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M / s e e / , a n e a .. tante : pasar de la lectura del libro-escritura a la del libro-objeto, leer también los volúme- nes en sus anaqueles en tantos objetos , y de ellos pasar a los propios anaqueles, pa- redes, ventanas, sillas y mesas en tanto sig- nos susceptibles de lectura-escritura (¿cuál es la diferencia de fondo entre unas y otras convenciones?). Se trata del Libro de que habla Carlyle: " En 1833" , señala Jorge Luis Borges, " Carlyle observó que la historia uni- versal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de en- tender, y en el que también los escriben". 111. Alteraciones Cervantes atribuye su conocimiento de la historia de Quijano a un manuscrito árabe cuyo autor es "C ide Harnete Benengeli" y que llegara azarosamente al encuentro del primero . Sin embargo, de ser verídica tal versión, este manuscrito por fuerza tendría que ser si no el propio Libro que prefigura Carlyle, sí una copia muy aproximada: ¿no debería incluir, ya en el momento en que llega a Cervantes por vez primera, la men- ción de la Galatea en uno de los capítulos iniciales? El manuscrito de Hamete no está incom- pleto : en el capítulo IX de la primera par- te, Cervantes narra cómo contrató a un mor isco para que le " volviera aquellos car- tapac ios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin qu itarles ni añadirles nada ". El contratado promete " de traducirlos bien y fielmente "; para acelerar este proceso y con clara y comprensible impaciencia, Cervantes lo hospeda en su casa, " donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere" . (Subrayados nuestros.) Si el misterioso texto relata la totalidad de la his- toria del Quijote, ¿no por necesidad incluiría al " Quijote" apócrifo que en el futuro iba a escribir Avellaneda y que sería el percutor, la indirecta causa de que Cervantes escri- biera la segunda parte? Mapa del mapa, además de contener a los personajes-lectores de la obra, esos car- tapacios ¿no implicarían de la misma ma- nera todas las lecturas posibles, en todas las épocas, en todos los niveles, incluida la nuestra? Es menos verosímil que Cervantes entrara en posesión del Libro de Libros; que en él haya leído la trama del mundo y cada una de las minucias del pasado, presente y futuro ; que haya elegido escribir (traducir y copiar al pie de la letra sagrada) sólo una parte de ese magno Texto (es decir, el minúsculo fragmento correspondiente a la historia de Quijano) reservándose en el mayor secreto -¿con avaricia, con espanto, con fervor?- el resto impensable (encarga al morisco tradu- cir, de aquellos cartapacios, "todos los que trataban de don Quijote" , indicando la exis- tencia de otros cartapacios y cargando a és- tos de sentido); todo ello es menos verosí- mil que la ot ra sospecha, menos ardua, más sensata y ajustada : Cervantes tuvo con- tacto físico con el inmortal Quijote, viajero del tiempo, y de sus labios escuchó su propia historia . O mejor : la sola presencia de Quijano, su transparente mirada, fue el signo que repercutió en los ojos del escri- tor, llevándolo a una odisea de rabiosa lec- tura de las convenciones y posterior re- lectura de las mismas. La humildad del autor del Quijote prefirió que antes se le viera como poseedor de los ocultos tejidos del tiempo y del espacio, que confesar la verdad y así delatar la pre- sencia de su amigo, necesitado del anoni- mato en su gesta int emporal. Cervantes supo cómo heredar el silencio activo sin ca- llar su enfrentamiento con Alonso Quijano, con ese hondo test imonio : sabiamente, el escritor determinó desviar la atención hacia un " manuscrito árabe" para no transgredir la intimidad de su arquetípico interlocutor. Ambos hombres compartieron la más plena corporalidad y quisieron transformar sus respectivas " ficciones" en una gesta de lectura andante, alteradora, ávida y heredita- ria. Por ello también comparten el sagrado carácter de precursores, dentro del libro, fuera del libro: en el Libro. O 49 Del páramo de huizaches al bosque de pinos Ri c ardo P érez Montfort E l panorama bibliográfico que los meló- manos nacionales se han visto obliga- dos a enfrentar en por lo menos los diez úl- timos años, es más semejante a un páramo reseco con unos cuantos huizaches que a un refrescante bosque de frondosos pinos. Llama la atención que en un país con una cultura musical tan vasta y tan múltiple pocos se ocupen de su estudio sistemát ico y concienzudo. Cierto es que unas cuantas instituciones, entre las que destacan el CENIDIM, eIINAH , el Museo de Culturas Po- pularesy el Instituto de Investigaciones Esté- t icas de la UNAM , se han preocupado por la historia y los quehaceres de la música mexi- cana, tanto la popular como la "acadé- mica" . Pero también es cierto que los estu- dios realizados bajo su amparo reflejan sólo una mínima parte de ese gigantesco rumbo de la cultura nacional que es la música, y que prácticamente no necesita pretexto para mostrar sus presencias y posibilidades -y por lo mismo su importancia- tanto en el pasado como en el presente cultural de nuestro país. Es un lugar común asentar que la música acompaña prácticamente todas las activida- des del mexicano. Si esto es así, habría que preguntarse qué sucede con los estudios sobre nuestra música. En comparación con el inmenso panorama bibl iográfico, por cierto en constante renovación, que mues- tran otras áreas de la cultura nacional como la pintura, las artesanías, o la literatura, la música muy ocasionalmente presenta nue- vos textos, y lamentablemente, cuando lo hace, no parecen demasiado originales. Por lo general se trata de trabajos muy especí- ficos y con un alcance de poco vuelo, tan- to en términos de difusión como de profun- didad. Aquel que se acerque a la historia de la música mexicana se encontrará con las clá- sicas obras de Gabriel Saldívar, Vicente T . Mendoza, Pablo Castellanos, Otto Mayer- Serra, Guillermo Orta Velázquez y unas cuantas más pertenecientes a una genera- ción que publicó sus últimos trabajos hace por lo menos veinte años. Ese mismo lector tal vez dé con textos un poco más recientes como los que editara Julio Estrada o los que

