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CAPITULO I La organización social y sus formas

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C A P I T U L O I

La organización social y sus formas

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El concepto de organización social ha sido por tradición uno de los más opacos y ambiguos en las ciencias sociales. Su empleo superficial ha ocasionado su identificación con nociones diferen­tes desde una perspectiva analítica como orden social, estructu­ra social y sistema social. Frente a esa deplorable confusión no es de extrañar que la International Encyclopedia ofthe Social Sciences' no dedique al concepto una entrada independiente. El pensa­miento sociológico y el pensamiento antropológico, a su turno, han dado versiones diferentes, si bien el segundo se ha manteni­do más fiel al significado que se le ha atribuido en sus orígenes.

I. Origen del concepto La noción de organización social fue en sus orígenes acuñada

en buena medida para dar respuesta a la toma de conciencia metodológica según la cual el mundo social, como el mundo de la naturaleza, también está sujeto a una forma. Hablar de organi­zación social era, así, una manera de reivindicar que la vida so­cial está estructurada, ordenada, sujeta a leyes y, por lo tanto, es susceptible de ser abordada de manera objetiva.

Es significativo dentro de este contexto llamar la atención so­bre el hecho de que la noción de organización social fue fruto del pensamiento social anglosajón empiricista. Fue dentro de esa es­cuela de pensamiento, filosóficamente naive y distanciada de la filosofía crítica, que postulaba el carácter por necesidad organi­zado de lo social, en donde la noción de organización apareció como problemática. En efecto, el origen de ese concepto está vin­culado con la historia de la antropología británica y con la socio­logía norteamericana. Aparece, dentro de esa perspectiva, como un concepto central que permite la sistematización ordenada de la percepción científica de la vida social y cultural.

i. Intemalioml Encyclopedia of the Social Sciences, David L. Sills, ed., New York; The Macmillan Co. & The Free Press, 1968.

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División del trabajo y organización social

Desde otro ángulo, la historia del concepto está asociada a la propia evolución epistemológica de las ciencias sociales y en par­ticular a la transición de una perspectiva sintética e históricamente orientada, a otra analítica y comparativamente orientada. Mien­tras que la primera habla de sociedades concretas, la segunda pers­pectiva encontró en el concepto de organización social la forma de lidiar en términos analíticos y abstractos con el estudio compa­rativo de diversas sociedades. En realidad, ñieron los antropó­logos los que le dieron status científico a este concepto -en los comienzos de la antropología académica- a principios del siglo xx. Rivers, Radcliffe-Brown y Malinowski figuran entre los pri­meros antropólogos que emplearon el término de una manera sis­temática, después de haberlo definido de una manera formal. La importancia del término se revela, así sea de forma impresionista, por destacarse inclusive en los títulos de algunas de sus obras más importantes. En 1914 Rivers publica una obra titulada Parentesco y organización social2 y diecisiete años más tarde aparece La orga­nización social de las tribus australianas, de Radcliffe-Brown.3

En esas primeras obras no existe todavía ningún esfuerzo por distingLiir, desde un punto de vista analítico, la noción de organi­zación social del concepto más general de estructura social y los dos son en la práctica vistos como sinónimos. La organización social se analiza como la combinación característica de los diversos agrupamientos de individuos dentro de una sociedad. Obsérve­se que el énfasis se coloca sobre la noción de grupos luimanos y los arreglos derivados de su. asociación. Siguiendo esta misma línea, Lowie daría, años más tarde, Lina formalización semejan­te: "El estudio de la organización social tiene fundamentalmente que ver con los agrupamientos significativos de individuos."4

2. W.H.R. Rivers, Kinship and Social Organisation, London: Constable, 1914. 3. A.R. Radcliffe-Brown, The Social Organisation of Anstralian Tribes,

Melbourne: Macmillan, 1931. 4. R.H. Lowie, Social Organisation, London: Routledge & Kegan Paul,

1950, p. 3 aptid H.S. Morris, "Social Organization (Anthropology)" in

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El progreso de la teoría social en la antropología creó obvias presiones en el sentido de establecer distinciones analíticas pre­cisas entre la noción de organización y la noción próxima de es­tructura social. Esta riltima comenzó a ser considerada como el circuito complejo de relaciones sociales que conecta a los diferen­tes miembros de una sociedad de un modo más o menos constan­te, incluyendo dentro de ese circuito de relaciones a las relaciones sociales entre las personas y las diferenciaciones entre individuos y clases según los papeles sociales desempeñados. Frente a la realidad concreta de la estructura social, la organización social aparecía de modo residual como la forma asumida por la estruc­tura.5

Consecuencia inesperada de este proceso de clarificación con­ceptual fue la progresiva obsolescencia de la noción de organi­zación social como concepto rector de la percepción antropológica del mundo social. Ya en 1940, fecha de la primera edición de Es­tructura y función en la sociedad primitiva, Radcliffe-Brown hace una lista de los conceptos más importantes para el análisis de los fenó­menos sociales e incluye entre ellos proceso social, cultura, siste­ma social, estática y dinámica, evolución social, adaptación, estructura social y función social y excluye, de forma significati­va, la misma noción de organización social.6

Le cupo a Malinowski recuperar en su obra postuma Una teo­ría científica de la cultura (1944), la noción de organización social y, de otra parte, aproximarla a la forma como es entendida hoy en día por el pensamiento sociológico académico. En efecto, para Malinowski la organización social hace referencia a la manera

lulius Gould and William L. Kolb, A Dictionary ofthe Social Sciences, New York: The Free Press, 1964, p. 660. Cf.A.R. Radcliffe-Brown, Structure and Fundían in Primitive Society, New York: The Free Press, 1965, chap. 10. Cf. Radcliffe-Brown, Structure and Function..., op.cit., "Introduction", pp. 1-14.

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como los individuos organizan sus relaciones con miras a la sa­tisfacción de sus necesidades biológicas, psicológicas y sociales. Esta concepción, sin dLida, se distancia de modo notable del con­tenido original del término, contenido de evidente implicación morfológica y estructural. La noción de organización, en primer lugar, se refiere ahora mucho más a la idea de proceso que a la idea de estructura y, en segLindo lugar, se aparta de la idea de to­talidad implícita en la versión original, aproximándose al mismo tiempo a la idea de mecanismo o instrumentalidad social.

No obstante, por razones que expondré más adelante, la noción de organización social flie perdiendo vigencia de modo gradLial en el pensamiento antropológico hasta desaparecer lite­ralmente del pensamiento sistemático como concepto relevante. Lucy Mair, una conceptuada antropóloga contemporánea, por ejemplo, no hace ninguna mención de la noción en un texto introductorio a la antropología social escrito en 1965."

Las vicisitudes del concepto fueron LUÍ poco diferentes en la historia del pensamiento sociológico. Los primeros esfuerzos en el proceso de formalización partieron de dos sociólogos norteame­ricanos, los mismos, por lo demás, que iniciaron la institucionali­zación académica de la disciplina. Charles Horton Cooley y George Herbert Mead.

Cooley, quien ya había escrito en 1902 SLI primera obra clási­ca, Human Nature and the Social Order, escribe siete años más tar­de Lin texto titulado Organización social: Un estudio de la mentalidad social. Para Cooley la organización social no es otra cosa que el prolongamiento y la ampliación diversificados de la interacción [intercourse] entre los individuos. Es interesante observar que como cristalización objetiva de las variadas formas asumidas por el espíritu humano, la organización social deja de ser el simple producto de propósitos y objetivos Litilitarios y aparece como Lina

7. An Introduction to Social Anthropology, Oxford: Clarendon Press, 1965.

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expresión total de tendencias conscientes y subconscientes.8 Se observa aquí un profundo parentesco entre la concepción de or­ganización social de Cooley y la noción de orden social. El carác­ter normativo de esta LÍltima noción no está perfilado de modo claro, pero no hay duda de que esta concepción de organización social remite a la configuración patronizada, representada por la idea de orden social.

Más elaborado, no obstante, fue el desarrollo del concepto por parte de Mead, pensador más original y complejo que el propio Cooley.9 Sucesor de este último. Mead concibe la organización social como una matriz general y amplia de los procesos sociales qtie permiten la integración del ego a la vida social. Para Mead, en verdad, la organización social es otra forma de dar un nom­bre formalizado a la idea de sociedad. La organización social no es más que la sociedad vista como forma y aparece, en la obra de Mead, como el instrumento encargado de satisfacer las exigen­cias planteadas por el proceso general de la evolución social. La organización social da cuenta de este proceso evolutivo generan­do procesos de comunicación y de participación de los individuos que permiten su integración social y cultural, por un lado, y, por el otro, la progresiva organización -más compleja y articulada-de la sociedad. A diferencia de Cooley, quien establece conexio­nes analíticas entre la noción de organización social y la noción de orden social, Mead construye aquel concepto estableciendo conexiones próximas con la idea de sistema social. En las manos de Mead, en verdad, la noción de organización social se transfor-

Charles Horton Cooley, Social Organization: A Study ofthe Larger Mind, New York: Schocken Books, 1962. Véanse especialmente el Prefacio y el cap. 2. G.H. Mead, On Social Psychology: Selecled Papers, Anselm Strauss, ed., Chicago: The University of Chicago Press. Cf. particularmente "The Problem of Society -How to Become Selves", pp. 19-44 Y "Society", pp. 249-284.

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ma en vin concepto importante para comprender aquellos proce­sos de carácter permanente que dan forma a la estructura de la sociedad.

Las representaciones de Cooley y de Mead, sin embargo, son insuficientes en un doble sentido. En primer lugar, no logran di­ferenciar con suficiencia los rasgos analíticos propios de la noción de organización social, rasgos que pudieran de algún modo dis­tinguir el concepto de otros en apariencia sinónimos, como orden social y sistema social y con los cuales la teoría sociológica pudiera avanzar de modo analítico. En segundo lugar, la formalización del concepto es pobre. No existe en sus escritos ningún esfuerzo por establecer conexiones sistemáticas entre el concepto y otras categorías relevantes del análisis social. Una consecuencia inevi­table de sus contribuciones es, entonces, la caracterización difusa, a veces más intLiitiva que propiamente conceptual del término, qLie hizo difícil el proceso de sistematización teórica del pensa­miento sociológico.

Es contra ese telón de fondo -insatisfactorio desde un pLinto de vista analítico- que surge casi dos décadas más tarde la con­tribución sociológica de otro pensador norteamericano en el de­sarrollo de la teoría sistemática, Talcott Parsons. El impacto del pensamiento de Parsons sobre la historia del concepto en discu­sión fue sencillamente decisivo. Parsons liquidó el concepto de organización social como categoría sociológica importante. No existe una sola mención del término que aparezca registrada en sus dos obras pioneras, La estructura de la acción social, escrita en 1937' Y E' sistema social, publicado en 1951.10

La eliminación del concepto no fue un accidente que pudiera ser atribuido a la idiosincrasia analítica de Parsons. Esa elimína­

lo. Talcott Parsons, The Structure of Social Action: A Study in Social Theory with Special Reference to a Group of Recent Europcan Writers, The Free Press of Glencoe, 1937 y The Social System, New York: The Free Press, 1964.

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ción, por el contrario, responde a nuevas exigencias en el seno de la teoría sociológica que no se habían manifestado en la genera­ción de sociólogos anglosajones anteriores: la construcción de una teoría general de naturaleza sistemática y deductiva, calcada en los moldes del naturalismo epistemológico de las ciencias hipoté-tico-dedLictivas. En contraste con la preferencia de corte fenome-nológico de Cooley, Mead y Simmel por los procesos psicosociales y simbólicos y por las formas objetivamente cristalizadas asumi­das por ellos, la nueva sociología se preocupaba en lo esencial por la construcción de un sistema teórico general y por la formaliza­ción conceptual de las categorías analíticas derivadas del mismo. Ningún otro concepto podía prestarse de forma más adecuada para cumplir ese cometido de construcción arquitectónica qLie la propia noción de sistema social. Una vez instituida esa noción como concepto rector de la reflexión sobre la vida social, el con­cepto de organización social, que había, como vimos antes, cum­plido en lo esencial esa misma función, pasó a ser redundante o innecesario, en el mejor de los casos o, en el peor de ellos, ambi­guo.

La teoría sociológica contemporánea recuperó, no obstante, el concepto de organización social, pero únicamente después de haber transformado la noción que existía detrás de él. Ese cam­bio se operó más o menos a partir de 1945, con el surgimiento de una sociología volcada de manera especial hacia la investigación empírica y fue desde entonces cuando el concepto comenzó a ad­quirir el contorno analítico que conserva en la actualidad.

Figura importante dentro de ese movimiento fue la del soció­logo alemán Max Weber, fallecido en el primer cuarto del siglo. Es Weber, para comenzar, quien inicia el empleo de la noción de organización a secas y no la noción de organización social.11 Mien-

i t . No es por azar, como se acaba de advertir, que al preferir Weber la orientación fenomenológica sobre la orientación sistémica, se hubiera inclinado más hacia al empleo del concepto de organización que al concepto de sistema.

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tras que esta Liltima hace referencia a la totalidad social, la noción de organización, institucionalizada con posterioridad en el ám­bito de la sociología académica contemporánea, tiene que ver con el sistema de acción continua propio del cuadro administrativo de cualquier asociación de dominio, acción continua dirigida, por lo demás, a la realización e imposición de los objetivos de la estruc-tura de dominación, o sea, de su orden, en el sentido weberiano. No existe, pues, dominación sin organización. Cabe a esta Lilti­ma asegurar la sumisión efectiva y continua de los subordinados a los objetivos instituidos por la estructLira de dominación y, en particLilar, por el señor y su aparato administrativo.12

Pero tendría que pasar algiín tiempo para que el pensamien­to sociológico contemporáneo encarrilara su reflexión dentro de la ruta constmida por Weber. En verdad, el período intermedio entre la moderna teoría de las organizaciones formales y las pro­posiciones weberianas -período que va de los años cuarenta hasta comienzos de los cincuenta- estuvo caracterizado por la explo­ración de aquellos aspectos de la organización social vistos como problemáticos desde una perspectiva funcional. De modo para­lelo al surgimiento de una sociología de orientación más empíri­ca y volcada hacia la investigación de los problemas sociales, vistos como expresión de desorganización social, surgió el inte­rés por el examen de la pobreza, de la delincuencia juvenil, del alcoholismo, del crimen, etc.

Un área flindamental en la reorientación "pragmática" frente al concepto de organización fue aquélla que surgió en las relacio­nes con la industria. Sobre todo en ese terreno surgieron los nue­vos parámetros analíticos que caracterizarían al concepto de organización durante dos décadas. El interés por el área de las relaciones industriales surgió como respuesta a las demandas del

12. Max Weber, Economía y sociedad: Eshozo de sociología comprensiva, 2a. ed., México, Buenos Aires; Fondo de Cultura Económica, 1964 y en particular, vol. 1, Primera Parte, ni, passim.

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capital por eliminar los problemas de interacción dentro del am­biente industrial que afectaban de modo negativo la producti­vidad del trabajo. Pionero en el abordaje sociológico de esa problemática de la organización social de la industria fue el tra­bajo de Roethlisberger y Dickson, Management and the Worker

(i939)-13

Sin embargo, la cuestión obrera como "problema social" fue de forma simultánea el punto de partida para una sistematiza­ción teórica de la noción de organización que llevaría de modo gradual a la concepción contemporánea. En efecto, en el proceso de estudios de los "problemas industriales" comenzó a surgir una visión más estructurada analíticamente de la noción misma de organización. Poco a poco iría emergiendo un concepto que es­taría determinado por otras variables como el tipo de dirección, la interiorización de las normas de la asociación y la moral en el ambiente del trabajo, entre otras. El trabajo de investigación de esas décadas pasadas estuvo, pues, orientado hacia la especifica­ción de las variables de naturaleza estructural o psicosocial que afectaban la organización social de la industria. Ese abordaje se fue extendiendo en forma pausada a otras áreas de investigación empírica, como las organizaciones militares, las organizaciones burocráticas y las organizaciones de intereses y, de modo primor­dial, al estudio de los pequeños grupos.

