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PENSAMIENTO HERDER 1 Dirigida por Manuel Cruz Claude Lefort El arte de escribir y lo político Edición y traducción de Esteban Molina Herder ., .·,

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  • PENSAMIENTO HERDER 1 Dirigida por Manuel Cruz

    Claude Lefort

    El arte de escribir y lo poltico

    Edicin y traduccin de Esteban Molina

    Herder

    ., .,

  • Traduccin: Esteban Molina Dseo de la cubierta: Claudio Bado

    1991, ditons Belin-Pars: captulo 3 (Introduccin a La cration de la rpu-blique amrcaine)

    1992, ditons Calmann-Lvy: captulos 2, 4, 5, 6, 7, 8, 9 (publicados en crre. A l'preuve du politque)

    2004, Claude Lefort: captulo 1 (publicado en Esprit, marzo de 2004) 2007, Herder Editorial S.L., Barcelona

    ISBN: 978-84-254-2495-3

    La reproduccin total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright est prohibida al amparo de la legislacin vigente.

    Imprenta: Romanya Valls Depsito legal: B-11.552-2007 Prnted in Span - Impreso en Espaa

    Herder www.herdereditoral.com

    ndice

    Prlogo, de Esteban Molina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    1. Europa: civilizacin urbana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 2. Focos del republicanismo ....................... . 77 3. La fundacin de los Estados Unidos y la democracia .... . 111 4. Tocqueville: democracia y arte de escribir ............ . 139 5. Tres notas sobre Leo Strauss ...................... . 185 6. Maquavelo y la verit effetuale ................... . 233 7. Formacin y autoridad: la educacin humanista ....... . 279 8. El boudoir y la ciudad ........................... . 301 l ., 9. La idea de humanidad y el proyecto de paz universal .... . 325

    Procedencia de los textos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349

  • 6. Maquiavelo y la verit effetuale

    En el proemio del libro primero de los Discursos sobre la prime-ra dcada de Tito Livio reivindica Maquiavelo de manera atrevi-da su Dice haberse aventurado por !:1!1 camino que nadie haba seguido todava y se compara con el audaz navegante que parte en busca de mares y tierras desconocidas. Y, tan pronto como hace esta declaracin, parece indicar su intencin: convencer a sus contemporneos de extender al do- . minio de la poltica la imitacin de los antiguos, que en otros dominios parece evidente. Propsito que sealaron los historiadores: el pensador que tena conciencia de inno-var._ de manera absoluta, y cuya posteridad juzgaba en efecto que haba abierto una va nueva al pensamiento poltico, ese hombre deseaba erigir la Antigedad en modelo. Todo sucede como si, a su modo de ver, el descubrimiento del continente desconocido ordenara una vuelta al mundo antiguo, o inclu-so que coincidiera con el redescubrimiento de ese mundo.

    Detengmonos brevemente sobre ese texto. El escritor declara que en el presente la imitacin de los antiguos es un hecho entre los artistas, los juristas o los mdicos, pero los que

    166. Todos los textos citados estn sacados de Maquiavelo, CEuvres Comple-tes, Gallimard, La Pliade, Pars, 1978. La indicacin de los captulos nos ha parecido suficiente. Slo de manera excepcional, y por fidelidad al ori-ginal, he vuelto a traducir alguna frase o restituido alguna palabra.

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  • El arte de escribir y lo poltico

    dirigen los asuntos pblicos, o toman parte en ellos, la estiman imposible. La admiracin dirigida a la Antigedad no suscita ningn deseo de inspirarse en sus ejemplos para regular las ins-tituciones polticas y guiar la accin poltica: [ ... ] para fundar una repblica -escribe Maquiavelo-, para mantener sus Esta-dos; para gobernar un reino, organizar un ejrcito y llevar a cabo una guerra, para impartir justicia, no se encuentra ni prn-cipe, ni repblica, ni capitn, ni cudadano que recurra a los ejemplos de la Antigedad. Maquiavelo da en una sola frase dos razones de este fenmeno. La primera resulta del estado de debilidad al que nos han reducido los vicios de la educa-cin actual [ ... ] , a los males de esta pereza orgullosa que reina en la mayor parte de los Estados cristianos. La segunda pro-cede de la falta de un verdadero conocimiento de los historia-dores, de las store (historias), de las que no se sabe ya obtener ni su fruto ni su profundo sabor. En efecto, los hombres del presente se inclinan a extraer de la lectura de las store (histo-rias) slo el placer que les causa la variedad de los aconteci-mientos. Comprendemos que as es como ?e simples espectadores de la escena del pasado sin apercibirse de que los viejos tiempos no son diferentes de aquellos en los que viven; no piensan en imitarlos porque se separan del pasado por una o, debera decirse mejor, tica; no se saben insertos en el mismo mundo que sus antece-sores: Esta imitacin les parece no slo dificil, sino imposible, como si el cielo, el sol, los elementos y los hombres hubieran cambiado su orden, su movimiento y sus potencias y fueran diferentes de los que eran en otro tiempo. Seguro de esta cons-tatacin, Maquiavelo se propone reanimar el gusto por las sto-re (historias) y, ya que

  • El arte de escribir y lo poltico

    poltica que haba emprendido en su primera obra. La contra-diccin permanecera en parte enmascarada a sus propios ojos: Maquiavelo elogiara las virtudes de los romanos en la medi-da en que se combinaban con el arte de la accin poltica, y el conocimiento de este arte lo inducira a imponer silencio a sus convicciones, le hara transgredir toda norma moral.

    Hay que rendir el homenaje debido a Leo Strauss. 167 Fue el primero en saber demostrar que los Discursos contenan en diferentes lugares los mismos principios que El prncipe, pero que el elogio de la Repblica romana y de la virtud de sus ciu-dadanos estaba al servicio de un designio filosfico que rom-pa con las enseanzas de la tradicin. El elogio de la Rep-blica romana significa en efecto una crtica corrosiva del buen rgimen tal y como era concebido por los autores clsicos -rgimen cuya excelencia es el efecto de la sabidura del gobier-no de los mejores o de sus legisladores y se mide con el crite-rio del orden que reina en la ciudad y con la estabilidad de sus instituciones. El elogio de la virtud de los ciudadanos signifi-ca una crtica no menos corrosiva de las normas de condm:ta de los actores, que slo merecen alabanza o censura por su capacidad de interpretar las oportunidades de sus acciones en el marco de las instituciones establecidas y en las condiciones del momento; finalmente, la autoridad conferida a Tito Livio al comienzo de la obra no debe ms: Maquiavelo la invoca para conciliarse con su lector y conducirlo por eta-,pas a. poner en duda la interpretacin del historiador y, final-

    desligarse de los principios aristocrticos que la gobiernan.

    Un argumento del primer libro de los Discursos llama la atencin: Despus de haber ponderado, aparentemente sin

    167.Leo Strauss, Thoughts on Machavel/i, Free Press, Glencoe, Illinois, 1958 (trad. cast. Meditacin sobre Maquavelo, Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, Madrid, 1964) [N. del T.].

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    6. Maqmavelo y la verit effetuale

    tomar partido, los comparados de Esparta y de Roma, Maquiavelo observa que la grandeza de Roma no fue el pro-ducto de una sabia legislacin, sino que se edific gracias a los acontecimientos. Sugiere que la bondad de una constitucin no reside necesariamente en los principios que decidieron su formacin y que el tie!Ilp_o es necesariamente un factor de co_rrupcin. Los felices acontecimientos de los que se benefi-ci Roma se refieren a los conflictos que opusieron al sena-do con la plebe, hasta el punto de descubrir en ellos el resor-te de la grandeza de la Repblica, de celebrar)a virtud de la . discordia, de la desunione. Maquiavelo se eleva entonces con-tra la opinin ms extendida, la opinin de muchos (opinione de molti) para afirmar en nombre propio (io dico) que aquellos que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe censu-ran lo que fue la causa principal de la libertad de Roma, se fijan ms en los ruidos y gritos que nacan de esos tumultos que en los buenos efectos que producan. Invirtiendo la tesis

    _ tradicional, que encuentra el signo de la sabidura de las leyes en su eficacia para contener los deseos de la multitud, estima fecundos esos deseos cuando son el hecho de pueblos libres, y precisa que raramente son perniciosos, puesto que nacen de la opresin o de la sospecha de que la habr.

    La idea de la ley se disocia entonces de la idea de la medi-_Qa.;..no resulta ya necesariamente de la intervencin de una ins-tancia razonable. La ley se revela ms bien ligada a la desme-sura del deseo de libertad: un deseo, ciertamente, que no podra separarse de los apetitos de los oprimidos, quienes estn siem-pre trabajados por la pero a la que no se reduce, pues en su esencia es negatividad pura, rechazo de la opresin, deseo de ser y no deseo de tener. Finalmente, en uno de los ltimos captulos de este primer libro, al trmino de una _larga discu-sin sobre la naturaleza de la multitud, Maquiavelo no duda en atacar a Tito Livio, al que denomina

  • El arte de escribr y lo poltico

    y con l a todos los otros historiadores, para afirmar que la mul-titud es ms sabia y ms constante (piu savia et pu constante) que un prncipe.

