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    A Fidel Seplveda.A mis compaeros de travesa por el Mapocho, rumbo al mar.

    Sobre los tejados de una casa pintada de azul que se divisa a la izquierda del tren,lzanse las chimeneas de unos cuantos hornos de fuego que son hoy los nicos

    faros de Santiago. Todos los ojos estn fijos en esos resplandores azuladosque alumbran para los unos la esperanza, para los otros las fbulas de la fortuna,

    para todos la inquieta ambicin del venidero.BENJAMN VICUA MACKENNA, De Valparaso a Santiago

    Los mares interiores:Apuntes para una fenomenologaterritorial del viajeInner seas: Notes towards a territorialphenomenology of the journey

    GABRIEL CASTILLO FADICPontificia Universidad Catlica de [email protected]

    RESUMEN De atenerse tanto al timo como a la tradicin mtica, la posibili-dad del viaje depende de la disposicin espacial y existencial de un camino,emparentado a su vez al curso de un ro, pero tambin de la pertinencia y ade-cuacin al mundo del medio de desplazamiento. El presente artculo exploraesta triple relacin y su prolongacin potencial en una fenomenologa con-tempornea del viaje asociada al espacio de la ciudad de Santiago, a sus tra-yectos interiores y a sus vas de comunicacin con el mar.

    Palabras clave viaje mtico fenomenologa ros pasajes Santiago

    ABSTRACT Considering both etymology and mythical tradition, the possibilityof the journey depends on the spatial and existential lay out of a road. This is inturn linked to the course of a river and also to the pertinence and adequacy ofthe fictitious world to the vehicle chosen for the journey. The article exploresth is three-fo ld re lat ion and its potent ia l pro ject ion on to a contemporaryphenomenology of the journey associated to the space of the city of Santiago,its inner thoroughfares/ passages, and its connections with the sea.

    Keywords myth ica l journey phenomeno logy rivers thoroughfares/passages Santiago

    AISTHESIS N 38 (2005): 42-56 ISSN 0568-3939 Pontificia Universidad Catlica de Chile

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    SALVADOR REYES SOSTENA QUE Chile tiene forma de camino. De ah su condicinexcntrica, su carencia de ncleo. Pero nada nos dice en cambio de la suerte, enestas condiciones, de los caminos interiores: los que van de un lugar a otro, de lacasa al almacn, del pueblo a la ciudad, de la costa al mar. Sin punto de centro,de partida y de llegada, es posible un camino? La reduccin total del territorioa la imagen del camino, no permite la supervivencia de este ltimo como tal, sinexterior geogrfico, sin referencias de trayecto, sin bermas ni riberas, ni paisajesaledaos. La hiptesis de Reyes transforma el relieve del territorio en una expla-nada lisa, sin rugosidad ni contorno, sin variacin ni transicin, que se prolon-ga a la vez en el horizonte vaco de su correlato ocenico: el mar de Chile es unmar desrtico, sin costas cercanas que confronten sus propias costas, sin islas nihabitantes de un territorio prximo que aseguren mar adentro la comunicacincon algo o alguien. De ah que, sostiene Reyes, no exista en el pas una autnticacultura martima sino una flota de bordemar sin expectativas de navegacin amenos que se abandone el territorio en una incursin transocenica que olvideel punto de partida. Un gran mundo-camino que anula la posibilidad del cami-no en el mundo y neutraliza as su propia condicin. Paradjicamente el cami-no Chile es un camino insular. Un corredor que induce al desplazamiento peroque inhibe en verdad el movimiento, un puro trayecto amputado a su sentido,un viaje sin realizacin, una isla o un archipilago cuyos habitantes, de espaldasal mar, son a su vez trayectos tautolgicos, sin ir ni venir de ninguna parte, sinllegar a ningn lugar.

    El camino es el modo, la manera de llegar, de ir y venir, de alcanzar, pero elcamino es tambin, en griego antiguo (hods) el curso de un ro y, por exten-sin, el viaje. Ya habamos explorado en un texto anterior (Castillo, 2001), laexigencia del punto de centro para la culminacin arquetpica de todo movi-miento. Simblicamente el centro es, al mismo tiempo, antpoda e inmediatez.El centro est fuera del territorio, lejos de nuestro alcance, pero tambin den-tro del territorio, a nuestro alcance inmediato. La cercana del centro csmicoest determinada por el encuentro con el centro existencial. El centro es visi-ble, se vincula al lugar como sistema de apariencia, pero tambin es invisible,se vincula al lugar como sistema de experiencia. El centro se vive, se encuentrao se recobra, se recrea en el corazn. A su ambivalencia espacial se suma suambivalencia temporal, de la que adquiere su poder oracular. Es cima y sima.La nocin arcaica de centro es, recapitulando, simultneamente tica y estti-ca. Pero esta vez, la incorporacin de la transicin fluvial nos abre a un pro-blema alternativo y a una reflexin inversa: la condicin y el lugar del caminocomo posibilidad de establecimiento de un centro. Si el timo nos indica lapreeminencia sinttica del ro para rendir el triple sentido de trayecto trazado,modalidad y viaje, ella no limita el carcter de su potencia medial a la triplehomologa, sino que la proyecta a su cualidad de persistencia en el contrastede elementos. En su versin ms perfecta, como trazado de camino, el trayec-to del agua, elemento de la identidad arcaica del mundo, depende de la menorresistencia a los elementos contrarios. De no mediar resistencia humana quealtere pendientes, construya diques o instale esclusas, el agua sigue su curso

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    natural donde el relieve mismo de la naturaleza le seala la conveniencia desu cauce. El ro es el modo posible de identidad del camino con el mundo; elro es el viaje natural. No el viaje de algo o de alguien sino el territorio, alinterior del territorio, donde el viaje es posible. La naturaleza mtica del rocomo potencia de mediacin determina entonces existencialmente la posibili-dad del viaje humano.

