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LOS MECANISMOS INMATERIALES DE LA MENTE Capítulo 9 Los mecanismos inmateriales de la mente: Keynes y Fisher en los años veinte El mundo va siendo cada vez más consciente de su capacidad de mejora. La economía política ha dejado de ser aquella ciencia lúgubre. IRVING FISHER, 1908 1 Debemos tratar de controlar y reducir el denominado «ciclo econó- mico». ÍRVING FISHER, 1925 2 La Gran Guerra había pospuesto la necesidad de Keynes por establecer- se profesionalmente. En cierto momento pensó en dirigir una compa- ñía ferroviaria, pero los trenes ya no tenían el atractivo de antes de la guerra; su puesto lo ocupaban ahora las finanzas. La paridad flotante, las elevadas deudas de guerra, la necesidad de crédito y el espinoso asunto de las reparaciones habían transformado el mundo de los préstamos y los seguros. El sector que más rápidamente estaba creciendo era el de las finanzas, hasta entonces serio y algo misterioso; según los escépticos, cada vez se parecía más a un gigantesco casino. Keynes conoció la City, el centro financiero de Londres, gracias a Oswald «Foxy» Falk, un corredor de bolsa que ingresó en el Ministerio de Hacienda durante la guerra. En menos de un año Keynes era direc- tor de una compañía de seguros, un tema del que lo ignoraba todo, como ignoraba la necesidad de diversificar una cartera de inversiones» Las compañías especializadas en seguros de vicia «deberían tener una sola inversión, la cual debería cambiar cada día», 3 declaró en la primera reu- nión de junta. Que no tuviera en cuenta la noción fisheriana de la co- rrespondencia entre el riesgo y la tasa de rendimiento de una inversión es un indicio de su bisoñez en el asunto. Como tantas cuestiones que caen por su propio peso, la idea de que es peligroso poner todos los huevos en un mismo cesto era tan desconocida en general como la teo- ría de la relatividad. Keynes no se limitó a dirigir esa compañía. El abandono del patrón oro, que establecía tipos de cambio fijos —un mecanismo semejante a una moneda única mundial—, y su sustitución por un sistema de pari- dad flotante había creado un paraíso para los especuladores. En el otoño de 1919 y la primavera de 1920, después de especular con francos, dóla- res y libras, Keynes se compró varios cuadros de Seurat, Picasso, Matisse, Renoir y Cézanne. «Evidentemente, es una actividad arriesgada, pero Falk y yo sabemos que nuestra reputación está enjuego y actuamos con cautela», aseguró Keynes a su padre, que, como varios amigos del grupo de Bloomsbury, le había cedido unos miles de libras para que las invir- tiese. Quizá tendría que haberlo puesto en guardia otro comentario de su hijo: «Me divierte ganar o perder en este juego de apuestas». 4 Con este ánimo expansivo, en la primavera de 1920 Keynes em- prendió un viaje por Europa con Vanessa Bell y Duncan Grant. En Florencia visitaron al historiador estadounidense Bernard Berenson, di- vulgador de la pintura renacentista. En la mansión de Berenson, I Tatti, Keynes y Grant se divirtieron haciéndose pasar el uno por el otro, aun- que su anfitrión no se divirtió tanto como ellos. Pero básicamente se dedicaron a ir de compras. Hasta Keynes, que solía ser tacaño cuando se trataba de cantidades menores, se compró diecisiete pares de guantes de piel. En marzo, más o menos en la época en que Joseph Schumpeter decidía emprender su propio juego de apuestas en la Bolsa vienesa, Keynes, convencido de que la libra se depreciaría frente al dólar porque en Gran Bretaña, y en Europa en general, los precios subían más depri- sa que en Estados Unidos, compró dólares en nombre de sus represen- tados. La lógica del argumento era impecable, pero el momento elegido no lo era tanto. A su vuelta, Keynes descubrió que el franco, el marco y la lira se estaban revalorizando. Cuando se recuperaron los valores ini- ciales, Keynes estaba arruinado. Por una extraña alquimia, un beneficio de catorce mil libras se había transformado en una pérdida de más de trece mil. Curiosamente, sus clientes siguieron confiando en su talento. 312 313

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LOS MECANISMOS INMATERIALES DE LA MENTE

Capítulo 9

Los mecanismos inmateriales de la mente:Keynes y Fisher en los años veinte

El mundo va siendo cada vez más consciente de su capacidad demejora. La economía política ha dejado de ser aquella ciencia lúgubre.

IRVING FISHER, 19081

Debemos tratar de controlar y reducir el denominado «ciclo econó-mico».

ÍRVING FISHER, 19252

La Gran Guerra había pospuesto la necesidad de Keynes por establecer-se profesionalmente. En cierto momento pensó en dirigir una compa-ñía ferroviaria, pero los trenes ya no tenían el atractivo de antes de laguerra; su puesto lo ocupaban ahora las finanzas. La paridad flotante, laselevadas deudas de guerra, la necesidad de crédito y el espinoso asuntode las reparaciones habían transformado el mundo de los préstamos ylos seguros. El sector que más rápidamente estaba creciendo era el de lasfinanzas, hasta entonces serio y algo misterioso; según los escépticos,cada vez se parecía más a un gigantesco casino.

Keynes conoció la City, el centro financiero de Londres, gracias aOswald «Foxy» Falk, un corredor de bolsa que ingresó en el Ministeriode Hacienda durante la guerra. En menos de un año Keynes era direc-tor de una compañía de seguros, un tema del que lo ignoraba todo, comoignoraba la necesidad de diversificar una cartera de inversiones» Lascompañías especializadas en seguros de vicia «deberían tener una solainversión, la cual debería cambiar cada día»,3 declaró en la primera reu-

nión de junta. Que no tuviera en cuenta la noción fisheriana de la co-rrespondencia entre el riesgo y la tasa de rendimiento de una inversiónes un indicio de su bisoñez en el asunto. Como tantas cuestiones quecaen por su propio peso, la idea de que es peligroso poner todos loshuevos en un mismo cesto era tan desconocida en general como la teo-ría de la relatividad.

Keynes no se limitó a dirigir esa compañía. El abandono del patrónoro, que establecía tipos de cambio fijos —un mecanismo semejante auna moneda única mundial—, y su sustitución por un sistema de pari-dad flotante había creado un paraíso para los especuladores. En el otoñode 1919 y la primavera de 1920, después de especular con francos, dóla-res y libras, Keynes se compró varios cuadros de Seurat, Picasso, Matisse,Renoir y Cézanne. «Evidentemente, es una actividad arriesgada, peroFalk y yo sabemos que nuestra reputación está enjuego y actuamos concautela», aseguró Keynes a su padre, que, como varios amigos del grupode Bloomsbury, le había cedido unos miles de libras para que las invir-tiese. Quizá tendría que haberlo puesto en guardia otro comentario desu hijo: «Me divierte ganar o perder en este juego de apuestas».4

Con este ánimo expansivo, en la primavera de 1920 Keynes em-prendió un viaje p o r Europa con Vanessa Bell y Duncan Grant. EnFlorencia visitaron al historiador estadounidense Bernard Berenson, di-vulgador de la pintura renacentista. En la mansión de Berenson, I Tatti,Keynes y Grant se divirtieron haciéndose pasar el uno por el otro, aun-que su anfitrión no se divirtió tanto como ellos. Pero básicamente sededicaron a ir de compras. Hasta Keynes, que solía ser tacaño cuandose trataba de cantidades menores, se compró diecisiete pares de guantesde piel. En marzo, más o menos en la época en que Joseph Schumpeterdecidía emprender su propio juego de apuestas en la Bolsa vienesa,Keynes, convencido de que la libra se depreciaría frente al dólar porqueen Gran Bretaña, y en Europa en general, los precios subían más depri-sa que en Estados Unidos, compró dólares en nombre de sus represen-tados. La lógica del argumento era impecable, pero el momento elegidono lo era tanto. A su vuelta, Keynes descubrió que el franco, el marco yla lira se estaban revalorizando. Cuando se recuperaron los valores ini-ciales, Keynes estaba arruinado. Por una extraña alquimia, un beneficiode catorce mil libras se había transformado en una pérdida de más detrece mil. Curiosamente, sus clientes siguieron confiando en su talento.

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LA GRAN BÚSQUEDA LOS MECANISMOS INMATERIALES DE LA MENTE

Su padre y sus amigos estaban convencidos de que Keynes no tardaríaen recuperar todo lo perdido, y su corredor de bolsa aceptó volverle aabrir la cuenta si le pagaba siete mil libras. Lo más curioso es que estaconfianza resultó justificada, ya que a finales de 1924 Keynes volvía aser un hombre rico.

Tras publicar un éxito de ventas, Keynes comenzó a colaborar conla prensa para mantener el estilo de vida al que empezaba a acostum-brarse. Publicó artículos en el Manchester Guardian y el Evening Standard

de lord Beaverbrook, y en el New Repitblk estadounidense. Según subiógrafo Robert Skidelsky, en la década de 1920 Keynes obtuvo untercio de sus ingresos de la actividad periodística, una carrera que cul-minó con su nombramiento como director del Xew Sratesttnm, el sema-nario de izquierdas fundado por G. B. Shaw y los Webb. Otro de susbiógrafos, Peter Clarke, ha señalado que Keynes sacaba lo mejor desus múltiples talentos cuando se proponía «atacar lo ilógico con re-flexiones lógicas».5

En 1922, Keynes se centró en el estudio de la moneda y la activi-dad bancaria. Antes de la Primera Guerra Mundial, la economía mone-taria era una obsesión básicamente estadounidense, pero Irving Fisher,el único economista norteamericano al que Cambridge se tomaba enserio, convenció a Keynes de que la moneda tenía mayor influencia dela comúnmente aceptada en la economía «real»/1 Ya en 1913, un parde años después de conocer a Fisher en la coronación de Jorge V, Key-nes había dado un discurso ante un grupo de empresarios londinensesen el que retomaba la idea fisheriana de que las etapas de prosperidad ydepresión son importantes por «la creación y destrucción de crédito».7

Los desórdenes económicos que vinieron tras la guerra parecían corro-borar este argumento.

