la soledad del neandertal

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LA SOLEDAD DEL NEANDERTAL Rafael Arenas García

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LA SOLEDAD DEL NEANDERTAL

Rafae l Arenas Garc ía

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I ÁFRICA Uno tras otro fueron devorados por leones hambrientos. Los cachorros royeron sus huesos, su carne les sirvió como alimento. Solamente dos sobrevivieron. Tan sólo ellos dos en la sabana, postreros de una especie condenada. Por azar se salvaron, y por azar vivieron, y procrearon. Y sus crías se arrastraron y sobrevivieron. No sabemos su nombre, ni siquiera si tenían nombre. Sabemos que murieron, y que cuando murieron recordaron un niño desgarrado por leones hambrientos. Y lloraron. Y fue entonces, en aquel tiempo sin nombre cuando empezamos a ser mujeres y hombres.

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II MAÑANA Todavía el mundo es joven - pensaba. Los milenios -destellos- se han consumido, desde aquel soplo de brisa sobre el trigo, aquella caricia en el rostro y en el alma, la despedida en aquel partir incierto. La muerte, entretanto, serena, esperaba, aguardando el encuentro entre filo y cuello, dejándose peinar por el suave viento y gozando de la sombra del ciruelo; deseando enrojecer el rojo fruto con sangre, tibia y espesa, de un guerrero; presta, también, para ceder la guadaña, que segará la vida de quien escucha, tranquilo y descuidado, soplar el viento, suave, sobre el campo de trigo, sereno.

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III ETERNA MORTALIDAD Mucho ha pasado en el mundo, mucho ha pasado y no he visto. Dicen que una vez hubo faraones, que hubo constructores de enormes pirámides; que hubo guerras violentas (¿acaso las hay pacíficas?); una vez hubo un campesino que cultivaba tierras junto al Nilo y murió ahogado al volver una noche a su hogar; hubo una muchacha que besó a su novio y con él se casó; hubo una vez un sacerdote que ofrecía sacrificios a un dios olvidado en Asia Central. Hubo un ferrocarril que descarriló en Santa Clara. Hubo una mina que se hundió, hubo un rojo anochecer calmo y sereno y un anciano que lo vio y lloró. Hubo una vez un mar que se enrabietó y un niño junto a la playa se asustó. Hubo una vez una emperatriz que amaba a su criada, y nunca nadie se enteró. Hubo un incendio que duró mil años; eso fue hace tanto tiempo que nadie lo recuerda porque nadie había nacido ya; tan solo había lluvia, viento, nieve, relámpagos a veces.

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Hubo tantas cosas grandiosas, tantas cosas pequeñas, tanto amor, tanta belleza, tanto dolor, tanta vida tantas cosas que ni me rozaron. Habrá tantas cosas, tantas, cuando yo ya me haya ido, tantas cosas que me hacen llorar esta noche, aquí, al borde del más inmenso mar. Aquí, donde nos juntamos tantos dioses desventurados, soledad contra soledad, carne con carne virtual; infinita, eterna mortalidad.

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IV ESCLAVOS El aire no levanta el polvo de los esclavos, pero ni tú ni yo dejaremos en la tierra más rastro u otra huella que la que ellos dejaron.

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V PEQUEÑO A esta hora me siento pequeño como un grano de arena. El espacio se expande, se tensan las supercuerdas que arrastran a las galaxias; eones se precipitan al centro de cúmulos globulares. Noto en mi piel la fuerza extraordinaria de la explosión primigenia. No soy menos que las miríadas de estrellas que giran en torno al centro oscuro de la Vía Láctea. Lo negro me engulle, la nada me rodea; one, two, three, four, five, six. Tan solo una luz, tan solo; una luz que brilla en medio del vacío más profundo. Esa luz, esa luz, soy yo.

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VI AZUL Si miro dentro de mí, en mi centro ¿qué veo? un hueco, un vacío oscuro. Si miro al vacío, a ese vacío oscuro ¿qué encuentro? una caverna, una caverna donde mi voz se pierde en ecos reverberantes. Si exploro la caverna, la caverna reverberante ¿a dónde llego? a un pozo, a un pozo profundo. Si me atreviera a mirar al fondo del pozo, en la caverna que hay en el hueco que se abre en mi centro. Si mirara ¿qué vería? Una luz, una luz primero tenue, un amanecer, un nuevo amanecer, la luz de un nuevo amanecer, azul.

