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L L L A A A R R R E E E S S S I I I S S S T T T E E E N N N C C C I I I A A A A A A L L L A A A M M M O O O N N N A A A R R R Q Q Q U U U Í Í Í A A A D D D E E E E E E S S S P P P A A A Ñ Ñ Ñ A A A Y Y Y E E E L L L S S S I I I S S S T T T E E E M M M A A A E E E U U U R R R O O O P P P E E E O O O D D D E E E E E E S S S T T T A A A D D D O O O S S S U U U n n n e e e n n n s s s a a a y y y o o d d d e e e s s s o o o c c c i i i o o o l l l o o o g g g í í í a a a h h h i i i s s s t t t ó ó ó r r r i i i c c c a a a a a a m m m o o o d d d o o o d d d e e e b b b a a a l l l a a a n n n c c c e e e d d d e e e l l l c c c e e e n n n t t t e e e n n n a a a r r r i i i o o o d d d e e e o C C C a a a r r r l l l o o o s s s d d d e e e G G G a a a n n n t t t e e e . . . A A A u u u t t t o o o r r r : : : Á Á Á l l l v v v a a a r r r o o o E E E s s s p p p i i i n n n a a a M M M o o o n n n t t t e e e r r r o o o ( ( ( U U U C C C M M M ) ) ) P P P u u u b b b l l l i i i c c c a a a d d d o o o e e e n n n S S S i i i s s s t t t e e e m m m a a a , , , n n n º º º 1 1 1 6 6 6 4 4 4 , , , S S S e e e p p p t t t i i i e e e m m m b b b r r r e e e , , , 2 2 2 0 0 0 0 0 0 1 1 1 , , , p p p p p p . . . 4 4 3 3 3 - - - 6 6 6 7 7 . . . 4 7 INTRODUCCIÓN Para Douglas North y Robert Thomas 1 el Estado-nación es la respuesta racional a la aparición de la economía monetaria y el comercio, como forma eficiente de resolver la necesidad funcional de implantar y garantizar los derechos de propiedad en un espacio económico suprarregional, en orden a producir economías de escala para reducir los costes de transacción (de búsqueda, negociación y seguridad jurídica). Como método de interpretación genético-institucional esta aproximación neoinstitucionalista resulta históricamente más acertada para explicar el caso norteamericano que el de Eurasia, en donde la existencia de organizaciones y autoridades territoriales se remonta a tiempos inmemoriales y ha experimentado múltiples avatares en los que tiene difícil cabida un motor estrictamente racionalista. Sensu contrario, a comienzos de la edad moderna ya existían en Europa Estados protonacionales 2 cuya propensión era, más bien, la de apropiarse mediante coerción del excedente económico producido por los súbditos para poder hacer la guerra y satisfacer su afán de expansión 3 . Ahora bien, la necesidad de medios para la guerra depende de la intensidad de ésta, de la suerte, de las condiciones naturales, del tipo de economía y de sociedad sobre la que se ejerce el dominio y de las estrategias adoptadas en cada caso por los oponentes. La confrontación hispano-holandesa (y más tarde la de Francia contra Inglaterra y Holanda) constituyó la mejor prueba contra el determinismo al poner de manifiesto que, cuanta menos suerte y ventajas geográficas tuvo el agredido, mayor grado de ingenio hubo de desplegar para defenderse de un Felipe II que se hallaba en la cima de su poder, para superar la ejecución sumarísima de los líderes naturales de la nueva nación desde 1568, en que se inició la rebelión 4 , para sostener una guerra de ochenta años en la que acabarían imponiéndose a los Austrias y quedándose con parte de su imperio 1 Vid. Douglas C. North y R. P. Thomas, The Rise of The Western World. A new Economic History, Cambridge University Press, 1973. 2 Vid. José Antonio Maravall, Estado Moderno y Mentalidad Social, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 2. Vols., 1972. Vol., I, cap. IV. 3 Vid. Charles Tilly, Coerción, Capital y los Estados Europeos 990-1990, Alianza Universidad, Madrid, 1992. . 1 4 Vid. C. R. Boxer, The Dutch Seaborne Empire, 1600-1800, Londres, Hutchinson, 1965, cap. 1.

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INTRODUCCIÓN

Para Douglas North y Robert Thomas1 el Estado-nación es la respuesta racional a la aparición de la economía monetaria y el comercio, como forma eficiente de resolver la necesidad funcional de implantar y garantizar los derechos de propiedad en un espacio económico suprarregional, en orden a producir economías de escala para reducir los costes de transacción (de búsqueda, negociación y seguridad jurídica). Como método de interpretación genético-institucional esta aproximación neoinstitucionalista resulta históricamente más acertada para explicar el caso norteamericano que el de Eurasia, en donde la existencia de organizaciones y autoridades territoriales se remonta a tiempos inmemoriales y ha experimentado múltiples avatares en los que tiene difícil cabida un motor estrictamente racionalista.

Sensu contrario, a comienzos de la edad moderna ya existían en Europa Estados protonacionales2 cuya propensión era, más bien, la de apropiarse mediante coerción del excedente económico producido por los súbditos para poder hacer la guerra y satisfacer su afán de expansión3. Ahora bien, la necesidad de medios para la guerra depende de la intensidad de ésta, de la suerte, de las condiciones naturales, del tipo de economía y de sociedad sobre la que se ejerce el dominio y de las estrategias adoptadas en cada caso por los oponentes. La confrontación hispano-holandesa (y más tarde la de Francia contra Inglaterra y Holanda) constituyó la mejor prueba contra el determinismo al poner de manifiesto que, cuanta menos suerte y ventajas geográficas tuvo el agredido, mayor grado de ingenio hubo de desplegar para defenderse de un Felipe II que se hallaba en la cima de su poder, para superar la ejecución sumarísima de los líderes naturales de la nueva nación desde 1568, en que se inició la rebelión4, para sostener una guerra de ochenta años en la que acabarían imponiéndose a los Austrias y quedándose con parte de su imperio

1 Vid. Douglas C. North y R. P. Thomas, The Rise of The Western World. A new Economic History, Cambridge University Press, 1973.

2 Vid. José Antonio Maravall, Estado Moderno y Mentalidad Social, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 2. Vols., 1972. Vol., I, cap. IV.

3 Vid. Charles Tilly, Coerción, Capital y los Estados Europeos 990-1990, Alianza Universidad, Madrid, 1992.

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4 Vid. C. R. Boxer, The Dutch Seaborne Empire, 1600-1800, Londres, Hutchinson, 1965, cap. 1.

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ultramarino, y para reunir finalmente una flota capaz de llevar a cabo con éxito en 1688 la invasión de Inglaterra -invasión en la que Felipe II había fracasado un siglo antes- uniendo los dos reinos bajo Guillermo III durante catorce años.

Amartya Sen5 ha definido el desarrollo como la libertad para llevar a cabo el tipo de vida que la gente tiene razones para valorar. En ese sentido la libertad es indivisible, no siendo la libertad económica más que una de sus vertientes, materializada parcialmente en la propiedad (o sea, en la libertad de disponer de un bien y de impedir que otros lo disfruten). El valor incalculable del gran experimento histórico europeo consistió en demostrar que la libertad -que incluye, entre otros, los derechos de propiedad- no es sólo un fin en sí mismo, sino también el principal instrumento para impulsar el desarrollo económico y cultural, precisamente porque en última instancia éste no es otra cosa que la profundización y la extensión de la libertad individual, y, por eso mismo, no pudo llevarse a cabo en ausencia de ella.

El fracaso histórico español -como el de los diferentes regímenes totalitarios del siglo XX- es la mejor prueba a contrario de la espléndida idea de Sen. La formación de los Estados nacionales constituyó el prerrequisito político, social e institucional para el desarrollo económico y el cambio social de la Europa Moderna. Este período histórico proporciona abundante evidencia empírica que permite contraponer las prácticas financieras, fiscales y económicas de la Monarquía de España -a título de caso contrafactual- con las de los Estados que tuvieron mayor éxito, para inferir conclusiones bien ilustrativas acerca de la relación entre buen gobierno y desarrollo económico6.

Planteado en términos de sociología histórica, el argumento principal de todo el proceso exige relacionar la resistencia a la concentración de poder en manos de la monarquía austracista con la construcción del sistema político europeo de Estados Nacionales. Esto es lo que planteo en este trabajo, que consta de cinco partes: en la primera se bosqueja el planteamiento estratégico realizado por el Rey Católico y su imprevista potenciación a comienzos del siglo XVI. La segunda da cuenta del giro que experimenta el proyecto de Estado nacional, al trasformarse en otro de Monarquía universal en manos de Carlos de Gante. En la tercera se evalúa el impacto de la guerra sobre el Estado moderno, retomando la idea de Sorokin. La cuarta analiza la paradoja de que la misma intensidad de la capacidad ofensiva alcanzada por el imperio español fuera la que forzó a los Estados nacionales emergentes a realizar un esfuerzo titánico de captación y concentración de recursos en sus manos, que constituye la principal característica de la historia moderna de Europa. En la quinta se analiza el impacto del ingente consumo de recursos necesario para la conservación del poder imperial sobre la defectuosa formación del Estado nacional en España, y sus consecuencias ulteriores. Finalmente, las conclusiones interpretan la destrucción del imperio austracista como el coste que hubo que pagar para poner en pie la arquitectura institucional de la Europa moderna.

5 Vid. Amartya Sen, Development as Freedom, Oxford University Press, 1999.

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6 Vid. Álvaro Espina, “Deuda pública y confianza en el gobierno de España Bajo los Austrias”, Hacienda Pública Española, nº 156-1/2001.

