la nube que se reflejaba en la superficie del lago, plateada con la luz de nuestra luna… Con que… habladme de ese ángel, que os ha hablado de mí… ¿dónde está?... ¿en dónde le habéis visto?... (Con suma emoción) ¡Decidme, padre mío!...

DON JUAN.-

¿Tú no has recibido una carta de él?...

ELISA.-

¿Carta?... ¿de quién?... ¿de ese ángel?... (Con sencillez) ¿Y carta para qué?...

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DON JUAN.-

Déjame entrar a tu cuarto…

ELISA.-

Cuando queráis, padre mío, entrad.

(Don Juan, entra)

Escena VII

(Elisa, sola)

¡Ah! ¿Qué es lo que está pasando por mí?... ¡Soy la misma y no me conozco!... Mi cabeza está delirante… Mi pecho palpita sin saber por qué… Estoy en mi misma casa, y me parece estar unas veces en el paraíso, y otras en un lugar de tristeza… ¡Oh… dice don Juan, que yo lo que siento es amor por ese ángel que no conozco!... ¡Qué dulce es amar a un ángel!... ¡Si yo le pudiera ver, oír o hablar!... ¡Qué feliz sería yo en ese instante!...

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Escena VIII

(Don Juan, Elisa)

ELISA.-

¿Qué buscabais?...

DON JUAN.-

(Disimulando) Nada, Elisa…

ELISA.-

¿No me engañáis?... Vos habéis entrado a buscar algo… decidme…

DON JUAN.-

Mira, Elisa, tú eres la que me estás engañando…

ELISA.-

¿Qué decís?... ¿Yo engañaros?... ¿con qué?...

DON JUAN.-

(Sentándose) Escucha.

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Escena IX

(Dichos y Andrés)

ANDRÉS.-

(Entrando presuroso) Elisa, Elisa… Mamá te llama inmediatamente… que corras allá…

DON JUAN.-

Ve y te espero aquí.

ELISA.-

(Yéndose) ¿Qué será?...

ANDRÉS.-

(Aparte) Si no hacemos así…

(Vase)

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Escena X

(Don Juan)

DON JUAN.- Esta muchacha me vuelve loco… Unas veces creo en su sencillez y en su candor, y otras creo que me engaña. Sin embargo, su franqueza infantil me hace mucho peso… pero esta carta… (Sacándola) Me hace presumir que ella tiene inteligencias con ese mozo extranjero… ¡Él está locamente enamorado de ella, y ella sin conocerlo aún se vuelve loca por él!... En fin, tengamos prudencia: él dice que se casará con ella inmediatamente… averigüemos, quién es él, qué posición ocupa, y tomaremos el mejor partido. Ella tiene derecho de esperar de mí la más franca protección; y si yo logro hacerla feliz, mi remordimiento se atenuará un poco… ¡Oh, si el hombre supiera lo que es un remordimiento, cuántos crímenes se ahorrarían en el mundo! aquí viene.

Escena XI

(Don Juan y Elisa, entrando precipitadamente, cruza sin decir nada por el escenario y entra al cuarto.)

DON JUAN.-

(Se levanta y la observa) No hay duda… busca la carta…

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ELISA.-

(Saliendo) ¿No veis, don Juan, como me estabais engañando?... Vos tenéis una carta que debía estar en mi ventana en la mata de claveles… dádmela…

DON JUAN.-

Aquí la tienes, Elisa, pero…

ELISA.-

Pero… nada: dádmela o leédmela…

DON JUAN.-

Siéntate a mi lado niña, para leértela. ¿No te he dicho que el amor es sueño?...

ELISA.-

Sentémonos, pues, a soñar…

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Escena XII

(Dichos y Tomasa, Andrés, Bernardo entrando precipitadamente y gritando)

TOMASA.-

Señor, don Juan… corred… se muere…

ANDRÉS.-

Elisa… Elisa… se muere el forastero.

BERNARDO.-

Se nos muere… un remedio, señor don Juan… (Casi a un tiempo los tres)

DON JUAN.-

(Corriendo) Vamos a auxiliarlos…

ELISA.-

¡Ay, bien dice don Juan, que el amor es sueño!...

(Vase corriendo)

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ACTO TERCERO

(La misma decoración)

Escena I

(El Forastero, aparece sentado y recostado en un butacón a guisa de haber sufrido un síncope.- A su lado Elisa como enfermera y Tomasa que acaba de entrar con una copa en la mano con una poción.)

