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LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA TOMO 3 HERODOTO DE HALICARNASO Ediciones elaleph.com

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  • L O S N U E V E L I B R O SD E L A H I S T O R I A

    T O M O 3

    H E R O D O T O D EH A L I C A R N A S O

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz
  • Editado porelaleph.com

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    LIBRO TERCERO.

    TALA

    Expedicin de Cambises al Egipto: derrota delos egipcios. Intenta Cambises conquistar Etiopa;relacin de los descubridores enviados a este pas ydesgracias de los expedicionarios. -Brlase Cambi-ses de los Dioses egipcios: sus locuras y muerte desu hermano y esposa. -Fortuna de Polcrates, el tira-no de Samos, a quien atacan los Lacedemonios yCorintios. -lzase contra Cambises el mago Esmer-dis y se apodera del trono de Persia: muerte deCambises. -Descbrese la impostura del mago ymuere a manos de los siete conjurados. -Artificio deDaro para subir al Trono. -Contribuciones del Im-perio persa. -Descripcin de la India, Arabia y susproducciones. -Orestes, gobernador de Sardes, mata

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    a Polcrates, castigo de Orestes. -Artificio del Mdi-co Democedes para regresar a Grecia. -Daro ayudaa Silosonte para recobrar a Samos. -Rebelin de Ba-bilonia, su asedio y conquista.

    Contra el rey Amasis, pues, dirigi Cambises,hijo y sucesor de Ciro, una expedicin en la cualllevaba consigo, entre otros vasallos suyos, a losGriegos de la Jonia y Eolia; el motivo de ella fue elsiguiente: Cambises, por medio de un embajadorenviado al rey Amasis, le pidi una hija por esposa,a cuya demanda le haba inducido el consejo y soli-citacin de cierto Egipcio que, al lado del Persa, ur-da en esto una trama, altamente resentido contraAmasis, porque tiempos atrs, cuando Ciro le pidipor medio de mensajeros que le enviara el mejoroculista de Egipto, le haba escogido entre todos losmdicos del pas y enviado all arrancndole del se-no de su mujer y de la compaa de sus hijos muyamados. Este Egipcio, enojado contra Amasis, nocesaba de exhortar a Cambises a que pidiera unahija al rey de Egipto con la intencin doble y malig-na de dar a ste que sentir si la conceda, o de ene-mistarle cruelmente con Cambises si la negaba. Elgran poder del Persa, a quien Amasis no odiaba

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    menos que tema, no le permita rehusarlo su hija, nipoda drsela por otra parte, comprendiendo que nola quera Cambises por esposa de primer orden, sinopor amiga y concubina: en tal apuro acudi a unexpediente. Viva entonces en Egipto una princesallamada Nietetis, de gentil talle y de belleza y donai-re singular, hija del ltimo rey Apres, que habaquedado sola y hurfana en su palacio. Ataviada degalas, y adornada con joyas de oro, y hacindola pa-sar por hija suya, envila Amasis a Persia por mujerde Cambises, el cual, saludndola algn tiempo des-pus con el nombre de hija de Amasis, la jovenprincesa le respondi: -Seor, vos sin duda, burla-do por Amasis, ignoris quin sea yo. Disfrazadacon este aparato real me envi como si en mi per-sona os diera una hija, dndoos la que lo es del infe-liz Apries, a quien dio muerte Amasis, hecho jefe delos Egipcios rebeldes, ensangrentando sus manos ensu propio monarca.

    II. Con esta confesin de Nictetis y esta ocasinde disgusto, Cambises, hijo de Ciro, vino muy irri-tado sobre el Egipto. As es como lo refieren losPersas1; aunque los Egipcios, con la ambicin de

    1 Es ms verosmil que la expedicin de este rey contra elEgipto fuese motivada por la sublevacin de Amasis, antes

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    apropiarse a Cambises, dicen que fue hijo de laprincesa Nictetis, hija de su rey Apres, a quien an-tes la pidi Ciro, segn ellos, negando la embajadade Cambises a Amasis en demanda de una hija. Pe-ro yerran en esto, pues primeramente no puedenolvidar que en Persia, cuyas leyes y costumbres nohay quien las sepa quiz mejor que los Egipcios, nopuede suceder a la corona un hijo natural existiendootro legtimo; y en segundo lagar, siendo sin dudaCambises hijo de Casandana y nieto de Farnaspes,uno de los Aquemenidas, no poda ser hijo de unaEgipcia2. Sin duda los Egipcios, para hacerse parien-tes de la casa real de Ciro, pervierten y trastornan lanarracin; mas pasemos adelante.

    III. Otra fbula, pues por tal la tengo, corre aunsobre esta materia. Entr, dicen, no s qu mujerpersiana a visitar las esposas de Ciro, y viendo alre-dedor de Casandana unos lindos nios de gentil ta-

    feudatario de la Persia, o por haber conquistado Ciro elEgipto, o por ser este pas desde Nabucodonosor dependen-cia del imperio Babilonio.2 No obstante estas dos razones, de las cuales una estriba enla suposicin arbitraria de que un monarca persa no pudieracontraer matrimonio legtimo con una princesa extranjera, yla otra nada prueba porque se responde por la cuestin, se veen Ateneo que dos historiadores de mrito, Dinon y Linceas,hacen a Cambies hijo de Nictetis.

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    lle y gallardo continente, pasmada y llena de admira-cin empez a deshacerse en alabanza de los infan-tes. -S, seora ma, respondile entoncesCasandana, la esposa de Ciro, s, estos son mis hijos;mas poco, sin embargo, cuenta Ciro con la madreque tan agraciados prncipes le dio: no soy yo suquerida esposa, lo es la extranjera que hizo venir delEgipto. As se explicaba, poseda de pasin y decelos contra Nictetis: yela Cambises, el mayor desus hijos, y volvindose hacia ella: Pues yo, madrema, le dice, os empeo mi palabra de que cuandomayor he de vengaros del Egipto, trastornndoloenteramente y revolvindolo todo de arriba abajo.Tales son las palabras que pretenden dijo Cambises,nio a la sazn de unos diez aos, de las cuales seadmiraron las mujeres; y que llegado despus a laedad varonil, y tomada posesin del imperio, acor-dndose de su promesa, quiso cumplirla, empren-diendo dicha jornada contra el Egipto.

    IV. Ms empero contribuira a formarla el casosiguiente: serva en la tropa extranjera de Amasis unciudadano de Halicarnaso llamado Fanes, hombrode talento, soldado bravo y capaz en el arte de laguerra. Enojado y resentido contra Amasis, ignoropor qu motivo, escapse del Egipto en una nave

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    con nimo de pasarse a los Persas y de verse conCambises. Siendo Fanes por una parte oficial decrdito no pequeo entre los guerreros asalariados,y estando por otra muy impuesto en las cosas delEgipto, Amasis, con gran ansia de cogerle, manddesde luego que se le persiguiera. Enva en su se-guimiento una galera y en ella el eunuco de su ma-yor confianza3; pero ste, aunque logr alcanzarle ycogerle en Licia, no tuvo la habilidad de volverle aEgipto, pues Fanes supo burlarle con la astucia deembriagar a sus guardias, y escapado de sus prisio-nes logr presentarse a los Persas. Llegado a la pre-sencia de Cambises en la coyuntura ms oportuna,en que resuelta ya la expedicin contra el Egipto novea el monarca medio de transitar con su tropa porun pas tan falto de agua, Fanes no slo le diocuenta del estado actual de los negocios de Amasis,sino que lo descubri al mismo tiempo un modofcil de hacer el viaje, exhortndole a que por medio

    3 Esta raza de gente, ms astuta y fiel en palacio queintrpida y avisada en las expediciones de guerra, erareputada, segn Jenofonte, en las cortes brbaras, por la msapta y adicta al servicio de los soberanos, de cuyo favornicamente dependa, vindose despreciada y aborrecida delos dems hombres.

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    de embajadores pidiera al rey de los rabes pasolibre y seguro por los desiertos de su pas.

    V. Y, en efecto, slo por aquel paraje que Fanesindicaba se halla entrada abierta para el Egipto. Laregin de los Sirios que llamamos Palestinos se ex-tiende desde la Fenicia hasta los confines de Caditis:desde esta ciudad, mucho menor que la de Sardes, ami entender, siguiendo las costas del mar, empiezanlos emporios y llegan hasta Jeniso, ciudad del rabe,cuyos son asimismo dichos emporios4. La tierra quesigue despus de Jeniso es otra vez del dominio delos Sirios hasta llegar a la laguna de Serbnida, porcuyas cercanas se dilata hasta el mar el monte Ca-sio, y, finalmente, desde esta laguna, donde dicenque Tifn se ocult, empieza propiamente el territo-rio de Egipto. Ahora bien; todo el distrito que me-dia entre la ciudad de Jeniso y el monte Casio y lalaguna Serbnida, distrito no tan corto que no sea

    4 Las dos ciudades de Caditis y Jeniso, de que no habla nin-guno de los autores antiguos, oscurecen la descripcin geo-grfica de un terreno exactamente conocido, cual es la SiriaPalestina o costa de los Filisteos, que empieza desde la Feni-cia y continuaba hasta Egipto siguiendo de Norte a Medio-da. Tal vez ser Caditis, no Jerusaln, sino la Gat de losFilisteos, y Jeniso ser Raphia, distante tres jornadas delmonte Casio. Los emporios que cita eran los varios puertosde la Pentpolis de los Filisteos.

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    de tres das de camino, es un puro arenal sin unagota de agua.

    VI. Quiero ahora indicar aqu de paso una noti-cia que pocos sabrn, aun de aquellos que traficanpor mar en Egipto. Aunque llegan al pas dos vecesal ao, parte de todos los puntos de la Grecia, partetambin de la Fenicia, un sinnmero de tinajas lle-nas de vino, ni una sola de ellas se deja ver, por de-cirlo as, en parte alguna del Egipto. Qu se hace,pues, preguntar alguno, de tanta tinaja trasportada?Voy a decirlo: es obligacin precisa de todo Demarcoo alcalde, que recoja estas tinajas en su respectivaciudad y las mande pisar a Memfis, a cargo de cuyoshabitantes corre despus conducirlas llenas de aguaa los desiertos ridos de la Siria5; de suerte que lastinajas que van siempre llegando de nuevo, sacadasluego del Egipto, son trasportadas a la Siria, y alljuntadas a las viejas.

    VII. Tal es la providencia que dieron los Persasapoderados apenas del Egipto, para facilitar el pasoy entrada a su nueva provincia acarreando el agua aldesierto del modo referido. Mas como Cambises, al

    5 Da el nombre de Siria al desierto que cae entre el Egipto yla Idumea, confinante con la tribu de Jud, comprendiendobajo aquel nombre el mencionado camino de tres jornadas.

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    emprender su conquista, no tuviese aun ese arbitriode aprontar el agua, enviados al rabe6 sus mensaje-ros conforme al aviso de su husped Halicarnasio,obtuvo el paso libre y seguro, mediante un tratadoconcluido bajo la fe pblica de entrambos.

