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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (61) (2002), 403-436 La misión: teología y espiritualidad EMILIO J. MARTÍNEZ GONZÁLEZ (Madrid) Impelida por el mandato de Jesús, la Iglesia ha extendido a lo largo de las tierras y los siglos la Buena Noticia de la Salvación. Son muchos los que se han preguntado por el sentido de la misión eclesial, sus objetivos, sus motivaciones... Las respuestas han varia- do con el correr del tiempo: la salvación de las almas, la plantación de la Iglesia, la extensión del Reino de Dios... La teología que llega al Concilio Vaticano II y la que de él brota, sin embargo, abordó la misión desde una perspectiva más amplia, comprendiéndola como imperativo asociado al ser cristiano que nace de la fuente del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que se despliega en la historia y el mundo, regalándose como Vida. La pretensión de este trabajo es acercarse al corazón de la mi- sión, contemplar el misterio del Dios que se nos entrega en la vida de Jesucristo por la fuerza del Espíritu y nos envía, no a hacer, sino a dar fe del Dios que nos ama primero. Para ello, expondremos someramente los contenidos actuales de la teología de la misión para luego iluminarlos con la experiencia de los místicos, en espe- cial el de una mujer mística: Teresa de Lisieux. Porque son los místicos quienes han tocado y contemplado de un modo más privilegiado el Misterio, el corazón del que brota toda misión eclesial. Aferrados a su experiencia podemos desarrollar toda una espiritualidad de la misión.

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (61) (2002), 403-436

La misión: teología y espiritualidad

EMILIO J. MARTÍNEZ GONZÁLEZ

(Madrid)

Impelida por el mandato de Jesús, la Iglesia ha extendido a lolargo de las tierras y los siglos la Buena Noticia de la Salvación.Son muchos los que se han preguntado por el sentido de la misióneclesial, sus objetivos, sus motivaciones... Las respuestas han varia-do con el correr del tiempo: la salvación de las almas, la plantaciónde la Iglesia, la extensión del Reino de Dios...

La teología que llega al Concilio Vaticano II y la que de élbrota, sin embargo, abordó la misión desde una perspectiva másamplia, comprendiéndola como imperativo asociado al ser cristianoque nace de la fuente del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que sedespliega en la historia y el mundo, regalándose como Vida.

La pretensión de este trabajo es acercarse al corazón de la mi-sión, contemplar el misterio del Dios que se nos entrega en la vidade Jesucristo por la fuerza del Espíritu y nos envía, no a hacer, sinoa dar fe del Dios que nos ama primero. Para ello, expondremossomeramente los contenidos actuales de la teología de la misiónpara luego iluminarlos con la experiencia de los místicos, en espe-cial el de una mujer mística: Teresa de Lisieux.

Porque son los místicos quienes han tocado y contemplado de unmodo más privilegiado el Misterio, el corazón del que brota todamisión eclesial. Aferrados a su experiencia podemos desarrollar todauna espiritualidad de la misión.

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1. LA MISIÓN: PANORAMA TEOLÓGICO

1.1. La Trinidad, fuente de la misión

«Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas enel nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolesa guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19).

El mandato de Jesús al final del evangelio de Mateo envía a laIglesia a una misión que fue comprendida fundamentalmente —enla praxis y en la teología— como tarea antropológica. La Iglesia eraenviada por Cristo a bautizar y predicar el Evangelio con el fin desalvar a los hombres, de evitar su condenación. Durante siglos noexistió una teología de la misión propiamente dicha; los problemasque planteaba la actividad misional en sus diversas dimensionesnacían de las situaciones concretas que surgían en la historia, y seresolvían al ritmo de su aparición.

Fueron precisamente situaciones históricas concretas1 las quehicieron despertar en torno al Concilio Vaticano II un nuevo modode comprender la misión. Dos son las novedades principales querecogerán los documentos conciliares: la misión es tarea de todocristiano, y se basa en la voluntad redentora de Dios y el mandatode Cristo. El acento se ponía, por tanto, en el envío de toda lacomunidad de los bautizados —misión antes que misiones— y en elprotagonismo del Dios Trinidad.

En una línea más acorde con el testimonio de la Escritura y elmagisterio de los Padres2, la teología que llega al Concilio y de élbrota, afirmará el carácter trinitario de la misión cristiana: ella fluyede la Trinidad y su fundamento es el amor3 manifestado en la crea-ción, redención y convocación en la Iglesia. De esa voluntad brotala misión de Cristo —primer enviado—; como él, los bautizados son

1 Podemos enumerar entre otras: la pujanza de las iglesias nativas; la su-peración del colonialismo —al que, por desgracia, aparecía en ocasiones vin-culada la misión—; la contemplación de la posibilidad de salvación de losmiembros de otras religiones, etc.

2 Cf. N. SILANES, «Misión, misiones» en Diccionario Teológico el Dioscristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 879ss.

3 Cf. LG 2; AG 2.

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impulsados por el Espíritu para «anunciar y establecer en todos lospueblos el Reino de Cristo y de Dios»4.

El propósito misionero nace, por tanto «del amor fontal o ca-ridad de Dios Padre»5. Dios es amor (cf. 1 Jn 4,16): por ello es«expansión fecunda de vida en al ámbito intratrinitario [...], flujoy reflujo, salida y retorno [...], comunión familiar en expansión»6

De las misiones intratrinitarias, surge, como fruto del amor divino,la misión eclesial, expresión de la misericordiosa benignidadde Dios que nos llama a participar de su Vida, que no deja dedifundir7.

Juan de la Cruz ha expresado bellamente esta realidad teológicaen su Romance sobre el evangelio «in principio erat Verbum»8. Enlos 70 primeros versos, contemplamos de su mano la vida intratri-nitaria, autodonación del Padre al Hijo, entrega de éste al Padre ydon personal entre ambos: Espíritu Santo:

«Tres Personas y un amadoentre todos tres había,y un amor en todas ellasun amante las hacía;y el amante es el amadoen que cada cual vivía;que el ser que los tres poseen,cada cual le poseía,y cada cual de ellos amaa la que este ser tenía»9.

Las misiones del Hijo y del Espíritu Santo han llevado estacorriente de amor, por un designio libérrimo del Padre, a los hom-bres y al mundo, creados como fruto de esta expansión:

4 LG 5.5 AG 2.6 N. SILANES, o.c., 880.7 Cf. AG 2.8 Citaremos por la edición de Obras Completas de Editorial de Espirituali-

dad, Madrid 19935, pp.51-60.9 Vv. 26-36.

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«Una esposa que te ame,mi Hijo, darte quería,que por tu valor merezcatener nuestra compañía,y comer pan a una mesade el mismo que yo comía,porque conozca los bienesque en tal Hijo yo tenía,y se congracie conmigode tu gracia y lozanía.Mucho lo agradezco, Padre.-el Hijo le respondía-;a la esposa que me dieresyo mi claridad daría,para que, por ella veacuánto mi Padre valía,y cómo el ser que poseode su ser le recibía.Reclinarla he yo en mi brazo,Y en tu amor se abrasaría,y con eterno deleitetu bondad sublimaría»10.

A la misma dinámica responde la obra redentora:

«Los de arriba poseíanal Esposo en alegría,los de abajo en esperanzade fe que les infundía,diciéndoles que algún tiempoél los engrandecería [...],porque en todo semejanteél a ellos se haría,y se vendría con ellos,y con ellos moraría,

10 Vv. 77-98.

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y que Dios sería hombre,y que el hombre Dios sería [...];en sus brazos tiernamenteallí su amor la daría;y que así juntos en unoal Padre la llevaría,donde de el mismo deleiteque Dios goza, gozaría;que como el Padre y el Hijoy el que de ellos procedía,el uno vive en el otro,así la esposa seríaque, dentro de Dios absorta,vida de Dios viviría»11.

El objetivo de la donación gratuita del Padre a través del Hijo yel Espíritu es pues, para Juan de la Cruz, la participación del serhumano en la Vida divina. La salvación del hombre se cifra en elnacimiento del Verbo en su corazón, la comunicación al ser humano,por el Espíritu Santo, de lo propio de cada una de las divinas perso-nas12 que nos lleva a integrarnos en el diálogo de amor y amistadtrinitaria. De nuevo san Juan de la Cruz lo expresa, esta vez en ladeclaración de la canción 39 de Cántico Espiritual: «Este aspirar delaire es una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en lacomunicación del Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, conaquella aspiración divina, muy subidamente levanta el alma y la in-forma y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración deamor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es elmismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en ladicha transformación para unirla consigo. Porque no sería verdaderay total transformación si no se transformase el alma en las Tres Per-sonas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado»13.

11 Vv. 125-130. 135-140. 155-166.12 Cf. G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia, Secretariado Trinitario,

Salamanca 1980, 357-358.13 Cántico Espiritual, segunda redacción (CB), 39,3 (citamos por la edición

de EDE antes consignada).

