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    TM. MARCELO ZELTNERTN. DIEGO TOLLO

    LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

    I

    46 grados.Marta Ciro

    No me gusta el verano.No me gusta el zumbido de los mosquitos, ni el aire pesado, ni despertarme hecha un pegote.Cada ao, el estallido de la sensacin trmica me recuerda cierta tarde en casa de una ta abuela, ocurridamuchos aos atrs. Debo confesar que nunca supe su nombre: para todo el mundo era Pocha. Viuda y sinhijos, viva sola en el mismo casern donde se mud al casarse. El to Gordo haba muerto aos atrs. Del slo quedaba una foto gastada por los aos, en la pared ms grande del comedor.Pese a mis pocos aos, me encontraba a gusto en esa casa solitaria, llena de plantas y muebles de otrapoca. Se me antojaba un lugar muy calmo, adems de divertirme il parlanchine sichiliano di la Pocha.Hablaba sin parar con los vecinos, con la panadera de la esquina, con el almacenero de enfrente, con elcarnicero de la otra cuadra, con el diario y con la radio.

    Aquella tarde, el termmetro marcaba 46 grados. No recuerdo si era diciembre, enero, cundo, pero locierto era que la Pocha tena una baadera grande, antigua, con patas de bronce. Nada que ver con elmedio metro de baldosas que haba en casa para baarse. La promesa de un largo bao de inmersin pudo

    ms que el recorrido de cinco cuadras bajo un sol de plomo y llegu tan pegajosa y lquida como el palitohelado de frutilla que reserv para acompaar el bao.Al llegar, toda la casa brillaba con la limpieza acostumbrada. Poda dudarse que amaneciera, pero jamsde que los pisos y porcelanas de la Pocha no tuvieran la textura de un espejo. Sin embargo, esa tarde doso tres salpicaduras de barro ensuciaban la puerta del bao.Con el helado en la boca, encontr la baadera de mis sueos completamente mugrienta de un barro negro,plomizo y nauseabundo. Alrededor todo tena la limpieza de rigor. Por supuesto que mi bao de inmersinqued frustrado y desilusionada llam a la Pocha. Una, dos, tres veces. Nada. Tragu saliva sabor frutilla yempec a buscarla.La encontr sentada en el borde de la cama, muy quieta. Miraba indiferente el vaco, como si su eternaalegra se hubiera detenido junto al tic tac del reloj. Slo entonces me di cuenta de que la casa estaba ensilencio. Ni radio, ni tele, apenas el canturreo lejano de las chicharras. Y tambin me di cuenta de que, con46 grados y sin ms auxilio que un ventilador antiguo, la casa no estaba fresca sino fra.

    -Pocha?....Al or mi voz gir la cabeza lentamente, sin dejar de mirar algn punto en el infinito, como si yo no existiera.Las piernas se me aflojaron de alivio y le pregunt, furiosa, qu le haba pasado a la baadera.Y sin emocin alguna, como si detallara la lista de las compras o los nmeros de la quiniela, dijo:- Vino tu to Gordo. Estaba todo sucio de tierra, el pelo, la ropa, todo. Le dije que se fuera a baar...Ni bien termin de decirlo, y antes de que alcanzara a entender el sentido de esas palabras, una correntadade aire glido y podrido chirri suavemente la puerta del bao a mis espaldas. La potencia del fro y del oloreran casi una presencia, tan cercanas que podran rozarme la nuca. Por el reflejo de una tetera de plata vi ami cara perder todo vestigio de color. El regusto dulzn a frutilla se mezcl cidamente con el metal delpnico. Y tapandome los ojos con las manos, corr y corr, llevandome todo por delante hasta que la luznaranja del sol me hizo abrir los dedos rojos de colorante sabor frutilla, depositndome en plena calle. Yan as, corr y corr bajo el furor de la tarde recalcitrante, con la sensacin de que el terror a plena luz delda es peor que el de las noches. Pues no tiene el antdoto del sol, tan propio de los cuentos y pelculas.

    De ms est decir que jams volv a la casa de la Pocha ni di la menor explicacin del porqu. Y a fuerzade silencio, hasta para m misma, ignoro que fu de ella tras esa visita. Solo s que la enterraron al lado delGordo, que la casa fue demolida para construir un edificio de veinte pisos, y que todo otro rastro de estahistoria quedar para siempre en el terreno de mis temores infantiles y de la pura especulacin.

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    TM. MARCELO ZELTNERTN. DIEGO TOLLO

    LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

    II

    AnitaRoxana DAuro

    Anita tena pies pequeos para zapatitos de cristal, de juguete.Ojitos redondos, brillantes, como lentejuelas.Una nariz que apenas sobresala de su cara, respingada, un grano de maz.Era baja y muy chiquita.Tena los cachetes poblados de minsculas pecas, estrellitas que salpicaban el universo de su rostro.Una sonrisa tmida de la cual se asomaban sus dientes como perlas diminutas y un par de manitos entrelas cuales una burbuja apenas entraba.

