literatura ecuatoriana del siglo xix

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UTPL k m : V LITERATURA DEL SIGLO XIX (I) JOSÉ JOAQUIN DE OLMEDO DOLORES VEMTIMILLA DE GALINDO JULIO ZALDUMBIDE REMIGIO CRESPO TORAL {& BIBIJOTEC V BÁSICA DE VlTORF.S ECl ATO RIANOS

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Page 1: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

UTPL

k

m :

V

LITERATURA DEL SIGLO XIX (I)

JOSÉ JOAQUIN DE OLMEDO

DOLORES VEMTIMILLA DE GALINDO

JULIO ZALDUMBIDE

REMIGIO CRESPO TORAL

{&

BIBIJOTEC V BÁSICA DE VlTORF.S ECl ATO RIANOS

Page 2: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

El presente volumen recoge una selección de la obra lite­raria de cuatro de los poetas ecuatorianos más represen­tativos del siglo xix; ellos son: José Joaquín de Olme­do, Dolores Veintimilla de Galindo, Julio Zaldumbide y Remigio Crespo Toral.

Cada uno de estos escritores constituye un momento im­portante en la evolución de las letras ecuatorianas de ese siglo. José Joaquín de Olmedo es nuestro poeta de la Independencia y estética­mente se inscribe en los mo­delos neoclásicos que estu­vieron en boga a finales del siglo XVIII. No así Dolores Veintimilla de Galindo y Ju­lio Zaldumbide, quienes mar­chan decididamente por la ruta del romanticismo.

Remigio Crespo Toral, en cambio, es un poeta eclécti­co de fines del siglo XIX e inicios del XX, cuya abun­dante poesía aún obedece a cánones románticos sin re­signarse a perder las formas neoclásicas.

Page 3: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

UTPLUWVISMOAD T fO O CA w u m c u u m at LOM

Literatura del siglo XIX(I)

BIBliOTEt \ BÁSICA 1)1 \UTORES ECUATORIANOS

Page 4: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

BIBLIOTECA BÁSICA DE AUTORESECl MORIANOS

© U niversidad T écnica Particular de Loja Proyecto editorial de la utpl (2015)

Literatura del siglo XIX (I)Primera edición 2015ISBN de la Colección: 978-9942-08-773-7ISBN-978-9942-08-759-1

Comité de honor utpl:.losé Barbosa Corbacho M. Id. Santiago Acosta M. Id. Gabriel García Torres

Rector Vicerrector Secretario General

A utoría y dirección general:Juan ValdanoMiembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Española

Coordinación:Francisco Proaño ArandiMiembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Española

Revisión de textos:Pamela Lalama Quinteros

Diseño y diagramación:Ernesto Proaño Vinueza

Investigación y asesoría en diseño gr.\fico:Departamento de Marketing de la utpl, sede Loja

D igitalización de textos:Pablo Tacuri (utpl. sede Loja)

Impresión y encuadernación: EDiLOJACía. uda.

URL: http://autoresecuatorianos.utpl.edu.ec/

Loja, Ecuador, 2015

Page 5: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

Literatura del siglo XIX

José Joaquín de Olmedo Dolores Veintimilla de Galindo

Julio Zaldumbide Remigio Crespo Toral

Estudios introductorios: Ángel Martínez de Lara

Aclaración: En la presente edición se conservó la versión original de los textos literarios seleccionados.

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Indice

J osé J oaquín de O lmedo

Sobre el autor / 13

La victoria de Junín. Canto a Bolívar /

D olores V eintim illa de G alindo

Sobre la autora / 55

Recuerdos / 59

Aspiración / 62

Desencanto / 63

Anhelo / 64

Sufrimiento / 65

La noche y mi dolor / 66

A Carmen / 68

¡Quejas! / 69

A mis enemigos / 71

A un reloj /72

Page 7: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

J ulio Z a ld u m bid e

Sobre el autor / 75

Melancolía / 79

A las flores / 81

Elegías (fragmento) / 82

Yo vi esa triste nube / 84

La mañana / 85

El mediodía / 90

La tarde / 95

El bosquecillo / 99

R em ig io C respo T o ral

Sobre el autor / 105

Preludio / 109

¡Es ella! / 112

Alboradas / 114

La tarde / 117

Nochebuena / 120

Idilio / 123

Plegaria / 135

Anochecer 137

Belén / 138

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El libro santo / 140

El Dios de la soledad / 142

La cruz del indio / 144

El Americanismo Hispánico

dentro del Pan-americanismo / 145

Discurso de ingreso a la Academia

Ecuatoriana de la Lengua / 160

Page 9: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

José Joaquín de Olmedo

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José Joaquín de Olmedo

Nota biográfica

A la luz de la lectura de La victoria de Junín o Canto a Bolívar, cabría pensar que tanto el pensamiento como la vida de José Joaquín de Olmedo transitan por los versos

que lo componen. Si su ascendencia paterna fue una circunstan­cia española, la materna guayaquileña fue marca de su inescru­table destino.

José Joaquín de Olmedo nació en Guayaquil el 19 de marzo de 1780. Sus padres fueron el capitán español don Miguel Agustín de Olmedo y Troyano, que había sido alcalde ordinario de Quito y Guayaquil, y la dama guayaquileña doña Ana Francisca de Maruri y Salavarría. Recibió su educación primaria en Guayaquil. Por decisión familiar, residirá en el Seminario de San Luis en Quito. Con apenas nueve años, ingresa en el Convictorio de San Fernando, regentado por la orden de los dominicos, quienes mar­caron sus principios, tanto en gramática castellana como latina. Fue ahí donde conoció a José Mejía Lequerica, al tiempo que era discípulo de Eugenio Espejo. Cursó sus estudios superiores en Jurisprudencia, en la Universidad de San Marcos de Lima. Se doctoró el 15 de junio de 1805 y dictó Derecho Civil en el Colegio de San Carlos.

Hacia 1809 ejerció como abogado en la Audiencia de Quito. Al año siguiente viajó a España con el doctor José Silva y Olave,

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Literatura del siglo xix

como diputado a las Cortes de Cádiz por la ciudad de Guayaquil y el 12 de octubre de 1812, es decir, trescientos veinte años después del descubrimiento de América, pronunció su célebre «Discurso sobre la supresión de las mitas», siendo el primer americano en denunciar los abusos cometidos contra los indios. En nombre de ellos abogó por la justicia, la tierra y la libertad. De sus lectu­ras clásicas presenta en dicho discurso dos lapidarias conclusio­nes, una de Tácito: «corruptissima república, plurimae leges»1 (cuanto más corrompida la república, más leyes); la otra, de Homero, al afirmar que «quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma»2. Retomando las palabras de Homero, Olmedo con­cluye con esta demoledora afirmación: «...y yo digo quien pierde la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma entera. Y esta es, poco menos, la condición de los mitayos»3. Esta estre- mecedora denuncia hizo crujir el corazón jurídico de las Cortes, no solo de Cádiz sino de España entera. Tal fue la conmoción que produjo su discurso, que, a consecuencia de ello, fueron abolidas las mitas en la Constitución española de 1812.

Tras ser electo como secretario de la Diputación Permanente, y debido a la abolición de Las Cortes por el rey Fernando Vil, tuvo que refugiarse en Madrid, pues cabrían represalias por figurar su firma en el decreto del 2 de febrero de 1814. Muerto su antiguo compañero de estudios José Mejía Lequerica, Olmedo retornó a América y contrajo matrimonio con doña Rosa de Silva y Olave el 24 de marzo de 1817. con quien tuvo tres hijos: Rosa Perpetua. Virginia y José Joaquín. Durante su estancia en Lima compuso la silva A un amigo en el nacimiento de su primogénito.

Con posterioridad, intervino como jefe político de la Provincia en la revolución de Guayaquil del 9 de octubre de 1820, dejan­do como consecuencia de aquellos hechos la Canción al 9 de Octubre, considerada el primer himno nacional de Ecuador. La compleja realidad de Olmedo alterna entre el impecable afán de

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José Joaquín de Olmedo

lograr la independencia de Guayaquil, cuyo futuro oscilaba entre la anexión a Colombia, pretensión de Bolívar, o unirse a Perú, según estimaciones de San Martín. Para Olmedo, la autonomía política era esencialmente vital.

Junto a Rafael Ximena y Larrabeitia y Francisco María Claudio Roca forma el primer triunvirato, entre 1820-1822, y redacta la primera Constitución, sancionada por el Colegio Electoral con el nombre de Reglamento Provisional de Gobierno, el 3 de septiembre de 1821. Esta necesidad de querer para Guayaquil su independencia representativa y su rigor como república llevó a Bolívar a considerar que «[...] es el genio de Olmedo, y no su empleo, lo que yo respeto»4. Nunca antes hasta ese momento la esencia vital de Olmedo iba unida tan paralelamente a la germinación constitucional de Ecuador como nación.

Hacía 1823 escribe la traducción de la «Primera epístola» de Ensayo sobre el hombre de Alexander Pope. La política y la lite­ratura van de la mano en el pensamiento de Olmedo. Por tanto, tras el convulso congreso de Lima el 22 de septiembre de 1822 y el conocimiento de la victoria de Bolívar en los campos de Junín el 6 de agosto de 1824, José Joaquín de Olmedo retomó su aban­donada labor literaria y unió su genio poético al hecho histórico de Junín. Después de la victoria de Sucre en Ayacucho el 9 de diciembre del año siguiente, Olmedo viajó como diplomático a Londres y París, donde conoció las impresiones de su Canto a Bolívar en 1826.

Entre 1830 y 1843 ejerció como prefecto de Guayas y declinó la vicepresidencia ante el general Juan José Flores. En carta de 9 de enero de 1833 se quejó amargamente a Andrés Bello de que las circunstancias políticas le apartaran de su actividad literaria. Y así procedió como en el Canto a Bolívar, con el mismo intenso enaltecimiento, para redactar el Canto a Flores, por su victoria

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Literatura del siglo xix

en la Batalla de Miñarica, el 18 de enero de 1835. No ajeno a tal hecho, lamentó que solo hubiera corrido por el campo de batalla sangre ecuatoriana.

Nuevamente, su vida se halló agitada en los mismos embates que su patria; si el levantamiento del 9 de octubre de 1820 era contra la metrópoli, ahora la revolución de marzo de 1845 lo era contra todo aquello que afrentaba la realidad nacional de Ecuador. Se le asignó la presidencia del triunvirato junto con Vicente Ramón Roca y Diego Noboa. Aun a pesar de la agravación de su cán­cer intestinal, la brillantez de hombre de estado se evidenció en el Manifiesto del Gobierno Provisorio del Ecuador, del 6 de ju ­lio. Posteriormente, se trasladó en comisión para reclamar del gobierno de Perú los restos del Mariscal La Mar y, de regreso a Guayaquil, plasmó por carta de 31 de enero de 1847 a Andrés Bello, su antiguo y descorazonador desconsuelo: «Después de una larga peregrinación he vuelto del Perú, adonde fui a buscar la salud y no la encontré»5. José Joaquín de Olmedo falleció el 19 de febrero de 1847, y así su epitafio reza:

A Dios glorificadorAquí yace el doctor D. José Joaquín de Olmedo

Fue el padre de la Patria El ídolo de su pueblo

Poseyó todos los talentos Practicó todas las virtudes

A nálisis de Ca n t o a B olívar

Anotamos que la vida de Olmedo y la constitución de Ecuador como nación van de la mano y se acredita su espíritu poéti­co como elemento aglutinador, donde convergen el alma de su país y la figura de Bolívar. De esta manera, tanto Olmedo como

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José Joaquín de Olmedo

Bolívar son acervo cultural de la historia de Ecuador, y tanto más creció en inmortalidad el segundo, cuanto fue enaltecido por la pluma del primero. La realidad histórica y la poética fraguaron la alianza para que la veneración de Ecuador nutriera su consti­tución y su pensamiento. Así, del Canto a Bolívar, el lector po­drá equilibrar las justas proporciones de historia, vida y crítica. Cabe pensar, con muy escaso margen de error, que la simbiosis de ambos supera con creces tanto el ámbito de la guerra como el de la literatura, alcanzando órdenes de elevado carácter chico, y aún más, patriótico. El proceso poético recorre la historia sin falsificarla y añade a la trascendencia heroica la encarnadura de unos versos únicos. Esto encierra La victoria de Junín o Canto a Bolívar, credo de la materialización nacional del pueblo ecuato­riano y excelsa consagración donde la simbolización mitológica de Marte y Clío confluyen: guerra y poesía. De Bolívar, la férrea armadura y el encrestado yelmo, pero de Olmedo, el perenne lau­rel, la íntima pluma y el inefable libro.

Toda obra requiere de un culminante momento, de cuya fugaci­dad el tiempo fije en lo perdurable lo simbólico. Esta oda com­prende el entusiasmo que alienta al personaje, en la medida en que la imaginación se enriquece con la lectura y hace de su com­binación métrica un virtuoso canto de contenida musicalidad. Este canto de 906 versos, como revelación del poeta, nos presen­ta la universal ley de toda hazaña en el campo de la guerra.

La introducción mantiene las reminiscencias de las odas clásicas; no olvidemos las huellas horacianas derivadas del conocimiento de los estudios latinos de Olmedo, en donde conjuga juntos a los valores estéticos aquellos otros que dan a esta obra el marco ex­clusivo de su carácter inmortal; así, filosóficos, morales y patrió­ticos. La idea única que se percibirá a lo largo de su lectura será el significado que entraña el canto a la libertad de América:

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Literatura del siglo xix

El trueno horrendo que en fragor revientay sordo retumbando se dilatapor la inflamada esfera,al Dios anuncia que en el cielo impera6.

En una primera parte, la guerra encarna la latente gloria que en­cumbra al personaje, más allá de sus propias fuerzas lo hubieran ascendido. El mismo Olmedo hace de Bolívar: ¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?7

Si a esta mitológica presencia le faltara algo para unir al espíritu del genio de las batallas el presentimiento del mundo, lo toma Bolívar de la mano del Inca en el conmovedor campo de Junín:

¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilectohijo y y amigo y vengador del Inca!8

Ya en una segunda parte, Bolívar, conocedor de la existencia de la inspiración incaica de Huayna-Cápac, escribe a Olmedo en su epistolario: «él es el genio, él la sabiduría, él es el héroe»9. A par­tir de aquí, el Inca será la alegórica voz de una América que aúna con su libertad los tiempos pasados con los presentes de todos los pueblos americanos. En el seno del poema, Olmedo compara la victoria de Junín con otras legendarias batallas. Entre ellas:

Cede al ímpetu tremendo; y el arma de Baylén rindió cayendo el vencedor del vencedor de Europa [...] ¡Oh Triunfador!, la palma de Ayacucho, fatiga eterna al bronce de la Fama, segunda vez Libertador te aclama10.

Estos versos encarnan un afán de hacer de este ímpetu de victo­ria la inspiración poética de la bandera de la independencia de los pueblos y de la libertad de los hombres. Léase este canto con

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José Joaquín de Olmedo

el lento goteo de sus versos y en deuda siempre con quienes lo vivieron para que del temblor último de su lectura perdure como monumento nacional del alma ecuatoriana.

N otas:

1 Los anales, de Tácito. Recuperado de www.antorcha.net/biblioteca virtual/ historia/tacito/4.html2 La Ilíada. Recuperado de es.wikisource.org/wiki/La_IliadaCanto_63 Discurso de las ñutas (1820), de José Joaquín de Olmedo. Recuperado de http://www.efemerides.ec/1/marzo/1_3mita.htm4 Olmedo, José Joaquín. Memorias, Caracas, [s. e.], 1883, pág. 153.Amunátegui, Miguel Luis. Vida de don Andrés Relio. Santiago de Chile: Pedro

Ramírez, 1882, págs. 289-201.6 José Joaquín de Olmedo. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/ obra-visor/jose-joaquin-olmedo-poesiaprosa--o/html/fffd7da6-82bi-ndf- acc7-002185ce6064_17.html7 Ibíd.8 Ibíd.9 Espinosa Pólit. Aurelio. «Estudio introductorio». En José Joaquín de Olmedo. Poesía. Puebla: J. M. Cauca, 1960, pág. 62. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].10 José Joaquín de Olmedo. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/ obra-visor/jose-joaquin-olmedo-poesiaprosa—o/html/fffd7da6-82bi-ndf- acc7-oo2i85ce6o64 _17.html

B ibliografía sobre el au to r:

Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960.Castelo, Hernán Rodríguez. Olmedo, el hombre 1/ el escritor. Quito: Academia Nacional de Historia, 2009.Carilla, Emilio. La literatura de la independencia hispanoamericana Buenos Aires: Eudeba, 1969.Espinosa Pólit. Aurelio. «Estudio introductorio». En José Joaquín de Olmedo Poesía. México: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].Espinosa Pólit. Aurelio. Olmedo en la historia y en las letras Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1980.

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Literatura del siglo xix

Muñoz Vicuña, Elias. Biografía de Olmedo. Guayaquil: Universidad de Guayaquil, 1980.Olmedo, José Joaquín. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/obra- visor/jose-joaquin-olmedo-poesiaprosa--o/html/fffd7da6-82bi-ndf-acc7- 002185ce6064_17.html

Tello, Marco. «Estudio introductorio». En Historia de las literaturas del Ecuador, Voi. II. Coord. Juan Valdano. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2001.

Vallejo Corral, Raúl. «José Joaquín de Olmedo, cantautor de la Patria». En Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, n.° 71. Quito, 2011.Váscones, Francisco. Olmedo y sus obras. Guayaquil: Librería Gutemberg, 1920.

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La victoria de Junín Canto a Bolívar

El trueno horrendo que en fragor revientay sordo retumbando se dilatapor la inflamada esfera,al Dios anuncia que en el cielo impera.

Y el rayo que en Junín rompe y ahuyentala hispana muchedumbreque, más feroz que nunca, amenazaba,a sangre y fuego, eterna servidumbre,y el canto de victoriaque en ecos mil discurre, ensordeciendoel hondo valle y enriscada cumbre,proclaman a Bolívar en la tierraárbitro de la paz y de la guerra.

Las soberbias pirámides que al cielo el arte humano osado levantaba para hablar a los siglos y naciones, —templos do esclavas manos deificaban en pompa a sus tiranos- ludibrio son del tiempo, que con su ala débil las toca y las derriba al suelo,

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Literatura del siglo xix

después que en fácil juego el fugaz viento borró sus mentirosas inscripciones; y bajo los escombros, confundido entre la sombra del eterno olvido,—¡oh de ambición y de miseria ejemplo!— el sacerdote yace, el dios y el templo.

Mas los sublimes montes, cuya frente a la región etérea se levanta, que ven las tempestades a su planta brillar, rugir, romperse, disiparse, los Andes, las enormes, estupendas moles sentadas sobre bases de oro, la tierra con su peso equilibrando, jamás se moverán. Ellos, burlando de ajena envidia y del protervo tiempo la furia y el poder, serán eternos de libertad y de victoria heraldos, que, con eco profundo, a la postrema edad dirán del mundo:

«Nosotros vimos de Junín el campo, vimos que al desplegarse del Perú y de Colombia las banderas, se turban las legiones altaneras, huye el fiero español despavorido, o pide paz rendido.Venció Bolívar, el Perú fue libre, y en triunfal pompa Libertad sagrada en el templo del Sol fue colocada».

¿Quién me dará templar el voraz fuego en que ardo todo yo? —Trémula, incierta,

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José Joaquín de Olmedo

torpe la mano va sobre la lira dando discorde son. ¿Quién me liberta del dios que me fatiga...?

Siento unas veces la rebelde Musa,cual bacante en furor, vagar inciertapor medio de las plazas bulliciosas,o sola por las selvas silenciosas,o las risueñas playasque manso lame el caudoloso Guayas;otras el vuelo arrebatada tiendesobre los montes, y de allí desciendeal campo de Junín, y ardiendo en ira,los numerosos escuadrones miraque el odiado pendón de España arbolan,y en cristado morrión y peto armada,cual amazona fiera,se mezcla entre las filas la primerade todos los guerreros,y a combatir con ellos se adelanta,triunfa con ellos y sus triunfos canta.

Tal en los siglos de virtud y gloria,donde el guerrero solo y el poetaeran dignos de honor y de memoria,la musa audaz de Píndaro divino,cual interépido atleta,en inmortal porfíaal griego estadio concurrir solía;y en estro hirviendo y en amor de famay del metro y del número impaciente,pulsa su lira de oro sonorosay alto asiento concede entre los dioses

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Literatura del siglo xix

al que fuera en la lid más valeroso,o al más afortunado;pero luego, envidiosade la inmortalidad que les ha dado,ciega se lanza al circo polvoroso,las alas rapidísimas agitay al carro vencedor se precipita,y desatando armónicos raudales,pide, disputa, gana,o arrebata la palma a sus rivales.

¿Quién es aquel que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina? ¿que el campo desde allí mide, y el sitio del combatir y del vencer desina?¿Que la hueste contraria observa, cuenta, y en su mente la rompe y desordena, y a los más bravos a morir condena, cual águila caudal que se complace del alto cielo en divisar la presa que entre el rebaño mal segura pace? ¿Quién el que ya desciende pronto y apercibido a la pelea?Preñada en tempestades le rodea nube tremenda; el brillo de su espada es el vivo reflejo de la gloria; su voz un trueno, su mirada un rayo. ¿Quién, aquel que, al trabarse la batalla, ufano como nuncio de victoria, un corcel impetuoso fatigando, discurre sin cesar por toda parte...? ¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?

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José Joaquín de Olmedo

Sonó su voz: «Peruanos,mirad allí los duros opresores,de vuestra patria; bravos Colombianosen cien crudas batallas vencedores,mirad allí los duros opresoresque buscando venís desde Orinoco:suya es la fuerza y el valor es vuestro,vuestra será la gloria;pues lidiar con valor y por la patriaes el mejor presagio de victoria.Acometed, que siemprede quien se atreve más el triunfo ha sido;quien no espera vencer, ya está vencido».

Dice, y al punto cual fugaces carros que, dada la señal, parten y en densos de arena y polvo torbellinos ruedan; arden los ejes, se estremece el suelo, estrépito confuso asorda el cielo, y en medio del afán cada cual teme que los demás adelantarse puedan; así los ordenados escuadrones que del iris reflejan los colores o la imagen del sol en sus pendones, se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera, quién, que su ímpetu mismo los perdiera!

¡Perderse! no, jamás; que en la pelea los arrastra y anima e importuna de Bolívar el genio y la fortuna.Llama improviso al bravo Necochea, y mostrándole el campo,

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partir, acometer, vencer le manda, y el guerrero esforzado, otra vez vencedor, y otra cantado, dentro en el corazón por patria jura cumplir la orden fatal, y a la victoria o a noble y cierta muerte se apresura.

