los museos como dispositivos de desterritorialización

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  • 7/25/2019 Los Museos Como Dispositivos de Desterritorializacin

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    h t t p : / / w w w . r e v i s t a s . u n p . e d u . a r / i n d e x . p h p / t e x t o s y c o n t e x t o s

    T e x t o s y C o n t e x t o s d e s d e e l s u r , N 3 , V o l I I ( 1 ) , j u l i o 2 0 1 52 7

    L o s m u s e o s c o m o

    d i s p o s i t i v o s d e d e s t e r r i t o r i a l i z a c i n :

    e l c a s o d e l M u s e o L e l e q u e

    The museums as deterritorialization

    devices: the case of the Leleque Museum

    C r i s t i a n H e r m o s i l l a R i v e r a

    UNPSJB

    c r i s t i a n h e r m o @ y a h o o . c o m . a r

    R e s u m e n

    El museo se fue consolidando como institucin consagrada a la ciencia a lo largo delsiglo XIX y puede decirse que su propsito ha sido mucho ms complejo que el dedarle un orden histrico, evolutivo o taxonmico a los diversos saberes, objetos y ele-mentos del mundo colonizado. Han simbolizado, tal como el Museo de Ciencias Na-turales de La Plata, el triunfo de quienes lo construyen, es decir, de las clasesdirigentes nacionales y regionales, de la modernidad eurocntrica, del progreso,

    permitiendo la exhibicin de un pasado primitivo, brbaro y/o atrasado que yaha sido necesariamente superado.

    En este sentido, el museo se ha convertido en un dispositivo poltico de exce-lencia que ha justificado el despojo material y cultural de las subalternidades, deste-rritorializando y reterritorializando lo no deseado, lo inconveniente, transfor-mndose en autoridad intelectual para negociar los lmites socio-polticos externos einternos del Estado nacin. En este marco, el trabajo propone problematizar el roldel Museo Leleque en Patagonia, en tanto herramienta ideolgica que reconstruye unpasado geo-histrico y que legitima la actual conformacin jurdica y poltica del te-

    rritorio, el cual desconoce, entre otros, los derechos ancestrales de los pueblos origi-narios en la regin.

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

    U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e l a P a t a g o n i a S a n J u a n B o s c o

    P a l a b r a s c l a v e :

    museo, desterritorializacin, Patagonia, poder

    A b s t r a c t

    The museum has been consolidated as an institution devoted to the science throug-hout the nineteenth century, and it may be said that its purpose has been much morecomplex than to give a historical, evolutionary or taxonomic order to the various co-llections of objects and elements. The museum has symbolized, as the Museum ofNatural Sciences in La Plata, the triumph of those who built it, that is to say, of thenational and regional ruling classes, the Eurocentric modernity, of the progress,allowing the display of a "primitive", "barbaric" and/or "backward" past, that has al-ready been necessarily overcome.

    In this sense, the museum has become a political device of excellence that hasjustified the material and cultural despoil of the subalterns, deterritorializing and re-territorializing the unwanted and the inconvenient. The museum has become an in-tellectual authority to negotiate the internal and external socio-political limits of anation-state. In this framework, the work proposes to problematize the role of theLeleque Museum in the Patagonia, both as an ideological tool that reconstructs ageo-historical past and that legitimates the current legal and political make-up of theterritory, which unknowns among others, the ancestral rights of the natives in the re-gion.

    K e y W o r d s :

    museum, deterritorialization, Patagonia, power

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    I n t r o d u c c i n

    El museo se fue consolidando como ins-titucin consagrada a la ciencia a lo lar-

    go del siglo XIX y puede decirse que supropsito ha sido mucho ms complejoque el de darle un orden histrico, evo-lutivo o taxonmico a los diversos sabe-res, objetos y elementos del mundocolonizado. En este sentido, el museo seha convertido en un dispositivo polticode excelencia, ya que ha justificado eldespojo material y cultural de las subal-ternidades, desterritorializando y rete-rritorializando lo no deseado, lo incon-

    veniente; transformndose en autoridadintelectual para negociar los lmites so-cio-polticos externos e internos del Es-tado nacin.

    A partir de las ltimas dcadas delsiglo XX, la regin patagnica (como astambin gran parte de Latinoamrica)ha sido testigo del resurgimiento deidentidades colectivas que ponen su ejeen la reivindicacin de derechos ances-trales, por lo tanto, el reclamo parece noanclarse simplemente en la recuperacinde la tierra, sino que fundamentalmenteapunta al reconocimiento del territorio,sus territorios. Esta situacin remueveluchas que parecan haberse resuelto afines del siglo XIX e incorpora compleji-dades que van desde el plano materialhasta el simblico. En este contexto, elMuseo Leleque aparece como un dispo-sitivo de excelencia para reafirmar lahistoria hegemnica y endilgar a lospueblos originarios un reconocimientoque solo tiene lugar en el pasado, despo-litizando de esta manera la lucha actual,circunscribiendo la cuestin de la tierraen una dimensin exclusivamente legal.

    En este marco, el trabajo proponeproblematizar el rol del Museo Leleque

    en Patagonia, en tanto herramientaideolgica que reconstruye un pasado

    geo-histrico y legitima la actual confor-macin jurdica y poltica del territorio,repensando esta situacin como la

    emergencia de tensiones territorialesentre los pueblos mapuche-tehuelches yaquel que surge de las connivenciashistricas entre el Estado nacional y elcapital privado en sus diversas formas.

    I n a u g u r a c i n d e l M u s e o L e l e q u e .

    C o n t r a d i c c i o n e s d e l a h i s t o r i a .

    El Museo Leleque se encuentra dentrode la estancia del mismo nombre, a es-casos metros del Kilmetro 1.440 de laRuta Nacional 40, distante a 20 kilme-tros de El Maitn, 90 de Esquel y 80 deEl Bolsn. Fue inaugurado en el ao2000 y su materializacin fue posiblegracias a la convergencia de interesesentre la Compaa de Tierras del Sud

    Argentino, Benetton Group SPA, la Fun-dacin Ameghino y la Secretara de Cul-

    tura de la Nacin.

    La ceremonia inaugural tuvo lapresencia de ms de trescientos invita-dos nacionales e internacionales, todoselegidos especialmente por el grupo Be-netton, entre los que se encontrabanpolticos de alto rango y personalidadesdel mundo empresarial, ms una ampliacobertura de la prensa estatal y extran-

    jera.

    Del exterior llegaron periodistas de lasms prestigiosas cadenas como CNN,RAI, y la publicacin National Geo-graphic, entre muchos otros. Y de la

    Argentina los principales diarios y pe-riodistas de televisin. Tambin estu-

    vieron presentes legisladores y autori-dades acadmicas y polticas, cientfi-cos, descendientes de los pioneros y

    representantes de alguno de los gru-pos mapuches. El acto se realiz con

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

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    toda pompa: una conferencia de pren-sa en un antiguo almacn devenido encafetera, el tradicional corte de cintas

    y hasta un refinado almuerzo servidoen una enorme carpa climatizada,montada especialmente para la oca-sin (Nabel, 2000).

