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PROGRAMA Y NOTAS DE LAS CONFERENCIAS A IMPARTIR EN EL MASTER OFICIAL EN DESARROLLO ECONÓMICO Y COOPERACIÓN INTERNACIONAL”. UNIVERSIDAD DE MURCIA (C URSO ACADÉMICO 2008-09) LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO EN AMÉRICA LATINA Dr. D. Jaime Ornelas Delgado Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla E-mail: [email protected] - Fecha de las conferencias: del 10 al 13 de noviembre de 2008, de 16:00 a 18:00 horas. - Lugar: Facultad de Economía y Empresa. Campus de Espinardo. Universidad de Murcia. - Intercambio de profesorado enmarcado en el Proyecto de Cooperación Universidad de Murcia- Universidad Autónoma Benemérita de Puebla.

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PROGRAMA Y NOTAS DE LAS CONFERENCIAS A

IMPARTIR EN EL MASTER OFICIAL EN “DESARROLLO ECONÓMICO Y COOPERACIÓN INTERNACIONAL”.

UNIVERSIDAD DE MURCIA

(C URSO ACADÉMICO 2008-09)

LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO EN AMÉRICA

LATINA

Dr. D. Jaime Ornelas Delgado

Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

E-mail: [email protected]

- Fecha de las conferencias: del 10 al 13 de noviembre de 2008, de 16:00 a 18:00 horas.

- Lugar: Facultad de Economía y Empresa. Campus de Espinardo. Universidad de Murcia.

- Intercambio de profesorado enmarcado en el Proyecto de Cooperación Universidad de Murcia-

Universidad Autónoma Benemérita de Puebla.

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INDICE

I. Conferencia inicial, lunes 10 de….…………………………………………. 3

La influencia de las teorías metropolitanas en el pensamiento latinoamericano sobre el desarrollo. Las teorías neoclásicas en la segunda posguerra. Desarrollo y crecimiento. Las etapas del desarrollo de W. W. Rostov. La teoría de los polos de desarrollo de Francois Perroux.

II. Segunda conferencia, martes 11 de noviembre …………..…………………. 30

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) rompe el monopolio de las explicaciones metropolitanas. Los postulados de la CEPAL: El intercambio desigual. La teoría del centro–periferia. La industrialización y la política de sustitución de importaciones. Papel del Estado, los sectores sociales nacionales y la inversión extranjera. El neoestructuralismo de la CEPAL. III. Tercera conferencia, miércoles 12 de noviembre . …..…………………… 49 Un modelo de desarrollo y una alternativa revolucionaria: El populismo y la teoría de la dependencia. Biografía política del populismo en América Latina. La teoría económica del populismo. La influencia del marxismo. Los dependentistas y su visión de América Latina. IV. Cuarta conferencia, jueves 13 de noviembre ……………………………… 68

Conclusión: La situación actual de América Latina y una propuesta a debate sobre el desarrollo. Bibliografía………………………………..……………………………..……… 76

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Las teorías del desarrollo en América Latina Jaime Ornelas Delgado. * I. La influencia de las teorías metropolitanas en el pensamiento latinoamericano sobre el desarrollo. Las teorías neoclásicas en la segunda posguerra. Desarrollo y crecimiento. Las etapas del desarrollo de W. W. Rostov. La teoría de los polos de desarrollo de Francois Perroux. Introducción. Dada su historia, que comienza con la lucha por su emancipación política de las potencias

coloniales ibéricas y se prolonga hasta nuestros días con el actual resurgimiento del movimiento

popular en busca de los caminos que conduzcan al abandono de la modalidad neoliberal, la

producción del conocimiento social en América Latina no se produjo inicialmente en las aulas

sino en el ámbito la lucha y el compromiso político, por lo que estuvo marcada siempre por la

necesidad de pensar y comprender las causas que determinaban las transformaciones sociales y

económicas de cada momento histórico para, entonces, actuar en consecuencia.

A lo largo de todo el siglo XIX, la mayor parte de los intelectuales y políticos

latinoamericanos reflexionaron sobre las transformaciones que tendrían que ocurrir de acuerdo a

su ideología para cambiar el estado de cosas y alcanzar formas superiores de organización social.

En realidad, sería hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el pensamiento político

latinoamericano dejaría de estar vinculado a las disputas por el poder político y empezaría a

producirse en las aulas, con lo que dejó de ser un pensamiento político–práctico para convertirse

en actividad filosófica–especulativa muchas veces improductiva al no traducirse en acciones

prácticas.

* Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II.

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De cualquier manera, uno de los ejes más constantes del “modo de teorizar” la realidad

latinoamericana ha sido la idea del cambio social en la que subyace implícito el concepto de

desarrollo, que en su momento reemplazó a la antigua idea del progreso y modernidad.

En consecuencia, bien puede decirse que desde el siglo XIX en América Latina ha

predominado un pensamiento crítico orientado no sólo a comprender la realidad, sino que en la

mayor parte de los casos la teorización ha sido llevada hasta sus últimas consecuencias en la

búsqueda de explicaciones sobre cómo y hacia donde habría de transcurrir la transformación de la

realidad.

Así, es posible definir la historia de América Latina en el siglo XIX como un proceso de

ruptura y negación. En México, por ejemplo, escribe Octavio Paz (1994: 96):

Si la Independencia corta los lazos políticos que nos unían a España, la Reforma niega que la nación mexicana, en tanto que proyecto histórico, continúe la tradición colonial. Juárez y su gente fundaron un Estado cuyos ideales son distintos a los que animaban a Nueva España o a las sociedades precortesianas. El Estado mexicano proclama una concepción universal y abstracta del hombre: la República no está compuesta por criollos, indios y mestizos […] como especificaban las Leyes de Indias, sino por hombres a secas y a solas. Más tarde, a lo largo del primer tercio del siglo XX en América Latina se mantuvo la

economía minero–agroexportadora heredada del siglo anterior. En efecto, a pesar de la

importancia que tuvo la actividad industrial en países como Argentina, México o Brasil, en el

seno de la economía exportadora de esos país nunca se llegó a conformar una verdadera

economía industrial –en el sentido de que definiera el carácter y el sentido de la acumulación de

capital–, que acarreara un cambio cualitativo en el desarrollo económico de esos países. En

realidad, tal y como señala Marini (1977: 56):

Es tan sólo cuando la crisis de la economía capitalista internacional, correspondiente al periodo que media entre la primera y la segunda guerras mundiales, obstaculiza la acumulación basada en la producción para el mercado externo, que el eje de la acumulación se desplaza hacia la industria, dando origen a la moderna economía industrial.

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Sólo entonces, después de la Segunda Guerra Mundial, es que en América Latina se

empieza a hablar de desarrollo en una historia que comienza con una gran influencia de teorías

surgidas en las nuevas metrópolis que durante un tiempo se arrogaron el monopolio de las

explicaciones de lo que ocurría en Latinoamérica. Sin embargo, paralelamente a la influencia de

esas teorías, y como respuesta a ellas, comenzó la construcción del pensamiento económico

latinoamericano, particularmente vinculado a dos vertientes; el desarrollo económico–social y la

transformación social.

La primera escuela de pensamiento latinoamericano que rompe el monopolio de las

teorías metropolitanas, aparece en los años finales de la década de los cuarenta con la creación en

1948 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Más tarde, surgirían

otros cuerpos teóricos. Los más destacados, quizá, son el populismo un modelo de desarrollo

seguido en diversos países de la región y la teoría de la dependencia, expresión latinoamericana

del marxismo y que tanto influyó en los movimientos políticos de las década de los sesenta y

setenta y que hoy ha recobrado vigencia con el ascenso del movimiento social.

Precisamente en ese orden, que se inicia con las teorías metropolitanas, se exponen en las

siguientes líneas los tres cuerpos teóricos que representan las peculiaridades más significativas

del pensamiento latinoamericano a lo largo de la segunda mitad del sigo pasado.

I. 1. La influencia de las teorías metropolitanas en el pensamiento latinoamericano América Latina ha sido, sin duda, fuente constante de creación teórica sobre su propia realidad y

de las vías por la que puede transcurrir su transformación.

La mayor parte de las teorías latinoamericanas, desde el estructuralismo de la CEPAL

hasta el marxismo y la manera como éste fue apropiado en Latinoamérica por distintos teóricos y

partidos políticos, pasando por el populismo con el que se identifica toda una época del desarrollo

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de América Latina, son algunas de las fuentes indispensables para construir un nuevo concepto

teórico–práctico de desarrollo, que al tiempo de mantener la añeja tradición latinoamericana cuya

preocupación se centra en la solución de sus problemas seculares como la pobreza, la desigualdad

y la falta de democracia; lo haga considerando el actual entorno sintetizado en lo que se ha dado

en llamar la globalización.

Como se mencionó, durante algún tiempo –en el periodo inmediato a la conclusión de la

Segunda Guerra Mundial– el monopolio de las explicaciones de lo que ocurría en nuestra región

lo mantuvieron diversas teorías elaboradas fuera de América Latina, entre otras la teoría

neoclásica, la keynesiana y la de los polos de desarrollo, que tanta influencia ejerciera en la

localización de los proyectos de industrialización, por lo menos en México.

1.1. Aspectos generales de las teorías metropolitanas.

Así, al concluir la Segunda Guerra Mundial, economistas de diversas corrientes y de diferentes

países metropolitanos dedicaron su atención a los problemas del desarrollo y el crecimiento. En

esa época, diversos economistas de las naciones metropolitanas (Lewis, 1955; Schumpeter, 1958;

Kaldor, 1961; Adelman, 1964; Bénard, Kaldor, Kaleki, Leontief y Tinbergen, 1965; Bangs, 1968

y Currie, 1966, entre otros), se propusieron definir el desarrollo al que, en general y con distintas

variantes, lo identificaron con el crecimiento del valor de la producción económica, lo que

además facilitaba su medición.

Esta idea fue tan atractiva, que incluso entre los economistas soviéticos se sostenía la

misma identificación entre el desarrollo y el crecimiento. Uno de ellos, Fedorenko (1976: 33),

escribía a mediados de los años setenta:

Bajo el socialismo, la identificación y el reciproco condicionamiento, que existe entre los factores y metas económicas y políticas, cristaliza en la estrategia de crecimiento económico. Esto significa que la elección de la estrategia es uno de los puntos cardinales de la dirección de la economía nacional.

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El esfuerzo de los economistas neoclásicos por comprender el desarrollo como un proceso

restringido al crecimiento y expansión de la economía capitalista, es decir, como un proceso

estrictamente economicista, fue el punto de ruptura y diferenciación de esta corriente con la

escuela clásica para la cual, según David Ricardo uno de sus máximos exponentes: “El problema

principal de la Economía política consiste en determinar las leyes que regulan” la distribución de

lo producido entre las tres clases que integran la sociedad: los propietarios de la tierra, los del

capital y los trabajadores. (Ricardo, 1817/1959: XVII)

En cambio, economistas neoclásicos como Arthur Lewis, quien a mediados de la década

de los 50 publicó un libro que tituló Teoría del desarrollo económico (1955) donde define, desde

el primer capítulo, una visión de desarrollo que, por cierto, fue dominante durante un buen

tiempo en América Latina. Dicha definición es la siguiente:

El tema de este libro es el crecimiento de la producción por habitante. Lo que sigue no depende de las definiciones previas de esos términos, aunque puede ser útil hacer algún comentario acerca de su significado. En primer lugar, deberá notarse que nuestro tema es el crecimiento y no la distribución. Es posible que crezca la producción y, sin embargo, que la masa del pueblo se empobrezca. Tendremos que considerar la relación entre el crecimiento y la distribución de la producción, pero nuestro interés primordial estriba en analizar el crecimiento y no la distribución. (Lewis, 1955: 9.) Con la misma orientación, Joseph A. Schumpeter, economista austriaco, discípulo de

Böhm–Bawerk, consideraba al desarrollo como “progreso económico” y al empresario como el

agente que causaba el desarrollo. (Ekelund y Hébert, 1992: 603)

Para Schumpeter, la identidad entre el crecimiento económico y el desarrollo, o “progreso

económico”, ni siquiera merecía discutirse. Así, en su artículo Problemas teóricos del desarrollo

económico (1958: 91), advierte: “Hablo de desarrollo económico durante cualquier periodo

determinado si la tendencia de los valores de un índice per cápita de la producción total de

bienes y servicios se ha incrementado durante ese periodo”.

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Con esta definición ciertamente economicista, Schumpeter resuelve también el problema

de la medición, tan caro a estas visiones positivitas, que se hacía midiendo el comportamiento del

Producto Interno Bruto per cápita que supone lograr el bienestar si este índice es positivo.

A su vez, en Currie (1968: 15), resume las diversas formas a través de las cuales se ha

estudiado el desarrollo, aunque concluye aceptando como preocupación central de su libro

averiguar como acelerar el crecimiento:

Es posible estudiar el problema del desarrollo desde varios ángulos. El primero consiste en considerar cómo y por qué empieza el crecimiento. El segundo, que ha ocupado a los historiadores económicos, consiste en explicar el nivel de crecimiento a que se ha llegado, lo que constituye un ejercicio histórico y analítico. El tercero, que ha interesado a muchos escritores, consiste en la búsqueda de un patrón congruente de crecimiento que se adapte a muchos casos diferentes [...] Un cuarto enfoque consiste en investigar por qué el crecimiento no ha avanzado más rápidamente, es decir, en elaborar el diagnóstico del problema. El quinto –y la preocupación principal de este libro– consiste en averiguar cómo acelerar el crecimiento. Por su parte N. Kaldor, representante de las corrientes postkeynesianas, en su libro

Ensayos sobre el desarrollo económico (1961: 12), sostiene que su análisis se refiere a la teoría

del crecimiento, “a fin de demostrar en que forma puede ser útil para deducir ciertos principios

que sirvan de guía a la política económica en cuanto al desarrollo acelerado”.

Como puede observarse, en todos estos casos se omite la participación social, ya que para

estos economistas el desarrollo se considera un asunto meramente económico, o cuya resolución

es posible mediante sofisticados modelos matemáticos. Sin embargo, la experiencia muestra que

el crecimiento económico no necesariamente se traduce en el mejoramiento de las condiciones de

bienestar de la población y en ocasiones, incluso, tiende a empobrecerlos si junto con el

crecimiento transcurre un proceso de concentración del ingreso a favor de los sectores que

tradicionalmente han concentrado el ingreso.

La visión del desarrollo identificada con el mero crecimiento económico, prevaleció desde

el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los setenta. A lo largo de ese periodo,

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los gobiernos latinoamericanos se fijaron como objetivo fundamental el crecimiento sostenido de

la economía en el largo plazo, enfatizando además que la industrialización era la actividad de

mayor productividad y la que más valor agregado aportaba a la producción nacional.

De esta manera la industrialización se identificó como la forma más rápida de resolver el

problema del crecimiento, superar la pobreza y disminuir la iniquidad social, imponiéndose, así,

la estrategia de “industrialización a toda costa” impulsada por la política de sustitución de

importaciones y la protección gubernamental.

El problema, entonces, derivó a establecer de qué manera podía crecer con mayor rapidez

la economía y no fue difícil concluir que la industrialización representaba la mejor opción para

lograr el desarrollo, limitado “al crecimiento y no a la distribución”.

La identificación entre el crecimiento económico y el desarrollo que prevaleció –y sigue

prevaleciendo– entre los economistas neoclásicos, terminaron por separar la economía de la

política, es decir, el abandono de la economía por las preocupaciones sociales, lo cual se

convirtió en una diferencia más entre esos economistas y los clásicos, para lo cuales la Economía

era una ciencia política, es decir, social. De ahí, que bajo el neoliberalismo –cuyo sustento teórico

es la economía neoclásica–, se sostenga que lo prioritario de la economía es crecer y,

posteriormente, resolver los problemas de la distribución de la riqueza y el ingreso.

Así mismo, para los economistas neoclásicos que abordaron las cuestiones del desarrollo

la industrialización se identificó como la forma más rápida de resolver el problema del

crecimiento y, por tanto, del desarrollo económico. De ahí que muchos gobiernos

latinoamericanos, a partir de los años cincuenta y con mayor fuerza en los sesenta y setenta del

siglo pasado, se fijaran como objetivo fundamental el crecimiento sostenido de la economía en el

largo plazo enfatizando que la industrialización era la actividad de mayor productividad y la que

más valor agregado aportaba a la producción nacional.

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De esta manera, la industrialización se identificó como la forma más rápida de resolver el

problema del crecimiento, superar la pobreza y disminuir la iniquidad social, dado que el proceso

industrialización permitiría la creación de una mayor cantidad de empleos bien pagados. De esta

forma, se impuso la estrategia de la “industrialización a toda costa” impulsada por la política de

sustitución de importaciones y la protección gubernamental.

Sin embargo, el crecimiento económico como fue concebido no necesariamente se

traducía en el mejoramiento de las condiciones de bienestar de los sectores mayoritarios de la

población y en ocasiones, incluso, tendía a empobrecerlos si junto con el crecimiento transcurría

de un proceso de concentración del ingreso a favor de los sectores minoritarios de la población,

como ocurre siempre que se deja en libertad el funcionamiento del mercado, cuyo juego “permite

una creciente acumulación del capitalista” a expensas del empobrecimiento de la gran masa de la

población: los trabajadores. Finalmente: “El mercado prohíja, perpetúa u acentúa la desigualdad.”

