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VIDA CONSAGRADA No. 4. JUNIO DE 2008. MEDELLÍN, COLOMBIA. ISSN: 1900-4265 ¡AL SERVICIO DEL EVANGELIO DE LA ESPERANZA! 1 P. DR. JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES** El futuro de la humanidad está en manos de quienes tienen fuerza para dar a las generaciones venideras razones para vivir y esperar” (Vaticano II) Resumen La esperanza está en crisis. ¿Por qué la esperanza está en crisis? Son varias las razones. La crisis de la esperanza en versión mundial eclesial. La esperanza humana, ¿una trampa o un regalo? (Aproximación antropológica). Lo conduce a hablar del Evangelio de la esperanza, de los dinamismos de la esperanza, del voto de esperanza. Hay que buscar las razones de la esperanza que están en nosotros y plantear una ascética de la esperanza y una esperanza para todos. Palabras clave Esperanza, crisis de esperanza, Evangelio y esperanza. Abstract Hope is in the middle of a crisis. Why is hope in such crisis? There are several reasons: the crisis of hope in the ecclesiastical world perspective, human hope, deception or present? (anthropological approach). This context allows one to 1 Artículo de reflexión en la Línea Método y Conocimiento Teológico. Grupo de Investigación Teología Crítica, Fundación Universitaria Luis Amigó, Medellín (Colombia). ** Doctor en Teología y catedrático de Teología de la Vida Consagrada en el Instituto Teológico de Vida Religiosa, agregado a la Universidad Pontificia de Salamanca, ex director de la Revista de Vida Religiosa y colaborador habitual de ella. Es actualmente Director del Instituto de Vida Religiosa de Madrid, Profesor del “Institute for Consecrated Life in Asia” (ICLA) en Manila. Cuenta con un buen número de obras publicadas: Teología de las formas de vida cristiana, (3 vol.), Publicaciones Claretianas, Madrid; Mariología, BAC, Madrid; Teología de la vida religiosa, BAC, Madrid, “Lo que Dios ha unido… Teología de la vida matrimonial y familiar”, San Pablo, Madrid, entre otras.

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VIDA CONSAGRADA – No. 4. JUNIO DE 2008. MEDELLÍN, COLOMBIA. ISSN: 1900-4265

¡¡AALL SSEERRVVIICCIIOO DDEELL EEVVAANNGGEELLIIOO DDEE LLAA EESSPPEERRAANNZZAA!!11

P. DR. JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES**

“El futuro de la humanidad está en manos de quienes tienen fuerza

para dar a las generaciones venideras razones para vivir y esperar” (Vaticano II)

Resumen

La esperanza está en crisis. ¿Por qué la esperanza está en crisis? Son varias las

razones. La crisis de la esperanza en versión mundial eclesial. La esperanza

humana, ¿una trampa o un regalo? (Aproximación antropológica). Lo conduce a

hablar del Evangelio de la esperanza, de los dinamismos de la esperanza, del voto

de esperanza. Hay que buscar las razones de la esperanza que están en nosotros

y plantear una ascética de la esperanza y una esperanza para todos.

Palabras clave

Esperanza, crisis de esperanza, Evangelio y esperanza.

Abstract

Hope is in the middle of a crisis. Why is hope in such crisis? There are several

reasons: the crisis of hope in the ecclesiastical world perspective, human hope,

deception or present? (anthropological approach). This context allows one to

1 Artículo de reflexión en la Línea Método y Conocimiento Teológico. Grupo de Investigación Teología Crítica, Fundación Universitaria Luis Amigó, Medellín (Colombia).

** Doctor en Teología y catedrático de Teología de la Vida Consagrada en el Instituto Teológico de Vida Religiosa, agregado a la Universidad Pontificia de Salamanca, ex director de la Revista de Vida Religiosa y colaborador habitual de ella. Es actualmente Director del Instituto de Vida Religiosa de Madrid, Profesor del “Institute for Consecrated Life in Asia” (ICLA) en Manila. Cuenta con un buen número de obras publicadas: Teología de las formas de vida cristiana, (3 vol.), Publicaciones Claretianas, Madrid; Mariología, BAC, Madrid; Teología de la vida religiosa, BAC, Madrid, “Lo que Dios ha unido… Teología de la vida matrimonial y familiar”, San Pablo, Madrid, entre otras.

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speak of the Gospel of hope, the dynamics of hope, and a vow of hope. It is

essential to find the reasons for hope that are within ourselves and establish a

doctrine of hope and a hope for all.

Key words

Hope, hope crisis, Gospel and hope.

La esperanza está en crisis. En una crisis profunda. El rostro de la Iglesia

universal ha perdido su esplendor, su brillo y la felicidad que irradiaba en otros

tiempos, como en los tiempos del concilio Vaticano II. Nuestra Iglesia no es la

fuerza que energiza la esperanza en la humanidad. El Papa Benedicto XVI no

aparece entre los 100 personajes más influyentes del año, según el primer número

de mayo de la revista “Time”; sí aparece en primer lugar el Dalai Lama y también

el patriarca ortodoxo Bartholomeus. El mismo Benedicto XVI se ha dado cuenta de

la crisis de la esperanza en la Iglesia y en el mundo. A ello ha dedicado su

Encíclica “Spe Salvi”.

Es cierto que la Iglesia católica está creciendo en número, que su actividad es

más frenética e intensa que en el pasado. Pero mucho me temo que en la Iglesia

tengamos tanto que hacer, que no nos quede tiempo para cuidar la esperanza. La

esperanza está en crisis. La esperanza cristiana está enferma.

Por esto el Sínodo sobre los Obispos no tuvo únicamente como tema el ministerio

episcopal, sino también la esperanza. La conexión entre esperanza y Obispos es –

en mi modesta opinión- no solo un bello contexto para un Sínodo, sino una

necesidad vital para la Iglesia. Necesitamos nuevos Obispos, nuevas Curias,

mensajeros, testigos y servidores de la esperanza, capaces de dar un nuevo

rostro a la esperanza en la Iglesia.