    Anita tena tambin una voz.Una voz grave, gruesa, ronca.Una voz como el trueno de la tormenta.Como la ola que rompe contra las rocas.Una voz de len rugiendo en el medio de la selva.Cuando ella llegaba, toda pequeita con su vestido a lunares ribeteado con puntillas, deca: Hola! y los

    malvones temblaban, los pjaros salan en estampida y las mariposas perdan el polvo dorado de sus alas.Las nias queran jugar con Anita apenas la conocan, tan angelical era su imagen, pero cuando entonabael arroz con leche, la ronda se desgranaba y todas huan por aqu y por all.

    A los nios, en cambio, les encantaba cuando ella gritaba:Goooooooooooool., porque los goles en su vozeran poderosos, goles nicos, devastadores para el perdedor pero no resistan verla ah parada a uncostado de la cancha con su imagen de lbum de figuritas.No haba lugar en las rondas para Anita.No haba lugar en el picado.

    As que caminaba, sola, levantando polvo, al puerto.Anita viva en una ciudad que dorma junto al mar y se sentaba en el muelle a ver cmo los barcos iban yvenan.Se hizo amiga de los gatos callejeros que se peleaban por los restos de pescado, y de las gaviotas quetambin se peleaban, entre ellas, y a veces con los gatos, por los restos de pescado.

    Cada vez que estaba en el puerto mirando hacia el horizonte pasaba el cafetero, con barba roja y gorraroja, empujando un carrito coronado por dos molinetes de viento y muchos termos con caf, t ychocolatada caliente.Le regalaba siempre una sonrisa, a veces una chocolatada y se iba dicindole: que tenga buen dasirena!

    Fue entonces cuando Anita se dio cuenta de que ella era una sirena, una sirena de barco!Con pasos cortitos pero seguros subi la escalinata de un enorme barco, se par en la proa y desde allsalud a las gaviotas, a los gatos, al mar, a los otros barcos y al cafetero.

    Abri su diminuta boca, y exhal:Uhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

    A la orden de: Leven anclas, el capitn del barco que haca semanas estaba varado, pudo partir consirena nueva: Anita, que como un minsculo mascarn de proa atraviesa con su voz todos los mares delmundo y saluda desde lejos a la gente de todos los puertos.

    III

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    LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

    CaravaggioSilvia Tizio

    El arte es una rebelin contra el destino

    Andr Malraux

    Bebi la ltima gota de caf que quedaba en su pocillo y permaneci en silencio. Esperaba una respuesta,entonces sus manos jugaron indecisas con la caja de fsforos, primero y con el celofn del atado decigarrillos, despus. Sus familiares manos recorrieron el crculo hmedo del borde de la taza vaca y,finalmente, se rindieron sobre la mesa en un interrogante. Ninguno de los dos habl, sin embargo ambossabamos bien que si alguien habra de hacerlo, esa deba ser, precisamente, yo. Creo que fue entoncescuando decid fugarme. Eleg un recuerdo al azar y me escap muy lejos sin que l pudiera siquiera notarlo.

    Atraves la puerta del museo arrastrando los pies, remoloneando. Tendra yo unos quince o diecisis aosa lo sumo, una pobre idea del valor del arte, y un cansancio ms que comprensible porque desde nuestrallegada a Paris no habamos hecho ms que recorrer opulentos palacios, marmreas catedrales erizadas alcielo y desteidos museos. Estaba en verdad exhausta y la idea de pasar ese domingo completo en el

    Louvre no era el mejor de los programas posibles.Al llegar, mis padres echaron mano de la informacin imprescindible para todo turista: una gua con planosde las mltiples salas y las variadas alternativas sugeridas para recorrerlas. Una mirada rpida y distrada allaberinto de la planta baja torn evidente mi sospecha: el museo era sencillamente enorme, de modo quepasaramos el da completo en ese lugar. -Un espanto! -recuerdo que pens.Incontables y montonos contingentes de turistas atravesaban las salas en manadas ms o menoscompactas, siguiendo a los guas que explicaban, de manera mecnica y con disimulado tedio, historias ybiografas, escuelas y tcnicas, pintores mayores y menores, ante la mirada expectante de aquella profusamarea humana. Poco, muy poco me costaba distraerme con esos extraos contingentes provenientes delos ms diversos lugares del mundo, pronunciando mil lenguas casi todas incomprensibles.Me rend ante el hecho evidente de que permaneceramos en el museo hasta que cerrara de modo que cadavez que entrbamos a una nueva sala yo buscaba un slo sitio: un lugar donde sentarme y as lo haca,

    jugando a la hamaca con mis dos piernas juntas.