Lenta pero perceptiblemente la identificación entre organiza­ción social y problemas sociales fue dando, entonces, lugar a una redefinición que identificaba la organización como el sistema so­cial de cualquier asociación de intereses o, en las palabras de un sociólogo de esa época, como "cualquier sistema interrelacionado de papeles y de posiciones sociales."14

13. F.J. Roethlisberger and W. Dickson, Management and the Worker, Cambridge: Harvard University Press, 1956.

14. Ely Chinoy, Sociological Perspective: Basic Concepts and Their Application, New York: Random House, 1954, p. 27.

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Estaban, así, dadas las condiciones para el desarrollo de la teo­ría de las organizaciones formales y la identificación de éstas con el sistema social de los grupos o asociaciones. Una formalización típica de la noción de organización fue dada por Kenneth E. Boulding, autor de The Organizational Revolution:

Entendemos por organización una estructura ordenada capaz de comportarse y quizá capaz de crecer. Tocias estas estructuras ordenadas son en esencia estructuras de papeles -sistemas abier­tos con un flujo de componentes que consisten en organizacio­nes de nivel inferior, en el seno de los cuales, no obstante, los componentes se ven forzados, por la presencia de papeles aso­ciados a su rededor, a desempeñar un papel en la estructura organiza ti va [...] [Los átomos] van y vienen dentro de una molé­cula, pero la molécula permanece; las moléculas van y vienen den­tro de una célula, pero la célula permanece; las células van y vienen dentro de un cuerpo, pero el cuerpo permanece; las per­sonas van y vienen dentro de una organización, pero la organi­zación permanece. Lo que "permanece" en el seno de este flujo de componentes es el "papel", el "lugar", y las relaciones de los papeles entre sí. Un papel es un hueco y una organización es un conjunto ordenado y relacionado de huecos [...].""

El nuevo énfasis en la dimensión estructural y formal de la organización -i.e.: como estructura formal de papeles sociales- se completó después con la representación de la organización como un sistema de comportamiento formalmente económico. Es decir, más allá de la existencia de objetivos económicos substantivos, la organización de cualqtüer grupo o asociación -político, buro­crático, educativo, familiar, etc.- persigue la realización de obje-

15. "Some Questions on the Measurement and Evaluation of Organization", in Hendrik M. Ruitenbeek, ed., The Dilemma of Organizational Society, New York: Dutton, 1963, p. 133.

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tivos específicos, proceso para el cual el grupo tiene que diseñar estrategias racionales de carácter formalmente económico que tengan en cuenta los recursos organizativos existentes, las nece­sidades de la organización, las exigencias y demandas del am­biente de la organización, la naturaleza de los objetivos y otras variables de naturaleza semejante. En otras palabras, el grupo requiere adecuar los objetivos a los recursos existentes y definir los papeles en función de dichos objetivos. La probabilidad de realización de los objetivos se torna, entonces, una función del ecuacionamiento racional ("económico") entre los medios y los fi­nes. El carácter complejo de las organizaciones surge, así, de la necesidad permanente de definir mecanismos distributivos (o "alocativos" de acuerdo con el monstruoso neologismo impues­to por traductores que conocen mal su propio léxico castellano) -que hacen posible la distribución adecuada de las diversas fun­ciones a papeles diferentes-, adaptativos -que permiten una adap­tación adecuada de la organización al medio ambiente natural, social y cultural circundante- e integrativos -que facilitan la arti­culación eficiente de las diversas funciones y papeles que consti­tuyen los elementos de la organización. Es la coexistencia permanente y problemática de todos esos procesos lo que da por fuerza un carácter complejo a cualquier organización social.

La moderna teoría de las organizaciones formales consiste justamente en el desarrollo de categorías analíticas que delimi­ten las variables y las relaciones entre ellas que subyacen a la di­námica compleja del movimiento organizativo.16

16. Uno de los textos más importantes para un examen amplio de esa teoría es el de James G. March, ed., Handbook ofOrganizations, Chicago: Rand Mc.Nally, 1965, con veintiocho contribuciones de diversos especialistas en el área. Otra obra igualmente importante es la de Amitai Etzioni, ed., Complex Organizations: A Sociological Reader, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1961, con treinta y nueve contribu­ciones.

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II. La organización como principio Como acabamos de ver por la exposición de la historia del

concepto, la noción de organización social fue perdiendo poco a poco su contenido analítico hasta transformarse por último en el equivalente del sistema social funcional necesario para la conquis­ta de objetivos permanentes de los grupos y las asociaciones so­ciales. A su vez, el referente inicial del concepto, esto es, la idea de totalidad estructurada de la vida institucional de la sociedad mayor fue, gracias a la teoría funcionalista, substituido por la noción de sistema social.

Con todo, se hace necesaria una noción de organización social que sea solidaria con el esfuerzo globalizador del concepto origi­nal dentro del movimiento teórico contemporáneo no asociado a la teoría estructural-funcional. Visto como alternativa teórica a la noción de sistema social, es posible recuperar el concepto de organización social en el sentido primario deforma social. Y no sólo forma en el sentido común pero elemental de límite y con­torno de los objetos sociales, desde luego, sino también en el sen­tido de principio de síntesis generador de patrones empíricos de articulación social.17

17. El principio de síntesis no tiene nada que ver con el principio estructu­ral que Marshall Sahlins criticó hace ya más de dos décadas. Tampoco es un principio de clasificación ni una ley, como desea Sahlins, que se "expresa" en una forma social. La crítica de Sahlins al empleo del concepto de principio es sólo_válida cuando éste es visto como regulación -como clasificación, como ley. Sahlins no logra, sorprendentemente, desligarse de la lógica de la razón analítica y no puede, por lo tanto, entender que el principio no está disociado de la forma sino que es la propia forma cuando ésta es concebida como constituyente y no meramente de modo regulativo. El principio, la forma y la organización son, pues, una sola cosa y su separación analítica se justifica apenas de manera muy provisional. Cf. Marshal Sahlins, Cultura e razao prática, Rio de Janeiro: Zahar Editores, 1979, cap. 1. Para una exposición de la distinción entre principios constituti­vos o matemáticos y principios regulativos o dinámicos, cf. Immanuel Kant, Critique ofPure Reason, trans. by Norman Kemp Smith, London

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Como principio de síntesis, la organización social aparece como un elemento constitutivo, i.e.: generativo de la formación del grupo, y no como un mero elemento analítico a partir del cual es posible conocer el objeto de modo conceptual, como es el caso con la noción de sistema social. Por otra parte, como principio de sín­tesis, la organización social aparece como un ingrediente concreto y de naturaleza normativa que contribuye a determinar y precisar la configuración estructural del grupo, en contraste con la noción de sistema social que representa apenas una forma abstracta y formal de reconstituir conceptualmentc la estructura del grupo. Si la noción de sistema social es funcional y analítica, la noción de organización social allende la teoría estructLiral-funcional emerge como normativa y sintética.

Por viltimo, a diferencia de lo que ocurre con la noción de sis­tema social, la noción de organización social parece estar consti­tuida por principios de síntesis variados y diferentes. Desde esta perspectiva, cualquier sociedad tendrá diferentes principios de organización en funcionamiento simultáneo, estableciendo cada uno su propio ámbito de influencia.

La división del trabajo es sólo uno de los diferentes principios de organización social. Como principio de síntesis o, mejor, como principio de organización social, la división del trabajo determi­na Lina forma de organización de la actividad social en ciertos ámbitos institucionales y contribuye, entonces, a configurar una estructura en el seno de la cual ese principio es dominante, pero

and Basingstoke: Macmillan, 1929, First División, Trascendental Analytic, Book n, Analytic of Principies, chap. 11, sects.2 and 3 y Second División, Trascendental Dialectic, Book 11, Appendix to the Trascendental Dialectic, passim. Cf. igualmente la distinción solidaria entre juicios determinativos y juicios reflexivos y la oposición entre mecanismo y teleología en Immanuel Kant, Critique of ¡udgmeut, trans. by J.H. Bernard, New York: Hafner Press, 1951, Second Part, Critique of the Teleological Judgment, Second División, Dialectic of the Teleological Judgment y Appendix. Methodology of the Teleological Judgment, passim.

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no exclusivo, de la misma manera que en otros ámbitos institucio­nales ese principio reaparece pero ya no de modo constitutiva­mente dominante.

Una dinámica semejante se reproduce asimismo con relación a otros principios de organización social como la reciprocidad, la solidaridad, el parentesco, la estratificación, el mercado, la buro­cracia, el poder político, la honra social, la pureza social, la propie­dad privada, etc. Esto es, cada uno de ellos contribuye a organizar sectores específicos de la estructura social, en los cuales cada uno desempeña un papel dominante en la determinación de la forma social asumida por las relaciones sociales dentro de ese ámbito y, a la vez, cada ámbito está expuesto de forma subsidiaria al influjo de principios de organización social diferentes del principio do­minante y responsable de la estructura de actividades sujetas a este Liltimo.

La organización social, en suma, es vista como un conJLinto de principios de organización social cuyo movimiento concreto con­tribuye, en cada caso histórico, a individualizar formaciones so­ciales diferentes. Cada formación social constituye, así, un modo singular de combinar los diferentes principios de organización social que definen los criterios socialmente obligatorios para la organización colectiva de la vida social y que cristalizan en una configuración normativa, obligatoria, de la acción social. La his­toria, la organización estructurada y con sentido de los aconteci­mientos, se emancipa, entonces, de la regulación "trascendental" que siempre le quiere asignar toda representación basada en la idea de sistema social.

III. La reciprocidad Desde Lina perspectiva histórica, la asignación y distribución

de los recursos y valores sobre los cuales reposa la organización institucional de la vida social de los grupos y de los individuos ha estado determinada por dos principios capitales de organi-

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zación social: la reciprocidad y el mercado. La primera ha sido un principio dominante en sociedades agrarias precapitalistas; el se­gundo es uno de los principios inclusivos en las sociedades or­ganizadas en función de la producción de mercancías. Ambos principios se institucionalizan de modo primordial para contro­lar el proceso de intercambio de valores materiales asociados al proceso de reproducción social de las comunidades, pero mien­tras que los intercambios determinados por el principio de reci­procidad son expresiones de alguna forma de obligación social, los intercambios de mercado son, en rigor, "económicos", forma­les, ajenos a cualquier sentimiento de solidaridad social. No es otra la razón por la cual, en las economías en las cuales impera el principio de reciprocidad, sea "imposible analizar transacciones económicas prescindiendo de las instituciones de parentesco, po­líticas y religiosas de las cuales son un elemento inextricable. Por eso mismo, el análisis de las economías primitivas y arcaicas es un análisis socioeconómico o institucional -economía política en lugar de economía."18

Por otra parte, ambos principios representan mecanismos generales de integración social pero en tanto que la integración generada por el principio de reciprocidad es de naturaleza nor­mativa, la integración generada por el principio de mercado es de naturaleza funcional o, dicho en otros términos, el primer prin­cipio integra sentimientos morales y pauta estilos de interacción social (interpersonal) mientras que el segundo integra intereses utilitarios y pauta estilos de articulación de diferentes activida­des productivas.19

18. George Dalton, "Introduction", p. xxxiii in Karl Polanyi, Primitive, Archaic and Modern Economics: Essays of'Karl Polanyi, George Dalton, ed., Carden City, New York: Anchor Books, 1968.

19. La línea que divide el carácter normativo de tales vínculos con relación al carácter coactivo que pueden eventualmente asumir substitutivamente es a veces lábil, pero en términos generales se puede decir que depende fundamentalmente de dos condiciones:

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El principio de reciprocidad supera, entonces, el área econó­mica como tal y viene a constituirse como uno de los fundamentos de la vida moral del grupo y de su continuidad. De hecho, algu­nos científicos sociales consideran la reciprocidad como "un ele­mento no menos universal e importante que el tabú: del incesto, aLinque sus formulaciones concretas también varíen en el tiem­po y en el espacio."20 Justamente por trascender el dominio eco­nómico es necesario distinguir, como hace Gouldner y como se discutirá más adelante, entre reciprocidad como patrón de inter­cambio y reciprocidad como norma moral generalizada.

Antes es preciso, no obstante, establecer otra distinción, a sa­ber, entre la noción de complementariedad y la de reciprocidad pro­piamente dicha. La primera, incorporada a la teoría sociológica sistemática por Talcott Parsons, y en particular, el concepto de complementariedad del proceso de interacción o, en otras palabras, la complementariedad de expectativas, se ubica en el centro de la explicación de la génesis del orden social. Según esta teoría, exis­ten sistemas sociales en equilibrio simplemente porque existe una

i) condiciones de creciente complejidad en la organización del trabajo social y 2) la "privatización" o, mejor aún, "individualización" de las jefaturas asociadas a la administración de alimentos. Éste es el caso típico en la transición que conduce a la aparición e institucionalización de los llamados sistemas de redistribución. Así y todo, la idea de reciprocidad sigue siendo el patrón dominante de orientación de la conducta independientemente de su metamorfosis cuasi-política o administrativa. Para la distinción entre sistemas de reciprocidad y redistribución, véase la obra clásica de Karl Polanyi, La gran transfor­mación: Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Buenos Aires: Editorial Claridad, 1947, especialmente el capítulo 4, "Sociedades y sistemas económicos". Una buena ilustración de estos procesos se puede observar en Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas: Los enigmas de la cultura, Madrid: Alianza Editorial, 1980, especialmente "El potlatch" y del mismo autor, Caníbales y reyes: Los orígenes de la cultura, Madrid: Alianza Editorial, 1987, passim y especialmente el cap. 7.

20. Alvin Gouldner, "The Norm of Reciprocity: A Preliminary Statement", American Sociological Remezo, 1960, 25, p. 171 y passim.

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[39] Ln organización social y sus formas

integración institucional de los elementos de la acción, es decir, una complementariedad en las expectativas recíprocas de los di­ferentes actores, los cuales desempeñan los diversos papeles que constituyen el sistema social. Cuando las expectativas entre ego y alter no son complementarias, se da inicio a la desintegración del sistema social y al orden sobre el cual descansa.21

Como bien observa Gouldner, la noción de complementa­riedad significa que "los derechos de alguien son las obligacio­nes de otro y viceversa. La reciprocidad, en cambio, implica que cada parte tiene sus derechos y sus deberes."22 Hacer recíproco, en suma, implica el derecho a recibir favores y la obligación de devolverlos. La complementariedad significa, tan sólo, que los de­rechos u obligaciones de ego son, respectivamente, las obligacio­nes y derechos de alter.

