lenguaje del rÍo de la plata: rescate de un diccionario

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128 n. o 58, octubre 2016 - abril 2017 LENGUAJE DEL RÍO DE LA PLATA: RESCATE DE UN DICCIONARIO DIALECTAL DESCONOCIDO Juan Justino da Rosa* Eliana Lucián** * Profesor uruguayo. Academia Nacional de Letras. Correo electrónico: [email protected] ** Magíster uruguaya. Academia Nacional de Letras. Correo electrónico: [email protected] * Da rosa, Justino, Lucián , Eliana. Lenguaje del Rió de La Plata: rescate de un diccionario dialectal desconocido”. esaurus 58(2016): 128-154. Web.

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128 n.o 58, octubre 2016 - abril 2017

LENGUAJE DEL RÍO DE LA PLATA: RESCATE DE UN

DICCIONARIO DIALECTAL DESCONOCIDO

Juan Justino da Rosa* Eliana Lucián**

* Profesor uruguayo. Academia Nacional de Letras. Correo electrónico: [email protected]** Magíster uruguaya. Academia Nacional de Letras. Correo electrónico: [email protected]

* Da rosa, Justino, Lucián , Eliana. “Lenguaje del Rió de La Plata: rescate de un diccionario dialectal desconocido”. Thesaurus 58(2016): 128-154. Web.

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ResumenEl artículo presenta el contexto de elaboración del diccionario uruguayo Lenguaje del Río de la Plata, que inició Wáshington Bermúdez en 1885 y finalizó su hijo, Sergio Bermúdez, sesenta y dos años después. Analiza la postura de los autores en relación con la variedad de español americana en función de su coyuntura histórica y de los parámetros lexicográficos de la época.El trabajo busca contribuir con el conocimiento historiográfico de la lexicografía rioplatense, en relación con el proceso de estandarización de la norma lingüística americana.La metodología es descriptiva y analítica. Para la contextualización de la obra se rea-liza una indagación bibliográfica de las fuentes históricas y lexicográficas españolas y americanas. Luego, para su estudio, se procede a describir y a analizar su planta de acuerdo con los parámetros de producción antes estudiados.El trabajo se organiza en torno a tres ejes: 1. contextualización histórica del Lengua-je del Río de la Plata; 2. descripción y análisis de la obra —subdividido, a su vez, en diez apartados correspondientes a las diversas áreas de análisis—; y 3. algunos datos sobre los autores. Finalmente, en el apartado cuarto se llevan a cabo las conclusiones y, a continuación, se citan las referencias bibliográficas.En el artículo se concluye que el Lenguaje del Río de la Plata es relevante en el pro-ceso de estandarización de la norma lingüística americana porque da testimonio de una posición divergente a la hegemónica planteada, entre otros, por Daniel Grana-da, considerado el fundador de la lexicografía rioplatense.

Palabras clave: lexicografía rioplatense, historiografía lexicográfica, español de América, variedad y norma lingüística.

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AbstractThe article presents the context of preparing the Uruguayan Dictionary, “Language of Rio de la Plata”’, which began Washington Bermudez in 1885, and finished his son, Sergio Bermudez, sixty two years later. It analyzes the authors’ position in rela-tion with the variety of the American Spanish, in function of its historical junction and the lexicographic parameters of the time. The work seeks to contribute to the historiographical knowledge of the “Riopla-tence” lexicography, in relation to the standardization process of the American lin-guistic norm. The methodology is descriptive and analytical. For the work contextualization, it takes place, a bibliographic investigation of the Spanish and American historical and lexicographic sources. Then, for its study it proceeds to describe and analyze, its plant in accordance with the parameters of production studied before. The work is organized around tree axes: 1. Historic contextualization of Rio de la Plata language; 2. Work description and analysis, - subdivided, at the same time, in ten sections belonging to the diverse areas of analysis- ; and 3. Some data about the authors. Finally, section four carries out the conclusions, and then the references are cited. The article concludes that the language of Rio de la Plata is relevant in the process of standardization of the American linguistic norm, because it testifies about a di-vergent position from the hegemonic one that was raised, among others, by Daniel Granada, who is considered the founder of the “Rioplatence” lexicography.

Key words: lexicography of the Río de la Plata, lexicographical historiography, Lat-in American spanish, variety and linguistic norm.

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1. CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA DEL LENGUAJE DEL RÍO DE LA PLATA

Con la aparición de la 12.ª edición del Diccionario de la lengua española (Drae) en 1884, se advierte un drástico cambio de perspectiva con respecto a la consideración geolingüística del español. Por primera vez en la historia del Drae se hace referencia al español de España y de América como un patrimo-nio común que hay que conservar, y se reconoce el trabajo que han realizado algunas academias y los académicos correspondientes. Muchos estudiosos americanos de la lengua se volcaron con entusiasmo a la tarea de elaborar obras, mayoritariamente prescriptivas, sobre las variantes dialectales del espa-ñol de América. En el Uruguay dos obras se iniciaron alrededor del año 1885: el Vocabulario rioplatense razonado, de Daniel Granada (1889) y el Lenguaje del Río de la Plata, que comenzó el periodista Wáshington Pedro Bermúdez (1885) y finalizó, sin editar completamente, su hijo, Sergio Wáshington, se-senta y dos años más tarde.

Corrían tiempos en España de políticas de conciliación, buena vecin-dad y estrechamiento de relaciones, lideradas por Alfonso XII, llamado El Pacificador, heredero de la corona de Isabel II, después del complejo pro-ceso de jaqueo a la monarquía española durante el Sexenio Democrático y la Primera República. Su breve reinado de apenas once años (1874-1885) dio tiempo para que cobrara verdadero cuerpo un espíritu conciliatorio que buscaba reconstruir una nueva España que superara los quiebres y fisuras que la independencia de las colonias y las crisis económica, institucional, social e ideológica habían desatado en España durante los dos últimos ter-cios del siglo xix.

Es bien conocida la participación personal de dos destacadísimos acadé-micos en el proceso de restauración de la monarquía española y en el nom-bramiento de Alfonso XII: Antonio Cánovas del Castillo, célebre político y figura principal de gobierno por varias décadas, nombrado académico de número de la Real Academia Española (rae) en 1867, y el senador vitalicio y ministro de Estado, Mariano Roca de Togores, director de la rae entre 1865 y 1875. Si bien la Academia no podía tener una participación institucional en esos sucesos, el cambio drástico de la política lingüística llevada a cabo a partir de 1875 muestra una clara simbiosis con las estrategias del nuevo mo-narca. Esto se hace evidente con la creación de las Academias Correspondien-tes en América, que contaron entre sus miembros con cinco presidentes y un

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secretario general de sus respectivos países,1 así como con un crecido grupo de ministros, diputados, senadores y hombres de gobierno sin obra ni espe-cialidad alguna relacionada con la lengua. Además de esos nombramientos, otras designaciones de la rae, ocurridas entre 1869 y 1884, tuvieron la mis-ma impronta: fueron designados académicos honorarios Pedro II (emperador de Brasil), Luis I (rey de Portugal), Rafael Zaldívar (presidente de El Salva-dor entre 1876 y 1885), Marco Aurelio Soto (presidente de Honduras entre 1876 y 1883) y, en 1880, Emilio Castelar (presidente de la Primera República española), el único académico de número republicano que integra el cuerpo académico de ese tiempo, según Zorrilla de San Martín.