    VIII. Entre los rabes, los ms fieles y escrupu-losos en guardar la fe prometida en los pactos so-lemnes que contratan, sase la siguiente ceremonia.Entre las dos personas que quieren hacer un legti-mo convenio, sea de amistad o sea de alianza, pre-sntase un medianero que con una piedra aguda ycortante hace una incisin en la palma de la manode los contrayentes, en la parte ms vecina al dedopulgar; toma luego unos pedacitos del vestido deentrambos, con ellos mojados en la sangre de lasmanos va untando siete piedras all prevenidas, in-vocando al mismo tiempo a Dioniso y a Urania, o

    6 Era este rabe un prncipe idumeo, reinante en la ArabiaPtrea. Los Idumeos descendientes de Esa, vasallos antesdel reino de Jud, gobernados por una especie da virrey ydespus de siglo y medio sublevados, se mantuvieronindependientes, y en tiempo de la cautividad babilnica sehicieron tan poderosos, que si creemos a Herodoto, tenanbajo su dominio los puertos y emporios de los Filisteos, sinreconocer por dueos a los Persas, que lo eran ya deBabilonia. La fe en los tratados era ciertamente una de susvirtudes caractersticas.

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    sea a Baco y a Venus. Concluida por el medianeroesta ceremonia, entonces el que contrae el pacto dealianza o amistad presenta y recomienda a sus ami-gos el extranjero, o el ciudadano, si con un ciudada-no lo contrae; y los amigos por su parte miran comoun deber solemne guardar religiosamente el pactoconvenido. Los rabes, que no conocen ms Diosque a Dioniso y a Urania7, pretenden que su modode cortarse el pelo, que es a la redonda, rapndose anavaja las guedejas de sus sienes, es el mismo pun-tualmente con que sola cortrselo Dioniso. A estedan el nombre de Urotalt, y a Urania el de Alilat.

    IX. Volviendo al asunto, el rabe, concluido yasu tratado pblico con los embajadores de Cambi-ses, para servir a su aliado, toma el medio de llenarde agua unos odres hechos de pieles de camellos, ycargando con ellos a cuantas bestias pudo encon-trar, adelantse con sus recuas y esper a Cambisesen lo mas rido de los desiertos. De todas las rela-ciones es esta la ms verosmil, pero como correotra, aunque lo sea menos, preciso es referirla. En la 7 Por su Dioniso entendan el sol, por Urania la luna. El es-tado de ignorancia en que estaban sumidos los rabes no mepermite detenerme en sus dioses planetarios y en los quecolocaban en las estrellas fijas, en sus ngeles medianeros yen su magia y sabianismo.

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    Arabia hay un ro llamado Corys que desemboca enel mar conocido por Erithreo. Refirese, pues, queel rey de los rabes, formando un acueducto hechode pieles crudas de bueyes y de otros animales, tanlargo y tendido, que desde el Corys llegase al arenalmencionado, por este canal trajo el agua hasta unosgrandes aljibes que para conservarla haba mandadoabrir en aquellos pramos del desierto. Dicen que apesar de la distancia de doce jornadas que hay desdeel ro hasta el erial, el rabe condujo el agua a tresparajes distintos por tres canales separados.

    X. En tanto que se hacan los preparativos, atrin-cherse Psamnito, hijo de Amasis, cerca de la bocadel Nilo que llaman Pelusia, esperando all a Cambi-ses, pues ste, al tiempo de invadir con sus tropas elEgipto, no encontr ya vivo a Amasis, el cual aca-baba de morir despus de un reinado feliz de 44aos, en que jams le sucedi desventura alguna degran monta. Su cadver embalsamado se depositen la sepultura que l mismo se haba hecho fabricaren un templo durante su vida. Reinando ya su hijoPsamnito en Egipto, sucedi un portento muygrande y extraordinario para los Egipcios, pues llo-vi en su ciudad de Tebas; donde antes jams haballovido, ni volvi a llover despus hasta nuestros

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    das, segn los mismos Tebanos aseguran8. Es ciertoque no suele verse caer una gota de agua en el altoEgipto, y sin embargo, caso extrao, vise entoncesen Tebas caer el agua hilo a hilo de los cielos.

    XI. Salidos los Persas de los criales del desierto,plantaron su campo vecino al de los Egipcios paravenir con ellos a las manos9. All fue donde las tro-pas extranjeras al servicio del Egipto, en parte grie-gas y en parte carias, llevadas de ira y encono contraFanes por haberse hecho adalid de un ejrcito ene-migo de otra lengua y nacin, maquinaron contra luna venganza brbara e inhumana. Tena Fanesunos hijos que haba dejado en Egipto, y ha-cindolos venir al campo los soldados mercenarios,los presentan en medio de entrambos reales a lavista de su padre, colocan despus junto a ellos unagran taza, y sobre ella los van degollando uno a uno, 8 En el bajo Egipto suele muchas veces llover en invierno yalguna vez nevar. En el alto Egipto, en especial cerca de lascataratas, es extraordinaria, aunque no cosa nunca vista, unalluvia seguida y continua, que es lo que significa el texto:pues en cuanto al roco, es all copioso cuando baja crecidoel Nilo.9 Polieno dice que los Egipcios que estaban de guarnicin enla fuerte plaza de Pelusio, dieron paso a los Persas por nohacer dao a una gran tropa de perros y gatos y otros ani-

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    presenciando su mismo padre el sacrificio. Acabadade ejecutar tal carnicera en aquellas vctimas ino-centes, mezclan vino y agua con la sangre humana yhabiendo de ella bebido todas las guardias extranje-ras, cierran con el enemigo. Empeada y reida fuela refriega, cayendo de una y otra parte muchoscombatientes, hasta que al fin cedieron el campo losEgipcios.

    XII. Hallndome en el sitio donde se dio la bata-lla, me hicieron los Egipcios observar una cosa queme caus mucha novedad. Vi por el suelo unosmontones de huesos, separados unos de otros, queeran los restos de los combatientes cados en la ac-cin; y dije separados, porque segn el sitio que ensus filas haban ocupado las huestes enemigas, esta-ban all tendidos de una parte los huesos de los Per-sas, y de otra los de los Egipcios. Not, pues, quelos crneos de los Persas eran tan frgiles y endeblesque con la menor chinita que se los tire se los pasarde parte a parte; y al contrario, tan slidas y duraslas calaveras egipcias que con un guijarro que se lesarroje apenas se podr romperlas. Dbanme de estolos Egipcios una razn a la que yo llanamente asen-

    males tenidos en Egipto por sagrados, que Cambises hacamarchar al frente de sus tropas.

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    ta, dicindome que desde muy nio suelen raer anavaja sus cabezas, con lo cual se curten sus crneosy se endurecen al calor del sol. Y esto mismo es sinduda el motivo por qu no encalvecen, siendo ave-riguado que en ningn pas se ven menos calvos queen Egipto, y esta es la causa tambin de tener aque-lla gente tan dura la cabeza. Y al revs, la tienen losPersas tan dbil y quebradiza, por que desde muytiernos la defienden del sol, cubrindosela con sustiaras hechas de fieltro a manera de turbantes10. Estaes la particularidad que not en dicho campo, eidntica es la que not en los otros Persas, que con-ducidos por Aquemenes, hijo de Daro, quedaronjuntamente con su jefe vencidos y muertos por Ina-ro el Libio, no lejos de Papremis.

    XIII. Volvamos a los Egipcios derrotados, quevueltas una vez la espaldas al enemigo en la batalla,se entregaron a la fuga sin orden alguno. Encerr-ronse despus en la plaza de Memfis, adonde Cam- 10 Estas tiaras, aunque hechas de fieltro o lana tupida, creoseran ms semejantes en su forma a los turbantes asiticosque a los sombreros con alas. En cuanto a la fragilidad de loscrneos persas, menos influira en ella el turbante que el cli-ma del Asia meridional: por lo cual se ve todava en los ce-menterios resolverse pronto en ceniza blanca un cadver

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    bises les envi ro arriba una nave de Mitilene, enque iba un heraldo persa encargado de convidarlos auna capitulacin. Apenas la ven entrar en Memfis,cuando saliendo en tropel de la fortaleza y arrojn-dose sobre ella, no slo la echan a pique, sino quedespedazan a los hombres de la tripulacin, y car-gando con sus miembros destrozados, como si vi-nieran de la carnicera, entran con ellos en la plaza.Sitiados despus en ella, se entregaron al Persa adiscrecin al cabo de algn tiempo. Pero los Libiosque confinan con el Egipto, temerosos con lo queen l suceda, sin pensar en resistir se entregaron alos Persas, imponindose por s mismo cierto tri-buto y enviando regalos a Cambises. Los colonesgriegos de Barca y de Cirene, no menos amedrenta-dos que los Libios, les imitaron en rendirse al ven-cedor. Diose Cambises por contento y satisfechocon los dones que recibi de los Libios; pero semostr quejoso y aun irritado por los presentes ve-nidos de Cirone, por ser a lo que imaginaba cortos ymezquinos. Y, en efecto, anduvieron con l escasoslos Cireneos envindole solamente 500 minas de

    asitico, al paso que un europeo se deshace ms tarde y enceniza negra, como se observa en las Filipinas.

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    plata, las que fue cogiendo a puados y derramandoentre las tropas por su misma mano.

    XIV. Al dcimo da despus de rendida la plazade Memfis, orden Cambises que Psamnito, rey deEgipto, que slo seis meses haba reinado, en com-paa de otros Egipcios, fuera expuesto en pblico ysentado en los arrabales de la ciudad, para probardel siguiente modo el nimo y carcter real de suprisionero. Una hija que Psamnito tena, mandlaluego vestir de esclava envindola con su cntaropor agua; y en compaa de ella, por mayor escar-nio, otras doncellas escogidas entre las hijas de losseores principales vestidas con el mismo traje quela hija del rey. Fueron pasando los jvenes y damascon grandes gritos y lloros por delante de sus pa-dres, quienes no pudieron menos de corresponder-las gritando y llorando tambin al verlas tanmaltratadas, abatidas y vilipendiadas; pero el reyPsamnito, al ver y conocer a la princesa su hija, nohizo ms ademn de dolor que bajar sus ojos y cla-varlos en tierra. Apenas haban pasado las damascon sus cntaros, cuando Cambises tena ya preve-nida otra prueba mayor, haciendo que all mismo, avista de su infeliz padre, pareciese tambin el prn-cipe su hijo con otros 2.000 Egipcios, todos mance-

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    bos principales, todos de la misma edad, todos condogal al cuello y con mordazas en la boca. Iban es-tas tiernas vctimas al suplicio para vengar en ellas lamuerte de los que en Memfis haban perecido en lanave, de Mitilene, pues tal haba sido la sentencia delos jueces regios, que murieran diez de los Egipciosprincipales por cada uno de los que, embarcados endicha nave, haban cruelmente fenecida. Psamnito,mirando los ilustres reos que pasaban, por ms queentre ellos divis al Prncipe, su hijo, llevado al ca-dalso, y a pesar de los sollozos y alaridos que dabanlos Egipcios sentados en torno de l, no hizo msextremo que el que acababa de hacer al ver a su hija.Pasada ya aquella cadena de condenados al suplicio,casualmente uno de los amigos de Psamnito, antessu frecuente convidado, hombre de avanzada edad,despojado al presente de todos sus bienes y reduci-do al estado de pordiosero, vena por entre las tro-pas pidiendo a todos suplicante una limosna a vistade Psamnito, el hijo de Amasis, y de los Egipcios,partcipes de su infamia y exposicin en los arraba-les. No bien lo ve Psamnito, cuando prorrumpe engran llanto, y llamando por su propio nombre alamigo mendicante, empieza a desgrearse dndose con los puos en la frente y en la cabeza.