    Cansada como estaba de mirarme las medias blancas, los zapatos esmeradamente lustrados y de recorrercon la vista una y otra vez las coloridas guardas del fino piso de mrmol, en algn momento levant la vistay entonces, frente a m, emergi una extraordinaria imagen. Era un leo. Me par buscando el nombre delartista en la pequea placa de bronce lustrado al pie del marco. Se llamaba: Michelangelo MerisiCaravaggio.Tom distancia del leo sin poder apartar, siquiera un instante, la vista de la monumental imagen.Comenc a caminar hacia atrs con el dedo ndice apuntando al centro mismo de la obra. Pude imaginarque le lanzaba un discontinuo haz de luz y, como si disparara cuatro tiros largos, repet en voz baja:-Caa-raa-vaa-ggiooo, Caa-raa-vaa-ggiooo.Mis rayos imaginarios haban encendido de tal modo la tela que quedaba atrapada sin remedio frente a ella.Como si en ese momento recin despertara comenc a jugar con la mirada entre los tenues resplandoresde una luz lejana que apenas iluminaba los rostros de un puado de personajes. Pude ver el reflejo de esaluz sin procedencia en los ojos vidriosos de un anciano, en los pliegues irregulares de su frente plida, en

    las venas azuladas y exultantes de sus manos y de sus sienes, en la tensin inexplicable de los msculosdel brazo derecho de ese viejo de aspecto dbil que, tenazmente y contra el mandato del tiempo,permaneca de pie.Desplegu mi plano, mir el leo, volv a revisar el plano ms de una vez y repentinamente ca en la cuentade que ese lugar sera morada de otros Caravaggios. Me haba asaltado la perturbadora idea de que no mealcanzara el da completo y pens lo inevitable: que tal vez no volviera all en muchos aos o, en el peor delos casos, nunca ms.Gir en crculo, sin prisa, en el eje mismo de la sala de mi Caravaggio recin descubierto y sus leos sedesplegaron enredndome. Quiero verlo todo me propuse a m misma, sabiendo de antemano que

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    LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

    ambicionaba lo imposible. Entonces, eleg la puerta de la derecha, de las tres puertas que haba en esasala, con la idea de regresar luego al punto de partida y enseguida entrar a la segunda que era la del medio,y, finalmente, a la de la izquierda que era la tercera, siempre desde la sala del Caravaggio.Eso hice. Entr por la puerta de la derecha a otra sala imponente, que no era de claroscuros, ni de luces nide sombras pero que era igualmente extraordinaria. Los leos estallaban en pinceladas dispersas yfragmentadas, provenientes de paletas cuyo aparente desquicio lograba al fin formidables paisajes. Campos

    de trigo y barbecho, atmsferas luminosas, plidos atardeceres, lnguidos esqueletos otoales. Mis pobressentidos, como recin estrenados, no daban abasto entre tantos colores, texturas y presencias.La segunda sala estaba invadida por aromas a hierba como invadida estaba la anterior por las luces y lassombras sin embargo se parecan en algo: ambas tenan tres puertas.Me detuve y, sin pensarlo demasiado, eleg la primera de la derecha, comprendiendo de golpe que la raznestaba todava all, guindome como hubiera gobernado un lazarillo a un ciego demente. Lo cierto es quecada sala tena por lo menos tres puertas y a m no me quedaba ms remedio que elegir una de ellas todoel tiempo. En tanto, el universo de lo abandonado creca y se amontonaba desordenado e irremediable amedida que yo avanzaba.Ya no quise perder tiempo con el plano y comenc a caminar cada vez ms rpido. Mientras me sumergaentre las pinceladas nuevas comprenda claramente lo que iba dejando atrs. Elega a ciegas,estpidamente y al azar, ignorando por completo y, tal vez, para siempre lo que pospona. Qued vagandoa la deriva, en manos de la suerte y de mi pobre intuicin, intentando adivinar apenas qu postergaba en

    cada eleccin, detrs de cada puerta ignorada.La breve penuria de la adolescencia tena, por cierto, algo de premonitorio: no haba plan ni razn que measistieran, el tiempo se revelaba odiosamente finito e insalvable a cada paso, una extraa y descomedidapasin me anudaba por dentro. Estaba sola, orillando abismos, en cada eleccin.

    Abandon aquel lugar con una nica y estremecedora certeza: el universo de las puertas cerradas superarapara siempre y con creces al pequeo mundo de lo afanosamente transitado.Urga regresar de mi exilio interior porque l segua ah, aguardando la demorada respuesta. Me incorpor,sin decir palabra, dejando vaco el lugar frente a la mesa, mi lugar frente a la mesa. Me dirig hacia la puertay, por toda respuesta, la cerr detrs de m. Era la primera puerta de la derecha, de las tres puertas de lasala principal de nuestra casa. Era la puerta que daba a la calle, al otoo y a otras puertas.Han pasado muchos aos. Nunca ms volv a Paris y tampoco al Louvre. All ha de estar todava miCaravaggio, con sus resplandores y sus claroscuros, aguardando que un buen da retorne, despliegue eldedo ndice y le dispare mis ltimos haces de luz.Es que, de todas las puertas por m abiertas, esa la suya volvera a abrirla una y otra vez y, entre tantaluz y tanta sombra, seguramente encontrara un lugar apacible donde sentarme y, jugando a la hamaca conmis dos piernas juntas, por fin descansar.