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La misión, como tarea de la Iglesia, queda así engarzada en lasmisiones del Hijo y del Espíritu a partir de la iniciativa fontal yprimordial del Padre. Y de ella surgen las misiones, no como ele-mento añadido o prescindible de la vida de la Iglesia, sino comorespuesta a la economía salvífica del Dios trinitario14. Propiamentehablando, esta nueva teología misional acaba con la división entreiglesias antiguas y nuevas, para hacer consciente a cada iglesia de suorigen misionero, de su «llamada a la existencia para que sirva a lamisión»15, que encuentra en Cristo su origen y fuente de inspiración:«Dios, para establecer la paz o comunión con Él y una fraternasociedad entre los hombres pecadores, dispuso entrar en la historiahumana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carnenuestra [...].

Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediadorentre Dios y los hombres [...]. Así pues, el Hijo de Dios marchó porlos caminos de la verdadera encarnación para hacer a los hombrespartícipes de su naturaleza divina; siendo rico, se hizo pobre, pornosotros, para que con su pobreza nosotros nos enriqueciéramos»16.

1.2. Jesucristo, fundamento de la misión

«La urgencia de la actividad misionera brota de la radical nove-dad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos»17. Todo loque la Iglesia hace —su ser esencialmente misionero, como decía-mos más arriba— tiene su fundamento en la misión del Hijo y delEspíritu Santo18. Y el contenido de lo que la Iglesia hace, no es otroque el anuncio de «Cristo crucificado, muerto y resucitado: en Él serealiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de lamuerte»19.

14 Cf. E. BUENO DE LA FUENTE, «Líneas teológicas de la actual misionolo-gía», en Monte Carmelo 110 (2002) 563ss.

15 Ib. 565.16 AG 3.17 RM 718 Cf. AG 2.19 RM 44.

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Fundamento y contenido, pues, es el Cristo humanado al que laIglesia predica guiada y sostenida por el Espíritu. De nuevo recurri-mos a los místicos para ilustrar la necesidad de introducirse en elmisterio de la humanidad de Cristo para percibir el misterio de laTrinidad y, de ese modo, realizar la misión como extensión de lavoluntad de amor cuya fuente es el Padre.

En el caso de santa Teresa20, «después de intensísimos encuen-tros con la Humanidad de Jesús, en Séptimas Moradas, a raíz de laconcesión de la gracia del matrimonio espiritual, irrumpe inconteni-ble en su alma la presencia de las personas divinas. De este modoel camino hacia la Trinidad ha sido la Sagrada Humanidad. Perollegada aquí, la Humanidad del Señor no desaparece; sigue siendode alguna manera el medio por el que se percibe directamente todoel misterio; porque el Verbo será ya para siempre nuestra luz y laHumanidad se halla unida inseparablemente a él»21.

Jesús hombre no es un momento de transición, imprescindiblepara nuestra salvación pues nos muestra a Dios por sus gestos ypalabras ya pasados que culminan en la cruz22, sino que, como au-téntico fundamento «es ahora y por toda la eternidad, como el hechohombre y permanecido criatura, la permanente apertura de nuestrafinitud al Dios vivo de vida eterna e infinita»23. Son muy profundaslas conclusiones teológicas que se siguen de esta afirmación; por loque se refiere a nuestro tema, nos ilumina acerca de la necesidad deconocer, meditar y contemplar las actitudes, gestos y palabras deJesús a fin de reproducirlas por la fuerza del Espíritu en la misióneclesial: sólo así ésta será auténticamente continuación del empeñolibérrimo del Padre que se despliega en la Historia por el Hijo y elEspíritu para regalar su Vida a los hombres y al mundo.

Más allá de una afirmación impactante, se esconde aquí el secre-to de una tarea misional no contaminada de proselitismo, afán de

20 Seguimos en este paso a S. CASTRO, Ser cristiano según santa Teresa,EDE, Madrid 19852, 128ss.

21 Cf. Ib. 129. «Mas parece que siempre se anda esta visión intelectual deestas tres Personas y de la Humanidad» (CC 66, 3. Citamos por la edición deEditorial de Espiritualidad, Madrid 19944).

22 Cf. K. RAHNER, Escritos de Teología III. Vida espiritual-Sacramentos,Taurus, Madrid 1961, 56ss.

23 Ib., 56.

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conquista o pasión desmedida por el hacer, sino manifestación ycomunicación del amor de Dios a todos, camino de descentramientoy abandono de las propias seguridades24. Vivir la misión como tareaeclesial según Cristo, es revisar nuestras motivaciones para que ellasse orienten a las de Cristo, sin pretender transmitir una seguridaddoctrinal o cambiar las estructuras injustas con un proyecto revolu-cionario, sino comunicar la esperanza que hay en nosotros, nacidade la experiencia de Cristo hombre, en la que ahora nos vamos adetener.

1.3. Jesús: actitudes, gestos y palabras para la misión25

La exégesis y la teología se detienen con frecuencia en la con-templación y análisis de las palabras y gestos de Jesús. Sin dejarestos, nos gustaría también analizar, como fuentes para la praxismisionera de la Iglesia, sus actitudes, sus opciones fundamentales26.El contenido de su discurso programático, expresado en la sinagogade Nazaret (cf. Lc 4, 18-21), es desarrollado en su vida a través deabundantes acciones simbólicas. No es, quizá, práctico ni posible,enumerarlas todas, pero sí podemos consignar algunas para ilustrarlo que venimos diciendo:

En Mc 1,40-45 se nos narra la curación de un leproso. Llama laatención el mismo hecho del acercamiento del leproso a Jesús; con-minado por la ley levítica a apartarse de los caminos transitados porlos paseantes sanos, al leproso se le exigía además alejarse de estosavisándoles del peligro de contagio e impureza de modo evidente(Lv 13,45-46). Sin dejar de considerar las intenciones teológicas delrelato, éste parece presentar una actitud de Jesús que sugiere al lepro-

24 Cf. J. A. PAGOLA, «Hacia unas claves de espiritualidad misional» enMonte Carmelo 110 (2002) 506ss.

25 Estos gestos y actitudes nacen en Jesús, como es evidente, de su condi-ción de Hijo, como creemos haber mostrado más arriba y veremos con mayordetenimiento más adelante. En el artículo de S. CASTRO sobre la misión enMarcos encontrará el lector una reflexión más profunda desde esta perspectiva.

26 «Jesús en persona es la «buena nueva» [...]. Al ser él la «buena nueva»,existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, elactuar y el ser [...]; proclama la «buena nueva» no sólo con lo que dice o hace,sino también con lo que es» (RM 13).

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so la posibilidad de ser curado, la no necesidad de seguir los precep-tos escritos y acercarse a Él para ser sanado. Jesús acoge al enfermocon compasión27, redimiéndole tanto de su enfermedad física comode su exclusión social. Hay en Jesús una rebeldía frente a dicha ex-clusión28, ello queda claro en la invitación al leproso ya curado paraque se presente a los sacerdotes para reivindicar su normalidad (v.44). Este texto resulta de enorme interés para la comprensión deltérmino compasión cuando lo aplicamos a la persona de Jesús. En-viado por el Padre para la predicación de la Buena Noticia del Reino(cf. Mc, 1,1), Jesús inicia un proceso transformador de la realidadque pasa, en primer lugar, por derribar las normas que —en nombrede Dios— apartan en la sociedad israelita a los más indefensos. Laentrega fundamental de Jesús es a los pobres y a los enfermos, conlos que llega a empatizar hasta el punto de identificarse con ellosfísicamente, recorriendo sus caminos, mezclándose con ellos. Sucompasión no es una virtud meramente beneficiente, sino muy acti-va, transformadora. Le lleva, dentro de la tradición profética, a arran-car y plantar (cf. Jer 1,10). Tocados por la mano sanadora de Jesús,los pobres se incorporan a la construcción del Reino como protago-nistas activos29. Y Jesús exige a quienes quieren ser sanados, abando-nar la seguridad de la ciudad, símbolo del orden establecido, parabuscarle en los descampados, las afueras, los lugares solitarios, latierra de los pobres (v.45). No es extraño que los sacerdotes le con-sideraran «poseído por Belcebú» (Mc 3,22).

27 «Hay que notar que el verbo conmoverse [Splagkniszomai], aplicado enel NT sólo a Dios y Jesús, se utilizaba en la literatura de la época para signi-ficar la ternura del amor de Dios por los hombres (nota fil.). Mc atribuye asía Jesús una cualidad propiamente divina: el Hijo de Dios (1, 10) se comportacomo Dios mismo» (J. MATEOS-F. CAMACHO, El Evangelio de Marcos I, ElAlmendro, Córdoba 1993, 184).

28 El texto de la Biblia de Jerusalén (Cód. Occidental) nos dice que Jesúscura al leproso «encolerizado» (v.41) —encontraremos normalmente «compa-decido»—. La explicación de su cólera no puede ser otra que la situación depostración del enfermo: tanto o más social que física. El leproso es un excluidoy es ésta exclusión la que provoca la cólera en Jesús. Mateos y Camacho optanen su análisis por la lectura «compadecido». Sin embargo, por ser la variantemás problemática, nos parece adecuado considerar «encolerizado» (para unanálisis más completo: cf. Ib., 176ss).

29 El leproso es el primer evangelizador para Marcos (cf. v.45), como luegolo será el endemoniado geraseno (Mc 5,19-20).

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La misma nota de compasión —solicitada esta vez por el enfer-mo—, encontramos en la curación del ciego de Jericó (Mc 10,46-52). Aquí la disponibilidad de Jesús ante la súplica de compasión(v.48) es absoluta: «¿Qué quieres que te haga?» (v.51).