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1.- El planteamiento estratégico del Rey Fernando y los golpes de fortuna

Cipolla7 atribuyó la hegemonía española de los siglos XVI y XVII a una serie de "hechos de fortuna" relacionados con la abundancia de minas de plata en América, con el descubrimiento de la amalgama y con la abundancia de azogue de Almadén. Charles Tilly8 y David Landes9, por su parte, recurren al símil de los países exportadores de petróleo del siglo XX para explicar el esplendor económico de la Península Ibérica en los siglos de oro. Aunque la ocurrencia de aquellos acontecimientos dista mucho de ser casual -como tampoco la grandeza y decadencia de Roma lo eran para Montesquieu10-, es cierto que sin ellos la historia moderna de Europa habría discurrido por cauces bien distintos, ya que, con la tecnología material disponible por entonces y el escaso desarrollo del capitalismo comercial, ninguna de las pequeñas unidades políticas preexistentes en la Europa del siglo XV hubiera sido capaz -por mucho que utilizase la mejor combinación de las técnicas de coerción y cooperación entre el Estado y el capital analizadas por Tilly- de allegar en su interior de motu propio recursos excedentarios suficientes para poner en pie de guerra un ejército mercenario de 150.000 hombres, como el del emperador Carlos V en 155011, ya que al coste estimado por Fernández Álvarez12, el gasto anual de tal ejército -junto a sus formaciones auxiliares- se elevaba a nueve millones de ducados, más de tres veces los ingresos de la Hacienda Real de Castilla en 1554, incluidas las remesas de Indias13.

Y mucho menos imaginable resulta que, en ausencia de tales condiciones un país hubiese sido capaz de sostener cuerpos expedicionarios profesionales todo a lo largo de los vastos campos de batalla europeos durante dilatados períodos de tiempo -hasta duplicar aquella cifra en 163014- siendo así que en la etapa anterior a tales "golpes de fortuna" las principales campañas de la Guerra de Granada se habían hecho con un ejército del orden de 20.000 hombres (entre 6.000 y 10.000 caballeros y entre 10.000 y 16.000 infantes), y sólo en 1491 se había llegado a movilizar a 60.000 hombres para acometer el arranque de la campaña final de esa guerra (de ellos, 50.000 infantes -aproximadamente, un uno por ciento de la población de Castilla-, armados por primera vez con armas de fuego individuales), en lo que constituyó la "última hueste medieval de Castilla", reclutada principalmente bajo el antiguo sistema del servicio de los vasallos en las mesnadas de los grandes nobles y los Maestres de las órdenes militares, pero que ya dispuso de un sistema de conscripción obligatoria dirigida por alcaldes y alguaciles reales, y empleó un complejo 7 Vid. La Odisea de la Plata Española, Crítica, 1999.

8 Vid. Las Revoluciones Europeas 1492-1992, Crítica, Barcelona, 1995, p. 107.

9 Vid. La riqueza y la pobreza de las naciones. Porqué algunas son tan ricas y otras son tan pobres, Crítica, Barcelona, 1999, p. 373.

10 Vid. Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence, Oeuvres, Roger Caillois (ed.). 2 vols., Gallimard (Bibliothèèque de la Pléiade), 1734.

11 El período 1548-1556 registra la máxima resistencia frente al proyecto de monarquía universal de Carlos, tanto en el Imperio como en el resto de Europa y significa el comienzo de su declive.Vid. Alfred Kohler, Carlos V. 1500-1558. Una Biografía, Marcial Pons, Historia, Madrid, 2000, p. 350.

12 Vid. Felipe II y su tiempo, Espasa, Madrid, 1998, p. 69.

13 Ibíd. p. 109.

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14 Vid. Geoffrey Parker, España y los Países Bajos, 1559-1659. Diez Estudios, Rialp, Madrid (trad. de L. Suárez), 1986, p. 133.

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mecanismo de administración fiscal, financiera y de apoyo industrial para la producción del primer gran parque artillero y para la construcción de las máquinas de asedio15.

El límite de la capacidad de movilización militar en ejércitos de conscripción forzosa se encontraba por entonces precisamente en ese entorno, como lo definiría dos siglos y medio más tarde Montesquieu16, para quien

“... la razón por la que nos parece inconcebible la prodigiosa fortuna de los romanos..... [es que] la proporción entre soldados y el resto del pueblo, que hoy es de uno a ciento, podía muy bien allí ser de uno a ocho [o sea, de un ¡12,5 por 100! (inciso de AE)]. Los fundadores de las antiguas repúblicas habían repartido igualitariamente las tierras; sólo esto constituía un pueblo poderoso; ..... esto también era lo que formaba un buen ejército, porque cada individuo tenía el máximo interés en defender a su patria”.

Aquella cifra límite es una buena referencia histórica. Tan sólo tras la revolución inglesa el límite de Montesquieu se elevó durante un breve espacio de tiempo hasta el 5,4 %, proporción alcanzada por los ejércitos movilizados en 1694 por Inglaterra y Holanda en la guerra contra Francia -aliada de los destronados Estuardo- que movilizó, por su parte, al 2,1% de su población17. En 1710, las cifras de Brewer18 arrojan una nómina total de 292.000 personas bajo bandera británica, lo que significa un 2,8% de la población del Reino Unido, peso similar al de Prusia y Suecia, pero superior al de Austria, Francia, Rusia y España en esa época.

Tilly aduce un buen puñado de argumentos para demostrar que la preparación para la guerra a gran escala se encuentra en los orígenes de los Estados nacionales de la Europa moderna, pero no los suficientes para establecer un escenario gradualista en la aparición de los diferentes mecanismos de conformación de la maquinaria estatal. En esencia, este diseño se encontraba ya básicamente pergeñado en el momento en que la nueva infantería de Gonzalo Fernández de Córdoba -los llamados “tercios viejos”- sentó en Ceriñola y Gareñano las bases para la hegemonía española en Italia a finales del siglo XV, mucho antes de que tuvieran lugar los "golpes de fortuna" de Cipolla, y fue obra prácticamente singular del arquitecto de la nación Española: el Rey Fernando II de Aragón y V de Castilla -llamado el Católico.

Este Rey visionario -en quien se inspiró Maquiavelo para retratar al Príncipe del Renacimiento por antonomasia- fue el primero en detectar el doble desplazamiento experimentado por el centro de gravedad europeo, cuyo eje horizontal atravesaba el Mediterráneo desde la antigüedad clásica, para prolongarse después hasta Bagdad, centro altomedieval de irradiación de la cultura y la ciencia durante la larga etapa de casi mil años de islamocentrismo en que esta civilización sirvió como enlace entre la europea y la de los imperios orientales (herederos de la antigüedad clásica). Este eje, a lo largo del cuál se había producido la expansión bajomedieval de la Corona de Aragón, experimentó una primera basculación ortogonal para situarse verticalmente en el centro del mediterráneo, a lo largo de lo que más tarde habría de denominarse el “camino español”, que iba de Génova y

15 Vid. M. A. Ladero Quesada, Castilla y la Conquista de Granada, Granada, 1993.

16 Op. cit., cap. 2.

17 Vid. Tilly (1992), p. 126.

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18 Vid. J. Brewer, The Sinews or Power: War, Money and the English State, 1688-1783, Cambidge, Mass. Harvard University Press, 1990, p. 41.

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Milán a Flandes y Londres, separando al imperio alemán del reino de Francia, y a cuya consolidación como eje de crecimiento urbano no sería ajeno el hecho de que a través de él se produjera la diseminación de la plata americana y el suministro de los ejércitos expedicionarios españoles en Flandes y el centro de Europa. Ese fue también el eje de desplazamiento de los focos de innovación financiera entre los siglos XVI y XVII, antes de atravesar el Atlántico en el siglo XVIII, tras la revolución americana19.

El segundo cambio consistió en un deslizamiento lateral hacia Occidente, desde el Mediterráneo central hacia la fachada Atlántica, espacio que en el norte presenció la sustitución del monopolio de la Hansa por el de los comerciantes flamencos, y en el sur venía concitando la vocación expansiva de Castilla -en competencia creciente con el vecino reino ibérico- desde la reconquista de Algeciras a mediados del siglo anterior20, prefigurada por la colonización de las Islas Canarias y rematada con el descubrimiento y conquista de las Indias Occidentales, que desencadenaron los hechos de fortuna de Cipolla y el consiguiente trasvase de metales preciosos hacia Europa. Además, el Rey había sido el primero en generalizar la iniciativa veneciana de establecer embajadores residentes en los grandes centros de poder europeos a partir de 1480, lo que le permitió diseñar el mejor cuadro de alianzas internacionales -y matrimoniales, en un tiempo en que la dominación política se caracterizaba todavía por el patrimonialismo dinástico21- que prefiguraba ya la hegemonía española del siglo XVI.

2.- La reemergencia del monismo político medieval y sus oponentes

La capacidad de anticipación del Rey Católico en su diseño estratégico y de alianzas dinásticas, junto al azar, hicieron recaer sobre su nieto Carlos, compartido con el emperador Maximiliano I, la condición de rey de España (Carlos I), de los Países Bajos (Carlos II) y Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico (Carlos V), conjunción que había venido siendo rechazada por la tradición del pensamiento político español. El nuevo Emperador era, a su vez, biznieto de Carlos el Temerario, y, como tal, encarnaba la titularidad de un irredento ducado de Borgoña que sintetizaba por aquella época la aspiración a restablecer los ideales caballerescos de la baja Edad Media22, analizada después magistralmente de forma sublimada en El Quijote23.

19 Vid. M. Hart, J. Jonker y J. L. van Zanden (eds.), A Financial History of the Netherlands, Cambridge University Press.1997.

20 Vid Julio Valdeón, Julio, Castilla se abre al Atlántico. De Alfonso X a los Reyes Católicos, Historia de España, n1 10, Historia 16-Temas de hoy, 1995.

21 Fue también Montesquieu (1734, cap. 1) quien definió el proceso de diferenciación entre reyes y reinos, refiriéndose a los primeros reyes de Roma: “en las sociedades nacientes, los jefes de las repúblicas son los que hacen la institución; después, es la institución la que forma los jefes de las repúblicas”. Durante la edad moderna, este proceso se repitió. De modo similar, durante el siglo XIX se produciría la diferenciación progresiva entre empresarios y empresas.

22 Todavía en el torneo celebrado en Bains en 1549 con motivo del viaje de acatamiento del Príncipe Felipe, éste adoptó el seudónimo de Amadís de Gaula. Vid. Kohler (2000), p. 108.