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Pero, no solo los Obispos. También nosotros, los religiosos, somos responsables

de la falta de esperanza en la Iglesia. Los religiosos no estamos cumpliendo

nuestra misión de testigos y servidores de la esperanza. Criticamos mucho,

denunciamos mucho, mostramos muchos inconformismos, llevamos hacia

adelante una rebelión silenciosa; algunas generaciones piensan que “esto no tiene

remedio”. No contribuimos demasiado al embellecimiento del rostro esperanzado

de la Iglesia. ¿Qué está ocurriendo? ¿Hay nuevos caminos hacia la esperanza

ante nosotros?

I. ¿POR QUÉ LA ESPERANZA ESTÁ EN CRISIS?

No estamos ante una cuestión banal. Porque la esperanza nada tiene que ver con

un ingenuo optimismo que obvia las dificultades. La esperanza es un tesoro que

pocos encuentran, porque nos confundimos de puerta: en lugar de entrar por la

puerta del Nuevo Templo, de la Nueva Jerusalén, se entra por la puerta del viejo

templo, de la vieja Jerusalén.

1. Porque nos contentamos con habitar en la vieja Jerusalén, en el viejo Templo y no deseamos eficazmente un cambio de morada La vocación más profunda de la Iglesia es ser misionera, pobre entre los pobres,

Iglesia evangelizadora. Testigo del Evangelio. El destino de la Iglesia es

convertirse en la Nueva Jerusalén, un lugar de encuentro de todos los pueblos de

la tierra. Este es el destino de la Iglesia. Cada uno de nosotros, que somos iglesia,

debe contribuir en este proceso. El libro del Apocalipsis habla expresamente de la

Iglesia como “la morada de Dios entre los seres mortales”:

“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera

tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva

Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia

ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es

la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán

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su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus

ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo

viejo ha pasado». Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago

un mundo nuevo». Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y

verdaderas» (Apc 21,1-5).

Esta idea de una Nueva Jerusalén llena nuestros corazones de esperanza.

Reconocemos que estamos todavía muy lejos de poder cumplir lo que la Nueva

Jerusalén significa y realiza. Pero confesamos que estamos caminando en esa

dirección. Por esta razón el concilio Vaticano II llama a la Iglesia “pueblo peregrino

de Dios”.

Disminuye la esperanza allí donde languidece el fuego misionero. Una

iglesia centrada en sí misma, preocupada únicamente por su supervivencia,

por sus problemas internos o administrativos, no es la morada de la

esperanza. Esta Iglesia sí que se parece más y más a la vieja Jerusalén

con su Templo, sus sacerdotes, sus liturgias, su dinero, su mercado, sus

intrigas cortesanas, sus controles […]. Jesús se confrontó con esta vieja

Jerusalén. Consumido por el celo de Dios expulsó del templo a los

mercaderes, porque convertían la casa de su Padre en lugar de Mercado

(Jn 2,17). Esta Iglesia del viejo templo no tiene futuro.

La Iglesia de la esperanza es el templo vivo, el cuerpo de Jesús con todos

sus miembros bien articulados y en comunión, hombres y mujeres,

ministros ordenados y laicos, movimientos cristianos y formas de vida

consagrada, sin hegemonías ni monopolios y bajo la única ley del amor.

Esta Iglesia tiene ciertamente futuro. Es morada de esperanza. Incluso si es

perseguida, incluso cuando es entregada a la muerte, ella es protegida y

resucitada: “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré” (Jn 2,19).

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2. Porque necesitamos un liderazgo de esperanza: ¿quién es nuestro Pastor? Nuestro líder es Jesús. Su carisma, su palabra, sus acciones, su persona nos

fascinan y nos hemos puesto a seguirlo e imitarlo en la medida de nuestro don.

Todo servicio y ministerio en la Iglesia está llamado a ser manifestación del

servicio de nuestro Señor Jesús. Por esa razón sabemos que los ministerios en la

Iglesia, en especial el ministerio ordenado, tienen un carácter sacramental, o son

sacramento, símbolo de Jesús, servidor de todos, que lava nuestros pies y nos

entrega todos los días su cuerpo y su sangre eucarísticos.

Esto nos debería bastar para vivir esperanzados nuestro seguimiento de Jesús.

Pero la esperanza entra en crisis cuando el único Maestro, el único Señor, el único

Pastor y Sacerdote no es representado, sino sustituido o reemplazado por sus

ministros. En tal caso, no sentimos que la Iglesia sea dirigida por el Espíritu de

Jesús, sino por otros espíritus. Tales espíritus no son generosos, sino

discriminadores; no son espíritus de diálogo sino de confrontación, aunque tenga

un talante muy diplomático; tales espíritus no son espíritus de esperanza, sino de

egocentrismo que intentan imponer las propias ideas y proyectos.

Burocracia, diplomacia, con su despliegue en no pocas partes de la iglesia e

incluso de nuestras congregaciones, no son Buena Noticia para la esperanza.

Cuando quedamos atrapados en tales situaciones, matamos la esperanza, la fe en

la promesa de Dios que nos dijo que estaría a nuestro lado. En tales

circunstancias no creemos en la asistencia del Espíritu Santo. Así sucedió cuando

Israel, en tiempos del profeta Isaías, rompió la alianza con Yahweh y se metió en

los juegos de la diplomacia y la burocracia: “Si no os mantenéis firmes en la fe, no

subsistiréis” (Is 7,9).

3. Porque creemos que este mundo no tiene solución

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En cuanto inmersos en el drama humano, hemos de confrontarnos muchas veces

con los rostros de la desesperación, tanto en nosotros como en los demás: el

rostro del sufrimiento que no tiene explicación, de la muerte inevitable, del fracaso

que humilla, de la falta de sentido, o de los miedos que nos poseen. Estamos en

un mundo lleno de conflictos.

Crónicas sombrías, predicciones amenazantes respecto a la ecología, la

economía, el estado de nuestra sociedad y cultura, crean entre nosotros

una atmósfera de inquietud y miedo, al menos solapado. Parece que no hay

camino para un futuro mejor.

A nuestros jóvenes, les resulta mucho más difícil de lo que podemos

suponer, contraer matrimonio y comprometerse en una vida de comunión

familiar y de pareja cuando los niveles de infidelidad en el matrimonio son

tan altos. Les resulta enormemente arriesgado tener hijos cuando la

pobreza está tan difundida, cuando la educación resulta tan difícil y el mal

es tan poderoso y contagioso.

Mucha gente quiere servir a la sociedad y en ello pone sus ideales.

