teología y espiritualidad de los institutos seculares

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Libro editado por EDICEP sobre la historia de los institutos Seculares del CEDIS

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Page 1: Teología y Espiritualidad de los Institutos Seculares

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDADDE LOS INSTITUTOS SECULARES

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Luigi BORRIELLO

TEOLOGÍA YESPIRITUALIDAD DE LOSINSTITUTOS SECULARES

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Page 4: Teología y Espiritualidad de los Institutos Seculares

Primera edición: Junio 2013

CONFERENCIA ESPAÑOLA DE INSTITUTOS SECULARES (CEDIS)

C/ Conde de Peñalver, n. 76, 1º C - 28006 Madrid

Título original: TEOLOGIA E SPIRITUALITÀ DEGLI ISTITUTI SECOLARI

© 2008 ANCORA S.r.l.Via G.B. Niccolini, 8 - 20154 Milano

Traducción española: M.M. LeonettiImagen de cubierta: Evelyn LeiterRevisión de textos: Comisión de la Cátedra Iglesia, secularidad, consagraciónComposición: EDICEP

PRINTED IN SPAIN

© Editorial cultural y espiritual popular S.L.Almirante Cadarso, 11 • 46005 - VALENCIA (España)Tfno.: (34) 96 395 20 45 • 96 395 72 93 • FAX: 96 395 22 97E-mail: [email protected] • www.edicep.com

IMPRIME: Ulzama digital

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PRÓLOGOALAEDICIÓN ESPAÑOLA

Portador apasionado del sentido del mundo y de la historia en Cris-to Jesús, es la bella expresión con la que Benedicto XVI1 describió acada uno de los miembros de los institutos seculares.

En el intenso encuentro de la Sala Clementina, el Papa, recordaba queel celo de cada consagrado secular provenía de haber descubierto la be-lleza de Cristo, su modo único de amar y de sanar la vida entera. Una be-lleza que se muestra a los demás con la propia vida, porque estar consa-grado en el mundo es signo de estar, a la vez, en Cristo.

El misterio de la Encarnación desvela el mundo como lugar teológi-co, en el que la obra de la salvación se hace historia de los hombres2.Dios no es ajeno al mundo, por eso, el hombre actual, tiene necesidad deencontrar en la realidad terrena una mirada libre y llena de paz. Iglesia ymundo tienen una relación recíproca3 que supone intrínsecamente acer-camiento.

Por medio del Hijo (Hb 1, 1-2) Dios habla plenamente a los hombresinvitándoles a vivir en comunión con Él, en espera de su libre respues-ta. Revela su proyecto de amor manifestando al mundo quién es Él, ymostrando a la persona el sentido del auténtico hombre. ¿Qué es elhombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cui-des? (Sal 8, 5).

La llamada de Dios al mundo espera una acogida y anhela una res-puesta. En las vicisitudes de la historia puede brillar la adhesión inque-brantable a Dios de una consagración secular. Desde la acogida de la Pa-

Prólogo 5

1 Benedicto XVI. Discurso con motivo del 60 Aniversario de la Constitución Apostólica«Provida Mater Ecclesia. Sala Clementina. 3 de febrero de 2007.

2 Benedicto XVI. Mensaje a la Conferencia mundial de Institutos seculares: A la escucha deDios en los surcos de la historia. Asís, 2012.

3 Benedicto XVI. Homilía en la Santa Misa para la Nueva Evangelización, 16 octubre 2011.

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labra, en solidaridad con la historia y en búsqueda permanente de la vo-luntad del Señor en cada una de las acciones y los lugares de la vida coti-diana, aparecen personas que dan su SI a Dios, intentando hacer en suvida presente la exhortación del evangelista: «Brille así vuestra luz de-lante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquena vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16).

El encarnarse de la Iglesia en el tiempo y en el espacio, decía Juan Pa-blo II, es muestra del mismo dinamismo encarnatorio4, del cumplimien-to del Hijo de la voluntad salvífica del Padre con todos los hombres (LG,2). La obra del Espíritu se ha expresado con diversas huellas a lo largo delos siglos, dando en los últimos tiempos lugar a realidades nuevas pre-sentes en medio del mundo.

El Vaticano II ha resaltado la voluntad de Dios de santificar y salvara todos los hombres. Para esta misión ha constituido un nuevo puebloque tiene por cabeza a Cristo. Un pueblo, instituido por Cristo en co-munión de vida, caridad y verdad, que actúa como instrumento univer-sal de redención, siendo enviado a todo el universo como luz y sal de latierra (LG 9).

El último concilio, por los cambios vertiginosos de la historia, supu-so una fuerte llamada al encuentro entre la Iglesia y el mundo, un nuevoreto que de ningún modo puede quedar olvidado. Urge referenciar elmundo desde el misterio, desaparecido del horizonte humano. La ausen-cia de la dimensión sobrenatural de la vida y de la realidad, ha dejado a lapersona vacía y sin respuestas a las preguntas de sentido. Cada día esmás visible que el mundo actual está sediento de profetas que den pri-macía a Dios frente a los bienes terrenos5.

En este panorama tiene buen espacio la presencia de la vida consa-grada secular, capaz de unificar el carácter benéfico de la Iglesia, Sacra-mento universal de salvación, con el mundo, objeto personal de dichasalvación, del que él mismo es parte constituyente. En el consagradosecular se hace visible la donación a Dios, y a su acción salvífica mani-festada en la Palabra, con la solidaridad en la historia6.

6 Prólogo

4 Juan Pablo II. Novo Millennio Ineunte, 2000.5 CIVC. (2002) Caminar desde Cristo. Madrid: Edibesa, n. 13.6 Benedicto XVI(2012) op.cit.

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El profesor Luigi Borriello, conocedor por su tarea educativa de estasrealidades eclesiales, y, a la vez, sensible a la importancia de la presenciaen la Iglesia de la vida consagrada secular, presenta en las páginas de sulibro una seria reflexión sobre este estilo de vida.

La CEDIS española ha valorado la conveniencia de la publicaciónde esta obra en castellano, como oportunidad para provocar una refle-xión sobre la secularidad consagrada, todavía no exhaustivamente es-tudiada. La Nueva Evangelización invita al consagrado a «remar maradentro» anunciando a Jesucristo como instrumento de su presencia yacción en el mundo7.

El «¡Ay de mi si no predicara el evangelio!» paulino encuentra eco enlos oídos de los consagrados seculares, que se sirven de todos los mediosposibles para que cada hombre pueda realizar su propia vocación a la luzde la Buena Noticia. Este libro puede ser un medio útil para dialogar,aclarar términos, profundizar y seguir reflexionando sobre la identidadde los Institutos Seculares.

En ellos se da una espléndida síntesis entre Secularidad y Consagra-ción sin detrimento de ninguna de las dos condiciones. En palabras de Pa-blo VI, se trata de: «Una vida fecunda para el mundo, más que por las obrasexternas, por el amor a Cristo que impulsa al don total de uno mismo, dan-do testimonio en las circunstancias ordinarias de la vida»8; «es en lo íntimode los corazones donde el mundo es consagrado a Dios». De manera que lapertenencia a Cristo y a la Iglesia, como dice el autor, se expresa en un deseode santidad que impregna toda la vida y todas las actividades diarias que serealizan, abriéndose en total disponibilidad a la voluntad de Dios.

La consagración, desde su vínculo radical a Cristo, viene en auxiliode una realidad secular marcada por la increencia, el individualismo y laindiferencia, pero no olvidemos tampoco que la Iglesia, en su naturalezaíntima, posee una dimensión secular que hunde sus raíces en el misteriodel Verbo encarnado, y su misión en el mundo, su contacto con los hom-bres y con los problemas cotidianos, puede dar luz a una vida de segui-miento a Jesucristo.

Prólogo 7

7 Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe (2007). Nota doctrinal acerca de la Evangeli-zación, 2.

8 Pablo VI (1972). Discurso a los responsables de Institutos Seculares, 20 de noviembre.

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La evangelización, es posibilidad de enriquecimiento, tanto para losdestinatarios como para quien la realiza «La Iglesia (consagrado secular)asume en Cristo las riquezas innumerables de todos los tiempos y de to-dos los lugares de la tierra»9.

La lectura de estas páginas puede suscitar deseos de responder desdela consagración y la secularidad a estas llamadas a la fidelidad creativahechas por los últimos Papas. Hoy más que nunca corre prisa mostrar alos hermanos la belleza de la fe, desde una inculturación del Evangelioen una realidad fluctuante, global y pluralista, en la que los corazones delos hombres siguen anhelando la verdad, pero quizás no existe disponi-bilidad a acogerla en la misma forma de siempre. Hoy también es el «díadel Señor» el día en que es posible decir con el salmista «Venid y ved lasobras de Dios» (Sal 66, 5).

Vivir desde la secularidad es tener conciencia de que todos los ámbi-tos de la propia vida están implicados por naturaleza en la comunicaciónde la fe. El anuncio no pertenece a las costumbres culturales de los pue-blos sino a la verdad10, por eso, el consagrado lo hace, como Jesús, con lapalabra y con la vida.

Se viven tiempos de emergencia que requieren la presencia incisivadel consagrado en todas las realidades. Quedan atrás los momentos tími-dos de los comienzos, en los que el secreto y el ocultamiento, inspiradoen el ejemplo de la escritura del fermento en la masa, podía parecer eldistintivo esencial de este estilo de vida.

Ser signo, ser luz en medio del mundo desde la realidad personal, y ala vez, desde la fraternidad koinonal, como bella expresión de la tarea yla vocación que se ha recibido.

Comunión, comunicación, camino desde el carisma recibido para vivir launidad de la fe, de los bienes, de los dones acogidos mostrando que es misiónsecular construir una sociedad donde se viva desde la dignidad humana.

Desde el agradecimiento a esta iniciativa de ahondar en este singularcarisma de la Iglesia, es importante apreciar en el libro las claves para eldiálogo ad intra y ad extra de los institutos seculares sobre su identidad ysu misión.

8 Prólogo

9 Juan Pablo II (1991). Redemptoris Missio, 52; Salvorum Apostoli (1985) n. 18.10 Benedicto XVI (2008). Discurso al mundo de la cultura en el colegio de los Bernardinos.

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Sin olvidar en el texto la claridad y el uso de diversos términos laico,laical, laicidad, secular, apoyados en una consistente bibliografía sobrelos institutos seculares, que permite tomar referencias concretas de mu-chos datos, abriendo la puerta para próximos estudios del tema, que in-vitan a resaltar en el estudio las referencias bíblicas y teológicas.

Para terminar este prólogo parece oportuno acudir a la síntesis que deforma precisa expuso Benedicto XVI en el encuentro con los InstitutosSeculares: «sentíos implicados en todo dolor, en toda injusticia, así comoen toda búsqueda de la verdad, de la belleza y de la bondad, no porquetengáis la solución de todos los problemas, sino porque toda circunstan-cia en la que el hombre vive y muere constituye para vosotros una oca-sión de testimoniar la obra salvífica de Dios. Ésta es vuestra misión.Vuestra consagración pone de manifiesto, por un lado, la gracia particu-lar que os viene del Espíritu para la realización de la vocación; y, porotro, os compromete a una docilidad total de mente, de corazón y de vo-luntad, al proyecto de Dios Padre revelado en Cristo Jesús, a cuyo segui-miento radical estáis llamados».

LYDIA JIMÉNEZ

Presidenta Conferencia Española de Institutos Seculares

Prólogo 9

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PREFACIO

Se ha escrito mucho sobre los institutos seculares: en ocasiones in-cluso de una manera imprecisa, debido a la dificultad que entraña com-prender la peculiaridad de una vocación inédita en sus orígenes.

La misma reflexión teológica nos ha ofrecido páginas no siemprecoherentes con la intuición de este «carisma», acogido favorablementepor la Iglesia tras la superación de no pocas objeciones.

El profesor Luigi Borriello no duda en hablar de ello en este texto ypone en cuestión la experiencia de los institutos seculares en cada as-pecto, con una búsqueda puntillosa de datos, hechos y circunstancias,capaces de iluminar las connotaciones propias de la «secularidad con-sagrada» o «consagración secular».

Precioso e interesante es el meticuloso examen histórico, documen-tado con rigor a través de citas puntuales, que permiten una interpreta-ción y una reconstrucción objetiva de todo el acontecer, prescindiendode toda evaluación confiada al consenso o disenso.

Las notas históricas se remontan a las primerísimas fórmulas decuantos, reunidos en «asociaciones laicales», como entonces se llama-ban, tenían clara la nueva identidad, aunque a la Iglesia le costaba reco-nocerla; sin embargo, las personas interesadas no estaban dispuestas aceder en posibles modificaciones sustanciales, se mostraban más biendisponibles a renunciar a la aprobación jurídica, más inclinadas a ho-mologar esta experiencia a la de las congregaciones religiosas.

El autor relee con atención las circunstancias que, de una manera gra-dual, han conducido a la Iglesia a aprobar esta nueva forma de vida cris-tiana, hasta la promulgación de la Provida Mater por parte de Pío XII en1947 y del Motu proprio Primo Feliciter del año siguiente.

Aunque se encuentran en estos documentos significativos subraya-dos sobre la especificidad de la nueva intuición, el profesor Borriello nose limita a enumerarlos, sino que se detiene en la reflexión poniendo derelieve sobre todo el «alma» de los institutos seculares, es decir, la op-

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ción por una entrega total a Dios vivida en la ciudad de los hombres, enplena secularidad.

A partir de aquí se desarrolla una lectura esmerada de la espirituali-dad y del compromiso apostólico propios de aquellos que, viviendo «laefectiva presencia en las estructuras del mundo», con los mismos dere-chos y deberes de los laicos «comunes», pretenden realizar un segui-miento radical de Cristo, a través de la vivencia de los consejos evan-gélicos de castidad, pobreza y obediencia. De ahí emerge de unamanera lúcida, sin malentendidos ni concesiones a interpretacionesapresuradas, la fisonomía de la vocación, asumida por laicas y por lai-cos, que desean y pueden dar testimonio de «la perspectiva según lacual vivir la parábola del Reino de Dios» en medio de la complejidad yla fragmentación de la historia.

El autor recurre de modo abundante a los textos del Magisterio, tex-tos no solo favorables a esta nueva experiencia, sino capaces asimismode iluminar la esencia y los horizontes, incluso con la indicación denuevas modalidades relativas a un programa de vida evangélica, paravivirla en el corazón de la historia, sin aparente visibilidad, en las for-mas comunes y cotidianas de la experiencia secular.

Sí cita oportunamente a Maestros ilustres, entre los que aparece en pri-mer lugar sin sombra de duda Pablo VI, a quien el mismo Borriello se remi-te sin vacilar, recurriendo reiteradamente a sus escritos más emblemáticos.

La articulación de las reflexiones se presenta, a continuación, a la luzde la plena comprensión de la vivencia, con inteligencia teológica funda-mentada en la Palabra de Dios, al Evangelio, como para confirmar que lafuente de esta vocación se encuentra en la Palabra, que indica al mismotiempo, de manera concreta, los itinerarios a seguir. De este modo, se sa-can a la luz, no solo los antecedentes de esta forma de vida, sino tambiénlos desarrollos y los principios basilares que presentan su originalidad.

Se presenta, a la luz de todo un capítulo dedicado a la relación Igle-sia-mundo, según la eclesiología del concilio Vaticano II, «la ubicaciónde los institutos seculares en el ámbito de la vida consagrada», recupe-rando un significado más teológico que canónico para el término «con-sagración»: que debe ser acogido como don especial en la vida de laIglesia, superando toda sospecha respecto a la «consagración secular»,vivida por los miembros de nuevos institutos.

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El autor reafirma, con segura competencia, el modo singular de vivirla consagración, no defendida ya por los muros de un monasterio o poruna comunidad residencial, sino realizada en su totalidad «en los valo-res seculares propios y peculiares de los laicos», en cuyo interior es po-sible pertenecer totalmente al Señor, amado como el Único, buscado yquerido como la respuesta exhaustiva a la necesidad fundamental de laexistencia. El vínculo de los votos, que cualifican su estilo, aun con laausencia de signos visibles, confirma la opción por un radicalismoevangélico, vivido en medio del tejido de la historia.

Para declarar el pleno derecho de ciudadanía, Borriello remite a untexto emblemático de Pablo VI, en el que afirma el Papa:

La vida consagrada de los laicos, según el espíritu de los consejos evangélicos,es expresión de vuestra indivisa pertenencia a Cristo y a la Iglesia, [...] [en razónde esta pertenencia] vuestra vida consagrada garantiza, así, que la intensa y di-recta relación con el mundo no se convierta en mundanidad o naturalismo, sinoque sea expresión del amor y de la misión de Cristo (Discurso dirigido a los ins-titutos seculares en XXV aniversario de la Provida Mater).

La confluencia entre secularidad y consagración reside en esta con-ciencia. Y aquí encuentran su lugar los consejos evangélicos, según elcamino y la tipicidad de la secularidad consagrada.

Esto lo confirma el profesor Borriello con un amplio examen delmodo de vivir la virginidad-celibato por el reino, la pobreza y la obe-diencia en el corazón de la historia, compartiendo la suerte común delos hombres, viviendo las exigencias profundas y crucificantes del se-guimiento de Cristo, sin manifestar abiertamente la propia opción másque a través de un testimonio de vida.

El autor interpreta así, también con la competencia del teólogo espiri-tual, la espiritualidad de los institutos seculares, mostrando que la vida enel Espíritu «no implica en absoluto alejamiento de las realidades tempo-rales, negación o huida de tales realidades, porque eso significaría retor-nar a la dicotomía entre lo espiritual y lo material, de matriz griega».

El discernimiento de esta vocación se sitúa, por consiguiente, en esaconciencia: la entrega total a Dios no sustrae de la historia, no exime deuna presencia laboriosa, activa y dinámica en el interior de las intrinca-das mallas de una sociedad en profunda transmigración cultural, sinoque determina más bien la toma de conciencia de estar en el mundo

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como «lugar teológico», «realidad teológica», según una afortunada ex-presión de Pablo VI, retomada por Benedicto XVI en el discurso diri-gido a los participantes en el Simposio de celebración del LX aniversa-rio de la Provida Mater.

De este modo, en el interior del complejo y fragmentado tejido delos acontecimientos, los miembros de los institutos seculares pretendenser, según la intuición originaria, testigos de Jesús de Nazaret, que se in-clina sobre los pobres y los pequeños, que vence toda lógica de poder yde atropello, que proclama la justicia y la paz, dictando leyes de proxi-midad y de solidaridad.

Y todo esto en el interior del desarrollo de una vida cotidiana apa-rentemente trivial o en el interior de compromisos cargados de respon-sabilidad, sacando fuerza y sabiduría del contacto asiduo con la Palabra,con el Evangelio de Jesús, aceptando el consumarse y el morir del «fer-mento», condición indispensable para dar fruto.

La alentadora consigna de Pablo VI, de Juan Pablo II y del actualPontífice es hallarse «por vocación y misión, en la encrucijada entre lainiciativa de Dios y la espera de la creación: la iniciativa de Dios, quelleváis al mundo mediante el amor y la unión íntima con Cristo» (JuanPablo II, 28 de agosto de 2000).

Las últimas páginas del libro remiten y regresan con una fuerza per-suasiva a la exigencia de esta comunión, que se alimenta con la oracióny el sufrimiento, «volviendo a encontrar en Cristo el primer amor, lachispa inspiradora de la que se inició el seguimiento».

Aquí se sitúa lo que Luigi Borriello define como «mística en la vidadiaria», que podemos traducir como vivencia de los «consejos evangé-licos asumidos con el espíritu de las bienaventuranzas».

Así ha sido para muchos testigos pertenecientes a los institutos secu-lares, de los que ahora podemos decir que forman un amplio batallón.El recuerdo de sus vidas, las páginas escritas que nos han dejado, toda-vía cautivadoras, nos dejan intuir que podemos y debemos creer en la«seducción del Espíritu» (Jr 20,7), que obra también en nuestros días.

Podemos interpretar de este modo el mensaje presente en este libro,indudablemente capaz de suscitar interrogantes sobre la vocación a estaforma de vida y de responder a ellos de manera adecuada.

DORA CASTENETTO

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PREÁMBULO

Vivimos en un mundo que se agita en medio de la incertidumbre queintenta y reintenta trabajosamente nuevos equilibrios. Las inquietudes deEuropa se asemejan a las de los países de África o de Asia. La vida cotidia-na de nuestras sociedades cambia continuamente hasta tal punto que sepresenta cada vez más difícil la relación de confrontación y de diálogo en-tre la Iglesia y el mundo. Apesar de lo que ha supuesto el magno aconteci-miento del concilio Vaticano II, que ha visto cómo la Iglesia se ponía alpaso de la historia, nos encontramos en los comienzos del tercer milenio,una vez más, en una época de rápidos cambios, en ciertos aspectos, irre-versibles. En ese contexto, da la impresión de que no se exigen ya tanto pa-labras como testimonios «escondidos» de vida cristiana para introducirlosen el tejido de la vida cotidiana. Se trata de testimonios que pueden proce-der, entre otros muchos, de los laicos consagrados en los institutos secula-res, así llamados «para distinguirse de los religiosos. [...] [El vuestro] Es uncamino difícil, de alpinista del espíritu», escribía Pablo VI en 1970. «Re-cordad que vosotros, precisamente por pertenecer a Institutos Seculares,tenéis que cumplir una misión de salvación entre los hombres de nuestrotiempo; hoy el mundo tiene necesidad de vosotros que vivís en el mundo,para abrir al mundo los senderos de la salvación cristiana»*.

Pertenece como propio, en efecto, a la vocación del laico consagradovivir en el mundo, a fin de responder a los desafíos de los tiempos que vi-vimos, tejiendo desde su interior el reino instaurado por Jesús de Naza-ret. Con respecto al fiel cristiano en general y, por extensión, al laico con-sagrado, afirma lo siguiente la Constitución pastoral sobre la Iglesia en elmundo contemporáneo:

El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo condu-ce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acon-

Preámbulo 15

* Pablo VI, Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, en CMIS, Gli istituti seco-lari. Documento, Roma 19927, nn. 12-13, pp. 22-23 (hay traducción española del docu-mento en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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tecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con suscontemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios.La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la enteravocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamentehumanas (GS 11).

Dios ha mostrado su proyecto salvífico en la historia de los hombresenviando a su propio hijo. Y a eso se debe que «en realidad, el misteriodel hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado [...] en lamisma revelación del misterio del Padre y de su amor, Cristo, nuevoAdán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubrela sublimidad de su vocación» (GS 22). En consecuencia, «el hombrecristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito en-tre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), lascuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor» (GS 22), a saber:el proyecto salvífico-comunional, que debe realizar con el testimonio desu vida en los surcos de la historia de la vida cotidiana. Por eso, el Conci-lio «exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de laciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiadossiempre por el espíritu evangélico» (GS 43). Es en la relación dialógicaentre Iglesia y mundo, entre el Evangelio de Jesucristo y las realidadesterrenas, donde se juega, por consiguiente, el papel del laico cristiano,«consagrado» o no. Y precisamente aquí pretendemos trazar sintética-mente, sin pretensiones de ser exhaustivos, los fundamentos teológicosque sostienen la espiritualidad específica del laico consagrado.

16 Preámbulo

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I

RELACIÓN IGLESIA-MUNDO

El principio cristológico, dictado por el Prólogo de Juan (1,1-18),subyace y anima la relación Iglesia-mundo de un modo peculiar. Poreso, también el laico consagrado, miembro de la Iglesia, está llamado aincidir profundamente a través de sus relaciones en el hoy de la historia,a fin de responder a lo constitutivo originario de todo hombre, hecho aimagen y semejanza del Dios Trinidad (cfr. Gn 1,26), esto es, de un Diosesencialmente relación de amor. El Verbo encarnado, al inaugurar el rei-no de Dios en las realidades del mundo, no niega el valor ni el orden delas realidades humanas; ahora bien, puesto que se encuentran heridas yamenazadas por el pecado y encuentran su plena autenticidad cuando seabren a la realidad del reino, «son objeto de un compromiso específicopor parte de los cristianos. Aquí se sitúa la secularidad de la vocación[del laico consagrado]. En efecto, las energías de la gracia y del evange-lio están llamadas también a animar desde dentro y a iluminar las reali-dades temporales»1.

Como podemos advertir, para comprender mejor la naturaleza y elpapel de los laicos consagrados en la Iglesia y en el mundo, es precisoencuadrar el discurso en el ámbito de la relación dialéctica Iglesia-mun-do, dejando bien sentada la estrecha conexión que existe entre actividadhumana y religión, que no impide «la autonomía de los hombres o de lassociedades o de las ciencias» (GS 36). Aeste respecto, el Concilio decla-ra de una manera categórica:

Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre seoponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con elCreador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombreson signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio. Cuan-

Relación Iglesia-Mundo 17

1 G. Cottier, Aspetti teologici della consacrazione secolare, en «Dialogo», 35 (2007), p. 21.

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to más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad in-dividual y colectiva. De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a loshombres de la edificación del mundo si los lleva a despreocuparse del bien aje-no, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo (GS 34).

Usando términos evangélicos, podríamos describir la actitud quedebe asumir el cristiano en el «siglo» con un fragmento de Mateo:

«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lacima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo delcelemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en lacasa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras bue-nas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,13-16).

No resulta fácil encontrar, en el marco veterotestamentario, el tema dela sal de modo que pueda ser asociado al cristiano de hoy. Ahora bien, silo consideramos como imagen de lo que purifica o da sabor (cfr. Jb 6,6) ocomo signo de alianza2, entonces aparece en el mundo como el que dasentido y como signo de alianza entre Dios y los hombres. Por el contra-rio, parece ser más fácil el nexo entre el símbolo de la luz y el cristiano.Así como en el Antiguo Testamento el israelita piadoso es luz, en el senti-do de que camina en la gloria del Dios vivo, manifestándola al mundo consus obras, así también el cristiano es luz en el Nuevo, porque sigue a Cris-to, que es luz del mundo (cfr. Jn 8,12) y obra como él (cfr. Jn 5,36; 6,28-29) para la gloria del Padre (cfr. Jn 15,8; 17,4).

La muchedumbre se queda sorprendida cuando Cristo afirma: «Vo-sotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo». Por eso,cada individuo creyente sólo puede ser sal y luz en la medida en queposea el sabor de la novedad evangélica, que da sabor y sentido a lavida, hasta el punto de ser signo profético de Dios entre los hombres desu tiempo. Estas comparaciones tan claras, propuestas por el Maestro,hablan de términos universales, como la sal, la tierra, el mundo, unaciudad situada en la cima de un monte, la luz, el candelero, etc. Esosignifica que Cristo vino para la salvación de todo el mundo, razón porla que sus seguidores, los cristianos, deben continuar su misión difun-

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2 Cfr. Nm 18,19; 2 Cro 13,5: por lo general, las distintas versiones no especifican.

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diendo el sabor y la luz a todos: «Brille así vuestra luz delante de loshombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestroPadre que está en los cielos» (Mt 5,16). Las «buenas obras» de las quehabla Mateo remiten a las «bienaventuranzas», que debemos vivir enla vida diaria para gloria del Padre, de suerte que no se pierda ningúnpequeño esfuerzo encaminado al bien realizado en lo escondido porlos así llamados cristianos «anónimos». Más aún. Así como un tallo dehierba contribuye a hacer verde, rico y variopinto, el campo de Dios,así el cristiano contribuye a la construcción del reino en el mundo.Aunque hoy sintamos la tentación de ignorar los pequeños valores, vi-vidos en la sombra por cristianos comprometidos, con todo sigue ha-biendo muchas pequeñas luces que iluminan juntas la historia de loshombres y marcan su paso.

Ser cristianos en el «siglo» es, dicho con otras palabras, un compromi-so misionero, que debemos vivir en medio de lo social, para la venida y laconstrucción del reino, ya aquí y ahora. El laico cristiano está llamado avivir, en virtud del bautismo, su propia fe en la Iglesia y en el mundo paraponer de manifiesto la estrecha relación que media entre las realidades te-rrenas y el estilo evangélico, sin corromper por ello con su propio egoís-mo los valores «mundanos», unos valores que él, sin embargo, está lla-mado a salar. La sal de la que habla el Evangelio a propósito del cristianopodemos interpretarla correctamente a la luz de la Carta a Diogneto.Alvivir los valores del mundo, dado que el cristiano es «sal», esta sal le pre-serva de la corrupción, salándole con la sal de la caridad y del servicio. Sucompromiso en el mundo, a través de la diaconía de la caridad, comporta,por tanto, necesariamente, un pleno compartir y una plena inserción en elmundo y, al mismo tiempo, un desprendimiento del mismo, a fin de pre-servarlo de la corrupción del pecado. En pocas palabras, la experiencia dela fe cristiana debe ser conjugada con el compromiso en el mundo, en par-ticular por parte de los fieles laicos, en un momento histórico como elnuestro en que la Iglesia está llamada a vivir en estrecha solidaridad conlos hombres de nuestro tiempo los rápidos cambios que se producen.

Y precisamente aquí es donde se inserta la dimensión misionera dela Iglesia, dedicada por completo al servicio del hombre y de la historia.Es en este marco donde adquiere forma y se desarrolla la «modalidad»de la vocación, de la presencia y de la misión de los laicos, derivada de

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su índole secular que el Concilio llama precisamente «el carácter secu-lar [...] propio y exclusivo de los laicos» (LG 31). Su «lugar» de exis-tencia es la vida en el siglo, viviendo en el mundo, «es decir, en todas ya cada una de las actividades y profesiones, así como en las condicionesordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia estácomo entretejida» (LG 31).

En consecuencia, los fieles laicos están llamados por Dios, no a lahuida del mundo, sino a vivir en las mallas de su tejido, «están llamadospor Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evan-gélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro ala santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los de-más, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza ycaridad» (LG 31). Los fieles laicos «por estar incorporados a Cristo me-diante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipesa su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejer-cen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y enel mundo» (LG 31), o sea, que están llamados a vivir el Evangelio sir-viendo a la persona y a la sociedad. Dicho con otras palabras, en virtudde su índole secular, los fieles laicos, incorporados a Cristo con el bau-tismo, están insertados plenamente en el mundo, como un lugar propiodonde ejercer la responsabilidad cristiana. Se trata de una «laicidadadulta», para precisar, cuya «tarea primera e inmediata no es la institu-ción y el desarrollo de la comunidad eclesial –esa es la función especí-fica de los Pastores–, sino el poner en práctica todas las posibilidadescristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activasen las cosas del mundo» (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 70). Ahorabien, todo esto se puede realizar a través de una paciente mediación,tendente a reconocer las potencialidades, los valores y los gérmenes debien presentes en las realidades terrenas, naturalmente buenas y suscep-tibles de bien. Así pues, es una tarea importante la confiada a los fieleslaicos, y consiste precisamente en determinar los valores ya presentesen el mundo, llevarlos a su perfección y afirmarlos con una obra atentade mediación según el estilo evangélico.

Es preciso remachar una vez más que el mundo no es solo un mediopara el hombre ni simplemente un ecosistema, sino que es asimismo,desde la perspectiva cristiana, un bien confiado por Dios al hombre, que

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le permite realizar su vocación originaria, como leemos en el capítuloprimero del libro del Génesis:

Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanzanuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias yen todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra».Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya,a imagen de Dios lo creó,macho y hembra los creó.Ylos bendijo Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchidla tierra y sometedla» [el mundo] (Gn 1,26-28).

La revelación divina indica al hombre, a través de la compleja relacióndialógica, su origen, su tarea y su fin último. El hombre, creado a imagende Dios, tiene «capacidad para conocer y amar a su Creador, y por Diosha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla yusarla glorificando a Dios» (GS 12). La humanidad está llamada, por tan-to, a continuar la obra de la creación y de la construcción del mundo, en elsentido de humanizar y santificar el mundo, según el proyecto de Dios,como leemos en el texto conciliar: «Los laicos congregados en el Pueblode Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza,cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a pro-curar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas susfuerzas, recibidas por beneficio del Creador y gracia del Redentor» (LG33). La «vocación propia» de los laicos consiste en «buscar el reino deDios tratando y ordenando según Dios las cosas temporales» (LG 31), osea, obrar de modo que las cosas respondan a las leyes que Dios ha pues-to en el interior de la misma creación, conduciéndolas a su último destino.Ypor «su propia vocación» es preciso entender «por vocación divina» yno ya como una simple tarea que la Iglesia asigna a los laicos, como con-firma con toda claridad un pasaje de la IVPlegaria eucarística: «Aimagentuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que,sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado».

En pocas palabras, los laicos, por la misma vocación recibida del mismoDios, tienen asignada la tarea de construir el mundo a medida del hombre,sirviéndose de las realidades temporales, reordenándolas según Dios, en ladirección de la Jerusalén celestial, a los orígenes de todo el universo, a sufuente primera que es la santa Trinidad. Este reino de justicia y amor, inau-

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gurado por Cristo, presente ya aquí y ahora, tiende a través de la coopera-ción del hombre redimido a su plenitud, o sea, a la comunión con Dios:

La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a launión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo conDios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor deDios, que lo conserva. Ysólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdadcuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador (GS 19).

Dios se ha hecho hombre, el Verbo se ha hecho carne, para que elhombre pueda llegar a ser Dios, por participación, recurriendo el caminoque le ha trazado Cristo. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha uni-do, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre,pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amócon corazón de hombre» (GS 22). La encarnación de Cristo, por así de-cirlo, ha «cristificado» la historia y la vida de cada hombre.