Ya el formidable estruendodel atambor en uno y otro bando,y el son de las trompetas clamoroso,y el relinchar del alazán fogosoque, erguida la cerviz y el ojo ardiendoen bélico furor, salta impacientedo más se encruelece la pelea,y el silbo de las balas que, rasgandoel aire, llevan por doquier la muerte,y el choque asaz horrendode selvas densas de ferradas picas,y el brillo y estridor de los acerosque al sol reflectan sanguinosos visos,y espadas, lanzas, miembros esparcidoso en torrentes de sangre arrebatados,y el violento tropel de los guerrerosque más feroces mientras más heridos,dando y volviendo el golpe redoblado,mueren, mas no se rinden... todo anunciaque el momento ha llegado,en el gran libro del destino escrito,de la v enganza al pueblo americano,de mengua y de baldón al castellano.

Si el fanatismo con sus furias todas, hijas del negro averno, me inflamara,

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José Joaquín de Olmedo

y mi pecho y mi musa enardeciera en tartáreo furor, del león de España, al ver dudoso el triunfo, me atreviera a pintar el rencor y horrible saña.Ruge atroz, y cobrando más fuerza en su despecho, se abalanza, abriéndose ancha calle entre las haces, por medio el fuego y contrapuestas lanzas; rayos respira, mortandad y estrago, y sin pararse a devorar la presa, prosigue en su furor, y en cada huella deja de negra sangre un hondo lago.

En tanto el Argentino valeroso recuerda que vencer se le ha mandado, y no ya cual caudillo, cual soldado los formidables ímpetus contiene y uno en contra de ciento se sostiene, como tigre furiosa de rabiosos mastines acosada, que guardan el redil, mata, destroza, ahuyenta sus contrarios, y aunque herida, sale con la victoria y con la vida.

Oh capitán valiente, blasón ilustre de tu ilustre patria, no morirás, tu nombre eternamente en nuestros fastos sonará glorioso, y bellas ninfas de tu Plata undoso a tu gloria darán sonoro canto y a tu ingrato destino acerbo llanto,

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Literatura del siglo xix

Ya el intrépido Miller aparece y el desigual combate restablece.Bajo su mando ufana marchar se ve la juventud peruana ardiente, firme, a perecer resuelta, si acaso el hado infiel vencer le niega.En el arduo conflicto opone ciega a los adversos dardos firmes pechos, y otro nombre conquista con sus hechos.

¿Son esos los garzones delicados entre seda y aromas arrullados?¿Los hijos del placer son esos fieros?Sí, que los que antes desatar no osaban los dulces lazos de jazmín y rosa con que amor y placer los enredaban, hoy ya con mano fuerte la cadena quebrantan ponderosa

que ató sus pies, y vuelan denodados a los campos de muerte y gloria cierta, apenas la alta fama los despierta de los guerreros que su cara patria en tres lustros de sangre libertaron, y apenas el querido nombre de libertad su pecho inflama, y de amor patrio la celeste llama prende en su corazón adormecido.

Tal el joven Aquiles,que en infame disfraz y en ocio blandode lánguidos suspiros,los destinos de Grecia dilatando,vive cautivo en la beldad de Sciros:

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los ojos pace en el vistoso alarde de arreos y de galas femeniles que de India y Tiro y Menfis opulenta curiosos mercadantes le encarecen; mas a su vista apenas resplandecen pavés, espada y yelmo, que entre gasas el Itacense astuto le presenta, pásmase... se recobra, y con violenta mano el templado acero arrebatando, rasga y arroja las indignas tocas, parte, traspasa el mar, y en la troyana arena muerte, asolación, espanto difunde por doquier; todo le cede... aun Héctor retrocede... y cae al fin, y en derredor tres veces su sangriento cadáver profanado, al veloz carro atado del vencedor inexorable y duro, el polvo barre del sagrado muro.

Ora mi lira resonar debíadel nombre y las hazañas portentosasde tantos capitanes, que este díala palma del valor se disputarondigna de todos... Carvajal... y Silva...y Suárez... y otros mil...; mas de improvisola espada de Bolívar aparece,y a todos los guerreros,como el sol a los astros, oscurece.

Yo acaso más osado le cantara, si la meónia Musa me prestara la resonante trompa que otro tiempo

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cantaba al crudo Marte entre los Traces, bien animando las terribles haces, bien los fieros caballos, que la lumbre de la égida de Palas espantaba.

Tal el héroe brillabapor las primeras filas discurriendo.Se oye su voz, su acero resplandece, do más la pugna y el peligro crece.Nada le puede resistir... Y es fama,—¡oh portento inaudito! —que el bello nombre de Colombia escritosobre su frente, en torno despedíarayos de luz tan viva y refulgenteque, deslumbrado el español, desmaya,tiembla, pierde la voz, el movimiento,solo para la fuga tiene aliento.

Así cuando en la noche algún malvado va a descargar el brazo levantado, si de improviso lanza un rayo el cielo, se pasma y el puñal trémulo suelta, hielo mortal a su furor sucede, tiembla y horrorizado retrocede.Ya no hay más combatir. El enemigo el campo todo y la victoria cede; huye cual ciervo herido, y a donde huye, allí encuentra la muerte. Los caballos que fueron su esperanza en la pelea, heridos, espantados, por el campo o entre las filas v agan, salpicando el suelo en sangre que su crin gotea, derriban al jinete, lo atropellan,

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y las catervas van despavoridas, o unas en otras con terror se estrellan.

Crece la confusión, crece el espanto, y al impulso del aire, que vibrando sube en clamores y alaridos lleno, tremen las cumbres que respeta el trueno. Y discurriendo el vencedor en tanto por cimas de cadáveres y heridos, postra al que huye, perdona a los rendidos.

Padre del universo, Sol radioso, dios del Perú, modera omnipotente el ardor de tu carro impetuoso, y no escondas tu luz indeficiente...Una hora más de luz... —Pero esta hora no fue la del destino. El dios oía el voto de su pueblo, y de la frente el cerco de diamante desceñía, en fugaz rayo el horizonte dora, en mayor disco menos luz ofrece y veloz tras los Andes se oscurece.

Tendió su manto lóbrego la noche: y las reliquias del perdido bando, con sus tristes y atónitos caudillos, corren sin saber dónde, espavoridas, y de su sombra misma se estremecen; y al fin en las tinieblas ocultando su afrenta y su pavor, desaparacen.

¡Victoria por la Patria! ¡oh Dios, victoria! ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!

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Literatura del siglo XIX

Ya el ronco parche y el clarín sonoro no a presagiar batalla y muerte suena ni a enfurecer las almas, mas se estrena en alentar el bullicioso coro de vivas y patrióticas canciones.Arden cien pinos, y a su luz, las sombras huyeron, cual poco antes desbandadas huyeron de la espada de Colombia las vandálicas huestes debeladas.

En torno de la lumbre, el nombre de Bolívar repitiendo y las hazañas de tan claro día, los jefes y la alegre muchedumbre consumen en acordes libaciones de Baco y Ceres los celestes dones.

«Victoria, paz -c la m a b a n -paz para siempre. Furia de la guerra,húndete al hondo averno derrocada.Ya cesa el mal y el llanto de la tierra.Paz para siempre. La sanguínea espada, o cubierta de orín ignominioso, o en el útil arado transformada, nuevas leyes dará. Las varias gentes del mundo que, a despecho de los cielos y del ignoto ponto proceloso, abrió a Colón su audacia o su codicia, todas ya para siempre recobraron en Junín libertad, gloria y reposo».

«Gloria, mas no reposo», —de repente clamó una voz de lo alto de los cielos;

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y a los ecos los ecos por tres veces «Gloria, mas no reposo», respondieron. El suelo tiembla, y, cual fulgentes faros, de los Andes las cúspides ardieron; y de la noche el pavoroso manto se transparenta y rásgase, y el éter allá lejos purísimo aparece y en rósea luz bañado resplandece.

Cuando improviso veneranda Sombra, en faz serena y ademán augusto, entre cándidas nubes se levanta: del hombro izquierdo nebuloso manto pende, y su diestra aéreo cetro rige; su mirar noble, pero no sañudo; y nieblas figuraban a su planta penacho, arco, carcaj, flechas y escudo; una zona de estrellas glorificaba en derredor su frente y la borla imperial de ella pendiente.

Miró a Junín, y plácida sonrisavagó sobre su faz. «Hijos - d e c ía -generación del sol afortunada,que con placer yo puedo llamar mía,yo soy Huayna Cápac, soy el postrerodel vástago sagrado;dichoso rey, mas padre desgraciado.De esta mansión de paz y luz he visto correr las tres centurias de maldición, de sangre y servidumbre y el imperio regido por las Furias».

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No hay punto en estos valles y estos cerros que no mande tristísimas memorias. Torrentes mil de sangre se cruzaron aquí y allí; las tribus numerosas al ruido del cañón se disiparon, y los restos mortales de mi gente aun a las mismas rocas fecundaron.Mas allá un hijo expira entre los hierros de su sagrada majestad indignos...Un insolente y vil aventurero y un iracundo sacerdote fueron de un poderoso Rey los asesinos...¡Tantos horrores y maldades tantas por el oro que hollaban nuestras plantas!

Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía!Que de vivir, lo juro, bastaría, sobrara a debelar la hidra española esta mi diestra triunfadora, sola.

Y nuestro suelo, que ama sobre todos el Sol mi padre, en el estrago fierono fue, ¡oh dolor! ni el solo, ni el primero: que mis caros hermanos el gran Guatimozín y Motezuma conmigo el caso acerbo lamentaron de su nefaria muerte y cautiverio, y la devastación del grande imperio, en riqueza y poder igual al mío...Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan el ultraje inaudito, y entre fiestas alevosas el dardo prevenido y el lecho en vivas ascuas encendido.

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¡Guerra al usurpador! —¿Qué le debemos? ¿luces, costumbres, religión o leyes...?¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos, feroces y por fin supersticiosos!¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos! Sangre, plomo veloz, cadenas fueron los sacramentos santos que trajeron.¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa de amor y de consuelo para el hombre! ¡cuántos males se hicieron en tu nombre! ¿Y qué lazos de amor...? Por los oficios de la hospitalidad más generosa hierros nos dan, por gratitud, suplicios.

Todos, sí, todos; menos uno solo: el mártir del amor americano, de paz, de caridad apóstol santo, divino Casas, de otra patria digno; nos amó hasta morir.—Por tanto ahora en el empíreo entre los Incas mora.

En tanto la hora inevitable vino que con diamante señaló el destino a la venganza y gloria de mi pueblo: y se alza el vengador.—Desde otros mares, como sonante tempestad, se acerca, y fulminó; y del Inca en la Peana, que el tiempo y un poder furia! profana, cual de un dios irritado en los altares, las víctimas cayeron a millares.¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilecto hijo y amigo y vengador del Inca!

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Literatura del siglo xtx

¡Oh pueblos, que formáis un pueblo solo y una familia, y todos sois mis hijos! vivid, triunfad...

El Inca esclarecidoiba a seguir, mas de repente quedaen éxtasis profundo embebecido:atónito, en el cieloambos ojos inmóviles ponía,y en la improvisa inspiración absorto,la sombra de una estatua parecía.

Cobró la voz al fin. «Pueblos —decía­la página fatal ante mis ojos desenvolvió el destino, salpicada toda en purpúrea sangre, mas en torno también en bello resplandor bañada.Jefe de mi nación, nobles guerreros, oíd cuanto mi oráculo os previene, y requerid los ínclitos aceros, y en vez de cantos nueva alarma suene; que en otros campos de inmortal memoria la Patria os pide, y el destino os manda otro afán, nueva lid, mayor victoria».

Las legiones atónitas oían; mas luego que se anuncia otro combate, se alzan, arman, y al orden de batalla ufanas y prestísimas corrieran y ya de acometer la voz esperan.

Reina el silencio; mas de su alta nube el Inca exclama: «De ese ardor es digna

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la ardua lid que os espera; ardua, terrible, pero al fin postrera.Ese adalid vencido vuela en su fuga a mi sagrada Cuzco, y en su furia insensata, gentes, armas, tesoros arrebata, y a nuevo azar entrega su fortuna; venganza, indignación, furor le inflaman y allá en su pecho hierven, como fuegos que de un volcán en las entrañas braman.

Marcha; y el mismo campo donde ciegos en sangrienta porfía los primeros tiranos disputaron cuál de ellos solo dominar debía,—pues el poder y el oro dividido templar su ardiente fiebre no podía— en ese campo, que a discordia ajena debió su infausto nombre y la cadena que después arrastró todo el imperio, allí, no sin misterio, venganza y gloria nos darán los cielos. ¡Oh valle de Ayacucho bienhadado! Campo serás de gloria y de venganza... Mas no sin sangre... ¡Yo me estremeciera si mi ser inmortal no lo impidiera!

Allí Bolívar en su heroica mente mayores pensamientos revolviendo, el nuevo triunfo trazará, y haciendo de su genio y poder un nuevo ensayo, al joven Sucre prestará su rayo, al joven animoso,

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a quien del Ecuador montes y ríos dos veces aclamaron victorioso.Ya se verá en la frente del guerrero toda el alma del héroe reflejada, que el le quiso infundir de una mirada.

Como torrentes desde la alta cumbre al valle en mil raudales despeñados, vendrán los hijos de la infanda Iberia, soberbios en su ñera muchedumbre, cuando a su encuentro volará impaciente tu juventud, Colombia belicosa, y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa, y el caudillo impertérrito a su frente.

¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno! Cual aturde y espanta en su estallido de hórrida tempestad el postrer trueno, arder en fuego el aire, en humo y polvo oscurecerse el cielo y, con la sangre en que rebosa el suelo, se verá al Apurímac de repente embravecer su rápida corriente.

Mientras por sierras y hondos precipicios, a la hueste enemiga el impaciente Córdova fatiga,Córdova, a quien inflamafuego de edad y amor de patria y fama,Córdova, en cuyas sienes con bello artecrecen y se entrelazantu mirto, Venus, tus laureles, Marte.

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Con su Miller los Húsares recuerdan el nombre de Junín, Vargas su nombre, y Vencedor el suyo con su Lara en cien hazañas cada cual más clara.

Allá por otra parte, sereno, pero siempre infatigable, terrible cual su nombre, batallando se presenta La-Mar, y se apresura la tarda rota del protervo bando.Era su antiguo voto, por la patria combatir y morir; Dios complacido combatir y vencer le ha concedido. Mártir del pundonor, he aquí tu día: ya la calumnia impía bajo tu pie bramando confundida, te sonríe la Patria agradecida; y tu nombre glorioso, al armónico canto que resuena en las floridas márgenes del Guayas que por oírlo su corriente enfrena, se mezclará, y el pecho de tu amigo, tus hazañas cantando y tu ventura, palpitará de gozo y de ternura.

Lo grande y peligrosohiela al cobarde, irrita al animoso.¡Qué intrepidez! ¡Qué súbito coraje el brazo agita y en el pecho prende del que su patria y libertad defiende!El menor resistir es nuevo ultraje.El jinete impetuoso,

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el fulmíneo arcabuz de sí arrojando, lánzase a tierra con el hierro en mano, pues le parece en trance tan dudoso lento el caballo, perezoso el plomo.Crece el ardor. Ya cede en toda parte el número al valor, la fuerza al arte.

Y el Ibero arrogante en las memorias de sus pasadas glorias, firme, feroz resiste, y ya en idea, bajo triunfales arcos, que alzar debe la sojuzgada Lima, se pasea.Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada; ni la resuelta y numerosa tropa le sirve. Cede al ímpetu tremendo; y el arma de Baylén rindió cayendo el vencedor del vencedor de Europa.

Perdió el valor, mas no las iras pierde, y en furibunda rabia el polvo muerde; alza el párpado grave, y sanguinosos ruedan sus ojos y sus dientes crujen; mira la luz, se indigna de mirarla, acusa, insulta al cielo, y de sus labios cárdenos, espumosos, votos y negra sangre y hiel brotando, en vano un vengador, muere, invocando.

¡Ah! ya diviso míseras reliquias, con todos sus caudillos humillados, venir pidiendo paz; y generoso, en nombre de Bolívar y la Patria, no se la niega el Vencedor glorioso,

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y su triunfo sangrientocon el ramo feliz de paz corona.Que si Patria y honor le arman la mano arde en venganza el pecho americano, y cuando vence, todo lo perdona.

Las voces, el clamor de los que vencen, y de Quinó las ásperas montañas y los cóncavos senos de la tierra y los ecos sin fin de la ardua sierra, todos repiten sin cesar: ¡Victoria!

Y las bullentes linfas de Apurímac a las fugaces linfas de Ucavalese unen, y unidas, llevan presurosas, en sonante murmullo y alba espuma, con palmas en las manos y coronas, esta nueva feliz al Amazonas.Y el espléndido rey al punto ordena a sus delfines, ninfas y sirenasque en clamorosos plácidos cantares, tan gran victoria anuncien a los mares.

¡Salud, oh Vencedor! ¡Oh Sucre!, vence, y de nuevo laurel orla tu frente; alta esperanza de tu insigne patria, como la palma al margen de un torrente crece tu nombre... y sola, en este día tu gloria, sin Bolívar, brillaría.Tal se ve Héspero arder en su carrera;que del nocturno cielosuyo el imperio sin la luna fuera.

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Por las manos de Sucre la Victoria ciñe a Bolívar lauro inmarcesible.¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho, fatiga eterna al bronce de la Fama, segunda vez Libertador te aclama.

Esta es la hora feliz. Desde aquí empiezala nueva edad al Inca prometidade libertad, de paz y de grandeza.Rompiste la cadena aborrecida,la rebelde cerviz hispana hollaste,grande gloria alcanzaste;pero mayor te espera, si a mí Pueblo,así cual a la guerra lo conformasy a conquistar su libertad le empeñas,la rara y ardua cienciade merecer la paz y vivir librecon voz y ejemplo y con poder le enseñas.

Yo con riendas de seda regí el pueblo, y cual padre le amé, mas no quisiera que el cetro de los Incas renaciera; que ya se vio algún Inca, que teniendo el terrible poder todo en su mano, comenzó padre y acabó tirano.Yo fui conquistador, ya me avergüenzo del glorioso y sangriento ministerio, pues un conquistador, el más humano, formar, mas no regir debe un imperio.

Por no trillada senda, de la gloria al templo vuelas, ínclito Bolívar:

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que ese poder tremendo que te fíade los Padres el íntegro senado,si otro tiempo perder a Roma pudo,en tu potente mano es a la Libertad del Pueblo escudo.

¡Oh Libertad! El Héroe que podía ser el brazo de Marte sanguinario, ese es tu sacerdote más celoso, y el primero que toma el incensario y a tus aras se inclina silencioso.¡Oh Libertad! si al pueblo americano la solemne misión ha dado el cielo de domeñar el monstruo de la guerra y dilatar tu imperio soberano por las regiones todas de la tierra y por las ondas todas de los mares, no temas, con este héroe, que algún día eclipse el ciego error tus resplandores, superstición profane tus altares, ni que insulte tu ley la tiranía; ya tu imperio y tu culto son eternos.Y cual restauras en su antigua gloria del santo y poderoso Pacha-Camac el templo portentoso, tiempo vendrá, mi oráculo no miente, en que darás a pueblos destronados su majestad ingénita y su solio, animarás las ruinas de Cartago, relevarás en Grecia el Areopago, y en la humillada Roma el Capitolio.

Tuya será, Bolívar, esta gloria, tuya romper el yugo de los reyes

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y, a su despecho, entronizar las leyes; y la discordia en áspides crinada, por tu brazo en cien nudos aherrojada, ante los haces santos confundidas harás temblar las armas parricidas.

Ya las hondas entrañas de la tierraen larga vena ofrecen el tesoroque en ellas guarda el Sol, y nuestros monteslos valles regarán con lava de oro.Y el Pueblo primogénito dichoso de Libertad, que sobre todos tanto por su poder y gloria se enaltece, como entre sus estrellas, la estrella de Virginia resplandece, nos da el ósculo santo de amistad fraternal. Y las naciones del remoto hemisferio celebrado, al contemplar el vuelo arrebatado de nuestras musas y artes, como iguales amigos nos saludan, con el tridente abriendo la carrera la Reina de los mares, la primera.

Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloriay vuestra libertad incontrastablecontra el poder y liga detestablede todos los tiranos conjurados,si en lazo federal, de polo a polo,en la guerra y la paz vivís unidos;vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos!para ser libres y jamás vencidos.

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Esta unión, este lazo poderoso la gran cadena de los Andes sea, que en fortísimo enlace, se dilatan del uno al otro mar. Las tempestades del cielo ardiendo en fuego se arrebatan, erupciones volcánicas arrasan campos, pueblos, vastísimas regiones, y amenazan horrendas convulsiones el globo destrozar desde el profundo; ellos, empero, firmes y serenos ven el estrago funeral del mundo.

Esta es, Bolívar, aun mayor hazaña que destrozar el férreo cetro a España, y es digna de ti solo; en tanto triunfa... Ya se alzan los magníficos trofeos y tu nombre, aclamado por las vecinas y remotas gentes en lenguas, voces, metros diferentes, recorrerá la serie de los siglos en las alas del canto arrebatado...Y en medio del concento numeroso la voz del Guayas crece y a las más resonantes enmudece.

Tú la salud y honor de nuestro puebloserás viviendo, y Ángel poderosoque lo proteja, cuandotarde al empíreo el vuelo arrebataresy entre los claros Incasa la diestra de Manco te sentares.

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Así place al destino. ¡Oh! ved al cóndor, al peruviano rey del pueblo aerio, a quien ya cede el águila el imperio, vedle cuál desplegando en nuevas galas las espléndidas alas, sublime a la región del sol se eleva y el alto augurio que os revelo aprueba.

«Marchad, marchad, guerreros, y apresurad el día de la gloria; que en la fragosa margen de Apurímac con palmas os espera la victoria».

Dijo el Inca; y las bóvedas etéreas de par en par se abrieron, en viva luz y resplandor brillaron y en celestiales cantos resonaron.

Era el coro de cándidas Vestales, las vírgenes del Sol, que rodeando al Inca como a Sumo Sacerdote, en gozo santo y ecos virginales en torno van cantando del Sol las alabanzas inmortales.

«Alma eterna del mundo,dios santo del Perú, Padre del Inca,en tu giro fecundogózate sin cesar, Luz bienhechoraviendo ya libre el pueblo que te adora.

La tiniebla de sangre y servidumbre que ofuscaba la lumbre

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de tu radiante faz pura y serena se disipó, y en cantos se convierte la querella de muerte y el ruido antiguo de servil cadena.

Aquí la Libertad buscó un asilo, amable peregrina,y ya lo encuentra plácido y tranquilo, y aquí poner la diosa quiere su templo y ara milagrosa; aquí, olvidada de su cara Helvecia, se viene a consolar de la ruina de los altares que le alzó la Grecia, y en todos sus oráculos proclama que al Madalén y al Rímac bullicioso ya sobre el Tíber y el Eurotas ama.

¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampares este suelo jamás, ni estos altares.

Tu vivífico ardor todos los seres anima y reproduce; por ti viven, y acción, salud, placer, beldad reciben. Tú al labrador despiertas y a las aves canoras en tus primeras horas, y son tuyos sus cantos matinales; por ti siente el guerrero en amor patrio enardecida el alma, y al pie de tu ara rinde placentero su laurel y su palma, y tuyos son sus cánticos marciales.

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Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra, y los males repara de la guerra.

Da a nuestros campos frutos abundosos,aunque niegues el brillo a los metales,da naves a los puertos,pueblos a los desiertos,a las armas victoria,alas al genio y a las Musas gloria.

Dios del Perú, sostén, salva, conforta el brazo que te venga, no para nuevas lides sanguinosas, que miran con horror madres y esposas, sino para poner a olas civiles límites ciertos, y que en paz florezcan de la alma paz los dones soberanos, y arredre a sediciosos y a tiranos.Brilla con nueva luz, Rey de los cielos, brilla con nueva luz en aquel día del triunfo que magnífica prepara a su Libertador la patria mía.— ¡Pompa digna del Inca y del imperio que hoy de su ruina a nuevo ser revive!

Abre tus puertas, opulenta Lima, abate tus murallas y recibe al noble triunfador que rodeado de pueblos numerosos y aclamado ángel de la esperanza y genio de la paz y de la gloria, en inefable majestad avanza.

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Las musas y las artes revolando en torno van del carro esplendoroso, y los pendones patrios vencedores al aire vago ondean, ostentando del sol la imagen, de iris los colores.Y en ágil planta y en gentiles formasdando al viento el cabello desparcido,de flores matizado,cual las horas del sol, raudas y bellas,saltan en derredor lindas doncellasen giro no estudiado;las glorias de su patriaen sus patrios cantares celebrandoy en sus pulidas manos levantando,albos y tersos como el seno de ellas,cien primorosos vasos de alabastroque espiran fragantísimos aromas,y de su centro se derrama y subepor los cerúleos ámbitos del cielode ondoso incienso transparente nube.

Cierran la pompa espléndidos trofeos y por delante en larga serie marchan humildes, confundidos, los pueblos y los jefes va vencidos: allá procede el Ástur belicoso, allí va el Catalán infatigable, y el agreste Celtíbero indomable, y el Cántabro feroz, que a la romana cadena el cuello sujetó el postrero, y el Andaluz liviano, y el adusto y severo Castellano;

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ya el áureo Tajo cetro y nombre cede, y las que antes, graciosas fueron honor del fabuloso suelo,Ninfas del Tormes y el Genil, en duelo se esconden silenciosas; y el grande Betis viendo ya marchita su sacra oliva, menos orgulloso, paga su antiguo feudo al mar undoso.

El sol suspenso en la mitad del cieloaplaudirá esta pompa— ¡Oh Sol! ¡oh Padre!tu luz rompa y disipelas sombras del antiguo cautiverio,tu luz nos dé el imperio,tu luz la libertad nos restituya;tuya es la tierra y la victoria es tuya».

Cesó el canto; los cielos aplaudieron y en plácido fulgor resplandecieron.Todos quedan atónitos; y en tanto tras la dorada nube el Inca santo y las santas Vestales se escondieron.

Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos, humilde musa mía? ¡Oh! no reveles a los seres mortales en débil canto, arcanos celestiales.Y ciñan otros la apolínea rama y siéntense a la mesa de los dioses, y los arrulle la parlera fama, que es la gloria y tormento de la vida; yo volveré a mi flauta conocida, libre vagando por el bosque umbrío

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.José Joaquín de Olmedo

de naranjos y opacos tamarindos,o entre el rosal pintado y olorosoque matiza la margen de mi río,o entre risueños campos, do en pomposotrono piramidal y alta corona,la piña ostenta el cetro de Pomona;y me diré feliz si mereciere,al colgar esta lira en que he cantadoen tono menos dignola gloria y el destinodel venturoso pueblo americano,yo me diré feliz si merecierepor premio a mi osadíauna mirada tierna de las Graciasy el aprecio y amor de mis hermanos,una sonrisa de la Patria mía,y el odio y el furor de los tiranos.’

N o ta:

"Texto revisado de: De Olmedo, José Joaquín. «Obras completas. Poesías». Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1 9 4 5 -

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Dolores Veintimilla de Galindo

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Dolores Veintimilla de Galindo

Nota biográfica

A los veintiséis años ya no podía ni con su alma. A veces el nombre es pesadumbre adelantada del destino. Así, Dolores Veintimilla de Galindo decía en su famoso poe­

ma «Sufrimiento»: «En mi nombre mi sino me pusiste!»1. Nació en Quito el 12 de julio de 1829, en una familia burguesa y quizá cuantas condescendencias y privilegios hubo en su niñez la aleja­ron de una realidad adornada de inevitable apariencia, seguridad y mimos. Dolores Veintimilla de Galindo fue una delicada flor de invernadero: «Siempre halagüeña, siempre enamorada»2.

Dolores dedicó parte de su infancia y adolescencia a la lectura de literatura romántica que colmaba la vida social e intelectual de su primera juventud en Guayaquil, ciudad a la que rinde homenaje en el poema «A Carmen»: «¡Ninfas del Guayas encantador!»3.

Tras contraer matrimonio con el médico colombiano Sixto Galindo, se trasladó a Cuenca cuando contaba apenas dieciocho años. Su joven alma fue pasto de la tristeza, del abandono y del aburrimiento, de un insulso entorno social como manifestaba en los versos de «Anhelo» y «Desencanto»:

¡Oh! ¿dónde está ese mundo que soñé allá en los años de mi edad primera?4

¿Por qué mi mente con tenaz porfía Mi voluntad combate [...]5

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Este delicado carácter se evidencia en la melancolía que se ceba en la elegante belleza primigenia de los débiles:

Yo no quiero ventura ni gloria,Solo quiero mi llanto verter;Que en mi mente la cruda memoria Solo tengo de cruel padecer6.

No se hubiera dado el caso si los benévolos dioses hubieran hallado en ella el halo de coraje y de lucha, con que la también quiteña Rosa Zárate hizo gala. Dolores y Rosa son el haz y el envés de lo que la mujer ecuatoriana dio al mundo. Dolores se deshabitó de sí para habitarse de sí misma, en el limitado y breve campo del acto creador de su poesía: «Hoy de mí misma nada me ha quedado»7.

Su romanticismo oscilaba entre el culto a la naturaleza y las leyes que abogaban por el derecho a matar. Como ejemplo de esta oscilante lucha, su imaginación herida de injusticias se afanó en abanderar en su Necrología contra el ajusticiamiento del indígena Tiburcio Lucero, el 20 de abril de 1857, en la plazuela de San Francisco de la ciudad de Cuenca. La presencia de la indignidad humana encontró vital eco y reconocido consuelo en sus palabras:

[...] la vida que de suyo es un constante dolor: la vida que de suyo es la defección continua de las más caras afecciones del corazón: la vida que de suyo es la desaparición sucesiva de todas nuestras esperanzas: la vida, en fin, que es una cadena más o menos larga de infortunios, cuyos pesados eslabones son vueltos aún más pesados por las preocupaciones sociales8.

Este alegato contra la pena de muerte le fue fatídico. En conse­cuencia, se derivarán los encontronazos de una sociedad cerril, alentada por los insultantes panfletos, y por los vituperantes libe­los, ya del canónigo Ignacio Marchán, ya de su acólito y discípulo fray Vicente Solano, quienes la acusaron de panteísta, al exprimir

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Dolores Veintimilla de Galindo

cuanto pudieron la acerba ponzoña de la expresión «Gran Todo», escrita en su Necrología. Nunca antes la envidia hizo tan brutal mella al sacar una palabra fuera de su contexto. A sus enemigos, Ventimilla contestó en un desalentador poema:

[...] ¡ay de mí!¿Envidiáis, envidiáis que sus aromas le dé a las brisas mansas el jazmín?¿Envidiáis que los pájaros entonen sus himnos cuando el sol viene a lucir?9

El lirismo presente en su obra se contrapone a la tragedia de su vida. Abandonada, Veintimilla encarna como nadie al personaje homérico de La Odisea, porque, mientras ella sí estuvo a la altura de Penélope, Sixto Galindo no lo estuvo a la de Odiseo. Sola, con su hijo Santiago, cae víctima de las circunstancias vitales, para quienes su desatención y soledad fue campo de pérfidas mañas y de injuriosas insidias. Su corazón jugó la carta del tiempo en su contra y su alma quedó al desamparo de la calumnia. Emoielta en una tormentosa campaña, la sensibilidad de Veintimilla cedió a la hendidura de su corazón:

Con tu acompasado son Marcando vas inclemente De mi pobre corazón La violenta pulsación...¡Dichosa quien no te siente!10

En su Necrología se adelanta a su propia muerte y escribe, abo­gando por el propio Tiburcio Lucero:

¡Imposible no derramar lágrimas tan amargas como las que en ese momento salieron de los ojos del infortunado Lucero! Sí, las derramaste mártir de la opinión de los hombres; sí pero ellas fueron la última prueba que diste de la debilidad humana. Después, valiente y magnánimo como Sócrates, apuraste a grandes tragos la copa envenenada que te ofrecieron tus paisanos y bajaste tranquilo a la tumba“.

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Cabe pensar que crujió su corazón entre el amor y el odio. Dicen que como vestal se vistió de blanco, encendió unas velas negras, escribió a su madre, besó a su hijo, cerró las puertas y, paciente, sorbió socrática el veneno de cianuro de potasio y esperó ante aquella gratuita agresividad que la acorralaba. Su ofuscado ins­tinto pulsó la tecla de la muerte en la debilidad de un apetecido reposo eterno mientras el 23 de mayo de 1857 amanecía.

Notas:1 Veintimilla de Galindo, Dolores. «Sufrimiento». En Poetas románticos y neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960, pág. 191. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].2 «Quejas». Ibíd., pág. 196.3 «A Carmen». Ibíd., pág. 195.4 «Anhelo». Ibíd., pág. 1905 «Desencanto». Ibíd., pág. 1896 «Aspiración». Ibíd., pág. 188.7 «Anhelo». Ibíd., pág. 190.8 «Necrología». Ibíd., pág. 681.9 «A mis enemigos». Ibíd., pág. 198.10 «A un reloj». Ibíd., pág. 199.“ «Necrología». Ibíd., pág. 681

B ibliografía sobre la au to r a :

Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960.

De Veintimilla, Dolores. «Poesía». En Poetas románticos y neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].

Mata, Gonzalo Humberto. Dolores Veintimilla, asesinada. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1968.Márquez Tapia, Ricardo. La Safo ecuatoriana Dolores Veintimilla Carrión de Galindo. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1968.

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Recuerdos1

E n 1847 tenía 17 años cumplidos. Hasta esa edad mis días habían corrido llenos de placeres y brillantes ilusiones. Con la mirada fija en un porvenir risueño y encantador,

encontraba bajo mis plantas una senda cubierta de flores, y sobre mi cabeza un cielo tachonado de estrellas.

¡Era feliz! y pensaba que nunca se agostarían esas flores ni se apagarían esos astros!!...

Adorada de mi familia, especialmente de mi madre, había llegado a ser el jefe de la casa; en todo se consultaba mi voluntad; todo cedía al más pequeño de mis deseos; era completamente dichosa bajo la sombra del hogar doméstico, y en cuanto a mi vida social, nada me quedaba que pedir a la fortuna.

Desde que tuve 12 años me vi constantemente rodeada de una multitud de hombres, cuyo esmerado empeño era agradarme y satisfacer hasta mis caprichos de niña.

Una figura regular, un pundonor sin límites y un buen juicio acreditado, me hicieron obtener las consideraciones de todas las personas de las distintas clases sociales de mi patria.

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Literatura del siglo xix

A la edad de 14 años, un sentimiento de gratitud vino por primera vez a fijar mi atención en uno de mis amigos: hasta entonces mi corazón ligero y vago como el volar de la mariposa, no había hecho más que escuchar con desdén, y si se quiere con risa, los suspiros de los que me rodeaban. Se me había enseñado que los hombres no aman nunca y que siempre engañan: esto me hacía reír de ellos sin escrúpulo.

Poco a poco ese sentimiento de gratitud se cambió en una afección tierna, sentida y bienhechora que me ofreció mil y mil encantos.

La confianza que mi madre tenía en mí, me daba una completa libertad; era, pues, señora de mis acciones y de mis horas, y podía ver a mi amigo, que lo era también de mi madre, a mi satisfacción, estar y pasar sola con él, sin caer siquiera en cuenta que mi fortuna era una especialidad.

Respetada siempre por él, uno de mis placeres más íntimos era estar tranquila a su lado. A este hombre virtuoso es a quien debo la mayor parte de mis buenos sentimientos. Las horas que pasábamos juntos las empleaba en formar mi corazón para la virtud. Joven de 19 años, su amor le había vuelto reflexivo y prudente.

Después de cuatro años debíamos unir para siempre nuestro porvenir, y nunca escuché de sus labios la más ligera expresión que pudiera ruborizarme. Noches enteras pasábamos juntos en medio de la exaltación del baile, sin que me diera a comprender su cariño sino por medio de mil delicadas atenciones; por su arrebatado disgusto se notaba que la más pequeña indiscreción de los que me rodeaban había lastimado profundamente su corazón.

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Dolores Veintimilla de Galindo

Su alma noble no me inspiró jamás sospechas ni inquietudes. Me había prometido amarme siempre, le había ofrecido yo pertenecerle por toda mi vida, esto nos hacía felices.

¡Ah!, no se puede negar, aun cuando se diga lo contrario, que también el corazón de los hombres tiene impulsos generosos y abriga sentimientos elevados y las más saludables emociones para la virtud!

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Literatura del siglo xtx

Aspiración*

Yo no quiero ventura ni gloria, solo quiero mi llanto verter; que en mi mente la cruda memoria solo tengo de cruel padecer.

Cual espectro doliente y lloroso sola quiero en el mundo vagar, y en mi pecho, cual nunca ardoroso, solo quiero tu imagen llevar.

Yo no quiero del sol luminoso sus espléndidos rayos mirar, mas yo quiero un lugar tenebroso do contigo pudiera habitar.

Si del mundo un imperio se hiciera, que encerrara tesoros sin cuento; si este imperio a mis pies se pusiera, lo cambiara por verte un momento.

Si ángel fuera a quien templos y altares en mi culto se alzaran, tal vez con tormentos cambiara, eternales, por estar un instante a tus pies.

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Dolores Veintimilla de Galindo

Desencanto

¿Por qué mi mente con tenaz porfía mi voluntad combate, y obstinada, tristes recuerdos de la infancia mía ofrece a mi memoria infortunada?¿Por qué se cambia el esplendente día en mustia sombra del dolor velada, y a la sonrisa de inocente calma sucede el llanto y la ansiedad de mi alma?

Las puras flores que mi sien orlaron de mi frente fugaz se desprendieron, y cual sombra levísima pasaron en pos llevando el bien que me ofrecieron. Solo las horas del dolor quedaron; las horas del placer nunca volvieron, y de mi vida en el perdido encanto solo me queda por herencia el llanto.

Yo era en mi infancia alegre y venturosa como la flor que el céfiro acaricia, fascinada cual blanda mariposa que incauta goza en férvida delicia; pero la humana turba revoltosa mi corazón hirió con su injusticia y véome triste, en la mitad del mundo, víctima infausta de un dolor profundo.

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Literatura del siglo xix

Anhelo

¡Oh! ¿Dónde está ese mundo que soñé allá en los años de mi edad primera? ¿Dónde ese mundo que en mi mente orlé de blancas flores...? ¡Todo fue quimera!

Hoy de mí misma nada me ha quedado, pasaron ya mis horas de ventura, y solo tengo un corazón llagado y un alma ahogada en llanto y amargura.

¿Por qué tan pronto la ilusión pasé?¿Por qué en quebranto se trocó mi risay mi sueño fugaz se disipócual leve nube al soplo de la brisa...?

Vuelve a mis ojos óptica ilusión, vuelve, esperanza, a amenizar mi vida, vuelve, amistad, sublime inspiración... yo quiero dicha aun cuando sea mentida.

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Dolores Veintimilla de Galindo

Sufrimiento

Pasaste, edad hermosa, en que rizó el ambiente las hebras del cabello por mi frente que hoy anubla la pena congojosa. Pasaste, edad de rosa de los felices años, y contigo mis gratas ilusiones... Quedan en su lugar los desengaños que brotó el huracán de las pasiones.

Entonces ¡ay!, entonces, madre mía, tus labios enjugaban lágrimas infantiles que surcaban mis purpúreas mejillas... y en el día ¡ay de mí!, no estás cerca para verlas... ¡son del dolor alquitaradas perlas!

¡Madre! ¡Madre!, no sepas la amargura que aqueja el corazón de tu Dolores, saber mi desventura fuera aumentar tan solo los rigores con que en ti la desgracia audaz se encona. ¡En mi nombre mi sino me pusiste!¡sino, madre, bien triste!Mi corona nupcial, está en corona de espinas ya cambiada...Es tu Dolores ¡ay! ¡tan desdichada!!!

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Literatura del siglo xix

La noche y mi dolor

El negro manto que la noche umbría tiende en el mundo, a descansar convida.Su cuerpo extiende ya en la tierra fría cansado el pobre y su dolor olvida.

También el rico en su mullida cama duerme soñando avaro en sus riquezas; duerme el guerrero y en su ensueño exclama: —soy invencible y grandes mis proezas.

Duerme el pastor feliz en su cabaña y el marino tranquilo en su bajel; a este no altera la ambición ni saña; el mar no inquieta el reposar de aquel.

Duerme la fiera en lóbrega espesura, duerme el ave en las ramas guarecida, duerme el reptil en su morada impura, como el insecto en su mansión florida.

Duerme el viento, la brisa silenciosa gime apenas las flores cariciando; todo entre sombras a la par reposa, aquí durmiendo, más allá soñando.

Tú, dulce amiga, que tal vez un día al contemplar la luna misteriosa, exaltabas tu ardiente fantasía, derramando una lágrima amorosa,

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Dolores Veintimilla de Colindo

duermes también tranquila y descansada cual marino calmada la tormenta, así olvidando la inquietud pasada mientras tu amiga su dolor lamenta.

Déjame que hoy en soledad contemple de mi vida las flores deshojadas; hoy no hay mentira que mi dolor temple, murieron ya mis fábulas soñadas.

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Literatura del siglo xix

A Carmen(Remitiéndole un jazmín del Cabo)

Menos bella que tú, Carmela mía, vaya esa flor a ornar tu cabellera; yo misma la he cogido en la pradera y cariñosa mi alma te la envía. Cuando seca y marchita caiga un día no la arrojes, por Dios, a la ribera; guárdala cual memoria lisonjera de la dulce amistad que nos unía.

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Dolores Veintimilla de Galindo

¡Quejas!

¡Yamarle pude!... Al sol de la existencia se abría apenas soñadora el alma... Perdió mi pobre corazón su calma desde el fatal instante en que le hallé.Sus palabras sonaron en mi oído como música blanda y deliciosa; subió a mi rostro el tinte de la rosa; como la hoja en el árbol vacilé.

Su imagen en el sueño me acosaba siempre halagüeña, siempre enamorada; mil veces sorprendiste, madre amada, en mi boca un suspiro abrasador; y era él quien lo arrancaba de mi pecho, él, la fascinación de mis sentidos; él, ideal de mis sueños más queridos, él, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero en vez de flores me obsequiaba abrojos; sin él eran sombríos a mis ojos del sol los rayos en el mes de abril.Vivía de su vida aprisionada;era el centro de mi alma el amor suyo,era mi aspiración, era mi orgullo...¿por qué tan presto me olvidaba el vil?

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Literatura del siglo xix

No es mío ya su amor, que a otra prefiere; sus caricias son frías como el hielo.Es mentira su fe, finge desvelo...Mas no me engañará con su ficción...¡Y amarle pude delirante, loca!!!¡No! mi altivez no sufre su maltrato; y si a olvidar no alcanzas al ingrato ¡te arrancaré del pecho, corazón!

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Dolores Veintimilla de Galindo

A mis enemigos

¿Qué os hice yo, mujer desventurada, que en mi rostro, traidores, escupís de la infame calumnia la ponzoña y así matáis a mi alma juvenil?

¿Qué sombra os puede hacer una insensata que arroja de los vientos al confín los lamentos de su alma atribulada y el llanto de sus ojos? ¡Ay de mí!

¿Envidiáis, envidiáis que sus aromas le dé a las brisas mansas el jazmín? ¿Envidiáis que los pájaros entonen sus himnos cuando el sol viene a lucir?

¡No! ¡no os burláis de mí sino del cielo, que al hacerme tan triste e infeliz, me dio para endulzar mi desventura de ardiente inspiración rayo gentil!

¿Por qué, por qué queréis que yo sofoque lo que en mi pensamiento osa vivir?¿Por qué matáis para la dicha mi alma? ¿Por qué ¡cobardes! a traición me herís?

No dan respeto la mujer, la esposa,La madre amante a vuestra lengua vil...Me marcáis con el sello de la impura...¡Ay! ¡nada! ¡nada! ¡respetáis en mí!

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Literatura del siglo xix

Aun reloj

Con tu acompasado son marcando vas inclemente de mi pobre corazón la violenta pulsación... ¡Dichosa quién no te siente!

Funesto, funesto bien haces reloj... La venida marcas del ser a la vida, y así impasible también la hora de la partida.

N o t a :

‘ Como el lector ha podido comprobar, hemos pretendido introducir en su bio­grafía aquellos versos que, tomados de la presente selección, se aproximaran más a su íntimo sentir humano y evidenciara a quien leyere, como los títulos de sus poemas se presentaron dolorosamente a lo largo su vida.

N o t a :

Textos revisados de Poetas románticos. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásica Ariel; 9]. [A excepción de Recuerdos].

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Julio Zaldumbide

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Julio Zaldumbide

Nota biográfica

L a \ida y la obra de Zaldumbide van de la mano. De un lado, la valoración humana de un ejemplar republica­nismo, de otro, su insigne y destacado romanticismo.

Zaldumbide nació en Quito el 5 de julio de 1833. Su abuelo in­tervino en la Emancipación y su padre fundó la sociedad de ami­gos «El Quiteño Libre». De ahí surgió en Julio Zaldumbide su indeclinable espíritu nacional, su inquebrantable respeto por las leyes y un sediento afán democrático. Si su poesía se vinculaba al romanticismo de la naturaleza, su actividad política lo elevó hasta el Congreso de 1867, como diputado por Imbabura. Tras su paso como ministro de Instrucción Pública (1884-1885), retomó sus trabajos agrónomos y volvió a sus inquietudes literarias, los estudios clásicos y sus composiciones poéticas. Todas estas pre­ocupaciones figuran en su epistolario recogido en las Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En su \ida se dedicó a la lectura, y aún más a la relectura de los clásicos, porque le im­portaba más sentirse como poeta que el ser reconocido como tal. Fallece el 31 de julio de 1887.