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23 Para Menéndez Pidal el “estilo de naturalidad” en el lenguaje utilizado por Cervantes no consiste en imitar los “usos particulares, sino en sacar de ellos, por selección, tipos universales poéticos” (p. 28). Extendiendo el concepto al contenido y al propósito último de la obra -y no sólo a su lenguaje-, puede aplicarse a El Quijote la idea pidaliana de que “la imitación cervantina es como profunda

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Toda esta herencia genético-patrimonial y cultural, junto a aquellos "golpes de fortuna" económica, condujeron en los comienzos mismos de la edad moderna a la emergencia de un imperio sui géneris, configurado ahora en torno a la Monarquía de España, un espécimen al “que ya se le había pasado su ciclo histórico”24, pero que por entonces constituyó el mecanismo institucional de articulación del complejo tejido de Ciudades-Estado y pequeñas unidades territoriales -lugares privilegiados para el comercio y la concentración de capital- extendidas entre el norte de Italia y el mar Báltico, cuya supervivencia política bajo un régimen de soberanía fragmentada peligraba ante la emergencia de una nueva entidad soberana de tamaño y recursos inusitados hasta entonces: la monarquía de Francia, regida por la casa Valois-D’Orléans, tradicionalmente más centralizadora que la austracista. Al final de la Guerra de los Cien Años la casa Valois mostró ambiciones expansivas en todas las direcciones: hacia el norte (Flandes) hacia el sur (Navarra y Cataluña), hacia el Este (Franco Condado e Italia), y hacia el oeste (Calais). Con ello amenazaba, además, a las dos grandes rutas comerciales continentales que arrancaban en los Países Bajos: la que desembocaba en Lombardía, discurriendo a través del Franco Condado, y la que iba a Venecia, a través de Innsbruck. Estas rutas se habían reabierto al final de la guerra, tras una interrupción de casi dos siglos que había arruinado al sur de Flandes _productor de tejidos populares- y a las ferias de la Champagne, ya que el transporte marítimo era mucho más costoso y sólo los tejidos de alto valor pudieron soportar sus costes25.

No es casual por eso, que la reformulación de la vieja idea de la Monarchia universalis la realizara Mercurino Gattinara, miembro de la pequeña nobleza piamontesa que había hecho su carrera de jurista en Saboya y en el Franco Condado, en donde se había enfrentado con la alta nobleza desde su puesto de Presidente del Parlamento. Tras alcanzar la condición de Gran Canciller del Imperio en 1518, Gattinara diseñó bajo aquel nombre una estructura jurídico-política caracterizada por un "racionalismo antifeudal, orientado, a su vez, hacia la destrucción de la monarquía francesa, para imponer un programa unitario hegemónico contra la estatalidad que se desarrollaba en Europa"26, programa que fue adoptado sin más por el joven emperador, al menos hasta la muerte de su Canciller en 1530. En esencia, el proyecto del piamontés -que coincide con el de Dante, con la peculiaridad de que se circunscribe a la cristiandad- se basa en la idea de que la

teología de la naturaleza” (p. 34), o sea, sociología. Vid. Ramón Menéndez Pidal, “La lengua Castellana en el siglo XVII” (capítulo 1, editado por Diego Catalán), en Historia de la Cultura Española: El siglo del Quijote 1580-1680, páginas 28- y 34, Espasa, 1996. En esa línea, Fancisco Tomás y Valiente atribuyó a Cervantes la primera distinción clara entre “naciones políticas (Francia, Inglaterra y España) y naciones naturales”, con independencia de su régimen jurídico (ya formaran reinos, como Valencia o Aragón, ya principados, como Cataluña, o señoríos como Vizcaya). Vid. su “Prólogo” a La España de Felipe IV, Volumen XXV de la Historia de España fundada por Menéndez Pidal, Espasa, Madrid, 1982, pp. XVIII-XXI. Quizá fuera su impecable convicción pluralista, que Tomás y Valiente había aplicado a la construcción de la nueva España autonómica desde la Presidencia del Tribunal Constitucional, la que irritó a sus asesinos etarras, defensores de un monismo tan fundamentalista como totalitario.

24 Vid. Luis Díez del Corral, El pensamiento político europeo y la Monarquía de España, Revista de Occidente, 1975.

25 Vid. J. H. Munro, “The ‘Low Countries’ Export Trade in Textiles with the Mediterranean Basin, 1200-1600: A Cost-Benefit Analysis of comparative Advantage in Overland and Maritime Trade Routes”, University of Toronto, Department of Economics Working Papers, 99-01, 1999.

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26 Vid. Kohler (2000), p. 120.

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existencia de una soberanía imperial por encima de, pero compatible con, los restantes poderes es la única garantía de paz, justicia y ordenamiento universales27.

El enfrentamiento entre Carlos de Gante y Francisco I Valois por la elección de emperador en junio de 1519 y su coincidencia en la idea de "superar" el pluralismo europeo28 indica que -pese a la oposición crítica de Erasmo de Rotterdam- por esas fechas no existía todavía un proyecto de construcción continental alternativo al que se basaba en el monismo de una única cabeza política29, modelo recuperado de la antigüedad clásica y simétrico al imperio chino, que no había experimentado fragmentación alguna desde la unificación bajo el emperador Tsin Shi Huang Ti (221 A. C.) y el establecimiento de la dinastía Han (205 A.C.). Por eso mismo, en 1519 la elección imperial recayó sobre el candidato entonces más débil, cuando todavía el dinero -el "nervio de las batallas", como escribió Gattinara en su memorial de Dunkerque de 152130-, no había comenzado a fluir con regularidad desde América. Una debilidad manifestada, entre otras cosas, en la incapacidad de aplicar la propuesta del propio Gattinara -incoherente con el resto de su proyecto- de homogeneizar política, jurídica y socialmente a España, los territorios italianos, los Países Bajos y el Sacro Imperio.

Así pues, el conglomerado territorial sobre el que la Casa de Austria ejerció su dominio funcionó siempre al modo de una confederación de reinos bajo la autoridad suprema del emperador, ejercida de forma “flexible y simbiótica”, que permitía a cada royaume conservar sus costumbres e instituciones31. En el ámbito más limitado de la Monarquía de España la homogeneización sólo se llevó a cabo en Castilla32, acelerada tras la derrota de los comuneros, de modo que los Austrias pudieron "emplear la fuerza, mezclada con halagos33, en la zona nuclear castellana, y el tacto y la negociación en las zonas más controvertidas y celosas de sus privilegios, como eran los reinos dependientes de la antigua Corona de Aragón"34, progresivamente especializados en la actividad comercial.

27 Ibíd. p. 94 y ss.

28 Ibíd., p. 60.

29 Vid. Maravall, (1972), I, caps. III-IV.

30 Vid. Kohler (2000), pp. 163-64.

31 Vid. Díez del Corral, Op. Cit. (2ª0 edición, Alianza Universidad, Madrid, 1983), p. 549.

32 Por esta razón cuando el Papa Julio II cedió Navarra al Rey Fernando en 1515, éste decidió incorporarla a la corona de "Castilla, León y Granada" (Vid. Fernández Álvarez, 1998, p.130). Ya en las capitulaciones entre la ciudad de Pamplona y del Duque de Alba (29-VII-1512), el capitán general de España representó “al rey don Fernando y reina doña Juana” -y no a Germana de Foix, reina de Aragón y legítima pretendiente al trono de Navarra-. Y por la misma razón el Rey comunicó a las Cortes de Valladolid de 1515 que la línea sucesoria sería la de los monarcas de Castilla (Vid Luis Suárez Fernández, Fernando el Católico y Navarra, Madrid, Rialp, 1985).

33 Halagos dirigidos principalmente hacia la alta nobleza, a la que se entregó la gobernación virreinal (R. Pérez-Bustamante, El Gobierno del Imperio Español: Los Austrias 1517-1700, Madrid: Comunidad de Madrid, Consejería de Educación. 2000), y estableciendo un cursus honorum en la concesión de la gracia real, al que se accedía a través de la diplomacia y el mando militar. En cambio, la pesada burocracia judicial y administrativa de la monarquía, dirigida desde el Consejo Real, gravitaba sobre los segundones y la baja nobleza, de la que salían los letrados, tras su paso por las Universidades y los Colegios Mayores (Fernández Álvarez, 1998, cap. 2).

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34 Vid. Fernández Álvarez (1998), p. 74.

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Esto es, en los términos del análisis de Tilly35, la casa de Austria empleó en Castilla la "vía intensiva en coerción" y en el resto de sus reinos patrimoniales la "vía intensiva en capital". Frente a este dualismo, su oponente, la casa Valois, contó siempre con la ventaja de disponer de un reino territorialmente compacto y políticamente mucho más homogéneo, una vez desposeídos los últimos grandes feudos, como el de Borbón, por el propio Francisco I, lo que facilitó la adopción de una vía híbrida (de "coerción capitalizada", en la terminología de Tilly), que es la que resultaría a la larga más eficiente para la construcción de los Estados nacionales en Europa.

Las cifras de soldados movilizados desde el segundo decenio del siglo XVI por la nueva dinastía austracista en su lucha por conformar aquella idea utópica sólo admitían parangón en el pasado con las del imperio romano. Al mismo tiempo, los objetivos religiosos de la propia movilización -que constituyen para Díez del Corral el único vínculo de cohesión ideológica entre sus vastos territorios- y la dinámica política imperialista rompían radicalmente con la tendencia apuntada por la interminable serie de enfrentamientos europeos de los cinco siglos precedentes, que señalaba claramente hacia la formación de un sistema de Estados como el imaginado por Francisco de Vitoria en oposición a la idea imperial, sistema basado en el rechazo de la teocracia agustiniana, del universalismo y del imperialismo político medievales y en la "pluralidad de repúblicas, la peculiaridad de sus fines, la relatividad del poder civil, que queda adscrito a cada comunidad, y la particularidad de los príncipes, que poseen una potestad esencialmente limitada a la república de la cual son parte". Para Vitoria estas características del nuevo orden político "se apoyan en la naturaleza y son, en consecuencia, necesarias"36.