    Pero el glamour meditico, socialy poltico se vio empaado por la pre-sencia de un colectivo de comunidadesmapuches-tehuelches en las afuerasdel museo, quienes se manifestabancon el objetivo de visibilizar, frente alos medios apostados en el lugar, losgraves conflictos socio-territoriales enla regin.

    Algunas de las palabras fueron re-gistradas por los mismos medios, testi-gos de una historia que el museo parecano contener.

    El Estado le da garantas al hombre

    adinerado y se olvida de nosotros, queestamos empobrecidos, se quej LuisMilln, huerquen (mensajero) de unacomunidad mapuche, integrante deuna comitiva de aborgenes que cruzla tranquera de los Benetton para ha-cer or su reclamo ante ms de 200periodistas de medios locales, nacio-nales y de todo el mundo [] El Go-

    bernador sali a atender los reclamosde los aborgenes, pero no aport nin-

    guna respuesta concreta. Las solucio-nes van a ser de acuerdo a lo queestablece la ley, les dijo (Videla,2000).

    Las contradicciones histricas en-tre pueblos originarios, terratenientes yEstado nacional, no pudieron ocultarseen aquel inicio del nuevo siglo. Habanpasado ms de cien aos de la Conquis-

    ta del Desierto pero los despojos, me-diante diversas estrategias, seguan sien-

    do tan efectivos como los que sufrieransus antepasados cercanos. El grupo quese haca presente estaba representado

    por veintisis familias de la ComunidadVuelta del Ro, las cuales corran serioriesgo de ser desalojadas por diversosfallos judiciales.

    Enarbolaron la bandera azul, blanca yamarilla, con una flecha azul en elcentro, mientras hacan sonar sus ins-trumentos y gritaban a coro: Nuestropueblo est vivo, mientras el gober-nador Lizurume cortaba la cinta inau-gural [] Nuestra gente no tienetierras y termina yndose a los pue-

    blos para trabajar como mano de obrabarata o vivir del asistencialismo []All nos convertimos en marginales,algunos se refugian en el alcohol, otrosen el delito y la violencia. Y el Estado,en vez de darnos soluciones, respondecon represin (Videla, 2000).

    Estas palabras registradas por unimportante medio nacional, son unasntesis de las contradicciones y para-dojas histricas que se fusionabanaquella tarde de agosto. Los pueblosoriginarios seran protagonistas deaquel da, no tanto por la historia quese contaba sobre ellos dentro del mu-seo, sino por haber hecho or su propiahistoria afuera del mismo. Se encontra-

    ban frente a frente, el pasado indgena

    congelado por los intelectuales orgni-cos ante ese presente en ebullicin querepresentaba la Comunidad Vuelta delRo.

    Pero para entender lo sucedidoaquel da de la inauguracin, es necesa-rio retrotraerse en el tiempo y adentrar-se en la gnesis de los conflictos terri-toriales, lo cual ayudar a comprender

    tambin, la funcin y el contexto en elque fue creado el Museo Leleque.

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    D e l a C a m p a a d e l D e s i e r t o a l

    g r u p o B e n e t t o n , l a c o n t i n u i d a d

    d e l d e s p o j o

    La Compaa de Tierras del Sud Argenti-no (ASLCo) se estableci en la regin en1889, luego de finalizada la mal llamadaConquista del Desierto. Entre 1880 y1900 el Estado nacional foment la ocu-pacin de la regin cordillerana a travsde las denominadas Colonias Pastoriles

    Aborgenes, como as tambin a travsde las Empresas de Colonizacin (co-mo es el caso de la ASLCo), muchas delas cuales no prosperaron, permitiendoque las tierras adjudicadas quedaran enmanos de grandes compaas cuyos ca-pitales eran en su mayora ingleses (Fin-kelstein, Gaviratti y Novella, 2005). La

    ASLCo se constituy as en la ms im-portante empresa productiva de la re-gin, gracias a la explotacin ganaderade distintas estancias como Leleque, ElMaitn, Fitrihuin, Picaeu, Lep, Fofo-

    Cahuel, Cholila y Maquinchao, confor-mando un bloque productivo desde elOeste de la provincia de Ro Negro hastala actual ciudad de Esquel en la provin-cia del Chubut. Dentro de esta gran pro-piedad quedaran tambin familiasmapuches-tehuelches, las cuales abaste-ceran de fuerza de trabajo (casi siemprecomo peones) al sector rural (Snchez,2007).

    Si bien el objetivo del proyecto es-tatal era la cesin de tierras estratgicasa la ASLCo para fomentar la coloniza-cin, es un hecho que el proyecto fraca-sara, solo en parte, ya que el inters defondo de la compaa era la explotacineconmica de las tierras. En este senti-do, Gavirati (2005) expresa que los ca-pitalistas ingleses saban perfectamentednde invertan, ya que lo hiceron en

    base a los informes que el expediciona-rio ingls George Musters haba realiza-

    do en dichas comarcas veinte aosantes de la efectiva instalacin de lasestancias.

    El acaparamiento de tierras fue unejemplo de la complicidad entre los in-tereses privados y estatales, ya que comoexpresa Gaviratti (citando a Dumrauf)

    la buena disposicin de las autorida-des argentinas en favorecer los intere-ses ingleses se manifest en la sancinde la ley 2875, en 1891, por la que seanulaba la obligacin de colonizar,otorgando la plena y libre propiedadde la tierra con la devolucin del vein-ticinco por ciento de las tierras conce-didas, clusula que fue fcilmente

    burlada (2005, p. 81).

    En julio de 1975, las acciones dela ASLCo fueron compradas por la So-ciedad Argentina Paz y Ochoa, y en1991 aparece el grupo Benetton, que

    mediante la Edizione Holding Interna-cional N.V., compra el paquete accio-nario de la compaa. La llegada delgrupo inversor italiano se dio en uncontexto en el cual las polticas neoli-

    berales tenan amplia aceptacin en lossectores intelectuales y populares de la

    Argentina. La compra de tierras es-tratgicas por parte de extranjeros co-mo Ted Turner, Joseph Lewis, DouglasTompkins, Florent Pagny entre otros,

    fue presentada como una poltica ne-cesaria para insertar a la Argentina enlas filas del primer mundo1.

    Con esta operacin, el grupo Be-netton alcanzaba prcticamente elmilln de hectreas productivas siendo,al momento, los mayores propietariosprivados en el pas, la ms importanteempresa agropecuaria de la Patagonia y

    una de las cinco ms rentables del pas(Snchez, 2007).