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VII LUNA Yo también he visto esa luna blanca y fría espejo de nuestras desdichas. Yo soy tierra y luna y sol y estrellas lejanas; y como todo, no soy nada.

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VIII ERA ESO Sí, era eso; ahora ya lo sé. Se desparramó el tiempo y el espacio como chorro de agua, luz de estrellas; se derramaron los años incontables y se sucedieron las explosiones que alumbraban de las cenizas, soles. Se fundieron galaxias, desaparecieron civilizaciones; nacieron verdes mundos y se agostaron transcurridos eones. Largo fue el preámbulo de este instante, centro del universo, del espacio y el tiempo; de este momento, de este patio en penumbra del olor del jazmín de la luz bajo la puerta del beso y el arrumaco. El cielo negro es dosel la tierra estrado el mundo escenario; el único universo que conozco tiene aquí, hoy, su centro. Otro vendrá para quien este instante sea tan solo un punto en el tiempo, insignificante, preámbulo invisible de su propio centro. Para él será real, para mí, tan solo humo, polvo que cae tras golpear el suelo.

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IX DIOSES Los dioses le arrojaron a un bosque oscuro, y se escondieron. Los buscaba; pensaba que ellos jugaban. Todo le recordaba su casa, donde nunca había estado. Una hoja era una real barcaza. El viento traía el aire del Olimpo, de la nieve virgen y blanca. El sol hacía brillar un palacio de oro, con jardines eternos, vagos atardeceres y rincones amenos. Y, sobre todo, el amor, multiplicador. Esperaba con el corazón henchido, latiendo. Noventa y nueve, cien. Despertó en el silencio de aquel bosque oscuro de su nacimiento. Y entonces supo que no era un juego.

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X DESHACER Y SER Si te pudieras deshacer y ser ¿acaso habría una mayor dicha? Es el mundo ataúd de la desdicha que te asola ya antes de nacer, cuando te destinaron a yacer lejos de donde reinaba la bicha, condenado a ser una mera ficha, pero capaz de todo comprender. El silencio se extiende en el vacío, parpadean estrellas solitarias en la noche creciente. Nada mío en estas soledades esteparias anegadas en tu ausencia y el frío, abandonadas ruinas milenarias.

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XI ÁNGEL Si en tu rostro sintieras la mano helada de un ángel que del cielo a la tierra viniera. Si sus ojos fijara en tu propia mirada, la vida y la muerte se confundirían. La muerte sería esperanza de una vida más plena; la vida sería tan solo polvo en una calle desierta.

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XII LAGO Yace en lo profundo un lago negro de aguas quietas, siempre en silencio la bóveda de negra roca negra. Una gota de tinta, una mancha negra en un cuerpo abierto y roto, deshilachado. Pesa el lago como un peso muerto, pesa. Centellean las luces de las estrellas en la bóveda de negra roca negra, se agita el aire sobre las aguas muertas. Vuelven las noches que precedieron a las muertes antiguas. Vuelven las sombras que siempre fuimos, vuelven. En la orilla del lago una playa bajo la bóveda de roca negra donde aún centellean las estrellas. En la playa un alma junto a las aguas muertas; mira el agua y a las estrellas; por eso no es poeta.

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XIII TRANSPARENTE Vomito. Hace tiempo que vomito. Vomito cosas que llevo dentro, cosas que no conocía. Vomito hasta quedarme vacío, limpio. Hasta sentirme ligero, transparente. Quizás vomite siempre. O quizás un día encuentre que ya no soy nada, que la luz me atraviesa sin verme. Si ese día llega antes que la muerte, sabré que estoy listo para verte.