Una necesidad iusnaturalista que tendría que imponerse, sin embargo, de forma lenta y traumática, porque, al hacer su aparición en Europa una unidad política con pretensiones de sometimiento del resto de poderes, disponiendo de una capacidad de movilización de recursos prácticamente inexpugnable, lo que sucedió fue que el resto de los actores políticos del continente no se sometió -como había venido sucediendo en China desde tiempo inmemorial- sino que trató de equiparar sus fuerzas a las del emperador borgoñón -y más tarde a las de sus sucesores-, buscando los medios para disputarle la hegemonía o, simplemente, para defender su existencia autónoma y sus libertades tradicionales, empezando por las propias ciudades castellanas, que rechazaron la propuesta imperial y desencadenaron la primera revolución nacional de los tiempos modernos37.

El principal reproche de la Junta Comunera a Carlos era haber aceptado el imperio "sin pedir parecer ni consentimiento de estos Reinos"38. Por eso mismo, su derrota significó la imposibilidad de corregir a partir de entonces "la marcha hacia el absolutismo en la naciente figura del príncipe soberano y en los términos de su ejercicio". El desenlace de la Guerra de las Comunidades (1519-1521) dejó el camino expedito al Emperador para ejercer un poder sin contrapesos en la corona sobre la que ya venía gravitando el peso de la Monarquía. Como escribió López de Gómara, con su derrota "hicieron mayor al Rey de lo que antes era, queriéndole abatir"39. Además, las rentas de las órdenes Militares (los Maestrazgos), que habían sido cedidas de por vida al Rey Fernando en 1487, como contribución del papa Inocencio VIII a la lucha contra el infiel, quedaron incorporadas 35 Op. cit, (1992), cap. 5.

36 Vid. Maravall, Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, CEPC, 1999, p. 170.

37 Vid. José Antonio Maravall, Las Comunidades de Castilla, Alianza Universidad, 1994.

38 Ibíd., p. 161.

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39 Ibíd., p. 31.

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definitivamente a la corona al conseguir Carlos la dignidad de Gran Maestre en 1523, lo que le convirtió en el mayor señor territorial de la cristiandad y el primero de España por volumen de rentas40.

La cesión fue realizada por el Papa Adriano VI, antiguo preceptor del Emperador, miembro de su Consejo Privado, Regente de Castilla e Inquisidor General de España durante la Revolución de las Comunidades. En el momento de la cesión definitiva, cuando se manifestaba por primera vez el agotamiento financiero de la corte imperial, la entrega se justificó como contribución eclesiástica a la cruzada contra el Turco. Pero la Gran Liga encargada de ejecutarla colaboraba al mismo tiempo con el Emperador en la alianza dirigida poco menos que a desmantelar la monarquía francesa41, de modo que Francisco I podría afirmar más tarde que su alianza con el Sultán Solimán -y la propia agresividad de éste- respondía a la provocación de Carlos V en su intento de implantar la "monarquía universal"42.

3.- La guerra y el Estado Moderno

Pero el gran salto adelante en la capacidad de movilización militar se debió al tesoro americano (del mismo modo que, según la interpretación de Montesquieu, el tesoro de Ptolomeo explica la consolidación del imperio romano bajo Augusto). A partir del momento en que las llegadas de metal se regularizaron, cualquier soberano con pretensiones de desempeñar un papel significativo en el naciente sistema europeo de Estados se vio obligado a superar tal capacidad, lo que convirtió en inviables a las unidades políticas y económicas autónomas incapaces de poner en armas -a título individual, o aliándose con otras-, en caso de conflicto, fuerzas militares por debajo de un umbral mínimo eficiente de entre 300.000 y 400.000 soldados, tamaño que se convirtió en norma y requisito sine qua non para participar en el Sistema, lo que requería sobrevivir a las continuas coyunturas bélicas. La idea la expresó Montesquieu43 con toda claridad: “la experiencia diaria ha demostrado en Europa que un príncipe con un millón de súbditos no puede, sin arruinarse, sostener más de diez mil hombres en armas; por lo tanto, sólo las grandes naciones pueden tener ejércitos”.

Aquella cifra fue, sin embargo, la de efectivos movilizados por ambas partes en la guerra entre Francia y la alianza anglo-holandesa en torno a 170044. Tales cifras sólo fueron accesibles -aunque con carácter excepcional- a los grandes estados nacionales nacientes, cuya aparición y fortalecimiento se vieron impulsados por tal dinámica, en un movimiento de retroacción similar al de los sistemas abiertos en biología. En 1700 el diferencial demográfico de los contendientes se compensó con una mejor financiación, para lo que se creó el Banco de Inglaterra, con tecnología financiera holandesa. A la llegada de la casa Hannover-Windsor al trono, en 1714, Inglaterra contaba ya con un ejército permanente y con 40 En 1544 suponían el diez por ciento de los ingresos totales de la Hacienda de Castilla. En 1598 importaron 295 millones de ducados, más que las del Arzobispado de Toledo, que era el señorío más rentable de España. vid. Fernández Álvarez (1998), pp. 68, 109 y 117.

41 Vid. Kohler (2000), cap. 5.

42 Ibíd., p. 263.

43 Op. cit. (1734), cap. 2.

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44 Vid. Tilly (1992), p. 126.

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la mayor marina del continente. La capacidad británica para movilizar su riqueza en orden a sostener el esfuerzo bélico es atribuida por Brewer45 a la ocurrencia de tres circunstancias: a) un cuerpo representativo con poderes incontestados para establecer impuestos; b) una economía muy comercializada, que facilitó extraordinariamente el ejercicio de la autoridad tributaria, y, c) el desarrollo de las técnicas financieras y presupuestarias, que facilitó el endeudamiento contra ingresos fiscales futuros (esto es, sin disponer del tipo de rentas extractivas que habían engrandecido a España).

El análisis clásico de esta problemática es el de Sorokin46, para quien la guerra no es otra cosa que la desintegración del sistema cristalizado de relaciones de grupos sociales en interacción, que se manifiesta en una explosión de confusión, conflicto y pugna abierta. En su estudio sobre la guerra en Europa desde la edad media hasta el siglo XX sobresale por encima de todo el caso de España, que registró guerras (no batallas) en el 67 % de los años analizados (entre 1401 y 1925), seguida de Polonia, Inglaterra y Francia, con guerras registradas respectivamente en el 58, 56 y 50% de los años analizados (que en estos dos últimos casos se refieren a un período más amplio, iniciado en el año 1101), y de Rusia y Holanda, con el 46 y el 44%47. Con gran diferencia, el mayor salto en la intensidad bélica se registró precisamente en el siglo XVI, que movilizó a lo largo de los cien años a 16,7 millones de personas, frente a 6,9 en el XV y 24,8 en el XVII48. Así pues, si el poderío económico español del siglo XVI fue un hecho derivado de la fortuna, a la fortuna se debería también en buena medida la aparición de los Estados nacionales europeos, que acabarían convirtiéndose en la unidad relevante de la economía y la geopolítica moderna y contemporánea. En cualquier caso, cuando Landes dice que "Europa tuvo suerte, pero la suerte fue sólo un punto de partida"49, no se refiere sin duda a ningún valor pacifista.

Lo que resulta incuestionable es que, en su intento por aplastar al contrario y acumular todo el poder, los principales contendientes de la Europa del siglo XVI llevaron su confrontación hasta la extenuación y el agotamiento de todos los recursos a su alcance, materiales, humanos y hasta espirituales, ya que el emperador llegó a estar dispuesto en la Dieta de Ratisbona de 1541 a aceptar la libertad religiosa y a realizar amplias concesiones para captar a los príncipes protestantes de la futura liga de Smalkalda, a cambio de su apoyo contra Francisco I, que perseguía esa misma alianza, y contra el Turco, cuya alianza con Francia se mantuvo hasta que la amenaza persa en 1545 aconsejó al Sultán aceptar una tregua en el escenario europeo. Ya en 1538 estaba claro que la victoria sobre los otomanos requería tiempo y medios por entonces insuficientes, y que no había victoria total posible para ninguno de los contendientes continentales, como escribía la reina María de Hungría a su hermano, el emperador, aconsejándole: "Salid de España, cruzad Francia, arregladlo todo con el rey, y luego venid a los Países Bajos y a Alemania"50. Pero el conflicto era total y estaba planteado en términos de un juego de suma cero, cuyas vicisitudes comprometían el honor y la reputación de cada parte, además de sus "heredades patrimoniales", de las que el emperador -pero no sus adversarios- disponía sin el menor

45 Op. Cit., p. 41.

46 Pitirim A. Sorokin, Dinámica social y Cultural, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, versión en dos vols., 1962, II, p. 875.

47 Ibíd., p. 906.

48 Ibíd., p. 895. La cifra del siglo XIV, con 3,95 millones de efectivos movilizados, fue ya similar al máximo registrado en el siglo primero A.C., con 3,7 millones (p. 888).

49 Op. cit. (1999), p. 42.

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50 Vid. Kohler, Op. cit (2000), cap. 9.

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control, lo que a medio plazo le otorgaba la ventaja definida por Spencer51, tomada de los tratadistas militares, según la cuál “el éxito de la guerra depende en gran parte de la sumisión a la voluntad del gobernante que levanta ejércitos, reúne fondos y lo regula todo según las necesidades del momento”52.

En ausencia de una solución final, dado el equilibrio de fuerzas existente, se trataba de un conflicto irresoluble. Como, por otra parte, la idea de un juego de suma positiva -a través de la cooperación continental- no llegaría a abrirse paso en Europa hasta la segunda mitad del siglo XX, tras haberse situado el continente al borde de la destrucción total y ante la amenaza del holocausto nuclear, durante el largo interregno de casi quinientos años todas las treguas en aquel estado de confrontación permanente vinieron dictadas tan sólo por la extenuación temporal y el agotamiento de los recursos de los contendientes, y duraron el tiempo imprescindible para recuperar energías y recomponer las alianzas, antes de volver al combate.