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

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    Frente a esto, la presencia de la co-munidad de Vuelta del Ro, el da de lainauguracin del museo, fue la manifes-

    tacin, el afloramiento, de una luchaindgena que se ha venido gestando, ca-da vez con mayor fuerza, desde hace msde dos dcadas en todo el continente. Larecuperacin de los territorios ancestra-les y el derecho real a una cultura que hasido relegada histricamente, han sidolas principales causas de este movimien-to, y el contexto con el que el grupo in-

    versor italiano debi lidiar a su llegada ala Patagonia.

    Fue as, por ejemplo, que hacia2002 el grupo inversor italiano se iba aenfrentar con uno de los primeros gran-des conflictos en su propiedad. En agos-to de dicho ao, el matrimonio mapuche

    Atilio Curianco y Rosa Nahuelquir, seestablecera en una fraccin de tierra(385 hectreas) del Paraje Santa Rosa deLeleque, de la que es originario Atilio. El

    accionar de la familia se sustent, no so-lo en el derecho ancestral sobre la tierradel pueblo mapuche, sino sobre las irre-gularidades en la tenencia legal de la tie-rra por parte de los Benetton. GustavoMacayo, abogado de la familia mapuche,estableci la defensa en la irregularidadde las mensuras realizadas en 1892, ape-nas finalizado el avance militar sobrePatagonia.

    Ellos presentaban una mensura que esanterior a la mensura de los ttulos, en1896. Adems de que los ttulos eranilegibles [] Santa Rosa est en un

    vrtice, y las mensuras no son cientopor ciento fieles, pueden tener unmargen de error. Desde principios desiglo fue muy complicado mensurar.Por eso la tierra se reparti a ojo []Ellos hablaban de un margen de error

    del uno por ciento en una estancia de90.000 hectreas. Eso equivale a 900

    hectreas. Bueno, estbamos discu-tiendo por algo mucho menor (Sn-chez, 2007, p. 141).

    En octubre del mismo ao el ma-trimonio fue desalojado violentamentepor la polica, haciendo efectiva la ordendictada por un juez de instruccin deEsquel, en respuesta a las demandas pe-nales y civiles por usurpacin realizadapor el encargado de la Estancia Leleque(Vidal y Agosto, 2008).

    A pesar de ser desalojados violen-tamente en 2002, la pareja decidi vol-

    ver a la tierra de sus ancestros en 2007en las que se encuentran hasta la actua-lidad, esta vez como comunidad SantaRosa Leleque:

    durante ese mismo ao se manifestotro de los instrumentos utilizados porlos hermanos Benetton para intimidara la comunidad, la militarizacin de la

    regin. El GEOP (Grupo de Operacio-nes Especiales) de la Polica de Chubutfue autorizado para realizar entrena-mientos en la estancia Leleque [] Lacomunidad, sintindose amedrentada,hizo un pedido de informes al Minis-terio del Interior, la Defensora delPueblo y la Secretara de DerechosHumanos, pero sin recibir respuestaalguna (Ibd., p. 131).

    Luego de ganar en 2004 el juicio ci-vil2 a la familia Curianco debido a que lamisma usurpaba tierra no fiscal sino de laEstancia Lep (Delro, Lenton y Papazian,2010), Benetton comienza a realizar gestosde buena convivencia donando tierras,de dudosa calidad, a las comunidades ma-puches (aparentemente con el fin de me-

    jorar la imagen de la empresa a nivelmundial). A su vez, han desarrollado di-

    versas acciones de responsabilidad so-cial en la regin, rozando muchas veces

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    el asistencialismo y la compra de volunta-des, tanto de polticos como de diversosmedios de comunicacin locales. En este

    sentido, la compaa mantiene canales dedilogo con distintos intendentes todoslos das del ao, tienen presencia publici-taria en la mayora de los medios de co-municacin y socialmente cubren unlugar que el Estado no quiere o no ha po-dido cubrir (Snchez, 2007).

    C o n f l i c t o s p o r l a t i e r r a :

    t e r r i t o r i a l i d a d e s e n d i s p u t a

    Los conflictos por el territorio en Pata-gonia entre pueblos originarios y el Esta-do han tenido histricamente una fuertedisputa desde lo material y lo simblico.

    Aun as, la territorialidad mapuche-tehuelche lejos de menguar o extinguir-se, ha ido tomado nuevas y complejasformas. Cabe pensar entonces en clavede desterritorializacin la intervencin

    cultural que establece el museo? Comoexpresa Rogerio Haesbaert (2011), ladesterritorializacin por s misma no esms que un mito, no puede pensarse co-mo proceso diferente, disociado de la re-territorializacin.

    Para seguir con este razonamiento, nohabra desterritorializacin slo por elhecho de que sta es el otro lado dela territorializacin, su otro dialcti-

    camente conjugado [] lo que surgeno es el dominio de un segundo ele-mento la desterritorializacin sobrela territorializacin sino la afirma-cin de un tercero al que llamamosmultiterritorialidad o multiterritoriali-zacin (Haesbaert, 2011, p.303).

    Por lo tanto,

    Ni el fin de la espacialidad, inheren-te a la existencia de mundo, ni el fin

    de la territorialidad, inherente a lacondicin humana, la desterritoriali-zacin es simplemente la otra faz,

    siempre ambivalente, de la construc-cin de territorios (Ibd., p. 302).

    Sucede que cada colectivo socialposee su propia filosofa con el espacio-naturaleza, su propia territorialidad,aunque sta no pueda consolidarse te-rritorialmente en el espacio geogrficoen disputa (como dira Henri Lefebvre,apropiacin sin propiedad), ya que haymecanismos polticos y culturales que loimpiden, pero no por ello desaparecen.

    En un territorio hay, siempre, mlti-ples territorialidades. Sin embargo, elterritorio tiende a naturalizar las rela-ciones sociales y de poder, pues se ha-ce refugio, lugar donde cada cual sesiente en casa, aunque en una socie-dad dividida. En la formulacin deHeidegger: la historicidad de toda

    humanidad reside en ser enraizado(Heimliche), y ser enraizado (Heimli-che), es sentirse en casa (Heimliche) alser desenraizado (Unheimliche)(Porto Gonalves, 2009a, p.127).

    Cuando se expresa que el MuseoLeleque ha funcionado como un meca-nismo de desterritorializacin, se aludeentonces no a la desaparicin de la dife-rencia o la eliminacin de la filosofa y

    de los derechos ancestrales del colectivomapuche tehuelche al territorio, sino a lasubordinacin de estos a la concepcinde territorio que imponen las fuerzas demercado.

    Vista as, la multiterritorialidademergente (convivencia simultnea delas territorialidades de la diferencia) noes armnica, ya que la misma es confi-

    gurada, ordenada por el poder he-gemnico. Una permanente desreterri-

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

    U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e l a P a t a g o n i a S a n J u a n B o s c o

    torializacin, de y para el poder, eneste caso, de las fuerzas de mercado enconsonancia con algunas agencias esta-

    tales.