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    De cuanto hacia el prisionero en cada una de aque-llas salidas o espectculos, las guardias persianas queestaban por all apostadas iban dando cuentas aCambises. Admirado ste de lo que se le relatabapor medio de un mensajero, manda hacerle unapregunta: -Cambises, vuestro soberano, dcele elenviado, exige de vos, Psamnito, que le digis lacausa por qu al ver a vuestra hija tan maltratada yel hijo llevado al cadalso, ni gritasteis ni llorasteis, yacabando de ver al mendigo, quien segn se le hainformado en nada os atae ni pertenece, ahora porfin lloris y gems. A esta pregunta que se le hacarespondi Psamnito en stos trminos: Buen hijode Cyro, tales son y tan extremados mis males do-msticos que no hay lgrimas bastantes con qu llo-rarlos; pero la miseria de este mi antiguo valido ycompaero es un espectculo para m bien lastimo-so, vindole ahora al cabo de sus das y en el lindedel sepulcro, pobre pordiosero, de rico y feliz quepoco antes le vea. Esta respuesta, llevada por elmensajero, pareci sabia y acertada a Cambises; y alorla, dicen los Egipcios que llor Creso, que habaseguido a Cambises en aquella jornada, y lloraronasimismo los Persas que se hallaban presentes en lacorte de su soberano; y este mismo enternecise

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    por fin, de modo que dio orden en aquel mismopunto para que sacasen al hijo del rey de la cadenade los condenados a muerte, perdonndole la vida, ydesde los arrabales condujesen al padre a su presen-cia.

    XV. Los que fueron al cadalso con el perdn nohallaron ya vivo al prncipe, que entonces mismo,por primera vctima, acababa de ser decapitado. APsamnito se le alz en efecto del vergonzoso postey fue en derechura presentado ante Cambises, encuya corte, lejos de hacerle violencia alguna, se letrat desde all en adelante con esplendor, corriendosus alimentos a cuenta del soberano; y aun se la hu-biera dado en feudo la administracin del Egipto, sino se le hubiera probado que en l iba maquinandosediciones, siendo costumbre y poltica de los Per-sas el tener gran cuenta con los hijos de los reyes,soliendo reponerlos en la posesin de la corona auncuando sus padres hayan sido traidores a la Persia.Entre otras muchas pruebas de esta costumbre, noes la menor haberlo practicado as con diferentesprncipes, con Taniras, por ejemplo, hijo de Inaro elLibio11, el cual recobr de ellos el dominio que ha-

    11 En el reinado de Artajerges Longimano, Inaro, prncipe dela Libia, puesto al frente de los Egipcios sublevados, y asisti-

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    ba tenido su padre; y tambin con Pausiris, que re-cibi de manos de los mismos el Estado de su padreAmirteo, y esto cuando quiz no ha habido hastaahora quien mayores males hayan causado a los Per-sas que Inaro y Amirteo. Pero el dao es tuvo enque no dejando Psamnito de conspirar contra susoberano, le fue forzoso llevar por ello su castigo;pues habiendo llegado a noticia de Cambises quehaba sido convencido de intentar la sublevacin delos Egipcios, Psamnito se dio a s mismo unamuerte repentina, bebiendo la sangre de un toro: talfue el fin de este rey.

    XVI. De Merilfis parti Cambises para Sais connimo resuelto de hacer lo siguiente: Apenas entr do por los Atenienses, dio a los Persas una batalla en quepereci Aquemenes, to del rey, con 100.000 soldados. Elresto de los Persas se fortific en Memfis, donde estuvierontres aos sitiados por Inaro, hasta que viniendo en su soco-rro Megabazo con un nuevo ejrcito, derrot a ste, obli-gndole a retirarse a Biblo y a rendirse poco despus. Elinfeliz Inaro fue crucificado en Susa contra la fe de las capi-tulaciones: pero el egipcio Amirteo, despus de haberse reti-rado con algunos de los suyos a los pantanos inaccesibles, yreinado en ellos pacficamente con el auxilio de los Atenien-ses, sali de sus lagunas, y no slo recobr todo el Egipto,sino que coligado con los rabes dio en Fenicia una batalla alos Persas en la cual fue derrotado, y no se sabe si muerto

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    en el palacio del difunto Amasis, cuando sin msdilacin mand sacar su cadver de la sepultura, yobedecido con toda prontitud ordena all mismoque azoten al muerto, que le arranquen las barbas ycabellos, que le puncen con pas de hierro, y que nole ahorren ningn gnero de suplicio. Cansados yalos ejecutores de tanta y tan brbara inhumanidad, ala que resista y daba lugar el cadver embalsamado,sin que por esto se disolviera la momia, y no satisfe-cho todava Cambises, dio la orden impa y sacrlegade que el muerto fuera entregado al fuego, elementoque veneran los Persas por dios.

    En efecto, ninguna de las dos naciones persa yegipcia tienen la costumbre de quemar a sus difun-tos; la primera por la razn indicada, diciendo ellosque no es conforme a razn cebar a un dios con lacarne cadavrica de un hombre; la segunda por te-ner credo que el fuego es un viviente animado yfiero, que traga cuanto se le pone delante, y sofoca-do de tanto comer muere de hartura, juntamentecon lo que acaba de devorar12. Por lo mismo gur- tambin. Los Persas dieron despus a su hijo Pausiris el rei-no de Egipto.12 Antiguamente los Persas veneraban el fuego, si como dioso como imagen de la divinidad se ignora; pero se sabe queentre varios pueblos orientales qued pura por algn tiempo

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    danse bien los Egipcios de echar cadver alguno alas fieras o a cualesquiera otros animales, antes bienlos adoban y embalsaman al fin de impedir que,enterrados, los coman los gusanos. Se ve, pues, quelo que obr Cambises con Amasis era contra el usode entrambas naciones. Verdad es que si hemos decreer a los Egipcios, no fue Amasis quien tal pade-ci, sino cierto Egipcio de su misma edad, a quienatormentaron los Persas creyendo atormentar aaqul; lo que, segn cuentan, sucedi en estos tr-minos: Viviendo aun Amasis, supo por aviso de unorculo lo que le esperaba despus de su muerte;prevenido, pues, quiso abrigarse antes de la tem-pestad, y para evitar la calamidad venidera, mandque aquel hombre muerto que despus fue azotadopor Cambises fuese depositado en la misma entradade su sepulcro, dando juntamente orden a su hijo deque su propio cuerpo fuese retirado en un rincn elms oculto del monumento. Pero a decir verdad,estos encargos de Amasis y su oculta sepultura, y elotro cadver puesto a la entrada, no me parecen la religin despus del diluvio. Por lo tocante al dios fuegode los Egipcios, no se puede dar una idea ms grosera de unadivinidad que la descrita por Herodoto; y aunque el vulgo seexplicase as, los sacerdotes no veneraran en el fuego mate-rial otro nmen que su Efesto o Vulcano.

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    sino temerarias invenciones con que los vanosEgipcios se pavonean.

    XVII. Vengado ya Cambises de su difunto ene-migo, form el designio de emprender a un tiempomismo tres expediciones militares, una contra losCarchedonios o Cartagineses, otra contra los Amo-nios, y la tercera contra los Etopes Macrobios,pueblos que habitan en la Libia sobre las costas delmar Meridional13. Tomado acuerda, le pareci en-viar contra los Carcheldonios sus armadas navales,contra los Amonios parte de su tropa escogida, ycontra los Etopes unos exploradores que de ante-mano se informasen del estado de la Etiopa, y pro-curasen averiguar particularmente si era verdad queexistiese all la mesa del sol, de que se hablaba; ypara que mejor pudiesen hacerlo quiso que de suparte presentasen sus regalos al rey de los Etopes.

    13 Los Macrobios (hombres de larga vida) no podan habitar enlas costas del mar del Sud, del todo incgnitas a los antiguos.La Etiopa era una dilatada regin que por el Norte confina-ba con Elefantina de Egipto, por el Poniente con la Libiainterior, al presente Abisinia, por el Levante con el mar Rojo,y por el Medioda con la parte del frica, entonces descono-cida, que comprende ahora los reinos de Gingiro, lava yZeila. Sus antiguos lmites no pueden fijarse, as por falta demonumentos, como porque debieran variar segn el poderdel Etope.

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    XVIII. Lo que se dice de la mesa del sol es, queen los arrabales de cierta ciudad de Etiopa hay unprado que se ve siempre lleno de carne cocida detoda suerte de cuadrpedos; y esto no es algnportento, pues todos los que se hallan en algn em-pleo pblico se esmeran cada cual por su parte encolocar all de noche aquellos manjares. Venido elda, va el que quiere de los vecinos de la ciudad aaprovecharse de la mesa pblica del prado, divul-gando aquella buena gente que la tierra misma es laque produce de suyo tal opulencia. Esta es, en su-ma, la tan celebrada mesa del sol.

    XIX. Volviendo a Cambises, no bien tom la re-solucin de enviar sus espas a la Etiopa, cuandohizo venir de la ciudad de Elefanlina a ciertos hom-bres de los Ictifagos14, bien versados en el idiomaetipico; y en tanto que llegaban, dio orden a su ar-mada naval que se hiciera a la vela para ir contraCarchedon o Cartago. Representronle los Feniciosque nunca haran tal, as por no permitrselo la fe delos tratados pblicos, como por ser una impiedadque la madre patria hiciera guerra a los colonos sushijos. No queriendo concurrir, pues, los Fenicios ala expedicin, lo restante de las fuerzas no era ar-

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    mamento ni recurso bastante para la empresa; y estafue la fortuna de los Carchedonios, que por estemedio se libraron de caer bajo el dominio persiano;pues entonces consider Cambises por una parteque no sera razn forzar a la empresa a los Feni-cios, que de buen grado se haban entregado a laobediencia de los Persas, y por otro vio claramenteque la fuerza de su marina dependa de la armadafenicia, no obstante de seguirle en la expedicincontra el Egipto los naturales de Chipre, vasallosasimismo voluntarios de la Persia.

