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  • Al acercarnos a El jilguero, vamos enfocando una habitacin de hotel enAmsterdam. Theo Decker lleva ms de una semana encerrado entre esascuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Esun hombre joven, pero su historia es larga y ni l sabe bien por qu hallegado hasta aqu.Cmo empez todo? Con una explosin en el Metropolitan Museum haceunos diez aos y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadroesplndido del siglo XVIII que desapareci entre el polvo y los cascotes.Quien se lo llev es el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto sequed hurfano de madre y se dedic a desgastar su vida: las drogas loaraaron, la indiferencia del padre lo ceg y su amistad con el joven Borislo llev a la delincuencia sin ms trmites. Todo pareca a punto de acabar,y de la peor de las maneras, en el desierto de Nevada, pero no. Al cabo deun tiempo, otra vez las calles de Manhattan, una pequea tienda deanticuario y un bulto sospechoso que ahora va pasando de mano en manohasta llegar a Holanda.Cmo acabar todo? Esto est en manos del talento de Donna Tartt, quepuesto al da las reglas de los grandes maestros del XIX, siguiendo aDickens pero tambin a los personajes de Breaking Bad, para escribir Eljilguero, probablemente el primer clsico del siglo XXI.

  • Donna TarttEl jilguero

  • Para mi madre,para Claude

  • Primera parte

    Lo absurdo no libera; ata.

    ALBERT CAMUS

  • 1

    Nio con calavera

    I

    Me encontraba an en Amsterdam cuando so con mi madre por primera vezen mucho tiempo. Llevaba ms de una semana encerrado en el hotel, temerosode telefonear a alguien o de salir de la habitacin, y el corazn se me desbocabaal or hasta el ruido ms inocente: el timbre del ascensor, el traqueteo del carritodel minibar, incluso las campanas de las iglesias dando las horas, de Westertoren,Krij tberg, una nota sombra en el taido, una sensacin de fatalidad propia de uncuento de hadas. De da, sentado a los pies de la cama, me esforzaba pordescifrar las noticias de la televisin holandesa (algo intil, y a que no saba unapalabra de neerlands), y cuando desista, me quedaba junto a la ventanamirando el canal envuelto en mi abrigo de pelo de camello, pues me habamarchado de Nueva York de manera precipitada y la ropa que me haba tradono abrigaba lo suficiente, ni siquiera dentro de la habitacin.

    Fuera todo era bullicio y alegra. Estbamos en Navidad y sobre los puentesdel canal titilaban las luces por la noche; damen en heren de mejillas coloradas,con bufandas que ondeaban al viento glido, pasaban estrepitosamente por losadoquines con rboles de Navidad atados a la parte trasera de sus bicicletas. Porlas tardes una banda de msicos aficionados tocaba villancicos que flotaban,estridentes y frgiles, en el aire invernal.

    Un caos de bandejas del servicio de habitaciones; demasiados cigarrillos;vodka tibio del duty-free. Durante esos agitados das de encierro llegu a conocerhasta el ltimo rincn de la habitacin como un preso conoce su celda. Era laprimera vez que estaba en Amsterdam; apenas haba visitado la ciudad, y, sinembargo, la habitacin en s, con su belleza sobria, llena de corrientes yblanqueada por el sol, era como una vvida recreacin del norte de Europa, unamaqueta a pequea escala de los Pases Bajos: la rectitud protestante delencalado combinada con un lujo extremo trado en buques mercantes de Oriente.Pas una irrazonable cantidad de tiempo examinando un par de minsculos leoscon marco dorado que colgaban sobre el escritorio, uno de varios campesinospatinando sobre un estanque helado junto a una iglesia, y el otro, un velerozarandeado en un picado mar invernal; eran copias decorativas que no tenannada de particular, aunque las inspeccion como si guardaran una clave cifradaque me permitiera penetrar en el secreto corazn de los grandes maestrosflamencos. Fuera el aguanieve repiqueteaba contra los cristales de las ventanas ylloviznaba sobre el canal; y a pesar de que los brocados eran exquisitos y laalfombra mullida, la luz invernal evocaba el adverso ambiente de 1943:

  • austeridad y privaciones, t aguado sin azcar y a la cama con hambre.Todas las maanas muy temprano, cuando todava estaba oscuro fuera, antes

    de que entrara de servicio el personal diurno y el vestbulo empezara a llenarse,yo bajaba a buscar los peridicos. Los empleados del hotel pululaban con vocesapagadas y pasos sigilosos, mirndome fugazmente con frialdad, como si no mevieran del todo, el estadounidense de la 27 que nunca apareca durante el da; yointentaba tranquilizarme dicindome que el gerente de noche (traje oscuro, pelocortado al rape, gafas de montura de pasta) tal vez hara lo posible para rehuir losconflictos o evitar los escndalos.

    El Herald Tribune no informaba de mi aprieto, pero todos los peridicosholandeses publicaban la noticia en densos bloques de letra extranjera queflotaban de forma torturante ms all de mi comprensin. Onopgeloste moord.Onbekende. Sub y me acost de nuevo (vestido, porque haca mucho fro en lahabitacin), y abr los peridicos sobre la colcha: fotografas de coches patrulla,cintas acordonando el lugar del crimen, hasta los titulares eran indescifrables, yaunque no parecan mencionar mi nombre, no haba forma de saber si ofrecanuna descripcin de m u ocultaban la informacin a los lectores.

    La habitacin. El radiador. Een Amerikaan met een strafblad. El agua verdeoliva del canal.

    Como estaba aterido de fro y enfermo, y la mayor parte del tiempo no sabaqu hacer (adems de la ropa de abrigo, haba olvidado traer un libro), mepasaba casi todo el da en la cama. Daba la impresin de que anocheca a mediatarde. A menudo, con el cruj ir de los peridicos desplegados, me suma en unduermevela; la may ora de mis sueos estaban teidos de la misma ansiedadindefinida que impregnaba las horas que pasaba despierto: juicios, maletasreventadas sobre el asfalto con mi ropa desparramada por doquier einterminables pasillos de aeropuerto por los que corra para coger avionessabiendo que nunca llegara a tiempo.

    A causa de la fiebre tuve muchos sueos raros y sumamente vvidos, ascomo oleadas de sudor en las que me revolva inquieto en la cama sin apenasdistinguir el da de la noche; pero en la ltima y peor de esas noches so con mimadre: un breve y misterioso sueo que viv ms bien como una aparicin. Yoestaba en la tienda de Hobie mejor dicho, en algn espacio encantado delsueo que era como una versin bosquejada de la tienda cuando ella surga depronto a mis espaldas y la vea reflejada detrs de m en un espejo. Al verla mequedaba paralizado de felicidad; era ella hasta en el ms mnimo detalle, inclusoel dibujo que formaban sus pecas, y me sonrea, ms hermosa y sin embargo noms avejentada, con el pelo negro y la graciosa curva ascendente de su boca; noera tanto un sueo como una presencia que llenaba toda la habitacin, una fuerzacompletamente propia, una otredad viviente. Aunque ese fue mi primer impulso,supe que no poda volverme, que mirarla significaba violar las leyes de su mundo

  • y del mo; haba acudido a m del nico modo a su alcance, y nuestras miradasse encontraron en el espejo durante un largo minuto silencioso; pero justo cuandodaba la impresin de estar a punto de hablar con lo que pareca una mezcla deregocijo, afecto y exasperacin, entre nosotros se elev una neblina y medespert.

    II

    Me habran ido mejor las cosas si ella hubiera vivido. Pero muri cuando y otodava era un nio; y aunque todo lo que me ha sucedido desde entonces es miculpa, al perder a mi madre perd de vista cualquier punto de referencia quepodra haberme conducido a un lugar ms feliz, una vida ms plena o agradable.

    Su muerte marc la lnea divisoria: el antes y el despus. Y si bien es tristeadmitirlo al cabo de tantos aos, an no he conocido a nadie que haga que mesienta tan querido como lo hizo ella. En su compaa todo cobraba vida; irradiabauna luz tan mgica que todo cobraba ms vida y color al verlo a travs de sumirada; recuerdo que unas semanas antes de su muerte, mientras cenaba conella en un restaurante italiano del Village ya entrada la noche, me asi de lamanga ante la inesperada y casi dolorosa belleza de lo que vea: de la cocinatraan en procesin un pastel de cumpleaos; la luz de las velas formaba un dbilcrculo tembloroso en el techo oscuro, y lo dejaron en la mesa para que brillaraen medio de la familia, embelleciendo el rostro de una anciana; todo eransonrisas alrededor, mientras los camareros se hacan a un lado con las manoscogidas a la espalda; solo se trataba de una de esas celebraciones de cumpleaosque se podan ver en cualquier restaurante modesto del centro, y estoy seguro deque no recordara ese episodio si mi madre no hubiera fallecido al poco tiempo,pero pens en eso una y otra vez despus de su muerte, y probablemente lorecordar toda mi vida: el crculo iluminado con velas, un retablo de la felicidadcompartida que se desvaneci cuando la perd.

    Mi madre era guapa, adems. Eso es casi secundario, pero lo era. Cuandolleg a Nueva York desde Kansas trabaj espordicamente como modelo,aunque nunca se sinti lo bastante cmoda frente al objetivo para ser muy buena;de hecho, ese toque tan distintivo no se plasmaba en el negativo.

    Y, sin embargo, era plenamente ella misma, una rareza. No recuerdo habervisto nunca a otra persona que se le pareciera. Tena el pelo oscuro, la tez pliday pecosa en verano, y unos luminosos ojos azul porcelana; en la curva de suspmulos haba una mezcla tan inslita de lo tribal y el crepsculo celta que aveces la gente la tomaba por islandesa. En realidad era medio irlandesa y mediocherokee, de una ciudad de Kansas cercana a la frontera de Oklahoma; legustaba hacerme rer llamndose a s misma okie, como se conoca a los

  • habitantes empobrecidos de ese estado que haban emigrado durante laDepresin, aunque ella era tan elegante, briosa y brillante como un caballo decarreras. Por desgracia, ese carcter extico aparece demasiado crudo eimplacable en las fotografas las pecas disimuladas con maquillaje, el pelorecogido en una coleta a la altura de la nuca como algn noble de La historia deGenji, y no hay ni rastro de su calidez, de su naturaleza alegre e impredecible,que era lo que ms me gustaba de ella. Por la inmovilidad que emana en lasfotos, es evidente que la cmara le inspiraba desconfianza: tiene un aire vigilantey feroz, como si se preparara contra un ataque. Pero en vida no era as. Se movatrepidantemente rpido, con gestos repentinos y ligeros, y siempre se sentaba enel borde de la silla como una elegante ave de pantano a punto de alzar el vueloespantada. Me encantaba su perfume de sndalo, tosco e inesperado, y el frufrque haca su camisa almidonada cuando se inclinaba para besarme la frente. Surisa bastaba para que apartaras de una patada lo que estuvieses haciendo y lasiguieras. All adonde iba, los hombres la observaban con el rabillo del ojo, y aveces la miraban de un modo que me inquietaba un poco.

    Yo tuve la culpa de que muriera. Los dems siempre se han apresurado anegarlo: eras un cro , quin poda imaginarlo , un accidente espantoso , mala suerte , podra haberle pasado a cualquiera Cierto, pero no mecreo una palabra.

    Sucedi en Nueva York, un 10 de abril, hace catorce aos. (An ahora mimano se muestra reacia a escribir la fecha; he tenido que empujarla, para que elbolgrafo siga desplazndose sobre el papel. Antes era un da normal y corriente,pero ahora sobresale del calendario como un clavo oxidado).