Compasión30 que Jesús manifiesta otra vez explícitamente en elrelato de la multiplicación de los panes que encontramos en Mc 8,1-10: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días quepermanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido enayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de elloshan venido de lejos» (v.3). De nuevo, la compasión jesuana no selimita a la contemplación entristecida del desvalimiento de la mul-titud. Hay un análisis realista que le impele a actuar. Y a exigir a lossuyos que actúen: los discípulos se sienten aludidos por la queja deJesús, llamados a socorrer la necesidad de la multitud, aliviando sudesvalimiento (vv.4-8)31.

Del mismo modo, la solicitud al Padre de enviados (Mt 9,37-38),nace de la compasión. El texto nos parece de especial importancia,pues nos pone en relación directa con el tema que venimos tratando:la misión es fruto directo de la compasión divina, está motivada eíntimamente relacionada con ella. La indefensión y desamparo de lamultitud despiertan compasión y ella incluye la necesidad de unarespuesta: «Y al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella,porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pas-tor» (v.36).

Estos y otros muchos textos, nos permiten obtener algunas con-clusiones acerca de la actitud u opción fundamental del Jesús misio-nero: enviado por el Padre viene al mundo para curar y perdonar.Anuncia y comienza para los pobres, para los excluidos material yespiritualmente, el Reino de Dios. Su objetivo no es primordialmen-te, hacer nada, sino restituir la condición humana a aquellos a quie-nes les ha sido arrebatada, a fin de introducirnos a todos en la vidadivina.

Jesús actúa movido por la compasión, que no es, lo venimosmostrando, conmiseración sentimental ni actitud paternalista, sino

30 Splagkniszomai, como en el caso anterior (Cf. J. MATEOS-F. CAMACHO, ElEvangelio de Marcos II, El Almendro, Córdoba 1993, 194).

31 La misma idea la expresan claramente los paralelos, como una constantedel relato.

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capacidad de descubrir, de ver para solidarizarse. No hay resigna-ción ni caridad benéfica en Jesús, sino voluntad de cambiar lasestructuras de injusticia e insolidaridad. Pero, además, Jesús mismono es el centro de su acción: precisamente porque es compasivo, escapaz de trasladar ese centro a la persona necesitada. Así, en Jesús,la misión no es una obligación moral, sino la extensión de unaexperiencia de gracia. Su capacidad renovadora está exenta de bús-quedas de venganza y posee la sabiduría del sembrador, su pacienciay perseverancia. Profundicemos un poco más en estas ideas.

1.4. La misión de Jesús para la construcción del Reino

«La misericordia de Jesús se alimenta de la misericordia de Dios,de su amor a los pobres; y Jesús establece la misericordia como elprimer deber de sus discípulos (Lc 6,36; 10,36-37), como lo que lesidentifica con el mismo Dios»32. Jesús es el Enviado por antonoma-sia. Enviado por el Padre para proclamar e instaurar el Reino deDios. Él mismo —sus actitudes, gestos y palabras— constituye laBuena Noticia33. La pasión jesuana por la llegada del Reino pareceser una de sus notas más propias34. «El Reino que inaugura Jesús esel Reino de Dios; él mismo nos revela quién es este Dios al quellama con el término familiar Abbá, Padre (Mc 14,36)»35.

Aun cuando el término estaba presente en la teología judía, Je-sús le da un contenido nuevo, enriquecedor y liberador36. Abbá esun término nacido en el lenguaje de los niños que nos dice clara-mente cuál es la esencia de la relación entre el Padre y su Enviado:amor filial y entrega obediente. Un sentimiento de ese género sólopuede ser aceptado y entendido por los humildes y los pequeños(cf. Mt 11,25-27). Por eso, a ellos les dirige Jesús en primer lugar

32 R. AGUIRRE-F. J. VITORIA, «Justicia» en I. ELLACURÍA-J. SOBRINO, Myste-rium Liberationis II, Trotta-UCA, Madrid 1990, 557.

33 Cf. RM 13.34 Cf. J. ESPEJA, Hemos visto su gloria. Introducción a la Cristología, San

Esteban, Salamanca 1994, 86ss.35 RM 13.36 Para lo que sigue, cf. E. MARTÍNEZ, Gandhi: experiencia de Dios y exi-

gencia ética, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999, 181ss.

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la Buena Noticia y ellos son los primeros —casi diríamos losúnicos— en comprenderla. De entre los humildes surgen los dis-cípulos, a los que Jesús transmite el derecho de dirigirse a Dioscomo Abbá (cf. Lc 11,2), invitándoles con ello a asumir una nuevarelación con la divinidad, presidida por el amor que aleja todo temor(cf. I Jn 4,18).

La misión de Jesús está configurada por esta comprensiónde Dios, como no podía ser de otra manera. Si Él es Abbá, nohará distinciones entre sus hijos, no provocará o inducirá a laexclusión. El Enviado se convierte en portavoz y presencia viva deesa Pasión divina, pasión integradora. Y exige a los que se agru-pan alrededor suyo a vivir y proclamar en la misión esa mismapasión misericordiosa. El amor que constituye el Reino no puedeser banalidad y sentimentalismo, sino realizarse en un proyecto desalvación que alcance a todos los hombres, de todo el hombre; unproyecto que elimina el anti-reino, entendido como formal contra-dicción de los bienes del Reino liberador; un proyecto que esanulación de las esclavitudes, sin excluir la necesaria conversión delos esclavizadores: por eso Jesús, aun cuando dirige la acción delReino primordialmente a los pobres, no deja de proclamarlo a losfariseos, a los sacerdotes, a los detentadores del poder político yreligioso.

La misión de Jesús aparece entonces centrada en el hombre. Él,enviado por el Padre a proclamar el Reino, encarnación del mismo,afronta un auténtico vaciamiento de sí para llevar la Buena Noticiaa la humanidad. La promoción del hombre que trae consigo el Reinola realiza Jesús en dos niveles, que se hacen extensivos a la misiónde la Iglesia: de una parte la atención al pobre y desvalido; de otra,la oferta de salvación —también— para el duro de corazón, para elhombre injusto. Jesús, que combate el pecado en beneficio del hom-bre, no puede combatir al que lo genera, también hombre. Encara elmal con la misma decisión con la que oferta el Reino al que loprovoca, imitando con ello al Padre del cielo que hace salir el cielosobre todos (cf. Mt 5,43ss).

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1.5. Los inconvenientes de la misión

Los contenidos de la misión que venimos desarrollando, ponende manifiesto bien a las claras que ésta ha de tener una dimensiónsocial, transformadora de la realidad. Es más, aun cuando la afirma-ción es polémica y tendría que ser extensamente explicada, la mi-sión es sobre todo social. Digamos tan sólo que entendemos el tér-mino social en su máxima extensión: lo social aquí expresa elconjunto de relaciones de todo género entre los hombres; lo humanoentendido como vínculo de interdependencia y diálogo entre cadahombre y cada colectividad.

Si Jesús sitúa en el centro de su misión al hombre y su conver-sión y promoción, para incorporarle en la corriente de la Vida tri-nitaria, es evidente que la misión no puede dejar de ser, sobre todo,social. Tiene que introducirse en los mecanismos que regulan lasrelaciones entre las personas y las naciones como un circuito re-frigerador que, al tiempo que refresca, purifica de la contaminaciónimpuesta por el pecado. Y la mayor contaminación es la que procedede la exclusión.

José María Castillo37, afirma acertadamente que la dimensiónsocial de la misión en Jesús está caracterizada por la lucha contra elpoder. Jesús no se solidariza o enfrenta en el Evangelio por motivoseconómicos; «con quien se enfrentó Jesús fue con todos los que sesituaron o pretendieron situarse por encima de los demás»38. Y elloen cualquier dimensión: económica, sagrada, política, doctrinal onormativa.

Frente a esta manera de hacer las cosas, tan instaurada en nues-tras relaciones, que pretende imponer al otro la propia voluntad, elpropio proyecto, Jesús desarrolla una actividad misionera fuerte-mente profética, es decir, capaz de desmantelar lo que Walter Brue-ggemann llama cultura dominante39, mediante las actitudes, palabrasy gestos a las que nos referíamos más arriba.

37 J. M. CASTILLO, «La dimensión social de nuestra misión ¿Cómo respon-der?» en Selecciones de Teología 161 (2002) 30-38.

38 Ib. 31.39 Cf. W. BRUEGGEMANN, La imaginación profética, Sal Terrae, Santander

1986.

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Esta tensión social, sin embargo, tiene algunos inconvenientesque pone de manifiesto José María Castillo40, que dependen de laposición en la que se sitúa la actividad misionera de la Iglesia.