Profesiones como la medicina, la ciencia, los negocios, la justicia, los

medios de comunicación, la política, el arte […], les parece excelentes

medios de servicio. Pero pronto se desencantan al constatar que

precisamente en esos contextos tienen que luchar contra auténticas redes

de corrupción y discriminación. Se preguntan entonces: ¿para quién estoy

trabajando verdaderamente?

Mucha gente se siente condenada a la pobreza. Su horizonte de vida es

muy reducido. Un buen número de naciones de la tierra no tienen un futuro

claro.

Tal vez no pocos de nosotros soñamos con tener una ancianidad tranquila,

serena, sabia. Pero la experiencia nos dice que los ancianos se ven

marginados, aislados, y sienten su debilidad como frustración.

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A pesar de las nuevas tecnologías y los avances dentro de la historia

humana, seguimos sintiéndonos muy amenazados: enfermedades, muerte,

desastres, guerras, depresiones psicológicas etc. Además, tenemos miedo

de perder aquello que poseemos como un tesoro: nuestras relaciones de

amor, de familia, de amistad, de vida en común […]. ¿Qué podemos

esperar de esta vida terrena? ¿Qué se nos promete para después de esta

vida?

Reconocemos que no nos encontramos en una edad de oro: ni en la sociedad, ni

en la Iglesia. Por todo esto, nos vemos tensos, nerviosos, un tanto descentrados,

bastante decepcionados.

Como consecuencia de todo esto la gente joven no se siente atraída por ideales

serios, por tareas arduas y programas exigentes. Les atraen mucho más los

juegos, los deportes, las nuevas tecnologías, los asunciones que atraen su

atención y sus afectos. La gente ordinaria no espera la venida del Reino de Dios;

solo les interesa que les sean resueltos los problemas del día a día, para que ver

así cumplidos sus deseos y sueños inmediatos. Percibimos el futuro no como algo

trascendente, sino más bien inmanente Creemos en un futuro que nosotros

mismos podemos construir, no en un futuro que nos lleva más allá de nuestras

posibilidades.

¿Crisis de esperanza? Sí, porque estamos padeciendo una gran crisis de sentido.

Esta es la situación real de nuestras sociedades.

4. Porque en la vida consagrada nos sentimos insatisfechos e incapaces de conseguir nuestros ideales Como miembros de institutos de vida consagrada tenemos información de primera

mano sobre nuestra crisis de esperanza. Conocemos que nuestra vida religiosa

padece un serio declive vocacional en los últimos 25 años, en los países más

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prósperos o ricos. En otros países no faltan ciertamente las vocaciones, pero los

niveles de perseverancia son muy bajos en bastantes de esos países.

Además, a pesar del proceso de renovación instaurado por el concilio Vaticano II,

no pocos religiosos están afectados por problemas personales, comunitarios y

serios problemas en la misión. Basta acercarse a los religiosos y religiosas, desde

una cierta intimidad, para percibir que no son tan felices como parecen, para

escuchar sus quejas sobre la vida comunitaria, las relaciones con los superiores. A

veces se generalizan ambientes de desconfianza, de mutua sospecha. No pocos

religiosos tienen una baja autoestima que camuflan con actitudes rígidas y

leguleyas. Una atmósfera así no es la mejor para la creatividad misionera, para el

crecimiento comunitario, para el camino conjunto de espiritualidad.

¿Cuál será el futuro de esta institución de la vida religiosa? ¿Qué podemos

sugerirnos para ayudarnos a crecer como mujeres y hombres de esperanza?

¿Serán las nuevas generaciones de mujeres y hombres en la vida religiosa fuente

de esperanza e inspiración para la Iglesia, para la sociedad?

En este Sínodo de comienzo de siglo, la Iglesia católica pone delante de su mirada

el ministerio episcopal, pero desde una perspectiva interesante: la esperanza del

mundo.

5. La crisis de la esperanza en versión mundial eclesial La crisis de la esperanza tiene una peculiar versión en cada uno de los

continentes. ¿Somos motores de de esperanza o centros de contagio de

esperanza? Se percibe más bien una “desesperanza” difuminada. No nos

mostramos demasiado esperanzados respecto a la sociedad en que vivimos. Se

nos nota al ver cómo la enjuiciamos, qué decimos de ella y qué le decimos a ella.

Por otra parte, -¡no somos tontos!- vemos que una cosa es lo que predicamos o

proclamamos y otra es la que inspira a la mayoría de las sociedades y personas.

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Proponemos la esperanza en el más allá, sobre todo, con motivo de funerales,

pero se nos nota muy poco esperanzados respecto al “más acá”.

El progresismo eclesiástico es enormemente crítico con la sociedad: unas

veces porque esa una sociedad burguesa y poco solidaria, otras porque se

trata de la sociedad neoliberal y globalizadora de las hegemonías. Ese

progresismo eclesiástico se nutre de la crítica permanente a la sociedad

neoburguesa, que cada vez les parece más abarcante.

El conservadurismo eclesiástico es también enormemente crítico con una

sociedad indiferente, moralmente libertina, dogmáticamente librepensadora.

Tanto los progresistas como los conservadores eclesiásticos no anuncian la

esperanza, sino que diagnostican el mal y lo conminan, pero no ofrecen

horizontes de curación, a no ser las “soluciones imposibles” e “irrealistas”

que proclaman.

En medio de esos dos grupos eclesiásticos estamos quienes podríamos ser

definidos como “contemporizadores”. Y lo digo en el sentido más positivo de

la palabra. Me refiero a quienes sentimos y amamos nuestro tiempo y lo

que en él sucede, pero sin renunciar a la complejidad, a las contradicciones

internas, a la conflictualidad inherente. Así situados, nos damos cuenta de

que la “esperanza” teologal está llamando a la puerta y quiere ser nuestra

invitada, pero que no acabamos de abrírsela.

A nivel de discursos, declaraciones, documentos empleamos un lenguaje de

esperanza grandilocuente, pero poco realista. ¿De qué nos sirve decir o cantar

que “las lanzas se convierte en podaderas”, si la realidad nos confronta con

terrorismo, guerras, líderes ineptos? Las diversas guerras mundiales, el

crecimiento de la agresividad en los seres humanos ¿puede coordinarse con

afirmaciones de esperanza? ¿No es la esperanza cristiana proclamada, tantas

veces, una ingenuidad?

