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PABLO LACOSTE LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE (1534-2000) FONDO DE CULTURA ECONÓMICA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE Instituto dd Estudios Avanzados

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PABLO LACOSTE

LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES

DE LA ARGENTINA Y CHILE (1534-2000)

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE

Instituto dd Estudios Avanzados

Primera edición, 2 0 0 3

Este libro obtuvo el Primer Premio en la IX edición del Concurso de Investigación Casa de América

D. R. © 2 0 0 3 , UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE,

Doctorado en Estudios Americanos-Facultad de Humanidades Instituto de Estudios Avanzados Román Díaz N° 89, Providencia, Santiago de Chile [email protected] / www.usach.cl

D. R. © 2 0 0 3 » FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S . A.

El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires e-mail: [email protected] / www.fce.com.ar Av. Picacho Ajusco 2 2 7 ; 1 4 2 0 0 México D . F.

ISBN: 950-557-556-4

Fotocopiar libros está penado por la ley.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa de la editorial.

IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTEO IN ARGENTINA

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Agradecimientos

Deseo manifestar mi reconocimiento a las personas e instituciones que han contri-buido a la realización de este trabajo. En primer lugar, al director de la tesis, doctor Joaquín Fermandois, que dedicó mucho tiempo e interés al presente estudio. La tarea ha sido mucho más larga de lo que se puede inferir de la lectura de la versión final; pues, para llegar a ella, fue preciso abandonar el análisis de otros problemas, que finalmente no resultaron incluidos en el texto.

Por otra parte, una de las principales motivaciones y desafíos que he tenido para realizar este doctorado fue la oportunidad de, en calidad de ciudadano argentino, abordar estos complejos temas bajo la dirección de un académico chileno. Y gracias al intenso trabajo del doctor Fermandois, creo haber alcanzado este objetivo.

El proyecto original de esta tesis se centraba en las relaciones entre Chile y la Argentina en el siglo XX. Pero a medida que avanzamos en el estudio del tema, se planteó la necesidad de buscar las causas de ios desencuentros entre ambos países en el siglo XIX y aun más allá. Fue preciso remontarse hasta la época colonial para hallar la raíz del problema. Esto presentó un nuevo desafío, tanto para el autor como para el director, y fue preciso apelar al apoyo de otros especialistas. Este ha sido el papel de Leonardo León Solís (Universidad de Chile) y María Teresa Luiz (Universidad de la Patagonia Austral), que han suministrado fuentes y bibliografía, han leído buena parte del manuscrito, han formulado ideas, y nos han permitido establecer debates esclarecedores a partir de su mayor conocimiento del mundo colonial y el mundo de la frontera en el siglo XIX. Su aporte ha sido tan significativo en este trabajo que debo reconocerles un papel equivalente al de codirecto res. También deseo expresar un agra-decimiento especial a Gerda Clauss, quien leyó cuidadosamente el manuscrito para realizar correcciones y eliminar errores de escritura. Hizo una tarea silenciosa y eficaz para mejorar la calidad de la versión final.

La dinámica del tema llevó también a realizar un detallado estudio cartográfico de la región. Inícialmente, el autor tampoco tenía experiencia en este campo. Pero la colaboración de Isabel Paredes (Universidad de Luján) permitió avanzar en estas com-plicadas problemáticas. También fueron importantes los aportes en este terreno del embajador José Miguel Barros (Santiago de Chile) y de Hilario Montuele (UADE,

Buenos Aires), las sugerencias de Silvia Fridman (Universidad de Buenos Aires) y tos comentarios de José Carlos Chiaramonte (Instituto Ravignani, Universidad de Bue-nos Aires).

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8 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

Deseo agradecer también el aporte de ios profesores y alumnos del doctorado de Estudios Americanos, en cuyo ámbito se realizó el presente trabajo. En primer lugar, al director de la Mención Relaciones Internacionales, Iván Witker, quien leyó el ma-nuscrito y sugirió una serie de precisiones que a la postre resultarían fundamentales para la estructura de la redacción final. También han sido importantes las clases de Carmen Norambuena, Eduardo Ortiz, Luciano Tomassini, Edmundo Herediay Luis Alberto Romero; así como el espacio de debate con mis compañeros del doctorado, sobre todo, los aportes de César Ross, Cristian Garay y Sergio González. Su constante generosidad para acceder a bibliografía y materiales de consulta es digna de mención.

Este trabajo se ha nutrido también de los aportes que los colegas argentinos y chilenos han formulado en distintos congresos, jornadas y seminarios realizados en los tres últimos años, en los cuales fui presentando avances parciales de la tesis. De esta manera fue posible debatir los distintos puntos de vista, ajustar el enfoque, am-pliar las fuentes y la bibliografía, hasta llegar a la formulación definitiva del texto-Sería muy amplia la lista de personas que debería mencionar por este motivo. Pero basta al menos con recordar, en nombre de todos ellos, a Eduardo Devés (uSACH),

Sergio Villalobos (Universidad de Chile), Susana Bandieri (Universidad del Comahue), Jorge Pinto (Universidad de la Frontera), Delia Otero y Pablo Heredia (Universidad de Córdoba), Pedro Navarro Floria (Neuquén-CONICET), Javier Pinedo y Paulina Royo (Universidad de Talca), Adriana Arpini, Cristian Buchrucker, María del Rosario Prie-to y Clara Jalif (Universidad de Cuyo) y, muy especialmente, a don Arturo Andrés Roig, por su constante estímulo.

Desde el punto de vista institucional, deseo agradecer al personal de profesores y funcionarios de IDEA por su apoyo, y a las autoridades de la Universidad Nacional de Cuyo y de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, que respaldaron este proyecto en el marco del programa FOMEC. Por otra parte, varios trabajos parciales del presente estudio se realizaron con financiación del Centro de Investigaciones de la Universi-dad de Cuyo (CIUNC). También corresponde el reconocimiento al gobierno de Mendoza, a través de la Subsecretaría de Cultura, que contribuyó a financiar algunos costos de viajes indispensables para la realización del trabajo final.

Finalmente, deseo terminar los agradecimientos con una mención especial a los miembros de la Asociación Argentino-Chilena de Estudios Históricos e Integración Cultural y de la Revista de Estudios Trasandinos. Esta red ha sido la matriz en la cual resultó posible pensar y realizar este trabajo. Muchos de sus miembros ya han sido mencionados; pero deseo añadir también mi reconocimiento a Luis Carlos Parentini, Carlos Mayo, Sergio Grez, Ana Fanchin, Leonardo JefFs, Fernando García Molina, Sergio Vergara Quirós, María Inés Rodríguez, Luz María Méndez Beltrán y Eduardo Saguier, entre otros, que constantemente nos impulsan a tratar de profundizar en estos temas.

Introducción

El utipossidetis del año diez, como regla jurídica para decidir las controversias que han surgido entre los es-tados de América española con respecto a sus demar-caciones territoriales, constituye -por el asentimiento expreso de algunos congresos de plenipotenciarios americanos, por tratados entre varios estados, o sepa-radamente entre una y otra nación, y por las discusio-nes diplomáticas sobre la materia- un verdadero prin-cipio de derecho internacional entre las naciones de este continente. Y tal principio es inaplicable, absolu-tamente inaplicable en el continente europeo.

VICENTE QUESADA1

El mapa, como representación imaginaria de un ob-jeto "real", abarcable, mensurable, se expresa en un discurso cartográfico que devela, a través de los iti-nerarios personales, proyectos políticos de coloniza-ción. La demarcación, distribución, administración de las fronteras -líneas imaginarias-, como territo-rios políticos que implican una ocupación y domi-nación del espacio cultural que los comprende, se instituyen con algunas variantes, como paradigmas de un proyecto imperialista.

PABLO HEREDÍA2

Existe una guerra latente entre la Argén tina y Chile por tierras irredentas. No se trata de alguna pequeña isla deshabitada ni de un remoto rincón cordillerano sino de dilatados territorios, mayores que varios países de Europa, dotados de recursos naturales de interés, sobre todo, enormes reservas de agua y fuentes de energía. A medida que pasen los años y las décadas, estas tierras van a tener cada vez más valor económico y estratégico. Naturalmente, las buenas relaciones diplomáticas que actualmente tie-

1 Vicente Quesada, Historia diplomática latinoamericana, Buenos Aires, La Cultura Argentina, [1884] 1918, p. 41.

1 Pablo Heredia, "Cartografías imperiales. Notas para la interpretación de los discursos cartográficos del siglo xviil en el Cono Sur", en: Silabario. Revista de Estudios y Ensayos Geoculturales, Córdoba, año [, núm.!, 1998, pp. 77-91-

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nen estos dos países hacen altamente improbable un conflicto en el corto o mediano plazo. Pero nada garantiza que esta situación no se vea alterada y que algún problema coyuntural encienda la mecha y pueda desencadenar un conflicto de dimensiones imponderables. La base de este enfrentamiento potencial radica en las imágenes que se han construido a partir de la historia de las fronteras, entendidas como límites de la soberanía territorial de los Estados.

El término límite deviene del latín Limes -itis, concepto empleado para denominar la línea fortificada que separaba a los romanos de los pueblos bárbaros. Contraria-mente a lo que se suele afirmar, el Limes no era una línea delgada y recta. Tal como ha señalado Duroselle, el limes era una franja ancha, un espacio articulado por puestos avanzados, fortificaciones principales y secundarias, y calzadas de retaguardia para casos de emergencia.3 A su vez, el concepto de frontera ha representado tradicional-mente la parte del territorio situada en el frente o bien frente a lo otro. Este puede ser otro pueblo al cual se considera par (frontera entre Estados) o puede tener otra enti-dad, como un territorio desconocido o un pueblo considerado "bárbaro". Para los griegos, la frontera era ho horos y, a la vez, oros eran las montañas. En la tradición de los Estados Unidos, la frontera era el punto más allá del cual se hallaba el wüdemess, es decir, el desierto.

En los siglos XIX y XX se avanzó considerablemente en el proceso de definición de los límites internacionales entendidos como líneas imaginarias surgidas de un acuer-do político entre Estados soberanos: el límite separa el territorio de cada uno; allí termina la autoridad de un Estado y comienza la del otro. A su vez, el límite es un elemento indispensable para un Estado —como su población, su territorio y su orga-nización jurídica-; no existe Estado sin límite territorial. Además, el límite debe ser muy claro, ya que hasta ese lugar ejerce su autoridad el Estado. La frontera, en cam-bio, es mucho más difusa, dado que incluye el territorio periférico; es un espacio de amplitud variable en el cual los grupos humanos interactúan y desarrollan una forma peculiar de actividad social, cultural y económica. Pero todo eso está condicionado por el límite internacional, elemento que influye en forma decisiva en la problemáti-ca de la frontera, como a su vez ésta lo hace en la historia e identidad del Estado.

El papel de la frontera en la configuración de la identidad de un país fue el enfo-que desarrollado por Frederick Turner. En su conferencia pronunciada en la American History Society de Chicago en 1893, titulada The significance ofthe frontier in the American History [El significado de las fronteras en la historia amaricana], Turner, en su abordaje del proceso de expansión estadounidense del Atlántico al Pacífico, aseve-ró que el espíritu de frontera era un elemento fundamental de la identidad de la nación estadounidense.4 Según la interpretación de Duroselle, lo más notable de la

3 Jean Baptiste Duroselle, Todo imperio perecerá. Teoría sobre las relaciones internacionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 57.

4 Fedrick Jackson Turner, The significance of the frontier in the American History and other essays, (introducción y notas de John Mack Faraghen), Nueva York, Henry Hok and Company, 1994.

INTRODUCCIÓN II

tesis de Turner es que termina por explicar la vigencia de la democracia en los Estados Unidos a partir de la frontera.5

La obra de Turner fue recurrentemente citada por ios autores que examinaron la cuestión de la frontera. Exactamente cien años después de la conferencia de Turner, la Universidad de León organizó un congreso sobre frontera, en el cual numerosos expositores retomaron los conceptos turnerianos para exponer sus respectivas tesis. Pilar Marín profundizó la propuesta de Turner para examinar la guerra de Viet-nam. Catalina Montes tuvo en cuenta ese enfoque para abordar su reflejo en la literatura norteamericana. También han reelaborado los conceptos turnerianos Joseph Urgo y Urbano Viñuela Angulo, para examinar diversos temas sobre la historia, la sociedad y, sobre todo, la identidad de los Estados Unidos.6

La riqueza conceptual detectada por Turner en la cuestión de la frontera nutrió tam-bién los estudios sobre América Latina. Así se refleja, entre otros, en los trabajos de A. Hennesy, D. Viñas, H. Clementi, S. Villalobos, L. C. Parentini y A. Fernández Bra-vo.7 Lo importante es que el concepto de frontera no se utilizó únicamente para explicar los problemas de los bordes del espacio, sino la influencia que éstos ejercían en la configuración de países y hasta del continente americano en su conjunto, fun-damentalmente en el caso de Clementi.8 También Claudio Véliz acudió al concepto de frontera cuando tuvo que buscar los elementos constitutivos de la identidad chile-na. Para Véliz, Chile representa la dualidad entre la sociedad civil, legalista y desmili-tarizada del Valle Central y la sociedad pretoriana del Sur, marcada por los largos

5 J. B. Duroseile, Todo imperio..., ob. cit., p. 57. 6 Pilar Marín, "La inversión del mundo de la frontera: la guerra del Vietnam", en: María José Alvarez

Maurín, Manuel Broncano Rodríguez y José Luis Chamosa González (comp.), La frontera, mito y reali-dad del nuevo mundo, actas del Congreso celebrado en la Universidad de León, 13 al 17 de septiembre de 1993, Universidad de León, 1994, pp. 249-260. Catalina Montes, "El despertar del sueño americano reflejado en la Literatura", en: ibíd., pp. 273-288. Joseph Urgo, "The burden of the future: the reinvention of theU. S. frontier at the end of the twentieth century", en: ibíd., pp. 321-333. Urbano Viñuela Angulo, "El encuentro de dos culturas en la costa este norteamericana", en: ibíd., pp. 345-352.

7 Alistair Hennesy, The Frontierin Latin American History, Albuquerque, Nuevo México, University ofNew México Press, 1978. David Viñas, Indios, ejército y frontera, México, Siglo XX], 1980. Hebe Clementi, La frontera en América, Buenos Aires, Leviatán, 5 tomos, 1985. Sergio Villalobos, Vida fronteriza en la Araucanía. El mito de la guerra de Arauco, Santiago, Andrés Bello, 1995- Luis Carlos Parentini, "El surgi-miento de la frontera indígena", en: Revista cU Estudios Trasandinos, núm. 1, 1997, pp. 25-46; Introduc-ción a la etnohistoria mapuche, Santiago, DIBAM, 1997. Alvaro Fernández Bravo, Literatura y frontera. Procesos de territorialización en las culturas argentina y chilena del siglo XIX, Buenos Aires, Sudamericana/ Universidad de San Andrés, 1999.

8 "Frente a la historia de América, el estudioso o pensador social se encuentra o bien con la desmesu-ra de problemas casi imposibles de catalogar, o bien con la suficiencia de enfoques sociológicos o antropológicos, avalados por estadísticas, que explican muy genéricamente innumerables situaciones. El historiador va de unos a otros, y sigue buscando una conceptualízación integradora que personalice lo individual y que, a la vez, le permita perfilar un marco generalizador que otorgue sentido histórico a su tarea. La frontera, vista en una compleja incorporación de acepciones posibles, proporciona ese vínculo y es, en muchos casos, el eslabón perdido." (H. Clementi, La frontera..., ob. cit., tomo i, p. 21).

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siglos de la guerra de Arauco en la frontera.9 Por su parte, Cortés Conde ha señalado la importancia de la frontera en los movimientos de población, en la expansión del sistema ferroviario, en el desarrollo ganadero y en la configuración de las estructuras agrarias en la Argentina moderna.10

Algo parecido sucede en el campo de las letras. Con frecuencia, los académicos han destacado el papel de la literatura en la construcción del Estado y la nacionalidad en la Argentina.11 Fernández Bravo detectó la importancia del papel de la frontera en este proceso, porque "en la frontera la cultura identificó elementos útiles para la na-rración de la epopeya nacional".12 En este sentido, la frontera configuró parte impor-tante del humus cultural en el cual se cultivó la identidad nacional y la imagen del vecino, ya que "al observar, describir y narrar las culturas fronterizas, la cultura urba-na y letrada pone sus propios límites y hace visible su política colonial ante los Otros".13

La cuestión de la frontera motivó también estudios desde la perspectiva geoestratégica y militar. Un pionero de esta perspectiva fue el profesor de la Universidad de Leipzig, Friedrich Ratzel (1844-1904), quien enfatizó la importancia de la expansión de las fronteras para incrementar el espacio vital de una nación.14 Este autor planteó el pro-blema de la competencia entre los Estados por el control del territorio. Ya no se trata de fronteras internas, sino externas. No se consideran las fronteras agrícolas ni ganaderas, sino políticas y militares. Al plantear el concepto de "espacio vital", Ratzel puso en marcha el desarrollo teórico que luego evolucionó hacia los enfoques geopolíticos, en los cuales se procuraba un cruce entre la geografía y la política, donde la frontera cumplía un papel fundamental. Ratzel enfatizó la importancia del control de los mares para el desarrollo de una nación, y este concepto fue ampliamente debati-do a fines del siglo XIX; sobre todo por el aporte que, en esa misma dirección, realizó el oficial de la marina de los Estados Unidos, Alfred Thayer Mahan en La influencia del poder naval en la Historia (1890), que contribuyó a consolidar la mentalidad proclive a la carrera armamentista de las grandes potencias. El interés de los militares y políticos alimentó la consolidación y el avance de los estudios geopolíticos, que experimentaron un renovado impulso con el aporte de Halford McKinder en su trabajo The Geographical

9 Claudio Veliz, "Simetrías y divergencias en la Historia de Argentina y Chile", en: Estudios Públicos, núm. 6 3 , 1 9 9 6 , pp. 393-403.