    El Museo Leleque interviene comoinstitucin clave en el ordenamiento delas territorialidades que se tensionan enPatagonia, logrando de esta manera con-solidar el orden territorial existente.Los mapuches en realidad vinieron deChile. No estaban ah desde el comienzode todo. Ah estaban los tehuelches ex-presaba en una entrevista Diego Perazzo(Snchez, 2007, p.172), representante dela familia Benetton en la Argentina y vi-cepresidente de la Compaa de TierrasSud Argentino Limitado. Esta visinpoltico-ideolgica funciona como lgicadesterritorializadora de lo preexistentepero al mismo tiempo, reterritorializaargumentando la imposibilidad de dere-chos del colectivo mapuche-tehuelchesobre el territorio. Esta teora que posi-

    ciona como invasores a los pueblosmapuches ha tenido en Rodolfo Casami-quela a uno de sus principales defenso-res, casualmente creador y artfice de laFundacin Ameghino en 1978 y del Mu-seo Leleque en 2000.

    A esta teora se la conoce formal-mente como Araucanizacin de Pampa

    y Patagonia3 y da sustento a quienesponen en cuestin los derechos mapu-

    ches sobre las tierras que hoy se encuen-tran en territorio argentino. SegnLazzari y Lenton (en Jones, 2008), estateora tiene sus primeras manifestacio-nes en la obra La conquista de quincemil leguasde Estanislao Zeballos, la cualse inscribe dentro de la narrativa nacio-nalista que ve a los mapuches como unaetnia invasora, proveniente de Chile,smbolo de la barbarie que deba ser

    combatida con la civilizacin, materia-lizada con la Conquista del Desierto.

    En este sentido, Casamiquela sehabra basado en criterios raciales, endeterminados caracteres biolgicos para

    presuponer diversas identidades tnicasy culturales entre tehuelches y mapu-ches, pasando por alto que los diversospueblos construyeron (y construyen) susidentidades fundamentalmente por elcontacto. Si bien las teoras raciales ynacionalistas han tenido profunda pene-tracin en el sentido comn4 del pueblopatagnico, gracias a su difusin en lascurrculas escolares tradicionales, en laactualidad estn siendo cuestionadas ysuperadas, al menos en ciertos sectoresdel mbito acadmico. La teora de lainvasin del mapuche sobre el tehuel-che pierde sustento ante la evidenciahistrica de que el mestizaje y la intrin-cada red de matrimonios provocaba quetodos fuesen parientes de una u otraforma (Vezub en Jones, 2008, p. 3).

    En cuanto a la membreca nacio-

    nal que se les impuso a los pueblos ori-ginarios, como por ejemplo, mapucheschilenos o tehuelches argentinos,puede decirse que:

    las relaciones de contacto entre lospueblos prehispnicos son anteriores ala formacin de los Estados nacin y atoda delimitacin que tenga que vercon lmites provinciales. Los diferen-tes pueblos originarios que habitaban

    hacia ambas vertientes de los Andesvivan en contacto por el comercio,como as tambin por las relaciones delazos familiares. Esto echa por tierratoda tesis esencialista de la etnia comoalgo puro, esttico, inmvil. Ms bienlo que vemos desarrollarse en lo quehoy es Pampa y Patagonia es un granproceso de parentesco entre diferentesparcialidades de tehuelches, pampas y

    mapuches que dio lugar a diferentesgentilicios y jefaturas (Ibd., p. 1).

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    Directa o indirectamente variadostrabajos han desacreditado la tesis de laAraucanizacin de Pampa y Patagonia,

    ya sea desde la arqueologa (presencia decermica mapuche en el actual Ro Ne-gro y Neuqun con ms de mil aos deantigedad), la historia (diversas fuentesmilitares, cientficas, etc.) o la toponimia(topnimos lacustres en mapuzunguncomo Epuyn, Puelo y Colhue Huapi quese registran desde los siglo XVI y XVII).Por ello, concluye Jones, dicha teora

    est impregnada de un profundocarcter nacionalista y es una nefastaconstruccin histrica por parte de loscientficos sociales, que vetan as todotipo de reivindicacin actual a las par-cialidades de mapuches que se hallanen el territorio argentino (Ibd., p. 13).

    Estas verdades se han ido cues-tionando lentamente gracias a las cre-cientes movilizaciones indgenas tanto a

    nivel nacional como internacional, po-tenciadas por el debate y la reflexin quehan generado las consecuencias de losquinientos aos del colonialismo y losdoscientos aos de despojo capitalista enPatagonia. Esto ha puesto en concienciala necesidad de superar la racionalidadnica, aquella proveniente de la moder-no-colonialidad, que invierte la historia

    y muestra a los pueblos originarios comoinvasores. En esta batalla cultural, los

    pueblos originarios han tenido grandeslogros, principalmente (y paradjica-mente) sobre el derecho burgus5, peroan sigue siendo muy lejana la real resti-tucin de derechos al territorio.

    M u s e o L e l e q u e , e l s a b e r

    c i e n t f i c o a l a l u z d e l o s

    c o n f l i c t o s s o c i o - t e r r i t o r i a l e s

    El Museo Leleque se comienza a gestar a

    mediados de los noventa y se materializaen los albores del siglo XXI, impulsadopor el recin desembarcado grupo Be-

    netton a la regin. Su creacin coincidecon una escalada de fuerte conflictividadsocial por el territorio, que tiene sus or-genes en el despojo territorial-culturaldel Estado y el capital privado sobre lospueblos originarios.

    En este contexto la Compaa deTierras del Sud Argentino S.A., el Benet-ton Group SPA, la Fundacin Ameghino(dirigida por Rodolfo Casamiquela) y elEstado nacional (auspiciando y decla-rando de inters cultural este proyecto)aunaran esfuerzos para crear un museocon objetivos aparentemente mucho msprofundos que el de incorporar un pro-ducto turstico-cultural ms al circuitode la Patagonia.

    El Museo Leleque se autodescribecomo la vidriera de un proyecto cientfi-

    co-cultural de antecedentes y proyeccio-nes originales.

    Detonado por la motivacin romnticade una suerte de pionero patagnicodemorado en el tiempo, ruso de ori-gen, Pablo Korschenewski, sac cartade ciudadana en Leleque, paraje deresonancias indgenas a partir de supropio nombre, que en lengua de losTehuelches Meridionales de la Pata-

    gonia nomina un arbusto regional. Ycargado de simbolismo, desde que fueadems escenario de la ltima escara-muza en la lucha protagonizada portropas nacionales contra las postreraspartidas indgenas Tehuelches en po-sesin de armas ofensivas (lanzas), en1888 [] El proyecto en cuestin sepropone rescatar y exponer los rasgosesenciales de la historia patagnica, a

    partir de los aborgenes, los pueblosmilenarios del mbito. Pero ello como

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

    U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e l a P a t a g o n i a S a n J u a n B o s c o

    resultado de tareas cientficas de in-vestigacin regional, con la correlacio-nada formacin de recursos huma-

    nos, a travs de publicaciones, videos,exposiciones (Informacin oficial delMuseo Leleque).

