los ideales culturales de la feminidad

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    Silvia Tubert

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    pervivencia misma. No obstante, se producetambién un exceso de sufrimiento vinculado ala posición social de ciertos grupos subordina-dos u oprimidos por otros sectores sociales(Freud, 1931/1981). Aunque Freud se refiereexplícitamente a la explotación laboral o a lamarginación, las mujeres son uno de esos co-lectivos.

    En su caso, el exceso de malestar se ha vincu-lado históricamente con la subordinación eco-nómica, social, política, laboral o familiar delas mujeres, que alimenta –y es alimentada– por un orden simbólico y un imaginario colec-tivo que construyen representaciones de lamujer y la feminidad que tienden a justificardicha subordinación. Uno de los aspectos másrelevantes en ese orden es que, en la medidaen que la concepción, la gestación y el naci-miento de nuevos seres tienen lugar en el

    cuerpo femenino, la cultura ha identificado ala mujer con la dimensión material, natural,corporal y mortal de la existencia humana,que constituye una fuente de angustia per-manente para todos.

    Desde mi punto de vista, fundado en mi prác-tica psicoanalítica, investigaciones y desarro-llos teóricos, así como en las aportaciones delfeminismo y las ciencias sociales, la femini-dad no responde a ninguna esencia natural; loque la mujer parece ser resulta de las ideas yprácticas discursivas sobre la feminidad, quevarían su significación en distintas épocas y

    sociedades. La feminidad, como la masculini-dad, es contingente y cambiante en tantoproducción histórico-cultural, aunque existenalgunas constantes trans-históricas. Induda-blemente, se han producido cambios y avan-ces en la situación familiar, laboral, política ysocial de las mujeres, y en las relaciones en-tre los sexos en las sociedades desarrolladas,vinculados con modificaciones en las repre-sentaciones de la mujer y la feminidad; noobstante, persisten modelos e ideales que in-ciden negativamente en la vida de las muje-res.

    El concepto de feminidad no tiene un conte-nido fijo y universal, lo que también es fuentede ansiedad y malestar, pues no hay respues-ta unívoca al interrogante sobre lo que signi-fica ser mujer ni al enigma de la diferenciaentre los sexos. Por eso, se han creado mitosy teorías al respecto, representaciones queactúan como modelos ideales que, a su vez,influyen en la estructuración psíquica del su-

    jeto mujer. Estos valores son transmitidos porla familia y otras redes sociales y, medianteun proceso de identificación, se integran en lapersonalidad conformando el Ideal del Yo. Es-te incluye los ideales culturales, asumidos yexperimentados como propios, de modo quela auto-estima dependerá de la medida enque el Yo pueda asemejárseles. Es decir, si larepresentación de sí misma se aproxima alIdeal, la persona experimenta una satisfac-ción narcisista; si aumenta la distancia entreel Yo y el Ideal, tanto mayor será el sufri-miento narcisista.

    Las representaciones de la feminidad se con-figuran como estereotipos –lo que es fuentede coerción y alienación, pues impone la exi-gencia de asumir modelos generados indepen-dientemente de nuestras necesidades, deseosy aspiraciones –  y además, esos estereotipos

    denigran la feminidad. Se atribuye a las muje-res el descontrol emocional, hipersensibili-dad, demandas irracionales; se suele conside-rar que son más pasivas, dependientes, inse-guras, abnegadas y sumisas que los hombres;se las percibe subordinadas a su fisiología, es-pecialmente en cuanto a su capacidad pro-creadora (menstruación, embarazo, parto,puerperio, menopausia), lo que limitaría su-puestamente sus posibilidades intelectuales,sociales y culturales; pero sus funciones re-productivas se encuentran dirigidas, asistidasy legalizadas desde discursos y prácticas pa-

    triarcales y, mientras la política, la ciencia,la ley y la religión se apropian de ellas, el he-cho reproductivo mismo está despojado devalor social y económico para sus protagonis-tas (Tubert, 1991).

    El lugar asignado a la feminidad y las exigen-cias de los modelos que el orden simbólicopropone, son factores que intervienen en lagénesis de diversas manifestaciones psicopa-tológicas: el malestar o sufrimiento que nopuede ser descifrado y expresado en palabraspara ser elaborado y buscar soluciones –o,cuando no hay posibilidad de resolución, al

    menos para asumirlo y tolerarlo– no encuentraotra vía que los síntomas para significarsecomo demanda de reconocimiento (Assoun,1997). Luego, entre el malestar corriente y lapatología sólo hay una diferencia de grado,como indicó Freud.

    Cada mujer ha de construir su propia repre-sentación de la feminidad, situándose en re-ferencia crítica a los ideales culturales y, al

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    mismo tiempo, asumiendo la singularidad desu deseo. La dificultad para lograrlo puedegenerar conflictos en relación con su cuerpo,consigo misma y con los otros; si estos con-flictos no se pueden reconocer o enunciar enpalabras, generarán malestar o síntomas.Aunque no podemos alentar la ilusión de quela transformación de discursos y prácticas so-ciales eliminará automáticamente el sufri-miento psíquico –pues la sexualidad humanaes problemática y el sujeto sexuado es con-flictivo–  dicha transformación puede reducirel exceso de malestar femenino en la cultura.

    Hablar de “lo femenino” como falta en losimbólico, no implica postular una identidadoriginaria, esencial, que tomaría el relevo del“eterno femenino” construido por los poetaspara dar cuenta de su inspiración. Alude, másbien, al desconocimiento de uno de los térmi-

    nos articulados por la diferencia simbólica en-tre los sexos. Aunque los consideremos luga-res vacíos, como afirma Lacan, tanto la orga-nización social y cultural (división sexual deltrabajo y sistemas de parentesco, según Lévi-Strauss) como la construcción del sujeto delinconsciente (complejo de Edipo, segúnFreud) se fundan en el reconocimiento y asig-nación de significaciones a la diferencia ana-tómica.

    Consideraré a continuación los efectos dele-téreos de dos modelos culturales, tanto en laauto-percepción, auto-valoración y relación

    de las mujeres con su cuerpo, como en la ma-nipulación no sólo de su imagen corporal sinotambién de su cuerpo real. En ambos caso, sepondrán de manifiesto las desigualdades degénero que persisten en estos “tiempos deigualdad.” 