10 Roberto Cortés Conde, "Algunos rasgos de la expansión territorial en Argentina en la segunda mitad del siglo xix", en: Desarrollo Económico, vol. 8, núm. 29, abril-junio de 1968, pp. 3-29.

11 Nicolás Shumway, La invención de la Argentina. Historia de una idea, traducción de César Aira, Buenos Aires, Emecé, 1993. William H. Katra, La Generación de 1837. Los hombres que hicieron el país, Buenos Aires, Emecé, 2000. Jorge Myers, "La revolución de las ideas: la Generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentinas", en: Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudameri-cana, tomo üi, pp. 381-445 .

12 A. Fernández Bravo, Literatura y frontera..., ob. cit., p. 180. 13 Ibíd., p. 181. 14 Véase, por ejemplo: Friedrich Ratzei, El mar, origen de la grandeza de los pueblos. Estudio político-

geográfico, Santiago, Instituto Geopoiítico de Chile, col. "Cuadernos de Geopolítica", núm. 2, 1986.

INTRODUCCIÓN II

Pivot ofHistory (1904). La importancia de este autor se debe a su aporte de categorías que enriquecieron la geopolítica como disciplina con su propia identidad conceptual y teórica. Estas líneas fueron reelaboradas en Alemania en las décadas de 1930 y 1940 y, posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, ejercieron una fuerte influencia en los Estados mayores de América Latina. Las obras de G. Silva, A. Pinochet, J. Briano, O. Villegas, H. Gómez Rueda, I. F. Rojas y M. A.Basail son buenos ejemplos.15 La nota-ble difusión del pensamiento geopolítico generó estudios críticos como los de D. Otero y M. Saavedra Fuentes.16

Más allá de las peculiares corrientes que cultivaron la geopolítica después del pri-mer tercio del siglo XX, lo importante es destacar que a partir de los textos de Ratzel y McKinder, los aspectos geográficos en general y la cuestión de la frontera en particu-lar pasaron a ocupar un lugar significativo en la disciplina que, después de la Segunda Guerra Mundial, se consolidó como teoría de las relaciones internacionales. Así lo han señalado teóricos como Roberto Mesa y Duroselle.17

A primera vista, la frontera entre la Argentina y Chile podría ubicarse dentro del campo de las fronteras naturales, debido a la presencia de la cordillera de los Andes. Ésta cumplió un papel parecido al de los Pirineos entre Francia y España, el Rhin entre Francia y Alemania, los Alpes entre Suiza e Italia y el Himalaya entre diversos países asiáticos. Pero el campo de las fronteras naturales ofrece una serie de proble-mas; pues, por lo general, no resulta fácil detectar una línea continua y homogénea para situar allí el límite internacional. De hecho, con frecuencia aparecen dificultades debido a las irregularidades del terreno. Por lo tanto, aun en las fronteras naturales, los límites se establecen a partir de tratados que reflejan el proceso histórico y las circunstancias en las cuales se establecieron. Como ejemplo se puede considerar el caso de España y Francia: el límite de los Pirineos se estableció en el Tratado de 1659, tal como ha señalado Cordero Torres.18

Más allá del problema específico de la frontera, lo importante es destacar que este problema ha influido en distintas disciplinas, incluyendo la geografía y la política, la

Golbery do Couto Silva, Geopolítica do Brasil, Río de Janeiro, Olympio, 1966; Augusto Pinochet, Geopolítica, 2o ed., Santiago, Andrés Bello, [1968] 1974. Justo, Briano, Geopolítica y Geoestrategia America-na, Buenos Aires, Círculo Militar, 1972. Osiris Villegas, Tiempo geopolítico argentino, Buenos Aires, Plea-mar, 1975- Héctor Gómez Rueda, Teoría y doctrina de la Geopolítica, Buenos Aires, Astrea, 1977. Isaac Francisco Rojas y otros, Una Geopolítica Nacional desintegrante, Buenos Aires, Nemont, 1980. Basail Miguel A., Reflexiones políticas y Geopolíticas, Buenos Aires, Círculo Militar, 1990.

16 Del i a del Pilar Otero, "Vías de comunicación, fronteras y factor étnico en el pensamiento geopolítico. Análisis de tres autores latinoamericanos", en: Edmundo Herediay Delia del Pilar Otero, Los escenarios de la historia. Imágenes espaciales en las Relaciones Internacionales Latinoamericanas, Córdoba, CIFFYH, 1996, pp. 179-197. Marcelo Saavedra Fuentes, Anatomía de un delirio. Nacionalismo, cultura virreinal y visión Geopolítica Argentina, Santiago, Pillan, 1999.

17 Roberto I. Mesa, Teoría y práctica de las Relaciones Internacionales, Madrid, Taurus, 1980; J. B. Duroselle, Todo imperio..ob. cit.

18 José María Cordero Torres, Fronteras hispánicas. Geografía e historia. Diplomacia y administración, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960.

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historia y la literatura. A partir de esta complejidad se han pensado tanto las identida-des nacionales como las relaciones de cada país con sus vecinos. De allí, el interés por examinar algunos aspectos del amplio problema de la frontera, con vistas a avanzar en un mejor conocimiento de las relaciones entre la Argentina y Chile.

Percepción de los límites y las fronteras con el vecino

Muchos historiadores argentinos y chilenos enseñan a los niños y a los jóvenes que el vecino es un país expansionista y sustractor de territorios. Los argentinos aseguran que Chile se ha quedado con territorios que no le pertenecían, del río Biobío hacia el sur, y en Chile se enseña que toda la Patagonia perteneció a ese país hasta el Tratado de 1881. Estos enfoques han sido avalados por los más altos organismos académicos y científicos de ambos países: las universidades públicas y privadas, el CONICET y los institutos geográficos militares, y compartidos por los más prestigiosos historiadores argentinos y chilenos. Una vez estandarizados, estos enfoques se han utilizado para la elaboración de los mapas históricos que circulan en ambos países con el aval de los respectivos ministerios.19 Eso ha permitido difundir ampliamente estas ideas a través d.; la escuela, de modo tal que en la actualidad se ha impuesto una concepción histó-rica: para los chilenos, la Argentina ha despojado a Chile de la Patagonia, que jurídi-camente le correspondía; para los argentinos, Chile ha sido siempre un país expansionista del cual es preciso desconfiar. En resumidas cuentas, a pesar del discur-so oficial de los últimos años y del trabajo de las cancillerías, los historiadores, profe-sores, editoriales y publicistas que se dedican a la historia de las relaciones entre la Argentina y Chile siguen construyendo un discurso chauvinista y xenófobo.

Esta percepción de los límites y fronteras no fue siempre así. En el siglo xix, lo más representativo de la clase dirigente chilena estimaba que la frontera oriental de ese país era la cordillera de los Andes. Así lo manifestó a través de numerosos documen-tos oficiales, entre ellos, las Constituciones nacionales. Del lado argentino, se puede decir lo mismo con relación a las tierras ubicadas entre la Cordillera y el Pacífico: las

19 Estos mapas Han sido publicados por autores prestigiosos chilenos, como Osvaldo Silva, director del Departamento de Historia de la Universidad de Chile, en su Atlas de Historia de Chile, (Santiago, Editorial Universitaria, 1984), reeditado numerosas veces. También aparecen en numerosas obras de Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia, como se examina más adelante. En la Argentina ha sucedido lo mismo. Uno de los casos más recientes puede verse en la obra elaborada por prestigiosos académicos de la Universidad de Buenos Aires: Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano, Atlas Histórico, Buenos Aires, Sudamericana, col. "Nueva Historia Argentina" (dirigida por Polotto, Suriano yTándeter), 2000. Otro ejemplo relevante es el de P. H. Randle, con su Atlas del desarrollo territorial de la Argentina (Buenos Aires, Oikos/Madrid, Talleres del Instituto Geográfico Nacional, 198 i). Esta obra, realizada con el apoyo de la Universidad de Buenos Aires, la Pontificia Universidad Católica Argentina y el CONICET, fue recientemente distribuida entre las instituciones educativas de nivel superior de la República Argen-tina durante la presidencia de Carlos Saúl Menem.

INTRODUCCIÓN II

autoridades del Plata nunca las consideraron como propias, ni las poblaron ni las ocu-paron. ¿Por qué entonces pueden hallarse libros de Historia editados entre 1990 y 2000 que aseguran que el país vecino ha despojado al propio de esos inmensos territorios hacia fines del siglo XIX?

Alguien miente en el gremio de los historiadores. La lógica indica que dos afirma-ciones contradictorias no pueden ser a la vez verdaderas. Una de las dos —o ambas— tiene que resultar falsa. Puede objetarse que muchas veces la realidad es más compleja y permite matices que pueden advertirse superando el pensamiento dialéctico. El pensamiento dicotómico, hegemónico en la literatura de la historia de las fronteras y límites, requiere de un análisis que supere la contradicción entre lo verdadero y lo falso; es más apropiado avanzar en una mirada superadora, en la cual se reconozca el aporte de cada una de las partes. Sí las cuestiones de límites históricos entre la Argen-tina y Chile se presentasen con toda su complejidad, no se generaría un discurso chauvinista ni xenófobo. Pero la simplificación exigida por las formas de comunica-ción sintética, propias de la prensa y los manuales escolares, lleva a un juego de blanco y negro, con expansionistas y decadentes, con victimarios y víctimas. Y allí es precisa-mente donde se construye la imagen social del vecino. En efecto, los mapas de los manuales de Historia Argentina, en la etapa correspondiente al Virreinato del Río de la Plata, colorean del mismo color la Araucanía, Aisén y la Gobernación de Buenos Aires; a su vez, en Chile, los mapas de la Capitanía General utilizan la misma colora-ción para la intendencia de Santiago y para la Patagonia. Se excluyen los matices y se simplifican las afirmaciones. De esta manera, se llega a las dos preposiciones contra-dictorias, que no pueden ser, a la vez, ambas verdaderas.

Es urgente avanzar en el esclarecimiento de estas contradicciones. Para ello es preci-so realizar tres tareas principales. En primer lugar, se necesita aclarar la situación hereda-da de España al producirse la Revolución de 1810. Aunque parezca un tema muy trilla-do, es indispensable volver a entrar en él con una nueva mirada. Esta vez no se trata de buscar antecedentes para favorecer a un país determinado, sino de confrontar los diver-sos corpus documentales, con vistas a resolver la contradicción. ¿Entregó el Rey de España toda la Patagonia a Chile? ¿Incluyó la Araucanía y el Estrecho dentro del Virreinato del Río de la Plata? ¿Qué modificaciones sufrieron las jurisdicciones coloniales a lo largo de los siglos? ¿Cuál era la situación vigente en 1810? Una vez aclarados estos puntos, es preciso explicar por qué el pensamiento predominante en las elites dirigentes de ambos países en el siglo XIX percibía a la cordillera de los Andes como el límite natural entre ambas jurisdicciones, lo cual se reflejó en la firma del Tratado de 1881, que resultó ampliamente consensuado entre ambos países. La tercera tarea es explicar cómo, cuán-do y por qué se reelaboró la percepción de las fronteras históricas entre la Argentina y Chile y se sustituyó la imagen predominante del siglo xix por una nueva, de carácter chauvinista y xenófobo, que es la que se encuentra vigente en la actualidad.

De esta manera se espera aportar a un mayor acercamiento entre las percepciones históricas y la realidad vital de las relaciones entre la Argentina y Chile, signadas por la paz

16 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

inalterable entre 1810 y 2000. Esta situación Ka sido el resultado de una actitud predomi-nantemente pacifista de parte de ambos países y no de las pretendidas actitudes expansionistas que sugiere el discurso historiográfico vigente. En ambas naciones existie-ron grupos belicistas y chauvinistas que propiciaban políticas expansionistas y agresivas hacia el vecino trasandino; pero estos sectores se vieron neutralizados por los partidarios de la paz, que una y otra vez lograron imponerse. Tal como se pone de manifiesto con una mirada rápida a los principales momentos de conflictividad entre ambos países.

Entre 1873 y 1879, la diplomacia peruana operó activamente en Buenos Aires para arrastrar a la Argentina a la Guerra del Pacífico contra Chile. Algunos sectores de la prensa, la política y las fuerzas armadas del Río de la Plata apoyaron estas manio-bras. Pero el ala pacifista del gobierno argentino detuvo la embestida. Décadas más tarde, la tensión resurgió, la prensa volvió a generar un clima de rivalidad y los dos países se lanzaron en una descontrolada carrera armamentista. En la Navidad de 1901, la Argentina y Chile poseían dos de las nueve flotas mejor armadas del mundo y disponían de un poder destructivo propio de grandes potencias. La guerra parecía inevitable. No obstante, los sectores pacifistas lograron imponerse una vez más. Tres cuartos de siglo después, esta situación se reiteró. Las relaciones entre la Argentina y Chile se tornaron tensas y, en la Navidad de 1978, las Fuerzas Armadas de ambos países estaban en sus puestos de combate, esperando la última orden. Pero nueva-mente se evitó el uso de la fuerza y las diferencias se canalizaron por la vía diplomática.

Estos tres momentos de alta tensión se lograron superar mediante grandes acuer-dos diplomáticos bilaterales: el Tratado de Límites de 1881, los Pactos de Mayo de 1902 y el Tratado de Paz y Amistad de 1984. Estos instrumentos jurídicos han sido la llave maestra que permitió mantener inalterable la paz entre la Argentina y Chile en sus 190 años de historia. Se trata de un resultado altamente relevante, sobre todo si se lo contextualiza en el marco regional. En efecto, si se comparan las relaciones de los dos países trasandinos entre sí con las de cada uno de ellos con sus restantes vecinos, surge un contraste notable: la Argentina ha estado en guerra con todos sus vecinos (Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia), excepto con Chile.20 Y lo mismo ha sucedido a este país, que tuvo dos guerras con Perú y Bolivia; pero ninguna con la Argentina.21

Sin necesidad de evaluar los costos en vidas humanas y pérdidas materiales que significaron esas guerras para todos los participantes, es evidente que los tres acuerdos bilaterales mencionados -1881, 1902 y 1984- significaron grandes beneficios para la Argentina y para Chile, pues les permitieron resolver las cuestiones de límites sin apelar al destructivo camino de la guerra. Sería de esperar, entonces, que esos tratados fuesen ponderados como grandes victorias conjuntas de ambos países. No obstante, las "historiografías argentina y chilena los han cuestionado severamente.

20 Entre los principales conflictos bélicos de la Argentina con sus vecinos podemos citar las guerras que sostuvo con ei Brasil (1825-1828) , con la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839), con Uru-guay (durante buena parte de la dictadura de Rosas) y con Paraguay (1865-1870).

21 Chile tuvo dos guerras contra Perú y Bolivia unidos: 1836-1839 y 1879-1884.

INTRODUCCIÓN II

Historiografía y chauvinismo

Muchos escritores, ensayistas, historiadores, periodistas y conferencistas suelen cen-surar a los gobernantes y diplomáticos que firmaron esos tratados. Los acusan de haber perjudicado el interés nacional y de haber facilitado el "expansionismo" del país vecino. Es común leer afirmaciones como que estos tratados "equivalen a una guerra perdida". La reiteración de estas ideas a lo largo de los años, y sobre todo su reproducción por medio de la prensa y de la escuela, han terminado por consolidar entre amplias capas de ciudadanos una visión del país trasandino como "expansionista" y "sustractor de territorio", en detrimento de los intereses nacionales. El país propio se percibe como "víctima ingenua" y el vecino como "astuto victimario".

El influyente historiador chileno Francisco Encina es un buen ejemplo. Acusa a las autoridades chilenas de incurrir en "candideces", de padecer de una crónica "indi-gencia de imaginación" y de articular una larga sucesión de ' imprevisiones, errores y traspiés", cuyo resultado fue la pérdida de la Patagonia oriental, "habitada por 300 millones chilenos". Encina acusa a ciertos políticos e intelectuales de haber "asestado una puñalada" a su propio país, al apoyar los tratados con la Argentina. En cambio, el autor describe a la cancillería del Plata con los atributos exactamente inversos. Según Encina, la política exterior de la Argentina estuvo signada por "el realismo, la clarivi-dencia, la continuidad previsora, la falta de escrúpulos, las oportunidades". Todo ello enmarcado en una actitud de "imperialismo agresivo", fundado en "la conciencia de las grandes posibilidades materiales de expansión y poderío".22 Así sintetizaba su interpretación de las relaciones con la Argentina el historiador chileno más difundido en los tres primeros cuartos del siglo XX.