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Page 1: M e e a - Revista de la Universidad de México · musical. Yolanda Moreno Rivas era larespon sable dedichos textos.Alinternarse enestos folletos, elmelómano encontraba ladescrip

M / s e e /,a n e a

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tante : pasar de la lectura del libro-escritura a

la del libro-objeto, leer también los volúme­

nes en sus anaqueles en tantos objetos , y

de ellos pasar a los propios anaqueles, pa­

redes, ventanas, sillas y mesas en tanto sig­

nos susceptibles de lectura-escritura (¿cuál

es la diferencia de fondo entre unas y otras

convenciones?). Se trata del Libro de que

habla Carlyle: " En 1833" , señala Jorge Luis

Borges, " Carlyle observó que la historia uni­

versal es un infinito libro sagrado que todos

los hombres escriben y leen y tratan de en­

tender, y en el que también los escriben".

111. Alteraciones

Cervantes atribuye su conocimiento de la

historia de Quijano a un manuscrito árabe

cuyo autor es "C ide Harnete Benengeli" y

que llegara azarosamente al encuentro del

primero . Sin embargo, de ser verídica tal

versión, este manuscrito por fuerza tendría

que ser si no el propio Libro que prefigura

Carlyle, sí una copia muy aproximada: ¿no

debería incluir, ya en el momento en que

llega a Cervantes por vez primera, la men­

ción de la Galatea en uno de los capítulosiniciales?

El manuscrito de Hamete no está incom­

pleto : en el capítulo IX de la primera par­

te, Cervantes narra cómo contrató a un

mor isco para que le " volviera aquellos car­

tapac ios, todos los que trataban de don

Quijote, en lengua castellana, sin quitarles niañadirles nada" . El contratado promete " de

traducirlos bien y fielmente"; para acelerar

este proceso y con clara y comprensible

impaciencia, Cervantes lo hospeda en su

casa, " donde en poco más de mes y medio

la tradujo toda, del mesmo modo que aquí

se ref iere " . (Subrayados nuestros.) Si el

misterioso texto relata la totalidad de la his­

toria del Quijote, ¿no por necesidad incluiría

al " Quijote" apócrifo que en el futuro iba a

escribir Avellaneda y que sería el percutor,

la indirecta causa de que Cervantes escri­

biera la segunda parte?

Mapa del mapa, además de contener a

los personajes-lectores de la obra, esos car­

tapacios ¿no implicarían de la misma ma­

nera todas las lecturas posibles, en todas

las épocas, en todos los niveles, incluida la

nuestra?