El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre per-fecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas.El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cualtienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad,gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones (GS 45).

Precisamente este dinamismo genético puesto en cada hombre es elque hace de motor impulsor de la misión-tarea del cristiano en el mundo,a fin de que el mundo creado por Dios y confiado al hombre sea condu-cido al destino final de toda la creación, en la medida en que se asume elmundo como «lugar teológico» de la propia vocación. En esto consistela tarea de los laicos.

El mundo, sin embargo, no es un medio donde los cristianos viven ytrabajan solo en el plano espiritual.

Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad per-manente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareastemporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al másperfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Perono es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entre-garse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce mera-mente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligacionesmorales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser consideradocomo uno de los más graves errores de nuestra época [...] El cristiano que falta a

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sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, asus obligaciones para con dios y pone en peligro su eterna salvación (GS 43).

Los fieles laicos, conjugando en una síntesis armoniosa la actividad hu-mana y la espiritual, están llamados, como testigos del Resucitado, a cons-truir el reino de Dios en el «siglo», reino que se realiza de todos modos, se-gún lo prometido en las Escrituras: «El Señor dará unos nuevos cielos y unanueva tierra» (cfr. Is 66,22; 2 P3; Ap 21,1-5). «Los laicos, que desempeñanparte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cris-tianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos deCristo en todo momento en medio de la sociedad humana» (GS 43). Enconsecuencia, es importante, la tarea del laico como colaborador de Dios,en el sentido de que su colaboración al proyecto salvífico de Dios está encontinuidad con él, porque orienta su vida en el mundo más allá de los hori-zontes meramente humanos. Desde esta perspectiva, la Iglesia, pueblo deDios, está presente en el mundo, como «signo e instrumento del reino», fu-turo y perfecto, presente ya en germen en esta tierra.

En este punto debemos recordar que la construcción del reino inau-gurado por Cristo3 no es una obra exclusiva de la Iglesia jerárquica, sinode todo el pueblo de Dios. De hecho, la Iglesia, presente en el tiempo yen la historia, contribuye a la transformación del mundo en reino. Estemundo conserva su bondad originaria en virtud de su condición creatu-ral (cfr. GS 36); ahora bien, puesto que está mancillado por el pecado, nopuede salvarse por sí mismo y está llamado a la salvación traída por Cris-to (cfr. Jn 3,16; GS 2.13.37-39), una salvación que se realiza a través dela participación en el misterio pascual.

En consecuencia, la «secularidad» –la vida en el mundo– implica paratodo bautizado el compromiso de contribuir al bien de la humanidad,obrando según la legítima autonomía de las realidades terrenas (cfr. GS34.36), a fin de conducir a los hombres a la vida de la fe y reordenar las rea-lidades temporales –en la medida en que es posible– según el proyecto deDios, a fin de que sirvan al crecimiento de toda la humanidad en la gracia4.

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3 «El reino de Dios está ya en medio de vosotros» (Lc 17,21).4 También hemos de agradecer a los laicos consagrados que se haya desarrollado la relación

Iglesia-mundo de tal manera que vaya al compás de los tiempos, algo que había aparecido comoorientación general y como doctrina, en el Vaticano II, sobre todo en la Lumen Gentium y en laGaudium et Spes.

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Esto induce a afirmar que el fiel laico –y todavía más el laico consa-grado– se relaciona con el mundo de una manera diferente a la de los clé-rigos, de los religiosos y de los monjes. El camino característico del lai-co consagrado es, en efecto, el estar y el actuar en el mundo como lugarde origen y de residencia, aunque siga siendo siempre, según la Carta aDiogneto5, un ser que reside como extranjero con permiso de residenciaen este mundo. El laico consagrado, en virtud de su propia índole, su vo-cación y la misión que ha recibido con el bautismo, puede alcanzar lasantidad y, con ella, la intimidad con Dios, sólo en el mundo y por mediodel mundo. Lo que caracteriza la relación del laico con el mundo es con-vertirse en liturgo de una celebración cósmica por la que, como ha dichode una manera atrevida un teólogo laico, el profesor J. Lagovsky, «la car-ne del mundo empieza sustancial y verdaderamente a transustanciarse, atransformarse en la carne del nuevo cielo y de la nueva tierra, en la carnedel reino de Cristo que viene»6. Así pues, entre el laico consagrado y elmundo tiene lugar un proceso dinámico a través del cual «el laico y elmundo se santifican y se sitúan en el centro de la economía de la crea-ción y de la redención. Los laicos consagrados realizan así la esperanzaescatológica de toda la creación “que espera con impaciencia la revela-ción de los hijos de Dios [...] y alimenta la esperanza de ser liberada ellatambién de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de lagloria de los hijos de Dios”»7. Vienen aquí muy a propósito estas pala-bras de Pedro: «Y¿quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aun-que sufrierais a causa de la justicia, dichosos vosotros. No les tengáisningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, envuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que ospida razón de vuestra esperanza» (1 P3,13-15).

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5 Carta a Diogneto, V.6 Citado por O. Rousseau, Il messaggio dell’ortodossia, en P. Evdokimov, Le età della vita

spirituale, Bolonia 1968, p. XV(traducción española: Las edades de la vida espiritual, Sígueme,Salamanca 2003).

7 A. Oberti, Laico, en Dizionario di Mistica, Ciudad del Vaticano 1998, p. 716 (edición es-pañola: Diccionario de mística, San Pablo, Madrid 2002).

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II

LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS8

En los primeros siglos de la cristiandad ya estaba presente una formade consagración a Dios vivida permaneciendo en familia. En efecto, yaen las primeras generaciones de cristianos se puede rastrear la presenciade vírgenes consagradas9 y de célibes «por el reino», que vivían en looculto de su familia la consagración a Dios, sobre la base de una obser-vancia integral del Evangelio. Por lo que respecta a estos precedenteshistóricos, precursores de los institutos seculares de hoy, bástenos con re-cordar que

en los primeros tres o cuatro siglos de la era cristiana hubo un tipo de consagra-ción a Dios vivida en el mundo, en la propia familia: era la virginidad consa-grada o el celibato «por el reino», sobre la base de una observancia integral delEvangelio, un precedente muy lejano en el tiempo, aunque también muy signi-ficativo. Entre los cristianos aislados y diseminados en una sociedad todavíapagana florecían estas vocaciones a una consagración a Dios vivida en plenomundo como semilla de renovación y levadura escondida en la masa. Más tar-de, en los siglos IV y V, nació la vida en común en los monasterios, que tuvo ungran desarrollo en la Edad Media, y la consagración en el mundo desapareceprácticamente hasta la edad moderna10.

En línea con esta modalidad de consagración a Dios, como «laicos»,aparecieron en el siglo XVI asociaciones de consagrados que vivían enel mundo, en sus propias familias y en su propio medio social. Se trata-ba, por lo general, de instituciones que se distinguían de la consagración

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8 Cfr. L. Borriello et alii, Storia della spiritualità contemporanea, Roma 1986, pp. 248ss.9 Pensemos, por ejemplo, en el Ordo virginum, o sea, en el antiguo orden de las vírgenes, re-

nacido a raíz del concilio Vaticano II de la Constitución sobre la sagrada Liturgia, que en su n. 80afirma al respecto: «Revísese el rito de la consagración de Vírgenes que forma parte del Pontifi-cal romano» (SC 80). El Catecismo de la Iglesia Católica cita en tres artículos (922-924) esta for-ma de vida consagrada, recordando su origen apostólico, y el n. 7 de la Exhortación apostólicaVita Consecrata expresa la esperanza de ver florecer de nuevo el antiguo Orden de las vírgenes.

10 Morosini Montevecchi - S. Sernagiotto di Casavecchia, Breve storia degli istituti secola-ri, Milán 1978, p. 13.

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religiosa tradicional porque sus miembros, que vestían como todo elmundo, aunque profesaban los consejos evangélicos, continuaban vi-viendo en sus casas y desarrollaban su apostolado como laicos11. Un pri-mer intento de constituir una asociación de personas consagradas a Diospermaneciendo en el mundo fue el de santa Ángela Merici, que fundó enBrescia en el siglo XVI la Compañía de las vírgenes de santa Úrsula12.En los siglos XVII y XVIII se desarrollaron experiencias análogas, entredificultades de orden jurídico-canónico y adversidades debidas a la men-talidad y a las estructuras sociales de la época, teniendo presente tambiénel hecho de que la mujer carecía en aquellos tiempos de toda autonomíae independencia en el plano jurídico.

Más adelante en el tiempo, precisamente en los siglos XVIII y XIX,surgieron diferentes «movimientos» y «asociaciones» cuyos miem-bros perseguían una vida de perfección en su medio habitual, suplien-do en cierto modo la vida y el apostolado de las órdenes y congrega-ciones, perseguidos o suprimidos por los gobiernos liberales orevolucionarios. Entre estas asociaciones debemos recordar en primerlugar a las dos «sociedades», una masculina para sacerdotes y laicos, yla otra femenina, fundadas por el padre J. Picot de Clorivière sj(†1820). Precisamente a renglón seguido de la supresión de las órde-nes religiosas decretada el 13 de febrero de 1790 por la Asambleaconstituyente de la Revolución francesa, el jesuita tuvo la inspiraciónde fundar ese mismo año la Sociedad de los Sacerdotes del SagradoCorazón de Jesús y, junto con A.M. de Cicé, la Sociedad de las Hijasdel Corazón de María. Sus miembros, considerados como un esbozode los modernos institutos seculares, vivían en el mundo, sin adoptarun hábito específico para distinguirse de los otros, tampoco hacíanvida en común; emitían solo los tres votos, para dar testimonio de suvida consagrada en los medios donde daban en trabajar. En esta misma

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11 M. Augé - E. Sastre Santos - L. Borriello, Storia della vita religiosa, Brescia 1988, pp.469ss.

12 Ya desde sus comienzos «la nueva fundación [se orientó] en dos direcciones: por una par-te, la obra asistencial en los “lugares piadosos” y, por otra, a una nueva modalidad de vida reli-giosa, mediante la presencia de una virgen consagrada en el ámbito de las familias (ibíd., p. 428).Como nueva forma de vida, en cuanto que sus miembros se comprometían a vivir en el mundo laprofesión de los consejos evangélicos, fue aprobada por Pablo III en 1544.

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línea hemos de recordar la Obra de la Juventud fundada por J.J. Alle-mand (†1836), que contaba entre sus filas una clase de miembros con-sagrados externos. Por lo que respecta a Italia no debemos olvidar a laCongregación de las Esclavas del Sagrado Corazón, fundada en Nápo-les por la beata Caterina Volpicelli (†1894), congregación que incluíaasimismo a las «oblatas» o mujeres consagradas que vivían en familia.Por último, no podemos dejar de recordar al beato Wenceslao (en reli-gión Honorato) Kozminski de Biala Podlaska (†1916), capuchino,fundador de diecisiete congregaciones religiosas en Polonia, en tiem-pos de las persecuciones zaristas: diecisiete de ellas todavía existen ynueve ya extinguidas. Tomó como modelo y punto de referencia la sa-grada Familia de Nazaret, cuya vida escondida quiso hacer revivir enel mundo a los miembros de los institutos que fundó. La vida escondi-da no era, para el beato polaco, una exigencia contingente impuestapor las particulares condiciones político-sociales de la Polonia de sutiempo, sino un postulado del evangelio.

De este modo, se llegó a principios del siglo XIX a los primeros in-tentos de construcción de auténticas asociaciones de laicos consagrados,que vivían en el mundo sin ningún signo o hábito distintivo.

Cuando la autoridad eclesiástica competente declaró con el decreto Ecclesiacatholica (1889) y la constitución Conditae a Christo (1900) que las Congre-gaciones religiosas clericales y laicales, masculinas y femeninas, de votos sim-ples y públicos obtenían el reconocimiento jurídico de estado de perfección, lanueva forma de vida consagrada sin votos públicos, sin vida en común y sin há-bito religioso no fue tomada en consideración. Los redactores del Código deDerecho Canónico de 1917, aun reconociendo la existencia de esa nueva formade vida consagrada, la dejaron para una futura legislación13.

La dificultad que supuso obtener un reconocimiento oficial por partede la jerarquía eclesiástica impulsó a algunos grupos y movimientos, na-cidos como institutos seculares, a entrar a formar parte de congregacio-nes religiosas que gozaban del derecho a tener miembros externos conhábito laico (como en el caso de Volpicelli); otros, en cambio, pasaron aser sociedades de vida en común, mientras que otros aún conservaron sufisonomía originaria. Tales organismos fueron aprobados al final como

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13A. Favale, Vita consacrata e società di vita apostolica, Roma 1992, p. 218.

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pías asociaciones sometidas a la autoridad del Ordinario del lugar. Estosupuso un paso hacia adelante, sobre todo porque desde hacía unos milaños no se había reconocido una consagración a Dios que contemplara laseparación de la familia, de la profesión ejercida en el mundo y del mediosocial. El nacimiento, el año 1870, en Italia, de la Acción Católica, aso-ciación de laicos comprometidos activamente en la vida de la Iglesia,ejerció un gran influjo en la formación de laicos preparados para hacerfrente a las exigencias de los nuevos tiempos. Precisamente este nuevocompromiso de laicos, adultos en el plano cristiano, suscitó en algunosde ellos el deseo de consagrarse, aunque permaneciendo en medio desus propias realidades de vida. De este modo, empezaba a perfilarse elideal de los institutos seculares, que otorgaba prioridad a la consagra-ción a Dios permaneciendo en el mundo, trabajando en él para la veni-da del reino. Ese ideal de vida –denominado después «carisma de losinstitutos seculares»– que pretendía conciliar la consagración a Dioscon la condición secular y el apostolado en el mundo, parecía audaz ensus comienzos, cuando no revolucionario. En los primeros decenios delsiglo XX iban naciendo entre tanto nuevos movimientos laicales, quecontribuyeron a acentuar el papel de los laicos en la Iglesia. Estos lai-cos, convencidos de la llamada del Espíritu, sentían la necesidad deunirse en asociaciones consagrándose a Dios para desarrollar un apos-tolado capilar en el mundo, y como tales pedían la aprobación de laIglesia, aun encontrándose en un momento particularmente crítico, por-que coexistían dos concepciones diversas, no antitéticas, en la relaciónIglesia-mundo14. Yfue precisamente en este momento crítico cuando seredescubrió el papel originario del laicado: un papel no pasivo, de merasumisión, sino un papel para ejercerlo en el mundo y no ya contra elmundo, con los medios del mundo y no con los medios extraños al mis-mo, como recordaba von Balthasar:

El cristiano que vive en un Instituto secular es un cristiano que vive en el mun-do, entre los demás hombres cristianos y no cristianos de éste. Se distingue de

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14 La primera era la constituida por los últimos ecos de la «paz constantiniana», mientras quela otra estaba constituida por una contraposición directa entre Iglesia y mundo. Y precisamenteen el ámbito de esta segunda concepción, la Iglesia empezó a valorar al laicado, precedentemen-te mantenido al margen, probablemente para reconquistar de algún modo las realidades munda-nas, que se habían vuelto ahora autónomas.

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ellos únicamente porque ha entregado a Cristo su existencia entera, su cuerpo ysu alma, y ha recibido de Él, por mediación de la Iglesia, el puesto apropiadodonde debe trabajar para el Reino de Dios en el mundo. El hecho de ocupar yadministrar ese lugar realmente, y no sólo en apariencia, es consecuencia de laEncarnación. Lo escatológico consiste en desempeñarlo con toda su existencia«por mandato» de Dios y como mensajero de su Reino. En ambas direccioneslo único que hace es presentar en su vida, a sus hermanos cristianos, lo que esexistencia cristiana en el mundo: hace esto «indivisamente», porque ha identi-ficado su existencia con la existencia de la Iglesia para Cristo. Pero lo hace tam-bién «eucarísticamente»: su efusión en el mundo, en el prójimo, en la profe-sión, no es un sucumbir al destino, sino que es, por gracia, una forma depresencia del misterio salvador de Cristo15.

En el pensamiento del teólogo suizo se presentaba como evidente laintuición de que el reino va más allá de los estrechos límites de la Iglesiaentendida solo como institución. En el aire se respiraba la conciencia dela justa, aunque relativa, autonomía del mundo, en cuyo ámbito está lla-mado a ejercitar el laico su triple munus. Con la llegada del fenómeno dela secularización, iba emergiendo, aunque lentamente, la conciencia quela Iglesia debe tener en sus relaciones con el mundo, no ya aislado de suhorizonte, como tuvo que afirmar el padre Congar: «Según la versión delsiglo XIX, Iglesia y mundo estaban consideradas como dos realidadescontiguas, enfrentadas. Según la versión actual, se perciben mejor desdela perspectiva de una unidad, provocada por su finalidad última, y de unainterioridad recíproca, la Iglesia está en el mundo, el mundo está en elplan de Dios»16. Fue en este clima eclesial y cultural al mismo tiempodonde la entonces Sagrada Congregación de Religiosos estudió la bús-queda de una solución para resolver este problema: la imposibilidad deconciliar la firme determinación de unos hombres y unas mujeres de

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15 H.U. von Balthasar, Sponsa Verbi, Guadarrama, Los libros del monograma, Madrid 1964,pp. 535-536. Es interesante tener en cuenta unas declaraciones del mismo teólogo suizo en lasque consideraba como «secundaria» su actividad de teólogo respecto a su «trabajo en pro de larenovación de la Iglesia con la formación de nuevas comunidades [de vida consagrada secular]que unen la vida cristiana radical según los consejos evangélicos con la existencia en medio delmundo» (Id., Il filo di Arianna attraverso la nostra opera, Milán 1980, p. 49). Concretamente, deeste trabajo suyo nació un Instituto secular, llamado «comunidad de San Juan».

16 Y. Congar, 1945-1965 La recherche théologique, en Id., Situation et tâches présentes de lathéologie, París 1967, p. 36 (traducción española: Situación y tareas de la teología hoy, Sígueme,Salamanca 1970).

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consagrarse a Dios y su decidida voluntad de vivir esta consagracióncomo laicos en el mundo.

Cuando, en los primeros años del siglo XX, comenzó la redacción delCódigo de Derecho Canónico, los padres codificadores encontraron bajola jurisdicción de las Sagrada Congregación de los Obispos y Regulares,además de las órdenes y de las congregaciones religiosas, muchos insti-tutos sin votos públicos, de los que solo algunos admitían la vida en co-mún. Los «institutos religiosos» y las «sociedades de vida en común»entraron en el Código, mientras que los institutos sin votos públicos y sinvida en común, aunque eran conocidos de los codificadores, no fueroninsertados, sino remitidos a una futura legislación, dada la escasa doctri-na existente al respecto.

Tras la promulgación del código de 1917, la Sagrada Congregaciónde Religiosos reconoció su competencia únicamente para los institutosque entraban en las categorías recogidas por el Código bajo el título «Dereligiosis». Los institutos sin votos públicos, sin vida en común y sin há-bito religioso, aunque no fueron confundidos –justamente– con «píasasociaciones» de fieles, fueron confiados a la Sagrada Congregación delConcilio.

En mayo de 1938, y con la autorización de Pío XI, el padre AgostinoGemelli reunió en un congreso organizado en Saint-Gall (Suiza), a losfundadores y a los mayores exponentes de una veintena de asociacionesde laicos consagrados a Dios procedentes de diversos países. En el Con-greso se hizo evidente que esta modalidad de vida consagrada exigíauna atenta consideración por parte de la Santa Sede. En 1939, el mismopadre Gemelli remitió al Santo Padre Pío XII, a la Congregación delConcilio y a los cardenales una memoria histórica y jurídico-canónicaen la que, apoyándose en su experiencia y en el Congreso de Saint-Gall,esbozaba las características de la nueva forma de perfección, y cuyaaprobación solicitaban ahora un número siempre creciente de asocia-ciones. En realidad, se trataba de la Memoria histórico jurídica17, elabo-

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17 Memoria storica e giuridico-canonica (de ahora en adelante Memoria), titulada Le associa-cioni di laici consacrati a Dio nel mondo, publicada pro manuscripto, mecanografiado, en la Fies-ta del Sagrado Corazón, Asís (Oasis del Sagrado Corazón) 1939. Nosotros seguiremos esta edición.La Memoria del padre Gemelli fue publicada más tarde en Aa.Vv., Secolarità e vita consacrata,Milán 1966 (traducción española: Secularidad y vida consagrada, Mensajero, Bilbao 1968).

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rada por el conocido franciscano, con la colaboración de G. Dossetti,como síntesis del Congreso celebrado en Suiza. En este documento seproponía «demostrar que se debe admitir entre el estado de religioso yel de no religioso un estado intermedio: el de los laicos consagrados alservicio de Dios»18. El Santo Oficio le ordenó, en noviembre de 1939,que retirara de la circulación ese documento19. Se había vuelto, de he-cho, al Decreto Ecclesia catholica de 1889, con ligeras modificaciones.

Puesto que la cuestión de los institutos seculares se había quedadosin resolver, Pío XII confió el estudio del problema, en 1941, al SantoOficio y a la Congregación del Concilio y de los Religiosos, a fin deque elaboraran una legislación adecuada. Tras un detenido examen, enel que desempeñó un papel determinante el cardenal Larraona, poraquel tiempo subsecretario de la Sagrada congregación de los Religio-sos, el 2 de febrero de 1947 el mismo Pío XII promulgó la Constitu-ción apostólica Provida Mater Ecclesia, en la que se trazaba una histo-ria de los «estados de perfección» desde las órdenes religiosas a lascongregaciones y a las sociedades de vida en común. El documentocontenía sobre todo una exposición del fundamento teológico jurídicode los futuros institutos seculares y la ley peculiar que los rige. En la úl-tima fase de este iter tan trabajado, se insertaron las nuevas institucio-nes de laicos –y de sacerdotes regulares– consagrados a Dios, a los que

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18 Ibíd., IV.19 Así cuenta Armida Barelli este episodio: «Poco después llegó una orden del Santo Oficio

instando a retirar la Memoria. Había que retirar todas las copias [...] ¡Nunca como aquella vezadmiré el espíritu de obediencia del padre Gemelli a los Superiores! Me llamó. Me hizo leer la or-den [y] me dijo: “Es preciso retirar y destruirlo todo [...]. Yo destruí las copias que tenía y di or-den a la secretaria de que retirara las que había en la oficina. La empleada que hacía los paquetescon los opúsculos del Retiro y las circulares para los grupos, una vez recibida la orden, quitó lasgrapas a los volúmenes, abrió las hojas... y pensó: me servirán para papel de embalaje. Creyó debuena fe haber destruido los volúmenes. Y fue providencial que hubiera usado las hojas desha-ciendo los volúmenes a medida que lo necesitaba, porque cuando la Santa Sede empezó a estu-diar “el nuevo estado de perfección” para los laicos y el Santo Padre emitió la “Provida Mater Ec-clesia”, la Santa Sede pidió algunos ejemplares de aquella “Memoria”. El padre [Gemelli] sesentía desolado: “¿Cómo me las voy a arreglar para dárselos ahora que me los han hecho retirary los hemos destruido todos? Me dijo. Vamos a ver si podemos reconstruir uno o dos volúmenescon las hojas que sirven para embalaje”. Quedaban aún ejemplares enteros, sin cubierta. Les pu-simos la cubierta y las grapas y pudimos encuadernarlos y enviarlos a la Santa Sede”» (A. Bare-lli, La «nostra storia», Milán 19722, pp. 182-183).

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se dio el nombre de «institutos seculares». Fue un paso decisivo, por-que esta nueva forma de vida consagrada recibía el reconocimiento dela Iglesia con su carisma particular.

Según algunos expertos, este documento no respondía al ideal devida de los laicos consagrados y, además, presentaba el apostolado lai-cal como una suplencia del religioso y sacerdotal. Por este y otros mo-tivos, Pío XII precisó la doctrina correspondiente a los institutos secu-lares con el Motu proprio Primo Feliciter del 12 de marzo de 1948,documento que aclaraba la Provida Mater y ofrecía su interpretacióncorrecta, insistiendo en dos características de esta particular forma deconsagración. La primera es que se trata de una auténtica consagra-ción, y la segunda es la secularidad, o sea, el ejercicio de un apostola-do en el mundo con los medios del mundo. En ese mismo año la Sa-grada Congregación de Religiosos, a cuya competencia confiaba laProvida Mater los nuevos institutos, clarificó algunos puntos de los do-cumentos pontificios con la instrucción Cum Sanctissimus, una especiede comentario de las directivas relacionadas con los institutos seculares.Con estos documentos pontificios se puede afirmar, por consiguiente,que se produjo un salto cualitativo en la legislación eclesiástica, encuanto que se reconoció la posibilidad de una consagración total inclu-so para los que optaban por permanecer en el mundo. En efecto, se con-jugaban la secularidad y la consagración como elementos constitutivosde los institutos seculares.

En el plano teológico y jurídico había acontecido también un giro de-terminante para estos nuevos institutos. La Provida Mater era la primerarespuesta de la Iglesia a la petición de reconocimiento de los institutosseculares, presentes ahora de hecho desde hacía muchos años como «es-tado de perfección» en diferentes países. El padre Gemelli se había eri-gido en portavoz de los mismos en su Memoria. En esta había solicitadoexpresamente a la Iglesia el reconocimiento de los institutos seculares.Dicho con mayor precisión, había obtenido al final la aprobación «de unestado jurídico de perfección diferente del propio estado religioso»,como nuevo estado de perfección conforme «a las nuevas necesidades ya las nuevas orientaciones de la sociedad cristiana»20, a fin de evitar que

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20 Memoria, nn. 40-41.

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«formas de consagración surgidas en otros tiempos, con otra estructura ycon otras finalidades [...] se vean arrastradas por un camino que no es elsuyo, es decir, que se vean conducidas por el ritmo de los tiempos a car-garse de funciones y de tareas que no se concilian con aquellas para lasque nacieron» y también porque

el reconocimiento jurídico de las nuevas formas de consagración puede ser-vir de una manera eficaz a poner freno y a disciplinar una floración ya unpoco demasiado exuberante de institutos de laicos consagrados a Dios, surgi-dos en cada Nación. Es cosa sabida que los intentos y los experimentos semultiplican cada día en todos los países y no se puede decir que todos pre-senten las necesarias garantías de seriedad, solidez, organización y eficaciade apostolado21.

El padre Gemelli recordaba, del mismo modo, todos los pasos dadosy las dificultades encontradas por las congregaciones de votos simplespara ser insertadas entre las religiosas en sentido estricto. Con todo, sutrabajo no se había perdido. De hecho, muchas de sus ideas e intuicionesfueron recogidas por el Papa en los §§ 4-6 del capítulo titulado «El esta-do canónico de perfección» de la Provida Mater. En esta misma Consti-tución apostólica se precisa qué asociaciones pueden ser consideradascomo «institutos seculares», nacidas para observar los consejos evangéli-cos en el mundo y atender con mayor libertad a las obras de caridad: § 9 –Reconoce que se puede conseguir una consagración de la propia personaal Señor también en el mundo y ser «un instrumento bien oportuno de pe-netración y apostolado».

El Papa aprobó así, con la Provida Mater, el Estatuto de los institutosseculares, la ley peculiar que establece la modalidad de la consagracióncon votos y promesas, con un vínculo estable, mutuo y pleno que une alinstituto con sus miembros, considera necesarias sedes y casas comunes,aunque no haya vida en común; precisa su dependencia de la SagradaCongregación de Religiosos, su fundación y el gobierno interno.

El artículo 10 afirma que nada cambia para los institutos ya aproba-dos por los obispos o por la Santa Sede y puestos bajo la Congregacióndel Concilio. Fue este artículo el que convenció al padre Gemelli y a Ar-mida Barelli, así como a las misioneras de entonces, de que la Provida

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21 Ibíd., nn. 56-57.

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Mater no las contemplaba22. Con todo, Pío XII hizo saber a ambos, Ge-melli y Barelli, que la Provida Mater había sido escrita precisamentepara ellos. A. Barelli no estaba convencida de esta solución: Pío XII ha-bía dirigido a las misioneras a la Congregación del Concilio «porque de-bían ser laicas para trabajar en la Acción Católica», mientras que tenía laimpresión de que las misioneras, al entrar en los institutos seculares quedependían de las Congregación de Religiosos, habrían sido consideradascomo «religiosas».

El Papa no insistió, pero quedó herido por el decidido comporta-miento de Barelli, que había querido defender la laicidad de las misione-ras23. Dejando aparte el desagradable malentendido, la Provida Materno especificaba bien la secularidad de los institutos seculares. La Cons-titución apostólica, exceptuando las dos alusiones indicadas más arriba,insiste mucho más en la consagración y da normas concretas para la vidade los institutos seculares. Probablemente también por esto, además depor el artículo 10, Barelli y las misioneras no se encontraban reflejadasen este documento pontificio.

En este punto, apenas un año después, llegó el Motu proprio PrimoFeliciter, que insistía precisamente en la secularidad y refería algunasafirmaciones que el padre Gemelli había escrito en su Memoria, espe-cialmente en el último capítulo, el IV, «Las asociaciones de laicos consa-

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22 «Creemos, por tanto, que la nueva Constitución no nos contempla. Ydecimos a todos losque, conociéndonos, se congratulan con nosotras...: “¡Nosotras no entramos! ¡Nosotras segui-mos siendo Asociación laical femenina dependientes del Concilio! En este sentido hemos escri-to a todas las Misioneras. Fue el mismo Santo Padre el que personalmente nos declaró al padreGemelli y a mí que nosotras debíamos, precisamente para servir al ideal al que se había consa-grado nuestra Asociación, solicitar la aprobación en conformidad con la Provida Mater Eccle-sia”. Entrar en los institutos seculares no significaba en absoluto perder el carácter de mujeres lai-cas que viven en el mundo; sino que significaba permanecer laicas y seguir los consejosevangélicos de los que nos había dispensado la Santa Congregación del Concilio; significaba–¡cosa maravillosa!– ¡introducirnos en el “estado de perfección!” [...] Varios meses después, el 4de marzo de 1948, salió el Motu Proprio “Primo Feliciter”, donde se alababan y aprobaban losinstitutos seculares, pero solo fueron aprobados más tarde. ¡Es una maravilla este Motu Proprio!Ya el segundo párrafo hace comprender muy bien que se trata de nosotras. El Espíritu Santo, querecrea y renueva incesantemente la faz de la tierra... [a fin de que los institutos seculares consti-tuyan un] escaso, pero eficaz fermento [...] hasta informar toda la masa de manera que toda seafermentada en Cristo» (A. Barelli, La «nostra storia», op. cit., pp. 323-325).

23 Este episodio está tomado de «Armida Barelli», de Angelo Majo, que refiere «Note autobio-grafiche e pagine di storia», en M. Sticco, Una donna tra due secoli, Milán 1967, pp. 753-754.

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grados a Dios en el mundo». El elemento diferencial de estas nuevas for-mas de consagración respecto al estado religioso consiste, según el co-nocido franciscano, en el fin y en el programa de quien en ellas se consa-gra a Dios: el servicio de Dios en el mundo.

Mientras que en las asociaciones religiosas o cuasirreligiosas el que entra a for-mar parte de ellas se dedica a promover la venida del reino de Cristo en el mun-do, con la oración y con la acción, aunque siempre obrando en el mundo, sibien desde fuera del mundo, el que entra a formar parte de estas nuevas formasse consagra con la misma intensidad y totalidad al mismo fin, pero obrando,por así decirlo, sobre el mundo desde dentro del mundo24.

Gemelli sostenía, además, que las asociaciones de laicos consagradosno podían ser consideradas como simples asociaciones de fieles.

[En efecto,] en las asociaciones de laicos consagrados interviene algo diferen-te; algo que, bien considerado, no da lugar únicamente a una simple diferenciade cantidad, sino que da lugar a una radical diversidad de sustancia. Este ele-mento nuevo es la donación de holocausto, en virtud de la cual no se vincula unfiel [...] a esta o aquella obra de piedad o de caridad, sino a la consagración to-tal, a la observancia incondicionada de los tres consejos generales y a la entre-ga de toda la propia vida y de toda la propia actividad a un determinado fin alservicio de Dios. Éste es el dato capital [...]: la sustancia del estado religioso seencuentra toda y únicamente en la consagración de holocausto: esta sustanciase encuentra integralmente en las asociaciones de laicos consagrados, falta, encambio, por definición, en las asociaciones de simples fieles25.

Aestas últimas les falta la entrega total de la propia vida mediante losconsejos evangélicos; al contrario

en el caso de las asociaciones de laicos consagrados, por estar destinadas a en-frentarse con tareas extremadamente complejas en campos de trabajo bastantevastos por su propia naturaleza, se presume que, a fin de que puedan realizarsus fines, tengan una amplia difusión y al mismo tiempo una estructura emi-nentemente unitaria y centralizada [...]. Este estado de consagración [...] se pro-pone, como fin, una obra apostólica directa e intensa destinada a la recristiani-zación social del mundo desde dentro del mundo, o sea, una obra que demanera genérica tiene siempre un objetivo social, aunque después se especifi-que en las direcciones más diversas26.

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24 Memoria, n. 32, p. 43.25 Ibíd., n. 36, p. 50.26 Ibíd., n. 36, pp. 51-52.