(Sacristán, 1996: 18)

La experiencia mostraba que el crecimiento no resolvía los problemas sociales, la pobreza

entre otros, porque ni siquiera se proponía hacerlo. Incluso, en muchos casos fue necesario

reconocer que aun en economías con crecimiento si la distribución del ingreso era regresiva, esto

es si el ingreso se concentraba en algunos sectores sociales se acentuaba la desigualdad y la

pobreza. Entonces, como eso no se podía ni se quería evitar se concluyó en la necesidad de

emprender de manera paralela a la actividad económica, sustentada en el libre juego de la oferta y

la demanda, una política social con objetivos propios tendiente a mejorar el bienestar de la

población. Así, se mantenía la ortodoxia: la economía de mercado alentaba el crecimiento por la

vía de la industrialización; en cambio la política social, cuyo agente principal era el Estado,

atendía los problemas sociales.

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Así las cosas, se comenzó a hablar, por un lado, de desarrollo económico y, por otro, de

desarrollo social. Esto significaba que el gobierno debía dejar funcionar libremente al mercado

pero evitar los desequilibrios sociales que pudieran interrumpir el proceso de acumulación y,

entonces, se hacían necesarias las políticas gubernamentales para proporcionar a la población

acceso a la salud, la educación, la vivienda; la alimentación y, en general, a la seguridad social.

Así, el desarrollo social se convirtió en un problema de presupuesto y el gobierno se convirtió en

el demiurgo del bienestar social –limitado a las posibilidades presupuestales–, mientras el libre

juego de las fuerzas del mercado se hacía cargo del crecimiento económico.

Por supuesto, esta fantasía del libre funcionamiento del mercado jamás pudo ser una

realidad, pues su realización requería de requisitos alejados de la compleja realidad económica.

Por ejemplo:

Los requisitos para que haya competencia pura son: suficiente conocimiento del mercado tanto por parte de los oferentes como de los demandantes, homogeneidad de los productos, movilidad y sustituibilidad de los factores productivos, continuidad y estabilidad de la función de producción un número elevado de productores [y consumidores para que ninguno de ellos pueda influir sobre los precios]. (Sacristán, 1996: 18) Pronto, sin embargo, se llegó a la conclusión de que la óptima utilización y distribución

de los factores de la producción sólo se podría alcanzar con una intervención activa del Estado en

sustitución, complementación o corrección del libre juego de la oferta y la demanda en el

mercado. Esto llevó a la teoría, tan en boga en su época, de la economía del bienestar tan

denostada décadas después por los economistas neoliberales quienes desde entonces, más bien,

parecen abogar por una “teoría del malestar.”

La intensa socialización de la producción ocurrida en el mundo capitalista en los años

posteriores a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, creó las premisas que hicieron posible

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un nuevo impulso al proceso de acumulación de capital en la fase monopólica a del capitalismo

bajo un régimen de intervención estatal cada vez más complejo y avanzado.

En términos sociales: “Esta fase mundial se caracteriza precisamente por el elevado

estatuto que se le otorga al Estado del Bienestar y a la política social como un componente

sistémico de un capitalismo revisado y renovado por la gran crisis de los años treinta” y la

Segunda Guerra Mundial. (Cordera, 2002: 41) Sin embargo, aun y cuando los beneficios del

Estado del Bienestar fueron incorporados al discurso de la clase económica y políticamente

hegemónica, la prioridad incuestionable la tuvieron el crecimiento y la acumulación de capital

más que la equidad y el desarrollo social.

A finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, al entrar en crisis

en el mundo esta modalidad del desarrollo capitalista, se produce una intensa reestructuración del

capitalismo a escala planetaria conceptualmente sintetizada con el término globalización, proceso

que ha sido dominado por un proyecto político: el neoliberalismo que, así, dejó de ser una mera

doctrina económica ligada a ciertos círculos académicos norteamericanos –la Escuela de

Chicago, primordialmente– para convertirse en el fundamento ideológico de las políticas de

alcance mundial.1

En síntesis, podemos decir que las teorías metropolitanas sobre el desarrollo llegaron a

América Latina como parte del vasto y articulado proceso de modernización capitalista,

1 El discurso conservador, que explicó la bancarrota fiscal del Estado de Bienestar de los años setenta por los “excesos del gasto gubernamental”, se tradujo en una receta que recibió el nombre de Consenso de Washington “por la coincidencia de recomendaciones económicas formuladas por los organismos propulsores de las reformas (principalmente el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), todos ellos domiciliados en la capital de Estados Unidos”. La estrategia recomendada por el Consenso de Washington para superar el estatismo y alcanzar los equilibrios macroeconómicos con bajas tasas de inflación, se sustenta en el siguiente decálogo: 1. Disciplina y equilibrio fiscal; 2. Priorizar el gasto público en áreas de alto retorno económico; 3. Reforma tributaria; 4. Tasas positivas de interés fijadas por el mercado; 5. Tipo de cambio competitivo y liberación financiera; 6. Apertura comercial; 7. Apertura total a la inversión extranjera a la que se dará trato de nacional; 8. Privatización de todos los activos públicos; 9. Desregulación de la economía; y 10. Protección a la propiedad privada. (Borón y Gamina, 2004: 133–134 y Vilas, 2000: 35.)

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expresándose en la forma de un modelo político de desarrollo destinado a los países atrasados y

capaz de crear la ilusión de lograr el desarrollo sin modificar los términos estructurales de la

dominación y de la dependencia.

Así surgieron teorías como la de las etapas de W. W. Rostov y la de los “polos de

crecimiento”, elaborada por el economista francés Francoise Perroux. La primera concibe el

subdesarrollo como una etapa –y no como un estado– por la que todas las naciones han pasado y

que se define por la existencia de una sociedad tradicional, “cuya estructura es determinada por

funciones de producción limitadas”, fundadas en la ciencia y la tecnología y llena de misticismo.

(Furtado, 1968: 136.); la segunda mantiene la idea de lograr el crecimiento económico sustentado

en la industria localizando las regiones y las empresas que den el impulso al crecimiento

industrial.

I. 2. El crecimiento económico como modernización: las etapas del desarrollo de W. W. Rostow. Dentro de las propuestas del crecimiento como modernización, ocupa un lugar destacado la obra

de Walt Whitman Rostow en su libro que con el título Las etapas del crecimiento económico. Un

manifiesto no–comunista, publicó en 1960 (1974), donde se sostiene que todas las economías

pueden encontrarse en alguna de estas cinco etapas: 1] Sociedad tradicional; 2] las

precondiciones para el despegue; 3] el despegue; 4] la tendencia a la madurez; y 5] etapa del alto

consumo en masa.

De acuerdo con Rostov (1960/1974: 16 y ss.) las etapas del desarrollo tienen, en general

las siguientes características:

Primera etapa: la sociedad tradicional. En la sociedad tradicional, la estructura

económica “se desarrolla dentro de una serie limitada de funciones de producción, basadas en la

ciencia y la técnica y una actitud prenewtoniana en relación con el mundo físico”.

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En la segunda etapa se crean las prerrequisitos necesarios para lograr el despegue

económico. Es, pues ésta, una “etapa de transición donde surgen las condiciones previas para el

impulso inicial” del desarrollo.

La tercera etapa es la del despegue. Aquí, “algún sector industrial adquiere un

crecimiento diferencial e impulsa el crecimiento de los otros, arrastrando al conjunto de las

instituciones sociales y políticas, que se ajustan al nuevo nivel de esta aceleración”.

La cuarta etapa la denomina Rostow la de las tendencias a la madurez. Esta etapa es de

un largo intervalo de progreso sostenido sustentada en la generalización de la tecnología moderna

en el conjunto de la actividad económica. En esta sociedad: “De un 10 a un 20 por ciento del

ingreso nacional se invierte continuamente lo que lo que permite que la producción sobrepase al

aumento de la población”. Al mismo tiempo, a medida que mejora la técnica cambia

incesantemente la estructura de la economía, se acelera el desarrollo de nuevas industrias y se

nivelan las más antiguas.

Finalmente, la quinta etapa es la del “alto consumo en masa”, en la cual, “a su debido

tiempo, los sectores principales se mueven hacia los bienes y servicios duraderos de consumo”.

Al mismo tiempo, como ha corrido en las sociedades occidentales, a través del proceso político,

han optado por asignar grandes recursos para el bienestar y la seguridad sociales”.

A grandes rasgos, la propuesta de Rostow recoge, en un modelo político, los postulados

principales de las teorías metropolitanas cuyos postulados principales podemos enunciarlos de la

siguiente manera:

a) El subdesarrollo se concibe como un estadio o etapa de tránsito por la que atraviesan

todos los países en una etapa de su historia;

b) El subdesarrollo consiste esencialmente en la carencia absoluta de recursos, y sobre

todo de ahorro, inversión y tecnología;

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c) En consecuencia, el subdesarrollo está determinado por las bajas tasas de ahorro e

inversión por un largo proceso de acumulación que precede al despegue, y

d) el subdesarrollo se caracteriza por el elevado peso de las actividades primarias, y los

bajos coeficientes del producto nacional por habitante. El elevado peso de las actividades

primarias comprende diversas áreas básicas: la generación del PIB, la composición de las

exportaciones y la ocupación de la población activa.

Lo esencial del modelo de Rostow, radica en dos cuestiones: su explicación del

subdesarrollo como un problema de estadios históricos por los que atraviesan, necesariamente,

todos los países y la definición del desarrollo como el simple efecto de procesos naturales de

políticas convencionales “que tienden a elevar los niveles de ahorro, inversión y productividad y

producto por habitante”, sin cambios profundos en la estructura económica y sin necesidad de

alterar las relaciones de dominación y dependencia en las que se refuerza el subdesarrollo.

(García, 1978: 218)

El desarrollo, entonces, es formalmente el tránsito de una etapa a otra. Ahora bien, como

el obstáculo para lograr ese tránsito de una etapa a otra es la escasez absoluta de ahorro y de

tecnología, el problema puede resolverse, de acuerdo con Rostow, mediante un proceso

operacional consistente en una elevación sostenida de los niveles y tasas de ahorro e inversión

mediante la transferencia de recursos ahorro y tecnología desde las naciones metropolitanas hacia

los países subdesarrollados. En consecuencia, desde la óptica rostowniana, el papel básico en el

desarrollo de los países subdesarrollados corresponde desempeñarlo a las naciones

metropolitanas operando por medio de la inversión privada directa, los préstamos públicos, las

transferencias de tecnología (patentes y marcas, asistencia técnica, investigación científica y

tecnológica) y de modelos de organización. En estos términos, el desarrollo dependerá siempre de

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la voluntad de la nación metropolitana para transferir recursos en la magnitud que requiere la

economía subdesarrollada. (García, 1978: 223)

La transferencia de recursos de inversión y tecnología, tiene un efecto inducido en el

desencadenamiento de un proceso de optimización del empleo de los recursos movilizados

internamente en dirección al desarrollo. Para ello es necesario acelerar la acumulación interna por

medio de políticas tributarias y de incentivos fiscales y financieros a la inversión, de acuerdo con

la estrategia keynesiana de la acción indirecta del Estado.

En síntesis, el proceso de tránsito del subdesarrollo al desarrollo, según Rostow, adopta la

forma de un crecimiento lineal y ascendente tipo comteano, 2 que se desenvuelve a través de tres

fases o estadios históricos: i) el ciclo secular de la acumulación; ii) el ciclo de despegue; y iii) el

ciclo de desarrollo auto sostenido.

I.3. La “teoría de los polos de desarrollo”.

En respuesta a la necesidad de ofrecer, por lo menos teóricamente, la posibilidad de iniciar un

crecimiento ordenado y equilibrado en la Francia de la posguerra, surgió la llamada “teoría de los

polos de desarrollo”, elaborada inicialmente por Francois Perroux, economista francés y, en su

momento, asesor del general Charles De Gaulle al asumir éste, por vez primera, la presidencia de

Francia.

Para comprender esta teoría conviene tener presente el contexto en que surge y se

desenvuelve: la Francia de la posguerra, incorporada al sistema capitalista mundial

2 El sociólogo francés Augusto Comte (1798–1857), consideraba que al igual que todos los organismos, también las sociedades se transforman y se desarrollan en sistemas o estadios cada vez más complejos y mejores. El paso de un estadio a otro, si bien provoca crisis en el orden social, forma parte esencial del progreso. Para Comte, las sociedades progresan a través de tres estadios: el teológico, que es e más primitivo y en el que han vivido todas las sociedades; el metafísico, donde se indaga sobre las causas de los fenómenos pero en vez de acudir a entidades sobrenaturales o imaginadas –como se hace en el estadio teológico– se elaboran conceptos racionales que justifican el por qué de los acontecimientos; y el positivo que es, según Comte, el estadio último y definitivo de la sociedad y consiste no en buscar el origen o la causa –el porqué– de las cosas, sino en establecer de manera positiva las relaciones entre los fenómenos, esto es, en controlar cómo tienen lugar. El estadio positivo corresponde a la sociedad industrial y tecnológica.

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crecientemente dominado por Estados Unidos y en pleno proceso de reubicación con respecto a

sus propias colonias a las que, más tarde o más temprano, otorgaría su independencia política.

(Coraggio, 1974: 46)

Pero más allá de sus debilidades y fortalezas, la “teoría de los polos de crecimiento” se

hizo tan popular que, señala un investigador (Higgins, 1986:32): “Es probable que no haya

ninguna región atrasada del mundo donde no hayan propuesto algunos planificadores o políticos

la creación o el fortalecimiento de uno o más polos de desarrollo como una solución para sus

problemas económicos y sociales”.

I.2.1. La Unidad Económica Dominante.

En su inicio Perroux sustenta su “teoría”, en una categoría que denominó unidad económica

dominante considerándola como una firma empresarial, una industria, un complejo industrial, o

cualquier grupo social o económico determinante en el desarrollo. En realidad, los mencionados

por Perroux son conceptos abstractos desvinculados del territorio; son, más bien, lo que

podríamos llamar espacios sin territorialidad alguna. Incluso, señala Perroux: “se pueden

distinguir tantos espacios económicos como sean las diferentes estructuras de relaciones

abstractas que sea capaz de definir la ciencia económica” (Hamilton, 1976: 175) Así un espacio

monetario se definiría como el complejo de relaciones monetarias; a su vez, un espacio de mano

de obra como un complejo de relaciones laborales, sin importar su localización geográfica. De

esta manera, en Perroux: “El concepto de polos de crecimiento y el cuerpo de la teoría

relacionado, se desarrollaron originalmente como instrumento para la descripción y explicación

de la anatomía del desarrollo económico en el espacio económico abstracto” (Hermansen, 1977:

12)

I.2.2. Espacio Económico.

Según Perroux, los espacios económicos pueden reducirse a la siguiente clasificación básica:

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a] Espacio económico definido como un plan o programa.

b] Espacio económico definido como un campo de fuerzas o relaciones funcionales.

c] Espacio económico definido como un agregado homogéneo.

Por ejemplo, una empresa posee un espacio propio definido por su relación con los

proveedores de insumos y los compradores de su producción. Al mismo tiempo, esa empresa

pertenece a un espacio homogéneo definido por todas las demás empresas con una estructura de

producción similar.

En esta primera versión, el segundo espacio señalado, que es un espacio nodal o

polarizado, adquiere una mayor importancia en la elaboración de la “teoría de los polos de

crecimiento”. Al espacio polarizado, lo define Perroux como: “Aquellos centros (o polos o focos)

de los cuales emanan fuerzas centrifugas y atraen fuerzas centrípetas. Cada centro, en cuanto

centro de atracción y repulsión (dispersión), tiene un campo propio que penetra en el campo de

los otros centros”. (Hamilton, 1976: 176)

Este espacio, tanto como los otros dos de la clasificación expuesta, se caracteriza por ser

un complejo de relaciones económicas no localizadas territorialmente, es decir, en este caso el

aspecto geográfico queda relegado a un segundo plano de interés.

I.2.3. Unidad Económica Motriz y Polo de Crecimiento.

Más tarde, el propio Perroux incorporaría a su “teoría” un nuevo concepto que pretendía mostrar

al dinamismo de las regiones polarizadas y, entonces, la unidad económica dominante es

sustituida por la que dominó unidad económica motriz y define al polo de crecimiento como

una unidad motriz en un determinado medio económico. Con mayor precisión, define

Perroux:

Un polo de crecimiento es una unidad económica motriz o un conjunto formado por esas unidades. Una unidad simple o compleja, una empresa, una industria o una combinación de industrias es motriz cuando ejerce su efecto de atracción (dominación) sobre las

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demás unidades relacionadas con ella [...] Una unidad es motriz cuando la resultante de todos los efectos generados por ella es positiva en el sentido de proporcionar un cambio de estructura y hacer que la producción real neta del conjunto de unidades experimente mayor tasa de crecimiento. (Hamilton, 1976: 176)

En la definición de la unidad motriz se destaca el aspecto económico de la polarización

y, por tanto, su relación con otras unidades motrices se establece a partir del sistema de precios y

flujos de demanda e inversiones: “En todo caso, el éxito o fracaso del desarrollo de una región no

suele atribuirse a factores singulares sino a grupos complejos de relaciones mezcladas de causa

efecto.” (Hermansen, 1977: 14)

I.2.4. Unidad Motriz y Desarrollo Desigual.

La existencia de la unidad motriz es, según Perroux, causa del desarrollo desigual. Por un lado,

observa que el crecimiento no se difunde de manera uniforme entre los sectores de una economía

sino que se concentra en ciertos sectores y, en efecto, en industrias de crecimiento particulares.

Estas industrias de crecimiento, tienden a formar “aglomeraciones” y a dominar otras industrias

con las que se conectan. Cuando estas industrias generan efectos de difusión hacia otras

industrias, elevando el producto, el ingreso, el empleo y la tecnología, se llama “industrial

propulsoras”.