    IV

    DEL OTRO LADOJorge N. del Ro

    Ten cuidado con tus deseos,podran hacerse realidad.

    Hace ya un rato largo que est en el playn, a la intemperie, soportando el aguacero, inmvil en este lugardonde lo dejaron en compaa de otros como l. No sabe bien cunto hace que est aqu, su percepcindel tiempo es muy vaga, se remite a ciertas relaciones con las distancias recorridas. La lluvia golpea confuerza contra su frente, la lona impermeable que cubre su cuerpo resulta corta. Le gustara poder hablar,para decirle a quien siempre lo deja tirado en lugares como ste, que l prefiere los galpones con techo dechapa. Pero eso de poder hablar es algo que nunca llega a abarcar del todo, es una sensacin que apenas

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    roza su piel coloreada y brillante.La noche sigue cerrada, la nica luz proviene del restaurante donde su dueo disfruta del calorcito y labuena comida. Cada tanto, sobre la carretera cercana, otros como l pasan veloces, desafiando latormenta. Se pregunta si a los otros les suceder lo mismo que a l, siempre con ese malestar general queno logra definir, pese a saber que todas sus piezas funcionan a la perfeccin. De eso no puede quejarse.Su dueo pasa largas horas acariciando su carrocera, ajustando y lubricando cada uno de los mecanismos

    de sus entraas. El malestar viene de otro lado, de un lugar que intenta recordar aunque, ya se sabe, losingenieros no son muy buenos para disear sistemas de inyeccin disel con capacidad para losrecuerdos, o mecanismos de embrague que conecten con los sueos. Pero entonces, de dnde vienenesas imgenes que a veces recorren el entramado de cables y conductos que lo atraviesan. Del otro lado.Otro lado que a veces percibe pero que casi siempre est oculto. A veces le parece ver a un chico con unapelota y un perro, a veces l es ese chico corriendo por la carretera una maana brillante de sol cuando sudueo, para despabilarse, aprieta el acelerador un poco ms de la cuenta, pero entonces est otra vez deeste lado, vuelve a ser camin.Ve cmo la figura conocida abre la puerta del restaurante y corre hacia l cubrindose de la lluvia con undiario sobre la cabeza. Siente el peso sobre el asiento y el acostumbrado cosquilleo elctrico que le hacedar un respingo de inmediato su cuerpo empieza a vibrar. Se mueve lentamente y sube al asfalto de lacarretera.La noche se hace larga y anodina, con poco trnsito y un andar suave, montono. Al amanecer calma la

    lluvia y una brisa del oeste disipa las nubes, muy pronto el sol seca el asfalto. Como casi siempre a estahora del da, el pie sobre el acelerador le indica que debe ir ms rpido. Disfruta de estos momentos, sumotor susurra armonioso, el aire fresco y limpio entra a bocanadas por el radiador, apenas siente bajo susruedas la rugosidad del pavimento. Ms rpido, cada vez ms rpido. En algn rincn de su mecanismovuelve a formarse la imagen del chico, la pelota y el perro, ah, del otro lado, ms rpido y el chico mscerca, ms ntido ms rpido y l es el chico corriendo bajo el sol, ms rpido y ya no hay otro ladoporque ya est en l, ms rpido y la curva y el barranco y el vaco y el recuerdo, ahora s el recuerdontido, consistente.

    Qu quers ser cuando seas grande?Camin.No, Martincito, quers decir camionero.No! Yo no quiero ser el que maneja. Yo quiero ser c-a-m-i--n!

    V

    El gato que quera ser.Moira Russo

    Un da el gato se despert cansado de ser gato. Sali con lenta parsimonia al jardn y oyendo el canto delos benteveos quiso ser un pjaro. Sus finos pelos tranquilamente podran pasar por plumas y afinando unpoco, el miau poda llegar a ser un canto. Dos golondrinas se le acercaron desconfiadas, pero viendo quehablaba en serio, intentaron ayudarle a volar sostenindolo con sus picos de las orejas. El gato se aguantel tirn y logr levantar vuelo, pero volar le produjo un mareo tremendo. Por eso ni bien aterriz decidi ser

    perro. Y all se fue al cerco, a ladrar a todo el que pasaba, poniendo especial nfasis en el cartero, comocorresponde a un buen perro. Pero se cans de ladrar y pens en ser un ratn, lo cual descart enseguidaya que uno no puede transformarse en su comida preferida porque corre el riesgo de morderse una pata o lacola en el menor descuido. Entonces pens y pens en algo que le gustara realmente mucho y seacord de la siesta en el silln. Y fue gato.