    Recordando este argumento, al que seguramente habra que aadir otros, en particular el relativo a que la grandeza y la libertad de Roma se pagaron con la opresin de Italia, o inclu-so aquel que se refiere a que felices efectos de los tumul-tos en Roma se deban a la necesidad del Senado de hacer con-cesiones a la plebe para satisfacer su poltica de conquistas, slo pretendemos aclarar la si!lgular que h

  • El arte de escribir y lo poltico

    supuestamente dirigidas siempre por la preocupacin por el bien; le importaba lo que denomina virtu, una virtud que da al sujeto su mayor fuerza para resistir a las pruebas de la for_-tuna y para asegurarle el mayor poder de accin. O tambin: Maquiaveloxompera enteramente con la filosofia clsi-ca como con el pensamiento cristiano para plegarse a las ver-dades positivas, la famosa verit effetuale.

    Para apreciar lo bien fundado de estas objeciones me pare-ce necesario volver a examinar las razones por las que el autor de los Discursos decidi hacer de la Repblica romana el obje-to central de su estudio (digo el objeto central, pues hablando de Roma no se priva de disertar acerca de otros Estados anti-guos y modernos). Esto requiere algunas breves considera-ciones histricas. Me apresuro a precisarlo: interesarse por la historia no significa ceder al historicismo. I,,eo Strauss sea-l justamente esto. Pero me gustara dar todo su peso a esa pro-posicin. Si queremos conocer la intencin de un escritor pare-ce bueno preguntarse cules son sus interlocutores privilegiados, cules las sipiniones que convierte en su blanco, cules las cir-cunstancias que ponen en movimiento su deseo de hablar. Cuestiones, es cierto, digmoslo de paso, a las que no basta res-ponder -suponiendo que se pueda- para dar cuenta de su pen-samiento, pues es igualmente cierto que no escribe para en particular, que se refiere a un lector sin identidad defini-da, ese lector cuyo sitio ser ocupado, en un futuro que no podra imaginar, por desconocidos; y tambin es cierto que extrae de las circunstancias un poder de pensar que trascien-de la contingencia de su situacin. '

    Primera indicacin: los Discursos son, en parte, el produc-to de conv_ersaciones que tuvieron lugar en los jardines Ori-. un crulo. cuya composicin exacta desconoce-.. - --mos, pero que comprenda a jvenes cultivados e impacie11tes

    __ por actuar. :El anfitrin era Co.simo Rucellai, retenido en su

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    6. Maquiavelo y la vert effetuale

    vivienda por una dolencia, y entre los oyentes figuraban en particular los futuros autores del complot montado en contra el cardenal Julio de Medici: el poeta Luigi Alamanni, .Zanobi Buondelmonti, antiguo colab9rador de Maquiavelo en los tiempos en los que ejerca importantes funciones al ser-vicio del gobierno de Soderini; los dos hermanos Diaceto y Battista della Palla, estos ltimos obligados al exilio o ejecu-

    despu6s del fracaso de la conspiracin. :ormacin no es insignificante. Maquiavelo no ignoraba la sensibilidad de este pequeo pblico y deba sin duda ponderar justamente el alcance de sus declaraciones cuando abordaba las cuestiones, entre todas peligrosas, de la rebelin o de la desobediencia civil. Tal era el caso, por ejemplo, cuando pintaba _el retrato del pri-mer Bruto, cuando analizaba ampliamente las oportunidades . de los conspiradores, cuando, al valorar el papel de los jvenes capitanes e!l la Repblica romana, evocaba la audacia de Fabius, qillet:i no vaci- en transgrerur las rdenes del Senado para intro-ducir a sus tropas en un bosque considerado impenetrable, o bien cuando elogiaba a Epaminondas; quien, bajo el pretexto de ejercitar a los de Tebas en el arte de la gimnstica, los preparaba en secreto para la lucha contra el ocupante. No eran enseanzas medio clandestinas? No se propo-na _combinar la exigencia de saber con la de actuar, con la de

    a sus oyentes de la vanidad de un combate poltico al que f;tltara-el conocimiento de la historia?

    Segunda :idicacin: tambin sabemos que los jardines Ori-cellari haban sido 15 aos antes la ilustracin de un foco anti-democrtico. El to de Cosimo, Bernardo Rucellai, reuni all a los ms dec::ididos de la poltica reformista, que hoy llamaramos progresista, llevada a cabo por Soderini. El cuft-.do de Lorenzo El Magnfico, uno de los jefes de la facci6n dura de la oligarqua, es decir, de aquella que rechazaba cualquier compromiso con el gobierno establecido, es conocido por haber

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  • El arte de escribir y lo poltico

    sido el autor de un comentario de Tito Livio. No creo equivo-carme al suponer que Maquiavelo desarrolla, en el lugar mis-mo en el que Rucellai haba ocupado el sitio del maestro, una enseanza distinta, se empleaba en sustraer a Roma y a Tito Livio de la interpretacin conservadora; demostraba con medias palabras la ignorancia y el serviJismq ge lci,vieja .. ----" ----- ... -cin; sugera que la historia romana no acreditaba los ttulos de los Medici, sino los de la democracia, y que la restauracin de las libertades exiga a veces la desobedienci;a-1;s-leyS-:-__ _

    Tercera indicacin: los informes de los consultores_ o prc-ticos (consulte o pratiche), especie de consejos informales com-puestos de florentinos influyentes, convocados frecuentemen-te por el gonfaloniero -Soderini haba roto con la tradicin de los Medici abrindolos a un nmero importante de ciudada-nos-, esos informes, cuidadosamente analizados por Flix Gil-bert, 168 son testimonio de la frecuencia de las i;e:ferencias a los ejemplos romanos. Sin e!llbargo, al leerlos, podemos distin-guir sin dificultadtres corrientes de opinin dominantes. Por una parte, animan un discurso racionalista, gustosamente cni-co, que trata de la poltica en trminos de relaciones de fuerza: es .el de los famosos sabios de nuestro tiempo que Maquiave-lo no pierde ocasin de aguijonear; sabios cuya mxima supre-ma es la de saber gozar de las ventajas del tiempo; por otra parte, un discurso inspirado por los valores cristianos, que hace reposar el civismo florentino en la virtud: discurso que Maquia-velo denuncia como el de los llorones (piagnoni); finalmente, un discurso _hgianista que elogia la prudencia y la moderacin de los gobernantes y conduce siempre a la idea de un cuerpo pol-tico jerarquizado y estable. Pese a sus divergencias, estos dlsur-sos tienen grandes afinidades. Sus referentes se dejan traducir

    168. Flix Gilbert, Florentine Political Assumptions in the Period of Savonarola and Soderini,Journal ef the Tif/rburg and Courtauld Insttutes, XX, 1957,pp. 187-214.

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    6. Maquiavelo y la verit effetua/e

    unos por otros sin esfuerzo: lo que uno llama el otro lo llama y, el ltimo, f:rmna. Los temas que no varan son: la conco;dia entre los ciudadanos (la unioneJ; la intrnseca d.ad de fas instituciones primitivas y el peligro de los cambios; ladefensa del statu quo en Italia; y tambin la virtud del justo medio, la del riesgo menor y la del tiempo. De nuevo no creo equivocarme al observar que denun-

    jvenes florentinos apasionados poroael en primer lugar, la ilusin de que los dirigentes

    gozaran de un dominio de la ciencia poltica -l muestra que son unos pobres calculadores-; en segundo lugar, la ilusin de que la ciudad se beneficiara de la proteccin especial de la providencia y, en tercer lugar, que sera la depositaria de la herencia de Roma y de la sabidura antigua. Leyendo a Ma-quiavelo, vemos que (;!Stas ilusio11es ocultan la defensa de un

    oligrquico que priva a una gran parte del pueblo de sus derechos polticos, lo mantiene desarmado y que para sobrevivir est dispuesto a consentir la dominacin de poten-cias extranjeras.

    Progresemos en nuestra rpida investigacin. La idealizacin de la Antigedad y particularmente la de Roma se nos presen-ta como un rasgo dominante de los florentinos. Pero es cierto que esto no nos informa de su alcance poltico real. Con mucha frecuencia, los hombres que citan a Tito Livio o invocan la auto-ridad de Aristteles slo lo hacen para complacerse en simples figuras retricas. sta es la razn por la que en el proemio que mencionbamos Maquiavelo deplora una indiferencia hacia el pasado en el orden poltico que no es el producto de la igno-rancia, sino que seala la impotencia de buscar en el pasado otra cosa que placer. Tenemos, sin embargo, slidas razones para imagi-nar la fuerza del vnculo afectivo con Es, en efecto, muy antiguo. !2esde dieron a ciudad su in_depen.:-dencia efectiva atacando a los seores y arrasando los castillos

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  • El arte de escribir y lo poltico

    circundantes, los florentinos se identificaron con los romanos. Identifi.cadn: el trmino debe tomarse en su sentido ms fuerte; los florentinos no piensan slo, como pensarn los revoluciona-rios franceses algunos siglos ms tarde, reapropiarse de la vir-tud romana ni conducirse a imagen de los romanos; pretenden ser sus descendientes, afirman que la sangre romana corre por sus venas. Tomo estas informaciones de un estudio de Nicolal: Rubinstein.169 Una antigua crnica compuesta alrededor de 1225, la Cronca de origine cvtats, en la que se basar ampliamente la famosa crnica de los Villani un siglo despus, describe con lujo de detalles las circunstancias de la fundacin de Florenca por Roma en los tiempos de Csar. Se supone que Florencia sac su nombre de un cnsul llamado Florentinus, muerto en los tiempos del sitio de Fiesole, y que fue concebida sobre el mode-lo de Roma, hasta el punto de merecer el nombre de la a romana (parva romana). Olvidemos el detalle de la leyenda de la destruccin y la reconstruccin de la ciudad 500 aos des-pus de su fundacin, y las modificaciones que los Villani infli-gieron al primer relato en funcin de las nuevas peripecias que opusieron a los habitantes de Florencia y a los de Fiesole; reten-gamos slo que a Florencia se le asigna desde muy pronto el des-tino de asumir.la herencia de Roma, una herencia a la vez espi-ritual y real. Dante mismo proclama en el Convivio17 que es la bellsima y hija de Roma y en la sptima epstola que fue hecha a su imagen y semejanza; en su Monarqua171 real-za incluso la misin de Florencia combinando las verdades de

    169.Nicolai: Rubinstein, The Beginnings of Political Thought: a Study in Mediaeval Historiography,Journal of the TM:irburg and Courtauld Insttu-tes, IV, 1942, pp. 198-227.

