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LUISA DE BUSTAMANTE O L A H U E R F A N A E S P A Ñ O L A E N I N G L A T E R R A JOSE MARIA BLANCO WHITE

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  • L U I S A D EB U S T A M A N T E

    OL A H U E R F A N AE S P A O L A E N

    I N G L A T E R R A

    J O S E M A R I A B L A N C OW H I T E

    Diego Ruiz
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    Introduccin

    Bien quisiera yo, amigos lectores espaoles, te-ner la pluma de Cervantes para con ella ganar vues-tra benevolencia en favor de la narracin que mepropongo escribir. Pero, aunque el mismo suelo ycielo vieron nacer al clebre ingenio que ha sido yser por siglos la admiracin de Europa y al oscuroindividuo que esto escribe, la naturaleza dot al unocon sus mejores dones y dej al otro, si no deshere-dado enteramente, a lo ms con un corto patrimo-nio en la repblica de las letras. Adase a esto unaausencia de treinta aos que casi lo han hecho ex-tranjero en su patria, y no ser difcil conjeturar conqu poca confianza emprende, enfermo y casi mo-ribundo, la composicin de una obra en espaol.

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    Pronto, me temo, vendrn muchos a pregun-tarme: por qu la emprendes? A esta pregunta res-ponder diciendo que la naturaleza es ms poderosaque la costumbre y que es ley bien conocida de lacondicin humana que, a medida que envejecemos,se rejuvenecen las impresiones de la niez y de losverdes aos. Nada, paisanos mos: me empec aconvencer, algunos aos ha, que haba entradodentro de los trminos de la vejez con el perpetuorevivir que not en m de imgenes y memorias es-paolas. Hasta mis sueos, que por muchos aoshaban sido, por decirlo as, en mi lengua adoptiva,comenzaron a mezclar con el otro idioma el caste-llano. Desde entonces he sentido un vivo deseo deprobar si el cielo me concedera, en el corto espacioque me puede quedar de vida, la satisfaccin de de-jar siquiera una obrita a Espaa en que sus hijoshallasen tal cual entretenimiento unido con algnprovecho.

    Es muy probable que mi ltima hora me hubieracogido en medio de estos vagos deseos a no ser porla voz de triunfo que desde los Pirineos vino no hamucho a despertarme de mi entorpecimiento. Peroapenas o que el representante de la tirana, la su-persticin y la ignorancia haba dejado de anublar la

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    atmsfera espaola con su presencia, cuando elamor de mi suelo nativo se despleg a la luz de laesperanza, como ciertas flores abren su seno al pri-mer albor del da. La luz de la esperanza, dir, masno ma. No; el sepulcro est casi cerrado sobre m,y, aunque no lo estuviere, aunque me hallara en elvigor de mi vida, Espaa no me recibira sino concondiciones. No dir ms. Basta que la esperanza delibertad aparece cada da ms y ms gloriosa sobre elhorizonte espaol. Esto es suficiente para animarsea las puertas mismas de la muerte. El deseo de ha-blar por ltima vez a los espaoles parece rebosar-me en el pecho. Vedme, pues, aqu cediendo a unaespecie de inspiracin que, si no es delirio, esperome sostendr en sta, para m, no pequea empresa.Mi intento es ste.

    La historia de una joven emigrada en Inglaterra,vengan de donde vinieren las noticias de los aconte-cimientos que han de relatarse, sea cual fuere el ver-dadero nombre de la herona, no puede menos deinteresar a los espaoles que, ms dichosos que ella,han podido, durante las tempestades polticas de supatria, quedarse al abrigo de sus hogares. La condi-cin del emigrado, aun en las circunstancias msfavorables, es siempre tristsima; cunto ms las de

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    las infelices mujeres, dejadas a la compasin de losextranjeros. Es cierto que no hay nacin en el mun-do ms pronta a socorrer a los infelices que Inglate-rra, pero cmo puede la caridad ms sincera aliviarlas heridas que el corazn recibe en tales calamida-des? Cmo puede un corazn hablar a otro en unalengua extraa? Los alivios pecuniarios, escasos aproporcin del nmero de los necesitados, son ine-vitablemente insuficientes para el acomodo exteriorde los fugitivos; cunto ms lo sern para las nece-sidades del alma, la necesidad de confianza, de so-ciedad domstica, de amor sincero! El ms ilustresabio de la Grecia aleg a sus amigos que le ofrecansalvarlo de la muerte, a que una atroz justicia lo ha-ba condenado, que prefera morir al prolongadodolor de orse llamar extranjero todo el resto de suvida; y esto no obstante que el lugar de su refugiodistaba muy pocas leguas de Atenas, su patria, noobstante que en l se hablaba con poqusima, dife-rencia la misma lengua. Si este mal fue bastanteaaterrorizar a un Scrates, con cunta violencia sehar sentir en el alma de una pobre mujer que nun-ca imagin tener que alejarse fuera de la sombra dela ciudad o pueblo que la vio nacer! Pero dejemosgeneralidades. Si no me faltaren enteramente las

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    fuerzas del ingenio, todo esto se ver con ms vive-za en mi cuento histrico.

    Slo me queda que advertir que, si con losacontecimientos se hallasen mezclados algunas re-flexiones que parezcan invectivas contra alguna cla-se y, mucho ms, contra una nacin entera, no sedebern tomar en ese sentido. Pasajes de este gne-ro no tendrn en mi escrito otro objeto que el demanifestar cmo ciertas circunstancias pervierten alas personas que tal vez se hallan especialmente fa-vorecidas de la fortuna y de quienes se podran es-perar los ms preciosos frutos de la virtud. Laexperiencia de una larga vida me ha convencido deque ni el mal ni el bien se encuentran puros eneste mundo. No hay nacin tan degradada que nopueda presentar virtudes que le son propias; no hayclase tan pervertida en que no se encuentren indivi-duos dignos de respeto.

    Lejos, lejos de m las pasiones nacionales que sefundan en el orgullo individual, el orgullo que a po-ca o ninguna costa se celebra a s mismo con acha-que de exaltar la nacin a que el panegiristapertenece. Yo infiero que vendr el da cuando, sinromper los lazos nacionales que hacen a los hom-bres capaces de gobierno y sin el cual los hombres

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    tendran poca ms unin que los granos de unmontn de arena, las varias nacionalidades se res-petarn mutuamente, sirviendo de lazos fraternalesno de alaridos y armadas hostiles. Despus de siglosde guerras encarnizadas entre la Inglaterra y la Fran-cia, el saber y la civilizacin y, ms que todo, el des-crecimiento del fanatismo religioso han hechodesaparecer de estas dos grandes naciones la rivali-dad personal y el odio y rencor de hombre a hom-bre. Aun en el pas amable y desdichado de Irlanda,en que por desgracia las pasiones religiosas se ali-mentan de los intereses polticos, aun en Irlanda sesuavizan de da en da los furores de partido, ypronto se extinguiran del todo si no fuese por laambicin y el orgullo de los protestantes, que estnacostumbrados a mirar a los naturales catlicos co-mo una clase de idiotas.

    La actividad con que los espaoles han cultivadolas ciencias y la literatura, aun cuando una guerracruel devastaba una gran parte de la Pennsula, ase-gura el aumento de la civilizacin bajo el dominiode la paz interna y externa que el cielo parece yainclinado a concederle. Quiera el Dios de paz pre-servarla en Espaa; pueda la luz de la razn, donsupremo de la divina inteligencia, penetrar las almas

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    de los espaoles hacindoles ver que en la uninconsiste la fuerza moral que la libertad recin plan-tada requiere para echar races. Acurdense, sobretodo, de que la verdadera libertad procede del inte-rior del hombre, y que nada meramente exteriorpuede drsela. Cultiven la inteligencia y no teman laprdida de la libertad poltica.

    Mas, no sea que el lector empiece a recelar quemi intento es escribir declamaciones, emprendermi historia sin ms tardanza.

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    Captulo I

    Nadie, a quien la naturaleza no, haya negadoenteramente la facultad de observar, puede pasar unmes en Londres sin advertir la gran diferencia quehay entre el caminar hacia el oriente y hacia el po-niente de aquella ciudad inmensa. Tres o cuatro mi-llas en la una y la otra direccin bastan paratrasladar al extranjero, no tanto de una ciudad aotra, cuando de un mundo a otro. Si, tomando lagran catedral de San Pablo por punto central, nosdirigimos al trmino occidental (West End), a cadapaso se nos presentan edificios, no dir ms gran-diosos que algunos de la ciudad de Londres pro-piamente as llamada, mas que respiran gusto, queanuncian en su interior los placeres de la civilizaciny de una riqueza no expuesta a vicisitudes. Aun lascasas de los particulares y de la clase inferior media-

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    na muestran ms quietud y ms limpieza. Si segui-mos en la misma direccin hasta lo que llaman laCampaa (The Country), bien que tenga muy pocoderecho a tal nombre, pronto nos hallaremos respi-rando un aire ms puro, gozando de una luz mslibre, y, en medio del incesante bullicio, que ni enlos caminos reales se disminuye sino a distancia dealgunas leguas, no podremos menos de gozar dealgn reposo. Las varias villas, que se unen unas conotras formando una anchsima calle, se componende casas limpias, ventiladas y cmodas, hallndoseentre ellas no raras veces habitaciones que son ver-daderamente palacios.

    Muy al contrario sucede en los caminos que seextienden al Este y Nordeste y en las calles que de-sembocan en ellos. Al oriente de San Pablo, el bulli-cio del comercio, que empieza a sentirse muchoantes, se aumenta con tal fuerza que los que se ha-llan dbiles o no estn acostumbrados no podrnevitar sus malos efectos. A poco de haber empeza-do el camino, el cansancio se apodera de los miem-bros y el cuerpo titubea de modo que podratemerse caera a tierra si la multitud dejase espacioabierto para la cada. El ir acompaado es imposi-ble, y mucho ms lo es el hablar con un conocido.

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    El que quiera ganar terreno tiene, por necesidad,que emplear los codos (no las manos, porque losingleses no sufren que nadie los toque con ellas)usndolos como cua. Pasando, la Bober o Lonja, apesar de las extraordinarias mejoras que han recibi-do las calles y edificios, casi a cada paso que damosvamos entrando en una regin desagradable, muchoms hmeda y nebulosa que la que hemos pasado,lodosa en extremo y obscura por la estrechez de lascalles y la altura de las casas. Pobre del habitantemeridional de Europa que por la primera vez se veobligado a tomar aposentos en alguna de estas ca-vernas! Apenas habr entrado de puertas adentrocuando se sentir sofocado a falta de aire vital; lamitad o ms de la atmsfera es agua y, lo que es pe-or, estancada.