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Literatura del siglo xix

O bra poética

La complejidad de los escritos de Julio Zaldumbide reside en que gran parte de ellos se encuentran inéditos o dispersos, lo que obliga a reclamar una acreditada edición de su obra completa. De su indiferencia creadora surgieron dos títulos: La naturaleza y Poesías líricas, cuyo futuro quedó al amparo de su hijo Gonzalo en la ciudad de Ibarra. La obra se disemina, según el criterio del profesor Morales Almeida, en un más amplio y acertado panorama de temas que abarcarían: las contemplaciones de la naturaleza, meditaciones poéticas, traducciones, composiciones religiosas y composiciones amorosas1. Es indudable que el romanticismo de su juvenil generación influyó en la concepción de un más excelso y renovado renacimiento poético.

Según el criterio de León Vivar, esta generación, entre quienes podríamos citar a Corral, Merchán, Piedrahita, Mera, Castro, Córdova, Avilés, etc., reúne una serie de coincidentes características. Así como la de ellos, la obra de Zaldumbide rezuma: el afán por la lectura clásica, el escepticismo que provoca el entorno, la meditación que suscita lo sensible, la presencia de lo legendario, la búsqueda de las formas folclóricas y autóctonas, la pasión amorosa y la mezcla nacida de los recursos literarios tomados de la literatura horaciana tales como el beatus illey locus amoenus, es decir, el añorado amparo de los lugares apacibles y amenos, búsqueda de una naturaleza íntima.

La poesía de Zaldumbide deambula entre la concepción romántica de un eterno descontento y la reposada lectura clásica que obedece a un espíritu abstraído y contemplativo. Existe un paralelismo entre su poema «A la soledad del campo», en donde se respira el mismo contenido aire del paisaje que en la oda «A la vida retirada», de Fray Luis de León. Así, la unidad lírica de

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Julio Zaldumbide

sus poemas percibe el sentimiento interpretativo de la naturaleza de Imbabura, al tiempo que su alma se desliza como el día por sus otros títulos: «La Mañana», «El mediodía», «La tarde» y «La noche».

N o ta:

'Zaldumbide, Julio. «Poesía». En Poetas románticos y neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].

B ibliografía sobre el au to r :

Arias, Augusto. Panorama de la literatura ecuatoriana. Quito: Ministerio de Educación, 1956.Mera, Juan León. Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Clásicos Ariel: 31].Poetas románticos y neoclásicos. Recuperado de http://www.cervantesvirtual. com/obra-visor/poetas-romanticos-y-neoclasicos—o/html/ooiod 133-8202- 11df-acc7-002185ce6064_18.htmlRodríguez Castelo, Hernán. Poetas románticos. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Clásicos Ariel; 9].Zaldumbide, Julio. «Poesía». En Poetas románticos y neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].

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Melancolía

A Laura

Flota en los aires, de la tarde el velo; y al mismo paso que las sombras cunden de la atezada noche en el espacio, dolorosos y oscuros pensamientos nacen dentro del alma y se difunden.

Contempla, Laura, en el tendido cielo esas nubes que vuelan arrebatadas de invisibles vientos...¿A dónde van?... Mi triste fantasíasuelta vagando, por doquiera miramisterios que al placer no se revelan.Parece que suspiraen torno nuestro el aura voladora;parece que al oídonos dice cosas tales,que sin saber nuestra alma su sentido,al escucharlas se estremece y llora.

¿Qué es esto, amada mía?¿Por qué en hondo silencio nos miramos y tus ojos se llenan y los míos de repentinas lágrimas?... No ha mucho

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Literatura del siglo xix

que en amorosos juegos la pradera nos miró andar, sus flores recogiendo: tú reías alegre y yo reía...Y ahora al recuerdo del placer perdido, lloro yo... lloras tú... y ambos callamos.

Laura, la noche avanza y muere el día... ¿Será que el veloz tiempo nos advierte en esta muda escena de agonía, que tu pasión así, y así la mía, morirán al venir la oscura muerte?...

Laura, la sombra sube y se adelanta, y al aire tiende ya su negro tul; la estrella de la tarde se levanta al firmamento azul.

«Ella verá a los dos», tú me dijiste; «quiero hablarte a su cándido fulgor»: Hela allí que ya luce: inquieto y triste te espero dulce amor.

Y no apareces... ¡ay! los ojos míos los vuelvo en derredor con ansiedad, mirando por los árboles sombríos, y no hallan tu beldad.

¿Por qué tardas? Hermosa es tu presencia como en la sombra el astro del amor, paz esparcen tus ojos e inocencia, y tu frente candor.

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A las flores

Prole gentil del céfiro y la aurora, nacida con el don de la belleza; gracias con que la gran naturaleza ríe, y su augusta majestad decora.

La luz del sol, que el universo dora, no tanto de su frente en la grandeza, cuanto en vosotras linda se adereza, y con matiz más gayo se colora.

En el campo del éter las estrellas son flores celestiales, y en el suelo vosotras sois estrellas de colores.

Tan puras sois, en fin, al par que bellas, que pienso que del mundo el claro cielo no tiene cosas más... que almas y flores.

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Literatura del siglo xix

Elegías(Fragmento)

I

A mis lágrimas

Corred, lágrimas tristes, que es dulce al alma mía sentiros a raudales del corazón manar; corred, que los suspiros que exhalo en todo el día las ansias de mi pecho no bastan a calmar.

Triste, férvido llanto, tus gotas de amargura mitigan celestiales la sed del corazón; y solo tú suavizas mi horrenda desventura, y solo tú consuelas mi lúgubre aflicción.

Que cuando de la cima de dulce venturanza desciende el alma al golpe del dardo del pesar, si entonces con la dicha perdemos la esperanza, nos queda solo el triste consuelo de llorar.

Y así la flor marchita revive del consuelo con lágrimas regadas por lóbrego dolor, como al nocturno llanto de tenebroso cielo cobran las flores secas su aroma y su color.

Corred, lágrimas mías, consuelo a mis dolores; en férvidos raudales del corazón manad; y así, de mis ensueños revivan ¡ay! las flores que ha marchitado el rayo del sol de la verdad.

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Julio Zaldumbide

II

Al Dolor

Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He aquí desnudo mi inerme pecho: el protector escudo que en otro tiempo rechazó tus dardos, roto en pedazos estalló a tus golpes, y contra ti ya nada me defiende.¡A ti me entrego en mi fatal despecho!

¡Hiere, pues, rompe, hiende, destroza sin piedad mi inerme pecho!Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,a ti me doy perdida la esperanza;no me verás doblar la erguida frentey el rudo bote de tu ardiente lanzadel corazón heridono arrancará ni queja ni gemidoni de su llanto hará correr la fuente.

Y acaso el solo ruegoque escuchen de mis labios tus oídos,será que de tu brazo formidableen mí descargues tan tremendo y fuerteque con solo ese golpe me des muerte,dando fin a esta vida miserable.

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Literatura del siglo xix

Yo vi esa triste nube

Yo vi esa triste nube el firmamento apacible cruzar en claro día, brillante de arrebol y de alegría cual de mi dicha el rápido momento:

En medio del celeste pavimento que en purísima luz resplandecía, en las auras del cielo se mecía, como en sueño de amor el pensamiento.

Mas, ay, que huyó su brillo y hermosura al estallar el trueno en la alta cumbre, y ahora la miro en tempestad oscura,

en centellas arder de roja lumbre: imagen triste de mi cruel Señora, antes tan dulce, y tan airada ahora!

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La mañana

Leve cinta de luz brilla en Oriente, como la fimbria de oro del ropaje del sol resplandeciente; y este es el nuncio de la luz del día.El pueblo de las aves que dormía en el regazo de callada noche rompe el silencio en armonioso coro, y un cántico levanta al que infalible su cotidiano sol al mundo envía.

Raya el alba; las sombras que esparcidas por los aires, tejían silenciosas el tenebroso veloen que yacía envuelto el ancho suelo, ciegas ante la luz y confundidas se rompen, al ocaso retroceden, y el espacio y el cetro al día ceden. Recoge el manto la vencida noche, y aparece triunfante entre aplausos y goces de victoria, en su inflamado coche, el Rey del Cielo espléndido y radiante.

Cunde al punto la luz de la mañana, se alegra el valle, el monte resplandece, la niebla que en la noche cubrió el suelo se rompe fugitiva y desvanece, o en ondeantes penachos sube al cielo. Bulle el viento en los árboles sonoro,

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Literatura del siglo xix

brilla en las verdes hojas el rocío, murmura el arroyuelo entre las flores dulce, y más osado rumor levanta el impetuoso río; allá resuena la floresta umbría con el alegre, bullicioso coro de pájaros cantores.

Despiertan la cabaña y la alquería;del humo del hogar al cielo subela doméstica nube,y la vista recreael afanar del laborioso día:ya el labrador empuña el curv o arado,y alegre con la ideade la futura henchida troje, rompeel seno inculto del fecundo suelo,poniendo la esperanza y el cuidadoen el labrado surco y en el cielo;se abre el redil y saltan las ovejasy vanse por el campo derramadasla tierna grama que mojó el rocíopaciendo regaladas.Allá se agita la afanosa siegay la dorada espigaal corvo diente de la hoz entregael precioso tesoro,galardón del sudor y la fatiga.

¿En dónde estás ahora,oh noche, ciega noche engendradora

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de lan as espantosas?¿Dónde llevaste ya tu triste luna, y tu corte de estrellas silenciosas?

Este es el sol, que el alto cielo dora. Este es el sol, que \iste la campiña de espléndidos colores: pintadas brillan a su luz las flores; a su luz resplandece la vivida esmeralda de los montes, y aspirando en su luz Naturaleza de inmortal vida el poderoso aliento, rejuvenece su inmortal belleza.

Este es el sol, a cuya luz el mundo sacude el sueño que durmió profundo en tu regazo, oh noche, y resonante gira de nuevo en su eje de diamante, lleno de juventud, de vida lleno, como en aquel primero día, cuando el ciego Caos fecundó tu seno, y echaste dél afuera la creación entera que giró en los espacios rutilando.

¡Salve, oh tú esplendorosoRey de los otros orbes, sol fecundo!Mi voz con la del mundo, salve, te dice, genitor glorioso de toda vida y todo ser que encierra, por cuanto abarcas en tu luz, la tierra.

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¡Cuán de otra suerte, oh sol, te saludaba cuando yo, de los hombres en el común tropel iba mezclado, de la ciudad habitador hastiado!El corazón marchito, el alma fría, cegada ya la fuente del entusiasmo, y el estéril tedio consumiendo la flor de mi existencia, mi juventud amada.

Tal era yo aquel tiempo, y tal vivía;y entonces maldecíatu refulgente luz, tu luz sagradaporque ella no traíaplacer al alma, ni al dolor remedio.

¡Ya ese tiempo pasó!... Hora que el cielo, propicio en fin, mis votos ha cumplido, dándome horas de paz, serenos días; húndase en las tinieblas del olvido esta de gran dolor época fiera; no vengan sus recuerdos a acibarar mis dulces alegrías: regenerado estoy, y no quisiera la idea conservar de lo que he sido.

A ti, naturaleza, esta que siento inmensa vida rebosar en mi alma, a ti la debo sola; tú eres fuente de vida inagotable: el pecho triste que se marchita al abrasado aliento.

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De mundanas pasiones, bañado en ti, renacerá al momento al perdido vigor y nuevamente encontrará perdidas emociones.El infelice que bebió del mundo el cáliz del dolor emponzoñado, el labio ponga en tu raudal fecundo y beberá el placer... Naturaleza, tal hice yo, y en mí nuevo infundiste gozo, desconocido a mi tristeza;¡por ti mi herido pecho desmayado vuelve a latir y en nuevo ardor se inflama, y por ti en fin mi espíritu cansado que aborreció la vida, ya la ama!

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Literatura del siglo xix

El mediodía

En la amena florestade un bosquecillo, se alza la espesura,do el ardor de la siestase templa, do murmurauna de humilde vena fuente pura.

Allí, cuando subidoel sol a la mitad del alto cielo,cuando más encendidosu ancho disco sin veloel aire enciende y abochorna el suelo;

Del césped en la alfombra suelo sentarme de frescor sediento; un árbol me da sombra, blanda música el viento e ilusiones el vago pensamiento.

Allí, el sauce, agitando su ramaje de plácida verdura recréase mirando su halagüeña hermosura en el espejo de la fuente pura.

Copa el cedro elevadaesparce en la región do el viento mora:parece levantadamano abierta que imploradulce rocío a la celeste aurora;

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Y allí el de los amores favorito gentil la frente umbrosa levanta, y en las flores derrama la amorosasombra que plugo a la más bella diosa;

Y en dulce compañíaotros árboles crecen allí unidos; y allí la melodía de mil vagos ruidos el ánimo suspende y los sentidos.

II

¡Oh, cuán dulce es oír los rumores de las hojas, del céfiro lira!¡Oh, cuán dulce aspirar de las flores la fragancia que el éxtasis inspira!

¡Oh, qué grato escuchar de la fuente el suspiro que apenas murmura!¡Oh, qué dulce sentir su frescura!¡Oh, qué dulce sentir su frescura.

Y ¡qué dulce y qué grato y qué hermoso, entre aromas y paz y armonías,no sentir el volar fatigoso, no sentir el valor de los días!

Y dejar deslizarse serena esta amarga, esta mísera vida,

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Literatura del siglo xix

como huye esa fuente en la arena, en un sueño de paz adormida;

Y vivir sin que llegue al oído a turbar el silencio profundo de los hombres el vano ruido, de ese mar que llamamos el mundo!...

¡Oh!, si aquí, bella Cintia estuvieras, si al aroma del aura tu aliento, y tu voz amorosa añadieras al murmullo del agua y del viento!

¡Si al matiz de estas flores juntaras de tu labio el color purpurino; si este bello jardín hermosearas con tu rostro apacible y divino!...

¿Sacrificas la paz de tu alma a esa vida de tristes pesares?¿No apeteces del cuerpo la calma?¿Te es tan grato el bullir de esos mares?...

Aquí todo es amor, todo amores:Ama el árbol, el ave y la fuente; aquí amar aconsejan las flores, y lo enseña la tórtola ardiente;

Aquí habita el placer en las rosas, do quier vaga un deleite sin nombre, dice el céfiro aquí tales cosas, que no dice la lengua del hombre...

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Julio Zaldumbide

III

¡Ven, Cintia, ven! A mi amoroso lado. Aquí, solos los dos, sin más testigos que las aves, los árboles y el prado, silenciosos amigos de secretos amores,me amarás con más fe, con mayor fuego. Huye el aliento de ese mundo impuro que cuanto toca lo corrompe luego: aquí tu corazón será tan puro como este cielo es puro y son las flores...

Y tú, dejando aparte esos adornos que inventara el arte de necia vanidad, y engalanada con la sencilla flor que la luz cría del alba nacarada,más hermosa serás que nunca fuiste.El fastidio, el dolor, la duda triste: eso el mundo te da; Naturaleza te ofrece aquí la paz y la alegría junto con la inocencia y la belleza.

IV

Más, ¿a dónde me llevasen tu blanda corriente, oh desvarío?...¡No!, tus alas no muevas,oh, pensamiento mío,a do has de hallar el desengaño impío.

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Vuelve, vuelve a los senosde este ameno recinto; libre girapor ellos, que a lo menosaquí nunca se miraoculta la traición y la mentira.

Ve al prado, al cielo puro,al solitario monte, al bosque umbrosoy volarás seguro;mas nunca al borrascosomar de los hombres vayas ambicioso:

Porque allá el viento insanode las pasiones mueve el desconcierto;y buscarás en vanoallá tranquilo puerto:aquí lo tienes más seguro y cierto.

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La tarde

Con majestad sublime el sol se aleja, y el extendido cielo a las encapotadas sombras deja, que ya le cubren con umbroso velo.

¡Qué solemne misterio! ¡Qué profunda de paz y de oración grave tristeza! ya el sol llega al ocaso y la noche le sigue a lento paso.

En duelo universal naturaleza se despide de aquel que la fecunda: triste el cielo se enluta, gime el viento, el mundo eleva unísono lamento.

Ya el rumiador ganado lentamente desciende por la húmeda colina; cansado el labrador deja la era y a su rústica choza se encamina.

¡Qué misteriosa el aura pasajera suspira y pasa! El ave en sordo vuelo por las ramas se mete en pos del nido. Solo se oye el zumbido de los insectos, que tal vez lamentan desde la yerba del humilde suelo la partida del claro rey del cielo.

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¡Adiós, sol refulgente!Yo también uniré mi voz humilde a la voz elocuenteen que un sentido adiós te envía el mundo. Tú no puedes parar, ni más despacio puedes seguir tu arrebatado giro; la mano omnipotente a recorrer te impulsa sin reposo las vastas soledades del espacio, esos serenos campos de zafiro; pero mañana volverás glorioso a darnos vida y luz, astro fecundo...

De la meditación la voz me llama a vagar solitario en la arboleda.Anhelo ahora soledad, silencio... allí los hallaré. El aura leda duerme en las flores y la blanda grama el son apaga de mis pasos lentos.

Como las sombras cunden de la umbría noche en el cielo, así en el alma mía cunden ya dolorosos pensamientos; y una hoja que desciende, algún eco fugaz, una avecilla que errante y solitaria el aire hiende, la leve nubecillaque viaja a reclinarse allá en el monte,o a perderse lejanaen el vago horizonte:todo me causa una emoción profunda,me aprieta el alma una indecible penay de improviso mi pupila inundade inesperado llanto amarga vena.

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¡Melancólica tarde, tarde umbría! Desde que pude amar me unió contigo irresistible y dulce simpatía.Tú fuiste siempre confidente mía,tú fuiste, tú el testigode mis más tiernos e íntimos deseosy locos devaneos;tú de mi corazón, tú de mi almael seno más recóndito conoces.¿Qué lágrimas vertí que no las vieras? ¿Exhalé alguna vez triste suspiro que errando con las auras no lo oyeras? ¿Qué secreto agitó nunca mi seno que a tus calladas sombras lo ocultara? ¡Qué de sueños de amor y de ventura, qué de ilusiones halagüeñas \iste en mi pecho formarse con esperanzas alhagarme el alma y para siempre en humo disiparse...!

Todo esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda esa tu sombra triste y sin poder valerme huye la calma del centro de mi espíritu agitado y el dique rompe en férvido torrente, el llanto, por mis ojos desbordado...!

¡Es preciso olvidar! Córrase el velo del olvido sobre ese de amargura pasado tiempo. A mi dolor consuelo solo tú puedes dar, alma natura: yo por ti el mundo abandoné engañoso, para buscar en ti dulce reposo.

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Literatura del siglo xix

¡Oh, tarde! Estas heridas mal cerradas que aún sangran y renuevan mi tormento, pasará el tiempo y las verás curadas. Nunca de hoy más, halagará mi oído de pérfida ilusión el dulce acento, ni buscaré la flor do está la espina.Quiero vivir contento en esta amable estancia campesina, aquí cavaré tumba a mis dolores; y ajeno de ambición, de envidia ajeno aquí (si tanto diérame la suerte) como tu sombra espero cada día esperaré serenoesa de la existencia tarde umbría, nuncio feliz de la esperada muerte.

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El bosquecillo

Bosquecillo frondoso,que a las orillas del sonante ríoabrigo deliciosome das en los calores del estío;

Cuando yo te contemplo, mientras abrasa el aire el mediodía, el misterioso templo te finge del placer mi fantasía.

Los festivos amoresestán en torno tuyo revolando,y en tu lecho de floresse recuesta el deleite suspirando.

Y al que en tu seno amparasel numen del secreto dice aério:Sacrifica en mis aras;mis sombras te prometen el misterio.

Y acuden presurosas, dejando las lejanas arboledas, las aves codiciosasde la promesa de tus sombras ledas...

Mas yo soy solitario,no tengo como el ave compañera;me llama a tu santuariomás grata voz, si menos hechicera:

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Literatura del sigla xix

¡La voz del ocio blando!...Aquí me tiendo en la mullida alfombra de tu césped, gozando la frescura del río y de tu sombra.

Y miro el curso lentoque en la pradera tuerce el sesgo río,y a su música atentome pierdo en un sabroso desvarío.

Ya ver se me figura al dios de los pastores y ganados buscando la hermosura de Eco por los valles y collados:

La ninfa se le esconde huyendo sus impúdicos amores, y tan solo responde con fugitivo acento a sus clamores;

Porque ella aún deploralos desprecios de Adonis afligida,y en las cavernas lloraen aério y vago acento convertida.

Dentro las claras linfasdel río, de cristal miro un palacio:cerniendo están sus ninfasen cribas de esmeralda, oro y topacio;

Y entre ellas el sagrado numen está del río, muellemente en la urna reclinado,ceñida de limosa alga la frente...

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Julio Zaldumbide

Todo se anima, todocobra voz, cobra vida y movimiento,y por extraño modotodo lo prueba el vago pensamiento.

¡Oh, campiña agradable, que dulcísimo encanto mío eres!¡Séate favorableel claro sol, propicia el alma Ceres!

Flora te dé fragancia, no destruya tus galas el invierno;Pomona la abundanciaderrame en ti de su colmado cuerno.

Y a ti, bosque frondoso,que a las orillas del sonante ríoabrigo deliciosome das en los ardores del estío.

Propicio a tus verdores te sonría apacible el claro cielo, frutos te den y flores las estaciones en su raudo vuelo.

N ota:

‘ Textos revisados de Julio Zaldumbide. Poesía. Quito: La Palabra Editores, 2008. [Colección Escritores de Quito; V]. [A excepción de Yo vi una triste nube].

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Remigio Crespo Toral

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Remigio Crespo Toral

N ota biográfica

Nació en la ciudad de Cuenca, en las convulsas circunstan­cias prebélicas de la guerra civil, el 4 de agosto de 1860. Realizó sus estudios primarios en el Colegio Seminario de San Luis. Así, lo refirió en sus iniciales obras Leifemia de

Hernán: «Estudiar y saber fue toda el ansia / De esos años de prueba1», y Apuntes Autobiográficos:

En 1874 ingresé a El Liceo de la Juventud presidido entonces por el Dr. Julio Matovelle: antes había escrito ya algunos ensayos en prosa y verso.En El Liceo comencé a escribir en los periódicos literarios manuscritos que redactaban los socios: en La Abeja principalmente y fundé El Alba.

Destacaba por su inclinación hacia los estudios humanísticos, como se comprueba por su intervención en los Actos Literarios de Cuenca de 1874 y 1875 y por la traducción de Cicerón, Cornelio Nepote, Salustio, Catulo y Ovidio, Sus primeras lecturas fue­ron El Quijote de Cervantes; Los mártires del cristianismo, de Chateaubriand; y La Historia de Jerusalem, de Poujoulat.