    Si aquel da todo hubiera ido segn lo previsto, se habra fundido en el cieloinadvertidamente, desvanecido sin dejar rastro junto con el resto de mi octavocurso. Qu recordara ahora de l? Poco o nada. Sin embargo, la textura deaquella maana, la sensacin hmeda y saturada del aire, es ms ntida ahoraque el presente. Tras llover toda la noche en medio de una terrible tormenta,haba tiendas inundadas y un par de estaciones de metro cerradas; los dosestbamos de pie en la moqueta empapada que se extenda fuera del vestbulodel edificio de pisos donde vivamos mientras el conserje favorito de mi madre,Goldie, que la adoraba, caminaba hacia atrs por la calle Cincuenta y siete con elbrazo levantado y silbando para detener un taxi. Los coches pasaban zumbandobajo cortinas de agua sucia; sobre los rascacielos rodaban nubes cargadas delluvia que de vez en cuando se abran dejando claros de cielo azul ntido, y en lacalle, bajo el humo de los tubos de escape, soplaba un viento suave y hmedocomo de primavera.

    Ah, est ocupado, seora grit Goldie por encima del estruendo de lacalle, esquivando un taxi que dobl la esquina salpicndolo y apag la luz verde.

    Era el ms menudo de los conserjes: un puertorriqueo de tez clara, flaco,

  • plido y enrgico que haba sido boxeador de peso pluma. Aunque tena lasmejillas flcidas de tanto darle a la botella (a veces se presentaba en el turno denoche oliendo a J&B), era enjuto, musculoso y rpido; siempre estababromeando y continuamente se tomaba un descanso para fumarse un cigarrilloen la esquina, desplazando el peso de un pie al otro mientras se echaba vaho enlas blancas manos enguantadas cuando haca fro, contando chistes en espaol yhaciendo desternillarse de la risa a los dems conserjes.

    Tienen mucha prisa esta maana? le pregunt a mi madre.En su chapa se lea Burt D. , pero todo el mundo lo llamaba Goldie,

    derivado de gold, por su diente de oro y porque se apellidaba De Oro.No, vamos con tiempo de sobra. No se preocupe.Pero pareca agotada y le temblaron las manos mientras se anudaba de

    nuevo el pauelo, que se levantaba y agitaba con el viento.Goldie debi de percatarse, porque se volvi hacia m (que estaba apoy ado

    con actitud evasiva contra el macetero de hormign que haba frente al edificio,mirando a todas partes menos a ella) con cierta desaprobacin.

    No vas a coger el tren? me pregunt.No, tenemos unos recados que hacer respondi mi madre sin mucha

    conviccin, al darse cuenta de que y o no saba qu decir.Yo no sola fijarme mucho en cmo iba vestida, pero el atuendo que llevaba

    esa maana (gabardina blanca, un difano pauelo rosa y zapatos bicolor negroy blanco) se me qued tan firmemente grabado en la memoria que ahora mecuesta recordarla de otro modo.

    Yo tena trece aos. No soporto recordar lo incmodos que nos sentamos losdos aquella ltima maana, lo bastante agarrotados para que el conserje lonotara; en cualquier otro momento habramos estado hablando de maneraamigable, pero aquella maana no tenamos gran cosa que decirnos porque mehaban expulsado del colegio. Haban llamado a mi madre a su oficina el daanterior, y ella haba vuelto a casa callada y furiosa; lo terrible era que y o nisiquiera saba por qu me haban expulsado, aunque estaba casi seguro de que elseor Beeman (en el trayecto de su despacho a la sala de profesores) habamirado por la ventana del segundo piso en el momento menos oportuno y mehaba visto fumar en el recinto del colegio. (Mejor dicho, me haba visto encompaa de Tom Cable mientras l fumaba, lo que en mi colegio vena a ser lomismo). Mi madre aborreca el tabaco. Sus padres sobre quienes meencantaba or hablar, y que haban muerto injustamente antes de que y o tuvieraoportunidad de conocerlos haban sido unos afables entrenadores de caballosque viajaban por el Oeste y criaban caballos morgan para ganarse la vida; eranunos alegres jugadores de canasta y buenos bebedores de ccteles, iban al derbide Kentucky todos los aos y guardaban cigarrillos por toda la casa en cajas deplata. Un da, cuando volva de los establos, mi abuela se dobl en dos y empez

  • a toser sangre; a partir de entonces, durante el resto de la adolescencia de mimadre siempre hubo bombonas de oxgeno en el porche delantero y las persianasdel dormitorio permanecieron bajadas.

    Pero, como me tema, y no sin razn, el cigarrillo de Tom solo haba sido lapunta del iceberg. Haca tiempo que yo tena problemas en el colegio. Todo habacomenzado, o, ms bien, se haba agravado, unos meses atrs, cuando mi padrese haba largado, dejndonos a mi madre y a m; nunca nos habamos llevadomuy bien y, en general, mi madre y yo estbamos mejor sin l, pero otraspersonas parecieron escandalizarse y alarmarse ante la brusca forma en que noshaba dejado (sin dinero ni pensin alimenticia, ni una direccin de contacto); losprofesores de mi colegio del Upper West Side me compadecan tanto, y estabantan impacientes por demostrarme su comprensin y su apoyo, que fueronextraordinariamente indulgentes conmigo pese a ser un alumno becado,posponiendo fechas de entrega de ejercicios y dndome segundas y tercerasoportunidades; en otras palabras, aflojando la cuerda, hasta que, en cuestin deunos meses, me las arregl para caer en un hoyo muy profundo.

    De modo que nos haban citado a los dos a mi madre y m en el colegio.La reunin no era hasta las once y media, pero mi madre se haba visto obligadaa tomarse el da libre, y nos dirigamos al West Side temprano para desayunar (ytener una charla seria, me imagin); una vez all, ella aprovechara para comprarun regalo de cumpleaos para una colega de su oficina. La noche anterior sehaba quedado levantada hasta las dos y media, con su tensa cara iluminada porel resplandor del ordenador, escribiendo correos electrnicos e intentandodespejar el terreno para tomarse la maana libre.

    No s qu pensar usted le deca Goldie irritado a mi madre, pero yoy a estoy harto de la primavera y la humedad. No veo ms que lluvia, lluvia Tirit y, subindose el cuello del abrigo de forma teatral, alz la vista hacia elcielo.

    Creo que han dicho que esta tarde escampar.S, lo s, pero yo ya estoy listo para el verano. Se frot las manos.

    Todos se van de la ciudad, la odian, se quejan del calor, pero yo, y o soy unpjaro tropical. Cuanto ms calor haga mejor. No le temo! Batiendo palmas,se dio la vuelta y se alej de espaldas por la calle. Qu quiere que le diga, loque ms me gusta es la paz que hay aqu. Cuando llega julio el edificio se quedadesierto y tranquilo, todo el mundo se va, sabe? Chasque los dedos a un taxique pas a toda velocidad. Son mis vacaciones.

    Pero no se achicharra aqu fuera? Mi distante padre no soportaba esatendencia de ella a entablar conversacin con las camareras, los conserjes y lossibilantes ancianos de la tintorera. Quiero decir que en invierno al menos unopuede abrigarse

    Usted no sabe lo que es este trabajo en invierno. Le aseguro que, por

  • muchos abrigos y gorros que uno se ponga, se pasa fro. Se imagina estar aqufuera, en enero o en febrero, con el viento que sopla del ro? Brrrr.

    Agitado y mordindome la ua del pulgar, me qued mirando los taxis quepasaban a toda velocidad por delante del brazo levantado de Goldie. Saba quesera una espera agotadora hasta la cita de las once y media; lo nico que podahacer era estarme quieto y no balbucear ninguna pregunta que pudieraincriminarme. No tena ni idea de qu nos soltaran a mi madre y a m una vezque estuviramos en el despacho; la misma palabra cita haca pensar en unaasamblea de autoridades, acusaciones e intimidaciones, una posible expulsin.Sera un desastre que yo perdiera mi beca; desde que mi padre se haba idoestbamos sin blanca, y a duras penas nos alcanzaba para pagar el alquiler. Antetodo, y o estaba muerto de preocupacin por si el seor Beeman haba averiguadode algn modo que Tom Cable y yo habamos allanado casas de veraneo vacascuando me qued en su casa de los Hamptons. Digo allanar pero no habamosforzado ninguna cerradura ni causado desperfecto alguno (la madre de Tom eraagente inmobiliaria, y abramos la puerta con el juego de llaves que ellaguardaba en su oficina). Ms que nada fisgonebamos en los armarios yhusmebamos en los cajones de las cmodas, pero tambin nos habamosllevado algunas cosas: cervezas de la nevera, un juego de Xbox, un DVD (Dannyel perro, de Jet Li) y dinero, unos noventa y dos dlares en total, en billetes decinco y diez arrugados de un tarro de la cocina, y muchas monedas sueltas de loslavaderos.

    Cuando lo recordaba tena nuseas. Haca meses que no iba por casa de Tomy aunque trat de convencerme de que el seor Beeman no poda haberseenterado de nuestras andanzas cmo iba a enterarse?, mi imaginacingalopaba de aqu para all en aterrados zigzags. Estaba resuelto a no delatar aTom (aunque no tena la seguridad de que l no lo hiciera), pero eso me dejabaen una situacin muy vulnerable. Cmo poda haber sido tan estpido? Allanaruna vivienda era un delito; la gente iba a la crcel por eso. La noche anteriorhaba dado vueltas en la cama durante horas torturndome mientras contemplabacmo la lluvia golpeaba en rfagas irregulares el cristal de la ventana,preguntndome qu poda decirles si me interrogaban. Sin embargo, cmo iba adefenderme cuando no tena la certeza de que lo supieran?

    Goldie solt un gran suspiro, baj el brazo y camin hacia atrs sobre lostalones hasta donde estaba mi madre.

    Increble le dijo, sin apartar los ojos hastiados de la calle. Lasinundaciones han llegado al SoHo, como ya debe de saber, y Carlos nos estabadiciendo que han cerrado algunas calles junto al edificio de la ONU.

    Sombro, observ la multitud de obreros que bajaban del autobs urbano contan poca alegra como un enjambre de avispones. Quiz habramos tenido mssuerte si hubiramos caminado un par de manzanas hacia el oeste, pero mi

  • madre y y o conocamos lo suficientemente bien a Goldie para saber que seofendera si nos bamos por nuestra cuenta. Y justo en ese momento tan derepente que todos dimos un respingo un taxi con la luz verde encendida derraphacia nosotros, levantando un abanico de agua con olor a cloaca.

    Cuidado! exclam Goldie, saltando de lado mientras el taxi avanzabacon dificultad hasta detenerse. Luego, advirtiendo que mi madre no tenaparaguas, aadi: Espere. Entr en el vestbulo y se encamin hacia lacoleccin de paraguas perdidos y olvidados que guardaba en un paragero delatn junto a la chimenea y que redistribua los das lluviosos.

    No se preocupe, Goldie dijo mi madre, sacando del bolso su pequeomodelo plegable de rayas, voy preparada

    Goldie regres de una zancada a la cuneta y cerr la puerta del taxi detrs deella. Luego se agach y dio unos golpecitos en la ventanilla.

    Vay a usted con Dios.

