las viudas e manuel castañón · 2019-06-21 · (barral editores, barcelona, 1978): «cesar...

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Los Cuadernos de Literatura LAS VIUDAS ABUSADOS José Manuel Castañón e on este título del escritor ancés Ana- tole de Moazie que incluye viudas abu- sivas o abusadoras de la gloria de sus esposos como si les correspondiera a ellas en exclusividad opinar de la vida y obra de los grandes hombres con quienes compartieron el lecho nupcial, vamos a tratar de la viuda del sublime poeta indohispánico César Vallejo, la ancesa Georgette Philipard i contradicción bo la sábana), quien sobrevivió al poeta cua- renta y seis años, transcurridos la mayor parte -desde mediados de los cincuenta- en la ciudad de Lima. Yo tuve relación epistolar con ella a raíz de la publicación de mi libro «Pasión por Vallej(Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, 1963). Al sublime poeta no cabía sentirle con an de lucro y, por tanto, el producto de los ejemplares que se pusieron a la venta se lo giré a Georgette a Lima. Me respondió agradeciéndo- melo, pero a la vez mostrándome inquina hacia el editor Gonzalo Losada y los amigos Larrea, Abril Yurkevitch. Sintiéndola torturada le res- pondí que pensara en las satiscciones que pu- diera recibir de las personas que no tuvimos la suerte de conocer personalmente al poeta de las inmensas Américas aún inéditas, lo que vale de- cir AMERICA DE LA ESPERANZA. En mi primer viaje al Perú quise conocer a Georgette, pero mi admirado amigo Juan Mejía Baca, gran editor y librero, me aconsejó: «A la chola (como humorísticamente la llamaba) no te interesa conocerla». De la misma opinión e- ron otros amigos peruanos. Ello unido a los con- flictos que tuvo la viuda abusadora con quienes habían sido sus amigos, me curaron de intentar el menor trato personal. En mi segundo viaje al Perú volví al pueblo natal del poeta, a Santiago de Chuco ierra de mi Perú, Perú del Mundo y Perú al pie del Orbe. me adhiero, donde recibí la mayor satisc- ción que pudo darme a propuesta de don Pablo Alcántara, casado con una sobrina del poeta, mi pasión española por Vallejo: ser nombrado hijo adoptivo de la provincia de Santiago de Chuco y conocer a miliares del poeta, gente buena, can- dorosa, con la que también estaba en conflicto Georgette, la viuda abusadora que se negó a repa- triar los restos de su esposo con el que no tuvo hi- jos sino abortos, lo que tanto torturó a César Va- llejo hasta recordarlo en su Evangelio santamente revolucionario, «España, aparta de mí este cáliz», prometéica procía supercristianomaista: 77 «Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! Serán dados los besos que no pudisteis dar! Sólo la muerte morirá! La hormiga traerá pedaci tos de pan al elente encadenado a su brutal delicadeza; volverán los niños abortados a nacer peectos, espaciales y trabajarán todos los hombres, engendrarán todos los hombres, comprenderán todos los hombres!» La muerte de Georgette e divulgada por una agencia internacional del Perú bajo las si- glas AFP y, parece ser que antes de morirse en Lima, legó a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios sus propiedades y noventa y dos poe- mas inéditos. Ojalá sean del esposo; pero si ella presentó en vida toda la obra poética de César Vallejo en csímiles, tendrá que ser un gran poeta AL AMOR DE VALLEJO, como lo e Juan Larrea hasta su muerte en la Córdoba ar- gentina, quien tenga que darnos de ese ha- llazgo que se saca de la manga la viuda abusado- ra de la gloria de su gran esposo. Georgette (menos mal) se lamenta de su ob- cecación al negarse a repatriar al Perú los restos de su esposo que yacen en el cementerio pari- sién Du Sud (Montparnasse), a perpetuidad des- de el 3 de abril de 1970, con unos versos de la viuda abusadora, quien después de muerto Va- llejo quiso darse a conocer como poetisa con su libro sque le Chaus. En vez de poner sobre la tumba del poeta algún verso, por ejemplo, del SERMON SOBRE LA MUERTE, prefiere po- nerlo de su cosecha: J'ai tan neigé!pour que tu darme (Yo he nevado tanto/para que tu duerma. La generosidad del Perú esperemos que ahora pueda repatriar los restos del poeta, aun recono- ciendo a Georgette -ipobre viuda abusadora!- que los haya conservado en París, junto a los de su madre, pagando a perpetuidad la tumba. Esos restos deben ser devueltos a su país natal y hon- rarlos hasta que su cadáver resucite en una Nue- va América, abrazando al primer Hombre de la Humanidad Nueva que anuncia -según Juan Larrea-, no cantando la Cruz sino embarcándo- se en la Cruz redentora, la que ha cargado por Amor desde su poema primerizo de LINEAS con el sús aun mor de otra gran yema, hasta el MASA de su evangelio santamente revoluciona- rio, donde el cadáver, su propio cadáver, terco en seguir muriéndose, resucita ante el clamor que él busca en todos para abrazar al primer hombre (el Hombe nuevo de una nueva huma- nidad, por la que lucha tanto el cristianismo pu- ro como el marxismo puro hacia la síntesis re- dentora, ya sin dualidad materia-espíritu), y ECHARSE A ANDAR... Por supuesto, en la procía larreana, más allá de la Contrarrerma, más allá de Roma, antítesis de Amor. Una vida poética tan a la altura del Aconca- gua, como es la de Vallejo para Larrea, es natu- ral que dé para interpretarla a todos los gustos, según se mire a la estrella Polar o a la Tierra.