Y es que, por contraposición al resto de los continentes y grandes espacios de convivencia humana (China, Rusia, Norteamérica y, con algunos matices, Japón), la peculiaridad europea consistió en la obstinación extrema mostrada por cinco o seis unidades políticas de tamaño intermedio en someter a las demás, o -cuando el fracaso de la Monarquía de España demostró que esta tarea resultaba imposible- en conseguir una hegemonía amplia y duradera sobre el resto. Cada una de las sucesivas estrategias hegemónicas requirió la acumulación previa de recursos proporcionados a las fuerzas reunidas por el resto de los adversarios. El mantenimiento de la hegemonía, una vez alcanzada, exigió un consumo de recursos superior a las rentas obtenidas por el disfrute de tal posición, porque las unidades políticas no hegemónicas se las ingeniaron siempre para llegar a alianzas defensivas contra las dominantes, y la más fuerte de entre estas últimas trató continuamente de emular a la potencia hegemónica, derrocarla y ocupar su lugar, siguiendo en esto una pauta de actuación a la que en otro lugar he calificado como el “Paradigma de Pericles”53. Y es que no en vano el cuadro de valores de la Grecia clásica, recuperado en el Renacimiento, constituyó el fundamento “aretológico” a partir del cual se diseñó el Estado moderno54.

El esfuerzo de búsqueda de los recursos necesarios para ello fue precisamente el principal estímulo para que en los estados nacionales emergentes con menor dotación inicial de recursos se estableciese una colaboración creativa entre el poder político y los representantes de las nuevas fuerzas económicas. De esta manera, en buena medida "el Príncipe fue el protagonista del cambio... el beneficiario de las tensiones internacionales comerciales de los siglos XVI y XVII" y, para lograr su pretensión de soberanía, se vio obligado a apoyarse en la aspiración de las nuevas burguesías comerciales urbanas a disponer de un espacio político de seguridad55.

51 Herbert Spencer, The Man versus the State: with six essays on Government, Society and Freedom, 1884.

52 Ibid. (Traducción al español: Editorial Gongourt, Buenos Aires, 1980), p. 126.

53 Vid. mi trabajo, “El paradigma de Pericles, el ‘teorema de Coase’ y la Unión Europea”, Revista de Occidente, n1 194-195, julio-agosto 1997, pp. 213-231.

54 Idea que he desarrollado ampliamente en “Individuo, Ley, Valor. Fundamentos para una teoría tridimensional de la regulación social”, Hacienda Pública Española, Monografías. Nº 1/1995: Competitividad y Economía del Bienestar, pp. 9-89.

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55 Vid. Maravall (1972), II, pp. 56-57.

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De la eficiencia en tal colaboración acabaría dependiendo el éxito en la estrategia hegemónica de cada una de estas nuevas unidades políticas, de modo que la competencia en materia de innovación institucional y política económica derivada de está búsqueda explica en buena medida el ascenso de Occidente. El mercantilismo, la fisiocracia y la economía política fueron las doctrinas que sintetizaron y orientaron tal colaboración, pero el aspecto crucial fue la edificación de un marco institucional capaz de impulsar la innovación, la iniciativa y el crecimiento económico mediante la aproximación de la rentabilidad privada a la utilidad social, a través del establecimiento y aplicación de los derechos de propiedad56 y de la reducción de los costes de transacción57.

4.- Habsburgo versus Valois, o de cómo el Emperador ayudó a construir Francia

La primera etapa en esta rueda de rivalidades fue la confrontación entre las casas de Habsburgo y de Valois. En el esfuerzo de propaganda para captar la voluntad de los príncipes alemanes en 1535, Francisco I y Carlos V se acusaban mutuamente de ser los desencadenantes del conflicto, 58 pero, como afirmara P. Chaunu, esta cuestión importa poco:

“¿Era la construcción, mitad querer mitad azar, de la gran confederación de las coronas reunidas por la felix uxoribus Austria la que circundaba Francia, o era más bien la confederación habsburguesa la que tendía a establecerse como contrapeso del Reino demasiado grande, demasiado rico y demasiado numeroso?".

Lo que importa en realidad es que, paradójicamente, "al reunir coronas, Estados y Reinos en la periferia del Reino Francorum, bloqueando su extensión geográfica, y al expulsar a Francia de Italia y frenar su crecimiento geográfico... Carlos V casi sirvió mejor a la construcción del Estado indirectamente en Francia, que a la misma empresa, directamente en España"59. Y todo ello por mucho que en la confrontación directa los Habsburgo se impusieran inicialmente a los Valois.

Además, la agresión desencadenada por el César Carlos se consideró siempre libre de todo cálculo racional, siguiendo en esto su conocida máxima según la cual "no es propio de un soberano pensar en dinero cuando se trata de acciones heroicas; en las cuestiones de honor el soberano ha de empeñar su persona y su fortuna"60. Este idealismo tardomedieval de la política imperial se contrapone, como se verá enseguida, al oportunismo que presidió la expansión europea61 y al pragmatismo económico desarrollado con el tiempo por su principal adversario. El estilo imperial fue el de las acometidas de El Quijote contra

56 Vid North y Thomas, cit (1973).

57 Vid. R.C.O. Matthews, "The economics of institutions and the sources of growth", The Economic Journal, diciembre, 1986, pp. 903-918.

58 Vid Kohler (2000), p. 263.

59 Vid P. Chaunu, P., La España de Carlos V, 2 vols.. Península,1976, 11 vol., p. 12-13.

60 Vid. Kohler (2000), p. 203.

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61 Vid. Landes (1999), p. 360.

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los molinos de viento, importados de Flandes por Felipe II, en los que Cervantes simbolizó al indómito pueblo holandés, protagonista de la primera revolución nacional victoriosa.

En ausencia de tal impulso desmesurado, ni el francés ni ningún otro monarca habrían encontrado la legitimidad para endeudarse, primero, hasta las cejas y esquilmar enseguida a sus poblaciones con exacciones monstruosas, que impidieron el avance de la inversión, destruyeron el sistema financiero y terminaron siendo la causa principal a la que cabe atribuir la persistencia del ciclo demográfico maltusiano en Europa durante el siglo XVII. Por lo que se refiere a España, el contador Luis Ortiz ya se hacía eco del déficit de inversiones en su Memorial de 1558: mientras en los restantes reinos de la Monarquía "se tiene por gran negocio facer los ríos navegables....en España es al contrario, que todo se hace sin ingenio, en bestias y carretas, a poder de dineros y costas"62.

La emulación de la conducta del emperador por sus rivales y por los sucesores de unos y otros no encontraría límite hasta 1640-50, cuando el esfuerzo agónico por conseguir el relevo de una hegemonía ya definitivamente deteriorada tuvo la virtud de estimular la primera gran revolución democrática en Inglaterra, y de desencadenar la guerra civil en Francia. En España, el desastre derrocó a Olivares en 1643, cuya saga familiar constituye el mejor ejemplo de la nobleza de espada segundona, entregada al servicio de la monarquía como forma óptima de ascenso social.

Su abuelo Pedro, hermano menor del sexto duque de Medina Sidonia, había ganado el título de primer Conde de Olivares encabezando las huestes que redujeron a los Comuneros en Sevilla, Andújar, Linares y Toledo. Esta subordinación a los objetivos dinásticos del nuevo monarca fue la vía elegida para iniciar la carrera ascendente de la casa emergente. Pedro se casó con la hija de Lope Conchillos, aragonés de ascendencia judía, letrado del Rey Fernando y secretario de Carlos I. Su hijo mayor y heredero del título, Enrique -apodado “el gran papelista”-, fue cortesano de Felipe II, a quien acompañó a Inglaterra para casarse con María Tudor. Herido en San Quintín, fue embajador extraordinario en Francia para el matrimonio de Felipe e Isabel de Valois; embajador en Roma -en donde defendió brutalmente los intereses de Felipe contra su enemigo, el papa Sixto V, aliado de Francia-, y Virrey de Sicilia y de Nápoles, en donde sojuzgó a la gran nobleza local. Se casó con María Pimentel, hija del cuarto Conde de Monterrey. Además del Conde-Duque (cuyo título de primer Duque de San Lúcar la Mayor, con grandeza de España, concedido en 1625, culminó la estrategia de ascenso familiar diseñada por el abuelo cien años antes), la pareja tuvo otra hija, Francisca, casada con el quinto Marqués del Carpio, cuyo heredero y futuro Conde-Duque, don Luis de Haro, sucedería también a aquél en la privanza de Felipe IV63.

Durante el segundo y último decenio de gobierno de Olivares la capacidad de gasto de España -medida aproximadamente a través del volumen de los asientos concertados por la Hacienda de Castilla- duplicó a la del período 1610-1618, mientras que la de Francia fue más del triple con relación a ese mismo período. El mismo año de la caída de Olivares se produjo también la muerte de Luis XIII y Mazarino encabezó el esfuerzo final de Francia para arrebatar la hegemonía a su rival, elevando la capacidad de gasto durante el quinquenio 1643-47 a un nivel entre cuatro y cinco veces el del segundo decenio del siglo64, con el consiguiente agotamiento fiscal de la monarquía cristianísima -como se denominaba

62 Vid. Fernández Álvarez (1998), p. 150.

63 Vid Gregorio Marañón, El Conde Duque de Olivares, Austral.1939.

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64 Vid. J. E. Gelabert, La bolsa del Rey. Rey, reino y fisco en Castilla (1598-1648), Barcelona, Crítica, 1997, p. 383.

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a la francesa-, lo que constituyó el principal factor desencadenante de la sublevación del Parlamento de París y de La Fronda, como señalan las Memorias de su principal instigador -el duque de la Rochefoucauld65-, escritas entre 1643 y 1659, que constituyen el testimonio más directo del grado de descomposición que el enfrentamiento final entre las dos monarquías produjo en Francia durante la minoría de Luis XIV. Los “Fronderos” buscaron la alianza con España, aunque “... conocían la poca fuerza de los españoles, cuán vanas y engañadoras eran sus promesas y hasta qué punto su verdadero interés no era que el príncipe de Condé o el cardenal dirigieran los negocios del Estado, sino solamente fomentar el desorden entre ellos para aprovecharse de sus diferencias”, hasta el punto de que en las negociaciones entre el Marqués de Sillery -en nombre de Condé- y el conde de Fuensaldaña, celebradas en Flandes en 1651 “... para averiguar la ayuda que podría obtener del rey de España, si se veía obligado a hacer la guerra, Fuensaldaña contestó según costumbre habitual de los españoles, y prometiendo en términos generales mucho más de los que razonablemente podía pedírsele, hizo cuanto pudo para comprometer al Príncipe de Condé a tomar las armas”66.