    Como amarga burla, el extranjero oye hablar dela campia; y casi ahogado en las calles, siente unvehemente deseo de mudarse a alguno de los variospueblos que, con distintos nombres, son una conti-nuacin de la ciudad de Londres por aquel lado,Pero qu campia encuentra! A los lados de loscaminos reales se hallan, es verdad, algunos rbolesmiserables y enanos que jams se cubren de verde.Las hojas enfermizas se desarrollan casi amarillas y

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    caen pocas semanas despus, como si muriesen detristeza. Los maestros albailes que har cosa decincuenta aos se fueron, empleados por variosespeculadores (as se llaman aqu ciertas gentesque con pocos medios se devanan los sesos a fin deganar dinero, sea por mal o por bien), para plantearvarias manzanas de casas, picndose de ser hombresde gusto rural, que es aqu la mana, no se olvida-ron de hermosear (mal ao sobre tal hermosura!)las fachadas ms teatrales con agua. Agua, donde latierra est casi anegada, no es el mejor vecino! Peronuestros albailes poticos no se metieron en estasreflexiones; de lo cual resulta que delante de las ace-ras principales de estos sitios se ven albercas soca-vadas en que el agua pluvia se estanca, cubrindosecon una vegetacin que amenaza calenturas inter-mitentes con su hediondo verdor.

    Infinitamente ms lamentable es la condicin delas pequeas calles que cruzan a ambos lados delcamino. Las casas parecen de cartn, tan dbiles ysutiles que no pocas veces se pone por condicin alarrendador que no permitir que se baile en ellas, nosea que el edificio se venga abajo. Recin edificadasestas casucas, tienen un aspecto que convida a losque no las entienden; pero como estn construidas

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    de modo que no pueden durar ms que veinte oveinticinco aos, tiempo del arrendamiento del so-lar, pasado el cual el edificio sera del seor solarie-go, muy pronto pierden sus atractivos, mostrandouna vejez anticipada. La solidez de las casas en elMedioda de Espaa da muchas ventajas aun a lasms pobres, comparadas con estos edificios de Al-caicera. Como constan de yeso y tablas, es imposi-ble mantenerlas libres del polvo que continuamentese desprende de las paredes. El nico paliativo sonlos tapetes, que generalmente cubren los entabladosde las escaleras y salas. Pero, como las familias nopueden mantener este lujo, las ms de estas casas,especialmente las de alojamiento para personas me-nesterosas, o enteramente carecen de tapicera oest tan vieja y atraillada que ms parece trapos queotra cosa. Desde la puerta se empieza a ver la mise-ria que ocupa estas pobres mansiones. Tres o cuatropequeuelos, sucios, mantecosos y casi negros deholln, se ven jugando a la entrada con un bulliciointolerable. Quien quisiere entrar tiene que hacerselugar a empujones, porque el espritu de indepen-dencia se manifiesta muy temprano en estos rapacesque no conocen ley ni rey. Si el que viene a pregun-tar por algn desgraciado a quien su mala fortuna

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    oblig a tomar asilo en una de estas casas llama a lapuerta con perseverancia, tal vez le saldr al en-cuentro una figura de mujer tal como es difcil en-contrarla en otras partes del mundo. Londres y susalrededores renen los extremos del refinamiento yla grosera. Mujeres ms honradas ni ms delicadasno se pueden imaginar que las que esta inmensa ca-pital presenta. Pero aqu hablo de las criadas que seven en estos alojamientos inferiores. Casi descalzas,desgreadas, aunque con una escofireta que parecehaber servido de aljofifa, el cutis dando indicios deblancura que se entreluce bajo una concha de sucie-dad, las greas rubias mas nunca peinadas, y losojos azules incapaces de ternura femenil. Tal es ge-neralmente el aspecto de estas infelices, a cuya vistalos santos del desierto se hubieran visto libres de lasmolestias de su mayor enemigo. Pero a qu mecanso en pinturas generales? Ms vale entrar de unavez en el asunto y dejar que las cosas se presentenindividualmente a la vista.

    Una multitud de espaoles emigrados habantomado refugio en la parroquia de Clerbeneweh,que es uno de los pueblecitos circunvecinos queLondres ha incorporado consigo. Algunos aos hasera probablemente uno de aquellos puntos a que

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    los habitantes del centro de Londres se refugian decuando en cuando para evitar el aire meftico de loscuarteles mercantiles. Mas, aunque hasta el da dehoy una plazuela cenagosa conserva el nombre dePrado de Clerbeneweh (Clerbeneweh Gren), noqueda en todo el distrito la menor traza de campia.

    Llamado por ciertos negocios a este barrio, muyrara vez visitado por m, me apresuraba una tristsi-ma maana a fines de noviembre para volver cuantoantes al trmino occidental, donde mi buena fortuname ha permitido habitar siempre que mi residenciaha sido en Londres. Siendo muy poco el trfico deeste arrabal y siendo el tiempo menos propicio delao para salir al raso, muy pocas personas cruzabanpor el lodo para pasar de una parte a la otra de laplazuela. Pero, a pesar de la niebla lloviznosa quecasi ocultaba los objetos, a no larga distancia descu-br una seora conocida ma por muchos aos, unade las personas ms amables y virtuosas que hevisto en el mundo. Viuda con varios hijos y sin msque muy moderados medios de subsistencia, MitrisChristian es un modelo de elegancia sin afectacin yde economa con decencia. Pero quin podr des-cribir justamente su bondad, su beneficencia? Noteniendo abundancia de medios pecuniarios con que

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    asistir a los infelices, Miss Christian consagra eltiempo que los cuidados de su familia le dejan a vi-sitar una clase de pobres que abundan especial-mente en Londres y sus arrabales, y que por suscircunstancias merecen el nombre de pobres ver-gonzantes. Con este humansimo objeto, variasseoras de la clase mediana, clase que comprendemuchas de las familias ms instruidas y amables deInglaterra, se renen en varias partes de la capital ysus contornos para visitar por turno a los necesita-dos de ciertos distritos, sin distinguir catlicos deprotestantes, procurndoles cuantos alivios estn alalcance de las asociadas y, cuando falta el dinero,asistindoles por lo menos con su presencia y elconsuelo que la simpata verdadera sabe comunicaral corazn afligido.

    -Por aqu esta horrible maana? -exclam al vera mi buena amiga.

    -Oh, cunto me alegro de encontrar a Vd.! -merespondi con visible contento-. Nadie puede sermems til que Vd. en este instante.

    -Aqu estoy, pues, para lo que Vd. me mande.-Bien est, amigo mo. Venga Vd. conmigo, que

    no tendremos que ir a mucha distancia. En una deestas calles miserables he hallado una familia espa-

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    ola en el estado ms triste que se puede imaginar.Aunque yo hablo francs tal cual y estos pobres ex-tranjeros lo entienden mal que bien, su acento espa-ol y el mo ingls no nos dejan entendernos. VengaVd. a servirnos de intrprete, aunque s bien que nopodra Vd. ver esta desgraciada familia sin enterne-cimiento.

    -Vamos sin tardanza -dije yo-, aunque bien sabeVd. que no slo me penetran el alma los males deotros, sino que no teniendo dineros con qu aliviara los necesitados, ni salud para emplearme en suservicio, las miserias humanas me oprimen sobre-manera. Pero vamos a verlos.

    Entramos en una de las casas que describ pocoha, y no es menester decir que sobre la puerta sepudiera haber escrito con verdad: Aqu habitandesgraciados. Subimos al segundo alto por una es-calera cubierta de inmundicia, respirando un aire taninfecto como el del peor hospital del mundo. En unpequeo aposento, sin nada que cubriera las tablas,sin cortinas, con una pequea mesa de tabla no ace-pillada y con slo dos sillas que amenazaban ruina altiempo de sentarse en ellas, descubrimos una jovencomo de catorce aos, bellsima, aunque macilenta ypobremente vestida, que apoyndose con los codos

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    sobre la cornisa de una chimenea sin fuego procu-raba apoyar su cabeza, mostrando, sin quererlo, quela fatiga, la falta de sueo y, lo que es peor, la faltade alimento, la opriman demasiado. Al ladoopuesto de la puerta, y expuesta a los repetidos so-plos del aire hmedo y fro que suba por la escaleradesde la calle (no habiendo puerta cerrada en la ca-sa), estaba una camilla de sas que se ocultan du-rante el da en un cajn con la apariencia de unacmoda. Aun cuando nuevas, estas camas son to-talmente incmodas por su estrechura y falta defirmeza, pues al menor movimiento crujen, como sise fueran a hacer pedazos. Mal cubierto con un co-bertor rado, yaca en este miserable lecho un hom-bre como de cincuenta aos, con todas las sealesde moribundo: los ojos sumidos, la nariz afilada, laboca medio abierta y una palidez mortal difundidapor todo el rostro. Casi igualmente moribunda, almenos en la apariencia, estaba a su cabecera unamujer como de treinta aos, delicada en extremo,con ojos que haban sido hermosos y cabellos tannegros como los ojos, que quince aos antes no sepodan mirar con indiferencia.

    Levantse tmidamente cuando nos vio entrar;pero tanto la joven como su madre (pues la mayor

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    lo era) venan apresuradamente a tomar las manosde Mistris Christian, quien con un inefable amor lesbes cariosamente la boca, como es la costumbreen este pas, sacndoles con su ternura las lgrimas alos ojos. Nombrme despus, dirigindose al en-fermo; pero como mi nombre es ingls no le hizomucha impresin. Mas cuando en su lengua nativale dije: Paisano, qu males son estos? Cmo estVd.?, los ojos que hasta entonces estaban sin lustrey socavados parecan ahora centellas que queransalirse de sus huecos.

    -Bendito sea Dios! -exclam, alzando las maci-lentas y trmulas manos-. Bendito sea Dios,

    que me ha hecho or el acento de mi patria eneste miserable destierro! Es verdad que lo oigo porla boca de estas infelices compaeras de mis males,pero tem no escuchar una voz consoladora antesde la muerte que siento muy cercana.

    En esto, las dos espaolas prorrumpieron en unllanto desconsolado que les movi el recuerdo de supas.

    -nimo -dije yo, aunque la garganta se me anu-daba-, nimo, seoras y paisanas mas! Segn veo, ellamentar no puede servir de nada. Dganme Vds. susituacin, que, aunque yo de por m no valgo mu-

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    cho, veremos lo que se puede hacer por Vds. Losingleses son generosos.

    -S, lo son, lo son -exclam la madre-. Oh, aquhubiramos muerto de hambre! Pero qu vale elvivir, si lo que mas amamos en el mundo, si mibuen marido, el padre de esta nia que ven Vds.postrado en esa cama parece que va a exhalar el l-timo aliento, cuando la enfermedad y los recuerdosde sus desgracias se unen a oprimir su pecho, que,por otro lado, una calentura continua est devoran-do de hora en hora? Oh, seor paisano, persudaleVd. que se esfuerce a vivir y no nos deje!

    La nia, que se acerc a su cama, se ech al cue-llo de su padre, abrazndolo tiernamente y diciendo,entre lgrimas y sollozos:

    -No nos deje Vd., pap, por amor de Dios, nonos deje!