La interpretación de Encina ejerció una amplia influencia en los círculos cultos de su país. En este contexto surgieron obras dedicadas exclusivamente a poner en foco esta "injusticia". Entre ellas cabe citar: Chile, una Patria mutilada de 1969, y ¡Dialogando con Argentina. ..11819-1978. Síntesis histórica de las desmem braciones territoriales de Chi-le de 1979, del ex subdirector del Instituto Geográfico Militar de Chile, el coronel Manuel Homarzábal González. En la segunda obra afirma explícitamente que su obje-tivo es "evitar en el futuro un resultado tan desastroso como el que Chile se allanó a aceptar durante el siglo pasado y que cercenó gran parte de nuestro territorio".23 En esta misma línea ubicamos El precio de la paz chileno-argentina (1810-1969), del histo-riador nacionalista Oscar Espinosa Moraga, quien atribuía a 1a cancillería argentina una

22 Francisco Encina, La cuestión de límites entre Chile y la Argentina desde la Independencia hasta el Tratado de 1881, Santiago, Nasci mentó, 1959, pp. 264-268.

23 Manuel Homarzábal González, ¡Dialogando con Argentina...! 1819-1978. Síntesis histórica de las desmembraciones territoriales de Chile, Santiago, Biblioteca del Oficial, 1979, p. 7; y Chile, una patria muti-lada, Santiago, Editorial del Pacífico, 1969.

18 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

"insaciable tendencia expansionista" y una clara "conducta imperialista", y consideraba que Chile debió hacer frente a estas actitudes con líderes como el presidente Pinto, quien actuó "con una candidez que abisma".24 Comparte este enfoque el senador del partido radical Ezequiel González Madariaga, quien en su voluminosa obra en tres tomos Nuestras relaciones con Argentina: una historia deprimente de 1970 sostiene cons-tantemente la tesis de la presunta "ingenuidad" de la política exterior de su país y que "esta ingenuidad ha seguido acompañando a la cancillería chilena como ángel tute-lar".25 Para este autor, la historia de las relaciones entre la Argentina y Chile se resumen en una larga cadena de hechos lamentables, "que resultan mortificantes para unos (ios argentinos), por su rapacidad, y para otros (los chilenos) por su candidez".26

Del lado argentino, se construyó la tesis exactamente opuesta: la Argentina habría poseído, desde el Biobío hacia el sur, todo el actual sur de Chile, incluyendo 1.000 km de costas sobre el litoral del Pacífico y el estrecho de Magallanes. Estas ideas se difundieron ampliamente en los trabajos sobre historia de las relaciones bilaterales y merecieron algunos textos centrados en defender esta tesis, entre ellos, El conflicto con Chile en la región austral, de Osiris Villegas, y Una geopolítica nacional desintegrante, del ex vicepresidente de facto Isaac Francisco Rojas. A su vez, los historiadores nacio-nalistas José María Rosa, Ernesto Palacio y Julio Irazusta han cuestionado constante-mente la política exterior de los gobiernos que firmaron los acuerdos con Chile en 1881, 1893 y 1902. Los acusan de renunciar a la política americanista, de ceder a las presiones extranjeras y desentenderse del destino y el proyecto nacional. De esta ma-nera se consolidó el "consabido pacifismo del régimen", señala Palacio con ironía. Según este autor, todo tuvo un significado claro: "la renuncia a la política internacio-nal significaba la confesión del destino colonial que el régimen vigente nos depara-ba".27 De manera inversa, estos autores perciben a la cancillería chilena como expansionista y ambiciosa. Por ejemplo, Rosa insinúa que en la década de 1870 Chile

"Dueña absoluta de un inmenso territorio que se extendía desde las márgenes del río Loa, al poniente de los Andes, y hasta la línea que partiendo del río Diamante alcanza el actual balneario de Mar del Plata, al oriente del macizo andino, hasta el Polo Sur, luego de una cadena no interrumpida de errores, La Moneda creyó comprar la paz con la Argentina cediéndole motupropio 1 .264.600 kilómetros cuadra-dos, cancelados, como se diría actualmente, en seis cuotas. Salvo uno que otro raro, para la mentalidad eminentemente jurídica de los políticos chilenos, ha constituido un arcano esta insaciable tendencia expansionista del Palacio San Martín. Al igual que Aníbal Pinto, con una candidez que abisma, atribuyen a sus vecinos de allende ios Andes su excepcional estructura moral, respeto a la palabra empeñada. Care-cen de imaginación para penetrar el fondo del alma argentina. Y sin embargo, una rápida ojeada al mapa permitirá al más zafio percibir el origen de esta conducta imperialista." Oscar Espinosa Moraga, El precio déla paz chileno-argentina (1810-1969), tomo m, Santiago, Nascimento, 1972, p. 367.

25 Ezequiel González Madariaga, Nuestras relaciones con Argentina. Una historia deprimente, tomo l, Santiago, Andrés Bello, 1970, p. 382.

26 Ibíd., p. 54. 27 Ernesto Palacio, Historia de la Argentina (1515-1976), 11a ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot,

1976, pp. 598-599. Osiris G. Villegas, El conflicto con Chile en la repon austral, Buenos Aires, Plenamar, 1978. Isaac Francisco Rojas y otros, Una geopolítica nacional desintegrante, Buenos Aires, Nemont, 1980.

INTRODUCCIÓN II

habría celebrado un tratado secreto con Brasil y "buscaba una guerra contra la Argen-tina y Bolivia". Finalmente este proyecto agresivo se había frustrado por razones for-tuitas: "la grave situación social y financiera de Brasil a fines de 1878 debió ser la causa que detuvo a Chile en su expansión hacia el Atlántico, aunque no pudo impe-dir la guerra del Pacífico limitada a Bolivia y Perú".28

Estos autores nacionalistas perdieron prestigio desde 1983 en adelante. Pero en los treinta años anteriores, amparados por la cobertura que íes daban los gobiernos militares, lograron una hegemonía ideológica en amplios sectores de la sociedad ar-gentina. Figuraban en la bibliografía obligatoria de muchas universidades públicas y privadas, como así también en instituciones de fuerzas armadas y de seguridad. Tam-bién eran recomendados para estudiantes de nivel medio. Este apoyo político, acadé-mico e ideológico generó las condiciones para una gran difusión de estos textos. Como ejemplo, podemos señalar que entre 1955 y 1976 el manual de Palacio fue reeditado en once oportunidades con tiradas de varios miles de ejemplares.

En esta misma línea podemos ubicar a Miguel Ángel Scenna, un autor muy pon-derado por los sectores moderados de la historiografía argentina. Scenna difundió sus investigaciones a través de numerosos libros y artículos, sobre todo a través de la revista Todo es Historia, de la cual fue colaborador durante quince años (1967-1982). Allí publicó un trabajo sobre las relaciones entre la Argentina y Chile, que luego amplió en un voluminoso libro, editado por la Universidad de Belgrano, una de las más importantes universidades privadas de la Argentina, Precisamente en este traba-jo, Scenna aseguraba que en momentos clave de las egociaciones con la Argentina, hacia fines del siglo XIX, el gobierno de Chile estuvo controlado por "un grupo de patriotas belicosos y partidarios de la línea dura". "Era una generación fuertemente imperialista, que sustentaba un arrogante nacionalismo, avivado por la reciente victo-ria sobre Perú y Bolivia", sostenía Scenna. Según él, los diplomáticos y gobernantes chilenos habrían asumido actitudes excesivamente ambiciosas con relación a la Ar-gentina, a cuya costa apuntaban a "redondear metas expansionistas".29 Estas expre-siones provenían de uno de los historiadores argentinos de mayor moderación y po-pularidad. No era un nacionalista al estilo de Irazusta, Rosa, Palacio o Sierra, sino un autor respetado por colegas de gran representatividad como Félix Luna.30

28 José María Rosa, Historia Argentina, tomo vm, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1974, p. 199-29 Miguel Ángel Scenna, Argentina-Chile. Una frontera caliente. Buenos Aires, Editorial de Belgrano,

1 9 8 1 , pp. 9 5 - 9 6 . 30 Con motivo del 30° aniversario de la revista Todo es Historia, su director, Félix Luna, elaboró un

balance de los distintos historiadores que a lo largo de 358 ediciones habían publicado artículos en ésta. Allí dedicó un lugar especial a Miguel Angel Scenna. "Fue tal vez el colaborador más completo, más adaptado a la linea periodística de Todo es Historia", señala el conocido historiador argentino. Luego agrega que Scenna publicó artículos en esa revista a partir de! número 8 (1967). "De allí hasta el número 172 (1982) su presencia fue constante y aportó a la revista un nivel de calidad historiográfica que lo enalteció. Conocía todas las épocas de nuestra historia, todos los temas, todos los personajes." Luego destaca la amistad personal que unió a ambos historiadores, para rematar con la vigencia de su obra: "el

20 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

Los autores chilenos y argentinos coincidían en los ejes de su argumentación: el país trasandino era expansionista; históricamente se había extendido merced a su oportunismo y aprovechando la falta de conciencia nacional dei vecino. Y este proce-so de expansión podía continuar en cualquier momento. Por lo tanto, los historiado-res alertaban a la población de sus respectivos países y le recomendaban prestar aten-ción al menor síntoma de rebrote de esta tendencia incontrolable del vecino. Asimis-mo, a través de los mapas de límites históricos entre la Argentina y Chile, se fue construyendo una imagen negativa del vecino, presentado como una amenaza poten-cial, del que había que sospechar y desconfiar. Esta imagen interpelaba a los ciudada-nos de ambos lados de la cordillera para desarrollar una actitud de recelo hacia el vecino trasandino.

Esta percepción es simétrica, tanto en la Argentina como en Chile. Estos mensa-jes han generado una especie de humus cultural, signado por la desconfianza y el recelo, lo que supone un obstáculo significativo para los procesos de cooperación, entendimiento e integración bilateral.

Las críticas al chauvinismo

Algunas voces han comenzado a levantarse para cuestionar esos enfoques. Entre ellas ubicamos a dos embajadores chilenos, José Miguel Barros y Mario Valenzuela Lafourcade; al político de ese país, Ezequiel González Madariaga,^1 y a los argentinos Andrés Cisneros y Carlos Escudé, Luis Alberto Romero, Hilda Sábato y otros. Cada uno de ellos, desde su propio punto de vista y con las condicionantes culturales de su época y lugar profesional, ha procurado dar una explicación crítica a estos problemas. Estos autores han insinuado un tesis explicativa de esta distorsión. No se trata de un planteo acabado ni completo, no lo han desarrollado a fondo para demostrarlo con pruebas sistemáticamente procesadas, pero entregan ideas que pueden abrir una línea de investigación interesante.

De acuerdo con estos autores, buena parte de los desencuentros entre ambos países tendrían su origen en las presiones ejercidas por algunos elementos militares que actuaron excediéndose en sus funciones específicas. Algunos autores detectaron

público todavía viene a nuestras oficinas a solicitar tal o cual artículo de Scenna". Félix Luna, "La buena gente de Todo es Historia", en: Todo es Historia, núm. 358, mayo de 1997, p. 209.

31 La posición de González Madariaga es ambigua en este proceso. Por un lado, enfaciza las tenden-cias expansionistas de la Argentina, con lo cual alimenta las corrientes chauvinistas. Por otro, sostiene que la raíz de esta tendencia del país vecino se encuentra en los excesos de la corporación militar, que tantas veces había ocupado el poder mediante golpes de Estado. Conviene destacar que González Madariaga escribió esto, cuando en Chile todavía no se había producido el golpe de Estado de 1973.

INTRODUCCIÓN II

este fenómeno en Ja Argentina, corno González Madariaga. En cambio, otros lo mar-caron también en Chile, como Barros y Frías Valenzuela. En efecto, hac ia 1970, González Madariaga escribió: "la Argentina está perturbada por el militarismo", for-mado por "una casta que por su índole primitiva no cae en la cuenta [de] que el progreso de la humanidad florece a la sombra de la paz"; ese grupo "se obstina en ensanchar el territorio a costa de sus vecinos".32 Especial énfasis pone en el gobierno de Frondizi , de quien dice que, a pesar de tener las mejores intenciones de superar definitivamente las cuestiones pendientes con Chile, poco pudo avanzar en esta di-rección pues se habría transformado en "un gobernante manejado por camarillas militares, que después terminaron por arrojarlo del cargo".33

Simultáneamente, el embajador José Miguel Barros desarrolló una tesis parecida. Figura de larga trayectoria en la cancillería chilena, Barros se especializó en las relaciones con la Argentina. Su gobierno le encargó importantes misiones, entre ellas representarlo en el arbitraje por las islas del Beagle. Su experiencia le permitió adquirir profundos conocimientos de las relaciones bilaterales, que desembocaron en la producción de nu-merosos artículos y algunos libros. Entre ellos se destaca Patena. Un rio, un arbitraje, escrito en 1970 en Europa, aunque su publicación se demoró por diversos problemas internos y externos. Finalmente fue editado en 1984, pero pasó desapercibido por pro-blemas políticos y editoriales. El prólogo de este casi desconocido libro señala con toda claridad la magnitud del problema que nos ocupa:

¿Era posible que la historia diplomática de Chile constituyera una sucesión de entreguismos y derrotas, como sostenían algunos? ¿Cómo un país como el nuestro[...] había podido estar permanentemente regido por gobernantes incapaces? [...) ¿Con qué derecho se califica de traidores a quienes en momentos difíciles, habían debido adoptar decisiones cruciales? ¿Cómo podía la pasión enceguecida calificar de "frivo-los", de "negligentes" o de dignos "del pelotón de fusilamiento" (como rezaban actas del Senado)?34

Luego agrega:

Los monopolizadores del patriotismo cerraban los ojos a la realidad histórica y los oídos al debate honesto, para solazarse en exhibir a la Patria como una gran mutilada, aseverando que una y otra vez Chile había perdido jirones de su territorio por culpa de oscuras cábalas, engendradas en siniestros aquelarres de la Moneda.3^

El autor denunció que muchos historiadores chilenos calificaban a sus gobernantes y diplomáticos como "deleznables títeres manejados por el enemigo" y que los tildaban

32 E. González Madariaga, Nuestras relaciones..., ob. cit-, tomo i, pp. 14-17. 33 Ibíd., tomo l, p. 48. 34 José Miguel Barros, Palena. Un rio, un arbitraje, Santiago, Santillana, [1970] 1984, p. 14. 35 ídem.

22 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

de "ingenuos, bisoños, entreguistas, pacifistas, enfermizos, miopes psicológicos". Sin dar su nombre, Barros censuró la obra de Espinosa Moraga, a quien calificó de "imi-tador de Encina, carente del vuelo de este historiador". Barros detectó que esta per-cepción hipercrítica de la historia diplomática nacional se daba no sólo en Chile sino también en la Argentina. Tras examinar las corrientes predominantes entre los histo-riadores argentinos, Barros descubrió que tendían a desarrollar exactamente el mismo enfoque, pero al revés. Para los historiadores argentinos:

la conducción de la política internacional chilena se representaba como "coherente y decidida", en tanto que la argentina era "vacilante" y estaba siempre a la defensiva. Chile había emprendido una "marcha hacia el este" que había encontrado "gobernan-tes argentinos siempre dispuestos a pactar", para apaciguar "los intentos belicistas de Chile". Para aquellos comentaristas, "era Chile el expansionista". Los mapas que se publicaban en Buenos Aires representaban a la antigua Capitanía General de Chile enmarcada entre el río Salado y el Biobío. Eran los mismísimos argumentos y frases de los chauvinistas chilenos; pero invertidos. El agresor era Chile, movido por un afán expansionista que lo llevaba a convertirse en una potencia de dos océanos.36

El significado de la obra de Barros fue el de instalar como problema la distorsión de la imagen del país vecino y de la lealtad de la cancillería nacional que estaba haciendo la historia. Para comenzar a desmontar este mecanismo, Barros realizó un trabajo esclarecedor sobre el conflicto del río Palena. Esta línea fue profundizada luego por otro diplomático, el embajador Frías Valenzuela, en su agudo estudio sobre el conflic-to de Laguna del Desierto. Los aportes de ambos autores han permitido un avance signi-ficativo en el necesario proceso de aclarar los desentendidos de las relaciones bilaterales. Y a la vez, plantean al desafío de ir todavía más allá e incorporar otros casos de análisis.