    El ideal cultural del cuerpo femenino yla anorexia 1 

    Los trastornos del comportamiento alimenta-rio, aunque registrados desde hace siglos,nunca alcanzaron la frecuencia ni la trascen-dencia social que han tenido en las últimasdécadas: se trata de un fenómeno masivo,

    1 He desarrollado este tema en mi libro Deseo y repre-sentación. Convergencias de psicoanálisis y teoría femi-nista, Madrid: Síntesis, 2002, a partir de mi colaboraciónen el proyecto de I+D: "Género, desarrollo psicosexual ytrastornos de la imagen: bases para una acción social yeducativa", coordinado por M. Isabel Martínez Benlloch,Instituto Universitario de Estudios de la Mujer de la Uni-versidad de Valencia, 1996-1999.

    como fue la histeria en tiempos de Freud. Losestudios epidemiológicos indican que se tratade una patología de la adolescencia femeni-na: en su incidencia la relación hom-bre/mujer es de 1/10 y la edad de comienzoes habitualmente la adolescencia. La clínica yla investigación psicoanalíticas ponen de ma-nifiesto que es un síntoma o conjunto de sín-tomas (síndrome) que se puede presentar endiversos cuadros psicopatológicos y diferentesestructuras de personalidad. La mayoría delos autores que se ocuparon del tema conside-ran que estos trastornos no remiten a una ca-tegoría diagnóstica ni a una estructura especí-ficas, sino que dan cuenta de una problemáti-ca psicopatológica que es necesario compren-der como proceso (Jeammet, 1991).

    Al concebir el síntoma como un mensaje ci-frado que revela y encubre al mismo tiempo

    deseos, angustias y conflictos, debemos recu-rrir, para acceder a su sentido inconsciente,al discurso del sujeto, donde se abre caminolo reprimido, donde podrá emerger su subje-tividad. En la anorexia y la bulimia el sujeto ysu palabra quedan borrados a favor de los ac-tos: ingesta de alimentos, rituales relaciona-dos con ella, vómitos y purgas pasan al primerplano; si la atención médica o psicológica secentra en estos actos y pretende modificar-los, dejando de lado la problemática subjeti-va que aquellos manifiestan simbólicamente,entrará en lucha con el sujeto, que persistirá

    en sus síntomas como única manera –paradójica –  de afirmarse y exigir reconoci-miento como tal; o bien contribuirá, iatrogé-nicamente, a desalojarlo de la posición subje-tiva propia del ser hablante para reducirlo asu existencia orgánica, a objeto de los deseose intenciones de otros -en este caso, el per-sonal sanitario–. La etiqueta diagnóstica ofre-ce una respuesta y una certeza sobre la iden-tidad, garantizada por el saber médico, queobtura toda posibilidad de acceder a lo queestá en juego: su ser y su deseo.

    Pero el síntoma no tiene un significado único

    y común a cuantos lo padecen: es necesariobuscar su significación en cada caso pues re-sulta de un proceso singular: anorexia y buli-mia tendrán tantos sentidos diferentes comoindividuos aquejados por ellas.

    En tanto afectan al cuerpo, responden a unacompleja problemática subjetiva, pero hanadquirido un carácter de “epidemia” que losconvierte en una cuestión social relevante, al

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    tiempo que evidencia su significación comofenómeno cultural. Por eso, se requiere unenfoque transdisciplinario que abarque diver-sas dimensiones –corporal, subjetiva, familiary socio-cultural–. Aquí me ocuparé solamentede los ideales vinculados al lugar de lo feme-nino en la cultura, y sus efectos sobre las mu-jeres.

    Los trastornos de la alimentación se desplie-gan en el cuerpo de manera multidimensio-nal: como síntoma, se aproximan a la conver-sión histérica pues se activan en el espacio fí-sico, aunque remiten a otra escena, creandoun nuevo cuerpo en el cuerpo (Assoun, 1997).Además, se produce un cortocircuito de la re-presentación, que desencadena procesos fi-siológicos que, a su vez, tendrán efectos psí-quicos (Brusset, 1991). A diferencia de la his-teria, que produce una anatomía imaginaria,

    aunque ésta afecte a funciones, la anorexiacompromete al cuerpo real: es una patologíapsicosomática de alto riesgo. El cuerpo no essólo escenario de conflictos que no acceden aldiscurso del sujeto, sino que éste intervieneen su cuerpo (dietas, purgas, vómitos) y poreso es también una patología del acto: se ha-ce lo que no se puede decir. Esto facilita queel médico, ante una situación enigmática einquietante, se sienta obligado a intervenir, aactuar en el plano orgánico –su formación nosuele proporcionarle otros recursos– reforzan-do la relación subvertida entre sujeto y cuer-

    po: el síntoma se esconde en el cuerpo adel-gazado. Pero aunque el drama se despliega enel cuerpo, lo que está en juego desde el pun-to de vista del sentido no es el organismo bio-lógico sino la subjetividad alienada en él; pa-ra que ésta emerja en la palabra es necesariono actuar sino escuchar.

    Podemos definirlo, entonces, como un cuadropsicopatológico situado en las fronteras entredistintas estructuras; veamos su relación conla perversión. Freud empleó este término alanalizar la pulsión sexual; en cuanto a las pul-siones de autoconservación, como el hambre,

    describió trastornos de nutrición sin utilizaresa denominación. Sin embargo, considerabaque aquellos se deben a la repercusión de lasexualidad sobre la función alimenticia, a sulibidinización; por eso, se podría decir queaquella está pervertida por la sexualidad.

    Recordemos que la perversión corresponde algoce con objetos sexuales y mediante la esti-mulación de zonas erógenas que no coinciden

    con las genitales, o a la subordinación impe-riosa del placer a ciertas condiciones extrín-secas a la genitalidad que pueden llegar aaportarlo por sí solas, como en el fetichismo,voyeurismo, exhibicionismo o sado-masoquismo.

    Sin embargo, la existencia de tendencias per-versas subyacentes al síntoma neurótico (laneurosis es el negativo, en el sentido fotográ-fico, de la perversión) y la persistencia decomportamientos perversos integrados en elacto genital bajo la forma de placer prelimi-nar, condujeron a Freud a pensar que la per-versión forma parte de la constitución sexualconsiderada como “normal”, lo que había deser confirmado y explicado por la sexualidadinfantil, perversa y polimorfa, resultante dela actuación de pulsiones parciales ligadas adiversas zonas erógenas. La sexualidad huma-

    na nunca se desprende completamente de susorígenes, que la llevan a buscar la satisfac-ción no en una actividad específica predeter-minada, sino en la obtención de placer.

    En la anorexia, constatamos el papel centralde la oralidad, pero con una particularidad: sibien ha debido producirse una libidinizaciónde la función nutricia, esto suscitó una inten-sa represión, que despojó a la función de au-toconservación del componente libidinal nar-cisista necesario para su cumplimiento. Porotra parte, el control estricto de la cantidad ycalidad de los alimentos que se ingieren, así

    como la autoprovocación de vómitos y el em-pleo de laxantes y lavativas, remiten a las re-percusiones de la analidad sobre la nutrición.

