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129 129 129 129 129 LIBROS Revista Casa de las Américas No. 273 octubre-diciembre/2013 pp. 129-135 AURELIO ALONSO En el mapa geopolítico de un mundo convulso* A mérica Latina en la geopolítica del imperia- lismo es el título del libro de Atilio Boron que me propongo reseñar en las páginas que siguen. La obra acaba de ser galardonada con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en su octava edición, con lo que se coloca, muy merecidamen- te, en la tradición de los ensayos premiados con anterioridad que han logrado articular una respuesta sistemática a la iniciativa del presidente Hugo Chávez cuando instituyó este concurso en el año 2004. Podemos decir hoy, con satisfacción, que el pensamiento revolucionario tiene en él una fuen- te de estímulo y de irradiación de ideas como nun- ca antes la había tenido en la historia. Aunque to- davía joven como certamen, y abriéndose paso en medio de la hostilidad de la dere- cha y las reticencias euro- céntricas de algunas izquier- das, no cuenta aún con la visibilidad que cabe esperar de su significado, pero no tengo dudas de que el Pre- mio se consolida y no es este un vaticinio exagerado. En una «advertencia introductoria» a su trabajo nuestro autor da cuenta del proceso de elabora- ción del cual resulta la obra premiada, que tiene antecedentes en la que publicara en 2009, en co- laboración con Andrea Vlahuvic, con el título de El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos. Su po- nencia al Coloquio Internacional La América La- tina y el Caribe entre la Independencia Colo- nial y la Integración Emancipatoria, convocado por la Casa de las Américas en noviembre de 2010, y el curso que dictó sobre el tema en el segundo se- mestre de 2011, en el Campus Virtual del Progra- ma Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, se convirtieron, según sus pala- bras, en punto de partida del presente ensayo. La obra se compone de diez capítulos y un breve epílogo en el cual reconoce haberse concentrado * Atilio A. Boron: América Latina en la geopolítica del imperialismo, Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012, Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Cul- tura, 2013.

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2013

pp.

129

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AURELIO ALONSO

En el mapa geopolíticode un mundoconvulso*

América Latina en la geopolítica del imperia-lismo es el título del libro de Atilio Boron que

me propongo reseñar en las páginas que siguen.La obra acaba de ser galardonada con el PremioLibertador al Pensamiento Crítico en su octavaedición, con lo que se coloca, muy merecidamen-te, en la tradición de los ensayos premiados conanterioridad que han logrado articular una respuestasistemática a la iniciativa del presidente HugoChávez cuando instituyó este concurso en el año2004. Podemos decir hoy, con satisfacción, queel pensamiento revolucionario tiene en él una fuen-te de estímulo y de irradiación de ideas como nun-ca antes la había tenido en la historia. Aunque to-

davía joven como certamen,y abriéndose paso en mediode la hostilidad de la dere-cha y las reticencias euro-céntricas de algunas izquier-das, no cuenta aún con lavisibilidad que cabe esperarde su significado, pero notengo dudas de que el Pre-mio se consolida y no es este

un vaticinio exagerado.En una «advertencia introductoria» a su trabajo

nuestro autor da cuenta del proceso de elabora-ción del cual resulta la obra premiada, que tieneantecedentes en la que publicara en 2009, en co-laboración con Andrea Vlahuvic, con el título deEl lado oscuro del imperio. La violación de losderechos humanos por Estados Unidos. Su po-nencia al Coloquio Internacional La América La-tina y el Caribe entre la Independencia Colo-nial y la Integración Emancipatoria, convocado porla Casa de las Américas en noviembre de 2010, yel curso que dictó sobre el tema en el segundo se-mestre de 2011, en el Campus Virtual del Progra-ma Latinoamericano de Educación a Distancia enCiencias Sociales, se convirtieron, según sus pala-bras, en punto de partida del presente ensayo.

La obra se compone de diez capítulos y un breveepílogo en el cual reconoce haberse concentrado

* Atilio A. Boron: América Latina en la geopolítica delimperialismo, Premio Libertador al Pensamiento Crítico2012, Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Cul-tura, 2013.

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en el estudio del imperialismo, sus objetivos y susestrategias, que era indispensable priorizar, y la in-suficiente atención dada a las resistencias, y a laprefiguración de las nuevas fuerzas políticas y so-ciales de la izquierda. Si bien es cierto que la críticadel imperialismo no puede abandonarse a partir dela presunción de que se ha dicho todo lo necesa-rio, las alternativas de respuesta constituyen ya elterreno esencial en el que el pensamiento críticotiene la obligación de adentrarse sin demora, y elpropio Atilio no ha dejado de hacerlo en su perio-dismo, en su ensayística y en su docencia. De he-cho también lo hace aquí en medida suficiente, y nome extrañaría que tuviese ya en preparación otroabarcador y contundente volumen que complementeal que reseño.

Comienza el ensayo con un esbozo, más que unpanorama, de los resortes imperiales y la imposi-ción de sus políticas «por las buenas», con el so-porte sofisticado de su arsenal mediático, o «porlas malas», que el centro de poder mantiene comoopción atendiendo al cuadro específico de las cir-cunstancias. En todo caso, rescato aquí el subra-yado de que, frente a los mitos que nos tratan deconvencer de la obsolescencia de los viejos con-ceptos (lucha de clases, socialismo, imperialismo,etcétera), la sociedad no ha generado una supera-ción de fronteras, sino que «seguimos viviendo enun mundo de Estados nacionales» y, en ese mun-do, «además, el imperio tiene un centro irrempla-zable, que es Estados Unidos» (27). A continua-ción dedica un capítulo a la actualización delconcepto de crisis general del capitalismo, del cualsolo voy a mencionar la categorización de actoresintroducida por el Pentágono y generalizada paralas relaciones internacionales en amigos, aliados,competidores, adversarios y enemigos. Y la con-clusión consecuente en los reportes del Departa-

mento de Defensa de que «las guerras serán unacondición permanente que los Estados Unidos de-berán enfrentar durante los próximos veinte o treintaaños» (59). Esta aserción nos anticipa que el estadode cosas tras la extinción del bipolarismo es, hastael momento y a la vista, de conflictos permanentesimpuestos por el liderazgo norteamericano. Volve-rá en su momento al punto con argumentos que loconfirman.

Al abordar en el tercer capítulo la importancia es-tratégica de la América Latina para el imperio, partede la observación de que Wáshington introdujo, enla segunda posguerra, un discurso reductivo de susintereses en la región que parecería remontar de al-gún modo la visión del «patio trasero», dominantedesde la presidencia de John Adams a la de Theo-dore Roosevelt, y hasta un poco más acá. Se noshacía ver, al menos desde Harry Truman, que laAmérica Latina perdía vigencia como prioridad enla política, desplazada por otros intereses polares, yno excluyo que se hubiese producido una cierta mio-pía sobre la falsa seguridad de que constituía ya uncoto cerrado, intocable, al gusto de la doctrina Mon-roe. Se comenzó a fomentar con éxito en nuestrospaíses un «discurso autodespreciativo», aprovechan-do el arraigo de eso que Aníbal Quijano ha caracte-rizado, con tanto acierto, como «la colonialidad delpoder». La victoria de la Revolución Cubana fue elpelo en la sopa para la confianza de Wáshington enuna hegemonía cerrada.

Si puede pensarse que en los primeros años delorden de Yalta el traspatio americano perdía prio-ridad en el plano de la geopolítica, este argumentono pasa de ser una fachada poco sostenible. Atilioacude con acierto a la apreciación de ZbigniewBrzezinski, uno de los teóricos más sólidos –y rígi-dos, diría yo– del imperio, cuando afirmaba que«la Unión Soviética era un problema transitorio para

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los Estados Unidos, pero que la América Latinaconstituía un desafío permanente, arraigado en lasinconmovibles razones de la geografía» (78). A con-tinuación Atilio recuerda al lector que nuestro con-tinente dispone de cerca de la mitad de las reser-vas de agua potable del planeta, cuyo peso en lasposibilidades de subsistencia de la humanidad esdecisivo; que las reservas de petróleo que albergael subsuelo podrían ser las mayores del mundo, yque el traslado del crudo hacia los Estados Unidoses, hasta en el peor de los casos, el más barato,más rápido y más seguro: «El petróleo venezolanopuede llegar a Houston en cuatro o cinco días denavegación transitando por el Caribe […] moni-toreado y controlado por un rosario de bases nava-les que lo convierten en la ruta más segura del pla-neta» (80). Y al petróleo se suman enormes reservasde gas, segundo motivo de interés energético. Entercer lugar, toma en cuenta el tema de los mineralesestratégicos, ya que seis naciones latinoamericanasfiguran entre los diez primeros países mineros delmundo. Finalmente, en lo que se refiere a la biodi-versidad, tan urgente cuando la biosfera ha comen-zado a sufrir una degradación acelerada, la regióncuenta aún con el 40 % de las especies animales yvegetales existentes en la Tierra. Para terminar aña-diendo que aquí se encuentra también alrededor dela mitad de las selvas tropicales que hoy subsisten,gran parte en la Amazonía, identificada con razóncomo el pulmón del planeta, y manejada escandalo-samente en un proyecto de apropiación.

Se trata solo de un resumen suficiente para desen-mascarar con pruebas inconmovibles el mito deldesinterés estratégico norteamericano en la AméricaLatina, que se desmiente igualmente por la prolifera-ción de las bases y la influencia militar norteamerica-na en el Continente. Lo acertado sería decir que desimple patio trasero para la extracción ha pasado a

ser retaguardia estratégico-militar. Uso dos concep-tuaciones cuya connotación no indica diferencias defondo sino dos momentos en las relaciones de de-pendencia neocolonial, que denota la magnitud de lasubordinación que han alcanzado estos lazos.