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XIV ESMERALDA El sentimiento viene en un instante: fresco olor de una tarde de verano, luz excelsa de un perfume cercano, corriente interior, fría y penetrante. Hondo placer y dolor lacerante. En la herida del pecho hundes la mano, con rabia buscas anhelado arcano mientras te apaga la llaga sangrante. Rozar deseas la fría esmeralda cuyo brillo sospechas en el centro. Suave, exangüe, la vida ya se salda; pero tienes fuerzas y miras dentro, contemplas de estrellas una guirnalda mientras viene la muerte para adentro.

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XV ¿DÓNDE ESTÁN? Este escalofrío que ahora siento ¿es de esta vida? o, por el contrario, recuerdo del frío aire estepario, del océano helado o de aquel viento que en lo alto henchía mi sentimiento. Tiemblo ante la imagen de un sagrario, un cuadro, el tañido de un campanario. Si pudiera llenarme en un momento de amores, muertes, lágrimas y risas; de todo lo que sé que ya he pasado; de labios y muslos; de suaves brisas; de los instantes que me han embriagado y de las negras horas indecisas; si pudiera ¿sería iluminado?

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XVI CENIZA No, no es ceniza purificada; ceniza en la llanura bajo el cielo, soledad. No es ceniza que se lleva el viento. No. No es ceniza esto. Tierra mojada y sucia, envuelta en gris, lluvia entre el cielo y el fango. El estiércol alcanza tu tobillo, te hundes en la mierda y miras el aire entre el gris y la llanura. Luz entre nubes, sol en el rostro y no sabes, no sabes si eres el que arrastra los bueyes por el lodo en días sin memoria; no sabes si eres un escritor romántico, cabellos agitados, vientre lleno, Werther vital; no sabes si eres tronco a un fusil pegado, caminando. No sabes si eres, si fuiste. No sabes, tan solo sientes. Sientes el peso del aire, el agua que penetra, el mundo en que te ensimas; gris, azul, verde, gris; agua y niebla, agua y fango; sólidas vísceras, rubicundos paisanos; sudor y mil olores

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que ya se te han pegado. No, no es de ceniza purificada esto que escribo. ¡Mierda!

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XVII TRISTEZA Un mundo desnudo de palabras. Un niño sentado a la puerta. Espera. Una calle, en un barrio, en una ciudad de cemento de almas atrapadas, cansadas. Un niño que espera sentado a la puerta de una casa cualquiera. Tarde de cielo gris. Hora de nada. Mira la calle para verla cuando llegue con su falda, sus caderas, su sonrisa, blanca y fresca; para besarla y olerla y quererla. Y tiene la esperanza de que la noche no venga y hoy pueda verla. Pero llegan y se lo llevan y en el coche piensa: ¿y si es verdad y está muerta? mientras las sirenas suenan.

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XVIII TODOS NOSOTROS Se arreciman encogollados sobre ocres barras de hierro y gritarían su tristeza al viento si éste aún soplara entre las basuras y los excrementos. Un cielo oscuro contra el mar inmóvil. Las noches sin luna todo lo engullen. Vomitan su negro sobre farolas de luces amarillas, sobre ciudades de alquitrán y cemento. El mundo se rasca los piojos apelotonados en su cabeza, como manadas de cebras huyendo de uñas grasientas. Crecieron, se multiplicaron y movieron, llegaban hasta el mar y se preguntaban ¿no hay más? y allí se amontonaban. Perdieron el recuerdo del calor de los bosques, el sabor de la sangre en las manzanas. Olvidaron el crepúsculo en las tendidas praderas, el aire en el rostro, el cielo sobre la cabeza. Escaleras estrechas, letras en los ascensores. "Sí cabemos, nos apretamos". Intimidad sobre el linóleo despegado; cebolla, brillantina y heces; ojos húmedos, furtivos, indiferentes; cáscaras que se repelen. Chabolas con suelo de tierra preceden a las paredes de doble papel, las ratas quedan atrás y debajo; resbalan en pulidas tuberías de acero que llevan el gas a quienes viven encogollados sobre ocres barras de hierro y mueren en la noche de llamas y explosiones, igual que poemas inacabados. En días muy tristes y, por desgracia, casi indiferentes.