    El ro es adems una potencia mixta. No slo opone el agua a la tierra, o a lapiedra. Perteneciente al rgimen del agua dulce, el ro se opone tambin al rgi-men del agua salada, con el que comunica y sobre el que predomina en el ima-ginario social. Para Gaston Bachelard, el agua de mar es un agua inhumana:

    Cmo decir mejor que la intuicin soadora del agua dulce persiste endesmedro de las circunstancias adversas? El agua del cielo, la lluvia fina, lafuente amiga y salvfica dan lecciones ms directas que todas las aguas delos mares. Es una perversin la que ha salado los mares (Bachelard, 1942:177).

    La sal obstruye la ensoacin de la dulzura, como ensoacin material ynatural. La ensoacin natural guardar siempre un privilegio al agua dulce,al agua que refresca, al agua que quita la sed (Bachelard, 1942: 177).

    Pero el contraste de regmenes determina tambin su relacin, sus modos ydireccin de flujo y afluencia. El ro va geogrficamente al mar pero provienemticamente de ste. El ro puede ser el ducto, la penetracin del mar en tierrafirme, su ascenso a la montaa, donde perece, como los ros de Chile, pero el ropuede ser tambin el mar atravesando la tierra, cruzndola para volver al mar obien para convertirse en afluente de un ocano mtico ms all de los mares, enlos confines del mundo, como algunos ros europeos en las Argonuticas, o enla Odisea. En la mitologa primitiva no hay que entender por Okeanos el marsino el gran reservorio de agua dulce (potamos), situado en las extremidades delmundo (Charles Ploix, citado en Bachelard 1942: 177). Apolonio de Rodasdescribe el regreso de los hroes de la Argo desde La Clquide, a travs de unpaso desde el Mar Negro hasta el Adritico por el ro Istro (Danubio) y luegodesde el Adritico al Tirreno por una conexin fluvial entre el Erdano (Po) yel Rdano. Pero tales ros figuran, fieles a la geografa mtica, como brazos deun Ocano exterior que rodea el contorno de la tierra. Argos, el piloto de laexpedicin, propone la primera parte de la ruta a sus compaeros informn-doles que:

    Hay un ro, brazo superior del Ocano, ancho y muy profundo incluso parapasarlo una nave de carga. Istro lo llaman y est sealado hasta bien lejos.ste durante cierto trecho atraviesa en un solo cauce un inmenso territorio,pues sus fuentes borbotan ms all del soplo del Breas muy lejos, en losmontes Ripeos, pero cuando penetra en las fronteras de los tracios y de losescitas, entonces se divide en dos, uno de esta parte arroja sus aguas poraqu en el mar oriental, otro del lado opuesto desemboca a travs de ungolfo profundo que se adentra desde el mar de Trinacria, el cual est situa-

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    do junto a vuestra tierra, si verdaderamente de vuestra tierra nace el Aqueloo(De Rodas, 1992: IV 283-293).1

    Luego, cuando el poeta imagina la segunda conexin fluvial, la sita a travsde los lagos del pas de los celtas2 para comunicar el Adratico (mar Jonio) yel golfo de Len (del mar de Cerdea). El tercer brazo, que fluye al Ocanoexterior, sera el Rhin. Esta vez se menciona adems a las puertas de la Noche,en el extremo occidental del mundo, como lo corrobora Hesodo (Teogona744-757).

    Desde all pasaron al profundo curso del Rdano, que afluye en el Erdano;al mezclarse en la confluencia sus aguas braman revueltas. Aqul desde laregin ms remota, donde estn las puertas y las moradas de la Noche,naciendo de all, por un lado desemboca con estrpito en las costas delOcano, por otro a su vez se arroja en el mar Jonio, y por otro en el mar deCerdea y en su inmenso golfo, echando su caudal a travs de siete bocas.De ste luego penetraron en los lagos torrenciales, que se extienden sin finpor el territorio de los celtas (De Rodas, 1992: IV 628-636).

    Tetis, una de las divinidades que guiar a los marinos en la superacin de losobstculos que aparecen, es madre de los veinticinco ros y de las cuarentaocenides. Aqu, como en los mares de la Argonutica, los ros y ocanos nue-vos no son, desde un punto de vista exegtico, una fabulacin del relato, sino lareferencia a un ms all siempre disponible a condicin de mediar una adecua-cin del viaje existencial al viaje natural. El viajero que da con el camino dondeel viaje es posible, da con el curso de un ro que es el viaje mismo abierto por uninstante al territorio del hombre. De no dar un paso en falso, de no alterar lavelocidad y la direccin, de no desconocer las seales de los dioses ni los signosde la naturaleza, el viajero reside en un movimiento que transita por y se abre amundos propios. En el desierto o en la ciudad, surgen para l los mares interio-res. Argos puede ser Vallejo describiendo el lugar de su muerte: Hay, madre,un sitio en el mundo, que se llama Pars/ Un sitio muy grande y lejano y otra vezgrande (1988: 127). Apolonio puede ser Bolao, planeando el retorno de UlisesLima (Ulises!) por un ro que comunica Mxico con Nicaragua. Despus de suregreso de Managua, donde ha desaparecido, segn narra Jacinto Requena,slo ha sido visto por los dems por casualidad. Para la mayora ha muerto yacomo persona y como poeta.

    Un da le pregunt en dnde haba estado. Me dijo que recorri un ro queune a Mxico con Centroamrica. Que yo sepa, ese ro no existe. Me dijo,sin embargo, que haba recorrido ese ro y que ahora poda decir que cono-

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    1 En su Introduccin a Argonuticas, Mariano Malverde (1992) precisa que se tratadel ro Acarnania que desemboca en el mar Jonio. Agrega que la ruta propuesta suponeuna conexin fluvial entre el Mar Negro (oriental) y el Adritico (golfo del marde Trinacia o Sicilia) mediante una bifurcacin del Istro (Danubio).