    Esta escena agravaba tan visiblemente el peligrodel enfermo que, hacindome violencia para no au-mentar el llanto general con el mo, separ las espa-olas de la cama y, hablando algunas palabras eningls a Mistris Christian, que no quitaba el pauelode sus ojos, me volv a los desgraciados, suplicn-doles me diesen alguna cuenta de sus infortunios, afin de ver si poda encontrarles algn alivio. El ama

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    de la casa, que aunque pobre y de una clase que nose muestra generalmente compasiva, probablementems por falta de medios que por falta de humani-dad, entr a este punto diciendo que el doctor (asllama la gente comn los mdicos, cirujanos o boti-carios) vena a ver al enfermo. Un momento des-pus se present a la puerta Mister Powell (que aslo nombr la patrona), pero, volviendo atrs unmomento y haciendo seas a la patrona que saliese,la estrechez de la entrada al fin de la escalera no lepermiti separarse tanto que no oysemos el crujirde un lo de papel que el Doctor se esforzaba a sa-car de la faltriquera de su casaca.

    -Sin duda -me dijo la seora espaola- ese buencaballero le trae a mi marido uno de sus regalitos.

    As era verdad, como la patrona me dijo des-pus. Este hombre singular, a quien la gente ha da-do el sobrenombre del buen Powell (good Powell),haba trado una perdiz para el enfermo, sin consi-derar ni el bulto ms que mediano que el lo, sobre-puesto a unas ancas de descomunal altura, levantabaa la popa de su no muy alta persona ni el olor pocoagradable que la perdiz muerta, ms de una semana,segn costumbre, le dejara en los vestidos. Dos otres minutos despus se present nuestro Doctor

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    con una cara, si no bella, tan risuea y benigna queningn hombre de bien podra mirarle sin deseartener a su dueo por amigo. Haciendo una inclina-cin o cortesa general, que seguramente no le en-se el maestro de baile, tom las manos de las dosespaolas, aunque poco acostumbradas a esta espe-cie de saludo, y, medio en francs, medio en ingls,sin la menor aprehensin de parecer ridculo, lesdijo que se alegraba de verlas aunque senta que elenfermo no haba podido levantarse, como hastaaquel da lo haba hecho.

    -Ah tiene Vd. un intrprete, Mister Powell -dijola seora Christian, sealando hacia m.

    -Me alegro, me alegro -dijo el Doctor, exten-diendo su mano derecha-. Espaol tambin?

    -S, seor -dije yo.Pero oyendo mi acento: -Ah, lo veo: espaol

    adobado en ingls! Ha, ha! No es mala mezcla.Ahora bien, hgame Vd. el favor de preguntar alenfermo lo que yo vaya diciendo, y dgame Vd. susrespuestas.

    Largo fue el interrogatorio, y tal sus resultas que,al paso que yo responda, nuestro buen Powell unalas grandes cejas negras que sobresalan cosa demedia pulgada inglesa ante los ojos y hacan un

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    contraste no desagradable con la blancura sonrosa-da de sus gruesos carrillos.

    -No hay esperanza -me dijo en ingls, aadiendoen voz ms alta y en su francs anglicano: -Et bien,Mesdames, nous verrons; au revoir, au revoir. Swillsend you, cela veut dire, je vous enverrais de la m-dicine.

    Y dndome la mano otra vez y con otra cortesageneral sali de la sala.

    -Una palabra con Vd. -dijo, hacindome una se-a.

    Sal a la escalera, y, bajando dos o tres escalones,continu:

    -Veo que Vd. est naturalizado entre nosotros, ypor tanto podra Vd. hacer alguna cosa por esta fa-milia desdichada. Lo que hay que hacer no es poco,porque estoy convencido de que no slo el padresino la madre de esta inocente nia extranjera tienenpoco que vivir. El pobre enfermo est a los ltimosmomentos; su esposa tiene una tisis incurable y muyadelantada. En este clima y en una situacin tandesdichada el progreso de la enfermedad ser rpi-do. Veamos pues, cmo hemos de disponer de lahurfana, pues no tardar mucho en serlo. Yo, co-mo Vd. ve, soy un cirujano-boticario, ni muy pobre

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    ni muy rico. Tengo lo suficiente para m y para unahermana, de estado honesto, que vive conmigo. Sino hallare Vd. mejor acomodamiento para la Luisita(que as creo que se llama), en mi casa no le faltarun cubierto y mi hermana le dar parte de su cama,a estilo del pas.

    En esto, sac sus tarjetas y me dio una en queestaba grabado: Mr. Powell, 23 Clerkenwel Green.En retorno le di mi direccin.

    -Adis! -me dijo, encargndome que me infor-mase de lo que tena que decir al enfermo, y que a laprimera ocasin fuese a tomar t con l y su herma-na para darles cuenta de aventuras que no podanmenos de ser tristes.

    Sub otra vez y, sentndome a la cabecera, dije:-Ahora bien, paisano, procure Vd. comunicarme

    lo que guste, sin fatigarse, pues la debilidad es gran-de.

    -Grandsima -me respondi-, y tal que temo questa sea la ltima vez que pueda hablar de seguidapor algunos minutos. No hay tiempo para prem-bulos. Mi nombre es Miguel de Bustamante, aboga-do de la cancillera de Valladolid. Un pleito muyreido y de grande importancia, que, a influjo deuno de los pleiteados se haba llevado al Consejo de

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    Guerra, me detuvo en Madrid con mi mujer e hijalos tres aos anteriores a la desaforada tormentapoltica de cuyas resultas an est gimiendo Espaa.Uno de los miembros del dicho Consejo, hombrecomo hay pocos en nuestra patria, pero al mismotiempo uno de los espaoles ms maltratados en larevolucin, me honr con su amistad. Conoci Vd.por acaso al seor Sotelo?

    -S, lo conoc! -respond yo saltndoseme las l-grimas-. l fue uno de los ms tiernos amigos quetuve en Espaa. Oh, qu memoria despierta Vd. enmi pecho! S todos sus infortunios. Qu expiacintan grande le debe Espaa! Pero prosiga Vd., y nose empeore con estos tiernos afectos.

    -Bien. Sepa Vd. que yo acompa a nuestroamigo en su desgraciada misin a la junta Central.Deshonrados con el nombre de traidores, nos vol-vimos a Madrid, desde donde yo resolv pasar aFrancia. Nuestro amigo crey de su deber quedarseen Espaa, resuelto a ponerse en manos de las auto-ridades espaolas. Cuando, como ya se prevea, lastropas francesas se retiraron de Madrid. No tengoque decir a Vd. que aquel ilustre magistrado, cuyonacimiento, parentela y, ms que todo, cuyos talen-tos merecan la mayor consideracin, se vio ence-

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    rrado en la crcel como facineroso, estuvo a lamuerte en un hospital rodeado de sus pequeos hi-jos, y al fin, habiendo bebido el cliz de amargurahasta las heces, se tuvo por feliz en que lo dejasenganar su vida como abogado.

    Yo tena un cierto patrimonio, que, reducido acontante y puesto en las rentas francesas, no mepermita el temer verme algn da destituido. Peroun aventurero ingls con quien trab amistad enPars emple sus talentos, para lo cual eran grandes,en rodearme con lazos de que al fin no pude esca-par. Llenme de temores acerca de la responsabili-dad de los fondos de Francia y me persuadi que sibajo su direccin transfiriese mi dinero a Inglaterral sabra emplearlo de modo que mi renta anual sedoblase. Ced y vine con l a Inglaterra, de dondepoco despus determin visitar en secreto a Cdiz,el tiempo que las armas de los Borbones francesesse iban a emplear en restablecer la autoridad de losBorbones espaoles. El objeto con que fui a Cdiz,dejando a mi mujer e hija en Pars hasta mi vuelta aInglaterra, fue el recobro de cierta suma de dineroque estaba en las manos de uno a quien yo contabaentre mis ms fieles amigos. Tanta confianza tenaen l que me puse en sus manos, no obstante el

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    riesgo que corra por parte de los patriotas, que metenan por afrancesado. Entr en Cdiz con nombrefingido y fui incontinenti a abrazar a mi amigo. Perocul fue mi sorpresa cuando me dijo que mi venidase esperaba por algunos que me queran mal, que nohaba un momento que perder si quera conservarmi libertad y acaso la vida. Hacindome firmar unpapel por el cual pona en su poder ciertas hacien-das que eran mas en Castilla y con achaque de quel las recobrara como deuda reconocida por m(nico motivo de mi viaje a Cdiz), me apresur a ircon gran secreto al paquete ingls que iba a hacersea la vela aquella noche, asegurndome al mismotiempo que me enviara sin tardanza el saldo denuestras cuentas. Volv a Londres slo para tomardinero con que pasar a Francia por mi mujer e hija.Pero quin podr describir mi desesperacin cuan-do, preguntando por mi amigo, me dijeron que ha-ba salido cosa de dos semanas antes para laJamaica! Pregunt con manifiesta agitacin a susbanqueros si el seor Earle haba dejado algunosfondos a mi crdito. A esto me respondieron queno haba dejado ni un cheln en Londres, que habavendido cuanto se hallaba a su nombre en los fon-dos y al parecer haba salido del pas con determina-

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    cin de no volver. Imaginese Vd. mis ansias y temo-res. Este falso ingls no tuve la menor duda que mehaba robado la mayor parte de mis haberes. Se-guirlo a Jamaica en mis circunstancias presentes eraimposible. Adase a esto que yo no posea ningndocumento legal que probase la deuda. Sus cartaslas reconocan, pero el recobro deba ser costoso ymuy difcil. Escrib, pues, al momento al depositariode lo que me quedaba en Espaa. Su nombre eraAcosta. Le supliqu me mandase algn dinero acuenta, pero no tuve respuesta. Mis ojos se abrieronde repente sobre el abismo en que iba a sumergir-me. Apenas me quedaban medios de mantenermeen Londres. Qu haba de hacer? Mi mujer e hijaen Pars pidindome socorros... cmo ira por ellasy adnde las depositara aqu?

    Vend la nica prenda de valor que tena conmi-go, una repeticin de oro, y, perdiendo enorme-mente en la venta, como sucede siempre que loscompradores conocen que el vendedor no tieneotros recursos, tom unas doce libras esterlinas ymarch a Pars. El alma se me parta al informar ami pobre mujer de nuestro estado presente. Esapobre nia, que por su desgracia tiene ms reflexinque la que promete su edad, se impuso en un mo-

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    mento y comprendi la extensin de sus desgracias.Cuantos adornos posean las dos, algunas pequeasjoyas, zarcillos y otras cosillas de esta clase, todo sevendi. Recogimos el dinero y nos volvimos a Lon-dres. Pero el viaje consumi la mayor parte denuestro haber. Mi objeto era ver si podra encontrarmedios legales de recobrar mi caudal. Consult a unabogado, y la consulta se llev otra porcin de mismedios pecuniarios. La fatiga de estos viajes, laafliccin causada por tales traiciones, la desespera-cin con que vea el porvenir, todo contribuy apostrarme en esta cama. Esputos de sangre y unatos intolerable eran indicios muy claros de la natu-raleza de mi mal. Mi pobre esposa apenas estabamejor que yo. Al paso que nuestras enfermedadescrecan, menguaba nuestro dinero. La patrona ins-taba por el alquiler, pues, aunque su corazn no esduro, su pobreza le impide ser compasiva. Poco apoco todas nuestras prendas pasaron a las manos delos usureros que aqu devoran a los pobres bajo elnombre de emprstitos. Al principio de la enferme-dad, la patrona hizo venir a ese mdico, hombrecompasivo, que desde el punto que entendi nues-tra situacin, lejos de esperar recompensa por susvisitas o por las medicinas que nos enva, no pasa

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    da alguno sin que nos traiga algn regalito. l y esabuena seora Christian, que nos encontr aqu deresultas de la caridad con que busca a los necesita-dos, han impedido el que nos muramos de hambre.A no mucha distancia se hallan espaoles refugia-dos, pero los odios entre los llamados patriotas y lossupuestos partidarios de los franceses no nos dejanan en nuestro comn destierro. El gobierno inglsno nos reconoce. En una palabra: el cielo y la tierraparece que nos abandonan. Yo siento que mi finest cercano.