El capítulo cuarto se concentra ya en la militari-zación de la política de los Estados Unidos, consi-derada desde la América Latina, y completa el an-terior con el análisis actualizado, anunciado antes,de la naturaleza del poder imperial de nuestros días.Cita, con propósito comparativo, al primer granapologeta del sistema estadunidense en el siglo XIX,Alexis de Tocqueville, quien preveía ya que unapolítica exterior guerrerista implicaba el deteriorodel derecho, la democracia y la libertad puertasadentro. En sentido plenamente opuesto a esta ad-vertencia, se hace reveladora la curva de crecimientodel gasto militar de los Estados Unidos, que en1992 equivalía al de los doce países que le seguían,en tanto en 2010 llegaba a ser superior a la sumadel resto del planeta, rebasando el millón de millo-nes de dólares.

En cuanto a nuestra región, la estrategia militardel imperio se atiene al legado doctrinal del almi-rante Alfred T. Mahan quien, a finales del XIX, ca-racterizó al mar Caribe como Mediterráneo ameri-cano, con un valor sustantivo para la dominacióncontinental. Estaba en plena consonancia con losantecedentes de James Monroe y John QuincyAdams, y encontró su mejor intérprete en su con-temporáneo Theodore Roosevelt. Mahan argumen-tó la necesidad de construcción de un canal por elistmo centroamericano que, además de propiciarel tránsito comercial, acortara la distancia del mo-vimiento de la flota de guerra entre las dos costas delos Estados Unidos. Recomendaba, además, a lospoderes del Estado, que antes de la construccióndel canal se apropiaran de Hawai y controlaran

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militarmente las cuatro rutas marinas que cruzan elCaribe de norte a sur (pasos de Yucatán, los Vien-tos, La Mona y Anegada). Mahan fue el artífice deldiseño de la dominación imperialista sobre la Amé-rica Latina: todo lo que propuso lo hemos visto rea-lizado en la práctica.

No está de más recordar ahora que, en caso deun conflicto con Venezuela, la ruta naval estará en-tre esas cuatro vías. Atilio se detiene puntualmente,con esa oportuna manera de conectar la perspectivacoyuntural con el análisis global, en el caso de esepaís, donde una estrategia de desalojo de Chávezno tuvo la respuesta inmediata esperada. Y de nue-vo la vemos reaparecer ahora hacia una defenes-tración de Nicolás Maduro, cuya elección no pu-dieron evitar, y frente a quien parecen dispuestos ajugarse la carta del conflicto armado.

En todo caso, cualquier agresión que emprendansería propagandizada como acciones contra Es-tados sospechosos de terrorismo, para proteger losderechos humanos y la democracia, para salva-guardar los intereses de los Estados Unidos y paraderrocar regímenes represivos y evitar la matan-za de la población civil. Es la retórica del imperio.

Los golpes de Estado en Honduras y Paraguay,«ambos ilegítimos hasta la médula, fueron sin em-bargo considerados “recambios institucionales” porWáshington» (99), y al final lograron que el mundocediera a su legitimación. Sin embargo, en el mo-mento de escribir estas líneas la Casa Blanca no hareconocido aún el resultado de la elección que lle-vó a Maduro a la presidencia de Venezuela en abril.Mientras tanto, los mandos militares de la mayoríade los países latinoamericanos se siguen formandoen los Estados Unidos, lo cual de ningún modo esun dato a pasar por alto.

Las recientes elecciones presidenciales en Hon-duras y en Chile, y en ambas los resultados, revis-

ten una gran importancia para evaluar las fuerzasen confrontación con la hegemonía imperial en elpresente y el futuro a la vista.

Este cuarto capítulo concluye con el análisis de lafundación de la Comunidad de Estados Latinoame-ricanos y del Caribe (Celac), y pondera la impor-tancia de que haya sido creada, pero nos recuerdaque todavía no deja de constituir «un proyecto que,para ser eficaz, deberá ser capaz de transformarseen organización, es decir, un sujeto dotado de sufi-cientes capacidades de intervención en el ámbitoregional» (107). Es obvio que la diversidad de posi-ciones al interior de Celac es un reflejo de sus límitesy del alcance de sus posibilidades.

Los tres capítulos siguientes se dedican a las es-trategias imperiales en torno a los recursos ambien-tales de la región, que ya ha anunciado en el centrode su interés. La protección de los mismos se hallaen la base de los nuevos proyectos de resistencia delas luchas sociales, como ingrediente ya inseparablede ellas. Acude aquí –y volverá al final de su obra–al dato de la medición de la huella ecológica, quenos revela que en la actualidad el consumo mundialse eleva por encima de lo que exige la restauracióndel medio ambiente, con altos consumidores comolos Estados Unidos, los principales países europeosy Japón. Se estima, hipotéticamente, que si el mun-do adoptara el estilo de vida norteamericano seríanecesario contar con algo más de cinco planetas paramantenerlo. Las diferencias de condiciones de vidason hoy las mayores de la historia, y el grueso de lahumanidad vive muy por debajo de estos patronesque solemos llamar occidentales. En consecuencia,las estrategias hacia el medio ambiente, marcadaspor las diferencias de intereses, son muy diversas.Atilio nos dice con razón que hablar de «ecologismocapitalista es un oxímoron, al igual que “capitalis-mo verde”, puesto que ambos soslayan la cuestión

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fundamental: que en el capitalismo la tasa de ex-plotación de los bienes naturales está dictada porel imperativo de la ganancia» (115).

Recuerdo aquí que, a estas alturas, también de-bemos retener las numerosas pruebas que nosmuestran como antitéticas expresiones que vincu-lan aún al capitalismo con la mayoría de los valoresliberales sobre los cuales se estableció: justicia ca-pitalista, equidad capitalista, solidaridad capitalistay, aunque cueste asimilarlo, democracia capitalis-ta. El acierto de la idea del ecosocialismo no sevincula, por lo tanto, con la cuestionable concep-ción ambiental desplegada por el socialismo delsiglo XX, sino con la prioridad de la contradicciónentre el modo de producción y el medio ambiente,como se adelantó en proclamar el pensador marxis-ta norteamericano James O’Connor hace ya másde veinte años.

En sentido contrario de lo que se piensa común-mente, el consumo de productos del petróleo enlos Estados Unidos (19,1 millones de barriles dia-rios en 2010) proviene, en primer lugar, del hemis-ferio occidental (49 % en ese año). Su producciónlo abasteció con 5,5 millones, y del resto (13,6), elprincipal proveedor fue Canadá, con 25 %, segui-do de Arabia Saudita (12 %), Nigeria (11 %), Ve-nezuela (10 %), y México (9 %). Las importacio-nes del Golfo Pérsico solo significan el 18 %. Talvez estas precisiones reflejen, como ninguna otra,«las razones por las cuales Latinoamérica es, paralos Estados Unidos, una región de extraordinariaimportancia». Y, asimismo, aquellas por las cuales«la astuta diplomacia imperial tradicionalmente seha esmerado en ocultar esa realidad y, de ese modo,situarse en una posición muy favorable en cualquiernegociación con los países de la periferia» (127).He aquí, a mi juicio, una de las principales demos-traciones tácticas del presente ensayo.

Sigue a este un capítulo del diferendo que centrahoy la polémica ambiental en la América Latina: eldel llamado debate entre «pachamamismo» y «ex-tractivismo» en función del bien común de la socie-dad. El primer término alude a la conformación deuna expresión autóctona del ambientalismo «queradicaliza los planteamientos de protección y res-guardo de la naturaleza», provocando una nuevapolémica en torno a «un difícil dilema»: el de conci-liar la respuesta a las urgencias de justicia distribu-tiva con la salvaguarda del medio natural de sub-sistencia. El autor lo analiza con claridad y se inclinapor lo que describe como un extractivismo «denuevo tipo» («neoextractivismo progresista», le lla-ma Eduardo Gudynas), orientado al beneficio delbien común. Frente a la explotación de los recur-sos naturales en beneficio de las ganancias capita-listas, debemos distinguir cuando «los ingresos delas exportaciones extractivistas han servido parafinanciar amplios programas de políticas sociales,tanto más necesarios en momentos como el actual»(138), sin que con ello se justifique a ultranza elextractivismo como política, ni que se aplique ig-norando la incidencia ambiental que pueda ge-nerar. Este debate es uno de los que mayor vi-sibilidad adquieren hoy dentro de la izquierdalatinoamericana en el corto plazo, y el problema esque puede paralizar a los gobiernos de izquierda ycentroizquierda en la toma de decisiones plausi-bles. La pregunta estratégica tras la polémica se-ría: «¿Tiene sentido construir un modelo sustenta-ble ecológicamente pero que congele las asimetríasinternacionales creadas por el imperialismo?» (150).

El cambio que ha signado ya al comienzo del pre-sente siglo latinoamericano conlleva también, des-de su fase temprana, la creación de una constitu-cionalidad que brinde un marco jurídico que propicie(y evite obstrucciones a) las medidas necesarias a

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favor del bien común. En esa dirección, el capítuloséptimo comienza por notar el peso del principiode la sabiduría andina sumak kawsay, traducidocomo «buen vivir», o como «vivir bien», importan-te en las nuevas constituciones de Bolivia y Ecua-dor. Pero «¿cuál sería la relación entre el sumakkawsay y el socialismo y el comunismo?» (161),se pregunta Atilio, poniendo el dedo en la llaga enotro de los debates que se levantan cuando se bus-ca un modelo que se distancie de la sujeción al ca-pital y al poder imperial y responda a los verdade-ros intereses de nuestros pueblos.

Dedica páginas esclarecedoras, sin sombra dedesliz que sugiera intento de pontificar, al pesode este debate, porque

sería una desgracia que una propuesta tan bellacomo la del «buen vivir» se viera frustrada, nosolo por el imperialismo y sus aliados, sino tam-bién por la ardiente impaciencia de quienes […]se exceden en sus críticas a los gobiernos queprocuran avanzar –lentamente, con vacilacio-nes– por ese camino [182].