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Puede quedar muy bonito en un documento decir que los obispos o los religiosos

estamos al servicio del evangelio para la esperanza del mundo. Pero ¿esas

afirmaciones podrán verificarse de algún modo? ¿Qué esperanza puede transmitir

una Iglesia que descubre su irrelevancia social, el ambiente anti-, la imposibilidad

de conectar con los jóvenes, con las mujeres, con el mundo obrero [...]? ¿Qué

esperanza transmite una vida religiosa que envejece, que no interpela y apenas

cuenta en Europa con nuevos candidatos?

II. ESPERANZA HUMANA, ¿UNA TRAMPA O UN REGALO? (APROXIMACIÓN

ANTROPOLÓGICA)

Quisiera reflexionar sobre la esperanza, ante todo, desde una perspectiva

antropológica. Intento poder entender así las dificultades de nuestro tiempo.

1. Esperanza y felicidad: las trampas de la esperanza

André Comte-Sponville en su libro “La felicidad desesperadamente”2, defiende la

opinión de que la esperanza y la felicidad son incompatibles.

Describe la situación de quien espera, pero en última instancia se siente

muy defraudado de haber esperado. La gente espera porque desea ser

feliz. El deseo de felicidad activa todos los mecanismos de la esperanza.

Pero lo que sucede es que cuando nuestros deseos se ven cumplidos,

después de un breve tiempo de disfrute, entramos de nuevo en una

situación de insatisfacción y tedio. Nada es capaz de satisfacer

adecuadamente nuestros deseos.

Schopenhauer definía así el tedio: “la ausencia de felicidad en el lugar

mismo de su presencia esperada”. “La vida oscila como un péndulo del

dolor al hastío”. George Bernard Shaw decía que “hay dos catástrofes en la

2 Cf. ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, La Felicidad desesperadamente, Paidós, Barcelona 2001.

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existencia: la primera cuando nuestros deseos no son satisfechos; la

segunda, cuando lo son”. Comte-Sponville describe esta situación con la

expresión: “trampas de la esperanza”. La espera promete aquello que no es

capaz de dar. Por eso, la esperanza siempre queda defraudada.

Esperar es desear sin gozar, desear sin saber lo que sucederá (“es una falta de

conocimiento”, Spinoza), desear sin poder, porque lo que espero no depende de

mi (“es impotencia del alma”, Spinoza).

Para librarse de las trampas de la esperanza los seres humanos buscamos tres

tipos de solución: la superficial, la drástica y la ilustrada.

La solución superficial es muy socorrida: consiste en pasar rápidamente de

un deseo a otro, de un breve disfrute a la búsqueda de otro; transitar de

esperanza en esperanza.

La solución drástica es minoritaria: la decepción ante la realidad de este

mundo lleva a mirar con desdén todo lo de acá y esperar únicamente lo que

no defrauda: la vida eterna; ejemplo de esta actitud es Pascal, que dijo: “no

hay más bien en esta vida que la esperanza de la otra vida”.

La solución “ilustrada” es propia del pensamiento posmoderno y tiene un

buen representante en Comte-Sponville; esta solución propone: superar

ese circuito de esperanza y decepción: si toda esperanza defrauda lo más

sensato es liberarse de la misma esperanza: “solo quien renuncia a la

esperanza, proclama Sponville, puede ser feliz”. La felicidad nos sorprende

con los pequeños placeres de la vida (“la felicidad en acto”). Esperar es

desear sin saber, sin poder, y sin gozar; los placeres nos permiten desear a

la misma vez que gozamos, desear lo que sabemos y desear lo que

hacemos. La esperanza es un deseo que se refiere a lo todavía no es

realidad; en cambio, el amor se refiere a lo real. Por eso, solo el no-deseo

nunca se ve defraudado. Esa es la sabia desesperación.

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¿Cómo servir, en este contexto, el Evangelio de Jesús como esperanza para todo

el mundo? Si la tesis de Comte-Sponville es compartida por mucha gente, ¡cada

vez más!, es precisamente porque hay un tremendo déficit de esperanza. Y

porque quienes nos sentimos agraciados con la esperanza no sabemos

contagiarla, ni dar razón de ella. Pero, ¡no seamos desesperanzados al hablar de

la esperanza! Hoy se abren caminos nuevos hacia la esperanza3.

2. Definir la esperanza desde la desesperación: un primer y humilde paso

Demos un primer paso para entrar entender hoy la esperanza. Consiste en

contemplarla desde su opuesto: la desesperación.

Una persona desesperada no ve futuro; aquello que no quiere, que no

desea, se le presenta como inevitable y sin remedio. Dentro de un

panorama tan oscuro, una pequeña posibilidad, una pequeña luz bastan

para que renazca la esperanza. La persona desesperada está cierta de

algo. La persona esperanzada no tiene tanta certeza y ve como probable

una salida; esa pequeña posibilidad le ofrece horizontes de futuro. El

horizonte es la vida. Vivimos porque esperamos. La esperanza destruye la

certeza del mal inevitable. Hay esperanza allí donde hay probabilidad de

superar el mal.

Pensar la esperanza desde la desesperación es sabio, es real. Sólo valoran

la esperanza los que algún día se desesperaron. Y sólo ellos arriesgan y se

disponen a afrontar todo tipo de dificultades para que se haga realidad lo

que esperan.

No se llega a la esperanza a base de razonamientos y esfuerzos. La esperanza

nos es dada.

3 Cf. FRANCESCO ALBERONI, La speranza, Rizzoli, Milano 2001.

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La esperanza nace como una intuición. Se despliega en nosotros un

movimiento interior que nos lleva a una relación confiada con el mundo. Esa

intuición nos hace desear; potencia nuestros deseos; nos presenta el futuro

como irradiante, como inmensamente deseable. La esperanza serena

nuestro corazón, aplaca nuestras ansias y hacer soportable el presente, por

más doloroso que parezca.

3. La esperanza de los cristianos La esperanza de los cristianos brota de nuestra fe. Sabemos que Jesús inauguró

el Reino de Dios. Que al afirmar esto, Jesús nos indicaba que la Alianza de Dios

con nuestro mundo está ya establecida para siempre, es Alianza eterna. La

Alianza es el fundamento de nuestra espera. Jesús murió para restablecer la

nueva y eterna alianza, Por eso, los cristianos sabemos que no sólo, después de

la vida terrestre, sino ya ahora, está actuando el Reino de Dios, y hay

posibilidades inéditas.