    XX. Apenas llegaron de Elefantina los Ictifa-gos, los hizo partir Cambises para Etiopa, bien in-formados de la embajada que deban de dar, yencargados de los presentes que deban hacer, queconsistan en un vestido de prpura, en un collar deoro, unos brazaletes, un bote de alabastro lleno deungento, y una pipa de vino fenicio. En cuanto alos Etopes a quienes Cambises enviaba dicha em-bajada, la fama que de ellos corre nos los pinta co-mo los hombres ms altos y gallardos del orbe,cuyos usos y leyes son muy distintos de los de lasdems naciones, en especial la que mira propia-mente a la corona, conforme a la cual juzgan que el 14 Los que se alimentan de pescado.

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    ms alto de talla entre todos y el que rena el valor asu estatura debe ser el elegido por rey.

    XXI. Llegados a esta nacin los Ictifagos deCambises al presentar los regalos al soberano15 learengaron en esta forma: Cambises, rey de los Per-sas, deseoso de ser en adelante vuestro buen hus-ped y amigo, nos mand venir para que en sunombre os saludemos, y al mismo tiempo os pre-sentemos de su parte los dones que aqu veis, queson aquellos gneros de que con particular gustosuele usar el mismo soberano para el regalo de sureal persona. El Etope, conociendo desde luegoque los embajadores no eran ms que espas, lesdijo: -Ni ese rey de los Persas os enva con esospresentes para honrarse de ser mi amigo y husped,ni vosotros decs verdad en lo que hablis; pues vo-sotros, bien lo entiendo, vens por espas de mi Es- 15 La capital de este soberano, cercana al pas de los Ictifa-gos situados en las orillas del golfo Arbigo, sera, segnparece, la antigua Auxumts, ahora Ascum, 45 leguas distantedel mar Rojo, a 14 grados de latitud boreal. Slo suponiendoesta parte de Etiopa, la ms distante del Egipto, dividida eindependiente de las dems, podr conciliarse la sencillez deestos Etopes y su ignorancia del uso de prpura, brazaletes,pan, etc., con las conquistas que haban hecho en Egipto losreyes Etopes sin duda de otras provincias, y con la comuni-

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    tado y l nada tiene por cierto de prncipe justo yhombre recto, pues a serlo, no deseara ms imperioque el suyo, ni metiera en sujecin a los pueblos queen nada le han ofendido. Por abreviar, entregarle demi parte este arco que aqu veis, y le daris junta-mente esta mi formal respuesta: El rey de los Eto-pes, aconseja por bien de paz al rey de las Persas,que haga la guerra a los Macrobios, fiado en el n-mero de vasallos en que es superior a aqul; enton-ces cuando vea que sus Persas encorvan arcos deeste tamao con tanta facilidad como yo ahora do-blo este a vuestros ojos; y mientras no vea haceresto a los suyos, de muchas gracias a los dioses,porque no inspiran a los Etopes el deseo de nuevasconquistas para dilatar ms su dominio.

    XXII. Dijo el Etope, y al mismo punto aflojan-do su arco lo entrega a los enviados. Toma despusen sus manos la prpura regalada, y pregunta quvena a ser aquello y cmo se haca: dcenle los Ic-tifagos la verdad acerca de la prpura y su tinte; yl entonces les replica: -Bien va de engao; tan en-gaosos son ellos como sus vestidos y regalos.Pregunta despus qu significa lo del collar y braza-

    cacin tan estrecha que haban tenido con la nacin mscivilizada.

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    letes; y como se lo declarasen los Ictifagos dicien-do que eran galas para mayor adorno de la persona,rise el rey, y luego: -No hay tal, les replica; no meparecen galas sino grillos, y a fe ma que mejores yms fuertes son los que ac tenemos. Tercera vezpregunt sobre el ungento; e informado del modode hacerlo y del uso que tena, repiti lo mismo queacerca del vestido de prpura haba dicho. Perocuando lleg a la prueba del vino, informado antescmo se preparaba aquella bebida, y relamindosecon ella los labios, continu preguntando cul era lacomida ordinaria del rey de Persia y cunto solavivir el Persa que ms viva. Respondironle a loprimero que el sustento comn era el pan, explicn-dole juntamente qu cosa era el trigo de que se ha-ca; y a lo segundo, que el trmino ms largo de lavida de un Persa era de ordinario 80 aos. A lo cualrepuso el Etope que nada extraaba que hombresalimentados con el estircol que llamaban pan vivie-ran tan poco, y que ni aun duraran el corto tiempoque vivan, a no mezclar aquel barro con su tan pre-ciosa bebida, con lo cual indicaba a los Ictifagos elvino, confesando que en ello les hacan ventaja losPersas.

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    XXIII. Tomando de aqu ocasin los Ictifagosde preguntarle tambin cul era la comida y cunlarga la vida de los Etopes, respondiles el rey, queacerca de la vida, muchos entre ellos haba que lle-gaban a los 120 aos, no faltando algunos que al-canzaban a ms; en cuanto al alimento, la carnecocida era su comida y la leche fresca su bebida or-dinaria. Viendo entonces el rey cuanto admirabanlos exploradores una vida de tan largos aos, loscondujo l mismo a ver una fuente muy singular,cuya agua pondr al que se bae en ella ms empa-pado y reluciente que si se untara con el aceite msexquisito, y har despedir de su hmedo cuerpo unolor de viola finsimo y delicado. Acerca de esta rarafuente referan despus los enviados ser de agua tanligera que nada sufra que sobrenadase en ella, nimadera de especie alguna, ni otra cosa ms leve quela madera, pues lo mismo era echar algo en ella, fue-se lo que fuese, que irse a fondo al momento. Y enverdad, si tal es el agua cual dicen, no se pudieraconjeturar que el uso que de ella hacen para todolos Etopes, har que gocen los Macrobios de tanlarga vida? Desde esta fuente, contaban los explora-dores que el rey en persona los llev en derechurahasta la crcel pblica, donde vieron a todos los

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    presos aherrojados con grillos de oro, lo que no esextrao siendo el bronce entre los Etopes el metalms raro y ms apreciado. Vista la crcel, fueron aver asimismo la famosa mesa del sol, segn la lla-man.

    XXIV. Desde ella partieron hacia las sepulturasde aquella gente, que son, segn decan los que lasvieron, una especie de urnas de vidrio, preparadasen la siguiente forma: Adelgazado el cadver y redu-cido al estado de momia, sea por el medio con quelo hacen los Egipcios, sea de algn otro modo, ledan luego una mano de barniz a manera de una ca-pa de yeso, y pintan sobre ella con colores la figuradel muerto tan parecida como pueden alcanzar, y asle meten dentro de un tubo hecho de vidrio en for-ma de columna hueca, siendo entre ellos el vidrioque se saca de sus minas muy abundante y muy fcilde labrar16. De este modo, sin echar de s mal olor,

    16 Este vidrio sacado de las minas, muy diferente sin duda delnuestro, da lugar a muchas conjeturas. mbar no puedeserlo, pues slo es depsito del mar Bltico: con ms vero-similitud se le cree alcohol, de que abunda la Abisinia, o unaespecie de sal de piedra, tierna al excavarla y endurecidadespus al aire. Respecto a las costumbres que atribuye He-rodoto a los Etopes, convienen en parte con las actuales: suamor a la bebida es el mismo; su vida, aunque no tan largaen la actualidad, es favorecida por el clima y por la sencillez

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    ni ofrecer a los ojos un aspecto desagradable, se di-visa al muerto cerrado en su columna transparente,que lo presenta en la apariencia como si estuvieravivo all dentro. Es costumbre que los deudos mscercanos tengan en su casa por un ao estas urnas ocolumnas, ofrecindoles entre tanto las primicias detodo, y hacindoles sacrificios, y que pasado aqueltrmino legtimo las saquen de casa y las coloquenalrededor de la ciudad.

    XXV. Vistas y contempladas estas cosas extraor-dinarias, salieron por fin los exploradores de vueltahacia Cambises, el cual, apenas acabaron de darlecuenta de su embajada, lleno de enojo y furor em-prende de repente la jornada contra Etiopa17. Prn-

    de costumbres y alimentos; y su abundancia en oro es con-firmada por muchos autores, si bien no es menor en Abisiniala del hierro que es quiz el bronce de Herodoto.17 No ser impropio de este lugar reducir a un punto de vistala historia de la antigua Etiopa esparcida por varios escrito-res. El nombre de Etiopa se extenda a los Escitas del Ara-xes, a los rabes de una y otra orilla del Mar Rojo, a losAfricanos de la Libia interior, y a los Abisinios o Etopespropios de quienes nos ocupamos. Descendientes de Habas-chi, hijo de Chus, que pasando el estrecho de Babel Mandeldio el nombre a su nacin y a su pas, estuvieron al principiodivididos en varios reinos, que Plinio hace subir a 45, entrelos cuales eran los ms poderosos los de Meroe y Auxumis,dilatndose el primero hasta la Tebaida; contra el cual, dicen

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    cipe de menguado juicio y de ira desenfrenada, nomanda antes hacer provisin alguna de vveres, ni sedetiene siquiera en pensar que lleva sus armas alextremo de la tierra; oye a los Ictifagos, y sin msespera, emprende desde luego tan larga expedicin,da orden a las tropas griegas de su ejrcito que all leaguardan, y manda tocar a marcha a lo restante desu infantera. Cuando estuvo ya de camino, dispusoque un cuerpo de 50.000 hombres, destacado delejrcito, partiera hacia los Amonios, que al llegar all

    se dirigi la famosa expedicin de Moiss como general deFaraon. No es improbable que la reina de Sab que visit aSalomn fuese soberana a un tiempo de los Egipcios y Eto-pes, y que tuviera de Salomn un hijo de quien descendanlos antiguos reyes de Etiopa. Segn pretenden los Abisinios,hubo tambin en Meroe diversas reinas con el nombre deCandace, de una de las cuales era ministro el eunuco bauti-zado por San Felipe. Reunidos los Etopes en un mismoimperio por Sesostris, que ser acaso el Sesac de la Escritura,tuvieron sus conquistadores, como Zara, derrotado por As,rey de Jud, al frente de un milln de soldados, y como el yaconocido Sabacon, llamado Sua o Taraca en la Biblia, hastaque el Asirio Asaraddon, para vengar la derrota de su padreSenaquerib, se apoder del Egipto y de la Etiopa, donderein tres aos con mucha crueldad. No se sabe ms de losEtopes hasta Cyro, cuyos sucesores solo dominaron algunosEtopes confinantes con Egipto. Ptolomeo Evergetes pene-tr ms tarde hasta Auxumis, y los Romanos entraron algunavez en Etiopa; pero fueron efmeras y nada estables susconquistas.