    Pero el estudio del fetichismo, tomado comomodelo, llevó a Freud a no considerar las per-versiones meramente como resultado del po-limorfismo de la sexualidad infantil sino comoconsecuencia de determinada forma de en-frentar la diferencia entre los sexos. La per-versión se opone a la neurosis por la interven-ción de otra defensa que la represión: la re-negación, el rechazo a reconocer la realidad

    de una percepción traumática, esencialmentela diferencia sexual anatómica. Pero, puestoque el complejo de castración no se refieresólo a la percepción de una simple realidad,sino a la conjunción de la constatación de ladiferencia entre los sexos y la amenaza quevehicula la instauración de la ley (tabú del in-cesto), la renegación se refiere a un elementofundante de la realidad humana más que a un

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    hipotético hecho perceptivo (Laplanche yPontalis, 1973).

    No se trata, como en la represión, de un con-flicto entre Yo y Ello, sino de dos actitudesopuestas del Yo, que lo escinden: una referi-da a la realidad exterior y otra a la pulsión. Es

    decir, una parte del Yo reconoce la diferenciasexual percibida, y otra parte reniega de ella.El fetiche está destinado a sustituir al objetofaltante en la percepción, es decir, a encubrirla diferencia entre los sexos.

    El fetiche corresponde a una parte del cuerpoo a un objeto que sustituye a una persona, escondición del deseo sexual y permite conjurarla angustia de castración. La sobreestimacióndel objeto sexual supone cierto grado de feti-chismo, que existe “normalmente” en todarelación amorosa, al tiempo que todas lasperversiones (exhibicionismo, voyeurismo,coprofilia) presentan una dimensión fetichis-ta. Al estudiar el narcisismo, Freud compren-dió que la excesiva libidinización del conjuntodel cuerpo (con libido narcisista, obviamente)puede entenderse como una forma de feti-chismo. En la anorexia se produce un verda-dero desdoblamiento de la vivencia del cuer-po: mientras el sujeto se subordina a unaimagen corporal delgada e idealizada, quefunciona como fetiche, único objeto que po-dría proporcionarle placer y plenitud, vive sucuerpo real como un obstáculo, un lastre delque desea desprenderse.

    Esto puede comprenderse mejor recurriendoal concepto lacaniano del goce, como intentode sobrepasar los límites del principio delplacer. El sujeto obedece a un imperativo quelo conduce, abandonando su propio deseo, adestruirse en la sumisión al Otro (Lacan,1967/1971). En la anorexia la relación con elOtro está sustituida por el desdoblamiento:por un lado, el sujeto coloca el ideal (imagendel cuerpo, Ideal del Yo capturado por un Yoideal narcisista) en el lugar del Otro, al quese somete ciegamente; por otro, se sacrifica

    hasta el límite de la destrucción del cuerporeal.

    Pero esa ideal corporal, incorporado en la es-tructura psíquica del sujeto femenino es, co-mo ya he mencionado, una construcción cul-tural.

    La construcción cultural del cuerpo fe-menino ideal

    Los ideales vinculados a la feminidad que do-minan el imaginario social son responsables,en parte, del malestar femenino en nuestracultura, en tanto coadyuvan a la subordina-

    ción social, legal, económica y familiar de lasmujeres, imponiendo modelos de identidadque operan como el lecho de Procusto: paraamoldarse a ellos cada una debe recortar algode sí misma: deseos, necesidades, aspiracio-nes o potencialidades. La renuncia, represióny alienación que generan esos ideales se pa-gan con neurosis u otras patologías (Freud,1931/1981). Así, la psicopatología sólo se dis-tancia de la psicología normal –en el supuestode que tal cosa exista–  por una diferenciacuantitativa y no cualitativa: los trastornos dela alimentación, especialmente la anorexia,

    nos permiten apreciar, como con lente deaumento, los conflictos inducidos por los mo-delos de identidad femenina –fundamental-mente los referidos a la imagen corporal idealy los medios prescriptos para alcanzarla– quedominan en el mundo occidental. Existe uncontinuo entre las exigencias interiorizadasde manera relativa y con cierta flexibilidadpor la generalidad de las mujeres y los efec-tos devastadores de esas mismas exigenciasasumidas de manera absoluta –tanto que pue-den llevarlas a la muerte, aunque en un nú-mero reducido de casos– por las anoréxicas. El

    ideal de esbeltez y las dietas para alcanzarloproporcionan un excelente ejemplo de un va-lor socialmente aceptado, que quizás no seríacuestionado si no mediara su aplicación exa-gerada en los casos patológicos.

    El cuerpo humano no se genera exclusivamen-te por la reproducción biológica sino que tie-ne una historia: se lo percibe, interpreta yrepresenta de diversos modos en distintasépocas, se lo experimenta de maneras dife-rentes, se lo somete a un amplio espectro detecnologías y medios de control y se incorporaa diversos ritmos de producción y consumo y a

    otros tantos regímenes de placer y dolor (Ga-llagher y Laqueur, 1987).

    Las dietas, como exigencia cultural, tienenuna larga historia. La dietética griega regula-ba la ingesta de alimentos para alcanzar mo-deración y auto-dominio. En la Edad Media lapráctica cristiana del ayuno buscaba purifica-ción espiritual y dominio de la carne. En am-bos casos la dieta era un instrumento para la

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    construcción de un sujeto dotado de excelen-cia espiritual. Todas las religiones rechazan lagula, imagen bíblica del pecado original y unode los siete pecados capitales, y confían enque el ayuno permita ganar méritos y virtu-des, según la oposición maniquea de cuerpoanimal y espíritu consagrado a Dios. No sor-prende, entonces, que la bulimia se asociecon la debilidad espiritual y la anorexia con lafuerza. La anorexia es un intento de escapar ala voracidad a la que se abandona el bulími-co.

    Al final de la era victoriana las clases mediascomienzan a rechazar el alimento en aras deun ideal estético: ya no se aspira a la perfec-ción del alma, sino a que el cuerpo se ajustea una imagen modélica. Ya no se lucha contraapetitos o deseos, buscando el control de im-pulsos y la evitación de excesos, sino que se

    combate contra la grasa, la celulitis, la flac-cidez. Se desarrollan técnicas destinadas a lo-grar una transformación puramente física,como dietas, gimnasias, medicamentos e in-cluso intervenciones quirúrgicas.