    VI

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    En la casa rojaJorge N. del Rio

    Otilia y su hermano Artidorio viven en la casita roja, sa que est al borde del camino que lleva al lago delos patos. Nadie sabe por qu le dicen el lago de los patos cuando, en realidad, no hay un solo animalito de

    sos en kilmetros a la redonda. De esta situacin tan curiosa se dio cuenta Artidorio tiempo atrs, ydespus de pensarlo mucho pero mucho lleg a la conclusin de que ese nombre que le haban dadoal lago no era ms que el deseo escondido de los habitantes del lugar, que nunca haban visto un pato ensus vidas, pero que crean fervientemente en lo bueno que sera tenerlos en la zona, aunque no supieranbien para qu.La casa en la que viven Otilia y Artidorio es la nica en todo el camino que lleva al lago. Como es poca lagente que transita por ah quin va a ir a un lago sin patos, los hermanos pasan todo el tiempo solos,sin ver a nadie ms que a s mismos. Se aburren, y mucho.En realidad, se aburran. Todo cambi hace un par de das, cuando Artidorio descubri al primer canguro enla leera. Era casi tan alto como l, lo que no es mucho decir, porque, la verdad sea dicha, Artidorio esretacn y redondo, bien petiso, para decirlo ms claramente. Todo lo contrario de su hermana mayor, quesali larga y finita, nervuda, tensa como una correa. No se parecen en nada, salvo en el tamao de suscabezotas cnica la de ella, redonda la de l y en ese mirar escondido bajo las cejas tupidas. Casi

    nada se sabe de la historia de sus padres, slo que los abandonaron en la casita roja cuando todava eranchicos. Los cri la abuela hasta que muri. Eran muy jvenes todava. Otilia tom las riendas de la casa,asunto que Artidorio jams intent disputar. Esa expresin siempre rgida y enojada de su hermana,sumada al vozarrn que sala de sus labios filosos, lograron que Artidorio, aunque los aos pasaran ypasaran, nunca dejara de ser el nio de la casa. Su hermana meta miedo y arrinconaba. Cada vez quepoda, l se escapaba hasta el lago, donde pasaba las horas arrojando piedritas para que rebotaran sobre lasuperficie del agua. Salvo en esos pocos momentos, su vida era un mirar siempre hacia arriba, hacia elrostro de su hermana o, sumiso, hacia el suelo, mientras las rdenes de Otilia caan sobre su cabeza.Hasta donde se sabe, nunca recibieron visitas siempre fueron un misterio para los habitantes del lugar.Muy de tanto en tanto se acercaba a la casa roja algn grupo de chicos para arrojar piedras al techo ydespus salir corriendo a esconderse en el bosque, esperando que alguno de los viejos saliera a insultarlos,pero siempre se quedaban con las ganas de que tal cosa sucediera, as que, poco a poco, dejaron de ir.Bueno, resulta que Artidorio estaba en la leera cuando, desde atrs de una pila de tocones se le apareciel canguro. Artidorio nunca haba visto una criatura semejante. Se qued boquiabierto, sin saber qu hacercon los dos o tres palitos que haba recogido. El canguro le sonri tmidamente, como pidindole disculpas.Que no se asustara, que no quera molestar, que slo deseaba saber si el mar quedaba muy lejos.El mar?S, el mar, esa llanura inmensa llena de agua.

    Ac cerca hay un lago, le contest Artidorio, sealando hacia un lugar incierto a sus espaldas.Uf!, estamos perdidos, dijo el canguro.Estamos?No, bueno, estoyperdido.

    Artidorio se rasc la frente, despus el mentn.Tiene usted parientes en la zona?Nnno, nnno, titube el canguro.

    Porque se parece mucho a los conejos de por aqu.No, suspir el visitante, no tengo nada que ver con los conejos.Ah.Artidorio se pas la mano por el abdomen y frunci el ceo.Se puede saber qu busca?Volver a casa.Y dnde queda su casa.Del otro lado del mar.Y cmo apareci por ac?

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    Por error, en un embarque de kiwis.Kiwis?Una fruta.

    Artidorio volvi a rascarse el mentn, sospechando una mentira, aunque el canguro tena una miradasincera y simptica.No s si podr ayudarlo. Por ahora mantngase oculto aqu, si mi hermana llega a enterarse se pondr

    hecha una furia. Mientras tanto le conseguir comida. Qu come usted?Soy vegetariano, aunque de buen comer.Artidorio sali de la leera rascndose la coronilla. Reapareci una hora despus con un fardo de pasto ydos plantas de lechuga. Ya eran cinco los canguros, de todos los tamaos.Y esto?, apenas pudo esbozar Artidorio, dejando caer el fardo y la lechuga.Mi familia.Se est abusando de m, gru Artidorio, con los brazos en jarra, su vocecita y su redonda caracongestionada por el enojo.Nosotros tambin estamos confundidos, le respondi el canguro. Imagnese, agreg, cmo nos sentimos.Por simple curiosidad se nos ocurri meternos en un cajn lleno de fruta alguien, sin que pudiramosimpedirlo, cerr y clavete el cajn. Estuvimos no s cunto tiempo bambolendonos a oscuras, muertosde miedo. Ayer, despus de un gran sacudn y cada, el cajn se abri y quedamos desparramados en elsuelo. Apenas alcanc a ver a un camin que se alejaba. Despus encontramos esta casa.