En 1923, Keynes, entusiasmado con esta nueva corriente intelectual,condensó sus reflexiones más recientes en el Breve tratado <ohre h¡ reformamonetaria:

Desde 1914 las fluctuaciones monetarias se han producido a ral esca-la que pueden considerarse uno de los sucesos más significativos de lahistoria económica del mundo moderno. No solo las variaciones delpatrón, sea oro, plata o papel, han tenido una intensidad ún preceden-tes, sino que se han producido en una sociedad que descansa» más que en

cualquier otra época pretérita, en la hipótesis de que la moneda debe sermoderadamente estable.

En este texto, Keynes trató de demostrar que las inflaciones y defla-ciones impiden valorar correctamente los efectos de las decisiones em-presariales y distorsionan los comportamientos relativos al ahorro y lainversión. Por otra parte, planteó otra cuestión más general, sobre la queestaba de acuerdo con Fisher: «Debemos dejar atrás la profunda descon-fianza que nos inspira la posibilidad de regular de forma deliberada elpatrón del valor monetario. No podemos dejar [el asunto en manos dela naturaleza]». Para Keynes, el problema de la inflación era que redistri-buía de forma arbitraria la riqueza existente, enfrentando a diferentesgrupos de ciudadanos y, en último término, perjudicando la democra-cia. Por su parte, la deflación retrasaba la creación de nueva riqueza aldestruir ingresos y puestos de trabajo.

No es necesario que comparemos un mal con el otro. Es mejoraceptar que ambos deben evitarse. El actual capitalismo individualista,precisamente por confiar el ahorro al inversor individual y la producciónal empleador particular, supone una medida estable del valor, y no puedefuncionar, y quizá ni siquiera sobrevivir, sin ella.

Keynes insistió repetidamente en esta idea: había una solución. «Elremedio sería [...] controlar el patrón del valor, de modo que, siempreque sucediera algo susceptible de producir cambios en el nivel generalde los precios, la autoridad competente pudiera tomar medidas paracontrarrestarlo». Por otra parte, si la moneda no pasaba a ser «el objetode una decisión deliberada»», quedaría un vacío peligroso que se inten-taría solventar con «una serie de remedios populares [...] aunque estosmismos remedios —subvenciones, congelación de precios y alquileres,control de la especulación y gravamen del exceso de beneficios— ter-minarían siendo algunos de los principales males».

La frase más célebre de Keynes —<*A largo plazo, todos estaremosmuertos»— aparece en el siguiente pasaje del Breve tratado: «El largo pla-zo es una guía inadecuada para estudiar los sucesos actuales. A largoplazo, todos estaremos muertos. Los economistas se arrogan una tareademasiado fácil y vana, si en una fase tempestuosa se limitan a decir que

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cuando pase la tormenta el mar volverá a estar en calma».8 Schumpeter,entre otros, interpretó esta frase de Keynes como una muestra de suindiferencia ante las consecuencias inflacionistas de los estímulos fiscaleso monetarios a corto plazo. Sin embargo, el contexto deja claro queKeynes pretendía rebatir la idea de que la inflación y la deflación pue-den remediarse por sí solas, sin una intervención activa. Es decir, inten-tó demostrar que cada país tiene que optar conscientemente entre dosobjetivos deseables pero incompatibles. Keynes había tomado esta ideade Fisher, que según él era «defensor a ultranza de la estabilidad de losprecios frente a la estabilidad cambiaría».9 En un mundo que facilitabala libre circulación de capital a través de las fronteras, cada país debíaoptar entre estabilizar los precios de las importaciones y exportaciones,o estabilizar los precios de los bienes y servicios producidos interior-mente. Era imposible asegurar las dos cosas, por lo que había que tomaruna decisión. Keynes no dejaba dudas de cuál era su opción preferida:según él, la estabilidad de los precios interiores era de primordial im-portancia para evitar un nivel de desempleo y una redistribución de lariqueza que perjudicaran el tejido social.

El patrón oro se hundió con la Primera Guerra Mundial. En 1875, elgobierno británico garantizó que seis libras podrían cambiarse por unaonza troy de oro, y encargó al Banco de Inglaterra que asegurase que laslibras en circulación permitían mantener la paridad. Evidentemente,cuando otros países vincularon sus respectivas monedas al oro, se creóun tipo de cambio entre las monedas «duras», es decir, las basadas en elpatrón. Así, en el momento en que el gobierno estadounidense deter-minó que treinta dólares equivalían a una onza troy de oro, una librapasó a equivaler a cinco dólares. Es decir, tal como ha señalado el eco-nomista Paul Krugman, en el siglo xix el patrón oro funcionaba deforma similar a una moneda única mundial regulada por el Banco de In-glaterra.

Cuando estalló la guerra, los países beligerantes agotaron sus reser-vas de oro en la compra de armas y alimentos para sus ejércitos. Acaba-do el conflicto, los políticos británicos trataron de volver cuanto antesal patrón oro. El partidario más claro de reinstaurarlo era WinstonChurchill, que se había afiliado al Partido Conservador y había sido

nombrado ministro de Hacienda por el nuevo primer ministro, StanleyBaldwin.

En una aciaga cena celebrada el 17 de marzo de 1925, Keynes tratóde convencer a Churchill de que el retorno al sistema vigente antes dela guerra provocaría una sobrevaloración perjudicial de la libra. Aun-que la fortaleza de la libra sería beneficiosa para el sector financiero,perjudicaría a las industrias dedicadas tradicionalmente a la exportación—sobre todo los textiles y el carbón—, lo que causaría un desempleomasivo. Era una discusión que Irving Fisher y Keynes llevaban tiempomanteniendo en la prensa. Sin embargo, Churchill no se dejó conven-cer. Como dijo más tarde, refiriéndose a una promesa electoral de 1918:«Esto no es un tema económico, es una decisión política».10

«Las consecuencias económicas de Churchill», título del panfletoque Keynes escribió unos meses después, fueron más o menos las quehabían previsto el propio Keynes, Fisher y otros. En diciembre de 1924,anticipándose a la medida que elevó en un 10 por ciento el valor decambio de la libra, el Banco de Inglaterra subió su tipo de descuentodel 4 al 5 por ciento, situándolo un punto entero por encima del deNueva York. El objetivo era estimular la demanda de libras, atrayendofondos estadounidenses a corto plazo. Como los elevados tipos de inte-rés frenaron el flujo de crédito y la fortaleza de la libra redujo la deman-da de bienes de exportación, la industria pesada británica empezó atambalearse y el desempleo se desbocó en el norte de Inglaterra. Key-nes achacó el derrumbe al hecho de que Churchill no hubiera seguidosu consejo.

Llegados a este punto, es necesario retroceder un poco. Cuando Keynestuvo claro corno ganarse la vida y a qué dedicar sus energías, empezó aplantearse más seriamente cómo quería vivir. Se acercaba a la cuarente-na y sentía que le faltaba algo. Durante casi todo 1921 y 1922 se habíaconsiderado «casado» con Sebastian Sprott, uno de los guapos estudian-tes a los que había conocido dando clases en Cambridge, y además teníaotras aventuras. Sin embargo, ninguna de estas historias tenía la intensi-dad de la relación que había mantenido con Duncan Grant una décadaatrás. Solo servían para acrecentar su insatisfacción, porque le recorda-ban que, por diversos motivos, entre ellos el hecho de que la homose-

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xualidad fuera ilegal y no estuviera aceptada socialmente, nunca podríatener una pareja con la que compartir su rica, intensa y cada vez máspública vida.

Keynes siempre se había encontrado a gusto en familia. La mayoríade sus amigos del grupo de Bloomsbury estaban casados o viviendo enpareja, formando un hogar o criando hijos, y en cierto modo esperabanque él hiciera lo mismo. Sin embargo, cuando conocieron a la personaelegida se horrorizaron: era una bailarina rusa de cuerpo voluptuoso ysocarrón sentido del humor, pero sin aparentes intereses intelectuales.Keynes había conocido a la bailarina cómica Lydia Lopokova en unestreno de los Ballets Rusos. Su apasionada relación comenzó en mayode 1921, cuando él la instaló con una excusa en el apartamento deBloomsbury que quedaba encima del suyo y que pertenecía aVanessaBell, que en ese momento no estaba enterada aún del asunto. Cuatroaños después, el 3 de agosto de 1925, la pareja se casaba a bombo y pla-tillo en Londres, con la calle invadida por una multitud de curiosos.Antes de la boda Keynes había comprado en Surrey una finca llamadaTilton, donde se paseaba en traje de tweed, inspeccionando las piaras ylos trigales y comportándose como un auténtico caballero rural.