La venida del Hijo de Dios a nuestro mundo tiene como contexto una

humanidad desesperada. Si no queremos privar a la encarnación de toda

su fuerza, es preciso descubrir la situación horrible en que una humanidad

sin redentor, se encuentra. Una humanidad de esperanzas cortas que

siempre se ve confrontada con el muro insuperable de la culpa y de la

muerte, de la injusticia victoriosa y del dominio de la perversidad, no es una

humanidad dignificada.

Jesús anunció una Alianza nueva, inauguró la llegada del Reino. No lo hizo

de manera espectacular. Solía hablar del nuevo acontecimiento con

parábolas en las que se resaltaba la pequeñez, lo que pasa inadvertido

pero que es sumamente poderoso y transformador. Para Jesús la llegada

del Reino era como una semilla que se pierde en la tierra o una levadura

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que se difumina en la masa. Pero en esa pequeñez estaba la esperanza y

la respuesta redentora a toda desesperación.

Por eso, podemos estar en las circunstancias peores. Sabemos por nuestra

fe que podemos confiar en la vida. Dios está a nuestro lado. Lo podemos

percibir en cualquier momento. Su reinado es nuestra confianza total. Si el

Señor es mi pastor, nada temo.

Nuestra esperanza se fundamenta, además, en lo que es la culminación del

Reino: la resurrección de los muertos, que tiene su primicia en Jesús, el

Crucificado.

Confesar que hay resurrección colectiva, que el amor no pasa nunca, que nuestro

Dios es Dios de vivos y no de muertos, ilumina toda la vida humana y le da un

profundo sentido. La esperanza cristiana tiene su centro de irradiación en la fe en

la resurrección. La resurrección de Jesús es el comienzo y la promesa de lo que

ha de venir. El cristiano es un ser que espera, que está impaciente con el mal y la

muerte en la era actual, pero que también percibe las radiaciones de una

resurrección ya comenzada. La Iglesia es, desde la perspectiva de la esperanza,

una comunidad inquieta, que se confronta con la sociedad y sus seguridades, sus

imperios y absolutos; pero que también colabora con ella y descubre en su

admirable capacidad creadora la presencia del futuro soñado.

La esperanza es la versión de la fe que hace referencia al transcurrir del tiempo,

de la historia. Nuestra fe en el Dios de la historia se transforma en esperanza: “la

fe que más amo es la esperanza” (Charles Péguy). Donde aparentemente no hay

razones para esperar, sino más bien para desesperar, donde parece que todo está

desahuciado y sólo es cuestión de ver transcurrir las horas, allí es donde la

esperanza alumbra. Para nosotros, los cristianos, el símbolo supremo de la

esperanza es la cruz de Jesús. En ella todo parecía anunciar el fin, el acabamiento

destructivo. Sin embargo, el mismo símbolo se convirtió en símbolo de esperanza.

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Esa esperanza anima a toda la Iglesia, como versión histórica de su fe. Esa

esperanza es la que inspira la vida consagrada. Alienta de una manera especial su

renuncia a la fecundidad biológica, a tener hijos. El celibato religioso no es desdén

hacia la cadena de la vida humana, sino esperanza, símbolo exagerado de

esperanza de la vida. Propio del ministerio episcopal es cuidar de la fe y de la

esperanza en la Iglesia. Nuestros pastores no pueden permitir que se desaliente la

Iglesia, que pierda su visión del futuro, que se vuelva nostálgicamente hacia el

pasado y deje de soñar.

4. La esperanza como sueño Ernst Bloch, filósofo inquieto y enormemente agraciado, escribió una obra

impresionante, “El principio esperanza”. Allí valoraba mucho, dentro del fenómeno

humano, los sueños con los ojos abiertos. El decía que los sueños nocturnos -¡así

lo interpretaba también Freud!- brotan del pasado. En cambio, los sueños diurnos,

con los ojos abiertos, miran hacia el futuro. Hay sueños con ojos abiertos que son

pura evasión y que evitan afrontar la realidad. Pero hay otros en los cuales la

fantasía es un instrumento de pensamiento y de proyección.

La presencia del Reino de Dios entre nosotros es la fuente que inspira todos

nuestros sueños con ojos despiertos. Si hay Reino hay Espíritu Creador, hay

inspiración y arte, hay capacidad creadora. Si hay Reino hay otra perspectiva y no

aquella que tercamente se nos presenta en primera página, como una realidad en

la que el mal siempre vence.

“Pensando lo imposible, se llega a lo imprevisible”, decía el querido teólogo J.M.R.

Tillard. Los sueños están en nosotros como expresión de una fe creadora que se

alimenta de la presencia del Reino. Lo que se piensa desde Dios ya ha sido

concedido. Es un proyecto que comienza a realizarse. La esperanza es el

fundamento del pensamiento.

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Si es bueno disfrutar del deseo cumplido, el sueño de la espera, que anticipa lo

que ha de venir, tiene también una esplendorosa belleza; la anticipación de la

felicidad presente en la esperanza, tiene ya el sabor de la felicidad. La visión del

mundo feliz, justo, liberado o redimido, potencia el presente, da sentido a la lucha

y al camino. ¿Qué sería de un caminante en un camino que no lleva a ninguna

parte?

La esperanza no es confianza ciega, sino seguridad de obtener el objetivo cuando

todas las circunstancias son adversas. La esperanza se activa mucho tiempo

antes de verse cumplida. El pueblo de Israel hubo de esperar muchísimo tiempo

hasta ver cumplidos sus sueños. Así acontece frecuentemente en nuestra historia.

Lo importante es no dejarse llevar por la desesperación. Lo expresó muy bien

Tirso de Molina en su obra “El condenado por desconfiado”.

El Dios del Reino nos quiere soñadores y soñadores con lo aparentemente

imposible. Los valores del Reino están ahí esperando que creamos en ellos y que

nos dejemos movilizar por ellos. Es más fuerte el poder de la gracia, que el

aparente poder del pecado.