En ese entorno se explica cabalmente el porqué del novedoso prólogo de la edición del Drae (1884), en el que la Academia proclama el estrechamiento de vínculos entre España y los países americanos:

Pertenecen otros de los aciertos que le avaloran á las Academias Co-lombiana, Mejicana y Venezolana, Correspondientes de ésta, y á in-signes americanos que ostentan igual título. Ahora, por vez primera, se han dado las manos España y la América Española para trabajar unidas en pro del idioma que es el bien común de entreambas: suceso que á una y otra llena de inefable alegría y que merece eterna conme-moración en la historia literaria de aquellos pueblos y del que siempre se ufanó llamándolos hijos. (Zorrilla de San Martín 215)

Es muy posible que el empuje de esos nuevos vientos, sumado a la naciente demanda de textos sobre el idioma que las reformas escolares empezaban a reclamar, ayude a explicar el fenómeno de un verdadero boom que opera en la producción de obras lexicográficas y gramaticales en casi toda América, a partir de la obra fundadora de Zorobabel Rodríguez (1875).2 Sin embargo,

1 Ramón Rosa, secretario general de gobierno de Honduras entre 1876 y 1883; Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela en tres oportunidades, entre 1870 y 1888, y director de la Academia Venezolana; Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de México entre 1871 y 1876; José María Castro, presidente de Costa Rica en 1847-1849 y 1896-1868, y académico correspondiente de la rae; Francisco García Calderón, presidente provisional de Perú en 1881 y director de la Academia Peruana; Antonio Borrero, presidente de Ecuador entre 1875 y 1876.

2 Si bien el diccionario de provincialismos cubanos de Pedro Pichardo es de 1836, su autor no concibe la obra como un corpus diferencial de España, sino como una variante dialectal de una provincia española.

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la temprana muerte de Alfonso XII, la regencia de María Cristina de Habs-burgo, la conflictiva interna relacionada con la economía, la fundación de movimientos separatistas, la crisis del 98 y la pérdida de las últimas colonias españolas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), así como el cambio de dirección de la rae (que recayó en Juan de la Pezuela y Ceballos, un militar y exgoberna-dor de Puerto Rico y de Cuba) dieron un vuelco sustancial en el relaciona-miento de España con América. En los hechos, volvía a repetirse lo que había desatado la ira de los románticos del 37.

A las conocidas peripecias divulgadas por Ricardo Palma en su opús-culo Neologismos y americanismos (1896), sobre el rechazo de sus pape-letas de americanismos presentadas en el seno de la rae en su calidad de académico correspondiente, se sumaron episodios como el protago-nizado por Leopoldo Alas, temido crítico y uno de los pensadores más destacados de la crisis española del fin de siglo, autor de la citada frase: “Nosotros somos los amos del idioma” (Quesada 62), que no difería de la opinión que mantenía sobre las colonias españolas de Las Antillas y que consideraba “un crimen de leso patriotismo cualquier asomo de separatismo, fuera catalán o fuera cubano” (Lissorgues s/p).

A pesar de que la edición de 1899 del Drae recoge casi un tercio de algo más de quinientas papeletas editadas por Palma3 en 1896, quedaron a flor de piel de muchos filólogos rioplatenses los desaires que el lexicógrafo peruano relataba en el mencionado fascículo,4 en el que termina diciendo:

Ese exclusivismo de la mayoría académica importa tanto como decir-nos: Señores americanos, el Diccionario no es para ustedes. El Diccio-

3 En 1903, Palma publicó dos mil setecientas nuevas voces “que hacían falta al diccionario” con especial deferencia hacia la rae:

Con estas papeletas abro a la Real Academia campo para que destruya la que yo llamé mi axiomática frase de que el Diccionario es un cordón sanitario entre España y América. Y la destruirá sí, como me dan a entender mis esclarecidos compañeros y amigos don Eduardo Benot, don Juan Valera, don Benito Pérez Galdós y don Daniel de Cortázar, domina ahora en la docta corporación espíritu de liberal confraternidad para con los pueblos hispano-americanos. Créalo la Academia. Su acción, más que la de los gobiernos, puede vigorizar vínculos. (Palma, Papeletas lexicográficas X)

4 El folleto fue reimpreso en Buenos Aires en 1898 y en Lima en 1900 (Quesada 20).

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nario es un cordón sanitario entre España y América. No queremos el contagio americano. Y tiene razón la Real Academia. Cada cual en su casa, y Dios con todos. (Palma, Neologismos y americanismos 16)

El visaje de la rae no fue más que un artilugio político que buscaba aflojar las tensiones con Ricardo Palma, cuyo liderazgo en América del Sur era notorio.5 Da prueba de esa estrategia el hecho de que en el único centenar y medio de nuevos lemas que incorpora la 13.ª edición del Drae (Saavedra 1899), cien-to cuarenta y uno fueron incluidos por Palma en su folleto de 1896 (Palma 1903). Pero si bien el ademán académico resultó suficiente para el lexicógrafo peruano, no fue más que acicate para los lexicógrafos rioplatenses.

Al comenzar el siglo xx, el académico correspondiente de la rae, Ernesto Quesada, divulga en Buenos Aires que el tema había dejado de ser una querella personal del académico trasandino y una reivindicación peruana, para conver-tirse en una cuestión americana que fortalecía la manifestación de una tenden-cia de cierto menosprecio hacia la rae. Quesada también se refiere en detalle a la disconformidad que provocaron en los intelectuales de América las resolu-ciones del Congreso Literario Hispanoamericano, convocado en Madrid entre el 31 de octubre y el 10 de noviembre de 1892, en el marco de la conmemora-ción de los cuatrocientos años del descubrimiento de América, con el propósito de fomentar la unidad del idioma. La presencia de un 98 % de españoles y de discusiones que no eran más que una copia de lo defendido por la rae hicieron no solo que las resoluciones, algunas “dignas de la altanería de Clarín”, cayeran en América en un completo vacío, sino también que el espíritu de dominante españolismo “lastimara el sentimiento de dignidad nacional en los países ame-ricanos, que se lamentan de que muchos espíritus en España vivan aún en la

5 Palma ve con claridad el panorama de la lexicografía americana a través del aporte que están realizando los lexicógrafos de su época. Entre los autores mencionados ubica, en plano de igualdad, a Bermúdez y a Granada:

Tal es el origen de este librito [Papeletas lexicográficas] para el que he puesto a contribución también, entre otros americanos aficionados a la Lexicografía castellana, autores como Bello, Irisarri, los Cuervo, Baralt, Pichardo, Miguel Macías, Merchán, Eduardo de la Barra, Zorobabel Rodríguez, Alberto y Fidelis del Solar, Amunátegui Reyes, Juan de Arona, Seijas, Batres Jáuregui, Alberto Membreño, Carlos Gagini, Santiago Barberena, Ferráz, Pablo Herrera, Carlos Tobar, Pedro Fermín Ceballos, Daniel Granada, Washington Bermúdez, Ernesto Quezada, Carlos Martínez Vijil, García Icazbalceta, Rivodó y muchos más que a mi memoria escapan. (X)

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atmósfera de aquellas memorables Cortes de Cádiz, que hicieron á las colonias de América la limosna de concederles algunas pocas diputaciones, para que cre-yeran que así participaban del gobierno común” (Quesada 63).