Keynes pasó la luna de miel en Rusia, primero en casa de su familia polí-tica en San Petersburgo —en ese momento llamada Leningrado— y des-pués como invitado del gobierno soviético en Moscú-Junto a otros colegas,representó a la Universidad de Cambridge en el bicentenario de la Acade-mia de Ciencias Rusa. Como invitado preferente, Keynes visitó el Ministe-rio de Planificación Económica y el banco estatal y asistió al ballet y a unarepresentación de Hamlet en ruso, además de a innumerables banquetes.En una carta a Virginia Woolf, se quejó de que sus anfitriones lo habían«incomodado al obsequiarme una medalla tachonada de diamantes». A suvuelta, cuando se presentó con Lydia en casa de los Woolf en Surrey, Key-nes ya no llevaba su traje de caballero rural sino una camisa bordada al esti-lo Tolstói y un abrigo de astracán. Tras la visita,Virginia resumió asi la im-presión de Rusia con la que Keynes había deleitado a sus amigos:

Espías por todas partes, falta de libertad de expresión, erradicada laavidez por el dinero, vida en comunidad [...] respeto por el ballet, la me-

jor colección existente de Cézanne y Matisse. Interminables procesionesde comunistas con chistera, precios exorbitantes, pero se elabora champány la mejor cocina de Europa, banquetes que comienzan a las 8.30 y seprolongan hasta las 2.30 [...] y el inmenso lujo de los viejos trenes impe-riales, que alimentaban las bandejas del zar.

Como siempre, Keynes hizo gala de su talento periodístico paradescribir detalles inesperados y sabrosas contradicciones, pero gracias asu capacidad analítica fue capaz de distinguir entre apariencia y realidad.Los demás invitados de honor se fueron de Moscú muy impresionadoscon los obreros soviéticos, que parecían relativamente bien alimentados,bien vestidos y bien alojados y no tenían motivos para temer el parocomo sus homólogos occidentales. Keynes, en cambio, aseguró a loslectores del New Republic que el «milagro» económico soviético era fal-so como las aldeas de Potemkin. Es cierto que el trabajador urbano vi-vía mejor que antes de la guerra, y de hecho tenía «un nivel de vida[...] más alto de lo que justifica su producto»; sin embargo, seis de cadasiete ciudadanos soviéticos eran pequeños campesinos y estaban some-tidos a una explotación aún más dura que en los tiempos del zar:

El gobierno comunista puede mimar (comparativamente hablando)al trabajador proletario, a quien por supuesto cuida de un modo especial,por medio de la explotación del campesino. [...] El método oficial paraexplotar a los campesinos no radica tanto en los impuestos —aunque elimpuesto sobre la tierra es una partida muy importante del presupuesto—cuanto en la política de precios.

Moscú podía pagar al trabajador urbano un sueldo dos o tres vecessuperior a los ingresos de un campesino por el sencillo método de obli-gar a este último a vender su producción a precios muy inferiores a losvigentes en el mercado mundial. El resultado no era solamente el em-peoramiento de las condiciones en las que vivían la mayoría de los ru-sos, sino la ruina económica de todo el país. La producción agrícola, «laverdadera fortuna del país», se reducía, las rentas agrícolas empezaban aagotarse, y ya se había puesto en marcha un éxodo rural imparable. EnMoscú y San Petersburgo había miles de personas sin papeles y sin ho-gar, y la tasa de desempleo no se acercaba al cero oficial, sino al 20 o el

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25 por ciento. «La renta real del campesino ruso no es mucho más de lamitad de lo que acostumbraba ser, mientras que el trabajador industrialruso padece superpoblación y paro como nunca antes de ahora», con-cluyó Keynes.11

Aunque aconsejó a sus anfitriones que modificasen esta política tanperjudicial, Keynes reconocía que la situación de la economía soviéticano era «tan ineficiente como para no poder sobrevivir», aunque fuera«con un nivel de ineficiencia bajo» y con unas condiciones de vida pre-carias. Por otra parte, aunque solo fiiera porque tenía sus reservas respec-to a los países occidentales, no rebatió la predicción de Grígori Zinó-viev, el segundo de a bordo de Stalin, quien había asegurado que «de aquía diez años, el nivel de vida en Rusia será más alto que antes de la gue-r ra^ en el resto de Europa será más bajo».12 Quizá por las persecucionesque sufría su familia política en San Petersburgo, o quizá porque tolera-ba peor la ineficacia, la fealdad y la estupidez que la crueldad, no pensóque la Rusia soviética tuviera la clave de la salvación de Occidente:

¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el tallo a la hoja,exalta al grosero proletariado por encima del burgués y de la intelectuali-dad, que, con los defectos que sean, posee la calidad de vida y siembra conseguridad la semilla de todo el progreso humano? Incluso si necesitamosuna religión, ¿cómo podemos encontrarla en la túrbida basura de las li-brerías rojas?

Haciendo gala de sus prejuicios bloornsburianos, Keynes echó laculpa de la «basura» a «alguna bestialidad en la naturaleza rusa; o en lasnaturalezas rusa y judía cuando, como ahora, se han aliado».13 El direc-tor del New Repuhlic le pidió que quitara esta frase para no ofender a loslectores estadounidenses, pero Keynes se negó.

A finales de 1925 y principios de 1926, Keynes dejó temporalmen-te a un lado los temas monetarios. Como todos sus compatriotas, habíaseguido con fascinación el conflicto entre los magnates del carbón y losmineros, que amenazaban con una huelga de alcance nacional. La pri-mera víctima del fortalecimiento de la libra había sido la decaída indus-tria carbonera británica, que ya arrastraba problemas de sobreequipamien-to, uso de tecnologías anticuadas, costes demasiado elevados y dificultadesde gestión.Tras un pulso entre empresarios y sindicatos en relación con los

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En tiempos de jane Austen, «nueve décimas partes de la humanidad» estaban condenadas a vivir enla pobreza y a trabajar duramente. Una generación más tarde, Charles Dickens estaba convencidode que «estarnos avanzando hacia un tipo superior de sociedad».

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Henry Mayhew, pionero del periodismo de investigación, quería saber si era posible mejorar los sa-larios y el nivel de vida de los pobres londinenses. En plena epidemia de cólera, recorrió los aliábalesy callejones de la ciudad en busca de datos y realizó un retrato extraordinario de la vida y el trabajoen la capital del mundo. Sin embargo, no logró encontrar la respuesta a su pregunta.

Para Friedrich Engels (izquierda), el Londres Victoriano era la Roma de su tiempo y un anuncio delinminente e inevitable Apocalipsis.Su amigo y protegido Karl Marx (derecha) se propuso describir la ley que rige el movimiento de lasociedad moderna, pero sufrió un bloqueo creativo. No llegó a aprender inglés ni visitó una solafábrica mientras escribía El capital.

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Alfred Marshall, matemático y misionero frustrado, procedente de la clase media baja londinense,estaba decidido a poner al hombre a las riendas de su existencia, y también estaba profundamenteconvencido de que la existencia del proletariado no era imprescindible. Junto con su prometidaMary Paley, formada en Cambridge, se propuso convertir la economía en una guía que ayudase ala humanidad a salir de la pobreza.

Beatrice Potter procedía de la clase dirigente británica, pero se sentía dividida entre deseos contra-puestos: dedicarse profesionalmente a la investigación social o convertirse en la esposa de un hombrepoderoso, concretamente el carismático y avasallador Joseph Chamberlain.

{izquierda): Beatrice encontró a la pareja perfecta en Sidney Webb, el brillante hijo de un peluquerolondinense, y junto a él elaboró la noción del Estado del bienestar y se convirtió en asesora política.(derecha): Wimrnn «snenrer nivnrrhill antes conservador v desüués «promotor de la izquierda», confió

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Mientras cursaba el doctorado en Lon-dres, Alois Schumpeter montaba a caba-llo, practicaba esgrima y hablaba como sifuera uno de esos aristócratas con los quele gustaba que le confundieran. Pasabala mayor parte del tiempo en el MuseoBritánico, escribiendo un libro que cri-ticaba la teoría económica por no teneren cuenta que la economía evolucionabacon el tiempo.

Después de una impulsiva boda, Schum-peter emigró a Egipto, el milagro econó-mico de la bcllc opaque, para hacer fortunacomo abogado e inversionista. En ElCairo encontró inspiración para su granobra: La recría del desarrollo económico.

El más importante pensador económico norteamericano del siglo pasado fue un norteño, aficionado a ;..los inventos, abstemio y superviviente de la tuberculosis. C Ion formación de matemático pero deseoso •de «estar en contacto con su tiempo». írving Fisher inventó el aivim o giratorio de uncus, el índice de 'los precios al consumo y la previsión del comportamiento económico. I:'n la década de 1̂ 21», Fisher i/.i/,.-,,',» N . T u . ' ^ v / ^ ,*r-> un n r - í rn l f* /VMJíAmi . 'M un iruvú t\t>] r\iutet\í\ fíKíCn V Ofl t íSDeCl lh l t l o r bursátil CUYJ i

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Friedrich von Hayek se interesópor el funcionamiento de los mer-cados y por la teoría económicamoderna en las trincheras de laPrimera Guerra Mundial, cuandoera un cabo del ejército austrohún-garo. Hayek siguió los consejos deWittgenstein y escribió Camino deservidumbre, una contundente críticaa las economías de control estatal.

El primo de Hayek, Ludwig Wit-tgenstein, ingeniero de aviaciónconvertido en filósofo, convencióal joven Hayek de que el deber delgenio era contar las verdades incó-

La Primera Guerra Mundial hizo tambalearse los cimientos del milagro económico del siglo xixy provocó la quiebra de estados vencedores y vencidos por igual, dejando una estela de hambre ehiperinflación y una corriente revolucionaria que se extendió desde los Urales hasta el Rin.