De una parte, tradicionalmente, la misión ha sido afrontada enperspectivas de superioridad. Se reservaba a una parte de la Iglesia—concebida como avanzadilla— la predicación de la Buena Noti-cia, entendida muchas veces como patrimonio que nos hacía mejo-res que aquellos que recibían el Evangelio. Se trataba muchas vecesde un hacer que suponía incorporar a una corriente salvífica que,por otra parte, tenía poca incidencia en lo social, no acarreaba cam-bios profundos, superación de las injusticias. Ya hemos hecho refe-rencia a la revisión de este modo de misión que supone la teologíadel Concilio Vaticano II, que provoca una extensión del concepto demisión —incorporando en él a las misiones— y una profundizaciónen el poder transformador del hombre y la sociedad insertos en elmismo41.

De otro lado, teologías misioneras modernas —más sociales—,han terminado en algunos casos por adoptar también posturas desuperioridad42, pues han transformado la misión en un movimientode ayuda, que trata de introducir modos de vida occidentales en lascomunidades misioneras, como si ellos representaran lo que de he-cho el hombre y las sociedades deben ser.

Ambas son respuestas desde arriba, que no incorporan la renun-cia a los frutos de la acción tan característica de la misión de Jesús.El término, tomado de la Bhagavad Gita, es profusamente desarro-llado por Gandhi. Desde la tradición hinduista, ilumina la praxismisionera cristiana invitándonos a entrar en el combate de la trans-formación social sin pretender imponer nuestro propios modelos,evaluando su inserción en las sociedades como en un continuo ba-lance empresarial de resultados. La obsesión por el hacer terminapor contaminar la misión, convirtiéndola más en un proyecto in-trahistórico que en la comunicación de la Vida divina.

40 J. M. CASTILLO, loc. cit., 35ss.41 Esta necesaria extensión es más apreciable en Gaudium et Spes que en los

documentos propiamente dedicados a la misión.42 Del mismo modo que han obviado elementos imprescindibles de la mi-

sión, muy presentes en Jesús, por parecerles menos sociales.

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Estas afirmaciones no pretenden espiritualizar la misión, en elsentido más peyorativo del término. Sí bañarla en espiritualidad, esdecir, contagiarla del espíritu misionero de Jesús que se caracteri-za, sobre todo, por una actuación, desde abajo, desde el corazón delos hombres y situaciones a los que se dirige43: «Jesús de Nazaretrepresentó la crítica definitiva de la conciencia monárquica. Dehecho fue él quien desmanteló la cultura dominante e invalidó suspretensiones. La forma que adopta su crítica definitiva consiste ensu inequívoca solidaridad con los marginados, con la consiguientevulnerabilidad que acompaña necesariamente a dicha solidaridad.La única solidaridad digna de tal nombre es la que se caracterizapor el mismo desamparo y desesperación que conocen y experi-mentan los marginados»44. Solidaridad que alcanza su punto culmi-nante en la cruz y es legitimada definitivamente por el Padre en laresurrección.

No siempre ha estado nítidamente presente esta tensión de soli-daridad en la misión eclesial. La comunicación de la experiencia dela Vida divina que es fundamental a la misión parte de esta expe-riencia de identificación con aquellos a quienes se predica la BuenaNoticia. Es más, dicha predicación sólo es posible de modo autén-tico si se asume desde dentro la causa de los desheredados. El fra-caso de muchos paraísos intrahistóricos viene motivado precisa-mente por esa ausencia de solidaridad, que les ha robado lacapacidad de invertir correctamente las situaciones. Y el rechazo dela misión en la Iglesia ha tenido como fuente en ocasiones la ausen-cia de alguno de los dos miembros inseparables de la actividadmisionera: compasión y rebeldía.

La cuestión social —la misión entera—, es, pues, una cuestiónde espiritualidad. «Sin una profunda espiritualidad, los «hombres deIglesia» no van a ser fieles al proyecto de Jesús precisamente en loconcerniente a la «dimensión social» de nuestra misión»45.

43 Cf. J. M. CASTILLO, loc. cit., 34ss.44 W. BRUEGGEMANN, loc. cit., 96.45 J. M. CASTILLO, loc. cit., 35.

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2. LA MISIÓN: PERSPECTIVAS MÍSTICAS

No parece muy apropiado casar mística y misión. La espiritua-lidad, y aún más la mística, sigue siendo considerada por muchoscomo una actividad sentimental o sensible en exceso, minoritaria enla vida de la Iglesia, alejada de la praxis evangélica, etc.46 El espi-ritual tradicional es un cristiano no conflictivo, nada apocalíptico ysí muy integrado, sereno, y preocupado tan sólo de elevarse a extra-ñas cimas de las que no está dispuesto, ni a bajar, ni a mostrar demanera mínimamente comprensible el camino47. Teresa de Lisieuxexpresó el deseo de ser el amor en el corazón de la Iglesia48. Esposible que su afirmación sea aceptada por muchos teólogos demodo meramente testimonial; pero es indudable que, como por otraparte les sucede a todos los místicos, el contenido de su propuestano ha sido asimilado ni suficientemente comprendido por la teolo-gía. Suenan bien, sí, las propuestas de los místicos a la hora detrufar el discurso teológico o ponerle una guinda; pero no han sidoasumidas por la teología ni la fundamentan en modo alguno49.

La crítica —o al menos la no asunción— del discurso místico sehace más intensa cuando se habla de la misión. Porque a nadie se leocurre pensar que un místico pueda aportar nada a la praxis misio-

46 Esta visión correspondería más bien a espiritualidades heterodoxas dentrodel cristianismo, en especial a aquellas que niegan la encarnación del Verbo:«Notad cómo todas esas heterodoxias relativas a la venida de la gracia deJesucristo hasta nosotros, son contrarias al sentir del mismo Dios: no se pre-ocupan de la caridad, ni de la viuda ni del huérfano, ni del atribulado, ni de siuno está encadenado o libre, hambriento o sediento» (Ignacio de Antioquia,citado en J. I. GONZÁLEZ FAUS, Vicarios de Cristo, Trotta, Madrid 1991, 13). Esprecisamente la pasión por la Humanidad de Cristo la que introduce al místicoen general —y a los místicos carmelitas sobre todo y en particular— en latensión de la caridad.

47 P. Casaldáliga y J. M. Vigil emprenden una acerada crítica contra un sanJuan de la Cruz queriendo mostrar el sinsentido de su subir (Espiritualidad dela Liberación, MCS, Santo Domingo 1993, 165-181). Algunos autores carme-litas han mostrado la falsedad de esta visión de los espirituales, por desgraciatan extendida en la teología. Cf. la revista Espíritu y Vida 10 (1997).

48 Cf. Ms B 2v49 Nos permitimos citar nuestro breve estudio del tema: E. MARTÍNEZ, La

mística en el panorama de la teología actual: paraíso perdido o tierra depromisión, en M. RUBIO (dir.): Cristianismo español posconciliar. Perfiles ytareas, PS, Madrid 1998, 183-202.

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nera eclesial. De nuevo las citas superficiales, para adornar el dis-curso con un poco de poesía apasionada, pero nada más. Sin embar-go, los místicos, como practicantes del camino que lleva al corazónde la Vida divina, son profundos conocedores del Dios que deseacompartirla con los hombres, con cada hombre. Y se han convertidoen portavoces de ese Dios, enviados a llevar la Buena Noticia ycolaboradores en cuerpo y alma de la misión de Jesús.

2.1. Teresa de Jesús y «Las Moradas»

Nos acercaremos en primer lugar a Teresa de Jesús. El tópicopuede entender sus «Moradas» como un valioso tratado de vidamística, un mapa de la interioridad que nadie utilizaría para iluminarlos intrincados caminos de la misión; sin embargo, una lectura aten-ta de los capítulos 3 y 4 de las Séptimas Moradas bastaría parailustrar muchos conceptos erróneos acerca de la inutilidad prácticade la mística.

«Santa Teresa de Jesús asigna una doble finalidad a la unióntransformante del matrimonio espiritual. La primera es una mayorconformidad con Cristo crucificado [...]. La segunda es «que nazcansiempre obras, obras» (7M 4,4)»50. Es el mismo movimiento que sepropone en la actual teología de la misión, tal como la hemos ex-puesto51; un proyecto de espiritualidad de la misión: quien buscacompartir con los otros la experiencia de la Vida divina, introducir-los en la corriente del Amor trinitario, sólo puede hacerlo si previa-mente ha accedido a dicha experiencia; y el único acceso posible serealiza a través de Cristo y de su Humanidad, como ya dijimos másarriba52.

50 C. GARCÍA, «Mística y misión. Espiritualidad carmelita y teología de lamisión», en Monte Carmelo 110 (2002) 777 (adaptamos las siglas a la ediciónde Obras Completas de EDE consignada más arriba).

51 «En la formulación de esta finalidad de la unión transformante, se hallaimplícitamente presente una de las tesis centrales de la teología actual de lamisión y de la actividad apostólica: «Creí y por eso hablé» (2 Cor 4,13) (Ib.,778).

52 «Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerlesiempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer [...]. Su

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Y no es lícito establecer una división artificial entre la vidainterior del místico y su propuesta para la misión como si ésta fuerauna consecuencia de aquella. La experiencia mística supone unaidentificación con Cristo y, por lo tanto, la tensión al envío y sucualificación son intrínsecas a dicha experiencia. Vida interior yenvío forman un todo inseparable, y no podemos pensar que lo máspropio del místico es sólo la primera parte.