Sectores militares, tanto argentinos como chilenos, surgen como responsables de estos desencuentros. Barros detectó que en esa repetida acusación de traición que los historiadores nacionalistas imputan al gobierno y a la cancillería de Chile se preserva-ba sospechosamente una entidad, que aparecía como inocente: las Fuerzas Armadas. Esto inclinó al autor a pensar que se estaba articulando una suerte de alianza entre los militares y los nacionalistas para deslegitimar a los gobiernos civiles y avanzar en el proceso de asentamiento de una dictadura en Chile. Como antecedente, el autor cita el caso de Alemania después de la Primera Guerra Mundial:

Cuarenta años atrás el totalitarismo se había impuesto sobre una respetable "nación de pensadores y poetas", apoyándose en las teorías de que gobernantes ineptos habían dado una puñalada a traición a ese pueblo, el alemán, con lo cual se había llegado a la humillación del Tratado de Versalles. ¿Estaremos presenciando en Chile la puesta en escena de un acto análogo?37

36 Ibíd., pp. 15-16. 37 Ibíd., p. 14.

INTRODUCCIÓN II

Asombra ia clarividencia del embajador Barros, que en 1970 vaticinaba el adveni-miento de la dictadura pinochetista en Chile, con métodos parecidos a los utilizados por el régimen nazi en Alemania. Según este autor, la alianza entre algunos sectores de las Fuerzas Armadas y los historiadores chauvinistas era funcional a este proceso. Se trataba de reavivar objetivos nacionalistas, avanzar en nociones de irredentismo con la Argentina, para realizar un cambio político interno en Chile, con el desplazamien-to de un grupo por otro: los políticos civiles, presuntamente ingenuos y entreguistas, deberían ser relevados por ios militares patriotas, capaces de defender los intereses nacionales con firmeza y reciedumbre.

Las especulaciones de González Madariaga y de Barros fueron profundizadas por Frías Valenzuela en 1999, mediante el estudio de estos esquemas en un caso concreto. En su libro sobre Laguna del Desierto, Valenzuela examinó detenidamente el com-portamiento de las Fuerzas Armadas y su presión sobre los gobiernos civiles de ambos países en el proceso que condujo al enfrentamiento de carabineros y gendarmes en la frontera, con cruentas consecuencias, en 1965. Allí se demuestran con claridad los movimientos que los militares realizaron en el escenario diplomático internacional, con la elaboración de mapas inexactos, con la presión soterrada de los medios de prensa para alarmar a la población y con la exigencia de medidas absurdas a las auto-ridades. Todo ello tenía como objetivo ridiculizar a los gobiernos civiles y mejorar el posicionamíento público de las Fuerzas Armadas como únicas garantes de la integri-dad nacional. En este caso, la acumulación de poder interno se realizaba a costa de entorpecer las relaciones con el país vecino con medios reñidos con la ética, el dere-cho y la ciencia. Esto es lo que demuestra Valenzuela y todavía no ha sido refutado por otros autores.38

Por el lado argentino, es significativo el aporte de Andrés Cisneros y Carlos Escudé, en su monumental obra Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina. Rompiendo con los enfoques tradicionales, estos autores han tratado de con-ciliar posiciones. Analizaron críticamente, por ejemplo, el debate entre Vicente Quesada y Miguel Luis de Amunátegui, en la década de 1870, y llegaron a la conclusión de que ambos emplearon argumentos poco convincentes y hasta hicieron fraudes para defen-der sus respectivas posiciones. Según estos autores, "ambos juristas, Amunátegui y Quesada, en su afán por demostrar los derechos de sus respectivos países sobre títulos históricos altamente discutibles, decidieron olvidar las contradicciones en que incurrían las distintas capitulaciones y cédulas otorgadas por la Corona española, que llevaban al problema de la superposición de las distintas jurisdicciones".39 Más adelante señalan

38 Mario Valenzuela Lafourcade, El enigma de la Laguna del Desierto. Una memoria diplomática, Santiago, LOM, 1999.

39 Andrés Cisneros y Carlos Escudé, Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina (1806-1989), 14 tomos, Buenos Aires, CARI, tomo iv, capítulo 33, apartado 3: "La disputa de l/mires entre la Argentina y Chile: el debate Quesada-Amunátegui", 2000, pp. 6-7. Edición en Internet: < www. arge n ti n a-r ree. co m. a r>.

24 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

que "para sostener lo insostenible, Quesada y Amunátegui debieron recurrir a la trampa".40 Luego de ejemplificar este concepto con casos concretos, Cisneros y Escudé acusan a los polemistas del siglo XIX de otras irregularidades. "Las falacias de Amunátegui eran menos burdas que las de Quesada, pero no más honestas", añaden más adelante. Y luego rematan con otra afirmación descalificadora: "la búsqueda de antecedentes histó-ricos de los derechos chilenos por parte de Amunátegui resultaba tan caprichosa como la de su contrincante argentino".45

El estudio crítico de Cisneros y Escudé constituye un aporte valioso para compren-der los costados débiles de los debates diplomáticos del siglo XIX entre la Argentina y Chile. Sin embargo, no llega a explicar la pervivencia, en la segunda mitad del siglo XX, de la cartografía histórica de carácter chauvinista que sigue enfrentando a ambos países. Es más, ambos autores reproducen mapas en que se reiteran las tesis de Amunátegui y Quesada. En efecto, la obra incluye una importante sección de mapas, de los cuales, el primero se titula: "Pérdidas territoriales argentinas". Cisneros y Escudé reiteran la con-sabida imagen del retroceso territorial argentino. Según este mapa, todo el territorio chileno al sur del Biobío pertenecía al Virreinato del Río de la Plata; el mapa explica que la Argentina pierde este territorio cuando: "Chile se expande hacia el Cabo de Hornos, 1828". Implícitamente, estos autores estaban avalando la tesis de Quesada, en el senti-do de que la Araucanía, Aisén y el Estrecho pertenecían al Virreinato del Río de la Plata; tesis que ellos mismos se encargaron de refutar. Además, los autores incluyen el mapa de "Pérdidas territoriales chilenas", según el cual Chile habría perdido el Tucumán en 1563, Cuyo en 1776 y la Patagonia en 1881. Es decir: la tesis de Amunátegui, de Encina, de Eyzaguirre y de la historiografía chilena en general. Al publicar estos mapas contradic-torios, los autores realizan un aporte interesante en el sentido de relativizar su valor, y dejan la puerta abierta para una profundización del tema.

El análisis sobre la imagen de Chile en los manuales escolares de la Argentina elaborada por Luis Alberto Romero, Hilda Sábato y colaboradores ha arrojado nueva luz sobre estos problemas.42 El estudio demostró que en muchos manuales argenti-nos se presenta una imagen negativa del país trasandino.

Chile es una nación expansiva (a costa de la Argentina y, a veces se recuerda, de Bolivia y Perú), incapaz de respetar su palabra sellada en tratados, belicosa, indife-rente ante el derecho internacional, siempre alerta para volver sobre su innato deseo de apoderarse del territorio argentino de la Patagonia. En algunos casos, a esto se le agrega la actitud desleal a raíz de su avance sobre Magallanes mientras la Argentina se encuentra en conflicto con una potencia imperialista europea.43

40 Ibíd., p. 7. 41 Ibíd., p. 10. 42 Néstor Cohén, Luciano de Privitellio, Silvina Quiroga, Luis Alberto Romero y Hilda Sábato, La

visión argentino-chilena en el sistema escolar. Diagnósticos y perspectivas. La Argentina. Informe Final, Bue-nos Aires, 1999, inédito.

43 Ibíd., cap. 2, p. 109.

INTRODUCCIÓN II

El estudio se realizó teniendo en cuenta manuales escolares primarios y secundarios editados entre las décadas de 1930 y 1990. Más allá de las variaciones en el tiempo, los autores detectan una tendencia general de aquellos a crear una suerte de toma de conciencia sobre la "agresividad territorial de Chile".44 Por lo tanto, "Chile sería un vecino del cual siempre debe tenerse cuidado".45 Del lado chileno se han realizado los estudios homólogos para examinar la imagen de la Argentina en los textos escola-res. Este trabajo, liderado por Manuel Antonio Garretón, todavía no se ha publicado. De todos modos, los indicios nos inclinan a pensar que habría llegado a conclusiones muy parecidas.

Los trabajos de Romero, Sábato y colaboradores han demostrado que durante buena parte del siglo XX se han difundido en la Argentina ideas negativas sobre Chile, a través de ia enseñaza de la historia, la geografía y la formación cívica en la escuela. Según los autores mencionados, este problema se ha generado por la influencia de las ideas nacionalistas que han llevado a los autores de textos escolares a destacar excesi-vamente al propio país como una entidad preexistente, con un territorio intangible, en vez de presentarlo como una construcción histórico cultural. Como resultado, los vecinos se presentan en función del desarrollo nacional, lo cual implica un reduccionismo empobrecedor; todo en el marco de un enfoque escasamente interesa-do en una mirada larinoamericanista de la historia, la geografía y la cultura.

Junto con los problemas detectados por Romero, Sábato y colaboradores, aparecen otras dificultades. Porque aunque se logre un profundo cambio epistemológico entre los redactores de manuales escolares, el problema, en buena medida, se va a mantener vigente mientras no cambie la bibliografía especializada en temas de historia de las relaciones entre la Argentina y Chile. Pues en caso de mantenerse los actuales enfoques de esta temática, los manuales escolares van a mantener la mirada de sospecha hacia el país vecino, sobre todo al presentarlo como expansionista y sustractor de territorio en detrimento de su vecino trasandino. Varios historiadores argentinos y chilenos que se han alejado considerablemente de las ideas nacionalistas y que comparten idearios "po-líticamente correctos" -como Enrique Tándeter, Daniel Santamaría y Sergio Villalobos, por dar los ejemplos más notables-, han publicado obras que, involuntariamente, in-cluyen información que afirma la tesis del país vecino como expansionista y sustractor de territorio, como se examina en los capítulos 12 y 13- Por lo tanto, el estudio de Romero, Sábato y colaboradores necesita complementarse con un análisis crítico de la bibliografía especial sobre historia de las relaciones entre la Argentina y Chile. En este sentido, los trabajos de González Madariaga, Barros, Valenzuela, Cisneros y Escudé abren el camino para examinar el problema en su conjunto; pero todavía dejan mucho camino por recorrer. Las relaciones entre la Argentina y Chile pueden haber sido afecta-das por los caprichos y las falacias de los debates diplomáticos del siglo XIX y por la

44 ídem. 45 Ibíd., cap. 2, p. 110.

26 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

acción del nacionalismo y los excesos militaristas del siglo XX; pero estas explicaciones no resultan suficientes, porque los debates diplomáticos pasaron hace más de un siglo y, a su vez, las Fuerzas Armadas y los historiadores nacionalistas se han replegado notable-mente del escenario público en los últimos quince o veinte años. Y a pesar de todo, los enfoques chauvinistas se han mantenido en vigencia. Así lo demuestran los mapas his-tóricos publicados por los académicos, las universidades y las principales editoriales de ambos países entre 1990 y 2000.46

Incongruencia entre diplomáticos e historiadores

A mediados de 1982, las relaciones entre la Argentina y Chile comenzaron a mejorar. La firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984 marcó el cierre de un ciclo y la apertura de uno nuevo, signado por la búsqueda de mayor cooperación política e integración económica. Posteriormente, el retorno de la democracia en Chile (1990) abrió el camino para profundizar esta tendencia, que culminó con su incorporación como país asociado al Mercosur mediante la firma del Acta de San Luis (1996). En este contexto se multiplicaron las inversiones de capitales de un país en el otro, creció el comercio bilateral y las autoridades de ambos Estados intensificaron sus encuen-tros públicos. Sin lugar a dudas, sobre el filo del año 2000, las relaciones comerciales y políticas entre la Argentina y Chile alcanzaron un nivel considerablemente positivo.

En contraste con el mejoramiento de las relaciones a nivel diplomático, empresa-rio y militar, en algunos aspectos de la historiografía, la situación no ha experimentado una evolución comparable. Esto se puede percibir en la imagen del país vecino que proponen los mapas de límites que se difunden mediante ios manuales y libros que, a través del aparato educativo formal, forman los imaginarios sociales. Desde la década de 1960 hasta la Guerra de Malvinas, tanto en la Argentina como en Chile se realizó una interpretación de la historia de las relaciones bilaterales centrada en la pareja conceptual de victimario y víctima, como ya hemos señalado.

La realización de estos mapas, con todo su contenido ideológico, tuvo su ciclo dorado en el contexto de fuertes tensiones diplomáticas y militares de los años sesenta y setenta. Por lo tanto, es bastante comprensible que, en esos años, la producción historiográfica haya reflejado el contexto sociopolítico imperante. Pero después del Tratado de 1984, sucedió algo llamativo: la tensión diplomática y militar desapare-

Entre otros, han legitimado estos enfoques investigadores del CONiCETy académicos de la Univer-sidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario, la Pontificia Universidad Católica Argentina, la Universidad de Chile, la Universidad de Santiago de Chile y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Estas ideas se han difundido ampliamente a través de las editoriales: Centro Editor de América Latina, Sudamericana y EUDEBA (Buenos Aires), Andrés Bello, Nascimento, Universitaria, Santillana y Arrayán {Santiago de Chile), por citar algunos ejemplos. En los capítulos 12 y 13 se examinan los autores, las obras y las casas editoriales que difundieron estos enfoques.

INTRODUCCIÓN II

ció. Llegó la era de la paz y la búsqueda de acercamiento y concordia. No obstante, los mapas no cambiaron. Y en las escuelas argentinas y chilenas del año 2000 se siguen empleando las cartas que se desarrollaron en la etapa anterior. Por lo tanto, existe una incongruencia entre la acción de los diplomáticos, políticos y empresarios, por un lado, y los textos escolares y sus mapas sobre límites, por otro.

Surge aquí un problema clave para las relaciones entre la Argentina y Chile: las contradicciones historiográficas que se transmiten en libros de textos y cartografía. En este contexto, los esfuerzos que se hacen a nivel diplomático y político para pro-mover la integración y la concordia se ven, al menos parcialmente, neutralizados por la acción de la escuela, los manuales y sus mapas históricos. Se plantea, por lo tanto, el desafío de reexaminar críticamente esos mapas históricos y de analizar su sustento teórico y empírico, con vistas a elaborar una propuesta superadora de las tradiciones historiográficas argentina y chilena.

Para desentrañar el origen de estas contradicciones historiográficas, es preciso vol-ver a analizar el proceso de definición de las fronteras entre la Argentina y Chile, pero con un enfoque nuevo. En jugar de buscar qué país tiene mejores derechos sobre determinadas tierras, se trata de examinar el origen de la percepción del vecino como agresivo, expansionista y susrractor de territorio. Desde esta óptica, es preciso comen-zar a ver con una nueva mirada el Tratado de 1856, punto inicial de todo el proceso de límites bilaterales.

El Tratado de 1856 y el principio de uti possidetis iuris de 1810

Tras la independencia de los países latinoamericanos, uno de los temas más impor-tantes que los nuevos gobiernos debieron enfrentar fue la determinación de los terri-torios nacionales. Dicho tema generó un fuerte debate internacional, en el cual cada país procuró defender la doctrina más ajustada a sus intereses. Las grandes potencias europeas, sobre todo Gran Bretaña y Francia, se manifestaron partidarias del princi-pio de res nullius, por el cual aquellos territorios no ocupados en forma real y efectiva podían ser reclamados por el país que llegara primero a colonizarlos. Frente a esta tesis, las naciones americanas, herederas de España y Portugal, aplicaron el principio de uti possidetis* a partir del cual reivindicaban todos los territorios que habían perte-necido a sus respectivas Coronas antes de la emancipación. A su vez, dentro de los partidarios del principio de uti possidetis se desarrollaron dos tendencias: el uti possidetis de facto y el uti possidetis de derecho, o uti possidetis iuris. Brasil reivindicó el princi-pio del uti possidetis de facto, conforme al cual correspondían a cada país todos los territorios que la Corona poseía de hecho en el momento de producirse la indepen-dencia, sin importar los títulos jurídicos. Los partidarios de este enfoque consideraban que lo decisivo era la situación vigente, la ocupación real y efectiva en el momento de la independencia. De esta manera, Brasil trataba de legitimar las tendencias

28 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE

expansionistas de los portugueses sobre los territorios españoles.47 Por su parte, las colonias españolas se manifestaron partidarias del uti possidetis iuris, reivindicaron fundamentalmente los límites establecidos entre España y Portugal en el Tratado de . San Ildefonso (1777) y negaron valor jurídico a las anexiones posteriores realizadas por los colonos de Brasil. De esta manera, se plantearon los ejes fundamentales de las negociaciones diplomáticas que celebrarían en el siglo XIX Brasil y los países hispano-americanos. A su vez, dentro de estos últimos, había dos corrientes jurídicas distintas: Á una se inclinaba por el uti possidetis iuris de 1810 y otra por el uti possidetis iuris de :

1824. La primera consideraba como válidas las jurisdicciones vigentes al comenzar la Guerra de la Independencia, y la segunda optaba por la situación imperante tras la batalla de Ayacucho. Esto generó una serie de debates jurídicos que terminarían con el triunfo de la primera corriente.