Posteriormente, estudió Derecho en la Universidad de Cuenca hasta 1886. Su vida literaria comenzó apenas con veinte años y su afán periodístico se mostró con la publicación de El correo del

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Literatura del siglo xix

Azuay, continuación de aquellos otros primeros semanarios ma­nuscritos: La Abeja y La Cuna, al amparo de Honorato Vázquez, Alberto Muñoz y Juan León Mera. Su juvenil ignorancia se ceba en él y una mala interpretación le llevó a firmar un documento de representación por Cuenca dirigido al general Veintemilla. Para un jurista traductor de Cicerón como Crespo Toral fue crassus errare, pues, desdecirse de tal firma supuso el destierro o aco­gerse «a sagrado».

Tal retiro le sirvió porque, sin descuidar sus estudios, leyó desaforadamente. De este período se evidencia un humanismo plasmado en su epistolario con el exiliado Honorato Vázquez, que no lo dejó indemne. Su vida literaria se inició en 1883 con el reconocimiento de su composición poética Últimos pensamientos de Bolívar.

En 1885 publicó su poemario Mi poema y en 1888, América y España; hacia 1893 ya firmaba sus escritos con el pseudónimo de Stein, cuya nómina se ampliaría a otros, tales como: Atico, Rancio y Leca. En 1898 fue nombrado diputado de la provin­cia del Azuay por el general Eloy Alfaro. En 1899 fue designado cónsul de Chile y entre 1903 y 1904, nuevamente diputado en la Asamblea de Quito. Con posterioridad, su vida se enmarca­ría entre la representación política, la actividad diplomática, su responsabilidad rectora de la Universidad de Cuenca y su traba­jo de creación literaria, por el que, a su pesar, fue reconocido y laureado como poeta. Murió el 8 de agosto de 1939, no sin antes afirmar en su Diario: «Todo pasa en este mundo, hasta lo único al parecer inmortal: el dolor. Todo pasa y solo queda en pie la inmutable soberanía del olvido»2.

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Remigio Crespo Toral

Breve análisis de su obra literaria

Dos aspectos característicos encierran la obra poética de Remigio Crespo Toral. De un lado, la presencia de una lectura clásica, no exenta de influencias románticas; del otro, el trascendente aro­ma de la religiosidad. En estos se combina, tal y como afirma González Suárez, «el estilo noble y la dicción selecta»3. Su afán de servicio le hizo mantener una constante pugna social, la cual abarcaba distintos aspectos de intelectual comprometido, tales como: periodísticos, filosóficos y sociales.

Si bien su halo poético se enmarca en la apetecida presencia de lo hispano, este reivindica para sí la justa evidencia de lo íntimo, de lo propio, cuya lectura encierra un recóndito romanticismo religioso, como por ejemplo en su poema «Alboradas», donde nos conmueve con el siguiente verso: «¡Solo una sombra de esos tiempos queda»4.

Más adelante, en el mismo poema, inspirado quizá en la pureza entrañable de una cercana naturaleza, afirma con estudiada mu­sicalidad bimembre: «célico acorde, cántico divino»5.

Aunque su inspiración poética nunca queda exenta de la presen­cia de Dios, como por ejemplo: «(...) Señor levantas / Con notas sacrosantas / Naturaleza, el himno de las sombras»6.

Y así, como en el siguiente verso: «¡Ya no hay un eco que a mi voz responda!»7.

Todo el poema «Anochecer», perteneciente a su obra Plegarias, atisba el contenido romántico de una exquisita y consumada clarividencia poética.

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N o t a s :

1 Crespo Toral, Remigio: «Alboradas». En Poetas Románticos y Neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960, págs. 25 y ss. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima. La Colonia y la República].2 Ibíd., pág. 56.3 Cordero de Espinosa, Susana. «Estudio introductorio a la obra de Remigio Crespo Toral». Historia de las Literaturas del Ecuador, Vol. III. Quito: Universidad Andina del Ecuador/Corporación Editora Nacional, 1987, págs. 267 y ss.4 Crespo Toral, Remigio. Ob. cit., pág. 542.5 Ibíd., pág. 541.6 Ibíd., pág. 544.7 Ibíd., pág. 545.

B ibliografía sobre el a u to r :

Cordero de Espinosa, Susana. «Estudio introductorio a la obra de Remigio Crespo Toral». Historia de las Literaturas del Ecuador, Vol. III. Quito: Universidad Andina del Ecuador/Corporación Editora Nacional, 1987, págs. 255-283.Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960.Crespo Toral, Remigio: «Alboradas». En Poetas Románticos y Neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960, págs. 535-560. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima. La Colonia y la República].

Cevallos García, Gabriel. «Crespo Toral, testimonio de su tiempo». En De aquí y allá. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1962, págs. 81-107.Vargas, José María. Remigio Crespo Toral, el hombre y la obra. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1962.

Mata, Gonzalo Humberto. Remigio Crespo Toral. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959.Chacón, Jorge. Perfil literario de Remigio Crespo Toral. Quito: Ecuatoriana, 1950.

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Preludio'

¡Tregua al dolor! Es dulce a las primeras horas volver, abriendo las ligeras alas de la memoria, y adormirse a los trinos "del ruiseñor del cielo, los divinos sones robando al himno de la gloria.

En este cuerpo, de inquietud transido,cante otra vez el niño, y el vagidode su estrofa inocentetraiga de nuevo el ritmo no enseñado,que, como insecto alado,en las entrañas palpitar se siente.

¿A quién no atormentó el sublime anhelo de la eterna pasión? ¿Quién hacia el Cielo no fue a soñar, huyendo de la vida?En la noche de espanto,¡ay del que no oyó el canto de aquella alondra mística y querida!

¡Amor! ¡El infinitoamor, seno benditodo se asila la pena! Aún me consumesu apacible recuerdo; su ambrosíaqueda en el alma mía,cual del vino, en el ánfora, el perfume.

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Literatura del siglo xix

¡Ah! Dejadme un instante tornar a la inocencia, a la distante edad; que place al que en la noche existe, la ventura pasada; y es dulce la frescura, en la jornada, sobre la pampa solitaria y triste.

¡Veloz carrera del amor humano!Cual fatua llama, como fuego vano, luce en el alma y desparece; el fuego se apaga en las cenizas; la inocencia huye, y vienen el llanto, la dolencia, la muerte, de las tumbas el sosiego.

Del alba tras las breves claridades,cubren las tempestadesde niebla el cielo azul; y en lontananza,bañando en luz el ámbito sombrío,queda solo, Dios mío,el faro de tu amor y su esperanza.

¡Ay, mi inocente edad, bendita sea!Si por primera vez sentí en la aldea la sacra herida, el bálsamo divino allí pusiste tú, Virgen María: en mi alma, la sencilla poesía; en mi voz, del turpial el blando trino.

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Rcmigw Crespo Toral

¡Yo que te amé con el primer cariño, con la sencilla ceguedad del niño, con ensueños de virgen, solo acierto hora a gemir, errante golondrina, que, porque el sol declina, busca la sombra del alar desierto!

¡Salve, luz de otros tiempos! En su angustia te ansia mi alma hoy mustia.En el místico alar quiero el reposo, y allí abatir el vuelo; que está sañudo el cielo y llega ya el combate tormentoso...

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Literatura del siglo xix

¡Es ella!

¡Te veía, fulgor de la alborada, rosicler de la tarde; en la callada noche, estrella de paz! —¿No miras, hijo? La Virgen mueve el orbe, el sol enciende, y de la noche el pabellón extiende,— mi madre, como en éxtasis, me dijo.

¿Quién de las ondas el raudal de plata en el césped desata?¿Quién mira, allá, desde lejana estrella? ¿Quién de la flor el terciopelo tiñe, y de arreboles ciñe la cumbre? —¡Es Ella, es Ella!

Ella perfuma el seno de las flores,da ritmo al mar, concierta los rumoresdel bosque, al ave inspira; Ella despliegael tierno laberinto del capullo;canta con el murmullodel agua triste, con las brisas llega.

Habita, porque es suya, la cabaña; la intrincada vereda, en la montaña, enseña a los pastores; en la cuna el sueño vela del infante inerme, y su inquietud aduerme y le alumbra con rayos de la luna.

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Remigio (Yespa Toral

En su regazo las doncellas lloran, las buenas madres bendición imploran, la aclama al marinero en la tormenta; al pobre hartura da, paz al que lucha: que todo ruego y oración escucha, y para todos, como el sol, calienta.

—¿Por qué la luna, de tristeza emblema, cubre su faz de púrpura, y diadema ciñe de sangre? —Sus dolores gime la Virgen. —¿Por qué el rayo sus serpientes lanza sobre las cumbres eminentes?— ¡Es la luz de su cólera sublime!

El arco que en los cielos se levanta es la irisada huella de su planta; es su mirar el leve destello de la luz en el vacío; sus lágrimas, las gotas del rocío que palpita en el pétalo de nieve.

Despierta el día, que Ella al sol alumbra; si Ella se va, se extiende la penumbra: habla en la soledad y en el misterio; sorprende en el silencio la plegaria, y cuelga la silvestre pasionaria, de la aldea en el pobre cementerio.

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Alboradas

Cual de un sol moribundo los reflejos, cual de extranjera playa, de allá lejos viene el recuerdo de mi edad primera.¡En el espacio azul, qué resplandores, qué arrebol entre nubes de colores! ¡Dadme volver atrás! ¡Ah, si volviera!

Aún miro, como en sueños, alto monte cerrando el horizonte; una heredad perdida en la arboleda, y entre juncos el río, en curso blando, al umbral de la granja murmurando ¡Solo una sombra de esos tiempos queda!

Mis hermanos y yo, por esas lomas, de yerba en flor —bandada de palomas nacidas a la sombra del olvido—, al resplandor de la primera aurora, subimos con la mente soñadora al cielo, desde el nido.

La luz de la mañanaya cruza mi ventanaen brilladores haces transparentey rocío sutil aglomeradopor el opuesto lado,cubre las hojas del cristal luciente.

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En el alma aún presentes las visionesde otro mundo y los sonesde un himno oído en inefable ensueño,¡cómo a la voz maternael niño se prosterna,rebelde a los estímulos del sueño!

Y melodioso trino,célico acorde, cántico divino, al resonar la voz del campanario del cerro en la eminencia, se escucha la cadencia de las alternas notas del Rosario.

Y su diana el gallo vigilantelanza aquí, más allá y en la distante heredad. Los devotos labradores,— ¡comienzo santo en la labor diaria! —entonan la plegariaante una cruz de espigas y de flores.

En el humilde templo de la aldea:¡Qué bien venida seatu apetecida luz! —exclama el cura—¡Padre, mi labio con amor te nombra:cubra tu augusta sombrami grey, que en tus favores se asegura!

El buen maestro, al rezo al pequeñito adiestra, que travieso, del divino gorjeo se recela; y de jilgueros inocente trino,

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con aire campesinoestallan las plegarias de la escuela.

Y el canto del Rosarioel templo asorda, invade el solitariomonte, en el antro mísero solloza.¡Doquiera suenas, cántico sublime,donde se ama y se gime,en el palacio, en la olvidada choza!

Fatigada la frente,tomo la faz a oriente,a esas auroras de una edad lejana;y cólmase la copa de mi llanto,pues aún amo el encantoy el perfume y la luz de una mañana.

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La tarde

¡Cuán bella y melancólica la tarde! Vasta hoguera de luz, el ocaso arde; y el sol, aunque a la muerte se avecina, del iris los colores, como lluvia de flores, derrama sobre el valle y la colina.

Tras el tenue cendal de la penumbra, el crepúsculo alumbra, triste cual si velara la partida del astro agonizante; desolado gime el viento en el prado, el agua llora del peñón vertida.

La voz de la campana —clamor augusto, súplica lejana— se extiende por las pampas; aletea bajo el alar la tímida avecilla; devoto el campesino se arrodilla al Angelus del templo de la aldea.

El toque de oracionesllega a los corazonescual gemido de allá, del otro mundo,y queda todo en plácido sosiego;solo el silencio, luego,es cántico solemne, himno profundo.

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La estrella de la tarde solitariaasoma en el cénit, y la plegariabrota del alma y en los labios suena:—Cuando despierta y cuando muere el día,¡salve, Virgen María!—se oye doquier, en música serena.

En el cañaveral el viento gime; es ya la noche... En majestad sublime, con tu misterio y soledad asombras, solemne y triste, y al Señor levantas, con notas sacrosantas,Naturaleza, el himno de las sombras...

Después, la luna nuevalentamente se eleva,antorcha de la aldea y las cabañas;y tenue resplandor, cual gasa levese extiende en el paisaje, y como nieve,amortaja la vega y las montañas.

¡Tardes del tiempo aquel, anocheceres que ya no volverán, como los seres que duermen en el fondo de la tumba!Solo quedan dolor de la memoria, leve sombra de dicha transitoria, el eco de una voz que no retumba...

Enfrente a la heredad, sobre la cumbre del monte, se esparcía intensa lumbre, y asomaba una estrella: ésa era mía;¡pues, en ella, vestida de pastora,

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verte, al primer destello de la aurora, soñé, Virgen María!

La indiana melancólica bocina, en la estancia vecina gemía de unos pobres; vigilaba el perro fiel ladrando en el otero, y el corcel altanero en la granja piafaba.

Arrobábanme en lánguido embelesola cadencia del rezopor infantiles labios repetiday brotada de amantes corazonesy, en cándidas visiones,de ángeles el descenso y la partida...

¡Amor de los amores, torna y vierte en la sombra de muerte el raudal de tu luz! Mas ¡ay! La onda, no la alta cumbre a repasar alcanza... ¡Adiós, dulce esperanza!¡Ya no hay un eco que a mi voz responda!

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Nochebuena

Nacido del amor de las florestas, diciembre trae, con devotas fiestas, en cada aurora el sonreír del cielo.En el valle, en la falda,la mies se riza en ondas de esmeralda,del vago viento al inconstante vuelo.

Los jilguerillos cantan en las andinas sierras; se adelantan a repicar las torres de la aldea; y en la sencilla lengua del cariño,—El mes, el mes del N iñ o - exclaman todos, —¡bien venido sea!—

Anímase el desierto,del céfiro y las aves al concierto.¡Hasta la indiana quena, hecha de pobre caña, inunda la montañacon aires de un cantar de Nochebuena!

En medio los transportes del contento,se eleva el Nacimientosobre pajas y césped florecido.Allí los muros de Belén, la chozabajo la selva umbrosa,el pino agreste, y en la rama, el nido.

¡Cómo, en la plenitud de la ventura, te inclinas con ternura.

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Remigio Crespo Toral

Madre bendita, en inefable gozo!Ángeles en tropel se precipitan; y las rocas palpitan, y adora el santo esposo.

Estrella rutilante,allí el precioso Infanteen las pajas dormido,brilla de la aureola en los reflejos:—¡Cuán hermoso y gentil! —dicen los v ie jo s- tal, lindo como está, debió haber sido.

Y los niños exclaman: —¡Amor mío, ay, tendrás tanto frío sobre esas pajas! —¡Plácidas dulzuras del infantil amor! De todos, esta es la anhelada fiesta.¡Gloria en el campo, gloria en las alturas!

¡Oh hermosa Nochebuena campesina!¡Cuál la iglesia del pueblo se ilumina, cómo sube al altar rústico incienso, qué sencillo el Portal! De la era el tamo cubre el ara que adorna humilde ramo...; mas ¡cuán inmenso amor, qué gozo inmenso!

Acuden los pastores,en tropel los devotos labradores,la piadosa madre, el triste viejo,el chicuelo inocente, la aldeana,que se asoma lozanacon su pañuelo y corto zagalejo.

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Literatura del siglo xix

El Niño entre las pajassonríe; chillan roncas las sonajas;los aires llena el pífano sonante,y las coplas de amor del Nacimientoesparcidas al viento,las lleva el eco al peñascal distante.

Colgaste aquí tu cuna, humilde cual ninguna, mas oliente a claveles y romero.Eres, como hijo de los pobres, triste, que sin sombra naciste, implume entre las hojas prisionero.

Tu tierra es esta. ¡Que jamás la dejes! Tú que la cuna, quindecillo, tejes con silvestre retama, habita aquestos campos inocentes, ama estas limpias fuentes, estos retiros de los bosques ama.

Blanco botón de lirioque enrojece la sangre del martirio:de nuestra cordillera soberanarecuéstate en las pajas virginales;y sean tus pañales¡los musgos de la selva americana!

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Remigio ( 'vespa Toral

Idilio

¡Excelsos montes, cordillera andina, donde el sol en los páramos reclina la coronada frente! ¡Cuál se exprime en aquesta planicie ilimitada del misterio la lengua no escuchada y el idioma sin voz de lo sublime!

En las peñas que el musgo y los heléchos cubren, en franjas y floridos techos, se enreda la viciosa pasionaria, prende yedra silvestre, suelta la orquídea el búcaro, y agreste alza el maguey su palma solitaria.

En apretados haces se derrama la mies, que esmaltan lirios y retama, que el negro aliso cerca; y a la lumbre, que en ondas se dilata, allá se esfuma, rasgando los cendales de la bruma, sobre una cumbre otra empinada cumbre.

Rompiendo las murallas de la roca, abren las aguas tumultuosa boca, y allí se lanzan, y ensordece el grito rugidor de la hirviente catarata... y más allá, la soledad ingrata, la selva obscura, el páramo infinito.

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El cóndor, rey del huracán, sacude las grandes alas en la altura; acude a la cabaña el fugitivo ciervo, mientras en torno fugaces se desbandan las tímidas torcaces y en el viejo nogal dormita el cuervo.

Y siempre, aquí y allá, la parda aldea y la torre que otealos campos con la trémula campana, los rebaños en torno, de la esquila el son, la dulce soledad tranquila...¡Oh triste, oh santa tierra americana!

Una doliente raza aquí se inclinaal yugo del dolor; y la bocina,el caracol, la flauta soñolienta,lloran, como los mirlos del sembrado,con aire desolado,eco de la conquista y de la afrenta.

Aquí la virgen india en balde busca la herencia de sus padres, que la brusca usurpación le arrebató. Y hoy llora; como la herida cierva al cielo mira, y soñando suspirapor venturas que en vano al cielo implora.

Agosto, el de las hojas amarillas, llega con las sencillas vendimias en las rústicas cabañas.En las arenas su caudal escaso

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oculta el río; a un sol como de ocaso, doradas reverberan las montañas. ¡Regocijo de tiernos corazones, primeras vacaciones, idílicos ensueños! ¡Oh mañanas, hermosas cual ninguna! En los hogares, con trovas y cantares, asoman al umbral las aldeanas.

Alegres segadores,rebaños y pastoresacuden en tropel a los sembrados;y a la hoz rendidas las gavillas de oro,cúmulo a su tesoroencuentran en la grama de los prados.

La reina del rastrojo, encendida la tez, el labio rojo, guía el rebaño, que en su tomo bala; y los desnudos pies la espigadora, tras la mies tentadora como dos rosas tímida resbala.

Apura, al resonar de la bocina,la turba campesinael resonante búcaro que inflamael pecho decaído en la fatiga;y a nuevo brío hostiga,aunque el sol vierta abrasadora llama.

En la era el rubio grano cae, y en polvo vano

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vuela la paja quebrantada. Denso, de chozas y cortijos, se levanta el humo, del hogar ofrenda santa, de los campos, incienso.

Sobre manteles de mullida yerbala cansada catervacontenta toma la ración diaria;pero antes que ella acabe,en la sencilla mesa se oye el graverumor de la plegaria.

Cuando el sol cae tras los montes, bellala vespertina estrella,entre brumas de duelo,cual llorosa pupila,misteriosa escintilaen los profundos ámbitos del cielo.

Acabada la rústica faena,cunde el olor de la campestre cena;y cuando el valle envuelve sombra parda,el labriego a las puertas de la chozallega, que allí la esposajunto al hogar con la oración le aguarda.

¡Oh inocencia, oh ensueños de ventura! ¡Oh, cómo de la mística hermosura seguí yo el paso por la láctea vía; y mi alma, cual la plácida laguna, se empapaba en los rayos de la luna y en la luz de los astros se embebía!

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En la iglesia del pueblo, entre el aroma del silvestre amancay, como paloma que ama tan solo el nido, buscaba no sé qué —la luz, el cielo: no conocía de la vida el duelo ni el estímulo incierto del sentido.

Yo, encima de la torre de la aldea, tocaba el esquilón; cual se recrea la alondra en los espacios, mi mirada medía el campo, contemplaba arriba la luz, el aire, con la mente, que iba más allá, sobre el éter columpiada.

Y volvía a mi madre y a mi casa, a la campestre brasa; en la granja, el estruendo a escuchar del establo, del cortijo el rumor, el tranquilo regocijo que iba por la alquería discurriendo.

¡Oh niñez, paraíso de la tierra, donde crece y se encierra la única dicha humana sin mudanza; incienso que en las aras se consume y esparce hasta la muerte su perfume, en forma de recuerdo o de esperanza!

Una tarde, ¡oh celeste devaneo! en éxtasis de cándido deseo, recostado en la paja de las eras, tu estrella esperé, Madre, que a mis ojos

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luego brilló: de hinojoscaí, cual si en el monte aparecieras.

Hundí la frente entre los secos haces, como la ocultan tímidas torcaces bajo las alas; de emoción deshecha el alma, conmovíase envidiosa, viendo la mies copiosa, si rico el labrador, tú sin cosecha.

—¡Mi corazón, tu campo; tú lo riegues, tú sus espigas siegues, labradora de amor! Cual vil cizaña, afecto extraño a ti consuma el fuego: tierra árida te entrego,¡dará ella fruto si tu luz la baña!—

Así dije: el solemne juramento fuese en el vago viento con el solemne toque de oraciones; y sentí que en un rayo vespertino mi juramento abríase camino del cielo a las mansiones.

Y las primeras lágrimas —rocío del alba de la vida— el rostro mío empaparon. La frente desplomada sobre los haces de heno, de esa efusión de amor llevé a mi seno una flor con mis lágrimas bañada.

Confidente de ensueños y congojas, la campanilla azul puse en las hojas

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del libro aquel en que rezar solía.¡Tú serás inmortal cual mi ternura, oh testigo de mi única ventura, oh flor de la montaña! —así decía.

¡Ay, después cómo el tiempo en su carrera todo lo arrastra, cómo la hechicera imagen de los sueños de la infancia se deshace a la luz de otras auroras; y al avanzar el carro de las horas, quédase la inocencia a la distancia!

Con Isabel jugábamos, los nidos sorprendiendo en el huerto, enloquecidos por el dulce albedrío de la vida; abierta el alma al soplo de la tierra, no sabíamos ¡ay! cómo se encierra en la misma inocencia la caída.