    Es interesante en esta descripcinobservar cmo se destaca lo tehuelche yse invisibiliza lo mapuche, cuestin quepodra entenderse como una sutil adhe-sin a la teora de la araucanizacin, enlnea con el posicionamiento ideolgicode Rodolfo Casamiquela, mentor delmuseo. Esta interpretacin entra en cla-ra contradiccin con la posicin de quie-nes intentan comprender las caracters-ticas geo-histricas de los pueblos origi-narios como resultado de la complejidadsocial existente en la regin, ya que, co-mo bien expresan Jones y Vezub, lasparcialidades no eran estticas ni inm-

    viles sino que se han caracterizado poruna larga historia de inestabilidades,

    conflictos y manifestaciones poltico-cul-turales de carcter hbrido. En este sen-tido, los grupos tehuelches estabanemparentados con los mapuches, ya seapor relaciones familiares, culturales,polticas o comerciales y, por lo tanto,para analizar la complejidades de estaregin bien podra hablarse de pueblosmapuche-tehuelches.

    Otro hecho controversial, aunque

    ms discutible, es el origen etimolgicoque se le asigna al topnimo Leleque,que segn el Museo proviene de la len-gua de los tehuelches meridionales, locual se contradice con las aseveraciones,ampliamente aceptadas, de que el top-nimo en realidad proviene de la lenguamapuche, es decir, del mapuzungun le-lej, que significara serrana.

    En este sentido, la argumentacinexpresada desde la propia institucin

    muestra algunos lineamientos de la ma-triz ideolgica, producto de la racionali-dad con la que han sido pensados. Esto

    sera anecdtico si no se tuviera encuenta que una entidad de estas carac-tersticas funciona como archivo legiti-mador de la historia y el actualterritorio. Se trata de una autoridad in-telectual con capacidad para negociar loslmites internos y externos del Estadonacin (LivnGrosman, 2003), un dis-positivo poltico de influencia funda-mental a la hora de dirimir las tensionessocio-territoriales actuales.

    Apenas se comienza el recorridopor el museo, en su primera sala deno-minada Los Pueblos Autctonos, que-da en claro que estos ocupaban el reaextra-andina de la Patagonia, y queeran un pueblo ingenuo y libertario aquienes se los denominara tehuelcheso patagones:

    Herederos de una tradicin de unadocena de milenios en suelo patagni-co, conservaron de sus antepasadospaleolticos el hbito de la caza nma-da de grandes presas, el patriarcado, elamor por la libertad y su ingenua vi-sin del universo y de los hombres

    (Informacin oficial Museo Leleque,las cursivas son nuestras).

    Sumadas a estas notables caracte-

    rizaciones, en la segunda sala Encuen-tro entre Dos Mundos, el museo parecedesprender una sutil legitimacin o jus-tificacin a la Campaa del Desierto.

    La distribucin masiva del caballo, afines del siglo XVI, permiti a lostehuelches atravesar la frontera nortede la Patagonia para ocupar el Neu-qun y el mbito pampeano. Sumados

    all a los pueblos indgenas andinos ytrasandinos,fueron parte de la mezcla

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    h t t p : / / w w w . r e v i s t a s . u n p . e d u . a r / i n d e x . p h p / t e x t o s y c o n t e x t o s

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    explosiva que, a la larga, produjo la

    accin armada sistemtica por parte

    del hombre blanco: la llamada Con-

    quista del Desierto (Informacin ofi-cial Museo Leleque, las cursivas sonnuestras).

    Segn esta versin, el genocida ac-cionar militar parece haber sido motiva-do por el propio pueblo indgena, debidoa esa mezcla explosiva de pueblos origi-narios al norte de Patagonia, lo cualpuede traducirse como una permanentee inaceptable amenaza de los brbaroshacia la civilizacin y el progreso. Estetipo de relatos surgido de un saber tradi-cionalista, que legitima el colonialismo yel capitalismo con todas sus formas deopresin, encuentra en el maln (perso-nificado y popularizado en la cultura ar-gentina por pintores como ngel Della

    Valle o escritores como Esteban Eche-verra), el dispositivo que justific la ma-sacre, costo que debieron pagar los

    pueblos originarios por enfrentar los de-signios de la modernidad. Estos argu-mentos siguen siendo vlidos en laactualidad, de manera ms sofisticada oigualmente rudimentaria, tal como loplantean algunos miembros de la Acade-mia Argentina de Historia:

    Roca agreg 15.000 leguas de campospara nuestra agricultura y ganadera ygracias a l se pudo vivir en adelante

    sin la amenaza continua del robo per-manente del ganado y la angustia de lamuerte o el rapto que acompaabanlas lanzas de cada maln (Porcel,2007, p. 51).

    Las vctimas convertidas en victi-marios. No parece existir demasiada le-

    jana a las estrategias imperialistas ac-tuales y sus guerras por los recursos (por

    ejemplo en Medio Oriente), donde la de-monizacin y la maldad intrnseca de los

    brbaros parecen ser la excusa parallevar adelante las guerras de ocupacincapitalista.

    La tercera sala, Hacia la SociedadSedentaria, destaca el avance definitivodel Estado nacin en la regin.

    Sobre los fogones todava calientes delejrcito habran de avanzar la coloni-zacin, el parcelamiento de la tierra, laganadera del ovino, el desplazamientoa la Patagonia de los pueblos indge-nas pampeanos y neuquinos, el asen-tamiento de indgenas trasandinos, elcomercio sistematizado [] Con todoello, la aculturacin de los viejostehuelches entraba en su etapa final[] En el norte, a travs del sincretis-mo con la religin araucana, s se con-serv hasta hoy la danza tehuelchemilenaria del laberinto (Informacinoficial Museo Leleque).

    En tanto que la cuarta sala, LosPioneros, pone el foco en los inmigran-tes llegados luego de la consolidacin delEstado nacin en la regin:

    En ese poblamiento, los indgenas, yen particular los descendientes detehuelches, ocuparon un papel secun-dario, pasivo, en tanto se empeabanpor preservar sus hbitos cazadores,sus creencias religiosas y su estructura

    social, con base en el cacicazgo. Y lacreencia en el Gualicho, el alto diostransformado hoy en ente maligno! Eldueo de la Patagonia! (Informacinoficial Museo Leleque. Signos de ad-miracin del museo).

    Nuevamente, el saber indgena esmenospreciado por su ingenuidad, talcomo se expresa al inicio del recorrido

    donde se destaca justamente la ingenuavisin del universo y los hombres que

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

    U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e l a P a t a g o n i a S a n J u a n B o s c o

    tenan los tehuelches. La cultura origina-ria es encerrada en una etapa infantil dela evolucin de la especie humana,

    cuando no considerada inferior racial-mente. La admiracin del museo sobrelas creencias en el Gualicho parece mos-trar, en realidad, la incapacidad de la ra-cionalidad occidental para convivir condiversidades de saberes no eurocntricos.