    2 Malverde ve aqu una relacin mtica de los lagos alpinos.

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    ca todos sus meandros y afluentes. Un ro de rboles o un ro de arena o unro de rboles que a trechos se converta en un ro de arena. Un flujo cons-tante de gente sin trabajo, de pobres y muertos de hambre, de droga y dedolor. Un ro de nubes en el que haba navegado durante doce meses y encuyo curso encontr innumerables islas y poblaciones, aunque no todas lasislas estaban pobladas, y en donde a veces crey que se quedara a vivirpara siempre o se morira.

    De todas las islas visitadas, dos eran portentosas. La isla del pasado, dijo,en donde slo exista el tiempo pasado y en la cual sus moradores se abu-rran y eran razonablemente felices, pero en donde el peso de lo ilusorio eratal que la isla se iba hundiendo cada da un poco ms en el ro. Y la isla delfuturo, en donde el nico tiempo que exista era el futuro, y cuyos habitan-tes eran soadores y agresivos, tan agresivos, dijo Ulises, que probablemen-te acabaran comindose los unos a los otros (Bolao, 1998: 366-367).

    Para Jasn, adems, la hendidura del espacio del viaje en el espacio del mun-do est ya condicionada, como en el mito de Edipo, por una falla en la marcha,aunque no constitutiva sino circunstancial. Antes de recibir la misin de traer elvellocino de oro, el hroe se presenta ante Pelias con una sola sandalia. Jasn notiene tampoco la supremaca de Aquiles u Odiseo.3 Es un primus inter pares. Suvalenta e inteligencia no superan la de sus amigos, solidarios en un periplocomn, y la capacidad del grupo es equivalente a las cualidades de la nave quelos lleva. La Argo, la veloz, la ligera, ha sido semipersonificada durante su cons-truccin por un madero divino que Atenea toma de una encina de Dodona paraajustarlo en su quilla. La nave es la primera garanta del xito y su abordaje elprimer signo de distincin.

    Cuando la necesidad lleva a los hombres a navegar sobre el mar, entoncesya marcharon hacia la nave a travs de la ciudad, adonde la costa se llamaPgasas de Magnesia. Mientras avanzaban, la multitud del pueblo corra asu alrededor. Pero ellos se distinguan, como estrellas entre las nubes (DeRodas, 1992: I 236-240).

    La Argo ser capaz de conducir a sus tripulantes, a pesar de la muerte devarios de ellos, a travs de las islas Plotas o flotantes, luego llamadas Estrfadeso del retorno, y lograr pasar por poco entre las Simplgades (entrechocantes)o Rocas Cianeas que no estn afianzadas sobre profundas races sino que re-petidamente van a juntarse chocando la una contra la otra (De Rodas, 1992:II 318-323). La nave corre entonces la misma suerte que la paloma enviadaantes a probar el grado de peligro, a la que las rocas cortan las plumas de lacola. Socorrida por Atenea, la Argo slo pierde el extremo de los adornos delaplustre (popa). Una vez superados por primera vez, los obstculos desapareceny facilitan el viaje a La Clquide, el confn del mundo (el reino del ms all, de

    3 Hay referencias al periplo de la Argo en La Ilada (VII 467-471, XXI 40-41, XXIII 745-747) y La Odisea (XII 69-72, X 135-139), que prueban la antigedad del mito de losArgonautas, como modelo de episodios, personajes y escenarios de los poemas homricos.

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    Helios y Hrate), en Ea, que quiere decir la tierra (aa). No obstante, en elintertanto, en su travesa del Mar Muerto, la tripulacin avista un acceso alHades, cuyo descenso es posible desde la cima de un monte. Como mundointerno que se alcanza en la inversin vertical, se desciende a las tinieblas desdelo alto, y desde lo clido a lo glacial. El cabo Aqueronte:

    se eleva en acantilados inaccesibles, mirando hacia el mar de Bitinia. A suspies estn arraigadas unas rocas lisas, batidas por el mar, en torno a lascuales el oleaje revolvindose brama fuertemente. Y arriba en lo ms altohan crecido frondosos pltanos. Desde all hacia tierra adentro desciendeen pendiente un profundo valle, donde est la caverna de Hades, recubiertade bosque y rocas; desde donde un hlito glacial, que sopla continuamentedel espantoso fondo, condensa en derredor una y otra vez blanquecina escar-cha, que se ablanda con el sol del medioda (De Rodas, 1992: II 730-740).

    Y cuando ya casi de regreso los hroes son desviados por el viento al desiertode Libia, es la nave completa la que es transportada sobre la arena hasta el lagoTritnide, desde donde pueden encontrar una nueva salida al mar. El episodiode Fitzcarraldo pasando un barco sobre las colinas del Amazonas, entre unbrazo de ro y otro, refuerza la identidad del vehculo con el periplo que inaugu-ran los Argonautas:

    que vosotros oh con mucho los ms valerosos hijos de soberanos!, convuestra fuerza, con vuestra bravura por las desrticas dunas de Libia, car-gada sobre los hombros, llevasteis suspendida la nave y cuanto portabaisdentro de ella durante doce das enteros y doce noches [] Y bien lejosadelante, como la llevaban, as la introdujeron con gran alborozo en lasaguas de la laguna Tritnide y la descargaron de sus robustos hombros (DeRodas, 1992: IV 1382-1393).

    La barca se adecua al periplo por su cualidad material, por el origen de suconstruccin y por su capacidad de habitculo. A diferencia del carro solar, elarca posee un aspecto protector. Antes que derivar la palabra de argha (crecien-te), arca de crculo, Durand prefiere concentrarse en la etimologa arca (cofre),emparentada lingsticamente y psquicamente a arceo (yo contengo), y aarcanum (secreto) (Durand, 1992: 285-6). Barthes insiste sobre este punto ensus Mitologas: el navo es un hbitat antes que un medio de transporte. En sureferencia a las naves de Julio Verne afirma:

    El barco puede perfectamente ser smbolo de partida; pero es ms profun-damente cifra de clausura. El gusto por el navo es siempre gozo de ence-rrarse perfectamente, de tener a la mano el mayor nmero de objetos posi-bles. De disponer de un espacio infinito: amar los navos es primero amaruna casa superlativa, clausurada sin remisin... (Barthes, 1957: 76).