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Page 1: LAS VIUDAS e Manuel Castañón · 2019-06-21 · (Barral Editores, Barcelona, 1978): «CESAR VALLEJO POETA ABSOLUTO». Juan Larrea, tan metido en Vallejo, negando su propio yo en

Los Cuadernos de Literatura

LAS VIUDAS

ABUSADORAS

José Manuel Castañón

e on este título del escritor francés Ana­tole de Moazie que incluye viudas abu­sivas o abusadoras de la gloria de sus esposos como si les correspondiera a

ellas en exclusividad opinar de la vida y obra de los grandes hombres con quienes compartieron el lecho nupcial, vamos a tratar de la viuda del sublime poeta indohispánico César Vallejo, la francesa Georgette Philipard (mi contradicción bajo la sábana), quien sobrevivió al poeta cua­renta y seis años, transcurridos la mayor parte -desde mediados de los cincuenta- en la ciudadde Lima.

Y o tuve relación epistolar con ella a raíz de la publicación de mi libro «Pasión por Vallejo» (Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, 1963). Al sublime poeta no cabía sentirle con afán de lucro y, por tanto, el producto de los ejemplares que se pusieron a la venta se lo giré a Georgette a Lima. Me respondió agradeciéndo­melo, pero a la vez mostrándome inquina hacia el editor Gonzalo Losada y los amigos Larrea, Abril Yurkevitch. Sintiéndola torturada le res­pondí que pensara en las satisfacciones que pu­diera recibir de las personas que no tuvimos la suerte de conocer personalmente al poeta de las inmensas Américas aún inéditas, lo que vale de­cir AMERICA DE LA ESPERANZA.

En mi primer viaje al Perú quise conocer a Georgette, pero mi admirado amigo Juan Mejía Baca, gran editor y librero, me aconsejó: «A la chola (como humorísticamente la llamaba) no te interesa conocerla». De la misma opinión fue­ron otros amigos peruanos. Ello unido a los con­flictos que tuvo la viuda abusadora con quienes habían sido sus amigos, me curaron de intentar el menor trato personal.

En mi segundo viaje al Perú volví al pueblo natal del poeta, a Santiago de Chuco (Sierra de mi Perú, Perú del Mundo y Perú al pie del Orbe. Yo me adhiero!), donde recibí la mayor satisfac­ción que pudo darme a propuesta de don Pablo Alcántara, casado con una sobrina del poeta, mi pasión española por Vallejo: ser nombrado hijo adoptivo de la provincia de Santiago de Chuco y conocer a familiares del poeta, gente buena, can­dorosa, con la que también estaba en conflicto Georgette, la viuda abusadora que se negó a repa­triar los restos de su esposo con el que no tuvo hi­jos sino abortos, lo que tanto torturó a César Va­llejo hasta recordarlo en su Evangelio santamente revolucionario, «España, aparta de mí este cáliz», prometéica profecía supercristianomarxista:

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«Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! Serán dados los besos que no pudisteis dar! Sólo la muerte morirá! La hormiga traerá pedacitos de pan al elefante encadenado a su brutal delicadeza; volverán los niños abortados a nacer perfectos, espaciales y trabajarán todos los hombres, engendrarán todos los hombres, comprenderán todos los hombres!»