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Estas asociaciones se distinguían, por consiguiente, tanto de las reli-giosas o cuasirreligiosas, como de las de los simples fieles. En apoyo deesta idea suya, en el § 4 del Primo Feliciter, el Papa declaraba que lasasociaciones «que profesan la perfección cristiana en el siglo y que sevea reúnen de un modo cierto y pleno los elementos y requisitos prescri-tos en la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, no deben nipueden ser dejadas arbitrariamente, bajo cualquier pretexto, entre lasAsociaciones comunes de fieles (cc. 684-725), sino que necesariamentese han de reducir y elevar a la propia condición y forma de InstitutosSeculares, que responde perfectamente a su carácter y necesidades».

Entre las obligaciones y deberes de los laicos consagrados considera-dos por el padre Gemelli como un «auténtico nuevo tipo de estado jurí-dico de perfección», sugería «un conjunto de normas que determinen elalcance y las consecuencias de la obligación de la pobreza, de la casti-dad, de la obediencia, del sometimiento a la regla, de acuerdo con la si-tuación particular derivada de la permanencia en el mundo»27. De modoparalelo, el Papa afirmaba en el §5 del Motu propio:

Nada se ha de quitar de la plena profesión de la perfección cristiana, sólida-mente fundada en los consejos evangélicos y en cuanto a la sustancia verdade-ramente religiosa; pero es perfección que ha de ejercitarse y profesarse en el si-glo y, por ende, conviene se acomode a la vida secular en todo lo que es lícito ypuede conformarse con los deberes y obras de la misma perfección.

Por lo que respecta a la «misión», el padre Gemelli escribía en el n.37 del cap. IV de la Memoria:

Puesto que la dedicación al apostolado externo y la inserción en el mundo al-canzan precisamente el grado máximo en las asociaciones de laicos consagra-dos, preciso es admitir que para ellas una acentuada centralización representa laexigencia vital y la condición preliminar para la realización de lo que ellas tie-nen de más propio y original28.

El Pontífice, por su lado, subrayaba en el § 5 del Primo Feliciter: «Seha de tener siempre presente lo que en todos debe aparecer como propioy peculiar carácter de los Institutos, esto es, el secular, en el cual consistetoda la razón de su existencia».

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27 Ibíd., n. 39, p. 56.28 Ibíd., n. 37.

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En el n. 32 de la Memoria se lee: «Estas nuevas formas, en cuanto de-jan o destinan a sus miembros a un determinado medio, condición de suactividad en el mundo, vienen a trabajar desde el interior de cada medioy de toda categoría social»29, mientras que en el § 6 del Primo Feliciterse declara: «Este apostolado de los Institutos Seculares debe ejercersefielmente, no sólo en el siglo, sino como desde el siglo; y, por lo mismo,en profesiones, ejercicios, formas y lugares correspondientes a estas cir-cunstancias y condiciones». Yen el § 7 se precisa: «Pueden conservarselas cosas que haya en los Institutos con su carácter secular, con tal que deningún modo perjudiquen a la plena consagración de toda su vida y con-cuerden con la Constitución Provida Mater Ecclesia».

Recogiendo los elementos manifestados por el padre Gemelli másarriba, se puede afirmar con sus mismas palabras:

El estado religioso o cuasirreligioso y el estado laico consagrado coinciden, almenos en una amplísima medida, por la sustancia y la estructura de la consa-gración. En efecto, el estado de laico consagrado: a) Es verdadero estado deperfección: puesto que tiene todos los elementos constitutivos del estado deperfección, a saber: un acto de consagración supererogatoria; una obligaciónpermanente, al menos en sentido relativo; externa, en orden a obras externas deconsejo; b) Es verdadero estado religioso – «secundum rei substantiam»: pues-to que tiene todos los elementos constitutivos de la sustancia natural del estadoreligioso, a saber: un acto de consagración total o donación de holocausto; unaobligación permanente, al menos en sentido relativo; externa; en orden a lostres consejos generales y a un determinado programa de vida que define el finespecífico que debe perseguirse en el servicio de Dios y los consejos particula-res necesarios para tal fin30.

En virtud de todos estos motivos, tanto la Provida Mater como el Pri-mo Feliciter, al recalcar la Memoria del padre Gemelli y el pensamientode Armida Barelli, deben ser leídos e interpretados juntos, y juntos ex-presan, en definitiva, los elementos fundamentales para una definiciónde los institutos seculares y de la teología que subyace en ellos31.

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29 Ibíd., n. 32.30 Ibíd., n. 33, pp. 46-47.31 La diversidad de interpretación de la Provida Mater y del Primo Feliciter ha contempla-

do la divergencia total de las posiciones de J. Beyer y J.G. Fuertes. Para el jesuita Beyer, la Pro-vida Mater permanece en una perspectiva cuasirreligiosa, mientras que el Primo Feliciter habríasido redactado precisamente para corregir tal perspectiva, apuntando hacia la verdadera caracte-

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Más adelante, el Magisterio de la Iglesia ofreció ulteriores ahonda-mientos en la doctrina sobre los institutos seculares. Pío XII trató deellos, en efecto, en varias alocuciones, en particular en los congresos delos estados de perfección del año 1950. Una vez caídas las dificultades ylas resistencias, dio así comienzo un momento de intenso estudio, aun-que las ideas sobre la naturaleza de los institutos seculares todavía no es-taban claras. Con el Vaticano II se llegó a la clarificación de algunosprincipios, en particular el de la dignidad y el papel de los laicos en laIglesia, el de su misión en el mundo y, por último, el de la vocación uni-versal a la santidad. El Vaticano II dedicaba, en efecto, a los institutosseculares el n. 11 del Decreto Perfectae Caritatis. En este documento sepueden encontrar las características esenciales de los institutos secularescuyos miembros no son religiosos, aunque realizan una verdadera profe-sión de los consejos evangélicos en el mundo. Su profesión les confiereuna plena consagración a Dios, dejando bien sentado que la secularidadconstituye el carácter específico de tales institutos.

La consagración y la secularidad han de ser vividas en esa relacióndialéctica entre la Iglesia y el mundo, a fin de dar testimonio de la pre-sencia viva y operante de la Iglesia entre las realidades de este mundo.

Efectivamente, la Iglesia ha acentuado vigorosamente los diferentes aspectosde sus relaciones con el mundo: ha recalcado que forma parte del mundo, queestá destinada a servirlo, que debe ser su alma y su fermento, porque está lla-mada a santificarlo, a consagrarlo y a reflejar en él los valores supremos de lajusticia, del amor y de la paz32.

Siguiendo con Pablo VI, en un discurso pronunciado en 1970 y enotros dos de 1972, ofrecía muchas indicaciones de carácter doctrinal yexistencial, sobre todo en orden a la «presencia simultánea» de las dosnotas características de la consagración y de la secularidad, y al recono-cimiento del modo secular de practicar los consejos evangélicos.

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rística de los institutos seculares, o sea, la secularidad. Fuertes, por el contrario, defiende la sus-tancial homogeneidad de los dos documentos. Cfr. a este respecto J. Beyer, Secolarità e consa-crazione negli istituti secolari, en Gli istituti secolari: consacrazione, secolarità e apostolato,Roma 1970; J. Fuertes, Motu Proprio «Primo Feliciter» contrarium Constitutioni «Provida Ma-ter»?, en «Commetarium pro Religiosis et missionariis», 52 (1971), pp. 60-67.

32 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 6, p. 25 (puede ver-se la edición española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Pablo VI dirigió, el 2 de febrero de 1972, un discurso a los miembrosde todos los institutos seculares con ocasión del XXV aniversario de laConstitución apostólica Provida Mater. En ese discurso, el llorado Pon-tífice tocó todos los puntos sometidos a discusión durante los diez últi-mos años. En definitiva, afirmó que ninguno de los dos elementos (la se-cularidad y la consagración) es anterior y más típico que el otro.Respecto a los religiosos, su características es la secularidad; respecto alos simples fieles, su característica es la consagración. Por la sola secula-ridad los institutos seculares no se distinguen de los otros seculares; porla sola consagración apenas se distinguen de los religiosos. De por sí,prescindiendo de comparaciones, los institutos seculares constituyenuna síntesis unitaria, vital, diferente de las otras formas de consagraciónhasta ahora existentes. Pablo VI tuvo ocasión de precisar ulteriormenteen otro lugar:

Apesar de ser «secular», vuestra posición difiere en cierto modo de la posiciónde los simples laicos en cuanto estáis comprometidos en la zona de los valoresdel mundo, pero como consagrados [...] por otra parte, no sois religiosos, por-que la consagración que habéis hecho os sitúa en el mundo como testimonio dela supremacía de los valores espirituales y escatológicos [...] De esta manerasois un ala avanzada de la Iglesia «en el mundo»; expresáis la voluntad de laIglesia de estar en el mundo para plasmarlo y santificarlo «como desde el inte-rior, a guisa de fermento» (LG 31).

Es interesante señalar que la cita está tomada del cap. IV de la Lu-men Gentium, capítulo dedicado a los laicos. «La vuestra», continúaPablo VI, «es una forma de consagración nueva y original, sugerida porel Espíritu Santo»33.

Recientemente han aparecido algunos intentos de interpretar los ins-titutos seculares desde una perspectiva sociológica. Al querer prescindirexplícitamente de cualquier característica externa, que ponen un sello alas órdenes, congregaciones religiosas y sociedades de vida en común,que constituirían por eso una milicia regular al servicio de la Iglesia, losinstitutos seculares tenderían, precisamente en virtud de su ocultamien-to, a constituirse en tropas irregulares, guerrilleras, con una cierta incli-

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33 Id., Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 13, p. 34.

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nación a la irregularidad34. Mientras que en el plano sociológico se seña-la que la pérdida de visibilidad puede constituir un punto débil para laIglesia; por otra, existe la tendencia a considerar con una cierta sospechaa los institutos seculares, cuyos miembros, en virtud de su ocultamiento–o del «secreto»–, podrían insertarse en puntos vitales de la sociedad, enla política, en la economía, en la instrucción y en otros lugares.

Al entusiasmo debido a la publicación de la Provida Mater y al des-cubrimiento de un «estado intermedio de perfección, el de los laicos con-sagrados al servicio de Dios»35 en la vida de la Iglesia, le siguió, con elpaso de los años, un período de mayor reflexión sobre el fenómeno delos institutos seculares, en el que no faltaron ni las posiciones críticas nilas de abierto disentimiento. Estas observaciones se revelaron oportunascuando se referían a algunos institutos seculares nacidos expresamentecon la pretensión de permanecer ocultos a fin de obrar mejor en la socie-dad. Con todo, algunos institutos seculares se dieron cuenta de los lími-tes que entrañaba semejante concepción, por lo que no tienen ningún se-creto o reserva para dar testimonio de su estilo de vida de laicosconsagrados en el mundo. Por consiguiente, a partir de todo lo dicho másarriba podemos afirmar que ha tenido lugar una evolución en la praxis yen las ideas que han regido la vida de los institutos seculares desde laProvida Mater a nuestros días.

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34 Esa tesis, presente ya en H. Mohr, Das katolische Apostolat. Zur Strategie und Taktik despolitischen Katholizismus, Berlín 1962, ha sido ampliamente discutida en el libro de N. Martin,Der Ordenspartisan. Zur Spziologie der Säkularininstitute, Meisenheim a. Glan 1969.

35 Cfr. Memoria, IV.

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III

LAUBICACIÓN DE LOS INSTITUTOS SECULARES EN ELÁMBITO DE LAVIDACONSAGRADA

Al intentar captar las fases destacadas a través de las cuales se hamanifestado, a lo largo de la historia de la Iglesia, el «carisma» de losque hoy llamamos institutos seculares, es menester tener presente,pues, la «relación Iglesia-mundo», para constatar al final que tal caris-ma se sitúa en el interior de la eclesiología aparecida y ahondada des-pués del Vaticano II.

Dejando aparte los antecedentes históricos y jurídicos de los institu-tos seculares, es preciso recordar que, aparentemente, el concilio Vati-cano II ha dicho poco sobre los institutos seculares; en concreto se pien-sa, por lo general, solo en el n. 11 del Decreto Perfectae Caritatis. Enrealidad, también el cap. VI de la Constitución Lumen Gentium, que tie-ne como tema a los cristianos que hacen profesión de los consejos evan-gélicos, se refiere a los miembros de los institutos seculares. El texto dela Lumen Gentium, clarificado por el n. 11 del Decreto Perfectae Carita-tis36, ha sido ratificado ulteriormente por Pablo VI37. Y esto ya ha entra-do en el nuevo Código. En efecto, los institutos seculares se encuentranbajo la rúbrica general «De institutis vitae consacratae», precisamente enlos cánones 710-73038.

La ubicación de los Institutos Seculares en el ámbito de la Vida Consagrada 41

36 Éste es el sentido en el que en el n. 11 del Perfectae Caritatis se dice que los institutos se-culares no son institutos religiosos, y en el que se afirma en el Motu proprio Primo Feliciter: «loque en todos debe aparecer como propio y peculiar carácter de los Institutos, esto es, el secular,en el cual consiste toda la razón de su existencia» (n. 5, II).

37 Pablo VI, al referirse a la naturaleza teológica de los institutos seculares, cita expresa-mente el n. 44 de la Lumen Gentium, además del n. 11 del Perfectae Caritatis. Véase sobre esto,Pablo VI, Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, CMIS, op. cit., n. 3, p. 21 (hay traducciónespañola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

38 Los miembros de los institutos seculares tienen algunos elementos en común con los reli-giosos, mientras que otros les son tan propios que puede decirse que les son específicos. Los ele-mentos que tienen en común son: 1) la profesión de los consejos evangélicos por medio de votoso de otros vínculos sagrados; 2) la consagración; 3) la pertenencia al estado de los consagrados.

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En pocas palabras, como puede verse, ha sido precisamente el Conci-lio el que, en la Constitución Lumen Gentium, ha indicado el lugar queocupa la vida consagrada en el conjunto del pueblo de Dios, dedicandoun capítulo a cada una de las tres categorías de cristianos: el cap. III a laIglesia jerárquica, el IV a los laicos y el VI a los religiosos, adjudicandoal término «consagrado» un significado más teológico que canónico. Porotra parte, ha introducido en la vida consagrada a todos los que, en for-mas diversas, consagran su vida a Dios mediante votos u otros sagradosvínculos, a los que la Lumen Gentium sigue llamando «religiosos». Ade-más de esta estructura de la Iglesia indicada en el documento conciliar,existe un fragmento en el que se declara de una manera explícita:

Porque, al no tener el Pueblo de Dios una ciudadanía permanente en estemundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja más libres a susseguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los pre-sentes los bienes celestiales –presentes incluso en esta vida– y, sobre todo, daun testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cris-to y preanuncia la resurrección futura y la gloria del Reino celestial. Y esemismo estado imita más de cerca y representa perpetuamente en la Iglesiaaquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al venir al mundo paracumplir la voluntad del Padre y que dejó propuesta a los discípulos que qui-sieran seguirle. [...] Por consiguiente, un estado cuya esencia está en la profe-sión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerár-quica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una manera indiscutible (=inconcusse), a su vida y a su santidad (LG 44).

Este texto, que forma parte del cap. VI «De religiosis» de la LumenGentium, es fundamental para comprender el lugar que ocupa la vidaconsagrada en el misterio de la Iglesia. Por una parte, en el n. 43 de estedocumento se habla de «estructura jerárquica» de la Iglesia, cuando sedeclara:

42 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

Los elementos específicos son: 1) la secularidad; y 2) el apostolado «in saeculo ac veluti exsaeculo», para usar la fórmula acuñada por el padre Gemelli. Por consiguiente, en los institutosseculares también hay vínculos que incluso deben ser sagrados. No es diferente la profesión delos consejos evangélicos tal como se requiere como criterio fundador del estado de los consa-grados. Sin embargo, los vínculos en los institutos seculares son diferentes de los vínculos de losinstitutos religiosos. En estos últimos, los vínculos son siempre votos públicos, mientras que enlos institutos seculares, con la excepción de los votos públicos, los vínculos son: 1) voto no-pú-blico (= semipúblico), sancionado y regulado por la Iglesia; 2) juramento (promisorio); 3) pro-mesa; 4) consagración que obliga en conciencia.

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Un estado, así, en la divina y jerárquica constitución de la Iglesia, no es un esta-do intermedio entre la condición del clero y la condición seglar, sino que de éstay de aquélla se sienten llamados por Dios algunos fieles al goce de un don par-ticular en la vida de la Iglesia para contribuir, cada uno a su modo, en la misiónsalvífica de ésta39.

Por otro lado, en el n. 44 se habla de «vida y santidad» de la Iglesia, esdecir, de otra estructura no «jerárquica», sino que podríamos llamarpneumático-carismática.

Para corroborar esta interpretación, baste con recurrir al misterio mis-mo de la Iglesia tal como está presentado en sus detalles en el cap. I de laLumen Gentium.Allí, concretamente en el n. 8, se declara lo que sigue:

Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de espe-ranza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantieneconstantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la so-ciedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión vi-sible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes ce-lestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidadcompleja, constituida por un elemento humano y otro divino40.

También en la Constitución Sacrosanctum Concilium se habla delmisterio de la Iglesia en estos términos:

Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada deelementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presenteen el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo hu-mano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la ac-ción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (SC 2).

Para corroborar la interpretación de más arriba, es oportuno citar aeste respecto una frase de un discurso de Pablo VI sobre la naturaleza dela Iglesia: «Determinó que fuera un organismo social, espiritual y visi-ble, una única realidad compleja, resultante de un doble elemento, hu-mano y divino»41.

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39 En nota se cita el CIC, cann. 487 y 488, correspondientes a los cann. 573 y 588 del nuevo Có-digo; Pío XII, Discurso Annus sacer, 8 de diciembre de 1950, en AAS, 43 (1951), pp. 27s.; Pío XII,Constitución apostólica Provida Mater, 2 de febrero de 1947, en AAS, 39 (1947), pp. 120ss.

40 En nota se citan las encíclicas Mystici Corporis y Humani Generis de Pío XII.41 Pablo VI, Discurso a la Rota, 29 de enero de 1970, en AAS, 62 (1970), pp. 115-116.

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Como puede verse, los textos conciliares y las autorizadas declara-ciones del papa Montini insisten en dos «elementos» que, juntos, «cons-tituyen» la naturaleza de la Iglesia: uno divino, el otro humano. Entre lossignificados atribuidos a estos dos «elementos», el que aquí nos interesaes el recibido y confirmado por la misma Lumen Gentium, según el cualel elemento divino se refiere al elemento invisible y carismático, mien-tras que el humano se refiere al elemento visible o jerárquico: «La socie-dad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reuniónvisible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada debienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque for-man una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otrodivino» (LG 8). Según la tradición y en la línea de la más sana teología,el elemento divino debe ser referido a todo lo que tiene su origen en Cris-to, el Santo de Dios, o sea, a lo que está incluido en el concepto de «san-tidad», por consiguiente, sagrado, inmutable, inmarcesible. En este sen-tido, por tanto, el elemento divino se identifica con la potestad divina,que es al mismo tiempo invisible y perceptible, carismática y real. El ele-mento humano, por el contrario, corresponde a todo lo que procede delos hombres y, por consiguiente, es mutable, caduco y pasajero. Y pues-to que se identifica con la realidad humana hace referencia al «pecado»,a la limitación del ser humano, a sus debilidades e imperfecciones. Deahí que el elemento humano se identifique con la potestad humana, tam-bién llamada potestas in temporalibus, que es ejercicio propio de la po-testad de la jerarquía y/o de la institución.

A la luz de esta interpretación, se debe hablar, por consiguiente, deuna única estructura de Iglesia, con dos elementos que interactúan entreellos: el uno carismático y el otro jerárquico, no subordinados ni muchomenos yuxtapuestos el uno al otro. Ambos constituyen, nos sentimos enla obligación de repetir, una única estructura, en la que se cruzan y com-penetran dos elementos esenciales, según lo establecido por el EspírituSanto, formando así una única realidad, precisamente la de la Iglesia. Lanaturaleza de esta última, resulta ser, por tanto, la síntesis armoniosa tan-to del elemento carismático como del jerárquico. Todo esto aparece con-firmado en la analogía de la que habla la misma Lumen Gentium:

Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Puescomo la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación Él

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indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sir-ve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cfr. Ef4,16). Ésta es la única Iglesia de Cristo [...]. Esta Iglesia constituida y ordenadaen este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica [...]. Mascomo Cristo efectuó la redención [...], así la Iglesia es la llamada a seguir esemismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación (LG 8).

Si ahondamos en la analogía de más arriba, podremos entrever en loselementos divino y humano de la Iglesia, el alma por una parte, y el cuer-po por otra. Esa relación expresa la íntima relación que existe entre elelemento carismático (divino, alma) y el jerárquico (humano, cuerpo) enla estructura eclesial, donde el alma (el Espíritu divino) tiene la funciónde vivificar el cuerpo. Asu vez, el cuerpo (la jerarquía, la institución), ensu función receptiva, es vivificado por el alma, de modo que constituyeun cuerpo vivo, por estar vivificado por el Espíritu. Igualmente, la mis-ma relación se verifica entre el elemento carismático y el jerárquico en laIglesia: el primero informa, vivifica, anima, de manera analógica, al se-gundo, y viceversa. Dado que los dos elementos se encuentran en unacontinua ósmosis entre ellos, ninguno de ellos puede eludir al otro: se in-terfieren, se conjugan e interactúan mutuamente.

En esta única estructura de Iglesia, carismática y jerárquica al mismotiempo, donde se manifiesta «la extraordinaria grandeza del poder deCristo que reina y la fuerza infinita del Espíritu Santo» (LG 44), hemosde colocar a todos los cristianos en tres estados, categorías tipológicas o,como diría Pío XII, en tres órdenes42. En virtud del bautismo, por unaparte, y del orden sagrado, por otra, volvemos a encontrar en la estructu-ra jerárquica de la Iglesia tanto el estado laical como el clerical, pero tam-bién «el estado que toma su origen de la profesión de los consejos evan-gélicos», es decir, el de los consagrados, que, «aunque no pertenezca a laestructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una mane-ra indiscutible, a su vida y a su santidad» (LG 44), o sea, a su estructuracarismática43.

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42 Cfr. Provida Mater, op. cit., pp. 114-124.43 Cfr. J. Danielou, La place des religieux dans la structure de l’Église du Vatican II, t. III,

París 1996, pp. 1173-1180 (traducción española: Puesto de los religiosos en la estructura de laIglesia, en G. Baraúna, La Iglesia del Vaticano II, Flors, Barcelona 1966).

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Por los votos –dice el documento conciliar–, o por otros sagrados vínculos aná-logos a ellos a su manera, se obliga el fiel cristiano a la práctica de los tres con-sejos evangélicos antes citados, entregándose totalmente al servicio de Dios su-mamente amado, en una entrega que crea en él una especial relación con elservicio y la gloria de Dios [...] Esta consagración será tanto más perfecta cuan-to por vínculos más firmes y más estables se represente mejor a Cristo, unidocon vínculo indisoluble a su Esposa, la Iglesia (LG 44).

De lo dicho se puede deducir que la vida consagrada no es una espe-cie de estructura yuxtapuesta o paralela a la Iglesia, puesto que pertene-ce formalmente al aspecto «más noble» de ella, como le gustaba decir aPablo VI, es decir, a la estructura sustentadora de la Iglesia. Ésta no pue-de ser considerada en su totalidad si no se incluye toda forma de vidaconsagrada44, dado que la vida consagrada actualiza la dimensión másexquisitamente eclesial, o sea, su «vida y santidad», nacida y alimentadapor el soplo vital del Espíritu Santo. Ypor ese motivo la vida consagradaes un signo, que preconiza y representa continuamente la dimensión es-catológica de la Iglesia, la Jerusalén celestial. O, como declara la LumenGentium:

El estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidadosterrenos, manifiesta mejor a todos los presentes los bienes celestiales –presen-tes incluso en esta vida– y, sobre todo, da un testimonio de la vida nueva y eter-na conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura yla gloria del Reino celestial. Yese mismo estado imita más de cerca y represen-ta perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios esco-gió al venir al mundo para cumplir la voluntad del Padre y que dejó propuesta alos discípulos que quisieran seguirle. Finalmente, pone a la vista de todos, deuna manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo terreno y susgrandes exigencias (LG 44).

Es más, la vida consagrada remite de inmediato a las bienaventuran-zas evangélicas. En efecto, «los religiosos, por su estado, dan un precla-

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44 Es interesante señalar que la vida de la Iglesia no sería plena, íntegra, sin estos cristianosque han consagrado su vida a Dios y a la Iglesia. «La jerarquía y el pueblo cristiano constitu-yen las condiciones mínimas. Si enfocamos la Iglesia en su plenitud, en su integridad, comodijo Mons. Weber en el Concilio, entonces comporta necesariamente unas vidas enteramenteconsagradas a Dios. Estas constituyen la marca del desarrollo cabal mismo de la comunidad.En tanto no existan, la comunidad no está plenamente consumada» (J. Danielou, La place..., op.cit., pp. 1177-1179).

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ro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado niofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas» (LG 31).

Yprecisamente de este modo es como la vida consagrada manifiestael poder salvífico transmitido por Cristo a su Iglesia, o más propiamente,la gracia vivificante del Espíritu que, como fuente perenne continúa de-rramándose sobre el pueblo de Dios. Por consiguiente, podemos afirmar,sin caer en interpretaciones arbitrarias y forzadas, que la esencia de la vidaconsagrada es genuinamente carismática, porque manifiesta la vida delEspíritu en los que se ponen a seguir a Cristo, representando en el hoy dela historia la forma de vida que él eligió al encarnarse, para realizar el pro-yecto salvífico-comunional del Padre. Por otra parte, como vida carismá-tica institucionalizada, goza de la garantía que la misma Iglesia le conce-de en el momento en que reconoce sus múltiples formas de vida, lasaprueba, las ratifica y las asiste con las normas adecuadas. Aeste respectoes oportuno recordar que la vida consagrada abarca dos tipos de institu-tos, que precisamente reciben el nombre de «institutos de vida consagra-da», a saber: los institutos religiosos y los institutos seculares.

Por todo lo dicho más arriba resulta evidente que el concilio Vatica-no II ha hablado mucho más y mejor en comparación con los otros con-cilios sobre los institutos seculares, puesto que los ha incluido en el ám-bito de la vida consagrada y, por tanto, en el cauce mismo de la Iglesiacon una visión amplia, rica en las líneas maestras de su doctrina teoló-gica. De este modo, el Concilio ha querido retomar y codificar los mo-vimientos laicos, las asociaciones laicales, y todas las realidades ecle-siales del pasado antecesor de los institutos seculares.

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IV

IDENTIDAD Y CARACTERÍSTICAS DE LOS INSTITUTOS SECULARES

En la relación fundamental Iglesia-mundo, que es una inserción mi-sionera de la Iglesia en la historia de los hombres, se sitúa la vocación es-pecífica de los institutos seculares. La Provida Mater los define así: «So-ciedades, clericales o laicas, cuyos miembros, para adquirir la perfeccióncristiana y ejercer plenamente el apostolado, profesan en el siglo los con-sejos evangélicos»45. El nuevo Código, dando un paso adelante, los de-fine en estos términos: «Un instituto secular es un instituto de vida con-sagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a laperfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación delmundo sobre todo desde dentro de él» (can. 710). La descripción aquípresentada la completan los cann. 711, 713-715. Allí se citan tres ele-mentos esenciales para los miembros de los institutos seculares: la totalconsagración de vida; el compromiso de testimonio y de apostolado, laopción por permanecer en el mundo, viviendo y trabajando evangélica-mente con los medios ofrecidos por las estructuras del mundo. Eso sig-nifica que los laicos consagrados conducen su vida cristiana en las con-diciones ordinarias del mundo, en virtud de su secularidad, a imitaciónde Jesús de Nazaret. La asunción de responsabilidades en orden a tendera la perfección de la caridad y el compromiso apostólico aparecen consi-derados en la Provida Mater como los fines propios de los institutosseculares. El canon habla de «santificación del mundo», expresión querecuerda un concepto que el n. 34 de la Constitución Lumen Gentium usapara describir la función sacerdotal de los laicos, los cuales «consagran aDios el mundo mismo».

Lo que hemos dicho poco antes nos permite reconocer los elemen-tos constitutivos de los institutos seculares, que la misma ley peculiarilustra en los artículos posteriores, y que el Magisterio eclesial precisaen sus documentos. Por ejemplo, en la Exhortación apostólica Vita

48 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

45Art. I.

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consecrata, Juan Pablo II, aludiendo a los institutos seculares declaralo que sigue:

El Espíritu Santo, admirable artífice de la variedad de los carismas, ha suscita-do en nuestro tiempo nuevas formas de vida consagrada, como queriendo co-rresponder, según un providencial designio, a las nuevas necesidades que laIglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo. Pienso en primer lugar en los Institutos seculares, cuyos miembros quieren vi-vir la consagración a Dios en el mundo mediante la profesión de los consejosevangélicos en el contexto de las estructuras temporales, para ser así levadurade sabiduría y testigos de gracia dentro de la vida cultural, económica y políti-ca. Mediante la síntesis, propia de ellos, de secularidad y consagración, tratande introducir en la sociedad las energías nuevas del Reino de Cristo, buscandotransfigurar el mundo desde dentro con la fuerza de las Bienaventuranzas. Deeste modo, mientras la total pertenencia a Dios les hace plenamente consagra-dos a su servicio, su actividad en las normales condiciones laicales contribuye,bajo la acción del Espíritu, a la animación evangélica de las realidades secula-res. Los Institutos seculares contribuyen de este modo a asegurar a la Iglesia,según la índole específica de cada uno, una presencia incisiva en la sociedad. Una valiosa aportación dan también los Institutos seculares clericales, en los quesacerdotes pertenecientes al presbiterio diocesano, aun cuando se reconoce a algu-nos de ellos la incardinación en el propio Instituto, se consagran a Cristo mediantela práctica de los consejos evangélicos según un carisma específico. Encuentran enlas riquezas espirituales del Instituto al que pertenecen una ayuda para vivir inten-samente la espiritualidad propia del sacerdocio y, de este modo, ser fermento decomunión y de generosidad apostólica entre los hermanos (VC 10).

Teniendo presente la experiencia, aunque sea breve, de los institutosseculares, es preciso decir ahora algunas palabras de clarificación sobre loselementos constitutivos de los institutos seculares: la secularidad, la con-sagración, el compromiso apostólico, la relación de los miembros con elinstituto al que pertenecen. Es importante advertir de inmediato que estoselementos son coesenciales, y no se subordinan el uno al otro. Seculari-dad, consagración, apostolado constituyen tres elementos esenciales sinlos que una asociación no puede recibir el nombre de instituto secular46.

Identidad y características de los Institutos Seculares 49

46 «Consagración, apostolado, secularidad, señalados en el «Primo Feliciter» como elemen-tos característicos de los institutos seculares, siguen siendo válidos, porque están íntimamente li-gados a su naturaleza. Hoy, sin embargo, el significado de estos términos se ha visto enriquecidoy ahondado por la maduración que el Espíritu ha llevado a cabo en la Iglesia y en cada Instituto(CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 43-44, p. 131).

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Para disponer de un cuadro más completo, es menester añadir a esta tría-da otras dos notas características de los institutos seculares. La primeraes la fisonomía propia de un instituto secular, derivada de su reunirsebajo un carisma específico47, y, por consiguiente, con una espiritualidadabsolutamente propia. La otra nota es la inserción viva en la Iglesia:como «el ala avanzada» (Pablo VI), que vive en el mundo, pero no per-tenece al mundo. Esto implica la plena disponibilidad a las exigencias dela Iglesia en espíritu de servicio.

La vocación de los institutos seculares se realiza en el mundo o, máspropiamente, en el siglo. En la secularidad, elemento típico de dichos ins-titutos, reside su particular razón de ser (cfr. PC 11). Los institutos secula-res se distinguen de los religiosos precisamente porque los miembros quea ellos pertenecen viven una vida de consagración en la secularidad, razónpor la que no se les puede aplicar el derecho de los religiosos48. En esto to-dos están de acuerdo, así como también en reconocer que la secularidad,en sí misma, no constituye ninguna peculiaridad, ya que ella es la condi-ción normal y común del mundo, y solo es peculiar respecto a la condiciónde los religiosos. Las divergencias nacen, sin embargo, en el modo de in-terpretar la secularidad, sobre todo en el plano práctico y operativo. Si sepone el acento en el tipo especial de apostolado que pretenden desarrollaralgunos institutos seculares (penetración en medios diversos, incluso hos-tiles a la Iglesia), la consecuencia será que los miembros pertenecientes atales institutos deberán permanecer lo más desapercibidos posible.

De ahí se sigue, por tanto, que no deberán tener casas, obras propias,signos distintivos de ningún tipo, ni mantener unas relaciones particula-res con la autoridad eclesiástica, ninguna función diaconal, etc. Si, por elcontrario, se acentúa la colaboración especial con la jerarquía a la quepueden ser llamados los laicos, según lo que dice la Lumen Gentium49, se

50 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

47 De esto hablaremos más explícitamente en el cap. V.48 Puesto que los miembros de los institutos seculares viven en el mundo, se distinguen de

los religiosos, que viven separados del mundo (cfr. can. 607, § 3).49 Así se dice en el n. 33 de la Constitución dogmática sobre la Iglesia: «Además de este

apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles, los laicos pueden también ser llama-dos de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía, comoaquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mu-cho en el Señor (cfr. Flp 4,3; Rm 16,3ss.). Por los demás, son aptos para que la jerarquía les con-fíe el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual».