    El museo, a lo largo de su recorri-do, evita hablar de los mapuches, los de-

    ja en segundo plano, refirindose entodo caso a ellos como trasandinos oaraucanos, gentilicio que los coloniza-dores espaoles dieran a quienes se con-sideraban gente de la tierra. Estacuarta sala adems no deja lugar a la vi-sibilizacin de los conflictos de los pue-

    blos originarios por el territorio, ni ablanquear la subalternizacin (a lmi-tes lumpenizadores) de quienes debieronmigrar a la ciudad, corridos por losalambrados o desalojados por los nuevos

    dueos de la tierra. Slo tibiamente semencionan algunos males que los pue-blos originarios recibieron por una suer-te de poblamiento aluvional, caracte-rizacin que el Museo da al contexto enque llegan los pioneros.

    A grandes rasgos, el recorrido esta-blece una suerte de omnipresencia de lotehuelche, quedando implcita la idea depueblo originario de la regin. A la su-

    bestimacin de su cultura se suma acul-turacin por parte de los araucanos, locual termina por cerrar una sutil adhe-sin a las teoras nacionalistas de laaraucanizacin, ms an cuando lomapuche prcticamente no es nombradoa lo largo del recorrido, sino como algoexterno, invasor.

    El Museo Leleque puede entender-

    se como una respuesta del grupo Benet-ton a un contexto en que la hegemona6

    de las clases dominantes y sus intelec-tuales orgnicos en la regin comenzabaa ser cuestionada, ms an a partir de

    las luchas y conquistas de los pueblosmapuche-tehuelches, algunas de ellasdescritas en este trabajo. No debierasorprender entonces que este proyectomuseolgico surgiera de la asociacin delos sectores cuestionados, aquellos queorganizaran el bloque histrico7 de laregin post Conquista del Desierto: elcapital terrateniente, los intelectualesorgnicos y el Estado-nacin, represen-tados aqu por el grupo Benetton,Rodolfo Casamiquela - Fundacin Ame-ghino y la Secretara de Cultura de laNacin.

    Esta vieja alianza ha intentado re-flotar, relegitimar, un sentido de territo-rialidad para justificar su permanenciaactual, desterritorializando la amenazaemergente (a la vez que pre-existente),reordenando de esta manera las disputas

    geopolticas de la regin. El museo sepresenta como una excelente herra-mienta para penetrar el sentido comn,la imaginacin popular, dando lugar auna suerte de batalla cultural que tienecomo fondo la bsqueda del consensosocial para mantener a su favor la opi-nin pblica en una temtica tan sensi-

    ble como lo es la lucha por el territorio.

    En este marco, La historia de la

    Patagonia que relata el museo es elabo-rada desde una concepcin ajena a lospueblos originarios, a quienes paradji-camente les es desplazada la posibilidadde intervenir en su propia historia, cum-pliendo pasivamente el rol de objeto deconocimiento. Nuevamente, esto no esalgo que se reproduzca exclusivamenteen el Museo Leleque, es ms bien propiodel accionar cultural hegemnico en el

    marco de la colonialidad del saber y elpoder.

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    h t t p : / / w w w . r e v i s t a s . u n p . e d u . a r / i n d e x . p h p / t e x t o s y c o n t e x t o s

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    La produccin del conocimiento queparte de la relacin sujeto-objeto []es la misma que funda la relacin del

    propietario privado con su objeto. As,ms que una episteme hay una rela-cin de poder que define el modo c-mo concretamente sobre el terreno sefunda la propiedad privada de los bie-nes y las relaciones de hombres y mu-

    jeres entre s. El conocimiento sera,en esa episteme, producido en la rela-cin sujeto-objeto y no en una relacininter-subjetiva (Porto Gonalves,2009a, p. 131).

    Ante la ausencia de un dilogo in-ter-subjetivo, la historia indgena pasa aser cosificada y despolitizada, congeladao condicionada al momento en que fueobservada por naturalistas decimonni-cos. Cualquier reclamo indgena por elterritorio en la actualidad queda subver-tido as al plano de lo anecdtico, la ana-crona, el olvido o la incomprensin en

    el sentido comn de la sociedad.

    Cmo llega esta verdad distorsio-nada al conjunto de la sociedad? Comoexpresa Benedict Anderson (1993) en suanlisis sobre los museos en el sudesteasitico, de los procesos profanadores(desterritorializacin - reterritorializa-cin) y logoizadores (la repeticin de unmensaje) al mercado hay un solo paso.Es decir, el museo en este sentido no es-

    capara a la lgica del mercado, enten-diendo que su finalidad es imponer una

    verdad a una cantidad determinada deconsumidores. El capitalismo permiteque un producto, una imagen se convier-ta en una estrategia potente y eficaz parapenetrar la atencin y el sentido comnde los ciudadanos, sean estudiantes, tu-ristas, polticos o medios de comunica-cin. Por ejemplo, la mirada congelada

    en el tiempo que se observa en el ros-tro-logo del cartel que publicita el Mu-

    seo Leleque, y que asimismo es repro-ducida en folletos y pginas webs,simboliza, mediante la repeticin sis-

    temtica, la imagen iconogrfica des-historizada y despolitizada de lospueblos originarios.

    Consecuentemente, estos pueblostransitan de la invisibilizacin a la hi-pervisibilizacin, que lleva a vaciar decontenido sus culturas, a la mercanti-lizacin de sus ceremonias. Transfor-ma a las personas en objetos exo-tizados, museificados, especialmentenotable en el momento en que la c-mara fotogrfica del turista se deposi-ta sobre ellos para quitarles el alma(Bidaseca, 2010, p. 155).

    La capacidad del museo de incor-porar a los indgenas al pasado nacional(aunque como parte de un pasado inci-

    vilizado, salvaje e ingenuo), bien podraentenderse como un servicio de la cien-

    cia a la custodia de la soberana del Es-tado nacional y del capital privado.Quin podra decir que los mapuchestienen derechos ancestrales sobre el te-rritorio en conflicto si son externos a laNacin argentina? Cmo contrarrestarestas verdades que se construyen condispositivos tan potentes como la con-

    juncin ciencia-mercado?

    L o s M u s e o s , d i s p o s i t i v o s d e

    a c u m u l a c i n p o r

    d e s t e r r i t o r i a l i z a c i n

    Como se viene planteando a lo largo deltrabajo, puede decirse que las disputasque los pueblos originarios estn soste-niendo, tanto en Patagonia como engran parte de Amrica Latina, no pare-cen apuntar simplemente a la recupera-

    cin de la tierra, sino a algo mucho msprofundo y complejo: el territorio.