    Por ello los barcos de Verne, submarinos o voladores (Robur El Conquista-dor se desplaza por los aires en un gran acorazado con hlices, con autonoma

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    de vuelo ilimitada) son amores de la lumbre (coins du feu) perfectos, y laenormidad de su periplo se agrega todava a la felicidad de su clausura, a laperfeccin de su humanidad interior (Barthes, 1957: 77). La barca es el mode-lo del vehculo. De madera, de pieles o de arbustos, no debe resistir slo por suforma al agua, como el casco de acero, sino porque sus elementos aislados flo-tan. La barca con forma de luna, o de huso, es el primer medio de transportepero adems es el medium del ltimo viaje, el de la muerte. Isis, Osiris, Ishtar,Sin, No, Matarivan, construyen arcas para transportar el alma de los muer-tos. Bachelard se pregunta si la muerte no es arquetpicamente el primer nave-gante. En este sentido toda barca es en algo un barco fantasma, y el elemento desu navegacin, el agua, el elemento de la muerte por excelencia. El agua es lagran mediadora, el gran medium, el camino al ms all.

    El agua es verdaderamente el elemento transitorio. Es la metamorfosisontolgica esencial entre el fuego y la tierra. El ser consagrado al agua esun ser en vrtigo. Muere a cada minuto, algo de su substancia fluye sincesar. La muerte cotidiana no es la muerte exuberante del fuego que aguje-rea el cielo con sus flechas; la muerte cotidiana es la muerte del agua. Elagua corre siempre, el agua cae siempre, ella termina siempre en su muertehorizontal (Bachelard, 1992: 13).

    Por eso, concluye Bachelard, la pena del agua es infinita (13).En la fantasmagora de la sociedad industrial, slo la lnea frrea (ya vere-

    mos que tambin, en relacin a ella, ciertos tipos de trayectos urbanos) puedeser asimilada al ro. En ella el camino se deduce tanto por el contraste de ele-mentos hierro-tierra, como por la paranaturalidad con que el trazado de vadebe adaptarse al relieve, sin cambios ni alteraciones bruscas de cota o peralteque garanticen la estabilidad del vehculo, anlogo a su vez de la barca habi-tculo. A pesar de la desmaterializacin de los carros y de la nueva asimilacinal avin que suponen los trenes de alta velocidad, convencionalmente el tren seemparenta con el barco. Tiene envergadura de acorazado, espoln en la loco-motora, y sus carros, en su versin ideal, no deben exponer los asientos a lavelocidad sino a la comodidad del hbitat sin movimiento. El desplazamientono es percibido desde el interior como movimiento de avance sino, como en elbarco, como cadencia y oscilacin lateral. De ah que el tren sea el nico vehcu-lo que, desplazndose por un medio materialmente artificial, es capaz de darle asu terminal, la estacin de trenes, una identidad portuaria. El puerto slo esposible all donde el mundo se invagina en un contraste de elementos que, abrin-dose a un cambio de medio y exigiendo un vehculo especial, establece un puntode contacto con el ms all. En Valparaso o en Marsella, la ciudad se organizaen un paisaje no humano de la naturaleza (vase Deleuze y Guattari, 1991), enun gigantesco sistema de transicin medial que gua el acceso a un plan de aguainfinita. No todo borde costero es un puerto. El puerto es la ereccin ritual deun umbral que los primeros habitantes establecieron donde el horror de loselementos pareca ofrecer una tregua. Un lugar donde el prtico fuera estable.Despus del maremoto del sesenta, Puerto Saavedra pierde su posibilidad por-

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    tuaria. Como la ruta de navegacin, trazada cautelosamente por los pilotos, lava frrea genera un corredor liso desde la estacin de partida hasta la estacinterminal, que se transforma de tal suerte en un nuevo ms all. Aunque se mar-che a pie entre los rieles o se transite en automvil a lo largo de ellos, no hayingreso posible al espacio real del corredor ferroviario si no se hace sobre unvehculo que ruede exactamente sobre la pestaa de la lnea, el nico ductodesde el cual el mundo es otro, la arboleda, el plano, el recodo, el acantilado, eltnel. La Estacin Central de Santiago es un puerto atado a su ms all enPuerto Montt, an cuando los viajes hasta el terminal estn en la actualidad a laespera de su reposicin. El proyecto de tren instantneo de Nicanor Parra satis-face plenamente esta nocin del camino como viaje. La locomotora est enPuerto Montt, el ltimo vagn en Santiago; para alcanzar su destino los pasaje-ros slo tienen que desplazarse al interior del tren con sus maletas. Igualmentela Estacin Mapocho, a pesar de su aberrante transformacin en un centrocultural, permite an reforzar el carcter portuario que posee, tensionado por elro, todo el sector de la Vega, el Mercado Central y el Cementerio General. Apesar de la interrupcin de las vas que comunicaban la estacin con los ramalesnorcentrales de Chile y de la lnea subterrnea que la conectaba con la EstacinCentral, el ro sigue siendo el nexo primordial con el mar, y las sustituye comoinflexin del flujo simblico. El ro es una lnea de agua y el agua es la granmediadora. En una intervencin potica en las riberas de Providencia (vaseCastillo, Concha y Corro, 2002), Pablo Corro sealaba que el ro Mapocho, apesar de su estigma de vertedero, es lo que ms se asemeja en Santiago al mar,con su brisa hmeda, su rumor acuoso, sus gaviotas. La Vega, como toda ferialibre, es un tipo de terminal portuario. Es, simblicamente, un puerto fluvial.Que su aprovisionamiento venga en camiones o carretelas, y no en lanchonesque atracaran entre el puente Independencia y el puente Recoleta, resulta, en lavivencia de la ciudad, una anomala del imaginario. Y an en ausencia del agua,la feria, por su analoga con la caleta de pescadores, mantiene su condicinterminal. Los frutos de mar adquiridos a quienes los han pescado son la pruebadirecta de un origen en un ms all natural que se agrega valricamente a lamera ingesta de productos frescos. De modo anlogo, las frutas o verduras com-pradas al feriante que recala en territorio urbano peridicamente e instala sucomercio por lo general sobre el mismo vehculo en que ha transportado susproductos, estn investidas de la autenticidad que supone su recoleccin artesanalen un ms all rural mtico, protegido de toda mediacin industrial o artificial.La asepsia que requiere un producto ptimo en un supermercado, es reempla-zada aqu por los restos de tierra que prueban la cercana del momento de susustraccin al elemento de origen. En el supermercado es el recinto mismo elorigen de sus productos, cuyo traslado desde sus puntos de aprovisionamientoes cautelosamente omitido, ocultado en instalaciones a las que los compradoresno tienen acceso. En la caleta o en la feria es la imagen misma del proveedorllegando desde lejos, del mar o del campo, la que se espera, la que se consume.El puerto es un punto de espera, de los que llegan, de los que podran llegar, oun punto desde donde se parte o se ve partir. Por eso all se instala un mercado,