Hay que evitar, con todo, un peligro y es trabajar con la esperanza solamente en

zonas de seguridad. Esto sucede cuando decimos tener esperanza porque

confiamos en la vida después de la vida, entendiendo perfectamente que aquí en

esta tierra todo pueda ir mal. Estas personas condenan cínicamente todo lo que

aquí pueda ser transformador y renovador. Todo lo dejan para la última instancia.

La esperanza última no es capaz de iluminar lo penúltimo. Por eso, su

permanencia en esta tierra es sombría y está llevada por el desdén y el desprecio

hacia todo lo que aquí acontece.

Sin embargo, lo bello de la esperanza es que nos introduce en zonas de riesgo y

allí nos hace creadores, luchadores, anticipadores del gran Día. La esperanza no

sólo tiene puesta su mirada en el después de la muerte. Ella es capaz de modificar

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profundamente el presente y poner en él signos de anticipación y de fiesta. La

sacramentalidad del futuro de Dios no se agota en la celebración de los siete

sacramentos, sino que se expresa a través de múltiples acontecimientos en la

existencia de cada persona y grupo. Por eso, siempre se puede exclamar: “¡el

Señor ha estado grande con nosotros y por eso estamos alegres!”.

La Iglesia hace bien cuando no recluye su esperanza solo en un más allá

transhistórico. Ella sabe, como Jesús, que ya hoy acontecen los milagros del

Reino. No es, por tanto, el rostro propio de la Iglesia, un rostro severo y

condenatorio, ni una mirada desconfiada e inquisitorial. Una Iglesia que emana

esperanza lleva la alegría por todas partes. Aunque hace caso de las estadísticas

del mal que nos afecta, hace más caso de las estadísticas de las mejoras, de los

progresos, de las actuaciones de la gracia. Es más portadora de buenas que de

malas noticias. Es más mensajera de la gracia que de la desgracia.

Nuestros obispos quieren configurar su ministerio como ministerio de esperanza y

quieren hacer de las iglesias particulares centros desde donde la esperanza se

irradie. Los religiosos también queremos configurar nuestro testimonio como

testimonio de esperanza. Pero ello requiere que demos un paso más, que

llamamos “ascética de la esperanza”.

III. EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

No nos encontramos en un clima favorable a la esperanza. Con frecuencia nos

llega la tentación de la desesperación. La desesperación es la mayor fuente de

divisiones y rivalidades en la sociedad, en la Iglesia. La desesperación amortigua

el celo misionero. Cuando la esperanza es débil, ¿qué podemos esperar respecto

a la comunión, a la misión?

La esperanza cristiana nos ofrece un magnífico horizonte que mantiene viva la

comunión entre todos nosotros para el servicio del Reino.

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1. Evangelio de la esperanza

El Evangelio de la esperanza ha sido entregado a toda la Iglesia. Y toda la Iglesia

tiene que predicarlo y exponerlo y contagiarlo. Nuestra comunión eclesial, entre

todas las formas de vida y ministerio, adquiere así una tonalidad preciosa:

¡comunión en la misma esperanza! Este tipo de comunión hace de la Iglesia una

comunidad entusiasta, arrepentida, creadora. Lo importante para dar esperanza es

incluir y no excluir, dilatar el espacio de la comunión y no estrecharlo para

excomulgar a más. Cuando todos vivimos ilusionados y esperanzados, el Espíritu

aletea, el Reino se muestra, la resurrección se activa y atrae.

¿Hay motivos hoy para la esperanza? Solo hace falta contemplar este mundo,

animado –sobre todo- por la gracia. Es importante leer las estadísticas del

crecimiento en la gracia4. Para descubrir las esperanzas que hoy emergen en

nuestro mundo, todos, juntos con nuestros obispos, hemos de contemplar el

mundo actual animado por la gracia del Espíritu con actitud contemplativa y

compasiva con la que Cristo Jesús, el Buen Pastor vino al encuentro de las

necesidades de los seres humanos.

Ante una humanidad donde hay tantas divisiones, enfrentamientos, el signo de

comunión es enormemente importante. Esos signos de comunión son signos de

esperanza. En nuestro tiempo se aprecian, mucho, muchísimo, los signos de

unidad, de acercamiento. Estamos en un momento propicio para demostrar el

testimonio de la esperanza,

Si esto es así, la vida de la Iglesia está sustentada por la Trinidad y, por tanto,

tiene futuro, es y debe ser motivo de esperanza: “las puertas del infierno no

4 Impresiona el estilo esperanzado de F. X. Nguyen van Thuan, en su libro Testigos de esperanza,

Ciudad Nueva, Madrid 2001.

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prevalecerán contra ella”. Respecto a la vida eclesial hemos de mantener muy alta

la moral y nunca hemos de desesperar. ¡Dios mismo construye su casa!

2. La fe cristiana conduce a la esperanza

Hay dos textos de Pablo que expresan muy bien el contenido de la esperanza

cristiana: Rom 5:1-5 y Rom 8:18-28. De ellos resaltamos las siguientes ideas:

Rom 5,1-5:

Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios,

por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe,

el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza

de la gloria de Dios.

Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación

engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza,

y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros

corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

Rom 8,18-28:

Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con

la gloria que se ha de manifestar en nosotros.

Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos

de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente,

sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre

de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

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Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de

parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,

nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro

cuerpo.

Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es

esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo

que no vemos, es aguardar con paciencia.

Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros

no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede

por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es

la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.

Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los

que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio.

3. Jesús, el rostro humano de nuestra esperanza

El Hijo de Dios vino a nosotros. Se hizo Emmanuel cuando la humanidad estaba

ya desesperada. Cuando vino nuestro Redentor, la humanidad estaba perdida.

Jesús fue el médico providencial enviado por Dios nuestro Padre para curar el

cuerpo enfermo y desahuciado de la humanidad, cuando ningún remedio era

eficaz para curarnos. Una humanidad sin redentor habría sido una humanidad

totalmente perdida y condenada.

Jesús anunció una nueva Alianza. Esto significa que Dios está comprometido con

nosotros en dirigir nuestro mundo, nuestra historia. Somos pareja de Dios en la

salvación de la historia. El Antiguo Testamento manifiesta que los seres humanos

hemos rechazado la Alianza en muchas ocasiones, como lo reflejan los relatos de

Adán y Eva, la Torre de Babel, el culto de adoración al becerro de oro en el

desierto, el rechazo de los profetas enviados por Dios.