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    F a c u l t a d d e H u m a n i d a d e s y C i e n c i a s S o c i a l e s

    U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e l a P a t a g o n i a S a n J u a n B o s c o

    Como expresa Porto Gonalves(2009b), esto debe entenderse a partirde que las identidades colectivas impli-

    can un espacio hecho propio por los se-res que las fundan, vale decir, implicanun territorio. Estas identidades colecti-

    vas pueden estar representadas por cla-ses sociales, fracciones de clase, movi-mientos campesinos, indgenas, etc. y sudesarrollo se inscribe dentro de un or-den especfico de significados, entre losque se encuentra el modo en que cadauna marca la tierra, lageo-grafa,vuelvepropio, hace comn un determinado es-pacio, aduendose de l. En estecontexto, proponer o imponer significa-ciones implicara, por lo tanto, relacio-nes de poder en un determinado espacioconcreto, fsico, con lmites y fronteras

    bien definidos, que a travs de un largoproceso termina siendo apropiado sim-

    blica y materialmente.

    implicara que los propios miembros de

    esta comunidad humana hubieran cons-truido el sentimiento de ese espacio queessuespacio, su espacio comn, lo quesignifica que se comunicana travs delmismo, como parte constitutiva de suser social (Ibd., p. 6).

    La burguesa ha construido e im-puesto su propio territorio8, a fuerza desofisticadas maquinarias de guerras yconsensos, el cual manifiesta las contra-

    dicciones propias de su modo de produc-cin. La explotacin de la sociedad y lanaturaleza a lmites sin precedentes enla historia de la humanidad caracterizanla territorialidad que ha desplegado elcapitalismo en prcticamente todos losrincones del planeta.

    Las diversas identidades colectivasque han tomado conciencia de su situa-

    cin de sometimiento se plantean(consciente o inconscientemente), espa-

    cios, experiencias, que permitan supe-rar las actuales contradicciones impe-rantes. La lucha por el territorio se

    convierte as en una lucha material-cul-tural, en la defensa de un intrincadopatrn de relaciones sociales y cons-trucciones culturales basadas en el lu-gar. Lo que est en juego en estosprocesos es el concepto mismo de terri-torialidad como un elemento central enla construccin poltica del lugar.

    La acumulacin por despojo (odesposesin)9 que llev adelante el Es-tado nacional junto con el capital priva-do desde la incorporacin de Patagoniaal mercado nacional-mundial, ha tenidohistricamente una estrategia que pervi-

    ve hasta el presente, apuntando al des-pojo de la tierra, la desarticulacin de lasterritorialidades originarias y la apro-piacin de la fuerza de trabajo existente.En la actualidad, y ante la re-emergenciade las territorialidades originarias, el

    museo parece tener un objetivo funda-mental: desacreditarlas y colocarlasnuevamente en el lugar que le corres-ponde, el pasado incivilizado, brbaro,despolitizando de esta manera una luchaactual por el territorio.

    El Museo Leleque participa e in-terviene directamente en esta disputa deterritorialidades legitimando la hegem-nica y subalternizando las preexistentes.

    Es que el museo occidental, en tantoportador y diseminador del saber colo-nial, ha cumplido histricamente10 unrol desterritorializador, justificando di-

    versos tipos de despojos, tanto materia-les como culturales. Como expresa LivonGrosman (2003), la nocin de que jun-tar o coleccionar implique riqueza opueda determinar la identidad de unanacin no es extensiva a todas las cultu-

    ras sino de la modernidad y por sobretodo del capitalismo actual.

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    En definitiva, la acumulacin, nosiempre de objetos o mercancas sino deconsenso es lo que ofrece la institucin

    museolgica a los sectores hegemnicos.La acumulacin de legitimidad a partirde un proceso continuo de desterritoria-lizacin-reterritorializacin, de crear unpasado que sea funcional a los actualespropietarios del territorio, la reactualiza-cin permanente de una verdad nica,

    basada en la colonialidad del saber y elpoder son evidencia de ello.

    Amparado en la rigurosidad y laasepsia cientfica positivista, el saber he-gemnico eurocntrico ha reinterpreta-do, organizado elementos y piezasmediante una visin unilineal del tiem-po, mediante un reloj nico, un reloj eu-ropeo, blanco, burgus y flico (PortoGonalves, 2009a), silenciando otrastemporalidades que conforman simult-neamente el mundo. En este sentido, latemporalidad de la modernidad (o la na-

    rrativa del progreso) elimina la posibili-dad de simultaneidad o multiplicidad deterritorialidades, es decir, coarta la posi-

    bilidad de un espacio en el que puedancoexistir diversas trayectorias, en defini-tiva, de territorialidades alternativas, yaque esto puede erosionar su propia he-gemona. En este sentido, para la visinhegemnica, los lugares no tienen dife-rencias genuinas sino que

    cuando utilizamos trminos comoavanzado, atrasado, en desarro-llo, moderno para referirnos a dis-tintas regiones del planeta, lo queocurre es que imaginamos las diferen-cias espaciales en trminos temporales[] as, los lugares no tienen diferen-cias genuinas, sino que se ubican msadelante o ms atrs en el mismo rela-to: la nica diferencia es su ubica-

    cin en la secuencia histrica (Masseyen Albet y Benach, 2012, p.113).

    En definitiva, el Museo Lelequesurge en los albores del siglo XXI comodispositivo, en tanto engranaje clave en

    la sofisticada maquinaria de guerra y delconsenso que ha construido el capitalis-mo en la regin. A pesar de esto, no sepueden ocultar las tensiones territorialesque en la actualidad emergen, resultadode un cuestionamiento de los sectoreshistricamente subalternizados, que lu-chan por otro tipo de organizacin socio-territorial, distinta a la establecida desdefinales de sigloXIX.

    C o n c l u s i o n e s

    El trabajo ha propuesto problematizar elrol del Museo Leleque en Patagonia,surgido en pleno auge de las identidadescolectivas originarias a fines del siglo XX.En dicho contexto, la institucin se haconformado como herramienta ideol-gica que ha reconstruido un pasado geo-histrico con el fin de legitimar la actual

    conformacin jurdica y poltica del te-rritorio.

    El museo como tal representa suverdad en base las teoras eurocentricasy colonialistas, dejando de lado las posi-ciones de las subalternidades, en estecaso representadas por los pueblos ma-puche-tehuelches. Como institucin in-tenta anular diversos saberes, tildn-dolos de irracionales, brbaros, incivili-

    zados, ingenuos. Se ha apropiado de lasidentidades originarias para juzgarlas ysentenciarlas a un pasado ptreo, nece-sario de superar para ingresar a losdesignios del progreso. Esta usurpacincultural, esta reinvencin de otredades,este sometimiento de las culturas colo-nizadas, parece tener como finalidad darlegitimidad a los sectores dominantespara continuar el despojo que sistemti-

    camente han ido perpetrando. Ha sido elmuseo entonces, una institucin del po-

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    der que a travs de sus clasificaciones hacontribuido en la consolidacin de de-terminadas relaciones de dominacin,

    mediante la generacin de sentidocomn. Este tipo de museos lejos ha es-tado de buscar un dilogo de saberes quesupere la colonialidad del saber y el po-der y, ms bien, han consolidado una vi-sin unilineal del tiempo, silenciandootras temporalidades (Porto Gonalves,2009b).