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    se festeja, se toma y se come, se baila, se mata, se ofrece hospitalidad. No es raroincluso verificar a veces una extraordinaria similitud formal entre el bote enforma de huso, su entablado, su pintura, y la carretela de feriante con su toldovelamen. Por otra parte, as como los terminales martimos y ferroviarios domi-nan la identidad simblica con el puerto, sta se disipa en los terminales rodoviariosy areos. Ni el bus ni el avin consiguen hacer de su espacio interno un habitcu-lo, sino a penas una sala de espera cuya falta de confort se disimula con distrac-ciones cosmticas. El pavimento de las carreteras no logra erigirse plenamente enun medio de contraste ante el elemento terrestre sino en su prolongacinhipertrofiada. Desde la autopista el paisaje aledao pierde el relieve y la cercanaque adquiere desde la lnea frrea; la pista misma es la que se vuelve un paisajeautnomo, desertificado por la exigencia de una velocidad estndar. Las rutasinterurbanas son calles vedadas al transente, gigantescos puentes que las ciuda-des construyen para omitir el territorio no edificado o para anticipar la posibili-dad de su supresin definitiva. El pavimento no soporta al poblado, sino slo a laurbe. La dignidad del villorrio rural con caminos de tierra adquiere a menudo conla pavimentacin, una pobreza nueva, de campamento minero. La carretera pro-longa el elemento mismo de la ciudad que sale de ella protegido de todo elementoexterno. Por eso la construccin de un rodoviario es, por su omisin de los pun-tos de contraste elemental, siempre arbitraria. Como el terminal areo, dependede la disposicin urbana. En estricto rigor, slo en aquellos lugares en que la tierraentra en contacto con el cielo, puede erigirse un aeropuerto. El adoratorio delcerro El Plomo o la cumbre del cerro El Roble son, autnticamente, aeropuertos.

    Hasta el momento no hemos mencionado otros caminos posibles en relacincon la ciudad que aquellos que surgen de sus puntos de puerto, como lneas defuga hacia elementos contrarios, externos y lejanos. No obstante el imaginariodel viaje, y del viajero, considera tambin la existencia de trayectos interiores quepermiten el desplazamiento simblico hacia un ms all concntrico, o bien, queabren un territorio privativo dentro del territorio, que descubren una ciudad alinterior de la ciudad. El hombre de la era industrial percibi tempranamente quela metrpolis poda ser un desierto dentro del cual se haca urgente crear un cam-po espacial de supervivencia existencial. Baudelaire, Chesterton, Carroll, abrenpasajes secretos a sus personajes, corredores particulares desde donde la ciudad severifica extraa a s misma. Para el poeta francs, el Dandy es el hroe de la vidamoderna (vase Baudelaire, 1999b), la nica actitud tica y esttica ante el mun-do. Obra de arte viva, el Dandy inventa la moda para resistir a la tragedia.4 Creaun estilo al interior del estilo. Tambin encuentra un modo de recorrer la ciudadpara encontrar una ciudad propia, extraa a la primera, de la que muchas vecesnunca sale. No hay sino ciudad. Nada, ni siquiera la no-ciudad puede existirfuera de ella. Esta es la cualidad del flneur, el errante urbano. De la extraezasurge, por primera vez, la nocin misma de modernidad.

    As va, corre, busca. Qu busca? Con toda seguridad, este hombre, talcomo yo lo pinto, este solitario dotado de una imaginacin activa, siempre

    4 La conciencia trgica en Nietzsche es deudora de Baudelaire en este aspecto.

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    viajando a travs del gran desierto de los hombres, posee un fin ms eleva-do que el de un puro flneur, un fin ms general, distinto del placer fugitivode la circunstancia. Busca ese algo que se nos permitir llamar modernidad(Baudelaire, 1999a: 517) .

    La marca de la modernidad es el movimiento que se descubre en el asombro,en el desconcierto. La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente,la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable (517). En El club delos negocios raros o en El hombre que era jueves, Chesterton construye una ciu-dad llena de espacios interiores vedados para quienes no pertenecen a la comuni-dad inicitica o no se enfrentan a los hechos del mundo con la inocencia adecua-da. Basilio Grant o Inocencio Smith son sujetos verdaderos, hombres vida, quearrastran consigo un territorio propio, una segmentacin inhabitual de los tra-yectos comunes, trayectos policiales, jurdicos, positivos, deductivos, causales.Personajes que anticipan la nueva dimensin espacial abierta a todo aquel quepor un momento decide marchar sin pisar las lneas de la vereda, o saltando entrepastelones de un mismo color, o bien al que se concede la opcin de escoger entrequ arboles pasar, o a qu costado. El borracho que retorna a casa o el colegialque se desva de la escuela se desplazan por caminos propios que vuelven a cerrar-se tan pronto se regresa al rgimen de la sobriedad o de la disciplina reglamenta-ria. En francs, hacer la cimarra se dice tomar el camino de los escolares (lechemin des coliers) o hacer la escuela de los arbustos (lcole buissonnire).