    Sin entrar en la explotación industrial de es-tas técnicas y los intereses económicos enjuego, vemos que, al tiempo que aumenta laincidencia de anorexia y bulimia, surge lapreocupación por quienes han ido demasiadolejos en el intento de amoldar su cuerpo a laimagen ideal. Proliferan libros y artículos so-bre la bulimia y la anorexia junto a adverten-

    cias contra los riesgos de dietas líquidas, gim-nasia compulsiva, cirugía de estómago o lipo-succión. Pero aunque estos excesos son perci-bidos como patológicos, la preocupación porla gordura y la dieta no sólo responde a lanorma sino que funciona, observa Susan Bor-do, utilizando conceptos de Foucault, comouna poderosa estrategia de normalización,que busca la producción de cuerpos dóciles,capaces de auto-control, dispuestos a trans-formarse al servicio de las normas sociales ylas relaciones de dominio y subordinación im-perantes (Bordo, 1993). Foucault afirma, al

    referirse a la auto-disciplina, que el poder nonecesita emplear la violencia física para im-poner sus reglas; le basta con una mirada vigi-lante que cada individuo interioriza, acaban-do por controlarse a sí mismo. Puesto que lasmujeres están más sujetas que los hombres aeste control –por su subordinación social yfamiliar–  esta maquinaria normalizadora re-produce la codificación cultural de las dife-

    rencias y relaciones de poder entre los sexos.La dieta y el ejercicio, que surgen de lasprácticas normativas de la feminidad en nues-tra cultura –a las que reproducen– preparan alcuerpo femenino para la docilidad y la obe-diencia. No obstante, las mujeres experimen-tan estas prácticas como fuentes de poder ycontrol, pues las perciben como medios paraalcanzar la belleza, aceptación social, laboraly sexual; en suma, el reconocimiento de losotros: como afirma Foucault, poder y placerno son excluyentes (Foucault, 1981/2005).

    La anorexia es paradójica: pretende controlarel cuerpo –cuando es imposible controlar otracosa– y lograr autonomía –no depender de na-da ni de nadie– pero el control acaba por es-capar al control y debilita tanto que da lugara la hospitalización y a la dependencia totalde los otros (Fraad, 1994).

    La compulsión a amoldar el cuerpo a una ima-gen y el rechazo a las carnes que desbordanel límite ideal –ya no se trata de corregir unpeso excesivo sino de hacer entrar el cuerpoen una forma imaginaria–  dan cuenta de laangustia, individual y social, ante el fantasmade una corporalidad identificada con deseos,apetitos e impulsos incontrolables, y ante uncuerpo que remite a la diferencia sexual. Elcuerpo se convierte en metáfora de la exi-gencia pulsional, que amenaza al sujeto cues-tionando su supuesta identidad y lo obliga areconocer, junto a su corporalidad, la falta de

    ser y el desconocimiento de sí mismo.El cuerpo representa, así, un doble problema:para el sujeto, que vive encarnado en unamateria que, sin embargo, parece ajena a suYo; para la cultura, que sólo persiste a travésde una sucesión de generaciones de individuoscuyos cuerpos nunca pueden ser completa-mente controlados. Mary Douglas, para quienel cuerpo es una forma simbólica que puedefuncionar como metáfora de la cultura, ob-serva que la inquietud que lleva a mantenerlímites corporales rígidos y a establecer ritua-

    les y prohibiciones concernientes a las delimi-taciones entre interior y exterior del organis-mo, es más intensa en las sociedades o perío-dos inestables. Los bordes del cuerpo pasan arepresentar las fronteras sociales. Entonces,el control de los cuerpos, el dominio de losdeseos, intenta regular en el organismo indi-vidual las inestabilidades o transformacionesque amenazan al cuerpo social (Douglas,1991).

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    La angustia ante los apetitos supuestamenteincontrolables de las mujeres y ante el cuerpofemenino convertido en significante de la di-ferencia sexual, se intensifica en períodos enque ellas adquieren más independencia y semanifiestan en el espacio público, tanto so-cial como político. En la segunda mitad del si-glo XIX, paralelamente a la segunda ola delfeminismo, se produjo en el arte y la literatu-ra una proliferación de imágenes femeninasoscuras, peligrosas y malvadas, herederas delos monstruos femeninos de la mitología clási-ca. En ningún otro momento se representó ala mujer de manera tan evidente como vam-piro, castradora o asesina (Gay, 1984/1988).

    Asimismo, el siglo XIX se destacó por la obse-sión por la sexualidad –en especial la femeni-na–  y su control médico. Bastará mencionarque el tratamiento para la excitación sexual

    excesiva era la aplicación de sanguijuelas enel cuello de la matriz, la clitoridectomía y laextirpación de los ovarios (Ehrenreich y En-glish, 1972/1984). En esa época se puso demoda un corsé más ajustado: mientras las su-fragistas trabajaban por la emancipación legaly política de las mujeres, la moda y la cos-tumbre las aprisionaban físicamente más quenunca (deRiencourt, 1974). Un anuncio de1878 afirma que el corsé es “el monitor siem-pre presente de una mente bien disciplinada yde sentimientos bien regulados” (Bordo,1993). La imagen de mujer peligrosa, insacia-

    ble y agresiva se contrapone a una feminidadideal, sin aspectos amenazadores, que contri-buye al mantenimiento de las relaciones depoder entre los sexos: la doctrina científicaoficial proclamaba que la mujer carece de de-seos sexuales, lo que remite a la figura delángel del hogar.

    La literatura de la época refleja una estéticade la delgadez, la debilidad y el hambre pro-totípica de las heroínas victorianas: algunasrecurren a la negación de su cuerpo para ma-nipular a las familias, como las anoréxicas;también, como ellas, comen a escondidas;

    preparan alimentos para los demás pero nun-ca los prueban. Otras enferman misteriosa-mente entre el momento crítico de la admi-sión de sus sentimientos y la declaración amo-rosa del héroe. El primer signo de esa enfer-medad es generalmente el rechazo de la co-mida y se presenta, como en la anorexia, enel momento en que la heroína debe reconocersu propia sexualidad: castiga así a su cuerpo

    por sus deseos inaceptables y a su entorno pornegarse a reconocerlos (Michie, 1987).

    En las últimas décadas, con el cuestionamien-to de las identidades sexuales de hombres ymujeres, y la transformación de las categoríasy relaciones genéricas, no sorprende que ten-

    gan tanto auge técnicas que intervienen conviolencia en los cuerpos femeninos, ademásde los estereotipos que constituyen un pode-roso instrumento ideológico para contener losapetitos femeninos, como la noción de que lasmujeres prefieren cuidar y alimentar a losotros más que a sí mismas.

    Peter Gay sugiere que estos ideales son pro-ducto de una reacción al peligro de que semodifiquen las relaciones establecidas entrelos sexos; aunque –añado– no actúan sólo des-de el espacio socio-cultural sino también des-de el Ideal del Yo de las mujeres. John Bergerobserva la identificación de la mujer con lamirada masculina, con la consiguiente divisiónsubjetiva. Berger afirma que las mujeres es-tán destinadas a satisfacer un apetito ajeno;el deseo de ser reconocidas como deseablescontribuye a situarse como objetos para serconsumidos por los otros más que como suje-tos de un deseo propio. Los hombres miran alas mujeres y éstas observan cómo son mira-das, lo que determina no sólo la mayor partede las relaciones entre hombres y mujeressino también la relación de la mujer consigomisma: al experimentar su cuerpo desde el

    lugar del observador masculino se transfor-man en un objeto, en particular un objeto vi-sual (Berger, 1972/2004).