El que se ha asomado al corazón de Dios, se siente vivamenteempujado por Él a la misión, no como empresa, sino como capaci-dad de compartir la vida. Los auténticos espirituales no eluden, sinoque buscan con apremio las afueras de la ciudad, el lugar dondeencontrar a los leprosos, es decir, a Cristo (cf. Mc 1,45).

Ilustremos estas ideas acercándonos más extensamente a otrafigura mística carmelitana, santa Teresa del Niño Jesús.

2.2. La palabra de Teresa de Lisieux53

El 14 de diciembre de 1927 Pío XI proclamó a Teresa de Lisieuxpatrona principal de todos los misioneros, hombres y mujeres, y delas misiones en todo el mundo, en paridad con el apóstol por exce-lencia: San Francisco Javier. Si queremos reconocer en este gestoalgo más que un mero título honorífico, hemos de reconocer que, enTeresa los místicos han recibido una hermosa confirmación de sucapacidad para la misión. La pasión misionera de Teresa de Lisieux

manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para quese salven y siempre le alaben» (7M 4,12)

53 Para las citas y siglas de Teresa, hemos manejado las siguientes edicio-nes: OEuvres complètes, Lisieux, Cerf-DDB, 199619. Las citas de las «Recrea-ciones piadosas» son de esta edición: RP seguido del folio, vuelto o recto; paralas de las últimas conversaciones: CJ seguido del día y número; y para laspoesías, P seguido del número correspondiente y estrofas. Correspondancegénérale, I-II», Lisieux, Cerf-DDB, 21992 (CG). Usamos las siglas internas deesta edición: LT seguido del número para las cartas de Teresa, LC para cartasa Teresa y LD para cartas sobre Teresa. El signo + seguido de una letra minús-cula indica una nota. Prières, Lisieux, Cerf-DDB, 1988 (Pr). Derniers entre-tiens, I-II», Lisieux, Cerf-DDB, 1971 (DE). Obras completas (escritos y últi-mas conversaciones), Burgos, Editorial Monte Carmelo, 1996. Las citas de losmanuscritos (Ms) las tomamos de esta edición A, B o C seguido del folio, rectoo vuelto. También nos hemos ayudado de ella para la traducción de las cartas.

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nace —lo veremos— de su amor por Jesús y su deseo de identifi-carse con él54. Es la pasión del que ha descubierto un tesoro escon-dido y quiere compartirlo: «Madre querida, ésa es mi oración. Yopido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una taníntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí. Sientoque cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayorfuerza diré atráeme; y que cuanto más se acerquen las almas a mí(pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), másligeras correrán tras los perfumes de su Amado» (Ms C, 36r. Puedeverse también P 23,4-5) 55.

La toma de conciencia intensa en Teresa sobre su filiación divi-na, con toda la carga de distinción amorosa que ello conlleva, la hallevado a entregarse a la caridad con los cercanos, pero también aintegrar en su vida un proyecto de solidaridad y compasión con loslejanos, física y moralmente56, que nosotros vamos a intentar enun-ciar ahora.

2.2.1. La expansión del amor

Desde el corazón de su experiencia mística, Teresa de Lisieuxvivirá intensamente el envío que a todo creyente impone la par-ticipación en el misterio de Vida de la Trinidad. Aclaremos que,esta tensión se inserta lógicamente en las estructuras sociológi-cas, teológicas y eclesiológicas del tiempo en el que vive. Porello Teresa se referirá, al hablar de la misión, sobre todo, a lasmisiones. Pero veremos que esta circunstancia no resta validez a sudoctrina.

El fin del siglo XIX contempla un esplendor misionero hastaentonces desconocido, tanto por los efectivos empleados en la difu-

54 Cf. Carta Circular de los Superiores Generales O. Carm. y O.C.D. enocasión del Centenario de la muerte de Santa Teresa de Lisieux, Volver alEvangelio. El mensaje de Teresa de Lisieux, 49ss.

55 El alma del Ms B es la necesidad de publicar ese amor. Todos estostextos evocan 1 Jn 1,1-4.

56 Cf. Carta Circular de los Superiores Generales, loc. cit., 50ss. La vida yexperiencia de Teresa de Lisieux sustentan claramente que «la evangelizaciónno es simple información» (ib., 50).

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sión del Evangelio como por las sociedades y medios económicospuestos al servicio de los misioneros. Este auge era consecuencia dedos tipos de factores, unos internos a la propia Iglesia y otros, ex-ternos a la misma. La Francia conservadora vivía la empresa de lamisión católica en un ambiente apasionado: era un empeño eclesialtanto como nacional; Teresa, creció en este ambiente católico ynacionalista en extremo y no pudo por menos que empaparse de élhasta la médula57.

Al tiempo de su maduración interior, al enriquecerse su expe-riencia, Teresa irá, comprendiendo que la misión no es un procesode información por el que se aportan, a quien vive una situación deminusvalía espiritual, los elementos que le llevarán a la salvación,sino un movimiento de expansión por el que se comparte la expe-riencia del Dios que nos ha amado primero y quiere regalarnos suvida. A raíz de la que ella llama su gracia de Navidad58, Teresapercibe con seguridad que ha llegado el tiempo de olvidarse defini-tivamente de sí misma para pensar únicamente en los otros: «Másmisericordioso todavía conmigo que con sus discípulos, Jesús mis-mo cogió la red, la echó, y la sacó llena de peces... Hizo de mí unpescador de almas. Sentí un gran deseo de trabajar por la conversiónde los pecadores, deseo que nunca hasta entonces había sentido tanvivamente... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón lacaridad, la necesidad de olvidarme de mí misma por complacer a losdemás. ¡Desde entonces fui dichosa!»59.

Estas intuiciones juveniles madurarán con su experiencia en elCarmelo. Con el tiempo, Teresa podrá expresarlas a través de sucorrespondencia con dos misioneros. Al primero de ellos, MauricioBarthélemy-Bellière, dedica una oración en la que encontramos afir-

57 La familia de Teresa, de una religiosidad pietista extrema, acogía demodo excelente las inquietudes de la Iglesia en su tiempo: «Lo que el señorMartín prefería en la Hora Santa era la acción de gracias, en la que saciaba sused de alabar a Dios. En todas partes veía el dedo de su Providencia. Ante lasmaravillas del Creador su alma cantaba, admirábase, caía en éxtasis. Queríahacer a toda la tierra voz de su cántico. Por esta razón deseó tanto tener un hijomisionero. De este deseo frustrado se consolaba, ofreciendo todos los años unabuena limosna para la Propagación de la Fe» (E. PIAT, Historia de una familia,Monte Carmelo, Burgos 1950, 192).

58 Cf. Ms A 44.59 Ib. 45 v.

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maciones de gran interés60. En un borrador, Teresa había comen-zado su oración con la exclamación ¡Oh mi Dios!, sin embargo, enla redacción definitiva preferirá encabezarla con un ¡Oh Jesús mío!,para ella mucho más íntimo, personal. Los tres primeros párrafosse extienden en la acción de gracias por el sueño alcanzado —tenerun hermano misionero— y el ofrecimiento absoluto de su vida enfavor del alma que le ha sido encomendada: «Te ofrezco por ella,gozosa, todas las oraciones y los sacrificios de que puedo disponer.Te pido, ¡Oh Dios mío!, que no mires lo que soy, sino lo quedebería y querría ser, es decir, una religiosa toda abrasada en tuamor».

Esta última frase nos anticipa una de las claves de comprensiónde la espiritualidad de la misión en Teresa: somos el fruto de unamor primero que es Dios, que nos ha creado y nos sostiene, que sepreocupa de nosotros con amor maternal61; este amor es sanaciónpara la vida personal —acuciada por soledad, dolor, muerte...— ypara la vida del mundo, y genera el deseo de expandirlo, darlo aconocer, compartirlo como se comparte un tesoro escondido, entre-gárselo a los pobres y necesitados, hacerse apóstol. Éste era el deseoreprimido en ella que ahora se hace realidad tangible a través deBellière: «Lo sabes, Señor: mi única ambición es la de hacerte co-nocer y amar62; ahora mi deseo se realizará. No puedo más que orary sufrir, pero el alma a la que te dignas unirme con los lazos de lacaridad irá a combatir en la llanura para ganarte corazones, y yo, enla montaña del Carmelo, te suplicaré que le concedas la victoria».

En el Ms B, Teresa gritará su deseo, su necesidad de profundizarsu vocación de carmelita, de hacerla tangible (cf. Ms B, 2vss). AJesús, su único amor quiere recordarle la necesidad de hacer por éllas más heroicas hazañas; entusiasmo, pasión desbordada, amor quese despliega y no puede quedar encerrado en sí mismo, sino entre-garse a los otros63: «Lo sé, Jesús, el amor sólo con amor se paga (...).

60 Esta oración fue compuesta por Teresa entre el 17 y el 21 de octubre de1895 (Pr, 43-44).

61 Cf. Ms A, 2v-3r.62 Pensamiento muchas veces repetido en la obra de Teresa (p. ej.: LT 226,

RP 6, 10r). Hacer conocer y amar a Jesús constituye la esencia de la misión.63 «Una carmelita que no fuese apóstol se apartaría de la meta de su voca-

ción» (LT 198).