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XIX MERCADO En la mañana fría, en medio de pirámides de berenjenas, coles y naranjas; patatas, lechugas, pimientos verdes; en medio de puestos que giran, en medio de fracasos inconscientes; en medio de sonrisas ladinas, de gritos desmesurados; de gruñidos animales de ropa sin lavar, en medio del sudor, en medio de rosas falsificadas; en medio de lo que llaman vida, un fragmento entre sangre y estertores. En medio del mercado alzo la vista al cielo. Tras las fachadas descuidadas se adivinan los retretes y la mierda; en medio de las pirámides de berenjenas, de lechugas, coles y patatas; en medio de los puestos que giran. En medio de todo eso siento el cuchillo y la náusea; y prefiero el cuchillo frío, el cuchillo afilado; prefiero la sangre limpia al pus, al vómito, a los excrementos; prefiero la sangre como agua fría a viscosas excreciones. Lo prefiero.

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XX TIEMPO La brisa entre las hojas, en el rostro la luz, suave, dulce, amorosa; hierba bajo la espalda, fulgores de una cruz y un temblor en el centro. Ahora, en este instante, soy eterno. Mi tiempo no es el tiempo que nos roba; mi tiempo no es el tiempo que deshace vidas, montañas, altas esperanzas. Ahora tan solo mío es el tiempo. Si pudiera vivir en este instante, concentrar en él todo lo que fue, sentir en él todo lo que está siendo, saber en él todo lo que será; si tal cosa fuera posible hacer... yo no sería yo, sería un dios menor, condenado al infierno; no por un Dios mayor, sino por ese tiempo al que vencer pretendo.

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XXI FELIZ Pensaba que era feliz; absurdamente feliz. Y un día, leyendo un poema, sentí los ojos llenos de agua. "La emoción me llena", pensaba. Y me engañaba. Me abrí la camisa, descosí el pecho y un montón de fango cayó sobre el pantalón.

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XXII BERLÍN EN MAYO Sale el sol temprano en Berlín en las mañanas frescas de mayo. Y aquel día salió aún más temprano. Me encontré en la calle a un borracho que, sin vergüenza, me pidió dos marcos. Se los dí, y más le hubiera dado. Tenía el corazón abierto, lleno de esperanza, entregado. A la noche había llovido y bajo el sol todo brillaba limpio, puro, recién fregado. Entretuve las horas caminando. Repiqueteaban mis pasos sobre las baldosas de piedra en la fría mañana de mayo. Todo salió como había pensado: A las once nos encontramos, comimos con un compañero y ya a la tarde juntos paseábamos. Se levantó un poco de viento, el cielo era ahora gris. Yo me sentía destemplado. La acompañé hasta una calle, la calle que era su calle. Allí me abrí las venas, y un chorrito de sangre me manchó los zapatos. Pensé por un instante que en mi alma entraría; pero ninguna mano me acarició temblando. Cuando me quedé solo supe que ya sabía, desde el rayo de sol primero, que aquello pasaría. Qué ridículo es llevar un paraguas en una tarde gris de mayo. La noche venía del este. El cielo negro devoraba las calles y mi corazón.

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Me senté en mi butaca. Rodeado de gente me sentía mejor. Sólo faltó un espectador, que era ¡mira por dónde!, justo el de mi costado. La ópera se me atragantó. Me reí del destino que tan claro dejaba lo solo que yo estaba. Hoy he recordado que fui yo quien compré aquella entrada junto a mí; cuando todavía pensaba que aquel día de mayo el sol luciría en Berlín.

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XXIII HORIZONTE Hoy sentí que el horizonte se acercaba hacia mi. Caminaba y el mundo se acababa, el cielo se alejaba, un abismo se abría más allá de la línea que separa el cielo y el mar. Extraño vacío del mundo y mío, mío y del mundo como si fuéramos uno. ¿Acaso lo somos? Pero no, uno es limpio, transparente casi inexistente; y el otro, el otro es denso, ¿viscoso? pesado, real. Uno mira y el otro es mirado. No tiene conciencia es pura ilusión, no existe tan solo es porque yo lo sé.