Una distinción parecida se impone asimismo con referencia a la noción de reciprocidad como intercambio en contraste con la noción de reciprocidad como norma moral generalizada, como observa el propio Gouldner, o, según la clasificación de Sahlins, entre reciprocidad generalizada y reciprocidad equilibrada. Esta última establece relaciones específicas y relativamente más imper­sonales de intercambio de productos o servicios, mientras que la reciprocidad como norma general legisla sobre la necesidad im­perativa de devolver favores recibidos sin entrar en las especifi­caciones estipuladas en la otra clase. Como norma universal, el principio de reciprocidad exige en lo esencial dos obligaciones: devolver la ayuda a quien otorga un favor y no hacer mal a los miembros del grupo con los cuales estamos agradecidos.21

El principio de reciprocidad, además, contribuye a dar conti-

21. Ver Talcott Parsons, The Social System, New York: The Free Press, 1964, chap. 11 y esp. pp. 36-45.

22. Gouldner, op.cit., p.169 y p.i73- Cf. asimismo A. Gouldner, The Corning Crisis of Western Sociology, New York: Avon, 1970, pp.240-241.

23. Gouldner, "The Norm of Reciprocity...", op.cit.

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t4o] División del trabajo y organización social

nuidad a las formas establecidas de interacción entre los miem­bros del grupo. De hecho, el sentimiento de gratitud del miem­bro que se encuentra en deuda con otro, sentimiento que perdura por lo menos hasta el momento de la devolución del favor, con­tribuye a dar permanencia a esas formas:

Un regalo que no ha sido retribuido crea, en primer lugar, "algo entre los implicados": genera continuidad en la relación, genera solidaridad -al menos hasta que la obligación de recipro­car sea cumplida. En segundo lugar, al caer bajo la sombra de la duda, el favorecido queda constreñido en sus relaciones con el be­nefactor. Quien recibe un favor se encuentra en una posición pacífica, cooperativa, circunspecta y sensible con relación al be­nefactor.24

Es mi opinión, sin embargo, que constituye Lina mistificación de la noción de reciprocidad la idea según la cual ella puede flin-cionar como mecanismo de iniciación de la interacción [starting mechanism] como Gouldner y el mismo Sahlins sugieren. La reci­procidad opera sólo cviando existe una comunidad de sentimien­tos morales de solidaridad anterior, como bien percibió Emile Durkheim. No es la reciprocidad la que genera a la comunidad y el intercambio sino a la inversa. Los miembros del grupo no interactúan por el hecho de que intercambien favores y gratitud; lo hacen porque existe un vínculo social preexistente. La función del principio de reciprocidad, pues, es la de pautar de modo institucional las formas concretas que el intercambio de generosi­dad y gratitud asume en cada caso concreto, y no dar origen a éste.

De modo general, el principio de reciprocidad constituye el mecanismo de integración económica de sociedades en las cuales

24. Marshall D. Sahlins, "On the Sociology of Primitive Exchange", in Michael Banton, ed., The Relevance of Models for Social Anthropology, London: Tavistock, 1965, p. 162.

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Ui] La organización social y sus formas

el deseo de ganancia y el trabajo asalariado no están instituciona­lizados, esto es, reconocidos de modo colectivo como normativos y en las cuales, por lo demás, las funciones económicas no están desempeñadas por instituciones en especial diseñadas para tal efecto. La reciprocidad surge como principio dominante, enton­ces, en sistemas en los cuales la organización económica está ins­crita [embedded], empotrada y diluida de forma simultánea dentro del sistema social, como bien observó Karl Polanyi.

El contexto general de funcionamiento de la reciprocidad ge­neralizada es el de la economía doméstica de producción orga­nizada en términos de tina división sexual, natural, del trabajo. La familia y el grupo de parentesco constituyen, dentro de ese contexto, las dos estructuras básicas dentro de las cuales opera la reciprocidad. Es muy probable que el objeto más típico de reci­procidad en estas economías sea el producto alimenticio de forma que la reciprocidad se transforma en un mecanismo que asegura la sobrevivencia de los miembros de la familia y del grupo de pa­rentesco y residencia comunes. En esas circunstancias, el inter­cambio se procesa en función de la distancia social existente entre los actores: la obligación de reciprocidad generalizada será ma­yor entre parientes próximos, menos intensa entre parientes dis­tantes y prácticamente esporádica entre extraños. La reciprocidad equilibrada con su insistencia en el intercambio de equivalencias al principio comenzará, entonces, a surgir sólo en la periferia del propio grupo social. Aquí, en este rütimo caso, y en contraposi­ción con lo que ocurre con el principio de reciprocidad generali­zada, las relaciones sociales acaban dependiendo del proceso de intercambio recíproco.

Pero no son tan sólo los alimentos los que vienen a hacer par­te del flujo de intercambio. Gran parte del proceso de coopera­ción económica entre las familias de las comunidades domésticas agrarias se subordina también al mismo principio. Así, pues, tanto la producción como la distribución de bienes y servicios se institucionaliza con base en obligaciones de reciprocidad.

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División del trabajo y organización social

El carácter dominante y generalizado de ese pr indpio en las sociedades organizadas segvin el principio de parentesco se refleja asimismo en los sectores de la vida social que no están de inme­diato relacionados con el proceso productivo. Es significativo, en ese sentido, el papel que la reciprocidad generalizada juega en la constitución y el desarrollo del status, de la honra social y del po­der y la influencia. Leach, por ejemplo, observa el siguiente ras­go entre los Kachin de Burma:

En principio, los individuos de clase superior reciben regalos de sus subordinados. No obstante, ello no conlleva ninguna ven­taja económica permanente. Quienquiera que reciba un regalo queda así en deuda con el benefactor [...] De modo paradójico, sin embargo, aunque el individuo de clase superior se defina como aquel que recibe regalos [• • • ] todo el tiempo está socialmente obligado a dar más de lo que recibe. De otro modo, sería consi­derado mezquino y un hombre mezquino corre el riesgo de per­der status. 2S

Ewers a su vez sintetiza las relaciones entre ricos y pobres

dentro del grupo de los Blackfoot norteamericanos de la siguien­

te forma:

La generosidad era vista como una responsabilidad de los ricos. Eran ellos quienes debían prestar caballos a los pobres para cazar y para mudarse de campamento, dar comida a los pobres y, en ocasiones, dar caballos de regalo. Ellos debían pagar en el trueque intertribal más que los indios que no eran ricos. Si un hombre rico tenía ambiciones políticas, era de especial importancia que fuera muy generoso en la distribución de regalos a fin de ganar un gran número de adeptos que apoyasen su candidatura.26

25. E.R. Leach, Political Systems ofHighland Burma, apud Sahlins, op.cit., p. 213.

26. John C. Ewers, The Horse in Blackfoot ludían Culture, apud Sahlins, op.cit., p. 219.

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[43] Lfl organización social y sus formas

Ahora bien, en su expresión institucional más compleja y ela­borada, el principio de reciprocidad asume un carácter político que da origen a aquello que Polanyi denominó como patrón de redistribución. La integración económica a partir de la redistribu­ción es una característica de las grandes sociedades económicas anteriores al aparecimiento del mercado y supone, en cualquier caso y como condición previa, cierto grado de centralización del poder político de la comunidad: imperios precolombinos e im­perios asiáticos de la antigüedad, pero de igual modo sociedades "menores" de cuño agrario que hacen su tránsito con éxito hacia la centralización del poder mediante la consolidación de grandes jefaturas "cuasi-feudales" [big men], como los siuai y los kaokas de las Islas Salomón en el Pacífico Sur, los indios cherokees del Valle del Tennessee, los kwakiutl de la Columbia Británica o los bunyoro del África Oriental. En todos estos casos "el orden polí­tico en su totalidad se sustenta en un flujo central de bienes, hacia arriba y hacia abajo de la jerarquía social y en el cual cada regalo no sólo implica una relación de status sino, como regalo genera­lizado que no es retornado de forma directa, una obligación de lealtad."27

El primer momento del proceso de redistribución consiste en un flujo de bienes de abajo hacia arriba: los subditos o dependien­tes ceden los productos del trabajo para ser almacenados por el jefe político; en un segundo momento, cuando los bienes recorren el camino inverso, el centro político redistribuye los productos acumulados entre los siíbditos.

De modo general, el proceso efe redistribución hace parte del régimen político establecido, llámese tribu, ciudad-estado, des­potismo o feudalismo de ganado o de tierra. La producción y la distribución de bienes se organiza sobre todo a través de la reco-

27. Sahlins, op.cit, p. 160 y Harris, Caníbales 1/ reyes, op.cit., pp. 101-112 y también su Vacas, cerdos, guerras y brujas..., op.cit., pp. 102-120.

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[44] División del trabajo y organización social

lección, almacenamiento y redistribución, con la pauta focalizada

en el jefe, el templo, el déspota o el señor.28

P a r a conclu i r , a p r e c i e m o s la d e s c r i p c i ó n d e R i c h a r d s s o b r e

a l g u n o s r a s g o s signif icat ivos q u e a p a r e c e n e n u n caso pa r t i cu la r

d e d i s t r i buc ión en t re los Bemba d e Rodes ia :

Como es el caso en la mayoría de las tribus africanas, el ofre­

cimiento de alimentos es un atributo del todo esencial de la jefa­

tura, de la misma manera que lo es de la autoridad en la aldea o

en el hogar y la organización exitosa de provisiones en la capital

parece estar asociada, para la mentalidad Bemba, con la seguri­

dad y el bienestar de la propia tribu como un todo [...] La insti­

tución del kamitembo [la cocina sagrada y el almacén de la tribu]

ilustra, a mi juicio, la íntima asociación entre la autoridad y el

poder para distribuir provisiones de las cuales depende la orga­

nización tribal. El jefe posee los alimentos y recibe tributos y el

jefe da sustento a sus subditos y distribuye comida para ellos [...]

Nunca oí a ningrin jefe alardear con respecto al tamaño de su

granero pero sí con mucha frecuencia con respecto a la cantidad

de comida que le entregaban y que distribuía. En realidad, los

jefes daban valor especial al hecho de que parte de sus alimentos

hubiera sido traída y no cultivada en sus propios terrenos, pues

así tenían recursos con los cuales contar eventualmente [...] La

población aún prefiere de modo categórico que sus jefes tengan

un gran granero. Eso les proporciona, creo yo, un sentido de se­

guridad - u n sentimiento de certeza de que habrá siempre comi­

da en la capital y la idea de que están trabajando para un hombre

poderoso y exitoso [...] Además, un hombre hambriento tiene téc­

nicamente hablando el derecho de solicitar socorro de su jefe.29

28. Karl Polanyi, "Societies and Economic Systems", in Dalton, ed., Primitive, Ardíate and Modern Economics, op.cit., p. 15.

29. Audrey I. Richards, Latid, Labour and Diet in Northern Rhodesia apud Sahlins, op. cit., pp.213-214.

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t45l Lfl organización social y sus formas

IV. El parentesco Con anterioridad pudimos observar cómo el principio de so­

lidaridad asume un carácter generalizado en las sociedades or­ganizadas de acuerdo con el principio de parentesco. El sistema de parentesco constituye, de hecho, una de las estructuras bási­cas mediante las cuales se configura de manera institucional el principio de solidaridad. A su vez, dada su universalidad es po­sible, además, considerar al parentesco, desde una perspectiva analítica, como otro de los grandes principios de organización de las formas de interacción social de los grupos humanos.

El parentesco encuentra sus mayores posibilidades de insti­tucionalización como principio de organización en aquellas so­ciedades denominadas -en un sentido apenas clasificatorio y heurístico, por supLiesto- elementales, que se caracterizan por una incipiente o inexistente división social del trabajo, por una tecno­logía simple y, en general, por un escaso grado de diferenciación estructural de la sociedad, que se refleja en la ausencia relativa de urbanización y de burocratización de la estmctura social.

El parentesco se transforma en principio de organización desde el momento en que transforma los lazos de sangre en obligacio­nes socialmente reconocidas que otorgan derechos y deberes recí­procos a los miembros del grupo, contribuyendo así a la creación de lazos de lealtad, de cohesión y de integración en el seno de los grupos sociales con base en principios estructurales generales "como la equivalencia de la solidaridad entre hermanos y de la solidaridad del linaje.""1 En esas sociedades, los grupos de paren­tesco constituyen las estructuras fundamentales de la sociedad.

El sistema de parentesco es, de modo general, determinante para efectos de definición y distribución de los derechos y debe­res asociados al empleo de la tierra y de los recursos productivos;

30. Fred Eggan, "Parentesco. 1.Introducción" in Enciclopedia internacional de las ciencias sociales, vol. vn, David L. Sills, ed., Madrid: Aguilar, T979> P-588-

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División del trabajo y organización social

al control y ejercicio de la autoridad local; a la sohición de con­flictos; al principio de cooperación y ayuda mutua; y a la celebra­ción de las ceremonias rituales de la comunidad. Dicho sistema contribuye, así y de modo decisivo, a constelar el universo de obligaciones y derechos económicos, políticos, jurídicos y rituales.

Por lo demás, la teoría antropológica tiene por costumbre dis-tingLiir dos enfoques al analizar los sistemas de parentesco: una primera perspectiva, que podríamos llamar "subjetiva", consis­te en examinar el sistema de relaciones de parentesco desde la perspectiva del "ego" o del individuo: en este caso, la estructu­ración de la red de categorías de parientes se ordena a partir de las clasificaciones hechas desde la perspectiva del propio actor. Una segunda perspectiva, que podríamos llamar a su vez "obje­tiva", consiste en examinar el sistema de parentesco "desde fuera" para clasificar los diferentes grupos que se forman en la sociedad siguiendo algún principio de parentesco.31 El primer enfoque re­sulta particLilarmente útil para esüidiar la regLilación de la con­ducta y los sistemas de normas asociados a aqLiélla, en tanto que el segLindo enfoque facilita el esüidio de la formación de los gm-pos sociales y las estructuras de lealtades y obligaciones a que dan origen.

Es importante observar, con todo, que los vínculos de sangre que constituyen la base de todo sistema de parentesco son tales en la medida en que la sociedad en cuestión los define de esa manera. Por tanto, si bien las raíces de los sistemas de parentes­co son en última instancia genéticas, éstos están socialmente defi­nidos. El parentesco es, en una palabra, una institución social.

Hay dos grandes criterios a través de los cuales las comuni­dades humanas definen la red de vínculos de parentesco: el cri-

31. Ver, por ejemplo, Robin Fox, Kinship and Marriage: An Anthropological Perspective, Penguin Books, 1967, "Introduction" y Lucy Mair, Introduc­ción a la antropología social, Madrid: Alianza Editorial, 1982, cap. 5.

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terio de consanguinidad -que se establece mediante los vínculos de sangre- y el criterio de afinidad -que se establece por medio de los vínculos establecidos por matrimonio con los consanguí­neos. Los gmpos sociales, de modo general, se constituyen y se redutan, pues, sobre la base de vínculos de consanguinidad y de afinidad.

Los dos criterios anteriores para la definición de los vínculos de parentesco -consanguinidad y afinidad-, "sincrónicos", si se quiere, son complementados a su turno por un tercer criterio "dia-crónico", a saber, la línea de filiación que viene a darle continui­dad temporal y perpetuidad a la estructura del sistema de parentesco. En aquellos casos en los cuales la filiación de la des­cendencia se define a través de los varones, aparece la llamada filiación patrilineal o agnaticia y en aquellos otros en los cuales la filiación de la descendencia es definida por vía de las mujeres, tenemos la llamada filiación matrilineal o uterina. En cualquiera de los dos casos opera el denominado principio de descendencia unilineal, es decir, ya sea a través de los varones o a través de las mujeres. De manera que en las sociedades regidas por el principio de filiación matrilineal, toda persona viene a pertenecer al linaje de la madre y en las de filiación patrilineal, a la del padre. Así, en las sociedades matrilineales los vínculos de parentesco de ego se constelan alrededor de los hermanos de la madre y de los hijos de las hermanas de ésta, excluyendo los hijos de los hermanos varones de la misma que vienen a ser, a su turno, parientes de los familiares de sus respectivas madres. La propiedad de ego, ade­más, no es heredada por sus propios hijos, sino por los hijos de SLIS hermanas.