La muerte de Georgette fue divulgada por una agencia internacional del Perú bajo las si­glas AFP y, parece ser que antes de morirse en Lima, legó a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios sus propiedades y noventa y dos poe­mas inéditos. Ojalá sean del esposo; pero si ella presentó en vida toda la obra poética de César Vallejo en facsímiles, tendrá que ser un gran poeta AL AMOR DE VALLEJO, como lo fue Juan Larrea hasta su muerte en la Córdoba ar­gentina, quien tenga que darnos fe de ese ha­llazgo que se saca de la manga la viuda abusado­ra de la gloria de su gran esposo.

Georgette (menos mal) se lamenta de su ob­cecación al negarse a repatriar al Perú los restos de su esposo que yacen en el cementerio pari­sién Du Sud (Montparnasse ), a perpetuidad des­de el 3 de abril de 1970, con unos versos de la viuda abusadora, quien después de muerto Va­llejo quiso darse a conocer como poetisa con su libro Masque le Chaus. En vez de poner sobre la tumba del poeta algún verso, por ejemplo, del SERMON SOBRE LA MUERTE, prefiere po­nerlo de su cosecha: J'ai tan neigé!pour que tu darme (Yo he nevado tanto/para que tu duermas).

La generosidad del Perú esperemos que ahora pueda repatriar los restos del poeta, aun recono­ciendo a Georgette -ipobre viuda abusadora!­que los haya conservado en París, junto a los de su madre, pagando a perpetuidad la tumba. Esos restos deben ser devueltos a su país natal y hon­rarlos hasta que su cadáver resucite en una Nue­va América, abrazando al primer Hombre de la Humanidad Nueva que anuncia -según Juan Larrea-, no cantando la Cruz sino embarcándo­se en la Cruz redentora, la que ha cargado por Amor desde su poema primerizo de LINEAS con el Jesús aun mejor de otra gran yema, hasta el MASA de su evangelio santamente revoluciona­rio, donde el cadáver, su propio cadáver, terco en seguir muriéndose, resucita ante el clamor que él busca en todos para abrazar al primer hombre (el Hombe nuevo de una nueva huma­nidad, por la que lucha tanto el cristianismo pu­ro como el marxismo puro hacia la síntesis re­dentora, ya sin dualidad materia-espíritu), y ECHARSE A ANDAR... Por supuesto, en la profecía larreana, más allá de la Contrarreforma, más allá de Roma, antítesis de Amor.

Una vida poética tan a la altura del Aconca­gua, como es la de Vallejo para Larrea, es natu­ral que dé para interpretarla a todos los gustos, según se mire a la estrella Polar o a la Tierra.

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Quien más recientemente lo ha hecho -y por eso le cito-, es el psiquiatra de profesión y hu­manista de vocación Juan Francisco Rivera Fei­jóo, en su obra «César Vallejo: Mito, Religión y Destino» (AMARU Editores, S. A. La Victoria, Perú, 1984). Se trata de un estudio caracterológi­co desarrollado con base científica muy respeta­ble en cuanto se trata a un paciente con método psicoanalítico que le autoriza a expresarse como se expresa; pero en esa negación vallejiana del

propio yo por Amor (galoneándome de ceros a la izquierda, los que siguiéndole también se anulan por Amor), respetando el estudio del peruano Rivera Feijóo, nosotros nos quedamos con el Juan Larrea que trabaja con la imaginación (la imaginación es superior al conocimiento, dijo na­da más y nada menos que el científico Albert Einstein) desde su «Profecía de América», dán­donos de intermedio en su vida profesora! cor­dobesa, su «César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón», que convierte -isiempre con su César!- en proféticos trabajos dentro y fuera de su trascendental creación «Aula Valle­jo», hasta por fin tratarlo en la POESIA COM­PLETA, Edición crítica y exegética a su cuidado (Barral Editores, Barcelona, 1978): «CESAR VALLEJO POETA ABSOLUTO».