    III

    Me gusta creer que soy una persona intuitiva (como hacemos todos, supongo) yal escribir sobre ese da resulta tentador decir que una sombra flotaba sobre micabeza. Pero yo era sordo y ciego al futuro; mi nica y agobiante preocupacinera la reunin del colegio. Cuando llam a Tom para decirle que me habanexpulsado (susurrando por el telfono fijo, pues mi madre me haba confiscadoel mvil), l no pareci sorprenderse mucho. Mira dijo, interrumpindome, no seas estpido, Theo. Nadie sabe nada. Ni se te ocurra abrir la puta boca. Y antes de que y o pudiera decir algo ms, aadi: Lo siento, tengo que irme ,y colg.

    En el taxi, intent abrir unos dedos la ventanilla para que entrara un poco deaire; no tuve suerte. Apestaba como si alguien hubiera cambiado paales suciosen el asiento trasero, o incluso hubiera cagado en l y luego hubiese intentadotapar el hedor echando un montn de ambientador de coco con olor a protectorsolar. Los asientos, parcheados con cinta adhesiva, estaban grasientos, y losamortiguadores eran casi inexistentes. Cuando pasbamos por un bache mevibraban los dientes a la vez que las baratijas religiosas que colgaban delretrovisor: medallones, una diminuta espada curvada que danzaba suspendida deuna cadena de plstico y un gur barbudo con turbante que miraba hacia elasiento trasero con ojos penetrantes, con la palma de la mano levantada en elacto de bendecir.

    A lo largo de Park Avenue, las hileras de tulipanes rojos se ponan en posicinde firmes a medida que pasbamos a toda velocidad. Pop de Bollywood,reducido a un dbil y casi subliminal gemido, se elevaba hipnticamente en

  • destellantes espirales justo en el umbral de mi odo. Empezaban a caer las hojasde los rboles. Los repartidores de DAgostino y Gristede empujaban carroscargados de comestibles; ejecutivas de aspecto agobiado pasaban con granrepiqueteo de tacones por la acera arrastrando a renuentes prvulos; unempleado uniformado barra la cuneta con una escoba y un recogedor de palolargo; abogados y corredores de bolsa arrugaban la frente al alzar la vista haciael cielo, con una mano levantada con la palma hacia arriba. Mientras el taxi dabatumbos por la avenida (mi madre, con aire desgraciado, se aferraba alapoy abrazos para armarse de valor), observ a travs de la ventanilla los rostrosdisppticos de todos los das (personas con gabardina y expresin preocupadaapindose en sombras multitudes en los cruces, bebiendo caf de tazasdesechables, hablando por mviles y mirando furtivamente de un lado a otro) eintent no pensar en los desagradables destinos que podan aguardarme, algunosde ellos relacionados con el tribunal de menores o la crcel.

    El taxi se balance al tomar una curva cerrada en la calle Ochenta y seis. Mimadre cay sobre m y me agarr el brazo; vi que estaba fra y plida.

    Ests mareada? le pregunt, olvidando por un momento mis problemas.Tena una expresin fija y afligida que enseguida reconoc: los labios

    apretados, la frente hmeda y los ojos vidriosos y muy abiertos.Empez a decir algo, pero se llev una mano a la boca cuando el taxi se

    detuvo con una sacudida en un semforo, arrojndonos hacia delante y luegohacia atrs contra el asiento.

    Espera le dije, y me inclin para golpear el grasiento plexigls.El conductor (un sij con turbante) dio un respingo.Oiga dije a travs de la rej illa, nos bajamos aqu.El sij , reflejado en el espejo del retrovisor adornado con guirnaldas, me mir

    con atencin.Quieren parar aqu.S, por favor.Pero esta no es la direccin que me han dado ustedes.Lo s. Pero y a nos va bien respond, mirando de nuevo a mi madre, que

    revolva en el bolso, con el rmel corrido y una expresin desfallecida, buscandoel billetero.

    Se encuentra bien? le pregunt el taxista, poco convencido.S, s. Solo necesitamos bajar, gracias.Con manos temblorosas, mi madre sac un puado de dlares de aspecto

    hmedo que desliz por debajo de la rej illa. Mientras el sij los coga (conresignacin, desviando la mirada), yo me ape y sostuve la puerta abierta.

    Mi madre dio un traspi al bajar en la cuneta y me agarr el brazo.Ests bien? le pregunt con timidez mientras el taxi se alejaba a gran

    velocidad.

  • Nos encontrbamos en el norte de la Quinta Avenida, junto a las mansionesque daban al parque.

    Ella respir hondo, luego se sec la frente y me dio un apretn en el brazo.Uf dijo, abanicndose con una mano.Le brillaba la frente y todava tena la mirada un poco perdida; su aspecto

    ligeramente desaliado haca pensar en un ave marina a la que el viento hadesviado de rumbo.

    Lo siento, pero an me noto las piernas un poco flojas. Menos mal que noshemos bajado de ese taxi. Enseguida estar bien. Solo necesitaba tomar un pocode aire.

    La gente pasaba a nuestro alrededor en la esquina llena de corrientes:colegialas con uniforme corriendo y rindose mientras nos esquivaban; nierasempujando sofisticados cochecitos con dos o tres bebs. Un agobiado padre conaspecto de abogado nos roz al pasar por nuestro lado asiendo a su hijo por lamueca.

    No, Braden o que le deca al nio, que trotaba para ponerse a su altura, no deberas pensar de ese modo. Es importante trabajar en algo que tegusta

    Nos apartamos para esquivar el cubo lleno de agua jabonosa que un conserjevaci en la acera frente a su edificio.

    Dime dijo mi madre, frotndose las sienes con las puntas de los dedos,era yo o ese taxi ola increblemente?

    Repugnante? Una mezcla de trpico hawaiano y paales cagados?Ella se abanic la cara con una mano.La verdad, no habra importado tanto si no hubiera sido por todos esos

    arranques y frenazos bruscos. Me encontraba perfectamente y de pronto me hepuesto fatal.

    Por qu no preguntas si puedes sentarte en el asiento delantero?Hablas como tu padre.Desvi la mirada avergonzado, porque y o tambin haba percibido un dejo de

    su irritante tono pedante.Iremos andando hasta Madison y buscaremos un lugar para sentarnos

    dije, pues estaba muerto de hambre y all haba un local que me gustaba.Pero casi con un escalofro, seguido de una visible oleada de nuseas ella

    hizo un gesto de negacin.Aire. Tena cercos de rmel debajo de los ojos. El aire me sentar

    bien.Lo que t digas respond, quiz demasiado rpidamente, impaciente por

    complacerla.Me esforzaba por ser agradable, pero mi madre, aun mareada e inestable

    como se senta, no haba pasado por alto el tono de mi voz; me mir con atencin,

  • intentando averiguar en qu estaba pensando. (Esa era otra mala costumbre quehabamos adquirido despus de vivir durante aos con mi padre: intentar leer elpensamiento del otro).

    Hay algn sitio al que quieras ir?Hum, en realidad no respond, retrocediendo un paso y mirando

    alrededor consternado; aunque tena hambre, no estaba en posicin de insistir.Enseguida estar bien. Dame un minuto.Quiz suger parpadeando agitado, qu quera ella?, qu le gustara?

    podramos sentarnos en el parque.Aliviado, vi que ella asenta.Muy bien dijo con lo que y o llamaba su voz de Mary Poppins, pero

    solo hasta que recupere el aliento.Y nos encaminamos hacia el cruce peatonal de la calle Setenta y nueve,

    pasando por delante de arbustos recortados con formas animales en maceterosbarrocos y de pesadas puertas de hierro forjado. La luz haba ido apagndosehasta quedar en un tono gris industrial, y la brisa era tan densa como el vapor quese eleva de un hervidor de agua. Al otro lado de la calle, junto al parque, unosartistas montaban sus tenderetes, desenrollando lienzos y colgando sus acuarelasde la catedral Saint Patrick y del puente de Brookly n.

    Caminamos en silencio. Yo pensaba en mi situacin (haban recibido algunallamada los padres de Tom?, por qu no se me haba ocurrido preguntrselo al?), as como en lo que pedira para desayunar en cuanto consiguiera llevar a mimadre a la cafetera (tortilla de patatas con beicon al estilo occidental; ellatomara lo de siempre, una tostada de centeno con huevos escalfados y un cafsolo), y apenas prestaba atencin a dnde nos dirigamos cuando me di cuenta deque ella acababa de decir algo. No me miraba a m sino al parque; su expresinme hizo pensar en una famosa pelcula francesa cuy o ttulo no recordaba, en laque unos individuos distrados caminaban por calles azotadas por el viento yhablaban mucho pero en realidad no parecan hablar unos con otros.

    Qu has dicho? le pregunt tras unos minutos de confusin, apretando elpaso para alcanzarla. La vuelta de qu?

    Ella pareci sorprenderse, como si se hubiera olvidado de que yo estaba all.La gabardina blanca, que ondeaba al viento, aumentaba su aspecto de ibis conpatas largas, como si estuviera a punto de desplegar las alas y alzar el vuelo porencima del parque.

    Qu es lo que da vueltas?Mi madre me mir sin comprender, luego neg con la cabeza y se ri de

    aquel modo brusco e infantil que tena.Nada. He dicho vueltas del tiempo .Aunque era extrao decirlo, yo saba a qu se refera, o al menos cre

    saberlo: ese estremecimiento al sentirse de repente desconectada, los segundos

  • de ausencia en la acera, como un parntesis de tiempo perdido o unosfotogramas cortados de una pelcula.

    No, no, cachorrito, solo me refera al barrio aadi alborotndome elpelo y hacindome sonrer casi avergonzado; as era como me llamaba depequeo, cachorrito , y a m me gustaba tan poco como que me alborotara elpelo, pero aun cohibido como me senta me alegr al ver que ella estaba demejor humor. Siempre me pasa lo mismo. Cuando estoy aqu es como sivolviera a tener dieciocho aos y acabara de bajar del autobs.

    Aqu? le pregunt sin conviccin, permitiendo que me cogiera la mano,algo que normalmente no habra hecho. Es extrao.

    Yo lo saba todo sobre los primeros das que mi madre haba pasado enManhattan, muy lejos de la Quinta Avenida, en la Avenida B, en un estudiosituado encima de un bar donde los vagabundos dorman en el portal, las peleasdel bar se extendan a la calle y una anciana trastornada llamada Mo tena diez odoce gatos que haba recogido de la calle debajo de la escalera del piso superior.

    Ella se encogi de hombros.S, pero esta calle sigue exactamente igual que el primer da que la vi. Es

    como entrar en un tnel del tiempo. En el Lower East Side, bueno, ya sabescmo son las cosas all, siempre hay algo nuevo, aunque yo me senta como Ripvan Winkle, cada vez ms alejada de todo. Algunos das me despertaba y eracomo si hubieran venido y cambiado los escaparates durante la noche. Los viejosrestaurantes cerraban, y donde estaba la tintorera apareca un bar moderno

    Guard un silencio respetuoso. ltimamente mi madre tena muy presente elpaso del tiempo, quiz porque se acercaba su cumpleaos. Soy demasiadomayor para esto , haba dicho das atrs mientras se paseaba por el pisohurgando debajo de los coj ines del sof, en los bolsillos de los abrigos y laschaquetas en busca de monedas sueltas para pagar al chico de los repartos de lacharcutera.

    Meti las manos en los bolsillos de su abrigo.Por aqu no hay tantos cambios dijo. Aunque hablaba con tono

    desenfadado, vi que haba confusin en sus ojos; era evidente que no habadormido bien por mi culpa. Upper Park es de los pocos lugares donde todavapuedes ver cmo era la ciudad en la dcada de mil ochocientos noventa.Tambin en Gramercy Park y en una parte del Village. Aun as, cuando llegupor primera vez a Nueva York pensaba que este era el barrio de Edith Wharton,Franny y Zooey y Desayuno en Tiffanys, todo en uno.