2. DESCRIPCIÓN Y ANÁLISIS DE LA OBRA

2.1. Prólogos de la obra de los Bermúdez

En 1901 Wáshington Bermúdez decide iniciar la publicación de su obra, Len-guaje del Río de la Plata (lrp), pero solamente logra editar un fascículo con 79 artículos y el prólogo, que tiene la impronta de un verdadero manifiesto, inspirado en las palabras del mismísimo Unamuno a la obra de Rubén Darío:6

A nuestro ver y quizá en un futuro no muy distante del presente, el castellano tal como hoy se contiene en el libro de la Academia Espa-ñola, dejará de ser el idioma de Hispano-América, y especialmente del Río de la Plata, que se anticipará a las demás repúblicas en la forma-ción del suyo. […] Que la emancipación de que nos hablaba Echeverría (y que aprueba Unamuno), ha empezado desde algunas décadas atrás y continúa arreciando de cada día, pruébalo el no escaso número de voces del portugués, del inglés, del francés, del italiano, del quichua, del araucano, del guaraní, etc. que definitivamente se han incorpora-do, o se van añadiendo de hora en hora a nuestro lenguaje,7 multitud de las que, con equivalencias o correspondencias en castellano por na-die ignoradas, después de pelear con las castizas y de vencerlas, las han echado y proscriben para siempre del idioma. (Bermúdez, W. ix-x)

Es obvio el reflejo de la obra de Abeille (1900) en el discurso y, también, el influjo del escepticismo que mostraba Cuervo en su polémica con Juan Valera

6 Cita del prólogo de La España Contemporánea de Rubén Darío, en la que Unamuno declara rotundamente: “Eso del purismo encierra una lucha de ideas. Se tira a ahogar las de cierto rumbo, haciendo que las desfigure para verterlas a la antigua castellana. Se encierra en odres viejos el vino nuevo para que se agríe. Hacen muy bien los hispanoamericanos que reivindican los fueros de sus hablas y sostienen sus neologismos, y hacen bien los que en la Argentina hablan de lengua nacional” (1907: xi).

7 Ver Préstamos en este documento.

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con respecto a la unidad del español, además de la animosidad contra la rae que mencionaba Quesada.

Catorce años más tarde, cuando Sergio Bermúdez se encarga de dar conti-nuidad a la obra paterna y publica el mismo prólogo por segunda vez, agrega un fragmento de su autoría que reanuda el planteo realizado por su padre y cierra filas con la posición de Palma:

Salió a la luz la edición decimotercera [1899] y triunfó la doctrina de que Leopoldo Alas era pregonero en la prensa de Madrid […] Bala-guer, Campoamor, Cánovas del Castillo, Castelar, Castro Serrano, Fabié, Núñez de Arce y Valera predicaron en desierto. La mayoría de los individuos de la Academia se cerró a la banda y rechazó multitud de americanismos de uso constante y general, propuestos por don Ri-cardo Palma y otros hijos de Hispano-América, miembros correspon-dientes de la docta corporación. Por esa intransigencia sistemática los “amos del idioma” se quedarán con él en su tierra, que los horros de sus antiguas colonias ya formarán el suyo o los suyos, incomparablemente más ricos que el castellano actual y hablados por una población veinte o treinta veces más numerosa que la de España. (Bermúdez, S. ix)

Además de constituir una declaración de principios que acompañará la culminación de la obra, es un genuino llamado corporativo que rememora las batallas por la lengua de principios de siglo y se arrima a la imagen belicista que daba Quesada (119) de los filólogos americanos como “guerrilleros aisla-dos de la lexicografía”. También reafirma el carácter de lucha que sobrevuela el prólogo, el hecho de hacer notorio que la posición de los académicos madri-leños no es monolítica, como había hecho suponer el ajetreo de la querella de la lengua durante casi tres cuartos de siglo, y que meticulosamente describe Alfón (2011).

Los restantes apartados del prólogo, a excepción de los cuatro dedicados a temas de la planta del diccionario, se refieren, críticamente, a diversos as-pectos del problema de los americanismos, analizados desde la producción de diccionarios regionales o generales que incluyen fragmentos del repertorio americano: la falsedad que encierra el anuncio de los diccionarios comerciales que dicen incorporar multitud de voces y expresiones usuales en América, la particularidad de que la mayoría, salvo excepciones, de los repertorios de americanismos publicados por filólogos hispanoamericanos además de ser

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breves, satirizan los términos de uso popular “tachándolos de provincialismos o barbarismos”, la contradicción generalizada de llamar provincialismos a los términos usados en las repúblicas independizadas de España, etc. A modo de conclusión, agrega la sentencia que nadie hasta el momento se había atrevido a formular:

[...] lo demostrará más terminantemente nuestro Lenguaje del Río de la Plata donde se ha de ver que la casi totalidad de los verbos usados en las Repúblicas Argentina, Oriental del Uruguay y Paraguaya, ex-ceptuando naturalmente los que le son privativos, llevan, no sus sino-nimias, sino sus equivalencias o correspondencias en castellano; las cuales no son palabras que “tienen una misma o muy parecida signifi-cación” dentro del idioma vernáculo: son, poco más o menos, como la versión de un idioma a otro idioma. (Bérmudez, W. x)

Es el paso que había anunciado Quesada cuando advertía el peligro que encerraba no dar pie de igualdad al español hablado en América:

[...] desconocer esa perfecta y absoluta igualdad, es conspirar ciega-mente contra la unidad de la lengua. América, en esto, no consentirá jamás en recibir limosna de España: si se persistiera en tal ceguera, el resultado sería que los americanos más distinguidos se considerarían desligados de todo vínculo lingüístico con la madre patria, y dejarían simplemente que el idioma se nacionalizara en cada país, con las va-riantes del caso: lo que sucedería en el acto, porque todo conspira en ese sentido. (Quesada 117)

Pasado el tiempo y en vísperas de dar por terminada la tarea, Sergio Ber-múdez agrega una nota al prólogo de los fascículos de 1915, en la que da cuen-ta de un sustancial cambio de criterio en la valoración del trabajo de la rae:

Este Prólogo fue escrito por don Wáshington P. Bermúdez en los albores del siglo actual, cuando aún la Academia Española negába-se tenazmente a admitir las corrientes neológicas que surgían de la América Latina, amenazando así dislocar la unión idiomática que nos ataba estrechamente a la Madre Patria. Más tarde, en la edición 15ª de su órgano mayor (1925), el docto cuerpo, con sabia decisión, rectificó