ELISA.-

(Tomando la copa) Vamos, señor, aquí tenéis un eficaz remedio para ese mal… una infusión de hojas de naranjo… es muy agradable…

TOMASA.-

¡Pobre señor!...

ELISA.-

(A Tomasa) ¿Y cómo fue este accidente?...

TOMASA.-

Acababa de almorzar cuando él me preguntaba algunas cosas referentes a estos lugares; y como tal vez hubo de hacerle mal el almuerzo… pues de pronto le dio así como un temblor… y perdió el sentido…

(El Forastero hace señal con la mano que no)

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ELISA.-

Dice que no, Tomasa: ¿qué querrá decir?...

TOMASA.-

Tomaos esta bebida para que podáis explicaros, vamos…

(Toma la taza y se la presenta a los labios y bebe: al concluir lanza un fuerte suspiro y empieza a llorar.)

ELISA.-

¡Pobre extranjero!... tiene algún pesar profundo que lo martiriza.

(El Forastero se enjuga)

TOMASA.-

Ya va pasando…

EL FORASTERO.-

¡Ay!... sí…

ELISA.-

¿Qué os ha pasado, señor?...

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EL FORASTERO.-

(A Tomasa) ¿Cómo dijiste que se llamaba ese señor propietario de estos lugares?...

TOMASA.-

Se llama don Juan Peñalver, militar valiente de la Independencia…

EL FORASTERO.-

(Con frenesí) ¡Maldición!... ¡Ese maldito hombre otra vez en mi camino!...

ELISA.-

(Asustada. Al Forastero)¿Qué decís… ¿Tomasa?...

EL FORASTERO.-

(Haciendo un esfuerzo por levantarse en actitud de irse) ¡Oh… señora…! ¡dejadme ir de esta casa!...

(Tomasa y Elisa lo rodean)

TOMASA.-

¿Y vos conocéis a don Juan?...

ELISA.-

¿Os ha hecho alguna ofensa?...

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EL FORASTERO.-

¡Ah! Perdonadme… no puedo deciros el misterio que existe entre esa pantera y yo… ¡Oh, si yo le viera! ¡No!... mejor es no verle… sería capaz de devorar sus entrañas… ¡Dios mío... me ahogo!...

(Cae en síncope)

ELISA.-

Démosle a oler de aquella agua…

TOMASA.-

Sí, aquí está… (Le pone un pomo a la nariz) Y don Juan sin aparecer con el remedio que fue a buscar…

ELISA.-

¿Pero no habéis visto que el nombre de don Juan le causa el accidente?... ¡Quién será este pobre forastero!...

TOMASA.-

Y si viene ahora don Juan, te lo llevas con cualquier pretexto… para que él no sepa lo que está pasando… ¡Suceden cosas en la vida!...

ELISA.-

Miradle, aquí está don Juan.

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Escena II

(Dichos, Don Juan, con un libro y yerbas, y un pomo)

DON JUAN.-

¿Cómo está el pobre forastero? Aquí tenéis estos remedios. De este pomo, diez gotas: y también a la nariz… volverá de seguro… Es el motivo que he tenido para aplicarme un poco a la medicina; para aliviar a los infelices… ¡Y qué pálido está!... ¡Qué débil!... (Tomando el pulso) ¡Oh!... y al tocarlo le ha entrado temblor… Tomasa, aplicadle las medicinas… ¡el pobre!... ¡quién no se conmueve ante un pobre enfermo, lejos de su familia, es un hombre de piedra!... Enjuagadle la frente… ¡cuánto sufre!... Quizás él tenga alguna hermana, alguna buena esposa en su patria…

EL FORASTERO.-

(Haciendo un esfuerzo inaudito) ¡Tú me la arrebataste, infame!...

(Tomasa y Elisa lo rodean)

DON JUAN.-

Está delirando…

EL FORASTERO.-

¡Juan Peñalver!... ¡Yo soy Alfonzo de Castilla!...

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DON JUAN.-

(Tartamudo) ¡Quién eres tú, forastero! ¿No deliras?...

EL FORASTERO.-

¿Dónde está mi querida esposa?... ¿dónde está la hija fruto de mi amor primero?... ¡La maldición de Dios!...

DON JUAN.-

¡Ah!... Tú ¡Alfonzo de Castilla!... ¡Mátame, mátame! (Se hinca de rodillas) ¡Bien caro he pagado mi crimen!... ¡Sólo me faltaba la muerte!...

