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El capítulo VI de la Primera parte, nunca olvidado por los críticos y comentaristas del Quijote, 1 trata del “do- noso y grande escrutinio que el cura y el barbero hi- cieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”. Apenas armado caballero en la venta que le pareció castillo, iniciada apenas la narración de sus graciosas o desgraciadas aventuras, los notables de su aldea, el cura y el barbero, dieron inicio al famoso escrutinio y con- dena de aquellos libros cuya incesante lectura hizo perder el juicio a don Alonso Quijana. Ya lo decía en el “Prólogo” el agudo y desenfadado interlocutor de Cer- vantes: la intención del autor no había sido otra que “derribar la máquina mal fundada” de los libros de ca- ballerías que si, por causa de sus “fabulosos disparates”, atraían mayormente las atenciones del vulgo, no por ello dejaban de complacer y admirar a otros lectores más cultos y exigentes. El escrutinio es un juicio sumario en el que, sin embargo, subyace una compleja teoría litera- ria o, por mejor decir, una vasta y, en ocasiones polémica, reflexión sobre los diversos géneros de mimesis literaria. De la hoguera a la que va a parar toda la descendencia de Amadís de Gaula (Esplandián, Ol i vante, Florismarte, Palmerín...) sólo se salvan el propio fundador del linaje REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 17 Literatura y verdad Don Quijote y la defensa de los libros de caballerías José Pascual Buxó Afirma José Pascual Buxó —investigador emérito de nuestra Universidad e indiscutible conocedor de la obra de Cervantes— que “la clave del Quijote es precisamente la confusión o, mejor, la permanente interacción de lo fingido con lo verdadero, de los hechos de la vida ordinaria interpretados y aun revividos a la luz de las heróicas ficciones fabulosas”. Aceptar la verdad de los tes- timonios escritos es para el ingenioso manchego la mejor garan- tía de la existencia de un pasado cierto no menos que de un mundo actual irónicamente equilibrado entre la mostrenca rea- lidad y la desaforada fantasía de las novelas caballerescas. 1 Las citas provienen de: Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española, Aso- ciación de Academias de la Lengua Española, México, 2004. Edición y notas de Francisco Rico.

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El capítulo VI de la Primera parte, nunca olvidado porlos críticos y comentaristas del Quijote,1 trata del “do-noso y grande escrutinio que el cura y el barbero hi-cieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”.Apenas armado caballero en la venta que le pareciócastillo, iniciada apenas la narración de sus graciosas odesgraciadas aventuras, los notables de su aldea, el curay el barbero, dieron inicio al famoso escrutinio y con-dena de aquellos libros cuya incesante lectura hizo

perder el juicio a don Alonso Quijana. Ya lo decía en el“Prólogo” el agudo y desenfadado interlocutor de Cer-vantes: la intención del autor no había sido otra que“derribar la máquina mal fundada” de los libros de ca-ballerías que si, por causa de sus “fabulosos disparates”,atraían mayormente las atenciones del vulgo, no porello dejaban de complacer y admirar a otros lectores máscultos y exigentes. El escrutinio es un juicio sumario enel que, sin embargo, subyace una compleja teoría litera-ria o, por mejor decir, una vasta y, en ocasiones polémica,reflexión sobre los diversos géneros de mimesis literaria.De la hoguera a la que va a parar toda la descendenciade Amadís de Gaula (Esplandián, Ol i vante, Fl o r i s m a rt e ,Palmerín...) sólo se salvan el propio fundador del linaje

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 17

Literatura yverdadDon Quijote y la defensa de los libros de caballerías

José Pascual Buxó

A f i rma José Pascual Buxó —investigador emérito de nuestraUniversidad e indiscutible conocedor de la obra de Cerv a n t e s —que “la clave del Q u i j o t e es precisamente la confusión o, mejor,la permanente interacción de lo fingido con lo verd a d e ro, de loshechos de la vida ordinaria interpretados y aun revividos a la luzde las heróicas ficciones fabulosas”. Aceptar la verdad de los tes-timonios escritos es para el ingenioso manchego la mejor garan-tía de la existencia de un pasado cierto no menos que de unmundo actual irónicamente equilibrado entre la mostrenca re a-lidad y la desaforada fantasía de las novelas caballere s c a s .