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diametralmente el rumbo equivocado y abrió sus puertas a las nuevas voces que, desde las distintas naciones del mundo de Colón fluían, en-riqueciendo el léxico común. En la actualidad esa admisión es amplia, quizás más de lo preciso. Por tanto, el coautor de esta obra se impone el deber de advertir que las causas que motivaron los justos temores del redactor del Prólogo, puestas de manifiesto en el capítulo XIII del mismo, han desaparecido felizmente. Y así lo reconocería hoy su expositor si hubiera vivido en las épocas de la reforma.8

2.2. Características generales de la obra y de sus originales

El lrp es un diccionario fundamentalmente descriptivo de la variedad dia-lectal del Río de la Plata, contrastado con cinco ediciones del Drae entre 1884 y 1936, con información prescriptiva y diferencial del español peninsular, au-torizado con citas de autores argentinos, paraguayos y uruguayos en las defi-niciones, y autores hispanoamericanos y españoles en la documentación de equivalencias. La comparación con el volumen de otros diccionarios permite dimensionar la extensión de la obra, que cuenta con un total de 41 117 entra-das diferentes y unas 200 000 acepciones. Los cuatro primeros volúmenes del Diccionario de Autoridades de la rae suman 46 204 entradas, el diccionario de Cobarruvias cuenta con 11 000 entradas, el diccionario en 8 volúmenes y dos suplementos del padre Raphael Bluteau (Vocabulario portuguez e latino, Coimbra 1712-1721) y el de Daniel Granada, Diccionario rioplatense razona-do (1890) tienen 1401 entradas.

Los originales del lrp se distribuyen en 24 volúmenes y un total de 9530 folios, con complementos y ampliaciones en el envés de más de un tercio del total de folios. Los originales están desigualmente procesados: uno presenta hojas impresas correspondientes a los seis fascículos editados, dos tienen al-gunas páginas mecanografiadas y las restantes manuscritas, cinco presentan los originales enteramente manuscritos y los demás volúmenes están meca-nografiados. Todas las páginas presentan correcciones, testados y agregados en letra manuscrita. La tinta evidencia diferencias de mucho tiempo entre las anotaciones. La letra manuscrita pertenece a Sergio Bermúdez.

8 Original diponible en la anl, Archivo Bermúdez.

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2.3. Etapas de composición

No hay datos precisos que permitan fechar el inicio de la construcción del lrp. El archivo documental de los Bermúdez no brinda información relacio-nada con la actuación del primer autor ni con ninguna actividad vinculada con la obra. El único documento que permite inferir estimativamente su fe-cha de inicio corresponde a una circular, impresa por los editores argentinos Robles & Cia., fechada en Buenos Aires en marzo de 1915, en la que se ofrecía la compra del lrp en fascículos quincenales o mensuales de 32 páginas. En un sector de la promoción del diccionario puede leerse:

En la redacción de esta joya de nuestra verdadera lengua nacional se ha invertido treinta años de intensa labor y no es aventurado afirmar que es la más importante de su índole de las hasta hoy conocidas, no solo por la competencia con que ha sido tratada sino por el enorme acopio de artículos que contiene […].9

La mención a los treinta años de labor de Wáshington Bermúdez ubica la fecha buscada en los alrededores de 1885. Si no se contara con más infor-mación, el dato debería ser meramente estimativo, considerando el objetivo publicitario de la pieza documental, pero mediante el cruzamiento de ese dato con la fecha de edición del primer Drae que Bermúdez utilizó en su trabajo (12.ª ed. de 1884), puede determinarse, con bastante aproximación, que el diccionario tuvo su inicio a partir de mediados de 1885, como mí-nimo.10

En igual período, y tomando también la fecha de edición del mismo Drae como punto de partida, Daniel Granada comenzaba su diccionario, lo finali-zaba y lo editaba en un tiempo máximo de tres años y medio.11

En el lrp se advierten tres etapas de composición: la inicial corresponde al primer proyecto que preveía una parte dedicada a los verbos del español rioplatense, otra dedicada a los sustantivos y adverbios, y una tercera a mo-dismos y refranes; la segunda la integran los seis fascículos publicados entre

9 Original disponible en la anl, Archivo Bermúdez, carpeta: Correspondencia.10 La 12.ª ed. del Drae se acabó de imprimir en Madrid el 31 de diciembre de 1884.11 El colofón de la primera edición del Vocabulario rioplatense razonado de Daniel Granada

establece que se terminó de imprimir el 28 de enero de 1889.

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1915 y 1916 por Sergio Bermúdez; y la tercera, que incluye el resto de la obra inédita, se distribuye en veinticuatro volúmenes de originales manuscritos o mecanografiados.

El hecho de contar con una parte firmada por uno solo de los autores per-mite hacer algunas consideraciones con respecto al grado de participación de cada uno de ellos en el total de la obra. El fascículo inicial de Wáshington (1901), dedicado como fue dicho solamente a verbos, define un total de 19 términos, que suman entre todos 154 acepciones, con una llamativa despro-porción en la consideración de los matices semánticos de dos de ellos (abajar[-se] y abalanzar[se]), que alcanzan a tener 94 y 31 acepciones respectivamente, en comparación con la mayoría restante que no pasa de una.

El estilo de Wáshington es inconfundible, dado que es fácil encontrar al avezado periodista político y de opinión, viéndoselas con la real institución de Madrid. Pero además del enfoque periodístico dado por su oficio, que le imprimió a su obra un sello veladamente socarrón o desnudamente irónico, Bermúdez se internó en prudentes disquisiciones filológicas que siempre re-sultan de interés para los estudios diacrónicos. La propia estructura dada a la obra facilita que las inclusiones metalexicográficas, puestas en forma de notas en ocasiones muy extensas, no interfieran con el cuerpo principal del diccionario.

En la segunda etapa, Bermúdez hijo se propone editar la obra de su padre con la inclusión de voces de todas las categorías gramaticales en un solo dic-cionario, además del agregado de artículos de su propia autoría, que señala con un asterisco. La intervención de Sergio en esta parte del diccionario se ad-vierte en la incorporación de nueva terminología técnica y política posterior a 1913, dado que los dominios de la publicidad, la guerra, las comunicaciones y el transporte cobran especial relevancia. Le presta atención a las voces de la flora y de la fauna, y proporciona definiciones de corte enciclopédico, con el agregado de la nomenclatura científica de cada especie definida. Además, incluye metódicamente la información de las ediciones del Drae que se publi-can hasta 1936.

Es muy poco el caudal que agrega Sergio de citas de autores contempo-ráneos. La recurrencia a autoridades que datan de fechas anteriores a 1913 permite suponer que el primer autor del diccionario dejó en manos de su descendiente un diccionario en tres niveles de elaboración: uno de artículos terminados, referidos especialmente a los verbos; otro, con artículos cuyo le-mario pertenece a las demás categorías gramaticales y a las formas complejas,

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acompañados de definiciones y, probablemente, esbozos de definiciones, jun-to con algunas marcas básicas; finalmente, un tercer nivel consistente, pre-sumiblemente, en un repertorio de citas de obras ordenadas por una palabra clave.