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Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otraforma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, nodejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, niuna sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas yhaciéndolas por amor»64.

Hacer conocer y amar a Jesús sólo es posible situándose al mis-mo nivel de los otros, especialmente de los que sufren y los pobres,que son los destinatarios privilegiados de la Buena Noticia. Por eso,cuando Bellière le hace saber que se encuentra pasando pruebas, si-tuaciones difíciles, Teresa que, sumergida ya en la noche, ha sufridosu primera hemoptisis seis meses antes, y penetra el sentido del amora Dios y a los hombres a través de esa noche, le hace ver que la si-tuación por la que pasa no es fruto de un castigo, ni de una prueba dela debilidad o infidelidad de Bellière65. Los sufrimientos por los queha pasado le capacitan aún mejor para cumplir con su misión apos-tólica: «En efecto, cuando Dios llama a un alma a dirigir y a salvara multitud de otras almas, es muy necesario que le haga experimentarlas tentaciones y las pruebas de la vida». Sólo el que ha pasado porel crisol de la prueba y ha aceptado su pequeñez, su humildad, puedeabrasarse en el amor a Dios... y a las almas66.

El 28 de noviembre de 1896, Bellière responde a la anterior (LC172) comunicándole a Teresa que ve cercano cumplirse su sueño: hasido asimilado al Seminario de las Misiones africanas —el novicia-do de los Padres Blancos—; teme, sin embargo, no ser fiel a su com-promiso, teme no saber liberarse de afectos y comodidades y, así, elgozo se transforma en ruda prueba enviada por el Maestro. Teresano puede contestar hasta el diciembre por tener prohibido hacerlodurante el Adviento, pero ha leído la carta anterior y le ha encomen-dado en sus oraciones. Ahora, al afrontarlo directamente con él, pro-cura humanizar el problema, haciéndole sentir que la suya es una

64 Ms B, 4r-v.65 En LT 198.66 Teresa expresa magistralmente esta idea, aplicada a ella misma, en el Ms

B: «Yo soy la más pequeña de las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad(...). No son riquezas ni gloria (ni siquiera la gloria del cielo) lo que pide elcorazón del niñito... El entiende muy bien que la gloria pertenece a sus herma-nos, los ángeles y los santos (...). Lo que él pide es el amor... No sabe más queuna cosa: amarte, Jesús» (Ms B, 4r).

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situación normal en un momento de llamada y decisión muy impor-tante. Es algo tan humano que el mismo Jesús pasó por ello: «Escierto que a veces nuestro divino Salvador nos hace sentir toda laamargura del cáliz que presenta a nuestro espíritu. Y cuando pide elsacrificio de todo lo que nos es más querido en este mundo, es impo-sible, a no ser por una gracia especialísima, no exclamar como él enel huerto de la agonía: Padre, aparta de mí este cáliz... Pero que nose haga mi voluntad, sino la tuya. Es muy consolador pensar queJesús, el Dios fuerte, conoció nuestras debilidades y tembló a la vistadel cáliz amargo, ese cáliz que poco antes había deseado tan ardien-temente beber. Señor abate, verdaderamente es hermoso el lote quele ha tocado, pues Nuestro Señor lo escogió para sí y fue el primeroen mojar sus labios en la copa que a usted le ofrece» 67.

Teresa invierte magistralmente la situación, situando a Jesús enel papel de Bellière. Intenta hacer comprender al joven abate quenuestras debilidades, lejos de apartarnos de Dios, nos hacen máscercano al que, por amor, se ha abajado y ha tendido la mano a lospecadores desde la infinita solidaridad que supone la asunción denuestras situaciones de pobreza. Bellière no es un pecador débil, esun privilegiado que aprende del mismo Jesús lo esencial del apos-tolado: el martirio del corazón, la constatación de la propia pobreza,imprescindible para el que desea consolar la pobreza de otros, lo quesólo es posible desde el corazón de la vida de esos otros.

Por ello se sentirá especialmente emocionada al saber que A.Roulland —el otro misionero con el que se escribe—, ha adaptadosu traje religioso y su aspecto exterior al de los chinos a los queevangeliza: «Nuestro único deseo es el de asemejarnos a nuestroadorable Maestro a quien el mundo no quiso conocer porque seanonadó a sí mismo tomando la forma y la condición de esclavo.Hermano querido, ¡feliz usted que sigue tan de cerca el ejemplo deJesús...! Al saber que ha adoptado la forma de vestir de los chinos,pienso espontáneamente en nuestro Salvador que se revistió de nues-tra pobre humanidad y que se hizo semejante a uno de nosotros a finde rescatar nuestras almas para la eternidad»68.

67 LT 213.68 LT 201.

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El 25 de abril de 1897, Teresa, a la que Bellière ha elogiadovivamente69, escribe de nuevo al misionero70 comunicándole el gozoque le hace saberse hermana de uno de los apóstoles de Jesús, perorechaza sus elogios: «Dios no le ha dado por hermana a un almagrande sino a una muy pequeñita e imperfecta. No crea que seahumildad lo que me impide reconocer los dones de Dios; yo sé queél ha hecho en mí grandes cosas, y así lo canto, feliz, todos los días.Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonadodebe amar más71; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor,y no me preocupo en absoluto por ser un alma pequeña, al contrario,me alegro de serlo. Y ese es el motivo por el que me atrevo aesperar que «mi destierro será breve». Pero no porque esté prepara-da, creo que nunca lo estaré si el Señor no se digna, él mismo,transformarme. El puede hacerlo en un instante, y después de todaslas gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su mise-ricordia infinita».

Teresa no está interesada en comunicar a Bellière, exclusiva-mente, su pequeñez y humildad. En este largo texto la mueve sobretodo el principio de la solidaridad. No quiere que el abate la sitúeen un lugar superior, de preponderancia, desde el que ella no podríahablar. Desea estar en paridad, de igual a igual con las debilidadesy pobrezas del abate, para que éste no se quede mirando a Teresa,sino al lugar al que ella señala: el corazón de Dios. Y es que esnecesario centrar la mirada; no mirarse a sí o a los otros, sino sóloa Dios: «Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mítambién comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso queél ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltasme humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza,que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me hablade misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con unaconfianza enteramente filial, en la hoguera devoradora del Amor,¿cómo no van a ser consumidas para siempre? (...). Espero quealgún día Jesús lo hará caminar por el mismo camino que a mí»72.

69 LC 177.70 LT 22471 Cf. LT 130; Ms A, 38v.72 LT 234.

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Teresa piensa que no se ha expresado claramente, espera la re-acción de Bellière temiendo no haber sido comprendida. Sin embar-go, la contestación del abate73 no deja lugar a dudas sobre el enormealivio que las palabras de Teresa han generado en su alma: «En suúltima carta, especialmente, encuentro una serie de reflexiones sobrela misericordia de Jesús, sobre la familiaridad a que él nos invita,sobre la sencillez en las relaciones del alma con nuestro gran Dios,que hasta el presente no me habían conmovido mayormente, sinduda porque nadie me las había presentado con esa sencillez y esaunción que su vocación prodiga. Y pienso como usted (...). No,querida hermanita, no se ha explicado mal, tiene toda la razón. Hecomprendido bien sus ideas».

La sabiduría mística de Teresa le hace comprender la esenciade la misión, compasión solidaria que nos lleva a compartir eltesoro escondido en la persona de Jesús, que transforma la propiavida y la de los otros: «En la soledad del Carmelo he comprendidoque mi misión no era la de hacer coronar a un rey mortal, sino lade hacer amar al Rey del cielo, la de someterle el reino de loscorazones»74.

2.2.2. Un mensaje válido para nuestra misión.

Así pues, en línea con las actuales teologías de la misión, Teresade Lisieux nos aporta un patrimonio místico, y por ello plenamentehumano, que habla de la misión como proceso de inserción en Cris-to y reconocimiento de su presencia sanadora en cada historia per-sonal y en la historia colectiva. Toda persona está llamada a serasumida por la Trinidad, independientemente de la carga que arras-tre de dolor, pobreza y limitación. Ellos no son taras, sino el lugaradecuado para la reconstrucción desde el reconocimiento del des-pliegue del Misericordioso. En la vida de Teresa, en la vida de losgrandes místicos, asistimos a esa historia de reconstrucción que debeestar en el núcleo del mensaje teológico: ellos la han vivido en supropia carne, se han sabido insertos en el misterio de la Vida trini-

73 CG, 1161.74 LT 224.

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taria, y se han sentido llamados a compartirlo con los otros a travésde sus actitudes, palabras y gestos, imitando el dinamismo de Jesús.

Ella nos permite centrar la acción apostólica de la Iglesia desve-lando su punto de arranque y su auténtico sentido: el enviado es elque se ha sumergido profundamente en la experiencia de Dios ydesea compartirla. Teresa nos estimula a conocer y amar a Jesúscomo paso previo al darle a conocer, a hacerle amar. Este conoci-miento de Jesús, esta profunda experiencia del Dios que en él se nosrevela, no excluye una intensa preparación teológica intelectual, perotiene que ser ante todo cordial, inmersión en el Misterio trinitariofruto de una meditación profunda del Evangelio, de la oración, de lacontemplación profunda y atenta de la vida, de la palabra que Diosnos envía en cada hermano que nos sale al encuentro.