La cuestión de los límites territoriales fue un factor de permanente perturbación para las naciones americanas en el siglo XDÍ. Entre las herederas de la Corona española, % la corriente que predominó entre los gobernantes fue la de mantener las jurisdiccio- ¿; nes internas que se habían dispuesto durante la dominación española y que habían regido hasta 1810. El primer antecedente se registró en el Tratado del 28 de mayo de ; ; 1811 entre las Provincias Unidas de Nueva Granada y Venezuela: en este documento ^ se estableció una alianza entre ambos Estados, "garantizándose la integridad de los • territorios de sus respectivas demarcaciones"; y éstas eran las correspondientes al Reino de Nueva Granada y a la Capitanía General de Venezuela. Posteriormente, cuando el í gobierno de Colombia convocó a las demás repúblicas americanas al Congreso de ;: Paraná (1826), señaló que éste tendría como objetivo asegurar la libertad y la inde- i pendencia de todas, "garantizándose mutuamente la integridad desús territorios res- • pectivos". En esta misma dirección, la Constitución Colombiana de 1821 señalaba í sobre los pueblos ubicados en el Virreinato y la Capitanía General que todavía se hallaban sujetos al dominio español que: "en cualquier tiempo que se liberen forma-rán parte de la República".48 jv

Originalmente, el principio de uti possidetis se utilizó para hacer frente a las po-tencias europeas; pero en años posteriores se empleó como mecanismo para resolver v cuestiones entre las repúblicas americanas. En 1822 se suscitó un pleito entre Perú y Á

i.-47 Los países hispanoamericanos reivindicaron el principio de uti possidetis iuris que, en las negocia-

ciones de límites con Brasil, reivindicaba lo acordado por España y Portugal en el Tratado de San Ildefonso, V el 1 ° de octubre de 1777. "Pero frente a esta tesis, el Brasil ha opuesto la de uti possidetis defacto, es decir, .i de hechos, apoyándose en la invalidez del Tratado de San Ildefonso. Según el Brasil, este tratado había M cesado de regir por la guerra entre España y Portugal en 1801 y las posteriores y no había sido «establecido, no habiendo tenido estricto cumplimiento y que la frontera había seguido tan confusa como antes. Por f consiguiente el Brasil se basaba en el uti possidetis ¿le facto, en la posesión material; es por eso que el Peni y otros países han tenido que cederle al Brasil extensas zonas, porque alegaba poseerlas, pues había inicia-do

su penetración hacia ellas" (Gustavo Pons Muzzo, Historia de la cultura peruana, Lima, Ministerio de Educación Púlica, 1952, p. 134). £ 48 Citado en V. Quesada, Historia diplomática..., ob. cit., pp. 57-58.

I

INTRODUCCIÓN II

la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) por el control sobre las provin-cias de Jaén y Mainas. No era el momento más oportuno para resolver esta cuestión, sobre todo teniendo en cuenta que aún no había finalizado la Guerra de la Indepen-dencia (faltaban dos años para la batalla de Ayacucho). Como salida salomónica a esta situación, Perú y Colombia firmaron el Tratado de 1823, que en su artículo 1 disponía que: "ambas partes reconocen por límites de sus territorios respectivos los mismos que tenían en 1810 los ex virreinatos del Perú y Nueva Granada".49

El principio de uti possidetis de 1810 se consagró definitivamente en el derecho americano en el Congreso de Panamá (1826). Con la presencia de los plenipotencia-rios de Colombia, América Central, Perú y México, este Congreso dispuso, entre otras resoluciones, la reivindicación de este criterio territorial para establecer los lími-tes de los nuevos Estados. Así lo señalaba el siguiente articulado:

Artículo 21: Las partes contratantes se obligan y comprometen a sostener y defender la integridad de sus territorios respectivos, oponiéndose eficazmente a los establecimien-tos que se intenten hacer en ellos sin la correspondiente autorización y dependencia de los gobiernos a quienes corresponden en dominio y propiedad; y emplear al efecto, en común, sus fuerzas y recursos si fuese necesario.

Artículo 22: Las partes contratantes se garantizan mutuamente la integridad de sus territorios, luego que en virtud de convenciones particulares que celebrasen entre sí, se hayan demarcado y fijado sus límites respectivos, cuya conservación se pondrá enton-ces bajo la protección de la confederación.50

El significado del Tratado de 1826, fruto del Congreso de Panamá, fue el de consoli-dar el criterio que desde 1811 venía liderando Colombia, en el sentido de asentar el principio de uti possidetis como regla general para el derecho internacional america-no. Los citados artículos 21 y 22 del tratado de 1826 tuvieron justamente ese sentido. Para Quesada, "en los protocolos y en los tratados firmados por los plenipotenciarios el 15 de julio, el principio de uti possidetis fue canonizado".51

Posteriormente se presentaron nuevas circunstancias para reivindicar este princi-pio. Un momento especialmente propicio se registró hacia fines de la década de 1840, cuando el gobierno español proyectó la reconquista de algunos territorios america-nos, mientras las guerras civiles todavía no se apagaban en el continente. Para hacer frente a esta situación, Colombia volvió a tomar la iniciativa, esta vez por medio de su canciller M. M. VillarÍno. En oficio dirigido a los gobiernos de las naciones america-nas para convocar a un Congreso de Plenipotenciarios (1847), Villarino exhortaba a buscar soluciones a los problemas internos con vistas a hacer frente a las amenazas externas. El autor propiciaba el arbitraje como mecanismo pacífico para solucionar las controversias, a los efectos de reemplazar la violencia de los ejércitos por el diálogo

49 Ibíd., pp. 58-60. 50 Tratado del 15 de julio de 1826, citado en ibíd, p. 59. 51 ídem, p. 59.

30 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

constructivo. A su vez, el autor proponía que los arbitrajes se efectuaran a partir de un criterio universal: el respeto por el principio del uti possidetis. En efecto, Villarino señalaba textualmente: "Como medio de cortar la guerra entre los Estados ligados, debería estipularse: primero el modo de fijar los límites que sean dudosos entre dos o más Estados; y los principios que deban servir de norma para fijar estos límites, de suerte que en cuanto sea practicable se mantenga el uti possidetis de 1810".52

La convocatoria de Colombia alcanzó un moderado éxito. El Congreso de Pleni-potenciarios se reunió en Lima en 1847, con la asistencia de representantes de Perú, Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia. Como resultado de estas deliberaciones, se pro-pició formar una confederación americana, entre cuyos principios estaba justamente la defensa de la integridad territorial de sus miembros. Hubo una discusión sobre la fecha de vigencia que debía tener el principio de uti possidetis. El representante del Perú propuso consolidar la situación vigente en el momento de derrota definitiva del poder realista. De esta manera surgió oficialmente la tesis del uti possidetis de 1824. Se objetó que en realidad había que respetar la situación vigente en 1810, pues la Guerra de la Inde-pendencia no generaba nuevos derechos. Por lo tanto, quedó firme la reivindicación del principio de uti possidetis de 1810 como base del derecho público internacional americano. Así se reflejó explícitamente en el artículo 7 del Tratado firmado en Lima el 8 de febrero de 1848.

Éstos fueron los antecedentes que tuvieron los negociadores de la Argentina y Chile, que elaboraron el Tratado de 1855, ratificado por los respectivos Congresos y promul-gado en 1856. Como se puede advertir, entre 1811 y 1848 se habían elaborado nume-rosos documentos en América Latina en los cuales se había coincidido en reivindicar el principio de utipossidetis de 1810 como mecanismo para definir las jurisdicciones terri-toriales de los nuevos Estados por medios pacíficos y racionales. Estos documentos fueron firmados por los gobiernos de Colombia (1811,1823,1826 y 1847), Venezuela (1811), Perú (1823,1826 y 1847), México (1826), los cinco Estados de América Cen-tral (1826), Chile (1847) y Bolivia (1847). En resumidas cuentas, este principio fue respaldado explícitamente por las autoridades que representaban a un país de América del Norte, a los cinco países de América Central y a seis países de América del Sur. A éstos se podrían agregar otros documentos referidos a Uruguay, Paraguay y la Argentina que también se produjeron en aquellos años para definir límites territoriales.

En este contexto regional, la reivindicación del principio de uti possidetis de 1810 fue parte de un proceso mayor que a mediados del siglo XIX adoptó características muy especiales en el Cono Sur. En efecto, por el Tratado de 1856, la Argentina y Chile coincidieron en repartirse todo el territorio que hasta 1810 había controlado el Imperio español en el sur de América. De esta forma se negaban derechos a otros actores, como las grandes potencias y las naciones indígenas. Tal como se ha señalado,

52 Oficio del canciller de Colombia, M. M. Villarino, al encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Bogotá, 15 de marzo de 1847. Citado en ibíd., p. 61.

INTRODUCCIÓN II

contra el principio de uti possidetis, las potencias europeas reivindicaban la tesis de la res nuüius como herramienta para justificar eventuales asentamientos en las tierras no controladas en forma real y efectiva. A la vez, la tesis del uti possidetis negaba a las naciones indígenas los derechos sobre las tierras que ocupaban pacíficamente desde hacía siglos; derechos que la Corona sí les había reconocido de hecho y de derecho a través del establecimiento de relaciones diplomáticas, la celebración de tratados o parlamentos y el nombramiento de embajadores, entre otras formas simbólicas.53

El principio del uti possidetis de 1810 significaba que cada país latinoamericano iba a conservar para sí los territorios que poseía la jurisdicción que lo antecedió en el momento de producirse la Revolución de 1810. Chile iba a retener los territorios que pertenecieron a la Capitanía General, mientras que la Argentina poseería los espacios que habían estado bajo la jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata. Los gober-nantes de 1855 no pudieron imaginar las dificultades jurídicas que se iban a generar a partir de este Tratado debido a la complejidad de la documentación colonial.

En las primeras décadas de vida independiente, la Argentina y Chile dedicaron poco interés a las cuestiones limítrofes. Los territorios todavía no estaban claramente delimitados, pero los problemas de jurisdicciones fronterizas eran mínimos. Entre ellos podemos citar los debates por los valles intermontanos en el sur de Mendoza, que motivaron la protesta del presidente Bulnes (1839) y una serie de incidentes posteri-ores.54 Más relevante fue la fundación del fuerte Bulnes (1843), que también motivó tardías notas de protesta de la cancillería del Plata, que alegaba que las tierras australes se hallaban dentro de la jurisdicción de la Confederación Argentina (1847).55 En este contexto, muy lentamente se comenzaron a reunir documentos de la época colo-nial como antecedentes para defender las pretensiones nacionales. Uno de los princi-pales frutos de esta preocupación fue la monumental Colección de Documentos que publicó Pedro de Angelis en cinco tomos (1836-1839).56 Este trabajo significó un

53 Abelardo Levaggi, Paz en la frontera. Historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglos xvf-xix), Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 2000. Leonardo León Solís, "Los Araucanos y la amenaza de ultramar", en: Revista de Indias, vol. UV, núm. 201, mayo-agosto de 1994, pp. 313-354. Sergio Villalobos, La vida fronteriza en la Araucanía. El mito de la guerra deArauco, Santiago, Andrés Bello, 1995. Guillaume Boceara, "El poder creador: tipos de poder y estrategias de sujeción en la frontera sur de Chile en la época colonial", en: Anuario de Estudios America-nos, tomo LVI, 1, 1999, pp. 65-94.

54 Mario Barros van Burén, Historia diplomática de Chile, Santiago, Andrés Bello, 1991, pp. 164-165. Pablo Lacoste, "Dictadura y relaciones internacionales: Argentina y Chile (1829-1852)", en: ¡Encuentro de Investigadores Jóvenes en Humanidades y Ciencias Sociales, Santiago, Museo Vicuña Mackenna, 1999.

55 M. Barros van Burén, Historia diplomática..., ob. cit., pp. 166-168. Jaime Eyzaguirre, Breve histo-ria de las fronteras de Chile, 21a ed., Santiago, Editorial Universitaria, [1967] 1992, pp. 60-61.

56 La Colección de Documentos de Pedro de Angelis incluye escritos de cronistas, exploradores, viajeros, militares en campaña y demás actores socioculturales y políticos de la época colonial y los prime-ros años de la historia independiente, inclusive el diario de la expedición para la demarcación de la línea de fronteras de 1828. Entre fines de la década del sesenta y principios de la década del setenta, esta obra fue reeditada por Editorial Plus Ultra.

32 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

importante avance en el relevamiento de documentos históricos para la región. El diplomático británico Woodbine Parish, especialista en estos temas, señaló en 1852 que la colección de Pedro de Angelis "es con mucho la obra más importante que ha salido de las prensas de Sudamérica".57 Posteriormente, el mismo Pedro de Angelis publicó una selección de documentos relativos a la jurisdicción territorial de la Ar-gentina en la Patagonia, en la cual incluyó una serie de reales cédulas y reales órdenes, junto con epistolarios y demás antecedentes para fundamentar las pretensiones de la Argentina en sus fronteras con Chile (1852).

A mediados del siglo XIX se puso en marcha un proceso complejo de definición de límites entre la Argentina y Chile, y de allí en más, a lo largo de 130 años, las relacio-nes diplomáticas entre ambos países iban a estar constantemente condicionadas por la interpretación de los documentos españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII. Inclusive, en el siglo XX, la Argentina y Chile estuvieron dos veces al borde de una guerra (1901 y 1978) debido -indirectamente- a discrepancias sobre la interpretación de las reales disposiciones de la época colonial. De allí, la importancia de examinar estos papeles.

Algunos problemas para interpretar los documentos coloniales

Cuando, a mediados del siglo XIX, la Argentina y Chile acordaron definir sus límites internacionales sobre la base de los antecedentes coloniales, se planteó un problema de enorme complejidad. Los documentos fueron elaborados con un objetivo muy concreto: establecer separaciones internas dentro de un mismo imperio; tenían su propio contexto histórico simbólico y se ajustaban a cierto grado de avance científico. Después del Tratado de 1856, estos documentos debían reinterpretarse para otros objetivos -establecer límites internacionales-, en un contexto histórico y en un mar- s co de conocimientos científicos totalmente distinto.

En primer lugar debemos destacar la diferencia de naturaleza entre los documen-tos de la época colonial (generados fundamentalmente entre los siglos XVI y XVll), y las necesidades de dos Estados soberanos para establecer una frontera internacional en los siglos XIX y XX. Los documentos coloniales daban cuenta de jurisdicciones internas de un imperio y, por lo tanto, no fijaban delimitaciones exactas; además estaban sujetos a cambios instantáneos según la voluntad del monarca, sin que tuviera necesi- í dad de dar mayores explicaciones a nadie. Podía haber, incluso, cambios transitorios de jurisdicción, informados en forma parcial. También era posible que hubiera superposiciones de jurisdicciones y hasta zonas no definidas con toda claridad.

La calidad de los conocimientos geográficos de cada época era el segundo proble-ma. La ciencia experimentó notables cambios entre el siglo XVI y el XIX. Esta diferen-

57 Woodbine Parish, "Introducción", en: Buenos. Aires y las provincias del Río de la Plata , 2a ed., Buenos Aires, Hachette, [1852] 1958, p. 37.

INTRODUCCIÓN II

cia de conocimientos abría la puerta a un sinnúmero de anacronismos, si se pretendía interpretar un documento antiguo a la luz de los datos científicos posteriores. Esto generó otro espacio potencial para pleitos interminables.

La inconsistencia entre las fronteras jurídicas y las fronteras efectivas fue el tercer dilema. Los españoles nunca fueron capaces de someter a las naciones indígenas que habitaban ía Patagonia, las Pampas y la Araucanía. Además, las condiciones climáticas desalentaron los proyectos de ocupación del espacio, sobre todo en las costas austra-les. Después de la catastrófica expedición de Sarmiento de Gamboa (1581-1586), verdadera precursora de la Armada Invencible, la Corona renunció por un buen tiempo a invertir recursos humanos y materiales en la zona sur, excepto en los fuertes. Por lo tanto, la Patagonia y el Estrecho fueron de hecho res nulíius, aunque la Corona nunca lo haya reconocido formalmente.

Los elementos mencionados muestran, en su conjunto, 1a complejidad del pro-blema que se creó con el tratado de 1856. A partir de ese momento, los gobiernos de la Argentina y de Chile iban a tener que impulsar estudios pormenorizados de la época colonial para tratar de descubrir cuáles habían sido las jurisdicciones estableci-das por 1a Corona. Había que hallar e interpretar las medidas positivas, articuladas con las zonas grises y los silencios de la legislación indiana; todo ello cruzado con los usos y las costumbres de la época, como contexto indispensable para una adecuada interpretación. Para avanzar en el análisis, es preciso reconstruir el corpus documen-tal de las jurisdicciones territoriales de la época colonial, comenzando por los siglos XVI y XVII, para posteriormente completar el proceso en el siglo XVIII. Esta tarea abarca tanto los documentos de 1a Capitanía General de Chile como los correspondientes a 1a Gobernación del Río de la Plata.

Fronteras jurídicas, fronteras reales y fronteras imaginarias

Para abordar el complejo problema de las cuestiones de límites entre la Argentina y Chile, conviene establecer algunas definiciones conceptuales. En primer lugar, reali-zar algunos alcances con relación ai concepto de frontera. En este trabajo se lo utiliza como fue empleado tradicional mente en los estudios de relaciones entre Estados, es decir, como sinónimo de límite internacional o límite de una gobernación que poste-riormente va a originar un Estado independiente.

Dentro de este concepto, distinguimos tres formas de frontera: jurídica, imagina-ria y real y efectiva. La frontera jurídica es la que se construye a partir de un docu-mento emitido por la autoridad competente. En este caso, entre 1534 y 1810, la única autoridad facultada para establecer límites, crear, suprimir o desplazar las fron-teras jurídicas era la Corona de España. Las autoridades coloniales podían establecer medidas provisorias sobre el tema, pero siempre sujetas a la ratificación real. Poste-riormente, los Estados nacionales, a través de sus órganos de gobierno, son los que

34 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE

H M

asumen esta función. La definición de fronteras puede estipularse a partir del derecho5;

interno (constituciones, leyes) o en el marco del derecho internacional (tratados in-|

ternacionales).