^ .i.Como ministro de Economía de un país arruinado, mutilado y hambriento, Schumpeter (de pie, ter-cero por la izquierda) intentó convencer a los austríacos de que podían restablecerse económicamente

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En los años de guerra, Keynes fue el hombredesignado por el Ministerio de Hacienda bri-tánico para negociar los préstamos que EstadosUnidos concedería a Francia y a otros paísesaliados y participó como asesor en la conferen-cia de paz de 1919. Partidario de condonar lasdeudas entre países vencedores y de imponerreparaciones modestas a los vencidos, dimitióen un gesto de protesta cuando los CuatroGrandes se negaron a incluir la recuperacióneconómica de Europa como prioridad en elTratado de Versalles.

John Maynard Keynes (ew e/ centro), el inteligente, ambicioso y seguro de sí mismo heredero de una Ide las dinastías intelectuales de Inglaterra, definía la buena vida como aquella que estaba al alcance de \un caballero londinense en vísperas de la Primera Guerra Mundial. En la fotografía aparece junto ados amigos del grupo de Bloomsbury: el filósofo Bertrand Russell (izquierda) y el biógrafo LyttonStrachey (derecha).

PP^T*^ w ; ií':-1--.

Keynes coleccionaba ami-gos artistas y escritores, ade-más de obras de arte queadquiría gracias a su talentoespeculativo. El gran amorde su juventud fue el pintorDuncan Grant (izquierda),que, como otros de los ami-gos bohemios de Keynes, senegó a servir en el ejércitoen la Primera Guerra Mun-dial y exigió a Keynes quese hiciera objetor de con-

En 1923, Hayek pasó un año en Nueva Yorkcomo investigador y allí conoció a Irving Fi-sher y escribió una acida crítica contra los re-formistas monetarios que aseguraban que losbancos centrales podían controlar el ciclo eco-nómico gestionando el dinero circulante. Nocreía que fuera posible prever los altibajos conla anticipación y la exactitud necesarias para

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La depresión de la posguerra encaminó a Joan Robinson, la soñadora pero resuelta hija t i c UIILVneral, hacia la economía, y esta la llevó a conocer a su marido, un héroe de guerra, y al ecommiMmás famoso de Inglaterra, John Maynard Keynes. Elocuente, segura de sí misma y escritoIM prolii:.Joan se hizo un hueco en el círculo de discípulos varones de Keynes y desarrolló una t e o r í a sexplicaba que el auge de las grandes empresas puede llevar a una desafortunada combin.lv/ionlprecios altos y bajo nivel de empleo. Contó con la ayuda de su inteligente pero neurótica > .uu.ir.L-,Richard Kahn, quien hacía de intermediario con la gran figura.

Para desconcierto y disgusto de sus

r;.(V> j. i amibos de Bloomsbury, Keynes seffijíi.'1 1 casó con la bailarina rusa Lidia Lo-

poko\ a, que tormaba. parte de losBallets Rusos de Sergéi Diagliilev.Su enrúlente sentido del humor, suacento extranjero \ su ialta de pre-

intelectuales la convirtie-ron en el amor de su vida.

Irving Fisher [izquic.J.i* \

Schumpeter (dcivilu\ loto^rat'.uíien New Haven en l l )52.opiniones diferente Mhabía que combatir la (li.ir.sión, pero aunaron suspromocionar el uso de la

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Mese- antes del í )ía D, Franklin Delano Roosevelt instó a los aliados a no caer en los errores de laPrimera Guerra Mundial y centrarse en la recuperación económica de la posguerra.

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Paul Anthony Samuelson fue elkeynesiano estadounidense con másinfluencia en los años posteriores ala Segunda Guerra Mundial. Conuna visión del mundo influida porel declive del cinturón agrario deEstados Unidos, la burbuja de laconstrucción de Florida y la GranDepresión, modernizó la economíaintroduciendo fórmulas matemáti-cas, teorías keynesianas y numerosasideas propias. La generación de es-tadounidenses de la posguerra, entreellos John F. Kennedy, conocieronla nueva economía gracias al librode texto de Samuelson y a su co-lumna en el Newsweek. Se ha dichoque Samuelson fue el inspirador delrecorte fiscal de Kennedy de 1963.

En los años cincuenta, Joan Robinson, la más famosa de los discípulos ingleses de Keynes, repudisu obra juvenil y se convirtió en uno de los trofeos intelectuales de Stalin y Mao. Fue muy críticcon el liderazgo de los estadounidenses en la corriente general de la economía. En la fotografíítomada en julio de 1953 en Pekín, con ocasión de la firma del primer acuerdo comercial de «eesde las WriliHafW amrere seminruka tras otro nersonaie. con el doctor Chi Chao-tin£, Rolan

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LOS MECANISMOS INMATERIALES DE LA MENTE

Robinson aconsejó a su protegido Amartya Sen, que se matriculó en el Trinity College de Cam-bridge en 1953, que se. olvidara de «esa basura de la ética». Según ella, la democracia y el bienestarde la población eran lujos que no se podían permitir los países pobres. Sen no le hizo caso y sededicó a estudiar las hambrunas, la justicia económica y el problema de convertir las preferenciasindividuales en elecciones sociales.

recortes salariales, el gobierno conservador trató de ganar tiempo sub-vencionando las pagas de los mineros. Sin embargo, cuando se acercabala fecha final de las subvenciones, el enfrentamiento seguía en pie y vol-vía a anunciarse una huelga. Los amigos de Keynes en el Partido Liberal,a diferencia de los conservadores, no pensaban que la huelga fuera unprimer paso hacia la revolución, pero aun así apoyaron al gobierno einsistieron en que tal medida de presión sería inconstitucional y perjudi-caría a la democracia. Keynes, quien simpatizaba con los mineros, que notenían la culpa de la decisión de Churchill, propuso una solución decompromiso. El gobierno podía mantener los subsidios si los sindicatosaceptaban un modesto recorte de salarios y los propietarios cerraban lasexplotaciones menos productivas; de este modo, todos saldrían ganando.

Sin embargo, la propuesta no era demasiado realista. La huelga gene-ral de mayo de 1926, que duró diez días, no desembocó en nada. Losmineros resistieron seis meses más, hasta que el hambre les obligó a volvera las minas, en las mismas condiciones que habían rechazado. Entretanto,el Partido Liberal sufrió una escisión. Keynes terminó decantándose con-tra sus viejos aliados en el partido y a favor de su antiguo enemigo LloydGeorge, opuesto a la línea dura oficial. Entre sus nuevos amigos estabaBeatrice Webb, con la que coincidió en varias cenas. Beatrice atribuyó lapostura de Keynes a favor de los mineros a su reciente matrimonio:

Hasta entonces no me había interesado (era brillante, altanero y conpoca paciencia para el análisis sociológico, aunque debo reconocer quetiene cualidades). Sin embargo [...] creo que su matrimonio por amorcon esa fascinante bailarina rusa ha suscitado en él un acercamiento emo-cional a la pobreza y el sufrimiento.14

Beatrice Webb pensaba, con razón, que la antipatía de Keynes haciael espíritu de grupo —ya fueran los banqueros, los sindicatos, la culturaproletaria o el patriotismo— lo incapacitaba para la política, aunqueconsideraba que podría ser útil como miembro del gabinete.

En septiembre de ese mismo año, Keynes viajó a Berlín, donde, ademásde dar una conferencia sobre «El fin del laissez-faire», habló en un entor-no informal sobre la huelga general de su país. En la Universidad de

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Berlín, un público numeroso y entusiasta le obsequió con una cálidarecepción que no se solía prodigar a los conferenciantes ingleses. Suscríticas al Tratado deVersalles, la condena de la ocupación francesa delRuhr y su postura a favor de una reducción de las retribuciones y de laintroducción de paquetes de crédito externo lo convertían en un héroe.Por otra parte, el Plan Dawes ya había rebajado drásticamente el impor-te de las reparaciones de guerra alemanas y había facilitado una granafluencia de créditos, sobre todo de Estados Unidos. Weimar, que cadavez recibía más dinero y más inmigrantes y visitantes extranjeros, vivíauna edad de oro. Keynes consideró casi embriagador el ambiente deaquella Babilonia alemana.

Durante su estancia se encontró con su antiguo amigo Cari Mel-chior, que también se había casado, y coincidió por primera y últimavez con Albert Einstein. La reacción que le inspiraron revela su desdénbloomsburiano por el dinero y su temor paranoico al peligro de las in-fluencias extranjeras sobre la cultura alemana. «[Einstein] era judío [...]y mi querido Melchior también es judío», reflexionó.

Sin embargo, si viviera aquí, creo que podría volverme antisemita.Porque el pobre prusiano es demasiado lento y torpe para el otro tipo dejudíos, aquellos que no son diablillos sino demonios en activo, con cuer-nos, trinquetes y rabos grasientos. [...] No es agradable ver una civiliza-ción atrapada por las feas garras de los impuros hebreos, que tienen todoel dinero, además del poder y el cerebro. Mi voto es para las opulentasHausfraus y los Wandervógel de dedos gordezuelos.15

Esta peculiar identificación, más conciliatoria que empática, con elalemán robusto, torpe y lento, en contraposición al demonio inteligen-te, refleja el temor de Keynes a la masa, un tema que expresó con pala-bras menos ofensivas en su discurso sobre «El fin del laissez-faire»: si losgobiernos de los países democráticos cometían el error de dejar la situa-ción económica de sus ciudadanos en manos del azar, se arriesgaban aque hubiera reacciones violentas.