    Es interesante tambin observarcmo a lo largo del trabajo se ha mani-fiestado la histrica connivencia entrecapital privado y Estado, la cual puederastrearse en la regin desde fines de si-gloXIXhasta los albores del siglo XXI, y loque es ms llamativo an, es que siguerepresentada por los mismos sujetos(Compaa de Tierras del Sud Argentino,Estado nacional e intelectuales orgni-cos) y con los mismos mecanismos des-territorializadores (despojo material y

    cultural).

    Problematizar la relacin entre sa-beres y territorios es, ante todo, poneren cuestin la idea eurocntrica de cono-cimiento universal. La modernidad y elcapitalismo no aceptan la diversidad desaberes, aunque desde lo discursivo seael fundamento de los eslogans marketi-neroscon los que el grupo Benetton in-tenta construir su imperio a nivel

    mundial. La tolerancia y la lucha contrael odio tienen sus lmites cuando los de-rechos ancestrales ponen en riesgo losderechos adquiridos en la legalidad delderecho burgus.

    La presencia de la ComunidadVuelta del Ro el da de la inauguracindel Museo, y la presencia de la Comuni-dad Santa Rosa de Leleque en un sector

    marginal de las tierras que legalmentepertenecen al grupo Benetton, son prue-

    ba de que, a pesar de todo, se han escritoy se siguen escribiendo otras historias,otras geo-grafas, de que se siguen refor-

    mulando, complejizando otras territo-rialidades.

    N o t a s

    1 Una frase del ex presidente Menem ilustra lapoltica sobre tierras que dio la bienvenida alos Benetton: Vengan a la Argentina, queac lo que sobra es tierra (Snchez, 2007, p.130).

    2 Para un anlisis ms profundo de las impli-cancias mediticas y discursivas del juicioentre la familia Curianco y Benetton se re-comienda leer a Briones y Ramos (2005). Entanto que para analizar las tensiones entrelas agencias estatales y el agenciamiento ma-puche, revisar Delro, Lento y Papazian(2010).

    3 Segn los sostenedores de esta hiptesis (entreellos Casamiquela) en el siglo XVII los mapu-ches, al verse presionados por la presencia delos espaoles, habran cruzado la cordillera ha-cia el este y en ese proceso habran producidouna invasin sobre otros pueblos indgenas(tehuelches, pampas, etc.) que algunos estu-diosos no dudan en calificar de argentinosaunque no exista un pas, ni un estado con talnombre y menos an el Virreinato del Ro de laPlata (Jones, 2008).

    4 Para Gramsci (2004), el sentido comn esaquella concepcin del mundo absorbidaacrticamente por los distintos sectores so-ciales y culturales, en la que se desarrolla laindividualidad moral del hombre medio.Sera una concepcin del mundo elemental,acrtica, no sistmica, pero contiene ideasque condicionan la prctica histrica.

    5 Prueba de ello es que en 1989 la OrganizacinInternacional del Trabajo (OIT) debi sancio-

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    I S S N 2 3 4 7 - 0 8 1 X

    h t t p : / / w w w . r e v i s t a s . u n p . e d u . a r / i n d e x . p h p / t e x t o s y c o n t e x t o s

    T e x t o s y C o n t e x t o s d e s d e e l s u r , N 3 , V o l I I ( 1 ) , j u l i o 2 0 1 5

    4 3

    nar el Convenio 169, reconociendo el derechoal uso del idioma propio, al territorio y las con-sultas por parte de los gobiernos. Tambin la

    ONU debi hacer lugar a este debate en 1993,aprobando en la Conferencia Mundial de Dere-chos Humanos, entre otros puntos: la libre de-terminacin, el autogobierno o la autonomade los pueblos indgenas con sus propios asun-tos internos y locales. En el mismo ao, laAsamblea General de la ONU proclam elAo Internacional de las Poblaciones Indge-nas del Mundo y el Decenio Internacionalde las Poblaciones Indgenas del Mundo(Cruz, 2010). En este sentido, muchas refor-mas constitucionales en Amrica Latina de-bieron dar lugar a estos derechos conseguidosen el mbito supranacional: Colombia en1991, Paraguay en 1992, Per y Ecuador en1993, Argentina y Bolivia en 1994 y Venezuelaen 1998 son algunos ejemplos (Ibd., 2010).En Argentina los derechos fundamentales delos pueblos indgenas se encuentran consa-grados en el art. 75 de la Constitucin Nacio-nal y en el art. 34 de la Constitucin de la

    provincia del Chubut.

    6 En trminos gramscianos, la hegemona esun proceso de direccin poltica y cultural deun grupo social sobre otros segmentos socia-les, subordinados a travs de l. A travs dela hegemona, un grupo social colectivo (na-cional o internacional) logra generalizar supropia cultura y sus valores para el otro y lepermite de esta manera, ejercer un poder so-bre otros (Kohan, 2011).

    7 Si consideramos un bloque histrico, es de-cir, una situacin histrica global, podemosdistinguir, por una parte, una estructura so-cial las clases que depende directamentede las relaciones de fuerza productivas y, porla otra, una superestructura ideolgica ypoltica. La vinculacin orgnica entre estosdos elementos la efectan ciertos grupos so-ciales cuya funcin es operar no en el sistema

    econmico sino en el superestructural: losintelectuales (Portelli, 1977, p.9).

    8 Esto no es nuevo ni exclusivo de Patagonia,ya Henry Lefebvre explicaba que el capitalis-mo sobrevive, por ejemplo, a travs de deter-

    minadas formas de produccin de espacio, aimagen y semejanza del capital.

    9 La acumulacin por despojo significa unareevaluacin general del papel continuo ypersistente de las prcticas depredadoras dela acumulacin primitiva u originaria enla amplia geografa histrica de la acumula-cin de capital es, por tanto, muy necesaria,como han observado recientemente variosautores. Dado que no parece muy adecuadollamar primitivo u original a un procesoque se halla vigente y se est desarrollandoen la actualidad, en lo que sigue sustituirestos trminos por el concepto de acu-mulacin por desposesin (Harvey, 2007,p.116).

    10 Una nocin de coleccin que guarde una va-ga asociacin con lo que hoy se entiende pormuseo, se remonta a uno de los primeros

    catlogos publicados, en Amsterdam, porSamuel Quickelberg en 1565 (LivnGrosman,2003, p.132).

    R e f e r e n c i a s b i b l i o g r f i c a s

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