    170.Existe una edicin castellana de esta obra a cargo de Fernando Moli-na Castillo en Ctedra, Madrid, 2006 [N. del T.].

    171.Existe una edicin castellana de esta obra a cargo de Laureano Robles Carcedo y de Luis Fraile Delgado en Tecnos, Madrid, 1992 [N. del T.].

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    la historia y de la religin, pues hace de la Roma antigua la obra de Dios: el pueblo romano, afirma, fue elegido por la divi-na providencia para la monarqua mundial sin la que no era posible para la humanidad alcanzar la felicidad terrestre y que prepar el terreno para la venida de Cristo ... Es el pueblo san-to (popolo santo).

    Quien leyendo a Maquiavelo quisiera ignorar la sombra de Dante se privara sin duda de un valioso e*.emento de re-flexin. Maquiavelo piensa, sin duda, que el acontecimiento de Csar fue inevitable; en cambio, con el imperio, ve ins-talarse el reino de la corrupcin. De manera general, juzga excepcional, como Dante, el destino del pueblo romano, pero como ya he sealado no vacila en afirmar que su grandeza se pag con la servidumbre de otros pueblos. Va incluso ms lejos, pues subraya que los romanos hicieron desparecer de toda Italia los rastros de las instituciones libres de tiempos anteriores, sugiriendo as que los fundadores quiz no fueran ms que los imitadores de los etruscos. Pero esto no es lo esencial; ya he dejado entender que uno de los blancos pri-vilegiados de Maquiavelo es lo que llambamos el discurso poltico hu_IJ:lanista, quiero decir, el discurso humanista repu-blica11Q. Por qu? Porque ste vehicula todos los temas que siguen movilizando a los hombres apasionados por la liber-tad, a quienes extrava travistiendo la naturaleza de la Rep-blica romana, privando a los contemporneos de compren-der cul debe ser el sentido del cambio y los medios de obtenerlo.

    Este discurso humanista -lo que Hans Baron172 llam el humanismo cvico- se constituy en el ltimo tercio del Tre-ce!!:!!!-y__se_ desarroll-hasta el advenimiento Cosme de Medici, quien por haber sabido apartar la imagen del tirano y canten-

    172. Hans Baron, The Crisis of Early Italian Renaissance, op. cit.

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  • El arte de escribir y lo poltico

    tarse con aparecer como el primer ciudadano de Florencia logr igualmente explotar a su servicio la reputacin del ms grande portavoz de la Repblica: Leonardo Bruni.'Acabo de sealar que los humanistas no estn en el origen del mito de la romanidad de Florencia y de una identificacin cuyos sig-nos se encuentran tambin en otras ciudades italianas, pero que en ningn otro sitio suscit una elaboracin tan rica. Les per-tenece en cambio haber forjado una origen de Florencia, de su historia, de su rgimen, de su misin, reivindicando un conocimiento exacto, cientfico, de los tex-tos de los historiadores y de los la Antigedad. Representacin nueva de los orgenes: Bruni,\ en particular, denuncia en su Laudato .fiorentinae urbis de las viejas crnicas; muestra que no son las legiones de Csar lanzadas en persecucin de Catalina las que instigaron la _ele Flo-rencia; sta vio la luz como colonia creada por los veteranos de los ejrcitos de Sila en el curso de la guerra civil. Fio.ren-cia no es hija de la Roma imperial, sino hija de la Repblica romana. La sangre romana corre por las venas de los florenti-nos, pero es la sangre de ancestros que eran hombres libres. La identificacin se beneficia de nuevos recursos; se apoya en la imagen de una transmisin de la vfrtu. La c;_onjuncin de lo bueno y de lo ancestral persiste aunque se exprese de. diferente y est al servicio del cambio. Se instaura en efecto una representacin nueva de la historia y de la misin de la ciudad: en un tiempo en el que Florencia se ve amenazada pgr Miln, los humanistas presentan su combate contra Visconti como combate de la libertad contra el despotismo; le asignan un alcance universal. Confan a la ciudad la tarea de apoyar la causa de todos los oprimidos. Descifran en las luchas sucesivas que Florencia hubo de librar durante el siglo para defender sus instituciones o su independencia los _episodios de una nica historia que hace de ella la de la Repblic; r!=>ma::::-

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    na: la guerra contra Martino della Scala, el tirano de Verona; la re:;uelta popular contra el D,:i1que de Atenas, pretendiente a la tirana el conflicto con el Papa Gregorio V; la resistencia al imperialismo milans ... De forma pareja nace una represen-

    del rgimen y, hay que decirlo, del ciudadano: l -;;tus romana (virtud romana) slo se mantiene porque habi::-

    los.c}ud;_danos que en cada una de sus actividades, como comerciantes, capitanes, magistrados, o como apertos entre-gados a los studia humanitatis (estudios humansticos), pone_n

    aJ: servicio de una yida activa, se emplean en con-tribuir a la gloria de la ciudad. Esta virtud de los ciudadanos, manifiesta en su por el bien pblico, sancionada por las recompensas que re-c:iben en este mundo -los honores, las riquezas, el saber-, se revela recprocamente como producto de las instituc:;iones: la igualdad de todos ante la ley, el reparto de los cargos pblicos entre los que son jurdicamente capaces de ejercerlos, el valor reconocido al trabajo individual opues-to al reconocido por nacimiento tiene como efecto una noble emulacin en la bsqueda de la virtud.

    Es indudable que el credo del humanismo cvico no re-sisti la transformacin del rgimen en el reino de Lorenzo El Magnfico. De hecho, una vez proclamado el ideal republicano, elaborado por hombres de relevancia social como Coluccio Salutati, primero, y ms tarde por Leonardo Bruni, y abrazado por muchos de los grandes burgueses florentinos -la investiga-cin de Lauro Martines es a este respecto muy instructiva-, 173 ese ideal no poda ya impunemente encontrar portavoces bajo una tirana, aunque estuviera disfrazada. Sin embargo, sabemos que una oposicin republicana en Florencia y, sobre todo, que los temas queridos por el humanismo cvico volvie-

    173.Lauro Martines, The Sodal itrld of the Florentine Humanists, Rou-tledge & Kegan Paul, Londres. 1963.

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  • El arte de escribir y lo poltico

    ron a florecer despus de la cada de los Medici. Pero hemos de convenir que temas fueron por primera vez difundidos en una coyuntura -fo paradjico del hecho slo extraar a los ingenuos- marcada por el fracaso de las reivindicaciones demo-crticas. Las luchas por la extensin de los derechos del peque-o pueblo conocieron su mayor intensidad a partir de media-dos del Trecento, alcanzaron su punto culminante con la revuelta de los ciomp Oos obreros de la lana). En consecuencia, es con la derrota de esta revuelta -una derrota a la que las capas medias haban contribuido activamente- como una estrecha oli-garqua logra apropiarse del gobierno. No parece exagerado decir que el humanismo cvico, cuya obra fue decisiva para la forma-cin y difusin de los principios republicanos en la Europa moderna, o para la resistencia al absolutismo; ese humanismo, considerado en su tiempo, en las circunstancias singulares en las que se ejerci, proporcion el contrapunto de una reaccin anti-popular. O digamos mejor que su obra aparece como eminen-temente Por ua parte, formula una nueva tica pol-

    sta emerge de una serie de conflictos que terminaron en la eliminacin de mltiples focos de fuerza, el primero de los cuales fue el partido gelfo y la Iglesia; en la imposicin de la ley de la comuna sbre el conjunto del territorio y en la pro:;-. teccin de los ciudadanos de exacciones cometidas por las grandes bandas rivales; en la concentracin del poder en los rganos de la comuna; en la derrota de las familias que funda: ban su autoridad en la antigedad de su rango; en la afirmacin del valor del individuo segn su capacidad Por otr parte, esta tica enmascara un nuevo cuvo seno se con-, sidera que la mayora ha de someterse a la estrecha capa dirigen-::

    . t

  • El arte de escribir y lo poltico

    cargas pblicas la monopoli2':aciI1 ppr oligarqua. La minora se presenta como guardiana de las

    instituciones libres, mientras confunde su conservacin con la de sus prerrogativas.