Por el contrario, Mazarino perseguía un objetivo “nacional”, y para alcanzarlo aplicó la máxima 240 de su Breviario, que decía justamente lo contrario de lo que afirmara el césar Carlos un siglo antes:

“Si tu envisages des dépenses exceptionelles, assure-toi au préalable que les fonds nécessaires sont bien à ta disposition. Si besoin est, invente un moyen d’augmenter tes revenues pour ne jamais te retrouver déficitaire. Si, par exemple, tu décides d’investir quatre mille écus pour te constituer une armée d’élite, fais d’abord prélever une taxe sur les jeux, ou sur quelque autre vice du même genre, pour contrebalancer tes dépenses”67.

Eso es lo que había hecho su predecesor Richelieu, cuyas enseñanzas él aprovechaba. Así que, mientras el diseño de su oponente prosperaba, la decadencia amenazaba la propia integridad de la monarquía española, cuyos asientos habían caído por debajo de los del segundo decenio del siglo ya en 1650. La primera señal inequívoca fue la separación de Portugal, aunque no fuera reconocida hasta 1668. Sintomáticamente, el nuevo rey portugués -Juan IV, octavo Duque de Braganza-, estaba casado con Doña Luisa de Guzmán, hija del octavo Duque de Medina Sidonia, que fue, según Marañón, “la verdadera autora de la sublevación”. La nueva reina, provenía de la misma estirpe que el propio Conde-Duque, “soberbia y ávida de poder”, descendiente del Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Ayamonte, “por cuya mente pasó la tentación de hacer un reino independiente en Andalucía”68, como también por la del Duque de Híjar la de independizar Aragón con ayuda francesa, aprovechando la decadencia austracista69.

La consumación de la separación de Portugal, junto a la sublevación de Cataluña -alentada y dirigida militarmente por Francia, que se anexionaría en 1659 la parte de su territorio situada al norte de los Pirineos- y la amenaza de que en su caída la Monarquía de 65 Duque de la Rochefoucauld, Memorias, traducción de C. Rivas Cherif, Calpe, Universal, nº 11-13, 1919, p. 78 y ss.

66 Ibíd., p. 179.

67 Vid Cardinal Mazarin, Breviaire des Politiciens, Arléa, Paris, 1996, p. 79.

68 Marañón, cit. (1939), p. 18. El árbol genealógico de los Guzmán, en J. H. Elliott, El Conde-Duque de Olivares, Crítica, 1990, p. 38.

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69 Henry Kamen, La España de Carlos II, Crítica, Barcelona, 1981, p. 27.

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España pudiese arrastrar con ella a sus rivales aconsejó a unos y otros formalizar la paz (o, más bien, una tregua en su confrontación abierta) a través del Tratado de Westfalia de 1648, que reconoció la independencia de los Países Bajos, y permitió a Francia reducir el gasto al triple del de 1610-18. Por su parte, el éxito del Cardenal Mazarino en la consecución de su objetivo estratégico descompuso también la fuerza de sus oponentes interiores (cuya derrota quedó simbolizada en el destierro del Príncipe Condé en 1652), de modo que en 1660 Luis XIV ya pudo desposar a Mª Teresa de Austria, hija de Felipe IV, siguiendo un diseño del Cardenal para anexionarse el conjunto de la corona derrotada, sabedores unos y otros de que la exclusión de la Infanta y de sus descendientes a la sucesión en el trono de España no era jurídicamente válida70.

5.- Los recursos y los límites del poder

Todo ello trae su causa del hecho de que el diseño imperial de Carlos V no se había satisfecho con la simple utilización de los recursos suministrados por los "golpes de fortuna" de que hablaba Cipolla, sino que éstos se utilizaron siempre como simple base para el apalancamiento financiero, siguiendo con ello el modelo diseñado por su fundador, consistente en hipotecar las rentas futuras a través de asientos, que se convertían después en títulos de deuda pública, o "juros"71. La continuidad de esta dinámica a lo largo de más de siglo y medio ofreció buenas oportunidades para la aparición de un sistema financiero sofisticado, pero la escasez de ahorro y la inseguridad jurídica que imperó en Castilla en esta materia impidió que fueran los españoles quienes actuasen como intermediarios en el proceso. De esta forma la dinastía austracista absorbió el excedente económico generado en Castilla y buena parte de los recursos financieros de todo el continente, recursos que resultaron enseguida insuficientes para mantener el imperio, como comprobó el propio emperador al huir de Innsbruck en 1552. Una huida con la que, según Carande72, el césar trataba de escapar de sus acreedores, y que, según Kohler, fue provocada por el hostigamiento de sus enemigos, los príncipes guerreros de Smalkalda.

En realidad, Antonio Fugger -huido, a su vez, de Augsburgo, su ciudad, tomada el 4 de abril- acompañó al emperador en su fuga precipitada el 18 de abril de 1552, cuando el príncipe Mauricio de Sajonia le dejó escapar (“porque no tenía jaula para pájaro tan grande”), en lo que se supuso fue una conjura entre los príncipes y los propios Austrias de Viena (Fernando y Maximiliano, hermano y sobrino de Carlos). El banquero le adelantó incluso 400.000 ducados cuando unos meses más tarde el emperador decidió recuperar las plazas previamente arrebatadas por Enrique III, tras los acuerdos de Passau del mes de agosto, con los que el viejo emperador inició el último intento de aislar a Francia, separándola de los príncipes alemanes. Pero el crédito estaba ya agotado y el fracaso del sitio de Metz le haría desistir en su lucha contra la Reforma y abdicar el imperio en su hermano Fernando, que sería el encargado de aceptar en la paz de Augsburgo (25-IX-1555)

70 Vid. Kamen (1981), p. 599.

71 He desarrollado este tema en Espina (2001).

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72 Vid. Ramón Carande, El Crédito de Castilla en el precio de la política imperial, Discurso leido ante la Real Academia de la Historia el día 18 de diciembre de 1949.

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el principio de avenencia religiosa (cuyus regio ejus religio), al que el emperador se había negado todavía en Passau, sólo tres años antes73.

Pero aunque los hechos no dan la razón a Carande, su juicio era acertado puesto que, al abrirse en 1554 la Dieta de Augsburgo -la primera que ya no fue dirigida por Carlos, tres años antes de retirarse a Yuste- la deuda pública acumulada superaba los diez millones de ducados, casi tres veces la existente en 1516 (3,6 millones) y más de tres veces los ingresos anuales de la Hacienda castellana (2,9 millones).

Al decidir continuar con el empeño megalómano de su padre, Felipe II se obligó a consagrar toda su vida al diseño y edificación de un sistema absolutista creando la maquinaria burocrática, legal, fiscal, militar y de toma de decisiones políticas más perfecta conocida hasta entonces -sólo equiparable, quizás, a la de China-, maquinaria dispuesta y concebida para devorar todo tipo de recursos fiscales a su alcance, y en primer lugar los castellanos, con el menor grado de transparencia y control y sin esfuerzo alguno de concertación con la población sometida a exacción, ya que el estado de las finanzas del emperador y de su hijo fue siempre el secreto mejor guardado. Ni siquiera el Consejo de Hacienda conocía todas las deudas, pues, como afirmaba el propio emperador, “tal información se habría convertido en un arma peligrosa en sus manos"74. Sólo los familiares más cercanos estuvieron al corriente de la situación financiera del César, y su hermana María fue la única que se atrevió a recordárselo, señalándole que "V. M. se debe ante todo a sus propios países y súbditos"75. También el príncipe Felipe escuchó las quejas de los labradores castellanos y pidió a su padre que cesara en sus empeños, pero una vez coronado se olvidaría pronto de tales escrúpulos, hasta el punto de que, en palabras del Presidente del Consejo Real: "con su fallecimiento acabó su real persona y justamente su patrimonio real todo" 76.

En 1594 el monto nominal de la deuda documentada en juros ascendía ya casi a sesenta millones de ducados, habiéndose multiplicado por seis en cincuenta años: un aumento doble al experimentado por los ingresos, que se situaban a finales de siglo en diez millones de ducados. El aumento de 57 millones de ducados en el volumen de la deuda pública entre 1504 y 1594 fue casi exactamente igual a la cantidad de metal llegado de América para la corona, que, según Hamilton, ascendió a 57,1 millones de ducados durante esos noventa años. El problema fue que el crédito, contraído, según Carande, con la garantía anticipada de las llegadas del metal americano, no se cancelaba a la llegada de éste, sino que las remesas se utilizaban para consolidar el principal en forma de “juros” -que los financieros distribuían después por toda Castilla, utilizando para ello a los “regatones” castellanos, subordinados financieramente a aquellos77- y se tomaban nuevos préstamos, en una rueda que acabaría convirtiendo en rentistas -por las buenas o a la fuerza- a todos los que disponían de excedente monetario una vez abonadas las exacciones fiscales, cada vez más asfixiantes. De modo que el metal americano sirvió como señuelo para encubrir un proceso descomunal de apalancamiento financiero negativo (una “burbuja”), que a comienzos del siglo XVII se encontraba ya en situación límite: “Las rentas de la Corona en 1610 importaban 15,648 millones de ducados, sobre los cuales existían hipotecas por valor 73 Vid. Fernández Álvarez, Manuel, La España de Carlos V, Historia de España de Ramón Menéndez Pidal, Vol XX, Madrid, Espasa, 1999 (7ª edición), pp. 861 y ss.

74 Vid. Kohler (2000), pp. 141-47.

75 Ibíd. p. 269.

76 Vid. Fernández Álvarez (1998), pp. 71 y 122.

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77 Felipe Ruiz Martín, Pequeño Capitalismo, Gran Capitalismo, Crítica, Barcelona, 1990.