    Franny y Zooey transcurre en el West Side.S, pero entonces y o era demasiado palurda para saberlo. Solo puedo decir

    que era bastante diferente al Lower East, donde los vagabundos prendan fuego alos cubos de basura. Aqu los fines de semana eran mgicos, dando vueltas por elmuseo, deambulando yo sola por Central Park

  • Deambulando? Gran parte del vocabulario de mi madre sonaba exticoa mis odos, y deambular me pareci algn trmino de equitacin de su niez,una cabalgada lenta quiz, un paso equino entre galope y trote.

    Bueno, ya sabes, yendo de aqu para all. Sin blanca, con agujeros en loscalcetines y alimentndome a base de gachas de avena. Lo creas o no, yo venaaqu algunos fines de semana. Ahorraba para el tren de regreso. Eso era cuandotodava haba billetes en lugar de tarjetas. Aun as se supona que tenas que pagarpara entrar en el museo. La donacin sugerida . Bueno, imagino que yo eramucho ms caradura entonces, o quiz solo se compadecan de m Oh, no aadi con otro tono, detenindose en seco, de modo que yo di unos pasos ms asu lado sin darme cuenta.

    Qu pasa? pregunt volvindome.He notado algo. Alarg una mano y mir hacia el cielo. T no?Y mientras lo deca pareci que se iba la luz. El cielo oscureci rpidamente,

    se puso ms negro en segundos; el viento agit los rboles del parque y las hojasnuevas de las ramas destacaron amarillas y tiernas contra los nubarrones.

    Vaya, qu suerte exclam mi madre. Va a caer una buena. Seinclin hacia la calle, mirando al norte: no haba taxis.

    Le cog la mano de nuevo.Vamos, tendremos ms suerte en el otro lado.Esperamos con impaciencia a que cambiara el semforo. Volaban y se

    arremolinaban papeles por la calle.Mira, all hay un taxi dije mirando hacia la Quinta Avenida, pero an no

    haba acabado la frase cuando un hombre de negocios baj corriendo de la aceracon el brazo levantado y la luz verde se apag.

    En la acera de enfrente los artistas se apresuraban a cubrir sus cuadros conplsticos. El vendedor ambulante de caf baj las persianas de su carrito.Cruzamos a toda prisa la calle y antes de que llegramos al otro lado me cay enla mejilla una gruesa gota de lluvia. Sobre la acera empezaron a aparecercrculos marrones, muy espaciados y del tamao de una moneda de veinticincocentavos.

    Maldita sea! grit mi madre.Revolvi en su bolso buscando el paraguas, que apenas era lo bastante grande

    para una persona.Y por fin descarg, en sesgadas cortinas de lluvia fra acompaadas de

    amplias rfagas de viento que abatan las copas de los rboles y agitaban lostoldos de la acera de enfrente. Mi madre se esforzaba por sostener en alto elpequeo paraguas sin gran xito. Los transentes que pasaban por la calle y elparque con maletines y peridicos sobre la cabeza se apresuraban a subir losescalones del museo, que era el nico lugar donde era posible guarecerse de lalluvia. Hubo algo festivo y alegre en los dos subiendo los escalones, rpido,

  • rpido, bajo el endeble paraguas de rayas, ni ms ni menos como siescapramos de alguna desgracia en lugar de ir derechos a su encuentro.

    IV

    A mi madre le sucedieron tres cosas importantes tras su llegada a Nueva York enautobs desde Kansas, sin amigos y prcticamente sin blanca. La primera fueque un cazatalentos llamado Davy Jo Pickering la vio sirviendo mesas en unacafetera del Village; era una adolescente famlica con unas Doc Martens, ropade segunda mano de alguna tienda benfica y una trenza tan larga colgndole ala espalda que poda sentarse sobre ella. Cuando le llev un caf, l le ofrecisetecientos dlares que enseguida subi a mil por sustituir a una joven que no sehaba presentado al otro lado de la calle para una sesin de fotos de catlogo. Acontinuacin seal la caravana y al equipo, instalados en el parque de SheridanSquare; cont los billetes y los dej encima del mostrador.

    Deme diez minutos respondi ella; sirvi el resto de los desayunos que lehaban pedido, luego colg el delantal y sali.

    Solo era modelo de catlogos de venta por correo , se tomaba la molestiade decirle a la gente, para aclarar que nunca haba trabajado en revistas de modao firmas de alta costura, sino solo para circulares de alguna cadena, con ropa desport barata destinada a jovencitas de Missouri y Montana. A veces resultabadivertido, pero la may ora de las ocasiones no lo era: trajes de bao en enero,tiritando con gripe; tweeds y lana en pleno verano, sofocada durante horas enmedio de hojas de otoo de mentira mientras el ventilador del estudio agitabaaire caliente y un tipo del departamento de maquillaje corra entre tomas parasecarle con polvos el sudor de la cara.

    Sin embargo, durante esos aos en los que haba fingido ser una universitariaposando en campus ficticios en rgidas parejas o tros, con los libros contra elpecho, haba logrado ahorrar suficiente dinero para ir a la universidad deverdad y estudiar historia del arte en la Universidad de Nueva York. Nunca habavisto un gran cuadro en persona hasta que cumpli dieciocho aos y se fue a vivira Nueva York; deseaba recuperar el tiempo perdido; autntica felicidad, elparaso terrenal , haba exclamado, rodeada de libros de arte y examinandodurante horas y horas las mismas viejas diapositivas (Manet, Vuillard) hasta quevea borroso. ( Es una locura haba dicho, pero sera feliz mirando losmismos seis cuadros el resto de mi vida. No se me ocurre una forma mejor deenloquecer ).

    La universidad fue la segunda cosa que le ocurri en Nueva York; quiz paraella la ms importante. De no haber sido por la tercera (conocer y casarse conmi padre, lo que no result tan afortunado como las dos primeras), seguramente

  • habra terminado la licenciatura y obtenido el doctorado. Siempre que tena unashoras libres iba corriendo al Frick, el MoMA o el Met; de ah que, mientrasestbamos bajo el goteante prtico del museo, mirando hacia la Quinta Avenidaenvuelta en bruma y observando cmo la lluvia rebotaba de la calzada, no mesorprendiera cuando ella sacudi el paraguas y dijo:

    Podramos entrar a echar un vistazo hasta que pare.Hummm Lo que yo quera era desayunar. S, claro.Mir su reloj .Tenemos tiempo. Ser imposible coger un taxi con este aguacero.Ella tena razn. Aun as, yo estaba muerto de hambre. Cundo comeramos

    algo?, me pregunt malhumorado mientras suba las escaleras detrs de ella. Porlo que yo saba, despus de la reunin ella estara tan furiosa que no me llevara aninguna cafetera, y tendra que irme a casa y conformarme con una barrita decereales.

    Sin embargo, el museo siempre era algo festivo; y una vez que entramos ynos vimos envueltos en el alegre clamor de los turistas que nos rodeaban, mesent extraamente distanciado de lo que pudiera depararme el da. En elvestbulo principal el ruido era ensordecedor y heda a abrigo mojado. Unamultitud de jubilados asiticos empapados pas por nuestro lado detrs de unapulcra gua con aire de azafata; un grupo de girl scouts desaliadas cuchicheabacerca del guardarropa, y junto al mostrador de informacin haba una hilera decadetes de la escuela militar enfundados en el uniforme de gala gris y sin gorra,con las manos a la espalda.

    Para m un chico de ciudad, siempre confinado entre las cuatro paredes denuestro piso, los museos eran interesantes sobre todo por su amplitud, unpalacio donde las salas no se acababan nunca y a medida que te adentrabas en lestaban cada vez ms desiertas. Algunas de las alcobas abandonadas y de lossalones sin acordonar de las profundidades de la seccin de decoracin europeaparecan sumidas en un hechizo, como si nadie los hubiera pisado durante cientosde aos. Desde que haba empezado a moverme yo solo en tren, me encantaba irall y deambular hasta que me perda, internndome cada vez ms en el laberintode galeras; a veces descubra olvidados salones de armaduras y porcelanas queno haba visto nunca (y que, a menudo, no era capaz de encontrar de nuevo).

    Mientras haca cola detrs de mi madre para entrar, inclin la cabeza haciaatrs y mir el profundo y oscuro techo abovedado de dos plantas de altura; si lomiraba con suficiente atencin a veces tena la sensacin de que me elevabaflotando como una pluma, un truco de mi niez que perda intensidad a medidaque me haca mayor.

    Entretanto mi madre, con la nariz colorada y sin aliento tras la carrera bajo lalluvia, buscaba a tientas el billetero.

    Cuando terminemos quiz me pase por la tienda de regalos me deca.

  • Estoy segura de que lo ltimo que quiere Mathilde es un libro de arte, pero nopodr refunfuar mucho sin parecer una palurda.

    Ostras dije. El regalo es para Mathilde?Mathilde era la directora de arte de la agencia de publicidad donde trabajaba

    mi madre; hija de un magnate que importaba telas de Francia, era ms jovenque mi madre y tena fama de quisquillosa y proclive a las rabietas si el serviciode coches de alquiler o el catering no estaban a su altura.

    S. Sin decir una palabra me ofreci un chicle, que acept, y arroj elpaquete de nuevo al bolso. Me refiero a que ese es el problema con Mathilde.Para ella un regalo bien escogido no debe costar mucho; podra ser unpisapapeles barato del mercadillo. Lo que supongo que sera fantstico si algunode nosotros tuviera tiempo para ir al centro y patearse el mercadillo. El aopasado le toc a Pru. Le entr el pnico y a la hora de comer fue corriendo aSaks, donde acab gastndose cincuenta dlares de su bolsillo, ms lo quehabamos juntado entre todos, por unas gafas de sol, creo que de Tom Ford. Aunas Mathilde tuvo que soltar su perorata sobre los estadounidenses y su culturaconsumista. Pru ni siquiera es estadounidense sino australiana.

    Lo has hablado con Sergio? le pregunt.Sergio, que casi nunca estaba en la oficina, aunque sala a menudo en las

    crnicas de sociedad con gente como Donatella Versace, era el multimillonariopropietario de la agencia; hablar con Sergio de algo era lo mismo que decir:qu hara Jesucristo?

    Lo que Sergio entiende por un libro de arte es un recopilatorio de HelmutNewton o quiz ese tomo ilustrado de gran formato que hizo Madonna hacetiempo.

    Estaba a punto de preguntar quin era Helmut Newton cuanto tuve unaocurrencia mejor.

    Por qu no le compras una tarjeta de metro?Mi madre puso los ojos en blanco.Creme, ganas no me faltan. Haca poco se haba desatado una crisis en

    la oficina cuando el coche de Mathilde qued atrapado en un embotellamiento,dejndola varada en Williamsburg en el estudio de un joyero.

    Algo as como annimamente. Deja en su mesa una tarjeta vieja, solopara ver su reaccin.

    Te dir cmo reaccionara dijo mi madre, deslizando su carnet de socioa travs de la ventanilla de venta de entradas. Despedira a su secretaria yquiz a la mitad de los de produccin.