Yo su esposo en los juegos era, y ella mi esposa; y así ciegos —un corazón entrambos corazones- rodamos por la mágica pendiente que lleva al soñador adolescente al fruto de las castas ilusiones.

Y al fermentar la juventud lozana, sentí la plenitud de la mañana; descubrí la sombría esfinge de la dicha y de la pena, y sentí que nublaba mi serena atmósfera, letal melancolía.

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Al mirar a Isabel bajé los ojos, y se encendieron los claveles rojos en las mejillas de Isabel. ¡Dios mío!Era la nube..., la primer tormenta; sentí en mi frente el rayo que revienta y debajo mis plantas... el vacío.

¿Y después? Nos miramos a hurtadillas, ella, hirvientes de grana las mejillas, pálido yo cual muerto: ella, asomada al borde del camino, yo, viéndola en encuentro repentino, tras de las tapias del vecino huerto.

No de la culpa la incurable heridaera la dolorosa despedidadel virginal ensueño, la amargurade la avecilla que piando dejael nido y que se alejapor la ignorada senda de la altura.

La iglesia parroquial, ¡Santa María! vionos juntos en loca idolatría.No entonces la oración inmaculada queja infantil llevaba a tus altares: iba con ilusiones y pesares sobre el ala manchada.

¡Un día! Era la misa, alegre misa de la aldea; aprisa fuimos, que era la fiesta

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de una pareja amantede novios que llegaba al resonanteclamor de ronca orquesta.

La novia, humilde flor de las montañas, bajo el arco escondió de sus pestañas sus negros, grandes ojos, con candor dulce y ademán esquivo; él avanzó, qué altivo, y entrambos del amor con los sonrojos.

El tamboril golpeaba; el aire henchido de rosas se esparcía; y sonreído, junto a las puertas aguardaba el Cura... ¡Oh bodas de la aldea, vuestra memoria mi ánimo recrea con sus cuadros de rústica hermosura!

Al repicar alegre la campana, por la abierta ventana a la iglesia acudían, desde el huerto, los pajarillos con rumor sonoro; y en la torre, en el atrio y en el coro, cantaban de las bodas el concierto.

Con Isabel mirábamos la escena; y en opuesta corriente, mi alma, llena de la pasión primera, se volvia a ella, que mirándome me amaba, y tras el manto esquiva se ocultaba, y, al parecer, rebelde sonreía.

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Literatura del siglo XIX

Algo como la envidiade otra felicidad, la oculta lidiadel capullo tenaz que rompe el brochey a la brisa se entrega,sentíamos —yo ciego y ella c ieg a-de la pasión en la primera noche.

—Que una tarde lloraste, recuerdo me contaste...Dame esa flor que la bañaste en llanto;¡lo que es tuyo —¿verdad?— también es mío!La flor mirar ansiode tu inocente edad tributo santo.

Isabel así dijo aquella tarde; y rendime cobarde.El libro abrí donde rezar solía, y en que, olorosa a dulce primavera, la campanilla azul, la flor primera, aromas de otros tiempos esparcía.

Luego en las manos la estrechó jugando,mientras soltaba al airecillo blandosus cabellos, corriendo triscadorapor la insegura orilla;y sin pensar, sencilla,soltó la flor en la onda voladora.

De allá del fondo de una edad desierta, lanzó en su tumba mi inocencia muerta un gemido. La ofrenda consagrada por mi tierna piedad adolescente,

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lleváronse las aguas del torrente a la mar, al olvido y a la nada.

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¡Pobre Isabel! Llorando perseguía,por el agua bravia,la flor querida. En emoción sincerata m b ién llo ré p o r Ella, con la p a lm asequé su llanto... ¡Ay alma,quedaste luego en paz! ¡Quién lo creyera!

Y por darme consuelo, de allí abajo, del sembrado, dorada espiga trajo: me la dio sonriendo.— La sembraremos, crecerán los trigos, de nuestro amor testigos- la dije, aquella espiga recibiendo.

Así, cual brotarán los tiernos granos,uno al otro cercanos,nuestros mutuos afectos juntaremos.De cada grano nacerá una espiga,y otra. ¡Oh, mi dulce amiga,nuestro bien hasta el cielo eternicemos!—

Y volvimos a casa: ya la sombra derramaba en la alfombradel prado su rocío. Sobre el monte, cuando hablamos de amor, cual siempre bella, como un recuerdo, mi adorada estrella alzóse en el confín del horizonte.

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— ¡Mira —dijo— esa estrella, qué radiosa!—Cual tus ojos hermosa—,la dije. Ella repuso: —¡Tengo miedo!—Y una sombra pasó sobre mi frente.—¡Tengo miedo! —en dolienteclamor grité a mi vez... ¡Vamos! ¡No puedo!

¡Adiós, estrella de mi amor querida!En el naufragio de mi fe perdidano te vi más; hiriente en las entrañas,del cierzo de la duda sentí el frío,y escuché que sombríopasó el trueno rodando en las montañas.

De leves hojas esmaltóse el suelo; mas las aves del cielo arrancaron el tallo esmeraldino, y el cementerio de la pobre espiga cerró la vil ortiga, y cubrióse de yerbas el camino.

Más que la flor del heno enferma y leve fue esa dicha, y fugaz como la nieve; pero pródigo fui de mi cariño en aras de aquel ídolo de un día...¡Y te olvidó, María, adolescente, el que te amó de niño!

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Plegaria

Hoy vuelvo a ti mi acento de gemido, el rostro dolorido y turbia, por el llanto, la mirada.La tempestad me arrebató al ocaso,y llevo, paso a paso,la carga en esta mísera jornada.

Bien quisiera tornasen a la vidala juventud florida,la piadosa cítara de amores,la visión de ideales hermosuras;mas aquellas venturasfueron flores y han muerto como flores.

Aunque el cielo me llama, no respondo. Solo el gemido brota, seco y hondo, con agrio son, cual de las cañas huecas. ¡.Ante tu altar no rinde otro tributo esta alma envuelta en luto, sino la triste ofrenda de hojas secas!

¡Oh Santa Madre del linaje humano, benigna escucha, besaré tu mano, tu bondadosa mano! Tome luego, no el amor de la muerta primavera, de su santa piedad algo siquiera, algo siquiera de su dulce fuego.

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Calor aún guarda el pecho:si tú lo quieres, Madre, sobre el lechopuedo volver, cual Lázaro, a la vida.Puede trocar la noche de sus penas,en tus horas serenas,esta alma, por el llanto redimida.

No te pido la sombra de tu casa, no tu áurea mesa: la migaja escasa que das a la avecilla peregrina.No un asilo, Señora, en tu santuario: en su aldea el alar del campanario concede a la doliente golondrina...

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Anochecer

Cuando el sol tras el monte se apaga, y el crepúsculo dice silencio, y amortajan las nieblas el valle, del sol para el duelo;

de la tarde en la breve agonía, cuando gime en las pencas el viento, como faros, se encienden en lo alto trémulos luceros.

A la luz de esos astros, velada por la gasa sutil del ensueño, otra tierra feliz adivino de paz y misterio.

Y con rumbo a la patria soñada, una estrella —mi estrella— a lo lejos, me parece que alumbra la ansiada ribera del cielo.

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Belén

El recién nacido sonríe en las pajas.La Madre lo mira detrás de sus lágrimas: oro la cabeza, las mejillas nácar, las manos dos lirios, los pies rosas blancas.

Mas lo ve su Madre tendido en las pajas: el lirio está rojo, que en sangre se baña; las rosas se cubren con puntos de grana; y púrpura tiñe la frente de nácar.

Ofrendas le trae la rústica granja; reyes sus tesoros rinden a sus plantas, con preciosas gemas y aromas de Arabia.

Mas piensa la Madre, que sobre las pajas, un cadáver se unge con bálsamo y lágrimas;

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y mira que sobre las rústicas tapias, súbita y sangrienta, la Cruz se destaca, que en la inmensa escena de la edad en su alma ya sobre la cuna surge solitaria.

¡Fiesta de suspiros, de amor y de lágrimas!El Niño sonríe, mas la Madre calla. Mientras de los cielos atruena el hosanna, adentro profundos gemidos estallan.

Y cuando se escucha la canción lejana ¡Gloria en las alturas y paz a las almas! llanto de los cielos como fuente mana, ya desde la cuna, ya desde las pajas, donde el blanco lirio se tiñe de grana, y las azucenas se cubren de lágrimas...

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El libro santo

¡Oh mi evangelio santo, libro bendito en que conmigo, a solas, siempre me encuentro; el libro de las almas, donde está escrito el principio y la meta —círculo y centro!

Cuando sobre esos folios por mí roídos, do quedan de mis llantos antiguas huellas, van otra vez mis ojos humedecidos, arden ante mis ojos nuevas centellas.

Son las divinas chispas del áureo foco de Jesús, que es dechado de la hermosura, que por la cruz fue sabio, fue sabio y loco, y nos dejó la herencia de su locura.

¡Bienhadados los tristes, y bienhadados los pobres, los humildes! ¡Ventura extraña de promesas y dones que fueron dados en el Código santo de la Montaña!

¡Felices los que han hambre de la justicia, y felices los mansos, feliz quien gime!¡Oh paraíso nuevo, nueva delicia, esperanza sin sombra, piedad sublime!

En ese libro escrito con sangre y llanto hallo en mis amarguras la clara fuente, y para las heridas óleo de encanto, y, en dudas y tormentas, paz de la mente.

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¿No saben los que buscan dicha mentida, que ese libro está lleno de solo el nombre de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, Hijo de Dios y el Hijo también del Hombre?

Verbo de que brotaron las aguas puras, para la sed del alma que en ellas sacia todas las ansiedades y las harturas que dan los manantiales —los de la gracia.

¡Oh mi evangelio santo, paz de la \ida, que de su mar aquieta las fieras olas!Con él frente a los ojos va de partida y con él hasta el puerto llegará a solas mi alma de su naufragio ya redimida.

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El Dios de la soledad

En la oscura montaña, con breve centelleo, oscila vigilante la lámpara del templo: la lengua de la llama que a Dios habla en silencio, el alma de la antorcha, que sueña con el cielo, y en ansiedad se eleva, hacia arriba, queriendo llegar adonde llegan las alas del incienso.

En las nocturnas sombras, se extienden los reflejos, como caricias lánguidas, de seres casi muertos.Es el astro que baña la orilla del misterio, y alumbra dos riberas aquí y allá de lejos: ribera de los vivos, ribera de los muertos; faro que enseña el rumbo en ese paso incierto que dos escollos guardan, la eternidad y el tiempo.En torno de la lámpara

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revuelan los insectos, enjambre codicioso de misterioso fuego.¡Qué soledad! ¡cuál pesa la losa del silencio, y la cabeza inclínase, como tronchada, al suelo!...

¡Es el profundo arcano, imponderable, inmenso!¡La luz agonizanteque alumbra a Dios que ha muerto!¡Él ha muerto!, ¡y aún vivenlos míseros insectos!...¡Abismo de las almas, abismo del misterio!Para entender su idioma, la razón es insecto que en torno de la antorcha, codiciando su fuego, vuela sobre él y queda por su locura, muerto...

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La cruz del indio

Blanco, de tantos dolorescomo trajiste a la tierradel indio, no fue ningunocual tu codicia de fiera,que hizo esclavo al propio hermano,al que, impío, al yugo uncieras.

Pero un bien tú le trajiste, en cambio de tantas penas: la cruz, esa compañía de la suprema dolencia del pobre desheredado, que a la cruz su dolor cuenta.

En aquellas largas noches de honda, infinita tristeza, en esas noches sin lumbre, la cruz en las chozas vela; y en el triste cementerio de la campiña desierta, con el ritmo del silencio, las cansadas horas cuenta de aquella raza vencida que duerme bajo la tierra, cariñosa única madre del esclavo, que no encuentra a su dolor sin remedio sino la paz de la huesa.

N o t a :

" Poemas seleccionados de Mi poema y América y España.

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El Americanismo Hispánico dentro del Pan-americanismo*

N unca como ahora el universo moral se ve en la sorpresa de tantos problemas por resolver y con tan oscuras lontananzas de incendio, de conmoción y cataclismo.

Después de la Gran Guerra —drama universal que agitó hasta el último grano de arena del planeta y la más remota onda de los mares— vino lo que se ha llamado la post-guerra, revolución gigantesca hacia adentro, retrospección, en veces para arrepen­timiento, en veces para retemplar la ira no saciada, y sobre todo para ensayar orientación serena o desequilibrada, ora triste, ora de alegría, sobre los escombros de la catástrofe.

Fracasada la civilización de última hora que arranca de militarismo imperialista, la vida interior de las naciones tomó dos rumbos: el de la destrucción de la máquina social edificada sobre el hecho, justo o equivocado, y el retorno a la paz espiritual y moral, a la resignada, paciente y fuerte civilización cristiana, nacida —ha veinte siglos— en el Oriente, para esplendor y hegemonía del Occidente.

La vida internacional, a impulso del terror, ahogada por el olor de la sangre y de la hoguera, respirando atmósfera de polvo y de ceniza, inauguró la nueva jomada histórica, de manera fríamente

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humana, inhumana más bien, en el pacto de Versalles —estatuto de organización del mundo—, que se preparó a la luz del vivac y para usufructo de la victoria. Ese pacto de seudojusticia, dis­tribuyó territorios, agrandó imperios y despedazó la carta geo­gráfica de Europa, completando la empresa en la repartición del África y del Asia, allí donde no estaban los vencedores... Punto de luz, en esa noche de rencor, asomó la organización de Gine­bra, la Sociedad de las Naciones —una égloga paradisíaca a raíz de las retaliaciones de la guerra.

Sería esa Liga para la edad de oro de concordia de los pueblos, para seguridad de los pequeños estados, para desarme de los monstruos internacionales armados con cien carreras de dientes, que habían devorado hasta los huesos de los pueblos, y para abolición del recurso tremendo de las armas: el advenimiento y el idilio del Reino de Dios.

En frente, detrás, al costado de Ginebra, rugía, burlando las perspectivas de la paz, el león de mil cabezas de la rebelión social, la rebelión trascendente, de inundación, de diluvio, con sede, credo, tesoro y omnipotencia en Rusia.

Era el panorama del instante, la venganza de la convulsión, de la ruptura interna contra las brutalidades de la contienda universal: la cura de la sangre con la sangre, del terremoto con el terremoto.

Es ley moral que, del fondo mismo del torbellino, surja y se levante, para culminar, la regeneración: que esta humanidad mísera no es enfermo incurable, ni la tierra hospital o presidio.

Empujando el carro del combate, casi como protagonista, en las últimas escenas del gran drama, había aparecido un interventor. Llegó de América, con la bandera de la República: los Estados Unidos. Arrojó en la balanza el oro y el acero, y definió la contien­da, a tiempo que, en el subsuelo, heñía ya el hormiguero ruso

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para la disolución y la descomposición de viejas podredumbres seculares.

América traía la juventud, la simiente incontaminada de la libertad y de la justicia su hermana. América debía equilibrar las corrientes históricas, inclinando la supremacía del lado de occidente. Sin América, quizás habrían vuelto sobre el mundo la conquista oriental, los tártaros, los beduinos, el Islám, los amarillos, derramados en las Áfricas y las Asías, con exuberancia de invasión, hacia las tierras matrices de la cultura y la policía de fuente grecolatina.

Inglaterra, reina del mar, engendrar debía, en la América virgen, al cachorro de león que había de prevalecer en las centurias venideras, creciendo más que el engendrador: Estados Unidos —el primogénito de Albión.

América significa la incógnita del porvenir, la reserva de una nueva constitución, el centro para la mutualidad de pueblos y na­ciones. Con los Estados Unidos a la cabeza, casi representa ya el primer papel, desde que se apagó el último rescoldo de la guerra universal. ¿El cetro quedará de este lado, en este occidente nue­vo, heredero y primogénito del occidente europeo?

América posee la energía, la inagotable energía. Desde un polo al otro, extiende las banderas de la democracia: una democracia no de improvisación y simiesca como la de la China, no de ori­gen sistemático como la de Alemania, ni fruto de descomposición como la de Rusia, sino democracia a fondo, incorporada al suelo —carne de su carne y sangre de su sangre. Y la democracia repre­senta el gran poder, por la extensión, la fortaleza y la perennidad.

La riqueza va amontonándose en el Nuevo Mundo, y sus mer­cados valen ya más que aquellos famosos de la antigua ruta de Damasco hacia la India y el Catay. Acá las materias primarias

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de todas las industrias, el café en toneladas para la alimentación de los nervios y del cerebro. América, granero del mundo, posee además el subsuelo inagotable desde donde salta el petróleo al margen del filón donde las venas de la roca resplandecen con el oro, el diamante y el platino. Acá la floresta inmensa, la selva eterna, las praderas sin lindero, y para embellecer la riqueza, las magnificencias avasalladoras del paisaje, que son también valor y riqueza: el Niágara, el Iguazú, los grandes lagos, los Andes co­losales, los ríos océanicos.

El Pan-americanismo es un hecho, un ideal mayor que el hecho y programa internacional que pesa sobre los destinos humanos, y cuya trascendencia al porvenir ni siquiera puede adivinarse: tal es la energía de la concepción, que lleva en sí misma la fuerza expansiva y dominadora.

Bolívar concibió la organización, con la amplitud profètica de su potencia visual; y las líneas y contornos característicos aparecen con relieve inconfundible en el programa de Panamá.

El avance de la visión del genio llegaba a un concierto de pueblos sobre la base de los nuevos y libres de la América Hispánica: esta, la célula inicial para el desarrollo venidero.

No obstante el Genio sorprendió ya el valor altísimo de los Estados Unidos, su estructura granítica para fortaleza de la confederación de las naciones americanas. Aunque aquel pueblo calculador, menos idealista que el que lleva en la sangre la calentura latina, no prestó sino concurso de simpatía a las colonias españolas del ultramar occidental, Bolívar consideró a la patria de Washington como núcleo de atracción en el Nuevo Mundo. Obró, sobre todo, en su ánimo el motivo racial. Para el Libertador, Inglaterra y su derivación demográfica americana, en una sola pieza, significaban el espíritu de orden en maridaje con la libertad —esta, combustión y fuego— y aquel, solidez para el metal en ebullición y resistencia de la factura.

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El creador de Colombia, más que la patria, intentó realizar el ensueño de Panamá: su ideal, en la larga lucha de quince años, la estrella de su peregrinación desde el Golfo Mejicano hasta las fuentes del Plata. Aquel plan gigantesco no podía comprenderse por las medianías y el bajo estado de las colonias a quienes sorprendió la libertad, como el sol súbitamente levantado sobre una masa de sombra. Se interpretó aquella empresa como imperialismo y extensión de la dictadura del gran caudillo. El vulgo de soldados y estadistas, de frente o en la encrucijada de la intriga, resistieron a esa utopía que no podían comprender. Les pareció esa campaña de paz, de equidad y de justicia, algo como una de las andanzas de la caballería internacional, desconocida hasta en las anticipaciones de la literatura. Las comparsas no alcanzan a medir el vuelo intelectual y genial del protagonista.

En el Plata, la suspicacia de Rivadavia y sus secuaces retrajo a los políticos del Virreinato de escuchar siquiera esa como canción de sirena que llegaba a la zona austral con el cálido aliento del trópico. Hasta plenipotenciarios del congreso de Panamá mezclaban a su labor en la junta, el desdén y la sonrisa: Vidaurre del Perú roía a la sombra los fundamentos de la liga; Irizarri arrojaba sobre ella la sal del sarcasmo; y Santander espiaba, hasta en esa empresa de índole universal, la prolongación del absolutismo y de la dictadura de Bolívar —su señor.

Bolívar, no obstante la asechanza y la resistencia del odio y la incomprensión circundantes, permaneció en el puesto de avanzada. Para logro de su intento, era forzoso unificar el continente bajo el cetro de la democracia, la que debía invadir el Brasil, Cuba, Puerto Rico, el Paraguay —en clausura por la misantropía de un tirano.

Cuando el general Alvear de Buenos Aires y su colega Díaz Vélez le insinuaron la posibilidad de cooperar a la defensa de la Banda

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Oriental contra el imperio del Brasil, Bolívar, en la alucinación de sus grandes perspectivas, creyó llegado el instante de la man­comunidad americana, bajo el pendón republicano, para solida­ridad del continente, para dignidad y prestigio de la raza y para triunfo de la paz, hija de la justicia.

Los ridículos empeños de monarquía, de tan fuerte raigambre en el Plata, casi se habían desvanecido: era ya solamente un recuerdo la farsa de la reyecía de Carlota Joaquina, la princesa del Brasil, hermana del fracasado Fernando VIL La monarquía criolla tuvo con Iturbide tanto de tragedia como de sainete. La Santa Alianza podía arrinconar a sus príncipes, pretendientes de las coronas de un día, en la América, emancipada no solo de Europa sino de su imperialismo.

La Asamblea de Plenipotenciarios de Panamá curaría los males de la guerra al dictar la paz con la república, para adelantarse al porvenir, en carrera o salto de avanzada, anticipando con más de una centuria, la solidaridad universal.

La miopía de republicanos de ensayo no ahondó los antecedentes ni apreció las circunstancias y derivaciones del plan trascenden­tal. Pasó este como estrella errante sobre el cielo americano; el que había de aguardar la jornada de un siglo, a que volviese a levantarse, en el horizonte el astro que alumbraría a otras gene­raciones.

Desde 1888 desarrolló el Pan-americanismo un nuevo programa de unión de las patrias americanas. Los Estados Unidos, como en arrepentimiento de conquistas y actos de fuerza, abrieron las puertas para el abrazo fraternal: Blaine presidió el primer Con­greso de Washington. Después seguirían las Asambleas en los países hispánicos: Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago, La Habana.

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Los filósofos de historia observan el fenómeno del Pan-ameriea- nismo, con estampilla de los Estados Unidos —y los higienistas y patólogos del derecho internacional examinan el caso de previ­sión y de curación: esta casi desconocida en la diplomacia.

Sáenz Peña, García Calderón, Fombona Palacio, Alejandro Alvarez, Altamira y tantos otros psicólogos y tratadistas de España y América examinan los peligros de la situación y avizoran los del porvenir, concluyendo muchos de ellos en que el monroísmo de pensamiento se ha traducido en imperialismo de la acción. El terrible Polk ejecutó la doctrina en la forma unilateral que sirvió luego para la conquista de Méjico: «Es preciso anticiparse a cualquier intento europeo», es decir, proclamó y practicó el monopolio de conquista en América. Ello había de ir más tarde a las aguas de Cavite y de Santiago de Cuba: la intervención de Monroe salvaría a Cuba y esclavizaría a otras colonias.

Como remate, vendrá la otra conquista trascendental y extensa, la de Knox: «sustituir las balas con los dollars».