    En la versin de 1939 de Pars, capital del s. XIX, Walter Benjamin precisa eldesarrollo del empleo del hierro en la edificacin de los pasajes-galeras comouna proyeccin de su utilizacin como soporte de la locomotora desde 1828.

    El riel se revela como la primera pieza montada de hierro, precursor delsoporte. Se evita el empleo del hierro para los inmuebles, y se lo alientapara los pasajes, los halls de exposicin, las estaciones construccionestodas que apuntan a objetivos transitorios (Benjamin, 1991: 293).

    Pero el carcter de fantasmagora que adquieren en Benjamin las innovacio-nes urbanas como alegora y resistencia del imaginario a la evolucin de lasfuerzas productivas, en la metrpolis industrial del siglo XIX, se modifica nota-blemente en las ciudades preindustriales, como Santiago, construidas, demoli-das y reconstruidas permanentemente en una representacin siempre esquivade un utpico ms all occidental. Al interior de la ciudad marginal, la prolife-racin de galeras cntricas y la existencia de tramos de lnea circunvalantes,hoy prcticamente abandonados, operan como un campo concntrico de suje-cin y compensacin del flujo excntrico generado por el referente occidental.Como los pasajes de Benjamin, los pasajes de Santiago concentraban antao apequea escala, una representacin de la ciudad en miniatura.5 Desde la cons-

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    5 En Chile, el mall consigue una representacin literal de la ciudad de los 80,estructurada por el consumo. Como galera barroca, mondica, sintetiza al interioruna ciudad inexistente al exterior. No hay ciudad, sino slo un mercado infinito.

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    truccin de la galera San Carlos, en el ltimo cuarto del siglo XIX, en la actualcalle Phillips, y antes, desde el incipiente pasaje de Francisco Brunet de Baines,edificado en 1852 al sur de la Plaza de Armas, como en pocas ciudades delmundo, puede ingresarse en Santiago a una red de accesos alternativos quealteran la trayectoria de la manzana, y la bisectan, generando un sistema desubtrazados autorreferentes. Se puede, por ejemplo, entrar al pasaje PresidenteAnbal Pinto y derivar por una trama de vericuetos que salen a Moneda y aAgustinas, y a Ahumada por Bombero Ossa, si se ha aprovechado el subterr-neo. Se puede continuar tambin por la Galera Crilln, desde Agustinas, yatravesar entre patios de luz y hiedra trepadora hasta Hurfanos, si es que no seha preferido quebrar la marcha hacia Ahumada por una tercera boca bautizadaPasaje Roberto Mac-Clure. No hace mucho, la visita en su nicho circular aldesaparecido caf Santos, implicaba el cruce de Hurfanos hacia el norte entrelos tneles perpendiculares y diagonales del Pasaje Agustn Edwards, que seasoman mltiples hacia Bandera, Compaa y Ahumada, ofreciendo ademsuna variante bajo nivel, donde conviven peluqueras y compraventas de oro; yalgo ms: una segunda salida hacia Hurfanos desde el subterrneo, casi secre-ta, indicada por la escala estrecha, que emerge semi invisible desde un taller dellaves. Si desde este punto quisiera cortarse al poniente, bastara con cruzarBandera, de manera levemente oblicua, para sumergirse en el canal de la GaleraPacfico, que reaparece por Hurfanos casi en frente de la Galera Alessandri,que a su vez se reparte con una amplia gama de agencias viajeras, sucuchos dedactilografa, venta de tabacos y artculos de escritorio, hacia Morand, Agusti-nas y Bandera al sur. Si la direccin escogida es el oriente, existe desde hacemucho el casi primigenio Pasaje Matte, que horada el interior de la manzana alsur de la Plaza de Armas, por sus cuatro flancos: Ahumada, Compaa, Hurfa-nos y Estado. Siempre hacia la cordillera, la Galera Espaa con sus dos nivelesque dan a Hurfanos, Estado y San Antonio, tiene continuidad, desde esta lti-ma calle, en la Galera Victoria. Muy cerca y muy pequea, por Hurfanos,entre San Antonio y Mac Iver, la Galera del ngel y su homnimo teatro, seenfrentan a la Galera Juan Esteban Montero, la del cine Hueln. Retrocedien-do por Hurfanos, en el rea, se sita la Galera Salustio Barrios, y un pocodespus, la entrada de otro laberinto madre. La Galera Imperio, antigua yremodelada frente al Edificio pera, con su verde armazn metlica, sus dosniveles y sus cuatro salidas, por Hurfanos, San Antonio, Agustinas y Estado.Hasta antes de la construccin de la lnea cinco del Metro, en la ltima dcadadel siglo XX, una estructura semejante era reproducida por un trazado circularde va frrea. En la Maestranza San Eugenio, al final de Exposicin, comenzabael rodeo de la va que circunvala, por una periferia intermedia, la ciudad deSantiago. En el lugar hay un tringulo de inversin, la pera, donde los trenesdan una vuelta completa y regresan al mismo punto enfilados en direccin con-traria. La lnea est semioculta por la tierra, la maleza y la basura, pero automo-tores y autocarriles podran an transitarla. El tramo va por la ribera norte delZanjn de la Aguada, tierra de primigenias callampas y albergues de matarifes,frente a Isabel Riquelme, la costanera de los pobres, y del Matadero Lo