Desde esa perspectiva tal vez quepa decir que laposición verdaderamente radical no puede dejar dereconocer que la moderación se hace a veces im-prescindible para mantener la opción radical, y quelo estratégico es ver con claridad cuándo es así.

Los tres capítulos que ponen fin al ensayo centranla atención en rasgos claves de la escalada militaristaactual del imperio, la situación de los movimientossociales en este contexto y, para concluir, la pregun-ta sobre la cuestión geopolítica y la época que hacomenzado. Retorna a algunas de las consideracio-nes de los capítulos iniciales, en especial a la legiti-mación, en el ocaso del imperio, de la permanenciadel estado de guerra: la concepción de las «guerras

preventivas» y de la «guerra infinita», coherente consu visión geopolítica. Alude a la preocupación esta-dunidense por el gasto militar de China que, según lacorporación Rand, para 2025 será casi la terceraparte del de los Estados Unidos.

Paso por alto ahora otros aspectos porque re-sulta imposible en una reseña tratar siquiera todo loque se destaca, para detenerme en la sospechosacreación del Acuerdo del Pacífico, espacio dondeprevalece el sometimiento de los países latinoame-ricanos costeros al dictado imperial (la honrosaexcepción en este preciso momento la hacen losbreves tramos de litoral correspondientes a Ecua-dor y a Nicaragua). Tras este cónclave, de propó-sitos en apariencia beneficiosos e inofensivos, sub-yace la intención evidente de fortalecer un corredoren el cual el soporte estadunidense esté en condi-ciones de «contrabalancear el influjo de la izquier-da, radical o moderada, sobre la vertiente del Atlán-tico» (192).

Ya hice referencia al inicio de estas líneas al esti-mado de la huella ecológica, que el autor desarro-lla en el capítulo final para demostrar que el mundono está en condiciones de resistir otro siglo de ca-pitalismo. Concluye que el hegemonismo toca a sufin como estructura global del sistema-mundo. Noobstante, reconoce que,

pese a este complejo conjunto de condiciones,el papel de Estados Unidos seguirá siendo cru-cial, porque es el garante último del capitalismoglobal y de todas las clases dominantes delmundo que, enfrentadas a cualquier tipo deamenaza, externa o interna, buscan la protec-ción del gendarme imperial [255].

Dos cosas parecen claras en el largo plazo: unaes que el imperio no podrá sobrevivir como tal, y

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los motivos de su extinción parecen inconmovibles;la otra es que el imperio pondrá todos sus esfuer-zos en juego para no dejar sobrevivir al resto de lahumanidad, que tendrá que esforzarse a su vez enque no pueda extender el dominio actual.

Por tal motivo debemos estar preparados para el«escenario del peor de los casos», desde las posi-bilidades que propicien el fortalecimiento de las fuer-zas volcadas a la subsistencia, las correlaciones enel futuro inmediato de nuestra América, cuya con-centración de bienes naturales, comparada con elresto del planeta, unida a la implacable razón geopo-lítica, «suscita la insaciable voracidad del imperio».Y termina Atilio las líneas de este capítulo citando aFidel Castro en una reunión con intelectuales en lacual participó en 2012, cuando el líder cubano afir-maba: «Aunque nos dijeran que al mundo le que-dan pocas semanas de vida nuestro deber sería lu-char, seguir luchando hasta el fin» (270).1

1 Recogidas en el libro titulado Nuestro deber es luchar,en <www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2012/03/nuestro-deber-es-luchar-internet1.pdf>.

MARGARITA MATEO PALMER

Lecciones,conferencias, botellasal mar: avatares deCortázar en Berkeley*

...los cronopios educan a sus hijos a su manera, yen pocas semanas les quitan toda semejanza conlos famas.JULIO CORTÁZAR: «Eugenesia»

La «Carta en mano propia» escrita por Julio Cor-tázar a Felisberto Hernández lamentando no ha-

berlo conocido en diciembre de 1939, cuando elcuentista uruguayo ofreció un concierto en el pue-blo de Chivilcoy –seguramente en uno de esos pia-nos que, al decir de Onetti, venían ya desafinadosdesde su origen–, rememora, con tintes sombríos yun dejo de pesar, la triste vida provinciana llevadapor el autor de Rayuela en aquellos años. Gradua-do de maestro normal en Buenos Aires, apremiadopor las dificultades económicas de su familia, Cortá-zar abandonó los estudios de Filosofía y Letras, re-cién comenzados, para dar clases en el interior delpaís. En una «aplastada ciudad pampeana» enseñóinstrucción cívica a los adolescentes, como poco anteshabía impartido clases de geografía en otro puntoperdido del mapa argentino. Su carrera de maestroduró varios años y culminó en la Universidad de

* Julio Cortázar. Clases de literatura: Berkeley, 1980,Carles Álvarez Garriga (ed. y pról.), Buenos Aires, Alfa-guara, 2013. Re

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Cuyo, Mendoza, donde en-señó literatura francesa has-ta su regreso a Buenos Ai-res en 1948.

Años después, siendo unescritor reconocido, al serinterrogado sobre el interésque un maestro debe pro-mover entre sus estudian-tes, respondió:

Yo pienso que el profesorde literatura que frente a sus alumnos tendráese problema de hacerlos entrar, de meterlosen un mundo literario, debe proceder con unagran dosis de arbitrariedad, de locura, de ca-pricho y de fantasía. [...] A mí me tocaron comoprofesores de literatura esos individuos que achicos de quince años los obligan a leer ElQuijote. Bueno, el resultado era que odiába-mos a Cervantes de una manera minuciosa.[...] Mientras el profesor se desgañitaba ex-plicando la historia de Alonso Quijano, noso-tros, por debajo del banco estábamos leyendoa Arlt, a Borges o una novela policial directa-mente y esa era nuestra educación literaria dela época.1

Con una buena dosis de la arbitrariedad, el ca-pricho y la fantasía que reclamaba una década atráspara la enseñanza de la literatura, asume Cortázarlas clases sobre su obra en la Universidad de Ber-keley en 1980. El curso, recientemente publicadopor Carles Álvarez Garriga a partir de la fiel trans-cripción de las cintas conservadas –«en ningún

caso se ha recurrido a sinónimos ni se ha añadidouna sola palabra que no estuviera registrada enlas grabaciones originales»–,2 ofrece, sin dudas, unafaceta inédita de la proyección de este escritor quesigue sorprendiendo a los lectores años despuésde su muerte. La palabra hablada, sujeta al vai-vén de la clase, al diálogo con los estudiantes, quefluye sin la posibilidad de regresar a lo dicho paraenmendar la expresión, impresiona por su correc-ción, riqueza y coherencia. A la vez, se percibe elinterés primordial por lograr la comunicación consu auditorio –luego comentaría que se vio obligadoa «bajar el tiro»–3 en una entrega y olvido de sí mis-mo propia de los grandes maestros.

En la medida en que transcurre el curso, Cortá-zar va improvisando de una clase a otra los temasque aborda y en ese proceso toma en cuenta lasinquietudes expresadas por sus estudiantes a tra-vés de cartas o en reuniones individuales que conellos sostuvo. Las rondas de preguntas al final decada clase propician el despliegue de sus vastosconocimientos sobre los más disímiles temas, a lavez que son una muestra de su sentido del humor ysu agilidad mental.

Un gran tema recorre estas lecciones de princi-pio a fin, así como las dos conferencias ofrecidasdurante su estancia en la Universidad de Califor-nia;4 el vínculo de la obra literaria con el contextoen que surge, la interacción de la realidad histórica

1 Charla con Julio Cortázar, Ercilla, No. 1847, del 10 al 15de diciembre de 1970, p. 71.

2 Carles Álvarez Garriga: «Prólogo», en Julio Cortázar.Clases de Literatura: Berkeley, 1980, Buenos Aires,Alfaguara, 2013.

3 Carles Geli: «Un cronopio en las aulas de Berkeley», 10de octubre de 2013 en <http://cultura.elpais.com/cultu-ra/2013/10/09/actualidad/1381342450_966349.html>.

4 Se trata de «La literatura latinoamericana de nuestrotiempo» y «Realidad y literatura. Con algunas inversio-nes de valores», incluidas como apéndice.

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con la producción literaria, las relaciones de la lite-ratura latinoamericana con los problemas de sutiempo. Para decirlo con la imagen utilizada por él,su rechazo «a tomar los libros como quien admirao huele una flor sin preocuparse por la planta de lacual ha sido cortada esa flor». Esta posición se ex-presará de muy diferentes maneras que excluyen,desde luego, la falta de rigor estético y artístico. Elpropio análisis de su evolución como creador, lasetapas por las que transitan su vida y su obra, in-troducen desde la primera clase esta problemática,uno de los ejes centrales del curso.

Las dos lecciones dedicadas al estudio del cuentofantástico revelan el tono que caracterizará su dis-curso: apela no a las grandes y polémicas teoríassobre la esencia y definición de lo fantástico –no hayuna sola cita o referencia a los estudios clásicos so-bre este tema– sino que se zambulle de lleno en tex-tos concretos que permiten develar algunos de susmecanismos básicos. El manejo del tiempo comomodalidad para la irrupción de lo fantástico es anali-zado a partir de tres relatos: «El milagro secre-to», de Jorge Luis Borges; «Eso que pasó en elArroyo del Búho», de Ambrose Bierce, y un cuentopropio, «La isla a mediodía». No parece casual queluego de comentar las posibles lecturas de su texto yofrecer su propia interpretación acerca del desdo-blamiento del protagonista, concluya la clase con elanálisis de algunos fragmentos de «El perseguidor»,cuento muy alejado de lo fantástico donde, sin em-bargo, la dimensión de lo temporal vivida por el per-sonaje central se da la mano con algunos modos delo fantástico: la posibilidad de desdoblarse, de esti-rar la noción del tiempo, de penetrar en una dimen-sión paralela pero diferente de la vida cotidiana, laapertura a otras zonas inexploradas de la realidad,una experiencia también vivida intensamente por elautor en algunas ocasiones especiales.