    La agencia de publicidad donde trabajaba mi madre estaba especializada enaccesorios de mujer. Durante todo el da, bajo la mirada agitada y ligeramentemaliciosa de Mathilde, supervisaba fotos de pendientes de cristal queresplandecan sobre montones de nieve artificial, y de bolsos de piel de cocodrilo

  • olvidados en el asiento trasero de limusinas vacas que brillaban formandoaureolas de luz celestial. Se le daba bien; prefera ese trabajo a estar detrs de lacmara, y yo saba que disfrutaba viendo su obra en los anuncios del metro o enlas vallas publicitarias de Times Square. Pero pese al brillo y el glamour de suempleo (desayunos con champn, bolsos de Bergdorf de regalo), las jornadaseran largusimas y en lo ms profundo de todo ello haba una vacuidad yo losaba que la entristeca. Lo que realmente quera era volver a la universidad,aunque, por supuesto, ambos sabamos que tena pocas posibilidades deconseguirlo ahora que se haba ido mi padre.

    Bien dijo, volviendo la espalda a la ventanilla y entregndome un pase, aydame a controlar el tiempo, vale? Es una exposicin enorme Sealel pster: RETRATOS Y NATURALEZAS MUERTAS: OBRAS MAESTRAS DELSIGLO DE ORO. No podemos verla toda de una vez, pero hay varios cuadrosque

    Su voz se perdi mientras yo suba detrs de ella por la escalera principal,debatindome entre la prudente necesidad de seguirla de cerca y las ganas dequedarme unos pasos atrs y fingir que no iba con ella.

    No soporto ir con tantas prisas estaba diciendo ella cuando la alcanc enlo alto de la escalera, pero esta es la clase de exposicin que tienes que visitardos o tres veces. Est La leccin de anatoma, que no podemos dejar de ver, perolo que ms me interesa es una obra pequea y poco comn de un pintor que fuemaestro de Vermeer. El maestro ms grande de la pintura del que se tienenoticia. Los cuadros de Frans Hals tambin son de gran inters. Conoces a Hals,verdad? El alegre bebedor? Y Las regentes del asilo de ancianos?

    S respond con vacilacin.De los cuadros que ella haba mencionado, el nico que conoca era La

    leccin de anatoma. En el cartel de la exposicin apareca un detalle: carnelvida, mltiples tonos de negro y mirones de aspecto ebrio con los ojosinyectados en sangre y la nariz colorada.

    Materia Arte 101 dijo mi madre. Aqu, a la izquierda.En la planta superior, con el pelo todava mojado por la lluvia, haca un fro

    glido.No, no, por aqu me dijo mi madre, asindome de la manga.No era fcil encontrar la exposicin, y mientras vagbamos por las

    concurridas galeras (zigzagueando entre la multitud, girando a derecha eizquierda, y volviendo sobre nuestros pasos a travs de laberintos de letreros yplanos confusos), aparecan en los lugares ms inesperados e impredecibles unasenormes y lgubres reproducciones de La leccin de anatoma, carteles siniestroscon el mismo viejo cadver con el brazo desollado y unas flechas rojas debajo: quirfano, por aqu .

    Yo no estaba muy emocionado ante la perspectiva de ver un montn de

  • cuadros de holandeses con ropajes oscuros, y cuando cruzamos las puertas decristal abandonando los resonantes pasillos para adentrarnos en un silencioenmoquetado, lo primero que pens fue que nos habamos equivocado de sala.Las paredes brillaban con una clida y apagada ptina de opulencia, el sosiego dela antigedad; pero de pronto todo se disolva en claridad, color y luz pura de lospases nrdicos, retratos, interiores y bodegones, unos diminutos, otrosmajestuosos: seoras con maridos, seoras con perros falderos, solitarias bellezascon ropajes de exquisitos bordados y esplndidos comerciantes envueltos enjoyas y pieles. Mesas de banquetes tras el festn cubiertas de mondas demanzana y cscaras de nueces; tapices colgantes y cubertera de plata;trampantojos con insectos pululantes y flores deshojadas. Cuanto ms nosadentrbamos en la exposicin, ms extraos y hermosos se volvan los cuadros.Limones pelados, con la cscara un poco endurecida junto a la punta del cuchillo;la verdosa sombra de un poco de moho. El reflejo de la luz en el borde de unacopa de vino medio vaca.

    A m tambin me gusta este susurr mi madre, detenindose a mi ladofrente a una naturaleza muerta ms bien pequea y particularmente evocadora:una mariposa blanca contra un suelo oscuro, flotando sobre alguna fruta roja. Elfondo, de un intenso negro achocolatado, emanaba una compleja calidez quehaca pensar en almacenes abarrotados e historia, el paso del tiempo. Lospintores holandeses saban cmo representar ese lmite de lo maduro dando pasoa la podredumbre. La fruta tiene un aspecto perfecto pero no durar, est a puntode pasarse. Y fjate en este fragmento en particular aadi, alargando unbrazo por encima de mi hombro para sealar con un dedo. La parte inferior delala de la mariposa tena un aspecto tan delicado y pulverulento que pareca queel color se correra al tocarlo. Con qu perfeccin lo plasma. Inmovilidad enun movimiento trmulo.

    Cunto tiempo tard en pintarlo?Mi madre, que se haba acercado demasiado al cuadro, retrocedi para

    contemplarlo, ajena al guardia de seguridad con un chicle en la boca cuyaatencin haba atrado y que le miraba fijamente la espalda.

    Bueno, los holandeses inventaron el microscopio respondi ella. Eranjoyeros, talladores de lentes. Pintaban todo lo ms detallado posible porqueincluso las cosas ms pequeas significaban algo. Cuando ves moscas o insectosen una naturaleza muerta, un ptalo marchito o una mancha negra en unamanzana, el pintor te est transmitiendo un mensaje secreto. Te est diciendo quelo vivo no dura, que todo es efmero. Muerte en vida. Por eso las llaman naturesmortes, naturalezas muertas. Puede que, con toda la belleza y el esplendor, noveas de entrada la pequea mota de podredumbre. Pero si miras con msdetenimiento, ah est.

    Me inclin para leer la nota biogrfica impresa en discretas letras en la pared,

  • que me inform de que el pintor Adriaen Coorte, de fechas de nacimiento ydefuncin inciertas fue desconocido mientras vivi y su obra no obtuvoreconocimiento hasta la dcada de 1950.

    Eh, mam, has visto esto?Pero ella ya se haba ido. En las fras y silenciosas salas de techos bajos no

    haba ni rastro del eco y clamor palaciegos del vestbulo principal. Aunque hababastante gente viendo la exposicin, se respiraba el aire tranquilo de un remansosinuoso, una calma envasada al vaco; largos suspiros y desmesuradasexhalaciones, como una habitacin llena de alumnos haciendo un examen. Yosegua a mi madre, que zigzagueaba de un retrato a otro: una flor, una mesa decartas, un cuenco de frutas; se mova por la exposicin a un paso ms rpido queel habitual, pasando por alto muchos de los cuadros (nuestro cuarto jarrn deplata o faisn muerto) y dirigindose hacia otros sin titubear. ( Aqu est Hals. Aveces es tan sensiblero, con todos esos borrachos y fulanas. Pero cuando estinspirado es nico. Aqu no encontrars nada de toda esa exactitud y precisin, lpinta con la tcnica de hmedo sobre hmedo, zas, zas, y todo es muy rpido.Las caras y las manos estn plasmadas con tanta exquisitez Sabe qu atrae alojo, pero fjate en las telas, tan etreas, apenas esbozadas. Mira lo abierta ymoderna que es la pincelada! ). Pasamos bastante rato frente a un retrato deHals de un nio con una calavera en las manos ( No te enfades, Theo, perosabes a quin se parece? A alguien a quien no le vendra mal un corte de pelo ,dijo estirndome el pelo por detrs) y dos grandes retratos tambin de Hals deunos oficiales dndose un banquete, que al parecer eran muy famosos y habaninfluenciado muchsimo a Rembrandt. ( A Van Gogh tambin le encantaba Hals.En alguna parte escribe sobre l: Frans Hals emplea nada menos queveintinueve tonos de negro!. O eran veintisiete? ). Yo la segua con unaaturdida sensacin de estar perdiendo el tiempo, disfrutando de suensimismamiento, de lo ajena que pareca a los minutos que pasaban volando. Lamedia hora casi haba terminado; pero yo an deseaba entretenerla y distraerla,con la pueril esperanza de que el tiempo se escabullera y no llegramos a lareunin.

    Ahora Rembrandt continu mi madre. Siempre se dice que estecuadro trata de la razn y la ilustracin, los albores de la investigacin cientficay dems, pero a m me parece escalofriante lo educados y formales que se lesve, pululando alrededor de la mesa de autopsias como si fuera el bufet de unafiesta. Aunque, ves a esos dos tipos desconcertados del fondo? No estnmirando el cadver sino a nosotros. A ti y a m. Como si nos vieran aqu delantede ellos, dos personas del futuro, y nos preguntaran sorprendidos: Qu estishaciendo aqu? . Muy naturalista. Sin embargo recorri el cadver con undedo en el aire, si lo observas con detenimiento, el cuerpo est pintando de unaforma muy poco natural. Emana un extrao resplandor, lo ves? Es como si le

  • practicaran una autopsia a un extraterrestre. Ves cmo ilumina las caras de loshombres que lo estn mirando, como si brillara con luz propia? Lo pinta con unacualidad radiactiva porque quiere atraer nuestra mirada, llamar nuestra atencin.Y mira esto seal la mano desollada. Ves cmo le da relieve pintndolagrande y desproporcionada con respecto al resto del cuerpo? Hasta le ha dado lavuelta de modo que el pulgar est del revs, te fijas? Bueno, pues no fue unaequivocacin. La piel ha sido arrancada de la mano, lo vemos inmediatamente,aqu est pasando algo muy grave, si bien al darle la vuelta al pulgar logra queparezca an ms grave, se detecta de manera subliminal pero no podemossealar de qu se trata, hay algo que no funciona, que no est bien. Un truco muyhbil. Estbamos detrs de una multitud de turistas asiticos y haba tantascabezas que yo apenas alcanzaba a ver el cuadro, aunque no me import muchoporque haba visto a la chica.

    Ella tambin me haba visto. Nos habamos mirado mientras recorramos lasgaleras. Yo ni siquiera saba qu tena ella de especial, y a que no era de mi edady su aspecto resultaba un poco chocante; no se pareca a las chicas de las quesola enamorarme, bellezas serias y fras que te miraban con desdn por elpasillo y salan con tipos corpulentos. Esa chica era pelirroja; se mova conligereza, y tena una cara angulosa, pcara y original, y los ojos de un curiosocastao dorado. Aunque era demasiado flaca, con codos huesudos, y en ciertomodo no muy agraciada, algo en ella me removi por dentro. Llevaba enbandolera una maltrecha funda de flauta a la que daba golpecitos, una chicade ciudad? Iba a sus clases de msica? Quiz no, pens rodendola por detrsmientras segua a mi madre hacia la siguiente galera; su indumentaria parecademasiado anodina y aburguesada; seguramente era turista. Pero se mova conms aplomo que la mayora de las muchachas que yo conoca; la mirada serenay penetrante que pos en m al pasar casi rozndome me trastorn.

    Yo segua a mi madre algo rezagado, escuchndola solo a medias, cuando sedetuvo con tanta brusquedad frente a un cuadro que casi choqu contra la chica.

    Oh, lo siento! exclam sin mirarme, retrocediendo un paso parahacerme sitio.