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    los trataron como a esclavos, y pusiesen fuego alorculo de Jpiter Amon; y l mismo en persona, alfrente del grueso de sus tropas, continu su marchahacia los Etopes. No haban andado todava unaquinta parte del camino que deban hacer, cuando alejrcito se lo acababan ya los pocos vveres que traaconsigo, los que consumidos, se le iban despusacabando los bagajes, de que echaban mano para sunecesario sustento. Si al ver lo que pasaba desistieraentonces, ya que antes no, de su porfa y contuma-cia el insano Cambises, dando la vuelta con su ejr-cito, hubirase portado como hombre cuerdo que sibien puede errar, sabe enmendar el yerro antes co-metido; pero no dando lugar aun a ninguna refle-xin sabia, llevando adelante su intento, ibaprosiguiendo su camino. Mientras que la tropa hallhierbas por los campos, mantvose de ellas. Masllegando en breve a los arenales, algunos de los sol-dados, obligados de hambre extrema, tuvieron queechar suertes sobre sus cabezas, a fin de que uno decada diez alimentase con su carne a nueve de suscompaeros. Informado Cambises de lo que suce-da, empez a temer que iba a quedarse sin ejrcitosi aquel diezmo de vidas continuaba; y al cabo, de-jando la jornada contra los Etopes, y volviendo a

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    deshacer su camino, lleg a Tebas con mucha pr-dida de su gente. De Tebas baj a Memfis y licencia los Griegos, para que embarcndose se restituye-sen a su patria. Tal fue el xito de la expedicin deEtiopa.

    XXVI. De las tropas que fueron destacadascontra los Amonios, lo que de cierto se sabe es, quepartieron de Tebas y fueron conducidas por susguas hasta la ciudad de Oasis, colonia habitada, se-gn se dice, por los Samios de la Fila Escrionia,distante de Tebas siete jornadas, siempre por are-nales, y situada en una regin a la cual llaman losGriegos en su idioma Isla de los Bienaventurados18.Hasta este paraje es fama general que lleg aquelcuerpo de ejrcito; pero lo que despus le sucedi,ninguno lo sabe, excepto los Amonios o los que deellos lo oyeron: lo cierto es que dicha tropa ni llega los Amonios, ni dio atrs la vuelta desde Oasis.Cuentan los Amonios que, salidos de all los solda-dos, fueron avanzando hacia su pas por los arena-les: llegando ya a la mitad del camino que hay entresu ciudad y la referida Oasis, prepararon all su co-

    18 No s por qu los Griegos dieron este nombre al lugardonde se deportaba a los desterrados. La citada Oasis era lamayor de las tres as llamadas.

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    mida, la cual tomada, se levant luego un vientoNoto tan vehemente e impetuoso, que levantandola arena y remolinndola en varios montones, lossepult vivos a todos aquella tempestad, con que elejrcito desapareci: as es al menos como nos lorefieren los Amonios.

    XXVII. Despus que Cambises se hubo restitui-do a Memfis, se apareci a los Egipcios su diosApis, al cual los Griegos suelen llamar Epafo, yapenas se dej ver, cuando todos se vistieron degala y festejronle pblicamente con grandes rego-cijos. Al ver Cambises tan singulares muestras decontento y alegra, sospechando en su interior quenacan de la complacencia que tenan los Egipciospor el mal xito de su empresa, mand comparecerante s a los magistrados de Memfis, y tenindolos asu presencia, les pregunta por qu antes, cuandoestuvo en Memfis, no dieron los Egipcios muestraalguna de contento, y ahora vuelto de su ex-pedicin, en que haba perdido parte de su ejrcito,todo eran fiestas y regocijos. Respondironle llana-mente los magistrados que entonces puntualmenteacababa de aparecrseles su buen dios Apis, quienno se dejaba ver de los Egipcios sino alguna vezmuy de tarde en tarde, y que siempre que se dignaba

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    visitarles su dios solan festejarle muy alegres y ufa-nos por la merced que les haca. Pero Cambises, nobien oda la respuesta, les ech en rostro que men-tan, y aun ms, los conden a muerte por embuste-ros.

    XXVIII. Ejecutada en los magistrados la senten-cia capital, llama Cambises otra vez a los sacerdotes,quienes te dieron cabalmente la misma respuesta yrazn acerca de su dios. Replicles Cambises que sialguno de los dioses visible y tratable se apareciera alos Egipcios, no deba escondrsele a l, ni haba deser el ltimo en saberlo; y diciendo esto, manda alos sacerdotes que le traigan al punto al dios Apis,que al momento le llevaron. Debo decir aqu queeste dios, sea Apis o Epafo, no es ms que un novi-llo cumplido, hijo de una ternera, que no est toda-va en la edad proporcionada de concebir otro fetoalguno ni de retenerlo en el tero: as lo dicen losEgipcios, que a este fin quieren que baje del cielosobre la ternera una rfaga de luz con la cual conci-ba y para a su tiempo al dios novillo. Tiene esteApis sus seales caractersticas, cuales son el colornegro con un cuadro blanco en la frente, una comoguila pintada en sus espaldas, los pelos de la coladuplicados y un escarabajo remedado en su lengua.

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    XXIX. Volvamos a los sacerdotes, que apenasacabaron de presentar a Cambises su dios Apis,cuando aquel monarca, segn era de alocado yfurioso, saca su daga, y queriendo dar al Apis enmedio del vientre, hirele con ella en uno de losmuslos19, y soltando la carcajada, vuelto a lossacerdotes: -Bravos embusteros sois todos, les dice:reniego de vosotros y de vuestros diosesigualmente. Son por ventura de carne y hueso losdioses y expuestos a los filos del hierro? Bravo dioses ese, digno de serlo de los Egipcios y de nadiems. Os juro que no os congratularis de esa mofaque hacis de m, vuestro soberano. Dicho esto,mand inmediatamente a los ministros ejecutoresde sentencias, que dieran luego a los sacerdotesdoscientos azotes sin piedad; y orden tambin queal Egipcio, fuese el que fuese, que sorprendieranfestejando al dios Apis se le diera muerte sindemora. As se les turb la fiesta a los Egipcios,quedaron los sacerdotes bien azotados, y el dios

    19 Antes haba ya Cambises con una conducta poco conside-rada abrasado los templos en Memfis, y quitado de la tumbadel rey Osimandias un crculo de oro de 365 codos, en cuyasuperficie se representaban todos los movimientos de lasconstelaciones del cielo. Los restos escapados de las llamassuban a ms de 300 talentos de oro.

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    Apis, mal herido en un muslo, tendido en su mismotemplo, no tard en espirar, si bien no le falt elltimo honor de lograr a hurto de Cambisessepultura sagrada que le procuraron los sacerdotesvindole muerto de la herida.

    XXX. En pena de este impo atentado, segnnos cuentan los Egipcios, Cambises, antes ya algodemente, se volvi al punto loco furioso. Dio prin-cipio a su violenta mana persiguiendo al prncipeEsmerdis20, hermano suyo de padre y madre, al cualdesterr de su corte de Egipto hacindole volver aPersia, movido de envidia por haber sido aqul elnico que lleg a encorvar cerca de dos dedos elarco etope trado por los Ictifagos, lo que nadie delos Persas haba podido lograr. Retirado a Persia elprncipe Esmerdis, tuyo Cambises entre sueos unavisin en que le pareca ver un mensajero venido dela Persia con la nueva de que Esmerdis, sentado so-bre un regio trono, tocaba al cielo con la cabeza. No

    20 Jenoronte llama a este prncipe Tanasxares, y Justino, Mer-gis, variacin muy usada en los nombres de los prncipesbrbaros, nacida entre los Griegos y Latinos de la diversidadde su lengua con la de los Orientales. Estos fratricidios deprncipes reales, fundados en la mxima de Seneca, non capitregnum duos, eran entre los brbaros muy frecuentes, hastaque el cristianismo y su civilizacin vinieren a destruirlos.

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    necesit ms Cambises para ponerse a cubierto desu sueo con un temerario fratricidio, receloso deque su hermano no quisiese asesinarle con deseosde apoderarse del imperio. Enva lucero a Persia,con orden secreta de matar a su hermano, al priva-do que tena de su mayor satisfaccin, llamado Pre-jaspes, y en efecto, habiendo ste subido a Susa, diomuerte a Esmerdis, bien sacndolo a caza, segnunos, o bien, segn otros, llevndole al marErithreo y arrojndole all al profundo de las aguas.

    XXXI. Este fratricidio quieren que sea la primerade las locuras y atrocidades de Cambises. La segun-da la ejecut bien pronto en una princesa que le ha-ba acompaado al Egipto, siendo su esposa, y almismo tiempo su hermana de padre y madre21. Heaqu cmo sucedi este incestuoso casamiento. En-tre los Persas no haba ejemplar todava de que unhermano hubiese casado jams con su misma her-mana; pero Cambises, criminalmente preso del

    21 Esta hermana a quien mat Cambises en Egipto, se llama-ba Meroe, y su hermana mayor, y mujer tambin suya, eraAtosa. El ejemplo de Cambises abri la puerta a todo gnerode incesto entre los Persas, que cerrando los ojos al horrorde la naturaleza y al grito de la razn, no reconocan paren-tesco alguno, aun en primer grado, que les impidiera el ma-trimonio.

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    amor de una de sus hermanas, a quien quera tomarpor esposa, viendo que iba a hacer en esto una cosanueva y repugnante a la nacin, despus de convo-car a los jueces regios les pregunta si alguna de lasleyes patrias ordenaba que un hermano casara consu hermana querindola tomar por esposa: estosjueces regios o consejeros ulicos son entre los Per-sas ciertos letrados escogidos de la nacin, cuyoempleo suele de suyo ser perpetuo, sino en caso deser removidos en pena de algn delito personal22. Suoficio es ser intrpretes de las leyes patrias y rbitrosen sus decisiones de todas las controversias nacio-nales. Pero ms cortesanos que jueces en la res-puesta dada a Cambises, no protestando menos celode la justicia que atendiendo a su propia convenien-cia, dijeron que ninguna ley hallaban que ordenaseel matrimonio de hermano con hermana, pero sihallaban una que autorizaba al rey de los Persas parahacer cuanto quisiese. Dos ventajas lograban de este

    22 Estos consejeros de Estado, en nmero de siete, pareceque seguan siempre la corte y el soberano, si bien algunosms residiran quiz ya en una, ya en otra provincia del impe-rio, segn la urgencia de los negocios. El despotismo de losmonarcas y la arbitrariedad de los strapas no deba permitiren los jueces tribunales que Jenofonte nos pinta en su Cirope-dia, menos segn la realidad que segn lo que deba ser.

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    modo la de no abrogar la costumbre recibida, te-miendo que Cambises no los perdiera por prevari-cadores, y la de lisonjear la pasin del soberano enaquel casamiento, citando una ley a favor de su des-potismo. Casse entonces Cambises con su herma-na, de quien se haba dejado prendar, y sin quepasara mucho tiempo, tom tambin por esposa aotra hermana, que era la ms joven de las dos, aquien quit la vida habindola llevado consigo en lajornada de Egipto.