La fatalidad es otra de las formas de manifestar-se lo fantástico que ocupará su atención. «Calor deagosto», de W. F. Harvey, entre otras referenciasal tema del destino de inexorable cumplimiento, sir-ve de introducción al análisis de «El ídolo de lasCícladas», un claro ejemplo en su obra de estamodalidad. Y llega entonces a una de las variantesde lo fantástico donde parece sentirse más a susanchas, aquella en que lo real y lo fantástico se con-funden hasta el punto de que ya no es posible dis-tinguirlos: disolución de los límites en una zona po-rosa que, como la noción de frontera semiótica deIuri Lotman, se convierte en territorio de alta pro-ducción de sentido, intercambio, traducciones,mezclas. Se trata de textos en los que tiene lugar«una transformación total: lo real pasa a ser fan-tástico y por tanto lo fantástico pasa a ser realsimultáneamente sin que podamos conocer exac-tamente cuál corresponde a uno de los elementosy cuál, al otro».5 El retrato de Dorian Gray, deOscar Wilde, y su «Continuidad de los parques»son las obras que ejemplifican esta modalidad.

No parece casual que las lecciones sobre lo fan-tástico culminen con «La autopista del sur», dondelos elementos insólitos puestos en juego no le impi-den afirmar que se trata de «un cuento perfecta ycabalmente realista». Muchas veces Cortázar in-sistió en los fuertes vínculos de su obra con lo real.En 1971, al tratar de explicar esos lazos, expresó:«Es una relación erótica: yo hago el amor con larealidad. Si me perdonan una frase un poco cursi-lona: la realidad es mi gran mujer».6 La noción deuna realidad amplificada, en la que hallen cabidalos elementos fantásticos, su idea de la permeabili-

5 Cortázar: ob. cit. (en n. 2), p. 82.6 Ernesto González Bermejo: Cosas de escritores, Monte-

video, Biblioteca de Marcha, 1971, p. 129.

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dad y la existencia de vasos comunicantes entreuna y otra dimensión, de continuas simbiosis e in-terpenetraciones es una de las constantes de supoética. «Si me califican como realista» –afirmóalguna vez– «... realista con un sentido de la reali-dad muy agrandado, muy enriquecido, no me mo-lesta. [...] Lo fantástico incluye la realidad, y nosolo la incluye sino que la necesita».7

No es de extrañar entonces que la lección sobreel cuento realista comience con «Apocalipsis en So-lentiname», considerado por él «un cuento de losmás realistas que haya podido imaginar o escribir».En su opinión, la irrupción del elemento fantásticocasi al final del relato no implica una fuga o un es-cape de lo real sino, por el contrario, lo increíble«vuelve más real la realidad, lleva al lector lo quedicho explícitamente o contado detalladamente hu-biera sido un informe más sobre tantas cosas quesuceden...».8 Este cuento, donde coexisten dos at-mósferas y se produce un intenso diálogo entre lofantástico y lo real, sirve de preparación para en-trar en el problema del realismo, al que se arribafinalmente, con bastante dificultad, luego de mu-chas mediaciones que hurgan en los eslabones in-termedios entre una dimensión y otra. En este pla-no de las transiciones se refiere a variantes como elrealismo mágico, para luego exponer sus ideas acer-ca de lo que denomina realismo simbólico:

Entiendo por realismo simbólico un cuento –unanovela también puede ser– que tenga un tema yun desarrollo que los lectores pueden aceptarcomo perfectamente real en la medida en que no

se den cuenta, avanzando un poco más, que pordebajo de esa superficie estrictamente realista,se esconde otra cosa que también es la realidady que es todavía más realidad, una realidad másprofunda, difícil de captar. La literatura es per-fectamente capaz de crear textos que nos denuna lectura perfectamente realista y una segun-da lectura en la que se ve que ese realismo en elfondo está escondiendo otra cosa.9

Está claro que no se trata con esta explicación deun interés por establecer una nueva categoría parael estudio de la literatura latinoamericana. «No soyni un crítico, ni un teórico», es lo primero que haadvertido a sus alumnos al inicio del curso, y másadelante señalará: «Esto, como nada en mí, no esteoría literaria, son simples hipótesis, botellitas almar que podemos ir tirando...».10 Sin embargo, susideas, esas que ejemplifica a través de la obra deKafka y de un relato suyo, «Con legítimo orgullo»,resultan muy cercanas a las «Tesis sobre el cuento»de Ricardo Piglia cuando el autor de Respiraciónartificial afirma: «un cuento es un relato que en-cierra un relato secreto» o «un cuento siempre cuen-ta dos historias».11 En esta misma línea, luego deuna demoledora crítica al realismo gris y vulgar,analiza «Segunda vez», «Los buenos servicios» y«Un lugar llamado Kindberg».

A estas alturas del curso es evidente la dinámicamuy especial que Cortázar ha establecido con susestudiantes, la intensidad y fluidez de un diálogoque, como él mismo señala en una de las conferen-cias impartidas en la misma universidad, «ha tenido

7 Osvaldo Soriano y Norberto Colominas: Julio Cortázar:«Lo fantástico incluye y necesita la realidad», El País,25 de marzo de 1979.

8 Cortázar: ob. cit. (en n. 2), p. 118.

9 Ibíd., pp. 122-123.

10 Ibíd., p. 133.

11 Ricardo Piglia: Formas breves, Buenos Aires, TemasGrupo Editorial, 1999, pp. 94, 92.

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una amplitud que va mucho más allá de esa simplecuriosidad literaria, [...] una curiosidad libresca oerudita que pretende entender una literatura mo-derna con los mismos criterios que se aplican paraentender la poesía isabelina...».12 La honestidadintelectual del maestro, la sencillez con que se ex-presa su vasta erudición, la ausencia de cualquierasomo de pedantería, vanidad o afectación, sonalgunos de los elementos que, sin dudas, han pro-piciado la amplitud de ese diálogo en el que la lite-ratura aparece estrechamente vinculada con la viday con el contexto en que se origina.

La musicalidad, el humor, lo lúdico, el erotismo,son otros de los temas abordados en las restantesclases a través de referencias a obras como Ra-yuela, Libro de Manuel, Historias de cronopiosy de famas o Fantomas contra los vampirosmultinacionales. De particular interés son las opi-niones acerca del humor como un poderosísimorecurso que puede «mostrar por contragolpe» eltrasfondo trágico de un momento esencial de unaobra. Desde esta perspectiva comenta algunos pa-sajes de Rayuela, que le hubiera resultado impo-sible escribir abordando directamente el pathosdramático: «Entonces un humor, a veces muy ne-gro, muy sombrío, vino en mi ayuda y me permitióque a lo largo de extensos diálogos donde se estáhablando de una cosa en un plano trivial y casi chis-toso, por debajo se está ventilando una situaciónde vida o muerte».13 También el lenguaje, en su ne-cesidad de renovación para poder expresar ideasnuevas, será objeto de su interés. La referencia a lapoesía de Maiakovski en el contexto de la Revolu-ción rusa y la posterior involución literaria haciaformas de expresión convencionales y, por tanto,

incapaces de ser portadoras de un pensamientoverdaderamente nuevo, es uno de los tantos ejem-plos de sus rigurosas posiciones estéticas.

Recuperar la palabra cortazariana casi veinte añosdespués de su muerte a través de un discurso noenvejecido, sino que trasciende en sus principalesproyecciones es motivo de regocijo no solo para losadmiradores tradicionales de su obra sino, segura-mente, también para aquellos que se enfrenten porvez primera a la prosa del cronopio mayor.

12 Ob. cit. (en n. 2), p. 279.

13 Ibíd., p. 160.

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CIRA ROMERO

El romanticismohispanoamericano, unaantología diferente*

Decía Paul Valéry que para definir el romanti-cismo era preciso perder todo espíritu de rigor

literario. Y nuestra Mirta Aguirre, en su conocidaobra El romanticismo de Rousseau a Víctor Hugo,preguntaba: «¿No sería acaso lo más aconsejabledejar el asunto en paz y proseguir hablando de élcon la misma tranquilidad y la misma aparente sufi-ciencia habituales?». El romanticismo, más que unfenómeno cultural iniciado en Europa a finales delsiglo XVIII, continuado con máximo esplendor en elXIX y con alcances hasta el XX y, ¿por qué no?,hasta los años transcurridos del XXI, fue, y creoque en alguna medida lo sigue siendo, un estadodel alma, un estado del espíritu, una postura ante lavida. Si con sus imágenes poéticas, musicales, dan-zarias y plásticas entró por la puerta ancha del mundoartístico del bien o mal llamado Viejo Continenteen sus más variadas expresiones, si se habla no yadel romanticismo, sino de los romanticismos, re-conociendo diferencias entre el inglés, el español,el francés, el italiano y el alemán..., mucho habríaque decir del romanticismo latinoamericano, quepuede o no parecerse a los antes citados. Por ese«no parecerse», para explicar a través de muestras

notables por qué nuestro ro-manticismo –el cubano, elargentino, el chileno, el gua-temalteco, el venezolano yotros– tiene singularida-des que lo diferencian deleuropeo, es que Mirta Yá-ñez, poeta, narradora, ensa-yista y maestra siempre, hapreparado para la colección

Cuadernos Casa (número 48) la antología El ro-manticismo hispanoamericano, cuya introduccióny compilación corrieron a su cargo. Si leemos ellargo curriculum de la antologadora podemos com-probar que el tema no le es nada ajeno. Una listade títulos tales como Recopilación de textos sobrela novela romántica latinoamericana (1978), Lanarrativa del romanticismo en Latinoamérica(1989) y «El matadero»: un modelo para desar-mar (2004) son algunos de sus libros relacionadossustancialmente con el tema ahora nuevamenteabordado. Por lo tanto, es una voz autorizada laque pone en manos del lector una muestra mínimaen lo que respecta a extensión, pero máxima en loque concierne a calidad, de lo que constituyó eseestado emocional, traducido en literatura, que fueel romanticismo en nuestro continente, imbricado,como bien se sabe, con nuestras luchas por la eman-cipación del dominio español. Lo expresado porEnrique Anderson Imbert en su todavía útil y soco-rrido prontuario Historia de la literatura hispa-noamericana. La Colonia. Cien años de repú-blica mantiene una absoluta vigencia analítica:

Voces románticas se hicieron oír, aquí y allá, entoda Hispanoamérica: solo en la Argentina [...]se dio en la década de 1830 una generación dejóvenes románticos educados por los mismos

* Mirta Yáñez (comp.): El romanticismo hispanoameri-cano, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas,Cuadernos Casa No. 48, 2012.