De esta manera, podemos concluir que: un polo de desarrollo es un agrupamiento de

industrias propulsoras. (Higgins, 1986: 32)

Por otro lado, afirma Perroux: “El crecimiento no se presenta en todas partes al mismo

tiempo, al contrario, se manifiesta en ciertos puntos o polos de crecimiento con intensidades

variables y se propaga por diversos canales y con efectos finales variables dentro del conjunto de

la economía” (Coraggio: 49), aunque reconoce que también se puede actuar, mediante una

política gubernamental “adecuada”, para generar economías externas no obstante que ello

implique, necesariamente, una mayor concentración geográfica de la actividad económica y de la

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población: “Cuando una región se encuentre atrasada, debe carecer de un polo de crecimiento; y

si las fuerzas del mercado no aseguran la creación de tal polo, deberá crearse uno mediante la

intervención positiva del gobierno.” (Higgins, 1986: 33)

Esta última observación, sin embargo, se matiza cuando se acepta que los efectos del

establecimiento de una unidad motriz sobre áreas geográficas distintas a la de su establecimiento,

pueden ser positivos, ya que sí bien:

La polarización implica la creación de una infraestructura coherente de relaciones económicas y sociales que parte de un centro dominador... situado en el corazón de esta área económica, el polo genera efectos de inducción. Pero el conjunto de esos efectos ocurre dentro del área económica del polo y no siempre dentro de su área geográfica... Los efectos de inducción se producen donde hay industrias proveedoras de insumos o compradoras de productos. (Penouil, 1985: 20 y 21)

No obstante que Perroux se plantea los efectos e impactos de un polo de desarrollo, tanto

en el espacio regional donde existe como en el conjunto de las regiones con las que mantiene una

determinada interdependencia, advierte que en la región de influencia de cada polo se establece

un mayor volumen de transacciones a su interior que con cualquier otro polo del mismo orden

localizado fuera del sistema.

I.2.5. Características y Efectos de la Unidad Económica Motriz.

Las características de la unidad económica motriz, según el propio Perroux, son las siguientes:

1. Su producción es de gran tamaño e influencia en la región polarizada.

2. Su tasa de crecimiento es sensiblemente superior a la medida de la región polarizada.

3. Existe una marcada interdependencia técnica entre la unidad motriz y otras industrias.

(Hamilton, 1976: 178)

En estos términos, la inversión para construir un polo de desarrollo, es decir, la creación

de una unidad motriz, tendría efectos tanto sobre la estructura productiva (oferta) como sobre el

mercado (demanda) De esta manera, el efecto de la unidad económica motriz, “puede expresarse

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en términos de inversión, ingreso empleo, población, nivel tecnológico, etcétera.” (Higgins, 1986:

34)

Los efectos sobre la oferta y la demanda pueden expresarse, tal como lo hace Perroux, de

la siguiente manera:

EFECTOS SOBRE LA ESTRUCTURA PRODUCTIVA (OFERTA)

Efectos de aglomeración: Economías de escala. Economías de aglomeración. Efectos técnicos: Hacia atrás: Industrias complementarias. Hacia delante: industrias satélites. Mejoramiento del sistema de transporte.

EFECTOS SOBRE EL MERCADO (DEMANDA)

Cambios de Propensión: En el ahorro. En el consumo. Efectos Demográficos: Inmigraciones. Disminución de la tasa de natalidad. Cambios Institucionales: Modernización del aparato gubernamental. Desarrollo educativo. Modernización de las instituciones privadas.

Veamos ahora, con mayor detenimiento, cada uno de los efectos que en las distintas

dimensiones provoca la unidad económica motriz:

Efectos de Aglomeración. Según Alfred Marshall (1957: 222):

Las economías procedentes de un aumento en la escala de producción de cualquier clase de bienes se pueden dividir en dos clases, a saber: primera, aquellas que dependen del desarrollo general de la industria, y segunda, las que dependen de los recursos de las empresas a ella dedicadas, de la organización de éstas y de la eficiencia de su dirección. Podemos llamar a las primeras economías externas; y a las segundas, economías internas Muchos procedimientos aplicados a la producción aumentan en eficacia según aumenta la

escala en que se emplean. De acuerdo con Paul Samuelson (1959: 20):

Entre las causas de tales economías de la producción en gran escala, a las que debemos la gran producción de las industrias modernas, figura, en primer lugar, el uso de fuentes de energía no humanas ni animales (agua y viento, vapor, electricidad, turbinas, motores de combustión interna, energía atómica); en segundo término, los mecanismos de

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autorregulación (tornos, guías, motores); en tercer lugar, el empleo de piezas tipificadas intercambiables; en cuarto, la conversión de procedimientos complicados en simples operaciones repetidas; y, por último la especialización en funciones y la división del trabajo, junto con muchos otros factores Lo que resulta obvio, es que este tipo de economía será plenamente eficaz únicamente en el

caso de producirse un gran número de unidades “para compensar el esfuerzo de crear una

organización productiva muy complicada.” (Samuelson, 1959: 21)

Por otra parte, en referencia a las economías de localización, el propio Alfred Marshall

(1975: 224), anota:

Son muchas las causas de la localización de las industrias por las principales han sido las condiciones físicas, tales como la naturaleza del clima y del suelo, la existencia de minas y canteras en las proximidades, o en sitios fácilmente accesibles por tierra y por agua. Así, las industrias metálicas se han establecido generalmente en las proximidades de las minas o en lugares en que el combustible era barato. Las industrias del hierro en Inglaterra buscaron primero los distritos en que el carbón abundaba, y luego se establecieron junto a las minas de carbón. Marshall, considera también a la demanda como factor de localización al decir que: cuando

existen ingresos disponibles en una región ocurre un aumento en la demanda de bienes, “Y esta

atrae a los trabajadores especializados y los educa para poder abastecerla.” (Marshall, 1975: 224)

Así mismo, la existencia de fuerza de trabajo calificada es un factor de atracción, ya que los

patrones, dice Marshall, prefieren dirigirse a los lugares donde pueden hacer “una buena

selección de trabajadores dotados de la habilidad especial que ellos necesitan”; y. a la inversa,

continúa Marshall (1975: 227), los trabajadores acuden siempre a los sitios donde hay “muchos

patrones que necesitan obreros de su especialidad.”

La reducción en los costos debido a las economías internas (de escala) o a las economías

externas (de localización), puede significar la atracción de nuevas empresas o elevar el consumo

de diversos productos, por la liberación de ingreso a partir de la disminución en los precios de

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uno o varios productos, y estimular la creación de nuevas industrias que satisfagan la ampliación

de la demanda.

Los efectos técnicos se refieren al hecho de que alrededor de una industria motriz se

pueden crear nuevas empresas complementarias o bien industrias satélites. Las primeras se crean

para proveer de insumos a la industria motriz, y este sería el efecto más importante de su

establecimiento puesto que, incluso, podrían ser industrias sustitutivas de importaciones. Las

segundas, las industrias satélites, se crean para aprovechar los subproductos de la industria

motriz, por lo cual su efecto es menos importante en tanto su valor agregado es mucho menor.

Finalmente, el mejoramiento del transporte, significa la modernización de la red de

circulación de las mercancías y las personas como resultado de la implantación de la industria

motriz y sus relaciones con otras unidades económicas. Este efecto será localizado

territorialmente y, en su caso, favorece al conjunto de la economía regional.

A su vez, el abaratamiento de los medios de comunicación y el desarrollo del transporte

son, también, factores de atracción de industrias hacia una región: “Cada nueva facilidad para el

libre intercambio de las ideas y de los bienes entre lugares distantes, altera la acción de las

fuerzas que tienden a localizar las industrias.” (Marshall, 1975: 228)

Por el lado de la demanda, la implantación de la industria motriz en una región según

Perroux, tiende a afectar, tanto la estructura del ingreso y el gasto, como de la población debido

al incremento de los flujos migratorios.

Otro efecto, es el impulso que la industria motriz da a la modernización del aparato

institucional público y privado.

Los cambios en las propensiones ocurren cuneado el ingreso se incrementa como resultado

de la ampliación del empleo, la propensión marginal al ahorro (la parte de un incremento en el

ingreso que se destina al ahorro), en un principio, es muy pequeña y, en consecuencia, muy alta

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la propensión marginal al consumo (la parte de un incremento en el ingreso que se destina al

consumo); sin embargo, a medida que la población satisface sus necesidades a cualquier aumento

en el ingreso corresponderá una disminución de la propensión al consumo y una consecuente

elevación de la propensión al ahorro, lo cual a mediano plazo puede permitir elevar la inversión

regional con recursos internos.

Los efectos demográficos ocurren dado que una industria motriz es, sin duda, un polo de

atracción de la población. Su implantación provoca que la población de la región aumente

rápidamente debido a la migración del campo o de otras ciudades pequeñas o medianas al sitio

donde se establece la industria motriz, lo cual modifica necesariamente los patrones de vida

prevalecientes.

Así mismo, conforme la población mejora su nivel educativo, informativo y sus ingresos,

se muestran tasas decrecientes de natalidad.

De la misma manera, con el establecimiento de una industria motriz tienden a

transformarse las instituciones existentes en la región, o a crearse otras que se avengan mejor con

el tipo de economía resultante de la acción de la industria motriz. El gobierno, por ejemplo,

cambiará para ser y hacer más eficiente el proceso de transformación regional; las instituciones

educativas tenderán a modernizarse con el fin de adecuarse al tipo de educación que exigen las

nuevas circunstancias y, en fin, la institucionalidad tenderá a reforzar las acciones impulsadas por

la industria motriz.

I.2.6. Polo de Crecimiento y Región.

En su análisis, Perroux destaca la importancia de la industria de la producción industrial, como

polo de crecimiento sin suponer que este sea, necesariamente, un centro urbano. Será más bien

para sus seguidores que el polo de crecimiento “significó cada vez más una aglomeración de

industrias propulsoras en un lugar particular.” (Higgins, 1986: 32)

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Entonces, dado que un polo de desarrollo se define como una agregación de industrias

propulsoras (industrias motrices) en una región particular y considerando que cada región esta

integrada por un centro urbano y una región periférica, podemos hablar de un polo de crecimiento

sí: “La inversión realizada en el polo genera crecimiento (o bienestar) en toda la región

periférica.” (Higgins, 1986: 35)

Esto es, considerando que cada región r está integrada por un centro urbano, u; y una

región periférica r’ tendremos:

(Wr’/Wr) / (Iu’/Iu) = (Iu/Wr) X (Wr’) / (Iu’) >0 Donde:

Wr, es el bienestar de la región periférica medido en términos de ingreso;

Wr’, el incremento en el bienestar medido en términos de ingreso en la región periférica

como resultado de un incremento en la inversión urbana;

Iu, la inversión realizada en el centro urbano;

Iu’, el incremento en la inversión en la región periférica provocado por la inversión en el

centro urbano.

De esta manera, si el resultado de la expresión anterior es mayor que la unidad la ciudad

será un polo de desarrollo dominante. Sería el caso, por ejemplo, de que un incremento en la

inversión urbana genera un aumento mayor de 5 por ciento en el ingreso de la región periférica.

Por otra parte, si la expresión es mayor que cero pero menor que uno, la ciudad será un polo de

desarrollo subdominante. (Higgins, 1986: 35)

En cambio, si el resultado es cero o menor que cero la ciudad será un enclave que

sobrevive a costa de empobrecer su entorno, es decir, las regiones adyacentes serán tributarias a

la metrópoli.

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Como apuntamos, serán los discípulos de Francois Perroux los que habrán de expresar la

relación estrecha y observable entre la expansión industrial y la urbanización. Así, otro

economista francés, Jacques Boudeville, señala que: “Un polo de crecimiento regional consiste

en un conjunto de industrias en expansión en un área urbana y con la propiedad de inducir el

desarrollo de actividades económicas en su área de influencia.” (Hamilton, 1976: 183)

I.2.7. Industria Motriz y Polarización.

Para finalizar, conviene insistir en el hecho de que todos los autores pertenecientes a esta

corriente enfatizan la capacidad de inducción de las industrias motrices, que sólo con ello se

convierten en polo de desarrollo. Por ejemplo, para Jean Paelinck:

Un polo de crecimiento consistente en una o más industrias que, por sus flujos de productos y de ingresos, provocan el crecimiento de las demás industrias ligadas tecnológicamente a ellas (polarización técnica), determinan la expansión del sector terciario por intermedio del ingreso generado (polarización de ingreso), y producen un aumento del ingreso regional debido a la progresiva concentración de actividades en un área determinada.” (Citado por Hamilton, 1976: 185)

En otros términos, es posible identificar una región como propulsora, sí:

(Ir’/Iu) x (Iu’/Ir’)

Es decir, si con un cambio porcentual positivo en la inversión de la región ocurre un

cambio porcentual positivo de la inversión en algún centro urbano o en varios de ellos, la región

será propulsora.

De otra manera, si la expresión de la ecuación es mayor que uno (el aumento porcentual

de la inversión realizada en el centro urbano es mayor que el aumento porcentual de la inversión

realizada en la región), diremos que la región es una región propulsora “fuerte”. Si es mayor que

cero pero menor que uno, diremos que se trata de una región propulsora “débil”. (Higgins, 1986:

35)

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I.2.8. Características de los Polos.

De acuerdo con todo lo anterior, el problema fundamental del desarrollo regional, según Perroux,

será siempre seleccionar las actividades industriales que constituirán el polo que ponga en marcha

un proceso de crecimiento regional auto sostenido.

Algunos de los requisitos a considerar en la selección del polo, pueden ser, a saber:

1. La nueva actividad debe ser fundamentalmente transformadora de insumos regionales y

ofrecer un mercado suficientemente amplio como para llevar establecerse en la región un

conjunto de actividades productoras de dichos insumos, lo que hemos llamado efectos técnicos

hacia atrás o creación industrias complementarias.

2. La nueva actividad deberá tener una tecnología relativamente intensiva de mano de

obra, que además contribuya a transformar la calidad del trabajo en la región (efecto trabajo).

3. La población ocupada directamente en la nueva actividad, sumada a la ocupada

previamente, debe ampliar de manera considerable la demanda interna (efecto demanda).

4. Los beneficios generados en la actividad productiva han de quedar en manos de

empresarios locales, quienes, a su vez, habrán de reinvertir dichos beneficios en otras actividades

regionales, ligadas o no a la actividad principal, promoviendo así la expansión y diversificación

económica (efecto reinversión).

5. Los grupos sociales participantes directamente en las nuevas actividades deben estar

integrados a la estructura social de la región, a fin de facilitar los fenómenos de difusión.

6. Las acciones de los agentes de las nuevas actividades y las del sector público deben

estar concertadas mediante la elaboración de un programa coherente. (Coraggio, 1974: 45)

En síntesis, la idea básica de la cual se parte en la mayoría de las exposiciones sobre la

teoría “pura” de la polarización, es la siguiente: si en un subsistema regional se inserta una nueva

actividad motriz (planta industrial con alta tasa de crecimiento y tamaño suficiente como para

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hacer perder la estabilidad al subsistema), esta suscitará una serie de efectos parciales positivos y

negativos en el sistema. En la medida que tales efectos se concentren en el subsistema regional,

se dirá que la actividad motriz constituye un polo para la región, cuyo crecimiento o desarrollo

dependerá del nivel de calidad de los efectos sobre las estructuras preexistentes.

En la medida que los efectos positivos estén sujetos a procesos de filtración hacia el resto

del sistema y los efectos negativos estén relativamente más concentrados en el subsistema, se dirá

que la actividad motriz constituye un enclave en la región. De esta manera, señala Coraggio

(1974: 41): “El problema de lograr el desarrollo de una región a través de la inserción de un

‘polo’ puede descomponerse en dos partes: a) cómo lograr que una actividad motriz se localice en

la región; b) cómo evitar que se convierta en un enclave”.

Observaciones Finales.

La llamada “teoría de los polos en desarrollo”, como se le mire, parece ser apenas una

descripción de hechos a los que sigue una serie de recomendaciones, especie de recetario,

respecto de como acentuar la dependencia.

En realidad, según afirma José Luís Coraggio (1974: 47), detrás de esta teoría se esconde

“la idea de la dominación como realidad ineludible”, esto es, la fatalidad de la dominación de

unas regiones por otras, derivada de la cual se encuentra la propuesta de “aprovechar” esa

dependencia hacia los polos dominantes antes que combatirla.

En general, tal teoría más bien parece una falsa alternativa, sobre todo para los países

dependientes, en tanto plantea como único camino posible lograr una mayor integración a los

polos de desarrollo transnacionales.

Si recordamos, de acuerdo con esta teoría, lo esencial es lograr que en una región se

establezca una “actividad motriz” y que esta no se convierta en un enclave. Para lograr el primer

efecto y evitar el segundo, la teoría de los polos de desarrollo propone, a partir de la idea de la

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dominación como una realidad ineludible, el acoplamiento de un país –considerado

como región– al sistema mismo de dominación en condiciones de subordinación.

Pero ¿cómo lograr este acoplamiento? La respuesta esta implicada en el esquema

planteado: simplemente logrando que un polo de desarrollo mundial (una industria dominante a

escala mundial) establezca una subsidiaria de su aparato productivo en el territorio nacional del

país afiliado. Se supone que tal parte subsidiaria crecerá según el ritmo que permita el polo y su

Estado nacional asociado (Coraggio, 1974: 52)

De esta manera se inicia una intensa competencia entre los países subdesarrollados por

atraer cualquier desprendimiento del aparato productivo de las empresas monopólicas mundiales,

y esa competencia se cede todo desde soberanía hasta partes enteras del territorio nacional.