    XXXII. La muerte de esta princesa, no menosque la de Esmerdis, se cuenta de dos maneras. Heaqu cmo la cuentan los Griegos: Cambises se en-tretena en hacer reir entre s dos cachorritos, unode len y otro de perro, y tena all mismo a su mu-jer que los estaba mirando. Llevaba el perrillo la pe-or parte en la pelea; pero vindolo otro perrillo suhermano, que estaba all cerca atado, rota la prisin,corri al socorro del primero, y ambos unidos pu-dieron fcilmente vencer al leoncillo. Dio muchogusto el espectculo a Cambises, pero hizo saltar laslgrimas a su esposa, que estaba sentada a su lado.Cambises, que lo nota, pregntale por qu llora, a loque ella responde que al ver salir el cachorro a ladefensa de su hermano, se le vino a la memoria el

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    desgraciado Esmerdis, y que esta triste idea, juntocon la reflexin de que no haba tenido el infelizquien por l volviese, le haba arrancado lgrimas.Esta vehemente rplica, segn los Griegos, fue elmotivo por qu Cambises la hizo morir. Pero losEgipcios lo refieren de otro modo: sentados a lamesa Cambises y su mujer, iba sta quitando una auna las hojas a una lechuga: preguntndole despusa su marido cmo le pareca mejor la lechuga, des-nuda como estaba, o vestida de hojas como antes, yrespondindole Cambises que mejor le pareca ves-tida: -Pues t, le replica su hermana, has hecho conla casa de Cyro lo que a tu vista acabo de hacer conesta lechuga, dejndola desnuda y despojada. Enfu-recido Cambises, dile all de coces, y subindoselesobre el vientre, hizo que abortara y que de resultasdel aborto muriera.

    XXXIII. A tales excesos de inhumano furor eimpa locura contra los suyos se dej arrebatarCambises, ora fuese efecto de la venganza de Apis,ora de algn otro principio, pues que entre loshombres suelen ser muchas las desventuras y variaslas causas de donde dimanan. No tiene duda que sedice de Cambises haber padecido desde el vientrede su madre la grande enfermedad de gota coral, a

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    quien llaman algunos morbo sagrado: qu muchofuera, pues, que de resultas de tan grande enferme-dad corporal hubiera padecido su fantasa y trastor-ndose su razn?

    XXXIV. Adems de sus deudos, enfurecisetambin contra los dems Persas el insano Cambi-ses, segn harto lo manifiesta lo que, como dicen,sucedi con Prejaspes, su ntimo privado, intro-ductor de los recados, mayordomo de sala, cuyohijo era su copero mayor, empleo de no poca estimaen palacio. Hablle, pues, Cambises en esta forma:-Dime, Prejaspes: qu concepto tienen formadode m los Persas? con qu ojos me miran? qu di-cen de m? -Grandes son, seor, respondi Prejas-pes, los elogios que de vos hacen los Persas; solouna cosa no alaban, diciendo que gustis algo delvino. Apenas hubo dicho esto acerca de la opininde los Persas, cuando fuera de s de clera, replicleCambises: -Y eso es lo que ahora me objetan?eso dicen de m los Persas, que tomado del vinopierdo la razn? Mentan, pues, en lo que antes de-can. Con estas palabras aluda Cambises a otrocaso antes acaecido: hallndose una vez con sus mi-nistros y consejeros, y estando tambin Creso en laasamblea de los Persas, preguntles el rey cmo

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    pensaban de su persona y si le miraban los vasallospor igual a su padre Cyro. Respondironle sus con-sejeros que haca ventajas aun a Cyro, cuyos domi-nios no solo conservaba en su obediencia, sino queles haba aadido las conquistas del Egipto y de lascostas del mar. Creso, presente a la junta y pocosatisfecho de la respuesta que oa de boca de losPersas, vuelto hacia Cambises le dijo: -Pues a mno me parecis, hijo del gran Cyro, ni igual ni seme-jante a vuestro padre, cuando todava no nos habissabido dar un hijo tal y tan grande como Cyro noslo supo dejar en vos. Cay en gracia a Cambises lafina lisonja de Creso, y celebrla por discreta.

    XXXV. Haciendo, pues, memoria de este sucesoanterior, Cambises, lleno entonces de enojo, conti-nu su dilogo con Prejaspes. -Aqu mismo, pues,quiero que veas con tus ojos si los Persas aciertan odesatinan en decir que pierdo la razn. He aqu laprueba que he de hacer: voy a disparar una flechacontra tu hijo, contra ese mismo que est ah en miantesala: si le diere con ella en medio del corazn,ser seal de que los Persas desatinan; pero si no laclavare en medio de l, yo mismo me dar por con-vencido de que aciertan en lo que de m dicen, y queyo soy el que no atino. Dice, apunta su arco, y tira

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    contra el mancebo: cae ste, y mndale abrir Cambi-ses para registrar la herida. Apenas hall la flechabien clavada en medio del corazn, dio una grancarcajada, y habl as con el padre del mancebo,presente all a la anatoma del hijo: -No ves clara-mente, Prejaspes, que no soy yo quien, perdido eljuicio, no atina, sino los Persas los que van fuera detino y razn? Y si no, dime ahora: viste jams otroque as sepa dar en el blanco, como yo he sabidodarle en medio del corazn? Bien conoci Prejas-pes que estaba el rey totalmente fuera de s, y teme-roso de que no convirtiera contra l mismo sufuror: Seor, le dice, os juro que la mano misma deDios no pudo ser ms certera. No hubo ms porentonces; pero despus, en otro sitio y ocasin, hizoel furioso Cambises otra barbarie semejante condoce Persas principales, mandndolos enterrar vivosy cabeza abajo, sin haber ellos dado motivo en cosade importancia.

    XXXVI. Viendo, pues, Creso el Lydio los atro-ces desafueros que iba cometiendo Cambises, pare-cile sera bien darle un aviso, y as abocndose conl: -Seor, le dice, no conviene soltar la rienda a ladulce ira de la juventud, antes es mejor tirarla, re-primindoos a vos mismo. Bueno es prever lo que

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    pueda llegar, y mejor aun prevenirlo, vos, seor,dais la muerte a muchos hombres, la dais tambin aalgunos mozos vuestros, sin haber sido antes halla-dos reos, ni convencidos de culpa alguna notable:los Persas quiz, si continuis en esa conducta, se ospodrn sublevar. Me perdonaris esta libertad quetomo en atencin a que Cyro, vuestro padre, con lasmayores veras, me encarg que cuando lo juzgasenecesario os asistiese con mis prevenciones y avi-sos. Aconsejbale Creso con mucho amor y corte-sa; pero Cambises le contest con esta insolencia:-Y t, Creso, tienes osada de avisar y aconsejar aCambises? t que tan bien supiste mirar por tu casay corona; t que tan buen expediente diste a mi pa-dre, aconsejndole que pasara el Arixes contra losMasagetas cuando queran pasar a nuestros domi-nios? Dgote que con tu mala poltica te perdiste ati, juntamente con tu patria, y con tu elocuencia en-gaaste a Cyro y acabaste con la vida de mi padre.Pero ya es tiempo que no te felicites ms por ello,pues mucho hace ya que con un pretexto cualquieradebiera yo haberme librado de ti. No bien acaba dehablar en este tono, cuando va por su arco para dis-pararlo contra Creso; pero ste, anticipndosele, salecorriendo hacia fuera. Cambises, viendo que no

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    puede alcanzarle ya con sus flechas, ordena a gritosa sus criados que cojan y maten a aquel hombre;pero ellos, que tenan bien conocido a su amo, yprofundamente sondeado su variable humor, toma-ron el partido de ocultar entretanto a Creso. Su miraera cauta y doble, o bien para volver a presentar aCreso vivo y salvo, en caso de que Cambises arre-pentido lo echara menos, esperanzados de ganarentonces albricias por haberle salvado, o bien dedarle muerte despus, caso de que el rey, sin mos-trar pesar por su hecho, no deseara que Creso vivie-se. No pas, en efecto, mucho tiempo sin queCambises deseara de nuevo la compaa y gracia deCreso; sabenlo los familiares, y le dan alegres lanueva de que tenan vivo a Creso todava. Muchome alegro, dijo Cambises al oirlo, de la vida y saludde mi buen Creso; pero vosotros que me lo habisconservado vivo no os alegrareis por ello, pues pa-gareis con la muerte la vida que le habis dado. Ycomo lo dijo lo ejecut.

    XXXVII. De esta especie de atentados, no me-nos locos que atroces, hizo otros muchos Cambises,as con sus Persas, como con los aliados de la coro-na en el tiempo que se detuvo en Memfis, dondecon nota de impo iba abriendo los antiguos mo-

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    numentos y diciendo mil gracias insolentes y dono-sas contra las momias egipcias. Entonces fue tam-bin cuando entr en el templo de Vulcano, y sedivirti en l, haciendo burla y mofa de su dolo,tomando ocasin de su figurilla, muy parecida enverdad a los dioses Pataicos fenicios que en las proasde sus naves suelen llevar los de Fenicia. Estos dio-ses, por si acaso alguno jams los vio, voy a dibu-jarlos aqu en un rasgo slo, con decir que son unosmuecos u hombres pigmeos. Quiso asimismoCambises entrar en el templo de los Cabiros23, don-de nadie ms que a su sacerdote es lcita la entrada;con cuyas estatuas tuvo mucho que reir y mofar,haciendo despus del escarnio que las quemaran.Estas estatuas vienen a ser como la de Vulcano, dequien se dice son hijos los Cabiros.

    XXXVIII. Por fin, para hablar con franqueza,Cambises me parece a todas luces un loco insensa-to; de otro modo, cmo hubiera dado en la ridculamana de escarnecer y burlarse de las cosas sagradasy de los usos religiosos? Es bien notorio lo siguien-te: que si se diera eleccin a cualquier hombre del 23 No es posible sacar a estos dioses del caos de la mitologa,ni dar razn de su nombre, procedencia y nmero, a menos

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    mundo para que de todas las leyes y usanzas esco-giera para s las que ms le complacieran, nadie ha-bra que al cabo, despus de examinarlas y regis-trarlas todas, no eligiera las de su patria y nacin.Tanta es la fuerza de la preocupacin nacional, y tancredos estn los hombres que no hay educacin, nidisciplina, ni ley, ni moda como la de su patria. Porlo que parece que nadie sino un loco pudiera burlar-se de los usos recibidos de que se burlaba Cambises.Dejando aparte mil pruebas de que tal es el senti-miento comn de los hombres, mayormente en mi-ra a las leyes y ceremonias patrias, el siguiente casopuede confirmarlo muy sealadamente. En ciertaocasin hizo llamar Daro a unos Griegos, sus vasa-llos, que cerca de s tena, y habiendo comparecidoluego, les hace esta pregunta: -cunto dinero queranpor comerse a sus padres al acabar de morir.-Respondironle luego que por todo el oro delmundo no lo haran. Llama inmediatamente des-pus a unos indios titulados Ca'atias, entre los cualeses uso comn comer el cadver de sus propios pa-dres: estaban all presentes los Griegos, a quienes unintrprete declaraba lo que se deca: venidos los In-

    que se les tome por compaeros de Vulcano, padre de losherreros, venidos de Fenicia a varios lugares de la Grecia.

