libre albedrio y omnisciencia de dios

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Ensayo sobre el libre albedrio y la omnisciencia de Dios. ¿Predestinación o Preciencia?

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Page 1: Libre Albedrio y Omnisciencia de Dios

Libre albedrío y la Omnisciencia de Dios Por: Ricardo Andrés

Al abrazar la vida, podemos pensar que la misma es lo más maravilloso puesto que tenemos la

oportunidad de conocer emociones inimaginables, momentos felices y tristes, y, con la capacidad de

cada uno, hacer de este mundo uno mejor para todos. Como el arquitecto que proyecta un plano, así la

vida se va construyendo haciendo uso de la libertad. Sin embargo, la vida también puede llegar a ser

angustiosa cuando se proyecta como una prisión en donde no controlo lo que quiero sino que fuerzas

externas cada día me van acondicionando. Se llega a ser una pieza más en el rompecabezas y la libertad

no llega a ser sino un concepto de nuestro intelecto. En el proceso del hombre, en su consciencia de sí,

llegamos a una pregunta fundamental: ¿Soy acaso libre? Tanto en su afirmación como en su negación,

¿qué implica esto? Para nosotros los creyentes, la libertad se vuelve, esencialmente, parte del ser humano

y muy propia de él. La libertad nace del grito de independencia de nuestra existencia y de nuestra

conciencia de individuos que proclama poder alcanzar una autonomía. Yo soy alguien aparte del otro,

aparte de mi madre y aparte de mi padre aunque venga de ellos. Mi individualidad se me da por mi

materia y mi forma pero mi libertad por mi capacidad de dirigir mi vida haciendo uso de mi voluntad.

Tal voluntad debe dirigirme siempre al bien mayor, al bien entre los bienes como hace cada humano en

su proceso de discernir. Encontramos en la declaración de independencia de los Estados Unidos de

América este trípode de derechos humanos; el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la

felicidad. Sólo aquel que aplica su voluntad y la ejerce hacia el bien se puede considerar verdaderamente

libre y feliz. En pocas palabras, aquel que es libre es su señor, es maduro y sin ataduras para tomar sus

decisiones. Es una parte tan esencial del ser humano que cuando se ve limitada en alguien, la sociedad

asume un rol de criterio en bienestar de la persona. La persona entonces gozará del bienestar que otra

persona haga en su elección. Día a día nos topamos con tantos niños abandonados, con personas

incapacitadas y ancianos que viven esta realidad.

La libertad, entendida entonces como la capacidad de ser dueño de sí se puede ver en tres estados

distintos: el primer es el estado en donde no hay libertad, el segundo en donde la libertad se suprime, y

el tercero en donde el ser humano puede utilizar sin obstáculos su libertad. A esta discusión, desde los

tres puntos de vista hay que añadir la discusión de la omnisciencia de Dios que en palabras sencillas

quiere decir que Dios lo sabe todo y si no supiera incluso lo más mínimo, este descriptivo «omni» no

sería válido. De tal forma, Dios conoce el pasado, presente y futuro pues Él mismo es un presente

absoluto que no está sujeto al tiempo. Algunos podrán decir: ¿y por qué Dios es omnisciente? Sacar a

Dios de esta categoría seria decir que hay cosas que Dios no creó, o de la cual el Dios único no es el

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autor ni conoce. También otros podrán decir que la omnisciencia no corresponde necesariamente al

futuro puesto que el conocimiento requiere una experiencia. Para nosotros el futuro es incierto como

nos dice Martin Heidegger: “Todos los hombres nacen siendo muchos hombres y mueren siendo uno

sólo”. No es irracional pensar así pues nuestra naturaleza de seres determinados manifestados en un

existente nos hace pensar en un futuro, teniendo el presente como punto de partida. ¿Se podrá decir lo

mismo de aquel que es todo presente o toda presencia? Él es el todo en uno, el principio y el fin, el

conocimiento tan alto que lo sabe todo. Antes de proseguir hay que poder asimilar una actitud de todos

aquellos que intentan filosofar o conocer a Dios a través del camino de la fe: la humildad como actitud

primordial. El ser humano al reconocer que hay una realidad que es más grande que él, reconoce que

hay alguien más grande que le precede en conocimiento y en poder. La respuesta a la creación no está

dentro de mí como si hubiese que desvelar algo sino que está fuera de mí pues yo no he creado ni

impulsado nada de lo que se me manifiesta ni siquiera mi propia existencia. Así pues, al hablar de Dios,

nuestros conceptos deben de estar llenos de esa humildad que no encierra a Dios a ningún concepto

humano como lo explica el pseudo Dionisio Areopagita en su teología negativa.