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    Valledor. Avenida Cuarto Centenario, cortando Bascun. El Parque de LasAmricas, un Club de Rayuela el Riel, Club Hpico, el patio trasero de laPenitenciara y de Famae. La lnea no se usa para pasajeros desde el gobierno deAllende y su proyecto de Tren Popular. En Gran Avenida se oculta la antigua yconsiderable Estacin San Diego, con seis lneas vigentes an para carga. Algu-nas de sus dependencias fueron utilizadas luego como albergues particulares.La lnea cruza San Diego y Santa Rosa y contina por Placer, intersectandoCarmen, Sierra Bella, Santa Elena y Vicua Mackenna. La curva se pronunciasobrepasando en alto Carlos Dittborn. Al fondo, a un costado de San Eugenio,casi al llegar a la confluencia de Grecia y Avenida Matta, acercndose al centrode la ciudad, aparece la Estacin uoa, antao penltimo punto de detencinantes de la bellsima Estacin Bustamante, en la confluencia de Plaza Italia,demolida en la dcada del cincuenta. Estacin portuaria de montaa, su lnea seinternaba en el Cajn del Maipo. Hacia el norte, partiendo de la Maestranza, eltrayecto se sumerge en el tnel Matucana, pasa por una extraa Estacin Quin-ta Normal, a tajo abierto a la altura de Portales, y emerge luego en la siniestradaEstacin Yungay, en Mapocho con Balmaceda. All la lnea se bifurca. Un tra-mo, cortado hoy, llegaba a la Estacin Mapocho. El otro atraviesa el ro y enfilarumbo a Renca, Quilicura, Batuco, Polpaico, Tiltil. El ramal tiene 134 aos.

    Lneas de periferia o pasajes cntricos, en ambos casos se establece una hen-didura desde donde el territorio puede ser revisitado como un territorio extra-o, como nostalgia de una ciudad que se est a punto de recordar. En amboscasos se simula, en un flujo circular, la posibilidad del viaje que abre el ro comofuga al mar, pero tambin como canal mediante el cual llega el mar a la ciudad,o vuelve a ella, si es que Santiago, proyectando la hiptesis de Reyes, reproducea escala la clausura del territorio nacional ante el agua. Por eso los habitantes dela costa buscan un centro abriendo una ruta de navegacin terrestre. La travesafundacional emprendida en 1965 por el grupo Amereida6 comienza en PuntaArenas y avanza hacia el norte en diagonal, por el mar interior, siguiendouna proyeccin de la cruz del sur sobre el territorio continental hasta SantaCruz de la Sierra, en Bolivia, capital potica de Amrica. No es raro que,recprocamente, los habitantes de la capital sueen que descubren un accesointerior a la costa, una entrada de playa desapercibida entre los suburbios, elhorizonte martimo del otro lado de los cerros metropolitanos, o incluso unocano tempestuoso que convierte la pared cordillerana en un formidable acan-tilado. En la recuperacin del mar se salda la deuda de un imaginario histricoconstruido tanto en el desproporcionado esfuerzo que, dada la estrecha distan-cia que existe entre los lmites transversales, implica sortear la geografa desdelos Andes hasta el Pacfico, como en el drenaje permanente del interior desde lasupresin colonial del tringulo de agua dentro del cual Santiago fue erigida.Drenaje que no slo implica el cierre del canal de Garca Cceres y del brazo sur

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    6 Al viaje que dirigen Alberto Cruz, Godofredo Iommi, Claudio Girola y Fabio Cruz, sesuman entonces el filsofo Franois Fdier, los poetas Edison Simons, Jonathan Boultingy Michel Deguy, el pintor Jorge Prez Romn, y el escultor y diseador Henry Torqoy.

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    del Mapocho, sino tambin la inhabilitacin de su brazo norte. Convertido enva de evacuacin y descarga de alcantarillas y desechos txicos, el Mapocho estambin el vestigio del horror al ro, del pnico a la abrumadora cercana delmar que este verifica y a la exigencia del centro que el centro omite. En la enso-acin, no obstante, la contaminacin no impide el avistamiento de los barcosque logran abrirse paso hasta la ciudad.7 Desde que reside en Santiago, la artis-ta plstica argentina Sofa Donovan ha experimentado una fragmentacin pro-gresiva de su obra que reproduce figuras pintadas de madera, que se adosan almuro como partes inconexas de un enorme rompecabezas. En ella traduce cons-cientemente la homogeneidad fragmentada e imposible de la nueva habitacin;la habitacin de la casa o el departamento, pero tambin la habitacin del terri-torio al que se migra, con sus descalces y sus desfases, su alteracin de recursospropios y apropiados, el espesor de los que faltan para decir buenos das en elregistro de infancia, la extraeza de los modos de los que estn pero que sonotras gentes al decir de Garca Lorca, el excedente semntico incierto entreeres y sos, la opacidad, en fin, del nuevo espacio que toma la iniciativa, enel lugar de la artista, de cortar y pegar maderas coloreadas en la pared, que ellapercibe descentradas y sin jerarqua, pero que deben buscar a su vez la imagencorporal alusiva y fragmentada propuesta en las series anteriores (Donovan,2005). Sofa Donovan intuye bien que como en el sistema al mismo tiempontido y enigmtico de diseos de La marie..., la abstraccin vive en la nostal-gia de la figura y concibe de pronto sus disposiciones de elementos como for-mas antropomrficas que accionan proyecciones. Son abstracciones pero queson algo (Donovan, 2005). Intuicin de archipilago, geografa e imaginarioson aqu uno solo y aportan el principio mtico del viaje a Chile desde Argenti-na, periplo ancestral que culmina en el desmembramiento de las islas desiertas.El primer encuentro con lo que sera ms tarde el territorio nacional no se hizodesde los desiertos del norte, sino desde los archipilagos del sur, aun cuando sehaya tratado de una visin accidental, sin posicin ni posesin definida. Laexperiencia del desmembramiento paulatino de la costa coincidi adems con