La contracara de la frontera jurídica es la frontera imaginaria. En el presente es tuÉ

dio se va a llamar "frontera imaginaria" a la forma de representar el espacio mediante !

una construcción en la cuaJ conviven el pensamiento lógico riguroso, basado en fuen-

tes precisas, con la deducción temeraria y el pensamiento imaginativo. La frontera}

imaginaria es relativa. Puede variar según la cantidad y la precisión de los datos que

haya alcanzado a conocer el autor y al grado de distorsión que éstos hayan sufrido en

el camino transitado para llegar desde la fuente original hasta el cronista encargado de

representar la frontera.

Podemos conocer las fronteras imaginarias de las gobernaciones coloniales y las

repúblicas emanadas de ellas a través de cronistas, relatos de viajeros, obras geográfi-

cas e históricas, declaraciones e informes oficiales, entre otras fuentes. También se?

pueden conocer las fronteras imaginarias a través de la cartografía de la época, otra j j

fuente de singular riqueza s imbólica . En la época colonial, ante las dificultades para

acceder a los documentos oficiales, era m u y frecuente que los cronistas y cartógrafos

se apoyaran en sus antecesores para elaborar sus representaciones del espacio. Cuando ,

les faltaba un documento , optaban por deducirlo y, sobre esta base, construían sus

mapas y sus relatos, que estaban sujetos a un amplio margen de error.

En tercer lugar tenemos la frontera real y efectiva. Es el sitio hasta donde una gober-

nación o un Estado independiente logra ejercer el poder mediante el control del mono-

polio legítimo de la fuerza pública; allí tienen vigencia sus leyes, reglamentos, bandos yj;

demás disposiciones. Lo que requiere, naturalmente, la presencia de asentamientos per4f

manentes, con población explícitamente subordinada a la autoridad central.

El juego de las tres fronteras - jur íd ica , imaginaria y real— se expresa gráficamente

a través de los mapas discursivos y cartográficos. Pero en este caso, la situación de

América meridional se encuentra influida por la dinámica propia de la cartografía, : ;

c o m o disciplina con sus propias normas, su tradición y su grado de avance. Los dis - f

tintos niveles de ios conoc imientos geográficos condicionaron la construcción de

imágenes y la percepción de la frontera. A esto hay que añadir la tradicional influen-

cia del enfoque militar en el desarrollo de la cartografía. Desde este punto de vista, el

mapa tenía muchas veces una función utópica, en el sentido de exhibir el territorio

que, a pesar de ser desconocido, se presentaba c o m o meta a conquistar. Por este mo•

tivo, para los españoles fue muy importante elaborar mapas desde m u y temprano.

Pablo Heredia explica este fenómeno en los siguientes términos:

Lo importante en este momento, es dibujar los contornos —aunque sea la única posibi-lidad de representación-, para que de este modo esté fijado ei continente de la propie-dad, a pesar de que el contenido se mantenga como un paradigma para el futuro. Se trata, en suma, de adelantarse a otros proyectos de colonización: la posesión de un

INTRODUCCIÓN 35

mapa en que están demarcados ios contornos de un espacio inexplorado en su interior, otorga al imperio el derecho de su posesión.58

Es interesante distinguir estas tres formas de frontera para poder detectar el juego que

s e dio entre ellas, especialmente en la zona austral, donde, hasta 1 8 7 0 , ni Buenos

Aires ni Santiago lograron ejercer el control del territorio. No obstante, c o m o se

examina a partir del capítulo 1, los reyes de España legislaron sobre aquellos territo-

rios. Durante más de 3 0 0 años hubo, entonces, una clara inconsistencia entre la fron-

tera jurídica (emanada de las Reales Cédulas de Madrid) y la frontera real y efectiva

(sostenida por los sufridos soldados de la Araucanía y las Pampas). La articulación

entre ambas es precisamente la frontera imaginaria.

Uno de los objetivos de este trabajo es explicar la movilidad de las fronteras. La

tradición historiográfica, tanto en la Argentina c o m o en Chi le , ha tendido a presen-

tar a las fronteras c o m o fijas, estáticas. Es usual hallar textos en los cuales se asegura

que determinado territorio "siempre perteneció a Chi le" o "siempre estuvo sujeto a la

Gobernación de Buenos Aires". J u n t o al adverbio "siempre", se usa con gran frecuen-

cia su contrario, "nunca" , y todos los derivados. De allí el carácter casi sacro del terri-

torio y el principio de la "inviolabilidad e intangibil idad" del mismo. Habrá que

prestar atención a los desplazamientos que hayan podido experimentar las fronteras

para desmitificar estos conceptos .

La historiografía de límites y las concepciones del territorio c o m o algo sacro tien-

den a percibir el territorio y las fronteras c o m o fijos e inamovibles; pues, en caso de

sufrir un desplazamiento, se pondría en peligro la base fundamental del Estado, la

identidad y la integridad nacional . Precisamente, este presunto carácter inamovible

de las fronteras se encuentra en la base del mito de la patria o la nación, que considera

la intangibilidad del territorio c o m o uno de sus componentes fundamentales. C u a n -

do esta integridad se halla amenazada, ios autoproclamados custodios de la patria

alertan a la población para generar la reacción. Por tratarse de una cuestión de princi-

pios, no pueden distinguir entre la flota de una gran potencia que amenaza con tomar

la capital de la república y un acuerdo de delimitación de un cerro deshabitado en un

lugar remoto con un país vecino. Para los partidarios del territorio c o m o algo sacro e

inmutable, se trata de exactamente el mismo problema, pues consideran que se halla-

ría en peligro algo fundamental para la Patria. En este contexto, la capacidad de

negociación de las cancillerías se ve muy acotada por la impactante acc ión de los

sectores nacionalistas en los medios masivos de comunicac ión , que fáci lmente en-

cienden la sensación de alarma en la sociedad.

Contrar iamente a lo que sostienen las tesis nacionalistas, el presente estudio pro-

cura demostrar que las fronteras se desplazaron constantemente , antes y después de

1810 . Ni el territorio ni el Estado ni la nación ni la república nacieron en 1 8 1 0 , sino

que fueron resultado de una lenta construcción histórica. Las fronteras han cambiado

58 Pablo Heredia, "Cartografías imperiales., .", en ob. cit., p. 8.

36 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

1 sin que se alterase la existencia de la Argentina como unidad cultural, social y política. ?¡ Por ello, esas fronteras se pueden seguir modificando sin afectar ia unidad cultural, política y social del país.59

£ :jí .'S

El camino a seguir f

Conviene definir con claridad la propuesta de este trabajo. Se trata de examinar la % incidencia de la frontera en la construcción de la imagen de Chile en la Argentina y viceversa. En este sentido, es preciso realizar algunas aclaraciones. Evidentemente, la imagen de un país en el otro es la resultante de numerosos factores internos y exter-nos. En ello tienen que ver aspectos políticos, económicos, sociales y culturales. Esca-pa a los objetivos del presente trabajo, el estudio general de estos elementos. El análi-sis está acotado a uno de ellos, que ha tenido influencia decisiva en las más profundas crisis de las relaciones bilaterales, y tiene que ver con las fronteras, en el sentido de los 9;. límites internacionales y la soberanía. .];

En efecto, el objetivo de esta tesis es traer a la luz los aspectos confusos, contradic- í torios y sin fundamento que sustentan las tradiciones historiográficas de la Argentina y de Chile con respecto al papel del discurso textual y cartográfico sobre límites histó- H: ricos binacionales. Para abordar esta tarea se estudia el desarrollo del problema a lo :f largo de los distintos períodos históricos. • £

La percepción de los límites jurisdiccionales en tiempo de la Casa de Habsburgo (1534-1700) es el tema del capítulo 1. Según los historiadores chilenos, es indiscuti-ble que, en esos años, la Corona sujetó toda la Patagonia al Reino de Chile. En este ^ capítulo se re-examinan las decisiones emanadas de la Corona en cuanto a la defini- • ción de los límites de cada gobernación, sobre todo las de Chile y Buenos Aires, para detectar si los historiadores de límites, tanto de la Argentina como de Chile, no olvi- ;5 daron algún documento y si contextualizaron correctamente las Reales Cédulas que £ consideraron efectivamente . Este criterio se utiliza también en el capítulo 2, dedica- ¿ do a las fronteras imaginarias en el mismo período. vi

El impacto del advenimiento de los Borbones al trono español y sus nuevos concep- : | tos en torno a las fronteras, es el tema de los capítulos 3 y 4. En ellos, se mantiene la v| confrontación con los historiadores de límites y se añade un debate teórico con Jaime ? ¿ Eyzaguirre. Para este autor, con el advenimiento de los Borbones, se pone en marcha el . tránsito del Estado patrimonial al Estado nacional: la nueva casa reinante ya no entien- ' ̂ de el imperio como conjunto de reinos más o menos separados unos de otros, sino como un conjunto, una unidad por construir. La Corona perdió interés por los límites

I 59 En este sentido, el Tratado Minero, firmado por la Argentina y Chile durante las presidencias de

Carlos Menem y Eduardo Frei RuizTagle, al reivindicar el principio de fronteras móviles en beneficio del .i;-desarrollo económico y la generación de empleo en ambos países, es un buen ejemplo. j;

INTRODUCCIÓN II

jurisdiccionales entre los reinos y priorizó la búsqueda de soluciones a los problemas y debilidades comunes. Esta tesis se confronta con otros marcos teóricos, sobre todo para enfatizar el concepto de región, y con los documentos de la época.

En los cuatro primeros capítulos, se procura esclarecer la situación vigente en materia de límites territoriales entre las jurisdicciones americanas en vísperas de la Revolución de 1810; pero siempre en el plano de las fronteras jurídicas e imaginarias. Ahora bien, ¿qué grado de consistencia había entre los límites jurisdiccionales dis-puestos por la Corona española y los límites reales y efectivos? Los capítulos 5 y 6 se hacen esta pregunta y ponen en foco al tercer actor que fue sistemáticamente ignora-do por los documentos oficiales y ios debates diplomáticos posteriores: las naciones indígenas. Se examinan las dificultades y limitaciones del Imperio español para ocu-par los territorios al sur del río Salado y del Biobío. Se procura demostrar cómo, hacia 1810, ni el Virreinato del Río de la Plata ni la Capitanía General de Chile poseían el territorio de 1.000.000 de km2, que estaba habitado por las naciones indígenas.

La percepción de los límites territoriales de los nuevos Estados nacionales después de la Revolución es el tema del capítulo 7. En él, se reúnen testimonios de gobernan-tes, geógrafos, viajeros y demás observadores sobre este delicado tema, desde 1810 hasta 1876. Se trata fundamentalmente de detectar las miradas desinteresadas sobre este punto que precedieron al debate diplomático sobre límites. Como complemento y recapitulación de todos los temas examinados previamente, el capítulo 8 examina la historia cartográfica global de la región desde 1534 hasta 1881. Se comparan los distintos mapas, tanto de la época colonial como de los tiempos de las repúblicas; se incluyen cartas elaboradas en Europa y América, con el correspondiente marco histó-rico y el análisis crítico en relación con la bibliografía clásica sobre límites.

Los ocho primeros capítulos son una preparación para llegar con todos los antece-dentes al gran debate de límites argentino-chilenos, que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX. Éste es el tema del capítulo 9, que se extiende de Pedro de Angelis (1852) a Moría Vicuña (1903), pasando por Amunáteguí, Quesada y Frías, entre otros polemistas. El estudio analiza críticamente las posiciones de cada autor, me-diante una constante confrontación con los documentos jurídicos, históricos, geo-gráficos, políticos, literarios y cartográficos generados en los tres siglos anteriores. Además, se procura contextualizar la tarea de los polemistas dentro del marco cultu-ral de la época.

Los debates por cuestiones de límites se agravaron en los últimos años del siglo XIX, por la influencia de la carrera armamentista mundial. La Argentina y Chile se incorpo-raron a esta tendencia con todas sus energías, obsesionados por la compra de cruceros, destructores y acorazados. Según Barros van Burén, argentinos y chilenos llegaron a tener dos de las seis flotas de guerra más poderosas del mundo. ¿Es correcta esta afirma-ción? ¿Cuál era el poder destructivo de la Argentina y de Chile a principios del siglo XX en mar y tierra? ¿En qué medida un conflicto en el Cono Sur hubiera alcanzado los estándares destructivos que poco después se vieron en Europa, con motivo de la Prime-

38 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

ra Guerra Mundial? Al evitar una confrontación de esta naturaleza, ¿cuál fue el signifi-f cado de los Pactos de Mayo para la historia de los pueblos de la Argentina y Chile? El{

capiculo 10 debate estos problemas militares y diplomáticos desde el Tratado de 1881 ¿ hasta los Pactos de Mayo de 1902.

La cuestión específica de las fronteras y la imagen del Otro reaparecen en los capítulos 11 y 12. Estos examinan la evolución de la percepción de los límites y la; cartografía histórica en el siglo XX. El estudio distingue las distintas corrientes interpretativas, de acuerdo con el contexto de la época; procura detectar las continui- f dades y rupturas en este proceso de construcción de la imagen del Otro a través de la historia. Se presta especial atención a los momentos críticos, especialmente a las ten- i siones de la etapa 1978-1984. Finalmente, eí capítulo 13 analiza la evolución de este..| proceso después del Tratado de Paz y Amistad de 1984: se estudia en qué medida el | aflojamiento de las tensiones militares y diplomáticas dio lugar a un cambio en la I percepción de la historia de las relaciones bilaterales en general, y en las cuestiones y.í mapas de fronteras y límites en particular. . ;

El presente estudio procura resolver este problema de conocimiento: cómo expli-, | car, desde las relaciones internacionales, las continuidades y rupturas en los procesos -| de construcción de las identidades colectivas a partir de la visión del Otro. Para lo-; | grarlo, se propone analizar las contradicciones de los historiadores que inciden en | forma decisiva en este proceso a través de la escuela y los manuales escolares.

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1. Fronteras jurídicas en tiempos de la Casa de Habsburgo (1534-1700)

Por probable esperiencia la falsedad y engaño de la mayor parte de las noticias que se dan en vuestro real consejo para impetrar las comisiones para des-cubrir y asimismo el podérseles dar con la limitación y traza que se pretende como le hemos visto en la manera de limites y distinción de términos que se an dado a los que hacen estas entradas en unos con tan-tos riesgos y peligros de contravenir unos con otros.

VIRREY TOLEDO 1

En las últimas décadas del siglo XV, España competía con la Corona de Portugal. Ambas se respetaban y se percibían casi como pares; las dos proyectaron casi simultá-neamente una expansión ultramarina. Para evitar conflictos, resolvieron ponerse de acuerdo en la división de las respectivas áreas de influencia, lo que hicieron mediante el Tratado de Tordesíllas (1494). De acuerdo con el mismo, Portugal quedaba con derechos en Brasil, y España, en el resto de América.

Posteriormente, mediante alianzas dinásticas, la Corona española se vio fortaleci-da, especialmente desde la llegada al poder de la Casa de Habsburgo, representada por Carlos I (1517-1555), Felipe II (1555-1598), Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665), la regente doña Mariana (1665-1675) y Carlos II (1675-1699). Du-rante buena parte del reinado de los Habsburgos, la Corona española configuró el mayor poder político y económico del mundo europeo y americano.

En efecto, la gestión de la Casa de Habsburgo se caracterizó por sus ambiciosos proyectos de expansión imperial. En este ciclo, la Corona realizó la conquista y ocupa-ción de América y libró mil batallas en Europa, donde llegó a controlar la totalidad de Portugal (1580-1640), la mitad de Italia, los Países Bajos, partes de Francia y otras naciones. España también se proyectó en e! lejano Oriente, fundamentalmente en

1 Virrey Toledo, citado en Oscar Nocetti y Lucio Mir, La disputa por [a tierra, Buenos Aires, Sudame-ricana, [1577] 1997, p. 127.