Con alguna frecuencia, no obstante, la dinámica de la consti­tución de los sistemas de parentesco se hace algo más compleja de lo que hasta ahora hemos visto. Es importante agregar, en pri­mer lugar, que en algunas ocasiones se da el caso de sociedades que definen ciertos derechos -como, por ejemplo, el usufructo de los bienes muebles o inimiebles o las obligaciones rituales- por

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División del trabajo y organización social

la vía paterna y ciertos otros por la vía materna. En estos casos se habla de descendencia unilineal doble.

Se da, asimismo, en segundo lugar, el caso de los llamados sistemas cognáticos, en los cuales los miembros del grupo de des­cendencia se encuentran al mismo tiempo emparentados, tanto por el lado de la línea del padre como del de la madre. De esta manera, ego es, a la vez, miembro del grupo del padre y del de la madre, alterándose de ese modo el típico criterio de constitución de los sistemas de descendencia unilineal. Como es obvio, en es­tos casos se ignora el sexo para la definición de los vínculos de parentesco y se "relaja", por así decir, la típica asociación orgáni­ca entre grupo de parentesco y grupo de residencia, por la impo­sibilidad de que ego pueda residir en más de un grupo.'2

También es importante, en tercer lugar, observar, por tiltimo, que no todas las sociedades definen la filiación de la descenden­cia de manera unilineal. Existe un buen mimero de casos en los cuales el reclutamiento al grupo se da ya sea por filiación electiva al linaje de uno de los progenitores, o por la elección del lugar de residencia. Se rompe, de esa forma, la naturaleza por esencia adscriptiva de que umversalmente gozan los principios de filia­ción para dar paso a criterios de tipo territorial o "político". Son estas circunstancias las que han llevado a antropólogos como Fortes y Leach a poner un mayor énfasis en las diferencias entre principios de descendencia y principios de filiación, que de for­ma habittial tienden a confundirse.33

Pero los sistemas de parentesco son mucho más que la simple organización de los grupos sociales en unidades de linajes y de parentelas. Desde la perspectiva "objetiva" a qLie hacíamos alu­sión páginas atrás, es posible reenfocar el parentesco, siguiendo la distinción original de Rivers, desde tres dimensiones que con-

32. Cf. Fox, op.cit., pp.46-49. 33. Cf. Mair, op.cit.pp.80-82.

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[49] Lfl organización social y sus formas

tribuyen a los procesos de organización social: la herencia, que tie­ne que ver con la trasmisión de la propiedad; la sucesión, que hace referencia a la transmisión de los oficios y de los cargos; y, por Liltimo, la descendencia, que se relaciona con la trasmisión de la condición de miembro de un grupo de parientes.34

Hasta ahora habíamos prestado atención a las relaciones en­tre sistemas de parentesco y los principios de descendencia que tienen relación con la constitución de linajes. Los sistemas de pa­rentesco, no obstante, cumplen asimismo funciones definitivas para la definición de los procesos de trasmisión de la propiedad, de los cargos y de los oficios. El estudio de estas LÍltimas funcio­nes implica, pues, desplazarse de la perspectiva "subjetiva", de ego, a la perspectiva "objetiva", de la estructura social como un todo. Y con ello, al estudio de un tipo especial de pertenencia a grupos en los cuales la sucesión y la herencia, i.e. las transmisio­nes de valores -propiedad, oficios y cargos-, no están por fuerza definidas por una transferencia entre parientes como sí es el caso con la descendencia.35

Toda esta temática se encuentra asociada al análisis de una categoría nuiy importante dentro de la antropología de los siste­mas de parentesco: los grupos de descendencia. La importancia de estos grupos de descendencia radica en que "son parte integran­te del sistema de parentesco a la vez que unidades de una estruc­tura social más amplia".'6

De nuevo, fue Rivers -y con posterioridad la escuela antro­pológica de Cambridge- quien acentuó el significado de estos grupos y proporcionó una definición precisa de ellos. Para comen­zar, son grupos corporativos que adoptan decisiones y cuya com-

34. Cf. Jack Goody, "Parentesco. 11. Grupos de descendencia" in Enciclope­dia internacional de las ciencias sociales, vol. vn, David L. Sills, ed., op.cit, p.591.

35. Ibidem. 36. Cf. Eggan, op.cit., p.582.

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División del trabajo y organización social

posición se determina, en primer lugar, con arreglo al criterio de descendencia unilineal, o sea, por la creación de vínculos de pa­rentesco por la línea masculina o por la línea femenina y, en segundo lugar, por la pertenencia -demostrada en términos genealógicos {linaje) o adscrita en términos putativos {clan)- a un tronco común.37 Por consiguiente, los grupos de descendencia redutan de forma automática a sus miembros al nacer y quedan, pues, excluidos de esta categoría aquellos grupos que se consti­tuyen mediante el principio de filiación, cuyo carácter corporati­vo sería difícil de trazar ya que al elegirse la rama progenitora de filiación se dificulta conservar la identidad corporativa del gru­po mismo.'8

De acLierdo con los datos sobre 483 sociedades registrados en el "Ethnographic Atlas" de Murdock, el 60.6 por ciento de dichas sociedades exhiben la presencia de grupos de descendencia unilineal, con un considerable predominio de los grupos de des­cendencia patrilineal. Además, aparecen con más frecuencia en las economías pastoriles, seguidas por las economías agrícolas y, por viltimo, las economías de caza y recolección. La extensión de estos vínculos de parentesco en las sociedades pastoriles se hace imperativa para el suministro de ayuda en situaciones de emer­gencia, debido a la dispersión de la población, al tamaño reduci­do de los grupos locales y a las típicas condiciones ecológicas que imponen la trashumancia y el movimiento de rebaños por terri­torios vecinos. Tales lazos, pues, facilitan los movimientos pro­pios de este modo de vida.'9 Cabe observar, empero, que los grupos de descendencia matrilineales están con más frecuencia asociados con la horticultura que con cualquier otro tipo de eco­nomía y aunque aparecen en comunidades estables de pescado-

37. Cf. Goody, op.cit., p.592. 38. Cf. Mair, op.cit., p.8o. 39. Cf. Goody, op.cit., p.593.

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[5i] Lfl organización social y sus formas

res son muy infrecuentes en las economías de pastoreo ya que, segim Aberle, "la vaca es el enemigo de la matrilinealidad y el amigo de la patrilinealidad."4"

Los hallazgos antropológicos encontrados con la ayuda de los análisis de las muestras etnográficas de Murdock y de Aberle, por otra parte, confirman las hipótesis de Lowie, Radcliffe-Brown y Forde en el sentido de que existe una asociación positiva entre la presencia de grupos de descendencia y el volumen y el tipo de propiedad transmisible. La tendencia al surgimiento de dichos grupos está, además, asociada con cierto grado de densidad y es­tabilidad de la población. Por otra parte, su importancia tiende a debilitarse, primero, cuando los derechos sobre los medios de producción dejan de estar vinculados a la pertenencia a dichos grupos como resultado de la comercialización de la economía; segundo, cuando sus funciones en la agresión y la defensa se ven reducidas por el aparecimiento de un sistema político centraliza­do; y, por Liltimo, cuando los procesos de movilidad geográfica y social reducen su significación como polos de convergencia de los vínculos locales. En otras palabras, los grupos de descendencia unilineal tienden a ir desapareciendo con la emergencia del in­dividualismo económico y social característico de las sociedades modernas.4'

La teoría antropológica y la teoría social en general conside­ran que la vigencia dominante de los lazos de parentesco como principio de obligación social tiende a debilitarse de modo pro­gresivo con el surgimiento de dos accidentes históricos mayores: en primer lugar, la aparición y expansión del principio de mer­cado como criterio de organización y, en segundo lugar, la emer­gencia del poder político y su gradual centralización en formas estatales. Ambas fuerzas -mercado y poder político centralizado-

40. Cf. ibid., p.594. 41. Cf. ibid., pp. 591-592.

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División del trabajo y organización social

son los disolventes mayores de la solidaridad fundada en el parestesco. En otras palabras, parece existir una relación antitética entre sociedades fundadas en el parentesco y sociedades históri­cas: las condiciones estructLirales e institucionales que favorecen el desarrollo de unas son de modo simultáneo factores inhibito­rios para el surgimiento de las otras. Hay, no obstante, un tercer accidente histórico señalado por Weber, que revela, por ejemplo, que la ruptura de los linajes no depende tan sólo del proceso de centralización política. De hecho, la historia de la civilización china ilustra la convivencia solidaria entre linaje y burocracia. Ese tercer factor hace alusión al surgimiento de religiones éticas o ético-racionales -que logran despojarse de todo vestigio de ma­gia y que alcanzan cierto grado de unidad sistemática entre Dios y el mundo- y de carácter profético que establecen Lin estilo nor­mativo de vida como el fínico criterio valorativo de conducta fren­te al mundo. La creencia en un orden cósmico impersonal es suplantada por la profecía que plantea exigencias éticas. El lina­je, a su turno, es substituido por la fe como vínculo y fuente de solidaridad: "los hermanos en la fe". Y el ritual, por riltimo, es substituido por la ética racional.42

V. El mercado Con excepción de la organización económica a través del mer­

cado, todas las otras formas de integración económica que se han dado en la historia supLisieron la existencia de algún patrón de confraternización personal, de algún vínculo de tipo material entre los miembros del grupo. Todas las formas anteriores al mercado, de hecho, representan variaciones mayores o menores de la organización doméstica de la economía, basada ya sea en el principio de la reciprocidad o en el de la redistribución. Formas

42. Cf. Max Weber, "Confucianismo y puritanismo", cap. vin de Ensayos sobre sociología de la religión, vol. 1, pp.505-526, passim.

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más complejas de organización económica anteriores al merca­do, como el patrimonialismo o el feudalismo, no son otra cosa que la extensión del modelo de organización doméstica de produc­ción a escalas políticas mayores. En todos esos casos -familiar, tribal, estamental, principesco, etc.- predomina una orientación económica para el consumo y está ausente la empresa, orientada hacia fines lucrativos como asociación de intereses económicos:

El mercado, en plena contraposición a todas las otras comu­nidades, que siempre suponen confraternización personal y, casi siempre, parentesco de sangre, es, en sus raíces, extraño a toda confraternización. En primer lugar, el cambio libre tiene lugar sólo fuera de la comunidad de vecinos y efe todas las asociaciones de carácter personal; el mercado es una relación entre fronteras de lugar, sangre y tribu, en su origen la única relación formalmente pacífica en ellos. No puede darse originariamente un actuar en­tre compañeros de comunidad con la intención de obtener una ganancia en el cambio f...]."43

Por otro lado, el mercado aparece como la primera forma de organización económica estructurada a partir de la lucha (formal­mente pacífica) entre intereses económicos orientados hacia la obtención de lucro. En todas las situaciones anteriores y de modo general, "el sistema económico estaba inmerso [embedded] en el seno del sistema social."44 O sea que la actividad económica, la organización del proceso productivo, los criterios determinantes de los procesos de acceso, empleo y distribución de los recursos escasos y cuestiones afines dependen de factores extraeconó-micos: vínculos de sangre, prescripciones mágicas, religiosas o

43. Max Weber, Economía 1/ sociedad, op.cit., vol. 1, p. 494. 44. Polanyi, "The Self-regulating Market and the Fictitious Commodities:

Labor, Land, and Money", in Dalton, ed., Primitive, Archaic and Modern Economics, op.cit., p. 26.

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tradicionales de carácter social o político. La organización econó­mica constituía, entonces, una parte orgánica de la vida comuni­taria y aquella no era susceptible de organizarse prescindiendo de los criterios y normas de organización de los otros sectores de la vida social: religiosos, de parentesco, militares, políticos, esta­mentales, etc. Ya sea que se piense en la economía de las socieda­des tribales, de las sociedades de castas o estamentos o en los sistemas despóticos de la antigüedad clásica o precolombina, el sistema económico no contaba en ningún caso con normas autóno­mas, con principios propios de regulación. La noción de recipro­cidad, los ideales de caritas y de confraternización característicos de la ética económica del budismo, del islamismo, del judaismo, del cristianismo y de todas las organizaciones económicas hiero-cráticamente dominadas aparecen, para la ética del mercado del capitalismo emergente, irracionales por entero:

Pues dentro del capitalismo todas las relaciones auténtica­mente patriarcales quedan desprovistas de su verdadero carác­ter y "objetivadas", en tanto que la caritas y la fraternidad pueden ser ejercidas por el individuo únicamente fuera de su "vida pro­fesional" económica, que es tan ajena a aquellas virtudes.4'

Ahora bien: la existencia de mercados aislados en el seno de la organización económica de la sociedad no significa por fuerza que el mercado sea de hecho un principio regulador de la actividad económica. En realidad de verdad, los mercados han existido desde la Edad de Piedra, pero en ningún momento antes del aparecimiento de la moderna economía de mercado fueron el lucro y la ganancia con base en el intercambio elementos impor­tantes de la acción económica. Su papel, en lo esencial, fue inci­dental.46 Inclusive en el régimen de economía mercantil, el

45. Weber, op.cit., vol. 11, p. 917. 46. Cf. Polanyi, "Societies and Economic Systems", op.cit. y también su La

gran transformación, op.cit, cap. 4, passim.

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mercado no fue de ninguna manera un principio económico nor­mativo de carácter generalizado:

Bajo el régimen mercantil, si bien éste presionaba de modo deliberado en favor de la creación efe mercados, [...] [e]l trabajo y la tierra no estaban confiados al mercado: éstos últimos forma­ban parte de la estructura orgánica de la sociedad. Allí donde la tierra era negociable, sólo la determinación del precio quedaba, de modo general, en manos de las partes; allí donde el trabajo estaba sujeto a contrato, los propios salarios eran fijados de ma­nera habitual por la autoridad pública. La tierra permaneció bajo la costumbre del señorío, del monasterio y de la ciudad, sujeta a las limitaciones del derecho consuetudinario con relación a los derechos de propiedad fundiaria; el trabajo estaba regulado me­diante leyes contra la mendicidad y la vagancia, mediante esta­tutos de trabajadores y artesanos, leyes de pobres, ordenanzas artesanales y municipales. En efecto, todas las sociedades cono­cidas por los antropólogos e historiadores restringían el merca­do a las mercancías en el sentido propio del término.47

En las comunidades agrarias y en particular en las asociacio­

nes de vecinos,

el cambio es sólo una compensación por los productos o ex­cedentes ocasionales del propio trabajo, el trabajo para otro sólo debe ser concebido como un auxilio de vecino y el préstamo úni­camente como un socorro de necesidad. "Entre hermanos" no se regatea el precio, sino que para lo que se intercambia se exigen sólo los propios costos [...] El auxilio recíproco mediante el tra­bajo se efectúa gratuitamente o contra un convite. Y para el prés­tamo de los bienes superfinos no se aguarda ningún rédito, sino, dado el caso, la reciprocidad. El poderoso exige contribuciones; el extraño quiere ganancias, pero el hermano no pide nada de esto

47. Polanyi, "Our Obsotete Market Mentality", in Dalton, op.cit., p. 62.

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íc6l

División del trabajo y organización social

[...] Como el más antiguo comercio consiste exclusivamente en un tráfico entre diferentes tribus, y el comerciante es el extranje­ro, éste último es, en la ética religiosa, blanco del odio contra una profesión que tal vez no se considera antiética, pero sí aética: Deo

placeré non potest.48

De especial significado sociológico para una comprensión adecuada de la evolución histórica del mercado es el hecho de que en SLIS orígenes el comercio es externo al grupo y comparte las mismas características de otras actividades colectivas como la caza y las expediciones: es, en suma y en esencia, una actividad más colectiva que individLial. El comercio se localiza en el punto de encuentro de diferentes comunidades siendo su propósito el intercambio de bienes que no implican motivaciones de ganan­cia individual entre las personas. Como Marx observó:

El intercambio de mercancías comienza donde acaba la vida de la comunidad; comienza en el punto de contacto entre una comunidad y otra diferente, o entre los miembros de dos comu­nidades diferentes. Pero luego que los productos se transforman en mercancías en las relaciones externas de la comunidad, tam­bién se transforman, por repercusión, en mercancías en la vida interna de la comunidad."49

Por lo demás, es significativo desde un pLinto de vista econó­mico que esos encuentros no sean, como lo son hoy, generadores de tasas de intercambio sino que, por el contrario, las presupo­nen. El comerciante, además, pertenece de modo típico al grupo superior o al inferior de la jerarquía social. En general no existe en la sociedad arcaica la figura del comerciante de clase media.