Ya no se trata de las viejas formas de dominación colonial, de situar enclaves que drenen

recursos de un país hacia la metrópoli sin, “efectos positivos” para el país inducido o receptor de

las empresas. Ahora, se plantea una forma más sutil de subordinación, un neocolonialismo que

propone el “acoplamiento del espacio territorial dominado al polo de desarrollo dominante”, cuyo

dinamismo genera fuerzas motrices en las cuales hay que engranar la maquinaria social,

acondicionar a la nación para facilitar el acoplamiento y evitar “rupturas nocivas” con el capital

transnacional.

Por último, conviene destacar la especie de economicismo imperante en la teoría de los polos de

desarrollo, que se expresa en el papel determinante otorgado a la industria y a la industrialización

como promotoras insustituibles de los “cambios sociales y mentales” que se operan en la

población y que son necesarios para lograr un “verdadero desarrollo”.3 De esta manera, el cambio

social y el desarrollo son una especie de subproductos de la industria motriz y la

3 De esta manera, resulta innecesario promover cambios sociales y culturales para alcanzar la modernización que trae consigo la industrialización, sino que es, en esta visión, primero indispensable promover la industrialización para genera los cambios correspondientes en la sociedad.

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industrialización; en consecuencia, en aras del desarrollismo (ese afán de hacer crecer a la

economía por el hecho mismo de crecer) hay que sacrificarlo todo, incluso la soberanía nacional,

si estorba para atraer capitales extranjeros. Esto es, Perroux y sus seguidores nos proponen

remplazar la estrategia del “nacionalismo imposible” por la idea de la “globalización económica”,

la formación de bloques regionales, estrategia actual del imperialismo norteamericano en su lucha

contra las hegemonías asiática y europea.

Finalmente, podemos decir que las teorías metropolitanas, tanto la neoclásica, como la

modernización o la de los polos de desarrollo, sólo supieron ofrecer a nuestros países más

dependencia e integración a las economías centrales.

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II. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) rompe el monopolio de las explicaciones metropolitanas. Los postulados de la CEPAL: El intercambio desigual. La teoría del centro–periferia. La industrialización y la política de sustitución de importaciones. Papel del Estado, los sectores sociales nacionales y la inversión extranjera. El neoestructuralismo de la CEPAL. Con el propósito de ofrecer a Latinoamérica alternativas de desarrollo que estuvieran acordes con

su potencial y realidad, al concluir la Segunda Guerra Mundial la Organización de las Naciones

Unidas (ONU) impulsó la fundación, en 1948, de la Comisión Económica para América Latina

(CEPAL) que, así, se constituyó en la primera institución de la región en procurar interpretar el

funcionamiento de la actividad económica en América Latina y derivar de ello políticas y

estrategias públicas capaces de orientar el proceso económico con el objetivo explícito de lograr

el desarrollo económico.

Al mismo tiempo, la CEPAL fue la primera institución que construye un pensamiento

económico latinoamericano original convertido en punta de lanza para romper el monopolio

ejercido por las teorías metropolitanas, fundamentalmente la neoclásica y la keynesiana, en las

explicaciones de lo que ocurría en la economía latinoamericana en la posguerra.

Así, al mundo de la ciencia económica la CEPAL aportó un conjunto de teorías, de corte

estructuralista que le permitieron distinguirse de otros cuerpos regionales de la ONU que, más

bien, se caracterizaban por sus orientaciones tecnocráticas. (Love, 1987: 363)

De ahí la importancia de las aportaciones de la CEPAL, expuestas brevemente en las

siguientes líneas que, al mismo tiempo, quieren ser un homenaje a quienes desde ese organismo

iniciaron la tradición del pensamiento económico independiente y original en Latinoamérica.

El comienzo

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Los primeros estudios de la CEPAL mostraron que la hipótesis de los beneficios que ofrece la

teoría clásica del comercio internacional –sustentada en la especialización y la división

internacional del trabajo–, en el sentido de permitir a todas las naciones participantes en el

intercambio mercantil la obtención de ventajas mutuas, no se cumple cabalmente y, por el

contrario, en los hechos se observa una constante baja en los precios de los productos primarios –

llevados al mercado internacional por los países periféricos– en relación con los precios de las

manufacturas –producidas y comercializadas por las economías centrales–, lo que implica un

traslado de excedente de las naciones agroexportadoras hacia las economías industrializadas,

proceso acompañado del deterioro correlativo de los salarios y del nivel de vida de la población

debido a los bajos índices de productividad que caracterizan a las economías periféricas.

De acuerdo con Raúl Prebisch, quien fuera uno de los teóricos más influyentes de la

CEPAL,4 la teoría clásica del comercio internacional condenaba a las naciones periféricas a ser

4 Raúl Prebisch nació en la provincia de Tucumán, Argentina, en 1901 y murió en Santiago de Chile el 2 de abril de 1986. En su momento, Prebisch se convirtió en uno de los intelectuales más influyente en el mundo de la economía y su nombre se asocia siempre, por cierto con justicia, a la idea de un pensamiento económico creativo y esencialmente latinoamericano. El principal instrumento de desarrollo y difusión de las ideas de Prebisch fue CEPAL, organismo que dirigió desde 1949 hasta 1961 cuando pasó a la dirección del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica (ILPES), cuya creación impulsó el propio Prebisch y desde donde reafirmó la necesidad de una intervención adecuada del Estado en el desarrollo económico y social de los países periféricos. Las ideas fundamentales de Prebisch fueron expuestas entre 1949 y 1951. En ese lapso, Prebisch publica tres textos clave de su propuesta teórica: El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas (1949/1982); Estudio económico de América Latina, 1949 (1950/1982), y Los problemas teóricos y prácticos del crecimiento económico (1951/1982). En estos textos están presentes las ideas básicas que, en trabajos posteriores, Prebisch irá ordenando y profundizando. (Gurrieri, 1982: 14) El trabajo de Raúl Prebisch en la CEPAL rebasó, con mucho, sus aportaciones teóricas y se convirtió en un entusiasta promotor de la integración económica latinoamericana, impulsó la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y contribuyó de manera decisiva a la creación y organización de la “Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo” (UNCTAD, por sus siglas en inglés), de la cual fue su primer director entre 1964 y 1969. Desde la UNCTAD, Prebisch pugnó por reformas específicas en la estructura agraria, la distribución del ingreso y la educación de los países del Tercer Mundo o periféricos, tal como prefería llamarlos. También bajo su dirección, la UNCTAD propuso un sistema generalizado de preferencias para las exportaciones de los países periféricos, iniciativa que condujo a la constitución del llamado “Grupo de los 77” que dio mayor fuerza de presión a los países subdesarrollados. Como puede observarse y según concluye Gurrier (1982: 13): “La propuesta de Prebisch no se limita a impulsar el conocimiento científico; por el contrario, su programa es también el fundamento de la creación y consolidación de las instituciones que le servirán de ámbito propicio para el crecimiento y difusión de sus ideas, y sobre todo, el ariete con que penetra en la realidad para conocerla y transformarla.”

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eternamente subdesarrolladas, es decir agroexportadoras, lo cual mostraba la necesidad de la

industrialización de la periferia como única salida al atraso. Al respecto, aseguraba Prebisch

(1949/1982: 99):

La realidad está destruyendo en la América Latina aquel pretérito esquema de la división internacional del trabajo que, después de haber adquirido gran vigor en el siglo XIX, seguía prevaleciendo doctrinariamente hasta muy avanzado el presente. En ese esquema a la América Latina venía a corresponderle, como parte de la periferia del sistema económico mundial, el papel específico de producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales. No tenía ahí cabida la industrialización de los países nuevos. Los hechos, sin embargo, la están imponiendo [...] Es cierto que el razonamiento acerca de las ventajas económicas de la división internacional del trabajo es de una validez teórica inobjetable, pero suele olvidarse que se basa sobre un premisa terminantemente contradicha por los hechos. Según esta premisa, el fruto del progreso técnico tiende a repartirse parejamente entre toda la colectividad [...] Mediante el intercambio internacional, los países de producción primaria obtienen parte de aquel fruto. No necesitan, pues, industrializarse. La falla de este razonamiento –concluye Prebisch– consiste en atribuir carácter general a lo que de suyo es muy circunscrito… a los grandes países industriales. Así, mientras el progreso técnico se concentra en los países centrales las ventajas del

desarrollo de la productividad nunca llegan a los países de la periferia en la magnitud que alcanza

en los países del centro. Esta situación puede comprobarse con las grandes diferencias en los

niveles de vida de la población de los países del centro y la periferia, así como con las

discrepancias entre su respectiva fuerza de capitalización, “puesto que el margen de ahorro

depende primordialmente del aumento en la productividad”. En todo caso, concluye Prebisch

(1980:17): “La idea de que la tendencia del capitalismo a expandirse planetariamente traería

consigo, de manera espontánea, el desarrollo de la periferia, ha sido un mito”.

El diagnóstico de la CEPAL sobre el desarrollo del comercio internacional, concluyó en el

hecho “cierto y manifiesto” de que en el mundo existe una inequitativa distribución de progreso

técnico y de sus frutos. Los datos empíricos mostraban una considerable desigualdad en el nivel

de ingreso medio y bienestar de la población entre los países industrializados y aquellos que son

productores de materias primas. Es decir, tal y como está organizado el comercio internacional,

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concluía la CEPAL, el sector externo es fuente de desigualad y no de igualdad como afirmaba la

teoría del comercio internacional elaborada por los economistas clásicos. 5

Para Prebisch este hecho evidente destruye la premisa básica –de los beneficios para

todos– en la que se sustenta el esquema de la división internacional del trabajo. La observación

empírica sobre las diferencias en la distribución de los beneficios que provoca el comercio

internacional, dio lugar a la teoría de los términos de intercambio desigual que se reconoce como

el punto de partida y pieza clave en el cuerpo teórico de la CEPAL.

La explicación ofrecida por los economistas cepalinos al continuo deterioro de los

términos de intercambio, consistió en demostrar, primero, que el desigual comportamiento de los

salarios en la periferia y el centro, es producto de los diferentes niveles de productividad,

ocupación y organización sindical: “Admitido el supuesto de que la productividad industrial

aumenta más que la primaria, la caída de la relación de precios implicará necesariamente que la

relación entre ingresos tiende a disminuir”. (Rodríguez, 1980: 29)

En otras palabras, el deterioro de la relación de intercambio implica que en las economías

periféricas el ingreso medio aumenta menos que la productividad del trabajo. Esto significa que

esas economías pierden parte de los frutos de su propio progreso técnico, que se transfieren

parcialmente a los grandes centros por la vía de la disminución de los precios.

Otro factor, que de acuerdo a la CEPAL explica el deterioro de los términos de

intercambio, es el desigual comportamiento de los coeficientes de importación del centro y la

periferia:

5 La teoría clásica del comercio internacional, se sustenta las llamadas ventajas competitivas, principio incorporado a la ciencia económica por David Ricardo (1959: 96), quien lo expuso e la siguiente manera: “En un sistema de cambio perfectamente libre, cada país dedicará lógicamente su capital y su trabajo a aquellas producciones que son las más beneficiosas para él [...] Es este el principio que determina que el vino se elabore en Francia y Portugal, el trigo se cultive en América y Polonia, y la quincalla y otras mercancías se fabriquen en Inglaterra”. De esta manera, cada país producirá y comerciará internacionalmente los productos en los que tenga ventajas para producirlo sobre otros países y estos harán lo mismo, con lo que todos saldrán ganando.

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Que se expresa como limitante estructural para ampliar las posibilidades de exportación de los productos primarios de la periferia (en tanto disminuye el coeficiente de importación en los centros), mientras que los coeficientes de importación de la propia periferia tienden a crecer en virtud de las necesidades que exige el proceso de industrialización”. (Rodríguez, 1980: 39) En síntesis, ambos elementos –el desigual comportamiento de la productividad, tanto

como la tendencia a la desigualdad en los coeficientes de importación entre los países del centro

y la periferia–, ocasionan un constante desequilibrio en las economías latinoamericanas.

El problema, entonces, consistía en superar esa situación. ¿Cómo hacerlo?

Para la CEPAL, en palabras Raúl Prebisch, la posible solución al desequilibrio crónico en

América Latina tenía como sustento dos cuestiones básicas, a partir de las cuales se desarrollarían

el resto de sus concepciones teóricas:

1) Demostrar que era un mito la idea de que la tendencia del capitalismo a expandirse

mundialmente traería como consecuencia, de manera espontánea, el desarrollo de la periferia

capitalista; y

2) Enfatizar que el proceso de industrialización era una exigencia ineludible del desarrollo

y que el instrumento más adecuado para impulsarla, dada la superioridad económica y financiera

de los centros del capitalismo desarrollado, era la aplicación de una política proteccionista

sustentada en la intervención del Estado. (Rodríguez, 1980: VII)

Alrededor de estos propósitos, se agrupó en la CEPAL un conjunto de jóvenes

economistas latinoamericanos que se pronunciaron contra la idea dominante de que las

explicaciones teóricas de lo que ocurría en el mundo de la economía latinoamericana sólo podían

provenir de las teorías y los economistas de los países metropolitanos. Economistas como el

brasileño Celso Furtado, el mexicano Juan F. Loyola, los chilenos Aníbal Pinto, Jorge Ahumada,

y Osvaldo Sunkel, entre otros, se unieron a la CEPAL y a Raúl Prebisch, para: “Conformar lo

que Celso Furtado denominaría después la orden cepalina del desarrollo, cuya misión principal

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era la de tratar de liberarse de las ideas ajenas para dejar de explicar por analogía con las

economías del centro, la problemática de la periferia” y lo lograron, sin duda. (Guillén, 2007:

296)

Con esta posición claramente establecida, el pensamiento teórico de la CEPAL se

desarrolla y difunde en la década de los cincuenta y a partir de esos años su influencia crecerá en

importancia dentro del pensamiento latinoamericano y, muy especialmente, en el diseño y

aplicación de la política económica en varios países de la región.

La teoría del desarrollo de la CEPAL

A Raúl Prebisch se le reconoce como uno de los fundadores de la teoría del desarrollo económico

de América Latina (Love, 1987: 361), lo cual no es un mérito menor si se recuerda la hegemonía

que después de la Segunda Guerra Mundial ejercían en América Latina la escuela neoclásica y el

pensamiento del inglés John Maynard Keynes, así como la teoría de las etapas de Walt Withman

Rostov.

Con Keynes (1936/1965), se admitía que la intervención activa del gobierno en la

economía puede modificar el nivel de crecimiento, empleo e inflación mediante alteraciones en la

demanda efectiva y con Rostow (1960/1974) se aceptaba el desarrollo como un fenómeno de

crecimiento cuantitativo que se desenvuelve gradualmente en etapas, lo que hacía del

subdesarrollo una situación temporal por la que todos los países del mundo han atravesado y que,

en su momento habían superado, destino que se suponía habrían de recorrer los países de

América Latina.

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Romper con estas ideas para proponer, por ejemplo, la regulación e intervención en la

actividad económica, así como el impulso a la sustitución de importaciones por parte del Estado6

o reconocer al subdesarrollo como una condición y no como etapa del desarrollo, le permitió a

Prebisch desarrollar su teoría sobre el intercambio desigual entre el centro y la periferia, como

llamaba respectivamente al Occidente industrializado y al Tercer Mundo exportador de materias

primas.

Raúl Prebisch, quien adquirió su primera formación como economista dentro de la escuela

neoclásica, pronto observó que la gran depresión de 1929–32 había traído consigo situaciones

como el desplome de los precios de las exportaciones, los productos sin mercados externos, una

crisis sostenida de la balanza de pagos y una agobiante deuda externa, situaciones para las cuales

los economistas neoclásicos no tenía respuesta. Así, ante la impotencia teórica de esa escuela

comenzó la herejía: Prebisch dudó de las verdades dogmáticas proclamadas por los neoclásicos.

El análisis de Prebisch comenzó por poner de relieve algunos rasgos persistentes de la

economía periférica que los economistas neoclásicos nunca consideraron, entre otros, el

desempleo estructural, la tendencia permanente al desequilibrio externo y el continuo deterioro de

los términos de intercambio con los países centrales. (Rodríguez, 1980: 8)

En consecuencia, al definir su propuesta de desarrollo Prebisch abandona las ideas

neoclásicas y recurre a los postulados de la escuela clásica que lo identificaban con el progreso

técnico, que a su vez consiste en un proceso de elevación constante de los niveles de

productividad de la fuerza de trabajo, lo que permite mejorar la distribución del ingreso mediante

6 “Cuando la demanda de importaciones tiende a crecer a un ritmo más acelerado que las exportaciones, la sustitución de importaciones es necesaria para corregir esta disparidad y las importaciones satisfagan una proporción cada vez menor de la demanda total de productos industriales. Por otra parte, un país en que las exportaciones crecen a un ritmo muy acelerado y representan un elemento relativamente importante en el producto global, se encuentra en una situación más favorable que otros para acelerar el ritmo de crecimiento económico; pero esa aceleración puede reflejarse en una tasa de expansión de la demanda de importaciones mayor que la de expansión de exportaciones. Para eliminar tal disparidad habría que recurrir a la sustitución de importaciones.” (Prebisch, 1960/1982: 444)

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la elevación del salario de los trabajadores. De esta manera, el impulso al desarrollo se logra

adoptando métodos de producción más eficientes para elevar la productividad del trabajo y los

frutos de ese progreso son: la elevación del nivel de ingreso y de las condiciones de vida de la

población. (Gurrieri, 1982: 15)

Para elevar la productividad y desatar el desarrollo, Prebisch propone que los gobiernos

impulsen y conduzcan una política de industrialización que, aplicada de manera adecuada, podría

contribuir a eliminar los problemas específicos de los países periféricos: “De ahí el significado

fundamental de la industrialización. [Que] No es un fin en sí misma sino el único medio de

disponen los países nuevos para ir captando una parte del fruto del progreso técnico y elevando

progresivamente el nivel de vida de las masas.” (Prebisch, 1949/1982: 100)

La industrialización como factor determinante del desarrollo, sostenía Prebisch, se

lograría sustituyendo con producción interna las manufacturas importadas (industrialización

sustitutiva de importaciones); mientras tanto, el Estado apoyaría este proceso con políticas de tipo

de cambio y de protección fiscal gravando las importaciones tradicionales, así mismo los recursos

que por este concepto se obtuvieran serían destinados a impulsar el desarrollo industrial interno

orientado a seguir sustituyendo importaciones. Así, la industrialización, cuya expansión la haría

capaz de absorber a la fuerza de trabajo desplazada por la introducción de técnicas modernas en

la agricultura, se convertía en la pieza angular de la política de desarrollo económico.