    Artidorio no poda tener ms fruncida la cara. Con una mano se acariciaba el mentn mientras con la otrase rascaba la calva. Se notaba que haca un gran esfuerzo por pensar. Hasta que dijo, con su voz aguda,casi de nio: Lo suyo es difcil de creer.El canguro volvi a sonrer con esa expresin a mitad de camino entre un pedido de disculpas y un y a mqu me importa, mientras los dos canguritos ms chicos, alegres y despreocupados, desordenaban laleera.No me va a quedar ms remedio que contrselo a Otilia, dijo Artidorio, con los brazos cados, la vista fija enel suelo cubierto de astillas. El canguro le palme un hombro.

    Acompeme, se lo ruego, dijo Artidorio.Y ah se fueron los dos, caminando lentamente hacia la casa roja, tomados de la mano. Justo antes deentrar, el canguro solt su mano y con su bracito rode el cuello de Artidorio.Todo eso fue hace dos das. Pareci que la casa se derrumbara por los gritos de Otilia, con ese vozarrnque retumb en los cerros cercanos y que casi los hizo mover de su lugar.

    Ahora estn todos, los siete, sentados alrededor de la mesa, en la cocina de la casa roja. Otilia le unta conmermelada una rodaja de pan al ms pequeo de los canguros. Es la primera vez en la vida que Artidorio vesonrer a su hermana.

    VII

    Piolines para chorizosLuciana Schwarzman

    Ac la piolada

    Se mand la parte.Vendemos piolinesamarillos, sedososy de todas partes.

    Especiales para chorizos.Para colgar boca arribaboca abajoy desatar boca adentro.

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    Piolines importados,para chorizos refinados.Hay descartables,duros, blandosy para toda la vida.

    Piolines que atanasados, encuentros,pescados.

    Con olor a chimichurriy abuelo entonado.

    Lleven piolines reciclables:Los brotes de tomatese lo agradecern.

    VIII

    SEALESJorge N. del Ro

    Hace quince minutos que llegu. Ya me tengo que ir. Quisiera descansar en este parador pero la fuga meempuja a retomar el camino, no me da respiro.Del espejo retrovisor cuelga la imagen de San Crispn, protector de no me acuerdo qu. Me la regalMargarita, siempre preocupada por m. Hasta me hizo memorizar la oracin con que deba invocar al santo.Ya la olvid. Me siento ms protegido con el .38 en la cintura gracias a l tengo el botn en el bal. La caraque puso Lautaro cuando le apunt! Y la que va a poner cuando se entere de que no slo le quit su parte

    de la plata, sino tambin a Margarita. Ella me espera en la frontera. Espero que no se pierda entre lasmontaas. Todava me falta recorrer ms de media estepa. Cuando llegue, dormir al fin, bien pegado aMargarita.Lautaro nunca me alcanzar con ese camionazo que l tanto ama. Durante la primera parte del caminopareci que s, que me alcanzaba, entre el trnsito escabroso de las avenidas que me sacaban de laciudad pero despus, en ruta abierta, lo perd de vista.No, no me alcanzar.Enciendo el motor del auto, la imagen de San Crispn hace un vaivn como queriendo decir no. Recorrounos metros sobre el playn y, antes de subir al asfalto, me quedo mirando una camiseta enganchada en elalambrado de pas. Las mangas agitadas por el viento parecen querer advertirme de algo. Subo a la ruta yveo a mi izquierda el radiador del camin de Lautaro, su cara de venganza, la sonrisa lasciva de Margarita asu lado, la estrella de tres puntas, la nada.

    IX

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    Turn turnLuciana Schwarzman

    Turn turn. Turn turn. Y a la tercera vez Fermn se dej llevar. Una pata ac. La otra all. La cola menea,para ac y para all. Turn turn. Escuch. Turn turn. Sigui. Sacudi la cabeza y se le trenz la cresta.