Pasado el discurso sobre la omnisciencia de Dios veremos cómo pudiera Dios interactuar si estuviésemos

en los tres estados de libertad antes expuestos. Primero, si la persona no tiene libertad alguna se puede

comparar a lo que en los tiempos modernos llamamos “robots”. Aunque muchos artefactos electrónicos

utilizan una base de algoritmos los cuales con unos generadores aleatorios pueden dar la impresión de

voluntad, todos los robots al final del día no son más que su procesador que suma, resta, multiplica,

divide y compara. Aunque hoy día parece muy complejo no ver la diferencia entre la inteligencia

artificial y la humana, entre robot y persona hay un abismo por el cual no nos podemos equiparar. Por

lo tanto, el ser humano no puede ser sujeto de control. Decir que Dios nos controla y que todo lo que

hacemos es en virtud de su control no tiene mayor diferencia entre decir que somos los juguetes o las

herramientas de Dios. El segundo estado es el de una libertad suprimida. Esta libertad suprimida puede,

en el orden de las causas, venir tanto por el cuerpo o el alma. Una persona que sufre alguna enfermedad

que le afecte su capacidad de conocer, de decidir, o cualquier desbalance del cuerpo que le nuble su

capacidad de elección vive una libertad suprimida y desde el punto de vista legal no es responsable o es

impune. Su vida está guiada más por los procesos naturales del cuerpo y los procesos a nivel inconsciente

que por el ejercicio de la voluntad. Esto no significa que no tenga libertad, solamente significa que

ejerce una libertad limitada. También se mancha la libertad cuando, por el vicio o el pecado la persona

no es libre para tomar una decisión. Por tal motivo, cuando la sensualidad en su amplio significado, las

adicciones, los malos hábitos, etc., entran en nuestra vida, los mismos empañan nuestro juicio que tiende

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siempre al bien. Nos ponemos en tal caso, por un mal ejercicio de la voluntad, la cadena que nos ata, y

así, arrastramos las consecuencias de una vida esclava. Por ejemplo, un alcohólico no puede hacer un

buen uso de su libertad ya que su voluntad se acondiciona, no siempre es libre y consciente de sus actos.

Los doce pasos de Alcohólicos Anónimos comienzan reconociendo este mismo punto en donde el

alcohólico ya no podía enfrentar solo sus problemas y la vida se había vuelto ingobernable. Vemos más

claramente la supresión de la libertad en el esclavo, ya que se convierte en un añadido, una propiedad,

un agregado de una persona. El esclavo se toma y se deja, se mercadea y se vende al mejor que pague;

no tiene otro sentido que servir a otro que no es él mismo. Por último, y a mi discreción el más sencillo

de todos los puntos, es la libertad en pleno manifiesto. El ser humano nace, pero no nace con la capacidad

de elegir. En su temprana edad es dependiente de una familia protectora que lo alimenta y le guie por el

camino pero conforme pasa el tiempo, va haciendo crecer la capacidad de elegir entre lo bueno y lo malo.

Esta capacidad no se nos ha dado sino que la persona se va haciendo a sí mismo, y para nosotros los

cristianos, con la ayuda de la gracia de Dios. La libertad no puede ser tomada con exageraciones a lo que

no me es alcanzable. Si yo digo que soy libre para viajar el mundo, lo mismo no significa que tenga la

posibilidad de hacerlo aunque en mí resida esa disposición. Sólo cuando tenemos libertad podemos

hacer buen uso del libre albedrío. Transformo el término «libertad» a «libre elección» aunque en la

realidad sea muy difícil verlos separados. El libre albedrío se refiere propiamente a las decisiones del

bien y el mal que se hace en un estado de libertad óptima. Volteando lo que dije, para poder entender

mejor, tenemos que primero ser libres para poder elegir. Si tenemos la libertad de elegir o el libre

albedrío, ¿cómo puede ser que Dios conozca lo que sucederá con nosotros? Puesto que, si Dios conoce,

podemos llegar a la conclusión de que la historia ya está escrita, que cada uno viene a cumplir un rol

dentro de la novela de Dios. Hay personas que siguen esa línea de Calvino y posteriormente de sus

seguidores que enseña una expiación limitada en Dios, y una historia en donde Dios predestina a unos a

la salvación y otros a la condenación. Podríamos entonces, según la visión calvinista, encajar la libertad

en la segunda descripción ya que, aunque el ser humano es libre, se ve empañado por un plan que le

precede y no le deja escoger entre salvarse y condenarse. Las buenas y malas obras no significarían nada

para Dios sino, más bien, se transformarían en un indicativo para los hombres de “quienes pueden

salvarse”, haciendo de la gracia de Dios solo un refuerzo para esa misma imagen. Dios tomaría a los

que elige y condena a los que quiere, aplicando su justicia con discriminación y eligiendo a algunos sólo

por capricho. En el tercer estado discutido, si decimos entonces que el ser humano es libre para decidir

entre el bien y el mal, para escoger entre el estar con Dios y el no estar con Dios, ¿significa eso que Dios

causó nuestro futuro? No necesariamente. El conocer y el provocar no tiene ninguna relación, aunque

debo reconocer que estos esquemas tienen unos supuestos que se pueden debatir. Algunos pueden decir