Durante toda la década de 1920, Keynes siguió dando clases en Cam-bridge. Uno de sus estudiantes lo describió como «más parecido a un

corredor de bolsa que a un profesor, un hombre de ciudad que pasabalargos fines de semana en el campo».16 Su fama y su carisma atraían a unnutrido público a las clases. En las tardes de los lunes, en sus aposentosdel Kings College se celebraban charlas de economía a las que asistíancon estricta invitación los estudiantes más brillantes y los profesores másambiciosos.

«Levantémonos y actuemos, usando los recursos inactivos para incre-mentar nuestra riqueza —propuso Keynes a un grupo de políticos delPartido Liberal el 27 de marzo de 1928—. Cuando cada hombre y cadafábrica estén ocupados, será el momento de decir que no podemos per-mitirnos nada más.»17 En la época de la huelga general, Keynes habíapensado que las nuevas teorías sobre el, ciclo económico, presentadascomo una solución al problema de desempleo del Reino Unido, po-drían ser una alternativa a las medidas propugnadas por la derecha (im-posición de aranceles) y por la izquierda (elevación de los impuestos). Sunuevo aliado, Lloyd George, reclamaba una nueva respuesta política. Porun momento, Keynes pensó en presentarse como candidato liberal por laUniversidad de Cambridge, pero eras unos días de vacilaciones descartóla idea. Lo que sí hizo fue desarrollar las propuestas que presentó LloydGeorge en la primavera de 1929. Es decir, el germen de la Teoría generalcobró forma en el tubo de ensayo de tina campaña política.

Según Keynes, el gran peligro del capitalismo no estaba en la desi-gualdad sino en la inestabilidad. Para éh la desigualdad no radicaba en labrecha entre ricos y pobres sino en las ganancias y pérdidas inesperadas—es decir, las que no procedían de las buenas ideas, el trabajo o el aho-rro—.«Las interferencias más graves en la estabilidad y la justicia,comolas que conoció el siglo xix, j . . . ] fueron precisamente las que proce-dían de modificaciones en el nivel de los precita», escribió, recordandoa Irving Fisher. Por eso, la ««medida primera y mis importante (...) esestablecer un nuevo sistema monetarios •** A diferencia de BeatriccWebb, Keynes rechazaba la noción de la guerra de clases; era demasiadoelitista para aceptarla. El Partido Laborista -parece estar contra quienestienen más éxito, más talento, más laboriosidad y nú\ afán ahorrativoque la media —se quejó—. Es un partido de elast\ y de una dase queno es la mía. [...| Puedo dejarme intíuir por lo que considero que es de

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justicia y de sentido común, pero la lucha de clases me encontrará dellado de la burguesía educada».19

Lloyd George, al que Keynes había dedicado en 1919 el injuriosocalificativo de «demonio encarnado», había tenido que dimitir en 1922,acusado de ser un mujeriego, de vender favores a cambio de aportacio-nes a su campaña política y de otros deslices morales. Sin embargo, elque era conocido como «el mago gales» conservó su ascendencia sobreel Partido Liberal y sobre Keynes. Durante casi toda la década de 1920,Lloyd George no tuvo ningún cargo político, pero puso su finca, Churt,a disposición de un grupo de economistas y dedicó mucho tiempo yenergías, además de un fondo específico del partido, a la elaboración delprograma liberal. Su objetivo era reaparecer en la política presentandouna propuesta contra el desempleo, y Keynes sería el experto en econo-mía de su campaña.

A partir de 1919, el desempleo en Gran Bretaña ya no bajó delmillón de personas; de hecho, durante varios años fue aumentando gra-dualmente, hasta alcanzar el 10 por ciento en 1929, en un momento enque el país aún no estaba plenamente recuperado de los estragos de laPrimera Guerra Mundial A pesar de la expansión del comercio mun-dial, el volumen de la exportación se redujo. En 1913, el Reino Unidoera el mayor exportador del mundo, y en 1929 había pasado a ocupar elsegundo puesto, por detrás de Estados Unidos.2U La actividad del paísque llegó a ser conocido como «la fábrica del mundo» seguía centrán-dose básicamente en las industrias tradicionales —carbón, hierro y ace-ro, construcción de barcos y manufactura de textiles—, en una época enque el mundo empezaba a reclamar petróleo, productos químicos, coches,películas y otros bienes novedosos. Por otra parte, la situación económi-ca reflejaba la profunda brecha existente entre el sur, más próspero, y elnorte, industrial y crónicamente deprimido, lo que recordaba la décadadel hambre del siglo anterior y hacía pensar de nuevo en una Inglaterraformada por dos naciones, una rica y otra pobre, enemistadas entre sí.

El 25 de septiembre de 1927, Lloyd George invitó a su finca de Churcha catorce profesores, entre los que estaba Keynes, para que *• trataran deestablecer las bases de un nuevo radicalismo»."1 El grupo firmó conjun-tamente el estudio titulado «El futuro industrial de Gran Bretaña», para

cuya realización Lloyd George había aportado 10.000 libras. El trabajo,que se publicó a principios de febrero de 1928, no tardó en ser conoci-do como «el libro amarillo» por el color de su cubierta. Keynes, a pesarde escribir a H. G. Wells que esperaba «no volver a verse envuelto en untrabajo colectivo a esta escala», reconocía que el estudio era «un intentoserio de elaborar una lista de propuestas viables y sensatas en la esferapolítico-industrial».22

Para Keynes, este trabajo le dio la oportunidad de conocer un pocomejor el mundo de la industria, por oposición al mundo financiero. Enuna charla con los candidatos del Partido Liberal, aseguró que la ten-dencia a establecer negocios más grandes no se debía solamente a lasnovedades tecnológicas y financieras, sino también al deseo de asegurarla venta total de las existencias. Las grandes empresas eran el resultadode una evolución natural y había que aceptarlas como tales. Esta visión,aunque no era tan favorable a las grandes corporaciones como la deSchumpeter, no dejaba de ser muy poco socialista.

En la campaña de 1929, el lema del Partido Liberal fue: «Podemosvencer el paro». El 1 de marzo, Lloyd George reclamó enfáticamente lanecesidad de reducir el desempleo a unos porcentajes «normales» en elplazo de un año.23 Su programa se centraba en un plan de gasto públicofinanciado mediante déficit presupuestario y destinado a impulsar laeconomía. En teoría, el aumento del crecimiento generaría más ingre-sos fiscales, que permitirían financiar los nuevos proyectos de carreteras,alcantarillado, telefonía, transmisiones eléctricas y viviendas, mientrasque el seguro de desempleo serviría para pagar a los trabajadores. Me-nos de tres semanas después, Keynes intervenía en el debate con unpanfleto titulado «¿Es factible la promesa liberal?». Después de que elMinisterio de Hacienda contraatacara diciendo que los nuevos empleosdel sector público solo servirían para sustituir los del ámbito privado,Keynes respondió con un segundo panfleto: «¿Puede hacerlo LloydGeorge?».

El hecho de que muchos trabajadores que ahora están en paro co-brarían un sueldo en vez del subsidio de desempleo comportaría unaumento de su poder adquisitivo real, que a su vez sería un estímulogeneral para el comercio. Por otra parte, el aumento de la actividad co-mercial traería más aumentos en el futuro, porque las fuerzas de la pros-

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LA GRAN BÚSQUEDA

peridad, como las de la depresión económica, tienen un efecto acumu-lativo.24

Según ha señalado Skidelsky, este artículo fue el germen de la no-ción del multiplicador. Según esta teoría, desarrollada dos años más tar-de por Richard Kahn, uno de los jóvenes discípulos de Keynes, aumen-tar el gasto público en un dólar genera más de un dólar en gastoprivado, ya que el aumento del consumo implica más contrataciones,más ingresos y un nuevo incremento del gasto privado, aunque sea pe-queño, que se va sumando de forma sucesiva.

Antes de las elecciones generales del 30 de mayo, Keynes, más op-timista que nunca, se apostó cierta cantidad a que los liberales obten-drían cien escaños. Al final solo obtuvieron cincuenta y nueve, lo quemarcó el final de la carrera política de Lloyd George. Por su parte, Key-nes tuvo que pagar 160 libras, aunque recuperó 10 por la apuesta quehabía hecho Winston Churchill. La campaña electoral le obligó a rees-cribir largos pasajes del Tratado sobre el dinero. El verano de 1929 fueidílico; entre otras cosas, se dedicó a preparar su manuscrito; asistir alrodaje de una escena de ballet de cinco minutos para Dark Red Roses,una de las primeras películas sonoras británicas; jugar al tenis, y reunirsecon Oswald Mosley, estrella ascendente del Partido Laborista, que enese momento era el responsable de obras públicas del gobierno y en ladécada siguiente se haría fascista. El único motivo de irritación fue elpobre resultado de sus especulaciones con productos básicos. En 1928había invertido en caucho, maíz, algodón y latón, pero el mercado cam-bió bruscamente y Keynes no tuvo más remedio que liquidar una partede sus acciones para compensar las pérdidas.

Irving Fisher se compró por primera vez un coche con motor de gaso-lina en 1916. Su último modelo eléctrico, un Detroit de superlujo, teníaque estar recargándose toda la noche en el garaje y no superaba los cua-renta kilómetros por hora. Tras su nueva adquisición, Fisher, que cadaaño recorría miles de kilómetros en tren, pudo salir a la carretera conun Dodge, un moderno vehículo con motor de gasolina. En esa épocalas carreteras que comunicaban Nueva York y Boston estaban sin asfal-tar y tenían baches capaces de tragarse una rueda entera, pero Fisher

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decidió que su nuevo coche «le abría paisajes casi ilimitados».25 En ladécada de 1920, Fisher se compró un coche nuevo cada dos años más omenos, adquiriendo un modelo superior a medida que prosperaban sufortuna y la del país. Al final, además de un Lincoln, tenía un La Salledescapotable y un novísimo Stearns-Knight, la respuesta norteameri-cana al Rolls-Royce. Además, como Jay Gatsby, tenía un chófer irlandés.