1 Las citas provienen de: Miguel de Cervantes, Don Quijote de laMancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española, Aso-ciación de Academias de la Lengua Española, México, 2004. Edicióny notas de Francisco Rico.

y la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco, porser éste “un tesoro de contento y una mina de pasatiem-pos” y “el mejor libro (de caballerías) del mundo”, por-que en él “comen los caballeros, y duermen y muerenen sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, conestas cosas de que todos lo demás libros de este génerocarecen”. Y, en efecto, como bien podrá comprobarse,son Amadís de Gaula y Tirante el Blanco los más clarosparadigmas artísticos y morales a que se ciñeron tantoDon Quijote en su pensamiento y acciones como losdesdoblados autores que intervinieron en la redacciónde su “verdadera” historia.

Con los mencionados, son muy pocos los libros quemerecen el aprecio del cura o, siquiera, su aprobacióntolerante, aunque pertenezcan a géneros literarios me-nos fantasiosos que las novelas de caballerías; de una par-t e , están los libros de pastores, que también pudieronp e rturbar el espíritu de Don Quijote y, en efecto, lo pu-sieron en el trance de “andarse por los bosques cantan-do y tañendo y, lo que sería peor, hacerse poeta”. De loslibros de este género, el censor eclesiástico y su brazosecular sólo salvan de las llamas a La Diana de Mon-

temayor —expurgada, eso sí, de los mágicos pasajes enverso—, la novela del mismo nombre de Gil Polo y Elpastor de Fílida de Luis Gálvez de Montalvo; para noh u rtarle el cuerpo a la crítica, Cervantes —“más ve r s a d oen desdichas que en versos”— hace que el juicio de suGa l a t e a quede en suspenso y el libro “re c l u i d o” en peni-tencia hasta tanto no se publique la segunda parte pro-metida. Resta, en fin, el bloque de la épica: La Ara u c a n ade Ercilla, La Au s t r í a d a de Juan Rufo y El Mo n s e r ra t e d eCristóbal de Virués, que “son los mejores que en versoheroico en lengua castellana están escritos, y puedencompetir con los más famosos de Italia”. Tres fueron,pues, las clases de libros que contribuye ron a la singularlocura de Don Quijote: las novelas de caballerías, losl i b ros de pastores y los poemas épicos. Y aunque los pri-meros fuesen los directamente responsables de que vi-niera a “perder el juicio”, todos comparten un rasgo encomún, el de ser —esencialmente— libros de imagina-ción entre los que pueden descubrirse notorias confluen-cias, pues si en los de caballerías la historia fabulosa see n s e ñ o rea de principio a fin, atropellando sin miramien-to aquellas apariencias de la ve rdad que llamamos ve r i s i-militud, en los segundos domina la incontrolada exacer-bación del sentimiento amoroso en el ámbito bucólicode una juventud apasionada y, en los últimos, la verdadhistórica no teme ennoblecerse y fortificarse con los re-cursos propios de la ficción poética; además, en todosesos géneros se exaltan —si bien en diversa medida—las virtudes humanas ejemplares: justicia, valentía, amory fidelidad; esto es, los mismos valores espirituales enque cifra Don Quijote la esencia del perfecto caballeroandante.

Cansado el cura de su ejercicio inquisitorial, hizodar al fuego los restantes libros en montón, con lo cualp a recía cumplido el propósito del autor de desacre d i t a r,no sólo las novelas de caballerías fabulosas, sino ademásalgunos ejemplares de otros géneros literarios que en-tonces estaban más en boga. Pe ro no acabó ahí su inten-t o. Como bien advirtió E.C. Riley, no hubo, en sutiempo, otro escritor como Cervantes “que diese tantavida a los problemas de la crítica como él lo hizo. ElQu i j o t e mismo es una obra de crítica literaria en un sen-tido muy particular”, pues “ocurre que su teoría y sulabor creadora son, en ciertos aspectos, inseparables”. 2

Y así es la verdad. Al cabo de muchas aventuras, y ya alfilo del Capítulo X X X I I, ocurre el episodio del re e n c u e n t rode Don Quijote con Andrés, aquel mozo a quien va p u l e óy tornó a vapulear su amo, y la maldición del mucha-cho a todos los caballeros andantes del mundo, que consu afán obsesivo y egoísta de impartir justicia y ganar

2 Ed w a rd C. Riley, Teoría de la novela en Ce rva n t e s, Ta u ru s ,Madrid, 1996.

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“Don Quijote es armado caballero”, grabado de J. Vanderbank, en Vida y hechos del ingenioso hidalgo Don Quixote dela Mancha... en Londres, por J. y R. Tonson, 1738

fama, sólo consiguen causar mayo res desgracias, se pro-picia de nuevo el examen de los perniciosos efectos quepueden ocasionar las ficciones caballerescas en el ánimode sus lectores, tema que, a partir del Capítulo XLVII, sep rolongará con alternancias en lo que resta de la primeraparte de la obra y aun al principio de la segunda.