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podrá decir entonces que los institutos seculares pueden tener casas yobras propias.

En definitiva, es menester poner de relieve, en lo relacionado con laterminología, la clarificación añadida hoy a buen seguro por la válida yautorizada orientación proporcionada por Pablo VI. Esa clarificación serefiere tanto a la «secularidad» como al «radicalismo evangélico». Por loque respecta a la secularidad, esto es lo que escribe el papa Montini:

«Secularidad» indica vuestra inserción en el mundo. Significa no sólo una po-sición, una función que coincide con el vivir en el mundo ejerciendo un oficio,una profesión «secular». Debe significar, ante todo, toma de conciencia de es-tar en el mundo como «lugar propio vuestro de responsabilidad cristiana». Es-tar en el mundo, es decir, comprometidos con los valores seculares, es vuestromodo de ser Iglesia y de hacerla presente, de salvaros y de anunciar la salva-ción. Vuestra condición existencial y sociológica deviene vuestra realidad teo-lógica y vuestro camino para realizar y atestiguar la salvación. De esta manerasois un ala avanzada de la Iglesia «en el mundo»; expresáis la voluntad de laIglesia de estar en el mundo para plasmarlo y santificarlo «como desde el inte-rior, a guisa de fermento» (Lumen Gentium 31), quehacer, éste, confiado prin-cipalmente al laicado. Sois una manifestación muy concreta y eficaz de aquelloque la Iglesia quiere hacer para construir el mundo descrito y presagiado por laGaudium et Spes50.

La intuición de Montini incluye dos conceptos que se integran entreellos: el sentido de una secularidad asumida como elemento que cualifi-ca esta forma de vida consagrada en el mundo y el valor teológico que seatribuye al mundo.

La secularidad es la dimensión constitutiva de la existencia humana ydel situarse el ser humano en relación con los otros, a todos los niveles.Por eso, en el sentido existencial-sociológico, secularidad significa serdel mundo y en el mundo, mientras que en sentido teológico significaasumir la propia condición secular originaria, para transformarla en«realidad teológica», o sea, en la dimensión que cualifica la vocación tí-pica del laico consagrado, que por una opción libre pone todo su ser ytoda su acción en el mundo, su corporeidad y su estar con los otros para

Identidad y características de los Institutos Seculares 51

50 Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 12, p. 33 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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la realización del reino de Dios entre el ya y el todavía no del eschaton deCristo y de la Iglesia.

La secularidad no es, pues, lo repetimos para mayor claridad, unapura condición sociológica, sino una «disposición», una «actitud inte-rior», y todavía más una dimensión de valor que cualifica un «estilo»cristiano de vivir el radicalismo evangélico, porque induce a situarsefrente al mundo y a sus desafíos y valores para ordenarlo a Dios. Fue pre-cisamente Juan Pablo II el que subrayó este concepto a los miembros delos institutos seculares con estas palabras:

La tercera condición sobre la que quiero invitaros a reflexionar, la forma la re-solución que os es propia, o sea, cambiar el mundo desde dentro. Pues estáis in-sertados del todo en el mundo y no sólo por vuestra condición sociológica; estainserción se espera de vosotros como actitud interior sobre todo. Por tanto, de-béis consideraros «parte» del mundo, comprometidos a santificarlo con laaceptación plena de sus exigencias, derivadas de la autonomía legítima de lasrealidades del mundo, de sus valores y leyes51.

Es la actitud para un tipo de servicio cristiano, que se sitúa de por síen la perspectiva de la misión de la Iglesia, en cuanto abierta al mundo,para anunciarle el Evangelio. En esta forma peculiar de consagración,el mundo asume, para el consagrado, un auténtico valor teológico, por-que es el «lugar teológico» en el que se encuentra como testigo espe-cializado «de la postura y de la misión de la Iglesia en el mundo [...]modelo de arrojo incansable en las nuevas relaciones que la Iglesia tra-ta de encarnar con el mundo y al servicio del mismo»52. La Iglesia estáen el mundo, «ella, por tanto, posee una auténtica dimensión secularinherente a su naturaleza íntima y a su misión, cuya raíz se hinca en elmisterio del Verbo encarnado, y que se ha realizado de modo distintoen sus miembros –sacerdotes y laicos– según el carisma propio decada uno»53. La categoría de «mundo» representa el referente paradig-mático de la identidad peculiar del laico consagrado. Esa identidad ha

52 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

51 Juan Pablo II, Discurso dirigido a los participantes en el II Congreso Internacional de losinstitutos seculares, Cambiare il mondo dal di dentro, 28 de agosto de 1980, en CMIS, op. cit., n.14, p. 45 (Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

52 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., pp. 26-27) (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

53 Ibíd., p. 26.

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sido recibida y ratificada por el nuevo Código (cfr. can. 710), que, enotros cánones, dice así: «Por su consagración un miembro de un insti-tuto secular no modifica su propia condición canónica, clerical o laical,en el pueblo de Dios, observando las prescripciones del derecho relati-vas a los institutos de vida consagrada» (can. 711). «Los miembros deestos institutos manifiestan y ejercen su propia consagración en la ac-tividad apostólica y, a manera de levadura, se esfuerzan por impregnartodas las cosas con el espíritu evangélico, para fortaleza e incrementodel Cuerpo de Cristo» (can. 713, § 1).

Los miembros laicos participan en la función evangelizadora de la Iglesia en elmundo y tomando ocasión del mundo, bien sea con el testimonio de vida cris-tiana y de fidelidad a su consagración, bien con la colaboración que prestanpara ordenar según Dios los asuntos temporales e informar al mundo con lafuerza del Evangelio. Ytambién ofrecen su propia cooperación al servicio de lacomunidad eclesial, de acuerdo con su modo de vida secular (can. 713, § 2).

En estos cánones se indican los fundamentos teológicos de la formade vida de los miembros de los institutos seculares, llamados a dar testi-monio del Evangelio en la vida diaria, junto a los otros hombres, en lasrealidades que tienen que ver con la construcción de la ciudad secular,colaborando en la edificación de la comunidad eclesial y humana.

Desde esta perspectiva, la secularidad viene a coincidir con la situa-ción en la que se encuentra toda realidad creada y, por consiguiente, tam-bién el hombre, por el hecho mismo de existir y de vivir en este mundo o«siglo», procedente de Dios y dotado por Dios mismo para realizarse ensu individualidad e identidad54. En este su ser «secular» existe una esca-la de valores que van desde sus relaciones con los otros hasta su destinoúltimo, que es Dios. En consecuencia, secularidad significa estar en elmundo, en cuanto ámbito histórico-existencial en el que el hombre pue-de realizar su propia vida de laico consagrado a Dios. Ésa es la razón porla que «es evidente que, en tanto y mientras sigan en este mundo y so-

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54 G. Lazzatti, Secolarità e instituti secolari (1957), en Aa.Vv., Secolarità e vita consacrata,Milán 1966, pp. 44-85, en part. 49-58 (traducción española: Secularidad y vida consagrada,Mensajero, Bilbao 1968). Para profundizar más aún en el pensamiento de Lazzatti al respecto,véase: A. Oberti, La «Città dell’uomo» nel mistero di Dio. Giuseppe Lazzatti, Ciudad del Vatica-no 2002.

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metidos al tiempo, tanto los individuos bautizados como toda la Iglesiamerecen la calificación de seculares»55.

La secularidad es, por consiguiente, una «actitud interior», una di-mensión de valor que cualifica un tipo de personalidad cristiana, que se si-túa de un cierto modo frente al mundo, a sus leyes y exigencias, a sus va-lores y a sus peculiaridades, para que este se ordene según Dios. Pío XIIya se había enfrentado, en el lejano 1948, al problema de la secularidad delos institutos seculares y en el Motu propio Primo Feliciter había afirma-do lo siguiente:

Se ha de tener siempre presente lo que en todos debe aparecer como propio ypeculiar carácter de los Institutos, esto es, el [carácter] secular, en el cual con-siste toda la razón de su existencia. Nada se ha de quitar de la plena profesión dela perfección cristiana, sólidamente fundada en los consejos evangélicos [...]pero es perfección que ha de ejercitarse y profesarse en el siglo y, por ende, con-viene se acomode a la vida secular en todo lo que es lícito y puede conformarsecon los deberes y obras de la misma Perfección56.

Ese pensamiento fue confirmado por Pablo VI cuando, al dirigirse alos miembros de los institutos seculares, dijo lo siguiente:

El magisterio pontificio no se ha cansado de hacer un llamamiento a los cris-tianos, [...], a que asuman eficaz y lealmente las propias responsabilidadesante el mundo [...]. El mundo cree que se basta a sí mismo, que no necesita nila gracia divina, ni la Iglesia para construirse y para expandirse; se ha formadoun trágico divorcio entre la fe y la vida [...]. La Iglesia del Vaticano II ha escu-chado esta «vox temporis» y ha respondido con la clara conciencia de su mi-sión ante el mundo y la sociedad; sabe que es «sacramento universal de salva-ción», sabe que no puede haber plenitud humana sin la gracia, es decir, sin elVerbo de Dios57.

Esa actitud interior está orientada al típico servicio cristiano, que sesitúa en el horizonte más amplio de la misión de la Iglesia, abierta almundo para anunciarle el Evangelio. Si la Gaudium et Spes y la Evange-lii Nuntiandi han dado una configuración precisa a ese servicio «secu-

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55 G. Lazzatti, Considerazioni teologiche sugli istituti secolari, en Aa. Vv., Secolarità..., op.cit., p. 167.

56 Pío XII, Primo Feliciter, 12 de marzo de 1948, en AAS, 40 (1948), p. 248 (hay traducciónespañola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

57 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 8, p. 26.

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lar», incluso en la misión eclesial, particularmente connatural –aunqueno de manera exclusiva– al laico, el miembro de un instituto secular en-cuentra en este servicio «secular» la razón de su presencia activa en elmundo. La presencia y el servicio han sido resumidos por Pablo VI deeste modo:

Si permanecen fieles a su propia vocación, los institutos seculares se converti-rán en «el laboratorio experimental en el cual la Iglesia verifique las modalida-des concretas de sus relaciones con el mundo. Por eso deben escuchar, comodirigido sobre todo a ellos, la invitación de la Exhortación apostólica EvangeliiNuntiandi: «Su tarea primera e inmediata [...] es poner en práctica todas las po-sibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y ac-tivas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora,es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y tam-bién de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de losmedios de comunicación de masas (n. 70)»58.

En cuanto a la laicidad, otro término que se usa por «secularidad», opor «vivir en el mundo», es preciso señalar, en primer lugar, que se tratade una problemática más bien reciente, al menos en el modo como la en-tienden algunos autores. Si la laicidad o, como se decía antes, la secula-ridad, no es antes que nada un dato sociológico, personal, de ubicaciónsocial, sino una perspectiva de valor, entonces hace una referencia direc-ta, para el laico consagrado, a «compromiso en el mundo» y a «consa-gración evangélica» del mismo, por consiguiente, al radicalismo evan-gélico expresado en su consagración en el mundo. Si se entiende eltérmino «mundo» en el sentido indicado por el Código, el problema de-saparece, mientras que aparece cuando se da otro significado a la palabra«laicidad». Tal problema se puede expresar del modo siguiente: las con-gregaciones religiosas masculinas y femeninas laicales, aun siendo lai-cales, son claramente distintas de las asociaciones de simples fieles, ysus miembros no son simples fieles. De hecho, tienen un estatuto propio,justamente el de los religiosos. Los miembros pertenecientes a los insti-tutos seculares, sin embargo, pueden ser considerados en todo y por todosimples fieles laicos en el sentido pleno de esta palabra, mientras que al-gunos investigadores hacen observar que la consagración de los miem-

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58 Id. Ben volentieri, en CMIS, op. cit., n. 4, p. 38.

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bros de los mencionados institutos los distingue de los simples fieles. Laposición de la Sagrada Congregación de Religiosos no ha sido siempreuniforme respecto a los institutos seculares. En los primeros años seaprobaron institutos seculares con una cierta celeridad, aplicándoles aná-logamente el derecho de los religiosos. A continuación, se hizo uso deuna mayor prudencia, y frente a los miembros de tales institutos, que so-licitaban ser aprobados como seculares, aunque tenían o preveían obrasque implicaban vida en común para sus miembros, se hizo manifiesta laconveniencia de pasar a otra categoría jurídica.

Entre los autores, canonistas y teólogos, se ha intentado dar solucio-nes a esta problemática. F. Castaño59, por ejemplo, ha propuesto másbien recientemente una nueva síntesis. Sugiere que, más que hablar delaicidad, sería mejor hablar de «secularidad cualificada» y limitada porla consagración, la cual «modifica la misma naturaleza de la seculari-dad»60. Considera necesario salvar el valor de la consagración, si se quie-re, como parece ser la intención de todos, continuar hablando de los ins-titutos seculares como distintos tanto de los religiosos como de lossimples laicos, según lo que afirma Pablo VI:

Apesar de ser «secular», vuestra posición difiere en cierto modo de la posiciónde los simples laicos en cuanto estáis empeñados en la zona de los valores delmundo, pero como consagrados: es decir, no tanto para afirmar la intrínseca va-lidez de las cosas humanas en sí mismas, cuanto para orientarlas explícitamen-te en conformidad con las bienaventuranzas evangélicas; por otra parte, no soisreligiosos, porque la consagración que habéis hecho os sitúa en el mundo comotestimonio de la supremacía de los valores espirituales y escatológicos [...] Nin-guno de los dos aspectos de vuestra fisonomía espiritual puede ser supervalora-do a costa del otro. Ambos son «coesenciales».

En pocas palabras, mientras que los religiosos se han puesto a seguira Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos, abandonandoel siglo o mundo, otros –llamados «seculares»– viven su consagración aCristo por medio de una especial vocación divina, permaneciendo en lascondiciones y actividades del mundo. Son fieles laicos consagrados quepertenecen a los institutos seculares. Por ese motivo, es

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59 Cfr. su largo artículo Il carisma della scolarità consacrata, in «Angelicum», 53 (1976),pp. 319-361.

60 Ibíd., p. 348.

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importante distinguir en el calificativo «secular» atribuido a estos institutos undoble significado: a) uno negativo: este, aunque no es el principal, es impor-tante para separar a los institutos seculares de los religiosos, orientarlos en elplano teológico y existencial y crear las bases de su normativa y de su recono-cimiento [...]; b) otro positivo: este otro aspecto de la secularidad, que expresala vocación específica común a todos los institutos seculares (laicales, clerica-les y mixtos), representa [...] una actitud de presencia y de compromiso apostó-lico en el mundo que se vive en modalidades diferentes por los laicos y por lossacerdotes [...]. La fusión en una misma vocación de la consagración y delcompromiso secular confiere a ambos elementos una nota original61.

En el plano teológico-espiritual, la consagración –otro término em-parejado con secularidad– es la realización plena de la vida bautismal,por consiguiente, realización de una vida abrazada y vivida de una ma-nera evangélica. En el caso de los institutos seculares, la consagración sevive concretamente mediante la profesión de los consejos evangélicos,abriéndose cada vez más al sentido de las bienaventuranzas.

«Consagración» indica, [...], la íntima y secreta estructura portadora de vuestroser y vuestro obrar. Aquí está vuestra riqueza profunda y escondida que loshombres, en medio de los cuales vivís, no saben explicarse y, a menudo, nopueden ni siquiera sospechar. La consagración bautismal ha sido ulteriormenteradicalizada como consecuencia de una crecida exigencia de amor suscitada envosotros por el Espíritu Santo; no es la misma forma de consagración propia delos religiosos, pero, ciertamente, es de tal índole que os empuja a una opciónfundamental por una vida según las bienaventuranzas evangélicas. De modoque estáis realmente consagrados y realmente en el mundo62.

Toda forma de consagración a Dios expresa una relación particularDios-hombre, que pasa inevitablemente por un tercer elemento, el mun-do. En efecto, el hombre que se consagra a Dios es un hombre que viveen el mundo, profundamente ligado a él. Como está ligado a un cuerpo ya un tiempo, vive en su cuerpo y en su tiempo, de los que toma todos loselementos constitutivos de su existencia, que él pretende «consagrar» aDios como cristiano. La consagración viene a ser así, en el ámbito cris-tiano, una acción religiosa (cultual), a través de la cual se pone la perso-

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61 CRIS, Riflessioni teologiche..., en CMIS, op. cit., nn. 27-35, pp. 128-129.62 Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 13, pp. 33-34

(hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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na de un modo particular al servicio de Dios. Hablando con mayor pro-piedad, significa ofrecer la propia vida a Dios, comprometiéndose deuna manera radical y total por él. En realidad, siempre hay estados, a par-tir del anuncio evangélico, hombres y mujeres que, llamados a ofrecer aDios su propia vida en un acto de amor (consagración), han sido capacesde responder plenamente a la oferta que Dios hace de sí mismo, de modoespecial, es decir, a través de los consejos evangélicos.

Además de esta primera forma de consagración hay otra, la abraza-da por fieles laicos que viven en el mundo. También ellos han oído lallamada a vivir una consagración particular, en el mundo, permane-ciendo en su estado y en su condición de vida. Dicho de otro modo, vi-ven en el mundo, ejerciendo su propia profesión de vida, comprome-tiéndose en esas realidades que, por ser seculares, son típicas y propiasde los laicos. Esta particular vocación les permite conjugar en una uni-dad inescindible la consagración y la secularidad, tal como afirma laConstitución Lumen Gentium (cfr. LG 31). Todo lo dicho más arribanos induce a afirmar:

Esta vida consagrada en pleno mundo debe establecerse sobre unas bases sóli-das, es decir, sobre una consagración incondicionada a Dios, sin reservas,«porque –como decía el padre de Clorivière– cuanto menos vínculos exterioreshay en este tipo de vida, más necesario es para su fin que todos sus miembrosestén estrechamente unidos a Jesucristo con vínculos interiores espirituales ysagrados»63.

Si la secularidad no es un dato personal que pone al individuo en unestado social, sino una «perspectiva de valor», lo mismo vale para elotro término de la relación: consagración. Ciertamente, todos los cris-tianos están llamados a la santidad en virtud del bautismo, pero en elcaso del consagrado laico, debe permanecer en la situación en que seencuentra en el momento de su llamada, según lo que afirma el apóstolPablo: «Por lo demás, que cada cual viva conforme le asignó el Señor,cada cual como le ha llamado Dios» (1 Co 7,17). Este concepto ha sidoclarificado por Pablo VI en estos términos: «Vivís una verdadera ypropia consagración según los consejos evangélicos, pero sin la pleni-tud de “visibilidad” propia de la consagración religiosa. Esta visibili-

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63 J. Beyer, Les instituts séculières, Brujas 1954, p. 39.

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dad, la constituyen, además de los votos públicos, una vida comunita-ria más estrecha y el “signo” del hábito religioso»64. De aquí el secre-to65 de algunos institutos seculares, que no significa anonimato, sinoprecisamente identidad del que vive desde dentro, «de manera escon-dida», en su realidad temporal de la vida diaria, como la levadura en lamasa. De modo diferente a la misión de los religiosos, que los quieremanifiestamente situados frente al mundo a la manera de una ciudaderigida sobre un monte o de una lámpara puesta sobre un candelero(cfr. Mt 5,14-15) para atraer a todos a la santidad e iluminar con todaclaridad el camino, la tarea de los laicos consagrados se desarrolla en elregistro de la colocación dentro del mundo para ser fermento en él. Deeste modo, se esfuerzan por vivir su vocación a la santidad, como afir-ma von Balthasar:

En la misión que cada uno recibe está arraigada esencialmente la forma de san-tidad que se le ha dado y que se requiere de él. El cumplimiento de esa misiónse identifica con la santidad que le es accesible. En consecuencia, la santidad esalgo esencialmente social y, por consiguiente, sustraída al arbitrio del indivi-

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64 Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 13, p. 34 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

65 A propósito de la «reserva» o «secreto» que pueda haber –lamentablemente no siempremantenido por miembros de institutos seculares–, me complace citar el pensamiento de E. Fran-ceschini: «Con pocas palabras habrá suficiente para este tema. Los institutos seculares nacieron,en sus orígenes, en el secreto, y en secreto han trabajado bajo la dirección de sus fundadores. Trasel reconocimiento que les dio la Iglesia con la Provida Mater (1947) y los documentos que la si-guieron, esa razón para el secreto desaparece, en cuanto a los mismos Institutos. Estos son ahorainstituciones propias de la Iglesia y como tales trabajan según las Reglas y las Constituciones queles dieron sus fundadores y aprobadas por la Iglesia. Permanece, sin embargo, y precisamentepor consideración al apostolado, la necesidad de la reserva en cuanto a los miembros de cada Ins-tituto. La consagración a Dios en el mundo, para obrar in saeculo y ex speculo, tiene una necesi-dad absoluta de tal reserva. Ésta no es solo una de las notas características que distinguen a losmiembros de los Institutos seculares de los miembros de las Órdenes y de las Congregaciones re-ligiosas, aunque parece ser en sí misma conditio sine qua non de una fecunda actividad de apos-tolado. El consagrado a Dios que ha sido llamado a seguir este nuevo camino de testimonio parapermanecer en los campos, en los talleres, en las oficinas [...] allí donde se desarrolle una activi-dad humana, debe aparecer igual en todo a aquellos entre los que trabaja sin que ellos conozcanel secreto que la ata a Dios mediante la profesión de los consejos evangélicos. Éstos, los compa-ñeros de camino, verán sus obras: pero está bien que ignoren la fuente íntima de que estas proce-den, precisamente para que puedan creer que a todos les es posible la santidad de vida, en la fe yen la caridad, sea cual sea el trabajo, el oficio, la profesión ejercidos» (E. Franceschini, Comotante..., op. cit., pp. 212-213).

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duo. Dios tiene una idea particular de cada cristiano y le asigna a cada uno unsitio preciso en la comunidad eclesial66.

Pero hay más. La consagración consiste para un laico en el compro-miso de ser completamente de Dios viviendo en la secularidad, comomedio de realización de la «pertenencia a Dios»67. El siglo o el mundo,como se quiera decir, no es, por tanto, solo un «corredor de paso» o «unasala de espera» en vistas a la entrada en la eternidad. Tiene una consis-tencia propia. Como escribe J. B. Metz, «pertenecer a Cristo no significarenegar del mundo. El precio que paga el cristiano por seguir a Cristo noes la negación o el desprecio del mundo, sino una particular responsabi-lidad para con el mundo, la disponibilidad a darse y entregarse al mun-do»68 en pura pérdida de sí mismo, como consecuencia de su consagra-ción a Dios. Este compromiso o servicio apostólico está íntimamenteligado, en el caso del laico consagrado, a su condición secular en cuyointerior se expresa y se caracteriza.

Y es precisamente este el apostolado específico de los miembros delos institutos seculares, apostolado que deriva de su consagración, encuanto que por arraigar su corazón en Dios, los introduce en su amor alos hombres. De este modo, están totalmente y al mismo tiempo entre-gados a Dios y a los otros.

Vale, también para los institutos seculares, que la profundización en el concep-to de apostolado que se ha madurado en la renovada eclesiología del concilioVaticano II, es decir, el apostolado entendido como «ser» más que como «ha-cer», como presencia operante en sentido cristiano en el interior del orden tem-poral, como servicio a los hermanos en todas las situaciones en que se realiza elreino de Dios69.

De este modo, los laicos consagrados a Dios en favor de los hombres,mientras se dedican de manera incondicionada a un servicio en y por elmundo, trabajan responsablemente en la construcción de un mundo más

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66 H. U. von Balthasar, Sorelle nello Spirito. Teresa di Lisieux ed Elisabetta di Digione, Mi-lán 1974, p. 18.

67 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 47, p. 131.68 J. B. Metz, Sulla teologia del mondo, Brescia 1969, p. 99 (traducción española: Teología

del mundo, Sígueme, Salamanca 1970).69 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 49, p. 131.

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humano. Su misma entrega evangélica vivida en plenitud se convierte entestimonio silencioso y secreto –es la reserva a la que están obligadosciertos institutos seculares– para el hombre de hoy. Dicho con otras pala-bras, viven ya aquí y ahora la dimensión vertical, o sea, la unión con elAbsoluto de Dios, con radicalismo evangélico, en las realidades tempo-rales, no asumiéndolas como algo propio y específico con la justifica-ción de estar obligado a comprometerse totalmente en el plano social–completamente laical, tal como piensan– a Dios. A este respecto esoportuno citar un fragmento del discurso pronunciado por Pablo VI en elXXV aniversario de la Provida Mater:

Vuestra vida consagrada, según el espíritu de los consejos evangélicos, es ex-presión de vuestra indivisa pertenencia a Cristo y a la Iglesia, de la tensión per-manente y radical hacia la santidad, y de la conciencia de que, en último análi-sis, es sólo Cristo quien con su gracia realiza la obra de redención y detransformación del mundo. Es en lo íntimo de vuestros corazones donde elmundo es consagrado a Dios (cfr. Lumen Gentium 34). Vuestra vida garantiza,así, que la intensa y directa relación con el mundo no se convierta en mundani-dad o naturalismo, sino que sea expresión del amor y de la misión de Cristo70.

Tal como escribe el autor de la Carta a Diogneto (VI, 1), los laicosconsagrados –podríamos decir– «desarrollan en el mundo la mismafunción que el alma en el cuerpo». Así, el compromiso evangélico,asumido con la consagración, y la secularidad no crecen al modo de lasmagnitudes inversamente proporcionales: la pasión «secular» se vuel-ve cada vez más auténtica en la medida en que se fundamenta y en-cuentra su razón de ser en el Absoluto de Dios. Los laicos consagrados,conjugando en una síntesis armoniosa la consagración y la seculari-dad, enriquecen a la Iglesia con una particular ejemplaridad en su vidasecular, viviéndola como consagrados y, al mismo tiempo, con unaparticular ejemplaridad en su vida consagrada, viviéndola como secu-lares en el mundo71, sin dejarse asaltar por la tentación de la plena in-serción en las realidades del mundo.

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70 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 11 p. 27) (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

71 Cfr. Id. Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 15, p. 34 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Ytendréis así –escribía Pablo VI– un campo propio e inmenso en que dar cum-plimiento a vuestra tarea doble: vuestra santificación personal, vuestra alma, yaquella «consecratio mundi», cuyo delicado compromiso, delicado y atrayen-te, conocéis; es decir, el campo del mundo; del mundo humano, tal como es,con su inquieta y seductora actualidad, con sus virtudes y sus pasiones, con susposibilidades para el bien y con su gravitación hacia el mal, con sus magníficasrealizaciones modernas y con sus secretas deficiencias e inevitables sufrimien-tos: el mundo. Camináis por el borde de un plano inclinado que intenta el pasoa la facilidad del descenso que estimula la fatiga de la subida72.

No existe, pues, ninguna dicotomía entre secularidad y consagración,más aún, tal como se ha dicho más arriba, existe complementariedad einteracción. El Magisterio de la Iglesia, que ha ido recibiendo a lo largodel tiempo la experiencia de los institutos seculares en su tipología mástípica y con su objetivo valor teológico, habla de confluencia entre secu-laridad y consagración:

Os halláis en una misteriosa confluencia entre dos poderosas corrientes de lavida cristiana, recogiendo riquezas de una y de otra. Sois laicos, consagradoscomo tales por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, pero habéisescogido el acentuar vuestra consagración a Dios con la profesión de los con-sejos evangélicos aceptados como obligaciones con un vínculo estable y reco-nocido. Permanecéis laicos, comprometidos en el área de los valores secularespropios y peculiares del laicado (Lumen Gentium 31), pero la vuestra es una«secularidad consagrada»73.

Reafirma de modo más explícito, sin medias tintas, la novedad de losmiembros de los institutos seculares:

Sois laicos que convertís la propia profesión cristiana en una energía construc-tiva dispuesta a sostener la misión y las estructuras de la Iglesia, las diócesis, lasparroquias, de modo especial las instituciones católicas y alentar la espirituali-dad y la caridad. Sois laicos que por experiencia directa podéis conocer mejorlas necesidades de la Iglesia terrena y quizá estáis también en condiciones dedescubrir sus defectos; vosotros no os dedicáis a críticas corrosivas y ruines deesos defectos; ni los presentáis como pretexto para alejaros o estar apartados

62 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

72 Pablo VI, Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, CMIS, op. cit., n. 11, p. 22 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

73 Id. Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 9, p. 32 (hay traduc-ción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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con posturas de egoísmo y desdén; esos defectos os sirven de estímulo para unaayuda más humilde y filial para un amor más acendrado74.

Más aún, la consagración exalta la secularidad y le confiere una coloración especial, re-marcando precisamente la potencialidad de los consejos evangélicos como tes-timonio cristiano y como apostolado. Y viceversa, la secularidad imprime a laconsagración según los consejos evangélicos un rostro particular de testimonioy de servicio a los otros en el mundo y desde el interior del mismo. En esta mu-tua implicación reconoce Pablo VI la especial «ejemplaridad» que los institutosseculares desarrollan en la misión de la Iglesia en y para el mundo: ejemplaridadde secularidad, porque ésta es consagrada; ejemplaridad de consagración, por-que ésta es secular75.

Por consiguiente, los miembros de los institutos seculares, aun siendoreal y plenamente consagrados, por asumir los consejos evangélicos, sony siguen siendo plena y realmente laicos, por no cambiar su condición ca-nónica con motivo y por efecto de su consagración, mientras que la secu-laridad sigue siendo el parámetro al que todo instituto secular debe refe-rirse al ordenar su propia vida y la de sus propios miembros. Desde esaperspectiva se constata una providencial coincidencia entre el carisma delos institutos seculares y la presencia de la Iglesia en el mundo, que es unade las líneas de fuerza más emergentes en el concilio Vaticano II.

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74 Id., Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, CMIS, op. cit., n. 14, p. 23 (hay traduc-ción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

75 M. Midali, Secolarità, laicità, consacrazione e apostolato,en «Salesianum», 26 (1974), p. 279.

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V

ELCARISMAESPECÍFICO DE LASECULARIDAD CONSAGRADA

O DE LACONSAGRACIÓN SECULAR

La rica variedad de la Iglesia encuentra su ulterior manifestación den-tro de cada uno de los estados de vida. Así, dentro del estado de vida lai-cal se dan diversas «vocaciones», o sea, diversos caminos espirituales yapostólicos que afectan a cada uno de los fieles laicos. En el álveo de unavocación laical «común» florecen vocaciones laicales «particulares». Eneste campo podemos recordar también la experiencia espiritual que hamadurado recientemente en la Iglesia con el florecer de diversas formasde Institutos seculares (Christifideles Laici, 56).

En el interior de esta única vocación se encuentran diversos dones,diversas llamadas, diferentes respuestas. Esto es lo que se llama pluralis-mo76 histórico-ambiental de carismas y de misiones diversas, pluralismoque caracteriza a los institutos seculares.

Los Institutos Seculares han de ser encuadrados en la perspectiva en que elConcilio Vaticano II ha presentado la Iglesia, como una realidad viva, visible yespiritual al mismo tiempo (cfr. Lumen Gentium 8), que vive y se desarrolla enla historia (cfr. ibíd. 3, 5, 6, 8), compuesta de muchos miembros y de órganosdiferentes, pero íntimamente unidos y comunicándose entre sí (cfr. ibíd. 7), par-tícipes de la misma fe, de la misma vida, de la misma misión, de la misma res-ponsabilidad de la Iglesia y, sin embargo, diferenciados por un don, por un ca-risma particular del Espíritu vivificante (cfr. ibíd. 7, 12), concedido no sólo enbeneficio personal, sino también de toda la comunidad77.

64 Teología y espiritualidad de los Institutos Seculares

76 «Forma parte del pluralismo en general ese dinamismo de vida, alimentado por el Espíri-tu, que poco a poco abre vías y modos renovados de acción evangélica en el mundo. El Institutosecular está dinámicamente abierto, por su propia naturaleza, a captar todas las exigencias que elreino de Dios en el mundo va manifestando, en coherencia con las líneas rectoras trazadas por losdocumentos que definen su naturaleza» (CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, enCMIS, op. cit., nn. 64, p. 134).

77 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 4; p. 25 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Toda forma de vida consagrada nace en la Iglesia por intervencióndel Espíritu Santo. Recibe el nombre de «carisma», porque es don delDios Trinidad de amor para la utilidad común. Ese carisma es don delEspíritu, que permite vivir de una manera nueva y original la encarna-ción de Cristo en la historia de los hombres, por consiguiente, se trata deuna nueva espiritualidad. Tal es el acontecimiento teológico de los insti-tutos seculares y el de cada instituto secular en particular, nacido en laIglesia como acontecimiento específico suscitado por la acción del Espí-ritu. El carisma no se confía al individuo, sino a la comunidad que lo aco-ge en su seno. Por eso, la «modalidad existencial» del carisma es el com-partir, no ya la opción individual. «El carisma», observa a este respectoCencini, «es don que viene de lo alto, dado a todos en un instituto, segúnla medida de la gracia particular de cada uno: nadie lo posee plenamen-te, ni puede presumir de captarlo por sí solo»78. La acogida y el desarro-llo del carisma es, por consiguiente, un acontecimiento comunitario. Portodos estos motivos, el carisma es fuente de identidad vocacional en dosniveles. El primer nivel es el del ser de la comunidad, mientras que el se-gundo –menos estudiado– es el del ser de los miembros particulares dela comunidad.