La tercera etapa en la composición del lrp es la que transcurre entre el cese de la edición de los fascículos, en 1916, y la donación de los originales a la Biblioteca Nacional, en 1947. En ese largo período se terminó de elaborar el cuerpo principal del diccionario. Los cambios más notorios fueron las consul-tas y transcripciones de los diccionarios de la rae de 1925 (15.ª) y 1936 (16.ª), el abandono del agregado de autoridades a las equivalencias con el español pe-ninsular y el replanteo en la forma de determinar la diferenciación semántica de los lemas definidos. Esto redujo ostensiblemente la cantidad de acepciones y le otorgó a la obra un equilibrio que antes no tenía.

A pesar de que todo hace pensar que la obra estaba lista para las cajas de imprenta, es notorio que el diccionario no deja de ser un borrador. La mis-ma diversidad de materiales en distintas etapas de procesamiento (folletos impresos, manuscritos y originales mecanografiados) demuestra que es una obra que cesó en su primera etapa de elaboración. Y a pesar de la diversidad de marcas e indicaciones de carácter tipográfico, se observa la ausencia de una revisión final, que posiblemente Sergio Wáshington hubiera preferido hacer ya en las pruebas de galera. Da mucho para pensar el hecho de que el últi-mo autor no propusiera una unidad estructural para la obra, que muestra un evidente desequilibrio en el número de acepciones que se incluyen en algu-nos artículos que ya estaban en los folletos editados. Estas acepciones suman 77 en el caso de abandonar, 42 en abanicarse o 93 entre abajar y abajarse, y presentan la particularidad de no tener más correcciones que los cambios de denominación de las marcas gramaticales (verbo activo por transitivo, neutro por intransitivo), el cambio de número de las acepciones, el testado de algu-nas equivalencias del español general y el agregado de las sucesivas ediciones del Drae a partir de 1884.

Sin embargo, si se considera que esos artículos de extensión tan llamativa fueron los que Wáshington incluyó en su primera entrega del diccionario en 1901, dedicada como ya fue dicho a los verbos, y si se tiene en cuenta también el hecho de que Sergio conservó el prólogo que su padre publicó en esa pri-mera edición sin más cambios que algunas interpolaciones indispensables, no es arriesgado suponer que su invariabilidad forma parte de un homenaje póstumo del hijo al padre.

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2.4. Planta del lpr

Son muy escasas las referencias que dan los diccionaristas hispanoamericanos con respecto a la estructura que le darán a su obra. Si bien el Diccionario de Autoridades de la rae ya contaba con una planta que detallaba los procedi-mientos, no generó tradición en la lexicografía americana decimonónica. Los criterios seguidos para la elaboración del lrp hay que extraerlos de la “Ad-vertencia” del prólogo, de algunas observaciones de los capítulos dedicados a la morfología, a la sintaxis y a la fonología, de la lista de abreviaturas y luego directamente de los artículos. En líneas generales, el diccionario tiene una estructura prototípica que se inscribe en la práctica lexicográfica consuetudi-naria en lo que se refiere a la distribución alfabética de los lemas, al agregado de información relacionada con las categorías y subcategorías gramaticales, la etimología, la valoración social, la extensión de uso, etc.

Sin embargo, el lrp presenta una serie de novedades que lo hacen único en la historia de la lexicografía americana. La menos original es la de con-tinuar la tradición de autorizar los lemas con obras escritas. Esta tradición la recuperó Zorobabel Rodríguez (1875) del Diccionario de Autoridades de la rae, con la finalidad de legitimar los regionalismos chilenos y las equi-valencias que agregaba en relación con el español peninsular, valiéndose de autores de ambas nacionalidades. Al igual que el lexicógrafo chileno y simultáneamente a lo que Granada introdujo en su Vocabulario de modo irregular, los Bermúdez autorizaron una parte muy importante de las casi 200 mil acepciones de su obra. En ese aspecto, introducen dos variantes que no tienen antecedentes en la lexicografía tradicional y que Tobías Garzón retoma, en parte, en su Diccionario argentino (1910): la inclusión de textos de la prensa periódica, para constatar la vigencia del uso, y el empleo de obras literarias no apegadas necesariamente al canon literario ni al uso de la norma culta.

Los criterios normativos que se aplicaron muestran una flexibilización notoria con el transcurso del tiempo, debido seguramente a la diferencia ge-neracional de los autores y a la falta de una revisión en conjunto que vigilara esas vacilaciones. Al decidido criterio excluyente que manifiesta Wáshington, en parte del prólogo, con respecto a las voces de germanía y a los barbaris-mos, que coincide con los que utilizaron Arona (1883), Rodríguez (1875) y Granada (1889), se superpone el de inclusión de voces vulgares que emplea el segundo autor, apelando al uso de marcas de valoración social:

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Los de germanía han sido desterrados también, por más que la Aca-demia obre de modo distinto al registrar hasta el último de la hampa española. Y si en algunos casos nos limitamos a consignarlos, es solo para señalar su origen plebeyo y contribuir a su eliminación en el vo-cabulario culto, donde, desgraciadamente, se han colado a centenares. En cuanto a los obscenos, ninguna razón nos ha parecido buena para admitirlos en el Lenguaje. Por el contrario, sobran las convincentes para negarles la entrada. (Bérmudez, W. v)

2.5. Contrastividad, diferencialidad y equivalencias

Uno de los rasgos de mayor modernidad del lrp se refleja en los criterios que manejaron los autores para la selección del corpus representativo del habla rioplatense. La contrastividad a partir del Drae ha sido el criterio más ex-tendido y, en los últimos años, el más discutido como método, además de ser el objetivo exclusivo de los diccionarios dialectales. En el diccionario de los Bermúdez solamente quedan excluidos los términos que registra el Drae que tienen equivalencia exacta con la región rioplatense, pero si la palabra no la registra el Drae y su empleo es generalizado en España, se incluye en el lemario del Lenguaje, se deja constancia de su uso con la fórmula “Lo mismo en España” y se documenta el uso con citas de autores españoles. El mismo procedimiento se sigue con los términos que son comunes en otros países americanos o en la totalidad de ellos, agregándose: “Lo mismo en toda His-panoamérica” o el nombre del país que corresponda.

También se da entrada a las voces que en el español peninsular llevan una marcación diferenciada (gramatical, diafásica, diastrática, diacrónica, etc.). Y, por último, se agregan las palabras con significados equivalentes en España, en Hispanoamérica o en alguno de sus países, así como en regiones o provin-cias de ambos continentes.

2.6. Préstamos

En la 12.ª edición de 1884 del Drae se incluye por primera vez el uso del paréntesis etimológico y se da información sobre el origen de palabras espa-ñolas, inaugurando un sistema de organización de la información que hará

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tradición en la lexicografía. El lrp adopta ese mismo modelo de organización etimológica.

No se proporciona información sobre el origen de las palabras patrimo-niales del español, pero sí sobre la derivación, variación y procedencia de lenguas americanas, africanas o europeas. En los casos de estas últimas, la información se refiere al étimo inmediato y no al origen de la palabra; en los demás casos, si la voz no tuvo adaptaciones fonéticas al español, también se menciona únicamente el nombre de la lengua (voz quechua, voz guaraní, voz araucana, etc.) y, cuando es posible, la lengua originaria (tapití: del guar. tapi-ití, tomada del tupí tapetii).