    Robert Crawford señala que en la sociedadindustrial post-capitalista las contradiccionesestructurales de la vida económica producenexigencias agonísticas en la personalidad. Entanto productores, debemos ser capaces dereprimir y diferir la gratificación inmediata denuestros deseos para cultivar una ética deltrabajo; en tanto consumidores, servimos alsistema a través de una capacidad ilimitada

    de capitular ante el deseo y ceder a los im-pulsos, abandonándonos a una satisfacciónconstante e inmediata, consumiendo los pro-ductos industriales que nos prometen la pleni-tud y la felicidad. Debemos consumir, lo queexige ceder continuamente a la tentación,pero al mismo tiempo se censuran los excesosque podrían llevar a anular nuestra capacidadproductiva (citado por Bordo, 1993). No pue-do dejar de mencionar, aunque no entre en

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    ello, la situación de las grandes mayorías queenfrentan un problema diferente, al tenerque convivir con el incesante estímulo consu-mista y la carencia de recursos económicos,fuente de un malestar que se suma al deriva-do de la imposibilidad de satisfacer las nece-sidades humanas más elementales.

    Esta contradicción, que nos divide al situarnosen dos posiciones incompatibles, se articulacon los antagonismos intrapsíquicos: exigenciapulsional e imposibilidad de hallar un objetoadecuado y definitivo (lo que nos encadena alconsumismo, que ofrece siempre nuevos obje-tos que prometen el goce, uniendo asintóti-camente el placer libidinal objetal y la satis-facción narcisista); falta de ser e imposibili-dad de prescindir de una identidad que solopuede ser ilusoria, pues nos proporciona unaimagen de unidad y plenitud (que nos condu-

    ce a demandar lo que nos ofertan, que no esmeramente un objeto sino la esperanza de seralguien que, además, tiene poder) (Tubert,1992).

    Según Bordo, el cuerpo esbelto representa auna persona auto-regulada en la que todo es-tá en orden pese a las contradicciones de lacultura y, añado, pese a su propia escisióncomo sujeto deseante. El carácter problemá-tico de la estructura social, articulado a lasincertidumbres de nuestra condición de ha-blantes, se inscribe en el cuerpo. La bulimiase configura como una contradicción que ex-

    presa el exagerado hambre de consumo (or-gías de ingesta de comida), coexistente con laexigencia de sobriedad y la necesidad de pur-gación (vómitos, ejercicios físicos compulsivosy laxantes).

    Esta oposición se inscribe en la paradoja delaumento simultáneo de la obesidad y de laanorexia. Si la bulimia encarna la doble exi-gencia del capitalismo consumista, la anore-xia y la obesidad representan intentos opues-tos de solución de la contradicción. La obesi-dad podría entenderse como capitulación an-

    te el consumo, basada en la creencia en lapromesa de saciar el deseo, eliminándolo alidentificarlo con la pura necesidad; la disolu-ción del sujeto en un cuerpo-organismo a tra-vés de su absoluta encarnación. La anorexiase asocia a la ética del trabajo que requiereun estricto autocontrol; el sostenimiento deldeseo en una escena ajena a las necesidadesdel cuerpo; el intento de salvaguardar la di-mensión de sujeto deseante al desencarnarlo

    y renegar de su corporalidad. En ambos casosse manifiesta una resistencia a la norma cul-tural, que la bulímica, en un movimientopendular, cumple al pie de la letra. En lostrastornos de la conducta alimentaria seaprecia el esfuerzo por ajustarse al estereoti-po de la mujer atractiva y, simultáneamente,el rechazo del estereotipo. En la anorexia sesacrifica el cuerpo para aproximarse al ideal yse ataca ese ideal con una parodia de la del-gadez, que imita y ridiculiza unos modelosimposibles.

    El cuerpo esbelto es un ideal femenino y lostrastornos de la alimentación predominan en-tre las mujeres. Bordo ha observado que si laesbeltez contemporánea representa un co-rrecto control del deseo, su significación estásobredeterminada porque el hambre ha sidosiempre una metáfora cultural de la sexuali-

    dad, el poder y el deseo femeninos: desde ladiosa Kali, sedienta de sangre que, en una desus representaciones, aparece devorando suspropias entrañas, pasando por las brujas delsiglo XV, descritas como voraces e insacia-bles, hasta las representaciones de las muje-res dominadas por sus emociones, capricho-sas, caracterizadas por un goce inefable si-tuado más allá de lo simbólico y, en suma,más ligadas por su corporalidad a la naturale-za que a la cultura. Las anoréxicas se auto-contemplan con mirada vigilante y acusadora,pues se creen hambrientas, insaciables y des-

    controladas, al tiempo que intentan desespe-radamente alcanzar el ideal de control y eli-minación de sus deseos sexuales, expresadosen el lenguaje de la pulsión oral.

    En las culturas patriarcales, la regulación deldeseo femenino constituye un problema: losdeseos femeninos son otros, misteriosos,amenazantes. Esta imagen deviene más pro-blemática, como he señalado, en períodos detransformación de las relaciones establecidasentre los sexos. A medida que proliferan lasrepresentaciones terroríficas de la mujer in-saciable –sobre todo en la segunda mitad del

    siglo XIX–  adelgaza la imagen del cuerpo fe-menino, haciéndose más semejante a la deuna niña o un adolescente. Pero la represen-tación andrógina de la mujer no sólo tiende aapaciguar la inquietud ante los deseos feme-ninos; también asume una significación apa-rentemente contradictoria, que puede expli-car su atractivo para las mujeres mismas:ofrece una imagen diferente de la del cuerpo

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    maternal asociado a la reproducción. A la re-presentación pasiva de la feminidad, laanoréxica –que no se contenta con ser desea-ble sino que aspira a ser deseante– opone unaactitud activa de control, culturalmente aso-ciada a la masculinidad, lo que le permite in-tegrar lo femenino y lo masculino en un idealandrógino.

    La contradicción se manifiesta cuando contro-la y rechaza la comida para satisfacer el este-reotipo de mujer atractiva, para lograr acep-tación como objeto sexual fetichizado pero,simultáneamente, niega y denuncia ese este-reotipo: busca la belleza y se convierte en pa-rodia de la demanda social de esbeltez; imitay se burla a un tiempo del modelo (Fraad,1994). Se niega a aceptar la imagen femeninaasociada a lo corporal, a la carne; su cuerpoconsumido, también fetichizado, representa

    el rechazo al modelo social de sexualidad fe-menina. La paradoja es que la pretendidahuida la reconduce a la obsesión por la carne.