    Le:> que Florencia puede aprender de Roma, nos da a enten-der en con el es aque-llo de lo que los romanos mismos no tenan un conocimien-to terico porque sus instituciones se haban improvisado bajo el efecto de los acontecimientos; a saber, el beneficio de los !l!multos en una Repblica cuya efervescencia poltca-cn-trai:a ls ambiciones de la capa dirigente y le hace buscar su seguridad en concesiones a las legtimas aspiraciones de la mayo-ra. Lo que Florencia puede tambin aprender de Roma es el sentido de los acontecimientos que jalonan su propia historia: en particular del gran acontecimiento, todava muy prximo, que fue el lamentable_J?,gnclimiento el de Soderini. Funesta es una poltica de reformas cuando es dirigida por hombres crdulos, confiados en la honestidad de sus adversarios, en su patriotismo y en su deseo de concor-dia. Lo que los florentinos pueden aprender de los romanos, interrogando a la vez el presente y el pasado, es que - de la poltica exige que se sepa identi_ca!:_::tJos enemigos, ele-gir el campo, utilizar oportunamente la astucia -yiaTuerza; brevemente, que pertenezca al arte de la guerra se reduzca a ella. - -

    * Seguramente, estas consideraciones no dispensan de apreciar la ruptura de Maquiavelo con la filosofia clsica. Sondear la profundidad de esta ruptura est fuera de mis propsitos. Me contentar con formular algunas observaciones referen-

    ( tes a la crtica ms penetrante de la obra maquiaveliana: la de Leo Strauss. En su ensayo sobre Las tres oleadas de la moder-

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    ndad174 pone en evidencia que revelaran la inten-cin general del autor de El prncipe y de los Discursos, y que esta-ran en la base de la filosofa poltica moderna'. La primera mos-trar" s desacuerdo con los escritores anteriores respecto a la manera lo que debe de ser la conducta de un prn-cipe. Maquiavelo declarara no querer conocer ms que la ver-dad de hecho y se desinteresara de las ficciones forjadas en otro tiempo. As, recusara el idealismo para T,fivindicar una aproximacin realista a- las cosas polticas. Donde mejor se dejara ver la nov"edad de su enseanza sera en las primeras frases del .. s:lel El prncipe: Nos quedan ahora por ver las maneras y formas de un prncipe. Y como s que otros muchos han escrito sobre esto, temo, al escribir yo tambin sobre ello, ser tenido por presuntuoso si me alejo de la opinin de los otros, sobre todo tratndose de esta materia. Pero sien-do mi intencin escribir cosas de provecho para quienes las lean, me parece ms conveniente _seguir la __ verdad __ cie __ _ la cosa (verit effetuale) que su imaginadn: Estas declarado-

    - nes-han- sido justamente subrayadas por numerosos comenta-ristas. Despus de haber examinado diversos casos ejemplares, Maquiavelo se aventura de manera intrpida _fuera de las vas de la tradicin y desvela su intencin. Sin embargo, aunque su -aproximacin pueda llamarse realista, hay que convenir, Strauss mismo lo seala, que no se contenta con la posicin de obser:-

    cl.escubrir reglas de conducta en el examen de lo que es. Desde ese momento queda abolida

    _ la distancia preservada siempre por el filsofo clsico o el telo-go entre los datos de la experiencia sensible y el deber ser; de

    manera, reabsorbe la moral en la poltica y reduc_e sta a una tcnica. Strauss parece ciertamente unirse a la opinin extendida cuando escribe: El problema poltico deviene un

    17 4. L. Strauss, What is political Philosophy?, op. dt.

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  • El arte de escribir y lo poltico

    problema tcnico. Esta frmula es, sin embargo, mucho ms el signo de una concesin a la opinin que la expresin de su propio pensamiento.

    Vuelve sobre este punto en su gran obra Pensamientos sobre Maquiavelo. 115 Nos hace entender que la verdadera, la profun-da intencin del escritor -lo que es diferente de su intencin general (broad intention)-- no es convertir la poltica en una tc-nica, ni concierne siquiera en primer lugar a la poltica. El blan-co al que apunta es la enseanza de la Biblia y de la filosofia clsica y, ms all del primero, a este ltimo de manera esen-cial. Maquiavelo quiere ser el fundador de una ciencia segura que procure la inteligibilidad de la sociedad y de las cosas del mundo; pretende desarraigar la idea de que habra una virtud en s, una justicia en s, que, aunque fueran inaccesibles de hecho, constituiran una norma para la conducta humana y la organizacin social; pretende destruir lo que trata como un prejuicio, la creencia en una jerarqua en el seno del alma y de la ciudad en correspondencia con la jerarqua de los seres en el seno del cosmos; la creencia, pues, en una distincin entre lo alto y lo bajo que no sera creada por el hombre, sino cons-titutiva de su naturaleza. Frente a los pensadores clsicos, seala Strauss, Maquiavelo da razn de lo alto por lo bajo; reduce la virtud y la justicia a efectos de la necesidad. Asimismo, su pro-yecto consiste en mostrar cules son las condiciones a partir de las cuales los hombres son puestos en la necesidad de con-ducirse como buenos ciudadanos o buenos sujetos. El arte pol-tico deriva al mismo tiempo del conocimiento de la necesidad -un conocimiento guiado por el examen de las situaciones extremas. Sobre estas premisas y sin contradecirse puede, por una parte, concebir objetivamente los imperativos que se impo-nen para la edificacin y la conservacin de una tirana y, por

    175.Leo Strauss, Thoughts on Machiavell, op. cit.

    252

    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    (,/' li 1 . otra,, expresar su preferencia por la repb ca con a conv1c-de que da mejor cuenta de la necesidad conciliando la

    ambicin de la minora con las necesidades de la multitud. Es verdad que podemos preguntarnos por el mvil que inci-_ta al prncipe o a la minora al conocimiento de la necesidad. Segn Strauss, no es tanto la preocupacin por su seguridad, la conciencia del peligro en que los pone su apetito de poder, lo que los empuja a hacerse cargo de los de la mul-titud, sino la justa estimacin de los medios para obtener del pueblo el apoyo indispensable a fin de lograr satisfacer su deseo de gloria. A este respecto, la Repblica romana apa-rece todava como ejemplar. Por haber querido ganar la repu-tacin mediante una poltica de conquista, los patricios con-cedieron deliberadamente ventajas a la plebe. Dejemos a un lado el anlisis mismo de los mviles de Maquiavelo, que pre-tenden la fundacin de una ciencia completamente nueva que he discutido en otro lugar. 176 Baste retener que el bien

    es rigurosamente separado del dominio de la mora-lidad y que se establece por efecto de una necesidad bien entendida, que da testimonio del reino de las necesidades y de las pasiones.

    Strauss discierne tambin en Las tres oleadas de la moderni-dad, por otra vertiente, la intencin general de Maquiavelo. Le parece sin duda la ms apropiada para poner en evidencia su papel de iniciador. La segunda ,asercin principal del escritor concierne al poder de la.fortuna. Rompera con toda la tradi-cin clsica al afirmar que el hombre puede vencer a la fortu-

    Strauss se limita a resumir un pasaje del captulo xv de El -prncipe -la fortuna es una mujer q{ie puede ser dominada con el uso de la fuerza-, mientras que en su gran libro se exten-

    176. Claude Lefort, Le travail de l'ceuvre. Machiavel, Gallimard, Pars, 1972: reedicin en la coleccin Tel, 1986.

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  • El arte de escribir y lo poltico

    de ampliamente sobre este tema. Pero lo esencial est dicho: la de la fortuna seala una idea completamente

    je la potencia del hombre, de su capacidad la naturaleza. Tal era la enseanza de la Biblia: el hombre es la criatura de Dios y, aunque le haya sido dado reinar sobre las otras criaturas terrestres, le son asignados limites que no podra franquear, los designios de la providencia se le escapan. Por diferente que fuera su proyecto desde otros puntos de vista, la filosofa clsica da al hombre un sitio eminente pero lo some-te a un orden del mundo, cuya idea puede formarse aunque no podra concebirlo plenamente ni mucho menos modificar-lo. fortuna es entonces el nombre dado a aquello que hace fracasar -y siempre lo har- los clculos del hombre, a esa fuer-za que, independientemente de su voluntad, lo eleva o lo pier-de. Como recuerda precisamente Strauss, la proposicin segn la cual el hombre es la medida de todas las cosas es opuesta a aquella que afirma que el hombre es el seor de todas las cosas. Medida de todas las cosas es el nico ser abierto al todo, posee en s mismo la idea del todo y de la diferencia espec-fica de los seres en su seno. Pero no puede situarse en el prin-cipio de la creacin y de la reproduccin de aquello con lo que est en relacin. El sentido de la medida le impide aban-donarse al deseo desatado de apropiarse y, por tanto, de negar lo que est fuera de l. Para el que vive de acuerdo con las ense-anzas de la religin, la providencia permanece para siempre

    _ inescrutable, y, para el que confia en la razn, la fortuna perma_-nece para siempre elusiva; pues, los man-. damientos divinos, y pervierte el proyecto de la filosofa, la idea misma de la razn que slo es lagos o ratio a condici6;;. de mantener una separacin e;_te el y el sr. Elu-_ sivo es el epteto que Strauss asocia aqu y all tanto a la na como a la naturaleza o al todo. Estas nociones no son equi-valentes, pero son inseparables para el hombre. La fortuna,

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    smbolo de lo inaprensible, seala al hombre la irreducibilidad del todo a sus partes y la irreducibilidad de la norma supre-ma a las diversas representaciones sociales de la

    Eoder de la fortuna, Maquiavelo anuncia el reino de !