48. Weber, op.cit., vol. 11, p. 918. 49. Capital, London: Everyman's Library, 1930, vol. 1, p. 63. Véase también

p. 371.

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t57l Lfl organización social y sus formas

El tipo paradigmático del comerciante era el extranjero. El carác­ter incidental de esa actividad se revela, por otro lado, en la otra característica típica: no existe comercio "en general": todo comer­cio es en sus orígenes específico y está destinado al cambio de productos específicos:

Las actividades comerciales son, por esta razón, un asunto dis­continuo. Se restringen a iniciativas concretas que se liquidan una detrás de otra sin propensión a desarrollarse como una empresa continua. La societas romana, como la posterior comineada, era una asociación de comercio limitada a una única inicia ti va. [...] Las asociaciones comerciales permanentes eran desconocidas antes de los tiempos modernos.50

Todas esas circunstancias impidieron el surgimiento de un co­mercio regulado por el propio mercado en el cual el ámbito de las mercancías es ilimitado en la práctica y los precios se deter­minan por mecanismos de oferta y demanda. Así, pues, el comer­cio permaneció durante mucho tiempo restringido a dos formas básicas: el intercambio de dones y el comercio administrado. La primera forma tenía un carácter predominantemente ceremonial e implicaba dones recíprocos entre príncipes y jefes políticos, en la forma de objetos preciosos y de consumo ostentoso, intercam­biados de manera ocasional y circunstancial. La segunda forma surgía de tratados formales, estaba limitada a ciertos artículos de exportación y era controlada y administrada por el propio esta­do u organización política.51

Las generalizaciones antes expuestas ponen de presente que la premisa del análisis económico contemporáneo segúin la cual existe una correspondencia entre instituciones de intercambio e

50. Polanyi, "The Economy as Instituted Process", in Dalton, ed., op.cit., p.162 y passim.

51. Polanyi, "The Economy...", op.cit., pp. 163-166.

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institticiones de mercado sólo goza de vigencia en las modernas economías de mercado. Ya tuvimos oportunidad de apreciar, en efecto, que a lo largo de buena parte de la historia los procesos de intercambio ocurrieron de manera virtual al margen de las instituciones de mercado. La existencia de equivalencia o de ta­sas de intercambio no es característica sólo del intercambio de mercado. Lo que es característico de este último viene a ser, en particular, el hecho de que las tasas sean determinadas en el pro­ceso de cambio -mientras que las otras formas de intercambio someten otros aspectos al proceso de cambio: las medidas, la ca­lidad y los medios de pago mas no el propio precio.'2 Como ob­serva Polanyi:

Los precios inestables y fluctuantes de carácter competitivo constituyen un desarrollo reciente desde una perspectiva com­parativa [...] Tradicionalmente, la secuencia era la inversa: el precio era concebido como el resultado del comercio y del inter­cambio, no como su requisito previo.53

La transición de la existencia de mercados aislados a un siste­ma de mercados o, lo que es lo mismo, a una economía de mercado acarreó una serie de transformaciones profundas en la organiza­ción social de la sociedad. Una de las más importantes fue, sin duda alguna, la separación del orden económico del resto de la sociedad; y, de modo más específico, el surgimiento de mecanis­mos de mercado para el control, la regulación y la dirección de la actividad económica.

Desde una perspectiva histórica, como fue señalado antes, el orden económico constituía una parte articulada de forma ínti­ma con las otras instituciones de la organización social de mane-

52. Polanyi, "The Economy...", op.cit., pp.164-165,170,172. 53. Polanyi, idem snpra, p.172.

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ra tal que la acción económica estaba determinada por factores extraeconómicos. Con el surgimiento de un sistema de mercados, la producción, la distribución y el consumo de bienes pasaron a ser regulados por los precios de estos bienes en el mercado. A partir de ese momento todos los bienes y servicios adquieren un valor de cambio y un precio, incluyendo, desde luego, la tierra, el trabajo y el capital. Desde entonces, por lo demás, la forma institucional y típica de adquisición de esos bienes y servicios se lleva a cabo a través de sus respectivos mercados.

Un sistema de mercado significa, pues, un conjunto integra­do de mercados para los diversos bienes y servicios con precios regulados por esos mismos mercados. Los bienes y servicios, por otra parte, se transforman en mercancías producidas para su ven­ta en el mercado. Un sistema de mercado en el cual sólo los pre­cios determinan la adquisición de las mercancías es lo que se denomina en rigor un mercado autorregulado:

La autorregulación significa que toda la producción es para ser vendida en el mercado y que todos los ingresos provienen de esas ventas. Por lo tanto, existen mercados para todos los elemen­tos de la industria; no sólo para los bienes [...y servicios] sino también para el trabajo, la tierra y el dinero, siendo sus precios respectivos denominados precios de mercancía, salarios, ingre­sos e intereses. Los mismos términos indican que los precios ge­neran ingresos: el interés es el precio por el uso del dinero y constituye el ingreso de los que están en condiciones de propor­cionarlo; la renta es el precio por el uso de la tierra y constituye el ingreso de los que la suministran; los salarios son el precio por el uso de la fuerza de trabajo y representa el ingreso de los que la venden; los precios de las mercancías, finalmente, aumentan los ingresos de aquellos que venden sus servicios empresariales, sien­do el ingreso llamado lucro, en realidad, la diferencia entre dos conjuntos de precios: el precio de los bienes producidos y el de sus costos, i.e.: el precio de los bienes necesarios para producir­los. Si se cumplen estas condiciones, todos los ingresos proven-

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drán de las ventas en el mercado y los ingresos serán sólo sufi­cientes para comprar todos los bienes producidos.54

Un sistema económico de esa naturaleza se aLitorregula por las curvas de precios fijados a través de la libre competencia, la lu­cha pacífica entre compradores y vendedores de mercancías. Esencial para el normal funcionamiento de los mecanismos es­trictamente económicos de regulación es la premisa segiín la cual los actores económicos -compradores y vendedores- estén mo­tivados a entrar en el mercado apenas por el deseo de maximizar sus intereses económicos, o sea, la obtención de lucro. La intro­misión de cualesqLiiera otras consideraciones de carácter substan­tivo -consideraciones de carácter mágico, religioso, político, militar, sexual, etc.- representa obstáculos para el desarrollo de mercados en la medida en que esas consideraciones, y no el pre­cio, acabarían determinando el valor de la mercancía, en el me­jor de los casos o, en el peor, transformando las mercancías en valores de uso no intercambiables en el mercado. Se está hablan­do, entonces, apenas de mercados, y sólo entonces, cuando los interesados compiten de modo exclusivo por las probabilidades de intercambio.

Es el rasgo anterior el que otorga a las relaciones de mercado ese carácter tan impersonal y objetivo que la teoría social, sin excepciones, le confiere:

La comunidad de mercado [esto es, la comunidad de intere­ses de los participantes en el mercado], en cuanto tal, es la rela­ción práctica de vida más impersonal en la que los hombres pueden entrar. No porque el mercado suponga una lucha entre los partícipes. Toda relación humana, incluso la más íntima, has­ta la entrega personal más incondicionada, es, en algún sentido, de un carácter relativo, y puede significar una lucha con el compa­ñero, quizá para la salvación de su alma. Sino porque es específi-

54. Polanyi, "The Self-Regulating Market...", op.cit., p.27.

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cántente objetivo, orientado exclusivamente por el interés en los bienes de cambio. Cuando el mercado se abandona a su propia legalidad, no repara más que en la cosa, no en la persona, no co­noce ninguna obligación de fraternidad ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas originarias portadas por las comunida­des de carácter personal. Todas ellas son obstáculos para el libre desarrollo de la mera comunidad de mercado y los intereses específicos del mercado [...] Semejante objetivación despersonali­zación- repugna, como Sombart lo ha acentuado a menudo en forma brillante, a todas las originarias formas de las relaciones humanasj...] El mercado, en plena contraposición a todas las otras comunidades, que siempre suponen confraternización per­sonal y, casi siempre, parentesco de sangre, es, en sus raíces, ex­traño a toda confraternización."

La oposición radical del principio de mercado a la existencia de cualquier elemento subjetivo no es sólo válida para "los otros", los competidores: se impone de igual forma en el interior de los propios intereses de los poseedores de probabilidades de merca­do y de capital. Marx y Weber reconocen, ambos, ese rasgo. El primero observó en el Prefacio a la primera edición alemana de El Capital:

55. Max Weber, op.cit., vol. 1, p.494. Ver asimismo Karl Marx, Capital, London: Even'inan's Library, 1930, vol. 1, Part One, chap. 11, "Exchange", pp.59-69; Ferdinand Tonnies, Comunidad y sociedad, Buenos Aires: Editorial Losada, 1947, Libro Primero, cap. II, especial­mente pp. 65-106; Georg Simmel, Gcorg Simmel: On Individuality and Social Forms, Donald N. Levine, ed., Chicago and London: The University of Chicago Press, 1971, chap. 5, "Exchange", pp.43-69, t»í7ss//;/;Talcott Parsons, Essays in Sociological Theory, New York: The Free Press, 1964, Rev. Ed., chap. ni, "The Motivation of Economic Activities", passim; y, finalmente, para mencionar al teórico social más contemporáneo, Jürgen Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1975, cap. 1, "Un concepto de crisis basado en las ciencias sociales", pp. 15-48, passim.

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De ninguna manera describo al capitalista y al propietario de tierras couleur de rose. Si aquí se discute sobre los individuos es sólo en la medida en que son las personificaciones de categorías económicas, corporificaciones de relaciones de clase y de intere­ses de clase particulares. Mi punto de vista, según el cual la evo­lución de la formación económica de la sociedad se considera como un proceso de historia natural, sería el liltimo en hacer del individuo el responsable de relaciones de las cuales es socialmen­te una criatura, por más que pueda trascenderlas de modo sub­jetivo.56

Ese mismo punto es acentuado por Weber desde otra perspec­

tiva:

Los intereses objetivos de la conducción racional y moderna de una explotación [económica] no son en modo alguno idénticos -y a menudo son opuestos- con los intereses personales del po­seedor o de los poseedores de los poderes de disposición [...]."

Dejando a Lin lado las barreras sagradas de tipo mágico o reli­gioso, características de la organización económica de la sociedad tradicional, el obstácLilo histórico más formidable para la constitu­ción y desarrollo de una economía capitalista de mercado estu­vo representado por los monopolios estamentales tan difundidos en las organizaciones corporativas de las comunidades políticas de la Antigüedad y de la Edad Media. He allí una de las razones por las cuales la dominación burguesa, basada en la economía de mercado, como observaron Marx y Engels, adquirió una posición de dominio de forma más rápida en los Estados Unidos, "donde

56. Karl Marx, apud Lewis S. Feuer, ed., Basic Writings on Politics and Philosophy: Karl Marx and Friedrich Engels, Carden City, New York: Anchor Books, 1959, pp.136-137.

57. Max Weber, op.cit., vol. 1, p.75.

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el feudalismo era desconocido y la sociedad comenzó desde el principio con una base burguesa."'8

De hecho, la organización estamental, y por extensión la feu­dal, va asociada con considerable frecuencia a una relativa esta­bilidad de los poderes de disposición, adquisición y distribución de ciertos bienes que son, mediante monopolios ejercidos ora de forma legal o de forma convencional'9 por grupos estamentales, substraídos del intercambio libre y por consiguiente, del merca­do. Mientras que el desarrollo de una economía de mercado ba­sada en el lucro exige de modo creciente la posibilidad de comprar medios materiales de producción y prestaciones de trabajo, la organización estamental corta esas posibilidades a todos aquellos que no hacen parte del grupo estamental. Bien conocido es de todos, en efecto, el conjunto de restricciones impuestas por las so­ciedades precapitalistas al libre comercio de la tierra, factor por lo general apropiado de forma hereditaria y excluido del circui­to de comercialización. Pero no fue apenas la tierra, como factor de producción, la que permaneció sujeta a las restricciones mono-pólicas de los grupos estamentales y feudales de origen religioso, militar o aristocrático. El trabajo fue también otro factor produc­tivo que estuvo sometido a limitaciones de tipo político, conven­cional y tradicional que impedían el desarrollo de un mercado de trabajo. Tanto en su forma más extrema, como fue el caso del tra­bajo esclavo y servil, como en otras derivadas de las relaciones de dominio en el interior de las economías patriarcales y seño­riales, el trabajador estaba sujeto de manera orgánica a estructu-

58. Marx y Engels, Socialism: Lltopian and Scicntific, apud L.S. Feuer, ed., op.cit., p.63.

59. Por convención, siguiendo la definición conceptual de Max Weber, debe entenderse una forma de acción social, diferente del uso y de la costumbre, fundada en los intereses de prestigio de un estamento y garantizada externamente y de modo legítimo por la estructura corporativa y jerárquica del orden social. Cf. Weber, Economía y sociedad, vol. 1, op.cit., pp.23-31, passim.

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ras de dominación política doméstica que obstacLilizaban la crea­ción de una fuerza de trabajo libre. El trabajo, en resumen, era antes que nada Lina prestación de servicio, determinada de ma­nera monopolista y condicionada por el poder político, la costum-bre y el derecho consuetudinario. El trabajo, en otras palabras, no había desarrollado afán su forma de mercancía.

La progresiva institucionalización del régimen mercantil no fue suficiente para crear un mercado de trabajo:

Ni siquiera el comercio es capaz, en la forma que asume en las sociedades precapitalistas, de penetrar de manera decisiva en la estructura básica de la sociedad. Su impacto sigue siendo su­perficial y el proceso de producción, sobre todo con relación al trabajo, permanece por fuera de su control. "Un comerciante po­día comprar cualquier mercancía, pero no podía comprar el tra­bajo como mercancía. El comerciante era apenas tolerado como negociante de los productos de los artesanados."60

Los monopolios estamentales, por último, ejercieron su in-fkíenda también sobre ciertos tipos de bienes y servicios asocia­dos a clientelas cautivas, reforzando así aún más el impacto superficial del comercio. Los tabúes mágico-religiosos sobre cier­tos tipos de alimentos, los derechos exclusivos de algLinos grupos al consumo y apropiación de ciertos bienes y productos, la for­mación de ciertas clientelas cerradas - todos esos fueron factores que impidieron la libre competencia y la formación de mercados.