(Tomasa y Elisa se miran asombradas una a cada lado)

EL FORASTERO.-

(Levantado) ¡Dios mío, Dios mío! ¡Estoy en presencia del mortal más odioso a mi corazón!... ¡Tengo delante al que ha labrado la infelicidad de toda mi vida!

ELISA.-

(Suplicando) ¡Perdonad, señor, si os ha ofendido!

EL FORASTERO.-

(Con arrebatos de ira) ¡Ah dadme un puñal para traspasarlo!...

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ELISA.-

¡Ah!... señor, mirad que la venganza es aborrecida de Dios… ¡perdonadle!...

DON JUAN.-

(Alzándose) ¡Deja, Elisa, que tu padre protector reciba el castigo que merece!... Don Alfonzo de Castilla, vos sois el dueño de mi vida, aquí tenéis mi pecho, mi corazón… ¡traspasadlo!... ¡Yo fui un traidor a la amistad, un pirata de vuestro honor!...

EL FORASTERO.-

¡Y me lo recordáis en mi cara!...

DON JUAN.-

¡Yo consumé con la venganza del puñal lo que no pudo obtener la insidia!… ¡Vuestra esposa era un ángel de virtud, pero yo era un genio maléfico que la perseguía!... ¡Como el demonio no pudo triunfar del ángel, encomendé la venganza al hierro aleve!... ¡Y la infeliz pereció!...

(Elisa y Tomasa oyen abismadas)

EL FORASTERO.-

(Cayendo otra vez sobre la butaca) ¡Oh!... ¡Monstruo, monstruo!...

(Elisa y Tomasa se acercan al forastero)

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DON JUAN.-

¡Ah!... (Mirando compadecido al forastero) ¡Remordimientos del crimen, venid, ya que es fuerza seguir viviendo!... ¡Elisa… tú debes aborrecerme!...

ELISA.-

(Con timidez) ¡Ah!... ¿Y por qué?... ¡Yo!

DON JUAN.-

Haced que vuelva en sí ese desgraciado y lo sabrás…

(Tomasa le aplica el pomo)

TOMASA.-

Ya ha vuelto…

DON JUAN.-

¡Don Alfonzo de Castilla, oídme y después matadme, si queréis… al borde del sepulcro se encuentra algunas veces un rayo de esperanza; en el abismo de vuestra desgracia y la mía, os puede ofrecer un gran consuelo!...

EL FORASTERO.-

¿Qué consuelo puede ofrecer, el demonio, al infeliz que gime en la desgracia?...

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DON JUAN.-

¡Algunas veces, don Alfonzo, los malos genios son los instrumentos de Dios!... ved, (tomando de la mano a Elisa) ¿no creéis que esta niña sea un ángel?

(Elisa lo mira con miedo e inquietud)

EL FORASTERO.-

¡Ah… es un ángel!... ¡es un ángel!...

DON JUAN.-

Pues este ángel hace diecisiete años que está a mi cargo… Don Alfonzo estremeceos de alegría… ¡Este ángel es vuestra hija!... ¡Elisa, ese desgraciado es tu padre!... ¡Yo sólo soy un traidor!... Tomasa, ya conoces la hija de las Palmeras…

ELISA.-

(Corriendo a abrazarlo) ¡Dios mío!... ¡mi padre!... ¡mi padre!... ¡mi padre!...

EL FORASTERO.-

¡Hija mía… hija mía. Ven a mis brazos!...

(Se estrechan y lloran, etc. Tomasa queda estupefacta y muda, don Juan llora. Un momento de silencio solemne.)

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Escena III

(Dichos, un joven, románticamente vestido entrando con cautela por el fondo)

RENÉ.-

¿Qué pasa aquí?... ¡allí está la sirena del lago, allí está mi dulce amor!... ¡Todos lloran!...

DON JUAN.-

(Reparando) Joven (acercándose) ¿qué buscáis?...

RENÉ.-

Señor busco a la linda joven de quien os hablé… Es un ángel… ¡Oh!... ¿y qué desgracia ocurre aquí?...

DON JUAN.-

Ninguna… ¡Un hallazgo precioso y un descubrimiento horrible!...

RENÉ.-

Son dos cosas algo incompatibles; señor, yo quiero hablarle… ¿me lo permitís?... conocéis mis intenciones…

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DON JUAN.-

(Aparte) En este instante ha dejado de estar Elisa bajo mi dependencia. (En voz alta) Don Alfonzo de Castilla, aquí tenéis un joven…

RENÉ.-

(Retrocediendo) ¡Don Alfonzo de Castilla!