    Turn turin pam. Sucn davasn. Par. Turn turn. Y volvi a caminar.Fermn se mir las patas y vio como los tres dedos anaranjados seguan un comps. Mir la coladesplumada, y ah estaba, menendose.Lo ms sorprendente para Fermn era escuchar esa msica en la cabeza. Turn turn, oa. Y patateaba.Turn turn, agitaba la cola. Desparramaba plumas.Quiso mirarse la cara y camin hacia el lago. Desde la orilla, asom el pico sobre el agua. No tard ni dossegundos en salir espantado cacareando. Agarradito de su cresta haba un piojo negro. S, era todo negro,y llevaba bien puesta una camisa floreada, y un sombrero de paja. Fermn los conoca colorados, con rulos,melenudos, tambin azules, con barba y anteojos. Hasta saba diferenciar los del norte de los del sur. Peronegros como ste, no haba visto ninguno. Y mucho menos caribeos.Fermn dio vueltas en crculos, aleteando. Hasta que se detuvo conservando esa expresin de espanto quele haba dejado la lengua paralizada con forma de rayo. Con tantos giros, el turn turn se haba disparadoen variaciones de abecedario. Turn turn, turn turn, coreaba el piojo.

    Y cuando Fermn par de revolotear se mir de nuevo en el lago. Se qued un buen rato vindolo. Ahestaba ese piojo de camisa y con maracas. Pareca muy cmodo en medio de la cresta. Desde esaboquita se escuchaba : turn turn, cuando el piojo agitaba las maracas.Fermn asomaba el pico al lago y lo sacaba. Miraba al piojo y se alejaba. Escuchaba la msica y no podaimpedir que el cuerpo respondiera al comps del son. Turn turn, se meneaba Fermn.Cuando quera caminar, sonaba la msica y no avanzaba. La cola se menaba con el primer turn. Laspatas respondan al segundo. Fermn quera llegar a casa antes que cayera el sol, pero a ese ritmo, lo veaimposible. As que se volvi a asomar al lago, mir en la cresta al piojo y hundi la cabeza en el agua.Pero, apenas sacudi la cresta para librarse del agua, el piojo retom el paso. Ah par, pens Fermn. Yal tercer vaivn, apareci el turn turn. Ah arranc. No lo poda creer, haba metido la cabeza hasta elcuello y el piojo no se haba soltado? Fermn se acerc nuevamente a la orilla, asom el pico con elentrecejo fruncido y lo vio. El piojo secaba sus pirinchos con un secador.Ese bicho no era como los dems. Pens entonces en buscarle una casa mejor. Entre turn turn y

    algunos pasos que Fermn poda dar sin menear, se fue a buscar un perro. S s, un perro.Faltaba poco para llegar a la primera granja del camino, pero cada paso que daba le llevaba, a Fermn,cuatro tiempos de baile. Y cuando tena que doblar las patas se movan de costado. La cola se le enredabaen los arbustos.De pronto, fue dar noms un paso largo y vio venir corriendo, ladrando, al pastor ingls de Don Franco.Tena los pelos largos y hasta sucios con rastas. Era el perro ideal para ofrecerle al piojo una estadacmoda con abundante bufet. Fermn sacudi la cresta, acercndose. Como un gesto de amistad dej quelo oliera y hasta que le lamiera las patas. Cuanto ms se acercara, ms se tentara el piojo.

    As aguant hasta que el perro, lamiendo y lamiendo, form un Fermn de saliva. Entonces, al no escucharla meloda, Fermn se fue alejando despacio. Sin trastabillar ni menear la cola. Pero, casi pasando latranquera, un nuevo turn turn le enred los pasos, le trab las patas y Fermn cay rodando.La cara se le multicolore. Los ojos quedaron saltones. El son caribeo, en su cresta de nuevo. La kikirikque los kic! kikpido piojo! Fermn hizo una corrida desprolija intentando no acompaar el canto. Llegfinalmente al lago, asom el pico y una vez ms lo vio al piojo ese. Ah estaba, cmodo, comindose unchoclo untado en manteca y sal.Sin saber ya qu hacer record que su abuelo contaba historias de un mono que se la pasaba comiendopiojos Dnde podra conseguir un mono de esos en este momento? Silb, pensando. Cacare,recordando. Patale, llorando. Pero nada se le vena a la cabeza ms que ese piojo moreno de camisaanudada al ombligo.El sol ya haba cado. No le qued otra opcin que dejarse al piojo encima hasta el da siguiente. As queorden las tres partes de la cresta y sigui rumbo al gallinero.Turn turn. Escuchaba. Ah par, pensaba. Turn turn. Se meneaba. Ah arranc. Y por momentos,

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    acompaaba el ritmo silbando. Sus sus, le sala. Tambin, prob caminar para atrs a ver si los pasospegaban con el turn sus. Cuando llegaron al gallinero el piojo empez a saludar a sus compadres.Fermn nunca haba notado que en cada cresta haba un bicho como ste. En realidad, eran parecidos a losque ya haba visto, el nico caribeo era el suyo. Ole ole ole, salud uno que pareca espaol. Bonjour,piog, se escuch a una muy refinada. Andale andale, salt una especie de mexicano. Aloha, movi suscaderas una morena. Inmediatamente el piojo de Fermn qued flechado. A tal punto que el gallo tuvo que

    mudarse as de cerca.