Después de estas violaciones del famoso estatuto de 1823, saciados los apetitos en Panamá, pudo Roosevelt notificar a los hispanoamericanos: «Ya no se puede aplicar la doctrina de Monroe... Estáis preparados para ser campeones de vuestra propia doctrina de Monroe».

Aun intemacionalistas estadinenses confiesan las fallas y quiebras del monroísmo. El profesor Hull cree que la doctrina ha conducido a su nación al imperialismo y Haynes dice que la igualdad pregonada en 1823 la traicionan los Estados Unidos con la intervención.

Es que no se ha seguido la ruta primaria en la aplicación de la doctrina, ni los gobiernos de la gran república se han inspirado

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en sus motivos. Faltaba la institución que ideó Bolívar para la corrección debida en la práctica de la declaración.

No es dable negar que en los Estados Unidos existe un vasto mo­vimiento de reacción, para el objeto de establecer el nivel jurídi­co de la secular doctrina. El célebre presidente Wilson declaró solemnemente que la Unión no adquiriría una pulgada más de territorio, por conquista; y el Instituto Americano de Derecho Internacional lanzó en febrero de 1916 la famosa Declaración de la igualdad de derecho de las naciones, que importa, en la vida internacional, el precepto máximo de un decálogo de moral y de paz. Los pequeños pueblos ven ya la primera luz, como en el siglo xvill los ciudadanos fueron sorprendidos por la declaración de los derechos del hombre.

Ya lo había anunciado Bolívar a Canning en 1826: «Ningún Estado será más débil que otro. Un equilibrio perfecto se establecerá por el nuevo pacto social». Es lo que soñó en 1815: «Es necesario que la nuestra sea una sociedad de naciones hermanas».

Pero, habremos de considerar también que peor habría sido la suerte de estos países a tener por vecino un gran imperio europeo. El más civilizado de todos, Inglaterra, ¡ qué deveces hundió la garra de sus proas en las aguas americanas! Estados Unidos defendió a Cuba contra la codicia inglesa en 1827, a Honduras en 1835 y a Venezuela por la Guayana en 1895. Los títulos de propiedad de Inglaterra en las Indias occidentales carecen de legitimidad, la mayor parte de ellos por usurpación a la infortunada España. De Europa nos emancipamos, y no habremos de volver a ella, sino con la igualdad y para la igualdad.

Nos hallamos dentro del Pan-americanismo, ajuicio de algunos, como en una prisión; en concepto de otros, dentro de una fortaleza.

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¡Peor si no se nos hubiese llamado, y no estuviésemos en el cam­pamento, bajo las murallas! Continuaríamos de simple docu­mento humano para la rapacidad del poderoso. Aislados, casi sin conexión como antes, el Imperio republicano hubiese talvez con­tinuado, en las islas y en el continente, la ocupación, sin cautela ni temor, al amparo de la doctrina de Monroe y de la práctica de Polk y de Roosevelt.

De esta suerte, el Pan-americanismo vino a ser atenuación de imperio, promesa de enmienda, fianza para el porvenir, y en el momento histórico, por lo menos, una tregua.

Cierto que el Pan-americanismo no impidió tantos atropellos ni últimamente la mediatización de Nicaragua, ni las intervenciones armadas por motivo financiero, en Santo Domingo, en Haití. Los Estados Unidos que impusieron su veto, en Venezuela, contra las potencias europeas, no respetaban la soberanía de los pequeños en Haití, Santo Domingo, Nicaragua: dos políticas, una adentro, otra afuera. Pero ello pudo ser mucho más, sin el Pan­americanismo.

Este es un hecho. A los gobiernos del continente bien puede aplicarse lo que se dijo del presidente Núñez: «La veleta del Capitolio de Washington es su norte». Contra el hecho no se ha de cerrar los ojos ni clausurar los oídos. En él estamos desde el Congreso de 1888. Y como resultado de la gran guerra y del tratado de Versalles, América es ya solo para los americanos, entregada a sus propios destinos, bajo la tutela mayoritaria de los Estados Unidos, sin apelación a las potencias europeas y con un posible recurso de queja a la Sociedad de las Naciones —último refugio quizás del ensueño bolivariano.

No es dable negar que el programa del Pan-americanismo responde a ideales de fraternidad, de igualdad y de cultura que

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honran a pueblos obedientes al mandato de la paz, sensibles a la solidaridad continental y guardadores de su dignidad, para valer e imperar en el senado de los pueblos.

Las costumbres internacionales, por desgracia, no corresponden siempre a las declaraciones y estatutos de los congresos y los estados. Así es como ha sucedido el que, durante la actuación de las mismas Asambleas solidarias, se produjeran casos de fuerza de la Unión e intervenciones en daño de países casi indefensos. Hasta en la última reunión de La Habana, se intentó mañosamente, deslizar la doctrina de la intervención como doctrina privada pan-americana, claro que para ingerencia del gran tutor de las rencillas de casa adentro de las naciones menores de edad, o dementes o disipadoras.

La campaña en Hispanoamérica se ha concertado contra el imperialismo del Norte, en todas las formas y desde todas las trincheras del pensamiento. Ante las intervenciones por motivo financiero, a propósito del rapto de Panamá y de la retención de Puerto Rico y de tan repetidos agravios y en previsión de mayores violaciones de la fraternidad establecida en 1888; la prensa ha montado sus baterías en las repúblicas latinas; escritores de combate, en peregrinación de alarma y de defensa, recorren nuestros países gritando a somatén. Desde Pereira en Méjico hasta Ugarte en Buenos Aires, el clamor obedece a una sola inspiración, para salvamento. Los últimos incidentes en Nicaragua, Sandino un montañés de esa tierra como fortaleza, donde alienta aún el alma de acero de los Contreras españoles, son tema de leyenda para todo el mundo. En los propios Estados Unidos, alentó generosa simpatía por el héroe, y de esa misma libérrima nación fueron auxilios para la milagrosa resistencia de ese puñado de valientes y desvalidos.

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Mas nuestra campaña contra el imperialismo del Norte no obe­dece a plan combinado ni a las normas de la más vulgar estrate­gia. Se procede en orden disperso, sin adherencia a los elementos oficiales, desligada la acción de las cancillerías. La disposición de la batalla, en guerrilla inconexa, como si se tratara de combatir sobre el terreno, para solo esquivar la muerte, ¡que infantilismo de guerra! Así y al cabo, todos serían prisioneros.

Los pueblos hispánicos de aquende el mar, unos en reposo bi­zantino, otros en indiferencia esperanzada de la acción de los de­más; y tantos, casi todos, desavenidos, acechando al vecino y no al enemigo común; pueblos niños, quizá locos, no piensan en el conflicto que les amenaza, que les toca, que ya les aplasta; y me­nos adelantan la visión a su destino.

La confusión interna, la malquerencia de grupos, el choque de doctrinas e intereses, absorben la energía de multitudes que de­ben emplearla en prevenir el peligro y preparar la barricada en grupo compacto, en frente único.

Parece que el mismo dominador echara ponzoña en las aguas que hemos de beber, y nos trajese enfermedades de decadencia, chis­mes para rencor, contagio de locura; para que, débiles y agotados en la contienda de casa adentro, no podamos resistir al empuje dominador, que nos convertiría talvez súbitamente, en colonias de aquellos que transforman el planeta.

Imperativo del instante la unión fraternal, íntima, sin revés, ni desconfianza, de todas las naciones hispánicas, para actuar confederadas dentro del Pan-Americanismo, con lealtad al ideal de raza, sacrificando resentimientos, olvidando ofensas, todo en bien de la comunidad general, para redimirla, salvarla y entregarla al futuro, que es nuestro dominio.

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A este movimiento de preparación, de conservación, ha de pre­ceder la eliminación generosa de divergencias, de míseros pleitos territoriales, por desiertos y pantanos, por hijuelas del porvenir, las que los hermanos de América poblarían juntos para incre­mento de la hegemonía racial. Mengua y absurdo que precisa­mente los pueblos grandes y los latifundios nacionales resulten más codiciosos de tierras en disminución y casi anulación de los minoritarios, sacrificados al mayorazgo colonial.

Clamor de justicia, consigna de solidaridad, conjunción de inte­reses y aspiraciones —el plan de reconstitución, ha de extender­se en olas cálidas de amor, por todos los rincones de la América nuestra. La conciencia colectiva despierte con el relámpago del peligro, presta a la resistencia, fuerte por la alianza.

Para después de un siglo, y más todavía, serán realidad muchos de los capítulos del programa de confederación americana y mundial, pensó Bolívar. Su ideal de Sociedad de Naciones tiene ahora, después de la catástrofe, sitio y ambiente, alma popular y genio conductor: es el mismo de Bolívar, profeta, además de Libertador.

No que luchemos contra el Pan-americanismo, gran poder al que estamos los latinos de América adheridos por motivos geográfi­cos principalmente, sino para lidiar contra las degeneraciones de esa gran institución y para cerrar filas entre nosotros, entende­mos, compenetramos, en masa homogénea, cuyo ensamble no aparezca, para resistir así a toda prueba contra las injurias de los hombres y las inclemencias del cielo.

No que supongamos que, en los Estados Unidos, tenga privanza absoluta y dominio sin reserva el imperialismo que amenaza al Sur. En ese gran pueblo, una inmensa porción piensa y siente

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con nosotros, condena la importación norteamericana de ideas y tendencias malsanas a las poblaciones de origen español, auxilia espléndidamente la beneficencia aquí, y tocada de altísimo idealismo, censura virilmente a los gobiernos de la Unión que mantienen en cadenas a pueblos libres y ejercen el despotismo del dinero sobre países menesterosos.

¿No ha llegado ya la ocasión de fundar el tribunal hispano­americano que dirima las contiendas de casa, afirme las bases solidarias y apriete los lazos de la unión continental?

La América Latina representa inmensa reserva física y un gran poder moral. Para nervio y desarrollo de aquella y garantía de este, impónese la empresa total combinada y armónica de estas repúblicas, en cooperación, interdependencia y unidad.

No que se tema la sorpresa armada ni la invasión conquistadora, sino para fortalecernos en las artes de la paz, por la fuerza de la razón, la respetabilidad de la cultura y el imperio de la ética internacional, que como afirma León Bourgeois, no difiere de la individual y religiosa sino en la forma de su aplicación.

La conquista se verifica ahora por la técnica sabia y el dinero vencedor. Eduquemos profesionales para aprovechamiento de la fecundidad de nuestro suelo, de sus veneros, de sus mares; para utilización de las fuerzas aquí prodigadas, y para producir riqueza —órgano del poder y garantía de la vida internacional. Mendigos de ajeno progreso, de ciencia extraña, nuestra libertad será relativa y nuestra independencia, inferioridad. La América hispánica ha de fundar la confederación de la economía, el tesoro común, el trust de las empresas viales, la banca asociada, la uni­formidad de las tarifas, el zoolverein común, el código de las re­laciones civiles. Manejemos el crédito propio, sin pordiosear en

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los mercados judaicos donde avizoran, con ojos de moneda, las águilas rapaces de la conquista financiera. Hagamos las travesías marítimas continentales, en prolongación de país a país y dentro de un sistema, para eficiencia máxima de nuestro progreso.

Legislación uniforme, moneda única, tribunal de honor, justicia penal sin diferencia, el cabotaje —industria doméstica— estos y tantos otros capítulos de ordenanza de la vida interna y externa harán nuestro prestigio y ventura.

Ha de practicarse todo el plan de Bolívar: la defensa armada, el programa marítimo, el comercial, el constitucional, el de la edu­cación nacional.

Ser o no ser, ya lo dije en solemnes ocasiones: meditemos en el problema, cuyos preliminares sentados están, y a cuya solución estamos obligados.

Para ello, ha de mantenerse constante e íntima la relación de nuestras repúblicas, y de estas con Europa.

Después de la magna guerra, la vida externa es tanto como la interna, de atención diaria, premiosa, ejecutiva. El mundo mar­cha hacia grandes concentraciones, para un movimiento ecumé­nico, cuyos fines no adivinamos. Y al llegar a este punto, ¿por qué nuestra ausencia en la Sociedad de las Naciones? Nuestro sillón en Ginebra no ha de cubrirse de algo como un paño mortuorio. Hablo del Ecuador.

Uno de los inteligentes apologistas de aquella Sociedad, Olof Hoijer recuerda que la Sociedad de las Naciones tuvo su origen en América, es decir en el cerebro y corazón de Bolívar, y que ella pretende una comprehensión más profunda y vasta, para las aplicaciones múltiples de la vida contemporánea.

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Ningún pueblo hispánico debe faltar en la Sociedad de las Na­ciones, que es de procedencia americana, brote de inspiración juvenil del Nuevo Mundo.

La Sociedad de las Naciones significa su igualdad, siquiera sea doctrinaria. Allá hemos de ir, con más ilusión, los pequeños, que no poseemos otra arma que la palabra, para alegar por la justicia, y la pluma para dispararla, como saeta, al corazón de los tiranos internacionales. En este océano donde, con diverso rumbo, se agitan las olas de tantos intereses altos y míseros, superficiales y profundos, la América nuestra ha de echar la sonda, para aven­turar la nave.

En la última sesión del Congreso de Panamá, ha más de un siglo, se propuso trasladar la anfictionía al Ecuador, a esta ciudad de Quito —cráter de la primera explosión republicana. Quito debía convertirse en la sede definitiva, bien proyectada de la asamblea americana y de su tribunal.

Quito, centro geográfico de la tierra, mansión de primavera, puede ser un día el de esta parte del mundo, desde el que se dicten los mandatos de la paz y las declaraciones de la justicia, para equilibrar los destinos humanos, como lo produjo el gran Vidente americano, nuestro Señor y Padre, Simón Bolívar, Libertador ayer, Libertador hoy por la persistencia de su ideal, —y por sus grandes empresas resucitadas— el Libertador de mañana.

N ota:

'Anales déla Universidad Central, Tomo XLII, N? 268. pp. 354-370. Quito, Abril-

Junio de 1929.

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Discurso de ingreso a la Academia Ecuatoriana de la Lengua*

Señores académicos:

D olencias del cuerpo y del espíritu me hacen acudir tar­de a vuestra llamada. Perdonad la flaqueza de quien no supo corresponder con diligencia a vuestro favor, y tomó

asiento en esta Junta ilustre con la natural desconfianza de su pequeñez, porque temió siempre llegar a la cumbre, extraña a sus modestas aspiraciones. Cuando el ánima entregada del todo a tristeza y duelo, no acierta otra posición que la de la soledad ni otro idioma que el del silencio, mal puede nadie saltar los umbrales —del alcázar de la literatura— para hablar tal vez del propio dolor, insultando la alegría de las letras con alardes de pesimismo y endeble convalecencia.

Si es mucha la gratitud hacia vosotros porque me dais entrada en este augusto recinto, quedé más obligado, porque me señalasteis el puesto de mi ilustre amigo, que estimuló mis primeras labores y me señaló el camino en medio de las timideces de la adolescencia.

Ya un docto compañero vuestro hizo el elogio del doctor José Rafael Arízaga, quitándome por desgracia ocasión de ocupar largamente estos momentos que se me conceden para dirigiros la palabra.

Comprendo, señores, que a este elevado puesto me ha traído, aparte de vuestra benevolencia, mi pasión por la divina poesía.

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En estos momentos de gracia para mí, quiero hablaros de ella, quiero hablaros de los intereses del arte en la América española, ensayando algo como una memoria acerca de la literatura en es­tas tierras nuevas, que esperan días de grandeza y gloria. Cuáles son los destinos del Arte en Sudamérica, cuáles sus defectos ac­tuales, dónde está el camino que deben seguir el genio y la ins­piración para inmortalizarse y dónde los medios de alcanzar la originalidad, el carácter y la energía artísticas. En suma, aman­te de las eternas Gracias, soñador en la supremacía intelectual y convencido del invencible ministerio de amor, de luz, de ava­salladora energía del Arte; os pido perdón para desarrollar ante vosotros, maestros de sabiduría, poseedores a perpetuidad del tesoro de la ciencia de la belleza, un programa literario. Podrá él pecar de arrogante, tal vez de vago en las apreciaciones, quizá de erróneo en los medios que aconseja. Pero, la intención es tan sana, como grande el amor a la Patria, a la Religión y al Arte. Creo no ir descaminado con guías tan seguros en la ardua pere­grinación, que ese amor me precede y guía en ella, y toda obra verdaderamente bella ha sido calentada a la lumbre de esas tres fuerzas del espíritu, a cuyo influjo se formaron las literaturas que merecen el nombre de tales, por la cohesión y robustez de sus partes, la armonía y concierto de los ideales y la histórica progre­sión de las obras del ingenio.

En Sudamérica hay fundadas esperanzas para el Arte, las hay, señores. Ilusionada con la hermosura, habitante en tierras donde la física de la belleza llega a veces al punto de lo sublime, la raza americana, adora las letras; por ellas enamorada, busca, inquiere y, recibiendo aire y luz de todos los ramos literarios, siente ya palpitar, hincharse y abrirse la semilla del genio nacional.

Don Andrés Bello, patriarca de la cultura hispanoamericana anunciaba ya el advenimiento de las Gracias al suelo donde los Héroes, los de la Conquista y los de la Independencia, Cortés y Pizarro, Bolívar y San Martín, abrieron el surco a las grandes

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empresas, plantaron el árbol de la gloria y dieron la materia prima para los poemas heroicos: base a toda literatura nacional.

De Europa, los colonizadores trajeron acá la simiente del trigo y de la vid, del naranjo de Valencia, del olivo sevillano y del néctar de Arabia y de la caña de Mallorca que cuaja el manjar de los dioses. Y esas plantas fructificaron aquí porque hallaron tierra fecunda, la tierra americana; el trigo cubrió los manteles del con­quistador, transformado en el sabroso pan del colono; la vid ex­primida en rojos racimos de divino licor hizo olvidar al europeo la patria.

Así, esa luz viajera de la belleza vino de allá de Grecia, de Italia heredera de Roma, de España la latina; y después de los cruentos y revoltosos tiempos de la Conquista, de la sujeción y quebranta­miento de estas tierras, se abrió, aunque trabajosamente, camino la poesía y amaneció en los oscuros cielos la aurora de las Artes.

Cuando la conquista, los ánimos apenas se bastaban a las empre­sas heroicas; y nadie sin ser cobarde podía entregarse a los ejerci­cios inocentes, cuando asechaba el indio suspicaz y disimulado y crujían las armas de la contienda civil. Además era menester su­jetar las tierras, descuajar el bosque, prender hogueras y levantar ciudades. Imposible entonces que, emigrada de Salamanca y de Sevilla, viniese la lira y preludiase cuando Domingo de Irala for­zaba las subidas del Paraná, Gonzalo Pizarro las entradas de la Canela, Valdivia los bosques del invencible Arauco y Hernando de Soto las bocas del Misisipi imposible.

Más tarde, para desgracia nuestra, cuando el Siglo de Oro se inclinó por entero al ocaso y cuando apenas quedaron como regocijo de los Números y las Gracias las farsas escénicas, bien que deslustradas por el amaneramiento y los disfraces de la decadencia; el conceptismo nebuloso, el artificio retórico se

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trasladaron a las colonias: venida quizá más abominable que la de los aventureros que vomitaron los presidios de la metrópoli sobre este continente, morada del dolor y del infortunio.

Góngora vino acá, no vino Garcilaso con sus pastores a la nueva y grandiosa Arcadia americana a la que se trasladó aquel genio amante de lo desconocido y el fundador de nuestra nacionalidad lírica, Chateaubriand. Si algún solitario pensador de los monasterios castellanos especuló en Lima o Méjico, en Quito o Santa Fe, aquellas especulaciones, a modo de parodia de mal gusto, recordaban las obras magnas y los asombrosos pensamientos de Vives y Arias Montano, de Suárez y Molina como los imitadores sin conciencia, recuerdan el nombre y las glorias de los desgraciados maestros maltratados por su imitación.

Con todo, fueron tan fecundas estas tierras a la semilla del genio, tan propicio el suelo empapado en sangre de héroes y gigantes, tan amorosa la solicitud de España por irradiar después hacia el otro hemisferio la luz de sus aulas y trasmitir los ecos de sus cien liras; que al cabo, después de las arideces del siglo XVII, siglo en que España durmió como el solitario de la leyenda, ignorante de todo, sin conciencia de la vida; por fin, por trasmisión eléctrica, al despertar el espíritu de Calderón y Lope, cuando cantó Quintana en la robusta trompa de Castilla, y le contestó Gallego en lidia de ruiseñores y la Escuela Sevillana proclamó a Lista y el pensamiento español floreció con Balmes y la audacia del genio levantó a la cumbre el nombre de Espronceda; por fin entonces, la América al par de las arengas elocuentes de Bolívar, se ilustró con la estrofa de Olmedo derramada sobre los moldes helénicos; y con Bello, sabio improvisado, milagro de la inteligencia que amaestró a sus absortos compatriotas, con Caldas y Solano, y Fernández Madrid y Ventura de la Vega que sorprendieron por lo inesperado de su talento, nacido y desarrollado en estas tierras que se creían indóciles a la simiente de la belleza.

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En gloriosa sazón, la guerra de la Independencia sorprendió al mundo, no solo con un derroche de heroísmo sino con el insólito banquete de las Artes. Esos guerreros implacables fueron ora ge­nios omnipotentes como Bolívar, ora filósofos a manera de San Martín y Urdaneta; ya políticos como Santander, ya oradores como Sucre. Y en torno de éstos, los proceres del ingenio entrega­ban las alas al viento de la libertad y daba el genio de América sus más preciadas flores, formándose, ya desde entonces, el carácter de nuestra cultura, y poniendo domicilio a las orillas del Guayas y del Rímac, del Tunja y del Arauco, las Musas que amaron los sa­cros ríos de Asia y de Europa. Bello en las más bruñidas estrofas encerró la grande naturaleza americana, reduciéndola a la áurea esencia de una suprema hermosura; Olmedo cantó los héroes y los semidioses, los muertos ilustres y las tumbas de reyes y cau­dillos; y logró que en el río más hermoso de las tierras del Sur, tomase asiento, a la sombra de opacos tamarindos, la humilde Musa americana hija de Grecia, amiga del lírico de Venusa.

Después, señores, la historia de las Letras hispanoamericanas, historia de lucha contra la rutina, contra los imposibles de una atmósfera adversa, contra los inconvenientes del auditorio, es no muy halagadora. Si fue arrogante el comienzo de la labor, des­pués ¡qué de caídas, casi todas provenientes de ese demonio de la imitación que mata la libertad artística y la creación espontánea, aprisionando el ingenio en los moldes de Europa! Raras las obras en que sin miedo, el genio americano produjo sus silvestres pero amables flores: únicas, por lo que se recomienda a la admiración universal.

¡Qué de tropiezos en la penosa jornada! Y lo peor que no los co­nocemos a veces; y que creemos andar libres, cuando pasa sobre nosotros el carro del vencedor.