En 1929, una de cada cinco familias estadounidenses tenía coche.Tal como había anticipado Fisher en 1914, la guerra convirtió la eco-nomía del país en la más fuerte e importante del mundo. A diferenciade Gran Bretaña o Francia, en Estados Unidos

la Primera Guerra Mundial no comportó pérdidas económicas evidentes;en ciertos aspectos, aportó ventajas sociales y económicas. Además, de-mostró a las potencias combatientes que la administración podía aplicarpolíticas estratégicas y económicas que hasta cierto punto determinabansi la guerra iba a causar pérdidas o ganancias; es decir, el país no era unasimple víctima de las circunstancias.26

Gracias a las exportaciones realizadas en los años de guerra a diver-sos países europeos, en 1918 la capacidad anual de producción de Esta-dos Unidos superó la de Gran Bretaña.27 En vez de sufrir un derrumbeeconómico, como sucedió en Alemania o en Austria, o depender de laslimitaciones de las autoridades monetarias, como le sucedió al ReinoUnido, Estados Unidos comenzó a recuperarse en 1921 de la recesiónposterior a la guerra. Durante la década de 1920 hubo dos recesiones,cada una de las cuales duró algo más de un año, pero fueron tan suavesque pasaron inadvertidas para la mayoría de los ciudadanos estadouni-denses, excepto los agricultores. Desde 1921 hasta 1929,1a economíaexperimentó un crecimiento del 4 por ciento anual, mientras que eldesempleo no superó el 5 por ciento por término medio. En 1929,1aeconomía había crecido en un 40 por ciento y la renta per cápita era un20 por ciento superior a la de 1921, un progreso notable desde todoslos puntos de vista y que pocas veces se ha igualado desde entonces/

No obstante, estas cifras no reflejan los convulsos cambios que tra-jeron en su estela las nuevas formas de energía y que inauguraron unnuevo estilo de vida. Era el comienzo de la era moderna, la era del co-che, la casa en la periferia, el auge.de California, el petróleo, el teléfono,

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la prensa diaria, las cotizaciones de Bolsa, las neveras, los ventiladores ylos aparatos eléctricos, la radio y el cine, el acceso de las mujeres al tra-bajo remunerado, la reducción del número de hijos, el declive del sindi-calismo y el comienzo de los centros comerciales. Los varones mayoresde sesenta años asimilaron el hasta entonces desconocido concepto dejubilación. Se pusieron de moda lemas como la «gestión científica» y el«taylorismo», después de que Louis Brandéis convenciera a las compa-ñías de ferrocarril de que, organizándose según los principios preconi-zados por Frederick Winslow Taylor, no necesitarían subir las tarifaspara pagar salarios más altos a sus trabajadores. La RCA y la AT&T frie-ron los Microsoft y Google de la época. Entretanto, comenzó a decaerla economía tradicional, basada en las granjas, las minas de carbón y lasmanufacturas de textiles y de zapatos, es decir, las grandes fuentes deriqueza de Estados Unidos en el siglo xix .

El barco de vapor, el ferrocarril y el telégrafo habían ampliado lasposibilidades de movilidad y de comunicación para la generación deAlfred Marshall. El automóvil y el teléfono tuvieron el mismo efecto enla generación de Fisher,pero los viajes y la comunicación a distanciasevolvieron más individualistas. Fisher se congratulaba de no depender dehorarios fijos para viajar, del mismo modo que Beatrice Webb se alegra-ba de poder recorrer varios kilómetros sin necesidad de chófer cuandose compró su primera bicicleta. Gracias a la producción en serie, el co-che, el aparato de radio, el teléfono, el ventilador, la nevera y la casaprefabricada estuvieron al alcance de la población general, lo cual faci-litó la vida en los barrios residenciales de la periferia urbana. El volante,el dial de la radio y el interruptor eléctrico eran nuevos instrumentosde dominio al alcance de los consumidores.

Así como Beatrice Webb se había negado en redondo a conducir, yGeoffrey Keynes había calificado a su hermano de «motorófobo, firmedetractor de cualquier tipo de motorización»/'1 Fisher encarnaba la afi-ción de los estadounidenses a los coches y los artilugios tecnológicos detodo tipo. En marzo de 1922, después de hablar por primera vez paralaradio, encargó dos receptores. En una carta a su hijo, dijo: «Seguramen-te ha sido el público más numeroso al que me he dirigido nunca». Ante«una audiencia a la que no veía ni oía y que ni siquiera creía que exis-tiese», aseguró que las nuevas emisiones de costa a costa del Atlánticohabían convertido «el inundo entero en un barrio».-'"' En lc>27, poco

después de que Lindbergh, un aviador estadounidense de veinticincoaños, consiguiera volar sin escalas entre Long Island y París al mando deun monoplano, Fisher, que en ese momento se encontraba en París,utilizó el nuevo servicio de telefonía transatlántica para hablar durantenueve minutos con su mujer en su casa de Rhode Island, con su madreen New Jersey y con su yerno en Ohio. Según ha contado su hijo, Fis-her «tenía los ojos clavados en el segundero del reloj».31 En esa épocaFisher gestionaba la mayor parte de la actividad de su empresa por telé-fono, solía usar el dictáfono para escribir y cuando tenía prisa, algo muyhabitual en él, dictaba las cartas a una mecanógrafa sentada ante una Oli-vetti-Ya hacía tiempo que su oficina particular había invadido el tercerpiso de la mansión de New Haven, donde los archivadores y los escri-torios ocupaban pasillos y escaleras. Tenía contratadas a una decena de«variopintas señoritas» que usaban teléfonos con embocadura de cristaly escribían a máquina con el rumor de fondo de la máquina de ozonoque Fisher había mandado instalar para regenerar el aire de la oficina.

En esa época Fisher dedicaba sus energías a hacer campaña a favorde la Sociedad de Naciones, el control de la inmigración, la conserva-ción del medio ambiente y las reformas sanitarias, entre ellas la intro-ducción de una atención médica universal. En su vida aplicaba los mis-mos preceptos.Tenía casi todo el piso superior de su casa ocupado conun gimnasio, al que definía como «el garaje en el que mantengo enforma mi motor personal». Era un ávido comprador de material degimnasia, además de vitaminas y alimentos saludables. En su casa teníamancuernas, pesas, máquinas de musculación, una sauna, una lámparade bronceado, una silla vibratoria que según sus hijos parecía una sillaeléctrica y «un moderno mecanismo capaz de administrar un masajerítmico a todo el cuerpo».32 Además, en 1929 Fisher tenía en nómina aun fisioterapeuta y un entrenador.

Como solía repetir Fisher a menudo, la historia no es una buenaguía para aprovechar el potencial humano. En un discurso que pronun-ció en 1926 ante un público del sector sanitario,33 Fisher aseguró quelos seres humanos, del mismo modo que no habían alcanzado el límitedel consumo, tampoco habían alcanzado el de la longevidad, que segúnél estaba realmente en los cien años. También aseguró que en 1931 laesperanza de vida de un recién nacido inglés sería veinte años mayorque en 1871.34Y señaló otro detalle importante: en ese momento siete

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de cada diez personas tenían suficiente salud para trabajar y disfrutar dela vida, mientras que al final de la guerra seis de cada diez ciudadanosestaban clasificados como «enfermos» o «lisiados» y tenían «esperanzasde vida muy precarias».35 Asimismo, Fisher anticipó, acertadamente, quehacia 2000 la esperanza media de vida habría subido de los cincuenta yocho años a los ochenta y dos.36

La confianza de Fisher en la capacidad de mejora del ser humano yen las ilimitadas posibilidades de la ciencia y de la libre empresa crecióa la par que la prosperidad de los años veinte:

El mundo va siendo cada vez más consciente de su capacidad de me-jora. La economía política ya no es aquella «ciencia lúgubre» que asegura-ba que los salarios de miseria eran inevitables por el crecimiento malthu-siano de la población, y ahora aborda con confianza y seriedad la cuestiónde acabar con la pobreza. Del mismo modo, la más joven de las especiali-dades de la biología, la higiene, ha rebatido la idea caduca de que la muer-te es una fatalidad que se cobra un sacrificio inevitable e idéntico año trasaño. En lugar de esta creencia fatalista, hoy se impone la aserción de Pas-teur: «El hombre puede conseguir que desaparezcan de la faz de la tierralas enfermedades parasitarias».37

Fisher fue socio fundador y primer presidente de la Sociedad Ame-ricana de Eugenesia. La eugenesia, es decir» la aplicación de la genética alas cuestiones de matrimonio, inmigración y sanidad, no era solamenteuna causa fabiana. Evidentemente, muchas sociedades han. practicado di-versas formas de selección de los nacimientos, desde el infanticidio deEsparta hasta los misteriosos rituales de apareamiento de la aristocraciabritánica, pero fue a finales de la época victoriana cuando las tendenciasreformistas y los avances médicos y científicos dieron su prestigio y suinmensa popularidad a la eugenesia. Francis Galton, primo de CharlesDarwin y uno de los mejores amigos de Richard Potter, está considera-do el padre de esta disciplina. El general Leonard Darwin, hijo de Char-les Danvin, fundó la Sociedad Internacional de Eugenesia en 1911. Bea-trice y Sidney Webb, y de hecho muchos de los Fabianos más destacados,entre ellos G. B. Shaw y H. G. Wells, también eran entusiastas partidariosde la eugenesia. Keynes, que fue vicepresidente y vocal de la SociedadBritánica de Eugenesia y tesorero de la delegación de Cambridge, con-

sideraba que esta disciplina era «la rama más importante, significativa yme atrevería a decir que genuina de la sociología».38 De hecho, la euge-nesia fue una causa defendida por personas de diferentes tendencias po-líticas; algunos de sus partidarios fueron Arthur Balfour, primer ministrodel gobierno conservador entre 1902 y 1905;Winston Churchill; lordBeveridge, artífice del Estado del bienestar de los años posteriores a laSegunda Guerra Mundial; los escritores Leonard Woolf y Virginia Woolf,y las feministas Victoria Woodhull y Margaret Sanger.