En efecto, reunida en la venta toda la “c u a d r i l l a” (estoes, el cura y el barbero en compañía de los pro t a g o n i s t a sde los relatos que la crítica suele llamar “intercalados”,muchos de los cuales, saliendo de sus propios contextosn a r r a t i vos, se incorporan al discurso central del Qu i j o t e) ,y acabada la razonable comida que se les sirvió, llega des o b remesa la hora del esparc i m i e n t o. Ya sabemos que elve n t e ro —aunque no sabía leer— disfrutaba, al igual queMaritornes y los segadores del entorno, la lectura envoz alta de los libros de caballerías, cuyo conocimiento lehabía anteriormente permitido seguirle el humor a Do nQuijote en el episodio en que falsamente le armó caba-llero. Y tornando a mencionar el licenciado en cánonespor Sigüenza la causa de la locura del Caballero de la Tr i s-te Figura, replica el ve n t e ro que tiene por ahí guard a d o salgunos libros de caballerías que “verdaderamente mehan dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos”, yque oyendo referir “aquellos golpes que los caballeros pe-gan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querríaestar oyéndolo noches y días” . Opinión a la que se unenla ventera, su hija y Maritornes, pues si los hombres secontagian de entusiasmo bélico por las valientes accionesde los paladines, las mujeres se dejan caer íntimamente enlos dulces ensueños del amor cortés.

Por el momento, no dice más el autor, siempre sutily entre verado, sobre este género de disfrute que la ficciónliteraria es capaz de suscitar en el espíritu ingenuo de losiletrados; pero lo dice con todas sus letras el propio ve n-tero: verdaderamente, los relatos caballerescos le “handado la vida”, esto es, lo han instalado, imaginaria y fu-gazmente, en una nueva y más complaciente forma desu propio ser. Este rapto de la imaginación, conducidopor la fuerza seductora de la palabra, les ha quitado milpesares, y esa huida de la moliente realidad cotidianadespierta en ellos una inesperada renovación de los im-pulsos vitales de la juventud, cuando el propio destinoestá aún por definirse y concretarse. La diferencia con

Don Quijote —habrá que insistir en otra parte— esque don Alonso, en su condición de hidalgo pobre, ocio-so y propiamente desterrado del mundo y los privilegiosde la nobleza cortesana (es decir, de ese universo regidopor la ambición y el disimulo), puede dar el salto de losniveles de la realidad mostrenca a los de la fantasía alti-sonante, esto es, puede imponerse a sí mismo los estatu-tos de una realidad moral —ideal la llaman muchos—que, por supuesto, entra en constante conflicto, no sólo

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“Pendencia en la venta”, dibujo de Antonio Carnicero grabado por J.J. Fabregat, en El ingenioso hidalgo Don Quixote dela Mancha, nueva edición corregida por la Real Academia Española, Joaquín Ibarra, Madrid, 1780

Las novelas de caballerías despiertan también en losespíritus iletrados una inesperada renovación de

los impulsos vitales de la juventud, cuando el propiodestino está aun por definirse y concretarse.

con el mundo exterior o accidental, sino —lo que es másriesgoso— con la engañosa configuración ideológica deesa misma realidad mundana, vale decir, con aquella ideadel mundo sancionada como indubitablemente ve r-d adera que imponen en la conciencia de todos los indi-viduos de la comunidad los aparatos políticos de unEstado bicéfalo: el de la monarquía absolutista y la Ig l e-sia militante.

Por supuesto, no es el caso discutir aquí el pensa-miento político de Cervantes, siempre matizado por lasvoces y la condición de sus personajes, sino tan sólo algu-n a s de sus ideas literarias: las que tienen que ver con laescurridiza y mudable entidad de las ficciones poéticasy su habitual contraposición con la ve rdad de la historiao, por mejor decir, con los libros de historia en que se datestimonio de aquellos sucesos tenidos por ciertos y com-p robables. Apenas hecha re f e rencia a las novelas de caba-llerías que el ventero guarda en un rincón, renace en elcura su dogmático afán inquisitorial y le ordena que losm u e s t re. De una maletilla vieja salen “t res libros grandesy algunos papeles de muy buena letra escritos a mano”;los primeros son Don Ci rongilio de Tra c i a y Fe l i x m a rte de