Es menos verosímil que Cervantes entrara

en posesión del Libro de Libros; que en él

haya leído la trama del mundo y cada una de

las minucias del pasado, presente y futuro ;

que haya elegido escribir (traducir y copiar al

pie de la letra sagrada) sólo una parte de

ese magno Texto (es decir, el minúsculo

fragmento correspondiente a la historia de

Quijano) reservándose en el mayor secreto

-¿con avaricia, con espanto, con fervor?- el

resto impensable (encarga al morisco tradu­

cir, de aquellos cartapacios, "todos los que

trataban de don Quijote" , indicando la exis­

tencia de otros cartapacios y cargando a és­

tos de sentido); todo ello es menos verosí­

mil que la ot ra sospecha, menos ardua, más

sensata y ajustada : Cervantes tuvo con­

tacto físico con el inmortal Quijote, viajero

del t iempo, y de sus labios escuchó su

propia historia . O mejor : la sola presencia

de Quijano, su transparente mirada, fue el

signo que repercutió en los ojos del escri­

tor, llevándolo a una odisea de rabiosa lec­

tura de las convenciones y posterior re­

lectura de las mismas.

La humildad del autor del Quijote prefirió

que antes se le viera como poseedor de los

ocultos tejidos del t iempo y del espacio,

que confesar la verdad y así delatar la pre­

sencia de su amigo, necesitado del anoni­

mato en su gesta int emporal. Cervantes

supo cómo heredar el silencio activo sin ca­

llar su enfrentamiento con Alonso Quijano,

con ese hondo test imonio : sabiamente, el

escritor determinó desviar la atención hacia

un " manuscrito árabe" para no transgredir

la intimidad de su arquetípico interlocutor.

Ambos hombres compartieron la más

plena corporalidad y quisieron transformar

sus respectivas " ficciones" en una gesta de

lectura andante, alteradora, ávida y heredita­

ria. Por ello también comparten el sagrado

carácter de precursores, dentro del libro,

fuera del libro: en el Libro. O

49

Del páramode huizaches al bosquede pinosRicardo Pérez Montfort

El panorama bibliográfico que los meló­

manos nacionales se han visto obliga­

dos a enfrentar en por lo menos los diez úl­

timos años, es más semejante a un páramo

reseco con unos cuantos huizaches que a

un refrescante bosque de frondosos pinos .

Llama la atención que en un país con unaculturamusical tan vasta y tan múltiple pocos

se ocupen de su estudio sistemático y

concienzudo. Cierto es que unas cuantas

insti tuciones, entre las que destacan el

CENIDIM, eIINAH , el Museo de Culturas Po­

pularesy el Instituto de Investigaciones Esté­

t icas de la UNAM, se han preocupado por la

historia y los quehaceresde la música mexi­

cana, tanto la popular como la "acadé­

mica" . Pero también es cierto que los estu­

dios realizados bajo su amparo reflejan sólo

una mínima parte de ese gigantesco rumbo

de la cultura nacional que es la música, y

que prácticamente no necesita pretexto

para mostrar sus presencias y posibilidades

-y por lo mismo su importancia- tanto en el

pasado como en el presente cultural de

nuestro país.

Es un lugar común asentar que la música

acompaña prácticamente todas las activida­

des del mexicano. Si esto es así, habríaque

preguntarse qué sucede con los estudios

sobre nuestra música. En comparación con

el inmenso panorama bibl iográfico, por

cierto en constante renovación, que mues­

tran otras áreas de la cultura nacional como

la pintura, las artesanías, o la literatura, la

música muy ocasionalmente presenta nue­

vos textos, y lamentablemente, cuando lo

hace, no parecen demasiado originales. Por

lo general se trata de trabajos muy especí­

ficos y con un alcance de poco vuelo, tan­

to en términos de difusión como de profun­

didad.Aquel que se acerque a la histor ia de la

música mexicana se encontrará con las clá­

sicas obras de Gabriel Saldívar, Vicente T .

Mendoza, Pablo Castellanos, Otto Mayer ­

Serra, Guillermo Orta Velázquez y unas

cuantas más pertenecientes a una genera­

ción que publicó sus últimos trabajos hace

por lo menos veinte años. Ese mismo lector

tal vez dé con textos un poco más recientes

como los que editara Julio Estrada o los que

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M I s e e. /,a n e a

IHi!·TYYYY.YYY YY~, 1'1 liliI

José Luis Martines~

HERNANCORTÉS

Loe bergantines. Cddiu FlormtinD.Ubro XII.