    El infeliz haba interrumpido su relacin confrecuentes paroxismos de tos, que casi lo ahogaban.

    -Si es que una Providencia benigna ha trado aVd. para ser mi ltimo alivio...

    -No lo dude Vd. -respond conmovido.-... promtame, puesto que Vd. se halla arraiga-

    do en este pas, que no desamparar a estas infeli-ces.

    Mistris Christian, que haba entendido lo msimportante de la conversacin y que infera el restopor la impresin del rostro del pobre enfermo y porlas lgrimas que corran sin cesar de los ojos de lamadre y de la nia, se levant y, dando la mano alinfeliz Bustamante, le asegur en francs que cuanto

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    estuviere en poder nuestro tanto se hara por ellas.Yo le hice la misma protesta y, despidindome porahora, acompa a la seora Christian hasta su casa,informndola entre tanto de las circunstancias quesu poca inteligencia de la lengua no le haba dejadoentender. Los lectores benvolos no necesitarn quese les diga que desde este momento la seora miamiga, el mdico Mr. Powell y yo visitamos diaria-mente a la infeliz familia y, aunque no nos hallba-mos con medios de atender a las muchasnecesidades que se acumulaban de hora en hora, niel hambre ni el fro pudieron desde este momentoponer el colmo a los males de estos desgraciados.

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    Captulo II

    Tristsimo aunque grandioso espectculo pre-senta un moribundo que, esperando con certeza lamuerte entre penas interiores y exteriores, la ve di-latarse de da en da, teniendo de este modo quesaborear poco a poco la disolucin que todo vi-viente teme por instinto. sta es la situacin queprueba fortaleza de alma y manifiesta la ms purafilosofa prctica, que consiste en el hbito de go-bernarse en todo caso por la razn y no por las pa-siones y humores. Empero, grande es el engao delos que, conociendo el verdadero estoicismo slopor el nombre, imaginan que esta sublime filosofa,hermana del cristianismo, exige la extirpacin de losafectos que la naturaleza grab en el pecho humano.El verdadero filsofo no se propone la insensibili-

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    dad, sino la superioridad de la razn sobre las sen-saciones molestas. La filosofa no reprueba los ge-midos que arranca el dolor, mas condena laimpaciencia que se entrega a discrecin al torrentede las pasiones, ora sean tmidas o irascibles.

    La muerte parece que quera dar ocasin al po-bre Bustamante de manifestar el nimo varonil,aunque tierno, que haba cultivado en tiempos feli-ces. Desmintiendo las predicciones del mdico, laenfermedad lo consumi tan poco a poco que noalcanz el deseado descanso del sepulcro hasta quela primavera, como si quisiese hacer ms duro elcontraste, empez a renovar la vida de la naturaleza.Entre tanto, era digno de verse con cunto esmeroel paciente buscaba las circunstancias ms pequeasque contribuan a su alivio para fijar su atencin, enella y apartarla de sus aflicciones. Cada vez que Mis.Christian, el mdico o yo le envibamos, ora utensi-lios de conveniencia, ora alimento de la clase quems convena a su situacin, el placer que la gratitudle causaba era un blsamo que acallaba sus sufri-mientos.

    -La tardanza de la muerte -sola decir-, que pare-ce la mayor de mis calamidades, ha sido por el con-trario una de mis mayores ventajas. Irritado por la

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    traidora conducta de dos a quienes yo haba dadomi confianza, me vi en riesgo inminente de cerrarmis ojos a la luz del da negando la existencia de lavirtud. Pero, gracias al cielo, tres almas generosasvinieron a sacarme de este peligro. Tres meses deintervalo he tenido en que observar a los amigos demis ltimos das. Es verdad que he sufrido much-simo en este tiempo, pero de buena voluntad sufri-ra el doble por no perder el placer de haberlosconocido. Por la disminucin de mis dolores en-tiendo que el ltimo trmino est cercano. Perocon cunta paz y satisfaccin muero, dejando entan buenas manos las caras prendas de que la segurinflexible de la muerte me aparta!

    Mucho aprend en esta triste escuela de adversi-dad. Cunto se ensanch mi pecho para mis seme-jantes! Cun dulcemente me vi enlazado a losinfelices que esperaban de m compasin ms bienque socorro! Cun libres de egosmo fueron nues-tros placeres en medio de los pesares! Quien quisie-re saber qu cosa es la felicidad verdadera, bsquelano entre los que ren sino entre los que lloran. Elque quiera saber a qu fin se halla colocado entrelos males inevitables de esta vida, procure emplearse

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    en aliviarlos y pronto se hallar libre de la sensacinde acusar a la Providencia.

    No intento mover a mis lectores con la descrip-cin de los ltimos instantes del infeliz expatriado.Baste decir que a principios de mayo exhal el lti-mo suspiro entre mis brazos.

    Los entierros no se hacen aqu tan precipitada-mente como en Espaa. Es verdad que en algunasprovincias de aquel pas el calor del clima admitemuy poca dilacin, pero la grande importancia deevitar el error fatal de una muerte aparente imponeuna solemne obligacin de esperar hasta que lasprimeras seales de disolucin disipen toda posibi-lidad de duda.

    No obstante el triste clima de Inglaterra, se go-zan en ella ciertos das que, aunque no tienen el bri-llo y la alegra de los de Espaa, inspiran un placersuavsimo mezclado con melancola. De esta claseson algunos das hacia mediados del mes de mayo.Los rboles estn cubiertos de una verdura tan vir-gen que parece a cada instante haber salido del senode la planta. La inclinacin de los rayos del sol lesda, por medio de la refraccin, una especie de es-malte agradabilsimo a los ojos. Nubes quebradas yligeras, en mil figuras caprichosas, pasan rpida-

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    mente en las alas del viento, que parece jugar conellas. Por este tiempo y algunas semanas ms tarde,se hace la corte del heno, que es parte principal delalimento de los caballos todo el ao y del ganadovacuno en el invierno. El heno consiste en una va-riedad de yerbas que nacen espontneamente en losprados; pero entre ellas abunda una con un olor tanrefrigerante y delicado que en el tiempo de esta co-secha el aire se respira embalsamado por algunasmillas en contorno. Como la vendimia en pases devias antes parece regocijo que trabajo, as aconteceaqu con el heno. Largas hileras de segadores, conhoz cuyas cuchillas tienen vara y media de largo, seven marchar a comps, dndose lugar uno a otro ydejando la yerba postrada en lomos o caballetes. Decuando en cuando se paran a afilar las hoces con unpedazo de piedra de amolar que llevan a la cinturaen una vaina de cuero. El sonido es de los ms ale-gres que pueden orse, ora sea por la reunin deideas deliciosas que excita, ora por cierto retintncampestre que naturalmente agrada cuando se oyeen la amplitud de los prados. En pos de los segado-res va un nmero considerable de mujeres con per-chas para separar la yerba y exponerla al sol y alviento a fin de que, secndose, se convierta en he-

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    no. Los muchachos y muchachas del contorno tie-nen el mayor placer en revolcarse sobre el heno alpunto que empieza a secarse, tirndose unos a otrospuados de la olorosa yerba y frecuentemente cu-briendo del todo a algn otro que yace paciente-mente en tierra para este juego. Todo respiraanimacin y vida; todo convida a la alegra, al amory a la esperanza. Ay, Dios, qu contraste para losque al travs de estos mismos campos caminbamosa pasos lentos conduciendo a nuestro difunto amigoal jardn mortuorio de una iglesia rural en que l ha-ba buscado recreo algunas veces sentado sobre unade las piedras sepulcrales, con su mujer y su hija!

    Siguiendo la. costumbre del pas, la viuda y lahurfana, acompaadas por m, por el seor Powelly la seora Christian, haban tenido el valor de verdepositar los restos del que tanto amaban en el si-lencio de la sepultura. Un carro cubierto, tirado decuatro caballos negros guiados por un cochero deluto, y acompaados de criados envueltos en capasnegras, llevaban en su hueco la caja, forrada pordentro y por fuera con un pao negro y claveteadacon clavos plateados. Una chapa plateada expresabael nombre y la edad del difunto. Como esta especiede honores funerales son de costumbre universal,

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    tanto que hasta los ms pobres usan al menos algu-na parte de ellos, hay en todas partes de Inglaterragentes cuya ocupacin es proveer lo necesario paraentierros, desde la pompa ms costosa hasta elacompaamiento ms humilde. Nosotros, los ami-gos del difunto Bustamante, habamos procuradoslo lo que era indispensable para un entierro de-cente: el carro funeral y un coche enlutado para losdolientes.

    Era casi imposible el contener las lgrimascuando, apendonos junto a una abertura de la em-palizada del prado de heno que estaba delante de laiglesia, los criados sacaron la caja de dentro del ca-rro y, echando encima de ella una cubierta de ter-ciopelo negro que colgaba hasta los pies de loscuatro que llevaban el difunto sobre sus hombros.El mdico y yo tomamos en la mano derecha dosborlones que colgaban de las esquinas del pao. Se-guidos de las seoras, que haban envuelto sus ros-tros en los velos negros que llevaban sobre lacabeza, empezamos a marchar lentamente hacia laiglesia, abrindonos camino cuantos se hallaban enel prado, que, al ver venir el entierro, se acercaronrespetuosamente con las cabezas descubiertas y ensilencio. Este silencio es verdaderamente majestuo-

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    so. Al llegar a las rejas que rodean la iglesia y el jar-dn mortuorio, el clrigo de la misma, con la sobre-pelliz talar de lienzo blanco que aqu se usa, sali arecibirnos y, teniendo el libro de los oficios en lamano, se puso delante de los que llevaban la cajadirigindolos a la iglesia. Haba en ella unas ban-quetas elevadas sobre las cuales colocaron al difun-to, entre tanto que el clrigo deca ciertos salmosque son de costumbre. Acabados stos, volvimos asalir, en el mismo orden, a donde la sepultura, cava-da en la tierra de ocho a diez pies de profundidad,se hallaba abierta con dos tablones gruesos cruza-dos. Habiendo ledo el ministro ciertos pasajes de laEscritura que contienen promesas de inmortalidad,los criados pusieron la caja sobre los tablones, y,pasando por debajo unas cuerdas, quitados que fue-ron aqullos, la caja se desliz lentamente mientrasque el ministro deca las palabras acostumbradas,palabras que no se pueden or sin grande emocinde alma, tan solemnes y tan sublimes son en talescircunstancias:

    -A la tierra te entregamos, hermano nuestro.Polvo al polvo, ceniza a las cenizas, con la esperan-za de una inmortalidad gloriosa.