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Nuestro Dios es un Dios de absoluta proximidad. Es un Dios que se ha revelado

en la carne, en la persona integral de Jesús. Es un Dios que por medio de su

Espíritu está presente en lo más íntimo de nosotros mismos. El Espíritu es la vida

de Dios y la respiración del mundo. Dios hizo su alianza con el corazón humano,

no con las instituciones de los seres humanos.

La nueva y definitiva Alianza fue establecida durante la vida, la muerte y la

resurrección de Jesús. En la última Cena celebró Jesús la liturgia de la Alianza en

su sangre y en su cuerpo. Jesús se unió a nosotros no solo en la encarnación,

también en la muerte. El teólogo Gerald O'Collins afirma en este sentido:

"Únicamente cuando Jesús gritó “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has

abandonado?”, solo entonces devino totalmente nuestro hermano". Ese grito

conoció el terror de la muerte. Pero la oscuridad de la muerte fue contemplada y

afrontada desde esta oración: “Padre, en tus manos encomiendo mi vida”. Si

Jesús es nuestro hermano, si el Hijo de Dios se hizo uno como nosotros y con

nosotros, entonces estamos en Alianza con Dios para siempre. Dios cuidará de

nosotros, como un padre, como una madre, y será nuestro aliado fiel.

4. Jesús mismo es nuestra esperanza

Solo en Él esperamos de forma absoluta. Quienes confían en Él nunca se verán

defraudados. Están firmemente asentados en la roca.

Jesús nos diseñó el camino hacia la esperanza cargando con su cruz y

diciéndonos: “Sígueme”. Jesús en la cruz es nuestra esperanza: “Ave Crux, spes

unica!”.

Nuestra esperanza está fundada en la resurrección de los muertos, que tiene su

inicio en la resurrección de Jesús. Confesar que hay una resurrección colectiva,

que el amor nunca acaba, que nuestro Dios es Dios de vivos y no de muertos,

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ilumina nuestra vida y la llena de sentido. La esperanza cristiana está centrada en

la resurrección. Aunque tengamos experiencias de muerte, nuestros ojos están

puestos en la gloria, en la resurrección. Por eso somos invencibles, como los

mártires.

Para nosotros, los cristianos, el símbolo supremo de la esperanza es la cruz de

Jesús. En la cruz está la vida.

Este tipo de esperanza inspira el proyecto de vida que nosotros denominamos

“vida religiosa” o “vida consagrada”. Renunciamos a la fecundidad biológica, a

tener hijos, porque nuestra esperanza está centrada en la nueva vida. El celibato

cristiano y religioso no es desdén contra la vida terrestre, sino esperanza, a veces

proféticamente excesiva y exagerada en la vida eterna. Cuidar de la esperanza es

lo mismo que cuidar nuestra fe en la resurrección.

IV. DINAMISMOS DE LA ESPERANZA

1. Voto de esperanza Quisiera decir que el voto que más necesitamos al iniciar este siglo es el voto de

esperanza. Ello no quiere decir que haya que añadir un voto más a la clásica

tríada de los votos, pero sí que hemos de transformar los tres votos en

expresiones de esperanza. “Perfecta Spes”, podría ser el lema de un documento

de la vida consagrada para este nuevo siglo. La esperanza es la virtud central

para todo aquel que quiera vivir en el mundo nuevo del Reino de Dios. Esta

esperanza arraiga en la confianza en todas las posibilidades que ofrece la vida,

bajo el cuidado y providencia de nuestro Dios.

Esperanza es confianza en la posibilidad de que todo puede ser transformado

para bien. Durante el concilio Vaticano II, el cardenal Suenens fue interpelado por

un periodista: "¿Cuál es, según Ud., el mayor obstáculo a la evangelización que

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hoy debe encarar la Iglesia?" Él respondió: "La falta de fe, entre los cristianos, en

aquello que por gracia de Dios ellos son realmente".

2. “Las rezones de la esperanza que están en nosotros”

Hay en nuestra sociedad una importante crisis de sentido. La vida religiosa es hoy

más necesaria que nunca precisamente porque tiene en sí misma la capacidad de

ofrecer sentido a nuestro mundo. Ella puede encargarse de dar sentido a un

mundo sin sentido, o en crisis de sentido. Lo mejor de la vida religiosa sería poder

responder hoy a esta cuestión: “¿Cuál es el sentido de la vida humana hoy?”.

En tiempos de profundos cambios, la sociedad necesita que alguien le cuente

nuevas historias portadoras de sentido. Nosotros, los religiosos, podemos contar

esas historias alternativas, capaces de hacer soñar. Ya conocemos las viejas

historias del dinero, del poder y de sexo. Nosotros podemos contar la historia del

Reino, la historia de Jesús como ser humano nuevo.

Hay una contradicción en nuestro mundo. A pesar de todos los avances, este

desarrollo no nos conduce al Reino de Dios. La vida religiosa está llamada a ser

un “Amén” vital al Reino de Dios.

3. La ascética de la esperanza

La esperanza es un don. Acoger y cultivar ese don es responsabilidad nuestra.

a) Coraje y decisión creadora, como respuesta al don

No vale la identificación “esperanza” y “optimismo”. Un optimista puede estar

privado de esperanza y dejarse llevar por ella un pesimista. El optimismo y el

pesimismo tiene más que ver con la herencia genética o con la educación, que

con la fe. En cambio, sí es cierto que dentro de nuestro camino educativo,

podemos ir configurándonos un carácter abierto a la esperanza. Podemos

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aprender el arte de descartar todo aquello que nos deprima o nos haga

desconfiados. Está en nuestras manos educarnos para una mirada siempre hacia

adelante, para no amilanarnos ante las dificultades, para que “no se nos arrugue el

ombligo” ante la oposición.

Nos resultan admirables aquellas personas que gracias a sus ansias de vivir

superan las más difíciles pruebas corporales e incluso enfermedades de muerte.

La capacidad de esperar es indispensable para tener éxito en la profesión, en la

investigación, en el arte. La esperanza, justamente porque tiene como antagonista

a la desesperación, conoce el mal y lo sabe afrontar con lucidez y coraje.