Un honesto afán de co­nocimiento es la normaprincipal que guía la pre­sente obra. Como paralograrlo sólo tenemos lostestimonios del pasado,lo que unos y otros con- ~

taron y observaron, seevita todo vuelo imagi­nativo de modo quecada hecho recogidotenga una base docu­mental. Y cada vez quese llega a episodios con­trovertidos, se recogentodas las versiones cono­cidas --españolas, indiaso mestizas- para quefrente a las divergenciassea el lector el que juz­gue y el que recoja la per­plejidad.

.

publicaran Tomás Stanford, Jas Reuter oJuanito S. Garrido. Al repasar otras obrasse quedaría con cierto sabor de platillo co­nocido, o para decirlo llanamente, tal pare­ceria que pocas novedades ofreció la obli­gada revisión que de la historia musicalmexicana hicieron las generaciones quecontinuaron con la laborde los clásicos.

Las publicaciones periódicas especializa­das, esto es, aquellas que tienen comoprin­cipal interés el estudio sistemático y seriode nuestro acontecer musical, son muy po­cas si se tiene enmente la gran riqueza conlaque Euterpe agració a México. Sucircula­ción es muylimitada y tal parece quesu lec­tura y discusión lo son aún más.

Pero en todo esto, comoen lamayoría delas cosas, hay honrosas excepciones quehacen necesarias algunas consideracionesuntanto más optimistas. El librode YolandaMoreno Rivas que hoy nos ocupa es una deesas excepciones. Y para entrar en materiamevoy a permitir una breve hojeada al pa­sado del mismo.

Hace poco más de diez años, en 1979,apareció en algunas tiendas de autoserviciouna serie de 22 discos LP's agrupados en11 álbumes que llevaban ~I títulogeneral deHistoria ilustrada de la música popular mexi­cana. Dicha serie de discos fue expuesta alosasiduosvisitantes deaquellas tiendas enuna especie de oferta. Cada semana y du­rante poco más de dos meses el consumi­dorpodría adquirir unálbum condos discosy un folleto explicativo, y así enriquecer suacervo doméstico con " lo mejor de la mú­sica popular mexicana" . Como suele suce­der con estas grandes promociones, laautoría de dicha historia era difícil de deter­minar si uno sólose atenía a la portada delproducto. Una vez abierto el celofán, el in­teresado podía enterarse que la obra era elresultado de una investigación colectivadirigida por Yolanda Moreno Rivas, con laparticipación de Angélica Tarragó, Alejan­droPérez Sáez, María de los Ángeles Chapay Clara Puchet. Porahí también sedaba cré­dito a la investigaciónfotográficade Aureliode los Reyes y a las ilustraciones de PhilipHays.

Cada una deestas entregas semanales serefería a algún rubro relevante en el queha­cer de la música popular mexicana, desdefines del siglo pasado hasta nuestros días.Los rubros o capítulos eran los siguientes:La música de tiempos de Don Porfirio -queincluía tanto valses como poikas, danzas ycanciones-; La música dela epopeya revolu­cionaria -que presentaba sobre todo corrí­dos-; La época deoro dela radio, el cine yelteatro -en el que era posible escuchar tanto

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a los inolvidables de la radio como los gran­des éxitos de la pantalla y del teatro de re­vísta-: El apogeo de la canción romántica-que incluía desde la trova yucateca hastalostriasdelosañoscincuenta, y La época delmúsico poeta Agustín Lara, con susintérpre­tes y algunos compositores contemporá­neos. La quinta entrega se llamaba Tres dé­cadas de clásicos -o La etema presencia delbolero romántico-; lasexta: La músicabravía,que no sólo incluía a los inmortales de lacanción ranchera comoLucha Reyes o PepeGuízar, sinoquetambiénnoshacía escucharalgunos de los sones de mariachi más famo­sos. Los otros álbumes se titulaban: Clási­cos de lacanción ranchera, que supo incluir alinevitable José Alfredo Jiménez y a sus in­térpretes junto con otras grandes estrellasde ese mexicanísimo estilo; Los ídolos de lacanción -un álbum completito dedicado aPedro Infante, JorgeNegrete y JavierSolls-:La música bailable -que se dividió en cincomeneos: danzón, bolero, mambo, cha-cha­cha, cumbia y salsa-, y La música de rack ylamúsica modema -que serefería a los ído­los juveniles de los sesenta y setenta tantorockanroleros como baladistas. El últimose llamaba Elalma viviente de la música me­xicana: hacía un veloz recorrido por la mú­sica regional frecuentemente llamada"folklórica" destacando sobre todo los so­nes jarochos y huastecos.