Tiene su parte de verdad aquella al parecer extraña aserción de un gran crítico, que afirma que para prosperar en su labor,

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el genio necesita ponerse bajo las banderas de algún grande hombre que le precedió; porque la imitación dentro de la libertad y el seguir la corriente de los proceres de la inspiración es obra de progreso, es continuar el encadenamiento de la producción del espíritu y mantener las tradiciones de la literatura desde los siglos primitivos hasta el día, conservando así con lumbre y fuego el hogar del numen, para así enriquecer el perenne acervo de todas las literaturas.

Pero, señores, ya he dicho: la imitación se ha de hacer dentro de la libertad, sin la tiranía de fórmulas estrictas y el calco hecho con el compás tímido, sin la arrogancia de quien tiene seguridad de su inspiración.

La imitación ciega y esclava del modelo es el mayor obstáculo para que las letras, y principalmente la poesía, la más libre de las bellas artes, prosperen con la genialidad y lozanía de sus na­tivos climas. Este ha sido el mal: ávidos de impresiones ajenas, con la inconciencia del que no siente de veras, con el fingimiento que no se compadece con la espontaneidad; aquí donde hay que dejar hablar a la Naturaleza y sentir a los corazones juveniles; place más, casi siempre, remedar los arcaicos suspirillos de hele- nizantes trasnochados, el acerbo sarcasmo de Leopardi, la duda y el vacío inmenso de Manfredo, las extrañas filosofías del Dr. Fausto. Presto, y sobre todo, con los primeros efluvios de la inde­pendencia, pudo el artista americano, sin cerrar los ojos a todos los horizontes del espíritu, sentir como americano, crear toman­do ejemplares de la realidad, amar lo que miraba, entusiasmarse por la Patria y quemar incienso a los Númenes de su casa; para de esta suerte, ir formando los caracteres nacionales y la espon­taneidad de las artes, que es la condición primera que debe tener toda manifestación del espíritu para inmortalizarse. Porque el trasplante inconsiderado es procedimiento desastroso, ya como capricho de escuela, ya como tentativa erudita para arraigar en un suelo especies que necesitan invernaderos, para echar flores y

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flores enfermas. En este, como en muchos puntos, déjese resol­ver el problema a la libertad y empújese a las generaciones a esa sana independencia, que hermana de la naturaleza y del genio, producen sin esfuerzo las obras sinceras, las obras inmortales.

Y más reparable la imitación, si se limita a un ídolo, a una peque­ña secta literaria, que allá en la soledad del gabinete nos enamo­ró mediante sugestión de un galvanismo extraño. Así es como el ingenio se reduce a la servidumbre intelectual; y la literatura es comercio de géneros coloniales, cuyo monopolio corresponde a la metrópoli literaria, que se titula dueña de los espíritus que declinaron la independencia del talento y la nobleza de las facul­tades creadoras, ora por la inercia, ora por el miedo y siempre por un capricho de la moda, en sociedades que se conceptúan inferiores y tributarias.

Respecto a la imitación. Señores, creo que la doctrina consciente y racional es esta: no se podrá prescindir, —sin prescindir de la belleza misma— del estudio de los modelos, de la creación obediente a los principios ya descubiertos por el genio en su larga carrera, del aprendizaje de las maravillas de la forma. El que quiera irse solitario por sendas ignotas, guiado solo por su audacia ¿dónde irá a parar, sino en el despeñadero en donde se derrumban las fantasías indóciles, para ejemplo triste de los estragos y caídas de la inteligencia que en su jomada prescinde de la tradición, tesoro acumulado por las generaciones pretéritas para riqueza de las presentes y las venideras?

¿Qué sucedería con un pintor que echase al olvido las Escuelas que le precedieron; qué del escultor y el arquitecto que no hu­biese estudiado los modelos que como piedras miliarias vienen señalando la marcha de la humanidad en las vias del progreso?

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De esta suerte, el artista de la palabra tiene que seguir los rum­bos ya conocidos, arrancando todas sus creaciones de las de los semidioses del Arte. En las sacras fuentes de Homero bebió Vir­gilio, que a su vez, evocado su espíritu por el grande hombre de Florencia, condujo al Dante por los círculos de la belleza, dete­niéndose a las puertas de las moradas excelsas: punto en el que como astros nuevos comenzaron a levantarse los grandes poetas cristianos.

Esta imitación es libre, espontánea, entusiasta; y formada según los sanos procederes del arte.

Mas, aquella otra que ahoga al imitador reduciéndole a servidumbre, sometiéndose casi a tormento, para amoldarse y copiar las posiciones del original no ha producido sino retroceso: significa la atonía de las facultades creadoras, la paralización de la marcha hacia la siempre antigua y nueva hermosura.

Los americanos, sin adquirir casi originalidad, a modo de esclavos, hemos imitado, todo lo que de allá nos viene; y nuestra imitación raras veces ha sido la de los latinos que echaron la simiente de Grecia en los campos etruscos, y vieron como el laurel de Atenas arraigó y dio flores nuevas, con insólita lozanía. Alguna vez, el genio americano ha triunfado de ese servicio de esclavitud: Olmedo, espigando en la inagotable mies de la bella antigüedad e impresionado por las Odas de Quintana, supo no obstante, dar a sus cantos la libertad fresca y purísima de hijo de una tierra virgen y prodigiosa. Bello enamorado de Víctor Hugo, a pesar de la diversidad de su índole, cobró tanto brío al imitarle y trasladar a la difícil estrofa castellana las estancias del autor de las Orientales, que a veces mejoró el original; y no por su predilección hacia esa grandiosa poesía, dejó de formar casa propia y explorar en lo más hermoso y difícil: la interpretación de la naturaleza.

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La agricultura de la zona tórrida es una maravilla única en su género, y por sí sola demuestra la aptitud de los ingenios de ul­tramar para los más penosos y brillantes ejercicios del arte.

Antes, señores, y ahora sobre todo, ha llegado la época de nues­tra emancipación intelectual. Es tiempo de que el genio hispa­noamericano sin renunciar la cultura de todos los siglos y antes bien aprovechando las corrientes varias del ingenio, las de Italia e Inglaterra, de Francia, de Alemania y de España, sin jurar una sola bandera, libre y animosa escriba y cante en la novela y en la fábula escénica, en la leyenda y el poema, y sintiendo de veras, hable el lenguaje de la espontaneidad y agote los veneros de la naturaleza, formando de esta suerte la casa propia en la que se esculpa el blasón heráldico de la originalidad.

No digo yo que formemos una literatura aparte. Las literaturas se conocen y se clasifican por las lenguas aunque todo lo que se escriba en castellano será literatura castellana; y nosotros los americanos jamás podremos independizarnos del idioma de nuestros mayores; y antes bien será preciado deber y mucha gloria conservar aquí con pureza y lozanía aquella habla maravillosa que pudo acertar en las ternuras místicas como en las justas de amor, en la inextricable especulación metafísica, como en el cuentecillo del hogar.

De modo que cuando digo y todos dicen literatura americana, no se trata de obras del ingenio que no formen parte del tesoro de la literatura castellana y participen de las notas de su origen. Mal que a algunos pese, aunque hayamos roto la cadena histórica que se impuso en la conquista y la Colonia, las letras de este lado del mar se considerarán por todos los historiadores como heredad castellana.

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Así la nacionalidad literaria se irá formando con otros elementos, pero siempre dentro de aquella vieja e indestructible unidad. Será la física, será la historia, ora la observación de las costumbres, ora las nuevas tendencias de estas jóvenes repúblicas, las partes, por donde el arte aquí, vaya tomando, del suelo la savia, el color y la vida.

Y ¿qué diré de la cuerda del amor, esta cuerda, que si ha resonado en ocasiones con verdadera armonía, es en enrubio el título mayor que nos recomienda al olvido? Líbreme Dios de asentir que a la mujer se debe desterrar de las artes. La mujer es el ejemplar humano más hermoso: a su nombre ligaron todas las generaciones los númenes y deidades amables. De modo que aquella fórmula que Goethe denominó el eterno femenino es un axioma de la estética; que ni en la poesía religiosa aunque ascienda a la alianza mística, ni en la literatura patriótica, ni en la íntima se podrá prescindir de aquel ser que ejerce el ministerio de la madre. Y en las artes, ¿cómo prescindir del tipo de las acabadas formas, del ideal del culto doméstico, formado por la idea cristiana que libertó a la hermosa esclava de Grecia para trocarle en la matrona y en la virgen de los siglos católicos?

Precisamente porque la mujer es de lo más respetable entre los seres a quienes debemos el don del amor; no se profane la santi­dad de esa perenne hermosura con los alardes de la orgía, con las quejas necias y el análisis de la sensualidad. Nada más difícil que lo fácil: fácil por cierto componer unos versillos a la novia, cantar una serenata, o ensayar un himno de gratitud a nuestra santa madre —i Ah! y ¡cuán pocos aciertan a decir algo que merezca vivir siquiera unas pocas horas!

Entre nosotros, la abundancia fastidia primeramente y la fealdad hace aborrecible un ejercicio del alma —en el que más

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se ha distinguido el genio, porque el genio comprende y siente la hermosura femenina; que la exorna con las vestiduras de gala de las formas, para inmortalizar a Beatriz o Margarita—.Aquello no solo entra en el terreno de la monstruosidad artística, es también el fenómeno moral; porque —como asentía Macaulay— las grandes obras y más las que se relacionen con las costumbres, han de revestir cierto carácter oculto pero tangible de excelencia moral: que de otra suerte, no arrebatan el ánimo ni producen la emoción estética. Y si esto se decía, hablando de las obras maestras; ¿qué diremos de este torbellino erótico de los poetas hispano-americanos? Los poemas hermosos —que sí los hay aquí— bastarán a absolver esos innumerables volúmenes de versos de encargo y necedades rimadas?

Y ¿qué os diré de la sensiblería postiza y ridicula de tantos va­tes pálidos y neuróticos? Adolescentes que debían embriagarse con las rosas de la primavera y coronarse de laurel, fingen unas desventuras tan colosales y se entregan a tan acerbas tristezas, que no se sabe qué despreciar más en esas rimas de improvisada desesperación, si lo convencional y aparatoso de las formas, o las máscaras del pensamiento.

Recuerdo, señores: cuando comencé con los primeros versos (que todos los hacemos por acá) puse singular empeño en el sentimentalismo más desatinado; me parecía que el arte eran los epitafios del cementerio y los paños fúnebres de la muerte; hablé de la duda, mendigué compasión por los desengaños y la vanidad de mis horas; y acabé por pedirle, ¡oh blasfemia! cuentas al Supremo Hacedor, por haberme despertado a la vida. Y tenía dieciocho años, y era feliz, por gracia de la Providencia.

Ahora, cuando entiendo la verdad profunda del arte, cuando sé que la palabra no es una máscara del pensamiento ni una in­vención engañosa; ahora al recordar esos pobres guiñapos de

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la adolescencia, no acierto bien ni a reír ni a llorar, porque me campadezeo, y compadezco la mísera fragilidad de los que nos llamamos poetas o escritores; poetas y escritores que muchas veces cerramos los ojos al sol y hemos menester la doctrina de cualquier maestro de aldea.

Por acá, enemigos de imitar lo que merece ser imitado, hemos cuidado bien poco de ensayar la hermosa cuerda bucólica. Des­cuido tanto más lamentable, cuanto que, en estas grandes selvas, en la lozana juventud de la naturaleza, en ciudades como aldeas, cuando los estímulos de las grandes pasiones se desconocen; ¡cuán fácil encontrar a cada paso a la aldeana Dorotea, traslada­da a la sombra de las palmeras, y seguir a Mireya, la inimitable diosa de Provenza!

Todavía estos son pueblos pastoriles, vecinos muchos a la tribu y amantes de la tradición patriarcal. Al pie de los Andes, los de la raza europea, los de la indígena que canta sus yaravíes en la caba­ña, antes de la rústica cena: todos amamos como lo más bello la tranquilidad del campo y los serenos y libres afectos y expansio­nes del alma en medio de la naturaleza. De modo, que las obras que más impresionan en estas tierras son esas en que el sueño huele a trébol y el aire al néctar de los rebaños según cantaba Longfellow en su lindo idilio americano Evangelina.

Mas, no todo ha sido llevar mal camino; algo se ha escrito ya, que puede la América Latina presentar, no sin orgullo, a los demás pueblos: la novela pastoril, el idilio, han dado fruto y sazonado fruto. Chateaubriand compuso dos novelas de este género y americanas (con un americanismo a decir v erdad, poco sincero y fiel). La Atala principalmente ha sido el patrón al que han venido sujetándose los posteriores novelistas americanos, introduciendo eso sí excelencias que no posee aquella, provenientes de la

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sinceridad de la composición y la fidelidad en las descripciones. Para comprobarlo, ahí está Cumandá, creación espontánea y de una frescura primaveral: procede de Atala (¿cómo negarlo?) mas, sin exceder el estilo y el sentimiento hondo de Chateaubriand, le gana en lo que más conviene, en el americanismo, en la verdad del color, del paisaje, de las costumbres.

Siguiendo el mismo camino, encontró Isaacs un tipo más huma­no, hechicero y dulcísimo: María. Esta novela es la mejor de los americanos, y una de las más hermosas considerada en el terreno de las literaturas comparadas. Su misma popularidad dice bien claro que aquellas escenas son copias del original, diseñados por el pincel de un gran artista.

Se ha encontrado esta puerta que lleva a un paraíso; y todavía son muy pocas las novelas de este género en América. Nada que la política y los versos de encargo lo absorben todo y monopoli­zan. Cumandá y María no conocen aún a sus hermanos menores.

Siguiendo estos sencillos preceptos de buen sentido, juzgo, señores Académicos, que las letras alcanzarán renombre en el Nuevo Mundo. De esta manera, las Artes se desarrollarán con armonía y orden, sin que una o varias de sus manifestaciones usurpen el puesto a las demás. Y aun las artes mismas no deben ser toda la cultura; porque aquellos pueblos en que la literatura monopoliza las vocaciones, son pueblos muertos para otras disciplinas más útiles y tan necesarias como la literatura para la vida y el engrandecimiento del individuo y de la sociedad. Aun para el progreso literario, es menester que, al mismo tiempo, se cultiven las ciencias, las especulativas que acendran el espíritu y encadenan la fantasía y las experimentales que ofrecen al arte la materia prima de sus composiciones; las sociológicas que ponen a disposición del artista los elementos sociales y las morales y

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Remigio Crespo Toral

teológicas que dirigen la creación, la informan y la redimen para Dios.

A la América hija de España le aguardan —señores— grandes des­tinos. ¿No veis cómo todas las miradas se vuelven a estas tierras nuevas donde ya se ostenta la lujosa vegetación de las Artes? Allá en la patria de estas, en las naciones que rodean el Mediterráneo, el mar de la luz y la hermosura, cuna de la gloria y la civilización, decaen las almas, temerosas de imponderables catástrofes: han perdido la fe en sus destinos, gastados por el abuso del análisis y enamorados de lo real y lo grosero dentro de las fórmulas posi­tivas, y se preocupan menos de esas inútiles bagatelas del arte; y deponen ya el cetro cantando la última elegía, los poemas bárba­ros, o repitiendo las viejas canciones de Epicuro. ¿Adonde pasará aquel cetro sino a las gentes americanas, que adoran la belleza y rinden culto a sus númenes protectores, con inusitada pasión?

Aquí —señores— en la América hispana, un día no lejano for­marán casa y patria las letras, las letras que ilustraron a España y de España nos vinieron. Nos independizamos de Europa en lo político: nos independizaremos de Europa en lo literario: enton­ces, sin desechar los modelos ni menospreciar la sana imitación, lograremos constituir la originalidad, la patria intelectual, la es­cuela hispanoamericana.

N o t a :

’ Textos revisados de Crespo Toral, Remigio. Poetas Románticos y Neoclásicos. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima. La Colonia y la República].

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B iblio teca básica de a u to r e s ecu a to r ia n o s

(BBAE)

1. Literatura de la colonia (I) Fray Gaspar de Villarroel

Juan de Velasco Eugenio de Santa Cruz y Espejo

2. Literatura de la colonia (II)Juan Bautista Aguirre

Ramón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena

José de Orozco

3. Literatura del siglo xix (I) José Joaquín de Olmedo

Dolores Veintimilla de Galindo Julio Zaldumbide

Remigio Crespo Toral

4. Literatura del siglo xix (II)Juan León Mera Manuel J. Calle Luis A. Martínez Roberto Andrade

Miguel Riofrío

5. Literatura del siglo xix (III)Juan Montalvo

Fray Vicente Solano José Peralta

Federico González Suárez Marieta de Veintimilla

6. Literatura del siglo xx (I) Ernesto Noboa y Caamaño

Alfonso Moreno Mora Humberto Fierro

Arturo Borja José María Egas

Medardo Ángel Silva

7. Literatura del siglo xx (II)Enrique Gil Gilbert

Demetrio Aguilera Malta Joaquín Gallegos Lara

José de la Cuadra

8. Literatura del siglo xx (III)

Gustavo Alfredo JácomeJorge Icaza

Alfredo Pareja Diezcanseco Raúl Andrade

9. Literatura del siglo xx (IV)Hugo Mayo

Pablo Palacio Humberto Salvador

10. Literatura del siglo xx (V)

Jorge Carrera AndradeGonzalo Escudero Alfredo Gangotena

Manuel Agustín Aguirre

11. Literatura d el siglo x x (VI)Adalberto Ortiz

Nelson Estupiñán Bass Ángel F. Rojas

12. L iteratura del siglo xx (VII)Gonzalo Zaldumbide

Benjamín Carrión Leopoldo Benites Isaac J. Barrera

Aurelio Espinosa Pólit Gabriel Cevallos García

13. Literatura del siglo x x (VIII)Jorge Enrique Adoum César Dávila Andrade

Efraín Jara Idrovo

14. Literatura del siglo xx (EX)

Pedro Jorge Vera Alejandro Carrión

Arturo Montesinos Malo Alfonso Cuesta y Cuesta

Rafael Díaz Icaza Miguel Donoso Pareja

Page 166: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

15- Literatura del siglo xx (X) Eugenio Moreno Heredia Jacinto Cordero Espinosa Carlos Eduardo Jaramillo

Ileana Espinel Rubén Astudillo y Astudillo

Fernando Cazón Vera

16. Literatura del siglo xx (XI) Alfonso Barrera Valverde

Francisco Granizo Ribadeneira José Martínez Queirolo

Filoteo Samaniego Francisco Tobar García

17. Contemporáneos (I) Agustín Cueva DávilaAlejandro Moreano

Hernán Rodríguez Castelo Femando Tinajero Villamar

18. C ontemporáneos (II)Iván Égüez

Raúl Pérez Torres Eliécer Cárdenas

19. C ontemporáneos (III) Rocío Madriñán Sonia Manzano

Julio Pazos Barrera Alicia Yánez Cossío

20. C ontemporáneos (IV)Iván Carvajal

Alexis Naranjo Javier Ponce

Antonio Preciado Humberto Vinueza

21. Contemporáneos (V) Jaime Marchán

Francisco Proaño Arandi Juan Valdano

22. C ontemporáneos (VI) Juan Andrade Heymann

Vicente Robalino Bruno Sáenz

Sara Vanegas Coveña

23. Contemporáneos (VII) Carlos Béjar Portilla

Carlos Carrión Abdón Ubidia

Jorge Velasco Mackenzie

24. Contemporáneos (VIII) Marco Antonio Rodríguez

Jorge Dávila Vázquez Vladimiro Rivas Iturralde

Natasha Salguero

25. Contemporáneos (IX) Oswaldo Encalada

Alicia Ortega Santiago Páez

Aleyda Que ved o Rojas Raúl Vallejo

26. Contemporáneos (X) Carlos Arcos Cabrera

Modesto Ponce Huilo Rúales Raúl Serrano

Javier Vásconez

27 C ontem poráneos (XI) Gabriela Alemán Fernando Balseca

Juan Carlos Mussó Leonardo Valencia

Oscar Vela

28. C ontem poráneos (XII) María Eugenia Paz y Miño Juan Manuel Rodríguez

Lucrecia Maldonado Gilda Holst

Page 167: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

UTPLU W V E M 1 D & 0 T tO O C A P AAT ICU LAH D t LO JA

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BIBLIOTECA BÁSICA DE ALTORES ECUATORIANOS

Impreso en Ecuador en septiembre de 2015

Para la portada de este libro se han usado caracteres A Love ofThunder, creados por Samuel John Ross, Jr. (1971).

En el interior se han utilizado caracteres Georgia, creados por Matthew Cárter y Tom Rickner.

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Page 169: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

Literatura de la Colonia

L iteratura de la C olonia (I) Fray Gaspar de Villarroel

Juan de Velasco Eugenio de Santa Cruz y

Espejo

L iteratura de la C olonia (ii) Juan Bautista Aguirre

Ramón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena

José de Orozco

Literatura del siglo xix

L iteratura del siglo x ix (I)José Joaquín de Olmedo

Dolores Veintimilla de Galindo Julio Zaldumbide

Remigio Crespo Toral

L iteratura del siglo x ix (ii) Juan León Mera Manuel J. Calle

Luis A. Martínez Roberto Andrade

Miguel Riofrío

L iteratura del siglo xix (III) Juan Montalvo

Fray Vicente Solano José Peralta

Federico González Suárez Marieta de Veintimilla

Page 170: Literatura ecuatoriana del Siglo XIX

La Biblioteca Básica de Autores Ecuatorianos (BBAE) es un proyecto editorial y académico de la Universidad Técnica Particular de Loja. Su finali­dad es presentar una antología de la literatura ecuatoriana en la que se hallen presentes los auto­res más representativos del pensamiento literario del Ecuador a partir del siglo xvu.

Esta magna tarea fue encomendada a un equipo de reconocidos críticos y estudiosos de la historia de las letras ecuatorianas, quienes, luego de evaluar el aporte de cada uno de los escritores cuyas obras han sido publicadas a lo largo de estos cuatro siglos, elaboraron un listado de nombres y obras que objetivamente se consideran los más destaca­das e imprescindibles para entender la evolución del arte literario de nuestro país.

Se trata, por lo tanto, de una visión panorámica de un proceso histórico vasto, complejo y progresivo que muestra la evolución de un aspecto de nuestra vida cultural desde sus orígenes, en los siglos colo­niales, hasta hoy cuando prima la búsqueda de una voz propia, testimonio que se aprecia en las nuevas corrientes literarias que triunfan a partir de la década del 30 del siglo xx.

La presente publicación ofrece al público lector (y, en especial, a los jóvenes estudiantes y docentes de los establecimientos educativos), una colección bibliográfica de fácil acceso en la que, a través de sus 28 volúmenes, se pueda conocer a los escrito­res del Ecuador en sus propios textos, selección que llega precedida de prólogos críticos en los que se comenta la obra y el valor literario de cada uno de ellos.

URL: http://autoresecualorianos.utpl.edu.cc/