El desánimo que a veces nos sobrecoge no ha de tener la última palabra. Puede

ser un momento de parada que nos hace reflexionar, corregir errores, fijarnos en

lo esencial. Pero después es necesario entregarse de nuevo a la esperanza.

Entonces se activa nuestra capacidad creadora. Los obstáculos la excitan.

Tenemos dentro de nosotros recursos inéditos, insospechados. El Dios del Reino

no puede dejarnos en la cuneta. La persona esperanzada es como un artista de la

vida: de lo que aparentemente no existe, hace brotar una realidad nueva y bella

que conmueve a quienes la contemplan y les ofrece sentido y razones para vivir.

b) No sólo dejarse guiar por la esperanza, sino “ser” esperanza

La esperanza no se define únicamente por su contenido exterior: lo que

esperamos, sino por la consistencia del sujeto que espera. Lo que yo soy y cómo

soy me hace una persona esperanzada o desesperada, soñadora o decepcionada,

utópica o asentada. En la fortaleza de ánimo está la raíz subjetiva de la

esperanza. Así la esperanza es “gratia gratum faciens” (gracia que a uno lo hace

agraciado).

Francesco Alberoni en su obra sobre la esperanza señala toda una serie de

virtudes propias de la esperanza. A ellas remito para quien desee contemplar el

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precioso panorama que se abre a quien quiere de verdad trabajar en la esperanza.

Yo voy a ceñirme únicamente a algunas virtudes que me parecen fundamentales

para mantener vivo el don de la esperanza.

La primera virtud de quien se deja llevar por la esperanza es el entusiasmo.

El entusiasma se lanza, tiene fe, siente una fuerza que lo eleva, que le hace

buscar lo que vale, lo que está más allá de lo habitual y ordinario. Es un

empujón hacia el futuro, fe en las propias posibilidades. El entusiasmo nos

hace convincentes. Se opone al entusiasmo el cinismo. El cínico vive

únicamente en el presente, encerrado en su propio egoísmo, en su propia

pereza, en su propio estilo y no cree ni espera en nada porque está privado

de fantasía y de generosidad. Hay por doquier cínicos que amenazan el

entusiasmo de los demás, sobre todo, de los más jóvenes que llegan llenos

de fe y de valores. Estos personajes siniestros temen las innovaciones que

ponen en crisis sus posiciones de poder. Por eso, hieren, humillan, apagan

a los portadores de nuevas potencialidades. Y así destruyen una preciosa

riqueza humana y social.

La segunda virtud de la esperanza es, según Alberoni, aunque parezca

paradójico el remordimiento. Éste surge en nosotros como mal sueño, como

evocación mordiente de algo que hicimos mal. El remordimiento nos

condena, pero también modifica el presente cuando surge. Ofrece claves

nuevas de moralidad. Prepara un futuro limpio. Sin moralidad no hay futuro.

El remordimiento asegura la moralidad de la esperanza.

4. Esperanza para todos

El individualismo ambiental nos puede cerrar el horizonte de la esperanza. El

Evangelio se caracteriza por ser propuesta de esperanza católica, esperanza para

todos. La promesa de salvación, la nueva alianza, tiene como destinatarios a

“todos”. Por eso, la esperanza cristiana es colectiva.

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Nuestros obispos, como líderes de las comunidades cristianas, están llamados a

liderar la esperanza de las comunidades. Los estados colectivos mortecinos, los

estados de división y confrontación, de crítica generalizada, matan la esperanza.

Cuando el líder no es capaz de hacer renacer la esperanza, debería quitarse de

en medio y dar paso a otro espíritu capaz de refundar la esperanza en aquel grupo

Iglesia.

Los momentos en que más brilla la esperanza colectiva son los momentos

fundacionales. En ellos se da una erupción de vida. Todo renace conjuntamente.

¡Qué duda cabe de que el acontecimiento del concilio Vaticano II hizo nacer una

esperanza colectiva de inmenso poder!

El arte de la esperanza consiste en saber mantener el ritmo de la espera. Lo que

se promete en el germen, no adviene inmediatamente. Regular la espera es

decisivo para las comunidades. Quienes se dejan llevar por la impaciencia,

pueden producir estados monstruosos y sanguinarios. Los buenos líderes saben

dosificar la esperanza.

La esperanza necesita, para pervivir, de una institucionalización. En esas

instituciones la esperanza pervive, se activa. Propio de la institucionalización es

estar orgullosos de la propia esperanza, y darle futuro a la propia vida, de manera

que se rompa la cadena de la monotonía.

CONCLUSIÓN

El horizonte de la esperanza, como fuente de comunión entre las diversas formas

de vida cristiana y elemento central de la misión, es enormemente sugestivo. Una

Iglesia abierta a la esperanza, dentro de la complejidad de nuestro tiempo, es la

mejor noticia que nos puede llegar. Podemos abrirnos a estados nacientes, a

entusiasmos nuevos, a caminar hacia la utopía. Solo es necesario dejarse

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penetrar por la gracia y abrir puertas a la esperanza. La imagen de una Iglesia

esperanzada, en comunión de esperanzas, es el rostro que Dios quiere para ella

en este tiempo. Los religiosos, especialmente los europeos, no deberíamos

desperdiciar este momento propicio. Podemos y debemos reavivar nuestra

esperanza y anunciar, como los viejos profetas de la navidad, que algo nuevo nos

llega.

BIBLIOGRAFÍA

Alberoni, F. (2001). La speranza. Milano: Rizzoli. Brizendine, L. (2006). El cerebro femenino. Barcelona: RBA Libros. Carbonell, E. (2007). El nacimiento de una nueva conciencia. Badalona: Ara Llibres. Charpak, G. y Omnés, R. (2005). Sed sabios, convertíos en profetas. Barcelona: Anagramas. Comte-Sponville, A. (2001). La Felicidad desesperadamente. Barcelona: Paidós. Corzo, J. L. (2007). Educar es otra cosa, manual alternativo. Madrid: Popular. Harris, M. (1997). Nuestra especie. Barcelona: Alianza. Nguyen van Thuan, F. X. (2001). Testigos de esperanza. Madrid: Ciudad Nueva. Severino, E. (1998). Destino della técnica. Milano: Rizzoli. Severino, E. (1989). La filosofía Futura. Milano: Rizzoli. 57-180 pp.