    Era como si alguien hubiera encendido una luz en el interior de su rostro.Este es el cuadro del que te he hablado. No es asombroso?Inclin la cabeza hacia ella como si la escuchara con atencin mientras mi

    mirada se diriga de nuevo a la chica. La acompaaba un extrao anciano depelo blanco que por la angulosidad de su cara supuse que estaba emparentadocon ella, quiz su abuelo; vesta chaqueta de pata de gallo, zapatos estrechos ycon cordones largos, lustrosos como un espejo. Tena los ojos muy juntos, y unanariz aguilea, como de pjaro; cojeaba un poco; de hecho, su cuerpo seinclinaba hacia un lado, pues tena un hombro ms alto que el otro; si su posturahubiera sido ms pronunciada habra dicho que era jorobado. A pesar de todo,

  • emanaba cierta elegancia. Y adoraba a todas luces a la joven, a juzgar por laexpresin divertida y agradable con que cojeaba a su lado, prestando atencin adnde pona el pie, con la cabeza inclinada hacia ella.

    Este es el primer cuadro del que me enamor deca mi madre. No locreers, pero estaba en un libro que sola sacar de la biblioteca cuando erapequea. Me sentaba en el suelo junto a mi cama y lo miraba durante horas,totalmente fascinada, esa pequea criatura! Es increble cunto puedesaprender de un cuadro si pasas mucho rato observando una reproduccin de l,aunque no sea muy buena. Empec a querer a ese pjaro como quieres a unanimal de compaa y acab adorando el modo en que estaba pintado. Se ri. La leccin de anatoma se encontraba en el mismo libro, pero me daba pavor.Cerraba el libro de golpe cuando lo abra por esa pgina por equivocacin.

    La chica y el anciano se haban detenido a nuestro lado. Cohibido, me inclinhacia delante y mir el cuadro. Era pequeo, el ms pequeo de la exposicin,as como el ms sencillo: un j ilguero amarillo sobre un fondo plido y liso,encadenado por una pata a la percha sobre la que estaba posado.

    Fue alumno de Rembrandt y maestro de Vermeer continu mi madre.Y este pequeo cuadro es en realidad el eslabn perdido entre los dos; en esapura y clara luz del da ves de dnde sac Vermeer la cualidad de la luz. Porsupuesto, cuando era una nia ni saba ni me importaba ese significado histrico.Pero ah est.

    Retroced para mirarlo mejor. Era una criatura pequea, franca ypragmtica, no haba nada sentimental en ella; y algo en la prolija y compactadisposicin de las alas sobre el cuerpo, la luminosidad, la expresin alerta yvigilante, me record las fotos que haba visto de mi madre cuando era nia: unj ilguero con la cabeza oscura y la mirada fija.

    Fue una tragedia famosa en la historia de Holanda deca mi madre.Gran parte de la ciudad qued destruida.

    Qu?El desastre de Delft. All muri Fabritius. No has odo cmo se lo

    explicaba esa profesora a los nios?En efecto, lo haba odo. Existan tres paisajes horribles de un tal Egbert van

    der Poel, distintas versiones de las mismas tierras yermas humeantes: casascalcinadas en ruinas, un molino con las aspas destrozadas, cuervos volando encrculos en cielos ennegrecidos por el humo. Una seora de aspecto oficiosohaba explicado en voz alta a un grupo de colegiales que hacia 1600 estall unafbrica de plvora en Delft, y que el pintor se haba quedado tan traumatizado yobsesionado por la destruccin de su ciudad que se dedic a pintarla una y otravez.

    Bueno, Egbert era vecino de Fabritius y tras la explosin del polvorn perdiel juicio, o al menos esa es la impresin que tengo. Pero Fabritius muri y su

  • estudio qued destruido junto con casi todos sus cuadros excepto este. Mimadre pareca esperar que yo dijera algo, y al ver que no lo haca, continu:Fue uno de los grandes pintores de su tiempo, en una de las pocas msimportantes de la pintura, y goz de muchsima fama y a en vida. Es una lstimaque de toda su obra solo sobrevivieran unos cinco o seis cuadros. Lo dems se haperdido, todo lo que hizo.

    La chica y el abuelo merodeaban en silencio a nuestro lado escuchando a mimadre, lo que me dio un poco de vergenza. Desvi la mirada, pero fui incapazde resistirme y mir de nuevo. Estaban tan cerca que si hubiera alargado unamano los habra tocado. Ella tiraba de la manga del anciano, para susurrarle algoal odo.

    En fin, si quieres saber mi opinin deca mi madre, este es el cuadroms extraordinario de toda la exposicin. Fabritius transmite algo que descubripor s solo y que ningn pintor que lo precedi supo plasmar, ni siquieraRembrandt.

    Muy baj ito, tanto que a duras penas la o, la chica susurr:Tuvo que vivir as toda su vida?Yo me haba preguntado lo mismo; la pata con grillete, la terrible cadena; su

    abuelo murmur una respuesta, pero mi madre (que pareca ajena a ellos porcompleto, aunque estaban a nuestro lado) retrocedi y dijo:

    Es un cuadro tan misterioso, tan sencillo Realmente tierno Te invita amirarlo ms de cerca, verdad? Despus de todos esos faisanes muertos quehemos dejado atrs, aparece esta pequea criatura viva.

    Me permit lanzar otra mirada furtiva a la chica. Estaba apoy ada sobre unapierna, con una cadera hacia un lado. Entonces de manera inesperada se volvi yme mir a los ojos; en un instante de confusin, apart la vista.

    Cmo se llamaba? Por qu no estaba en el colegio? Haba intentado leer elnombre garabateado en la funda de su flauta, pero ni siquiera cuando me inclintodo lo posible sin que se notara logr descifrar los osados trazos puntiagudos derotulador que tenan ms de dibujo que de caligrafa, como una pintada conspray en un vagn de metro. El apellido era corto, solo tena cuatro o cinco letras;la primera pareca una R, o era una P?

    La gente muere, eso est claro deca en ese momento mi madre. Perola prdida de ciertos objetos es tan trgica e innecesaria Por puro descuido. Enincendios y en guerras. Como el Partenn, que utilizaron como almacn deplvora. Supongo que todo lo que logramos rescatar de la historia es un milagro.

    El abuelo se haba adelantado y se encontraba a unos cuantos cuadros dedistancia; pero la chica se rezag unos pasos, y continu lanzndonos miradas ami madre y a m. Tena una bonita tez, blanca lechosa, y brazos como cinceladosen mrmol. Su aspecto era a todas luces atltico, aunque estaba demasiado plidapara ser jugadora de tenis; quiz era bailarina o gimnasta, o incluso saltadora de

  • trampoln, practicando a ltima hora de la tarde en piscinas de azulejos oscurosenvueltas en sombras, ecos y refracciones. Tirndose al agua con el pechoarqueado y los pies en punta, una silenciosa zambullida, el baador negrobrillando entre las burbujas que se formaban y caan de su pequeo y tensocuerpo.

    Por qu me obsesionaba con la gente de ese modo? Era normal fijarse endesconocidos de una forma tan intensa y febril? Seguramente no. Me costabaimaginar a un transente que pasaba por la calle mostrando tanto inters en m.Y, sin embargo, esa era la principal razn por la que haba entrado con Tom enaquellas casas: me fascinaban los desconocidos. Quera saber qu coman y enqu platos, qu pelculas vean y qu msica escuchaban, quera mirar debajo desus camas, en sus cajones secretos, en sus mesillas de noche y en los bolsillos desus abrigos. A menudo vea por la calle a personas de aspecto interesante ypensaba en ellas incansablemente durante das, imaginndome la vida quellevaban, inventndome historias sobre ellas en el metro o en el autobs urbano. Apesar de los aos transcurridos, todava pensaba en los nios de pelo negro yuniforme de colegio catlico hermano y hermana que haba visto en laestacin Grand Central, intentando sacar de manera literal a su padre por lasmangas de la americana de un srdido bar. Tampoco haba olvidado a la chicafrgil de aspecto agitanado que haba visto en una silla de ruedas frente al hotelCarly le, hablando entrecortadamente en italiano con el perro suave y mullidoque tena en el regazo, mientras un elegante individuo con gafas de sol (supadre?, un guardaespaldas?), de pie detrs de ella, haca algn negocio portelfono. Durante aos haba pensado en ellos, preguntndome quines eran esosdesconocidos y cmo eran sus vidas, y en ese momento supe que me ira a casay me hara las mismas preguntas acerca de esa chica y de su abuelo. El ancianotena dinero; se notaba en su forma de vestir. Qu hacan los dos solos? Dednde eran? Quiz formaban parte de una familia grande y complicada deNueva York; gente del mundo acadmico o de la msica, una de esas familiaspseudoartsticas del West Side que veas por Columbia o en los conciertosmatinales del Lincoln Center. O tal vez, a juzgar por lo agradable y civilizado quepareca el anciano, no era su abuelo sino un profesor de msica, y ella era laflautista prodigio que l haba descubierto y llevado al Carnegie Hall para quetocara

    Theo, me has odo? me pregunt mi madre de pronto, y su voz hizo quevolviera a tomar conciencia de m mismo.

    Estbamos en la ltima sala de la exposicin. Ms all se encontraba la tiendapostales, la caja registradora y montones de libros de papel satinado y mimadre, por desgracia, no haba perdido la nocin del tiempo.

    Tendramos que salir a ver si sigue lloviendo. Todava disponemos de unpoco de tiempo Mir el reloj y luego por encima de m hacia el letrero de

  • salida, pero creo que es mejor que baje y a si quiero comprar algo paraMathilde.

    Me di cuenta de que la chica observaba a mi madre mientras hablaba paseando su intrigada mirada por la brillante coleta negra, la gabardina entalladade raso blanco, y me emocion al verla por un instante a travs de sus ojos,como un desconocido. Se haba fijado en el pequeo bulto que tena mi madreen la parte superior de la nariz, por donde se la haba roto al caer de un rbolcuando era pequea? O en los crculos negros que rodeaban los iris azul plidode sus ojos, que le daban el aspecto salvaje de una solitaria criatura de caza conla mirada fija en una llanura?

    Sabes? Mi madre mir por encima del hombro. Si no te importa,me gustara entrar de nuevo antes de irnos y echar otro vistazo a La leccin deanatoma. No he logrado verlo de cerca y temo que no pueda volver antes de quelo descuelguen. Se alej corriendo, con los zapatos repiqueteando en el suelo, ymir atrs, como diciendo vienes? .

    Fue tan inesperado que por un instante no supe qu decir.Hum, te espero en la tienda respond recobrndome.De acuerdo. Cmprame un par de postales, quieres? Enseguida vuelvo.

    Y se alej a toda prisa antes de que yo pudiera decir algo.Con el corazn palpitndome con fuerza, sin poder creer en mi suerte, la

    observ mientras se marchaba deprisa con su gabardina de raso blanco. Esa erami oportunidad para hablar con la chica. Pero qu puedo decirle?, pens furioso.De qu puedo hablar con ella? Hund las manos en los bolsillos y tom aire unpar de veces para serenarme; con el estmago revuelto por la emocin, me volvhacia ella.

    Pero, para mi desgracia, la chica se haba ido. Mejor dicho, alcanc a ver sucabeza cruzando a regaadientes (o eso me pareci) la sala. Su abuelo habaentrelazado el brazo con el suyo, susurrndole algo al odo con gran entusiasmo,y se la llevaba de all para mirar algn cuadro de la pared de enfrente.

    Lo habra matado. Nervioso, mir hacia la puerta vaca. Hund las manos anms en los bolsillos y con la cara ardiendo empec a cruzar la sala en todasu longitud de forma llamativa. Transcurran los minutos; mi madre volvera encualquier momento; y aunque saba bien que no tena el valor de abrirme pasohasta la chica y decirle algo, al menos podra echarle un ltimo vistazo. Hacapoco me haba quedado levantado hasta tarde viendo Ciudadano Kane con mimadre, y estaba obsesionado con la idea de que una persona pudiera fijarse enuna fascinante desconocida que pasaba y recordarla el resto de su vida. Algnda y o tambin sera como el anciano de la pelcula y me recostara con lamirada perdida en la silla, diciendo: Saben? Eso fue hace sesenta aos, ynunca volv a ver a esa pelirroja. Pero les aseguro que desde entonces no hapasado ni un mes en que no hay a pensado en ella .