El SLirgimiento de un sistema de mercados autorregulados de modo económico fue, pues, un proceso histórico gradual y len­to. El momento más importante, con todo, se sitria hacia finales del siglo XVIII, cuando la industria dejó de ser un apéndice de la

6o. Georg Lukács, History and Class Consciotisness: Studies in Marxist Dialectics, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1971, P-5&. La cita inserta en el texto de Lukács es del Primer Volumen de El Capital de Marx.

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actividad comercial y, en términos teóricos fundamentales, se ini­ció la producción de mercancías, o sea, productos para ser ven­didos en el mercado. Para el desarrollo de esa nueva forma de integración económica, por lo demás, fueron imprescindibles dos cambios en términos estructurales. El primero, por supuesto, fue la transformación de la tierra y del trabajo en mercancías que per­mitieran el aprovechamiento virtualmente abierto e ilimitado de esos recursos para la creciente explotación industrial. El segundo estuvo representado por el cambio en el tipo de explotación econó­mica, cambio que de ningún modo estuvo condicionado en lo esencial, como tiende a creerse de modo habitual, por las carac­terísticas de la organización técnica de la explotación. Existe explo­tación, cualquiera que sea la orientación de la acción económica, en primer lugar, por oposición a la actividad económica pasajera o técnicamente discontinua, como en el caso de la hacienda. La explotación, entonces, va siempre asociada a una forma perma­nente de organización de las relaciones de producción en el seno de una unidad técnicamente distinta de producción. Ahora bien, cuando la utilización continua de bienes y de patrimonio, ya sea por la producción o ya por el intercambio, se orienta en el senti­do de conseguir el abastecimiento mismo o para conseguir otros bienes con el mismo propósito, se habla entonces de una hacien­da. El objetivo de las economías con gestión de hacienda es con­suntivo: el patrimonio se destina a satisfacer las necesidades materiales del individuo o del grupo.

Antes del aparecimiento histórico de un sistema de mercados productores de mercancías, el intercambio se empleó en lo esen­cial con la finalidad de conservar y aumentar el patrimonio de la hacienda. El intercambio estaba, por así decir, al servicio de ella: en algunas circunstancias se recurría a él con el propósito de ase­gurar la satisfacción de las necesidades materiales de la hacien­da. El intercambio como mecanismo económico para conquistar probabilidades de lucro en el mercado era ajeno a la noción de hacienda y de patrimonio. De modo general, el espacio económico

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de las sociedades precapitalistas estuvo ocupado por economías de hacienda de diferentes escalas. La hacienda -en el estricto sen­tido conceptual aquí empleado- de la economía doméstica, la hacienda del señor, la hacienda principesca: todas esas son varia­ciones extensivas en escala de un mismo principio económico de administración del patrimonio del patriarca, del señor o del prín­cipe que recorren todo el espacio económico de la organización social preindustrial. No es posible comprender la evolución del principio de mercado y los límites del capitalismo en ese largo período sin tener en cuenta los obstáculos que representaba ese tipo dominante de explotación económica.

El desarrollo de un sistema autorregulado de mercado prin­cipió con la institucionalización de una mieva forma de explota­ción económica: la empresa económica orientada de modo continuo hacia las probabilidades de mercado. A diferencia de la hacien­da, la empresa se define por el empleo lucrativo del intercambio, esto es, la actividad de la empresa se orienta por las situaciones de mercado, lo qLie quiere decir, por los precios y no por conside­raciones de naturaleza extraeconómica como es el caso de la ha­cienda. Para efectos de transformarse en explotación continua, la empresa primero conquista su propia autonomía mediante la apropiación de los medios de producción. La diferencia más ra­dical con la hacienda, no obstante, estriba en el hecho de que la explotación de la empresa está organizada por el cálculo de ca­pital, esto es, el cálculo racional, en dinero, de las probabilidades de lucro mediante el cotejo de ejercicios periódicos de cálculo. La empresa, la explotación lucrativa, logró hacer lo qLie el intercam­bio, el comercio y el dinero no lograron: la creciente racionali­zación de la actividad económica y la institucionalización de un principio revolucionario de organización social de la producción gracias a su carácter autónomo de gestión continua y de orienta­ción racional basada en el cálculo monetario del capital.61

61. Una extensa exposición analítica de estas categorías se encuentra en Weber, op.cit., vol. 1, cap. 11, pp.46-168. Vale la pena agregar que la

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m La organización social y sus formas

Los efectos revo luc ionar ios d e la ins t i tuc ional izac ión d e u n a

economía d e m e r c a d o s fueron s in te t i zados d e forma e locuen te

po r S c h u m p e t e r en su trabajo sobre el imper i a l i smo :

Esos nuevos tipos [el proletariado, el campesinado, la clase

media de burócratas y profesionales, los intelectuales, etc.] son

ahora dejados al garete frente al orden fijo de los viejos tiempos,

del ambiente que había aherrojado y protegido a la gente duran­

te siglos, de las viejas asociaciones aldeanas, señoriales y ciánicas

y con frecuencia inclusive hasta de las mismas familias en su sen­

tido más amplio. Fueron separados de las cosas que habían sido

constantes año tras año, de la cuna a la tumba -instrumentos de

trabajo, hogar, terruño y especialmente la tierra. Estaban desam-

noción de cálculo no es de ningún modo extraña a las economías precapitalistas. La diferencia radica apenasen el carácter no formal que él asume. Witold Rula, uno de los historiadores económicos más importantes para el estudio de la hacienda señorial europea precapitalista observa: "[E]n la economía precapitalista la gente también calcula, aunque lo hace a su manera. No tenía razón Sombart al considerar la contabilidad un invento 'del espíritu capitalista'. Tal vez en épocas precapitalistas se tome más a menudo en cuenta motivos extraeconómicos, pero no es cierto que en el capitalismo estos motivos no figuren para nada. ¿Cómo entonces investigar el cálculo económico precapitalista y las leyes del obrar económico que le son propias?

"En base al [sic] estado actual de la ciencia, se puede formular la suposición de que si hiciéramos el balance de una 'empresa' feudal cualquiera (latifundio, grandes dominios, reserva señorial o manufac­tura) utilizando métodos propios de la contabilidad capitalista, o sea asignando un precio a todos los elementos que entran en la produc­ción sin ser adquiridos en el mercado (terreno, edificaciones, materias primas, etc.), casi siempre resultaría que dicha empresa funciona con pérdidas. Si en cambio lo calculáramos sin tener para nada en cuenta aquellos elementos, el balance arrojaría por lo general enormes ganancias." Witold Kula, Teoría económica del sistema feudal, México: Siglo xxi, 1974, pp.33-34.

También Marx calificó la importancia de las categorías mercancía y dinero: "La simple aparición de la circulación de mercancías y de moneda corriente no es suficiente para ofrecer las condiciones históricas necesarias para la existencia del capital." Capital, vol. 1, op.cit., p.157.

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parados, envueltos en la lógica despiadada del empleo lucrativo, como simples gotas en el vasto océano efe la vida industrial, ex­puestos a las presiones inexorables de la competencia. Se eman­ciparon del control de los patrones antiguos de pensamiento, de la influencia de los órganos e instituciones que trasmitían y re­presentaban ese modo de ver las cosas en la aldea, en la propie­dad señorial, en las corporaciones. Fueron retirados del viejo mundo y obligados a construir uno nuevo para ellos mismos -un mundo especializado, mecanizado. De esa manera fueron todos democratizados, individualizados y racionalizados de modo in­evitable. Se democratizaron porque el marco ancestral de po­der y de privilegio dio paso a otro de cambio permanente puesto en marcha por la vida industrial. Se individualizaron porque las oportunidades subjetivas de conferir un perfil propio a sus vidas tomó el lugar de factores objetivos inmutables. Se racionalizaron porque la inestabilidad de la posición económica hizo que su supervivencia dependiese de decisiones racionales continuas y deliberadas [...] Adiestrados en el racionalismo económico, es­tos individuos no dejaron una sola esfera de vida sin racionali­zar, cuestionando todo sobre ellos mismos, la estructura social, el estado, la clase dominante. Las huellas de este proceso están grabadas en todos los aspectos de la cultura moderna. Éste es el proceso que explica los rasgos básicos de esa cultura.62

Por último, Albert O. Hirschman, en una astuta tesis planteada en su ensayo The Passions and the Interests, va más allá y recupera la percepción que los pensadores clásicos como Montesquieu, Steuart y Millar atribLiyeron al desarrollo del nuevo orden eco­nómico. La función latente del desarrollo de las instituciones eco­nómicas era la de controlar y en forma ocasional eliminar los

62. Joseph Schumpeter, Imperialism, Cleveland: Meridian Books, 1955, p. 68. Cf. asimismo Karl Marx y Frederick Engels, The Germán Ideology, New York: International Publishers, 1970, pp-77-79-

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excesos del despotismo político de los gobernantes: la creciente y delicada complejidad de un sistema moderno de economía, las exigencias administrativas exigidas por la economía política apa­recían como un modo de contener las decisiones arbitrarias e irracionales, el despotismo, pues, de los monarcas. El mercado y los intereses asociados se opusieron a los vicios y pasiones hu­manas. En oposición a la interpretación expuesta por Weber en su célebre La ética protestante y el espíritu del capitalismo^, donde el capitalismo es visto como la consecuencia inesperada del es­fuerzo tenaz por la salvación individual, Hirschman alega que "la difusión de formas capitalistas se debe también en gran medida a una búsqueda igualmente desesperada de una forma de evitar la ruina de la sociedad, amenazada entonces de modo permanente dados los arreglos precarios del orden interno y externo.""4

Para concluir, la transformación profunda que acarreó la institucionalización de la empresa en la vida moderna se puede apreciar en la siguiente observación de Henri Lefebvre, para quien la empresa moderna

no queda satisfecha con ser apenas una unidad económica (o una concentración de unidades) o de crear presiones sobre la política. Busca invadir la práctica social. Propone a la sociedad entera su racionalidad como modelo de organización y de ges­tión. Substituye a la ciudad y desea apropiarse de sus funciones; la "sociedad", la empresa, la compañía se apropian de las funcio­nes que pertenecían a la ciudad y que mañana deberían continuar perteneciendo a ella: habitación, educación, promoción, ocio, etc. Termina por acomodar a sus dependientes en habitaciones jerarquizadas, constriñendo (y alienando) hasta la vida privada.

63. Max Weber, The Protestan! Ethicand the Spirit of Capitalista, New York: Charles Scribner's Sons, 1958.

64. Albert O. Hirschman, The Passions and the Intcrests: Political Argumenta for Capitalism befare its Triumplt, Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1977, passim. La cita corresponde a la página 130.

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t7o] División del trabajo y organización social

El control asume a veces formas increíbles: nada se le escapa. La

empresa unifica la vida social a su modo, la subordina a sus exi­

gencias totalitarias buscando la "síntesis."65

El principio de mercado y el principio de reciprocidad no ago­tan, sin embargo, los elementos de los cuales echa mano la vida en grupo para efectos de organizar de modo habitual la vida en sociedad. Existen, en realidad de verdad, otros sectores de la or­ganización social en los cuales los principios de reciprocidad y de mercado juegan Lin papel subsidiario, en particular aquellos sectores de la vida social que no están relacionados de modo di­recto con la reproducción y distribución de recursos materiales para el sustento económico del grupo. Examinaré a continuación, pues, el principio de organización social más distante o alejado de una "orientación económica" de la vida en grupo y de signifi­cación insoslayable para la comprensión de las sociedades huma­nas y de la dinámica de la interacción en sociedad: la solidaridad.

VI. La sol idaridad Aunque las formas de asociación y de interacción entre las

personas y los miembros del grupo estén de algún modo deter­minadas por el tipo de principio dominante en la reproducción de la vida material, esto es, la reciprocidad o el mercado, la ha­cienda o la empresa, las formas de asociación que un grupo par­ticular asume están vinculadas de forma íntima con la naturaleza del vínculo interpersonal que se establece entre los miembros. Son esos vínculos, después de todo, los que más ayudan a caracteri­zar y a constituir los estilos singulares de organización social y a dar una fisonomía históricamente peculiar a cada grupo o comu­nidad humana. El examen de esos vínculos - sus determinado-

65. Henri Lefebvre, La vie quotiáienne dans le monde moderne, Paris: Editions Gallimard, 1968, pp.129-130.

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t7i ] Lfl organización social y sus formas

nes, sus formas características, sus vicisitudes típicas- constitu­ye, sin exageraciones, uno de los objetos más originales y a la vez permanentes de la reflexión social desde sus principios. No es ar­bitrario, por lo demás, observar que la sociología, como forma de reflexión sodal relativamente autónoma, ha hecho de esos víncu­los y de los conceptos asociados a ellos, su temática favorita y su ocasión para mantener vivo un diálogo indispensable con el pen­samiento antropológico.

Las formulaciones conceptuales de la representación de esos vínculos han variado, por supuesto, a lo largo del tiempo pero, prescindiendo de esas variaciones, el principio de síntesis por detrás de esos vínculos continúa siendo el mismo: la idea de soli­daridad. Status versus contrato, societas versus civitas, Gemeinschaft versas Gesellschaft, solidaridad mecánica versus solidaridad orgá­nica, comunidad versus sociedad, grupos primarios versus grupos secundarios, communitas versus estructura, mundo de vida versus sistema -todas estas tipologías apuntan en lo esencial en la direc­ción del mismo fenómeno: el principio de solidaridad como fac­tor constitutivo de la forma de organización social de los grupos humanos. Muy reveladora de la naturaleza radical, viltima, de esa idea de solidaridad es el carácter dualista que ella asume, sin excepción, en todas las tipologías. La solidaridad como principio de asociación humana se objetiva sólo en dos formas ideales, con­trarias en dirección y significado la una de la otra.

La idea de solidaridad como un principio rector y primordial de la asociación entre los hombres no escapó, desde luego, a la atención de los pensadores clásicos del siglo xix. La distinción ela­borada por Morgan en La sociedad antigua entre societas o socie­dad gentilicia y civitas o sociedad política, por ejemplo, estaba basada en el reconocimiento de dos tipos de vínculos sociales: uno predominante en la esfera doméstica y asociado a las relaciones de parentesco; y otro en el cual el status de ciudadano o miem­bro de la comunidad política estaba determinado por el grupo de descendencia. Familia y gen aparecen, así, como las dos estruc-

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División del trabajo y organización social

turas que desarrollan estilos diferentes de asociación y de solida­ridad. Asimismo, es de igual modo el tipo de solidaridad predo­minante lo que Fustel de Coulanges, en su extraordinaria La ciudad antigua, tiene en cuenta para contrastar la comunidad es­table de los primeros períodos de las ciudades-estado de Grecia y de Roma con la sociedad individualizada del período poste­rior.66

Pero fue, sobre todo, Henry Sumner Maine, en su Ancient Lazo, publicado en 1861, quien consigLtió dejar para la posteridad los dos conceptos que dieron comienzo a una reflexión sistemática sobre las formas de solidaridad. Para Maine, las relaciones socia­les tienen fundamento o en el status o en el contrato. Si bien esas dos categorías están ligadas a dos tipos de derechos personales, ellas tan sólo trascienden el área jurídica para dar constitución a dos tipos de sociedades. En las sociedades más primitivas, los derechos y obligaciones de los individuos están determinados por el status y "todas las relaciones de personas se incorporan en las relaciones de familia".67 El individuo está sujeto a las normas tra­dicionales que van adscritas a su status en el grupo doméstico de parentesco. En las sociedades basadas en el contrato, en cambio, los derechos y obligaciones individuales dependen del libre acuerdo entre los individuos. Las normas y la solidaridad social que las acompañan ya no están constituidas por el status y la tra­dición, sino por la ley, por el derecho político. Las obligaciones individuales escapan del dominio corporativo del grupo domés­tico. Maine, como buen hijo de su siglo, confirió un sentido a la

66. Numa Dionisio Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, Barcelona: Editorial Iberia, 1971. La primera edición es de 1864.