Para ser justos, hay que señalar que en 1910 o 1920 la eugenesia nosignificaba lo mismo que en la década de 1970, cuando se asociaba algenocidio nazi y a las leyes de segregación racial estadounidenses. En elPrimer Congreso Internacional de Eugenesia, celebrado en Londres en1912 y que contó con la asistencia de Fisher, reinó un «espíritu general»de carácter «conservador».39 Keynes y él eran partidarios del liberalismo,y Fisher en particular era antirracista y quería «eliminar [...] el prejuicioracial y otros prejuicios sociales, como los que encarna el Ku KluxKlan».4U Ahora bien, Fisher y la Sociedad Americana de Eugenesia tu-vieron gran influencia en la aprobación de la Ley de Inmigración de1924, que no solo intentaba, como resumió Fisher, «evitar que entreninmigrantes incapacitados para el trabajo, como los que antes se incor-poraban a nuestra población procedentes de las instituciones públicas deEuropa»,41 sino que pretendía reducir drásticamente la inmigración pro-cedente del sur y el este de Europa.

Fisher había centrado sus investigaciones en los efectos perniciosos dela inflación y la deflación en deudores y acreedores, en la redistribuciónarbitraria de la riqueza que eso ocasionaba y en las «curas agresivas» quela administración adoptaba en nombre de las víctimas pero que, «comolos remedios de la medicina primitiva, a menudo son dañinas además defútiles».42 Aún no había relacionado las fluctuaciones del nivel de pre-cios con los altibajos del empleo y la producción, ni les había asignadoel papel privilegiado que les asignaría después. De hecho, el índice desus Principies of Economics, libro publicado en 1911, no incluía los con-ceptos de «expansión», «depresión» o «desempleo».

Ante la breve pero aguda recesión de 1920-1921, Fisher empezó ainteresarse por las medidas públicas susceptibles de combatir el desem-

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pleo. En 1895, el gobierno federal estadounidense carecía de los medila capacidad de actuación necesarios para gestionar las condiciones eerales de la actividad económica. Era demasiado pequeño en relación cola economía. Los impuestos se destinaban a financiar la actividad públisobre todo en el ámbito militar, y los aranceles eran una forma de ayud 'a sectores específicos. La creación de dinero circulante quedaba en manode los bancos; al regirse por el patrón oro del siglo xix, su ritmo de cre-cimiento dependía del de las reservas de oro mundiales.

En los años veinte, en cambio, Estados Unidos ya disponía de unbanco central —la Reserva Federal, creada en 1913— y tenía mayorpoder discrecional para influir en la actividad económica, animando odesalentando la creación monetaria y la concesión de préstamos. Ante lagravedad de la recesión, Fisher concluyó que la Reserva Federal conla intención de compensar la inflación de los años de guerra, había echa-do el freno durante demasiado tiempo. Por otra parte, la pésima situa-ción de los agricultores —-similar a la de la década de 1890—y délosobreros industriales le convenció de que el principal problema de la ines-tabilidad de los precios era su influencia en la producción y el empleo.Durante toda la década, Fisher se dedicó a estudiar la cadena de causasque iba de la creación monetaria a la creación de puestos de trabajo.

Poco a poco, las preocupaciones intelectuales de Fisher dejaron degirar en torno a las etapas Je diiizv y de recesión para centrarse en lainfluencia de la moneda en la estabilidad o la inestabilidad de la econo-mía. Según sospechaba, \d\ fluctuaciones del dinero circulante y la dis-ponibilidad de crédito, adenús de causar inflaciones y deflaciones, ex-plicaban los altibajos de la actividad económica y el empleo. Cada vezestaba más convencido de que una mejor gestión de la moneda permi-tiría ««suavizar las fluctuaciones cidicuv-.1

Además de escribir regularmente articulo** académicos, Fisher.de-dicaba cada vez más tiempo a las colaboraciones de prensa. Como Key-nes y como los Wehb, sabia que Sa mejor manera de vender sus ideasante las instancias legislativas era intentarlo de forma indirecta. En todossus artículos trataba de convencer a la opinión pública de que la infla-ción y el desempleo tenían tina cai^a común de tipo monetario, peroreconocía que la mayoría de sus lectores encontrarían desatinada cual-quier vinculación del sistema íuncario con -un apunto tan profundamen-te humano como es el programa contra e¡ deseníplco». Algunos analistas

habían reconocido el vínculo existente entre el declive general del nivelmedio de precios y el alza del desempleo que caracterizaron la graverecesión padecida por Gran Bretaña y Estados Unidos después de laguerra. De forma similar, la inflación se asociaba al auge en la produc-ción y las contrataciones. No obstante, las teorías sobre el «ciclo econó-mico» (la alternancia de momentos de auge y retroceso en la produc-ción y el empleo) no tenían en cuenta por lo general los cambios en elnivel de precios, y ningún otro economista había señalado una correla-ción entre los precios y el empleo.

Fisher advirtió que los demás analistas pasaban por alto la relaciónempírica existente entre el empleo y los precios. Confundían el nivel deprecios con los cambios en el nivel —una distinción que a él se le habíaocurrido repentinamente, durante su estancia en los Alpes suizos—, loque era un error comparable al de confundir la velocidad a la que entrael agua en una bañera con la profundidad del agua en la bañera. Segúnlo expresó, los demás economistas habían pasado por alto «la evidente di-ferencia entre unos precios altos y unos precios al alza, y también la di-ferencia entre unos precios bajos y unos precios a la baja. Es decir, hanobservado el nivel de los precios pero no su ritmo de cambio».44 Unade las razones de esta confusión era la falta de mecanismos para calibrarel ritmo al que cambiaba el nivel medio de los precios en la economía.Durante casi toda la década de 1920, Fisher se dedicó a elaborar y di-fundir estimaciones precisas, con el fin de ayudar a prever la evoluciónde la actividad económica y conocer los cambios que experimentaba elpoder adquisitivo del dólar.

Fisher estaba convencido de que, una vez que se hubieran identifi-cado las causas de los ciclos económicos, los analistas podrían «predecirlas condiciones económicas de una forma verdaderamente científica[...] como quien predice el tiempo». En 1926 escribió que «la teoríamonetaria debería, entre otras cosas, ayudarnos a analizar y predecir elnivel de los precios». Daba por supuesto que, cuando el banco centralpudiera anticipar los precios con exactitud, podría contrarrestar conantelación las fluctuaciones y de este modo frenaría o al menos mode-raría las oscilaciones entre prosperidad y depresión. Para Fisher, el me-dio imponía el objetivo. Según él, «deberíamos controlar y reducir elllamado ciclo económico», en vez de atribuir «una especie de carácterfatalista» a los momentos de auge y depresión.45

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A mediados de la década de 1920, Fisher había añadido el cicloeconómico a la lista de trastornos que, lejos de estar fuera de nuestrocontrol, no tardarían en encontrar un remedio: «La idea de que [el cicloeconómico] es inevitable e impredecible es totalmente falsa. Al contra-rio, sus causas son bien conocidas por lo general, y hoy sabemos en granmedida cómo prevenir la intensidad de los enfriamientos y las fiebresde la economía».46 Esta confianza venía, según él, de constatar que laReserva Federal ya había logrado «una rudimentaria estabilización deldólar», refiriéndose a los intentos del banco central por evitar los perío-dos de especulación. «Como medio para prevenir de forma sustancial eldesempleo, podemos estabilizar el poder adquisitivo del dólar, la libra, lalira, el marco, la corona y muchas otras unidades monetarias.»47 ComoKeynes, Fisher insistía en que la estabilidad de la moneda era un asuntobásicamente social. «Si queremos evitar que nuestra vasta superestructu-ra de crédito se desmorone periódicamente sobre nuestras cabezas, de-bemos ver la actividad bancaria como algo más que un negocio priva-do: es un importante servicio público», escribió.48

En 1925, Fisher tituló del siguiente modo una colaboración paralare-vista de la clínica Battle Creek: «Por qué preferiría ser empleado de laclínica a ser millonario».49 Sin embargo, aunque había muchas cosas quepara él tenían más valor que el dinero, en su fuero interno siempre ha-bía deseado tener las posibilidades financieras de su mujer. El primerode los inventos que le permitió mejorar su potencial de negocio fuefruto de su impaciencia. Harto de pasar una a una las tarjetas archivadasen una caja, ideó un ingenioso mecanismo que las mantenía todas jun-tas y a la vez permitía que el usuario leyera su contenido. Fisher intentóconvencer a una decena de fabricantes de material de oficina de que elartilugio que acababa de inventar era la solución ideal a las cada vezmayores necesidades de archivo de la época moderna y les aseguró quelas empresas se abalanzarían sobre cualquier artículo que las ayudara aorganizar su documentación de forma más eficaz.