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que Dios causó mi existencia por la que me puedo condenar sin ver que también es la existencia por la

cual puedo amar a Dios en plena libertad. En esencia podemos decir que es el ser humano que escribe

la historia que Dios conoce de antemano. El que quiere estar con Dios es porque lo busca y quien no

quiera estar con Él lo niega. Dios no crea seres humanos de segunda clase hechos como un predicado

para decir que los escogidos no son los “no escogidos”. Dios es amor y el amor nunca hace menos al

ser amado, al contrario, con su gracia nos diviniza. Dios no interviene sino para animar con su gracia.

Todo existe en Él, pero las decisiones del ser humano cuando las hace con consciencia, no tiene que ver

con el deseo de Dios. Si nuestra relación con Dios fuera de otra manera no seriamos responsables de

nada, valdría conformarse de que las cosas son como Dios las quiere que sean pero nada tendría la huella

de humanidad. La exigencia del amor seria nula, y no habría un por qué de hacer el bien común. La

gran objeción del ser humano seria: si Dios no controla el ser humano, y sabe quién se va a salvar…

¿para que creó el ser humano que se puede condenar? Esa pregunta se sale un poco de la discusión y

seria entrar en otros temas pero para dar una contestación razonable y una respuesta desde la fe puedo

decir que la relación que Dios ha creado es el signo de su gran amor. Personalmente, no creo en un Dios

que quiere que algunos se salven y otros se condenen puesto que ese sentimiento (que en realidad es

discriminación) me parece más de la naturaleza humana. Dios ha querido mostrarme su amor y en la

expresión más grande de su amor me ha hecho libre para elegirlo. Él, desde antes ya me había elegido

a mí como a todos, sin embargo, su naturaleza de amor no quiere forzarme a estar con Él si no es mi

deseo. Tristemente en la humanidad hay quienes se salvarán y hay quienes no se salvarán, hay quienes

querrán estar con Dios y hay quienes no. A esos que no quieren estar con Dios, Él no los va a obligar.

No hay nada en el mundo que yo pueda hacer para que Dios me ame más o me ame menos. Algunos

pueden pensar que esto va muy de acorde con el pensamiento protestante que afirma que solamente la

fe vale para salvarse pero en realidad no, puesto que “la fe sin obras está muerta” (Stg. 2:26). La fe es

un término muy cargado y tener fe implica mucho más allá que simplemente creer (pero eso es tema de

otra discusión). Para concluir, Dios, quiere que todos se salven, por eso no interviene en la libertad de

nadie. Por medio de Jesucristo se nos ha hecho posible la redención y queda de nosotros el querer estar

con o sin Dios y con lo que la decisión implique. Podríamos decir que Dios ha hecho unos seres muy

amados por él pero completamente libres, para que en amor lo podamos escoger aún con el riesgo de

negarlo. La libertad implica eso mismo, el deseo de unirme con Aquel que es fuente de vida pero ahora

con la experiencia de haberlo elegido sin ataduras. Esta idea se entiende mejor con el refrán popular que

dice: “Si amas algo déjalo libre, si vuelve a ti, es tuyo, si no, nunca lo fue”. La existencia nos da la

oportunidad de amar al extremo a Dios que nos ha creado a todos.

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Puesto que el libre albedrio reside en que cada uno puede elegir entre el bien y el mal, cada uno también

puede elegir entre salvarse y condenarse, aunque para él la salvación no sea completamente de su

dominio.

Primero pongamos la base de la relación del ser humano con todos los entes. El ser humano al

encontrarse con un ente inferior piensa en cómo puede utilizarlo dándole forma. Por ejemplo, el ser

humano se topa con un caballo con el cual piensa mover una carreta o la lana de una oveja para hacer un

abrigo, o el árbol para hacer una mesa, etc. No debe pasar así cuando una persona se encuentra con otro

que es persona puesto que si no se relacionan con libertad y respeto se pueden crear relaciones de abusos

o dependencia. Ocurre distinto cuando una persona se relaciona con un Ser que lo sobrepasa.

Pasa mucho cuando alguien comete un crimen, si la persona fue llevada por algo externo, por una

condición mental o por un impedimento, verifican si la persona tiene lo que se llama impunidad que

puede ser temporera o permanente.