    En oposición a la definición del cuerpo feme-nino como organismo biológico que debe rea-lizar sus funciones reproductoras, para lo cuales necesario normalizar su deseo, estamos an-te una imagen estética que el sujeto debe co-locar en lugar de su Ideal del Yo; ambas cons-trucciones discursivas lo despojan de referen-tes subjetivos. En la anorexia, el fetiche ob-tura la posibilidad de reconocer el deseo in-consciente y las exigencias y limitaciones de

    la corporalidad como significante de la dife-rencia sexual: tanto la imagen ideal como elcuerpo anoréxico, son andróginos, despojadosde rasgos anatómicos y fisiológicos asociadoscon la feminidad; de ahí su fundamento en larenegación. El cuerpo es el escenario deldrama del sujeto: sólo se reconoce en los sig-nificantes de un orden simbólico que al cons-tituirlo como humano lo aliena; sólo puededar cuenta de su experiencia corporal me-diante un lenguaje y unas imágenes que me-diatizan su relación singular con su propiocuerpo.

    El cuerpo fragmentado y las nuevas tec-nologías reproductivas (NTR)2 

    El nacimiento y la muerte ocupan un lugarcentral en el imaginario colectivo de todos lostiempos; gran cantidad de mitos de diversas

    2 Esta cuestión es el eje de mi libro Mujeres sin sombra.Maternidad y tecnología, Madrid: Siglo XXI, 1991.

    culturas los asocian entre sí y, simultánea-mente, con la figura femenina. La capacidadde transmitir la vida puede asociarse con laposibilidad de quitarla; ambas se interpretancomo expresiones de una potencialidad divinao mágica. Quizá por eso se evoca la capacidadgeneradora de la mujer mediante una imagenomnipotente e ilimitada.

    La sexualidad femenina también despiertaangustia en tanto se la erige en significantede la diferencia sexual, de la alteridad, queamenaza el narcisismo masculino en el ordensimbólico patriarcal; en consecuencia, los dis-cursos imperantes representan a la mujer co-mo madre. La inscripción simbólica de la ma-ternidad como esencial permite dejar de ladola cuestión de la sexualidad femenina; la mu-jer en tanto madre –no sexual, como la virgenMaría contrapuesta a la pecadora Eva– permi-

    te evitar tanto el peligro de la confusión delos sexos como la angustia ante una diferenciaincoercible. Una sola operación, la ecuaciónmujer=madre, reduce la sexualidad femeninarepresentada como capacidad de un goce ab-soluto y, al tiempo, desvaloriza la maternidadal definirla como natural, mientras la pater-nidad se concibe como simbólica.

    La infecundidad se significa como resistenciamuda a una función simbólica concebida co-mo natural, a una definición ideológica delgoce, el deseo y los ideales de la feminidad yla felicidad. La mujer que no es madre parece

    perturbar el orden establecido, cuestionaraquello que regula las relaciones entre hom-bres y mujeres, atentando contra el orden je-rárquico establecido.

    La esencialización del deseo maternal propor-ciona una respuesta al interrogante sobre eldeseo femenino e impide que se plantee nosólo la cuestión de la diferencia entre los se-xos, sino también la de la diversidad entre lasmujeres como sujetos deseantes: la materni-dad establece la equivalencia de todas lasmujeres.

    Si las prácticas discursivas identifican femini-dad y maternidad, entendiéndola en términosbiológicos, la ciencia y la tecnología se haceneco de ello, reforzando paradójicamente lailusión de naturalidad. Las NTR, que preten-den justificarse por el “deseo” de las muje-res, apuntan a que ninguna quede al margende la reproducción. Así se mantiene la ecua-ción mujer=madre, se intenta controlar lo in-

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    controlable, la vida y la muerte, y se evitareconocer la castración y la deuda simbólica;en suma, nuestra condición de sujetos gene-rados no sólo por la reproducción de los cuer-pos sino también por los sistemas simbólicos,fundamentalmente el lenguaje, que configu-ran al ser humano como tal.

    Pero lo femenino excluido retorna en formade intervenciones en los cuerpos. Podemoshablar, empleando un término de Lacan, deabolición simbólica: ante la imposibilidad derepresentar algo que debía haber sido simbo-lizado, lo rechazado retorna, en el caso quenos ocupa, ya no como síntoma –que es unaforma de representación simbólica de lo nodicho– sino como acto.

    Las NTR representan la culminación del pro-ceso de medicalización de la vida que, con lasposibilidades actuales de manipulación delgenoma humano, puede conducir a una trans-formación radical de nuestra especie. Esteproceso de captura de los seres vivientes –eneste caso, del cuerpo de las mujeres– por par-te del saber y el poder médico tiene una largahistoria.

    La medicina se hizo cargo del control de lasexualidad femenina desde la antigüedad; lasmutilaciones sexuales lo prueban. Galeno re-fiere que en Egipto se cortaban los labios me-nores a todas las niñas “para extinguir su lu-bricidad”. Algunos autores del siglo XVI, como

    Ambroise Paré, mencionan que la ablación delas ninfas se practicaba corrientemente enFrancia (Knibiehler y Fouqué, 1982).

    La enfermedad que se quería curar era elapetito sexual excesivo, la deshonestidad, lastendencias lujuriosas, el riesgo de la homose-xualidad. Papon afirmaba, en 1557 que dosmujeres que se corrompen una a la otra sinhombres son condenables a muerte. Venette,en 1687, sostenía que las partes naturales dela mujer son causa de la mayoría de las penasy placeres de los hombres; casi todos los des-órdenes que han ocurrido en el mundo vienen

    de esas partes (Knibiehler y Fouqué, 1982). Loque se rechaza, y no sólo en lo simbólico puesse interviene quirúrgicamente, son los genita-les femeninos, cargados de significacionesoriginadas en procesos de metaforización: laimposibilidad de reconocerlos simbólicamentecomo uno de los términos de una diferencia(recordemos, otra vez, que se trata de “lo

    otro”) conduce a la proliferación de lo imagi-nario e induce al pasaje al acto.

    Si la anticoncepción, al permitir a las mujeresel control de los nacimientos, puede suscitarel fantasma de la confusión entre los sexos,las NTR restablecerían la distinción entre

    ellos al evitar, al menos imaginariamente,que alguna mujer no se integre en la catego-ría de madre. Lo temido no es sólo una sexua-lidad femenina descontrolada y devoradora,sino también la confusión entre los sexos conel consiguiente cuestionamiento de las iden-tidades sexuales establecidas.

    Las técnicas de reproducción asistida respon-den a un deseo formulado en palabras –demanda– con una intervención en el cuerporeal; esas operaciones se sustentan y reali-mentan los discursos sobre la feminidad y lamaternidad.