Ha habido –prosigue a este respecto A. Cencini– una notable inversión de per-sonas y de energías en el trabajo de redescubrimiento del contenido originariocarismático (= el primer nivel); en cambio, se ha prestado poquísima atencióna este segundo aspecto más personal (= el segundo nivel). Más aún, parece quepara muchos no exista ni siquiera la conciencia de este problema. Se ha pensa-do que bastaría con hacer emerger de nuevo la riqueza del don del Espíritu paraque todos se decidieran a apropiárselo. No se ha provisto a clarificar, antes ydespués, cuál era y cuál es el papel del carisma en el proceso intrapsíquico debúsqueda de la propia identidad vocacional, o se ha dado por descontado queya estaba todo claro y resuelto, sin necesidad alguna de intervenir adecuada-mente sobre el individuo, en la formación inicial y permanente79.

Éste es, sin duda, uno de los problemas al que, sobre todo los institu-tos seculares, deben dar una solución. Con tal finalidad, tal vez sea bue-no educar en una real interacción entre la vocación del Instituto de refe-

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78 A. Cencini, Dalla nostalgia alla profezia, Bolonia 1989, p. 66 (traducción española: Vo-caciones: de la nostalgia a la profecía, Sociedad Educativa Atenas, Madrid 19912).

79 Ibíd., pp. 64-65.

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rencia y la vocación del individuo, entre el descubrimiento del carismade base o fundacional del instituto y el reconocimiento de la identidad desus miembros. Ése es el motivo por el que el Magisterio de la Iglesia hadirigido una continua llamada a los diversos institutos religiosos y secu-lares sobre la fidelidad al carisma del fundador o fundadora de que se tra-te. Tal fidelidad, como afirma el documento postsinodal Vita Consecra-ta debe ser creativa:

Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad yla santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de lostiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llama-da [...] a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas,cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en ple-na docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial (VC 37).

Así pues, es importante esta fidelidad al carisma originario, que cons-tituye lo proprium del instituto como verificación continua de la propiaespiritualidad, así como auténtico criterio de renovación. La relación queliga necesariamente al consagrado laico con el don-carisma de su insti-tuto pasa, de manera dinámica, a través de cuatro fases sucesivas: cono-cer, discernir, custodiar y desarrollar. La falta de fidelidad al carismafundacional, que remite al contacto vivo con la experiencia del fundadoro de la fundadora, puede conducir a largo plazo a la extinción –o comomínimo– a la pérdida de la identidad originaria del instituto al que se per-tenece, contenido en el mismo carisma. Para conjurar este peligro, elconcilio Vaticano II había afirmado: «La adecuada adaptación y renova-ción de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a lasfuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institu-tos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de lostiempos» (PC 2).

El Magisterio invita, en definitiva, a todos los cristianos a redescubrirlos dones o carismas que el Espíritu concede a su Iglesia y frecuente-mente vuelve a llamar a los consagrados y a los laicos consagrados adescubrir en los acontecimientos del mundo en el que están insertados supropio carisma para interpretarlo en la fidelidad y en la creatividad en elhoy de la historia, abiertos como deben estar a captar las exigencias queva manifestando el reino de Dios en el mundo. Las del Magisterio son

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exhortaciones explícitas o implícitas al laico consagrado para que re-descubra:

En primer lugar, el carisma de origen [de su propio] Instituto, a saber: la mane-ra propia y original de vivir la consagración en la secularidad. Carisma que hade ser entendido en sentido dinámico, a saber: revelado poco a poco en el desa-rrollo sugerido por el Espíritu en las diversas situaciones históricas y en lasaportaciones de las siguientes generaciones, verificado continuamente con-frontándolo con el de los Fundadores80.

El carisma específico de los institutos seculares, es preciso señalarlopara evitar equívocos, no deriva de la naturaleza laica de aquellos que loviven, sino más bien de la aparente semejanza que muestra tener con losreligiosos a causa de la consagración, como se puede deducir de la Provi-da Mater. Ése fue el motivo por el que, en su tiempo, los miembros de losinstitutos seculares solicitaron el reconocimiento de su carisma específico,porque era diferente del de los religiosos. Como respuesta, Pío XII pro-mulgó el Motu propio Primo Feliciter, documento que representó una au-téntica novedad en la vida y en la cultura eclesial del tiempo, hasta el pun-to de anticipar en mucho lo que recogió y ratificó el concilio Vaticano II.En efecto, en el Primo Feliciter se daba una noción positiva de los laicos,según la cual viven en el mundo como en su propio medio vital, en el quedesarrollan su propia misión peculiar de levadura y de fermento usando losmismos medios del mundo. La descripción de laicos consagrados en ypara el mundo inducía a plantear de una manera auténticamente nueva lasrelaciones Iglesia-mundo, hasta el punto de hacer decir a Pablo VI que «nopuede menos de verse la profunda y providencial coincidencia entre el ca-risma de los Institutos Seculares y una de las líneas más importantes y másclaras del Concilio: la presencia de la Iglesia en el mundo»81.

No podemos prescindir, en este punto, del ulterior testimonio dadoaún por Pablo VI –en una audiencia concedida al Instituto «Cristo Rey»–con las siguientes palabras:

Recordamos a este propósito una conversación con el profesor Lazzati quepara Nos fue memorable, en la que él nos explicaba lo que después hemos vis-

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80 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 66, p. 135.81 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 6, p. 25, (hay tra-

ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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to reflejado en el mismo Decreto conciliar citado, que la vida en el mundo, paraquien se encuentra en vuestras condiciones de espíritu y con los compromisosque libremente habéis asumido, no es solo el obstáculo que debéis vencer, no essolo el ambiente en que navegar y abrirse el propio sendero para salvar la pro-pia alma y posiblemente la del otro, sino que es el campo fecundo, es la mismafuente que cualifica vuestra espiritualidad y, digamos también, vuestra santi-dad: la profesión se convierte en un elemento positivo, en vez de negativo oneutro: se convierte en el estímulo continuo para poner en práctica la famosaconsecratio mundi que debería, con el favor divino, cambiar un poco la faz delas cosas profanas y temporales, y hacerlas, respetando su naturaleza y las leyescon que se desarrollan y afirman, dignas del reino de Dios82.

Además, los institutos seculares deben dar un testimonio proféticocon su misma existencia de comunidad de laicos consagrados que vivenen el mundo, usando sus mismos medios. Se trata de una respuesta con-creta a una inspiración del Espíritu Santo, que crea una nueva condición,la cual, en virtud de su radicalidad, es ya anuncio de un nuevo modo deestar en el mundo y de vivir la historia, de concebir la cultura y de serpartícipes, en cuanto laicos, de una pastoral de anuncio de la salvación.De aquí el carisma de esta nueva forma de consagración, o más propia-mente de un nuevo estilo de vivir el Evangelio en el mundo y de anun-ciarlo a los otros con el testimonio de la propia vida83.

Pablo VI, que, a nuestro modo de ver, ha sido el papa que más y me-jor ha hablado de los institutos seculares proponiendo incluso sus fun-damentos teológicos y espirituales, afirma que estos institutos, graciasa su carisma –la secularidad consagrada (cfr. PC 11)–, son instrumen-tos providenciales para encarnar este don en la Iglesia y entre los hom-bres de su tiempo. Son depositarios de este carisma, confiado directa-mente a ellos por el Espíritu para sembrarlo en los surcos de la historiacotidiana84. Todos los cristianos, como Iglesia, precisamente porquehan sido llamados indistintamente a la evangelización, deben tenerconciencia de que ésta es antes que nada obra de fecundación de las se-millas del Verbo, esparcidas por el Espíritu, a fin de que germinen,

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82 Id., Discorso ai Milites Christi Regis, en Nel mundo, per il mondo: gli istituti secolari,oggi, Roma 1972, p. 261.

83 Cfr. G. Lazzati, Secolarità e istituti secolari, op. cit.84 Cfr. Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 9, pp. 26-27,

(hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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crezcan y den fruto. Leer los signos de los tiempos significa precisa-mente recoger estas semillas del Verbo en el desarrollo de la historia yhacerlas germinar. O, para usar las palabras de la Evangelii Nuntiandi(n. 70) de Pablo VI, aplicadas de manera singular a los institutos secu-lares, significa atender como a «su tarea primera e inmediata [...] poneren práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas,pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo». De ma-nera más extensa, afirma el papa Montini: «Su tarea primera e inme-diata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial –esaes la función específica de los Pastores–, sino el poner en práctica to-das las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vezya presentes y activas en las cosas del mundo»85.

Si es verdad que el mundo es la estructura significante para todoslos cristianos –clero, religiosos y laicos–, también lo es que el mundoes término de valor salvífico sobre todo para los laicos consagrados,que tienen la tarea específica de reconducir el mundo al reino a travésdel ejercicio de las leyes divinas escondidas y operantes en el mundo.Por consiguiente, sobre estas bases pueden instaurar un fecundo víncu-lo con toda la familia humana. La reconducción del mundo en reino estarea, a varios niveles y diverso título, de todos los componentes de laIglesia. Al clero se le ha confiado, de manera primaria, pero no exclu-siva, la tarea de volver a llevar el mundo al reino a través de la cons-trucción de la Iglesia; el religioso, en cambio, está llamado principal-mente a volver a llevar el mundo al reino a través del testimonio de laeficacia salvífica contenida en los valores finales del reino; al laico, porúltimo, le corresponde sobre todo la tarea de realizar, en nombre detodo el pueblo de Dios, la posibilidad de que hasta esa realidad diversarespecto a la Iglesia y al reino, a saber: el mundo –entendido en el sen-tido paulino y no en el joánico sea reconducible inmediatamente al rei-no. Los laicos consagrados, si llevan a su cumplimiento las reglas delmundo, transforman el mundo en reino, en la Iglesia de la que formanparte, en un sentido bien preciso: insertado en una parte de mundo queya es reino. Es la dimensión profética del carisma de los institutosseculares, que anuncia lo que será más allá de la historia, ese más allá

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85 Evangelii Nuntiandi, n. 70, en AAS, 68 (1976), pp. 59-60.

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que es la meta última, indicada por la fe y no ya por los instrumentoshistóricos, políticos, económicos y culturales. La Iglesia como pueblode Dios, cuya parte más conspicua son los fieles laicos, debe encontrarjunto con toda la humanidad los instrumentos y las etapas en los me-dios concretos que Dios ha puesto a disposición de todos para realizarsu proyecto salvífico-comunional en el hoy de la historia.

Los miembros de los institutos seculares, por tanto, al acoger el ca-risma fundacional quedan habilitados para vivir fielmente su espiritua-lidad propia. Al mismo tiempo están llamados a encarnar una formaparticular de vida consagrada que responda a su índole secular, es de-cir, a la necesidad de fermentar el mundo desde dentro en sentido cris-tiano, en proporción a la unión íntima con Dios y a la unidad con loshermanos en el signo de la caridad más exquisita. Precisamente en vir-tud de este carisma suyo específico, los miembros de los institutosseculares se consagran a Dios en la profesión secular de los consejosevangélicos y, animados por la caridad, se ofrece en humilde y fiel ser-vicio a la Iglesia y al mundo.

Daos bien cuenta –declaraba Juan Pablo II en su primer encuentro con una re-presentación de miembros de los institutos seculares– de lo que ello significa.La consagración especial que lleva a plenitud la consagración del bautismo y laconfirmación, debe impregnar toda vuestra vida y actividades diarias, creandoen vosotros una disponibilidad total a la voluntad del Padre que os ha colocadoen el mundo y para el mundo. De esta manera la consagración vendrá a sercomo el elemento de discernimiento del estado secular, y no correréis peligrode aceptar este estado como tal simplemente, con fácil optimismo, sino que loasumiréis teniendo conciencia de la ambigüedad permanente que lo acompaña,y lógicamente os sentiréis comprometidos a discernir los elementos positivos ylos que son negativos, a fin de privilegiar unos por el ejercicio precisamente deldiscernimiento, y eliminar los otros gradualmente86.

De este modo, gracias a su carisma de «secularidad», aproximan losvalores de la consagración a Dios a las actividades del orden temporal.Más aún, las insertan en ellas, facilitando así a los laicos consagrados lacapacidad de consecratio mundi que, bien entendida, se presenta comotarea urgente derivada de la renovada relación Iglesia-mundo.

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86 Juan Pablo II, Cambiare il mondo dal di dentro,op. cit., n. 12, p. 44 (existe edición espa-ñola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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El Congreso mundial de 197087 supuso un momento de clarifica-ción del carisma y de la naturaleza de los institutos seculares. Frente alas confusiones registradas en diferentes sedes sobre la naturaleza delos institutos seculares, se quiso concentrar la atención de los congre-sistas en el compromiso de consagración a Dios propio de tales insti-tutos. Se trataba de afrontar la posible síntesis entre secularidad plenay consagración evangélica, en coherencia y auténtica continuidad conel carisma fundacional. De este presupuesto, que constituye la «justifi-cación teológica» de una experiencia de vida movida por el Espíritu,emerge un concepto original y peculiar de consagración, diferente pornaturaleza y sentido de la consagración tradicionalmente acogida porla Iglesia. No sorprende, por tanto, que el Congreso revitalizara la bús-queda teológica y espiritual de las líneas sustentadoras que caracteri-zan una vocación que va adquiriendo un significado cada vez más ac-tual en una Iglesia que se siente fermento en el mundo y en unasociedad plenamente secularizada. Se confirmaba así que pueden coe-xistir en la Iglesia estados de vida para continuar la encarnación y la re-dención llevada a cabo por Cristo; por consiguiente, varias formas devida que corresponden a modos diversos de realizar la sequela Christi.La de los laicos consagrados es una respuesta auténtica a un carisma«profético», suscitado por Dios en las cambiadas condiciones de nues-tros tiempos.

El laico consagrado, en coherencia con el carisma del instituto al quepertenezca, llevando a plenitud su bautismo, con la consagración a Diospor medio de la profesión de los consejos evangélicos, «re-consagra» ensí mismo la naturaleza humana en todas sus condiciones y situaciones,recuperándola, no con la perfección única posible al Hijo de Dios hechohombre, Jesucristo, sino en la medida en que consigue realizar plena-mente en su vida consagrada la configuración con Él. En esta profundaconvicción es donde el laico consagrado capta, guiado por el Espíritu,que no se trata de «consagrar todas las realidades terrestres», por estar es-tas ontológicamente consagradas a Dios y por Dios consagradas en su

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87 En 1970 tuvo lugar en Roma el primer Congreso internacional de institutos seculares en elque participaron representantes de 92 institutos. En él surgieron puntos y aspiraciones comunes,aunque también las diferentes posiciones de los mismos institutos seculares.

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acto creador. Se trata, más bien, de «reconsagrar» todas las realidades te-rrestres, después de la desacralización llevada a cabo por el pecado delhombre y en el hombre (cfr. Col 1,20).

Desde esta perspectiva es desde la que se presenta al Vaticano IIcomo un momento clave de la relación «carisma de los institutos secula-res e institución» o Iglesia jerárquica. Ésta es la clave de lectura teológi-ca a través de la cual deben detectarse y explicarse los fundamentos teo-lógicos de los institutos seculares.

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VI

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE LOS INSTITUTOS SECULARES

Hay diversos modos y formas de vivir la vida consagrada. Los laicosconsagrados practican una forma absolutamente particular. Aunque vi-ven en una situación de relevancia sociológica precisa, tienen como vo-cación y consagración la capacidad de movimiento y de penetración, deinserción y de transformación en las realidades terrenas: «La vuestra esuna forma de consagración nueva y original, sugerida por el EspírituSanto para ser vivida en medio de las realidades temporales y parainocular la fuerza de los consejos evangélicos –los valores divinos y eter-nos– en medio de los valores humanos y temporales»88.

Ha llegado ahora el momento de hablar de los fundamentos teológi-cos que sustentan esta «forma de consagración nueva y original», de lasecularidad. Tal consagración, como ya hemos repetido con frecuencia,no separa a los laicos consagrados del mundo ni de la tarea que tienen enel mundo. Más aún, esta peculiar consagración hace todavía más radicalsu compromiso y su misión. Ala luz de este presupuesto, que es, por asídecirlo, la justificación teológica de una experiencia de vida animada porel Espíritu, aparece un concepto diverso y original de consagración res-pecto al recibido tradicionalmente en la Iglesia, diferente por naturalezay significado. En esta dirección se ha movido la investigación teológicapara recuperar los valores espirituales de los consejos evangélicos de loslaicos consagrados, que desean ser fermento en el mundo, en una socie-dad fuertemente secularizada89.

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88 Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 13, p. 34 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

89 Casi treinta años después del reconocimiento oficial de los institutos seculares, en 1970,Pablo VI constituyó una comisión especial para ahondar en la dimensión teológica de estos ins-titutos, con la mirada puesta en una posible intervención magisterial. La comisión elaboró, en losaños 1970-1972, un documento titulado Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, subdividido endos partes: a) conclusiones recopilativas de carácter teológico; b) conclusiones recopilativas extraí-das de la experiencia de vida. La Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos secularespublicó dicho documento en versión italiana el 22 de abril de 1976, se puede encontrar en «Informa-tiones SCRIS», 2 (1976), pp. 165-172; 3 (1977), pp. 33-52; y en CMIS, op. cit., pp. 122-158.

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El punto de partida ineludible para encontrar esos fundamentos teo-lógicos es la perspectiva Iglesia-misterio en diálogo con el mundo.Más propiamente, es preciso volver a partir de la Iglesia entendidacomo Cuerpo y Esposa, pleroma de Cristo, que participa de su natura-leza divino-humana. El misterio de la Iglesia se manifiesta en su es-tructura externa, visible, institucional, en los así llamados «estadoseclesiales», que no pueden ser objeto exclusivamente de reflexión ra-cional. Están en la base de la dimensión carismática de la Iglesia, queoscila entre carisma e institución, de manera dinámica según la vidadel Espíritu que anima y alimenta a la misma Iglesia como misterio.En consecuencia, la teología de los institutos seculares no puede inspi-rarse solo en la estructura institucionalizada de los estados de vidaexistentes en la Iglesia, sino más bien y sobre todo en su dimensión ca-rismática, como hacíamos observar antes.

Por ese motivo von Balthasar situó, ya en su tiempo, cuando intenta-ba fundamentar teológicamente esta nueva forma de vida consagrada–los institutos seculares–, el problema en el ámbito de la doctrina teoló-gica de la Iglesia en estos términos:

La eclesiología de la nueva teología de los seglares ha podido adoptar dos for-mas que aparentemente se contraponen de manera extrema, pero que coincidi-rían en su tendencia. O se ha postulado una clara separación y división de las«dos vidas»: la una que se retira escatológicamente del mundo para ponerse alservicio de la Iglesia: el estado de consejos y el estado sacerdotal; y la otra, ra-dicada en el mundo y que toma decisiones cristianas en la situación profana: elestado de mundo [...]. O se ha intentado por otra parte recuperar, para el estadodel seglar que vive en el mundo, sobre todo los valores espirituales de los con-sejos evangélicos [...] El campo de tensiones dentro del cual las formas de vidaexistentes en la Iglesia encuentran tanto el elemento que les es común como elelemento que las distingue, puede desarrollarse en dos dimensiones. [...] ambasdimensiones son cristológicas, pues las formas de vida y los estados existentesen la Iglesia no pueden ser otra cosa que formas del seguimiento de Cristo. Peroambas dimensiones son también –ya que deben ser caminos para los hombres–antropológicas, adecuadas a la naturaleza humana, si bien no sea posible expli-carlas y justificarlas puramente (como posibilidades sobrenaturales) a base dela naturaleza humana90.

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90 H.U. von Balthasar, Sponsa Verbi, op. cit., pp. 514-515.

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El teólogo suizo situaba estas dos formas de vida en dos «campos»: elprimer campo de tensión es el situado entre la escatología y la encarna-ción, mientras que el segundo campo es el situado entre vocación gene-ral y particular91.

La vocación universal a la santidad (cfr. LG 40 y 44) se lleva a caboen múltiples vocaciones específicas, que Dios concede por su propia ini-ciativa: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegidoa vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestrofruto permanezca» (Jn 15,16). De esta llamada derivan los diversos mo-dos con que todos los cristianos realizan su relación bautismal con elmundo. Con la profesión de los consejos evangélicos algunos cristianosestán llamados a seguir a Cristo más de cerca, de una manera incondi-cionada, en formas concretas de vida consagrada,

variadas, espontáneas o institucionalizadas. La diversidad de tales formas no sedebe a la ruptura con el mundo como reino del pecado, sino a la diferente mo-dalidad de obrar con Cristo, que puede ir desde la separación efectiva, propia deciertas formas de vida religiosa, hasta la que es la presencia típica de los miem-bros de los institutos seculares92.

El seguimiento incluye la entrega total y definitiva a Cristo, paracompartir su vida y su proyecto de amor para con toda la creación, segúnlo que afirma el apóstol Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo que dioa su Hijo unigénito, [...] Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundopara juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17), llegando así a la perfección de la caridad y convirtiéndose en signoprofético de la Jerusalén celeste. Esta consagración ulterior y radical aDios, amado por encima de todas las cosas, ahonda y desarrolla la graciabautismal; al mismo tiempo, establece al laico consagrado en una nuevarelación con el mundo, realizando su propia vocación típica a ser presen-cia salvífica practicada en el testimonio dado de Cristo y en una activi-dad que mira a reordenar las realidades temporales según el proyecto ori-ginario de Dios.

En la Iglesia, que tiene en sí misma una triple dimensión: «sacra-mental», «institucional» y «carismática», se sitúan también, por consi-

Fundamentos teológicos de los Institutos Seculares 75

91 Ibíd., pp. 418-435.92 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 19, p. 126.

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guiente, los laicos consagrados, como observaba en su tiempo el papaMontini:

Nos sería fácil y agradable hacer la descripción de vosotros mismos, tal comoos ve la Iglesia en estos últimos años, vuestra realidad teológica, según la líneadel Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 44 y Perfectae Caritatis, 11); es de-cir, la enumeración canónica de las formas institucionales que vienen asumien-do esos organismos de cristianos consagrados al Señor y, al mismo tiempo,seculares, la identificación del puesto y de la función que van tomando en la ur-dimbre del Pueblo de Dios, los caracteres distintivos que los cualifican, las di-mensiones y las formas con que se afirman. Todo esto vosotros lo conocéismuy bien93.

El mismo Pablo VI, algunos años después, dirigiéndose a los miem-bros de los institutos seculares en el XXV aniversario de la Provida Ma-ter confirmaba la identidad y, de un modo indirecto, el fundamento teo-lógico de esta forma de vida consagrada en el mundo:

Si nos preguntamos cuál ha sido el alma de cada Instituto Secular que ha inspi-rado su nacimiento y su desarrollo, debemos responder: el anhelo profundo deuna síntesis; el deseo ardiente de la afirmación simultánea de dos característi-cas: 1) la total consagración de la vida según los consejos evangélicos, y 2) laplena responsabilidad de una presencia y de una acción transformadora desdedentro del mundo para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo94.

En consecuencia, para los laicos consagrados a Dios en el mundo, laconsagración es siempre secular y la secularidad no puede ser más queconsagrada. La síntesis entre consagración y secularidad, sin preemi-nencia alguna de un aspecto sobre el otro, constituye la grandeza y la es-pecificidad del carisma de los institutos seculares, partícipes de la autén-tica dimensión secular de toda la Iglesia, cuya raíz se hunde en elmisterio del Verbo encarnado. En este sentido la Iglesia está presente, ensus miembros laicos consagrados, como luz, sal y levadura en la activi-dad humana, según la economía de la creación, coimplicando a todos losfieles laicos que tienen capacidad y responsabilidad peculiares (de ori-gen sacramental y carismática) para asegurar la unidad de la misión del

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93 Pablo VI, Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, CMIS, op. cit., n. 3, p. 20 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

94 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 5; p. 25, (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo y, al mismo tiempo, para serpunto de conjunción entre la Iglesia y el mundo, entre la economía de laredención y la de la creación. Los fieles laicos son, como dijo Pablo VI,un punto benéfico y una mediación sobre el eje Iglesia-mundo, porqueestán dotados de una capacidad singular de «geminación psicológica»,«geminación de la psicología de pertenencia tanto a la comunidad ecle-sial como a la temporal de los hombres»95. Los fieles laicos realizan esasecularidad de toda la Iglesia de un modo absolutamente propio y me-diante variados servicios, algunos de los cuales son también auténticosministerios. Esa dimensión ministerial no disminuye ni agota la secula-ridad ni la originalidad del ser laicos (índole secular) en y por la Iglesia.Dimensión ministerial significa «el servicio de la comunidad eclesial,para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversossegún la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles» (EN 73).Por ese motivo, toda la vida de los laicos consagrados se traduce en unapostolado fecundo y específico, como dice el can. 713, § 1: «Los miem-bros de estos institutos manifiestan y ejercen su propia consagración enla actividad apostólica y, a manera de levadura, se esfuerzan por impreg-nar todas las cosas con el espíritu evangélico, para fortaleza e incremen-to del Cuerpo de Cristo».

Como se puede advertir, también los textos del nuevo Código, que re-glamentan la investigación teológica, ubican la realidad de los institutosseculares en la teología y en la eclesiología conciliar, no tanto como te-sela insertada a la fuerza en un mosaico, sino como componente quecontribuye a dar sentido al conjunto del mosaico. Juan Pablo II, en su sa-bio e inspirado Magisterio, en una Alocución pronunciada en mayo de1983, observaba cómo todo el camino recorrido hasta ahora por los ins-titutos seculares había llegado, de hecho, a su punto de llegada. El llora-do Pontífice reconocía que, con el nuevo Código, «los institutos secula-res –que en 1947 tuvieron el reconocimiento eclesial con la ConstituciónApostólica, emanada de mi predecesor Pío XII, Provida Mater– en-cuentran ahora su justo lugar sobre la base de la doctrina del Concilio Va-ticano II». De hecho, precisaba así:

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95 Id., Discorso ai laureati cattolici, 3 de enero de 1964.

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Tales institutos, [...], quieren ser expresión fiel de la eclesiología reafirmada porel Concilio cuando pone en evidencia la vocación universal a la santidad (cfr.LG cap. V), las tareas naturales de los bautizados (cfr. LG IV; AA), la presenciade la Iglesia en el mundo, en el cual debe actuar como fermento para ser «sa-cramento universal de salvación» (LG; cfr. GS), la variedad y la dignidad de lasdiferentes vocaciones y el «singular honor» que la Iglesia da a la «perfecta con-tinencia por el Reino de los Cielos» (LG 42) y al testimonio de la pobreza y dela obediencia evangélicas96.

El fragmento arriba citado es, por así decirlo, la síntesis conclusivadel recorrido histórico y teológico a la que se había llegado en la Igle-sia con respecto a los institutos seculares. La reflexión teológica, ela-borada a la luz de la revelación, insiste en el hecho de que el misteriode la encarnación ha imprimido una dimensión secular a toda la Igle-sia, razón por la que todos los miembros de la Iglesia participan de sucondición secular, o sea, de su orientación al mundo y al servicio delmundo a través de la evangelización y la promoción de los auténticosvalores humanos.

También la Christifideles Laici, tras haber recordado que «el Conci-lio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, prime-ro, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios», continúaafirmando que esta condición no puede ser considerada simplemente«como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinadaa obtener en Jesucristo la plenitud de su significado» (ChL15). De estemodo, el mundo llega a asumir un valor teológico, o bien a ser conside-rado como «el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieleslaicos», a los que el bautismo no dirige la invitación «a abandonar el lu-gar que ocupan en el mundo [...] sino que les confía una vocación queafecta precisamente a su situación intramundana» (ChL 15). En defini-tiva, se puede afirmar que en el fundamento de la consagración en esti-lo laical se encuentra una eclesiología97 de comunión o «cristonómica»

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96 Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea plenaria de la Sagrada Congregación para los Re-ligiosos y los Institutos seculares, 6 de mayo de 1983, en CMIS, op. cit., 57 (hay traducción es-pañola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998). Debemos señalar, enparticular, las referencias indicadas por el Papa a los textos conciliares.

97 En esta línea se mueve la aproximación metodológica de G. Moioli, que, después de ha-ber analizado la realidad de los institutos seculares tal como aparece asumida por el análisis «ti-pológico», afirma «que los documentos de la autoridad pastoral de la Iglesia plantean, más que

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y una teología de encarnación, en la que la secularidad es una condiciónde vida y, al mismo tiempo, una modalidad cristiana eclesial auténtica.De hecho, ésta es la «vía», abierta al futuro, trazada en sus intuicionesfundamentales por el Vaticano II asumiendo una teología y una eclesio-logía de comunión, en la que prevalece el «concepto de “comunión devida divina” manifestada históricamente». Esta incluye un programa enel que se refleja «la unidad de lo objetivo (la estructura eclesiástica) y delo subjetivo (la experiencia religiosa personal y comunitaria)»98. La teo-logía que subyace en tal modelo de Iglesia es sustancialmente pneuma-tológica y no solo cristológica. En efecto, con un modelo puramentecristológico, se considera a Cristo como el fundador de una Iglesia-so-ciedad [...]. Demostrar esto constituía la gran preocupación de nuestrostratados apologéticos sobre la Iglesia. Se pretendía establecer que Cris-to fundó una Iglesia en forma de sociedad, Una sociedad completa(«sociedad perfecta»), una sociedad desigual o jerárquica, que compor-ta, antes que nada y por ley divina, una distinción entre clero y laicos99,obteniendo, así, la visión clásica y la concepción piramidal de la Iglesia.El modelo pneumatológico, en cambio, tal como se ha ido perfilandolentamente, es muy diferente. Según este modelo, por pneumatologíano se entiende, en efecto, una simple dogmática de la tercera Persona dela Trinidad. Se entiende sobre todo:

Nosotros entendemos el impacto en la visión que se logra de la Iglesia, por elhecho que el Espíritu Santo distribuye en Ella sus dones como quiere y de estemodo construye a la Iglesia. Esto no implica solamente una consideración deestos dones o carismas, sino también una teología de la Iglesia [...]. Una pneu-matología plena no separa a buen seguro la acción del Espíritu de la obra deCristo [...]. Va más allá de una simple actualización de las estructuras puestas en

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resuelven, algunos problemas de la teología de los institutos seculares: problemas que no puedenser resueltos sin atacar, de modo paralelo, no solo la teología del así llamado “estado religioso”,sino, en general, todos los «estados» de vida de la Iglesia y, por consiguiente, de la misma ecle-siología» [G. Moioli, «Consacrazione» e «secolarità»: problema degli istituti secolari o proble-ma ecclesiologico?, en «Teologia del presente», 2 (1972)1, p. 19].

98 A. Acerbi, Due ecclesiologie. Ecclesiologia giuridica ed ecclesiologia di comunione ne-lla «Lumen Gentium», Bolonia 1975, p. 10.

99Y. Congar, Attualità della pneumatologia, en «Il Regno-Documenti», 27 (1982, p. 298. Cfr.asimismo Id., Implicazioni cristologiche e pneumatologiche dell’ecclesiologia del Vaticano II, en«Cristianesimo nella Storia», 2 (1981), pp. 97-110.

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acto por Cristo: ésta es la actualidad de lo que obran el Señor glorioso y su Es-píritu, en la vía de la Iglesia según la inmensa variedad de sus formas a travésdel espacio y el tiempo100.

Y es precisamente esta teología la que hace posible una eclesiologíaverdadera y profundamente trinitaria que penetra en las fibras más recón-ditas de la vida cotidiana de toda la Iglesia. Sólo de este modo, los institu-tos seculares, como señala Moioli, resultarán «un hecho [...] todavía insu-ficientemente comprendido en su naturaleza y en su alcance efectivo [...]a nivel de reflexión teológica»101. En el ámbito de esa eclesiología «trini-taria» es preciso poner de relieve, para los fines que perseguimos, la con-sagración bautismal que caracteriza al fiel laico. Hablando con mayorpropiedad, el bautismo explicita la modalidad cristiana y eclesial, propiay peculiar de los laicos, que, al entrar con este sacramento en la gran fa-milia cristiana, participan en el triple munus de Cristo, sacerdote, rey yprofeta (cfr. LG 31). Tienen una responsabilidad propia y específica–aunque no exclusiva– para con la comunión eclesial y para con la misiónde la Iglesia respecto al hombre, las actividades humanas y las realidadeshistóricas y terrenas. La «eclesialidad» de los laicos, en pocas palabras,está estrechamente ligada a su bautismo y a su condición secular.

En esta «laicidad de la Iglesia» aparece de un modo mucho más evi-dente el principal fundamento teológico del laico consagrado, el de la en-carnación, como ya hemos dicho más arriba. Cristo se ha hecho hombreentre los hombres, ha puesto su morada en medio de su gente (cfr. Jn1,14) para llevar a cabo el designio de amor del Padre en la historia«obrando sobre el mundo desde dentro del mismo» (Gemelli). La viday la actividad del laico consagrado se arraigan y se desarrollan en tornoa la divino-humanidad de Jesús de Nazaret. Por ese motivo, al participaren la vida de Cristo, Dios y Hombre, y configurándose con él, está lla-mado a realizar una síntesis entre la realidad humana y la sobrenatural,entre la vida en el mundo y la consagración a Dios. La Iglesia, en su Ca-beza y en sus miembros, asistida por el Espíritu Santo, prosigue la obra

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100 Id., Lo Spirito Santo nell’«economia». Rivelazione e esperienza dello Spirito, Brescia19822, pp. 178-179 (traducción española, El Espíritu Santo, vol. I, El Espíritu Santo en la «eco-nomía». Revelación y experiencia del Espíritu, Herder, Barcelona 19912).