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    En esto, tomando cada uno de los dolientes unpuado de tierra, la derramamos sobre la caja, quereson en el fondo de la hoya con un sonido lgu-bre.

    Aqu faltaron enteramente las fuerzas a la infelizviuda, y, dando un gemido agudo, hubiera cadocomo muerta en tierra, a no ser por el pronto auxi-lio del Sr. Powell, que la recogi en sus brazos. Lui-sita, ms muerta que viva, asisti a MistressChristian en administrar los medios de hacer volverdel desmayo a su pobre madre; y, entre todos, lallevamos al coche de luto, que acaso nunca anteshabra llevado dolientes ms verdaderos que los queahora lo ocupaban.

    Yo no s qu efecto tendr mi simple relacinen mis futuros lectores; slo s que, si la mitad delas lgrimas que involuntariamente he derramado alescribirla corriesen de sus ojos al leerla, esta obritano caera prontamente en olvido, como temo queser su suerte. Sea de esto lo que fuere, no quieroexponerme otra vez a la impresin melanclica deotra pintura semejante. Baste decir que cinco mesesdespus tuvimos que acompaar a la viuda Busta-mante por este mismo camino y al travs del mismoprado, no ya verde y respirando esperanzas para sus

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    dueos, sino rido y en toda la decadencia del oto-o, que ya empezaba a confundirse con el invierno.La infeliz haba cerrado los ojos al mundo y sus vi-cisitudes para descansar en la misma huesa en quehaba depositado a su esposo. Cuando la prximaprimavera rejuveneci el csped que cubre los silen-ciosos habitantes del jardn cementerio de la iglesiade N..., la yerba se hall excluida de un espacio pe-queo que una simple lpida haba ocupado en tes-timonio de nuestros respetos a la virtud hermanadacon la desgracia. La leyenda en ingls dice:

    AQU YACEN DOS ESPOSOS A QUIENESLES FUE NEGADO EL REPOSAR EN SUSUELO PATRIO, Y A QUIENES PERSIGUILA FORTUNA EN EL EXTRANJERO. LAHUMANIDAD INGLESA NO LOS DEJPERECER SIN ALIVIO, Y A ELLA DEBENTAMBIN LA SATISFACCIN DE QUE ESTALPIDA PERPETE SU AGRADECIMIENTO.

    ANTONIO Y MARIANA DE BUSTAMANTEDICTARON ESTA INSCRIPCIN PARA SUCOMN SEPULCRO, Y SUS BUENOS

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    AMIGOS SE ENCARGARON DE HACERLAGRABAR PARA PERPETUA MEMORIA.

    La bella, la amable Luisita, empez ahora a ocu-par toda la atencin del pequeo grupo de amigosque, por casi un ao entero, se haban empleado endar consuelo a la familia emigrada. Miss. Powell, lahermana del mdico, se la llev sin tardanza a sucasa, y todos convenimos en buscar medios decompletar su educacin y procurarle modo de queganase la vida decentemente. Poco haba que dudarsobre este punto. Las jvenes que nacen sin mediosde independencia en las clases no acostumbradas aempleos serviles no tienen otro recurso que em-plearse en ensear, ora sea msica, leer y escribir,diseo, geografa, segn sus talentos y previa ins-truccin. Estas ayas o maestras tal vez viven con susmadres o parientes, si los tienen, y van a dar leccio-nes de casa en casa, tal vez encuentran familias mso menos ricas que les dan comida y alojamientoadems de un cierto salario. Como hay una multitudde jvenes de esta clase que buscan empleo, lasuerte de las ms no es envidiable. El defecto gene-ral de los ingleses es una afectacin de importancia,riqueza y refinamiento, que excede mucho a sus

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    verdaderas pretensiones. Las familias ms intolera-bles de este gnero son las que, habiendo realizadoalgn capital como tenderos (clase generalmenteinferior a los tenderos ricos de Espaa), dejan eltrfico y se meten a caballeros. Las mujeres de estaclase son ms vulgares que los maridos, aunque losunos y las otras son en extremo ignorantes. Pero lapomposidad de estas damas nuevas, sus mimos rid-culos y su tirana, cuando tienen personas inferioressobre quienes ejercerla, son absolutamente intolera-bles. La suerte de una pobre aya delicada y modesta,que no sabe defenderse con desenfado y teme serdespedida, es sumamente miserable si cae en manosde una de estas mujeres toscas e insensibles a todoplacer fuera de los de la mesa, incapaces de simpataa no ser que hallen su propio inters en fingirla. Nohay regla sin excepcin, pero ste es el carcter ge-neral de la clase, como creo que se ver bien claroen el discurso de esta historia.

    Por lo que hace a Luisa Bustamante, pocas j-venes podran hallarse con disposiciones y talentosms aventajados. Hablemos en primer lugar de subuen parecer, que es como una carta de recomenda-cin en todo el mundo. Figrense los lectores espa-oles las facciones ms delicadas, con aquel color a

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    que damos el nombre de trigueo y que no se en-cuentra en el norte de Europa, un cutis transparenteque casi dejara ver circular la sangre en las venas,un cuerpo que pudiera ser modelo para otra Venusde Mdicis, y aadan a todo esto una voz que nohallara compaera sino en la de otra, casi espaola,la desgraciada Malibrn, a quien la mala suerte cortla vida en la edad ms floreciente, no a mucha dis-tancia de donde escribo esto. Viva en extremo, ycon una comprensin que casi anticipaba lo que losmaestros venan a ensearle, tres aos fueron msque suficientes para darle una educacin tan com-pleta que pocas de las seoritas principales de Lon-dres podran competir con ella. En este espacioaprendi el ingls con tanta perfeccin que jams sele escapaba una falta; y, aunque lo hablaba concierto acento extranjero, los naturales decan queeste acento daba a su lenguaje una gracia inimitable.En el francs se perfeccion al mismo tiempo,aprendiendo de paso geografa, aritmtica y losprincipios de la historia general, sin pasar de ligeropor la de su patria, Espaa.

    Es cosa digna de atencin que la historia de Es-paa fuese la ocasin de que se manifestara com-pletamente el carcter heroico de su alma tiernsima

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    y sensible. Aunque patriota decidida en todas susaficiones, nunca manifest el menor fanatismomezclado con estos sentimientos. La larga lucha delos cristianos contra los musulmanes la llenaba deentusiasmo, pero nunca se declaraba contra los mo-ros como si fuesen criaturas inferiores a nosotros.En una palabra: sus sentimientos eran semejantes alos de los castellanos nobles de los siglos nono ydcimo, cuando los musulmanes espaoles se halla-ban adelantados en ciencias ms que todas las na-ciones del Occidente, de modo que los que tenanmedios de viajar para aprender pasaban algunosaos en las escuelas de Crdoba, olvidndose de lasdisputas, que antes deban su origen a la ambicinpoltica que a la diferencia de religiones. De cuantoslibros espaoles modernos le procur, ninguno leinteres ms que la Historia de los rabes espaolespor Conde. Tal era la aficin que mostraba a lospersonajes heroicos de aquella noble raza, que erauna chanza establecida entre nosotros decirle que sihubiera vivido en aquellos tiempos se habra pasadoa los moros. Esto casi la enojaba, porque le parecatraicin a su patria, y con gran ardor se empeabaen asegurarnos que antes se habra expuesto a morirquemada por los cads fanticos de que Conde nos

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    da noticia que renunciar a su Espaa. Pero deca almismo tiempo, con muchsima gracia y animacin,que los cristianos haban sido grandes majaderos enmuchas ocasiones y no haban sabido convertir a losmoros, que, en vez de tratarlos insolentemente ycon dicterios, hubieran hecho mejor en mirarloscomo paisanos, pues lo fueron en verdad en el dis-curso de pocos aos.

    -Dejranme a m -conclua-, si la suerte me hu-biera dado la vida entonces; dejranme a m el ma-nejo de aquellas cosas, y yo los hubiera hechocristianos por docenas.

    Con risa general nos dbamos por convencidos.Pero como no le decamos la razn que nos mova acreerlo, que eran sus bellsimos ojos, ms poderososan que los misioneros, se desesperaba a causa denuestra risa, diciendo que ramos peor que nios yque no se poda disputar con nosotros.

    Pero ms que todo, mova la admiracin de losque la trataban el entusiasmo msico que constan-temente la animaba. En Espaa haba aprendido atocar la guitarra con gusto y ejecucin, acompan-dose en el canto con gran delicadeza. Adelant mu-cho lo que haba aprendido en Espaa durante sueducacin inglesa, pues, habiendo tomado excelen-

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    tes lecciones de piano y adquirido los principios decontrapunto, se hall capaz de componer variaspiececitas para su propio uso, especialmente bolerosde un carcter serio y canciones por el estilo de lasfrancesas, y, lo que es ms de admirar, componien-do los versos que quera poner en msica. De estemodo la msica le inspiraba los versos, y los versosla msica. Algunas de sus primeras composicionespoticas se hallan entre mis papeles, pero no estoycierto en si har bien o mal en darlas a luz, porque,a decir verdad, aunque al orlas expresadas por suvoz divina me parecieron dignas de atencin de pors e independientemente de la msica, temo que milarga ausencia de Espaa me haya privado de aque-lla delicadeza de odo que se requiere para juzgarcon acierto en poesa y, particularmente, cuando lamedida del verso es poco acostumbrada. Pero, con-fiado en la bondad de los lectores, insertar aquuna cancin que Luisa compuso cuando, llevada desu amor a la lengua patria, se aventur por la prime-ra vez a expresar su entusiasmo en ella.

    Cancin

    Oh! Qu anhelar es ste que me inspira?

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    Qu agitacin, qu dulce y puro ardor!Sin yo querer resuena ya mi lira,Sin yo querer al aire doy mi voz.

    Nunca esper que don tan noble el cieloDirame a m sin penar y afanar;Supo el Amor mi cuita y rasg el velo,Vi un mar de luz, y en l miradme ya.

    Dichosa yo! Con alas venturosasPenetrar donde reside el bien,Coronar con inmortales rosasDe eterno olor la enardecida sien.

    No ms temer, no ms dudar; me sientoDel suelo alzar, cercada de esplendor.Tmida fui; pero de hoy ms mi acentoSer el clarn del bien y del honor.

    Quien tenga vivamente en la memoria a nuestroinmortal paisano Garca cuando, dejndose arreba-tar de la ilusin en el Teatro Italiano, pareca con-vertir los afectos ms poderosos en msica,hacindonos percibir que ningn otro lenguaje po-da expresarlos con ms viveza y verdad, podr

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    formarse alguna idea de la inspiracin que posea anuestra joven al cantar estos versos. La msica se haperdido; pero, si nuestro Ledesma conserva todavael poder con que lo dot la naturaleza, si ha dejadoalgn digno discpulo de su escuela, tal vez no sedesdearn de restituir esta cancin a su elementopropio, que es la msica.