    X

    Ana con A.Carolina Salvador.

    AnaSalta, habla, cantaCada maanaCada pavada!

    Agarra la gata,la amasa, la cansala araa.

    Anacallazacarcajadacatrasca

    Anacansada

    Ana

    hamacadamarcha a la cama.

    Ana,alzada,alcanza las mantas,las alas.

    SINFONIA EN BLUELuis Alberto Wilson

    El seor Azul, no era simplemente un hombre con apellido colorido, el seor Azul, el seor Azul,

    era azul, y cuando decimos azul, decimos todo azul. Tena el cabello azul, los ojos azules,incluso la parte que normalmente es blanca, la piel azul, hasta las uas eran azules. Habanacido azul y seguira sindolo por el resto de su existencia.

    En un principio haba sido no solamente un acontecimiento familiar y luego social sumamentecomentado, ms que un acontecimiento un impacto, sino que haba llegado a ser un problema,para l por supuesto, problema que lo haba llevado hasta el confinamiento y rechazo total porparte de su entorno.

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    Primero se pens en una rara enfermedad, pero el seor Azul, nio en ese entonces, eracompletamente normal, es decir un ser humano como cualquier otro, con la diferencia y porsupuesto muy evidente que era azul, lo que tambin, en ese momento, y an ahora, originabaun sinfn de comentarios, elaborando teoras sobre su origen, que iban desde un experimentogentico, hasta las mas loca, que se trataba de un descendiente de extraterrestres. Los masdelirantes opinaban que su origen provena de Marte, aunque alguien dijo que seguramente sera

    de Venus, porque haba ledo, nunca se supo donde, que as como Marte era rojo, Venus eraazul.

    Pero en realidad nada de esto se pudo probar, y estudios, confinamiento, rechazo y las milesde teoras y argumentos, no impidieron el desarrollo fsico y mental del seor Azul, que crecienvuelto en un aura de misterio que posiblemente ayud a su posterior y actual popularidad,ms que a perjudicarlo.

    El seor Azul, utiliz inteligentemente toda esa atencin hacia su persona, para lograr integrarseen la sociedad y obtener todo lo que pudo a nivel cultural y econmico, lo que hizo quepronto fuera conocido en todos los estratos como hombre de negocio, y su fortuna y fama seacrecentaban dia a dia.

    Ya no lo observaban como a un bicho raro, sino con respeto y admiracin, y porqu no, conenvidia. Mundialmente no se lo conoca como el seor azul, sino como mister Blue.

    Todo iba sobre rieles. Era hombre de fortuna, y poda darse los lujos que se le antojaran. Sumansin azul rodeada de cedros azules, sus autos importados, por supuesto de ese color, suvida azul Si!, todo era perfectoBueno, casi todo. En esos raros momentos en que loshombres de xito podan encontrarse con ellos mismos, como para hacer un balance sobre susvidas, el seor Azul, o Mister Blue si lo prefieren, senta que le faltaba algo, pero no lograbadescubrir qu.

    Un da , pens, que seguramente le faltaba una compaera. Tal vez se senta solo, aunque

    mujeres no le faltaban, pero no se trataba de una mujer, tena que ser la mujer, pero Quin?Y Dnde? Y cuando la encontrara, Cmo sabra que sera ella? Pero no se desalent, ycomenz o continu su bsqueda, y un da la encontr, y supo que era ella de inmediato fue enuna recepcin. Su personalidad atraa la atencin de todos los concurrentes. Alta, de ojosgrandes y mirada entre soadora e inquisidora, distinguida, muy distinguida. Se notaba en suforma de hablar, moverse y dirigirse a los dems. Cabello largo ondulado, que enmarcaba unrostro suave, pero de rasgos que delataban esa firmeza de no dejarse vencer por ningnobstculo.

    Era perfecta, y el lo supo al instante, no haca falta ser un genio para descubrirlo, porqueadems, ella tambin era azul. Por supuesto, fue amor a primera vista, y no pas mucho tiempohasta que fueron el seor y la seora Azul.

    Ahora s, era todo perfecto, nada faltaba, por lo menos en el primer ao de matrimonio, porqueluego, hizo falta el fruto de ese amor, aunque no se hizo esperar mucho ms. Pronto todoel mundo supo que la seora Azul, estaba embarazada. La alegra fue general y tambin laexpectativa, porque ya haba pasado toda una generacin que no haba visto un beb azul.

    El embarazo transcurri normalmente, todo era bienestar y alegra, y pareca que nada iba aempaar esa felicidad peroclaro, siempre hay un pero. Lleg el momento del parto, que fue

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    absolutamente normal, un hermoso beb de tres kilos y medio, lleno de salud que colm de luzlos ojos de pap y mam Azul, aunque con un dejo de melancola y se dira de decepcin.

    El beb era rubio y de ojos grises, y lo nico azul que tena era su ropita.