Tanto la selección de estos 11 capftulosjunto con los ejemplos musicales incluidosen los acetatos, así como la presentacióngráfica, formaban parte del trabajo más se­ductor y llamativo, realizado hasta esa fe­cha, en materia de historia de la música po­pular mexicana. Con él sepodía unoacercarde manera amable y sencilla a unpanoramageneral de nuestra música vernácula escu­chando sus mejores momentos en versio­nes bien escogidas, tanto antiguas comomodernas.

Esta serie de 22 discos, comoya sedijo,venía acompañada de 11 folletos con tex­tos explicativos, fotografías, pequeños re­cuadros con biografías, comentarios yanécdotas de intérpretes y compositores,que pretendían guiar a través de aquel viajemusical. Yolanda Moreno Rivas era larespon­sable dedichos textos. Al internarse enestosfolletos, elmelómano encontraba ladescrip­ción de diversos géneros, estilos, formas einstrumentaciones, Ylaevocacióndeuna in­mensa gama de artistas, todo íntimamenteligado auna concepciónmuyparticular de lamúsica mexicana y su historia. En aquellostextosestaba presente, comoenningún otroestudio sobre el tema, el porqué y el cómoesta música adquirió su dimensión popular.

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En otras palabras: no setrataba sólodeacu­mular datos, establecer cronología y narraracontecimientos musicales. Elfolleto llevabaal lector mucho más allá. Consideracionessobre la vidaartística y cultural de Méxicoydeotrospaíses latinoamericanos, reflexionessobre las condiciones socioeconómicasque permitieron el desarrollo de una formamusical espedfica, cierta crítica a los me­dios masivos de comunicación, el análisisde letrasrelacionadas condeterminadas co­rrientes literarias, y sobre todo lasconstan­tes referencias a la historia -entendiéndolacomo un fenómeno que incorpora elemen­tos capaces de explicar y no sólo describirlos acontecimientos- hadan de aquellostextos una verdadera delicia que comple­mentaba magníficamente la música que ellector-melómano escuchaba en su fonó­grafo.

Así pues, esta Historia ilustrada de la mú­sica popular mexicana era un verdadero te­soro para aquellos amantes de la músicaque también se interesaban en los porquésy los cómos de las vertientes populares denuestra música. Desafortunadamente lapromoción deaquellas tiendas de autoservi­cio se terminó, por lo que aquel que no lahabía aprovechado oportunamente perdía elacceso a un trabajo realmente espléndido.Pareda, pues, haber corrido la misma for­tunade muchos otros trabajos relacionados

O· •

con la música mexicana, que, como ya de­cía, por naturaleza parecen ser un tanto efí­meros cuando no inaccesibles para un pú­blico mayoritario y mucho más difíciles decorisultar para las nuevas generaciones.

Esta lamentable situación se ha podidosalvar, al menos parcialmente, con la publi­cación de esta Historia de la música popularmexicana de Yolanda Moreno Rivas, se­gundo volumen de la serie LosNoventa queeditan el Consejo Nacional para la Cultura ylasArtes y Alianza EditorialMexicana. Aque­llos textos que integraban los folletos de lacolección de discos antes mencionadapueden ahora consultarse eneste libro, queespero no tardeenconvertirse enreferenciaobligatoria para los amantes y estudiososde lamúsicapopular mexicana. Si bien algu­nos de los 11 capítulos o rubros originalesde aquella " serie comercial" han pasado aformar parte de los ahora ocho apartadosque componen el libro, no cabe duda quecomotal tienen muchas y muynotorias virtu­des. Sus defectos sonmínimos y tienen quever sobre todo con algunas ausencias, engran medida perdonables, y en términoseconómicos, hoy en día, muy justificables,comoel no haber incluido en estaedición lainvestigación fotográfica que tan bien ilus­traba el multicitado trabajo anterior; o laomisión de un índice analítico que en unaobra como ésta sería de suma utilidad.