    Con menos confianza que los versos anteriores,dar a luz algunas seguidillas serias de nuestra Luisa,no por lo que en s merezcan, pues es una especiede composicin tan ligera que el genio puede hacerpoco o nada en ella, sino para que los lectores seimpongan desde el principio en el carcter de nues-tra verdadera herona. La seriedad que respiran estascoplas puede ser que ofenda a primera vista, pero,as como la msica del vals alemn admite una granvariedad de estilos, desde el ms juguetn hasta elms afectuoso, la seguidilla espaola, tanto el versocomo la msica, es capaz, a mi parecer, de una mul-titud de caracteres. Goethe, el mayor poeta de Eu-ropa en nuestros das, ha usado el metro de laseguidilla espaola, aunque sin estribillo, en variasde sus composiciones. Mi deseo es que los poetasespaoles se empeen en reanimar una multitud demetros que casi han perecido al presente. Cunto

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    dara por la medida latina de hexmetros y pent-metros naturalizada en Espaa como lo est enAlemania! En mi opinin, los espaoles no rompe-rn enteramente los lazos de la imitacin italianahasta que no hallen otro metro serio adems delendecaslabo.

    Pero vamos a nuestras seguidillas. Quin pudie-ra darme una miniatura de la autora, con la guitarraen la mano y con sus ojos negros elevados como sila inspiracin del momento no la dejase percibir elauditorio! Quin me diera uno de los divinosacentos de su voz y el poder de expresarlo por es-crito!

    Seguidillas

    I

    Me dicen que los ecosDe mis cancionesPondrn luego a mis plantasMil corazones.No quiera el cieloTengan en m sus donesTan vil empleo.

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    II

    No quiero aduladores.La ambicin maEs propagar la llamaQue en m respira.Llantos no quiero.Valor, virtud, franquezaGanen mi pecho.

    III

    Denme de la hermosuraSer el modelo,Y el que salve a mi patriaMe tendr en premio.Pues nada valgo,Mi amor ser de un hroe

    Imaginario.

    Pero ya es tiempo de volver a nuestra narracin.En una ciudad como Londres, una muchacha

    bellsima de diecisis a diecisiete aos, si no tiene la

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    proteccin de riquezas y parientes, se halla expuestaa los mayores peligros. El carcter de los inglesesparticipa de las ventajas y defectos de la situacinpoltica de la nacin. El poder nacional hace fre-cuentemente orgullosos a los individuos. El espritudeterminado y fro que les da victoria en las batallaslos hace formidables para la moralidad del otro se-xo. Las jvenes con caudal y con parientes bien co-nocidos son generalmente miradas con respeto porlos ricos ociosos que, segn la opinin pblica, fijanla moda y son llamados fashionables. Pero, segnlos principios disolutos que esta clase generalmenteadopta por cdigo moral, toda joven pobre y bieneducada, como por ejemplo las ayas, es, segn sudiccionario de germana, caza (game), dando a en-tender que es lcito perseguirlas por entretenimientodonde quiera que se encuentren. Por supuesto quelas pobres modistas se consideran como ferae natu-ra e indomesticables. Los corsarios de profesin lasreclaman como suyas.

    sta era la mayor de nuestras dificultades res-pecto a Luisita. Su talle, su donaire, hasta su modode andar, la distinguan entre miles. Cmo seraposible evitarle una persecucin diaria si haba de irde casa en casa dando lecciones? Por otra parte, la

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    vida de un aya que reside con la familia en que tieneque dar lecciones es generalmente infeliz. Si los quela emplean son gentes de clase inferior, aunque ri-cas, se ven constantemente expuestas a los capri-chos vulgares, y a la vanidad inquieta yatormentadora de las aspirantes a Seora. Si el em-pleo de aya es en familias de lujo y comm' i1 faut,los criados las tratan mal, tenindolas por igual su-yas, y las seoras y seoritas las ms veces lesmuestran un desdn intolerable. La situacin de unade estas ayas, cuando en las casas de lujo hay lo queaqu llaman partida (party) o reunin al principio dela noche, es humillante. El aya tiene que presentarsecon las seoritas pequeas que por lo comn tomanasiento alrededor de una mesa pretendiendo leer omirar una coleccin de lminas. Varios de los con-vidados se suelen acercar a decir cuatro nieras porva de cumplimiento a los padres. Pero el aya debeestar inmvil y muda como una estatua. Por lo co-mn, mas bien dir sin excepcin, estas ayas son detreinta a cuarenta aos y no notables por su belleza,de modo que estn acostumbradas a esta especie deolvido de parte del mundo. Pero infeliz del aya queen una de estas casas de gran tono, donde se reneuna multitud de jvenes de la misma clase, mostrase

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    atractivos personales! Pronto se vera acosada de losgalgos de dos pies, sin respeto alguno. Pero no haymucho riesgo de que esto se verifique, por dos ra-zones muy claras. Las madres saben el peligro de unaya agraciada y temen ms que todo que sus hijastengan cerca caras bonitas que las hagan sombra.Antes tomaran por aya a un alfrez de guardias quea una joven como Luisa, quien sera una rival for-midable para sus hijas casaderas.

    En medio de estas dificultades, la seora Cristi-na, quien, ms por la bondad de su corazn que porel dictamen de su buen juicio, trataba varias familiasde las que se llaman religiosas o evanglicas, nosvino a decir que haba hallado una casa en que po-ner a Luisita por aya, fuera de todo peligro moral ycon la perspectiva de una vida tranquila.

    -Slo hay una dificultad -nos dijo- y es que lagente de la casa es protestante vigorosa y Luisita escatlica. Pero yo les he hecho una pintura tan ven-tajosa que espero no desecharn aya tan excelentepor esta causa. Dentro de dos das he de llevar anuestra Luisa a comer con la dicha familia para queformen juicio de sus talentos y modales, y, si uste-des no tienen reparo -estbamos unidos el mdico,su hermana y yo para consultar sobre este punto-,

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    veremos cmo se concluye este negocio. Por miparte estoy persuadida de que Luisa no pudiera estaren mejores manos. Es una familia muy devota, ycasi todos sus amigos son clrigos de la misma cla-se, dados a la mstica.

    Powell, que saba muy bien mis opiniones, medio una guiada a escondidas de la buena seora.Pero ni l ni yo nos opusimos, supuesto que, aun-que exista mucha hipocresa bajo esta capa de san-tidad, tambin se hallan entre esta clase personassinceras y honradas, llenas, no hay duda, de preocu-paciones que hacen que su trato sea difcil y no muyagradable, pero que al mismo tiempo merecen laestimacin de las gentes de bien.

    No creo que ser fuera de propsito hacer unapintura general de la clase numerosa llamada en In-glaterra de santos. Estas gentes creen que tienentrato ms ntimo con Dios que los dems mortalesy, como es natural, se creen por esta razn superio-res a los que no pertenecen a su clase. Ningnhombre o mujer es reconocido por verdadero de-voto a no haber tenido un llamamiento particular aeste estado. Los verdaderos evanglicos deben saberel da y la hora en que la Gracia los convirti, elinstante en que nacieron de nuevo. Este paso espi-

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    ritual es acompaado de mortales congojas. El par-turiente se halla en un estado de desesperacin quenada puede consolar; el infierno se le presentaabierto para devorarlo, y ya se cree en las garras deSatans, cuando he aqu que un rayo de luz invisiblele penetra el alma, y en un instante se siente libre detodo pecado, seguro del cielo y tan inocente comoel infante recin bautizado.

    El origen de esta ilusin es el de todo gnero deentusiasmo religioso: una imaginacin vehemente,un juicio dbil y una predisposicin natural a creerlo que halaga el amor propio. No hay mtodo msseguro para obtener importancia entre una multitudde gentes que el de hacerse santos de profesin.Familia de una clase decente pero con pocos me-dios, mujeres de esta misma clase con quienes lanaturaleza no ha sido prdiga de atractivos o aquienes la fortuna ha contrariado en sus afectos,frecuentemente recurren al Evangelismo por con-suelo. Si una mujer entremetida y bulliciosa pierdelas esperanzas de casarse, si el espejo le dice clara-mente que la naturaleza la ha condenado a virgini-dad perpetua fuera del claustro, hgase evanglica ypronto se hallar llena de importancia e influjo.Como si tuviese comisin del cielo para corregir a

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    los dems mortales, se presentar, sin ser introduci-da, a familias de buena condicin y pasta, ya pidien-do contribuciones para la Sociedad Bblica(asociacin riqusima que imprime una infinidad deBiblias en todas las lenguas, pero que pocos leen) opara otros objetos ms o menos benficos. La Co-munin de los Santos, en Inglaterra, es un mundode por s que produce una gran variedad de ventajasa los que viven en l. Tal es la mana de las buenasgentes, que los menestrales y mercaderes profesanen ella para ser preferidos en sus diversos trficospor los santos adinerados. Por supuesto que estaclase no carece de placeres, aunque declama contrael mundo y sus vanidades. Partidas que llaman deFe y Biblia son muy generales entre los evanglicos;y en estas reuniones, que describir en lugar masoportuno, hay santsimos cortejos y enamoramien-tos espirituales. Pero lo ms notable es el tino de losclrigos evanglicos en pescar las muchachas msbonitas y acaudaladas de su misma clase. Es verdadque todo esto es de resultas de un celo ardiente porla gloria de la religin y sin relacin alguna con suinters propio, pero, como somos de carne y sangre,no es posible que vivamos sin someternos algntanto a sus inclinaciones. Por lo dems, es de notar

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    que todas estas gentes son serviles en poltica e in-tolerantes en religin. En el Parlamento tienen unpartido fuerte que se empea constantemente enconvertir sus ideas religiosas en leyes del reino.

    Acompaando a la seora Christian y a Luisa,fui a ver a la familia de Chub, en la cual se tratabade colocara nuestra ahijada. Los que no hayan ob-servado las variedades de la nacin inglesa apenascreern que en un pueblo tan adelantado se en-cuentre la estupidez, la estlida vanidad, el groseroegosmo que forman el carcter de ciertas gentes.Chub, el padre, haba sido corredor de lonja, o pormejor decir, corredor de los fondos, que esta clasede gentes de pueblo convierte en una especie delotera o, ms bien, juego de azar, que durante laguerra con Francia enriqueci y arruin a muchos.El juego consiste en adivinar si dentro de un ciertonmero de das los fondos o seguridades del go-bierno subirn o bajarn de valor. Por medio de loscorredores, cualquiera que se halla dispuesto aaventurar su dinero hace una compra imaginara defondos al precio corriente en aquel da, obligndosea pagar en otro da, estipulada la misma suma ima-ginaria, al precio corriente entonces. Todo lo cual sereduce a pagar la diferencia de la suma segn los

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    dos precios. Esta lotera causaba el mayor entusias-mo durante los aos en que la suerte de las armasbeligerantes estaba expuesta a oscilaciones perpe-tuas. Las resultas morales fueron malsimas: el deseode ganancias ceg a muchos que, a no ser por estatentacin, hubieran pasado la vida sin tacha, de mo-do que inventaban y manejaban los medios msfraudulentos de hacer bajar y subir los precios de losfondos.