    Jacques Testart, biólogo que, junto al ginecó-logo Frydman, participó en la concepción dela primera niña nacida en Francia mediantefertilización in vitro (FIV), entiende que, aun-que la finalidad de la FIV es que una parejaestéril tenga un hijo, los proyectos políticos,económicos o estéticos pueden conducir aperversiones, que hoy parecen escandalosaspero dentro de algunos años serán admitidase incluso frivolizadas. Por ejemplo, fecunda-ción del óvulo por el óvulo; autoprocreaciónfemenina, en la que el espermatozoide sólo

    juega el papel de activador, retirándose sunúcleo después de la fecundación, técnica yaexperimentada con ratones; bancos de tejidosde recambio, a partir de la duplicación artifi-cial del embrión; embarazo masculino; gesta-ción de humanos en animales; gestación enmujeres clínicamente muertas; ectogénesis:el útero artificial. Ya en 1988 se logró mante-ner vivo a un embrión durante 52 horas en elútero de una enferma de cáncer a quien se lehabía practicado una histerectomía. Testartrecuerda que la FIV ha posibilitado ya desa-rrollos imprevistos, como la conservación del

    huevo en el frío o la donación de óvulos yembriones. La extracción del huevo fuera delcuerpo provocará nuevos artificios tendientesa resolver problemas médicos, como el diag-nóstico genético que permite normalizar alfuturo individuo. El biólogo considera que esimposible saber a priori si una novedad esinofensiva, lo que sólo su uso puede demos-trar. Sin embargo, algunos proyectos le pare-cen irracionales, y están subordinados a las

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    ambiciones individuales de los inventores. Eldesarrollo tecnológico ha producido cambiosen las aspiraciones: ya no se reivindica la sa-tisfacción de necesidades básicas, sino la rea-lización de fantasmas, y los códigos moralesse flexibilizan gradual e insensiblemente parapoder realizar los viejos fantasmas. Es en estepunto, advierte Testart, donde comienza elcanibalismo del ser humano por el hombre ci-vilizado (Testart, 1988).

    Las NTR revelan así su carácter de instrumen-tos para el control y la gestión de la vida y lasexualidad humanas por parte del saber-podermédico, en términos de Foucault. El discursomédico, al funcionar como una de las másca-ras del poder, configura la sexualidad comosaber y como campo de dominio; en el univer-so material y conceptual de la modernidad,las relaciones de saber-poder se articulan en

    el cuerpo. Las ciencias biológicas se ocupandel cuerpo como organismo, pero la prolifera-ción de conocimientos y prácticas de controldel cuerpo coincide históricamente con el es-tallido de la representación social y simbólicade la subjetividad (Foucault, 1963/1987).

    Las ciencias biológicas abordan al cuerpo hu-mano como un conjunto de piezas separadas yseparables, lo que permite recortar arbitra-riamente las funciones orgánicas, configuran-do unos “órganos sin cuerpo”. Rosi Braidottisostiene que la ilusión fundadora del podermédico es la creencia en la omnipotencia de

    lo viviente, cuya indestructibilidad sería di-rectamente proporcional a la posibilidad dereducir al infinito las partes que lo componen.Esta ilusión ha sido engendrada por la trans-formación del cuerpo en organismo, en fábri-ca de órganos separables y sustituibles. Consu fragmentación, el cuerpo desaparece comoreferente (Braidotti, 1987).

    La congelación del esperma, ovocitos y em-briones suspende indefinidamente el tiempode la reproducción, pues la FIV no sólo escin-de el cuerpo orgánico reproductor del cuerpo

    libidinal, sino que además fragmenta el pro-ceso reproductivo: tratamiento hormonal, ex-tracción de óvulos, fecundación in vitro, divi-sión celular in vitro, reimplantación de em-briones en el útero. Al mismo tiempo, otrosfenómenos, de carácter más social que cientí-fico, como las madres “de alquiler”, dislocanla continuidad de la gestación entre diferen-tes madres: ovular, uterina, social.

    Los “órganos sin cuerpo”, como significantesdel orden del discurso moderno y del triunfode la técnica, se prestan a usos o efectos queescapan a toda lógica científica e incluso atoda justificación social. Son el resultado deuna derivación perversa que constituye unanegación del espíritu científico. No se trata,evidentemente, de oponerse al progreso cien-tífico y técnico, sino de reconocer, además delos enormes beneficios económicos del mer-cado de la reproducción, lo que se llama“efectos perversos”, aunque quizá tendríamosque denominar “efectos psicóticos”: la frag-mentación infinita y el tráfico de órganos, te-jidos y sustancias corporales, que da lugar afalsas equivalencias, como la establecida en-tre donación de órganos y donación de órga-nos reproductivos o gametos; o entre dona-ción de esperma y extracción de óvulos (comosi hubiera una equivalencia total entre hom-bres y mujeres en la procreación). Sin embar-go, y precisamente en función de la diferen-cia entre los sexos en la reproducción, elcuerpo de la mujer se convierte en “laborato-rio viviente” de la biotecnología, en palabrasde Anne Marie de Vilaine (1987); es allí dondeobservamos el retorno de lo no simbolizado,bajo la forma de cuerpos reducidos a orga-nismos, despojados de referentes subjetivos einfinitamente fragmentados. Aunque la pro-creación, en el ser humano, es indisociabledel deseo inconsciente, la sexualidad y elcuerpo, las técnicas proceden como si sólo se

    tratara de órganos o gametos.Asistir a los distintos momentos del procesode FIV produce una impresión extraña e in-quietante, en virtud de los fantasmas quesuscita. Todos los interrogantes propios de lacuriosidad sexual infantil están en juego: ori-gen de los niños, diferencia entre los sexos,qué hay en el interior de los cuerpos, espe-cialmente en el vientre de las mujeres, esce-na primaria. Es cierto que estas cuestionesinervan, en última instancia, toda investiga-ción científica, pues la curiosidad intelectual

    tiene raíces en la curiosidad sexual infantil;pero también es cierto que en el terreno delas ciencias de la reproducción se muestranmás desnudas, e inducen al pasaje al acto. Sepuede mirar dentro del cuerpo de la madre,estimular la producción de óvulos para ex-traerlos y manipularlos, seleccionar esperma-tozoides y organizar el encuentro de gametos.

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    E. Weil, al considerar las representacionesimaginarias de la paternidad y de la filiaciónen parejas que demandan donación de ovoci-tos, refiere que se considera al óvulo como unobjeto invisible, minimizado a favor de la ca-pacidad de la receptora para llevar a términoel embarazo. Algunos desvalorizan la dona-ción anónima afirmando que no puede dar lavida por sí sola, lo que les permite ignorarla(Weil, 1987).

    Los textos de Testart (1988) y Frydman (1986)revelan el goce de aproximarse al misterio delos orígenes, de ser amo del goce del otro,capaz de crear, como un dios, la vida. JeanCohen, uno de los “pioneros” franceses de laFIV, afirma: “En cierto modo nos transforma-mos en Dios (...) nuestra potencia se vuelveidéntica a la de quien ha dado la vida” (citadopor de Vilaine, 1987). Se repite la operación

    realizada por el dios patriarcal de la Bibliaque asumió el control y la gestión de la fe-cundidad de las mujeres. Es frecuente quebiólogos y médicos se refieran a esta técnicacomo un intento de reparar un fallo de la na-turaleza (la “madre” naturaleza...). Si bien elpsicoanálisis ha mostrado la universalidad deestos fantasmas, la novedad consiste en quelos desarrollos técnicos ofrecen la posibilidadde realizar en los cuerpos reales aquello quese situaba en lo imaginario y lo simbólico,alimentando mitología y literatura.