  • Ya haba cruzado ms de la mitad de la galera cuando sucedi algo extrao.Un guardia de seguridad sali corriendo por la puerta abierta de la tienda que seencontraba al fondo de la exposicin. Llevaba algo en los brazos.

    La chica tambin lo vio. Sus ojos castao dorado se encontraron con los mos;una mirada interrogante y sobresaltada.

    De pronto otro guardia sali corriendo de la tienda. Tena los brazoslevantados y gritaba algo.

    Las cabezas se alzaron. Detrs de m alguien con una extraa voz apagadaexclam un Oh! . Al cabo de un momento una explosin terrible yensordecedora sacudi la sala.

    El anciano, perplejo, se tambale hacia un lado, con un brazo alargado y losnudosos dedos extendidos; era lo ltimo que yo recordaba haber visto. Casi justoal mismo tiempo hubo un resplandor negro que hizo volar escombros por los airesy los arremolin a mi alrededor, y en medio de un rugido de viento abrasadorme vi arrojado a travs de la sala. Y eso fue lo ltimo de lo que fui consciente.

    V

    No s cunto tiempo estuve inconsciente. Cuando recobr el conocimiento creestar boca abajo en el cajn de arena de un parque infantil que no conoca, enalgn barrio desierto. Me rodeaba un grupo de chicos achaparrados de aspectoduro que me daban patadas en las costillas y en la parte posterior de la cabeza.Tena el cuello torcido hacia un lado y me faltaba el aliento, pero eso no era lopeor: haba arena en mi boca y respiraba a travs de ella.

    Los chicos murmuraban con voz audible: Levntate, capullo . Mralo, mralo . No sabe un pijo .Me di la vuelta y arroj los brazos por encima de la cabeza y con una

    sacudida irreal, ilusoria vi que no haba nadie all.Por un momento me qued tumbado, demasiado aturdido para moverme.

    Las alarmas sonaban amortiguadas a causa de la distancia. Por extrao queparezca, tena la impresin de estar en el jardn tapiado de alguna urbanizacindejada de la mano de Dios.

    Alguien me haba dado una buena paliza. Me dola todo el cuerpo, tena lascostillas molidas y me martilleaba la cabeza como si me la hubiera golpeado conuna tubera de plomo. Mientras abra y cerraba la mandbula, me llev las manosa los bolsillos buscando el billete de tren para regresar a casa; entonces ca en lacuenta de que no saba dnde me encontraba. Me qued tumbado con rigidez,tomando conciencia de que haba algo fuera de lugar. La luz no era la apropiada,

  • como tampoco el aire, acre y denso, una bruma qumica que me provocabaescozor de garganta. La textura del chicle que tena en la boca era granulosa, ycuando, con la cabeza a punto de estallarme, volv la cara para escupirlo, meencontr parpadeando a travs de capas de humo en un lugar tan extrao quetard un rato en reaccionar.

    Me hallaba en una cueva blanca y escabrosa de cuyo techo colgaban haraposy guirnaldas. El suelo estaba derruido y cubierto de montones de algo semejantea la roca lunar, y por todas partes haba cristales rotos y grava, as como unaestela de cascotes, ladrillos, escoria y papel desperdigados al azar, revestido deuna fina capa de ceniza que recordaba una primera helada. Sobre mi cabezabrillaban un par de lmparas a travs el polvo, como los faros torcidos de uncoche en la niebla, uno vuelto hacia arriba y el otro hacia un lado, proyectandosombras sesgadas.

    Me retumbaban los odos, as como todo el cuerpo, con una sensacinintensamente perturbadora; huesos, cerebro, corazn, me vibraban como unacampana. De algn lugar lejano, muy dbil, llegaba el gemido mecnico de unaalarma, firme e impersonal. No poda saber si el ruido sonaba dentro o fuera dem. Tena una fuerte sensacin de estar solo en un aletargamiento invernal. Todoera incoherente a mi alrededor.

    En medio de una cascada de escombros, con una mano apoyada en unasuperficie que no era del todo vertical, se me crisp el rostro de dolor por lafuerte jaqueca. En la inclinacin del lugar donde me encontraba haba algoprofunda e inherentemente equivocado. En un extremo flotaba una capa inmvily densa de humo y polvo. En el otro, una maraa de materiales trituradosdescenda en pendiente donde debera haber estado el techo.

    Me dola la mandbula; tena la cara y las rodillas llenas de cortes, y menotaba la boca como papel de lija. Parpadeando ante el caos distingu unazapatilla de tenis; montones de materiales quebradizos de un color sucio; unbastn de aluminio retorcido. Empezaba a tambalearme, asfixiado y mareado,sin saber adnde ir o qu hacer, cuando de pronto me pareci or el sonido de untelfono.

    Por un instante no estuve seguro; escuch con atencin y al poco rato volvi asonar: dbil y persistente, un poco extrao. Busqu con torpeza entre losescombros, derribando bolsos y mochilas polvorientas, apartando la mano deobjetos ardiendo y pedazos de cristal, cada vez ms preocupado por el modo enque los escombros cedan bajo mis pies en ciertos lugares, y por los bultosblandos e inertes que haba en los lmites de mi campo visual.

    Aun despus de convencerme de que no haba odo un telfono y de que elpitido de mis odos me haba jugado una mala pasada, segu buscando,registrando con la irreflexiva intensidad de un robot. Entre bolgrafos, bolsos,billeteras, gafas rotas, llaves electrnicas de hotel, polveras, perfumes con

  • atomizador y medicamentos recetados (Roitman, Andrea, alprazolam de 0,25mg), desenterr un llavero linterna y un mvil que no funcionaba (mediocargado y sin barras de cobertura), y los arroj en una bolsa plegable de nailonpara la compra que encontr en el bolso de una seora.

    Boqueaba como un pez, medio asfixiado a causa del polvo de y eso, y medola tanto la cabeza que apenas vea. Quera sentarme pero no tena dndehacerlo.

    De pronto vi una botella de agua. Mi mirada se volvi hacia atrs y se pasepor el caos hasta que la vi de nuevo, a unos quince pies de distancia, medioenterrada bajo un montn de cascotes; solo el atisbo de una etiqueta, de un tonoazul que me result familiar.

    Con una entumecida sensacin de pesadez, como si me moviera por la nieve,empec a abrirme paso con gran esfuerzo a travs de los escombros, oy endocmo los cascotes se partan bajo mis pies con cruj idos semejantes al ruido delhielo. Pero no me haba alejado mucho cuando, con el rabillo del ojo, percib unmovimiento en el suelo que me llam la atencin en medio de la quietud, undestello blanco sobre blanco.

    Me detuve. Luego me acerqu unos pasos ms. Era un hombre, tumbado deespaldas y blanco de polvo de la cabeza a los pies. Estaba tan bien camufladoentre las ruinas cubiertas de ceniza que tard un momento en distinguir conclaridad su silueta; tiza sobre tiza, esforzndose por incorporarse como unaestatua derribada de un pedestal. Mientras me acercaba, vi que era viejo y muyfrgil, con una especie de joroba deforme; el pelo o lo que le quedaba de lse le haba quedado tieso; a un lado de la cara tena unas feas quemaduras, y lacabeza, por encima de una oreja, era un viscoso horror negro.

    Me haba acercado a donde l estaba cuando inesperadamente rpido subrazo cubierto de polvo blanco sali disparado y me agarr la mano. Presa delpnico, retroced, aunque l me agarr con ms fuerza, tosiendo sin cesar conuna mucosidad enfermiza.

    Dnde? pareca preguntar. Dnde? .Trat de mirarme, pero la cabeza le colgaba pesada del cuello y tena la

    barbilla apoy ada en el pecho, por lo que se vio obligado a mirarme por debajo delas cejas como un buitre. Pero en ese rostro destrozado sus ojos eran inteligentesy estaban llenos de desesperacin.

    Dios mo dije agachndome para ayudarlo, espere, espere Luegome detuve sin saber qu hacer.

    El hombre tena la mitad inferior del cuerpo torcido en el suelo como unmontn de ropa sucia. Se apoy en los brazos de un modo que me pareci brioso,moviendo los labios e intentando alzarse an con gran esfuerzo. Desprenda hedora pelo quemado, a lana quemada. Pero la parte inferior de su cuerpo parecaseparada de la superior, y tosi y cay desplomado hacia atrs.

  • Mir alrededor tratando de orientarme, perturbado por el golpe que habarecibido en la cabeza, sin nocin del tiempo o de si era de da o de noche. Lagrandeza y la desolacin del espacio me desconcertaron; la elevada y singularaltura, con distintas gradaciones de humo a modo de capas e hinchndose con elenmaraado efecto de una tienda de campaa donde debera estar el techo (o elcielo). Pero aunque no tena ni idea de dnde me encontraba ni por qu, alltodava segua flotando el vago recuerdo del accidente, una carga cinemtica enla deslumbrante luz de las lmparas de emergencia. En internet haba visto tomasde un hotel volando por los aires en el desierto, donde el laberinto de lashabitaciones en el momento del derrumbamiento se haba quedado congelado enun estallido de luz semejante.

    De pronto record el agua. Retroced, mirando alrededor, y me dio un vuelcoel corazn al ver el polvoriento destello azul.

    Mire dije, alejndome de l. Solo voy aEl anciano me observaba con una mirada a la vez esperanzada y

    desesperada, como un perro hambriento demasiado dbil para andar.No, espere. Enseguida vuelvo.Di tumbos como un borracho a travs de los cascotes, caminando con

    dificultad por encima de objetos que me llegaban hasta las rodillas, abrindomepaso entre ladrillos, cemento, zapatos, bolsos y toda clase de restos carbonizadosque no quera ver demasiado de cerca.

    La botella, llena en tres cuartas partes, estaba caliente. Pero al primer tragomi garganta se apoder de mi voluntad y cuando quise darme cuenta ya mehaba bebido ms de la mitad con sabor a plstico y tibia como el agua paralavar los platos; me obligu a taparla y a guardarla en la bolsa para llevrselaal anciano.

    Me arrodill a su lado. Not cmo se me clavaban las piedras en las rodillas.l tiritaba, y su respiracin era spera e irregular; su mirada no busc la ma sinoque vag por encima de ella hasta que se clav preocupada en algo que y o novea.

    Yo forcejeaba para abrir la botella cuando l alarg una mano hacia mi cara.Con sus viejos dedos huesudos y las almohadillas de las y emas de los dedosplanas me apart delicadamente el pelo de los ojos y me arranc un pedazo decristal de la ceja; luego me dio unas palmaditas en la cabeza.

    Vamos, vamos. Su voz son muy dbil, ronca y cordial, con un horriblesilbido que sala de los pulmones.

    Nos miramos durante un largo y extrao momento que nunca he olvidado,como dos animales que se encuentran al atardecer, y de sus ojos pareci brotaruna clara chispa de simpata; vi la criatura que era en realidad y creo que ltambin me vio. Por un instante estuvimos conectados como dos motores delmismo circuito. Despus l cay hacia atrs, tan inerte que pens que se haba

  • muerto.Tome dije con torpeza, ponindole una mano por debajo del hombro.

    Est buena. Le sostuve la cabeza lo mejor que pude y le ay ud a beber de labotella. Solo tom un sorbo y casi todo se le desliz por la barbilla.