    7 Camino un atardecer de verano u otoo, por las calles mugrientas de la periferiasur occidental de Santiago, quizs entre Estacin Central y General Velsquez, o tal vezalgo ms al oriente. Viejas usinas, sitios eriazos, escombros, desechos industriales. A midiestra muere el extremo de un canal, tipo Zanjn de la Aguada, cuyas aguas a bordetierraemiten vapores y destellos qumicos que se funden con los arreboles rojizos del cielocomo en cualquier bello atardecer muy contaminado. Las chimeneas del entorno yahan encendido sus luces, el sol acaba de ponerse. De pronto diviso, un poco ms hacialas afueras, y en direccin del horizonte luminoso, los cascos de dos gigantescos barcosde carga en plena faena (de descarga?) que parecieran, desde mi perspectiva visual,varados en tierra, entre los cerros. La visin confirma mi intuicin permanente, desdenio, de que en algn lugar secreto de Santiago hay un acceso directo al mar. Y claro,se trata en este caso de un canal, muy poco conocido, o muy poco divulgado, que debeconectar el enclave industrial con un puerto (San Antonio?) del litoral central. Al cabome despierto, y demoro varios minutos en caer en cuenta de que an la evidenciaresulta improbable. Tomado del captulo Los sueos de mar en Santiago, de milibro en estado de manuscrito, Diagonales de Santiago.

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    el primer avistamiento occidental de un habitante del ms all, del nuevo oca-no al otro lado del Estrecho. Pigafetta registra este acontecimiento en 1520, unao despus de la llegada de Corts a Tenochtitln y diecisis antes de queAlmagro entrara al valle del Mapocho. Cuando crea que alcanzaba el fin delmundo, la tripulacin de Magallanes dio entonces con un hombre de unaestatura de gigante que estaba sobre la playa casi desnudo cantando y danzan-do y lanzndose arena sobre la cabeza (Pigafetta, 1522). No importa que elviaje se haga ahora en lnea recta de este a oeste, sin necesidad de circunnavegarel continente, sino ms bien cruzando la cordillera o sobrevolndola; el trayectoes el mismo, desde el plano slido de Sudamrica oriental y atlntica hasta lafaja inestable de tierra del extremo occidental pacfico. Rodeado de cercos ydesiertos de tierra, agua y hielo, Chile es en s un bordemar insular sindominio sobre el horror de los elementos el combate de trentren y caicaivil, una playa provisoria desmembrada interior y exteriormente que festejaun mundial de ftbol y sonre ante el televisor despus del mayor cataclismogeolgico que registra la historia de la sismografa planetaria.

    Gilles Deleuze recuper para la filosofa contempornea la distincin quehace la geografa entre dos regmenes de islas. Por una parte las islas continenta-les, accidentales, derivadas, separadas de un continente, nacidas de su desarti-culacin. Por otra las islas ocenicas, islas esenciales que brotan en medio deldesierto acuoso como acumulaciones orgnicas de coral o como resaltes poro-sos de erupciones submarinas. En ambos casos, dice Deleuze, lo que est enjuego es una oposicin profunda entre el agua y la tierra. Unas recuerdan que elmar est sobre la tierra, otras, que la tierra est an bajo el mar; es por ello quelas islas desiertas son filosficamente normales: no se puede vivir all, en seguri-dad, a menos que se suponga dominado el combate vivo de los elementos.

    El impulso del hombre que lo lleva hacia las islas retoma el doble movi-miento que produce a las islas en s mismas. Soar las islas, con angustia ofelicidad poco importa, es soar que uno se separa, que se est ya separado,lejos de los continentes, que se est solo y perdido o bien, es soar que separte nuevamente de cero, que se recrea, que se vuelve a comenzar. Habaislas derivadas, pero la isla, es tambin aquello hacia lo que se deriva, yhaba islas originarias, pero la isla, es tambin el origen, el origen radical yabsoluto (Deleuze, 2002: 12).

    Desde el valle del Mapocho, el restablecimiento de la posibilidad del viajedepende de la rehabilitacin del ro, de su redencin como canal, como mediumde recomposicin territorial. Una navegacin al menos, entre otras quizs, haintentado purgar su condicin de torrente espreo, descendiendo por su caucedesde el centro urbano en direccin al ocano. Desde el primer momento delzarpe en el puente Bulnes, hasta su naufragio en el sector rural de Lo Aguirre, laexpedicin fue testigo entonces de una recomposicin permanente del territorioribereo, cruz entre rpidos bajo dos puentes ferroviario oxidados, vio desdeotra altura la cumbre del cerro Renca, la imagen velada y pasajera de una esce-nografa descompuesta, basurales, cloacas, descargas, escondites, en Quinta

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    Normal, Cerro Navia, Pudahuel, que no obstante se trocan tambin en giraso-les, en un rehue abandonado en el medio de un pastizal y, luego, en un ro sinhabitantes; tal vez, incluso, en el ro antes de sus habitantes, en su primer traza-do, su hondura original, su vegetacin exuberante, sus garzas blancas, susguairabos de mal agero. Y he aqu que se regresa a las islas desiertas, en unapropia Navigatio sancti Brendani, una propia imrama, a preguntar como Jasno como Odiseo, como Prspero ante Calibn, o como Pigafetta ante el gigantedel archipilago patagnico, qu seres existan sobre ellas en un origen?

    La nica respuesta es que el hombre existe ya all, pero un hombre pococomn, un hombre absolutamente separado, absolutamente creador, en sn-tesis una Idea de hombre, un prototipo, un hombre que sera casi un dios,una mujer que sera casi una diosa, un gran Amnsico, un puro Artista,conciencia de la Tierra y del Ocano, un enorme cicln, una bella bruja,una estatua de la Isla de Pascua. He ah el hombre que se precede a smismo (Deleuze, 2002: 13).

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