101 G. Moioli, Presentazione, en B. Bosatra, Istituti secolari e teologia. La ricerca postcon-ciliare (1965-1978), Roma 1980, p. VII.

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redentora de Cristo, liberando a los hombres de todo tipo de mal y re-conduciéndolos al fin para el que fueron creados: Cristo «manifiestaplenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad desu vocación» (GS 22).

De la unión con el misterio de la encarnación brota la universalidadde la vocación del laico consagrado. El espíritu de encarnación ayudaa alcanzar la compasión, que significa «padecer con», haciendo propiala misericordia, practicada por el mismo Cristo en su vida terrena:«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, [...]Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino paraque el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). En realidad, precisamentea esto hizo referencia Juan Pablo II en la audiencia general concedidaa los participantes en el Congreso de la Conferencia mundial de losinstitutos seculares:

La mirada que dirigimos a las realidades del mundo contemporáneo y que oja-lá esté siempre llena de la compasión y de la misericordia que nos ha enseñadonuestro Señor Jesucristo, no se limita a percibir errores y peligros. [...] En el co-razón de un mundo que cambia, en el que persisten y se agravan injusticias ysufrimientos inauditos, estáis llamados a realizar una lectura cristiana de los he-chos y de los fenómenos históricos y culturales. En particular, debéis ser porta-dores de luz y esperanza en la sociedad actual. No os dejéis engañar por opti-mismos ingenuos; por el contrario, seguid siendo testigos fieles de un Dios queciertamente ama a esta humanidad y le ofrece la gracia necesaria para que pue-da trabajar eficazmente en la construcción de un mundo mejor, más justo y másrespetuoso de la dignidad de todo ser humano. [...] Vuestra experiencia de con-sagrados en la condición secular os muestra que no hay que esperar la llegadade un mundo mejor sólo en virtud de opciones que provienen de grandes res-ponsabilidades y de grandes instituciones. La gracia del Señor, capaz de salvary redimir también esta época de la historia, nace y crece en el corazón de loscreyentes, que acogen, secundan y favorecen la iniciativa de Dios en la historiay la hacen crecer desde abajo y desde dentro de las vidas humanas sencillasque, de esa manera, se convierten en las verdaderas artífices del cambio y de lasalvación. [...] De esta manera, la fe de los discípulos se convierte en alma delmundo, según la feliz imagen de la Carta a Diogneto, y produce una renovacióncultural y social para beneficio de la humanidad102.

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102 Audiencia del Santo Padre Juan Pablo II a los participantes en el Congreso de la Confe-rencia mundial de los institutos seculares. Castel Gandolfo, 28 de agosto de 2000.

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Todo esto fundamenta, por así decirlo, una teología de la esperanza,que es la base y la meta del laico consagrado, sobre todo frente a las vici-situdes humanas de los hombres de todas las estaciones.

Ylas vicisitudes humanas constituyen precisamente el lugar teológi-co en que el laico consagrado, apasionado seguidor de Cristo Jesús, datestimonio desde dentro de la historia cotidiana del verdadero sentido delmundo y de la historia.

En efecto, lo que hace que vuestra inserción –afirma Benedicto XVI– en las vi-cisitudes humanas constituya un lugar teológico es el misterio de la Encarna-ción [...] La obra de la salvación no se llevó a cabo en contraposición con la his-toria de los hombres [...]«He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Así se realiza la Encarnación: «Heaquí que vengo a hacer tu voluntad». El Señor nos implica en sus palabras, quese convierten en nuestras: «He aquí que vengo, con el Señor, con el Hijo, a ha-cer tu voluntad». De este modo se delinea con claridad el camino de vuestrasantificación: la adhesión oblativa al plan salvífico manifestado en la Palabrarevelada, la solidaridad con la historia, la búsqueda de la voluntad del Señorinscrita en las vicisitudes humanas gobernadas por su providencia. [...]El carácter secular de vuestra consagración, por un lado, pone de relieve los medioscon los que os esforzáis por realizarla, es decir, los medios propios de todo hombrey mujer que viven en condiciones ordinarias en el mundo; y, por otro, la forma de sudesarrollo, es decir, la de una relación profunda con los signos de los tiempos que es-táis llamados a discernir, personal y comunitariamente, a la luz del Evangelio. Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este dis-cernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo conel mundo, el «laboratorio experimental en el que la Iglesia verifique las moda-lidades concretas de sus relaciones con el mundo» (Pablo VI, Discurso a losresponsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976: L’Os-servatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1).De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma, porqueeste discernimiento no debe realizarse desde fuera de la realidad, sino desdedentro, mediante una plena implicación. [...] A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, [...] Ojalá que,como la levadura que hace fermentar toda la harina (cfr. Mt 13, 33), así seavuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante,capaz de generar esperanza. Por tanto, el lugar de vuestro apostolado es todo lohumano, no sólo dentro de la comunidad cristiana –donde la relación se entablacon la escucha de la Palabra y con la vida sacramental, de las que os alimentáispara sostener la identidad bautismal–, sino también dentro de la comunidad ci-

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vil, donde la relación se realiza en la búsqueda del bien común, en diálogo contodos, llamados a testimoniar la antropología cristiana que constituye una pro-puesta de sentido en una sociedad desorientada y confundida por el clima mul-ticultural y multirreligioso que la caracteriza103.

Por lo dicho más arriba, se puede entrever el fundamento teológico-es-piritual que subyace y anima la vida de los laicos consagrados, que va másallá de los confines de la Iglesia-institución y permanece en la relaciónIglesia-mundo, terreno en el que han sido llamados a tender a su propiasantificación, que no es conquista, sino amor del Dios Trinidad. El laicosecular, haciendo en sí mismo una síntesis entre secularidad y consagra-ción, está llamado a ser una prolongación de la encarnación de Cristo –una«humanidad añadida», como le gustaba decir a Isabel de la Trinidad– en lahistoria diaria por ser secular y, al mismo tiempo, se ve proyectado hacia elreino –y sus prefiguraciones terrenas, porque es un consagrado. La expe-riencia vivida de estos dos polos constituye el tejido de su espiritualidad.Esto implica para el laico consagrado vivir su vida ordinaria cotidiana, delmismo modo que los hombres de su propio tiempo, de manera «extraordi-naria», en la estabilidad familiar y profesional aparentemente inexpresiva,con el corazón de peregrino, convirtiendo la provisionalidad en un estilode vida para permanecer en el mundo, pero sin ser del mundo, en caminohacia la Jerusalén celestial, la bienaventuranza eterna, sobre cuyo modeloconstruir la ciudad terrena. Como partícipe del misterio de la encarnaciónde Cristo, está llamado a la misma misión de Cristo: la venida del reino. Latarea de la Iglesia y la misión específica de los laicos consagrados consis-ten en hacer emerger el reino que ya está, pero todavía no, usando los me-dios del mundo. Y aquí es donde se inserta la unión entre encarnación yaculturación al afrontar el problema del pluralismo religioso, porque el rei-no de Dios pasa también a través de las religiones no cristianas, en particu-lar por las grandes religiones monoteístas.

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103 Benedicto XVI recibió en audiencia el 3 de febrero de 2007, en la Sala Clementina delPalacio apostólico vaticano, en audiencia a los participantes en la Conferencia mundial de losinstitutos seculares reunidos en Roma para el Simposio internacional organizado con ocasión deLX aniversario de la promulgación de la Constitución apostólica Provida Mater Ecclesia. Elfragmento arriba citado está tomado del discurso pronunciado con esta ocasión y publicado en larevista «Dialogo», 35 (2007), pp. 26-29, passim (hay edición española en: alianzajm.org › ... ›Documentos de Institutos Seculares).

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VII

DE LATEOLOGÍAALAESPIRITUALIDAD DE ENCARNACIÓN DE LOS INSTITUTOS SECULARES

Los institutos seculares tienen que ser enmarcados, como se ha podi-do advertir más arriba, en la eclesiología de comunión, tal como la plan-tea el concilio Vaticano II. Este Concilio ha confirmado vigorosamentela dimensión de encarnación de la Iglesia, que es, dicho con otras pala-bras, su dimensión secular, como recordaba el papa Montini: «La Iglesiatiene conciencia del hecho de que ella existe en el mundo [...] Ella, portanto, posee una auténtica dimensión secular inherente a su naturalezaíntima y a su misión, cuya raíz se hinca en el misterio del Verbo encarna-do, y que se ha realizado de modo distinto en sus miembros –sacerdotesy laicos– según el carisma propio de cada uno»104. Y precisamente eneste momento histórico-religioso emerge con toda evidencia la provi-dencial coincidencia entre el carisma de los institutos seculares y la pre-sencia de la Iglesia en el mundo. Tales institutos, en virtud de su carisma,son justamente instrumentos providenciales para encarnar y trasmitir enel hoy de la Iglesia. Si bien los laicos consagrados habían anticipado encierto modo, ya antes del Concilio, este aspecto, con mayor razón estánllamados a vivir hoy esta espiritualidad secular en la Iglesia y en el mun-do. Se trata, en verdad, como se puede advertir, de una espiritualidad li-gada al carisma de los laicos consagrados llevada a cabo en la relaciónIglesia-mundo, donde ellos interpretan su dimensión secular siguiendola estela de la encarnación del Verbo. La Iglesia, en su plenitud de comu-nión eclesial, acoge en su seno y subraya la especificidad secular del lai-cado. Más aún, alimenta la espiritualidad del laico consagrado y refuer-za su participación en la misión salvífica de Cristo, que prosigue en eltiempo y en la historia.

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104 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 7; p. 26) (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Yendo más al fondo, podemos decir que la «singularidad» de la espiri-tualidad del laico consagrado consiste en vivir la «vida según el Espíritu»siguiendo al Verbo hecho carne en el tejido más recóndito de este mundo.

El laico se caracteriza únicamente por la práctica de la idéntica espiritualidad encondiciones de una más acentuada implicación histórico-social [...] La histori-cidad de esta espiritualidad significará así la disponibilidad a elegir la condicióncomún, civil, del hombre y de la mujer no eclesiásticos en orden a la realizaciónde una conciencia creyente cristiana que sea principio positivo y prometedor decomprensión y estructuración de esa humana existencia105.

Son tres los elementos que caracterizan la espiritualidad de losmiembros de los institutos seculares: encarnación, presencia y testimo-nio, para llevar a cabo la misión de la Iglesia-comunión de modo dife-rente y singular respecto a otras vocaciones.

No es fácil trazar las líneas de fuerza de una espiritualidad secular,sobre todo cuando con este término se piensa en el devocionismo, en uncristianismo superficial o, en el extremo opuesto, en la fuga del mundo,por consiguiente en el rechazo del mundo y de todo lo que es secularcomo si fuera un mal y un obstáculo para la misma vida cristiana. Alcontrario, la espiritualidad del laico consagrado se ha de entender comovida según el Espíritu derramado sobre los hombres en el momento delbautismo, cuando les da una vida nueva (cfr. Jn 3,5), transformándolosen «hombres espirituales» (Ga 6,1). La vida según el Espíritu es, porconsiguiente, la peculiaridad de todo cristiano, de todo ser humano «quevive de la fe bajo la acción permanente del Espíritu Santo, el cual, des-pués de haber suscitado esta fe en el corazón de aquel que escucha la Pa-labra de verdad, le hace asimilar esta Palabra, y tiende a convertir alhombre carnal en hombre espiritual»106.

Esta nueva vida, vivida en el Espíritu del Resucitado, no implica enabsoluto alejamiento de las realidades temporales, negación o huida detales realidades, lo que pone de manifiesto la dicotomía entre espiritual y

De la teología a la espiritualidad de Encarnación ... 85

105 G. Colzani, Dalla teologia del laicato alla teologia della sequela, en «La rivista del cle-ro italiano», 67 (1986), p. 454.

106 Y. Congar, Introduzione, en I. de la Potterie - S. Lyonnet, La vita secondo lo Spirito con-dizione del cristiano, Roma 1971, p. 7 (traducción española: La vida según el Espíritu, Sígueme,Salamanca 19672).

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material, entre cuerpo y espíritu, de matriz griega, una concepción radi-calmente contraria a la visión bíblica del hombre y de lo creado. En efec-to, en la Escritura no se escinde nunca el cuerpo del espíritu. Según unacorrecta antropología bíblica, la persona es una unidad inescindible, que-rida por el mismo Dios, presente de modo particular en la teología pauli-na. Como observa L. Cerfaux:

Es evidente que Pablo no siente el menor embarazo en conectar entre sí nocio-nes que derivan de realidades tangibles y nociones de espiritualidad, que a losmodernos, en cambio, nos cuesta mucho conciliar. Para él, lo espiritual es tanreal y objetivo como la materia. Una intervención inmediata se inserta sin datosen la trama de los acontecimientos de este mundo. Las relaciones con Dios sonde orden objetivo y personal; el Apóstol no piensa a la manera de la filosofíaexistencialista y no convierte la categoría Dios en «una potencia del más allá,no cósmica, invisible al pensamiento objetivo»107.

El Apóstol de los gentiles es consciente, en realidad, de que la salva-ción llevada a cabo en virtud de la muerte y resurrección de Cristo abar-ca toda la creación. En Rm 8,19-23 ofrece precisamente esta visión cós-mica de la salvación según la cual, de un modo misterioso, pero real, lacreación entera está destinada a la «gloria final».

En el día de la Parusía no resurgirán sólo los muertos, en el instante en que Cris-to «haya privado de todo su poder al último de sus enemigos, la muerte» (1 Co15,26), y por fin pueda «entregar el reino al Padre, a fin de que Dios sea todo entodos» (v. 28). El universo material no se contentará solo con asistir a este triun-fo de la humanidad rescatada, como si ya hubiera realizado integralmente su ta-rea; tomará parte en él, no será «aniquilado», «destruido», como, sin embargo,parecía suponer más de uno en tiempos de Pablo: se verá transformado, y será«glorificado» a su modo, del mismo modo que lo será el cuerpo humano. Eluniverso, como el cuerpo del hombre, no es solo instrumento de redención parael hombre, sino que es también él mismo objeto de redención108.

Los cristianos, como criaturas nuevas, caminan por la historia haciaesta meta final, momento en el que se cumplirá el proyecto salvífico-co-

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107 L. Cerfaux, Il cristiano nella teologia paolina, Roma 19713, p. 49 (traducción española:El cristiano en la teología paulina, Fundación Universitaria San Pablo-CEU, Madrid 2009).

108 S. Lyonnet, Perfezione del cristiano «animato dallo Spirito» e azione nel mondo secon-do san Paolo, en I. de la Potterie - S. Lyonnet, La vita secondo lo Spirito condizione del cristia-no, op. cit., p. 305 (traducción española: La vida según el Espíritu, Sígueme, Salamanca 19672).

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munional de Dios. Están llamados, ya aquí y ahora, a anticipar este cum-plimiento bajo el impulso del Espíritu para la construcción del reinoinaugurado por Cristo, que él mismo entregará al Padre al fin de lostiempos.

Aunque desde otra perspectiva, también el apóstol Juan, cuandoemplea el término «mundo», se refiere a las realidades creadas en estostérminos: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigéni-to, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eter-na. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mun-do, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Ésta es laespiritualidad que está llamado a vivir el cristiano, renacido «del aguay del Espíritu» (Jn 3,5). También para Juan se trata de una espirituali-dad que respeta la dinámica de la encarnación, que tiende tanto a laconstrucción del reino como a la santificación personal, y tanto máspor el hecho de que

la realidad del reino de Dios no niega el valor de las cosas de este mundo ni elde todo el orden de las realidades humanas. Ahora bien, dado que estas estánheridas y amenazadas por el pecado y no encuentran plena autenticidad másque cuando se abren a las realidades del reino, son objeto de un compromisoespecífico por parte de los cristianos. Aquí se sitúa la secularidad de vuestra vo-cación. En efecto, las energías de la gracia y del Evangelio también están lla-madas a animar desde dentro y a iluminar las realidades temporales109.

De este modo es como el laico consagrado tiende a su propia santifi-cación, como atestigua una laica consagrada, la venerable Carla Roncien su Diario:

No murmurar: el sitio que tienes es el que necesitas, porque es el sitio que Dios,en su providencia, ha elegido y preparado para ti. En este sitio donde Dios haquerido que estés tienes todas las gracias para santificarte: no las tendrías enotra parte. No basta con vivir resignada: allí donde Dios te ha sembrado, plan-tado, trasplantado tienes que ser feliz y hacer felices a los otros110.

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109 G. Cottier, Aspetti teologici della consacrazione secolare, en Dialogo, 35 (2007), p. 21.110 Texto citado por F. Lanfranchi, Carla Ronci: testimone del Vangelo. Proposta di un cam-

mino di spiritualità laicale, Rimini 2002, contracubierta. Carla Ronci (†1970) fue delegada deAcción Católica y miembro del Instituto secular «Ancelle Mater Misericordiae».

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Aquí se encuentra el núcleo sustentador en torno al cual gira y se de-sarrolla la espiritualidad que anima a los miembros de los institutos secu-lares, cristianos entre cristianos, hombres entre hombres, comprometi-dos «en el mundo, pero también, por así decirlo, con los medios delmundo», según la célebre expresión del padre Gemelli. Este, al concluirla Memoria histórica y jurídico-canónica, escribía proféticamente:

La solución propuesta conlleva, en mi modesta opinión, varias ventajas po-sitivas. En primer lugar, puede contribuir a una clara diferenciación de losvarios tipos de estado de perfección y a una eficaz y fecunda especializaciónde los mismos. A través del reconocimiento de un nuevo estado de perfec-ción particularmente conforme a las necesidades y a las orientaciones espe-cíficas de nuestra época, se llega a evitar lo que tal vez hoy es algo más queun simple peligro, a saber: que formas de consagración surgidas en otrostiempos, con otra estructura y con otras finalidades, pero que todavía hoypueden desarrollar una función importantísima con tal que continúen siendofieles a su espíritu originario, se vean arrastradas, sin embargo, por un cami-no que no es el suyo, es decir, que se vean llevadas por el ritmo de los tiem-pos a encargarse de funciones y de tareas que no se concilian con aquellaspara las que nacieron.También hoy, como e incluso más que en la Edad Media, hay una necesidadde almas que se consagren o de manera exclusiva o de manera preponderan-te a una vida de oración; las antiguas órdenes no solo tienen todavía una ra-zón de ser, sino hasta una particular actualidad. Ahora bien, precisamente poresto tal vez sea conveniente que esas órdenes, como las mismas congrega-ciones religiosas, abandonen ciertas posiciones extremas que quizá no pue-dan seguir manteniendo sin incurrir en el riesgo de desnaturalizarse, y que, encambio, estos puestos de vanguardia sean confiados a nuevas formacionesque por su estructura y por sus medios están específicamente preparadas yson idóneas para ellos111.

Los laicos consagrados, comprometidos a vivir, por tanto, su espiri-tualidad en el mundo, se distinguen de los otros cristianos, puesto quehan respondido positivamente a una vocación particular, específica, querequiere de ellos vivir en el mundo, según su propio estado de vida y suprofesión, la consagración a Dios y a los otros, mediante la asunción delos consejos evangélicos. Con todo, no por eso son superiores o inferio-

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111 Memoria, n. 40, p. 56. Al hablar de este nuevo estado de perfección, Gemelli se refería alInstituto secular de las Misioneras de la Realeza, que él mismo fundó junto con Armida Barelli.

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res a los otros cristianos. Toman fuerza y alimento de su propio estado,de su propia consagración, para vivir su espiritualidad cristiana de ma-nera diferente a la de los otros cristianos. Respondiendo a su vocaciónespecífica, según el carisma de los institutos a los que pertenecen, escomo los laicos consagrados en su «estado de vida» han sido llamados ytienden a la perfección única del Padre celestial. Es verdad que la voca-ción a la santidad es idéntica para todos los cristianos, pero también esigualmente verdad que el camino que los miembros de los institutosseculares han sido llamados a seguir para alcanzar esta meta es diferen-te, en absoluto fácil, como afirmaba Pablo VI:

Y no se ha dicho que vuestra elección, en relación con el fin de la perfeccióncristiana que también buscáis, sea fácil, porque no os aleja del mundo, de laprofanidad de la vida [...] en que los valores que más cuentan son los tempora-les, y en que tan a menudo las normas morales están expuestas a continuas yformidables tentaciones. Por lo tanto, vuestra disciplina moral habrá de estarsiempre en estado de alerta y de iniciativa personal y habrá de conseguir encada momento la rectitud de vuestro obrar en el sentido de vuestra consagra-ción: el «abstine et sustine» de los moralistas jugará un constante papel en vues-tra espiritualidad. He aquí un nuevo y habitual reflejo, un estado de interioridadpersonal, que acompaña el desarrollo de la vida interior. Y tendréis así un cam-po propio e inmenso en que dar cumplimiento a vuestra tarea doble: vuestrasantificación personal, vuestra alma, y aquella «consecratio mundi», cuyo de-licado compromiso, delicado y atrayente, conocéis112.

Al trabajar en medio de las realidades terrestres, los laicos consa-grados tienden a la santificación personal, conjugando la riqueza de laconsagración a Dios con su presencia en el mundo, a fin de evitar queel mundo se desarrolle fuera de Dios y a fin de reorientarlo a su fluen-cia originaria, esto es, a Dios creador del universo. Por consiguiente, sucompromiso apostólico se ejercerá por medio de actividades derivadasde las mismas situaciones en que lleguen a encontrarse. Este compro-miso con las realidades temporales es tanto más válido en cuanto queexpresa la posibilidad de un seguimiento radical de Cristo entre losasuntos de este mundo. Eso significa que la plena consagración a Dios,en el caso de laico, está íntimamente ligada a una plena responsabili-

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112 Pablo VI, Siate i benvenuti, 26 de septiembre de 1970, CMIS, op. cit., nn. 10-11, p. 22(hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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dad de presencia y de acción transformadora desde dentro del mundo,abiertos como deben estar a las mociones del Espíritu. Esto vale paratodos los cristianos, pero, en el caso del laico, significa una caracterís-tica específica de su espiritualidad en la escucha de los signos de lostiempos y con la mirada dirigida a la luz que Dios da. Exige una conti-nua apertura al Espíritu que proporciona luz y guía en los surcos de lahistoria cotidiana.

Coherentemente con su espiritualidad, los laicos consagrados estánllamados, por consiguiente, a dar un contenido espiritual a todo acto yactitud humanos, tomando «en serio el orden natural y su «densidad on-tológica», tratando de leer en él el designio querido por Dios, y ofrecien-do vuestra colaboración para que se actualice gradualmente en la histo-ria»113. Concretamente, forma parte de su espiritualidad amar y cultivarlos valores auténticos del mundo con una participación responsable, ca-paz de informar la existencia de los hombres y de la sociedad, con elejercicio de profesiones seculares y viviendo los consejos evangélicosadecuados a la situación histórico-social en que se encuentran trabajan-do. Es menester precisar, con Pablo VI, que esa secularidad «no sólo re-presenta una condición sociológica, un hecho externo, sino también unaactitud: estar en el mundo, saberse responsables para servirlo, para con-figurarlo según el designio divino en un orden más justo y más humanocon el fin de santificarlo desde dentro»114, dado que la condición exis-tencial y sociológica de los laicos consagrados se convierte en su reali-dad teológica y, por consiguiente, en el camino privilegiado para realizary atestiguar la salvación115. La de los laicos consagrados es, dicho conotras palabras, una atención interior a las realidades terrenas, una efecti-va presencia en las estructuras del mundo, una voluntad de ir a Dios en ycon las realidades del mundo. Su espiritualidad específica respecto a losotros cristianos laicos consiste en vivir entre los hombres con los mismosderechos y deberes, las mismas responsabilidades personales y profesio-

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113 Juan Pablo II, Cambiare il mondo dal di dentro, op. cit., n. 15, p. 45 (existe edición espa-ñola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

114 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 13; p. 28) (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

115 Cfr. Id., Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 12, p. 33 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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nales, como consagrados, para inventar, en la docilidad al Espíritu, cadavez nuevos modos de vida evangélica:

Apesar de ser «secular», vuestra posición difiere en cierto modo de la posiciónde los simples laicos en cuanto estáis empeñados en la zona de los valores delmundo, pero como consagrados: es decir, no tanto para afirmar la intrínseca va-lidez de las cosas humanas en sí mismas, cuanto para orientarlas explícitamen-te en conformidad con las bienaventuranzas evangélicas116.

Aquí es donde asoma otro aspecto característico de la espiritualidad«de servicio», o sea, el compromiso apostólico, del laico consagrado. Espreciso aclarar este aspecto a fin de evitar ambigüedades o malentendi-dos. Los miembros de los institutos seculares encuentran las directivasde su acción apostólica en su «propia fisonomía particular» (PC 11), quees precisamente la de la secularidad consagrada. Como partícipes de laúnica misión de la Iglesia, tienen la tarea de anunciar a Cristo Salvadoren el mundo. De una manera absolutamente propia, permaneciendo ensu medio. Incluso en el caso de que un instituto secular se proponga unfin apostólico específico y tenga obras propias, el compromiso apostóli-co se ha de realizar siempre según el modo propio de los laicos, con unaactividad sugerida por la misma trama de la vida terrena y por la situa-ción en la historia. Es en el seno de los hechos ordinarios de la vida coti-diana donde los miembros de los institutos seculares dan testimonio delamor de Dios, porque, al estar inmersos en diferentes tipos de relacionescon los hombres y las realidades del mundo, trabajan por el perfecciona-miento y la santificación del orden natural. Éste es su primer campo deapostolado. Al estar presentes allí donde se construye el mundo de hoy,proporcionan su contribución con toda solidaridad, una solidaridad he-cha a base de competencia y de profundo espíritu evangélico. Ésta es suconcreta espiritualidad apostólica, según las líneas indicadas por laConstitución pastoral Gaudium et Spes: «A vosotros, afirma Pablo VI,se os confía esa estupenda misión: ser modelo de arrojo incansable en las

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116 Id., Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 10, p. 33 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998). Estas afir-maciones, y el mismo concepto de secularidad, habrán de ser precisados ulteriormente, porqueentre los institutos seculares figuran asimismo los sacerdotales. El Concilio reconoce también laindoles saecularis (cfr. PC 11) de estos últimos.

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nuevas relaciones que la Iglesia trata de encarnar con el mundo y al ser-vicio del mismo»117. Y es precisamente esta ansia de impregnar de espí-ritu evangélico el propio compromiso secular lo que conduce a los laicosconsagrados a no asumir, como norma de vida, el radicalismo evangéli-co como vivido en las formas de la vida religiosa. Las líneas fundamen-tales con que los religiosos y los laicos consagrados viven lo Absolutodel reino son las mismas, mientras que el modo de llevarlas a la prácticaes diferente, porque se interpretan de manera original y no son simple-mente adaptadas a la condición «secular». Dicho con otras palabras,ellos remiten, con el testimonio de su propia vida, al reino de Dios, inau-gurado por Cristo, pero que todavía debe realizarse definitivamente, tra-tando las cosas temporales: en esto consiste su tarea y su misión. De estemodo se llega a determinar un nuevo modo de entrar en relación con larealidad de la historia. Y se encuentra su sentido histórico auténtico. Deeste modo, cambia también el criterio de evaluación de la vida y de lamuerte, del hombre y de las cosas, de la familia, del trabajo, de los valo-res sustentadores de la vida humana: todos ellos relativos y secundariosorientados según el estilo evangélico y la misión específica de los laicosconsagrados a la venida del reino.

«Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo...» (1 Co 3,21-23);«buscad primero el reino de Dios y su justicia...» (Mt 6,33). Expresionescomo estas contienen el motivo conductor de toda existencia cristiana,proporcionando la perspectiva según la cual vivir la «parábola del reinode Dios», que es la vocación y la espiritualidad del laico consagrado.Así, mientras él se dedica sin reservas a un servicio prestado en y para elmundo, en fraterna solidaridad con cuantos dedican sus energías a laconstrucción de un mundo más humano, llama a la relativización decuanto el hombre, incluso de manera extraordinaria, es capaz de hacer.De este modo, el compromiso del laico consagrado en el «siglo» se vuel-ve auténtico, en cuanto que se fundamenta y encuentra su razón en lo

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117 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 9; p. 27) (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998). Pablo VIvolvió sobre el apostolado de los institutos seculares en el Discurso Ben volentieri del 25 de agos-to de 1976 (CMIS, op. cit., nn. 37-39; hay traducción española en: Los institutos seculares. Do-cumentos, Edicep, Valencia 1998), en el que hace algunas aplicaciones de la Exhortación apos-tólica Evangelii Nuntiandi del 8 de diciembre de 1975.

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Absoluto del reino, realizando una síntesis entre «consagración» y «se-cularidad».

Como fácilmente se puede deducir, la espiritualidad de encarnaciónpropia del laico consagrado está intrínsecamente ligada a la teología delas realidades terrestres, entre las cuales se valora en primer lugar el tra-bajo, como expresión eminente de la condición humana. El trabajo noes, en efecto, solo un medio para vivir, sino también una tarea principalasumida por el laico consagrado para ordenar a Dios las realidades tem-porales, de modo que se reconozca en ellas una cierta continuidad de laobra creadora de Dios. Como laicos, y laicos consagrados, desean ser«leales al mundo, e intentan comprender, asumir y medir la obra terrenaen referencia al Señorío de Cristo»118. Y asimismo Juan Pablo II, en undiscurso dirigido a los participantes en el II Congreso internacional delos institutos seculares, aplicaba a los laicos consagrados lo que había di-cho de los laicos en la homilía del 1 de octubre de 1979: «Su específicavocación y misión consisten en manifestar el Evangelio en su vida y, portanto, en introducir el Evangelio como una levadura en la realidad delmundo en que viven y trabajan»119. El mundo del que se habla, mientrasque, por una parte, ha de ser aceptado como objeto del amor de Dios, quelo creó, redimió y renovó, por otra, debe ser rechazado en sus concupis-cencias (cfr. 1 Jn 2,16), porque está separado del amor divino a causa delpecado. Es preciso, pues, «discernir los elementos positivos y los queson negativos, a fin de privilegiar unos por el ejercicio precisamente deldiscernimiento, y eliminar los otros gradualmente»120. Vivir los consejosevangélicos según el espíritu de las bienaventuranzas significa realizaren concreto este discernimiento, que permite «alcanzar y transformarcon la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determi-nantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspi-radoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contrastecon la palabra de Dios y con el designio de salvación» (EN 19).

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118 Y. Congar, Laïc, en Enciclopedie de la Foi, París 1965, p. 106 (edición española: Seglar,en Conceptos Fundamentales de la Teología, vol. IV, Cristiandad, Madrid 1966, p. 224ss.).

119 Juan Pablo II, Cambiare il mondo dal di dentro, n. 9, p. 44 (hay traducción española en:Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

120 Ibíd., n. 12, p. 45.

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VIII

LOS CONSEJOS EVANGÉLICOSPRACTICADOS SEGÚN ELESPÍRITU

DE LAS BIENAVENTURANZAS

La espiritualidad de encarnación vivida por los laicos consagradosles permite vivir con mayor conciencia la consagración bautismal. Ycomo el bautismo no exonera de las tareas de la ciudad secular, sino quelas hace asumir con una motivación nueva derivada de la vida sobrena-tural y de la misión de la Iglesia en el mundo, así esta consagración haceasumir los mismos compromisos a nuevo título y con una más estrechaadhesión al estilo de vida del Verbo encarnado, casto, pobre y obediente.Esta forma de consagración secular realiza la espiritualidad de encarna-ción introduciendo la fuerza de los consejos evangélicos en los valoreshumanos y temporales. En efecto, «la secularidad consagrada, expresa yrealiza de un modo privilegiado, la armoniosa conjunción de la edifica-ción del Reino de Dios y de la construcción de la ciudad temporal, elanuncio explícito de Jesús en la evangelización y las exigencias cristia-nas de la promoción humana integral»121.

En realidad, este nuevo estilo de consagración hunde sus raíces enuna intensa vida teologal. Un estilo alimentado por la fe, en cuanto quese vive como obediencia al proyecto de Dios y está sostenido por la es-peranza, que es tensión hacia la plenitud del reino. Tal consagraciónestá vivificada sobre todo por la caridad, íntima y virginal comunióncon el Señor en la historia cotidiana, si por consagración se entiende un«holocausto» de amor: pura entrega del propio ser a Dios y a los herma-nos122, libres de todo compromiso con el mundo. La continua búsqueda

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121 E. Pironio, Discorso d’introduzione all’Assemblea dei responsabili generali,23 de agosto de1976, en CMIS, op. cit.,n. 33, p. 87 (traducción española: Palabras introductorias a la Asamblea deresponsables generales, en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

122 La consagración como holocausto es, para el padre Gemelli, consagración total, «o sea,la destinación total, irrevocable de toda la propia vida y de todo el propio ser a Dios, el propósitodefinitivo de someter y coordinar todo pensamiento, todo afecto, toda actividad a la gloria, al ho-nor y al amor a Dios; en suma, la donación de holocausto [...]. Se acepta el vínculo de una dona-

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de la voluntad de Dios en unión con Cristo exige una capacidad de do-nación del propio ser cada vez más responsable, con la dependencia defe y de comunión que las constituciones del propio instituto previenen,siempre bajo la inspiración del Espíritu. El de los institutos seculares esun nuevo modo de ser Iglesia123, cuya peculiar consagración los incor-pora al misterio pascual de Cristo de una manera radical, sin por elloarrancarlos de las responsabilidades normales de sus diferentes activi-dades, que constituyen el ámbito propio de su vocación y misión. Fielesa las tareas temporales y a las exigencias interiores del Espíritu, son losnuevos testigos de las bienaventuranzas evangélicas, vividas hasta elfondo como sal de la tierra, luz del mundo, fermento en la artesa. En po-cas palabras, están llamados a ser «testigos de la supremacía de los va-lores espirituales y escatológicos, es decir, del carácter absoluto devuestra caridad cristiana»124.