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Enumerar todas las virtudes del libro deYolanda Moreno Rivas seria un tanto pre­tencioso y abusivo demi parte. Porellosólodestacaré algunos aspectos del mismo queme parecen dignos de encomio, intentan­do que sirvan de estímulo para futuros lec­tores.

Uno de sus principales valores es sinduda el ofrecer, comobien dice la presenta­ciónen la contraportada, una visión panorá­

.mica, "coherenteycontinua" delosdistintosgéneros y estilos que han conformado lahistoria de la música popular mexicana. Alincorporar los cómos y los porqués, la his­toria queYolanda Moreno Rivas cuenta, nosóloinforma al lectorde los quehaceres mu­sicales, sino que los mismos adquieren unsentido mucho más sólido en la medida enque se les relaciona con fenómenos deotros órdenes. Tal es el caso de sus refle­xiones generales sobre los ídolos antes deentrarle de lleno a las figuras de Pedro In­fante, Jorge Negrete y JavierSalís en el ca­pítulo dedicado a " Los inmortales de la can­ción ranchera" . Otro ejemplo de lo mismosacado un tanto al azar, sería la descripcióndel ambiente en Yucatán durante los añosveinte para después concentrarse en elflorecimiento de la trova peninsular en elcapítulo titulado "El apogeo de la canciónromántica" .

Por otra parte el acercamiento a los me­diosmasivos de comunicación -cine, teatroy radio principalmente- desde la perspec­tiva de la música popular le permite a la au­tora enfocar de manera crítica algunas delas " desviaciones" más notables de aque­llos encargados de popularizar determina­dos estilos o géneros tanto en el pasadocomo en el presente. Su señalamiento so­bre la " indulgencia" quecaracteriza al que­hacer musical de los grandes festivales in­ternacionales instrumentados por Televisa ysus filiales es un buen ejemplo de ello. AsI,la música popular se revisa a la luz de unaconcepción integral de compositores, intér­pretes, medios, receptores y ambientes quelos determinan, enla queestán muypresen­tes la reflexión, la crítica y la prosa inteli­gente y amable.

Particularmente sugerentes me parecie­ron los capítulos dedicados a la canción ro­mántica, a la época de oro de la radio, elcine y el teatro de revista, así como en elúltimo apartado titulado " La música delrock" enlos quepone a los medios enjustarelación con los intérpretes, los creadoresy los intereses que representan.

Aun para aquellos enemigos de las expli­caciones, este libro puede resultar de granutilidad. Losapéndicesde cada capítulo reú-

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nen tantoanécdotas y biografías decompo­sitores e intérpretes destacados, comodescripciones sucintas de instrumentos,opiniones y notas monográficas sobre de­terminados géneros, listas de autores y deobras durante periodos específicos, cua­droscronológicos, y una que otra narraciónperteneciente a la sabrosísima y popularí­sima tradición del chisme siempre presenteenel acontecer musical popular. Aunque untanto escuetos, estos apéndices comple­mentan el texto de la autora, que suelecircunscribirse a ideas un tanto más genera­les, de vez en cuando salpicadas con refe­rencias muyconcretas y chispa de buen hu­mor. Útil también resulta la " Bibliograffa mí­nima" que se adjunta al final del libro, so­bretodo para mostrar el tipo de trabajo aca­démico, literario y periodístico que sehahe­choentorno a la música popular mexicana yde otros países del continente.

Sería muyinjustoafirmarquelaHistoria dela música popular mexicana que ahora sepresenta es la misma que apareció en1979. La de ahora tiene algunas notablesmodificaciones además de las ya anotadas.En primer lugar los capítulos se agrupan demanera mucho más coherente y sistemáticaya que su fin ya no es el de acompañar auna serie de discos. Sus ocho capítulos serefieren a los ocho sistemas estelares quehan formado la gran galaxia de la músicapopular mexicana del presente siglo: desdela música de la época de don Porfirio hastael rock. sin olvidar aquellos brillos fugacescomo la canción de protesta de principiosde los años setenta o los hoyos negros delos posibles plagios de Agustin Lara, du­rante la llamada " época de oro de la can-

ción mexicana" . Aun cuando la temáticamedular de esta historia se concentra en elsiglo xx, lasconstantes referencias a un pa­sado un tanto más lejano, aquel de los si­glos XVIII y XIX, le rinden tributo generoso alosmencionados porqués y cómosde nues­tra música. Si bien la reducción al númerode capítulos le ayudó mucho a esta nuevaversión, creo que de pronto la reubicaciónde alguno, particularmente el de la músicaregional, no resultó del todo afortunada.Después de laspáginas dedicadas al corridoy antesde lasquese ocupan de los mediosmasivos de comunicación, la música regio­nal parece sacar al lector de la secuencia te­mático-cronológica que lleva el libro.