Hi rc a n i a, dos famosos y desaforados3 c a b a l l e ros andan-tes, el segundo de los cuales ya había sido previamentecondenado en el escrutinio de la biblioteca de Don Qu i-jote; pero el terc e ro es la Historia del Gran Capitán Go n -zalo He rnández de Córdoba, con la vida de Diego Ga rcía deParedes.4 He aquí que Cervantes introduce, como traí-do por la casualidad, un arduo tema de disputa litera-ria y aun filosófica, pues si los dos primeros pertenecen al“mentiroso” y disparatado género de los libros de caba-llerías, el último es “una historia ve rd a d e r a” que contienelos hechos presumiblemente ciertos del llamado “GranCapitán” junto a los de un “valentísimo soldado extre-meño”, de quien —entre otras hazañas notables— secuenta que él solo, “puesto a la entrada de un puente...,( d e t u vo) a un innumerable ejérc i t o”. Para el ve n t e ro—que representa, obviamente, el sentir popular— esahazaña no es nada comparada con las que llevó a caboFelixmarte, “que de un revés partió cinco gigantes porla cintura, como si fueran hechos de habas, como los frai-lecicos5 que hacen los niños”. Es de notarse la explícitarelación establecida por el ventero entre el mundo im-posible de las aventuras caballerescas y el mundo con-creto e inmediato de la experiencia cotidiana, cosa quenos permite vislumbrar un peculiar modo de compre n-s i ó n y ajuste popular de aquellas fantasiosas enormida-des reducidas a los cauces de una interpretación lúdica ypueril. A lo cual el cura, ducho en los artificios de la argu-mentación escolástica, responde con una distinción im-placable: la comparación del ve n t e ro no ha lugar, puestoque He r n á n d ez de Córdoba y Ga rcía de Pa redes tuviero nuna existencia real, en tanto que Cirongilio y Fe l i x m a rt enunca existieron en el mundo, sino que son “c o m p o s t u r ay ficción de ingenios ociosos que los compusieron parael efecto... de entretener el tiempo”; esto es, tan ociosas ysin provecho son sus invenciones, como inútil el tiempogastado en su lectura.

Conviene aquí detenerse un instante para recordaralgunos antecedentes de esa conflictiva distinción entrelos hechos verdaderos de que suelen ocuparse los libros

3 Según los lexicones de la lengua castellana, la voz “desaforar”posee, como es normal, más de un sentido. El Diccionario de la RealAcademia trae como segunda acepción: “Privar a uno del fuero o excep-ción que goza por haber cometido algún delito de los señalados paraeste caso”. Pero como dice el Diccionario de Autoridades, y sabemosbien todos los mexicanos de hoy, “desafuero” es voz que significa“agravio, fuerza, violencia que se hace contra la ley o la razón”; contodo, cuando se califica de “desaforados” los hechos de algún caballeroandante, aludimos a “lo que es excesivamente grande y fuera de locomún”, es decir, a lo excepcional y admirable.

4 Los “papeles de muy buena letra” son la copia manuscrita de lanovela del Curioso impertinente, a que se dará lectura en los capítulosXXXIII al XXXVI.

5 “Frailecito”, dice el Diccionario de Autoridades, es un “Jugueteque hacen los niños para entretenerse, cortando la parte superior deuna haba, y sacándole el grano, queda el hollejo de modo que remedaa la capilla de un Fraile”.

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“Retrato de Cervantes”, dibujo de Rafael Ximeno y Planes, en El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, “nuevaedición corregida de nuevo” por Juan Antonio Pellicer, Gabriel de Sancha, Madrid, 1797