67. E. Adamson Hoebel, "Henry Sumner Maine", in David L. Sills, ed., International Encyclopedia ofthe Social Sciences, vol. 9, op.cit., p. 530. Véase también Meyer Fortes, Kinship and the Social Order: The Legacy of Lexvis Henry Morgan, London: Routledge & Kegan Paul, 1969, chaps. 1-4. Y Robert N. Nisbet, The Sociológica! Tradition, New York: Basic Books, 1966, chap. 3.

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[73] La organización social y sus formas

vez dasificatorio y evolutivo a su tipología. En efecto, de la misma forma en que en las sociedades más primitivas las relaciones que emanan del contrato no están excluidas por entero, también en las sociedades más avanzadas existe espacio para la constitución de obligaciones con base en el status y la tradidón. La tipología está sobre todo diseñada para comprender la tendencia general del movimiento histórico de las sociedades y, en particular, para comprender la génesis de los conceptos del derecho moderno.

Quizá la obra más importante para el desarrollo de la noción de solidaridad después de Maine Ríe la del sociólogo alemán Ferdinand Tonnies, Gemeinschaft und Gesellschaft.68 A diferencia de las tipologías anteriores, la de Tonnies se presta para una aplica­ción analítica más generalizada. La Gemeinschaft (comunidad) es un tipo de relación humana asociada a un tipo de acción social o, como diría el propio Tonnies, a un tipo de voluntad esencial {Wesemville). Todas las asociaciones o grupos en donde la solida­ridad entre los miembros se establezca en función de la tradición, del hábito, del valor intrínseco (religioso, político, estético, mo­ral, etc.) o sea, donde la voluntad individual no esté motivada por razones de carácter pragmático e instrumental, comparten las características de la comunidad. Pertenecen, entonces, al tipo co­munidad todos aquellos grupos en los cuales la conducta está dictada por los sentimientos de amor, lealtad, piedad, honra, amistad, altruismo: sentimientos afectivos contrarios a las ideas de interés, cálculo, utilidad y racionalidad. Paradigma de la co­munidad es la familia como lo son, por lo demás, todos aquellos grupos en los cuales la asociación entre sus miembros constituye el objetivo mismo del grupo, sin ulteriores consideraciones instrumentales.611

68. Ferdinand Tonnies, Comunidad y sociedad, Buenos Aires: Editorial Losada, 1947. La primera edición es de 1887.

69. Tonnies, Comunidad y sociedad, op.cit., Libro Segundo, cap. 1, §i-§9, passim.

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[74] División del trabajo y organización social

Cuando la acción o voluntad, llamada por Tonnies de arbitra­ria o de electiva {Kiinville), que orienta a la asociación de los in­dividuos se dirige a la consecución de un objetivo específico para el cual la asociación de los individuos es apenas un instrumento, surge la Gesellschaft (sociedad). La sociedad es un medio para la obtención de un objetivo definido. Su mejor representación es, sin duda, la empresa económica moderna y la organización burocrá­tica.70 La afinidad entre la Gesellschaft de Tonnies y el contrato de Maine es evidente. Ambos están predicados en la existencia de Lina CLiltura individualista con énfasis en aspectos impersonales y contractuales en donde los intereses y el cálculo predominan sobre el afecto y la tradición que corresponden, a su vez, al do­minio del status y de la Gemeinschaft.

El carácter comunitario y agregativo de la Gemeinschaft por oposición al carácter individualista de la Gesellschaft fue plantea­do por Tonnies de la siguiente forma:

La teoría de la sociedad construye un círculo de hombres que, como en la comunidad, conviven pacíficamente, pero no están esencialmente unidos sino esencialmente separados, y mientras en la comunidad permanecen unidos a pesar de todas las sepa­raciones, en la sociedad permanecen separados a pesar de todas las uniones. Por consiguiente, no tienen lugar en ella actividades que puedan deducirse a priori y de modo necesario de una uni­dad existente, y que, en consecuencia, también en cuanto se ope­ran por medio del individuo, expresen en él la voluntad y espíritu de esta unidad, o sea que tanto se llevan a cabo para él mismo como para los que con él están unidos. Todo lo contrario: en ella cada cual está para sí solo, y en estado de tensión contra todos los demás. Las esferas de su actividad y de su poder están rigu­rosamente delimitadas, de suerte que cada cual rechaza contac­tos e intromisiones de los demás, considerándolos como actos de

70. Ibid., Libro Segundo, cap. 1, §io-§i8, passim.

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[75] Lfl organización social y sus formas

hostilidad. Esta actitud negativa es la relación normal y siempre fundamental entre estos sujetos de poder, y caracteriza a la so­ciedad en estado de equilibrio. Nadie hará o prestará algo para los demás, nadie concederá o dará algo a los demás, a no ser a cambio de una prestación o contradonación que él considere por lo menos igual a lo por él dado.71

Como en el caso de la tipología Maine, es menester enfatizar el carácter típico-ideal, i.e.: analíticamente puro, de la tipología de Tonnies con el fin de hacer un uso analítico de esas categorías. Como categorías típico-ideales sólo se aproximan a la descripción concreta de grupos y asociaciones empíricos. No son, por lo tanto, conceptos dasificatorios ni genéricos. Su utilidad analítica resi­de en poder suministrar parámetros conceptuales con los cuales determinar el grado en que un grupo es más o menos Gemeinschaft o más o menos Gesellschaft. Como en el caso de Maine, la tipología fue diseñada con el propósito de elaborar un marco de referen­cia para el análisis histórico de la sociedad moderna. El desarro­llo de la sociedad europea, según Tonnies, procede de una unión de Gemeinschaften y culmina con una unión de Gesellschaften pro­vocada por el progreso de las relaciones humanas individualistas y utilitaristas objetivadas en la empresa capitalista moderna y por el dedinio simultáneo de formas de asociación fundadas en el parentesco y en los sentimientos afectivos de carácter tradidonal. Gemeinschaft y Gesellschaft aparecen de manera clara, entonces, como formas sintéticas de organización social según el tipo de so­lidaridad predominante.

Como Tonnies, otro sociólogo alemán, Max Weber, iría tam­bién a acentuar el empleo tipológico del principio de solidaridad para un uso más preciso y unívoco del mismo. Weber dejó bien claro -cosa que sus comentaristas con frecuencia olvidan- que

71. Comunidad y sociedad, op.cit., Libro Primero, cap. 11, §19, ab indio.

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la inmensa mayoría de las relaciones sociales participan en parte de la "comunidad" y en parte de la "sociedad". Toda rela­ción social, arin aquella más estrictamente originada en la perse­cución racional de algiín fin (la clientela, por ejemplo) puede dar lugar a valores afectivos que trasciendan de los simples fines queridos. Toda "sociedad" que exceda los términos de una mera unión para un propósito determinado y que, no estando limita­da de antemano a ciertas tareas, sea de larga duración y dé lugar a relaciones sociales entre las mismas personas -como las "socie­dades" creadas dentro de un mismo cuadro militar, en una mis­ma clase de la escuela, en una misma oficina, en un mismo taller-tiende, en mayor o menor grado, a fomentar los afectos aludidos. Por el contrario, una relación que por su sentido normal es una comunidad, puede estar orientada por todos o por parte de sus partícipes con arreglo a ciertos fines racionalmente sopesados. Hasta qué punto un grupo familiar, por ejemplo, es sentido como "comunidad" o bien utilizado como "sociedad", es algo que se presenta con grados diversos. El concepto de "comunidad" aquí adoptado es deliberadamente muy amplio, por lo cual abarca si­tuaciones de hecho muy heterogéneas.72

La semejanza entre Tonnies y Weber acaba, no obstante, allí. En efecto, para el primero Gemeinschaft y Gesellschaft correspon­den a dos tipos de estructuras de relaciones, entidades sociales dotadas de una voluntad colectiva que define el espíritu predo­minante en las relaciones sociales dentro del grupo. Para Weber, en cambio, los dos polos de la tipología hacen referencia apenas a tipos de procesos {Vergemeinschaftung y Vergesellschaftung) que, por exigencias idiomáticas fueron traducidos de forma inadecua­da como comunidad y sociedad en la versión castellana de Econo­mía y sociedad. Con esa especificación lexicológica deliberada, Weber buscaba darle un carácter más fluido a esos dos concep-

72. Economía y sociedad, op.cit., vol. 1, pp.33-34, énfasis en el original.

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[77] La organización social y sus formas

tos y por otra parte, procuraba así evitar la reificación indebida de ellos. La cita anterior pone énfasis en ese aspecto y señala de manera indirecta la pobreza implícita del empleo meramente cla-sificatorio de esa tipología.

Para Weber, entonces, la comunidad no es otra cosa sino una relación social en la cual "la actitud en la acción social -en el caso particular, por término medio o en el tipo puro- se inspira en el sentimiento subjetivo (afectivo o tradicional) de los partícipes de constituir un todo." En contraposición, se denomina sociedad cual­quier relación social cuando "la actitud en la acción social se ins­pira en una compensación de intereses por motivos racionales (de fines o de valores) o también en una unión de intereses con igual motivación. La sociedad, de un modo típico, puede descansar especialmente (pero no tínicamente) en un acuerdo o pacto racio­nal, por declaración recíproca."73

Desde la perspectiva weberiana los tipos más puros de socie­dad son: el intercambio de mercado, la unión libremente pactada y dirigida a la consecución de determinados fines como el partido político o la empresa económica y, por último, la unión motivada de forma racional por los que participan de una misma creencia o valor. Desde este ángulo, los procesos que según Tonnies serían definidos como Gemeinschaft son, de acuerdo con la perspectiva de Weber, redefinidos como sociedad sólo en la medida en que la relación social esté dedicada a una tarea objetiva, ya sea de carácter religioso o político. Una secta, por ejemplo, que para Tonnies tendría las características de Gemeinschaft sería, sin em­bargo, para Weber, una sociedad en la medida en que los intere­ses emotivos y afectivos están subordinados a la realización objetiva y racional de los valores religiosos de la secta.

Ese énfasis acentuado por Weber en el aspecto racional de los procesos societarios transforma grupos identificados de forma superficial como Gemeinschaft en en genuinas Gesellschaften. La

73. Ibid., p.33.

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dedicación exclusiva en la tarea objetiva es lo que constituye la nota dramática de todas las sociedades.

De igual importancia para la caracterización weberiana de la noción de comunidad es el carácter de reciprocidad de las rela­ciones sociales. Weber dejó bien explícito que el simple compar­tir de una situación o de una conducta entre diversas personas no implica por fuerza una comunidad. Aun la condLicta análoga común o el sentimiento de comunidad de situación son insuficien­tes para caracterizar de modo sociológico el aparecimiento de procesos comunitarios. Estos procesos, en rigor, sólo surgen cuan­do, sobre la base de aquel sentimiento, la acción está recíproca­mente referida y, agrega, cuando "esta referencia traduce el sentimiento de formar un todo."74 Una comunidad de lenguaje, por ejemplo, asociada a una tradición colectiva y homogénea, fa­cilita la comprensión recíproca y la formación de relaciones so­ciales:

Pero en sí no implica "comunidad" en estricto sentido, sino tan sólo la facilitación del intercambio social dentro del grupo en cuestión; o sea, la formación de relaciones de "sociedad". Ante todo, entre las personas individuales y no en su calidad de partíci­pes en el mismo idioma, sino como soportes de intereses de toda especie; la orientación por las normas del lenguaje comvin cons­tituye primariamente sólo un medio para un mutuo entendimien­to, pero no "contenido de sentido" de las relaciones sociales. Tan sólo la aparición de contrastes conscientes con respecto a terceros puede crear para los partícipes en un mismo idioma una situa­ción homogénea, un sentimiento de comunidad y formas de so­cialización -sociedad- el fundamento consciente de la existencia de los cuales es la comunidad lingüística.75

74. Ibid, vol. 1, p.34. -]<=,. ídem. Los dos primeros énfasis corresponden a Weber.

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El énfasis weberiano en la definición de estos conceptos de solidaridad a partir de procesos y no de estructuras lo condujo, de forma necesaria, a una definición más exigente y "pura" de la noción de comunidad. Por un lado, a diferencia de Tonnies y de la sociología convencional, Weber disocia la noción de comunidad de la simple existencia de valores. Ya vimos, en efecto, cómo para Tonnies la Gemeinschaft es la fuente primaria de los valores socia­les últimos, al paso que la Gesellschaft está ligada al egoísmo y al individualismo. Weber, en cambio, da margen para la identifica­ción de ciertos grupos de valores como "sociedad", con tal de que estos valores y no las relaciones sociales que ellos prohijan sean el elemento típico de las relaciones. No es, por lo tanto, la duali­dad valores versus intereses aquello que permite fundar la tipología. Los valores más individualistas pueden, de hecho, dar origen a procesos comunitarios, a "comunidades", siempre y cuando la sociedad deje de ser un grupo "en sí" y se transforme en un grupo "para sí". La diferencia entre comunidad y sociedad, entonces, tiene más que ver con el locus del conflicto y de la lucha social: cuando la lucha es "pacífica", como en el caso de la competencia económica, y se establece en el interior de las relaciones sociales, surge la sociedad. Cuando, por el contrario, la lucha y su locus se orientan hacia otros grupos en la periferia de las relaciones socia­les, surge la comunidad en el interior de estas últimas. Si la lucha continúa siendo "pacífica" o no es algo, desde luego, contingente, que no está por fuerza asociado a la definición teórica de comu­nidad (que no es el caso de las sociedades). Empíricamente, sin embargo, existe una relación positiva entre comunidad y lucha con terceros.

Esta interpretación de la teoría weberiana de la solidaridad guarda semejanzas notables con la idea expuesta por Hobbes en De Cive y que, con justicia, puede considerarse como la primera reflexión del pensamiento social moderno sobre las diversas for­mas de asociación:

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División del trabajo y organización social

Para hablar de modo imparcial, las dos proposiciones siguien­tes son ambas verdaderas: que el hombre es una especie de Dios para el mismo hombre; y que el hombre es un lobo reconocido para el mismo hombre. La primera es verdadera al comparar a los ciudadanos entre sí; y la segunda al comparar a las ciudades. En aquella existe alguna analogía de semejanza con la Deidad, a saber, justicia y caridad, las hermanas gemelas de la paz. Pero en la otra, los hom­bres buenos deben defenderse buscando protección en el santua­rio de las dos hijas de la guerra: el engaño y la violencia, o sea, en términos sencillos, en la mera rapacidad brutal.76

De inspiración semejante es la teoría de las coaliciones del cien­tífico político norteamericano contemporáneo Schattsneider, con relación al papel del conflicto: mientras que la comunidad es an­tipática a la idea de conflicto y lo resuelve aislando a los miem­bros perturbadores, la sociedad procede de manera inversa: la solución del conflicto se lleva a cabo mediante la incorporación de nuevos miembros, a través de su socialización.77 Cien años antes ya Alexis de Tocqueville había propuesto ideas semejantes en su Journeys to England and Ireland, al explicar los diferentes patrones de desarrollo histórico de los anglosajones y de los fran­ceses/8 Mecanismos de nuevo análogos ve también el antropó­logo francés Dumont en el principio de "sanskritización" empleado por el sistema hindií de castas para el manejo de las diferencias.79

76. Thomas Hobbes, The Citizen: Philosophical Rudiments Concerning Government and Society in Thomas Hobbes, Man and Citizen, Carden City, New York: Anchor Books, 1972, pp.90-91.