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    dios, pregunta Daro cunto queran por permitirque se quemaran los cadveres de sus padres; y ellosluego le suplican a gritos que no dijera por los dio-ses tal blasfemia. Tanta es la prevencin a favor deluso y de la costumbre! De suerte, que cuando Pn-daro hizo a la costumbre rbitra y dspota de la vi-da, habl a mi juicio como filsofo ms que comopoeta.

    XXXIX. Pero dejando reposar un poco al furio-so Cambises, al mismo tiempo que haca su expedi-cin contra el Egipto, emprendan otra losLacedemonios hacia Samos24 contra Polcrates, hijo

    24 La isla de Samos, separada del Asia menor por un estrechode mil pasos de ancho, situada entre el grado 38 y 39 de la-titud, y de unas 81 millas de circuito, poblada desde el prin-cipio por Macareo, hijo de Eolo, ocupada despus por losCarios, y conquistada por los Jonios en tiempo de Roboam,fue una de las ms clebres de Grecia. Su gobierno sera an-tiguamente monrquico, pues se hace memoria, no slo deMacareo, Tembrio y Procles, antiguos posesores de la isla,sino tambin del rey Amficrates, anterior a la edad de Com-bises. Prevaleci despus la democracia en tiempo de Cresoy de Cyro, de quienes nunca fueron vasallos los Samios, muypoderosos por mar y opulentos comerciantes; pero a la de-mocracia sucedi la oligarqua de los gemoros, o de algunosnobles que repartindose los campos gobernaron la isla conuna especie de Senado, hasta que fueron todos degolladospor el pueblo; el cual no recobr su libertad sino para recaeren manos del general Silosonte, y poco despus de la muerte

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    de Eaces, que en aquella isla se haba levantado. Alprincipio de su tirana, dividido en tres partes elEstado, reparti una a cada uno de sus dos herma-nos; pero poco despus reasumi el mando de laisla entera, dando muerte a Pantagnoto, uno deellos, y desterrando al otro, Silosonte, el ms jovende los tres. Dueo ya nico y absoluto del Estado,concluy un tratado pblico de amistad y confede-racin con Amasis, rey de Egipto, a quien hizo pre-sentes y de quien asimismo los recibi. En muypoco tiempo subieron los asuntos de Polcrates a talpunto de fortuna y celebridad, que as en Jonia co-mo en lo restante de Grecia, se oa slo en boca detodos el nombre de Polcrates, observando que noemprenda expedicin alguna en que no le acompa-ase la misma felicidad. Tena, en efecto, una arma-da naval de 100 pentecnteros, y un cuerpo de milalabarderos a su servicio; atropellbalo todo sin res-petar a hombre nacido; siendo su mxima favoritaque sus amigos le agradeceran ms lo restituido quelo nunca robado. Apoderse a viva fuerza de mu-chas de las islas vecinas, y de no pocas plazas delcontinente. En una de sus expediciones, ganada una

    de ste, en las de Eaces, quien dej el mando a su hijo Pol-crates, 531 aos antes de Jesucristo.

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    victoria naval a los Lesbios, los cuales haban salidocon todas sus tropas a la defensa de los de Mileto,los hizo prisioneros, y cargados de cadenas les obli-g a abrir en Samos el foso que cie los muros de laplaza.

    XL. Entretanto, Amasis no miraba con indife-rencia la gran prosperidad de Polcrates su amigo,antes se informaba con gran curiosidad del estadode sus negocios; y cuando vio que iba subiendo depunto la fortuna de su amigo, escribi en un papelesta carta y se la envi en estos trminos25: -Amasisa Polcrates. -Por ms que suelan ser de gran con-suelo para el hombre las felices nuevas que oye delos asuntos de un husped y amigo suyo, con todo,no me satisface lo mucho que os lisonjea y halaga lafortuna, por cuanto s bien que los dioses tienen supoco de celos o de envidia. En verdad prefiriera yo

    25 Si no es este realmente el ejemplar de la carta de Amasis, oun extracto del discurso de Solon con Creso, est en ella per-fectamente imitada la simplicidad majestuosa de los antiguossoberanos. Sus mximas, aunque fundadas en los errores delfatalismo y de la envidia que se atribuye a los dioses, podrnser ciertas aplicndolas a la infalibilidad con que se cumplenlos divinos decretos, una vez previstos, pero no violentadoslos actos de nuestro libre albedro, y a la insolencia injuriosa,compaera de una larga prosperidad, con que suele obcecara los prncipes la justicia divina.

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    para m, no menos que para las personas que deveras estimo, salir a veces con mis intentos, y a ve-ces que me saliesen frustrados, pasando as la vidaen una alternativa de ventura y desventura, queverlo todo llegar prsperamente. Dgote esto, por-que te aseguro que de nadie hasta ahora o decir quedespus de haber sido siempre y en todo feliz, a lapostre no viniera al suelo estrepitosamente con todasu dicha primera. S, amigo, creme ahora, y tomade m el remedio que voy a darte contra los engao-sos halagos de la fortuna. Ponte slo a pensar cules la cosa que ms estima te merece, y por cuya pr-dida ms te dolieras en tu corazn: una vez hallada,aprtala lejos de ti, de modo que nunca jams vuelvaa parecer entre los hombres. Aun ms te dir: que sipracticada una vez esta diligencia no dejara de per-seguirte con viento siempre en popa la buena suer-te, no dejes de valerte a menudo de este remedioque aqu te receto.

    XLI. Ley Polcrates la carta, y se hizo cargo dela prudencia del aviso que le daba Amasis; y po-nindose luego a discurrir consigo mismo cul desus alhajas sintiera ms perder, hall que sera sinduda un sello que sola siempre llevar, engastado enoro y grabado en una esmeralda, pieza trabajada por

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    Teodoro el Samio, hijo de Telecles. Al punto mis-mo, resuelto ya a desprenderse de su sello querido,escoge un medio para perderlo adrede, y mandandoequipar uno de sus pentecnteros, se embarca en l,dando orden de engolfarse en alta mar, y lejos ya dela isla, quitase el sello de su mano a vista de toda latripulacin, y arrojndolo al agua, manda dar lavuelta hacia el puerto, volviendo a casa triste y me-lanclico sin su querido anillo.

    XLII. Pero al quinto o sexto da de su prdidavoluntaria le sucedi una rara aventura. Habiendocogido uno de los pescadores de Samos un pescadotan grande y exquisito que le pareca digno de pre-sentarse a Polcrates, va con l a las puertas de pala-cio, diciendo querer entrar a ver y hablar aPolcrates su seor. Salido el recado de que entrase,entra alegre el pescador, y al presentar su regalo:-Seor, le dice, quiso la buena suerte que cogieraese pescado que ah veis, y mirndolo desde luegopor un plato digno de vuestra mesa, aunque vivo deeste oficio y trabajo de mis manos, no quise sacar ala plaza este pez tan regalado; tened, pues, a bienrecibir de m este regalo. Contento Polcrates conla bella y simple oferta del buen pescador, le res-pondi as Has hecho muy bien, amigo; dos place-

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    res me haces en uno, hablndome como me hablas,y regalndome como me regalas con ese pescadotan raro y precioso: quiero que seas hoy mi convi-dado26. Pinsese cun ufano se volvera el pescadorcon la merced y honra que se le haca. Entretanto,los criados de Polcrates al aderezar y partir el pes-cado, hallan en su vientre el mismo sello de su amopoco antes perdido. No bien lo ven y reconocen,cuando muy alegres por el hallazgo, van con l y lopresentan a Polcrates, dicindole dnde y cmo lohaban hallado. A Polcrates pareci aquella aventu-ra ms divina que casual, y despus de haber notadocircunstanciadamente en una carta cuanto habapracticado en el asunto y cuanto casualmente le ha-ba acontecido, la envi a Egipto.

    XLIII. Ley Amasis la carta que acababa de lle-garle de parte de Polcrates, y por su contenido co-noci luego y vio estar totalmente negado a unhombre librar a otro del hado fatal que amenaza sucabeza, acabndose entonces de persuadir que Pol-crates, en todo tan afortunado que ni aun lo queabandonaba perda, vendra por fin al suelo consigo 26 Polcrates conservaba al parecer, contra lo que sucede ge-neralmente, aquella afectacin de familiaridad con el pueblo,

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    y con toda su dicha. Por efecto de la carta hizoAmasis entender a Polcrates, por medio de un em-bajador enviado a Samos, que anulando los tratadosrenunciaba a la amistad y hospedaje pblico que conl tena ajustado; en lo cual no era otra su mira sinola de conjurar de antemano la pesadumbre que sinduda sintiera mucho mayor en su corazn si vinieraa descargar contra Polcrates el ltimo y fatal golpeque la fortuna le tena guardado, siendo todava suhusped y pblico amigo.

    XLIV. Contra este hombre en todo tan afortu-nado hacan una expedicin los Lacedemonios, co-mo antes deca, llamados al socorro por ciertosSamios mal contentos de su tirano, quienes algntiempo despus fundaron en Creta la ciudad de Ci-donia. El origen de esta guerra fue el siguiente: noti-cioso Polcrates de la armada que contra el Egiptoiba juntando Cambises, hijo de Cyro, pidile porfavor, envindole a este fin un mensajero, que tuvie-ra a bien despachar a Samos una embajada que loconvidase a concurrir tambin con sus tropas a lajornada. Recibido este aviso, Cambises destingustoso un enviado a Samos pidiendo a Polcrates

    aquella afabilidad y bizarra en convites y en servicios que lehaban conducido al mando, ganndole el aura popular.

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    quisiera juntar sus naves con la armada real que seaprestaba contra el Egipto. Polcrates, que llevabamuy estudiada la respuesta, entresacando de entresus paisanos aquellos de quienes sospechaba estardispuestos para alguna sublevacin, los envi en 40galeras a Cambises, suplicndole no volviera a remi-trselos a su casa.