Cuando el étimo está adaptado fonética o morfológicamente al español, se da la palabra original (guasca: del quich, huasca.). Si la información es dudosa se ingresa entre signos de interrogación y, cuando otro autor propone un étimo que se entiende equivocado, se hace el análisis crítico en notas al pie.12 Por últi-mo, en algunas situaciones, se agrega al final de la definición un complemento que explica la historia del étimo y las fuentes utilizadas (muleque, mandinga).

Resulta sumamente interesante el procedimiento que siguen los autores para resolver el problema de la diglosia de hablantes paraguayos y argentinos, sin resignarse a ignorar la existencia de ese fenómeno. La salida que encuen-tran es la de jerarquizar a priori algunas áreas temáticas principales como la vivienda, el cuerpo humano, la alimentación, etc., para incluir luego las voces guaraníes que pertenecen a esas áreas temáticas (m. Diente, en guar. tâi, ta-îi; m. Testículo, en guar. tâibira; f. Encía, en guar. dícese t. taimbí, y taî-berá).

Si bien en todos los diccionarios la rae ha manifestado una actitud muy poco receptiva a la inclusión de extranjerismos, a partir de 1842

12 En este fragmento de una nota al artículo de cachimba, disponible en el Archivo Bermúdez de la anl, se puede observar la incorporación de un análisis crítico de la etimología propuesta por Daniel Granada y otros autores:

Nota. En el segundo ejemplo de abombar 1 está citada esta voz. El autor del instructivo, ameno y muy apreciable Vocabulario Rioplatense Razonado, don Daniel Granada, opina que esta voz es de origen africano. En el país de donde vino significa. “la densa neblina que al calor de la tarde se forma en algunos puntos de la costa y también pozo artificial para sacar agua”. En el Perú, según Paz Soldán, que también cita el Dr. Granada, se dice casimba, como en el Brasil (cacimba) y como lo escribió Cabrera en su obra sobre el Río de la Plata. En el Perú la casimba es una “especie de cisterna a que apelan los industriosos piuranos para aprovechar el agua del río, que muy pronto deja de correr”. [...]

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inicia una verdadera campaña de denuncia contra el uso de préstamos en todos los niveles de lengua. En ese prólogo se acuña por primera vez la sentencia de que […] muchas expresiones extranjeras (como comité por comisión, secundar por cooperar) [infectan] la mayor parte de los escritos que diariamente circulan y que todo el mundo lee por la importancia de los asuntos sobre que versan. […] Hay sin embargo en el lenguaje social voces de uso corriente, que por designar objetos frívolos, transitorios y casi siempre de orígen y estructura extranjera no deben tener entrada en el Diccionario de una lengua, y si bien no faltan en el nuestro vocablos de esta clase pertenecientes a tiempos pasados, la Academia está persua-dida de que no deben admitirse. Ya Nuñez Taboada (1825) había ade-lantado un juicio terminante: “la manía de traducir del francés cuanto se presenta, bueno o malo, ha cundido hasta cierta clase de hombres, verdaderos vándalos de la lengua […] y en que una cáfila de traductores a destajo hacen gemir la prensa con un diluvio de producciones en geri-gonza castellana, con que ciertos contrabandistas de la lengua española de esta capital inundan la Península y el Nuevo Mundo”. (Drae, 1842)

El criterio de exclusión tuvo amplia resonancia en la mayoría de dicciona-ristas del español de América del siglo xix, sin que se levantara la sospecha de que tan agresiva determinación tenía implicancias exclusivamente históricas —vinculadas con la invasión napoleónica o el afrancesamiento de la corte por los Borbones— tan lejanas de los americanos. También afloran los intereses geopolíticos que no se disimulan cuando la Academia intenta restablecer los vínculos rotos con América, fundando las Academias Correspondientes. Las palabras del mexicano Martín de la Puente y Apezechea, en la gestión enco-mendada por la rae para fundar la Academia Mexicana de la Lengua lo deja entrever: “[la recomposición de esos vínculos] va, por fin, a oponer un dique, más poderoso tal vez que las bayonetas mismas, al espíritu invasor de la raza anglo-sajona.” (cit. en Alfón 4)

El criterio que se emplea en el lrp13 es amplio y no se fundamenta en otra cosa que en las preferencias del hablante. En el prólogo queda perfectamente aclarado ese punto, además de reforzarse en notas al pie de las definiciones, cuando resulta conveniente:

13 Originales disponibles en la anl, Archivo Bermúdez.

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maquillar. Nota: Tratándose de voces muy conocidas por su aplica-ción continua en las crónicas cinematográficas, omitimos el número acostumbrado de citas para demostrar su uso. Maquillado, maquilla-je, maquillador y maquillar son otros tantos galicismos cuyo destierro del idioma consideramos muy improbable, sobre todo el último, que se prefiere a los sinónimos cast. que damos [jabelgar, jalbegar] porque expresa una función específica a que éstos no llegan […].

También utiliza criterios modernos como la doble entrada para los présta-mos crudos y adaptados por el uso, e incorpora la pronunciación dentro del paréntesis etimológico, en los préstamos de lenguas europeas:

yacht. (Voz ingl. Pronúnciese yot.) m. Yate, término españolizado de poco uso entre nosotros. Lo mismo en Chile.yachting. (Voz ing. Pronúnciese yating.). m. Deporte en yate u otra embarcación de recreo.

2.7. Estructura de los artículos

En el transcurso de 62 años, la estructura de los artículos no muestra más variantes que las marcas a lápiz de color que Sergio fue haciendo con el pro-pósito de reducir la extensión de la obra para poder publicarla, suprimien-do, en el último intento, todas las citas de autoridades. La lematización, la información etimológica y el empleo de marcas gramaticales, diatópicas, de frecuencia de uso, de estilo y unas pocas marcas pragmáticas (irónico, festi-vo, despectivo...), que en ocasiones se integran a la definición (gaita: nombre despectivo que se le da al gallego), siguen el canon de la rae. Pero agrega el parámetro diastrático vulgar, que la Academia recién incorpora en la edición de 1925. Señala directamente la valoración social diciendo que se trata de una voz “grosera”. La información que indica el uso exclusivo en el medio rural la señala con la abreviatura fam. del c. (familiar del campo) o con una perí-frasis como “llámase así en la campaña”. Con la abreviatura ad. indica que el significado que propone se suma a los que ya incluye el Drae, dándolos como también válidos para el español de la región.

La ausencia mayoritaria de marcas referidas a Uruguay, Argentina o Pa-raguay y la mención de algunas regiones, especialmente de provincias ar-

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gentinas, señala claramente que el propósito fue determinar, como primer objetivo, el español diferencial que fuera común a los tres países, con la ex-cepción de los términos crudos en guaraní, que por sí mismos explican su extensión territorial.

Las acepciones no se numeran en un mismo artículo, como empezó a ha-cerlo el Drae a partir de 1791, sino que sigue el criterio del Diccionario de Autoridades, con una entrada para cada acepción.