DON ALFONZO.-

¿Quién es ese joven?...

(René retrocede, Elisa avanza un poco mirándole)

DON JUAN.-

(A Elisa a media voz) ¡Ese joven es el ángel de que te he hablado y que te idolatra!...

ELISA.-

¡No te vayas, ángel de la armonía… de la armonía!... (Se dirige hacia él, lo toma de la mano y se acerca a don Alfonzo) ¡Ah… padre mío!... ¡Éste es un ángel!...

DON ALFONZO.-

¡Qué veo!... ¡René!... ¡Al fin te he encontrado!... ¡Ven a mis brazos!...

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RENÉ.-

(Se echa a sus pies) ¡Ah, perdonadme, padre mío, mi ingratitud!...

DON JUAN.-

¿Qué pasa aquí?...

DON ALFONZO.-

¡Ah… estás perdonado, hijo mío!... (A don Juan) ¡Don Juan Peñalver!...

DON JUAN.-

¡Mandad, señor!...

DON ALFONSO.-

¿Qué hicisteis de vuestro hijo?...

DON JUAN.-

¡Ah… pobre niño!... ¡Me contaron que había sido víctima de un crimen!... ¡No tengo derecho a inquirir más!...

DON ALFONSO.-

¡Estremeceos de gozo, don Juan!

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DON JUAN.-

¿Qué dices?...

DON ALFONSO.-

¡Este joven es vuestro hijo!...

DON JUAN.-

¡Oh!... ¿Mi hijo?... ¿No me engañáis?... ¿Tanto he merecido?...

RENÉ.-

¡Mi padre!... ¿Quién?... (Mirando con ansia)

DON ALFONZO.-

¡René, ése es tu padre!... ¡Don Juan, lo que os contaron, fue mentira!... ¡Ése es vuestro hijo!...

DON JUAN.-

¡Mi hijo!... ¡mi hijo!... (Tendiéndole sus brazos) ¡René vive!...

RENÉ.-

¡Ah, vos mi desconocido padre!...

(Permanecieron un momento abrazados)

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ELISA.-

(A don Alfonso) ¡Bien me decía mi corazón que vos erais bueno!...

DON ALFONSO.-

(La besa) ¡Hija mía!... ¡dulce pedazo de mi corazón!... ¡Eres un ángel!...

ELISA.-

¿Y vos me diréis ahora, en donde está mi madre?

DON ALFONSO.-

(Llorando) ¿Tu madre? ¡Ah!... ¡No me la recuerdes! ¡Ese hombre… ese hombre!...

(En ese momento don Juan y René se paran y se miran)

ELISA.-

¡Don Juan, decidme, por Dios, en dónde está mi madre!... ¡Ya que habéis sido bueno conmigo hasta ahora dadme ese último momento de placer!...

DON JUAN.-

¡Elisa!... ¡No remuevas las cenizas de mi crimen!...

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DON ALFONSO.-

¡Señaladnos siquiera su tumba, y acabaremos de perdonaros!...

RENÉ.-

(Qué se acercado a Elisa) ¿Tumba de quién?...

ELISA.-

¡De mi pobre madre!...

DON JUAN.-

¡Venid y veréis la humilde tumba, sobre la cual he derramado muchas lágrimas de arrepentimiento!...

(Saliendo. Todos lo siguen maquinalmente avanzando al jardín que está delante de la sala. Tomasa queda abismada. Don Juan se detiene debajo de un naranjo.)

Escena IV

(Tomasa, Bernardo, Andrés, que aparecen)

(Esta escena es muda, aunque debe ser expresiva, Tomasa hará como que cuenta a Bernardo y Andrés lo que acaba de presenciar. Bernardo a su vez hará demostraciones, que haga comprender que él estaba iniciado en el secreto de su amo.)

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DON JUAN.-

¡Veis esta tosca piedra debajo de este árbol!... ¡Cabe esta tosca piedra están los restos de la esposa y la madre que buscáis. Elevemos sobre su tumba una plegaria a Dios por ella y por mí!...

(Todos caen de rodillas alrededor de la tumba, impresionados e inclinándose en actitud reverente.)

TOMASA.-

(Un momento después dice:) ¡Dios santo… y yo ignoraba todo!

Fin