    Mister Chub tuvo buena suerte en sus especula-ciones y en pocos aos se encontr rico e indepen-diente de su industria personal. Su mujer, de bajaextraccin y maleducada, se crey obligada a imitar,a su manera, las gentes de moda. Tenan tres hijas yun hijo, la mayor de trece o catorce aos, y el mu-chacho, que era el menor de la familia, nueve. Padrey madre eran pequeos de estatura, de faccionesvulgares y de modales poco superiores a los de loscriados que empleaban. La familia menuda eran mi-niaturas de los padres, con la diferencia de que, ha-llndose en tierna edad tratados como gente deimportancia, haban cobrado un orgullo grosero eintolerable. El muchacho era un pequeo bruto,glotn, malicioso, ingobernable e incapaz de apren-der cosa alguna. ste era el favorito.

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    Pero esta preciosa familia estaba gobernada porun santo de calibre, el reverendo Ezequiel Paunek oPanza, como diramos en castellano. La luna pintadade bermelln le podra servir de retrato. El nombrePanza corresponda exactamente a su corpulencia.En una palabra: el director y los dirigidos formabanun cuadro sin igual. Pero quin podr describir laviveza, los donaires y el carcter juguetn de esteprofundo telogo cuando, desnudndose de sugrandeza profesional, condescenda (y lo hacaconstantemente) en ser el gracioso de la familiaChub? La casa se vena abajo con las risotadas, y losvecinos, a no estar acostumbrados, hubieran duda-do si el ruido lo causaban animales de dos pies o decuatro con orejas de ms de palmo. Los espaolesque se acuerdan de aquellos tiempos en que entrelos frailes haba uno o dos coristas graciosos que,visitando en la vecindad, particularmente las casasen que abundaba el gnero femenino, se levantabanlas faldas del hbito hasta media pierna, tomaban laguitarra y, habiendo cantado una o dos coplitas, convarias ojeadas y otros ademanes a que las nias res-pondan a media voz Qu malo es usted!, talesespaoles podrn, con poca variacin, hacerse unapintura de nuestro reverendo Ezequiel Paunch. Es

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    verdad que su aire era ms reposado que el de losdichos coristas, y que las muchachas Chubs erantodava demasiado jvenes, pero la madre que, a loscincuenta aos no se vea demasiado vieja para ha-cer impresin, tena algunas veces que explicar laconducta del santo varn por la regla infalible de losEvangelios rigorosos, que dice que todos somosigualmente pecadores y que lo que los cristianosignorantes y no vencidos llaman virtudes y buenasobras son como trapos sucios a los ojos de Dios.Es cosa extraa -deca Mistres Chub entre s- quecuando este siervo del seor est a solas conmigoparece enteramente un ngel y en otras ocasiones,cuando hay visitas, especialmente cuando Mr. Rolli-kin est aqu, se parece tanto a los hombres delmundo!.

    Lleg por fin la tarde que tena yo que acompa-ar a la seora Christian y a Luisita a tomar t conlos Chubs, a fin de que determinasen si la haban derecibir o no. Cuando la fuerza de la verdad me obli-ga a mostrar los defectos generales de cierta clase,cunto me alegrara de poner por contraste la pin-tura de esta excelente mujer! Los que son como ella,y en verdad que hay muchas en este pas, se puedenponer por modelos de su sexo. Pero mi objeto es

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    presentar las cosas ms notables, y, por desgracia,stas son generalmente no las mejores.

    El reverendo Ezequiel haba sido convidado acomer con los Chubs como la persona ms impor-tante en cuanto a la eleccin de un aya. l solo po-dra sosegar la conciencia del padre y de la madre yaun de las nias en cuanto a si sera pecado o notener un aya catlica. No hay duda que en otrocualquier caso la propuesta hubiera sido desechadaal momento. Pero Luisita era muy joven, y tal vezhaba proporcin de convertirla.

    A la cada del sol llegamos a la casa y, como eltiempo era templado, hallamos a la familia, al granEzequiel y a Miss. Rollikin en el pequeo jardn queformaba el fondo de la casa. La seora Chub, a pe-sar de su santidad, estaba vestida con un lujo extra-vagante. El vestido de seda era de los ms costosos,y se oa crujir a veinte pasos de distancia. De la es-cofieta de holn y encaje finsimo le colgaban mscintas que banderolas tiene un navo de guerra enda de gala. Las nias parecan muecas, tan estira-das y sin movimiento desde el instante en que en-tramos que un extrao poda creer que eranfigurones de jardn. El muchacho nos vino a exami-nar con la boca abierta, como si fusemos bestias

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    feroces de las que aqu se ensean en las ferias. MissRollikin era, en su propia opinin, la nica personaelegante y de gusto en tal sociedad. Es cierto queestaba mejor vestida, aunque el vestido era no muyabundante hacia el cuello. Difcil sera el dar raznde esta desnudez en una persona dirigida espiri-tualmente por el reverendo Ezequiel. Algunas per-sonas piadosas lo explicaban diciendo que MissRollikin estaba todava en la niez, pues slo tenadieciocho aos y manifestaba tanta inocencia en susjuegos con personas de otro sexo que sus parientesla vestan algn tanto a lo infantil, con aprobacin,por supuesto, del sabio y prudente director.

    Del Chub pap no hay que decir sino que era unbuen hombre a su manera, no muy agradable en susmodales, que con grande horror de su elegantsimamujer fumaba su pipa cada da despus de almorzary de comer. En esta ocupacin se hallaba empleadocuando entramos. Su mujer, al adelantarse a recibir-nos, le dio un tirn de tan buena gana que le hizocaer la pipa al suelo, donde se hizo pedazos.

    -Vive Dios, mujer ma -exclam el buen hom-bre, con mejor humor que poda esperarse-, viveDios que...!

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    -Oh, pap, pap -gritaron las muchachas-, nojure usted el santo nombre en vano!

    -No, te da vergenza -prosigui Mistres Chub-de manifestar tu impiedad delante de la gente?

    Ezequiel, que tal vez hubiera predicado un ser-moncito en esta ocasin, no dijo palabra porqueestaba del todo empleado en examinar la persona deLuisita, a quien se haba acercado.

    Pasados los primeros cumplimientos, entramosen la sala principal y, habiendo un criado trado lu-ces, nos sentamos esperando el t.

    -Permita Vd. -me dijo la seora Chub- que mishijas se acerquen a verlo, y luego tendrn la satisfac-cin de ver con sus propios ojos una espaola enesa nia.

    -Oh, mam -dijo la muchacha mayor, no meengae Vd.! Es posible que este seor sea espaol?No lo creo. Mi libro de geografa tiene una pinturaque no se le parece en nada.

    -Qu ha hecho Vd. de su trabuco? -me pre-gunt, mirndome de frente.

    Iba yo a responderle cuando, dando un chillido,exclam:

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    -Ay, mam, si me matar este hombre con elcuchillo que dice el libro que todos los espaolesllevan oculto!

    -Calla, tonta! -dijo la madre-. Yo no me fiara, adecir verdad, de este seor en su tierra, pero, graciasa Dios, aqu tenemos un gobierno cristiano quecastiga a los malhechores.

    -Pues qu? -contest yo-, piensa Vd. que yo henacido entre turcos?

    -Oh, no, turcos no del todo, pero idlatras, quees lo mismo!

    -No tanto -interrumpi el reverendo Ezequiel,que haba estado diciendo mil cosas graciosas, sihabamos de juzgar con la risa con que las acompa-aba, al odo de Luisita-; los espaoles no son ente-ramente turcos, aunque descienden de los gentilesque se establecieron all poco despus del diluvio.

    La seora Christian, que haba callado hastaentonces y que era demasiado instruida para tolerartales sandeces, dijo con voz pausada:

    -En cuanto a eso, Mister Paunch, todos somosdescendientes de gentiles.

    -No lo permita Dios! -dijo la seora Chub, cu-brindose los ojos con las manos.

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    -La Biblia, la Biblia -dijo Ezequiel- terminartoda disputa!

    Al decir esto, todas las muchachas corrieron auna mesa donde estaba una Biblia en folio, cubiertacon pao verde, y, tomndola entre todas sin dejar aBenjamn, el muchacho travieso, que ayudase a lle-varla, vino el pesado volumen, no al suelo, sinoperpendicularmente sobre las uas del pie derechodel joven, quien lanz un berrido que pudiera pasarpor el de un becerro. Furioso y no acostumbrado aobedecer a nadie, pues era el favorito de la seoraChub, empez a descargar patadas sobre sus her-manas, quienes, huyendo como un bando de palo-mos silvestres a refugiarse en su madre para escaparde la furia del milano que haba ya comenzado aemplear en ellas sus uas, dieron contra la mesa re-donda cubierta con tazas, platos, tetera, azucarero y,lo que es peor, la urna de agua hirviendo que silbabacomo un barco de vapor al levantar el ancla. Untorrente de agua capaz de pelar un marrano se diri-gi al lado en que el Chub padre se hallaba mediodormido en una silla poltrona; y aunque por fortunael agua se estanc en la alfombra antes de escaldarlelos pies, le salpic tan abundantemente las piernas,que no tenan ms defensa que las medias de seda,

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    que, echando ms maldiciones que un soldado bo-rracho, rompi por el grupo de su mujer e hijasarrojando a tierra, o ms bien al agua, que habaformado una pequea laguna, a dos de las nias,quienes, por supuesto, unieron sus llantos al con-cierto general que nos aturda. Miss Rollikin, que erauna masa de sensibilidad, hizo la desmayada echn-dose de repente sobre el sof. El reverendo Eze-quiel corri a asistirla. El lacayo con las criadasentraron tumultuariamente en la sala, pensando queel fuego de la chimenea se haba comunicado a lasenaguas de algunas de las seoras, accidente bas-tante comn en Inglaterra.

    Nosotros, que, desde el principio de la tormen-ta, nos habamos acogido a un rincn hacia los piesde la sala no sabiendo a quin dar auxilio, tuvimostiempo bastante de observar la escena ridcula quese presentaba a nuestros ojos. La seora Christian,acostumbrada a gobernarse a s misma, se mantuvoseria y an hizo ademn de ir a socorrer a Miss Ro-llikin, pero Ezequiel no le permiti acercarse. Yo nopoda contener la risa, y la pobre Luisita estaba apunto de dar suelta a la suya, aumentando la ma almirar los esfuerzos y contorsiones con que esperabacontenerla. En un instante desgraciado, la Rollikin,

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    que estaba luchando en su convulsin con el reve-rendo, le dio un bofetn tan intempestivo que en unmomento le quit de la cabeza una peluca muy di-simulada que le ocultaba la calva. A esto, la pobreLuisa, con su viveza espaola, no pudo contenerse yrompi en tal risa que llam la atencin de todos. Alobservar este descomedimiento, todos recobraronel aire de dignidad grotesca que les era natural, aexcepcin del muchacho Benjamn, el cual, apode-rndose de la peluca se la puso al revs y sali co-rriendo, perseguido del avergonzado clrigo galn,de quien la Rollikin recobrada enteramente y comopor encanto de su alfereca, se estaba riendo a car-cajadas. Todo era confusin en este nuevo campode Agramante cuando, en vez de tratar de calmarla,el Chub padre la empez tomando un bastn y ju-rando que haba de romper una costilla, por lo me-nos, al muchacho.