Sin embargo, reunir bajo un solo rubro alacanción romántica -incorporandola trovayucateca, los tríos, Agustín tara. sus intér­pretes y suscontemporáneos- así comoin­corporar al capítulo de la canción ranchera alos ídolos Pedro Infante, Jorge Negrete yJavier Salís, a José Alfredo Jiménez, a lascantantes bravías, y hasta Rubén Méndez-el autor de "Zacazonapan" - me pare­cieron dos grandes aciertos que permitenseguir la continuidad de dos vertientesfundamentales de la música popular mexi­cana. También es valiosa la inclusión de losnuevos textos referentes a los avances oretroceso de.Ios años ochenta, en los queincluso se atisba un optimismo, que muy apesar de las tendencias homogeneizadorasimperantes enel acontecer de lamúsica po­pular contemporánea, revelan la fe que laautora y sus colaboradores tienen en loscreadores e intérpretes de hoy en día.

Finalmente es importante recalcar que alpasearse por lashojas de este libro el lectorno sólo adquiere esa visión general "cohe­rente y continua" de la historia de la mú­sica popular mexicana, sino que se con­vierte en testigo del respeto y sobre tododel gran amor que Yolanda Moreno Rivas,Angélica Tarragó, María de los ÁngelesChapa , Clara Puchet y Alejandro PérezSáez, le profesan alpasado y alpresente denuestro acontecer musical. Amor que dehaber en abundancia podría transformar elpáramo huizachero de la bibliografía musicalmexicana contemporánea en un valle fértilcapaz de permitirel crecimiento sanode unbosque de frondosos estudios sobre nues­tra música. Este amor de Yolanda y suequipo es sin duda el mayor mérito de suHistoria de la música popular mexicana. O

Yolanda Moreno Rivas. Historia delamúsica popu­larmexicana . México, CONATUR y Alianza Edito­rial Mexicana, 1989.

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La tragedia de unamujer con lenguaje

Ruxandra Chisalita

Una verdad se intuye mucho antes decomprenderla; sentirla de nuevo, una

vezcomprendida, corroborándola con la in­tensidad de la razón, significa quizá lo queJulia Castillo define como reconciliación en­tre poesía y filosofía en su introducción a Latumba deAntígona de María Zambrano. Talreconciliación tendría caso sólo si nos refi­riéramos a la filosofía como aquella poesíaque surge tras la comprensión y el razona­miento; y transmite en su lenguaje especí­fico la coherencia profunda de una expre­sión poética final.

Reescribir el epílogo de una tragediagriega es en sí una tarea ardua y soberbia:¿de quémanera añadirse nada menos que aSófocles y a un saber legado por tantos si­glos de relecturas? Como si se tratara deuna reincidencia inevitable, Zambrano de­muestra que esto debe suceder con simpli­cidad: ¿acaso sería posible creer que el

hombre se ha desentendido, aunque fuerapor un instante, de los sucesos míticosqueconformaron su individualidad? ¿No se ha­brávivido unamisma tragedia con nombresdiferentes para unos mismos personajes,antes y después deAntígona? Sepuede afir­marentonces que el potencial mítico no seha agotado nunca y que por lo mismo, losdestinos míticos repetidos han generadoformas diferentes de conciencia.

El mito de la individualidad -y todos losmitos lo son- es la incursión del hombre enla atemporalidad subyacente al tiempo y elaprendizaje fundamental queésta implica; laconciencia que genera estanueva condiciónincita de manera natural a la confrontacióncon las leyes, memoria rígida de la especie,que motiva al rebelde a desenmascarar sucaducidad. En La tumba deAntígona, la me­moria íntima se manifiesta en la veneracióndel dios desconocido, cultodionisíaco de ori­gen bárbaro a la vida continua e inmutable,opuesta a la historia que. ella sí, desgasta,corroe el tiempo al inscribir en él la acción

histórica de los hombres. El tiempo se re­nueva mientras que la historia sucede, se