  • El arte de escribir y lo poltico

    a su donnacin de la naturaleza con tal de que supieran abandonar los principios de la moralidad? A decir verdad, por poco que consideremos El prncipe y los Discursos, los pasajes en los que trata de la fortuna son tan numerosos que requeriran un estudio particular. Detengmonos en algunos de ellos. En prmer lugar, sobre aquel que Strauss considera decisivo. Esto es lo que escribe Maquiavelo en el ltimo pargrafo del cap-tulo xxv de El prncipe: Concluyo, pues, que siendo la fortu-na cambiante y aferrndose obstinadamente los hombres a su modo de actuar, tienen xito nentras ambos estn de acuer-do, pero fracasan tan pronto estn en desacuerdo. Yo creo fir-memente esto: que es mejor ser intrpido que prudente, por-que la fortuna es mujer y, para tenerla sometida, es necesario arremeter contra ella y golpearla. Y es comn verla dejarse ven-cer ms por estos que por los que actan con frialdad; ya que siempre, como mujer, es anga de los jvenes porque tienen menos respeto, ms ferocidad y la mandan con ms audacia.

    Mi primera observacin, que no considero menor, se refie-re al don que tiene Maquiavelo de hablar de las cosas serias _con humor y a la conveniencia de no olvidar la gracia de una imagen para entregar un supuesto mensaje en el que se desci-frara el significado del proyecto moderno. La imagen es la de una relacin amorosa: Maquiavelo sugiere que la conquis-ta de una mujer no es nunca segura, pero precisa que quien es impetuoso (impetuoso) tiene ms posibilidades de triunfar que quien es respetuoso (respettivo). Esto, ciertamente, no quiere decir que el hombre disponga de un saber que le asegure log_rar sus fines; que le haya sido concedida la facultad de reducir cual-quier situacin a sus datos materiales, a los datos de un proble-ma cuya solucin dependera del justo clculo de los medios. Maquiavelo toma, ms bien partido por la iniciativa arriesga-da que por el clculo. Si lo creemos, hay que recordar su cr-tica de los sabios de nuestro tiempo que tienen en la boca, de

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    6. Maquiavelo y la verit effetua/e

    la maana a la noche, el gozar de la ventajas del tiempo; es decir, de los conservadores apegados a su pretendida ciencia de la poltica, impotentes para comprender que el tiempo lo pone todo a sus pies y puede llevar consigo tanto el bien como el mal y el mal como el bien. Hay que recordar la admiraci_!l de

    Csar Borgia por lo osado de su empresa ... Mi segunda observacin, que apoya el ejemplo de Borgia

    y que confirman las reflexiones sobre los inconvenientes de la edad en el p!'._logo del segundo libro de los Discursos, se refie-re a la confianza de Maquiavelo en la juventud. Muy joven es en efecto el conquistador de la Romagna, muy joven tam-bin Lorenzo de Medici, a quien va dedicado El prncipe; muy jvenes tambin la mayor parte de los hroes romanos a los que la Repblica no tema cargar con las ms elevadas tareas. No cabe ninguna duda de que el deseo de cosas nuevas, la fal-

    de respeto por las tradiciones, se asocian a aquellos que toda-va no han renunciado a lo posible y suean con ser elegidos por la fortuna. Maquiavelo seala que la fortuna es cambian-. nentras que los hombres permanecen enteros. Es sta una conviccin que aplica en varias ocasiones, aunque a veces ten-ga que reconocer que los hombres son cambiantes. Pero el carc-ter de los jvenes no le parece todava completamente petri-ficado por el peso de la costumbre. Llega a decir de su prncipe nuevo que necesita tener presto el entendinento para girar segn lo que los vientos de la fortuna y las variaciones de las cosas le manden y [ ... ] , si puede, no alejarse del bien, pero saber entrar en el mal si hay necesidad. Cmo hacer ms sitio al acontecimiento, a la incesante movilidad de las cosas del mun-do, a la siempre de la complicacin? La comprensin de la se muestra en parte indisocia-ble de la exigencia de i?terpretar lo que se produce aqu y aho-ra dentro de constelaciones de hechos no queridos, que soli-citan una invencin de la accin. Sin embargo, no nos dejemos

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  • El arte de escribir y lo poltico

    guiar por una sola imagen. En el captulo nsmo que mencio-nbamos siguiendo a Strauss se encuentra otra, familiar a los humanistas y ya explotada por Alberti:Ja de la fortuna como. _ rfo salvaje .. Oponindose a los que niegan nuestro libre arbi-

    rVi;,"quiavelo estima que quiz sea verdad que la fortuna sea de la ntad de nuestras acciones, pero que, aunque as sea, !!()S deja_gobernar ms o meJ:lOS la otra ntac.fo. Compa-ra entonces la fortuna con un ro que, por falta de una cons-truccin capaz de contener su curso, asola todo peridicamen-te a su paso: As ocurre con la fortuna, que demuestra su potencia all donde no hay levantada fuerza alguna para resis-tirle [ ... ].Tal parece ser entonces la situacin de Italia, teatro de mltiples transformaciqn.es, a diferencia de Alemania, de Espaa y de Francia. Y baste lo dicho -escribe ms abajo Maquiavelo- para oponerse en general a la fortuna.

    Ciertamente, aqu nos entrega un pensanento que dirige tanto sus anlisis pr:oezas o de los errores de Csar Bor-

    -- gia como de la sabidura de los grandes fundadores. La virtu en prever, en forjar instituciones que resistan a la adver-

    sidad. Pero no concluyamos de ello que el hombre puede eli-minar la fortuna. Hemos de prestar atencin a las primeras palabras del captulo. Maquiavelo combate a aquellos que juz-gan que los asuntos de este mundo estn gobernados por Dios y por la fortuna, y concluyen de ello que la sabidura de los hombres es incapaz de enderezarlos. Tanto ridiculiza con com-placencia a aquellos que, imbuidos de su sabidura, ignoran que el tiempo lo pone todo a sus pies, como condena a aquellos que se descargan de su responsabilidad poltica invocando los designios secretos de la providencia o de la fortuna. A 'l.t1_ blanco apunta cuando habla de la fortuna y de la virtu aqu y

    Esta pregunta debe permanecer siempre con nosotros. El nico pasaje que me parece susceptible de justificar la tesis de Strauss est en de El prncipe, en el que el autor

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    6. Maquiavelo y la verit idfetuale

    alega los ms grandes ejemplos de fundadores: Moiss, Ciro, Rmu-lo, Teseo y otros parecidos a ellos ... Maquiavelo declara all que exannando sus acciones y su vida se ve que no obtuvieron de la fortuna nada ms que la ocasin, que les proporcion la materia sobre la que plasmaron la forma que mejor les pare-ci. Pero incluso en este caso cabe escrutar el contexto. De los fundadores que Maquiavelo juzga adnrables, precisa que nada puede pensar igualarlos. Al darlos coma. ejemplo acta a la manera de los buenos arqueros que, cuando la meta que quieren alcanzar les parece demasiado alejada, y conociendo el alcance de su arcos, ponen el punto de mira muy por enci-ma del lugar fijado [ ... ].As, el lector advierte que ya no se encuentra en el terreno de la verit effetuale,Adems, Maquia-vefo maneja la irona y la i[rever:encia respecto a Moiss de tal manera que la leccin ms segura del captulo parece consis-tir en la condena de los profetas desarmados, cuyo ms triste modelo al que una parte de los florentinos per-maneca todava ligada.

    De manera semejante, Maquiavelo contesta con fuerza en sus Discursos (II, 1) la idea de que la fortuna haya contribuido ms que la virtu a la grandeza de Roma; se opone a la opinin de Plutarco, que tambin parece haber sido sostenida por Tito Livio. Pero su argumento slo concierne a las instituciones militai:es de Roma. Esencial es entonces para l demostrar la superioric:l.q de_ una repblica cuya existencia reposa sobre la fuerza del pueblo en armas. Nada es dicho all que supere esta tesis. En el fapjtglo siguierite, se hace acompaar de un cua-dro de los que Roma realiz en Italia, de la destruc-cin de todos los regmenes libres, en particular el de los egl1s-,c:;o.s, los viejos toscanos cuya memoria es querida para los florentinos. Sealemos de paso que !a idealizacin de Roma es_ a dura prueba. La vuelta del autor sobre los po,cl_e:-res de la fortuna en los captulos XXIX y xxx nos persuade

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  • El arte de escribir y lo poltico

    de que los concibe como en El prndpe, e incluso los extiende: Repito [ ... ] que los hombres pueden secundar a la fortuna y no oponerse a ella; urdir los hilos de su trama y no romperlos. No creo que por esto deban abandonarse a ellos mismos[ ... ]. Es otro lenguaje el que tiene Maquiavelo en el libro primero de los Discursos cuando discute de las causas de la grandeza de la Repblica romana. Sealemos primeramente que en el pri-mer captulo se pregunta cules son los mejores sitios para implantar una ciudad. Es entonces cuando habla de la nece...,

    .. La eleccin de lugares estriles parece en principio pre-ferible porque los hombres operan por necesidad, o por elec-cin, y porque se ve en esto que la virtud es mayor all donde la eleccin tiene menos poder. Pero inmediatamente se dedi-ca a refutar esta opinin. Tal gnero de establecimiento sera bueno en efecto si los hombres se contentaran con lo que po-seen y no tuvieran el deseo de mandar a otros. Pero ste no es el caso. Los habitantes de una ciudad nueva estn, pues, expues-tos a las eventuales agresiones de sus vecinos; as, ms vale ele-gir una comarca frtil que procure los medios de la fuerza. Es verdad que el peligro viene entonces del interior; las ven-tajas del lugar tienen como consecuencia favorecer la expan-sin de la riqueza y tras ella la ociosidad y la molicie de las almas. La respuesta de Maquiavelo es que las leyes han de for-zar a los habitantes a la necesidad. En otros trminos, la nece-sidad bien entendida es lo que hay que imponer a los hom-bres para que renuncien a la lice,pcia a la que ellos mismos estaran dispuestos a abandonarse. La.C()l.Ccin de la ley es ms importante que la coaccin El captulo II, manifies-tamente .inspirado en Polibio: habla de la distincin entre formas de gobierno, de las que tres son buenas y las otras tres