De lo que llevamos dicho hasta ahora se puede deducir que la profe-sión de los consejos evangélicos sitúa al laico consagrado en un estadonuevo en el mundo. Aunque siga siendo el mismo en todas partes y decualquier modo, es «nuevo» respecto a aquello en que nace y crece. Elsuyo es como un «nuevo nacimiento» a imitación de Jesús en la encar-

Los consejos evangélicos practicados según el Espíritu ... 95

ción de holocausto (y específicamente a los tres consejos evangélicos y a los consejos particula-res necesarios al fin específico en el servicio de Dios) asumiendo al menos la obligación de fide-lidad humana [...] de observar una cierta regla que presupone precisamente esta donación total»(Memoria, nn. 31, pp. 41-42).

123 Vienen aquí muy a propósito las palabras dirigidas por el cardenal Pironio a los respon-sables generales de los institutos religiosos en el lejano 1976: «En vosotros adquiere un sentidoespecial la oración de Jesús: «No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves delmaligno... Yo me consagro (= me inmolo y sacrifico) por ellos, a fin de que ellos sean consagra-dos en la verdad» (Jn 17,15.19). Es un modo nuevo de presencia de la Iglesia en el mundo [...]vuestra especial consagración a Dios por los consejos evangélicos os compromete a ser en elmundo testigos del Reino y os incorpora al misterio pascual de Jesús –su muerte y su resurrec-ción– de un modo más hondo y radical, sin sacaros por eso de las responsabilidades normales devuestra actividad familiar, social y política, que constituyen el ámbito propio de vuestra vocacióny vuestra misión» (E. Pironio, Discorso d’introduzione all’Assemblea dei responsabili generali,23 de agosto de 1976, en CMIS, op. cit., n. 29-30, p. 86-87 (traducción española: Palabras intro-ductorias a la Asamblea de responsables generales, en: Los institutos seculares. Documentos,Edicep, Valencia 1998).

124 Pablo VI, Ai responsabili generali degli istituti secolari, 20 de septiembre de 1972, enCMIS, op. cit., n. 10, p. 33; existe traducción española en: Los institutos seculares. Documentos,Edicep, Valencia 1998).

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nación. Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia lepermiten realizar este nuevo estar en el mundo en comunión con el Ver-bo encarnado para la realización del reino, cuyo rey es precisamenteCristo. La práctica de los consejos evangélicos está, por consiguiente, to-talmente centrada en el Cristo pobre, casto y obediente, en la economíade la redención. Esta tiene su punto culminante

en el misterio pascual de Jesucristo, en el que se unen el anonadamiento me-diante la muerte, y el nacimiento a una Vida nueva mediante la resurrección. Lapráctica de los consejos evangélicos lleva consigo un reflejo profundo de estadualidad pascual: la destrucción inevitable de todo lo que es pecado en cadauno de nosotros y su herencia, y la posibilidad de renacer cada día a un bienmás profundo, escondido en el alma humana (Redemptionis donum, 10)125.

Consagración y secularidad, conjugadas en una síntesis armoniosa,constituyen la vocación específica de los laicos que se comprometen,mediante los consejos evangélicos, a seguir a Cristo, permaneciendoplenamente laicos, a alcanzar la radicalidad evangélica, desde el interiordel mundo, permaneciendo «indisolublemente fieles a vuestras tareastemporales y a las exigencias interiores del Espíritu como testigos privi-legiados del Reino»126.

El mismo concepto ha sido confirmado por Juan Pablo II en estos tér-minos

Ante todo debéis ser verdaderos discípulos de Cristo. Como miembros de unInstituto Secular, queréis ser tales por el radicalismo de vuestro compromiso a

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125 Como comentario de todo lo dicho más arriba vale la pena citar el siguiente fragmento:«La participación del consagrado en el misterio pascual de Cristo está, por tanto, precisamentepara significar el renegar hasta la muerte de todas negatividades presentes en él, para dejar espa-cio a la realización de la humanidad nueva que Cristo ha inaugurado aquí en la tierra. El amén dela consagración religiosa, pronunciado en la Iglesia, es la expresión que vincula al hombre a lavida misma de Dios, la afirmación de la vida divina presente en quien ha optado por seguir aCristo pobre, casto y obediente, en el signo del amor total» (L. Borriello - G. Della Croce, Tu se-guimi! Riflessioni per una teologia della vita consacrata, Cinisello Balsamo 1990, p. 29).

126 E. Pironio, Discorso d’introduzione all’Assemblea dei responsabili generali, op. cit., p.87. La fidelidad de que se habla más arriba «no es inmovilismo», escribe Pablo VI, «no es inmovi-lismo, significa ante todo la atención al Espíritu Santo que hace nuevo todo el universo (cfr. Ap 21,5). Efectivamente, los Institutos Seculares están vivos en la medida en que participan de la historiadel hombre y testimonian ante los hombres de hoy el amor paternal de Dios revelado por Jesucris-to en el Espíritu Santo» (Pablo VI, Ben volentieri, 25 de agosto de 1976, en MIS, op. cit., n. 3, p. 36;hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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seguir los consejos evangélicos de tal modo que no sólo no cambie vuestra con-dición ¡sois y os mantenéis laicos!, sino que la refuerce en el sentido de quevuestro estado secular esté consagrado y sea más exigente, y que el compromi-so en el mundo y por el mundo, implicado en este estado secular, sea perma-nente y fiel. Daos bien cuenta de lo que ello significa. La consagración especialque lleva a plenitud la consagración del bautismo y la confirmación, debe im-pregnar toda vuestra vida y actividades diarias, creando en vosotros una dispo-nibilidad total a la voluntad del Padre que os ha colocado en el mundo y para elmundo. De esta manera la consagración vendrá a ser como el elemento de dis-cernimiento del estado secular127.

La referencia al llorado Pontífice es fuerte, porque afirma la identidadde los institutos seculares: hombres, mujeres y sacerdotes, que, viviendoen el mundo la vida ordinaria de todos, en respuesta a la vocación deCristo, se comprometen a encarnar el Evangelio en el hoy de la Iglesia yde la historia en castidad, obediencia y pobreza, según el espíritu de lasbienaventuranzas (cfr. VC 10). Apropósito de estas, así se ha expresadoBenedicto XVI más bien recientemente:

Provenís de países diversos; también son diversas las situaciones culturales, po-líticas e incluso religiosas en las que vivís, trabajáis y envejecéis. En todas bus-cad la Verdad, la revelación humana de Dios en la vida. Como sabemos, es uncamino largo, cuyo presente es inquieto, pero cuya meta es segura. Anunciad labelleza de Dios y de su creación. Aejemplo de Cristo, sed obedientes por amor,hombres y mujeres de mansedumbre y misericordia, capaces de recorrer los ca-minos del mundo haciendo sólo el bien. En el centro de vuestra vida poned lasBienaventuranzas, contradiciendo la lógica humana, para manifestar una con-fianza incondicional en Dios, que quiere que el hombre sea feliz. La Iglesia osnecesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla desantidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia. Enraizados en la ac-ción gratuita y eficaz con que el Espíritu del Señor está guiando las vicisitudeshumanas, dad frutos de fe auténtica, escribiendo con vuestra vida y con vuestrotestimonio parábolas de esperanza, escribiéndolas con las obras sugeridas por la«creatividad de la caridad» (Novo millennio ineunte, 50)128.

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127 Juan Pablo II, Cambiare il mondo dal di dentro, 28 de agosto de 1980, op. cit., nn. 10-11,p. 44 (existe edición española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

128 Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI con motivo del 60 aniversariode la Constitución Apostólica «Provida Mater Ecclesia», Sala Clementina, sábado 3 de febrerode 2007, en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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En su relación con el mundo, donde están insertados a pleno título,los miembros de los institutos seculares concretizan, como recordába-mos más arriba, el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas al poner-se a seguir a Cristo pobre, casto y obediente. Tenemos aquí una visiónnueva que modifica y precisa en un sentido espiritual el aspecto de sepa-ración, ínsito en el concepto de consagración. En esta línea, hasta la«vida en común», para denominarla con una expresión clásica, se ha deentender como renuncia a los propios puntos de vista para entrar a for-mar parte de la familia de Dios, cuyos miembros cumplen la voluntaddel Padre (cfr. Mc 3,33-35). O se ha de entender, según el padre Gemelli,«en el sentido de incorporación a una sociedad orgánica que tiene finespropios, estatutos, así como superiores propios, y de entrega total de lapropia vida a la misma sociedad». Cumplir la voluntad de Dios a travésde la entrega del propio ser y la entrega a los otros exigen que el laicoconsagrado ponga al servicio de su propio instituto «toda la propia viday todo el propio ser, abdique por completo del gobierno de sí mismo y,por el contrario, atribuya a los Superiores el poder de disponer de toda suactividad, de todas sus energías, de todas sus capacidades, para los finesdel Instituto»129. De la unión con el Cristo encarnado, obediente al pro-yecto salvífico del Padre, brota la universalidad de la vocación del laicoconsagrado, «ciudadano del mundo», por encima de toda frontera socio-lógica y pluralista, aunque necesarias, en una dimensión de amor encar-nado, para llevar a cabo la presencia salvífica130 de Cristo, unido a sumisterio de muerte y resurrección131.

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129 Memoria, n. 31, pp. 42-43).130Aeste respecto afirma la CRIS: «La presencia de estos últimos [los miembros de los ins-

titutos seculares] en el mundo significa una vocación especial a una presencia salvífica, que seejerce dando testimonio de Cristo y trabajando por reordenar las realidades temporales según eldesignio de Dios» (Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 20, p. 127).

131 He aquí lo que afirma Pablo VI al respecto: «Vuestras opciones de pobreza, castidad yobediencia son modos de participar en la cruz de Cristo, porque a Él os asocian en la privación debienes, por otro lado verdaderamente lícitos y legítimos; pero son también modos de participa-ción en la victoria de Cristo resucitado, en cuanto os liberan de la fácil ventaja que dichos valorespodrían tener sobre la plena disponibilidad de vuestro espíritu. Vuestra pobreza dice al mundoque se puede vivir en medio de los bienes temporales y se pueden usar los medios de la civiliza-ción y del progreso sin convertirse en esclavo de ninguno de ellos; vuestra castidad dice al mun-do que se puede amar con el desinterés y la hondura ilimitada propios del Corazón de Dios y quese puede uno dedicar gozosamente a todos sin ligarse a nadie, cuidando sobre todo a los más

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La dimensión de amor se vive en la virginidad consagrada, comoentrega concreta a Cristo que nos hace más libres y dispuestos para ha-cer frente, en la dimensión de la caridad, el estar con los hombres en lasvicisitudes de la historia cotidiana. Por consiguiente, el voto de casti-dad «es, para quien vive en el mundo, consagrado a Dios, el vínculomás completo que una al Señor, porque comporta una renuncia total anosotros mismos. Es la esencia de la consagración a Dios, como votocentral al que los otros sirven de corona»132. Es, al mismo tiempo, donde Dios y opción positiva por una disponibilidad de amor, y no sólo decastidad en el celibato133. Por ese motivo es, entre los consejos evangé-licos, el que –para el laico consagrado– tiene más y mejor valor de sig-no, a pesar de que muchos no lo comprendan. Más aún, es el signo mástransparente de una consagración que, sin dejar el mundo, se realiza enla entrega de sí mismo a Cristo, para compartir en todo su vida y parti-cipar más íntimamente en su mística unión esponsal con la Iglesia (cfr.2 Co 11,2). La castidad manifiesta, de este modo, la dimensión escato-lógica del laico consagrado, ayudándole a vivir aquí abajo como hijode la resurrección (cfr. Lc 20, 35-36). Sin embargo, el suyo, no es unamor desencarnado e incorpóreo, ni mucho menos una especie de su-blimación o de autoexaltación, como si su castidad fuera una actitudheroica sin sentido ni valor.

El laico consagrado renuncia al amor conyugal, pero, por supuesto,no a la vida, porque se siente llamado y enviado al mundo en el que Cris-to se encarnó para dar la vida verdadera y plena (cfr. Jn 10,10), una vidaque él pretende realizar sin compromisos y ofrecer hasta las consecuen-cias más extremas. Sabe, asimismo, que ha sido llamado, por un amorgratuito, por Cristo, que eligió nacer de la Virgen María y vivir en la vir-ginidad durante toda su vida. Como la de Cristo, también su vida conser-va todas las dimensiones seculares y demuestra que «si bien el don ex-

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abandonados; vuestra obediencia dice al mundo que se puede ser feliz sin pararse en una cómo-da opción personal, pero quedando disponible del todo a la voluntad de Dios, tal como se mani-fiesta en la vida cotidiana, a través de los signos de los tiempos y de las exigencias del mundo ac-tual» (Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 14, p. 34 (haytraducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

132 E. Franceschini, Come tante volte vi ho detto..., op. cit., p. 109.133 Debemos recordar que se trata de castidad en el celibato; cfr. PM, art. II, § 2, 1º.

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clusivo de uno mismo en la virginidad es difícil por el contexto en que sevive (en el mundo), con todo, no solo no obstaculiza, sino que permitepositivamente la plena realización de uno mismo y la disponibilidad alos otros, en un progresivo enriquecimiento de las posibilidades deamar»134. El no tener una familia propia o una comunidad propia, queexigen una vida en común, hace al miembro de un instituto secular másdisponible a los otros, tanto espiritual como psicológicamente. Es éstauna modalidad particular de amor en la vida secular, que permite al laicoconsagrado convertirse en «hermano universal», amigo y compañero detodos, en todo momento y ocasión de su existencia terrena. Este vivir encastidad por el reino (cfr. Mt 19,12)

deriva de la condición en que se encuentra la humanidad de Cristo respecto a laTrinidad; humanidad asumida por el Verbo e insertada en el pleno circuito deamor que une a las tres Personas en unidad perfecta. Así como, a continuación,de la vida absolutamente interior de la Trinidad brotan por ímpetu de amor lacreación, la redención, la comunión de los hombres en Dios, así también brotande la virginidad consagrada, por íntima necesidad, la entrega total a los hom-bres. «Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo[...] y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a elloscomo me has amado a mí» (Jn 17,18-23).

Solo un amor tan pleno, acogido como don de Dios, reofrecido a él,intensamente amado, adquiere una extensión sin límites.

Existe, por tanto, un íntimo vínculo entre celibato o virginidad consa-grada y caridad, vínculo confirmado explícitamente por el Concilio (cfr.PC 6). En realidad, como declara más adelante el documento conciliar,la castidad «libera de modo especial el corazón del hombre (cfr. 1 Co7,32-35) para que se inflame más en el amor a Dios y a todos los hom-bres» (PC 12). Una vida tras los pasos del Cristo célibe remite a unvínculo espiritual, que va más que los de la sangre: «Pero él respondióal que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Éstos son mi madrey mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de loscielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”» (Mt 12,48-50).Ésta es la familia a la que Cristo remite al laico consagrado. Ese es el

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134 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 5, p. 139.

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motivo por el que, al vivir en castidad, no tiene motivos para sentirsesolo135, porque su vida pertenece exclusivamente a Dios. En Dios, salede su propia soledad para abrirse a horizontes más vastos, como afirmóPablo VI: «La castidad se convierte en ejercicio y ejemplo vivo de do-minio de sí mismo y de vida en el espíritu, orientada a las realidades ce-lestiales, en un mundo que se repliega sobre sí mismo y deja a riendasuelta sus propios instintos»136. Tal actitud comporta con mucha fre-cuencia soledad e incomprensiones, que sólo se pueden soportar conuna intensa vida de oración, entendida como intimidad profunda con elúnico Señor de la propia existencia. La unión a Cristo –toda unión, peroespecialmente la vivida en el celibato por él– comporta «dejar casa ymujer, hermanos, padres e hijos por el reino de Dios» (Lc 18,28). Todala vida cristiana –y de modo particular el celibato– es un dejar por, don-de «por» expresa tensión hacia una comunión vital con el Dios Trinidadcomunidad de amor, realidad misteriosa percibida en la fe y esperada enla esperanza, experimentada ya en parte en la inhabitación de Dios en elcorazón de cada hombre.

Más concretamente, la virginidad exige un arraigo profundo en Cris-to. Cuanto más se arraiga el laico consagrado, expuesto a las tentacionesdel mundo, en la intimidad con Dios en Cristo, tanto más capaz es de ins-taurar relaciones transparentes con los otros:

El laico consagrado es consciente del ejercicio que comporta el compromiso decastidad, para que no haya desviaciones, para conservar y dilatar su libertad.Sabe que necesita buscar continuamente a Cristo, referirse a él, que no tienecasa, come con todos, es amigo de todos sin atarse particularmente a nadie, viveuna vida en la que lo imprevisto tiene un significado de amor y de libertad137.

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135 «Através de una larga y a menudo sufrida búsqueda de un modo propio de vivir el caris-ma de la castidad consagrada, los miembros de los institutos seculares han descubierto que la as-cética que de ahí deriva no es la de la soledad, sino la del estar con los otros, la del buscarlos paradarles el amor de Cristo. Esto comporta: purificación del egoísmo, dilatación del corazón, con-quista de la libertad interior y, por consiguiente, también una revisión continua del propio equili-brio psicológico. En efecto, la castidad, más que constituir un ideal negativo de renuncia, es eldon maravilloso de uno mismo a Dios por el servicio a los hermanos» (CRIS, Riflessioni teolo-giche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 97, p. 139.

136 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 12; p. 27 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

137 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 100, p. 140.

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Si es verdad que la virginidad es don de Dios para gozar de una particu-lar intimidad con él, también lo es que se puede vivir en una continua yconstantemente reafirmada unidad con él. Cuanto más se deja aferrar porCristo el laico consagrado, tanto más encuentra la fuerza necesaria para su-perar los amores que le desvían, a través de un duro ejercicio ascético,pero sobre todo como martirio blanco, supremo testimonio de unión conDios en las realidades del mundo. Y es aquí, en esta condición de vida,visible y permanente, donde los laicos consagrados maduran un estilo devida, interior y exterior, caracterizado por la alegría, «la simpatía, la aper-tura, el optimismo, la sencillez exenta de repliegues y de complicacio-nes, el dinamismo, la sobriedad, la prudencia»138. Se presentan y soniguales a los otros en todo, como personas maduras139 que llevan en elcorazón un signo que los diferencia radicalmente de los otros hermanosy hace que se les reconozca como ligados de un modo totalmente parti-cular a lo Absoluto de Dios.

La práctica del voto de castidad exige, como se puede advertir, unaplena maduración de la personalidad humana y un continuo crecimientoen la caridad. Todo esto implica un proceso de liberación por sí mismo yde sí mismo, que, en un punto determinado, se hace una sola cosa con lapobreza evangélica. La castidad se traduce entonces en pobreza:

El razonamiento es muy sencillo: es justo y legítimo el uso de todos los bienesque nos ha dado Dios. Uno de los principales de entre ellos es el «bonum co-niugii», es el «auxilium» de la mujer en el matrimonio. Yse trata de un bien tangrande que, sin él, no se considera al hombre completo: «No es bueno que elhombre esté solo». Ahora bien, la renuncia al mismo, por amor de Dios y porconsejo suyo, es despojarse de un bien legítimo [...]: por consiguiente, un actodeliberado y voluntario de pobreza. Añado: de grandísima pobreza, porque noes una privación de lo superfluo, ¡sino de lo necesario!140

Esto es así porque el ejercicio del voto de pobreza impulsa al laicoconsagrado a asumir los mismos sentimientos del Hijo de Dios, que se

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138 Ibíd., n. 98, p. 139.139 Aeste respecto, como se lee en un documento de la Congregación para los Institutos de

vida consagrada: «Se siente hoy fuertemente en el seno de los institutos seculares la exigencia deahondar en el aspecto de la madurez humana, particularmente en lo relacionado con la afectivi-dad» (CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 101, p. 140).

140 E. Franceschini, Come tante volte vi ho detto..., op. cit., pp. 135-136.

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hizo pobre en la encarnación, para enriquecernos con su pobreza (cfr.2 Co 8,9), elevándola con su vida y su palabra a bienaventuranza evan-gélica (cfr. Mt 5,3). A este respecto, así recuerda la CRIS a los miem-bros de los institutos seculares:

La pobreza de Cristo, que eligió asumir la naturaleza humana para salvar a loshombres, es una pobreza que sobrepasa todas nuestras posibilidades de com-prensión y sigue siendo siempre un misterio en el que debemos ahondar, parti-cularmente como dependencia radical del Padre, libertad plena en el cumpli-miento de su misión de salvación y desprendimiento respecto a los bienes deeste mundo141.

Esto explica la razón de que el laico consagrado busque, en primer lu-gar, «como su propia dimensión ascética la que caracteriza a la mismapersona de Cristo»142, cuya pobreza fue una dependencia total del Padre,en la realización de su proyecto salvífico-comunional, en la plena liber-tad de las personas y de los bienes de este mundo. Como el Verbo encar-nado, también el laico consagrado se pone en una actitud de radical de-pendencia del Padre celestial. Por su condición social, no renuncia, sinembargo, a diferencia del religioso, ni a la posesión ni al libre uso de losbienes de este mundo, sino que realiza su pobreza con una profunda li-bertad interior frente a los bienes que, no obstante, sigue administran-do143. Todo esto comporta una extrema madurez «tanto en relación conla valoración de los múltiples factores individuales y ambientales, comoen relación con la particular inspiración del Espíritu Santo en cada unode ellos»144. Tal forma de pobreza se traduce, por tanto, en una pobrezaefectiva a través del uso limitado y dependiente de los bienes145, aunque,dada su condición secular, cada laico consagrado la practicará de mane-ra responsable y personal, y no necesariamente en términos cuantitati-vos, según las normas de su instituto. Eso no significa que haya de viviruna pobreza menos pobre y más cómoda, pero sí, a buen seguro, más li-bre de la codicia del ser y del tener, libre del verse subyugado por las co-sas, que deben ser orientadas a Dios, sin desconocer su valor intrínseco.

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141 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 108, p. 141.142 Ibíd., n. 107, p. 141.143 Ibíd., n. 107, p. 141.144 Ibíd., n. 119, p. 142.145 Cfr. PM art. III, § 2, 3º.

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Esto implica para el laico consagrado un esfuerzo por liberarse de todotipo de sometimiento a las realidades terrenas, según lo que afirma Pa-blo: «Todo es vuestro: [...] el mundo, la vida, la muerte, el presente, el fu-turo, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,21-23). Y todavía el mismo apóstol prosigue en este sentido: «Nada tengo,aunque lo poseo todo» (2 Co 6,10), todo, pero buscando la medida con laque llevar a cabo de manera concreta el propio compromiso de pobreza.«El laico consagrado, aun conservando, en general, los derechos de po-sesión y de ganancia, se ejercita en toda circunstancia en considerarse“administrador” de los bienes que tiene y que adquiere; considera quenada le pertenece como propio, sino que todo debe servirle para ser “sig-no” de caridad y de justicia entre los hermanos»146.

Más concretamente, el miembro del instituto secular, en virtud de lapobreza abrazada, mantiene una relación extremadamente positivacon las cosas y con todas las realidades terrenas. En consecuencia, vi-virá su pobreza administrando sus propios bienes siguiendo criteriosevangélicos, que inducen a eliminar lo superfluo y a compartir lo másposible con los otros aquello de que dispone. Es indispensable paraeste propósito la escucha de la Palabra y el discernimiento espiritual. Yno considera la atención a los pobres como lo último, porque «lo “ne-cesario” y lo “superfluo” se precisan en la vida del laico, en relacióncon su posición social y laboral, en una confrontación constante con lacondición normal de los hermanos con menos posesiones que estén enigualdad de condiciones laborales»147. Este tipo de pobreza consiste,en primer lugar, en poner las riquezas de este mundo en su justo lugaren los designios de la providencia, es decir, al servicio del hombre y enorden a su vocación, compartiendo con los otros los propios bienes,temporales, culturales y espirituales148. Eso significa que el laico con-sagrado no se sustraerá a la posesión y al uso de los bienes creados,más aún, los apreciará y usará según su justo valor. Los bienes, todobien de este mundo, deben ser tomados en su relatividad, siempre y encualquier caso en función del reino de los cielos. La pobreza no se ex-

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146 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 110, p. 141.147 Ibíd., n. 112, p. 142.148 Cfr. Ibíd., n. 114, p. 142.

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perimenta ya bajo el aspecto personal del desprendimiento, sino que seconvierte en virtud apostólica, porque es una pobreza de servicio, quees compartir, permaneciendo en la propia condición social con un tes-timonio de sobriedad evangélica149. Ezio Franceschini escribía lo si-guiente a este respecto: «Pobre en la posesión, pobre en la plena dispo-nibilidad de los bienes. Pero pobre realmente en el control severo delas propias auténticas necesidades, en la huida de las comodidades nonecesarias que la sociedad moderna va multiplicando»150. Ésta es lacondición indispensable del laico consagrado para poder ser solidariocon los pobres y compartir con ellos; en pocas palabras, para ponerseal servicio de los últimos con la misma pobreza de Cristo, sin sustraer-se a los imprevistos ni a las incertidumbres que comporta la condiciónlaical, más aún, buscando al mismo tiempo todo lo que favorece la pro-moción del hombre.

Pobreza significa también voluntad y capacidad de perfeccionar yemplear los propios talentos en las actividades laborales y de edifica-ción de la ciudad terrena bajo el signo de la justicia: «Una forma carac-terística del laico, en orden a la práctica de la pobreza evangélica, es elesfuerzo por construir una mejor justicia con los hermanos. Esto com-porta liberarse de la carrera por el poder, que es una de las tentacionesde nuestro tiempo»151. Precisamente gracias a su opción por la pobrezaevangélica, el laico consagrado está llamado a asumir responsabilida-des temporales, obrando en las estructuras y en las instituciones, segúnla justicia, a saber: para que estén realmente al servicio del hombre y desus derechos. Rechazando toda ansia de medrar, convertirá sus respon-

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149 Como ejemplo de este concepto me complace citar a Carla Ronci, que «el 19 de agostode 1957, con permiso de su director espiritual, hizo voto privado de pobreza. Al desprenderse detodas las cosas materiales se siente más libre de vivir según la voluntad de Dios, “tanto en mediode las comodidades de la vida, como en la más escuálida miseria”, de perder la propia vida paravolver a encontrarla en la entrega de sí misma a los otros. De ahora en adelante nada de lo que po-see es suyo, sino de los pobres; ella es simplemente una administradora generosa de todo. Enefecto, Carla está convencida de que hacer voto de pobreza sin amor y sin compartir con los po-bres sería una inútil complacencia en sí misma y una búsqueda estéril de santidad. Por eso expre-saba un amor incondicionado en el que encuentra el rostro de Cristo para amar y para servir» (F.Lanfranchi, Carla Ronci: testimone del Vangelo. Proposta di un cammino di spiritualità laicale,op. cit., pp. 17-18).

150 E. Franceschini, L’apostolato negli istituti secolari, en Gli istituti secolari,Roma 1970, p. 130.151 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., nn. 116, p. 142.

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sabilidades temporales en ocasiones propicias para servir a los herma-nos. Libre de todo condicionamiento económico o ideológico por unaauténtica movilidad, asumirá una particular forma de pobreza que enocasiones es inseguridad, precariedad, a veces incluso arriesgar la pro-pia piel. Su pobreza, lejos de ser una llamada visible a las exigenciaspersonales y sociales, será sobre todo un escondido «testimonio de po-breza [...] verdaderamente contestataria respecto al consumismo y almaterialismo de la sociedad actual»152, consciente de que solo Cristo esel único verdadero libertador de las situaciones trágicas o dramáticas enque sale a nuestro encuentro.

Así es como el laico consagrado vive el radicalismo en el seguimien-to del Jesús pobre, hasta alcanzar aquella pobreza de sí mismo que exigela expropiación interior, según «una ascética de la pobreza cada vez másadecuada a las exigencias de los laicos consagrados»153. Éstos, en virtuddel espíritu de pobreza que los anima, se someten a la ley del trabajocomo cualquier otra persona, ejercitándolo de manera competente a finde que sea verdaderamente un servicio a los hermanos, compartiendo asíla vida de los trabajadores.

La secularidad expresa cada vez más un contenido sustancial, a saber: se la de-fine no tanto como modos y formas externas, como por una radical actitud in-terior respecto a las realidades del mundo y del propio estar sumergidos en él.El consagrado vive entre los hombres en las estructuras de la vida social, com-prometido con ellos en el trabajo, compartiendo sus riesgos, sus penas...154

El trabajo no es, en realidad, únicamente un medio de sustento, es asi-mismo un modo de colaborar con la acción creadora de Dios y en la obrade la redención, con adhesión filial a su voluntad. El trabajo así entendi-do se transforma en el testimonio de una pobreza colectiva, vivida evan-gélicamente en el marco de una normalidad de vida, si y cuando losmiembros de los institutos seculares no tengan casas para obras propiasni nada de superfluo.

La liberación de sí mismo, practicada ascéticamente con la pobrezaconsagrada, está orientada, tras las huellas de Jesús de Nazaret, a la obe-

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152 Ibíd., n. 118, p. 142.153 Ibíd., n. 120, p. 143.154 Ibíd., n. 50, p. 132.

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diencia al proyecto salvífico de Dios en la secularidad, como leemos enun fragmento del Documento de Puebla:

Es preciso educar hombres capaces de forjar la historia según la «praxis» de Je-sús [...] hombres conscientes de que Dios los llama a actuar en alianza con Él.Hombres de corazón dócil, capaces de hacer suyos los caminos y el ritmo quela Providencia indique. Especialmente capaces de asumir su propio dolor y elde nuestros pueblos y convertirlos, con espíritu pascual, en exigencia de con-versión personal, en fuente de solidaridad con todos los que comparten este su-frimiento y en desafío para la iniciativa y la imaginación creadora [...] hombrescapaces de hacer historia, para impulsar eficazmente con Cristo la historia denuestros pueblos hacia el Reino155.

La obediencia consiste, pues, para el laico consagrado, en la adhesiónal proyecto salvífico de Dios, para colaborar en su realización en la his-toria de los hombres junto con ellos, para que se transforme en historiasalvífica que tiende a la realización del reino. Aejemplo de Cristo, se leindican las líneas sustentadoras de su obediencia: «Libre obediencia alPadre; libre obediencia de amor guiada por el Espíritu; perfecta identi-dad entre la obediencia al Padre y la libertad en el cumplimiento de sumisión; culmen en la cruz: Cristo acepta lo que ningún ser humano pue-de querer: “Si es posible, aleja de mí este cáliz”»156. Ese es el motivo porel que la obediencia del laico consagrado es una experiencia difícil de vi-vir, porque esa obediencia se debe practicar conciliando el respeto a lasrealidades creadas en el ámbito del proyecto que Dios tiene sobre ellascon el respeto a su autonomía, evitando toda instrumentalización indebi-da de las cosas para fines diferentes de los proyectados por el Creadordesde el comienzo de los tiempos.

Los institutos seculares nacieron como comunidades sin vida en co-mún, por consiguiente, sin un superior directo, precisamente para forjarpersonalidades fuertes que sean capaces de tomar postura en cualquiersituación, incluso las más difíciles. «Por consiguiente, tiene para ellosuna importancia vital que la obediencia y la autonomía personal se con-cierten en una armonía perfecta. El acuerdo [...] presupone un notable

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155 Del Documento de Puebla, Bolonia 1979, art. 178, p. 173 (edición española en:http://www.tecnocercana.com.ar/isma/doctrina/DocumentoDePuebla.htm, n. 279).

156 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 124, p. 143.

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grado de santidad»157. Frente a un mundo que exalta la autonomía abso-luta del hombre, el laico consagrado, precisamente porque actúa en elmundo, da testimonio del Absoluto de Dios, de quien depende todo locreado. Orientando las realidades humanas al reino, sabrá conjugar fe ehistoria: la fe que es semilla divina que debemos esparcir aquí y allá enlos surcos de la historia, para transformarla en historia de la salvación,como afirmaba Juan Pablo II dirigiéndose a los miembros de los institu-tos seculares:

Por tanto, debéis consideraros «parte» del mundo [...] tratando de leer en él eldesignio querido por Dios, y ofreciendo vuestra colaboración para que se ac-tualice gradualmente en la historia. La fe os da luces sobre el destino superior aque está abierta esta historia gracias a la iniciativa salvadora de Cristo [...] Esdeber vuestro descubrir a la luz de la fe, las soluciones adecuadas a los proble-mas prácticos que surgen poco a poco y que con frecuencia no podréis obtenersi no es arriesgándoos a soluciones sólo probables158.