Juan Larrea, tan metido en Vallejo, negando su propio yo en idéntico Amor, fue comprendi­do mejor que nadie para satisfacción de cuantos le admiramos, con estas frases del gran huma­nista peruano Antenor Orrego a propósito de la obra de Larrea «César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón», completada luego con las tres magníficas conferencias pronunciadas en la Biblioteca Nacional de Montevideo a ges­tiones de su admirado Uruguay González Poggi y luego editadas en libro: «César Vallejo héroe y mártir Indo-hispano» (Biblioteca Nacional, Mon­tevideo, 1973), triunfo del espíritu vallejiano en

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un Uruguay tan conflictivo. He aquí las frases del andero de Vallejo, Antenor Orrego:

«Es un acierto presentar al poeta como el sím­bolo vivo de un nuevo mundo que adviene en América superando las trágicas contradicciones de la crisis mundial a través del sacrificio y de la crucifixión de España. La poesía de Vallejo no es una poesía estrictamente individual, sino la versión universal de una nueva realidad que pal­pita hoy en el trasfondo espiritual, en el incons-

ciente colectivo del mundo, como usted dice, especialmente de América y de España. La reali­dad europea anterior, por mucho que aún brille su magisterio, es definitivamente pasado para nosotros. Estoy completamente de acuerdo con usted. Mi pensamiento más íntimo y reciente gi­ra alrededor de esta convicción. Y Vallejo es uno de los prototipos que encarna esta concien­cia. Cada vez adquirirá su obra una significación más universal y profética. Esta trayectoria fulgu­rante la vi desde que prologué TRILCE. Su con­firmación es una de las más hondas alegrías fra­ternales. La lectura de su conferencia me ha producido una efusión tan rebosante de lumbre interior, que ha sacudido integralmente mi es­píritu. Le felicito con todo corazón y desde aquí le estrecho fraternalmente contra mi pecho. ANTENOR ORREGO (De una carta fechada en Miraflores, Lima, el 9 de diciembre de 1958, tras la lectura de «César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón», e incluida íntegra «Al Amor de Vallejo» de Juan Larrea (Ediciones Pre-textos, Valencia, España, 1980).

Por todo lo anterior, clama la ignorancia (lo la mala fe?) de la agencia informativa que desde Lima divulga la muerte de la viuda abusadora sin respeto para los dos poetas españoles que más cerca estuvieron de Vallejo. A Gerardo Diego se le califica de escritor y político radical cuando no fue ni lo uno ni lo otro. Se informa

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que molestó a la viuda de Vallejo por haber re­cordado en una conferencia que dio en Lima a mediados del sesenta, la pequeña deuda que con él tenía contraída el poeta peruano y que la viuda, indignada, le arrojó centenares de mone­das que llevaba en una cesta en medio del estu­por general. Y la nota informativa da a Juan La­rrea como argentino, confundiendo tal vez con el Larreta de «La Gloria de Don Ramiro», que aquí no tiene pito que tocar.

Y o quiero salir ahora en defensa del gran poe­ta del creacionismo español Gerardo Diego, por­que las cartas cariñosas que tanto a él como a Larrea les escribiera César Vallejo, me fueron pasadas en copias fotostáticas para incluirlas en el «Epistolario General de César Vallejo» ( edi­ciones Pre-texto, Valencia, España, 1982), dedi­cado a la memoria de Juan Larrea, sin incluir las cartas que la viuda del poeta había escrito a Don Juan en tiempos felices y a mí en tiempos tur­bulentos y que yo deseaba fueran incluidas de apéndice. No lo hice por consejo del propio La­rrea, que ya estaba cansado de aguantar a la viu­da abusadora, hasta el extremo de tener que contestarle en los tomos de «Aula Vallejo», a los que remito al curioso que en el amor a Larrea, quiera conocer mejor a la viuda abusadora.

Gerardo Diego es el más duramente tratado en esa nota informativa. Se le acusa hasta de franquista por haberse quedado en España por tantos otros como han partido. Es ridículo cata­logarle, porque ante el cataclismo cósmico que fue nuestra guerra civil, si admiramos a los poe­tas que se exilaron, hemos de respetar a los que se quedaron, aunque N eructa por eso haya mos­trado su inquina «A los Dámasos, a los Gerar­dos, esos hijos de perra». Recuerdo que antes de mi voluntario exilio le leyó a Gerardo un poetita del Grupo Garcilaso, ese verso de Neruda creyendo que iba a indignarse. La bondad de Gerardo le cortó en el acto: «Bueno, pues a pe­sar de eso, Neruda es un gran poeta».