En todo caso, la CEPAL preconizó abiertamente a la industrialización como la estrategia

por excelencia para salir del subdesarrollo e insistió en la necesidad de formular políticas

encaminadas a una industrialización deliberada y amplia de sustitución de importaciones y una

indispensable modernización de los sectores atrasados de la economía, particularmente de la

agricultura:

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La industria y el progreso técnico en la producción primaria son, pues, aspectos complementarios de un mismo proceso, en el cual la industria desempeña un papel dinámico no sólo al introducir el progreso técnico en las actividades primarias y otras sino al crear las nuevas actitudes que derivan desarrollo industrial. (Prebisch, 1960/1982: 443) El proceso de industrialización, propone la CEPAL debe ser instrumentado mediante las

siguientes medidas:

a] Una activa y planificada intervención estatal en la economía;

b] Un proteccionismo dinámico pero con tendencia a disminuir en la medida en que se

fortaleciera el aparato industrial; y

c] Una potencial ampliación de los mercados impulsada por la creciente integración de las

economías latinoamericanas.

Al respecto, un destacado integrante de la CEPAL en sus inicios, Tulio de Andrea (1987:

393), al hacer una síntesis de esta posición, afirma que:

La industrialización había de ser un esfuerzo deliberado, una responsabilidad fundamental de los propios países que se proponen desarrollarse, porque el capitalismo de los países desarrollados es esencialmente centrípeto. Su dinámica, con ser muy importante, no basta para que la periferia pueda impulsar su propio desarrollo. Al industrializarse, los países de la “periferia” hacen intencionalmente lo que la dinámica de los centros no había traído espontáneamente. Sin embargo, las cosas no se detenían en la industrialización como la única solución,

aunque sí la fundamental. Para la CEPAL: “La estrategia de sustitución de importaciones debía

acompañarse de la modernización de la agricultura y de una política de ingresos capaces de crear

un polo dinámico de desarrollo nacional auto sostenido”. (Guillén 2007: 298)

En la propuesta teórica de la CEPAL, resulta inevitable referirse a los grupos sociales y/o

agentes económicos que son factores de transformación en los países periféricos y, por supuesto,

determinantes en la intensidad de los cambios que se producen en el proceso de industrialización

de la periferia.

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En la transformación que trae consigo la industrialización, la burguesía nacional

desempeña la función de liderazgo. Bajo su influencia cambian las relaciones entre los grupos

capitalistas y los grupos de la población no propietarios; además, como se supone que estos

últimos se incorporan a un sistema económico en que los niveles de productividad y de vida se

elevan continuamente, sus conflictos encontrarán soluciones más sencillas en el marco de

patrones de conducta y formas de relaciones sociales modernas y en continua renovación que los

que ofrecían las sociedades tradicionales.

El sistema centro–periferia

De acuerdo con Octavio Rodríguez (1980: 5): “La unidad del pensamiento de la CEPAL depende

del temprano planteo de la concepción del sistema centro–periferia, presente ya en sus

documentos iniciales”. Dicha concepción tiene ciertas peculiaridades que la convierten en una

aportación original de la CEPAL y del pensamiento latinoamericano.

En efecto, señala Héctor Guillén Romo (2007: 297): A la concepción evolucionista rostowiana del desarrollo que priva de todo estatuto teórico a la noción de subdesarrollo, Raúl Prebisch, al frente de los economistas de la CEPAL, opone la idea de una economía internacional dividida entre un centro y una periferia, cuya base objetiva es el sistema de división internacional del trabajo instaurado en siglo XIX, en el cual América Latina, como parte de la periferia del sistema económico mundial, le correspondía producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales. De esta manera, la estructura productiva periférica se caracteriza por ser heterogénea, en

tanto coexisten en ella actividades donde la productividad del trabajo es relativamente elevada y

un mayor número de sectores económicos donde la productividad es muy baja debido al retraso

tecnológico; además, se califica a esta estructura productiva como especializada dado que la

actividad exportadora se concentra en uno solo o en unos cuantos bienes primarios y carece de

muchos otros sectores existentes en las economías de los países centrales, en los cuales la

innovación tecnológica se ha difundido y se difunde con amplitud.

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En otras palabras, la estructura productiva de los economías periféricas se caracteriza por

el rezago tecnológico, que a su vez provoca: 1) el menor ritmo de aumento de la productividad de

la industria del país periférico respecto al de su sector exportador y de éste respecto de la

economía central y 2) la generación continua de un excedente de mano de obra, que presiona a

los salarios reales a la baja, lo que influye sobre los precios relativos de las exportaciones

primarias de la periferia, tendiendo a reducirlos.

En síntesis, concluye Rodríguez (1980: 7):

La diferenciación de la productividad del trabajo, por una parte, y el deterioro de los términos de intercambio, por otra, son dos tendencias de largo plazo propias del desarrollo periférico, que en conjunto explican una tercera: la tendencia a la diferenciación de los niveles de ingreso real medio, entre las economías mencionadas. En contraste, la estructura productiva de los países centrales es homogénea y

diversificada; homogénea en términos de la productividad, que no muestra diferencias extremas

en el conjunto de la actividad económica y, al mismo tiempo, es diversificada por el gran número

de sectores que integran la economía.

De acuerdo con estas definiciones, las diferencias entre los niveles de productividad del

trabajo y del ingreso, así como de las estructuras productivas en los dos polos, tienden a

reforzarse mutuamente y a reproducirse a través del tiempo. Así mismo, sobre esta diferenciación

de la estructura productiva entre los países periféricos y los del centro se asientan las distintas

funciones de esos dos tipos de economía en el esquema tradicional de la división internacional

del trabajo: la periferia obtiene de los centros una gama muy amplia de bienes, en especial

productos manufacturados, incluidos los bienes intermedios y de capital, a cambio las

importaciones de los centros hacia la periferia se constituyen, fundamentalmente, de alimentos y

materias primas:

Así pues, se concibe que centros y periferia formen un sistema único, cuya dinámica se caracteriza por la desigualdad entre los niveles de ingreso y las estructuras productivas de

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sus dos polos. Esta evolución bipolar, se produce no sólo en la fase de desarrollo hacia afuera, durante la cual el sistema se constituye, sino también en la fase que le sigue, llamada de industrialización o de desarrollo hacia adentro. (Rodríguez, 1980: 7) La primera fase, la llamada exportadora o de desarrollo hacia afuera, es la que convierte

a los países atrasados en la periferia de las economías centrales. En cambio, la fase de

industrialización de la periferia es designada por la CEPAL con el nombre de desarrollo hacia

adentro (endógeno), o de “industrialización sustitutiva de importaciones”, y es el único camino

que puede permitir a los países periféricos superar su situación de subdesarrollados.

El papel del Estado

A partir de estos elementos, la CEPAL sustenta una posición respecto de la política de desarrollo

fundamentalmente industrialista que habría de permitir a las economías latinoamericanas una

nueva forma de inserción en la división internacional del trabajo. El proceso de industrialización

acelerado impulsado la política económica, convertía al Estado en un importante protagonista del

proceso de desarrollo. Siendo así las cosas, en realidad, la CEPAL admitió siempre que la

protección ha sido, desde luego, indispensable en los países latinoamericanos.

En efecto, dentro del esquema cepalino el Estado es concebido como una entidad externa

al sistema socioeconómico en tanto tiene intereses propios y capacidad para aprehender al

sistema e imprimirle una racionalidad que por sí mismo el sistema económico capitalista no

posee; esto es, con Prebisch (1980: ix), la CEPAL reconoce “la ineficacia del mercado para

resolver las flagrantes desigualdades en la distribución del ingreso, aun en los países que más han

avanzado en la industrialización”, situación que sólo la intervención del Estado puede llegar a

corregir.

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Para la CEPAL, entonces, el Estado tiene un papel decisivo en la formulación y puesta en

marcha de una política económica que, por definición, se supone autónoma de cualquier clase

social, incluida la burguesía industrial o comercial.

Sin embargo, si bien el pensamiento de la CEPAL le atribuye al Estado una importancia

significativa, que crece conforme se amplía el ámbito de sus propios intereses, esa expansión no

deberá rebasar los límites compatibles con los de las distintas clases y grupos sociales. Es decir,

el Estado no se somete a ninguna clase o sector social pero sirve a todas ellos.

Además, sólo bajo la tutela estatal es posible lograr el afianzamiento y la expansión de las

relaciones sociales capitalistas en la periferia y superar el subdesarrollo mediante la

industrialización deliberada.

En tales circunstancias, la CEPAL considera como función del Estado la promoción

económica y propone convertirlo en una especie de tutor de los cambios sociales que la

industrialización sustitutiva de importaciones y la modernización del campo mediante la reforma

agraria traen consigo, además de conferirle calidad de árbitro en los conflictos sociales surgidos

en esos mismos procesos. Es el caso, por ejemplo, de Celso Furtado, para quien: “La acción

estatal en apoyo del proceso de desarrollo constituía el corolario natural del diagnóstico de los

problemas estructurales de la periferia subdesarrollada”. (Guillén, 2007: 298)

Si bien la propuesta cepalina para alentar el proceso de industrialización, y en paralelo la

reforma agraria, se sustentaba en una política intervencionista y proteccionista que otorgaba al

aparato gubernamental un papel preponderante en el logro de sus resultados, también mantuvo

sus reservas frente a la intervención estatal en la economía. Por ejemplo, en un informe de la

CEPAL de finales de los años ochenta, se puede leer:

La industrialización cerrada por el proteccionismo excesivo, ha creado una estructura de costos que dificulta sobremanera la exportación de manufacturas al resto del mundo. Aún en los casos en que el mercado interno pudiera ser suficiente, la falta de competencia

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externa desalienta el esfuerzo para acrecentar la productividad así como el régimen prevaleciente de tendencia del suelo sustrae alicientes a su mejor explotación. El capital se aprovecha mal en la industria; hay generalmente gran capacidad ociosa y no se cuida bastante la eficiencia de la fuerza de trabajo. Tampoco hay grandes incentivos para mejores la preparación técnica en todos los planos. (Andrea, 1987: 393) En esta referencia, Andrea menciona algunos de los aspectos del proteccionismo estatal

que, más tarde, serían empleados por los ideólogos del neoliberalismo para justificar la demanda

del retiro del Estado de la actividad económica y dejar a la mano invisible, al dejar hacer–dejar

pasar, el ritmo y orientación de la dinámica económica.

Finalmente, de acuerdo con la CEPAL al Estado le compete representar y vigilar los

intereses de la nación en sus relaciones externas impulsando su transformación; además de

asegurar, frente al capital extranjero el carácter nacional del desarrollo.

El capital extranjero

Respecto del capital extranjero, la CEPAL sostiene que, “salvo casos de posición doctrinaria, se

reconoce la conveniencia de la inversión privada extranjera cuando ella significa una aportación

positiva de técnica productiva, de organización y de conocimiento de los mercados extranjeros”,

aunque nunca se admitía su beneficio si desplazaba al capital nacional o competía con él o no

aportaba conocimiento tecnológico y fuerza de ventas en los mercados extranjeros (Andrea,

1987: 394)

Además, sostiene la CEPAL que la propiedad extranjera sobre el total de activos de la

periferia, así como la participación de los recursos externos en el ahorro global, debería ser, a la

larga, decreciente y sujeto a la previsión y control nacional.

El neoestructuralismo de la CEPAL

Finalmente, después de un periodo de esterilidad teórica al concluir la década de los ochenta y a

lo largo de los años noventa, frente al fracaso que se hacía evidente de las políticas de ajuste

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estructural de orientación al mercado, renació el pensamiento de la CEPAL que empezó a

desarrollar una nueva versión –neoestructuralista– sobre los problemas de América Latina, que

pretende ser un paradigma alternativo al neoliberal. (Guillén, 2007: 307.)

Para la CEPAL, al contrario de lo que suponen los economistas neoclásicos, los

principales problemas de la economía latinoamericana no derivan de las distorsiones inducidas

por la política económica, sino que son más bien de carácter endógeno, estructural y de origen

histórico.

Al respecto, los economistas cepalinos señalan tres de los principales problemas que el

neoliberalismo ha mantenido en América Latina:

1) La presencia de un modelo de inserción externa que condujo a una especialización

empobrecedora.

2) El predominio de un modelo productivo desarticulado, vulnerable, muy heterogéneo,

concentrador del progreso técnico e incapaz de absorber de manera productiva el aumento de

mano de obra.

3) La persistencia de una distribución del ingreso muy concentrada y excluyente, que

evidencia la incapacidad del sistema de mercado para disminuir la pobreza.

Para enfrentar esta situación, los neoestructuralistas de la CEPAL acuden a la intervención

estatal que, sin embargo no debe suplantar a las fuerzas del mercado con una acción excesiva sino

selectiva capaz de sostener el funcionamiento del mercado: “La cuestión ya no es tener más

Estado o más mercado, sino optar por un mejor Estado (musculoso en vez de adiposo) y un

mercado más eficaz y equitativo.” (Guillén, 2007: 309.)

En otras palabras, el problema no es el tamaño del Estado respecto del mercado, sino su

capacidad de gestión y de concertación con el sector privado para hacer funcionar a la economía.

El Estado, debe complementar el mercado no desplazarlo, para lo cual debe acudir a sus tareas

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clásicas (salvaguardar la paz pública, defensa contra las agresiones externas y administración de

la justicia); las básicas (provisión de la infraestructura de comunicaciones y transporte, salud,

educación y vivienda, entre otras) y las auxiliares, que comprenden todas las medidas necesarias

para mejorar la competitividad del conjunto de la economía.

Conclusiones

El proyecto elaborado por la CEPAL, además de otorgar una elevada prioridad a los intereses de

la burguesía industrial nacional, tiene un carácter policlasista en tanto que además de preservar

los intereses esa clase en el proceso de desarrollo, plantea tutelar no sólo los correspondientes a

las capas medias de la sociedad, sino también los de las clases trabajadores y, en general, de los

vastos grupos desposeídos a partir de la absorción económica y la integración social, procesos

que para los pensadores cepalinos se logran mediante la industrialización por sustitución de

importaciones. (Rodríguez, 1980: 11).

Por último, de acuerdo con Octavio Rodríguez (1980: 12), el modelo elaborado por la

CEPAL:

Postula ideológicamente la reproducción de las relaciones capitalistas de producción en las formaciones sociales definidas como periféricas; y lo hace sin reconocer la existencia de una relación básica de explotación entre capital y trabajo, ni el carácter antagónico que la misma imprime al conjunto de las relaciones sociales. Estas posturas, le impiden a la CEPAL ir más allá de un reformismo sustentado en la

intervención estatal y en las posibilidades que tienen los países periféricos de desarrollarse

mediante la industrialización como eje de la acumulación simplemente como un círculo virtuoso

que permite alcanzar el bienestar convirtiendo a la industrialización en el eje de la acumulación

de capital.

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La razón de estas conclusiones se encuentra, curiosamente, en lo que es el mayor rasgo de

originalidad y el mérito principal del enfoque cepalino y que, a la vez, constituye su principal

limitación: la visión estructuralista de la sociedad.

El estructuralismo del modelo de la CEPAL, al destacar la esfera de la producción de

bienes y servicios producidos por la industria, deja de lado o analiza de manera superficial, esto

es sin considerar el significado que tienen sobre la estructura económica las relaciones sociales de

producción determinadas por la relación capital–trabajo que se encuentran en la base del proceso

de industrialización bajo el capitalismo y de los impactos que esa relación provoca en el conjunto

de la sociedad que se industrializa.

De la misma manera, el enfoque estructuralista del modelo cepalino trae consigo una

segunda limitación: la imposibilidad de desarrollar sus propias hipótesis respecto de la

desigualdad inherente a la evolución del sistema centro–periferia puesto que el análisis de las

diferencias de productividad no puede realizarse sólo considerando las desproporciones entre las

estructuras productivas de la periferia y el centro, ya que: “Las diferencias aludidas también se

hallan relacionadas con las condiciones generales en que se realiza la acumulación a escala

mundial que, como es claro, son capaces de favorecer, entorpecer o bloquear el crecimiento y la

diversificación de la producción en uno u otro polo”. (Rodríguez, 1980: 9–10) El problema,

entonces, radica en considerar que la relación entre los países periféricos y los centrales puede

subordinar a las relaciones de explotación de los trabajadores por el capital.