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de 8,509 millones, a lo que hay que agregar cuatro millones que se debían a los genoveses, aparte de las deudas [insatisfechas] de Carlos V y Felipe II, que se estimaban en tres millones”78.

En 1654 las rentas habían subido a 18 millones de ducados y en la proposición real a las Cortes de ese año se indicaba que la deuda ascendía a 120 millones (aunque la capitalización al 5% de los juros situados elevaría ya esa cifra a 128 millones en 1637). Pese a duplicarse los ingresos hasta 1674, (en que ascendieron a 36,75 millones, en moneda de ese año) no por ello había logrado evitarse la bancarrota de 1664, que suprimió todos los juros creados desde 163479. La cifra de intereses de 1637 casi había de duplicarse a finales del reinado de Carlos II (cuadriplicando la de 1598), tras el colapso político y financiero de la monarquía y las sucesivas capitalizaciones de intereses80.

Todo este despropósito fiscal había sido posible porque desde el inicio mismo de la nueva etapa el emperador había tenido buen cuidado de aplastar cualquier intento de contrapeso representativo interno e incluso espiritual: las ciudades de los reinos de Castilla y Valencia, la sublevación de Gante, y el mismo Papa, sometido y humillado por el saco de Roma en 1527 -con el que el César trataba de apropiarse la herencia del mito del poder de la Roma clásica, preludio de la teoría del poder absoluto del siglo siguiente81-. El aparato de represión religiosa y, sobre todo, ideológica y política de la Inquisición82 se encargaría después de prolongar los efectos disuasorios para cualquier actitud de oposición, garantizando la unanimidad de la población en torno a una dogmática religiosa que sería definida en Trento a instancias del propio emperador, y que sirvió como mecanismo de legitimación del sistema autoritario de poder y de los objetivos perseguidos por éste.

De modo que el único dique de contención posible a la demencial aventura del imperio no podía ser ya otro que la derrota a manos de sus adversarios exteriores y/o la descomposición de las bases territoriales de su poder originario, que radicaban en la Península Ibérica. Lo uno y lo otro no se produciría hasta los decenios centrales del siglo XVII, pero, mientras esto llegaba, todos los poderes territoriales agraviados por el puño de hierro de los tercios imperiales se vieron legitimados ante sus súbditos -y ante el derecho natural, tal como lo expuso Vitoria, en vida del propio emperador- y obligados a imitar y mejorar la tecnología estatal de la Monarquía de España con vistas a ponerse a su altura y enfrentársele con probabilidades de éxito. Esto es, la tecnología organizativa de los estados nacionales europeos vino a ser la respuesta a la desplegada inicialmente por aquélla en su esfuerzo agónico por levantar un imperio hegemónico, que ni siquiera se pretendía de este mundo, sino que se definía como sobrenatural, y que impuso a todo aquél que trató de resistirla un esfuerzo sobrehumano, muy superior al suyo, dado lo excepcional de la llegadas de metales monetizables desde América.

78 Vid. J. L. Sureda Carrión, La hacienda castellana y los economistas del siglo XVII, Madrid, CSIC, Instituto “Sancho de Moncada”, 1949, pp. 85.

79 Ibíd. pp. 87, y 114.

80 Vid. Pilar Toboso Sánchez, La deuda pública castellana durante el Antiguo régimen (juros) y su liquidación en el siglo XIX, Instituto de Estudios Fiscales, 1987, p. 172.

81 Vid. André Chastel, El Saco de Roma. 1527, Madrid, Austral,1998, p. 401.

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82 Para Fernández Álvarez (1998), este objetivo de control ideológico-político lo demuestra el hecho de que el cargo de Inquisidor General fuese habitualmente ocupado por un ex Presidente del Consejo Real y que los inquisidores no fuesen teólogos, sino juristas (p. 63).

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Así pues, lo desmesurado de la idea imperial de Carlos V tuvo la virtud de encontrar oponentes a su altura en Europa y desencadenar una reacción que se encuentra en la base de la edificación del sistema europeo de Estados -y del ascenso de Occidente-, por mucho que el estrepitoso fracaso con que se saldó la locura de los Austrias -incapaces de autorrefrenar sus pretensiones omnímodas, al no contar inicialmente con competidores a su altura- no sólo acabó con la dinastía, sino que dejó “paradójicamente a la historia de España como en un remolino marginal"83, que no se resolvería definitivamente hasta 1986. En cierta medida, sin embargo, por lo que luego se vio, esta amenaza tuvo la virtud de desencadenar un proceso de innovación institucional único en la historia, que explica la superioridad económica y política de la civilización occidental, de modo que el esfuerzo puede contemplarse como los costes hundidos del ingente proceso europeo de inversión institucional.

Conclusión

Los historiadores económicos suelen interpretar las fluctuaciones de la riqueza y el bienestar durante los siglos de oro como el fruto de la acción del llamado ciclo maltusiano, o ciclo demográfico antiguo, según el cuál el crecimiento de la población consume más recursos de los que puede producir una economía agraria tradicional, sometida a rendimientos decrecientes, lo que provoca la aparición de los frenos positivos de que hablaba Thomas R. Malthus. En este trabajo, en cambio, sostengo que la relación causa efecto a la hora de explicar la decadencia de la España de los Austrias es más bien del tipo analizado por Amartya Sen84, para quien las hambrunas de antes y de ahora sólo aparecen en contextos de ausencia total de libertades civiles y políticas.

Lo que hoy sabemos permite afirmar que, a la vista de la evolución de las finanzas, la fiscalidad, la política monetaria y la economía real de la España de entonces -en relación a las de Inglaterra y Holanda, únicos países continentales que disfrutaron de ciertas libertades políticas en el siglo XVII- lo que sucedió fue más bien un caso de desplazamiento masivo (al que los economistas denominan hoy crowding out) de los recursos y el crédito privados por un sector público que, además de disponer de la mayor concentración de recursos del planeta, tuvo un comportamiento fiscal confiscatorio. Unos recursos que fueron consumidos las más de las veces, no en crear bienes públicos -cuya carencia constituyó siempre en España el mayor obstáculo para el progreso, según habrían de observar reiterada y unánimemente los visitantes extranjeros y explicaría más tarde Jovellanos en su Informe con todo lujo de detalles-, sino en tratar de conservar su desmesurada área de influencia territorial y en imponer a las gentes que habitaban en todos esos territorios una ortodoxia religiosa legitimadora de su propio poder absoluto e incompatible con la ética moderna que se estaba abriendo camino en el centro de Europa y que había de resultar especialmente incitadora del desarrollo científico y la innovación económica, por contraposición a la quijotesca aventura colectiva de la Monarquía de España, cuyo destino no podía ser otro que “la conciencia exacerbada de fracaso, la frustración melancólica y el desprecio escéptico del mundo, en aras de un ultramundo quimérico y al fin imposible”85. Como rezan las conocidas décimas de La vida es sueño (1636):

83 Vid. Maravall (1999), p. 211.

84 Op. cit., Capítulo 7.

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85 Vid. Fernando de la Flor, La Península metafísica. Arte, Literatura y Pensamiento en la España de la contrareforma, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999.

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“Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando / disponiendo y gobernando; / y este aplauso que recibe /prestado, en el viento escribe... / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son / aunque ninguno lo entiende./... /que toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son”.

Para Menéndez Pidal la fecha en que se escribieron esos versos coincide con el final de la gran literatura barroca, cuya “extravagancia de estilos” trajo su causa de un ambiente general que, en palabras de Paravicino, impulsó a “nuestros españoles [a levantar] tanto el estilo que casi han igualado con el valor la elocuencia, como emparejando las letras con las armas sobre todas las naciones del mundo”. Ese desasosiego (la “inquietud y dinamismo barrroco a que aspira el genio de la historia”, a la que se refiere Menéndez Pidal) encontró precisamente en Calderón a uno de sus mejores cultivadores, el verdadero “genio de la artificiosidad; el grandioso poeta amanerado; el mayor poeta de la desconfianza en la naturaleza y en la realidad”. En toda su obra “la norma de la naturalidad de la lengua común ha perdido todo su valor” signo de que “la naturaleza humana no acierta a guiarse”, pero tal convicción se agudiza durante su segunda etapa, en la que la idea prolifera incluso entre los títulos de sus obras (En esta vida todo es verdad y todo es mentira, de 1659), tras el punto de inflexión de toda la república literaria española a la muerte de Lope -en agosto de 1635- que la llevó a adoptar un “nuevo modo de concebir la vida nacional, más fundado en ideología subjetiva que en éxitos exteriores”. Es entonces cuando Calderón se convierte en el “poeta de la nueva escolástica” a través de sus autos sacramentales (forma a la que reconvierte incluso La Vida es Sueño, en 1673), que constituyen la manera en que el genial dramaturgo sublimó la conciencia aguda de fracaso, redoblada después de los lutos de la corte de 1644-49, de las derrotas militares y la Paz de Westfalia, y cuando su poesía adquiere mayor “grandiosidad teológica”, extremando al mismo tiempo su intelectualismo escolástico, y su lirismo subjetivista86.

Así pues, aunque para don Pedro Calderón de la Barca la ensoñación y el relativismo reflejado en sus versos constituyeran el destino trascendente del hombre, lo que estaba describiendo en realidad era algo bien inmanente, derivado en buena medida de la total falta de transparencia con que había venido actuando la Monarquía en España desde que se abandonaron los mecanismos de autocontrol político y financiero de que se habían dotado los RR.CC. Una vez Carlos V hubo desmantelado cualquier posible oposición al cumplimiento de sus propósitos aplastando a los Comuneros al comienzo de su reinado -con la ayuda de las órdenes militares-, quedó claro que el único instrumento de control efectivo había de ser la amenaza creíble de sublevación abierta de reinos enteros contra la Monarquía o la derrota en los campos de batalla europeos a manos de una variada gama de enemigos, algunos de los cuales trataban de sustituirla en su hegemonía, pero otros intentaban simplemente defenderse de la imposición por parte de la Casa de Austria de una concepción totalitaria de la vida en sociedad. Su derrota en torno a 1640 vendría a coincidir precisamente con la revolución inglesa -que fue la forma que adoptó en este país la sublevación contra un rey que trataba de implantar esa misma forma de absolutismo monárquico87- y con el ascenso de una Holanda independiente y libre, dedicada prioritariamente a la consecución de objetivos de bienestar económico para sus ciudadanos.