  • El arte de escribir y lo poltico

    tras aparentan haber depuesto todo su orgullo y adoptado maneras populares; pero tan pronto quedan liberados de este temor dejan libre curso a su maldad. Un tirano gobierna arbi-trariamente; no es depositario de la ley, todos se inclinan ante l de manera que reina una aparente igualdad. Pero no debe-mos detenernos en las apariencias. ley se impone en el momento en el que se desencadena en los grandes la ambicin que antes deban disimular. Los hombres son o no son tofios

    La naturaleza humana es en s malva_da? Esta cues-a Maquiavelo. Y si nos empeamos en

    plantearla, chocaremos con enunciados contradictorios que, de hecho, slo adquieren su ua vez devueltos a su con-texto. En el autor declara (cap!lli() xyn) que de los hombres puede decirse en general esto: que son V()_li:-bles, hipcritas, falsos, temerosos del peligro y vidos de ganan-

    y, mientras les favoreces, son tuyos por entero [ ... ];en cam-bio, cuando se aproxima el peligro, te dan al espaldai>. Pero antes, en el captulo IX, cuando quera convencer al prneip nuevo de que no deba desarmar al pueblo, su opinin eran completamente diferente: deca en sustancia que por poco que el prncipe supiera mandar, dar nimo a sus sbditos y ser hom-bre de corazn nunca le faltar el pueblo. Mejor an: la con-clusin del captulo x deca que si el prncipe haba sabido no hacerse odiar por sus sbditos, encontrar en ellos, en caso de infortunio, el ms firme apoyo. Poco importa que un ejr-cito extranjero destruya el territorio y que ste se vea a su mer-ced, pues la naturaleza de los hombres es tal que igual se sien-ten obligados por los beneficios que hacen como por los que reciben. Es intil multiplicar las citas, la cuestin que plan-: tea Maquiavelo no se refiere a la natu:raleza huma!la, sino a la . ciudad. Su respuesta no deja esta vez lugar a dudas; es la mis-ma en El prncipe en los (captulo

    _Iv): En toda ciudad el del pueblo y el de los

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    6. Maquavelo y la verit effetuale

    grandes: el pueblo no quiere ser mandado, oprimido, por los grandes; los grandes quieren mandar, oprimir, al pueblo. Pero mucho ms claramente en los Discursos que en El prnci-pe extrae de esa asercin una enseanza: slo all donde el con-

    es decir, all 4onde el pueblo se mues-tra capaz de res!stii a la opresin de los grandes, se forjan buenas leyes y la republica merece verdaderamente su nombre. ; ----Ya he mencionado el pasaje en el que Maquiavelo, en opo-sicin a todos los historiadores, elogia los tumultos, cuyo teatro fue, peridicamente, Roma. Mejor es creer a Maquiavelo cuando introduce sus declaraciones por un yo digo, que cuando explo-ta la opinin de los otros. Por otra parte, la declaracin que evoco encuentra una fiel rplica en el prlogo de su Historias florentinas: A mi gusto, ningn ejemplo prueba mejor la fuer-za de nuestra ciudad que el de nuestros disensos, que habran bastado para aniquilar un nis y ms poderoso, mientras rlorenci:a pareci siempre extraer de ellos nuevas fuer-zas. No es a partir de una idea de la necesidad, de una idea de la vrtu, de una idea de la fortuna como se ordenan los an-lisis de Maquiavelo; todas estas ideas, que, no lo olvidemos, son vehiculadas por el discurso o, ms bien, los diversos y con-tradictorios discursos que dominan en su tiempo, slo se hacen operativas una vez_r_t;conocida la divisin constitutiva de la ciu-dad, de poltica; una vez rec;_ggo

  • El arte de escribir y lo poltico

    divjsin no es una divisin que sea el efecto de una necesidad nat:Ural surgida de la escasez de los bienes; es la divisin de _clos (el de omi_,J:E!J. y el de _110 ser

    P:rio::i_do) que slo se definen el uno por el --De esta verdad no hay que concluir que la discordia es bue-na en s. Toda sociedad poltica supone una

    es adquirida al precio de instituciones que la divisin de estos deseos, que prohben al pueblo satisfacer su humor, la concordia deviene el signo de una sociedad

    _ mutilada. Empleo a propsito este ltimo trmino, pues en tales condiciones un rgimen bien puede revelarse estable a largo trmino, eficazmente regulado por leyes, pero no permitir a la sociedad desarrollar todo lo que en potencia contiene.

    Si ciertamente queremos admitir que tal es la conviccin de Maquiavelo, cmo se juzgara que observe con neutralidad los diferentes regmenes y que sus declaraciones a favor de la repblica testimonien una simple preferencia? Contra la opinin de la mayor parte de los historiadores, dira enfaticamente, a la manera de Maquiavelo, sostengo que trata de la repblica como del rgimen conforme a la naturaleza de la ciudad, conforme a la sociedad poltica tal como se define, dentro de unos lmi-tes, por un cierto modo de constitucin -en el sentido ms amplio del trmino-y por un nombre propio: romanos, ate-nienses, espartanos, florentinos, turcos o :franceses.

    Qu significa conforme a la naturaleza ... ? Los empleos del trmino naturaleza son diversos. Por ejemplo, hablando Maquiavelo en El prncipe de las empresas de Luis XII en Ita-lia, seala que el deseo de conquistar es una cosa ciertamen-te muy ordinaria y segn naturaleza (captulo rn). Esta aser-cin parece reducir la naturaleza al orden de las pulsiones. La idea pierde todo significado normativo. Que el apetito de con-quista requiera para ser plenamente satisfecho un arte poltico, nico susceptible de asegurar la_ conservacin de lo que es adqui-

    264

    6. Maqmavelo y la verit tdfetuale

    ricio por la fuerza; que la posesin de este arte sea signo de la virtu del prncipe, esto parece indicar que el alto se engendra a partir del bajo. Sin embargo, en el mismo pasaje se dice que el deseo de dominar choca en el pas conquistado con el de los grandes establecidos all, o bien con el del pueblo. La expli-cacin de los :fracasos de Luis XII tiende a mostrar que err su golpe porque no comprendi de manera general la _nab.ir;: leza de la sociedad poltica y los caracteres palfl:culares del rgi-.men _a los que estaban sometidos los territorios que codicia-ba. No es lo observa Maquiavelo, iII1plantarse en una, s9ci_ed_ad sujeta a un dspota o a un tirano, que someter a un pueblo acostumbrado a obedecer a un prncipe hereditario; y QO es tampoco .lo mismo a un Estado en el que poderosos disponen de una fuerza propia, indepen-diente de la dl monarca, que combatir a una repblica.Vol-viendo en el captulo v sobre las dificultades de la conquista, el autor considera que en el caso de esta ltima hiptesis son . las ms arduas. De ah el juicio siguiente: Y quien se hace seor

    una ciudad ac_ostumbrada a vivir libre y no la destruye, espere_ser destruido por ella.,Esta declaracin slo parece cni-ca a los lectores que no estn atentos al propsito de Maquia-velo. Despus de haber razonado desde el punto de vista de un prncipe conquistador, y despus de presentar los diversos ejem-plos que explican las razones de su :fracaso, o de su xito, ter-mina concluyendo: En las repblicas hay ms vida, ms odio, ms deseo de venganza; no las deja, ni puede dejarlas descan-sar el recuerdo de la antigua libertad, as que el camino ms seguro es destruirlas o vivir en- ellas.

    As, la obEa. consagrada al gobierno de un prnci-pe y dirigida a 'un prncipe, es firmemente establecida la supe-rioridad de las repblicas. Descubrimos que en ellas hay ms

    en cualquier otro rgimen. Pero, en qu consiste . de una ciudad? E,n su vinculacin a la libertad. Y, cul

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  • El arte de escribir y lo poltico

    es el de una ciudad libre? All el hp:i!J.re no depende del hombre, _a laJey. La repblica es el rgi-men en el que es reconocida la igualdad de los ciudadanos ante

    iAer\..._. - ....... .... --.. - .. ,. - - ,.- - " . la ley. O sea, es una iguaf ae principio. En los hechos, los hom-bres son d_esigua_l_es: los grande:s quieren el pueblo se defie11Cle. Sin embargo, e fondo ele la igualdad las leye positivas a los la divisin social, es

    _aJos co_Ilf!ictQs,Al abrigo de las leyes establecidas, los grandes buscan no slo conservar sus riquezas y su fuerza, sino ad-quirir ms, pues segn Maquiavelo es enormemente ingenuo creer que el hecho de poseer inclina a la moderacin: el deseo de tener es insaciable. A este deseo. el pueblo opone reivlli-- -dicaciones: desea.estarse.guro, beIJ.eficiarse de las ventajas mate-riales. y, sobre todo, no ser oprimido. S6lo en razn del temor que inspira el puebo, la ra se ;e cq;iccionada. a la

    _

  • El arte de escribr y lo poltico

    simular _ac_tya.i; segn los principios de la moral y de la religin, h-acer creer en su apariencia -;algo esencial, pues en tal rgi-men todos tienen los ojos puestos en l y cada uno depende de su persona y no de la ley.