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libros, vinculados entre sí por una actitud vitalante la realidad histórica, testigos de las calami-dades de la patria, amigos que en el asiduo tratopersonal coinciden en puntos de vista fundamen-tales, se agrupaban en tertulias y periódicos y, almismo tiempo que declaraban la caducidad delas normas precedentes, expresaban, con un es-tilo nuevo, el propio repertorio de anhelos.

Lo señalado por el argentino, tomando comoejemplo lo sucedido en su propia patria, es aplica-ble a toda nuestra América. Sería interminable aco-meter la tarea de mencionar lo que fue y significópara Cuba el romanticismo, tanto en el orden cul-tural como en el político. Al respecto se ha escritobastante, aunque mucho habría aún que investigarno para valorar a los que están ya situados en elaltar de los imprescindibles, sino para recolocarnombres hoy olvidados y hasta desconocidos.

Mirta abre su antología con unas breves palabrasdel argentino Esteban Echeverría, una de las vocesmás significativas de este movimiento, que avalanla, sin dudas, difícil selección llevada a cabo: «Elromanticismo no reconoce forma alguna absoluta;todas son buenas con tal que representen viva ycaracterísticamente la concepción del artista».

Confieso que cuando el libro llegó a mis manos,tras leer el citado exergo que lo preside, me fui rá-pidamente al índice buscando afanosamente a losnuestros, chovinismo mediante: de cincuenta y sieteautores ordenados cronológicamente, hay ocho cu-banos incluidos: José María Heredia, Pedro JoséMorillas (aquí di un salto de alegría), Gabriel de laConcepción Valdés (Plácido), Gertrudis Gómez deAvellaneda, José Jacinto Milanés, Joaquín LorenzoLuaces, Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zam-brana. Todos poetas, menos uno, Morillas, narra-dor más o menos contemporáneo de Cirilo Villaver-

de, Ramón de Palma y José Antonio Echeverría, fun-dadores de la narrativa cubana. Satisfecha porque,como daba casi por sabido, estaban presentes losinfaltables, entonces fue que me dije: esta antologíaes diferente, pues no se atiene a la poesía, géneroprivilegiado entre las voces románticas, ya que, delcitado Morillas, Mirta escogió una novela corta ocuento largo (poco importa cómo clasificarlo) titula-do «El Ranchador», escrito en 1839 al calor de latertulia de Domingo del Monte, pero no dado a co-nocer sino hasta 1856, donde mostraba que en lasociedad esclavista –como ha apuntado AmbrosioFornet– «el único héroe posible era el cimarrón, elesclavo dispuesto a llegar al martirologio en nombrede la libertad». Con este ejemplo quiero subrayarque Mirta Yáñez se impuso una meta muy alta y a lavez peligrosa, pues podía darse el caso de que, almenos en narrativa, el tiro pudiera fallarle. Pero no.Fue al seguro no solo con Morillas, autor todavíapor estudiar no obstante su mínima obra narrativa,sino con el citado Esteban Echeverría, de quien es-cogió, además de algunos poemas o fragmentos deellos, su clásico «El matadero» (1838), cuadro decostumbres devenido cuento de extraordinario vi-gor realista, diferente a cuanto se había escrito hastaentonces gracias a la intensidad de la historia narra-da. Del venezolano Fermín Toro, primero en su pa-tria en acercarse a la nueva estética manteniendo elequilibrio con las tradiciones, escogió un artículo hu-morístico –noten cómo la antología va ampliando suradio de selección– titulado «Un romántico», dondese advierte cómo el romanticismo era algo nuevopara él. Al describir a un loco que a medianochedeclama versos malditos e incestuosos, el autorpone en su boca: «¡Yo soy un romántico!», y agre-ga: «Quedéme suspenso; nunca había oído aquelnombre [...] desde entonces tiemblo al oír nombrarun romántico». Del también argentino Juan Bautista

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Alberdi, activo polemista con Domingo Faustino Sar-miento, y más comprensivo que entusiasta cultiva-dor del romanticismo, escogió, para reforzar su mi-rada amplia como antologadora, algunos fragmentosde sus «Notas de viajes», escritas en París, Guaya-quil, «en el mar»; del autor de Facundo privilegiófragmentos de su Recuerdos de provincia, dondeevoca segmentos de «El hogar paterno»; del chilenoJosé Victorino Lastarria, partes de sus Recuerdosliterarios; de la chilena Juana Manuela Gorriti, elcuento «Receta del cura de Yuna-Rumi»; de la pe-ruana Mercedes Cabello de Carbonera, un fragmen-to de su ensayo La novela moderna, donde re-flexiona, en un agudo contrapunteo, entre elromanticismo y la escuela naturalista; del mexicanoGuillermo Prieto, parcelas de sus «Memorias de mistiempos»; y me detengo en el colombiano JorgeIsaacs para no seguir enumerando, de quien esco-gió, además de algunos poemas, partes del capítuloXII de su aún muy leída novela María. Claro que elpeso de la antología va hacia los poetas, pero parala representación en prosa del movimiento románti-co debió sortear diversos caminos que le permitie-ran exponer variados géneros que fueran, a su vez,muestras representativas de sus propósitos.

El prólogo que precede a esta excelente y exigen-te muestra, aun en su brevedad y concisión –acasouna de las características que distinguen a la autoraen algunas representaciones de su prosa de ficción–,se nos entrega con una afirmación irrefutable: «Unaantología de literatura romántica posee una envi-diable carta de presentación: la permanente atrac-ción entre el llamado GRAN PÚBLICO, que a lo largodel tiempo no ha dejado de frecuentar las narra-ciones y los versos surgidos al fragor de la senti-mentalidad propia del movimiento romántico».Yáñez examina también la estética romántica, decuyos aspectos externos nos dice: «rebotan obras

contemporáneas [como se aprecia] en las teleno-velas», pero, como es natural en una especialistade su calado, nos alerta acerca de que el romanti-cismo es mucho más que el suspiro o el lamento, yse realiza a plenitud en la lírica amorosa, la poesíagauchesca o la narrativa social, tres de los ejem-plos que maneja como los de mayor trascenden-cia. Tampoco se escapa a su mirada un bojeo porla escuela romántica europea, que se hacía acom-pañar, nos dice, «de una actitud desencantada yde evasión, de conformismo y retorno a los valo-res de la Edad Media», hasta llegar en sus comen-tarios al romanticismo latinoamericano, reflejo,comenta, «de una intelectualidad inmersa de llenoen las pugnas políticas y sociales de su época, yfue un romanticismo de signo nacional, reivindica-dor de su presente, sin baratijas exóticas y con unalúcida ambición de asumir sus contextos».

Experta en antologías, de lo cual es una muestrasignificativa su recordada Estatuas de sal; cuentis-tas cubanas contemporáneas: panorama crítico(1959-1995) (1996), en colaboración con MarilynBobes, la presente es, por sus características, un pro-yecto mayor, bien pensado, y que le permitió pulsar yllevar a feliz término sus propósitos. No puedo dejarde mencionar, por la relevancia que le concedo entanto investigadora literaria que soy (o pretendo ser),el cuidado de incluir, al final del volumen, una cro-nología que contempla hechos históricos y un pa-norama literario, y otros tres aspectos esenciales: uníndice de autores, uno de países y otro de títulos ci-tados. Esto se llama (yo al menos lo estimo así) tra-bajar con absoluto rigor, dando muestras de que enMirta Yáñez existe una responsabilidad académicaadquirida tanto en sus estudios universitarios comoen su ya larga carrera profesional.

Yáñez, reconocida como una de las voces mássignificativas de la narrativa cubana, ha puesto a

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prueba, una vez más, su talento para antologar sintraicionar. Estamos en presencia de un singularísi-mo volumen acerca de un movimiento literario queen la América Latina fue sinónimo de libertad, cua-jado al calor de la lira de nuestro Heredia al evocarlas cataratas del Niágara, cuando su mirada buscóy se preguntó inútilmente dónde estaban «las pal-mas ¡ay! las palmas deliciosas, / que en las llanurasde mi ardiente patria / nacen del sol a la sonrisa, ycrecen / y al soplo de las brisas del Océano / bajoun cielo purísimo se mecen?».

Gracias a Mirta por entregarnos esta obra inusual,atípica, que coloca en nuestras manos un verdade-ro arsenal de muestras de un pasado literario quees, a la vez, reflejo de nuestro presente.