historiales y la falsedad de los que tratan los caballere s c o s .Efectivamente, en el prólogo a la edición del Amadís deGaula 6 i m p resa en Sevilla en 1531 por Juan Cro m b e r g e r,Ga rci Ord ó ñ ez de Mo n t a l vo entró directamente en ma-teria: considerando que en los “grandes hechos de armas”que nos dejaron escritos los sabios antiguos fue “muybreve aquello que en efecto de verdad pasó”, y aunqueen la narración de las batallas de nuestros tiempos, “q u epor nos fueron vistas”, quisieron sus autores componer-las “sobre algún cimiento de verdad”, no siempre se ci-ñ e ron a la exactitud histórica, sino mayormente al deseode despertar la admiración en sus lectores con el fin deque pudieran emparejarse en dignidad esas modernashazañas “con las antiguas historias de los griegos y lostroyanos”. Porque si seguimos a Salustio y Tito Livio,a d ve rt i remos que los hechos de los atenienses y ro m a n o sno sólo fueron grandes por sí mismos, sino que lo fuero nen mucha mayor medida porque los escritores que deellos trataron quisieron acrecentarlos y ensalzarlos parasignificar mediante aquellos “golpes espantosos” y en-cuentros formidables el grande “ardimiento y esfuerzodel corazón”. Pe ro no todos se han de ocupar del re c u e n-t o de las hazañas de Aquiles y Héctor o del “histórico”Go d o f redo de Bullón, que con un solo golpe de espadap a rtía en dos a sus recios enemigos; hubo otros escritore sa quienes cupo “más baja suerte”, puesto que “no edifi-caron sus obras sobre algún cimiento de verdad”, sino“sobre el rastro de ella”; son éstos los que compusieron“historias fingidas en que se hallan las cosas admirablesfuera del orden de natura, que más por nombre de pa-t r a ñ a s7 que de crónicas con mucha razón deben ser teni-das y llamadas”. Con todo, unas y otras, tanto las escritaspor famosos historiadores como las pergeñadas por auto-res de menor entidad, abundan en episodios fabulososo, al menos, distantes de la estricta ve rdad. Y siendo estoasí, “¿qué fruto provechoso” podremos sacar de éstasúltimas? Y respondía Garci Ordóñez sin dudarlo: “losbuenos ejemplos y doctrinas que más a la salvación nues-tra se allegare n”. De suerte, pues, que corrigiendo aquelestilo corrupto de los primitivos autores del Amadís, nosólo quiso ponerlos en lenguaje pulido y cortesano, sino—sobre todo— adornarlos de sanas doctrinas con quepersuadir a sus lectores, de manera que aquellos librosmás “livianos” o de menor sustancia no dejasen de sertambién un trasunto de la ve rdad, si no natural, al menos

moral y, así, pudiesen contener —lo mismo que los quepasan por históricamente verdaderos— una lección yun ejemplo de vida que bien podrían servir de “a l a s” pa-ra que nuestras “ánimas suban a la alteza de la gloriapara donde fueron criadas”.

El mismo año de la primera edición sevillana delAmadís, 1531, concluyó Juan Luis Vives el tratado Ded i s c i p l i n i s 8 en que hizo una profusa e implacable críticade “las causas de la corrupción de las artes en general”:retórica, dialéctica, medicina, matemáticas y, para nues-t ro p a rticular interés, de la historia. Contra el paradigmaciceroniano de ser ésta “testigo de los tiempos, luz de laverdad, vida de la memoria y maestra de la vida”, es de-cir, disciplina a que le compete tratar de hechos no sóloverificables sino además ejemplares, sus primeros depra-va d o res —decía Vi ves— fueron aquellos poetas antiguosque envolviendo la verdad en tantos velos retóricos im-pidieron reconocerla a los escritores que les siguieron,

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6 Cf. Libros de caballerías, con un discurso preliminar y un catálo-go razonado por don Pascual Gayangos, Rivadeneira, Madrid, 1837.Biblioteca de Autores Españoles. Gayangos basa la suya en la edicióncuidada por Francisco Delicado, Venecia, 1533.

7 La voz “Patraña”, hoy constreñida a su descalificador significadode “mentira o noticia fabulosa”, ha ido perdiendo con el tiempo suoriginal sentido de invención destinada al entretenimiento, esto es, sucarácter de creación literaria, que es como debemos entenderlo en estepasaje de Garci Ordóñez.

8 Cito por Juan Luis Vives, Obras completas, traslación castellanade Lorenzo Riber, M. Aguilar Editor, Madrid, 1948.

“Don Quijote leyendo libros de caballerías en su estudio”, grabado de Manuel Salvador Car-mona, en El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, Joaquín Ibarra, Madrid, 1780

y éstos también —por contentar a sus lectores— cuandolas nuevas realidades “no les pro p o rcionaba materia ade-cuada, ellos la crearon descomunal e inédita, inmensa,estupenda, maravillosa y en ella ejerc i t a ron copiosamenteaquella su fuerza nativa de creación y expre s i ó n”. 9 No hacefalta que Vives lo dijera expresamente, pero por pro-ceder del mito y de la fábula, no era fácil que la escriturade la historia pudiera deshacerse de los modelos literariosen que tuvo su primer origen; de modo que cuando, bus-cando atenerse a la pura verdad de los hechos, el histo-riador quiso reducirse al recuento de las “cosas baladíesque no granjean ninguna utilidad ni fruto alguno”, ocuando, por el contrario, describió con minucia compla-ciente las más sangrientas batallas, nos hizo ver que nilas imágenes exactísimas ni las fabulosas o desorbitadasdan a cada hecho “su privativo y natural volumen”. Elhistoriador —aseguraba Vi ves— ha de “poner la mira enla verdad objetiva” y no necesariamente en la “mayor