Finalmente, desde su aparición en 1948 la CEPAL tuvo el mérito de haber roto con el

monopolio de los economistas de los países centrales respecto de las explicaciones de los

procesos económicos que ocurrían en los países de la periferia: “Por primera vez, un grupo de

economistas del tercer mundo, liberándose del colonialismo mental de que hablaba Celso

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Furtado, comenzaron a construir una nueva teoría del desarrollo y del subdesarrollo”. (Guillén,

2007: 313)

Esa ruptura no fue un hecho menor, por el contrario fue un enorme paso en la búsqueda de

la identidad intelectual de América Latina.

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III. Un modelo de desarrollo y una alternativa revolucionaria: El populismo y la teoría de la dependencia. Biografía política del populismo en América Latina. La teoría económica del populismo. La influencia del marxismo. Los dependentistas y su visión de América Latina. III. 1. La economía política del populismo.

El populismo, adjetivo despectivo, multiuso y comodín político, irrumpe periódicamente en

América Latina cuando el poder dominante cree estar en peligro ante un movimiento popular que

crece; entonces, se le acusa de populista tratando de evitar que la población apoye “el desorden

macroeconómico y el uso dispendioso de los recursos públicos”, que se atribuyen al populismo,

porque son situaciones que conducen a la inflación.

El origen del concepto es difícil de precisar, pero José Steinsleger (2004) ofrece una

versión que sostiene que en Latinoamérica el vocablo arrancó cuando el sociólogo ítalo–

argentino Gino Germani (1962), a comienzos de la década de los años sesenta, empezó a hablar

de “las democracias de participación restringida” en América Latina. 7

Octavio Ianni (1975: 9), considera al populismo como una de las experiencias políticas

más importantes en América Latina en los años inmediatamente posteriores a la crisis general del

capitalismo de 1929–33. De esta manera, Ianni ubica históricamente al populismo “como

fenómeno típico del paso de la sociedad tradicional, arcaica o rural, a la sociedad moderna,

urbana o industrial” (Ianni, 1975: 15). Al considerarlo de esta manera, el término no se puede

7 Según el propio Steinsleger (2004), entre las obras que sobre el populismo siguieron a la de Germani, principalmente de sociólogos, pueden contarse las siguientes: Fernando Cardoso y Enzo Faletto. Desarrollo y dependencia en América Latina, 1969; Francisco Weffort. Clases populares y desarrollo social: contribución al estudio del populismo, 1970; Octavio Ianni. Populismo y relaciones de clase en América Latina, 1972; Helio Juguaribe. Crisis y alternativas de América Latina: reforma o revolución, 1973; Torcuato di Tella. Clases sociales y estructuras políticas, 1974¸ Ernesto Laclau. Hacia una teoría del populismo, 1980 y Agustín Cueva. El desarrollo del capitalismo en América Latina, 1981. Algunos de estos autores están incluidos en este trabajo en la bibliografía correspondiente a la teoría de la dependencia.

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aplicar abusivamente a todos los regímenes donde, por ejemplo, los gobiernos mantienen un

déficit en el gasto público o promueven a intervención del Estado en la actividad económica.

En términos generales, quienes abordan el estudio del populismo coinciden en

considerarlo como una estrategia económica referida al uso de políticas macroeconómicas con

propósitos de crecimiento y redistribución del ingreso, que por lo tanto requieren sustentarse en

un proyecto político pluriclasista que permita, entre otras cosas:

1] Hacer del Estado el principal responsable de alcanzar los objetivos y metas de

crecimiento y distribución, conceptualizados como los principales ejes de la política económica;

2] Una política de masas para lograr la movilización y el apoyo a las propuestas de

crecimiento y distribución por parte de los trabajadores urbanos, así como de los diversos grupos

de la clase media y los productores rurales pobres;

3] Obtener el apoyo a esa estrategia del sector de empresarios cuyas actividades se

orientan al mercado interno y que mantienen ciertas contradicciones con el gran capital ante el

riesgo de que éste lo desplace del mercado; y

4] Asegurar el aislamiento político de la oligarquía rural, de los dueños del capital

financiero extranjero y de las elites industriales nacionales vinculadas a él.

De acuerdo con Carlos Bazdresch y Santiago Levy (1992: 256), algunas semejanzas

derivadas de las experiencias populistas en América Latina permiten establecer los términos de lo

que ha sido la política económica de ese corte y señalan como elementos comunes, los siguientes:

El uso dispendioso de los gastos públicos, el uso intensivo de los controles de precios, la sobrevaluación sistemática del tipo de cambio y las señales inciertas de la política, que tienen efectos deprimentes en la inversión privada. En política, tales semejanzas se relacionan con la dependencia del régimen del apoyo a las organizaciones obreras y campesinas, que generalmente lo ponen en conflicto con el sector privado del país. Visto de otra manera y siguiendo a estos mismos autores, en materia económica los

programas populistas en América Latina han tenido en común tres elementos:

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1) La reactivación económica con base al fortalecimiento del mercado interno mediante la

ampliación del gasto público;

2) Reestructuración de la economía para reducir la dependencia externa; y

3) El propósito explicito de llevar a cabo una política orientada a la redistribución del

ingreso y la riqueza.

Así, a diferencia de los economistas neoclásicos los populistas, sin olvidar el crecimiento

–que se impulsaría con la acción estatal–, enfatizan los aspectos de la distribución como el

problemas central de la político económica.

La experiencia indica que la estrategia utilizada para distribuir el ingreso, se sustenta en

lograr el incremento a los salarios reales aplicando un estricto control de precios y tarifas de los

bienes y servicios producidos tanto por el sector privado como por las empresas públicas; al

mismo tiempo, se amplía el empleo productivo mediante el uso del gasto público dirigido a

elevar la inversión, sobre todo, en infraestructura física necesaria a la reproducción del capital.

Las presiones inflacionarias, derivadas del incremento inmediato de la demanda

provocado por el aumento real del ingreso y el empleo, se resuelven mediante la reactivación y

reestructuración de la economía, impulsando la inversión destinada a favorecer la creación de

empresas que sustituyen importaciones, lo cual permite ahorrar las divisas que habrán de sostener

los niveles más altos del salario real y de un mayor crecimiento de la economía.

Al mismo tiempo, se revalúa la moneda con el propósito de alentar la importación de

bienes intermedios y de capital, al tiempo que se aplican prohibiciones y se elevan los aranceles a

las compra al exterior de bienes de consumo que se han empezado a producir internamente. Todo

esto en un contexto de planeación nacional indicativa, que ofrece seguridad y claridad a los

empresarios respecto de las acciones gubernamentales en el mediano y largo plazos.

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En síntesis, en una economía populista se trata de hacer compatibles la estabilidad, el

crecimiento, la distribución del ingreso y el desarrollo sustentados en las fuerzas internas

orientadas por el Estado.

Según Kaufman (1992: 25), la política económica para alcanzar estas metas incluyen,

aunque no se limitan a ellos, los siguientes instrumentos:

1] Los déficit presupuestales para estimular la demanda interna;

2] Los aumentos en los salarios nominales con controles de precios para lograr elevar el

ingreso real de los trabajadores y una efectiva redistribución del ingreso; y

3] El control o la apreciación del tipo de cambio para reducir la inflación, aumentar el

ingreso real de los trabajadores y orientar la demanda interna hacia los bienes y servicios que no

participan en el comercio internacional.

Este mismo autor reconoce que estas medidas no sólo se han aplicado en gobiernos

“populistas de izquierda”,8 sino que también se han llevado a cabo en América Latina en

regímenes “populistas de derecha”, impuestos por diversos gobiernos militares que han utilizado

estas políticas para legitimar su poder. La diferencia entre ambos tipos de populismo, tiene que

ver más que con el ambiente político prevaleciente en cada uno de ellos –por ejemplo, los

gobiernos militares ni contaron con el apoyo popular ni recurrieron al apoyo de las masas

trabajadoras para sostener su política económica– que con las medidas económicas que, en todos

los casos, concluye Kaufman, fueron similares.

8 Dentro de este tipo de regímenes populistas de izquierda, Kaufman incluye al de Juan Domingo Perón en Argentina (1973–1976); Alan García en Perú (1985–1900); José Sarney en Brasil (1985–1990); Luis Echeverría en México (1970–1976) y Carlos Andrés Pérez en Venezuela (1974–1978) y, un tanto arbitrariamente, mete en el mismo saco al gobierno socialista de Salvador Allende de Chile (1970–1973). A su vez, Bazdresch y Levy (1992:256), entre los gobiernos populistas de América Latina señalan “a la presidencia de (Lázaro) Cárdenas en México, pero también al régimen peronista en la Argentina y al régimen de (Gertulio) Vargas en Brasil […] al régimen de (Salvador) Allende en Chile, a las presidencias de (Luis) Echeverría y (José) López Portillo en México, y a la de (Alan) García en Perú.”

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En realidad, los regímenes militares de los setenta, si bien asumieron el poder con el

pretexto de modernizar a lasa sociedades latinoamericanas e impulsaron la industrialización,

carecieron de una política específica destinada a distribuir la riqueza y el ingreso, por lo que se

acercaron más a los postulados neoliberales, modelo del que fueron el antecedente necesario.

Así mismo, políticamente hablando aunque en los populismos civiles hay una cierta dosis

de autoritarismo prevalece un discurso democrático, particularmente electoral, que de ninguna

manera se encuentra en las dictaduras militares. Es decir, el populismo civil está ligado

estrechamente a la democracia representativa, “que es la forma de gobierno en la que el pueblo

no toma las decisiones que le atañen, sino que elige a sus representantes que deben decidir por él”

(Bobbio, 1996: 35).

Por supuesto, en este tipo de sistemas democrático–electorales, cuando los gobiernos

populistas no cumplen con las expectativas que generaron entre la población son o pueden ser

removidos por el voto popular que se mantiene como parte de las reglas fundamentales de este

tipo de democracia. Otras veces, las dificultades –reales o supuestas– generadas por los sistemas

de corte populista –muchas de ellas provenientes del exterior, como se ha probado en múltiples

ocasiones–, han sido el pretexto utilizado por los mandos militares para asumir el poder

violentamente.

A la democracia formal representativa, la acompaña en los regímenes populistas un

discurso que se muestra preocupado por satisfacer las necesidades de la población mayoritaria y

se proclama al Estado como el responsable de lograr el desarrollo, concebido como crecimiento

económico con bienestar social, aplicando políticas macroeconómicas orientadas a reactivar y

reestructurar la economía. Tales son, en general, los rasgos esenciales del populismo como

doctrina política y económica, por lo menos esos han sido en América Latina.

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Por su parte, el ambiente político específico para llevar a cabo la “política económica

populista de izquierda”, se caracteriza por ser una mezcla de nacionalismo revolucionario –con

algunas expresiones antiimperialistas–, de unidad política multiclasista encabezada por el Estado

–que interviene de manera creciente, hasta hacerse protagonista, en diversos momentos de la

actividad económica y la vida política nacional–, con cierta dosis de caudillismo pragmatismo y

movilización popular, a la que se une la burguesía que mantiene contradicciones con la inversión

extranjera en la disputa por los mercados, tanto como de aquella fracción empresarial que surge

con el propio proceso de industrialización impulsado por las políticas populistas y, por tanto,

vinculada a la demanda interna.

La crítica neoliberal al populismo

La intervención del Estado en la actividad económica, así como el uso de políticas fiscales y

crediticias expansivas, los desequilibrios macroeconómicos, los controles de precios con fines de

redistribución del ingreso, entre otras cuestiones, han sido sometidas a la crítica en por

economistas, empresarios y funcionarios públicos de corte neoliberal.

Un primer libro de amplia difusión publicado por la Universidad de Chicago con el título

de The Macroeconomics of Populism in Latin America (1991), reunió diversos trabajos de

autores latinoamericanos y estadounidenses compilados por los norteamericanos Rudiger

Dornbusch y Sebastián Edwards. El libro en español fue publicado en 1992, con el nombre de

Macroeconomía del populismo en la América Latina y es, quizá, el documento más completo de

análisis de las experiencias populistas en América Latina vistas desde la óptica de los

economistas neoliberales.

En uno de esos trabajos, Carlos Bazdresch y Santiago Levy (1992), ambos funcionarios en

los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, analizan las administraciones de

Luís Echeverría (1970–1976) y la de José López Portillo (1976–1982) en México, gobiernos que

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consideran sostuvieron “políticas macroeconómicas populistas”, aunque también, de pasada,

mencionan el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934–1940), sin darle mayor importancia.

En ese trabajo, los autores sostienen que mientras el desarrollo estabilizador concentró sus

esfuerzos en las variables puramente económicas, el populismo, por el contrario, lo hizo

concentrándose en las variables políticas, sin que ninguno de ellos haya sido capaz de resolver los

problemas estructurales de la economía mexicana:

Por tanto, la lección es sencillamente que las sociedades no pueden desarrollarse por una vía puramente económica o puramente política. No podemos enfocarnos sólo a un conjunto de variables a expensas del otro, y es posible que México haya venido sufriendo, por lo menos desde los años cincuenta, grades fluctuaciones en un péndulo que va de la concentración en las cuestiones económicas a expensas del desarrollo político a la concentración en el desarrollo económico a expensas de la política. Desde este punto de vista, el populismo es sólo uno de los dos tipos de errores que pueden cometer los gobernantes (Bazdresch y Levy, 1992: 294). Así, el “desorden fiscal y cambiario que caracterizó a los gobiernos populistas de Luís

Echeverría y José López Portillo”, son generalizados por Bazdresch y Levy a todas las formas de

populismo.

Finalmente, según sintetiza Dornbusch (1992: 15), el populismo si bien provoca “un breve

periodo crecimiento y recuperación económicos”, inmediatamente después, debido al desorden

que lo caracteriza, hace surgir: “Cuellos de botella que provocan presiones macroeconómicas

insostenibles y que finalmente conducen al derrumbe de los salarios reales y a grandes

dificultades de la balanza de pagos”.

En general, los autores que han hecho la apología del neoliberalismo, casi siempre,

incluyen furibundos ataques al tan temido populismo por haber concentrado sus esfuerzos en las

variable sociales que, señalan sus detractores, fueron atendidas a costa de un constante desorden

presupuestal y cambiario, la creación de un sector paraestatal excesivo e ineficiente (lo que no

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siempre han podido demostrar), una reducida captación fiscal y desalentadoras regulaciones

económicas, financieras y comerciales.

Todo esto acompañado, concluyen, de un Estado obeso y abusivamente interventor que, al

distraerse de sus funciones esenciales y entrometerse en la actividad económica como

empresario, se hizo incapaz de atender a las necesidades básicas de la población que los

neoliberales restringen a mantener a la clase trabajadora saludable y educada mediante la

ampliación de la cobertura del sistema de salud y la universalización del ciclo básico en

educación.

De acuerdo a los mismos apologistas del neoliberalismo, el populismo mantiene

insostenibles ritmos de gasto público y agregan la escasa apertura comercial de la economía

mexicana lo que hace a ésta una actividad atrasada y escasamente competitiva, provocándose con

ello fuertes desequilibrios macroeconómicos que, inevitablemente, conducen al derrumbe de los

salarios reales (debido a procesos inflacionarios incontrolables) y a incrementar las dificultades

en las cuentas con el exterior, hasta hacerlas un problema de enormes magnitudes.

Biografía y perspectivas del populismo en América Latina

La mayor parte de los países latinoamericanos tienen tres características estructurales, que han

marcado buena parte de su historia:

1] La existencia una profunda desigualdad en el desarrollo del capitalismo;

2] Como resultado de lo anterior, se produce una muy elevada concentración del ingreso y

de la riqueza; 9 y

3] Una profunda y creciente dependencia hacia Estados Unidos. 9 Al respecto, el coordinador presidente de la ONU en México, Thierry Lemaresquiere, afirmó que la desigualdad económica es una “dolorosa realidad en América Latina”; aún más, actualmente esa desigualdad económica: “Con algunas excepciones del África Subsahariana es, en promedio, el más alto del mundo, pues en América Latina 10 por ciento de los más ricos percibe 30 veces más el ingreso de los más pobres” (La Jornada, 15 de marzo de 2005: 14); cuando al finalizar la década de los 80: “La razón media entre el quintil más alto y el más bajo del ingreso familiar llegaba a 21.1 veces” (Kaufman, 1992: 28, Cuadro 2).

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Ante esta situación, desde los albores del siglo XX surgieron en la región diversas

corrientes políticas preocupadas por interpretar y resolver los problemas sociales y económicos

provocados por el desarrollo desigual, la pobreza y la dependencia.

Si bien es cierto que desde fines del siglo XIX y principios del XX, en América Latina, el

anarquismo y el socialismo influyeron en los sectores intelectuales y algunos sectores de los

trabajadores urbanos no lograron, salvo en muy contados casos, la adhesión de las masas

populares que, más tarde, sirvieron de sustento a los movimientos populistas.

Estos movimientos fueron capaces de agrupar a obreros, campesinos, intelectuales y

sectores medios en su resistencia contra el poder de los monopolios económicos imperiales. Sin

embargo, muchas veces su ideología aparece confusa ya que, en la mayor parte de los casos, se

mezclan conceptos socialistas, democráticos, cristianos, humanistas y otros cercanos al

nacionalismo revolucionario.