La vida se explica con la muerte (no tengo para explicar mi vida sino es mi muerte); pero quiero anticipar que Gerardo Diego, hoy ya casi nonagenario y tan ausente a la diatriba de la agencia internacional AFP de Lima, que en mo­mentos de angustia económica para César Valle­jo, le prestó mil pesetas, lo que entonces no eran unas monedas, sino tres sueldos mensuales como profesor o mil soles en el Perú. El poeta Gerardo Diego que sólo contaba con su sueldo de profesor de literatura para vivir, se las prestó a Vallejo, porque le admiraba y sabía que nece­sitaba ese dinero para desplazar desde Madrid a París a Georgette. César le escribía lamentando no poder devolverle esa cantidad de mil pesetas e incluso le pedía otra cantidad más pequeña, que sí le devolvió. Esas cartas de Vallejo, hoy en su «Epistolario General», son las que leyó el poeta español en Lima, en algunos fragmentos, y no para ofender la memoria del poeta, sino pa­ra mostrar lo mucho que le admiraba desde que

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le dedicó para la segunda edición de «Trilce», el poema «Valle Vallejo».

Cuando muere un poeta genial no hay viuda abusadora que pueda hacer prevalecer su ver­dad contra la verdad verdadera. Georgette de­bía saber muy bien que esa cantidad que Ge­rardo prestó a su esposo, era para atender a sus gastos y, por tanto, más que armarle un es­cándalo tirando monedas de una cesta a la ca­ra del poeta español, si tanto le torturaba la deuda que jamás soñó Gerardo reclamar aun siendo pobre, la viuda abusadora tenía que de­jar de serlo y saludar con afecto al poeta espa­ñol, quien había venido a dar conferencias a la América para ver si ganaba -así me lo confesó en una carta con ternura-, unos dinerillos pa­ra poder obsequiar un piano a una de sus hijas que se le casaba por entonces. Los poetas por grandes que sean no ganan como los cantan­tes, y Gerardo Diego aun dando recitales al piano, lo mismo. Dudo que haya podido com­prar un piano a su hija.

Pero en verdad poco importa la reacción de la viuda abusadora, por abusadora al ofender a Ge­rardo Diego. Y poco importa que un Poe haya sido un alcohólico, como Rubén, o que el in­menso César Vallejo tuviera que acudir a los amigos ( como a él también acudían cuando po­día darse con sus dinerillos), ante la vida empe­cinada en maltratarle, y no por masoquismo. No. No. En el «Epistolario General», en la gran correspondencia que mantuvo con su compa­triota Pablo Abril de Vivero, hay pruebas de su ilusión por ganarse la vida en una revista hispa­noamericana que ambos soñaban editar en París. No, por Dios, nada de ponerle como un pedigüeño. La vida es cruel, y Vallejo en la que le tocó sufrir si conmueve es por ser exponente de tantas y tantas vidas como sufren; él clama por todos, por la redención de todos, hacia un nuevo comienzo que nos libere de las cárceles de fin de mundo ...

Desde Lima el bueno de Gerardo Diego me escribe a Caracas con el temor de que fueran a molestarle en la conferencia que habría de dar en el Ateneo, debido al aire que se dio al nume­rito que le protagonizó la viuda abusadora. Ge­rardo temía a la difusión de la noticia distorsio­nada. No hubo problema. Yo hablé a los poetas venezolanos Pastori y Medina, y la hospitalidad fue generosa, como fue la del Perú pasado el in­cidente de la viuda abusadora. Y en el Ateneo de Caracas presentó a Gerardo, el poeta Miguel Otero Silva.

En fin, entre dos orillas, hay que salir en de­fensa de la verdad objetiva, aunque no sepamos el desaguisado que pretenderán los frailes José y Lázaro de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (posiblemente españoles), que interesaron -según esa nota informativa- en su eobra benéfica a Georgette y 1a volvie-ron católica practicante.