gloria” de su nación, y aun cuando se escriba la vida delos santos, debe practicarse la “más esmerada observa n c i ade la ve rd a d”. A nadie extrañará que, siendo éste el seve ropensamiento de Vi ves, concluyera su censura de los his-t o r i a d o res “d e p r a va d o s” con una inve c t i va contra aque-llos de sus contemporáneos que se daban a la lectura de“los libros de ficción compuestos por hombres que notenían cosa mejor que hacer, y llenos de aquel linaje dementiras que nada aprovechan ni para el saber, ni parael recto pensar, ni para el bien vivir, sin más horizonteque el de un vano placer inmediato”, es decir, contra lasnovelas de caballerías.

Siendo contemporáneos, Garci Ordóñez de Mon-talvo y Luis Vives militaron en frentes opuestos; mien-tras el lego corregidor de Medina del Campo halla quelas ficciones caballerescas están construidas sobre algún“rastro de verdad” —o, por mejor decir, fundadas enalguna verdad humana permanente y esencial— y quede ellas podían extraerse ejemplos cristianos de buenv i v i r, el sabio humanista valenciano no admite en las no-velas de caballerías una mínima virtud moral: son libro scuya lectura es sólo propia de hombres a quienes la ocio-sidad les corrompió el ingenio y el gusto. Pe ro, sin embar-g o , no pudo menos que reconocer que los historiadoresmodernos, ya sea que se expresen en la lengua latina o enla vernácula, “apenas pueden entretener al lector” porespacio de media hora, pues su estilo es tan pobre y desa-seado “que no hay quien segunde su lectura”, y que quizápor esta razón muchos se van detrás de aquellos libros“manifiestamente mendaces… por algún agrado que acasotenga su estilo,1 0 como los españoles Am a d í sy Fl o r i s a n d o;1 1

los franceses Lancelot y la Tabla Redonda y el italianoRo l a n d o”, que —contra su opinión adversa— el mismoVives no habría dejado de leer con fruición. Y eso es loque había hecho Mo n t a l vo, vo l ver los antiguos originalesdel Am a d í s, “c o r ruptos e compuestos en estilo antiguo” ,en un pulido texto capaz no sólo de deleitar a los lectore scon la nueva suavidad de la lengua y la antigua mara-villa de sus invenciones, sino además de “a n i m a r”, esto es,de recobrar la memoria —por no decir ya la práctica— deaquel “g l o r i o s o” y “honestísimo” arte de caballería, y esefue precisamente el llamado que escuchó décadas mástarde el ingenioso hidalgo de la Mancha.

Es tiempo ya de vo l ver al ve n t e ro quien, por supues-to, no se hallaba en condiciones de discernir las tajanteso sutiles diferencias postulables entre la ficción nove l e s c ay la realidad histórica —asunto que Cervantes desplazaráa otros momentos de su novela—, pero que, en cambiofue muy capaz de apelar a un principio de verificación

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10 Énfasis nuestro.1 1 Alude Vi ves a El sexto libro de Amadís de Gaula, en que se cuen -

tan los grandes hechos de Fl o r i s a n d o, impreso varias veces entre 1510y 1526.9 Énfasis nuestro.

“La hija de la ventera y Maritornes atan a don Quijote a la ventana”, dibujo de JosephBrunete grabado por Pedro Pascual Moles, en ibid

empírica: la confianza que los buenos vasallos han detener en las instituciones reales. A mí, viene a decirle alcura, no me puede usted tomar el pelo:

¡Bueno es que quiera darme vuestra merced a entenderque todo aquello que estos libros dicen sea disparates ymentiras, estando impresos con licencia de los señores delConsejo Real, como si ellos fueran gente que habían dedejar imprimir tanta mentira junta y tantas batallas, ytantos encantamientos, que quitan el juicio!

Y estas razones, que el propio Don Quijote hará suyasen el Capítulo L en el contexto de sus “discretas alterca-c i o n e s” con el Canónigo de Toledo, a las que atendere m o sen otro momento, fueron causa del disimulado descon-cierto del cura ante un argumento de tanta autoridadmoral; así que, en vez de insistir en la problemática opo-sición de lo falso con lo verdadero, por no decir entre laimaginación poética y la realidad histórica, con el fin deprobar su dictamen, acude a un símil semejante al pro-puesto por el mismo ve n t e ro: esa clase de ficciones litera-

L I T E R ATURA Y VERDAD

Las fantásticas hazañas de los caballeros andantesremiten a apetencias humanas enraizadas en

los deseos, temores y frustraciones de la infancia y a su satisfacción o cumplimiento

por vía del ensueño mágico.