404 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

mercado de los manuales escolares, y allí reiteró su adhesión a la teoría del "Chile fantás-tico".50 Las obras de Villalobos, entre ensayos y textos escolares, superaban una tirada global de un millón de ejemplares. Desde esta influyente posición, Villalobos fue un constante defensor de las tesis fundacionales chilenas, basado en Amunátegui, Moría Vicuña e Irarrázabal Larraín. Así lo señaló incluso en uno de sus últimos escritos, el estudio preliminar a la segunda edición de la Historia General de Diego Barros Arana, presentada formalmente en la Biblioteca Nacional a mediados del año 2000.51

Otro caso relevante es el de Osvaldo Silva, director del Departamento de Historia de la Universidad de Chile, coautor del Atlas de Historia de Chile, obra de gran rele-vancia e influencia en el medio. Su éxito se refleja también en las numerosas edicio-nes que ha tenido. En esta obra, el gráfico correspondiente a la época colonial muestra los límites del Reino de Chile de acuerdo con las Reales Cédulas de 1548 y 1554 (100 leguas de ancho desde el Pacífico hacia el este).52 Más adelante, se incluye otro croquis correspondiente a las postrimerías del siglo XVIII; de acuerdo con éste, el Virreinato' del Río de la Plata llegaba hasta el río Negro y el Reino de Chile poseía toda la Patagonia.53 Posteriormente, otro gráfico presenta lo que los autores consideran como la evolución histórica de las fronteras de Chile: a partir del territo-rio original (1554), se asevera que el Tucumán se desprendió en 1563 y Cuyo, en 1776. Luego marca entre el río Diamante y el río Negro, un "territorio ocupado por las Provincias Unidas después de 1810" y, finalmente, señala, del río Negro hacia el sur, toda la Patagonia como "territorios cedidos a la Argentina en 1881". Inspirado en el mapa de Cano y Olmedilla, todos los territorios al este de la Cordillera que en 1554 fueron otorgados a Chile se denominan "Chile moderno".54

En síntesis, aunque el Tratado de 1984 descomprimió las tensiones militares y diplomáticas entre la Argentina y Chile, y casi todos los sectores se adaptaron a esta realidad (empresarios, políticos, universitarios), la percepción de la imagen del vecino como un país expansionista y sustractor de territorio se mantuvo intacta en los gráficos y croquis referidos a la historia de las fronteras compartidas. Los historiadores de ambos países mantuvieron inalterables las tesis del "Chile fantástico" y de la "Argen-tina bioceánica", con sus tres variables, tal como se habían estandarizado entre 1952 y 1984. Y con este criterio, los manuales escolares educaron a los niños y a los jóvenes de la Argentina y de Chile desde 1984 hasta el año 2000.

50 Véase, por ejemplo, Villalobos, Toledo, y Zapater, Historia y Geografía de Chile. 3° Medio, p. 127. Villalobos, Toledo y Zapater, Historia y Geografía de Chile. 4° Medio, p. 65. En estos gráficos se asegura que el Reino de Chile abarcaba, en tiempos del Virreinato, el territorio comprendido al sur de una línea imaginaria que corre junto al río Diamante y luego traza una diagonal irregular hasta llegar a la desembo-cadura del río Negro, en el Atlántico.

51 Diego Barros Arana, Historia General de Chile, tomo i, Santiago, Editorial UniversitariaVoiBAM, pp. xx¡ll-xxv¡.

52 Osvaldo Silva, Atlas de Historia de Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 1984, p. 37. 53 Ibíd., p. 51-54 Ibíd., p. 109.

Conclusiones

El nacionalismo no puede vivir sin el historicismo. Por ello, sus mayores amigos son los historiadores que fabulan y sus mayores enemigos, los historiado-res que desnudan.

Hay que investigar con la idea bien clara de que la historia no explica por qué la gente se mata y hace sufrir a los demás, sino que sirve para impedirlo des-truyendo la base de las imágenes que legitiman la opresión de un hombre por otro hombre.

En este momento de gran centralización, provo-cada por la revolución informática, el historiador debe convertirse, en palabras de Michel de Certeau, en un "merodeador" yendo hacia los márgenes de las grandes zonas explotadas, abriendo luz sobre zo-nas que nos sorprenden por su silencio o que nos asombran con su griterío ensordecedor. El campo de la imagen no debe asustar al historiador, que ha dejado de ser un ratón de biblioteca.

JOSÉ M . PERCEVAL1

La historia de las fronteras entre la Argentina y Chile ha incidido en forma negativa, falsa y universal en la construcción de la imagen del país vecino. En la Argentina se ha difundido la noción de Chile como expansionista y sustractor de territorio. Y lo mis-mo ha sucedido en Chile con respecto a la Argentina. En ambos países se enseña a los niños y jóvenes que originalmente el territorio nacional era mucho mayor que el actual. El mapa del "Chile fantástico", con la totalidad de la Patagonia oriental, y el-de la "Argentina bioceánica", con la Araucanía, Chiloé, la Patagonia chilena y el Estre-cho, plantean un pasado de esplendor al cual habría que regresar.

Según la historiografía estandarizada actualmente en Chile, este país poseía dere-chos "indiscutibles" sobre la totalidad de la Patagonia hasta que los perdió en el Tratado

' José M. Perceval, Nacionalismos, xenofobia y racismo en la comunicación. Una perspectiva histórica, Barcelona, Paidós, 1995, pp. 105 y 127.

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406 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

de 1881. Por su parte, los autores argentinos sostienen que el sur de Chile pertenecía a la Argentina, al menos hasta 1810. Estas afirmaciones son históricamente inexactas.

Desde el punto de vista jurídico, la Corona española modificó recurrentemente las fronteras del Cono Sur; por lo cual sólo pueden considerase los documentos en su constante devenir, y en ningún caso como decisiones inconmovibles. Originalmente, la primera organización territorial otorgó a la Gobernación del Río de la Plata una jurisdicción que corría del Atlántico al Pacífico, entre los paralelos 25° y 36°. Esta se vio parcialmente reducida con motivo de la creación de la Gobernación de Chile, que tuvo su extensión máxima en 1558, cuando la Corona le otorgó derechos sobre el desierto de Atacama hasta el Estrecho de Magallanes, 100 leguas hacia el este desde el Pacífico. Pero este amplio territorio se fue achicando a medida que la Corona estableció nuevas organizaciones del espacio. En 1563 se desgajó el Tucumán, que pasó a depender directamente del Perú; en 1570 se sujetaron las costas patagónicas a la Gobernación del Río de la Plata; y en 1776 se incorporó la provincia de Cuyo al nuevo Virreinato. Las fronteras jurídicas del Reino de Chile quedaron definitivamen-te establecidas en el marco del corpus documental generado con motivo de la implan-tación del sistema de intendencias (1784-1796), en el cual se dispuso que Chile se extendía desde el desierto de Atacama hasta el Cabo de Hornos y desde el Pacífico hasta la cordillera de los Andes. En los capítulos 1 y 3 del presente estudio se ha explicado este proceso.

La movilidad de las fronteras jurídicas, las grandes dimensiones de estos territorios y los escasos conocimientos geográficos de la época motivaron la multiplicidad y confu-sión de las fronteras imaginarias. Así se intentó demostrar en los capítulos 2 y 4, dedica-dos a confrontar las obras de los distintos cronistas y autoridades de la colonia. Había corrientes muy diversas, muchas de las cuales eran contradictorias. Había inclusive au-tores que se manifestaban partidarios de más de una interpretación. Las fronteras ima-ginarias del Reino de Chile y de la Gobernación de Buenos Aires variaban de un cronis-ta a otro. Para algunos, Chile tenía un ancho, de oriente a occidente, de 400 a 500 leguas. Otros lo reducían a 100 o 150 leguas. Para un tercer grupo, se trataba sólo de 30 leguas, desde el mar hasta la Cordillera. Existía también una cuarta corriente, capaz de afirmar que Chile tenía un ancho de 150 leguas pero que, en realidad, el límite oriental era la Cordillera. Con respecto a la Gobernación del Río de la Plata, sucedía algo pare-cido. Para algunos autores, ésta se prolongaba hasta el Estrecho de Magallanes. Para otros, la gobernación terminaba en un lugar impreciso, entre el paralelo 36° y el río Negro, con lo cual la Patagonia estaba excluida de su jurisdicción.

La pluralidad de opiniones y de percepciones sobre estos límites -la existencia de fronteras imaginarias—, fue la resultante de la inconsistencia entre las fronteras jurídi-cas y las fronteras reales y efectivas.

Los reyes de la Casa de Austria entregaron, generosamente, dilatadas extensiones de territorio con la idea de verlo pronto poblado por sus vasallos. Pero tal vez no advirtieron que la rigurosidad del clima en la zona sur iba a dificultar el asentamiento

CONCLUSIONES 407

permanente de los colonos; a lo cual debía sumarse la presencia de los pueblos indíge-nas, que militarmente resultaron invencibles. La incongruencia entre las fronteras jurídicas y las fronteras reales generó un serio problema para los cronistas, que no lograron ponerse de acuerdo para establecer las fronteras imaginarias. Estasse movían de un lado a otro, dando a veces saltos de centenares de leguas. Esto podría ser un hecho anecdótico, pero más tarde iba a revelar todo su potencial conflictivo. En efec-to, la mera existencia de textos que aseguraban con tanta "precisión" las dimensiones de las jurisdicciones territoriales sería, potencialmente, materia prima disponible para sustentar enfoques jurídicos contradictorios.

Con la cartografía colonial sucedió algo parecido. Entre los siglos XVI y XVIII se elaboraron los más diversos mapas, en los cuales las fronteras presentaban variaciones notables sin dar mayores explicaciones. Por lo general, la cartografía colonial no se ajustaba a las fronteras jurídicas sino que se dispersaba por las fronteras imaginarias, tal como se examinó en el capítulo 7-

El corpus documental generado por los cronistas y cartógrafos, examinado en forma conjunta, revela la pluralidad de interpretaciones y, por lo tanto, el valor rela-tivo de cada una de ellas. Se pueden generar situaciones confusas y erróneas si estos antecedentes se utilizan en forma fragmentada en lugar de ponderarse en su conjun-to. Porque al existir tantas opiniones diferentes, bastaría con seleccionar algunas y excluir otras para sostener casi cualquier tipo de opinión, la que se podría ilustrar con numerosos mapas y textos coloniales. La abundancia de documentos abría las posibi-lidades para crear tesis parcializadas, históricamente falsas, pero con aparente solidez, susceptibles de ser presentadas como "indudables" e "indiscutibles". Eso fue precisa-mente lo que permitió la construcción de la teoría del "Chile fantástico" y de la "Argentina bioceánica" con sus tres variantes: "Argentina magallánica", "Argentina bipatagónica" y "Argentina arauco-chiloense". La dispersión de las fronteras imagina-rias, elaboradas por los cronistas de los siglos XVI y xvii, ya estaba preparando el camino para arduos debates por cuestiones de límites después de la Revolución de 1810.

Si las fronteras jurídicas eran confusas y las imaginarias eran móviles, las fronteras reales poco podían aportar para aclarar el problema. El imperio español sólo logró controlar en forma efectiva el territorio al norte de los ríos Salado, Quinto y Diaman-te, por el lado rioplatense, y al norte del Biobfo, por el lado chileno. Desde allí hacia el sur, los españoles procuraron afirmar su autoridad, con relativo éxito.

En el litoral Atlántico, el proceso de ocupación fue propuesto inicialmente por don Ambrosio Higgins en su plan de 1763. En este documento, el futuro gobernador de Chile propuso a la Corona establecer una serie de asentamientos en las costas patagónicas y una línea de fortines que atravesara toda la región norpatagónica, de este a oeste, hasta llegar a las faldas del volcán Villarrica. Tanto los establecimientos costeros como la línea de fortines —según Higgins— debían quedar bajo la jurisdicción del gobernador de Buenos Aires. La Corona procuró poner en marcha este plan. Autorizó el proyecto del virrey Cevallos de Entrada General en el territorio indígena

408 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

para correr la frontera hacía el sur (1777). Además inició el programa de fundación de fuertes y asentamientos en el litoral Atlántico. Este plan se llevó a cabo en 1778, durante la guerra de la independencia de los Estados Unidos, cuando España apoyó la causa de la emancipación y temía una réplica de Gran Bretaña en el Atlántico Sur. Los asentamientos patagónicos se encontraron con serias dificultades para subsistir porque dependían casi totalmente del aprovisionamiento desde Buenos Aires. Fue-ron emprendimientos onerosos y con pocas perspectivas de autosustentabilidad en el corto plazo. Por tal motivo, una vez desaparecidas las causas de su creación (por ter-minarse la guerra con Gran Bretaña), la Corona decidió levantar estos asentamientos, con la sola excepción de Carmen de Patagones. No se fundó ninguna ciudad al sur de esa franja fronteriza, ubicada entre los paralelos 34° y 36°.

Del lado chileno, la situación era bastante parecida. Los españoles controlaban sóli-damente todo el territorio al norte del Biobío. De allí hacia el sur, ejercieron la posesión de Chiloé sin mayores problemas y afirmaron su presencia en la plaza fuerte de Valdivia. Además, en los últimos años del siglo XVIII y los primeros del x i x lograron repoblar Osorno y activaron, con el espacio socioeconómico formado por ésta, Valdivia y Chiloé: construyeron caminos y fuertes, promovieron la agricultura y la ganadería; floreció el comercio y algunas artesanías. En vísperas de la Revolución de 1810, Chile poseía en forma real y efectiva la isla de Chiloé, con 20 mil habitantes; Valdivia, con mil soldados y más de 100 cañones; y Osorno, con mil vecinos y varios miles de cabezas de ganado.

Más allá de los territorios ocupados efectivamente por los hispanocriollos, había otras formas de control indirecto a través de la alianza con los indios. Los españoles renunciaron a la conquista militar de muchas naciones indígenas, pero establecieron con ellas un sistema que permitía sostener una soberanía virtual. A través de los par-lamentos, pactos, actas y acuerdos, la Corona entabló relaciones predominantemente pacíficas con los indios, basadas en contraprestaciones muy concretas. La Corona lograba lo que más le interesaba: la paz en la frontera, el reconocimiento del rey como soberano y la alianza militar con los indios ante la amenaza de ultramar. Además, así como del lado chileno los españoles obtenían el permiso para viajar por tierra desde Concepción hasta Valdivia, del lado del Atlántico sucedía lo mismo para ir de Buenos Aires hasta las Salinas Grandes y Carmen de Patagones.

A cambio de estos compromisos, la Corona asumía la responsabilidad de respetar el territorio indígena y pagaba tributos en forma de regalos a los caciques. Además, los indios gozaban del privilegio de vivir de acuerdo con sus propias leyes y de elegir sus autoridades, y estaban eximidos de tributos y servidumbres.

Las relaciones entre los españoles y los indios estaban reguladas por dos institucio-nes: los parlamentos y los caciques-embajadores. Los acuerdos se debatían y decidían en los parlamentos, a los cuales asistían las más altas autoridades hispanocriollas para negociar con los caciques. Los parlamentos fueron verdaderos foros de deliberación y de reconocimiento entre las partes. Fueron la piedra clave de la articulación de las redes indígenas con las redes capitalistas, y una base indispensable para la legitimidad

CONCLUSIONES 409

de los gobernantes. También resultó relevante ei sistema de caciques-embajadores-rehenes. La Corona propició este sistema para mejorar las relaciones con las naciones indígenas. La idea era ensanchar los canales de diálogo y elevar las garantías para la paz (los españoles juzgaban que era poco probable que una nación indígena realizara un levantamiento si su cacique se hallaba como rehén en la capital). Esta figura tuvo un gran desarrollo en el Reino de Chile. Los embajadores fueron reconocidos como tales por el rey de España; eran electos por los cuatro butalmapus de la Araucanía y residían en Santiago. Este modelo se procuró trasladar a Buenos Aires y llegó a ser aprobado por el virrey, pero no se llegó a implementar. De todos modos, el notable avance de esta institución permite percibir el nivel de riqueza y complejidad que desarrollaron las relaciones entre el Estado español y las naciones indígenas.

Las alianzas de las naciones indígenas con las autoridades coloniales fueron más profundas de lo que tradicional mente se ha considerado. Tal como ha señalado Levaggi, la influencia del enfoque militar en la tradición historiográfica ha hecho prevalecer una mirada distorsionada que enfatizaba la parte conflictiva de la relación con el indígena. Pero, en realidad, las relaciones pacíficas fueron mucho más importantes, no sólo por la intensidad del intercambio comercial sino .también por el mestizaje y hasta por las grandes manifestaciones de solidaridad en momentos críticos. Esto se reflejó, en oportunidad de un ataque exterior, cuando las naciones indígenas se movi-lizaron para cumplir los compromisos que habían asumido con la Corona. Como ejemplo basta señalar el caso de los 10 mil indígenas de lanza que se ofrecieron a colaborar en la reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Y sobre esta misma base se encuadra la pervivencia de la alianza de las naciones indígenas con la Corona después de 1810, que se manifestó con toda claridad en la llamada "Guerra a Muerte".

Estas alianzas fueron suficientemente sólidas para garantizar la soberanía española en el área, sin necesidad de una ocupación real y efectiva con fuertes y ejércitos. A través de ellas, las autoridades del Virreinato del Río de la Plata ampliaban su sobera-nía hacia un amplio espacio, que abarcaba las Pampas y la Patagonia norte, por lo menos. Y el Reino de Chile hacía lo propio en la totalidad de la Araucanía, tal como se demostró en los capítulos 5 y 6.

En la primera mitad del siglo xix, las clases dirigentes de la Argentina y de Chile tuvieron una percepción bastante armónica de sus respectivas jurisdicciones territoria-les. Para los chilenos, su país se extendía desde el desierto de Atacama hasta el cabo de Hornos, entre la Cordillera y el Pacífico. Asilo señalaron solemne, pública y reiterada-mente en la Constitución nacional de Chile y en otros documentos. Por su parte, los argentinos sentían como propio todo el territorio ubicado al este de la Cordillera y al norte del río Negro. Pocos, muy pocos, se interesaron por la Patagonia, entre el río Negro y el estrecho de Magallanes, pues la mayoría de los científicos aseguraba que ese territorio carecía totalmente de valor. En el capítulo 7 se lo explicó en forma detallada.