    XLV. Dicen algunos sobre el particular, que nollegaron a Egipto los Samios enviados y vendidospor Polcrates, sino que estando ya de viaje en lasaguas del mar Caspio acordaron no pasar adelanteen una reunin que entre s tuvieron, recelosos dela mala fe del tirano. Cuentan otros que llegados yaal Egipto, observando que all se les ponan guar-dias, huyeron secretamente, y que de vuelta a Sa-mos, Polcrates, salindoles a recibir con sus naves,les present la batalla, en la cual, quedando victorio-sos los que volvan del Egipto, llegaron a desembar-car en su isla, de donde se vieron obligados anavegar hacia Lacedemonia; vencidos por tierra enuna segunda batalla. Verdad es que no falta quiendiga que tambin por tierra salieron vencedores dePolcrates en el segundo combate los Samios recinvueltos del Egipto; pero no me parece probable,cualquiera que sea quien lo afirme. Pues si as hu-

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    biera sucedido, que necesidad tuvieran los restitui-dos a Samos de llamar en su ayuda a los Lacedemo-nios, siendo por s bastantes para hacer frente yderrotar a Polcrates? Y por otra parte, qu raznpersuade que por un puado de gente recin vueltade su viaje pudiera ser vencido en campo de batallaun tirano que adems de la mucha tropa asalariadapara su defensa tena gran nmero de flecheros porguardias de su casa y persona? tanto ms, cuanto altiempo de darse la batalla, sbese que Polcrates te-nia encerrados en el arsenal a los hijos y mujeres delos dems Samios fieles, estando todo a punto parapegar fuego al arsenal y abrasar vivas todas aquellasvctimas en l encerradas, caso de que sus Samios sepasaran a las filas y al partido de los que volvan dela expedicin de Egipto.

    XCVI. Llegados a Esparta los Samios echados dela isla por el tirano Polcrates, y presentados ante losmagistrados como hombres reducidos al extremode miseria y necesidad, hicieron un largo discursopidiendo se les quisiera socorrer. Respondieron losmagistrados en aquella primera audiencia, ms a loburlesco que a lo lacnico, que no recordaban ya elprincipio, ni haban entendido el fin de la arenga.En otra segunda audiencia que lograron los Samios,

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    sin cuidarse de retrica ni discursos, presentando avista de todos sus alforjas, slo dijeron que estabanvacas y pedan algo por caridad. A lo cual se lesrespondi, que harto haba con presentar vacas lasalforjas, sin ser menester que pidiesen por caridad; yse resolvi darles socorro.

    XLVII. Hechos en efecto los preparativos,emprendieron su expedicin contra Samos, con lamira, segn dicen los Samios, de pagarles elbeneficio que de ellos haban antes recibido losLacedemonios, cuando con sus naves lessocorrieron contra los Mesenios; aunque si estamosa lo que los mismos Lacedemonios aseguran, notanto pretendan en aquella jornada vengar a los queles pedan socorro, como vengarse de dos presasque se les haban hecho, una de cierta copagrandiosa que enviaban a Creso27, otra de unprecioso coselete que les enviaba por regalo Amasis,rey de Egipto, el cual los Samios habaninterceptado en sus pirateras un ao antes derobarles la copa regalada a Creso. Era aquel petouna especie de tapiz de lino entretejido con muchasfiguras de animales y bordado con hilos de oro y decierta lana de rbol, pieza en verdad digna de verse y

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    admirarse, as por lo dicho como particularmentepor contener el urdimbre de cada lizo, no obstantede ser muy sutil, 360 hilos, todos bien visibles ynotables28. Igual a este es el peto que el mismoArriasis consagr en Lindo a Minerva.

    XLVIII. Con mucho empeo concurrieron losCorintios a que se efectuase dicha expedicin a Sa-mos, resentidos contra los Samios, de quienes unaera antes de esta expedicin, y al tiempo mismo enque fue robada la mencionada copa a los Lacede-monios, haban recibido una injuria con el siguientemotivo. Periandro, hijo de Cipselo, enviaba a Sardesal rey Aliates 300 nios tomados de las primerasfamilias de Corcira, con el destino de ser reducidosa la condicin de eunucos. Habiendo de caminotocado en Samos los Corintios que conducan a losdesgraciados nios, informados los Samios del mo-tivo y destino con que se los llevaba a Sardes, lo

    27 Vase lib, 1., pr. LXX.28 Concuerda Plinio con Herodoto en la descripcin de estepeto y de la lana de que era formado, producto del arbustodel algodn que se cra en los confines del Egipto con laArabia; pero no acierta en atribuir a Alejandra el primer usode las telas de hilos de varios colores, conocidas ya desdeJos, hijo de Jacob, y a Atalo la invencin del brocado o telaentretejida con hilos de oro, que vemos usados ya en el petode Amasis.

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    primero que con ellos hicieron fue prevenirles quese refugiasen al templo de Diana. Refugiados all losnios, no permitiendo, por una parte los Samios alos Corintios que se les sacase del asilo con violen-cia, ni consintiendo, por otra, los Corintios a aque-llos que llevasen de comer a los refugiados,discurrieron los Samios para socorrer a los niosinstituir cierta fiesta que se celebra todava del mis-mo modo. Consista en que venida la noche, todo eltiempo que los nios se mantuvieron all refugiados,las doncellas y mancebos de Samos armaban suscoros y danzas, introduciendo en ellas la costumbrede llevar cada cual su torta hecha con miel, de for-ma que pudieran tomarla los nios, que en efecto latomaban para su sustento. Dilatse tanto la fiesta,que al cabo, cansadas de aguardar en vano las guar-dias corintias, se retiraron de la isla, y los Samiosrestituyeron a Corcira aquella tropa de nios sincastrar29.

    XLIX. Bien veo que si muerto Periandro hubie-ran corrido los Corintios en buena armona con los 29 Los Asirios y Babilonios fueron verosmilmente los prime-ros autores del eunuquismo, pues antes de los Persas lo ve-mos ya usado en los palacios Lydios y Medos: barbarie cruely afeminacin indigna que se imita escandalosamente enItalia para dar buenas voces a los conciertos y teatros.

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    naturales de Corcira, no hubiera sido bastante lapasada injuria para que tanto favorecieran aquellosla jornada de Samos. Mas, por desgracia, los dospueblos desde que la isla se pobl30 nunca han po-dido tener un da de paz y sosiego: y as es que losCorintios deseaban tomar venganza de los de Sa-mos por la injuria referida. Por lo que toca a Pe-riandro, el motivo que le movi a enviar a Sardeslos nios escogidos y sacados de entre los principa-les vecinos de Corcira para que fuesen hechos eu-nucos, fue el deseo de vengarse de un atentadomayor que contra l haban cometido aquellos natu-rales.

    L. Para declarar el hecho, debe saberse quedespus que Periandro quit la vida a su mismaesposa Melisa, quiso el destino que tras aquellacalamidad le sucediese tambin otra domstica.Tena en casa dos hijos habidos en Melisa, los dosaun mancebos, uno de 16 y otro de 18 aos deedad. Habindolos llamado a su corte su abuelo

    30 Es incierta la poca en que los Corintios enviaron sus co-lonias a Corf, aunque debi ser posterior a Hornero, quienla llama en su Odisea Scheria, la tierra de los Facos, sin hacermencin de Egnecrates, conductor de la colonia.

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    materno, Procles, seor de Epidauro31, los recibicon mucho cario y los agasaj como convena ycomo suelen los abuelos a sus nietos. Al tiempo devolverse los jvenes a Corinto, habiendo salidoProcles acompandolos por largo trecho, les dijoestas palabras al despedirse: -Ah, hijos mos, si sa-bis acaso quin mat a vuestra madre! El mayorno hizo alto en aquella expresin de despedida; peroal menor, llamado Licofron, le impresion de talmodo, que vuelto a Corinto, ni saludar quiso a supadre, que haba sido el matador, ni responder aninguna pregunta que le hiciera; llegando a talpunto, que Periandro, lleno de enojo, ech al hijofuera de su casa.

    LI. Echado su hijo menor, procur Periandrosaber del mayor lo que les haba dicho y prevenidosu abuelo materno. El mozo, sin acordarse de ladespedida de Procles, a que no haba particular-mente atendido, dio cuenta a su padre de las de-mostraciones de cario con que haban sidorecibidos y tratados por el abuelo; pero replicndolePeriandro que no poda menos de haberles aquelsugerido algo ms, y porfiando mucho al mismo

    31 Ciudad de la Argolida, quiz Pigiada hoy da, clebre por eltemplo de Esculapio.

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    tiempo en querer saberlo todo puntualmente, hizopor fin memoria el hijo de las palabras que us conellos el abuelo al despedirse y las refiri a su padre.Bien comprendi Periandro lo que significaba aque-lla despedida; mas con todo nada quiso aflojar delrigor que usaba con su hijo, sino que, enviando or-den al dueo de la casa donde se haba refugiado, leprohibi darle acogida en ella. Echado el joven desu posada, se acogi de nuevo a otra, de donde porlas amenazas de Periandro y por la orden expresapara que de all se le sacara, fue otra vez arrojado.Despedido segunda vez de su albergue, fuese a gua-recer a casa de unos amigos y compaeros suyos,quienes no sin mucho miedo y recelo, al cabo porser hijo de Periandro, resolvieron darle acogida.

    LII. Por abreviar la narracin, mand Periandropublicar un bando para que nadie admitiera en sucasa a su hijo ni le hablara palabra, so pena de ciertamulta pecuniaria que en l se impona, pagadera altemplo de Apolo. En efecto, publicado ya este pre-gn, nadie hubo que le quisiera saludar ni menosrecibir en su casa, mayormente cuando el mismojoven por su parte no tena por bien solicitar a nadiepara que contraviniera al edicto de su padre, sinoque sufriendo con paciencia la persecucin paterna,

  • L O S N U E V E L I B R O S D E L A H I S T O R I A

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    viva bajo los portales de la ciudad, andando deunos a otros. Cuatro das haban ya pasado, y vin-dole el mismo Periandro transido de hambre, desfi-gurado y sucio, no le sufri ms el corazn tratarlecon tanta aspereza; y as, aflojando su rigor, se leacerc, y le habl de esta manera: -Por vida de losdioses, hijo mo! cundo acabars de entender loque mejor te est, si el verte en la miseria en que tehallas, o tener parte en las comodidades del princi-pado que poseo, solo con mostrarte dcil y obe-diente a tu padre? Es posible que siendo t hijomo y seor de Corinto, la rica y feliz, te afirmes entu obstinacin, y ciego de enojo contra tu mismopadre, a quien ni la menor sea de disgusto debierasdar en tu semblante, quieras a pesar mo vivir cualpordiosero? No consideras, nio, que si algunadesgracia hubo en nuestra casa, de resultas de la cualme miras sin duda con tan malos ojos, yo soy el quellev la peor parte de aquel mal, y que pago ahoracon usura la culpa que en ello comet? Al presentebien has podido experimentar cunto ms vale en-vidia que compasin, tocando a un tiempo con lasmanos los inconvenientes de enemistarte con lostuyos y con tus mayores y de resistirles tenazmente.Ea, vamos de aqu, y al palacio en derechura. As se

  • H E R O D O T O D E H A L I C A R N A S O

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    explicaba Periandro con el obstinado mancebo; pe-ro el hijo no dio a su padre ms respuesta, que de-cirle pagase luego a Apolo la multa en que acababade incurrir por haberle hablado. Con esto vio cla-ramente Periandro que haba llegado al extremo elmal de su hijo, ni admita ya cura ni remedio, y de-terminado desde aquel punto a apartarlo de susojos, embarcndole en una nave l