    De nuevo cay hacia atrs. El esfuerzo haba sido excesivo.Pippa dijo con voz gruesa.Baj la vista hacia su cara colorada y quemada, conmovido por algo que me

    resultaba familiar en sus claros ojos roj izo oscuro. Lo haba visto antes. Ytambin haba visto a la chica, la ms breve instantnea, con la brillanteluminosidad de una hoja de otoo: cejas color roj izo oscuro, ojos castao dorado.El rostro de ella se reflejaba en el de l. Dnde estaba la muchacha?

    l trataba de decir algo. Los labios cuarteados se movan. Quera saber dndeestaba Pippa.

    Resollando y luchando por respirar.Procure estarse quieto dije, agitado.Ella debera coger el tren, es mucho ms rpido. A menos que la lleve

    alguien en coche.No se preocupe dije, acercndome. Yo no estaba preocupado. Pronto

    vendra alguien a ay udarnos, estaba seguro. Esperar hasta que vengan.Eres muy amable. La mano (fra y seca como el polvo) se cerr sobre

    la ma. No haba vuelto a verte desde que eras un nio. Eras todo un adulto laltima vez que hablamos.

    Pero yo soy Theo dije, tras un momento de confusin.Por supuesto. Su mirada, como el apretn de su mano, era firme y

    afable. Y estoy seguro de que habis hecho una gran eleccin. Mozart esmucho ms hermoso que Gluck, no te parece?

    Yo no saba qu decir.Ser ms fcil para los dos. Son muy duros con vosotros en las

    audiciones Tosi. Con los labios brillantes de sangre, espesa y roja. No osdan una segunda oportunidad.

    Escuche No me pareca bien dejar que me confundiera con otro.Pero los dos juntos lo tocis maravillosamente bien. El sol may or. No paro

    de orlo en mi cabeza. Tan ligero, apenas un toque Murmur unas pocasnotas imprecisas. Una cancin. Era una cancin. No s si y a te lo habrcontado, pero cuando tomaba lecciones de piano en la casa de la ancianaarmenia haba una lagartija verde viviendo en la palmera, verde como unalechuga. Me encantaba vigilarla, cmo apareca en el alfizar, las luces decolores en el jardn du pays saint, tardabas veinte minutos en recorrerlo a piepero parecan millas

    Se apag por un instante; y o notaba cmo su mente se alejaba de m,arremolinndose como una hoja en un arroyo hasta perderse de vista. Luego

  • var en la orilla y volvi a estar all.Y t? Cuntos aos tienes ahora?Trece.Y vas al Liceo Francs?No, mi colegio est en el West Side.Mejor que mejor. Todas esas clases en francs! Es demasiado vocabulario

    para un nio. Nom et pronom, especie y filum. Solo es una forma de coleccionarinsectos.

    Cmo dice?Siempre hablaban francs en el Groppi. Te acuerdas del Groppi? Con la

    sombrilla de ray as y los helados de pistacho? Sombrilla de rayas . Me costaba pensar con el dolor de cabeza. Dej

    vagar la mirada hasta detenerla en el largo corte que l tena en el cuerocabelludo, oscuro y coagulado, semejante a una herida de hacha. Cada vez erams consciente de las espantosas formas semejantes a cuerpos que haba tiradasen medio de los escombros, los crneos oscuros que no se vean con claridad yque nos rodeaban en silencio, oscuridad por todas partes, los cuerpos comomuecos de trapo, y sin embargo era una oscuridad en la que podas flotar, tenauna cualidad aletargada, una estela espumosa que se arremolinaba y desaparecaen un fro ocano negro.

    De pronto algo andaba mal. l estaba despierto y me sacuda. Agitaba lasmanos. Quera algo. Trat de incorporarse con una inhalacin sibilante.

    Qu pasa? le pregunt, realizando un gran esfuerzo para mantenermealerta.

    l jadeaba agitado, tirndome del brazo. Asustado, me ergu y miralrededor esperando ver algn peligro acercarse: cables sueltos, llamas o el techoa punto de desplomarse.

    Cogindome la mano. Apretndomela con fuerza.All no logr decir.Cmo dice?No lo dejes. No. Miraba ms all de m, intentando sealar algo.

    Llvatelo de all.chese, por favor.No! No deben verlo. Me agarraba del brazo frentico, tratando de

    incorporarse. Han robado las alfombras, lo llevarn al almacn de la aduanaVi que sealaba un polvoriento rectngulo de madera que apenas se vea

    entre las vigas destrozadas y los escombros, ms pequeo que el ordenadorporttil que y o tena en casa.

    Eso? le pregunt, mirndolo ms de cerca. Estaba cubierto de gotas decera y tena pegado un mosaico irregular de etiquetas que se desintegraban.Se refiere a eso?

  • Te lo ruego. Cerr los ojos con fuerza. Se notaba alterado, y tosa tantoque apenas poda hablar.

    Alargu una mano y recog la madera del suelo agarrndola por los bordes.Era sorprendentemente pesada para su tamao. En una esquina sobresala unalarga astilla del marco roto.

    Pas la manga por la superficie polvorienta. Un diminuto pjaro amarillo,apenas visible bajo una capa de polvo blanco. La leccin de anatoma estaba enel mismo libro, pero me daba pavor .

    Bien , respond lnguidamente. Me volv con el cuadro en la mano paraenserselo a ella y entonces ca en la cuenta de que no estaba all.

    O estaba y no estaba. Parte de ella estaba all, pero era invisible. La parteinvisible era la importante. Eso era algo que nunca haba comprendido. Perocuando trat de decirlo en voz alta las palabras me salieron embrolladas, y comosi recibiera una bofetada comprend que me haba equivocado. Ambas partestenan que estar unidas. No podas tener una sin la otra.

    Me pas el brazo por la frente y trat de parpadear para quitarme el polvo delos ojos; con denodado esfuerzo, como si levantara algo demasiado pesado param, intent concentrar mi mente en lo que saba que tena que pensar. Dnde seencontraba mi madre? Por un instante habamos sido tres y uno de ellos, estababastante seguro, haba sido ella. Pero ahora solo estbamos los dos.

    A mi espalda, el anciano haba empezado a toser y a tiritar de nuevo con unaurgencia incontrolable, intentando hablar. Trat de tenderle el cuadro.

    Tome dije. Y volvindome hacia mi madre, o hacia el lugar donde ellapareca haber estado, aad: Enseguida vuelvo.

    Pero no era el cuadro lo que l quera. Ansioso, me lo devolvi balbuceandoalgo. De la sien del lado derecho de la cabeza le colgaba un amasijo tan viscosode sangre que apenas se le vea la oreja.

    Disculpe? respond, pensando todava en mi madre, dnde estaba?.Cmo dice?

    Llvatelo.Mire, enseguida vuelvo. Tengo que No poda confesarlo, no del todo,

    pero mi madre quera que me fuera a casa inmediatamente. Se supona que tenaque encontrarme all con ella, eso era lo nico que ella haba dejado claro.

    Llvatelo contigo! grit l, empujndolo contra m. Vete! Tratabade incorporarse. Tena los ojos brillantes y desorbitados; su agitacin me asust. Se han llevado todas las bombillas, han derruido la mitad de las casas de lacalle

    Le corra una gota de sangre por la barbilla.Por favor dije con las manos temblorosas, temeroso de tocarlo. Por

    favor, chesel mene la cabeza e intent decir algo, pero el esfuerzo le hizo toser de un

  • modo deprimente. Cuando se sec la boca, vi una ray a roja de sangre en el dorsode su mano.

    Viene alguien. No muy seguro de si y o le crea y sin saber qu msdecir, me mir a la cara buscando algn atisbo de comprensin, y cuando no loencontr, trat de incorporarse de nuevo. Fuego aadi, con voz gutural.La villa de Maadi. On a tout perdu.

    Tuvo otro ataque de tos. De las fosas nasales le sali espuma teida de rojo.En medio de aquella irrealidad de monolitos destrozados y piedras amontonadasy o tena la sensacin de haberle fallado, como si hubiera fracasado por torpeza eignorancia en alguna misin crucial. Aunque no haba ningn fuego en aquelescenario de escombros, me arrastr hasta el cuadro y lo guard en la bolsa denailon solo para apartarlo de su vista, y a que tanto le perturbaba.

    No se preocupe dije. LaSe haba calmado. Me puso una mano en la mueca con los ojos fijos y

    brillantes, y un glido viento de irracionalidad sopl sobre m. Yo haba hecho loque tena que hacer. Todo saldra bien.

    Mientras me reconfortaba con esa idea me apret la mano alentador, como siy o hubiera hablado en voz alta.

    Nos sacarn de aqu dijo.Lo s.Envulvelo en papel de peridico, chico, y ponlo en el fondo del bal, con

    los dems objetos.Aliviado al ver que se haba tranquilizado y acusando el cansancio a causa de

    la jaqueca, todo recuerdo de mi madre se reduca ahora al aleteo de una polilla,de modo que me tend a su lado y cerr los ojos, sintindome extraamentecmodo y seguro. Ensimismado, ausente. l divag un poco en voz baja.Nombres extranjeros, sumas y cifras, unas cuantas palabras en francs pero lamayora en ingls. Iba a venir un hombre para mirar los muebles. Abdou estabaen un aprieto por tirar piedras. Y sin embargo todo tena sentido de algn modo;vi el jardn de palmeras, el piano y la lagartija verde sobre el tronco del rbolcomo si se trataran de las pginas de un lbum de fotos.

    Sabrs volver solo a casa? , recuerdo que me pregunt en algnmomento.

    Por supuesto. Yo estaba tumbado a su lado en el suelo, con la cabeza almismo nivel que su viejo y resollante esternn, de modo que oa cada silbido desu respiracin. Todos los das cojo el tren y o solo.

    Y dnde has dicho que vivas ahora? Me haba puesto una mano en lacabeza con mucha delicadeza, como acariciaras a un perro al que quieres.

    En la calle Cincuenta y siete Este.Ah, s! Cerca de Le Veau dOr?A pocas manzanas.

  • Le Veau dOr era un restaurante al que a mi madre le gustaba ir cuandotenamos dinero. All haba comido mi primer escargot y tomado mi primersorbo de Marc de Bourgogne de su copa.

    Hacia Park?No, ms cerca del ro.Est suficientemente cerca. Merengues y caviar. Cmo me gust esta

    ciudad la primera vez que la vi! Pero ya no es la misma. La echo muchsimo demenos. T no? El balcn, y el

    Jardn.Me volv hacia l. Perfumes y melodas. En la cinaga de mi confusin haba

    llegado a creer que era un amigo ntimo o un miembro de la familia que norecordaba, un pariente de mi madre perdido haca mucho tiempo

    Oh, tu madre! Qu encanto! Nunca olvidar la primera vez que vino atocar. Era la joven ms bonita que haba visto jams.

    Cmo saba l que y o estaba pensando en ella? Le pregunt si saba dnde seencontraba ella en ese momento, pero se haba dormido. Tena los ojos cerradosaunque respiraba rpida y entrecortadamente, como si huy era de algo.

    Yo mismo me estaba durmiendo con un estpido pitido en los odos y ungusto metlico en la boca, como si estuviera en el dentista, y puede quehubiera acabado sumindome en la inconsciencia y permanecido en ella si l nome hubiera sacudido en algn momento con tanta fuerza que me despert conuna oleada de pnico. Murmuraba algo, tirando de su ndice. Se quit el anillo, unpesado aro de oro con una piedra tallada, e intent drmelo.

    Escuche, no lo quiero dije, asustado. Para qu