La inclusión de notas, muchas veces muy amplias, al final de las defini-ciones le da al lrp el carácter de un diccionario crítico o razonado. En ese espacio se historia la palabra en relación con los registros del Drae, entre las ediciones de 1884 y 1936. Por lo general se transcriben las definiciones y las variantes importantes entre ediciones, se analizan críticamente los significa-dos propuestos y las equivalencias con el español peninsular, se documenta el uso y otros significados no contemplados por el Drae, se señala el régimen de preposiciones, etc. También se proporciona información con respecto a la historia de la palabra en el uso hispanoamericano.

2.8. Definición y estilo

Las definiciones son perifrásticas, generalmente iniciadas con un hiperóni-mo, sinonímicas y en algunos casos, explicativas. El estilo es neutro, objeti-vo en general, en español estándar. Suelen encontrarse recursos que operan como contornos. Inicialmente, cuando una voz contaba con muchas acepcio-nes, Wáshington dedicaba la primera entrada a historiar la palabra, pero ya el segundo autor fue sustituyendo ese recurso por el de notas al final de la de-finición. En ese espacio, el estilo neutro y objetivo suele quedar de lado y con frecuencia se acerca al estilo humorístico, a la sátira y al comentario festivo.

Esa característica no es exclusiva de los Bermúdez sino propia de la época. En las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1867-1872), del gra-ve y cejijunto Rufino José Cuervo, pueden encontrarse comentarios jocosos, como el que acompaña el análisis de las voces cartucho y cucurucho:

Entre cartucho i cucurucho media la misma distancia que entre la paz i la guerra, entre la vida i la muerte; el primero está repleto de pólvora y lleva su dotación de bala i talvez de postas; el segundo entraña dul-ces o especias o dinero: ¡qué diferencia! i cometemos los bogotanos la

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nefanda profanación de ofrecer a las damas cartuchos i reservarnos los cucuruchos para los nazarenos! Proh pudor! (Rodríguez 95)

También suelen encontrarse algunas pocas definiciones de un enciclope-dismo desproporcionado, referidas por lo general a palabras culturalmente emblemáticas, tal como sucede con muchos lexicógrafos que antecedieron a los Bermúdez.

2.9. Autoridades

Uno de los modelos para autorizar lemas que sigue el lrp, además del Diccio-nario de Autoridades de la rae, es el Diccionario de Chilenismos de Zorobabel Rodríguez (1875), que prueba el uso de los términos usados en Chile con citas de autores de su país y el de las equivalencias con el español peninsular con autores españoles. Ya la rae exoneraba de autorización a aquellos lemas que por el uso fueran demasiado conocidos. En la edición de 1832 reitera el concepto del uso general y corriente de las voces que deben ingresarse como criterio alternativo al de la documentación con autoridades clásicas. De ese modo, conviven dos criterios desde la fundación que son complementarios: uno arcaizante, centrado en el rescate de palabras usadas por los autores con-siderados clásicos, y otro que se basa en la constatación del uso, sin dar deta-lles de cómo ni dónde se procesa esa información.

2.10. Bibliografía citada en el lrp

La bibliografía con la nómina de autores utilizados en la autorización de ar-tículos es abierta, previéndose la inclusión de nuevos autores en el transcurso de la publicación total. Se imprimió en las contratapas de los seis fascículos iniciales con una aclaración que advertía que al final de la obra se incluirían los títulos correspondientes. Esa lista de obras no se conservó y en la prepa-ración de la edición definitiva se testó la aclaración. También se corrigió el encabezado de la bibliografía, que ya no anunciará la nómina de todos los autores de los que se han tomado ejemplos, sino solo la mención de algunos, con el seguro propósito de no contradecir las referencias a obras y a autores que acompañan los comentarios de algunas definiciones lexicográficas.

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El total de autores incluidos en la bibliografía es de 769, con la particulari-dad de que Sergio Wáshington apenas agregó 25 (a puño y letra) en el margen de la nómina de autores ya editada. Entre ellos se destaca la inclusión de al-gunos filólogos y lexicógrafos que empezaron a editar sus trabajos a partir de la década del veinte, como el puertorriqueño Augusto Malaret o los urugua-yos Adolfo Berro García y Vicente Rossi, o autores como Ramón C. Carrie-gos, quien publicó El porvenir del idioma español en la República Argentina (1928), o el salesiano Rodolfo Ragucci, cuya obra El habla de mi tierra se empleaba como texto en escuelas y liceos de Argentina. Esta constatación permite asegurar que el lrp cuenta con artículos autorizados por obras cuyas ediciones, en su mayoría, no superaron la primera década del siglo xx.

Los autores de la nómina están clasificados únicamente por nacionalidad, sin distingos entre los empleados para autorizar los lemas y los utilizados como fuentes. A excepción de los filólogos y lexicógrafos, los autores restan-tes suman varios cientos e integran dos categorías: el grupo de los que auto-rizan los lemas, que representan el 50 % de los autores (169 uruguayos, 180 argentinos, 10 paraguayos y 20 bolivianos); y el grupo de los que autorizan las equivalencias de las voces de uso en España, provincias españolas, Hispa-noamérica o países de América Hispana, que forman el 50 % restante (254 españoles, 27 peruanos, 24 colombianos, 19 venezolanos, 19 mexicanos, 16 chilenos, 6 ecuatorianos, 4 cubanos, 1 puertorriqueño y 14 integrantes de los demás países centroamericanos). Los especialistas consultados representan más del 50 % de los países latinoamericanos.

3. ALGUNOS DATOS SOBRE LOS AUTORES

Wáshington Pedro Bermúdez nació en el cuartel general del Cerrito de la Victoria, Montevideo, el 7 de mayo de 1847. Sus padres fueron el coronel Pe-dro Pablo Bermúdez, oficial de las guerras por la independencia y cultor de las letras, y Josefa Estavillo Rojas. En su juventud fue guardia marina, artillero, combatiente contra la revolución de Venancio Flores e integrante de las fuer-zas militares del coronel Timoteo Aparicio, en la Revolución de las Lanzas.

A los 29 años inició su labor como periodista partidario, fundando periódi-cos satíricos y de opinión contra las dictaduras de Lorenzo Latorre y Máximo Santos. En 1876 fundó El negro Timoteo y, posteriormente, La Época y El Pue-blo. En 1890 fue nombrado Jefe de Policía del departamento de Treinta y Tres y,

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poco tiempo después, fue elegido diputado por el departamento de Montevideo. Fue también autor de obras de diverso género, editadas todas en Montevideo: Los oradores de la Cámara (1876), Baturrillo uruguayo (1885), Estampas de via-je: un crucero estudiantil (1894), Simplezas y picardías (1894). Hacia 1885 inició el proyecto del lrp y falleció en Montevideo, en 1913 (Fernández Saldaña).