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XXIV MATAR A BACH Si matáramos a Bach, si bajáramos los altos techos de las catedrales, si acabáramos con el calor en nuestras iglesias; si murieran los burgueses que alientan terrenas recompensas en los penitentes; si supiéramos que nuestra fe conduce a la muerte terrenal, a la pobreza, y al dolor; si aún así nos sentimos reconfortados, satisfechos, felices, rodeados de muerte; si aún así el corazón se agranda, los ojos fluyen y el amor mata; si aún así nos sentimos dichosos entre el barro y los excrementos en alguna barriada ruidosa de alguna ciudad perdida en las letrinas del mundo; si aún así amamos a los pobres y a sus verdugos; si aún así amamos a Dios y pensamos que Él nos ama ¡Benditos seamos!

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XXV GRISEAR Esa dulce soledad cuando grisea el azul fuera del hogar. Esa dulce soledad cuando todo se detiene para contemplar cómo el día muere. Talmente parece que no despertará más. Esa dulce soledad cuando un hueco se abre entre el pecho y el alma y el aire gris lo llena de frialdad. Esa dulce soledad, esa dulce soledad nos enterrará.

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XXVI ÚLTIMO El cielo es negro; la tierra, dura y tú estás solo con tu desdicha. El dolor es la vida en esta noche húmeda, tan fría. Sin dolor nada habría. Sostiene tu dolor ese pino agitado por el viento, y nubes desgarradas en el cielo bajo el azogue del espejo negro. Hoy no hay luna ni estrellas. Quizás mañana brille otro sol; pero ¿quién lo verá? si yo, el último, no llego a despertar.

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XXVII MAREA Sube la mar en la playa vacía. Gris soledad.

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XXVIII MAR Si dejaras que el mar los pies te bese, que se empapen tus muslos de sal y olas, que se llene tu vientre de amapolas y que el agua tu pecho sumergiese; si nadaras a donde nada hubiese, donde habitan las almas que están solas y lucen a la noche agrias farolas; si el rostro un beso helado recibiese y el frío del océano quemara la piel que envuelve el corazón durmiente; si algún día tal cosa te pasara, y sólo te encontraras, impotente; abre los ojos para ver la cara del que en la mar nos mata, complaciente.

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XXIX MUERTOS Todos se van muriendo; muere uno y desaparecen diez o quince años de mi vida; muere otro y se van tardes despreocupadas al sol, en la plaza del pueblo, corro adolescente cantando las primeras de Sabina. Todos se van muriendo para que el mundo se deshaga, mi mundo. Ya no soy eterno. Lo fui. Los muertos me vuelven humano, temporal, frágil, limitado. Vuelve la rima sin querer ¿por qué lloro? En el fondo tu sabes, sé, que una cueva de tierra húmeda entre el verde y la lluvia es tu último hogar. Igual que una lombriz.

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XXX CATARRO Cada catarro, cada desvelo, cada noche de llanto te quita algo de lo que llevas dentro. Vas deshaciendo esta impostura, la blanca máscara que te pusieron la tarde gris en que llegaron. Estás desnudo. Casi lo entiendes todo: el Padre es Hijo, el Hijo es Padre; nadie conoce al Padre excepto el Hijo. Y quien es padre y ha visto en los ojos de un pequeño hijo la necesidad simple de serlo todo, de ser un dios poderoso y amable; de simular fuerzas que no tienes, valor del que careces. Cuando has visto tal cosa entiendes ¡vaya si entiendes! Lo entiendes todo, casi todo lo entiendes; aunque no sabes lo que sientes.