    De nuevo apreciamos la que toma Maquiavelo frente a la filosofa poltica de los antiguos. Si admitimos que

    y que puede servir de norma al gobierno de un prncipe, si admitimos inclu-so que hay una diferencia entre la repblica tal cual debera ser y todas las repblicas que han existido, comprendida la Rep-blica romana, que, no lo olvidemos, se hundi en el cesarismo, no es menos cierto que .fy1aquiavelo abandona la_ idea de una sociedad armoniosa, gobernada por los mejores, cuya consti-tucin sera concebida para descartar el-peligro de las innova-ciones y que procedera del conocimiento de los fines ltimos del hombre y de la ciudad. Suponiendo que Maquiavelo man-tuviera el concepto de}it?.;ste adquiere un significado com-pletamente nueyo. a lo que tiende la ciudad es a ase-gurar la no es confundida con la licencia o, para emplear un lenguaje ms moderado, 1?- en el recono-cimiento pblico del derecho de cada cual a hacer lo que le plazca. La lipertad poltica se comprende por es la afirmacin de un modo de coexistencia dentro de ciertas

    _fronteras, tal que nadie tiene decidir acerca de los asuntos de todos, es decir, para ocupar el lugar del poder. La cosa pblica no puede ser la cosa de uno solo o de una minora. La ]ib(;!rtag, planteada cgmo fin, implic;a la negacin de la tirana, sean cuales sean sus Pero tam-bin la n,egacin de cualquier instancia que se arrogue el saber de lo que es el bien com11,_ es decir, la negacin de la filoso-

    . fa_ en tanto que ella pretende, aunque sea distinguiendo el ideal de la realidad, fijar las normas de la organizacin social, con-cebir lo que es la vida buena la ciudad y del individuo en

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    la ciudad. Considerando la famosa declaracin segn la cual parece ms conveniente seguir la verdad efectiva de la cosa que su imaginacin, se concluye demasiado deprisa que la preo-cupacin por lo que es borra la preocupacin por lo que debe ser. La crtica de la imaginacin hace as descuidar una crtica ms profunda que se refiere- al estatuto del saber, no tanto del legislador, que -se nos sugiere- por extraordinaria que sea la altura de su vista se gua precisamente por la veit effetuale -usa la fuerza y se muestra hbil para explotar la creencia-, cuanto del filsofo. No se le reprocha ms ceder a la omnipotencia del pensamiento que ser un soador? Tal duda no afecta slo, ni principalmente, a la construccin de Platn en la Repbli-ca, pues es portadora de los signos manifiestos de una ficcin lgica; alcanza a cualquier representacin del rgimen bueno en s, en particular la que esboza Aristteles en los ltimos cap-tulos de la Poltica. Si la divisin no es una divisin de hecho, si cualquier ciudad, cualquier sociedad poltica se ordena en funcin de los efectos de la divisin, la postura a favor de la cual el filsofo compone el cuadro del buen rgimen despier-ta la sospecha. No puede suponerse que esta sospecha est ligada para Maquiavelo a la crtica que suscita el republica-nismo florentino, el cual precisamente sus ttulos de legi-timidad en la filosofa poltica clsica? Que esta filosofa se haya convertido en una ideologa, o al menos que la alimente, pue-de explicarse por mltiples acontecimientos, el menor de los cuales no es el nacimiento de una nueva religin, ella misma surgida de la formacin del Imperio romano y de su descom-posicin. Pero que convengamos que las intenciones de los fundadores de la filosofa poltica son desconocidas en el pre-sente no nos dispensa de interrogarnos acerca de las razones por las que los principios en otros tiempos formulados se pres-taron a un cierto tipo de distorsin. No es filosfica esta in-terrogacin? No es el curso de los acontecimientos el que infli-

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  • El arte de escribir y lo poltico

    ge un ments al los viejos filsofos por no dejar de advertir que la instauracin del buen rgimen era improbable, o imposible. Es ms bien la persistencia, si no de este ideal, al menos de la nocin de un rgimen que se aproximara, el rgi-men mixto, la que incita a descubrir en la filosofia misma efec-tos no queridos, que no carecen sin embargo de causas.

    La __ :l_e Maquiavelo, su voluntad de seguir la ver-dad efectiva, pensamos que se.reconoce mejor en su __ concep-ci>!l _9.e_la divisin social y de la libertad poltica. Por qu son indisociables? En lo ms profundo, insistamos una vez ms, la

    _ social es la divisin de dos deseos: el mandar, opri-mir, y d de no ser mandado, oprimido. En i.in.-senfido, este segundo deseo, el del pueblo, es deseo de libertad. Esta Con-viccin se refuerza con la lectura del captulo v de los Discw-_sos, en el que Maquiavelo se pregunta: A quines confiar con ms seguridad la salvaguarda de la libertad, a los grandes o al pueblo ... ?. En el curso de su argumento establece que hay que poner como guardianes de una cosa a aquellos que tienen menos deseo de usurparla. Y, sin duda, observando los pro-psitos de los nobles y de los plebeyos, veremos en aqullos un gran deseo de dominar y en stos tan slo el deseo de no ser dominados y, por consiguiente, mayor voluntad de vivir libres. Basta, sin embargo, con considerar el carcter de dos rdenes de ciudadanos, o hay ms bien que considerar el carcter de la ciudad? En este lugar el argumento se bifurca. El autor opera una qistincin entre ciudades cuyo principal objetivo es con.,-servarse y ciudades cuyo principal objetivo es extenderse .. Una vez ms, parece adoptar la posicin de un observador neutro. Porque procedan de la limitaron a un pequeo nmero de ciudadanos el derecho de participar en los asuntos pblicos; Roma, en cambio, slo pudo dar satisfaccin a sus apetitos de conquista buscando el apoyo del pueblo. No sigamos esta pista que, por otra parte, y

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    contrariamente a una opinin extendida, no desemboca en la constatacin de que los imperativos de la fuerza son los ni-cos que deciden el papel que el pueblo debe desempear al servicio de la libertad. Roma tiene ms vida que Esparta; Flo-rencia ms que al trmino del captulo VI juzga Maquiavelo que biep._hay que to.mar a C()m() model2 que a las otras No pondera las ventajas y los de las dos formas de socie4ad: Encontrar -dice- un trmino medio entre estas dos formas me parece imposible. Las __ entre el senado y el pue-blo de la grandeza de l; Repblica. Ms iITl.portante me parece volver sobre la idea de que no pode-mos atenernos al parecer de los dos rdenes de ciudadanos para comprender en qu consiste la libertad poltica. En deseo del pueblo, ms fiable que el de la capa dominante, slo

    _se sostiene oporiind;;-;;-;-deseo contrario; la mejor repbli-no es slo que no lo consiga sino que no tiende a supri-

    mir el mando, que encierra siempre la opresin. All donde se extienden instituciones libres, subsisten los grandes, que per-siguen sus propios objetivos: la riqueza, el poder, los honores. A su manera son sus apetitos, sin embargo, estn con-t;;i:ridos; los frena. De otro lado, por obstinado que sea el deseo delpueblo c:le no_ser mandado, nunca alcanza su obje;-_ti.y;. El libre, si ser libre supone librar:-se de toda dominacin. .

    Para nosotros, lectores que hemos conocido la empresa extraordinaria que bajo el nombre de comunismo se dio como fin la plena emancipacin del pueblo, la leccin de Maquiave-lo es plenamente confirmada por la historia. De la destruccin de una clase dominante surgi no una sociedad homognea, sino una nueva figura de la divisin social. sta, observbamos, no es una divisin de hecho, por esta razn el supuesto triun-fo del pueblo es acompaado de una nueva escisin entre una

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    rrnora que desea mandar, oprinr, poseer, y los otros. La rep-blica, las insti_t:ticiones libres, slo. viven de la separaci!J.-d! _dos aseo5:ta fecundickd iey depende-de-la intensidad de su -()p.()sicin, y p;;to-que duda de que el d;;,eo de los gran-des, si no encuentra obstculo, no deja de crecer, la intensidad de la oposicin depende del vigor de la resistencia del pueblo. Acabo de recordar que el argumento segn el cual la decisin de lanzarse a una poltica de conquista no bastaba para dar cuen-ta del papel que haba ejercido el pueblo en la edificacin de instituciones a favor de la libertad. En efecto, que Maquiavelo erija a Roma como modelo no significa que apele a los floren-tinos a lanzarse a empresas comparables a las de los romanos. Lo esencial es que se preserve l_a idea de ciudadano-soldado, que supone que los que mandan comprenden que la supervivencia de la repblica requiere la extensin de los derechos polticos. Es verdad, sin embargo, que su argumentacin se gua por la conviccin de que algunas instituciones libres estn asociadas a algunas instituciones militares, ya sea al servicio de la exten-sin del territorio, ya sea al servicio de su defensa. A la luz de la historia de las democracias modernas, podra confirmarse esta conviccin por una reflexin sobre hechos de otro orden. All donde el deseo de poder se invierte en la c9nquista industrial, tiende a hacer reinar una opresin sin freno. Bajo la apariencia de la igualdad ante la ley se reproduce una escisin entre los grandes y la multitud. No es por haber satisfecho su ambicin por lo que moderan los procedimientos caractersticos del capi-talismo salvaje y renuncian a ellos; es ms bien porque chocan con la resistencia de aquellos a los que necesitan para conservar-se y extender el campo de sus beneficios; es tambin porque los principios de la sociedad poltica procuran a stos la posibilidad de hacer valer lo que descubren como sus derechos.

    La mejor repblica -entendmonos, la repblica cuyas ins-tituciones no estn destinadas a fijarse completamente al ser:...