    -Vive el cielo, que este demonio de nio no medeja tomar alimento en paz! Mi estmago no puedeaguantar ms la falta del t y las tostadas, y he aquque tendremos que aguardar tres cuartos de horams, Que me emplumen si no me la pagar!

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    Iba a salir, cuando su mujer le ech sobre loshombros la enorme masa de carne de que se com-pona su albondigada persona, gritando:

    -Monstruo, canbal, Holofernes, bruto! Quie-res matarme a mi ngel, a mi Benjamn? Antes tesacar los ojos, salvaje, que no mereces tal hijo y entenerlo creo que hay algn milagro!

    Por fortuna del milagroso padre Chub, las mu-chachas se pusieron de por medio y, pellizcando alpadre y echndose sobre la madre, a quien su cor-pulencia tena casi sin respiracin, lo separaron atiempo que el reverendo volva, con su calva al aire,habiendo dado la caza del muchacho por perdida.

    Confusos por dems estbamos los tres convi-dados, cuando, recobrndose un poco, el ama de lacasa nos dijo:

    -Me avergenzo de que Vds. hayan visto cmoel pecado puede tomar por sorpresa an en los queestn confirmados en gracia como nosotros.

    -No hable Vd. disparates, seora -exclam Eze-quiel-; el pecado nos puede perturbar por algunosinstantes, pero es imposible que nos domine y ava-salle. Los que tienen fe verdadera como nosotros nopueden pecar. Tengamos compasin de los verda-deros pecadores que nos oyen y tratemos de implo-

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    rar al cielo en su favor. Oremos. Y, echndose derodillas junto a la mesa, que an estaba en pie, em-pez una oracin de repente, ejercicio espiritual enque lo miraban sus discpulos como sin igual y to-talmente inspirado. El Chub padre sali de la salagruendo, a ver si se poda comer las tostadas en lacocina. La seora Christian se lanz de rodillas porno irritar ms a aquella cuadrilla de insensatos. Luisay yo nos quedamos sentados, en tanto que el Tar-tuffe ingls, con las manos cruzadas, ora cerrandolos ojos, ora levantndolos al techo, ensartaba unafila interminable de frases sin sentido, a no sercuando se propona insultarnos con achaque de pe-dir a Dios por las almas perdidas de los incrdulos.

    Acabada que fue esta letana, los santos y santi-tos se levantaron ms pacficos y contentos, dandomanifiestas seales de impaciencia por el t. Vinoste al cabo; y, en el entretanto que los de la familiaarreglaban sus estmagos con la bebida favorita, setoc de paso el asunto por cuya causa habamosvenido. Yo no s si el devoto Ezequiel conservabaan sus intenciones de convertir a Luisita o se habaresuelto a dedicarse enteramente a Miss Rollikinshacindola subir hasta la perfeccin de la va uniti-va. Lo que s de cierto es que Luisa me haba dicho

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    al odo que antes se dedicara a la costura y vivira apan y agua que emplearse en instruir esta cra deasnos bajo la direccin de un hipcrita odioso. Laseora Christian, convencida de que Luisa no podatener sosiego ni seguridad en aquella casa, dio a en-tender, con su acostumbrada dulzura, que el geniodel muchacho era demasiado violento para enco-mendarlo a una joven tan tierna.

    -No tema Vd. -dijo con desdn la Chub- que yoponga mi angelito en manos de su espaola de Vd.,que, a pesar de su juventud, echa fuego por los ojos.Dios me perdone si hago un mal juicio, pero juraraque esa nia lleva consigo un pual espaol, comodicen los libros de astrologa.

    -Geografa, mam -exclam la muchacha mayor.-Geografa o teologa o cualquiera de esas logias

    de que hablan las gentes, lo cierto es lo cierto, y yos lo que me digo.

    -Est muy bien -dije yo-. La seorita Busta-mante, por su parte, no se siente dispuesta a que-darse aqu; y, con licencia de Vd., seora, nosretiraremos.

    -Cuando Vds. gusten. Pero, supuesto que laProvidencia ha trado a Vds. dos, que son idlatras,a esta casa en que habita la luz del cielo, les dar a

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    Vds. media docena de trataditos contra la Ramerade Babilonia. Es una brita admirable que el TractSociety1 distribuye con mucha actividad, y esperaque en pocos aos no dejar un catlico sobre lahaz de la tierra. No se sonran Vds.; si Vds. tuvieranexperiencia del poder del Espritu no dudaran deltriunfo prximo que esperamos contra el Demonio,el Mundo y la Carne. Dios tenga misericordia deVds. Me da pena de dejarlos ir por el camino quelleva al fuego eterno; pero los que no estn predes-tinados no pueden ser salvos.

    -Por fortuna -dije yo- Dios no le ha pedido aVd. parecer sobre este punto, y, a decir verdad, un

    1 sta es una de las muchas sociedades espirituales en quelos ingleses de cierta clase que no es posible describir, peroque, a la que por consentimiento general se da el nombre deJohn Bull (Juan Toro), como si fuese una sola persona, gas-tan su dinero con el mayor placer, cogiendo por punto unaalta opinin de su propia importancia. Esta sociedad impri-me en varias lenguas una multitud de libretillas (Tracts) y lasenva a varias partes del mundo con la esperanza, o ms biencerteza, de salvar millones de almas, que, sin estos libritos sesumergeran en el infierno. Miles de estos trataditos se es-tampan y pudren en otras partes del mundo sin que nadie loslea. Lo mismo sucede con las Biblias, pero entre tanto losimpresores devotos han hecho considerables ganancias, y unnmero inmenso de dependientes (santos, por supuesto)tienen casas y buenos salarios.

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    consuelo nos queda, y es que, si Vds. dicen verdad,no nos encontraremos en la otra vida.

    -Qu impiedad! -exclam el gran Ezequiel.Yo, sin parar la atencin en su impertinencia,

    torn a mis dos compaeras del brazo y salimos a lacalle contentos de habernos separado de estos so-lemnes majaderos para siempre jams.

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    Captulo III

    Nueva perspectiva. Suceso desgraciado. Otrosamigos.

    Aunque no satisfechos con las resultas de nues-tra expedicin, tenamos el consuelo de haber rotode una vez con unas gentes que no eran capaces dehacer feliz a nuestra amiguita. Pero los medios demantenerla escaseaban, al paso que el verse depen-diente de la caridad de otros le era una causa conti-nua de inquietud. No hay duda que nos amabacomo si fusemos sus padres; pero un alma tan no-ble y elevada como la de Luisa de Bustamante nopoda tolerar el que otros se privasen por su causade lo que pudieran emplear en satisfacer sus deseos.Por probar fortuna, pusimos avisos en los papelespblicos. Tuvimos algunas respuestas, pero halla-

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    mos que, por lo general, las gentes quieren obtenerlas mayores ventajas a costa de otros.

    Casi estbamos sin esperanzas, cuando MisterPowell, en cuya casa, desde que Luisa qued hur-fana, haba sido tratada como hija propia, volvi unda con semblante alegre diciendo que tena espe-ranzas de acomodar a su hija adoptiva de un modomuy favorable a ella, aunque muy penoso para losque tanto la amaban.

    Este hombre, excelente y habilsimo mdico,haba sido llamado a visitar a la seora de una fami-lia escocesa que, no obstante que se hallaba en cinta,tena que embarcarse dentro de pocos das paraCalcuta, en las Indias Orientales. Su marido, el co-ronel Macdonel, se vea obligado a seguir su regi-miento y ni l tena resolucin para dejar a su mujera tan gran distancia en circunstancias tan crticas, niella valor para separarse de su esposo, a quien ar-dientemente amaba. La seora Macdonel se hallabaindispuesta, y, como Mister Powell tena fama deposeer un profundo conocimiento de las enferme-dades relativas al estado en que se hallaba aquellaseora, la haba visitado diariamente por ms de dossemanas, en cuyo espacio su gran talento y su granbondad de corazn le haban ganado el de la familia.

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    Habanle comunicado todas sus circunstancias y, enel discurso de tales conversaciones, le dijeron quehaban tratado de llevar consigo una joven bieneducada que sirviese de compaera a la seoraMacdonel. Nuestro buen mdico crey que oa unavoz del cielo y, sin ms tardanza, trajo a su Luisita aque viese y fuese vista. No era menester mucho pa-ra agradarse mutuamente, pues la seora Macdonelera en extremo amable y entendida, y de Luisa he-mos dicho lo bastante para que los lectores creanque su vista y trato cautivara a cualquiera que pu-diese juzgar de su carcter y talentos. Pronto se hi-cieron amigas. Mas, a pesar de las ventajas visiblesque este plan tena en s, Luisa senta una penamortal en la separacin de los amigos que dejaba enInglaterra, y a nosotros nos quedaba una melancolainconsolable. Pero, como era por bien de nuestraquerida amiga, todo lo llevamos con paciencia.

    Varias preparaciones eran necesarias para viajetan largo y ausencia tan dilatada como esperbamos.Se hicieron con toda la prontitud posible, y, al cabode quince das, fuimos todos a despedirnos de Lui-sita a bordo del Madrs, buque de mil trescientascincuenta toneladas, y uno de los mayores y mejoracondicionados de la Compaa de Indias. Los que

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    no han visto esta clase de buques no pueden conce-bir una idea clara de la hermosura de su construc-cin, de la amplitud de las cmaras en que seaposentan los pasajeros, de su limpieza, de la ele-gancia de los muebles, y del trato que reciben, du-rante un viaje de cuatro o cinco meses, las familiasque toman pasaje en ellos. Cada uno de estos bu-ques, casi ms que los navos de lnea, es un peque-o mundo. Familias enteras con varios nios sehallan all como si estuvieran en una posada gran-diosa en tierra. Todas las provisiones son frescas,para lo cual llevan a bordo vacas y carneros, gallinasy otros animales de esta clase. Jams falta leche parael t y otros varios usos. Cada da se cuece para lospasajeros y oficiales. Los nios y sus ayas tienencomida aparte, y las seoras y caballeros, a no ser entiempo muy tempestuoso, disfrutan de los placeresde la mesa y de la sociedad corno si se hallaran enun palacio. Todo esto apenas basta para aliviar eltedio de una navegacin tan larga, especialmente lade Europa a las Indias Orientales, pues, a causa delos vientos constantes de ciertas latitudes, los bu-ques no hacen escala alguna y apenas ven tierrahasta el fin del viaje. De la multitud que estos bu-ques encierran, se podr formar una idea por la lista

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    de los que iban en el Madrs. Tena a su bordo 20oficiales, 344 soldados del Regimiento nmero 31,45 mujeres y 66 nios de los soldados, 20 pasajerosy una tripulacin de 148 hombres inclusos los ofi-ciales de Marina. En todo, 641 personas.

    La magnitud de los preparativos para estos via-jes, la esperanza de ver tierras dist