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XXXI JUNTO AL MAR Las personas acomodadas descansan a la orilla del mar, toman cócteles con vistas a la arena, a los espejos azules; y el sol no les broncea bajo sombrillas cimbreantes. Gafas de sol y ropas de lino sobre cuerpos sanos, delgados; las manos juegan con copas delicadas y los labios definen el contorno inmaculado de ambrosías sutiles, exquisitas. La tarde perfecta se suspende durante instantes eternos; los cuerpos tiemblan en la brisa que entra por la ventana abierta, espaldas y pechos yacen sobre sábanas blanqueadas, en habitaciones de cortinas mecidas por el aire limpio que sopla venturoso desde las aguas rielantes del océano. Es el océano negro cuando llega la noche, las estrellas lejanas tililan como esperanzas. Angustia la vigilia por el sol de la mañana. Aspiramos con fuerza el aire en busca del olor de jazmines y de galanes; de sal y de hierba; los olores. La fiesta ha concluido y un cuerpo agotado yace sudoroso entre sábanas frías junto a la ventana abierta. Cimbrea mojado al son de los cristales movidos por el viento. El gusano ya ha comenzado a trazar su camino serpenteante; desde la punta del pie, liada entre arrugas creadas en sueños, por el centro de la pierna retorcida, acalambrada, atrapada; a través de la ingle exangue, abandonada; hasta la cabeza. El cuerpo se vuelve fardo y montura cuando la nada envuelve el corazón que late perdida ya la razón en medio de la noche más oscura. Quien aguarda la cita que más dura enloquece al oír una canción, se estremece con la carnal pasión, sufre al verse al final de su andadura. Tendido en el lecho pasan las horas lentas, dolorosas; plomo en las sienes. Aguarda las mañanas cegadoras; cuenta lo que has ganado, lo que tienes. El día no temas; las turbadoras presencias te dicen: "ahora vienes".

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El primer rayo de la mañana, rojo, no es aún suficiente; solamente cuando el sol luce en el cielo y el agua brilla se levanta el hombre acomodado de su letargo. La brisa del mar trae perfumes salados y frescos, el zumo está junto a su mano y un cuerpo suave a su lado. Ha despertado.

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XXXII SÚBITA LUZ Súbita luz que me rodea, toda; los párpados cerrados; inicio de un ascenso. Flota en la noche. Tersos canalillos de sangre rosa contra el blanco y la carne. Tu peso se diluye en la cabina, que sisea cortando el aire negro. Si ella llegara y tú ya no estuvieras, si te visitara, ¿lo sentirías? ¿o tan solo desaparecerías? En las noches siniestras en que viajas estás tan profundamente cansado que si no fuera por los otros, los otros pasajeros, claro; te dormirías. ¡Adiós!

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XXXIII DESTELLOS EN UN OCÉANO DE OSCURIDAD Nací. Vi gente junto a mí, lluvia tras los cristales. Jugué. Estudié, algo aprendí. Creí amar y amé. Engendré, y ahora junto al mar espero amanecer.

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XXXIV TARDE Cuando se estrene la última tarde ¿qué libro leeré? Cuando se ponga el último sol ¿qué recuerdo evocaré? Cuando comience la última noche ¿qué temor me vencerá? Cuando la sombra invada mi casa ¿en qué cuarto me hallaré? Cuando mi mano busque otra mano ¿qué mano encontraré?

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XXXV TRANQUILIDAD ¡Si en esa última tarde pudiera el mar mirar con tranquilidad! como el que con alma clara espera al final un amigo encontrar.

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XXXVI DÍA Hoy tengo un día muy ocupado: primero llevo a mi mujer al médico, a la vuelta corrijo unos exámenes y como con los compañeros. Ya a la tarde leo un par de cositas para poder completar una nota y así acabar el trabajo que debo. Quizás entremedias pueda escribir algún que otro verso, ojear poemas o escuchar la brisa. En algún momento me he de pasar por el supermercado y por el panadero. Como estará bueno cenaremos fuera. Y además, por extraño que parezca, en algún momento de este día tan ocupado me habré muerto y todo será fútil y, a la vez, eterno.

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XXXVII CADÁVERES ¡Ay! Vivimos tan poco... pero somos tantos los que vivimos que, juntos unos y otros, un montón de cadáveres hacemos parecer el mundo vivo.

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XXXVIII VALLE En la noche les guie. Bajamos la montaña batiendo el corazón en el frío y el negro. Masticaba la niebla, olfateaba el aire helado y gris, caía la nieve en nuestras espaldas. No erraba en el camino que llevaba hasta el valle. Ninguno se perdió y pudimos vivir otro verano más. ¡Hace tanto de esto! Fue en el tiempo olvidado, antes de que empezáramos a encarnarnos en hombres.