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    vicio de la preservacin de una oligarqua; la repblica don-de hay ms vida- no _da una solucin al problema poltico. Se distingue bien por un abandono tcito de la idea de

    por la acogida que hace a la divisin y, por efecto de sta, al cambio; y, a la vez, por las oportunidades que ofrece a la accin. En las otras formas de gobierno, slo hay un actor principal o una minora. En la tirana, el prncipe posee el monopolio de la accin, incluso cuando pueila entrar en esce-na el conspirador. En la oligarqua, el juego es ms abierto, sus miembros se vigilan unos a otros y buscan eventualmente tomar la delantera. En cambio, e11 una repblica del tipo de la Repbli-ca romana es considerable el nmero de ciudadanos que en el curso del tiempo son llevados a asumir responsabilidades y a tomar iniciativas cuyos efectos son decisivos para la suerte del rgimen. La conducta de cada uno de ellos, sus mviles, sus resultados, suscitan la interpretacin y el juicio: generan debate. Maquivelo, que viviendo en una repblica ha tenido_ la experiencia de los conflictos que movilizan a mltiples acto-res y son tambin, de una u otra manera, activados por ellos,

    en la Repblica romana una especie de laboratorio que le permite, exarrnando siempre casos particulares, distin-guir una amplia variedad de esquemas de accin. Hombres preocupados por obedecer las leyes toman decisiones que, sin saberlo, hacen correr a la ciudad, en tal o cual circunstancia, los mayores riesgos; otros que manifiestan una virti't ejemplar al transgredir una orden del Senado y cuya desobediencia pro-duce el mas afortunado de los efectos; otros intentan montar un complot contra el rgimen, pero sus procedimientos, efi-caces en condiciones diferentes, les son funestos; la suavidad o la brutalidad en el mando se muestra, segn el momento, bue-na o nefasta. De aqu se extraen consideraciones generales, pero que tienen en cuenta cada vez la naturaleza de la situacin. Es cierto que el marco de la investigacin no se limita a Roma.

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    As, la conducta de J\!:bal no es menos instructiva que la de Escipin, precisamente porque sus mtodos y los hombres sobre los que se ejerce su autoridad son diferentes. En cuanto a Epa-minondas, proporciona el ejemplo de la accin ms audaz, guiada por el conocimiento de los historiadores y filsofos, y dndose como fin la liberacin del pueblo. Pero no hay duda de que-l!: repblica suscita la reflexin sobre la accin:; pues no se oculta en ella la experiencia del tiempo. El escritor sugie-re que el tiempg,.tomado en s mismo, I1 se deja aprehende_r_ ni bajo el signo de la corrupcin, ni bajo el del progreso. En el captulo VI de los Discursos, justo antes de concluir que el mejor modelo es Roma y que sus divisiones le fueron ben-ficas, observa que:[ ... ] Todas las cosas humanas estn en movi-miento y no pueden permanecer fijas, y aade que el mo-vimiento eleva o rebaja. Tal es la razn por la que la repblica es superior a todos los otros regmenes: se presta al movimien-

    .. to. Experimentando la consigue obtener la mayor Pero adems, haciendo sensible la indetermina-

    cin que se vincula a todo establecimiento humano, permi-te c:l.escubrir el papel del individuo, una capacidad de juzgar y de actuar que;cualesquiera que sean los motivos o los mvi-les, excede del marco de sus instituciones, el de las leyes o el de la costumbre.

    As, cuando el lector se detiene en los anlisis de El prn-dpe que le parecen el testimonio del punto de vista de un mero observador desvinculado de su objeto, no slo olvida que los Discursos hacen todava un sitio mayor al estudio de las conduc-tas ms diversas, e incluso contrarias, sino que no comprende que slo un republicano es susceptible de sealar el lugar del Sujeto, su libertad, e interrogar la accin en cuanto accin. All donde la monarqua es de derecho divino, o bien all don-de los pueblos estn acostumbrados a someterse a algunos cuya dominacin es percibida como natural, es posible siempre que-

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    6. Maquiavelo y la verit effetuale

    jarse de la conducta del seor o de los seores, pero el poder aparece orgnicamente ligado a la sociedad. En cambio, des-de el momento en que se enfrentan unos partidos, la plura-lidad de las elecciones posibles excita el inters y desaparece la idea de fatalidad.

    Maquiavelo est lejos de ceder al vrtigo de una libertad de que abrira al Sujeto en todo momento y lugar el cam-

    po entero de las posibilidades. Sostiene que eJ actor poltico, el ciudadano decidido a defender el bien comn, o el conspi-rador, o incluso el prncipe capaz de lanzarse a la empresa des-mesurada de crear un rgimen completamente nuevo, no pue-de, ya lo hemos dicho, dejar de seguir la verit effetuale si quiere triunfar. Considera que las 1stituciones tienden a modelar el carcter del pueblo y de sus dirigentes. Pero, como ya observa-ba Aristteles,_i? ni se reproducen como plantas. No slo J:!evan en su origen la impronta de la mano del hombre, sino que requieren para durar la accin de los individuos -aunque esta accin se pervirtiera hasta el punto de hacerlas obrar en su propia servidumbre.11 anlisis de las formas de sociedad pol-tica induce, pues, al examen de las formas de accin y vicever-

    . sa. Hay dos polos de experiencia y dos polos de conocimien-.t_? cuya es O, para decirlo en un lenguaje. moderno: Ja reflexin sobre lo poltico y la reflexin sobre la poltica son y, a la vez, se entrecruzan.

    Todo p_ares)! sin embargo suceder como si para muchos lo poltico noble y lq poltica trivial. No conmueve lo ms mnimo ver a Aristteles preguntarse por qu medio lograra una tirana conservarse, pues esta investigacin se sita en una obra destinada a frjar los rasgos de los diversos regmenes pol-ticos y del mejor posible. Pero indigna que Maquiavelo estu-die las acciones ms variadas, incluidas las ms repugnantes, y quiera comprender, dado un cierto estado social, una cierta coyuntura y una cierta configuracin de fuerzas, lo que reve-

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    lan del deseo de quienes las ejercen, de su capacidad de medir los efectos de su decisin, o de los humores del pueblo. Sin embargo, nadie se escandaliza de que un historiador rena los errores cometidos por Hitler a lo largo de su carrera -en par-ticular el de haber atacado a Rusia-, o bien los errores cometi-dos por Stalin -en particular el de haber tenido fe en su alian-za con Hitler. El historiador no es por eso acusado de defender el nazismo o el estalinismo. En cambio, Maquiavelo es juzga-do diablico por haber desplegado el ms amplio abanico de figuras de la accin poltica. Pero, en definitiva, por qu?

    :all, con una agilidad deslumbran-mismo al movimiento, estar

    siempre en movimiento-, lo que tiene sentido de lo que no Qu hay das para la le:ffio:..

    c:;rac:;ia a los ojos de quien la ama? Que-sus--di;!g;ri"res-sea!.1 que estn entregados a la de sus

    particulares o que acten como imbciles?Verdaderamente, la cuestin no es slo planteada por el filsofo; el ciudadano corriente, cuyo punto de vista es tan querido para Leo Strauss, se la plantea con :frecuencia. Maquiavelo no pone a todos los regmenes en el mismo plano, ni mucho menos sugiere que el terror sea un medio de gobierno como cualquier otro; se pre-gunta ms bien en qu condiciones puede ejercerse con xi-to, habida cuenta de los fines perseguidos. Slo veo un escri-tor que sin nombrarlo y sin generalizar su proceder lo haya seguido por este camino: Edgar Quinet. En su Revolucin, 177 no teme demostrar que los terroristas no comprendieron en 1793 lo que era el terror, que se equivocaron de poca, pues la suya los condenaba al fracaso, y que se equivocaron al componer un modelo del verdadero terrori> tal y como se lo practicaba

    177 .Edgar Quinet, La Rvolution, Belin,Paris, 1987, con prlogo de Clau-de Lefort [N. del T.).

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    en otro tiempo en Venecia o bajo el Imperio romano. Quinet fue insultado. Crey deber defenderse en la segunda edicin de su libro, explicar la funcin de su argumento y protestar por su vinculacin al espritu de tolerancia. Otro tiempo ... Yo creera de buen grado que, si Maquiavelo hubiera tenido la ocasin, no habra querido justificarse. Escriba para los que quisieran entenderlo y no imaginaba convencer a sus enemi-gos. Adems una al deseo de conocimiento el gus-o del humor. Esto es suficiente para levantar contra l, a travs de los siglos, a un gran nmero de sus lectores y para extraviar a otros que deseaban convertirlo en un amigo del pueblo. El J1:1icio de

    sobre el autor del El prncipe da en la diana. En un pasaje malvado para con los filsofos alemanes escriba: Mas cmo sera capaz la lengua alemana de imitar siquiera en la prosa de Lessing, la marcha de Maquiavelo, quien en su Prn-cipe nos hace respirar el aire seco y fino de Florencia y no pue-de evitar exponer el asunto ms serio en una impetuosa mar-cha de allegrssimo, acaso no sin un malicioso sentimiento de artista por el contraste que osaba llevar a cabo, -pensamien-tos largos, pesados, duros, peligrosos, al ritmo de galope del ms insolente buen humor?. 178

    178. E Nietzsche, Par-dela le bien et le mal, aphor. 2 8 (trad. cast. del origi-nal alemn Ms all del bien y del mal, Alianza, Madrid, 1972, aforismo 28).

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    t .,