Inicialmente, desde sus posiciones doctrinarias, la izquierda tradicional representada por

los partidos comunistas, socialistas y otros de corte marxista, vio con desdén las concepciones y

prácticas populistas. Para los socialistas, el nacionalismo les parecía “autoritario” y cercano al

“fascismo”; para los comunistas, especialmente los de raíz soviética, en tanto el populismo no

tiene el propósito de socializar los medios de producción y no reconoce al proletariado y su

partido como la vanguardia de la Revolución, fue considerado, siguiendo a Lenin (1894/1974:

244 y ss.), un movimiento “pequeño burgués”. En consecuencia, como la transformación

revolucionaria del capitalismo sólo puede ser resuelta a partir de la contradicción entre la

burguesía y el proletariado, los populistas resultaban aliados circunstanciales y poco consistentes

del proletariado en su lucha por el socialismo. 10

10 En México, la confrontación entre el populismo y el comunismo se produjo con mayor intensidad durante la “Mesa Redonda de los Marxista Mexicanos”, convocada por Vicente Lombardo Toledano para discutir sobre: “Los

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El primer programa populista en América Latina

El 7 de mayo de 1924, en la entonces Universidad de México, convocados por el peruano Raúl

Haya de la Torre se reunieron estudiantes, obreros e intelectuales para dar nacimiento a la

“Alianza Popular Revolucionaria Americana” (APRA), con la que había de surgir un vasto

movimiento indo americano llamado a ser el pionero del nacionalismo popular continental.11

El programa enarbolado por el APRA, que por cierto fue la fuente de la que habrían de

brotar los movimientos populistas en toda América Latina, puede resumirse en los siguientes

puntos:

1) Acción decidida contra el imperialismo;

2) Alcanzar la unidad política de América Latina;

3) Nacionalización de tierras e industrias en poder del capital extranjero; y

4) Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.

objetivos y tácticas del proletariado y del Sector revolucionario de México en la etapa actual de la Evolución histórica del país”, celebrada en el Distrito Federal entre el 13 y el 22 de enero de 1947. La diferencia entre lombardistas y comunistas se presentó en dos puntos: 1) la definición del enemigo principal de la clase trabajadora. Para Lombardo era el imperialismo, mientras que los comunistas sostenían que el enemigo principal era la burguesía nacional; 2) consecuencia de la diferencia anterior, la táctica a seguir también se propuso distinta: Lombardo sostuvo la de la unidad nacional y el Partido Comunista Mexicano la lucha de clases. En consecuencia, los lombardistas, que impusieron la táctica de la “unidad a toda costa” alegando que el proletariado mexicano no era autosuficiente, sino que debía unirse en partido político con otras fuerzas populares antiimperialistas, decidieron iniciar la construcción del partido político que respondiera a las exigencias de la unidad nacional, que “indicaban la necesidad de crear un gran frente revolucionario bajo la forma de un partido popular amplio, que no fuese definido por su carácter marxista, obrero o de izquierda” (Bartra, 1985: 18), exactamente como lo indicaba el programa populista aprista. El propio Lombardo en una entrevista sostenida con James W. Wilkie (México visto en el siglo XX. Entrevistas de historia oral, México, 1969), sostuvo que: “El Partido Popular (cuya asamblea constitutiva se realizó el 20 de junio de 1948) no nació como instrumento del proletariado y de la clase obrera, sino como partido nacional, democrático y antiimperialista”. La táctica de la unidad nacional, que finalmente se impuso a toda la izquierda mexicana, fue duramente criticada por algunos comunistas como Hernán Laborde (Bartra, 1985: 12) y Valentín Campa (1985: 93) pues “omitió toda perspectiva de una nueva revolución, lo que hizo mucho daño no sólo al partido, sino al movimiento sindical mexicano” y a la clase obrera que, así, se colocó a la zaga del proyecto nacional–revolucionario impulsado por el partido del gobierno y apoyado por el lombardismo. Quizá de esta situación, la formación de un frente popular que sustentó políticamente al capitalismo de Estado, deriven los temores de la burguesía actual respecto al populismo, que como se ve nada tiene que ver con alguna opción socialista. 11 En el discurso pronunciado en la reunión que dio nacimiento al APRA, dijo Haya de la Torre: “No sólo queremos a nuestra América unida sino a nuestra América justa. Sabemos bien que nuestro destino como raza y como grupo social, no puede fraccionarse: formamos un gran pueblo, significamos un gran problema, constituimos una vasta esperanza”. (Corbière, 2002)

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Estos puntos serían la base de los programas populistas en los que convergerán los

movimientos revolucionarios nacionales de Latinoamérica. El apoyo social que logró este

programa, dio al populismo su carácter de frente político policlasista.

De esta manera, al concepto socialista y comunista del “partido de clase” el populismo

opuso un bloque popular o frente único –que incluía a obreros, campesinos, clase media y

pequeña burguesía–, organizado bajo la forma y disciplina de partido, como más tarde se

caracterizarían partidos como el venezolano Acción Democrática, los liberacionistas de Costa

Rica, los peronistas argentinos, el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Bolivia, en

México el priísmo y el Partido Popular fundado por Lombardo Toledano y otros similares en casi

todos los países latinoamericanos.

A la cuestión de ¿quién dirigía el bloque popular?, la respuesta del populismo, nunca

explícita, era: el Estado, que dirigido por la burguesía nacional habría de encabezar el

enfrentamiento con el capital extranjero y lograr la modernización del país.

Los límites del populismo

En cuanto a los límites del populismo la historia continental permite apreciarlos en cada uno de

los países. Según Ianni (1975: 9), aunque el populismo fue “una experiencia político importante

para la mayoría de los países de América Latina”, concluye que: “En la mayoría de los casos, ha

sido un experimento político malogrado, o cuyo éxito parece ser bastante limitado”.

Las razones del fracaso del populismo, quizá puedan encontrarse en el hecho de que la

dirección del proceso ha recaído en la burguesía nacional, clase política e ideológicamente

endeble e inestable que casi siempre termina traicionando los postulados de justicia social y

antiimperialistas, al tiempo que pacta con las viejas oligarquías y las empresas multinacionales

compromisos al margen de las demás clases que inicialmente forman el bloque pluriclasista

peculiar del populismo.

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Por otra parte, el autoritarismo que ha sido un sello indeleble en la historia de

Latinoamérica, determinó que en todos los países de la región se formaran y desarrollaran

movimientos nacional–democráticos que se plantearon, como eje programático, la

democratización del Estado formalmente existente. Lo que terminaba por limitar la lucha social a

las demandas de democratización política. Por supuesto, en los países donde los gobiernos

oligárquicos asumen las formas más totalitarias recurriendo al aparato militar, los movimientos

populistas siempre debieron referirse al objetivo de rescatar la constitución liberal–capitalista

avasallada o proponer un nuevo orden político en los marcos del capitalismo dependiente.

Ciertamente, cuando el movimiento popular rompe con esa tradición reformista y es atraído por

las ideas y las fuerzas socialistas, la lucha puede traducirse en un cambio político profundo y

radical capaz de transformar revolucionariamente al capitalismo, lo que no se planteó jamás el

populismo, que sin embargo fue una notable experiencia latinoamericana.

III. 2. La teoría de la dependencia.

El pensamiento crítico latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX no surgió, por supuesto,

de la influencia de las teorías metropolitanas ni del estructuralismo de la CEPAL o del populismo

reformista, sino que se construiría en la lucha contra la dependencia y el imperialismo y las

soluciones a los problemas del capitalismo fuera de los límites de ese modo de producción.

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en el ambiente de la guerra fría y de

la intensa lucha política prevaleciente en los años sesenta del siglo pasado en América Latina,

surge como expresión marxista latinoamericana la teoría de la dependencia que tuvo una vigorosa

vitalidad en el proceso de renovación de las ópticas históricas del desarrollo latinoamericano.

En efecto, teniendo como antecedentes al peruano José Carlos Mariátegui, y los

argentinos Aníbal Ponce y José Ingenieros, surge a finales de los años sesenta y principios de los

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setenta la corriente dependentista, forjada en el esfuerzo de aplicar creativamente el marxismo a

la búsqueda de explicación de la realidad latinoamericana.

Pensadores como, André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, Alonso Aguilar, Octavio

Ianni o Theotonio Dos Santos, representaron una legítima corriente de pensamiento

latinoamericano cuyos fundamentos teóricos se encuentran en la teoría del excedente económico

desarrollada por los marxistas norteamericanos Paul A. Baran (1957/1975) y Paul M. Sweezy

(1969), a partir de la cual se pudo construir una explicación al fenómeno del atraso y la

dependencia de los países latinoamericanos.

Los teóricos de la dependencia parten de considerar que con la integración de América

Latina al mercado mundial, se empiezan a forjar los lazos de la dependencia de nuestros países

hacia las economías capitalistas más avanzadas.

Según Vania Bambirra (1978: 28), en los estudios de los economistas dependentistas:

No se puede analizar el proceso de reproducción del sistema capitalista dependiente desvinculado del sistema capitalista mundial sencillamente porque la reproducción dependiente pasa por el exterior, es decir, en un primer momento los sectores I (bienes de producción) y II (bienes de consumo manufacturerazos) están en el exterior, luego, con el desarrollo del proceso de industrialización, el sector II se desarrollo en el seno de varias de las economías latinoamericanas pero el sector I no; para que el sistema se reproduzca tiene que importar maquinaria. De esta manera, la integración de los países dependientes al sistema capitalista mundial se

da –de acuerdo a la división internacional del trabajo– en calidad de proveedores de materias

primas, satisfaciendo las exigencias de los países industriales que, dado su poderío económico,

tienen la ventaja de imponer las condiciones bajo las que opera el mercado mundial mediante la

exportación de capital–maquinaria, que llega a los países dependientes en forma de inversión

extranjera directa. Es así que el excedente económico producido por los países dependientes en

las ramas primario–exportadoras, es expoliado mediante el intercambio mercantil con los países

desarrollados.

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Así, el enfoque de la dependencia introducía el estudio específico del nuevo modelo social

vinculado a la presencia del capital transnacional que, desde su punto de vista, se había omitido

en el enfoque cepalino.

De acuerdo con esta teoría de la dependencia, la expansión de las empresas

transnacionales y los cambios en las estructuras económicas internas produjeron un proceso de

marginalización que afectaba a vastos segmentos de la fuerza de trabajo; en contrapartida,

algunas minorías –sobre todo de la pequeña burguesía–, compartían algunos beneficios de aquella

expansión.

En la esfera económica, se sostenía que los modelos de desarrollo que caracterizaban la

evolución reciente de las sociedades latinoamericanas estaban determinados por sus procesos de

acumulación y reproducción del capital, cada vez más integrados a la dinámica capitalista global

en escala mundial. Esta integración, se afirmaba, era estructuralmente desigual y asimétrica y, por

tanto, estaba condicionada por relaciones de dominación y dependencia.

Las desproporciones y desequilibrios que se comenzaban a registrar en esas

comparaciones entre empresas, inter o intra sectoriales, eran indicadores de la fuerza con que

avanzaba el mayor control del capital transnacional y con él las condiciones para una distribución

cada vez más desigual de la propiedad, el empleo y el ingreso. Esos desequilibrios imponían

limitaciones a un crecimiento auto sostenido de los países latinoamericanos y ponían en tela de

juicio las propiedades dinámicas del capital transnacional.

En efecto, al tradicional deterioro de los términos del intercambio, enfatizado por la

CEPAL, se añadían ahora otros poderosos mecanismos de apropiación externa del excedente

económico: directamente mediante los beneficios, regalías, royalties e intereses remitidos al

exterior e indirectamente por medio de las ventajas que las corporaciones extranjeras extraían por

su acceso al crédito interno subsidiado y otros apoyos provenientes, sobre todo, de las políticas

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industriales todavía vigentes de sustitución de importaciones, aspectos éstos que se omitían en el

enfoque del FMI.

De este modo se restaban recursos y vigor al proceso interno de ahorro–inversión, se

debilitaban las balanzas de pagos (contrarrestando los transitorios efectos positivos gestados con

el ingreso de los capitales extranjeros) y se hacían más inestables las relaciones cambiarias, todo

lo cual coadyuvaba al estancamiento, el endeudamiento externo y la inflación de los países

dependientes latinoamericanos.

En consecuencia, la situación de dependencia que imprime el capital transnacional

cancela toda posibilidad de un desarrollo económico que favorezca al país dependiente. De ahí

que los dependentistas nieguen cualquier posibilidad de la burguesía y los estados nacionales para

modificar la situación dependiente de sus economías; en todo caso, tanto la burguesía como los

estados dependientes terminan siempre por subordinarse o aliarse al capital extranjero.

La perspectiva marxista sobre el desarrollo como crítica a las teorías desarrollistas y

estructuralistas y, aun, las dependentistas, tienen como eje de los cuestionamientos la necesidad

de analizar el desarrollo del capitalismo en América Latina, su génesis y expansión, es decir,

esclarecer la noción misma de capitalismo en las sociedades latinoamericanas para poder

establecer las condiciones “objetivas y subjetivas” en las que habrá de transformarse

revolucionariamente. Es, pues, una visión radical donde lo que importa no es explicar las

condiciones y obstáculos del desarrollo, sino el saber el momento social, económico y político de

la transformación revolucionaria del capitalismo.

El debate del origen feudal o capitalista de América Latina tiene sentido teórico en tanto

las conclusiones respectivas tienen impacto político. En efecto, quienes consideran ese origen

como feudal conciben a la latinoamericana como una “sociedad cerrada, tradicional, resistente al

cambio y no integrada al mercado mundial”, pero que ha llegado a una etapa capitalista que la

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pone en vísperas de una revolución “democrático burguesa”, en la que los socialistas debieran

buscar una alianza con la burguesía nacional; por su parte, quienes por el contrario sostienen un

origen capitalista de América Latina, postulan que desde su aparición las economías

latinoamericanas han estado incorporadas al mercado mundial y su atraso se explica en términos

de dependencia, por lo cual deberá lucharse directamente por el socialismo en contra de la

burguesía subordinada al imperialismo. (Laclau, 1984: 23)

Ambas posiciones, sin embargo, aunque se proclaman como parte del marxismo se alejan

de él en cuanto remiten el origen de América Latina a la esfera mercantil, dado que la presencia o

ausencia de un vínculo con el mercado se convierte en el criterio decisivo para distinguir entre

ambos tipos de sociedad, visión que se opone a la de Marx que consideraba al feudalismo y al

capitalismo como modos de producción que conviene analizar desde las relaciones de producción

más que desde la esfera de la circulación, que no es sino un momento de la producción en su

conjunto. .

Una crítica más a quienes decían sostener posiciones marxistas, como es el caso de André

Gunder Frank (1969), proviene de otros marxistas que rechazan la idea del desarrollo como

sucesión de etapas atribuyendo a las sociedades subdesarrolladas una fase ya superada en países

desarrollados, pues no existían evidencias de que estos alguna vez hayan sido subdesarrollados

con las características que tenían los países latinoamericanos.

André Gunder Frank, por ejemplo, supone que las relaciones metrópoli–satélite penetran

en toda la vida económica, social y política de los países latinoamericanos, de tal modo que sus

posibilidades de desarrollo dependen de la intensidad con se manifieste dicho vínculo. Así, este

planteamiento sostiene que América Latina ha estado dominada por una economía de mercado, es

decir, que siempre ha sido capitalista y dependiente debido a su inserción en el mercado mundial,

lo que finalmente provoca su subdesarrollo.

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Para los dependentistas, el desarrollo de una parte y el subdesarrollo por otra, se hallan en

interdependencia mutua y dialéctica. El capitalismo produce el desarrollo de un polo y al mismo

tiempo el subdesarrollo en el otro. De esta manera, el subdesarrollo no es un simple atraso, en el

sentido de etapa necesaria de la sociedad como la concebía Rostow, sino que significa un tipo de

sociedad dependiente y explotada que contribuye al desarrollo de los países centrales y que

acumulan en su interior los efectos de esta posición.

Así las cosas, la dependencia es un rasgo específico e ineludible del subdesarrollo, es

decir, tiene un carácter estructural. Esto equivale a decir que –en el esquema del capitalismo

dependiente– no hay posibilidad de desarrollo sino de simple crecimiento económico y toda

posibilidad de crecimiento económico conlleva, como contrapartida, una mayor dependencia ya

que la incapacidad para utilizar el excedente económico –que existe en las economías

subdesarrolladas pero que se fuga del país dependiente de múltiples formas– se traduce en

insuficiencia de ahorro que se resuelve con mayor endeudamiento externo o mayor inversión

extranjera directa particularmente la articulada a los conglomerados y consorcios transnacionales.

Para Laclau, los errores de Gonder Frank y otros dependentistas, consisten en qué nunca

explican que entienden por capitalismo, pues si bien remiten a la contradicción entre explotados y

explotadores como la esencial, olvidan o soslayan que esta contradicción existe en toda sociedad

dividida en clases antagónicas.

Por su parte, los dependentistas aseguran que no teorizan sobre el modo de producción

capitalista, “porque eso ya lo hizo Marx”, ni sobre el “el modo de producción capitalista

dependiente, pues esto no existe” (Bambirra, 1978: 26), por lo que prescinden de las relaciones

de producción al definir el capitalismo y lo establecen la dependencia sólo a partir del mercado.

Las críticas más severas a los dependentistas, radican en su consideración sobre la

contradicción fundamental, que ellos sitúan en la esfera de la circulación y no en la de la

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producción, por ello es que no se explican por qué el desarrollo genera subdesarrollo. En todo

caso, en el capitalismo la contradicción fundamental transcurre entre proletarios y burgueses y no

entre el imperialismo y las naciones dependientes.

En fin, diversos críticos del dependentismo se refieren específicamente a Gunder Frank

señalando la inconsistencia de su modelo teórico en tres aspectos:

1. La contradicción de la expropiación–apropiación del excedente económico, pues se

sustituye la idea de plusvalía por el de excedente centrando su análisis en la esfera de la

circulación.

2. La contradicción de la polarización metrópoli–pais dependiente, en tanto que esta sólo

es una versión diferente de la primera al centrarse en los protagonistas y no en el proceso.