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“Cervantes escribiendo el prólogo del Quijote”, dibujo de Luis Paret y Alcázar, Biblioteca Nacional, Madrid, ca. 1797

rias son comparables con los juegos de entre t e n i m i e n t ocomo el ajedrez, la pelota y los trucos (una especie de bi-llar), pues todos son medios para “entretener nuestrosociosos pensamientos”, que se consienten y autorizan “e nlas repúblicas bien concert a d a s”. Pe ro hay en el ejemplodel cura una implícita contradicción, porque si es reco-mendable el uso de aquellos juegos que ayudan a pasarsin riesgo el tiempo del ocio (en que dizque no se practicaninguna virtud), en cambio, no se aconseja al vulgo em-plearlo en la lectura o audición de aquel género de nove l a sm e n t i rosas porque, aun estando permitida su impre s i ó ny venta, no han de ponerse en manos de ningún ignoranteque “tenga por historias verdaderas ninguno de estos li-bros”. El punto está en que los juegos de pasatiempot r a n s c u r ren en un ámbito puramente abstracto o formal,y si hay en ellos algo de concreto se reduce a la mayor omenor habilidad de los jugadores y a la satisfacción queengendra la más mínima victoria o la pesadumbre anejaa toda derrota, aun las más triviales; pero las batallas y vic-torias de los andantes caballeros, no sólo parecen autori-zarse por su testimonio escrito, parejo al de la historia,

sino que comprometen un tipo peculiar de expectativa smorales, pues aun cuando no ocurran en un ámbito con-c reto y comprobable, sino en el dilatado y mudable tiem-p o de los mitos caballerescos, sus fantásticas hazañas re-m i t e n a apetencias humanas enraizadas en los deseos,temores y frustraciones de la infancia y a su satisfaccióno cumplimiento por vía del ensueño mágico y, por ende,elevan al espíritu humano por encima de aquel “vanoplacer inmediato” que les concedía Vi ves y aun lo instalanen una dimensión humana más plena y apetecible.

Así planteado, el asunto ya caería fuera de la críticaliteraria y propendería a entrar en el marco de la psico-logía y la moral social: ¿a quiénes está re s e rvada, pues, lalectura y posesión de los libros? No a los bárbaros e igno-rantes, sino a los “versados y peritos”, como un poco másadelante exigirá el mismo Don Quijote que sean sus in-t e r l o c u t o res para poder entrar con ellos en el fondo de ladiscusión acerca de la naturaleza de las novelas de caba-llerías y de la verdad o mentira de las hazañas de sus pa-ladines. Ni Montalvo ni Vives aludieron al peligro deconfundir la verdad histórica con la ficción novelesca;el primero subrayó el carácter fantástico de los libros decaballerías en que ocurren cosas admirables “fuera delorden de natura”, y cuyo propósito principal era el decebar los deleites de la imaginación, a los que no es ajenala educación moral; Vi ves, por su parte, censuró el hechoreiterado de que los historiadores adobaran sus escritoscon episodios fabulosos, con que se alejaban de la obje-tividad histórica de los hechos evocados, pero ni uno niotro pensaron que sus lectores pudiesen confundir laverdad real de la “crónica” con la libre o desatinada in-vención de las “p a t r a ñ a s” novelescas. En cambio, la claved e l Qu i j o t e es precisamente la confusión o, mejor, la per-manente interacción de lo fingido con lo verdadero, delos hechos de la vida ordinaria interpretados y aun revi-vidos a la luz de las heroicas ficciones fabulosas, en cuyo spliegues mágicos y azarosos se esconde siempre un idealde justicia distributiva. En el sutil tejido de ambigüe-dades de la novela cervantina, resulta que no es un indi-viduo bárbaro e ignorante, como el ventero o sus habi-tuales parroquianos (arrieros, labriegos, segadores), sinoun hidalgo culto, ingenioso y perspicaz como Don Qu i-jote, quien se instala “re a l m e n t e” —esto es, en lo concre-t o de sus pensamientos y de sus acciones— en el mundoimaginado de las pasadas caballerías por causa de suo b s e s i va lectura y credulidad en sus testimonios escritos,de suerte que los fantasmas literarios que alientan en suespíritu sean capaces de modificar, al menos en aparien-cias pasajeras, el estado de las cosas que existen fuera deél. Y esta radical diferencia entre dos modos extremosde asumir el mundo caballeresco se pone de relievecuando el ve n t e ro, al ser amonestado por el cura para queno vaya a cojear del mismo pie que Don Quijote, leresponde: “Eso no... que no seré yo tan loco que me haga