JUAN NICOLÁS PADRÓN

Travesía con niebla*

Bruma, de María Inés Zaldívar, con excelentesfotografías de Bruno Ollivier, sorprende por una

insólita coherencia expresiva entre texto e imagen.Luego de una simple ojeada, el lector repararía enesa impresionante conexión que sobrepasa el con-cepto de ilustración, pues ninguna de las dos expo-siciones se ha propuesto «ilustrar» a la otra, sinoque cada una mantiene un discurso independiente,pero en armonía con el otro; los poemas describenel regreso de una travesía, historia repetida desdela antigüedad, mientras las fotos, desde su singularautonomía, dialogan con los textos en una interac-ción que amplifica y propone nuevos mensajes. Lospoemas cobran así nuevas lecturas y adquieren unadimensión que refuerza la intención de darle vida alo inadvertido y belleza a lo irreparable; este prota-gonismo de las cosas cotidianas ha nacido de unpacto entre el milagro de la poesía propuesto porla poeta y la atenta mirada del fotógrafo, unidos enuna hermosa edición que cautiva a primera vista.Todavía resulta más extraordinaria esta comunióncuando se tiene en cuenta lo que Waldo Rojas aclaraen la nota de contracubierta: se trata de la

historia de un hallazgo mutuo, poemas y foto-grafías, cada cual con sus notables calidades,los unos y las otras estaban ahí, desde tiemposy horizontes distintos, y desde sus respectivosvértices de apertura vueltos hacia la eventuali-

* María Inés Zaldívar: Bruma, Santiago de Chile, LolitaEditores / Pontificia Universidad Católica de Chile, 2012.

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dad de una experiencia in-nombrada: experiencia delectura que inventa su con-dición de posibilidad.

El cuaderno, con historiasocultas detrás de las visibles–siempre estas últimas sonlas más sencillas–, se afiliaa una subjetividad muy com-

prometida con la maravilla de la naturaleza; a vecesno se puede precisar si la descripción se sitúa antes odespués de la historia no develada, y en ese juegocómplice se desarrolla una poética contemplativaque también es construcción de otro relato des-bordado en deseos y frustraciones, sin que apa-rezca una conexión explícita entre ambos discur-sos. Sobresale en esta singular comunicación conlas formas de la naturaleza, especialmente en lasque está presente el agua –mar, río, lluvia, niebla,bruma...–, la dimensión en que el sujeto lírico asu-me sus propias experiencias. Bruma es una obrade atmósferas, que combina lo elegante con el arrai-go telúrico y el sensualismo con lo surreal; uno desus más eficaces recursos es la sensualidad suge-rente, que insinúa un mensaje no pocas veces redi-mensionado por la foto hacia otros espacios posi-bles, tal vez ni imaginados por la autora; nada esexplícito, y la profundidad de cada inmersión de-pende de la mirada y complicidad de cada lector, ode la resonancia en sus propias vivencias. Un ele-mento inocente, aparentemente disperso, contribuyea esa construcción de un mundo de ambientes do-minado por sensaciones, en el que va transcurrien-do un viaje, y al mismo tiempo un recorrido por lamemoria más recóndita, los más entrañables mo-mentos retenidos por el subconciente, sin que na-die pueda explicar por qué son esos y no otros.

La poeta es autora de varios libros de ensayo yde textos sobre literatura hispanoamericana, es-pañola y de crítica de artes plásticas, publicadosen diversas antologías y revistas especializadas,además de libros de poesía como Artes y ofi-cios, 1996; Ojos que no ven, 2001; Naranjasde medianoche, 2006; Década, 2009, y Lunade Capricornio, 2010. En este caso, cuenta conla cultura del lector para que complete lo que halanzado como una flecha al infinito; los temas setrenzan con el «orden» de la sorpresa, pues no hayplan ante el azar; emigración y soledad se entre-mezclan con ciertas liviandades de una refinadacotidianidad que asoma sin molestar, para aligerarla carga de la nostalgia y compensar el frecuente-mente denso fluir de la vida diaria. Una inteligentegracia deriva en leve erotismo al contacto con lascosas de la realidad más cercanas a la mujer, paradescubrirles un género y una condición; entre ladivisión de la familia y la insatisfacción recurrente,se navega a través de la niebla para lograr la sínte-sis expresiva mediante la acertada proximidad se-mántica de términos que remiten a realidades apa-rentemente lejanas. Se capta un instante o un detallepara potenciarlo y llevarlo a un grado apreciablede generalización, como si el universo estelar co-piara al micromundo. El referente homérico con-trasta con las endémicas crisis espirituales de laposmodernidad, que atraviesan la dureza de locotidiano. Estas y otras dualidades constituyen unafuerte presencia a lo largo del poemario, a vecesde manera sutil, y otras, de forma muy evidente; en«Miss You» se separan dimensiones en dos relatosque se alternan:

Extraña su olor yesas grandes manosdeslizándose por el teclado

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Abajo en la cocinala llave descompuestaespera un apretón que detengasu vaivén

Extraña su olor yesas grandes manosdeslizándose por el cuerpodel teclado en algúnrincón de la casaAbajo en la cocinael grifo gotea,plaf, plaf, plaf, ylas orejas de maderasobre la mesa azul,escuchan en silencio

El texto se presenta como un viaje de regreso através del mar, como Ulises en su vuelta a Ítaca,con todas las incertidumbres provocadas por labruma, en medio de los peligros y las salvacionesque tienden los dioses en sus discordias y filiacio-nes en el Olimpo. La violencia y el caos se excitanen un mundo incierto y confuso, pero la rebeliónpersonal de la poeta se concreta en mostrar un flashde la memoria o el trazo sobreviviente del recuer-do; para esta poética, la violencia y el caos puedenceñirse a una cicatriz, el rasguño de una pared, lasangrienta huella de una pisada en la arena...; pre-fiere revelar la consecuencia y mantener oculta lacausa, para que sea intuida por el lector. El doloro-so sedimento dejado por el amor necesita de laprotección de las palabras. El tiempo contribuye asanar las heridas, y la autora lo pone a su favor; sumétodo es encontrarles la antítesis a las cosas, paraque el despertar sea el sueño, y un mal recuerdo,olvido; así el hielo puede quemar como una brasa,como lo había sentido Quevedo. El viaje llega a su

fin convirtiendo los presentimientos en «prerra-zonamientos», pero advirtiendo que cualquier con-tingencia es capaz de poner en riesgo un desenlace,pues hay circunstancias en las que no se puedeinfluir, la voluntad no alcanza a modificarlas y ellasconsiguen malograr los mejores empeños; no bastaquerer regresar a Ítaca: «dependerá del cupo enla aerolínea». c

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LAURA RUIZ

Los agujeros negrosdel rebaño*

Las representaciones de familias con raíces an-cladas en la emigración no constituyen un tema

nuevo dentro de la literatura y podría pensarse queen nuestros días poco se puede aportar a este par-ticular. Por ello, sabiendo de antemano que ese esuno de los axiomas de la novela Nosotros los ani-males, del neoyorkino Justin Torres (1980), podríaconcluirse que estas páginas son más de lo mismo.Pero si la sospecha no se confirma es gracias a los«hábitos subterráneos» del joven narrador.

Si bien la familia que comparece en estas páginasestá formada por una madre blanca, un padre puer-torriqueño negro y sus tres hijos nacidos en los Esta-dos Unidos, no son en primera instancia los con-flictos raíz/presente, nación de origen/país deacogida los que rigen la narración. Estas realidadesson más bien un sobrentendido que sirve de telónde fondo a una historia en apariencia simple quemuestra un gueto, otro, el de la familia, y que a suvez apunta a las individualidades dentro de ese mis-mo seno, mostradas en el dulce y terrible paso dela infancia a la adultez. Es quizá entonces «el tú-nel» lo más atendible en los capítulos de esta novela–originalmente escrita en inglés– que más bien po-dría asumirse como un repertorio de viñetas, hilva-nadas con acierto en lo formal pero sin grandes

procedimientos novedosos anivel de estructura porque laluz está en los fosos.

Lo que también podría fun-cionar como una colección decuentos casi autónomos aquíasume el carácter fragmenta-rio de la memoria con el obje-tivo visible de contar el pasodel nosotros infantil, gregario,

pandillero y colectivo al yo adulto, solitario, impla-cable y aterrador. Por ello no sería muy erróneo(re)pensar esta novela como una especie de diariofamiliar no declarado que muestra lo que podríanser relaciones tipos (o no), pero sí indiscutiblemen-te posibles y no tan raras de encontrar a lo largo delas historias genealógicas, por muy inquietantes queparezcan.

Brooklyn, años ochenta, un padre violento que seva y regresa a la casa con la misma fluidez de suscambios de humor, una madre deprimida que tra-baja de noche y confunde horarios, que es unamanera de decir que confunde vidas, y tres hijosde los cuales el más pequeño es quien cuenta lahistoria, nos ubican en el afuera de la novela deTorres. Sin embargo, los vínculos familiares más pro-fundos son los que aportan detalles relevantes enuna obra que no cuenta prácticamente cómo es laluz ni la espacialidad hogareña pero que, en cam-bio, revela una violencia sicológica, una amenazasolapada que no se nombra pero se respira cons-tantemente allí donde la «anormalidad» gravita y sevive como «normalidad», sometiendo a todos alconsabido «de eso no se habla» familiar.

Los modos de (in)comunicación entre padres ehijos aparecen bajo la muestra nada desdeñablede repetición de roles donde todo el tiempo lo ocultolevita como espada de Damocles que cercena a la

* Justin Torres: Nosotros los animales, trad. VictoriaAlonso Blanco, Barcelona, Random House Mondadori,2012. [Todas las citas son de esta edición].

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vez que intenta descifrar y exponer los códigos delnido. En el capítulo «Más vale que vengan» lo quecomienza siendo un retozo de padre afable persi-guiendo a sus hijos que juegan a las escondidas secontinúa en un camino lleno de trampas hacia lapromiscuidad, la agresividad y el dolor. Los niñossobresaltados en la felicidad de la diversión, el ocul-tamiento y el cuidado de no ser descubiertos, deri-van hacia un vouyeurismo no deseado cuando lospadres, olvidados del juego, de los hijos y de todo,comienzan un ardiente coqueteo sexual ante losojos de estos. Ya de por sí la escena es muy turba-dora pero el clímax de la violencia lo aporta un «ino-cente» guiño de ojos que intercambian con ellosmamá y papá, antes de separarse, cuando son atra-pados in fraganti. Mamá entra con ellos a la ba-ñera y «en ese instante la quisimos con locura» (60).Papá se acerca y los tres hijos se abalanzan sobreél para iniciar un intercambio de golpes donde losprogenitores son sojuzgados, pateados, macera-dos, bajo las voces de los infantes que una y otravez reclaman: «¿Por qué no nos han buscado?» [...]«Eso, se supone que tienen que buscarnos» (61).La rabia, las exigencias del miedo, los golpes, laspatadas, rigen el panorama del ajuste de cuentasobviamente aprendido con anterioridad: «por quéno vienen a buscarnos, por qué no hacen lo quetienen que hacer, [...] por qué no pueden hacer bienlas cosas, los odiamos [...] la próxima vez más valeque vengan» (62).