86 Vid. Ramón Menéndez Pidal, “La lengua Castellana en el siglo XVII”, cit. (capítulo 2) páginas 108-120.

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87 La revolución siguió inmediatamente a la confiscación por parte de Carlos I en 1640 del oro y los objetos preciosos depositados en custodia en la Torre de Londres. Con este acto destruía la reputación de la casa de acuñación inglesa, a imagen de lo que un siglo antes había comenzado a hacer Carlos V con la Casa de Contratación de Sevilla: Vid. Charles P. Kingleberger, Historia Financiera de Europa, Ed. Crítica, Barcelona, 1988, p. 73 y ss.

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Fue precisamente en Flandes donde había surgido el primer gran intento intelectual de compatibilizar los fines del Estado con los del individuo a través de la obra de Erasmo88 en la segunda década del siglo XVI: una religiosidad sin intermediarios, basada en el desarrollo personal a través de la lectura, en la sociabilidad natural, la autoconfianza humanista, y el culto a la libertad individual, simbolizado en primer lugar en la libre elección como fundamento de la actitud religiosa. La reacción antierasmista tras la coronación de Felipe II y la imposición del dogma de Trento a través del catecismo -administrado mediante un férreo gobierno eclesiástico/temporal, organizado territorialmente en parroquias- constituyeron la señal para estructurar toda la política de la monarquía al modo de una “teleocracia” con fuertes fines propios que se imponen siempre a los del individuo (“la vida y la hacienda son del Rey”, sólo la honra es patrimonio del alma, y ésta de Dios, según el drama barroco), frenando el ascenso -inevitable- de la “nomocracia”, basada en la doctrina del imperio de la ley, el respeto a los fines de los individuos y la formación de la sociedad civil, fundamento de la comunidad política que dará pié a las democracias89.

En Cambio, en la España del XVII el resultado económico de la autonomía en la adopción de objetivos públicos de tipo trascendente fue una población diezmada y una reducción del 25 por ciento en la productividad de la tierra, catástrofes que poco o nada tienen que ver con Malthus. Frente a esta idea de desproporción entre los objetivos de la política de los Austrias y sus recursos efectivos, mayoritaria entre los historiadores, Parker afirma que el diseño de la estrategia de la Monarquía estuvo subordinado a la “disponibilidad de recursos”90. Como en el sistema fiscal castellano la mayoría de los procuradores de las ciudades, que eran quienes daban el consentimiento -las pocas veces que se les pedía- y tenían encomendado oficialmente el control de la fiscalidad de la corona, disfrutaban de exención fiscal, la frase de Parker induce a error, porque sin control efectivo de la fiscalidad los recursos de la corona podían llegar a constituir exacciones confiscatorias, como acabó sucediendo.

A ello habría que añadir la nula transparencia de lo debatido en las reuniones de Cortes, antes de cuyo comienzo se obligaba a sus miembros a jurar que “no dirán ni revelarán a sus ciudades nada de lo que allí se hubiere de tratar”91, y se impedía por todos los medios que los procuradores dieran un simple voto consultivo, pendiente de su ratificación -o voto decisivo- por las ciudades. La monarquía trataba de practicar, naturalmente, un cierto autocontrol -articulado a través de los Consejos- pero se hacía fundamentalmente como medida de prudencia, principio que subyace igualmente a la actitud

88 Las obras de Erasmo aparecieron en las listas de libros prohibidos por la Inquisición de 1551, 1559, 1583 y 1612. Su principal perseguidor fue el Inquisidor General, Fernando Valdés -antes Presidente del Consejo de Castilla, entre 1539 y 1546-. Los autos de fe de 1559, “que desmocharon los focos luteranos de Valladolid y Sevilla” no hicieron distinción entre las prácticas erasmistas, iluministas y luteranas, como venía sucediendo desde 1515. Vid. J. L. Orella Unzúe, “La cultura religiosa y la revolución de las ideas”, en La cultura del Renacimiento, Historia de España Menéndez Pidal, tomo XXI, Madrid, Espasa, 1999.

89 Vid. Victor Pérez Díaz, State and Public Sphere in Spain During the Ancien Regime, ASP Research Paper 19(b)/1998.

90 Op. cit. (1986).

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91 Esta fue la fórmula que se utilizó en las Cortes de 1632, primeras que se reunieron desde 1623.Vid Juan E. Gelabert, Castilla convulsa (1631-1652), Marcial Pons Historia, Madrid 2001, p. 73. Las cortes no se volverían a reunir hasta 1638, para aumentar su frecuencia durante el siguiente decenio, bajo la presión ya casi permanente del derrumbamiento militar de la monarquía y de la amenaza de sublevación generalizada de las provincias y reinos periféricos.

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fiscalmente mucho más considerada hacia la Iglesia, dada la capacidad de la estructura eclesiástica para desestabilizar a la Monarquía, deslegitimándola92.

Así pues, la autodestrucción del sistema austracista de estabilidad y orden europeos liderado por la Monarquía de España fue el precio que hubo que pagar para que nuevas formas de organización política, económica y social pudieran abrirse camino en Europa. El fracaso de España era el prerrequisito para el ascenso de Occidente. Y ello por mucho que esa forma política hubiera sido un espécimen necesario en su tiempo, sin cuya existencia la Europa de los estados-nación no sería lo que hoy es, ya que en muchos casos la identidad y la propia estructura de éstos se formó al amparo de su dominación, que hubiera sido menos flexible en caso de victoria de los Valois. En el caso de los Países Bajos, su propia existencia como entidad independiente resulta inconcebible sin el esfuerzo arquitectónico del emperador Carlos V, que tanto amó aquel país93, aunque no llegase nunca a entender lo que significaba el nuevo ascenso de los sentimientos nacionales94 y no supiera ver que la razón de Estado había pasado a ser la única motivación política de las guerras modernas, como señalaría Saavedra Fajardo poco antes de participar en las negociaciones diplomáticas con que se canceló ese ciclo histórico95.

92 Ibíd., p. 15. Como dice el refrán: “a la fuerza, ahorcan”.

93 Geoffrey Parker, España y la rebelión de Flandes, Nerea, Madrid 1989.

94 Vid. Fernández Álvarez, Carlos V. Un hombre para Europa, Austral, Madrid,1999, p. 287.

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95 Real Academia de la Historia, España. Reflexiones sobre el ser de España, 1998, p. 215.

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Revista Sistema nº 164 (septiembre 2001)

La resistencia a la monarquía de España y el sistea europeo de Estados. Un ensayo de sociología histórica a modo de balance del centenario de Carlos de Gante Alvaro Espina (Página 43-68)

164/SEPTIEMBRE/2001

Índice El Estado en la era de la globalización; Francisco Fernández Marugan 3

Estado y globalización. Regulación de flujos financieros; Marcos Kaplan 13

La resistencia a la monarquía española y el sistema europeo de estados. Un ensayo de sociología histórica a modo de balance del centenario de Carlos de Gante; Alvaro Espina 43

Una guerra civil de tinta: la propaganda republicana y nacionalista en Gran Bretaña durante el conflicto español; Enrique Moradiellos 69

NOTAS

La peligrosa reducción de impuestos de George W. Bush; F. Alfonso Rojas Quintana 99

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Europa: Del mito al logos (Saint-Pierre o la premonición sobre la Unión Europea); Montserrat Nebrera 109

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RESUMEN

La estrategia del Rey Católico para edificar un Estado nacional experimentó un giro radical cuando Carlos de Gante la trasformó en otra de Monarquía Universal a comienzos del siglo XVI. El impacto de la guerra sobre el Estado moderno, estudiado por Sorokin, se analiza aquí bajo la aparente paradoja de que la enorme capacidad ofensiva alcanzada por el imperio español -basada en la plata americana- fue la causa que obligó a los Estados nacionales emergentes a realizar un esfuerzo titánico de captación y concentración de recursos. Esta fue la característica diferenciadora de la historia moderna de Europa. La ingente masa de recursos consumidos en conservar el poder imperial explica la defectuosa formación del Estado nacional en España, de modo que la destrucción del imperio austracista y la dificultad para articular una economía eficiente fueron el coste de poner en pie la arquitectura institucional de la Europa moderna.

PALABRAS CLAVE:

-Estado nacional -Sistema europeo de Estados -Guerra y Estado -Economía y Estado -Sociología histórica

ABSTRACT

The Catholic King's strategy to build a State-nation experienced a radical turn when

Carlos of Gante trasformed it in another of Universal Monarchy at the beginning of the XVI century. The impact of war on modern State, demonstrated by Sorokin, is analyzed here under the apparent paradox that the enormous offensive capacity reached by the Spanish empire -derived of the America’s silver- forced to the emergent national States to carry out a titanic effort of capture and concentration of resources in its hands. This was the differentiating characteristic of the modern history of Europe The enormous mass of resources consumed in conserving the imperial power explains the faulty formation of the national State in Spain, so that the destruction of the Habsburg’s empire and the difficulty to articulate an efficient economy were the cost of erecting the institutional architecture of the modern Europe. KEY WORDS:

-State-nation -Eurpean State-System -War and State -Economy and State -Historic Sociology

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ÁLVARO ESPINA MONTERO es profesor asociado de Sociología y doctor por la Universidad Complutense de Madrid; analista de políticas económicas en el Ministerio de Economía; miembro del Consejo asesor de la Revista Internacional de Trabajo (OIT) y consultor de la OCDE, la OIT y la Unión Europea. Creó y dirigió las colecciones Economía y Sociología del Trabajo, Historia Social, y Clásicos del MTSS. Autor de los libros: Empleo, Democracia y Relaciones Industriales en España (1990), Neocorporatismo, concertación social y democracia (1991); Recursos humanos y política industrial (1992); Hacia una estrategia española de competitividad (1995); Crisis de empresas y sistema concursal (1999).