Sergio Wáshington Bermúdez nació en Montevideo el 12 de octubre de 1883 y murió el 6 de octubre de 1953, en la misma ciudad. Fue hijo de Wáshington Pedro Bermúdez y Fátima Acevedo Díaz, hermana del escri-tor Eduardo Acevedo Díaz, fundador de la novela histórica en el Uruguay. Como su hermano, Pedro, intervino activamente en las revoluciones de Apa-ricio Saravia de 1897 y 1904. La derrota de su partido lo llevó a radicarse en Buenos Aires en 1905, con algunas cartas de recomendación de su padre a prestigiosos filólogos de esa ciudad. Sin embargo, una grave enfermedad de su progenitor lo obliga a retornar a Montevideo hacia 1909. Al año siguiente de la muerte de su padre, Sergio escribe a Martiniano Leguizamón historiando el proceso del lrp:

Fallecido mi padre, en nov. de 1913, me fue confiado por disposición in vita del autor de mis días, el archivo literario en el que se incluía su monumental “Lenguaje del Río de la Plata”, con la cláusula expresa que debía yo continuarlo, aumentarlo o reducirlo, comentarlo y edi-tarlo; en una palabra, con amplias facultades para dar forma y fondo, donde no lo hubiera a la obra colosal. (Bermúdez, S. 1914: s/p)14

Estima que la finalización del diccionario le demandará unos 10 años de tra-bajo y que la obra concluida podrá tener entre 25 y 28 tomos, en 8 mayor (unos 17 por 27 cm), a dos columnas y con unas 700 u 800 páginas cada uno. En 1915 resuelve iniciar la publicación en fascículos de la obra, aún en proceso, pero la empresa no logra sobrepasar los seis números, que no superan el 10 % de los lemas correspondientes a la letra A, debido a la incidencia, especialmente en los costos, de la Primera Guerra Mundial. Doce años más tarde vuelve a retomar el proyecto de edición y solicita presupuestos a editoriales europeas, pero la crisis de 1929 abate cualquier posibilidad de éxito en el emprendimiento.

14 Original en la anl: Archivo Bermúdez; carpeta Correspondencia: carta a Martiniano Leguizamón del 15 de julio de 1914.

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En 1947 da por finalizada definitivamente la obra. Desde 1942 solicita presupuestos a impresoras uruguayas y argentinas, y gestiona la posibilidad de que los gobiernos de Uruguay o de Argentina se interesen por promover una edición oficial. Sin embargo, y pese a las manifestaciones gubernamentales de buena intención de ambos gobiernos y tramitaciones múltiples, el autor no encontró auspiciantes ni promotores para la obra (a pesar de contar con un exhaustivo archivo epistolar en el que daban cuenta de la excelencia de la obra calificadas autoridades como Augusto Malaret, Ernesto Quesada, Martinia-no Leguizamón, Adolfo Berro García, entre otros).

La última gestión de edición la hizo Corina Bianqui, la viuda de Sergio Bermúdez, en 1956, ante la Academia Nacional de Letras (anl), en la que da amplias potestades a la institución para introducir modificaciones en la obra, con el fin de facilitar su publicación. Sin embargo, el informe favorable que ele-vó la comisión designada para su valoración tampoco tuvo incidencia alguna.

Finalmente, la obra fue donada a la Biblioteca Nacional, donde permane-ció más de quince años administrativamente desaparecida, sin número de in-ventario, ni ficha descriptiva, ni asiento como ingreso de donación. En 1976, a instancias de la Comisión de Paremiología recién creada en la anl, se inició el rastreo de la obra inédita, encontrada por el presidente de la anl, Arturo Sergio Visca, al asumir el cargo de director de la Biblioteca Nacional. Desde esa fecha hasta el presente los originales son custodiados en la sede de la ins-titución académica, desde donde han comenzado un nuevo camino hacia el natural destino público que fijaron sus autores y, quizá, en cumplimiento del destino que Pereira Rodríguez vaticinara para obras de envergadura semejante:

Desde 1947, esta obra monumental anda en busca de un editor. En América estas grandes labores intelectuales suelen tener el destino del que es preclaro antecedente el Diccionario de construcción y régimen de Cuervo; fue necesaria la intervención del Instituto Caro y Cuervo co-lombiano y de la Organización de los Estados Americanos para que, más de setenta años después de aparecido el segundo tomo, en 1959, celebrásemos la edición del tercer tomo, redactado por el Departamen-to de Lexicografía del mencionado Instituto.15 (Pereira Rodríguez 233)

15 El Instituto Caro y Cuervo culminó la publicación de la obra de Cuervo en 1994, en ocho volúmenes con más de 8000 páginas y cerca de cuatro mil definiciones.

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4. CONSIDERACIONES FINALES

Con respecto a la producción académica en torno a esta obra, aparte de bre-ves noticias bibliográficas sobre la obra en construcción, hasta 1976 solo se conocía una reseña sobre el lrp, publicada por José Pereira Rodríquez (1961) en Interamerican Review of Bibliography. Una vez ingresados los materiales a la Academia, Avenir Rosell (1978) publicó el primer artículo de carácter filológico sobre la obra. Décadas después, Adolfo Elizaincín (2006) aportó un segundo estudio analítico sobre algunas de las características de ese dic-cionario, en tanto que el Diccionario del español del Uruguay (anl, 2011) tuvo los originales de los Bermúdez como fuentes insoslayables en su proceso de elaboración. En tiempos recientes, y como parte de la celebración de los setenta años de la anl, el Lenguaje del Río de la Plata fue digitalizado con la finalidad de ser puesto en línea, en homenaje a sus autores, y en resarcimiento del retardo de su divulgación.16

La historiografía lexicográfica del español de América confirma lo dicho por Luis Fernando Lara casi a fines del siglo xx: “el diccionario es la instancia formal de legitimación del léxico de un idioma; y, en paralelo, la instancia de la memoria social de ese mismo idioma” (Lara XX). Pero, contrariamente a lo que en muchos momentos pudo interpretarse, esa legitimación no corrió por cuenta de ninguno de los diccionarios de regionalismos americanos que se escribieron hasta mediados del siglo xx. Todos ellos fueron subconjuntos parciales, selectivos y fuertemente normativizados de las variedades dialecta-les americanas, cuyos autores batallaron incansablemente para que formaran parte del propio cuerpo del Drae. El asedio a la muralla de la rae finalizó cuando Sergio Bermúdez depuso las armas, al corregir el prólogo para la obra finalizada:

Este Prólogo fue escrito por don Wáshington P. Bermúdez en los albores del siglo actual, cuando aún la Academia Española negába-se tenazmente a admitir las corrientes neológicas que surgían de la América Latina, amenazando así dislocar la unión idiomática que nos ataba estrechamente a la Madre Patria. Más tarde, en la edición 15ª de

16 Actualmente la digitalización de la obra se encuentra en la fase alfa de prueba y, en un breve lapso de tiempo, estará a disposición del público en general en el sitio web de la anl.

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su órgano mayor (1925), el docto cuerpo, con sabia decisión, rectificó diametralmente el rumbo equivocado y abrió sus puertas a las nuevas voces que, desde las distintas naciones del mundo de Colón fluían, en-riqueciendo el léxico común. En la actualidad esa admisión es amplia, quizás más de lo preciso. Por tanto, el coautor de esta obra se impone el deber de advertir que las causas que motivaron los justos temores del redactor del Prólogo, puestas de manifiesto en el capítulo XIII del mismo, han desaparecido felizmente. Y así lo reconocería hoy su expositor si hubiera vivido en las épocas de la reforma. (Bermúdez, S. 1944: s/p)17

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Abeille, Lucien. El idioma nacional de los argentinos. París: Librairie Emile Bouillon, 1900. Impreso.

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