Al principio, el Rolodex sufrió la misma suerte que muchos otrosinventos: su autor tuvo que comercializarlo por su cuenta y poniendodinero propio, o en este caso, de su mujer. Fisher montó un pequeñotaller en, New Haven, que por todo personal contaba con su hermano,

un carpintero y un ayudante, y por todo capital, con los 35.000 dólaresque le había prestado Margaret. Un año después de la guerra, la empre-sa Index Visible tenía una nave de tres pisos en la que fabricaba susproductos y una oficina comercial situada en el edificio del New YorkTimes, en pleno Manhattan. El primer cliente importante de Fisher fuela compañía telefónica de Nueva York, que le reportó sus primeros be-neficios en 1925. Fisher aprovechó la ocasión para fusionarse con suprincipal competidor, formando el núcleo de Remington Rand. Trasinvertir un total de 148.000 dólares en la empresa, vendió las accionesde Index Visible por 660.000 dólares, más una serie de valores, obliga-ciones, opciones y dividendos preferentes y un puesto en la junta direc-tiva de la nueva compañía: Rand Kardex. Más tarde, Fisher confesó a suhijo que ser capaz de mantenerse por su cuenta había sido uno de sus«anhelos reprimidos en el momento en que me casé. [...] Los inventoseran la única posibilidad que vi de hacer dinero sin sacrificar demasiadotiempo».50 A los cincuenta años, Fisher había hecho realidad su sueño yera multimillonario.

Entretanto, el negocio de las previsiones empezaba a prosperar, yaque el auge económico había creado un mercado específico. Fisher em-pezó escribiendo una columna de análisis económico en colaboración.Asimismo, comenzó a publicar un índice semanal sobre el poder adqui-sitivo de la moneda, uno de los indicadores que terminó adoptando elgobierno estadounidense. Poco después creó el Instituto de índices dePrecios y comenzó a enviar listas de datos a los periódicos desde la ofi-cina instalada en su casa, en el número 460 de Prospect Street, en NewHaven. Tras la venta de índex Visible, Fisher trasladó el negocio de pre-visiones económicas al edificio del New York Times y sus tablas e índicesempezaron a salir en el Philadelphia Inquirer, el Journal of Commerce, el

Minneapolis Journal, el Hartford Courant y otras publicaciones.

Siempre dispuesto a aplicar sus ideas al mundo real, Fisher habíaempezado a regular el sueldo de sus trabajadores según la inflación du-rante la guerra. Seguramente fue el primer empresario que concedióexplícitamente un ajuste anual automático según el «coste de la vida».Curiosamente, el experimento le enseñó que los índices de precios noeran una solución práctica a los problemas causados por la inflación y ladeflación. Lo explicó de la siguiente manera:

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Mientras el coste de la vida fue subiendo, los empleados deVisible recibieron complacidos los sobres de paga ajustados al «coste delvida» y cada vez más abultados. Pensaban que su sueldo estaba aumen-tando, aunque se les había explicado con claridad que el salario real semantenía estable. Cuando el coste de la vida empezó a bajar, en cambioles molestó la aparente «reducción» de su sueldo.51

Fisher consideraba que esta reacción de sus empleados era unamuestra de la omnipresencia de la «ilusión monetaria». Pensaba inclusoque un corredor de bolsa de Wall Street tenía las mismas posibilida-des que una mecanógrafa de dejarse engañar por la falsa impresión deque el valor de la moneda de su país era estable, aunque el precio debienes y servicios, o el de las demás monedas, fluctuaba arriba o abajoUna acción con una tasa de rendimiento del 10 por ciento podía pare-cer una inversión excelente, pero si la inflación era del 11 por ciento, enrealidad el inversor estaba perdiendo dinero. Fisher imaginó que losinversores y los sindicatos pagarían lo que fuera por tener un meca-nismo capaz de determinar el rendimiento «real» de sus acciones o decalcular si una oferta determinada suponía o no un «verdadero» aumentosalarial.

El interés por la estabilización monetaria había llevado a Fisher al inte-rés por los índices de precios, lo que a su vez lo llevó a interesarse porel rendimiento de las acciones. En 1921, cuando la Reserva Federalelevó los tipos de interés con la intención de frenar la inflación de laguerra, la Bolsa estadounidense se desplomó, pero las acciones volvie-ron a subir bruscamente al año siguiente, A mediados de 1,929, los pre-cios de los valores eran tres veces más altos que en 1921 en términosnominales, y unas diecinueve veces más altos que los beneficios empre-sariales después de impuestos.*2 Las acciones de la empresa de Fisher,laRemington Rand, se multiplicaron por diez en términos reales entre1925 y 1929,

En 1911, Fisher ya había asegurado que a largo plazo era mejorinvertir en una cartera de valores diversificada que en obligaciones. Lasobligaciones solo reflejaban la capacidad de la administración para abo-nar la. deuda y su voluntad de oponerse a la inflación. Los valores, en

cambio, reflejaban la influencia de los aumentos de productividad en losbeneficios empresariales, y por lo tanto tenían más posibilidades de su-bir Mientras duró la prosperidad de los años veinte, Fisher se fue vol-viendo cada vez más optimista. En 1927 era el principal defensor de la«nueva economía» y había pedido un crédito de miles de dólares parainvertir por su cuenta. De hecho, tuvo un par de sustos. En otoño, alvolver a Nueva York tras un viaje a París y Roma, su secretaria personallo estaba esperando en el muelle para decirle que por un derrumbe delmercado había tenido que ingresar 100.000 dólares en la cuenta de suagente para cancelar varios préstamos bancarios a corto plazo. Sin em-bargo, Fisher aconsejaba al cabo de un mes a su hijo Irving: «Arriesga lamitad de tu cartera actual, poniéndola como garantía de un préstamo, yusa los rendimientos para comprar más valores. Probablemente, dentrode seis meses o un año podrás vender con una ventaja sustancial y apartir de entonces diversificar tu cartera».53

En agosto de 1929, el desempleo era del 3 por ciento. El creci-miento de la innovación había empezado a notarse tras la guerra. En losdiez años anteriores, se habían inscrito más patentes que en todo el si-glo anterior. No es de extrañar que una comisión de análisis creada porHerbert Hoover, el flamante presidente, que en los años posteriores a laPrimera Guerra Mundial había dirigido el plan contra el hambre enEuropa, llegara a la siguiente conclusión: «Estamos en una situaciónafortunada. Nuestra fuerza es notable».54 Cuando otros inversores másprudentes, como Roger Babson, alertaron de que los precios de las co-tizaciones habían subido demasiado y demasiado rápido, Fisher replicóque seguían la tendencia de los beneficios empresariales. En otra oca-sión, señaló los motivos de que los beneficios empresariales no parasende crecer: las fusiones favorecían la economía de escala y rebajaban loscostes; las empresas gastaban más en investigación y desarrollo; aumen-taba la reutilización; la gestión empezaba a ser más científica; las carre-teras y los automóviles mejoraban la comercialización, y el aumento dela afiliación sindical en las empresas presagiaba una menor conflictivi-dad laboral.

En 1929, Fisher era el presidente de Remington Rand, tenía inver-siones en media docena de empresas de nueva creación y era el directorde un prestigioso servicio de previsiones económicas. Dedicó casi todoel año a revisar su obra maestra de 1907, The Rate oflnterest. Reflexio-

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LA GRAN BÚSQUEDA

nando sobre uno de los momentos alcistas más espectaculares de la his-toria de la Bolsa estadounidense, Fisher atribuyó el alza de los preciosde las cotizaciones al crecimiento de la innovación en los años poste-riores a la guerra y al consiguiente aumento de oportunidades de inver-sión. En septiembre entregó el manuscrito y se puso a trabajar en unlibro sobre la Bolsa. El 29 de octubre tenía previsto hablar para un gru-po de agentes de préstamos en el hotel Taft de New Haven. Dos sema-nas antes, el New York Times reseñaba que el señor Irving Fisher, profesorde la Universidad deYale, había asegurado a los miembros de la Asocia-ción de Agentes de Compras que los precios de las cotizaciones habíanalcanzado lo que parecía «un alto nivel permanente».55

Capítulo 10

El problema de la batería:Keynes y Fisher en la Gran Depresión

Hombres y mujeres de todo el mundo se planteaban abiertamente laposibilidad de que el sistema de sociedad occidental se desmoronase ydejara de funcionar.

ARNOLD J.TOYNBEE, 19311

En Londres, Keynes pasaba la primera media hora de cada jornada le-yendo en la cama las páginas de economía y hablando por teléfono consu corredor de bolsa y otros contactos de la City. Este ejercicio diario,sin embargo, no le ayudó a prever el crac de la Bolsa estadounidense deoctubre de 1929. La dotación del King's College, que él administrabacomo tesorero, cayó en un tercio, y su cartera personal se redujo aúnmás. Como ha señalado Robert Skidelsky, el problema no era que Key-nes poseyese demasiados valores norteamericanos, sino que, convencidode que la prosperidad de la economía estadounidense implicaría un alzageneral de los precios, había hecho fuertes inversiones en caucho, algo-dón, latón y maíz, y para ello había solicitado créditos con un margende diez a uno. En 1928, cuando los precios de los productos básicosempezaron a bajar, Keynes tuvo que vender la mayor parte de su carte-ra de inversiones para mantener su posición. A finales de 1929, su patri-monio neto había pasado de 44.000 libras a menos de 8.000.2 A partirde esta experiencia, se dedicó más bien a invertir en acciones, conven-cido de que «el tipo de inversión más acertado consiste en destinarmayores sumas a las compañías de las que uno cree saber algo y cuyagestión le inspira confianza».3

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