La firma del Tratado de 1856, por el cual se establecía el principio del uti possidetis iuris de 1810, incorporó un problema difícil de resolver. ¿Cómo esclarecer los territo-

410 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

ríos que cada país poseía en el momento de la Revolución? Para conocer las fronteras jurídicas era preciso realizar un detallado relevamiento en los archivos históricos de la Argentina, Chile y España. Pero este trabajo sólo se hizo en forma parcial. Muchos documentos de singular importancia no fueron conocidos en el siglo XIX. Entre los que llegaron a manos de los polemistas, cada uno seleccionó los que le resultaban más favo-rables. Para darles más fuerza, se los reforzó con fragmentos de los cronistas y mapas de la época colonial: las fronteras imaginarias se utilizaron para redondear los fragmentos seleccionados de las fronteras jurídicas. De esta manera nacieron las tesis fundacionales.

Como era de esperar, en cada país se elaboraron las propuestas de máxima para negociar con el vecino en la mesa diplomática. En Santiago se creó la teoría que ios argentinos luego llamaron "Chile fantástico", dentro del cual se incluía toda la Pata-gonia. Por su parte, en Buenos Aires, algunos ensayistas inventaron la teoría equiva-lente pero opuesta, es decir, la de la "Argentina bioceánica", con sus tres variantes: ia "Argentina magallánica", que abarcaba la totalidad del Estrecho y Tierra del Fuego; la "Argentina bipatagónica", que le atribuía la Patagonia chilena; y ia "Argentina arauco-chiloense", que llegó a incluir también la Araucanía, Valdivia, Osorno y Chiloé.

Las tesis fundacionales fueron meras herramienta de negociación diplomática. Así lo entendieron los respectivos Estados, que prácticamente nunca llegaron a defender-las formalmente, salvo en periodos muy cortos; como entre 1872 y 1875, cuando Adolfo Ibáñez controlaba la cancillería chilena, y desde esta posición formuló reclamos sobre la totalidad de la Patagonia argentina. Fuera de estos casos anómalos, los gobier-nos de la Argentina y de Chile evitaron sustentar las tesis fundacionales por conside-rarlas insuficientemente fundadas e irritantes para el país vecino.

Las negociaciones diplomáticas de fines de la década de 1870 y principios de la de 1880, resultaron sumamente interesantes. Se comenzó por reivindicar las fronteras rea-les y efectivas de cada uno. Éste fue el sentido del statu quo de 1878, en el cual se reconoció a Chile la soberanía indiscutida sobre la Araucanía y la Patagonia chilena, y a la Argentina, sobre el territorio ubicado al norte del río Negro. El paso siguiente era resolver la posesión de los espacios que todavía nadie había ocupado y donde, entre 1534 y 1810, la Corona había establecido las fronteras jurídicas. Ya se insinuó el criterio a seguir en el mismo statu quo de 1878, cuando se confió transitoriamente a Chile el control del Estrecho, la costa occidental de Tierra del Fuego y las islas del Beagle; mien-tras que la Argentina obtuvo jurisdicción provisoria sobre las costas patagónicas y la costa oriental de Tierra del Fuego. En las negociaciones posteriores se siguió adelante con esta línea, y finalmente se alcanzó una solución notablemente ajustada a las fronte-ras jurídicas establecidas por la Corona en la época colonial. Tal como había dispuesto el rey en 1558, Chiie mantuvo el Estrecho de Magallanes; y de acuerdo con la Real Cédula de 1570, la Argentina conservó las costas patagónicas. Además., tal como se esta-bleció en reales provisiones del siglo xvil y, sobre todo, en el corpus documental intendencial de 1784-1796, se dispuso que la cordillera de los Andes era la frontera entre la Argentina y Chile. Con respecto a la zona austral, ante la ausencia de documentos claros de la época

CONCLUSIONES 42

colonia], se realizó una división salomónica: Chile obtuvo la mitad oriental de la Tierra del Fuego y las islas del Beagle, hasta el cabo de Hornos, mientras que la Argentina se quedó con la mitad oriental de Tierra del Fuego y la isla de los Estados.

Algunos historiadores han asegurado que estos acuerdos de límites entre la Argen-tina y Chile se firmaron bajo presión. Sobre todo porque en esa época Chile debió sobrellevar el peso de la Guerra del Pacífico. Por tal motivo, historiadores como Irarrázabal Larraín han acusado a la Argentina de haber extorsionado a Chile en estos tratados. Estas afirmaciones son inexactas. El statu quo de 1878 se estableció antes del estallido de la Guerra del Pacífico. Y el Tratado de 1881 se firmó seis meses des-pués de la caída de Lima. Además, al celebrarse estos convenios, la balanza militar estaba claramente inclinada a favor de Chile, que contaba con una moderna flota de blindados, ante la cual la Argentina poco podía hacer con su flota integrada mayoritariamente por barcos de río y "marineros de agua dulce". No existió, por lo tanto, extorsión por parte de la Argentina.

El debate diplomático se desarrolló en un conflictivo contexto internacional. Las potencias europeas se hallaban en el proceso de rivalidad y cartera armamentista. Después de la guerra franco-prusiana, las tensiones siguieron en aumento hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. En el ámbito regional, la Guerra del Pacífico modificó profundamente el escenario. Sobre todo porque significó la ruptura del equilibrio de poder en la región. Como resultado, importantes sectores de la opinión pública de Buenos Aires se inclinaron a estrechar lazos con Bolivia y Perú contra Chile. Esta situación se prolongó por largos años, desde 1879 hasta 1902.

Uno de los principales impulsores de esta corriente fue el tres veces canciller Estanislao Zeballos, un personaje singular en este proceso, que no dejó pasar ninguna oportunidad para trasladar su xenofobia antichilena a la acción. En 1891, Zeballos impulsó el tratado entre la Argentina y Bolivia por el cual ésta cedía a aquélla la Puna de Atacama, que Chile le había ganado en la Guerra del Pacífico. De esta manera, Zeballos logró crear un nuevo conflicto de límites con Chile, que hasta entonces no existía. Poco después, cuando las relaciones entre Chile y los Estados Unidos entraron en crisis debido al incidente del Baltimore, y paralelamente a la decisión del Congreso de los Estados Unidos de autorizar al presidente a declarar la guerra a Chile, Zeballos entregó información secreta sobre el armamento chileno al ministro estadounidense en Buenos Aires y le ofreció apoyo logístico y reaprovisionamiento, a la flota si esta desembarcaba en Antofagasta. Unos años más tarde, Zeballos insistió con esta actitud al iniciar los reclamos en las islas del Beagle, Picton, Nueva y Lennox. Igual que en el caso de la Puna, Zeballos logró crear un nuevo conflicto con Chile que hasta entonces no existía, pues la cancillería argentina ya había reconocido oficialmente que esas islas pertenecían a Chile.

En las últimas décadas del siglo xix, la tensión entre la Argentina y Chile creció hasta niveles sin precedentes. Buenos Aires fue escenario de una encarnizada lucha política y periodística entre los belicistas, liderados por Zeballos y el diario La Prensa, de un lado, y los pacifistas, conducidos por Bartolomé Mitre y La Nación, del otro. La Argentina y

412 LA IMAGEN DEL OTRO EN LAS RELACIONES DE LA ARGENTINA Y CHILE INTRODUCCIÓN 35

Chile se vieron envueltos en la carrera armamentista mundial e iniciaron un proceso de adquisición de buques de guerra sin precedentes. En veinte años compraron decenas de barcos, sobre todo acorazados y cruceros. Sus respectivas flotas superaron las 100.000 toneladas y adquirieron dimensiones propias de grandes potencias. En términos abso-lutos, las escuadras de la Argentina y de Chile se encontraban en el octavo lugar del mundo. Pero en proporción a la población, Chile se hallaba en el primer puesto, segui-do de Gran Bretaña; mientras que la Argentina quedaba en tercera posición, por encima de los Estados Unidos, Francia, Japón y Alemania. El crecimiento de la fuerzas navales fue acompañado con la sanción de las leyes de servicio militar obligatorio, primero en Chile (1900) y luego en la Argentina (1901). De golpe, ambos países quedaron en condiciones de movilizar medio millón de tropas, en forma rápida gracias a los ferroca-rriles, y con armas de la más moderna tecnología. Tal como se demostró en el capítulo 10, la capacidad destructiva de la Argentina y de Chile era propia de grandes potencias. En caso de que hubiera estallado el conflicto, los muertos se habrían contado por cen-tenares de miles y los heridos habrían oscilado entre uno y dos millones.

El bando belicista estuvo a punto de imponerse. Pero entonces entraron en acción las diplomacias de las grandes potencias. Los Estados Unidos y Gran Bretaña interpu-sieron sus buenos oficios para superar la coyuntura. En este contexto se firmaron el Tratado de 1881 y los Pactos de Mayo de .1902. La paz quedó asegurada. De esta manera, se abrió el camino a una larga etapa de concordia, que se prolongó durante toda la primera mitad del siglo XX. El capítulo 11 examina este proceso, y demuestra que en esos años, las relaciones bilaterales fueron pacíficas, sin mayores incidentes de frontera ni tensiones militares. Como reflejo de este ciclo positivo, los mapas históri-cos de cuestiones limítrofes transmitían un mensaje de concordia en el campo de las relaciones bilaterales. Tanto en la Argentina como en Chile se estandarizó una carto-grafía histórica que tendía a representar las fronteras reales y efectivas, con lo cual se evitaban las conflictivas y polémicas fronteras imaginarias, que podían generar rece-los y percepciones negativas hacia el país vecino. Los mapas de Ravignani y Levene, en la Argentina, y el libro de Donoso con el mapa de Ambrosio Higgins, en Chile, fueron representativos de la positiva imagen del vecino trasandino que se construyó en esos años a partir de la historiografía.

De todos modos, en la primera mitad del siglo hubo algunos intentos de revitalizar las tesis fundacionales del siglo XIX. Éste fue el sentido del libro de Irarrázabal Larraín (1930), que reivindicó la teoría del "Chile fantástico". Esta tesis no fue aceptada en aquel momento; pero sirvió para echar las bases de un profundo cambio de la visión de la historia de las fronteras. Sólo faltaba que las circunstancias resultaran propicias para ello.

El declinar del ciclo de concordia coincidió con el comienzo del ciclo opuesto, signado por el ascenso de los nacionalismos, el avance de la geopolítica y la Doctrina de Seguridad Nacional. En la década de 1950, comenzó este nuevo ciclo de las rela-ciones bilaterales, signado por las tensiones militares y diplomáticas en el marco del

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proceso de pretorización del Estado. En este contexto, algunos historiadores retomaron las tesis fundacionales de la etapa 1852-1881 con un nuevo espíritu: de herramientas diplomáticas, las convirtieron en verdades históricas "indiscutibles".

Del lado chileno, Francisco Encina retomó la propuesta de Irarrázabal Larraín y la transformó en el eje de la historia de las relaciones de su país con la Argentina. Esta propuesta fue luego apoyada por Jaime Eyzaguirre y pronto se estandarizó en la historiografía chilena, tanto en los estudios especializados como en los manuales escolares. De esta ma-nera se consolidó el concepto de la Patagonia irredenta como plan de acción cultural: así" como la Argentina reivindicaba la soberanía sobre las islas Malvinas a pesar de la domina-ción británica y lo enseñaba sistemáticamente a la población nacional a través de la escuela pública y las obras historiográficas, Chile debía hacer lo mismo con la Patagonia oriental. Así como la Argentina impugnaba la legitimidad de la ocupación inglesa de 1833 como un abuso, Chile debía asumir la misma actitud con respecto al Tratado de 1881, que debía interpretarse como resultado de una maniobra engañosa y extorsiva. Había allí vicios ocultos porque la Argentina -según Irarrázabal Larraín- conocía perfectamente bien el valor de la Patagonia, mientras que Chile lo había ignorado; es decir, habría habido desco-nocimiento en una de las partes, lo cual habría permitido que la otra la engañara. A la vez, se habría tratado de una maniobra extorsiva, pues la Argentina habría arrancado este tratado a Chile bajo la amenaza de entrar en la Guerra del Pacífico del lado de Perú y Bolivia. Chile se habría visto obligado a "comprar la paz de la Argentina al precio de la Patagonia". De esta manera, la Argentina habría ganado una guerra sin disparar un tiro. Había que explicarle a la población que este tratado era por tanto ilegítimo, y quedar a la espera del momento oportuno para recuperar esos territorios irredentos.

A partir de 1952, la cartografía histórica chilena señaló que toda la Patagonia perte-neció a Chile hasta 1881. Estas imágenes de difundieron ampliamente a través de los manuales escolares y propiciaron el mito de la Argentina como un país expansionista y sustractor de territorio en detrimento de los intereses y derechos de Chile. La tesis del "Chile fantástico" fue aceptada por prácticamente la totalidad de la historiografía chile-na. Tal como se demostró en el capítulo 12, nadie analizó críticamente estas tesis.

Así como los historiadores chilenos reivindicaron el "Chile fantástico", los argen-tinos levantaron la idea de la "Argentina bioceánica". Si Chile volvía a enarbolar sus pretensiones sobre la Patagonia oriental, la Argentina podía pretender lo mismo so-bre la Patagonia occidental. Esta teoría fue planteada por Trelles y ampliada por Quesada y Zeballos. Quedó en desuso durante más de medio siglo hasta que fue reflotada por Diego Luis Molinari y, a partir de entonces, este enfoqué ganó espacio, apoyado fundamentalmente por los teóricos de extracción militar, como Osiris Villegas. Esta tesis se estandarizó en la Argentina en la década de 1970, a través de los nuevos textos historiográficos, los manuales escolares y sus respectivos mapas de límites con Chile. El marco de las dictaduras militares de esos años facilitó la consolidación de estas interpretaciones, según las cuales, Chile era expansionista y sustractor de territo-rio, tal como se estudió en el capítulo 12.

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La tensión entre la Argentina y Chile se agravó con motivo de la crisis del Beagle. En el momento de conocerse el laudo arbitral (Io de mayo de 1977), los mapas históricos que circulaban en las escuelas y las universidades de la Argentina, con apro-bación del Instituto Geográfico Militar, el Ministerio de Educación y las universida-des nacionales, no respetaban el statu quo de 1878 ni el mapa de Bernardo de Irigoyen de 1881. Al contrario, se basaban en los discursos militantes de Estanislao Zeballos y en los croquis que habían creado los chauvinistas del siglo XX. Por lo tanto, en lugar de

'enseñar que, de acuerdo con lo dispuesto oportunamente por la cancillería argentina, esas islas pertenecían legítimamente a Chile, los libros de historia y los textos escola-res aseguraban que "indiscutiblemente" esas islas le correspondían a la Argentina. También sostenían que Chile era un país expansionista, pues llevaba un siglo y medio avanzando en detrimento de los territorios que "indudablemente" pertenecían a la Argentina: la Araucanía, la Patagonia occidental, más tarde el Estrecho y entonces aspiraba a "entrar en el Atlántico" y apoderarse de las islas del canal de Beagle.

Ningún historiador argentino alzó su voz en esos años para explicar públicamente que en el statu quo de 1878 y en el Tratado de 1881, el gobierno nacional, a través de su cancillería, había reconocido los derechos de Chile sobre las islas del Beagle. Tampoco hubo ningún escritor ni ensayista que saliera al cruce del mito de Chile como país expansionista. Ninguno demostró que la Argentina jamás había poseído territorios sobre el Pacífico ni el Estrecho de Magallanes. Ninguno fue capaz de indicar que Chile no se había adueñado de ningún territorio que le correspondiera a la Argentina. Al contrario, los historiadores que se dedicaron a opinar sobre estos temas lo hicieron reinvindicando la tesis de la "Argentina bioceánica", con lo cual agitaron aún más los ánimos.

La acción de los historiadores argentinos incidió decisivamente en la prensa que, entre mayo de 1977 y febrero de 1978, presionó ostensiblemente al gobierno nacional para que rechazara el laudo arbitral, decisión que finalmente tomó el general Videla. El paso si-guiente fue la movilización de tropas hacia la frontera, la circulación de las instrucciones precisas a los embajadores y la orden para iniciar la guerra. Una tempestad, primero, y la presión de los Estados Unidos a través de la Santa Sede postergaron el conflicto.

Con la Guerra de las Malvinas, el retorno de la democracia en la Argentina y luego en Chile, las relaciones bilaterales cambiaron radicalmente. Las tensiones se aflojaron, creció la confianza y el diálogo. Mejoraron las relaciones políticas, sociales, económicas y culturales entre la Argentina y Chile. No obstante, los historiadores no revisaron sus posiciones con respecto a la historia de las fronteras comunes. Como resultado, se mantuvieron intactas las tesis del "Chile fantástico" y de la "Argentina bioceánica", surgidas de las tesis fundacionales del siglo XIX. Tal como ha señalado el capítulo 13, en los libros de historia, profusamente ilustrados con croquis apoyados en esas ideas, cada año, millones de niños y de jóvenes argentinos y chilenos apren-den, falsamente, que su país ha sido desmembrado por la ambición expansionista del vecino de allende los Andes.