    Actualmente un niño puede nacer con la apor-

    tación genética de una tercera persona cuyaidentidad jamás conocerá; dos gemelos pue-den llegar al mundo con varios años de inter-valo; una mujer puede dar a luz un hijo queno ha concebido o que ha concebido con elesperma de un hombre muerto; un niño puedetener hasta cinco progenitores (madre ovular,gestante, social; padre genético y social); unaabuela puede gestar al niño concebido por suhija y su yerno; una mujer menopáusica pue-de tener hijos. Han surgido, en el mundo en-tero, centenares de clínicas de FIV, muchasmás de las que serían necesarias si se restrin-

    giera la aplicación de estas técnicas a los ca-sos en los que están realmente indicadas; sehan creado empresas para vender los serviciosde reproducción y partes del cuerpo de lasmujeres, como ovocitos y úteros; proliferanempresas dedicadas a la predeterminación delsexo del feto (en la India, como consecuenciade esta información, se abortan 29 de cada 30fetos femeninos); ha surgido la figura de la

    madre “de alquiler” (aunque en España estapráctica está prohibida por la ley, hay clínicasque no tienen reparos en ofrecer públicamen-te sus servicios para contratar madres subro-gadas en los Estados Unidos).

    La búsqueda del niño a cualquier precio se

    justifica habitualmente en función del deseode hijo, consigna mágica que parece legiti-marlo todo. Sin embargo, la escucha de lasmujeres dispuestas a someterse a la FIV per-mite apreciar cómo el discurso de las NTR esel que construye ese deseo como obsesión. Sila identificación con los ideales culturales laslleva a asumir el discurso social de la mater-nidad, al entrar en el tratamiento las mujerespierden su posición de sujeto deseante paraser habladas por el discurso médico que lasreduce a sus órganos reproductores.

    Los medios de comunicación amplifican las“proezas” realizadas en este terreno, pero nomencionan el reducido éxito de la FIV (25%por cada intento), ni los riesgos para la saludfísica, el equilibrio y bienestar psíquicos, lasrelaciones de pareja y la calidad de vida delas mujeres (Tubert, 1991).

    Los efectos de la abolición simbólica no se li-mitan a pasajes al acto y a la producción decuerpos fragmentados y descompuestos en ór-ganos sin referencias subjetivas; también seponen de manifiesto en el derrumbe de lascoordenadas simbólicas de la filiación. Esta,

    que articula la diferencia entre los sexos conla diferencia entre las generaciones, y por lotanto es fundamental para la constitución delsujeto psíquico, también se encuentra frag-mentada, lo que da lugar a cuestionamientosde carácter ético, jurídico y social. Se puedenprogramar los nacimientos, controlar loscuerpos y su funcionamiento a favor de unamayor eficacia, pero esto conduce necesa-riamente a la pérdida de la posición de suje-to, a la alienación, a la ilusión de satisfacerlos deseos a escala industrial, a la aboliciónde la palabra, del símbolo, de la temporali-

    dad, es decir, de todo aquello que nos definecomo especie. Como práctica generalizada,las NTR, en tanto suponen la instrumentaliza-ción del otro y la anulación consiguiente de laalteridad, dan cuenta de un fracaso colectivoen el sostenimiento de la dimensión simbólicade nuestra vida. La pasión de la investigacióny el control convierte no sólo a los cuerpos,sino a la humanidad como tal, en una cosa.Esta reificación de lo humano, esta abolición

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    de toda metáfora, bajo el pretexto de paliarla esterilidad, se sustenta en la intolerancia ala angustia ante los enigmas de nuestra propiaexistencia y ante el dolor de reconocer las ca-rencias y limitaciones, la dependencia delotro y la mortalidad.

    ......... Los dos fenómenos contemporáneos conside-rados, los trastornos de la alimentación y lastecnologías de la reproducción, pueden en-tenderse como efectos deletéreos de los idea-les culturales de la feminidad en el cuerpo delas mujeres. Así, en la anorexia se sacrifica elcuerpo orgánico a favor de una imagen ideali-zada y tiránica, verdadera parodia de unaexigencia de perfección narcisista que puede

    conducir a la destrucción. Las tecnologías re-productivas sustituyen al sujeto femenino porsu cuerpo orgánico y a este, a su vez, por suscomponentes: genes, células, gametos, hor-monas. La medicalización de la reproduccióndespoja al cuerpo de sus referentes subjetivosy sexuales, a favor del ideal maternal aliadocon las exigencias narcisistas.

    Consecuencia y fuente, a la vez, del malestarfemenino en la cultura, inciden en la auto-percepción, auto-valoración y relación de lasmujeres con su cuerpo, que se convierte enescenario de pasajes al acto que las despojande su condición de sujeto. Ambos fenómenosson también efecto y causa de las desigualda-des de género que persisten en estos “tiem-pos de igualdad.” 

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    SILVIA TUBERT 

    Doctora en Psicología, Psicoanalista. Ex-Profesora Titular de Teoría Psicoanalítica, Univ.Complutensede Madrid (Colegio Univ. Cardenal Cisneros). Profesora Invitada del Master en Psicoterapia Psicoanalí-tica de la Universidad Complutense de Madrid.Autora de: La muerte y lo imaginario en la adolescen-cia, La sexualidad femenina y su construcción imaginaria, Mujeres sin sombra. Maternidad y tecnolo- gía, Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y la Viena de su tiempo, Sigmund Freud(Introducción a la teoría psicoanalítica), Un extraño en el espejo. La crisis narcisista de la adolescen-cia, Deseo y representación. Convergencias de psicoanálisis y teoría feminista. Editora de: Figuras dela Madre, Figuras del Padre, y Del sexo al género. Los equívocos de un concepto.

    DIRECCIÓN DE CONTACTO 

    [email protected]

    FORMATO DE CITACIÓN 

    Tubert, Silvia (2010). Los ideales culturales de la feminidad y sus efectos sobre el cuerpo de las muje-res. Quaderns de Psicologia, 12 (2), 161-174. Extraído el [día] de [mes] del [año], dehttp://www.quadernsdepsicologia.cat/article/view/760

    HISTORIA EDITORIAL 

    Recibido: 01/06/2010

    Primera revisión: 17/09/2010

    Aceptado: 17/09/2010

    mailto:[email protected]://www.quadernsdepsicologia.cat/article/view/760http://www.quadernsdepsicologia.cat/article/view/760mailto:[email protected]