Esta experiencia cualificada da lugar a una determinada imagende Dios, el Dios de Jesús, el Dios del Evangelio. Teresa actúa eneste momento como maestro autorizado que orienta nuestra expe-riencia y da cuenta de su calidad: el Dios de Teresa es el Dios dela tolerancia y el amor75. Ella no es el objetivo, pero nos orientaadecuadamente al Objetivo, nos señala la ruta y el fin de la misma.

Abrasarse enteramente en el amor de Dios para luego poderhacerle conocer y amar. Esta frase es síntesis, cifra de la cartamagna del cristiano, el Sermón del Monte:

«Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudadsituada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lám-para y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para

75 «Quisiera tratar de hacerle comprender con una comparación muy senci-lla cómo ama Jesús a las almas que confían en él, aun cuando sean imperfectas.Supongamos que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que, alir a castigarlos, ve que uno de ellos se hecha a temblar y se aleja de él aterro-rizado, llevando en el corazón el sentimiento de que debe ser castigado; y quesu hermano, por el contrario, se arroja en los brazos de su padre diciendo quelamenta haberlo disgustado, que lo quiere y que, para demostrárselo, será bue-no en adelante; si, además, este hijo pide a su padre que lo castigue con unbeso, yo no creo que el corazón de ese padre afortunado pueda resistirse a laconfianza filial de su hijo, cuya sinceridad y amor conoce. Sin embargo, noignora que su hijo volverá a caer más de una vez en las mismas faltas, pero estádispuesto a perdonarle siempre si su hijo le vuelve a ganar una y otra vez porel corazón... Sobre el primer hijo, hermanito, no le digo nada, usted mismocomprenderá si su padre podrá amarle tanto y tratarle con la misma indulgenciaque al otro...» (LT 258).

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que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luzdelante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glo-rifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,14-16).

Dejarse quemar por el fuego de Dios para convertirse luego enantorchas que iluminen un mundo ensombrecido por el dolor, lamuerte, la explotación de unos hombres por otros, el pecado... Fren-te a esos poderes que parecen alzarse victoriosos en determinadosmomentos de la historia, el apóstol de Cristo sólo puede ofrecersecomo luz que se consume, que se entrega y gasta en el amor a todoslos hombres y mujeres; luz que ilumina en las palabras de consueloque son las Bienaventuranzas.

Y ello, a pesar de ciertas caricaturas que aún circulan en losambientes teológicos acerca de los espirituales, no excluye una altadosis de rebeldía en algunos casos: «Siempre me dieron mucha lás-tima las personas que servían en los grandes banquetes. Si, pordesgracia, les sucedía que dejaban caer algunas gotas sobre el man-tel o sobre alguno de los comensales, veía al ama de casa mirarlesseveramente, mientras los pobrecillos enrojecían de vergüenza; y yome rebelaba interiormente y me decía: Estas diferencias que existenen la tierra entre amos y criados ¡qué bien prueban que hay un cieloen el que cada cual será colocado según su valía interior y en el quetodos estaremos sentados en el banquete del Padre de familia! Yentonces ¡qué servidor tendremos, pues Jesús mismo dijo que sepondrá a servirnos! Ése será el momento en el que, sobre todo lospobres y los pequeños, se verán ampliamente recompensados de sushumillaciones»76

La tolerancia de Dios, estudiada en la escuela de Teresa —laescuela del Evangelio— se convierte en fundamento de nuestra to-lerancia y de nuestra solidaridad. Solidaridad que se apoya, se fun-damenta, en la de Cristo, manifestada en su encarnación, su kénosispascual y su entrega cotidiana en la eucaristía: solidaridad, amorcompasivo que se encarna, que desea compartir la situación de losotros para levantarles, para encaminarles por la ruta del amor. Estose plasma en muchos gestos prácticos. Pero el fundamento de todos

76 CJ, 8.8.4. Teresa no ha eludido la obligación de anticipar la llegada deese Reino en su vida de cada día.

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esos pequeños gestos es la solidaridad de Jesús, el Dios que haquerido demostrarnos que es capaz de recorrer nuestros caminos,sufrir nuestros dolores, reír con nuestras alegrías. La misión es sal-vación integral de la persona, a la que no miramos desde arriba,sino que busca compartir de modo definitivo la vida de la personaa la que se dirige.

Ningún afán de superioridad, prepotencia o suficiencia, Teresanos muestra que la auténtica solidaridad es la del que desea recorrerel mismo camino de aquellos a los que se dirige77. Como todo aquelque se siente tocado por el amor de Dios, Teresa sabe que no bastanlas palabras para mostrarlo. Amar a Dios supone asumir el mandatode amar a los demás como él los ama. El fundamento de la caridadteresiana será precisamente la kénosis de Jesús, en la que ella con-templa de modo privilegiado el modo como Dios ama a los hom-bres: no se trata de que los otros se adapten a un baremo, a unanorma que les hace dignos de mi cariño, sino de abajarme a susituación, de com-padecerme de ellos. La caridad a que nos invitaTeresa de Lisieux es el amor cristiano que tiene su fundamento enla kénosis noviolenta del Salvador: «¿Y cómo amó Jesús a sus dis-cípulos y por qué los amó? No, no eran sus cualidades naturales lasque podrían atraerle. Entre ellos y él la distancia era infinita. El erala Ciencia, la Sabiduría eterna; ellos eran unos pobres pecadores,ignorantes. Sin embargo Jesús los llama sus amigos, sus hermanos.Quiere verles reinar con él en el reino de su Padre, y, para abrirleslas puertas de ese reino, quiere morir en una cruz, pues dijo: Nadietiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»78.

El auténtico amor consiste en dar a cada hombre su trato concre-to, teniendo presente que a todos debe abrírseles la puerta de la vida.Teresa nos está proponiendo un vida en la que no se apliquen prin-cipios jerárquicos para separar a los que son dignos de los queaparentemente no lo son. Todos están llamados al amor, todos

77 «Ahora que ha pasado la tormenta, doy gracias a Dios por haberle hechopasar por ella, pues en los libros sagrados leemos estas hermosas palabras:«Dichoso el hombre que ha soportado la prueba», y también: «Quien no ha sidoprobado, poco sabe...» En efecto, cuando Jesús llama a un alma a dirigir y asalvar a multitud de otras almas, es muy necesario que le haga experimentar lastentaciones y las pruebas de la vida» (LT 198).

78 Ms C, 12r.

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merecen ser amados, y en todos hay que descubrir la presencia di-vina que les dignifica: «Con ciertas almas, veo que tengo que hacer-me pequeña, no tener reparo en humillarme confesando mis luchasy mis derrotas. Al ver que yo tengo las mismas debilidades queellas, mis hermanitas me confiesan a su vez las faltas que se repro-chan a sí mismas y se alegran de que las comprenda por experiencia.Con otras, por el contrario, he comprobado que, para ayudarlas, hayque tener una gran firmeza y no dar nunca marcha atrás de lo quese ha dicho. Abajarse no sería humildad, sino debilidad»79.

La vocación de su vida, como hemos apuntado más arriba, es lavocación al amor vivido en clave de agradecimiento a quien nos haamado primero. A amar aprende el hombre siendo amado, y la mujerTeresa se instruye en el amor por el toque del amor divino. La vidade Teresa de Lisieux nos enseña que los pequeños gestos y preocu-paciones por los demás son un vehículo para la expansión del Amorde Dios en el mundo. Ella entiende la vida del crucificado comoencarnación del Misterio del Amor que se ha hecho pequeño y cer-cano para com-padecer lo humano, para compartir el padecimientode cada hombre y de cada mujer. Teresita es relato del Dios que sea-vecina y pide que plantemos nuestra tienda al lado de los quesufren junto a nosotros. Que com-padezcamos sus vidas, llenas tan-tas veces, no de grandes catástrofes y sufrimientos, sino de las he-ridas de lo cotidiano, que también necesitan un consuelo. El caminode la santidad en Teresa de Lisieux es el camino pequeño del amorreal en pequeños reales gestos: «Sí, ahora comprendo que la caridadperfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extra-ñarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos devirtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que lacaridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón: Nadie,dijo Jesús, enciende una lámpara para meterla debajo del celemín,sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la

79 Ib., 23v «Esta inversión, en la que los pobres, por ser tales, son capacesde dejarse invadir por el Amor, es lo que ella propone como camino espirituala sus novicias. No hay esperanza si solamente se espera de algunas, y no detodas. No hay esperanza, si no se espera que los pobres son los primeros enpoder creer en el amor» (J. F. SIX, Teresa de Lisieux en el Carmelo, Herder,Barcelona 1984, 280-281).

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casa. Yo pienso que esa lámpara representa a la caridad que debealumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino atodos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie»80.