Más adelante, en el capítulo nombrado «Patos»,se repite la señal de venganza y agresividad peroahora desplazada fuera del hogar y la familia. Losniños vagabundeando al anochecer son encontra-dos por una señora que intenta protegerlos y lesofrece llevarlos en su auto. Los tres se revelan con-tra ella insultándola y amenazándola con apedrear-la. Más adelante concluirían: «Tendríamos que ha-

ber matado a la puta señora aquella [...]. Podría-mos haberle robado las llaves y haber salido zum-bando» (84). Es la hora de poner en práctica loaprendido y asimilado en casa, extender los con-ceptos, engrosar el libro de ajustes de cuentas.

En el aparte «Nadie iba a detener aquello» la vio-lencia regresa, la imitación al padre es eje esencial.Los niños golpean una pelota con la palma de lamano, cada uno a su turno, haciéndola rebotar.«Con cada golpe contra la bola, imitábamos a papá.–Esto por levantar la voz... –Esto por dejarme enridículo [...] –Esto por eso y por aquello... –Estopor nada...» (97). Manifestaciones que dibujan unmapa familiar de sucesos no siempre contados, detrazados subterráneos que conforman el contextode la vida presente y será el germen de días futu-ros: características básicas que organizan a estosniños como animales de un rebaño para ellos real.

En estas repeticiones de roles aprendidos des-taca una transgresión compulsiva que lleva a lospequeños al cruce de toda frontera, incluida la delos géneros. Joel y Manny, los hermanos mayores–perfectamente intercambiables sus credencialesdentro de la novela–, bajan al sótano y decidenjugar con un viejo teléfono. Primeramente llamaJoel, haciendo girar el disco e imitando el sonido,y al responder Manny, aquel le espeta: «–Mami,¿puede saberse por qué no te pones al teléfonocuando te llamo?» (53). Luego llama Manny y alresponder Joel cambia el juego: «Nena, aquí tumarido al aparato, a ver si te comportas como esdebido» (53). Así prosiguen... jugando a mamá ypapá, intercambiando roles: ahora eres tú el hom-bre, ahora el poder me pertenece. Solo a la pre-gunta de uno de ellos de «Entonces, ¿qué vamosa hacer?» (53) (y que representaría una especiede «¿y ahora qué va a pasar?»), es que se detieneel intercambio perturbador, el canje de comple-

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mentarios, la seducción entre dominado y mani-pulador y se tensa el hilo telefónico, el clima, lasvariables posibles, la vida.

Las escopetas de plástico y la ropa de camuflajelos regresan a la infancia pero no los arrancan de laviolencia: un día no permiten que el padre se acer-que a la madre: ellos tres han decidido conformarla «milicia de mamá» (91), quien después de estartendida bajo la lluvia en el hoyo cavado en el jar-dín es secada y limpiada por los niños que la cu-bren con una manta y la cuidan. Los hijos no soloimitan el comportamiento de los padres hasta lle-gar incluso a intercambiar sus roles de género, sinoque además se convierten en padres de la madre,en un acto sublime de lealtad familiar por encimade cualquier intimidación, abandono o disfuncio-nalidad de la progenitora. Como si el sentimientode deuda y culpabilidad lo conminara todo y caye-ra, ora a un lado del terreno infantil, ora a otro.

El tránsito en estas páginas de lo terrible a lo be-llo es un hecho trascendental que permite la super-vivencia afectiva de estos niños a la par que aportaal lector la distancia sicológica necesaria para re-sistir y disfrutar la lectura. A la agresividad contun-dente o pasiva (según sea el caso), le sigue un pro-fundo lirismo: «Lo que tenemos que hacer esinventar el modo de invertir la gravedad, para quetodos caigamos hacia arriba, cruzando las nubes yel cielo, directos al paraíso» (96). Resulta avasalla-dora la infantil conciencia de expulsión y exilio. Siantes invertían «la gravedad», los acontecimientos,para ser la «milicia» que protegía a la madre, ahorase trata de la propia salvación, la consecución delespacio vital respirable, la utópica manera de re-gresar al nido, al útero, al paraíso perdido.

Por tratarse de la infancia hay un valor que aúnpermanece intocable. La lealtad entre hermanosconstituye un bien preciado y protector en tanto

compromiso compartido entre ellos no solo por loslazos de consanguinidad sino también por el pesode la historia común, la microhistoria familiar. Estolleva a uno de los hermanos a presentar su decla-ración de fe, su personal interpretación de la he-ráldica familiar: «Pero ahora sé [...] que Dios hamezclado todo lo limpio con lo sucio. Tú, yo y Joelno somos más que un puñado de semillas que Diosha arrojado al barro y al estiércol. Estamos solos»(95). Esta lealtad deriva luego en nostalgia cuandocon el paso de los años, envuelto en emocionesagónicas, el más pequeño de los hermanos, narra-dor de toda la saga y quizá (¿por qué no?) alterego de Justin Torres, se refiere a aquel espacio delealtad y complicidad como otro paraíso perdido:

Mírenme. Véanme junto a ellos, bajo la nieve:tanto dentro como fuera de su entendimiento. [...]Les inspiraba tanto asco como envidia, comouna enorme necesidad de protección, como unenorme orgullo. // Mírennos, miren nuestra últi-ma noche juntos, cuando todavía éramos her-manos [116].

Como si no estuviera suficientemente surtido elcatálogo familiar, Torres hace pasar a sus persona-jes por experiencias y fantasmas adicionales quelos adentran en el descubrimiento de la pedofilia yel incesto, «sorpresas» que los hacen confrontar sufamilia. La comparación hace emerger y los con-voca a una familia posible quizá de ser restituida. Yaunque no los exonera del pase de lista de lo vivi-do, la enumeración de errores y horrores se erigeno solo en acto de reconocimiento y asunción sinotambién en uno de los momentos de mayor cerca-nía entre las historias aquí narradas y las de los hi-potéticos lectores. Y si no, que lance quien puedala primera piedra.

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Habíamos visto carne, pero en fotografías, yde mujeres. Y también habíamos visto nuestrosrespectivos cuerpos –todos, el mío, el deManny, el de Joel, el de mamá, el de papá–,los habíamos visto apaleados, quejándose comobestias de dolor, histéricos, algunas veces dro-gados, borrachos y con la mirada perdida, ydesnudos, y eufóricos, habíamos oído carcaja-das, chillidos y lágrimas, y los habíamos vistollenos de orgullo, orgullo vacuo, orgullo renco-roso, y también pisoteados, despreciados.Nosotros los tres, habíamos visto tantas cosasde ellos, los habíamos visto pobres, boyantes,cuando nos querían y cuando no nos querían,intentándolo, siempre intentándolo; los había-mos visto fracasar, pero sin entenderlo, ha-bíamos aceptado sus fracasos, los habíamosaceptado con inocencia, sin vergüenza, sin sen-sación alguna de vergüenza [...]. Pero nada quetuviera que ver con aquello [107].

El hermano menor escribía un diario. Esto se co-noce en uno de los últimos capítulos de la novela yobliga a retroceder en el análisis. ¿Acaso todo loleído forma parte de ese diario escrito por él? ¿Oacaso lo leído justamente es lo que el hermano pe-queño no se atrevió a poner en evidencia y aquíaparece? ¿La parte oculta de los hechos? ¿Lo «tur-bio» del agua? Lo que sí se muestran son las reac-ciones que el descubrimiento del diario desata enla familia, las consecuencias del poder de la escri-tura. La aparición del diario está íntimamente liga-da a un sorprendente giro de la novela, un inespe-rado final que se recrea en el paso de la narraciónde la primera persona a la tercera, lo que provocaun mayor extrañamiento, a la par que muestra eldoloroso paso del nosotros al yo.

En las páginas finales queda develada la clave quede manera impactante expone el precio de la dife-rencia y de nuevas complejidades en el terreno delas identidades. El último secreto familiar quedadevelado. Queda destrozado el paraíso de la otro-ra lealtad y de la solidaridad dentro del grupo cons-tituido por los tres hermanos. A la tropa le ha surgi-do «de repente» un miembro muy diferente cuyacondición lo sitúa fuera, lo que se revierte en in-soportable amenaza para los otros. El pequeño,ya adulto, sale de la manada, se coloca en otraplaza sicológica y por ello le está permitido «ver».La manada no puede con la ruptura y la otredad;es justamente esa impotencia lo que desata su afánde aniquilación. Los animales de un rebaño ya parasiempre dividido habrán de buscarse y buscar en-tre sus semejantes un nuevo espacio de existenciay realización, para repensarse y reconocerse antesí mismos. O para decirlo con palabras de JustinTorres: para poder permanecer «erguidos». c

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SUSEL GUTIÉRREZ TORRES

Narrar un país,una frontera*

En torno a la experiencia de la «frontera» en susmúltiples dimensiones –geográficas, políticas,

mentales, culturales, lingüísticas, étnicas, socioeco-nómicas, de género–, se articula el relato de un país,Chile, a partir de las cuarenta y cinco narraciones deotras tantas voces de distintas generaciones que desdetópicos, estilos y lugares de origen heterogéneos,integran el volumen .cl. Textos de frontera.