•J-J. E.E. Schattsneider, The Sovereign People: A Realist's View of Democracy in America, Hinsdale, 111.: The Dryden Press, 1975, passim.

78. Alexis de Tocqueville, journeys to England and Ireland, Carden City, New York: Anchor Books, 1968, "I: Reflections on English History", pp.1-23, especialmente PP7-9.

79. Louis Dumont, Homo Hierarchicus: The Case System and its Implications, London: Paladín, 1972, chap. 9, "Concomitants and Implications",

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Lfl organización social y sus formas

Weber prestó particular atención al análisis de las transforma­ciones de los procesos comunitarios en procesos societarios al examinar la rutinización de la dominación carismática. Carisma y tradición constituyen las dos grandes formas de orientación de las relaciones sociales antes del surgimiento del espíritu raciona­lista de la sociedad moderna. Contrario a lo que ocLirre con las comunidades basadas en la tradición, no obstante, las comunida­des basadas en el carisma, es decir, en el reconocimiento por par­te de los dominados de las calidades extraordinarias del jefe, son por esencia inestables por diversas razones de orden práctico. La naturaleza revolucionaria de esas comunidades, la orientación extracotidiana, la inexistencia de normas asociadas a los prece­dentes del pasado -que la dominación carismática rechaza de modo automático- o a principios racionales de carácter burocrá­tico -profundamente antipáticos a la idea carismática-, su abso­luto desinterés por el cálcLilo y las probabilidades económicas son factores que otorgan a estas comunidades una profunda preca­riedad en cuanto se refiere a sus probabilidades de continuidad. Las asociaciones carismáticas son, pues, en rigor, de carácter efí­mero y tarde o temprano están condenadas ya sea a racionalizarse o ya a tradicionalizarse. En efecto, el propio esfuerzo por darle continuidad a la asociación genera presiones inexorables en el sentido de la rutinización y, con ello, a negar su carácter origi­nalmente carismático. Las exigencias materiales asociadas a la permanencia del cuadro administrativo de la asociación, la ineluc­table adaptación a la vida cotidiana y el desarrollo concomitante de formas de integración económica para la satisfacción de las necesidades materiales del cuadro administrativo acaban por transformar a la comunidad original, ajena a toda regla, sea ella

pp.230-246. Véase también R.C. Zaehner, Hinduism, Oxford, New York: Oxford University Press, 1966, "Introduction" y chap. 4 quien refiere esa dinámica al brahmanismo.

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División del trabajo y organización social

tradicional o racional, en una sociedad controlada por Lin apara­to interesado en dar continuidad a su dominación.80

Se debe a Cooley la reformulación del principio de solidaridad una vez más en los términos convencionales discutidos antes, re­lativos a la oposición fundamental entre valores e intereses a un nivel, por así decir, microsociológico. En efecto, Cooley clasifica a los grupos en dos clases: primarios y secundarios:

Llamo grupos primarios a aquéllos que se caracterizan por una asociación y cooperación cara a cara. Son primarios en diver­sos sentidos pero sobre todo en el sentido de que son fundamen­tales en la formación de la naturaleza y de las ideas sociales del individuo. El resultado de la asociación íntima, en términos psi­cológicos, es una cierta fusión de individualidades en un todo común, de manera que la identidad personal [one's ven/ self], al menos para muchos propósitos, constituye la vida y la finalidad común del grupo. Quizás la forma más sencilla de describir esta totalidad sea definiéndola como un nosotros; ella implica una especie de simpatía e identificación mutua para las cuales el "no­sotros" constituye la expresión natural. Cada quien vive el senti­miento de totalidad y encuentra los objetivos principales de su voluntad en ese sentimiento.81

Cooley admite, como es natural, que la unidad de los grupos primarios más paradigmáticos, como la familia, el grupo de jue­gos infantiles, la vecindad y el grupo de ancianos -categoría esta sólo destacada por Cooley, hasta donde yo sé - no consta apenas de sentimientos de amor y armonía. Considera, con todo, que las pasiones que se desarrollan en esos grupos se socializan mediante la simpatía y acaban quedando sujetas a la disciplina del espíri­tu comiín. Conviene señalar, por lo demás, que para Cooley son

80. Cf. Weber, op.cit., vol. i, pp. 193-204. 81. Cooley, op.cit., p. 23.

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esos grupos los que le dan origen a la vida social y a sus institucio­nes. Constituyen, por así decir, el repositorio de experiencias co­lectivas universales que dan unidad a los ideales y sentimientos propios de la "naturaleza humana". Y son, por último, la fuente ríltima de la moralidad social. Por oposición, los grupos secun­darios dejan pocas huellas en la formación del yo; se caracterizan por una primacía de los intereses individuales frente a los colec­tivos; y substituyen la solidaridad difusa de los grupos primarios por la búsqueda de intereses específicos.

Comparada con las otras tipologías de solidaridad ya anali­zadas, la de Cooley es relativamente pobre. Mientras que los pen­sadores sociales del siglo xix como Fustel de Coulanges, Morgan y Maine, y los del siglo xx, como Tonnies, Weber y Durkheim, hicieron de la clasificación de las formas de solidaridad un ins­trumento analítico para el estudio de la evolución y estructura de los grupos luimanos, Cooley se contenta apenas con mostrar el carácter por fuerza universal y ríltimo de que gozan algunas for­mas de solidaridad en la constitución de la vida y de los senti­mientos sociales. De igual forma, mientras que los primeros estaban preocupados por esbozar categorías típico-ideales, las cuales sirvieran para una mejor comprensión de las formas varia­das de solidaridad y de sus diferentes combinaciones concretas, Cooley se limita apenas a hacer una clasificación estereotipada. Por último y por todo ello, su tipología no tiene la variedad de usos que tienen las otras y queda, así, limitada apenas al estudio de los procesos de interacción social. El mérito de la tipología de Cooley yace, pues, sobre todo en su empleo potencial en el área de los pequeños grupos. No hay manera, como en los otros casos, de establecer la relevancia sociológica y, sobre todo, institucional de la existencia de grupos primarios para áreas como el derecho, la religión, la vida corporativa y la vida económica que fue, des­pués de todo, el interés de las categorías diseñadas por Morgan, Maine y los otros. No hay, bref ninguna conexión que se insimíe siquiera en la teoría de los grupos primarios de Cooley con la

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estructura social mayor. La solidaridad aparece como Lina cons­tante universal y sus variaciones formales no sugieren, para Cooley, variaciones concomitantes en el seno de la organización social.

Antes de examinar en otro capítulo la teoría de la solidaridad elaborada por el sociólogo francés Emile Durkheim, en contras­te abismal con el esquema elemental de Cooley, quisiera concluir éste con el examen de una de las tipologías más modernas sobre las formas de solidaridad, recientemente elaborada por el antropólogo norteamericano Víctor W. Turner en El proceso ritual (1969).82

De todas las tipologías examinadas, la de Turner es, con toda probabilidad, la más suigeneris. Él distingue dos modelos de re­laciones sociales: la "estructura" y la communitas. Con ellos dos se pretende dar cuenta de todas las formas posibles de relacio­nes humanas, formas estas, por lo demás, alternantes y sucesivas.

La "estructura" equivale a la "sociedad considerada como estructura de partes opuestas jerárquica o segmentariamente y como totalidad homogénea".83 La estructura corresponde a la so­ciedad "tomada como un sistema estructurado, diferenciado y frecuentemente jerárquico de posiciones politico-juridico-econó-micas, con muchos tipos de evaluación, separando a los hombres de acuerdo con las nociones de 'más' o de 'menos'."84

El ambiente o escenario característico de la estructura es el ambiente de lo mundano, de lo secular, de lo cotidiano, de lo ru­tinario, del trabajo, de la vida dura, estereotipada, formal, con­vencional. Absorbe la mayor parte del espacio organizativo de la vida social y constituye el ámbito más permanente de la vida institucional. Antes que un estadio, antes que un episodio, la es-

82. Víctor W. Turner, O processo ritual: Estrutura e antiestrutura, Petrópolis: Vozes, 1974.

83. Ibid., pp.138-139. 84. Ibid., p.119.

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tructura es situación y continuidad. Simboliza, por último, "el centro" de la topología social, el área de los papeles y de las po­siciones institucionalizados que dan razón de las relaciones so­ciales de todos los días en la vida del grupo. De modo habitual, las ciencias sociales y, en particular, la sociología y la antropolo­gía, han hecho de la "estructura" su objeto fundamental de refle­xión. La percepción de la sociedad como un sistema, por lo demás, se deriva, de hecho, del interés de reconocer la sociedad y la vida práctica de los grupos en función de una estructura envolvente.

Al modelo de "estructura", Turner opone el modelo de la communitas como momento dialéctico indispensable para la cons­titución y permanencia de la estructura. La communitas correspon­de a una relación no estructurada que se desarrolla en los intersticios de la "estructura", en su periferia. Mientras que la "es­tructura" se objetiva a través de los papeles centrales de la vida del grupo, la communitas se materializa con la ayuda de los pa­peles excéntricos, extravagantes, periféricos, marginales o, de acuerdo con la terminología de Turner, liminares de la "estructu­ra": los bufones cortesanos, las prostitutas, los "místicos", los marginales, nuestro bacán, en fin, papeles todos contaminantes o "peligrosos".

La característica común a todos los papeles o situaciones liminares se resume en los siguientes rasgos:

1) se sitúan en los intersticios de la estructura social, 2) están al margen de ella o 3) ocupan escalones más bajos.85

La communitas surge, entonces, en los espacios no ocupados por la estructura social:

La "communitas" irrumpe en los intersticios de la estructura, en la liminaridad; en los bordes de la estructura, en la marginali­dad. En casi todas partes la "communitas" se considera sagrada

--,. Ibid., pp.152-153.

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o "santificada", posiblemente porque transgrede o anula las nor­mas que gobiernan las relaciones estructuradas e instituciona­lizadas, estando acompañada por experiencia de un poderío sin precedentes.86

La fuerza y la densidad de la communitas provienen del hecho de que las relaciones en su interior se dan entre seres humanos totales, "entre individuos concretos, históricos, idiosincrásicos. Estos individuos no están segmentados en función de posiciones sociales sino que se enfrentan de modo más apropiado a la ma­nera del 'Yo y Tu' de Martin Buber".87 Es un enfrentamiento es­pontáneo y nivelador que niega justamente las características formales y jerárquicas de las relaciones estructurales. La commu­nitas, como observa Turner, "goza de una CLialidad existencial, abarca la totalidad del hombre en su relación con otros hombres completos."88

La significación institucional de la communitas para la organi­zación de la estructura social exige, por otra parte, una teoría de la dinámica social que perciba la vida social como movimiento, perspectiva, por lo demás, descuidada por entero por la teoría estructural funcionalista de la sociedad. En efecto, cuando la so­ciedad es vista como movimiento aparece entrecortada por ciclos más o menos prolongados de liminaridad y de reestructuración. Desde esa perspectiva, el papel de la communitas -como ritual que reencarna, mediante su negación dialéctica, los valores y formas culturales del grupo- se pone nítidamente de manifiesto. La communitas aparece, así, como una experiencia transformadora en la cual el individLio reencuentra sus raíces colectivas y coimini-tarias profundas que son negadas de modo superficial por el ha­bitual convencionalismo de las relaciones estructurales.

86. Ibid., p.156. 87. Ibid., p.161. 88. Ibid., p.155.

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El parentesco entre la communitas de Turner y el ritual del Durkheim de Las formas elementales de la vida religiosa es, pues, notable.89 En esa íntima conexión entre communitas y estructura reposa, de un lado, la organización y la continuidad de esta LÍltima y, del otro, la intensidad y el significado de aquélla. Turner obser­va, en efecto:

La distinción entre estructura y "communitas" no es simple­mente la distinción familiar entre "mundano" y "sagrado" o la existente por ejemplo entre política y religión. Ciertos cargos fi­jos en las sociedades tribales exhiben muchos atributos sagrados; en realidad, toda posición social tiene algunas características sa­gradas. Con todo, este componente "sagrado" se adquiere a través de los beneficios de las posiciones durante los rites de passage gra­cias a los cuales cambian de posición. Algo de la sacralidad de la transitoria humildad y de la ausencia de modelo toma la delan­tera y modera el orgullo del individuo comprometido con una posición o un cargo más alto. Como Fortes demostró de manera convincente, no se trata simplemente de dar un cuño general de legitimidad a las posiciones estructurales de una sociedad. Es, más bien, cuestión de reconocer un lazo humano esencial y ge­nérico sin el cual no podría haber sociedad. La liminarídad im­plica que lo alto no podría ser alto si no existiese lo bajo y quien está en lo alto debe experimentar lo que significa estar abajo."0

Por último, la communitas es un vehículo "para que el indivi­

duo alcance el fin que consiste en tornarse más plenamente en-

89. Cf. Émile Durkheim, Les Formes Elcmentaires de la Vie Religieuse: Le Systéme Totémique en Australie, Paris: Presses Universitaires de France, 1968. Sorprende mucho el silencio sistemático de Turner con respecto a la obra de Durkheim, sobre todo teniendo en cuenta el tono profusamente durkheimiano de su trabajo.

90. Turner, op.cit., p.ng.

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vuelto en la rica multiplicidad del desempeño estructural de fun­ciones."1'1

Por otro lado, la communitas no encuentra expresión sólo en los rituales episódicos de las sociedades tribales, donde funcio­na como evento que ayuda a articular los diversos estadios típi­cos y cíclicos del desarrollo de la vida de los individuos y del grupo. En las sociedades de mercado, con una organizadón tec­nológica y una división del trabajo más complejas, la communitas se transforma en estados más definidos y permanentes, entre los cuales movimientos como el hippie y los movimientos religiosos de orientación mística son los casos más prominentes.

Como en el caso de las asociaciones carismáticas de Weber, sin embargo, el destino de la communitas es el de transformarse en "estructura" como resultado de las presiones y exigencias objeti­vas que provienen de las necesidades materiales del grupo. La satisfacción de esas necesidades por fuerza implicará el apareci­miento de relaciones estructuradas y, con ellas, la perversión de la misma idea de communitas. Pero hay en la communitas de Turner una singularísima dimensión generativa y regenerativa que no se encuentra ni en la Gemeinschaft de Tonnies, ni en la comunidad de Weber y que le confiere a aquélla su permanente presencia dondequiera que surjan estructuras. En todas las otras tipologías hasta ahora examinadas, el origen de la comunidad es, en lo esen­cial, presentado ya sea como una característica de cierto tipo de sociedades (Tonnies, Morgan, Maine, Fustel) o ya como una for­mación emparentada con cierto tipo de relaciones sociales (Weber, Cooley). La originalidad de la concepción turneriana radica en mostrar la vinculación orgánica y hasta funcional de toda estruc­tura con la idea de comunidad de forma tal que esta última con­tribuye a definir los contornos de aquélla; en mostrar, bref la vinculación necesaria, más allá de toda contingencia, entre socie-

91. Idid.,p.i6g.

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dad y comunidad. Una comunidad, pues, no sólo solidaria con la historia, la tradición y la utopía, sino igualmente con la vida futura y presente.

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