Este aparentemente sencillo párrafo supone una nueva irrupcióndel Evangelio, con toda su carga de inversión de las situaciones81.Teresa nos está invitando a no establecer distinciones entre justos einjustos, entre malos y buenos. Apela a nuestra conciencia para que,como Dios ha hecho con ella, aprendamos a contemplar la vida decada hombre y cada mujer con ojos de misericordia, valorando cadapequeño gesto y disculpando sus defectos, no mirando las aparien-cias, sino el corazón. Palabras que invitan a una auténtica revolu-ción, a dejar caer las barreras y los miedos entre los hombres paraque nos limitemos a acogernos. El que está a mi lado no es ni mienemigo ni mi competidor, es el otro que me apela desde su pobre-za, desde su pequeña o gran capacidad, para que yo le sitúe en elcentro de mis preocupaciones, para que comparta con él una Vidaque me han regalado. Teresa es consciente de la pequeñez de nues-tros medios, de la grandeza de nuestro egoísmo; por eso sabe quesólo poniendo a Dios en el centro de nuestra vida seremos capacesde situar al prójimo en este lugar: «Sí, lo sé: cuando soy caritativaes únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él,más amo a todas mis hermanas»82.

Sólo la entrada del Evangelio en su vida ha capacitado a Teresapara asumir esta dinámica de la inversión. Para ella, la imagen delEncarnado y Crucificado es la palabra definitiva del Padre acerca desu presencia en el mundo. La sabiduría de la cruz supone la inversiónde la dinámica de la violencia e imposición en amor y paz, tensión decercanía, preocupación y pasión por los otros. Teresita ha sido sedu-cida por el crucificado e insertada por él en la corriente de salvación,la del amor sanador. Un amor no egoísta, un amor expansivo quepide ser compartido con todos los hombres y mujeres, a los que re-conozco hermanos. Es necesario encontrar los medios adecuados parainsertar a los hermanos en la vida y Teresa también pugna por encon-

80 Ms C 23 v81 Cf. M. MÁRQUEZ CALLE, La imagen de Dios en el Magnificat, EDE,

Madrid 1994, 109ss.82 Ms C 12 v.

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trar su puesto en la corriente de la inversión, la realización adecuadade su vocación al amor: halla un lugar en los pequeños detalles co-tidianos de aceptación de mis prójimos, de los que viven a mi lado.La pasión por los demás que rige la vida de Santa Teresa del NiñoJesús se extiende por la oración y el sacrificio a los lejanos, pero eseminentemente concreta y cercana. Empiezo a construir un mundonuevo cuando construyo un hogar nuevo, una vecindad fresca, unbarrio reformado, en suma, cuando me entrego a los pequeños gestosde caridad y amor para con los próximos que tanto cuestan.

Ese es el secreto de la apelación noviolenta del crucificado:invitar a cada uno a hacer lo poco que haya en él, y todas esaspequeñas obras las une cada día Teresa al sacrificio definitivo, alamor que el Encarnado por nuestro amor ha mostrado por todos alentregar su vida en la cruz, que ella evoca en cada eucaristía, en lavisión del pan del cielo. La misión de Teresa de Lisieux, se encar-nará pues en dos actitudes:

— Para con los pobres y necesitados es amor que se encarna entensión de cercanía, de abajamiento. Busca compartir los padeci-mientos de los otros, hacer suyo sus sufrimientos para aliviar eldolor y la necesidad.

— Para con los que hacen el mal es amor que se encarna enparresía, capacidad de enfrentar la injusticia devolviendo bien pormal, de modo que el corazón de quien oprime o trata injustamentese conmueva y se convierta a la corriente de la vida.

Tanto una como otra forma de amor, propio del crucificado,ejercitará Teresa en sus años de vida en el Carmelo. Atenta a la vidade cada día, Teresita percibe la facilidad con que nos acercamos alas personas de conversación agradable, mientras que huimos deaquellos y aquellas cuyas formas externas nos resultan pobres, des-agradables. Los enfermos materiales son campo apropiado para ejer-cer la caridad, aproximarnos a ellos y aliviar su dolor nos llena degozo interior. No ocurre lo mismo con las enfermedades espiritua-les: «A las almas imperfectas no se las busca; se las trata, ciertamen-te, conforme a las reglas de la educación religiosa; pero, por miedoa decirles alguna palabra menos delicada, se evita su compañía. Al

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decir almas imperfectas, no me refiero solamente a las imperfeccio-nes espirituales [...]. Quiero decir faltas de discreción, de educación,la susceptibilidad de ciertos caracteres, cosas todas que no hacen lavida muy agradable. Sé muy bien que estas enfermedades moralesson crónicas y que no hay esperanza de curación; pero sé tambiénque mi madre no dejaría de cuidarme y de tratar de aliviarme aun-que siguiera enferma toda la vida. Y ésta es la conclusión que yosaco: En la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía delas hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridasel oficio del buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amablebastan muchas veces para alegrar un alma triste»83.

Teresa no busca, ella lo dice inmediatamente, la recompensa dela alegría del otro, el éxito de sus estrategias, que realiza sólo porseguir el mandato evangélico, por fidelidad a su amado. A veces, sinembargo, consigue su objetivo, como cuando ha puesto en prácticaesta estrategia durante su oficio voluntario de ayudante de la herma-na San Pedro. Atacada por la artrosis, esta religiosa no podía andarsin ayuda, y era un engorro para las enfermeras de oficio llevarla alrefectorio. La Santa se ofrece voluntaria para el encargo y, no sinesfuerzo, conduce a la enferma cada día a su puesto en la mesa,sufriendo sin quejarse sus reproches. En Ms C, 29 encontramos ladeliciosa narración de Teresa: «Con sus pobres manos deformadas[sor San Pedro] echaba el pan en su escudilla como mejor podía. Notardé en darme cuenta de ello, y ya ninguna noche la dejaba sinhaberle prestado también este pequeño servicio. Como ella no me lohabía pedido, mi atención la conmovió mucho, y, por este sencillodetalle, que yo no había buscado intencionadamente, me gané ente-ramente sus simpatías. Y sobre todo (me enteré más tarde), porquedespués de cortarle el pan le dirigía, antes de marcharme, la másgraciosa de mis sonrisas»84. Un sencillo gesto, una sonrisa inspiradaen el Amor, ha sido capaz de cambiar el corazón exigente en amigo,hasta el punto de que sor San Pedro se hace menos quisquillosa ensus requerimientos a Teresa.

83 Ib., 28 r.84 Ib., 29 v. Este episodio teresiano nos evoca necesariamente las curaciones

jesuanas: acercamiento a la persona necesitada —gesto sanador— creación deuna nueva comunidad de vida.

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Esta manera de asumir los conflictos que intenta atraer al otro-enemigo con gestos y palabras fraternos, se convierte para nosotrosen lámpara que alumbra desde lo alto de un monte, en luz del Evan-gelio que nos invita a afrontar los conflictos de un modo que resultaser más valioso que cualquier método de exclusión violenta, puesincorpora a la comunidad, a la corriente de la vida, a aquéllos queya dábamos por perdidos. Puede haber caminos más gloriosos, másluminosos, pero ellos no son el camino del Evangelio noviolento.

Sólo desde esa cercanía, desde el ser capaz de compartir almáximo una situación, es posible orar, interceder por los otros, pre-sentarse unidos a Dios esperando su misericordia, porque sólo elque ha pasado por la experiencia de la pequeñez y el pecado, dela pobreza humana, y se ha sentido salvado por Cristo, puede di-rigirse a los demás, sin superioridad alguna, con pretensión deenseñarles un camino de salvación. El testimonio que nace de lapropia vida transformada es el que puede cambiar el corazón de losotros.

Teresa no habla sólo de oídas. Ella ha comprendido en su cora-zón y en su carne que incluso la vida más escondida no puede serentendida en cristiano si no supone un intento de compartir la exis-tencia de los contemporáneos. En la Francia de fin de siglo, campode batalla entre el ultranacionalismo católico y el republicanismoateo, una religiosa anónima en un anónimo Carmelo de Normandíaquiere hacer de su vida un reflejo de la de los osados misioneros quejuegan —y a veces pierden— su vida en las nuevas colonias. Peroeso no es todo. En los momentos más duros de su vida espiritual,cuando la noche de la fe la cerca, y duda incluso de lo que suponeel fundamento de su vida, Teresa sabe hacer de la prueba un modoprivilegiado de comprender y amar a los más lejanos:

«Señor, vuestra hija ha comprendido vuestra divina luz. Os pideperdón para sus hermanos. Se resigna a comer, por el tiempo quevos lo tengáis a bien, el pan del dolor, y no quiere levantarse de estamesa llena de amargura, donde comen los pobres pecadores, hastaque llegue el día por vos señalado...

Pero, ¿acaso no puede ella también decir en su nombre, en nom-bre de sus hermanos: Tened piedad de nosotros, Señor, porque so-mos unos pobres pecadores?... ¡Oh, Señor, despedidnos justifica-

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dos!... Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de lafe la vean, por fin, brillar» (Ms C 6r).

Ninguna pretensión de superioridad, ningún rastro de fanatismoo integrismo, ningún convencimiento irracional. Teresa Martín sóloquiere interceder por sus hermanos desde la seguridad que la da elsaber que está viviendo su propia vida. La misión, para Teresa deLisieux, es propiedad de aquellos que, dejándolo todo, se revistende la pobreza de los necesitados, imitando así al Cristo pobre que noretuvo su condición de Dios, sino que tomó la de esclavo, pasandopor uno de tantos.