La noción de frontera actúa como pie forzado,punto de partida de un proyecto que, animado poruna aspiración incluyente e integradora, convocó alos autores a repensar la literatura y el papel delescritor como elementos transformadores, facto-res de cambio, «cartógrafos» de un mapa narrativoque proyecta una imagen actualizada y a ratos mi-metizada de una nación en movimiento, inmediata,en permanente construcción.

Como toda antología, supone también un ejer-cicio de selección, llevado a cabo por un comitéliterario compuesto por Ignacio Álvarez, LorenaAmaro, Eugenia Brito, Javier Edwards y FernandoPérez, quienes formulan además sus propuestas delectura en los llamados «Recorridos», interpreta-ciones personales que ordenan el volumen al tiem-po que analizan brevemente los textos y sugierenconexiones aleatorias, cruces factibles.

Si bien el considerable nú-mero de narraciones realza elvalor de la antología toda vezque garantiza un margen va-riado en índices como pro-cedencia geográfica y gene-racional de los autores yestilos compendiados, para-lelamente complejiza el enun-ciado de fórmulas generaliza-

doras. No obstante, es posible distinguir ideas yejes temáticos que le otorgan coherencia a un libroque pretende integrar sentidos estéticos esencial-mente plurales.

Entre la crónica periodística, la fragmentaciónpolifónica y la experimentación narrativa se encuen-tra un común denominador: la urgencia testimonialque demanda un registro escrito de la realidad cir-cundante, de ese acontecer nacional, especialmen-te de los últimos años, que se diluye caprichosa-mente en vivencias íntimas, domésticas, irrepetiblesy, sin embargo, potencialmente susceptibles a crearun vínculo afectivo y de identificación con el lector.

Alentados por un deseo de realismo que, en sumayoría, comparten los relatos, escenarios, argu-mentos y personajes resultan fácilmente identifica-bles en medio de temáticas que vuelven insistente-mente: las relaciones familiares y de pareja; laviolencia, el otro y lo diferente; la soledad, la inco-municación y sus silencios; la nostalgia de lo quefue, e incluso de lo que nunca fue; el rescate de lamemoria y la escritura ficcional o periodística comovías de trascendencia; el tiempo transcurrido entrela infancia y la adultez; la representación de la ve-jez, las enfermedades y la demencia como amena-za vital, destino último.

Con escasas excepciones (María José Viera-Ga-llo, Pablo Toro, Marcelo Mellado, Álvaro Bisama yRe

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* Beatriz García-Huidobro y Andrea Jeftanovic (eds.): .cl.Textos de frontera, Santiago de Chile, Ediciones Uni-versidad Alberto Hurtado, 2012.

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Marcelo Simonetti), sobresale una voz narrativa enprimera persona que enfatiza el carácter legítimode las narraciones, detenidas en un neorrealismofrecuentemente amparado por un lenguaje coloquialplagado de abundantes descripciones focalizadasen objetos comunes y elementos de la cultura po-pular, muchos de los cuales remiten a campos se-mánticos cercanos al universo de significación queentrañan términos/símbolos como «frontera» y «lí-mite» o «cruzar» y «desbordar».

No es casual que las palabras que más se repitenen el texto, casi obsesivamente se diría, sean aque-llas que aluden de alguna manera a semas asocia-dos al leitmotiv de la frontera, osamenta sobre lacual se articulan en mayor o menor medida todaslas narraciones, ya sea desde una interpretación li-teral que se resignifica y metaforiza («El ojo deWatanabe», «La frontera y su sombra»), o comoabstracto punto de partida, mero pretexto para fa-bular sobre temas adyacentes, transgredir intersti-cios y llegar a un lugar otro.

De los cuarenta y cinco cuentos, riquísimos en sudiversidad estilística, estructural y argumental, ema-nan, como ya he señalado, temas recurrentes, sím-bolos y espacios comunes, señas o guiños cómpli-ces, pero más allá de semejanzas o diferencias, unalectura atenta de .cl arroja luz sobre conexionesveladas y sugerencias provocadoras que yacenocultas entre líneas, como ese catálogo de cosas:armas, amuletos y portales que enumera FernandoPérez en el último recorrido y al que bien podríasumarse la figura del escritor como presencia revi-sitada («Ramdom», «Terremoto en la frontera»,«Mantis religiosa» y «El estante vacío»).

¿Y qué hace un escritor? Testimonia, fabula, in-venta. Los autores compilados persisten en viajar alpasado para recuperar experiencias, asirlas y con-servarlas en la memoria individual y colectiva. De

ese viaje introspectivo de límites difusos se despren-de la infancia rescatada en «La frontera y su som-bra», donde una niña vela el sueño estertóreo de sumadre enferma; la inocencia interrumpida de los ni-ños traviesos de «Guardia malo»; y las instantáneasdeliciosas de la vida escolar que desde el humor,escaso en la antología, evoca «El 34».

La insistencia en el pasado y sus urdimbres se eri-ge en tanto espacio común que establece una suertede tiempo coagulado, cristalizado en un eterno re-torno en relatos que exploran las zonas intermediasentre pasado y presente («El 34», «El alguacil»); sue-ño y realidad («La posibilidad de la taza sobre lamesa», «Space Invaders»); infancia y adultez («Unafábula hardcore», «La hoguera»); inocencia y culpa(«Me dirijo al infierno»); razón y locura («La niña delzapato roto», «Pozo»); ser y deber ser («Fatiga dematerial», «Felicidad en blanco y negro»).

Son precisamente esos espacios intermedios yseductores, generadores de sentido que conformanuna imagen caleidoscópica de lo que resulta Chiledesde la escritura, percepción y pensamiento deun grupo representativo de sus más recientesnarradores. La lista, tan extensa como imprescin-dible, incluye, además de los ya mencionados, aClaudia Apablaza, Natalia Berbelagua, RobertoBrodsky, Elicura Chihuailaf, Alejandra Costa-magna, Marco Antonio de la Parra, Rodrigo DíazCortez, Francisco Díaz Klassen, Lilian Elphick,Nona Fernández, Daniel Hidalgo, Patricio Jara,Carlos Labbé, Luis López-Aliaga, Andrea Matu-rana, Isabel Mellado, Juan Pablo Meneses, JuanMihovilovich, Sergio Missana, María José Navia,Darío Oses, Yuri Pérez, Nicolás Poblete, EugeniaPrado Bassi, Kato Ramone, Cynthia Rimsky, Da-niel Rojas Pachas, Guadalupe Santa Cruz, LuisSeguel Vorpahl, Fátima Sime, Simón Soto, JuanPablo Sutherland, Pablo Torche, Carlos Tromben,

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José Leandro Urbina, Mike Wilson, Alejandro Zam-bra, Diego Zúñiga, Beatriz García-Huidobro y An-drea Jeftanovic, las dos últimas en su doble condi-ción de antologadas y editoras.

Sin recurrir a antecedentes o justificaciones, nopocos de ellos se regodean en la recreación de unaviolencia asimilada, sobrentendida y episódica, quese esconde tras el bullying escolar que conduce alsuicidio al niño de «Auto-geografías», y en la intole-rancia interracial que condensa el enfrentamiento entre«güeros» y «braun chit» a través de «Boy»; se mani-fiesta en el trasfondo lejano de un telediario que di-funde las imágenes de las Torres Gemelas cayendoel 11 de septiembre mientras de las piernas de unaescolar brota silente un hilo de sangre en «El ladridode los perros»; y se anuncia en la madre violada ytorturada bajo la dictadura en «Lee cada palabraque escribo por encima de mi hombro derecho».

Otros afirman, niegan, contradicen, dibujan con-flictos. De la mano de la enfermedad, la vejez o lamuerte irrumpen muchas veces las complejas rela-ciones interpersonales de familias deshechas comola de «Auto-geografías», portento de personajesalienados incapaces de comunicarse entre ellos.Conmovedoras, entretanto, resultan la mujer en-ferma que con férrea determinación declara «Meresisto a morir porque tengo un perro que se que-dará solo y una madre que debiera dejar de existirantes que yo» en «La casa nueva»; las hermanasque «En la Isla» viven condenadas al resentimientode las palabras contenidas mientras lidian con unamadre perturbada y envejecida; y la niña, una más,que pospone su vida al cuidado de una madre en-ferma (toca siempre a las hijas convertirse en acom-pañantes de sus madres) y olvidada por los demásen «Fatiga de material».

Trazar un itinerario, una lectura de este volumen,supone el gozoso descubrimiento de secretos ocul-

tos y verdades a medias entre las que se abren pasocon fuerza las disidencias sexuales («Mantis reli-giosa», «La línea de la concordia»), y queda regis-trada el habla de las minorías («El boche», «La niñadel zapato roto») de la misma forma en que lo ha-cen el ambiente rural («La hoguera»), el laboral(«Petrarca o el crepúsculo») y el citadino («Figurasordinarias»).

No quedan fuera del panorama las relacionesamorosas, que se transfiguran de un relato a otro:rutinarios matrimonios («La posibilidad de la tazasobre la mesa»), uniones incestuosas («El algua-cil»), las ganas de amor jugadas a piedra, papel otijera («Cachipún»), encuentros juveniles de ins-tantes eternos («Los conspiradores»), y la bús-queda del tercero perfecto capaz de conservar labalanza del número tres («Mantis religiosa»).

Predomina cierto gusto por el ritmo demorado,lento, más afín a la novela que al relato corto, y esque si bien hay cuentos que tienen un cierre en símismos, otros parecen empezar justo donde ter-minan, o al menos tener una continuidad, acasoesbozos de una novela en ciernes.

.cl. Textos de frontera, en su pluralidad, trazaun mapa de la narrativa chilena de hoy, un paisajeparcialmente apresado por hombres y mujeres queinsisten en testimoniar sus realidades y universospropios, pero que escapa a historiografías y calen-darios en tanto resulta un constructo inacabado, unwork in progress interminable. c