3. La contradicción de la continuidad en el cambio con la cual se deshistoriza la

estructura.

Por su parte, Agustín Cueva (1979) cuestionó la teoría de la dependencia señalando que se

constituye en un “neomarxismo al margen de Marx” y refuta la tesis del dualismo estructural que

dividen la economía en un sector tradicional y otro moderno; a su vez, la sustitución de las

contradicciones de clase por otras entre naciones y regiones de modo tal que los países y regiones

se constituyen en unidades últimas e irreductibles en el análisis.

Cueva crítica la idea de dependencia en cuanto se erige en una dimensión omnímoda,

cuestionado la manera en se evade el análisis de los modos de producción y de las clases sociales

debido a que se habla de de integración de clases, no de lucha entre ellas; asimismo, impugna la

teoría de la dependencia que pretende explicar el desarrollo de una formación social a partir de su

articulación con otras formaciones. Para Cueva la peculiaridad de las sociedades

latinoamericanas es la determinante de su forma de inserción al mercado mundial y no a la

inversa.

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Por su parte, para el enfoque marxista, crítico de la dependencia, es indispensable

recuperar el las categorías de modo de producción y lucha de clases para comprender el

desarrollo del capitalismo en América Latina y su inserción en la economía mundial.

Por medio de la reconformación de la estructura social, el enfoque dependentista trató de

demostrar las mediaciones sociales que convertían la dependencia económica en dependencia

política e impulsaban la transformación de las alianzas populistas en pactos de dominación. En

otras palabras, el enfoque dependentista desembocaba finalmente en el plano político.

De la misma manera, para los autores de esta corriente la utopía la proporcionó, durante

algún tiempo la sociedad soviética, aunque en realidad era la de la emancipación del trabajo

alienado y como de de acuerdo a sus análisis sabían que los problemas del subdesarrollo

dependiente eran irresolubles en el marco del sistema capitalista, concluían en la necesidad de su

transformación revolucionaria, lo que fue forjando una ideología que descansaba en la idea de

una revolución proletaria que en el caso de Latinoamérica se fundió, en no pocas ocasiones, con

posturas nacionalistas.

Finalmente, para los dependentistas, no hay desarrollo social posible bajo el capitalismo,

el único camino es la transformación revolucionaria de ese modo de producción.

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IV. La situación actual de América Latina y los debates contemporáneos sobre el desarrollo. Introducción

La situación económica y social en América Latina ha puesto en tensión a las fuerzas sociales en

la región y colocado en la agenda política de varias naciones de la región la búsqueda de una

opción económica y social que permita superar la modalidad neoliberal que, actualmente, se

encuentra en plena crisis de legitimidad originada por su evidente impotencia estratégica para

satisfacer las necesidades sociales y ampliar los espacios democráticos que permitan una

verdadera participación de la población en las decisiones que marcan el rumbo histórico de las

naciones.12

La creciente deuda social del neoliberalismo con nuestros pueblos ha traído, entre otras

consecuencias, el ascenso del movimiento popular que en los años ochenta del siglo XX pasó de

las derrotas políticas a la resistencia civil y al fortalecimiento de sus organizaciones en los años

noventa y, luego, a las victorias electorales contundentes, cuya respuesta ha sido la actual

contraofensiva de los sectores desplazados del gobierno, particularmente virulenta en países

como Bolivia, Ecuador y Argentina, aunque se mantiene en el resto de las naciones donde el

12 La siguiente información, necesariamente breve, puede permitir ilustrar algunas de las consecuencias económicas y sociales que el neoliberalismo ha significado para América Latina: el Producto Interno Bruto por habitante creció en la región únicamente 1.1% anual en promedio entre 1990 y 2005, tasa bajísima que con la década perdida de 1980 acumula ya un cuarto de siglo de semiestancamiento económico y social. En efecto, la población latinoamericana en condiciones de pobreza creció continuamente durante la etapa en que predominaron los gobiernos neoliberales al pasar de 136 millones (40.5% de la población total de la región) en 1980 a 221 millones (44% de la población) en 2002 y sólo a partir de ese año empezó a disminuir, en términos absolutos y relativos, la población que se encontraba en esa situación de pobreza, al bajar a 217 millones de personas (42% de la población total) en 2004 y a 209 millones (39.8% de la población latinoamericana) en 2005. (CEPAL, 2007)

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neoliberalismo ha sido desplazado del gobierno y su doctrina económica ha sido sometida a una

crítica teórico–práctica.

Sin embargo, el rechazo al neoliberalismo aunque necesario no es suficiente aún para

definir los rasgos fundamentales de las nuevas sociedades latinoamericanas. Para esto, para

construir la sociedad latinoamericana postneoliberal del siglo XXI, se requiere, además de

sostener y acrecentar las acciones del movimiento social, que ha sostenido una desigual y dura

batalla contra el neoliberalismo y los grupos que ostentan el poder real y fáctico, de un debate

generalizado en el seno de nuestras sociedades con la mira de crear y fortalecer el poder popular.

De esas acciones y debates habrán de surgir, sin duda, propuestas precisas capaces de guiar e

impulsar la movilización de la población en el proceso social de construcción de una sociedad

plural y democrática donde se establezca como propósito fundamental la realización de sus

aspiraciones económicas, políticas, sociales y culturales por tanto tiempo pospuestas bajo la

incierta promesa de un bienestar generalizado que jamás llega.

Entre los temas de ese debate se encuentra, hoy, el referido a las posibilidades que puede

ofrecer el desarrollo como concepto teórico–práctico capaz de permitir a nuestros pueblos

pensarse a sí mismos en un entorno de globalización neoliberal y avanzar para superar la actual

etapa de transición que en América Latina se caracteriza por el cuestionamiento y abandono de

los postulados del “Consenso de Washington” para forjar otros de diferente contenido ético,

político, social y económico.

Por supuesto no se trata de asumir el concepto de desarrollo tal y como se formuló en sus

orígenes, por allá en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial; sin

embargo, en su reconceptualización, sin duda, resulta indispensable remontarse críticamente a

esas primeras formulaciones teóricas y a las que siguieron expuestas por los pensadores

latinoamericanos, ya que sólo comprendiendo cómo se construyó y teorizó aquel presente se

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estará en condiciones de trazar los caminos que conduzcan a superar los problemas estructurales

por los que atraviesan actualmente las sociedades latinoamericanas que han llevado a nuestra

región a ser una de las más desiguales del mundo. 13

Recuperar el pensamiento latinoamericano en materia de desarrollo no es refocilarse en la

nostalgia del pasado, sino adentrarse a una tradición donde los pensadores han tratado de

responder siempre a la necesidad de encontrar los caminos de la transformación social y, lo que

es quizá la mayor y mejor lección: comprometerse con sus propias conclusiones para llevarlas a

cabo vinculando su propio presente y futuro a los del movimiento social. Hacerlo así, recurrir al

pasado y hacerlo presente vivo, nos puede permitir atisbar con mayor claridad los caminos

viables a seguir en la construcción de la sociedad latinoamericana postneoliberal del siglo XXI.

De la misma manera, la necesidad de redefinir el desarrollo partiendo de nuestra realidad

concreta exige superar las visiones sesgadas de las teorías metropolitanas que solamente

consideran su parte económica –el crecimiento basado en la productividad–, soslayando sus

dimensiones sociales y políticas, como la distribución del ingreso y la participación social en la

orientación y los objetivos del desarrollo. Se trata, en todo caso, de repensar y reconceptualizar el

desarrollo vinculando la economía con la política para hacer de ambas un solo instrumento con

estrategias, objetivos e instrumentos únicos.

IV. 1. Repensando el desarrollo.

13 “Según el Banco Mundial, desde que se dispone de datos sobre los niveles de vida, América Latina y el Caribe se encuentran entre las regiones del mundo que presentan la mayor desigualdad. Con excepción de la parte de África ubicada al sur de Sahara, esto es válido respecto de casi todos los indicadores, desde los ingresos o gastos en consumo hasta la mayoría de los resultados de salud y educación. (Banco Mundial, Desigualdad en América Latina y el Caribe: ruptura con la historia, 2003) Aunque la décima parte más rica de la población de la región percibe 48% del ingreso total, la décima parte más pobre sólo recibe 1.6%. en cambio, en los países desarrollados, la décima arte superior recibe 29.1% del ingreso total, en comparación con el 2.5% de la décima parte inferior.” (Cetré, 2006: 35)

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En esta parte se ofrecen algunos elementos para la reflexión y debate de lo que tendrá que ser una

nueva visión del desarrollo como teoría y práctica en la etapa de transición que en este momento

viven buena parte de los países de América Latina.

El desarrollo, hoy, deberá ser una construcción participativa que, al mismo tiempo de ser

la más severa crítica a la sociedad basada en la relación subordinada del trabajo al capital, someta

el crecimiento de la economía a la satisfacción de las necesidades sociales. Producir para la gente

y no para las cosas, podría ser la divisa.

En otras palabras, una nueva concepción del desarrollo deberá partir de la convicción de

que en el capitalismo se puede lograr la dirección social del proceso de desarrollo económico y

social. Esto requiere la participación creciente de la población, que siempre ha sido excluida de

las definiciones esenciales del desarrollo, de sus metas y objetivos y, sobre todo, marginada de

los proclamados logros de las políticas de desarrollo conducido, como únicos protagonistas, por

el capital y el aparato gubernamental. Hoy, la emergencia de nuevos sujetos sociales, hace

imposible dejar de considerar sus intereses.

El punto de partida para avanzar en esa perspectiva es, en primer término, reconocer que

el desarrollo no tiene que ser, necesariamente, conducido por el aparato gubernamental o por el

capital y sus intereses. En realidad, resulta una enorme concesión a la ideología neoliberal admitir

que el gobierno es el único lugar donde reside el poder. Por el contrario, partimos de que el poder

–como relación social que es– se extiende por toda la sociedad civil, por los movimientos

populares, por la educación y el mundo del arte y la cultura, procesos sociales que originan

nuevos modos de pensar, de sentir y de actuar, modificando valores y representaciones

ideológicas que pueden permitir la transformación de la correlación de fuerzas que determina

quiénes y cómo ejercen el poder en cada momento histórico y la manera como se somete a ese

poder al resto de la población.

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Se trata, entonces y en buena medida, de rechazar la idea que sostiene que el control del

aparato gubernamental es la precondición necesaria para lograr el desarrollo de la sociedad.

Antes de eso, antes de que pierdan el poder quienes lo detentan en el neoliberalismo, la sociedad

puede empezar a ser transformada –a desarrollarse– con la participación ciudadana en la

construcción de las nuevas formas democráticas de dirección, gestión y acción que serían la

respuesta a la vocación antipopular, antidemocrática y excluyente del capitalismo en general y

del neoliberalismo en particular. Una sociedad que se democratiza desde abajo, cuando sus

protagonistas asuman el gobierno formal tendrán, sin duda, mejores y mayores posibilidades de

conducirlo de manera democrática e incluyente.

Además de esto, deberá matizarse la idea de que el desarrollo requiere como requisito

previo del crecimiento económico. Dicho de otra manera, el crecimiento es necesario pero no

puede ser el objetivo único del desarrollo, ni su comienzo. Aún más, la experiencia muestra que

el crecimiento económico de ninguna manera garantiza el mejoramiento de las condiciones de

vida de la población, más bien en muchas ocasiones se observa que el crecimiento de la economía

se acompaña, en el capitalismo en general y en el neoliberalismo en particular, de mayores

niveles de concentración del ingreso en favor de los sectores sociales minoritarios, situación que

se justifica mediante la necesidad de lograr elevar las tasas de ahorro para incrementar la

inversión.

En todo caso, la nueva propuesta del desarrollo como concepto teórico–práctico tiene

como fundamento privilegiar la razón social sobre la económica. Esto es, se trata de diseñar una

política económica que tenga como objetivo fundamental el bienestar de la población y no sólo la

acumulación de capital. Por esta razón, el desarrollo económico–social no sólo implica el cambio

de modelo económico, o de política, sino que, fundamentalmente, exige un proceso social de

transformación de la estructura económica prevaleciente con mayor urgencia si ésta impide

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mejorar la distribución de la riqueza y el ingreso o es el obstáculo central para alcanzar el

bienestar social.

Por otra parte, el proceso de desarrollo debe tener como una de sus características básicas

la redistribución del ingreso real mediante las políticas fiscal y de inversión pública en

infraestructura social, esta política debe acompañarse de acciones concertadas con la población

tendientes a solucionar los problemas de la desigualdad y la pobreza pues una sociedad no supera

esas situaciones cambiando únicamente la forma como se distribuye el ingreso, aun cuando esto

ocurra en favor de los sectores de más bajo ingreso ya que el desarrollo social debe comprenderse

vinculado al bienestar general de la sociedad, es decir, tiene que ser concebido como un proceso

social de cambio y mejoramiento constante de las condiciones generales de vida social.

En síntesis, lograr el bienestar social no solamente depende de superar la carencia de

ingreso, esto es la imposibilidad de acceder al mercado de consumo, sino que depende también de

otros factores como la satisfacción total o parcial de los componentes del bienestar social o

mejorar su distribución equitativa entre la sociedad dando prioridad, precisamente, a los pobres,

lo que no se logra con el mero incremento del ingreso monetario personal o de las familias.

Ahora bien, para que el desarrollo contribuya a satisfacer las necesidades de la sociedad,

la estrategia económica debe incorporar como propios los objetivos y las metas del bienestar

social. El propósito explícito de esta estrategia económico–social, sería reencontrar a la economía

con la política, condición para romper los estrechos limites del economicismo.

La nueva propuesta del desarrollo debe asumir este proceso como eminentemente social, a

través del cual una economía incapaz en un momento dado de abatir los déficit en materia de

bienestar social y donde el ingreso se concentra en los sectores más ricos, se transforma en otra

donde se incrementa de manera permanente la producción y el ingreso real de las familias

pertenecientes a los sectores de más bajo ingreso y se universaliza el derecho a la seguridad

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social dentro de una estrategia económica que integra, como propios, objetivos y metas sociales

tendientes a eliminar la desigualdad, la exclusión y la desintegración social.

En todo caso, para poder hablar de desarrollo resulta imprescindible acompañar a la

distribución del ingreso a favor de los receptores de sueldos y salarios, del mejoramiento

permanente de la dotación y calidad de aquellos servicios y satisfactores urbanos cuya

consecución no puede depender sólo del ingreso monetario, es decir, del mercado pues esto

termina por acentuar la desigualdad, sino que deben ser proveídos por el aparato gubernamental

(agua potable, drenaje o alumbrado público, entre otros), sin dejar de lado los satisfactores que el

propio movimiento social logra con su acción: la sustentabilidad y la democracia.

Además de todo lo anterior, conviene revalorar la capacidad del Estado para actuar en

busca del desarrollo y superar la situación actual de estancamiento e iniquidad en la distribución

del ingreso, que caracteriza a la economía latinoamericana. Esto implica abrir el debate sobre la

agenda del desarrollo, en condiciones de una política democrática que logre construir consensos

amplios en torno a sus objetivos y su congruencia con los instrumentos seleccionados para

alcanzarlos.

Lo anterior significa poner coto al desmantelamiento del Estado y devolverle su necesaria

autonomía para resguardar los equilibrios sociales y productivos fundamentales, y al mismo

tiempo destrabar el funcionamiento de las instituciones y los instrumentos básicos de la acción

gubernamental con miras a elevar el bienestar de la población.

IV. 2. Conclusión.

En conclusión el desarrollo no puede considerarse únicamente como concepto teórico, sino

también como proceso social deliberado y conducido por una teoría que considere la nueva

realidad de América Latina, caracterizada por la creciente participación de distintos sectores de la

sociedad que, hasta hace poco, permanecían ajenos o expectantes frente a los problemas sociales.

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La reconceptualización del desarrollo, ahora, tiene que ajustarse a los tiempos de la

globalización asumida como la fase actual bajo la que se desenvuelve el capitalismo financiero

mundial, y definir la senda de la transformación económica que permita mejorar el bienestar de

la población. El desarrollo, en consecuencia, deberá sustentarse en el apoyo e impulso popular a

una política económica–social cuya prioridad sea elevar el ingreso real y ampliar el empleo bien

pagado como detonantes del desarrollo y no como su resultado.

Sin duda, es necesario revalorar el papel del Estado en el desarrollo. Sin embargo, debe

cuidarse que de ninguna manera su participación desplace a la población en las actividades que le

competen cumplir en el desarrollo, que es esencialmente un proceso social donde la población

tiene, entre otras, la tarea definir la estrategia y los objetivos del desarrollo, así como tomar las

medidas que sena necesarias para cumplirlos.

El desarrollo, en consecuencia, tiene que ver con la consolidación de una democracia de

nuevo tipo, que supere la democracia electoral–representativa y que signifique una mayor

participación de la sociedad en la toma de las decisiones políticas y económicas.

Un aspecto que no puede ser soslayado consiste en la necesidad de lograr el

financiamiento que requiere el desarrollo, lo que obliga a plantear una real reforma fiscal que

grave las utilidades del capital y reduzca los impuestos a los trabajadores con el fin de fortalecer

la demanda interna.

En fin, poco o nada se puede lograr en términos de desarrollo concebido como la mejoría

en la distribución del ingreso y una constante elevación del bienestar social de la población, sin

dos requisitos: a] la participación generalizado de la población a las tareas implicadas en el

desarrollo y b] la posibilidad de arrebatar al capital parte de sus ganancias para financiar el

sistema de seguridad social universal para financiar el desarrollo.

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