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“Cervantes entregando su Don Quijote a la musa Talía”, dibujo de Rafael Ximeno yPlanes, Biblioteca Nacional, Madrid, entre 1780 y 1793,

caballero andante, que bien veo que ahora no se usa loque se usaba en aquel tiempo, cuando dicen que andabanpor el mundo esos famosos caballeros”. He aquí plan-teadas también dos opuestas concepciones de la historia;para Don Quijote, los sucesos relatados por sus libros decaballerías son la garantía textual de un pasado cierto yaun susceptible de ser reactualizado y, por ende, plena-mente revivido; para el ve n t e ro, en cambio, esos mismosrelatos dan fe de un mundo, quizá verdadero en otrotiempo y lugar, pero del todo irrecuperable en el suyo, deno ser por la vía del puro deleite imaginario. Si bien an-cladas en un pasado incierto, aquellas hazañas transmi-tidas por virtud de la memoria libresca, están preñadasde significación, tanta como pueden tenerla los míticosrelatos de los tiempos heroicos de la humanidad o lasconsejas que cuentan las viejas tras el fuego; en todos loscasos se trata de una literatura que propicia la ensoñaciónfugaz o, por decirlo de otro modo, la pasajera ocupa-ción de un lugar figurado en que el espíritu pueda desem-barazarse de los lastres de una vida insatisfactoria queno conoce más relieves que esos fugaces momentos deenajenación maravillosa.

Con todo, lo determinante para Don Quijote esque la ficción novelesca sea susceptible de proyectarseintemporalmente sobre la accidental realidad del mun-do, más aún, que sea capaz de transfigurarla y enaltecer-la, tanto como a la propia persona del caballero andante,por el mero hecho de asumir plenamente —como yapropugnaba Garci Ordóñez de Montalvo— todas suspremisas morales; de ahí que las empresas del caballerovayan dirigidas a un fin inalterable: reponer el orden deuna justicia propiamente divina en un mundo ame-nazado por las fuerzas disgregadoras del mal. Para elve n t e ro, en cambio, las “m e n t i ro s a s” fábulas de caballe-rías se sitúan por modo excepcional en un rincón secre-to de la fantasía, no se mezclan ni interactúan con loshechos concretos de la vida, constituyen, en todo caso,episodios ajenos al árido transcurso de la existencia vul-gar. Por eso, para Don Quijote, las fantásticas hazañas

de los caballeros andantes están revestidas de valor yve rdad, son un código vivo de justicia, valentía y honor;pero para quienes sólo disfrutan ocasionalmente delrecuento episódico de aquellas acciones maravillosas yse percatan de su imposible realización en el mundoconcreto y actual, pueden, llegado el momento, hacerburla y escarnio de Don Quijote, quien —llevado poruna “extraña locura”, que convendrá oportunamentematizar— revive a destiempo las acciones fabulosasque para él se constituyen como la mismísima realidaddel mundo, más aún, son la clave maestra para explicarcoherentemente los confusos errores a que están some-tidos nuestras percepciones y nuestros juicios. Quienva por el mundo sólo atenido a las inescrutables leyesde la Providencia o del azar —como sucedía a Sanchoantes de que llegara a creer que se cumplirían las altasrecompensas debidas a sus servicios— las cosas no tie-nen otro ser ni otro sentido que el puramente materialy mecánico: “Mire vuestra merced... que aquellos queallí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento” ,alerta Sancho. Y ya derribado Don Quijote por la furiade las aspas, no renuncia a su heroica convicción, pormás que reconozca que las

cosas de la guerra —que es el mundo propio y naturaldel caballero andante— están sujetas a continuas mu-danzas, cuanto más que yo pienso, y así es verdad, queaquel sabio Frestón que me robó el aposento y los librosha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la glo-ria de su vencimiento... mas al cabo han de poder pocosus malas artes contra la bondad de mi espada.

Sabemos que no será así, que el de la Triste Figuraserá humillado sin tregua, no sólo por obra de las con-fusas circunstancias, sino por los contrarios designios deamigos y enemigos; sin embargo, él no cejará en su no-ble empeño de hacer que en estos nuevos tiempos desas-trosos puedan ser restaurados los perdidos ideales delamor, el valor y la justicia.

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L I T E R ATURA Y VERDAD

...para Don Quijote, las fantásticas hazañas de los caballeros andantes

están revestidas de valor y verdad, son un código vivo de justicia, valentía y honor en los desastrosos tiempos en que le tocó vivir.