En este sentido, la misión del laico consagrado es algo completamen-te distinto al aislamiento del mundo o, al contrario, una injerencia exa-gerada en los asuntos de este mundo por motivos religiosos. Es obe-diencia a Dios desde la secularidad, en cuanto que abre a la obedienciacreatural que Dios mismo ha previsto y programado para la criatura hu-mana al crearla.

De ahí que la obediencia invite al laico consagrado «a la escucha delEspíritu, que se revela en la exigencia del deber cotidiano y en las solici-taciones de un verdadero progreso humano»159, por consiguiente a «re-visar sus propias actitudes respecto al reino por realizar para aplicarse ahacer única y continuamente lo que responde al designio de Dios, conlos medios más idóneos»160. La obediencia a Dios en los hechos ordina-rios de la vida cotidiana impulsa al laico consagrado a una fidelidad tal alproyecto divino que lo configura con Cristo, el cual vivió la propia con-dición de Hijo siendo hombre entre los hombres en lo ordinario de lavida cotidiana. En virtud de su obediencia a Dios, siente con una fuerza

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157 E. Franceschini, Come tante volte vi ho detto..., op. cit., pp. 180-181.158 Juan Pablo II, Cambiare il mondo dal di dentro, op. cit., n. 15, p. 45 (existe edición espa-

ñola en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).159 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 128, p. 144.160 Ibíd., n. 127, p. 143.

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particular que pertenece a la Iglesia, en la que desea permanecer anclado,dejándose penetrar por el sentire cum Ecclesia, en camino hacia la pleni-tud del reino. Por tanto, consciente de esta pertenencia «se compromete[...] a la escucha de la Iglesia, tanto en las expresiones del Magisterio su-premo, como en las que se concretan en el ámbito de la Iglesia local, enla que vive y en cuya misión colabora»161. De este modo, su obediencia«se convierte en testimonio de la humilde aceptación de la mediación dela Iglesia y, más en general, de la sabiduría de Dios que gobierna el mun-do a través de las causas segundas; y en este momento de crisis de auto-ridad, vuestra obediencia se transforma en testimonio de lo que es el or-den cristiano del universo»162. Acoger la mediación de la Iglesiasignificará, en concreto, construir de una manera responsable una rela-ción leal con la jerarquía, proporcionando una contribución válida a laedificación de una sociedad más humana y cristiana.

El laico consagrado, puesto que es un miembro activo del instituto alque pertenece, está obligado a un ulterior nivel de obediencia en el inte-rior del mismo, con plena disponibilidad «para aceptar las indicacionesy las directivas que provengan del Responsable del Instituto, en orden ala realización de su propia vocación y al carisma que esta comporta»163.Esto implica sus mismas opciones en el plano del compromiso temporalen cuanto que deben ser realizadas en la aceptación total de los condicio-namientos de la vida, en continua búsqueda del proyecto de Dios, siem-pre y en cualquier circunstancia, contribuyendo así a obrar en la historiapor la venida del reino.

Vivir en libertad y con responsabilidad los consejos evangélicoscomo laicos consagrados remite necesariamente a itinerarios diversifi-cados, justificados por la elección de una «espiritualidad» de encarna-ción que anima y sostiene el fundamental proyecto de secularidad con-sagrada común a todo instituto secular.

La vida y el crecimiento de un Instituto Secular depende esencialmente de doscosas: de su realismo histórico (compromiso real con la vida de la ciudad: fa-milia y trabajo, cultura, sociedad y política) y de su profunda inserción en Cris-

Los consejos evangélicos practicados según el Espíritu ... 109

161 Ibíd., n. 129.162 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 12; p. 27 (hay tra-

ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).163 CRIS, Riflessioni teologiche sugli istituti secolari, en CMIS, op. cit., n. 131, p. 144.

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to. Lo cual –para un miembro de un Instituto Secular– supone lo siguiente: elseguimiento radical de Cristo por los consejos evangélicos [...] y una progresi-va configuración con Cristo por la oración, la cruz, la realización cotidiana dela voluntad del Padre164.

De este modo, los miembros de los institutos seculares insertan elfermento de la consagración a través de los consejos evangélicos en mediodel mundo, como laicos junto a los otros laicos. De este modo se vuelvenluz que ilumina, sal que da sabor en medio de los que se ocupan de losasuntos de este mundo, mostrando con su pobreza cómo se pueden usarlos bienes de este mundo sin apegarles el corazón, cómo se puede construirel mundo observando la ley que Dios le ha puesto, mostrando que todoamor humano vale únicamente si se inserta en el amor a Dios. ¡Muchomás aún! La consagración de los miembros de los institutos seculares es laraíz de la esperanza que siempre les debe sostener, «sin que los frutos exte-riores escaseen o falten del todo. Vuestra vida es fecunda para el mundo,más que por las obras externas, sobre todo por el amor a Cristo que os haimpulsado al don total de vosotros mismos: don del que da testimonio enlas circunstancias ordinarias de la vida»165. Yasí, prosigue Pablo VI,

vuestra actividad en el mundo [...] recibe de la vida consagrada una orientaciónmás relevante hacia Dios, quedando también la misma actividad como arrolla-da y transportada dentro de vuestra misma consagración. Y con esta singular yprovidencial configuración enriquecéis la Iglesia de hoy con una ejemplaridadparticular en el sector de su vida «secular, viviéndola como consagrados, y deuna ejemplaridad particular en el sector de su «vida consagrada», viviéndolacomo seculares166.

La «orientación más relevante hacia Dios» expresa, para el laico con-sagrado, ese estado de íntima comunión con Dios en Cristo Jesús, que esal mismo tiempo presencia al Padre de la vida y al mundo, donde Cristose encarnó.

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164 E. Pironio, Prolusione al II Congresso degli istituti secolari, 25 de agosto de 1980, enCMIS, op. cit., n. 15, p. 101 (existe traducción española en: Los institutos seculares. Documen-tos, Edicep, Valencia 1998).

165 Pablo VI, In questo giorno, 2 de febrero de 1972, en CMIS, op. cit., n. 11; p. 27 (hay tra-ducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

166 Pablo VI, Ancora una volta, 20 de septiembre de 1972, en CMIS, op. cit., n. 15, p. 34(hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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IX

VIVIR LAPRESENCIADE DIOS EN LACIUDAD DE LOS HOMBRES

[La] fidelidad de los Institutos Seculares a su vocación específica debe ex-presarse sobre todo en la fidelidad a la oración [...] La oración se convertiráentonces en la expresión de una realidad misteriosa y sublime, compartidapor todos los cristianos, es decir, en la expresión de nuestra realidad de hijosde Dios. Ella será una expresión que el Espíritu Santo purifica y asume comooración suya propia, impulsándonos a gritar con Él: «Abba, es decir, Padre»[...] Una tal oración, si llega a ser consciente en el contexto mismo de las ac-tividades seculares, se convierte entonces en una expresión auténtica de laconsagración secular167.

Hasta aquí el papa Montini. En realidad, la consagración a Dios se-gún el espíritu de los consejos evangélicos, en la relación directa y per-sonal a Dios, piedra angular de la vida espiritual del laico consagrado, noes, sin embargo, fácil de llevar a cabo en el hoy de la historia. La dificul-tad se encuentra en componer y recomponer la armonía entre la oracióny el compromiso en lo temporal. Una participación tan viva en el miste-rio de Cristo encarnado exige una vida de oración intensa y peculiar porparte del laico consagrado, llamado a conjugar en su intimidad la oracióny la acción. Marta y María deben caminar juntas en su vida de oraciónhacia la meta representado por María, que ha elegido la mejor parte: launión con Cristo alcanzada en la contemplación entre las ocupaciones ypreocupaciones de este mundo. Esto es lo que dice san Agustín comen-tando el fragmento de Lucas (10,38-42):

Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocu-paciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender,porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no enla patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún desu posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de ten-der hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.

Vivir la presencia de Dios en la ciudad de los hombres 111

167 Pablo VI, Ben volentieri, 25 de agosto de 1976, en MIS, op. cit., nn. 6,9-10, pp. 38-39;hay traducción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre,sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamenteunidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor.Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera.Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma alSalvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporal-mente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. [...] Por lo demás, tú,Marta –dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios–, buscasel descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil de-talles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunqueciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celes-tial, hallarás peregrinos a quienes hospedar [...]?Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí sere-mos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto,allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que re-cogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber loque allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguroque los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo (Lc 12,37)168.

Eso significa dejarse interpelar al mismo tiempo por la palabra deDios y por la Iglesia, donde los laicos consagrados representan un nuevomodo de estar en el mundo, como testigos del Invisible en la visibilidadde su obra en el mundo169.

Se trata de una oración «secular» que se realiza, en primer lugar, en elinterior de la Iglesia como comunión íntima con las tres divinas Perso-nas, según el relato evangélico: «Yo en ellos y tú en mí, para que seanperfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que loshas amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17,23). Ésta es la Igle-sia orante, toda la Iglesia que ora en el individuo y el individuo en la uni-dad de la Iglesia. Dicho con mayor precisión, es el mismo Cristo, cabeza

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168 San Agustín, Sermón 103,1-2.6; PL38,613.615.169 «No existe una vida de contemplación que no sea también intrínsecamente apostólica,

como no existe una vida apostólica que no hunda sus raíces en la contemplación, aunque, a con-tinuación, cada instituto religioso deba armonizar estas dos componentes según su propia fiso-nomía específica. El decreto conciliar requiere, por tanto, que «la acción se desarrolle en íntimaunión con Cristo» (PC 8), que brote de esta unión y no de puntos de vista puramente humanos(aun cuando la materialidad de la acción pertenezca al orden temporal), y que se inserte en el am-plio y concreto tejido de la vida espiritual (contemplación) (L. Borriello - G. della Croce, Tu se-guimi!... op. cit., p. 85).

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de la Iglesia, el que ora en el individuo. Cristo, misteriosamente presen-te en la Iglesia, ora en nosotros y con nosotros al Padre, por medio delEspíritu que habita en nosotros (Rom 8,9-11) y «con gemidos inefables»(Rom 8,26) da a Dios el nombre de «Padre» (Rom 8,15). Este sentidoeclesial de la oración tiene un valor humano y cósmico al mismo tiempo,porque abarca a los hombres y toda la historia, por consiguiente es unaoración que asume las alegrías y los sufrimientos de la humanidad paraofrecerlos desde el interior de la historia al Padre, a fin de transformar elmundo y acelerar la venida definitiva del reino (cfr. 1 Co 15,24-28). Parael laico consagrado que vive en el mundo y ora en él y por él, es esencialsentir con la Iglesia. El padre Gemelli escribía así de esta vida de oracióndel laico consagrado:

El que vive en familia, el que vive en medio de los intereses sociales no puedealejarse de los dolores, de las alegrías, de las penas comunes a todos, pero nodebe perder lo esencial: la unión con Dios, el coloquio con Dios [...] Para al-canzar esta unión es preciso tener el corazón libre de afectos que no sean por ypara Jesucristo [...] ¿Ycómo se llega a esta fase teniendo tanto que trabajar, tan-to que hacer y siendo además preciso hacerlo todo bien, sobre todo cuando sesirve a los otros? ¿Y cómo se puede estar de rodillas ante Jesucristo y acudir alos quehaceres? Sin embargo, el Señor no os envía ángeles servidores. Es me-nester, por tanto, que el alma se dirija siempre al Señor, siempre y no solo cuan-do debe realizar obras nuevas y difíciles, sino también en las obras ordinarias.Fijaos en los hombres dedicados al estudio en la Edad Media; se dirigían al Se-ñor incluso cuando especulaban filosóficamente. Pues nosotros también hemosde proceder así. En la muchedumbre del autobús, en la aglomeración de las ca-lles y de las oficinas, en los lugares de trabajo o de distracción, puedo elevar elpensamiento a Dios; en el mismo trabajo que me compromete y que debo hacerbien, puedo tender a Dios, porque la tensión de nuestra inteligencia no es rígi-da, sino ondulada. Sin distraernos del trabajo, más aún, precisamente porque esun trabajo comprometedor, se puede pensar en Dios170.

Vivir la presencia de Dios en la ciudad de los hombres 113

170 Fragmento tomado de Il Padre ha detto, Roma 1970, p. 64. El padre Gemelli, en otro lu-gar, escribiendo a las misioneras en la Pascua del año 1941, refuerza este concepto de unión conDios en las realidades temporales: «Cuando vosotras, como yo, debéis despachar cada día unacarga de trabajo que absorbe, que preocupa, que angustia, y que para realizarlo debemos dedi-carle todo nuestro mejor tiempo y nuestras mejores fuerzas, decimos con la boca y consideramosque estamos unidos a Dios en cuanto nos justificamos diciendo que el trabajo, en el fondo, es unaoración [...]. Ahora bien, yo no niego esto, aunque os invito a reflexionar: aunque hayamos ofre-cido el trabajo, y aunque Dios acepte la fatiga y el sacrificio a los que nos sometemos, con todo,

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Se trata, por tanto, de crear un clima de oración dentro y fuera de no-sotros mismos. «No se trata, para vosotros, de discutir las diferentes for-mas de oración, sino de ver cómo en la práctica, viviendo a fondo vues-tra profesión y vuestro compromiso temporal, podéis entrar eninmediata y constante comunión con Dios»171.

¡Más aún! Para el laico consagrado que vive una espiritualidad de en-carnación a través de su estado de vida y su profesión ejercida en el mun-do, la oración es expresión evidente de su consagración secular. Toda suvida es oración, tal como la entendía Teresa de Ávila: «No es otra cosaoración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando asolas con quien sabemos nos ama»172. La oración es, para el miembrodel instituto secular, un encuentro personal con el Dios de Jesucristo enla fe y en el amor, en la intimidad de su corazón, en los acontecimientoscotidianos, en los deberes del propio estado, en el trabajo, como ciuda-dano en el mundo. La oración es, por consiguiente, esencialmente, unatoma de conciencia y una generosa aceptación de la divina presencia, entodas partes y de todos modos, razón por la que sabe, y casi siente, que semueve en Dios Señor y Padre en unión de mente y de corazón. La ora-ción se vuelve concreta para el laico consagrado si y cuando la relacióncon Dios encuentra momentos exclusivos de intimidad, alimenta y ani-ma su relación con los hermanos, y si y cuando la vida y el compromisoen el mundo encuentran su significado más profundo en el amor exclusi-vo por Cristo Jesús.

Atal fin, es preciso que cada día vuelva a partir de Cristo, como res-puesta a su vocación específica.

Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspira-dor con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El segui-

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esta actividad no puede sustituir esa otra actividad totalmente interior del alma que tiene como fi-nalidad la unión con Dios. Podemos, es cierto, elevar frecuentemente la mente a Dios durante eltrabajo, rectificar nuestra intención, corregir los sentimientos del espíritu; pero esto no es todavíala unión con Dios, o mejor aún, no es el grado de unión con Dios que se pide a un alma consagra-da a Dios, que en su vida debe, en primer lugar, sacar un homenaje a Nuestro Señor, vivir en Él,unida con Él; y solo después, realizar el trabajo por su Reino» (A. Barelli, La «nostra storia», op.cit., pp. 204-205).

171 E. Pironio, Discurso d’introduzione..., op. cit., n. 11, p. 83 (hay traducción española en:Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

172 Santa Teresa de Jesús, Vida, 8,5.

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miento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es«porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4, 10.19). Eso significa reconocer suamor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir al apóstol Pablo:«Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20) [...] Él está siemprepresente en su Palabra y en los Sacramentos, de manera especial en la Eucaris-tía. Vive en su Iglesia, se hace presente en la comunidad de los que están unidosen su nombre. Está delante de nosotros en cada persona, identificándose demodo particular con los pequeños, con los pobres, con el que sufre, con el másnecesitado. Viene a nuestro encuentro en cada acontecimiento gozoso o triste, enla prueba y en la alegría, en el dolor y en la enfermedad. La santidad es el frutodel encuentro con Él en las muchas presencias donde podemos descubrir su ros-tro de Hijo de Dios, un rostro doliente y, a la vez, el rostro del Resucitado173,

a través de las relaciones con los otros en la vida cotidiana. Esta exi-gencia de la Iglesia, llamada a ser presencia de la comunión intradivi-na, presupone en todos sus miembros una ineludible profundidad con-templativa.

Es la «oración secular», que los institutos seculares están llamados apracticar en medio de los hombres de los tiempos actuales. Las caracte-rísticas peculiares de esta vocación son «la plena consagración de la vidasegún los consejos evangélicos y la plena responsabilidad de una pre-sencia y de una acción que transforme el mundo desde dentro, para plas-marlo, perfeccionarlo y santificarlo»174 y, sobre todo, para dar testimoniodel amor paterno de Dios manifestado en Cristo por la fuerza del Espíri-tu. «En efecto, para el que se ha consagrado en un Instituto Secular, lavida espiritual consiste en saber asumir la profesión, las relaciones so-ciales, el medio de vida, etc., como formas particulares de colaboraciónal advenimiento del reino de los cielos, y en saber imponerse tiempos dedescanso para entrar en contacto más directo con Dios»175.

Esta forma de vida consagrada en el mundo necesita, en último extre-mo, ser sostenida por una profunda vida de unión a Cristo Verbo encar-

Vivir la presencia de Dios en la ciudad de los hombres 115

173 Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica,Caminar desde Cristo: Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio, nn.22-23, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccscrlife/documents/rc_con_ccscr-life_doc_20020614_ripartire-da-cristo_sp.html.

174 Pablo VI, Ben volentieri, 25 de agosto de 1976, en CMIS, op. cit., n. 2, p. 37; hay traduc-ción española en: Los institutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

175 Ibíd., n. 7, p. 38.

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nado, punto de partida y de referencia, en todo momento y situación.Todo esto constituye la vida de oración del laico consagrado, que vive enel mundo, en las condiciones normales y comunes a todos. En ella tieneel primado absoluto su íntima relación con Dios: «Buscad primero el rei-no de Dios y su justicia» (Mt 6,33), aunque no siempre pueda expresarloen los hechos ordinarios de la vida cotidiana. Con todo, lo importante esque mantenga siempre vivo el deseo de Dios, para vivir continuamenteen su presencia, según la enseñanza de un simple hermano laico carme-lita, Lorenzo della Risurrezione176, fallecido en olor de santidad en 1691.«Tu deseo es la oración», escribe Agustín, «y si continuo es tu deseo,continua es la oración»177. Por el otro lado resuena el eco del Aquinate,que escribe: «La causa de la oración es el deseo movido por la caridad,de la que aquella debe brotar»178. Ese deseo nace, indudablemente, deuna necesidad profunda de estar con Dios, de vivir en su presencia de to-dos modos y en todas partes, aunque la condición secular de los laicosconsagrados oponga muchos obstáculos a la oración. Todo obstáculopuede desaparecer cuando se vive esa condición en todas sus dimensio-nes, en íntima unión con Dios, fortalecidos con el deseo de estar con él.La vida en el siglo no lleva a Dios, aunque, por otro lado, agudiza, para-dójicamente, un fuerte deseo de él. De este deseo nace espontáneamentela oración permanente que lleva a vivir en la presencia de un Dios vivo yque obra en el corazón de los hombres de buena voluntad.

Si todo esto es verdad, también lo es que el laico consagrado no está«solo» a la hora de hacer de intermediario entre su estar en Dios y viviren el siglo. Esto es así porque Cristo Jesús, con la Encarnación, hizo de lahumanidad, por consiguiente de cada hombre, su cuerpo. Precisamenteen el misterio del Cuerpo místico es donde se expresa la unión de la hu-manidad con Dios sumergido en el mundo, en el que ha entrado a formarparte manifiestamente con la encarnación y cuya salvación lleva a cabo.En este horizonte, la oración del laico consagrado es la oración de unmiembro que forma parte de la comunidad eclesial; no será ni mucho

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176 Cfr. M. R. del Genio, Dal Dio presente alla presenza di Dio. Lorenzo della Risurrezione,Ciudad del Vaticano 2004.

177 San Agustín, Exposición sobre el salmo 37.178 Sth. II-II, q. 83, a. 14.

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menos una oración episódica, hecha a base de momentos contrapuestosentre ellos y de mayor o menor intensidad, sino que será vivir en Dios enla unidad de la propia vida interior, pasando de una oración dirigida aDios a un orar en Dios junto con toda la comunidad eclesial. Si y cuandoconsiga ver a Dios en todas las cosas, el paso de una a otra forma de ora-ción-relación con Cristo Jesús se volverá simple y espontáneo. Comojustificación de esta verdad, bástenos con citar, entre otros muchos, dosfragmentos de autores espirituales:

Debemos superar el dualismo que se encuentra en la base de la cultura occi-dental (Dios más allá de los espacios celestes, realidad exterior, alejada delmundo), para penetrar cada vez más en la concepción bíblica (Dios en el mun-do: no confundido o disuelto en él, como en el panteísmo, sino vivo y operanteen él como su raíz y su meta al mismo tiempo)179.Las realidades que constituyen el tejido de nuestra vida vienen de Dios, que lasha hecho para expresar con ellas algo de sí mismo, entregando una chispa de supropia vida; de este modo cada cosa nos trae un eco de su voz, una efusión de suamor. Desde la historia sagrada a la historia de la Iglesia, de los santos, a nues-tra historia personal, existe una coherente continuidad: la nuestra no es diferen-te de la de David, Nehemías, los Apóstoles, a no ser en el sentido de que en ellase expresa con una particular intensidad y plenitud la acción de Dios; ahorabien, esta acción se expresa también en nuestra historia, que se vuelve así, en loprofundo, santa180.

Todo esto encuentra su explicación en el hecho de que la oración es,esencialmente, un dejarse llevar por el Espíritu que ora en nosotros. Ellaico que se ha consagrado a Dios debería esforzarse en ser, no ya unhombre que ora, sino un hombre de oración, a ejemplo del laico Fran-cisco de Asís. De él no se dice que orase mucho tiempo: «Así, hechotodo él no ya sólo orante, sino oración»181. Es este un acercamiento ar-duo, porque abre un paso en la condición secular concreta adonde el lai-co consagrado debe llevar la presencia de Dios, para hacer de él el centrode toda su actividad, tal como afirma precisamente R. Voillaume:

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179 P. Y. Emery, La preghiera al cuore della vita, Brescia 1984, pp. 22-23.180 Ph. Roqueplo, Expérience du monde: expérience de Dieu?, París 1968, p. 103 (traduc-

ción española: Experiencia del mundo. Experiencia de Dios, Sígueme, Salamanca 1969).181 Tomaso da Celano, Vida segunda, 95, en Fuentes Franciscanas, BAC Madrid, 19987,

pp. 229-359.

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El momento de la oración viene preparado por la generosidad de que haya-mos dado pruebas durante las distintas actividades de la jornada. Estamosunidos a Jesús en la medida con que le amamos en la realidad, y este vínculoíntimo que nos une a él es el mismo tanto cuando nuestro espíritu está entera-mente comprometido en la oración, como cuando nos dedicamos a cualquierotra actividad de trabajo o de relación. Con el mismo movimiento de amoriremos a la oración, al trabajo y al servicio de los hombres. Entonces habráunidad en toda nuestra vida. Permanecerá en nosotros, en la intimidad denuestra alma, un perpetuo deseo de amar y de dar testimonio de este amor, yserá unas veces orando en silencio, otras trabajando, otras conversando...Solo a esta condición podremos dominar el conjunto de nuestras actividadesde oración o de trabajo, para convertirlas en la expresión múltiple de un úni-co movimiento de amor, mediante una reacción de nuestra fe que, poco apoco, tiende a estar habitualmente en acto y a hacernos ver las realidades in-visibles en el mundo182.

Este espíritu de oración es el que anima a los laicos consagrados: unaoración que, a su vez, se convierte en profecía de una vivencia interiorentre la gente, sin hacer ruido, de manera escondida. En este sentido seexpresa la Exhortación Vita Consecrata, en la que leemos en uno de suspasajes:

La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atentade su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arderen su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra enel diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos,haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado (VC 84).

También el laico consagrado, asumiendo a Jesús como paradigma deoración, es decir, en su íntima y sustancial conversación con el Padre,atestigua, proféticamente, la oración incesante de la que habla Pablo, sinlimitaciones de tiempo o de espacio: «Estad siempre alegres. Orad cons-tantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Je-sús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profe-cías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todogénero de mal» (1 Ts 5,16-22). Así entendida, la oración abre el laicoconsagrado a todas las dimensiones humanas, pero sobre todo a lo so-

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182 R. Voillaume, Pregare per vivere, Asís 1971, pp. 84-88, passim (traducción española:Orar para vivir, Narcea, Madrid, 1979).

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brenatural, insertándole en un horizonte sin límites, en un tiempo sintiempo. Éste es el sentido en que para él

la oración se convierte en momento típico en el que se alimenta y se expresa eseestado de comunión con Dios en Cristo, que repite, aunque sea en el modo im-perfecto que comporta el límite de la criatura, la simultánea presencia al Padrey al mundo que se manifiesta en el Verbo encarnado y cualifica –o debería cua-lificar– la consagración secular183.

En esta misma línea escribe también el cardenal Pironio:No sólo vuestra oración debe preceder y hacer fecunda vuestra tarea, sino quedebe penetrarla integralmente y darle un particular sentido de ofrenda y re-dención. No sólo vuestra profesión no puede impedir o suspender vuestra ora-ción, sino que debe servir de fuente de inspiración, de vida y de realismo con-templativo184.

Sin embargo, esto no siempre resulta fácil de realizar, sobre todo si te-nemos en cuenta

la efectiva condición en que se encuentran todas las personas martirizadas hoypor el trabajo, por el estudio, por la actividad política y social, en el inquieto ytormentoso peregrinar en la inmensa vastedad del mundo para captar sus ínti-mas estructuras y plegarlas a la exigencia de la humanidad [...] En el caso de es-tas personas sólo se puede salvar la oración si se convierte en la expresión deuna visión de fe capaz de reconocer la presencia de Dios en cada parte de lacreación185.

Será una oración en Dios, será una oración dirigida a Dios en un mo-mento particular de la vida, podrá ser asimismo una meditación sobre lavida, en cualquier caso y dondequiera haya y deba haber un testimoniode Dios en nosotros y con nosotros en las realidades terrenas, según loque afirma el apóstol Juan:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto connuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Pa-labra de vida [...] lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que tam-

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183 G. Lazzati, La preghiera come espressione di un consacrazione secolare, sorgente dellamissione e chiave della formazione, en Aa.Vv., La preghiera secolare, Roma 1977, p. 26.

184 E. Pironio, Discorso d’introduzione..., op. cit., n. 41, p. 89 (edición española: Los institu-tos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

185 Un laico per il Vangelo. Scritti di G. Brasca, Milán 1980, p. 168.

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bién vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comu-nión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,1-3).

Éste es el sentido en el que también el laico consagrado puede ser un«contemplativo». El encuentro con Dios en la oración habitúa a verle y acontemplarle presente en la realidad viva de la historia de cada día. Estaexperiencia de oración, según la tradición mística de la Iglesia, se lleva acabo en la unidad de la persona, aun cuando ande comprometida congrandes responsabilidades en las realidades temporales. El laico tambiénestá llamado a unirse, en el fondo de su ser, al eterno Viviente contem-plado en la actividad, que es ejercicio de la caridad, en la ciudad de loshombres, como el Verbo encarnado. Jesús de Nazaret habla poco de con-templación y mucho de amor como compromiso de toda su vida en laconstrucción del reino. Es evidente que esta tarea no puede ser desarro-llada del mismo modo por todo laico consagrado. Este, identificándosecon el Hijo de Dios, se hace «místico», en el sentido de que su vida deoración tiene por objeto el deseo de ver realizarse el reino en la tierracomo preparación al del cielo.

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X

POR UNAMÍSTICAEN LAVIDACOTIDIANA.LAACTUALIDAD DE LAVOCACIÓN SECULAR

Es propio de la vocación del laico consagrado vivir en el mundo,construyendo desde dentro el reino instaurado por Jesús de Nazaret aimagen de la Jerusalén celestial. Hay dos fragmentos evangélicos quepueden servirnos de clave hermenéutica y operativa en la actual situa-ción histórico-social:

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo,como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que losguardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. San-tifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo,yo también los he enviado al mundo. Ypor ellos me santifico a mí mismo, paraque ellos también sean santificados en la verdad (Jn 17,14-19).Dijo también: «¿Aqué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadu-ra que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina hasta que todo fer-mentó» (Lc 13,20-21).

Amí me parece que es posible interpretar convenientemente el sen-tido recóndito de la situación histórica actual y trabajar en favor de loshombres de nuestro tiempo con esta nueva experiencia de gracia apare-cida en la Iglesia y que es la secularidad consagrada. Está fuera de dudaque esa experiencia de vida, original en su género, y precisamente por-que parte del proyecto salvífico de Dios, se ha de vivir en «esa profani-dad de vida, en que los valores preferidos son los temporales, y en elque con mucha frecuencia se ve expuesta la norma moral a continuas yformidables tentaciones»186. Puesto que Dios se ha encarnado, su pre-sencia, necesariamente, se expresa en formas adecuadas a la situación ycondición humana en un momento dado, en un determinado contextode desarrollo cultural, dicho en pocas palabras, en este hombre, que por

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186 Pablo VI, A los participantes en el encuentro Internacional de los Institutos Seculares,1970, Los Institutos Seculares, Documentos CEDIS, 1998, p. 44.

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el hecho de ser «un ser en el mundo, la historia y el espíritu son consus-tanciales en él»187.

A este respecto me complace recordar lo que se lee en la Carta aDiogneto:

V. 1 – Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni porsu tierra ni por su habla ni por sus costumbres. 2. – Porque ni habitan ciuda-des exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género devida aparte de los demás. 3. – A la verdad, esta doctrina no ha sido inventadagracias al talento y especulación de hombres curiosos; ni profesan, comootros hacen, una enseñanza humana; sino que, 4. – habitando ciudades grie-gas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en ves-tido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país,dan muestras de un tenor peculiar de conducta admirable, y, por confesión detodos, sorprendente. 5. – Habitan sus propias patrias, pero como forasteros;toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros;toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. [...] 8. –Están en la carne, pero no viven según la carne. 9. – Moran en la tierra, perotienen su ciudadanía en el cielo. [...] VI, 1 – Mas para decirlo brevemente, loque es el alma al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. [...] 3. – Habita elalma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo: los cristianos habitan en elmundo, pero no son del mundo188.

Amodo de comentario a este fragmento, y hablando de la secularidadconsagrada, querida por Dios para responder a los desafíos de los hom-bres de nuestro tiempo, así escribía hace algún tiempo un conocido teó-logo salesiano:

Todos los miembros de los institutos seculares son conscientes de que la reali-dad humana y cósmica, en la que han sido insertados, ha sido redimida porCristo con su encarnación y de que, en esta realidad bien concreta, Cristo con-tinúa trayendo la salvación y la liberación por medio de los miembros de suIglesia y de todos los hombres de buena voluntad. De esa conciencia derivapara los laicos «consagrados» el compromiso de recoger y desarrollar todoslos gérmenes de bien que están presentes en el mundo. En consecuencia,adoptan frente a las realidades terrenas, no una actitud de huida, sino de pre-

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187 M.-D. Chenu, I segni dei tempi, en Aa.Vv., La Chiesa nel mondo contemporaneo, Bres-cia 1996, p. 87 (traducción española: Signos de los tiempos: reflexión teológica, en La Iglesia enel mundo de hoy, II, Taurus, Madrid 1970).

188 Lettera a Diogneto, Roma 1977, pp. 63-67 (edición española de Daniel Ruiz Bueno, enPadres Apostólicos, BAC, Madrid 1950).

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sencia competente; no una actitud de rechazo, sino de valoración; no una acti-tud de indiferencia y de neutralidad, sino de compartir y de solidaridad. Vivenno al margen del mundo, sino dentro de él, estimulados por la lógica de la «le-vadura» que actúa como fermento en la masa. En una palabra, los miembrosde los institutos seculares intentan armonizar la consagración y la secularidadcon la convicción de que el hecho de haber sido llamados a una plenitud deconfiguración con Cristo comporta el estar plenamente encarnados e implica-dos en las realidades creadas para ordenarlas según Dios mediante el ejerciciode sus propias tareas189.

De este modo, la Carta a Diogneto resulta ser al final una obra espiri-tual perfecta, paradigma de la síntesis –siempre alcanzable, pero nuncaalcanzada por completo– de la distinción entre estar en el mundo y no serdel mundo «en la pertenencia del fiel a la Iglesia, que compendia losmisterios del testimonio y del conocimiento, de la coparticipación y de laidentidad. En ella encuentra alimento y reposo, al final, aunque tambiénen el tiempo del “entre tanto”, el fiel que ha sido llamado a trasmitir elmensaje de Cristo en el mundo»190, en una confrontación continua conlas diferentes formas de acogida de las realidades temporales y con lasexigencias del reino.

La respuesta a los nuevos desafíos de la Iglesia y de la historia puedevenir precisamente, como decíamos al principio, de los laicos consagra-dos, a través de su espiritualidad «profesional». Fieles a su carisma, sa-ben que pueden ser hoy

la sal del mundo insulso y tenebroso, del cual no son y en el cual, por disposi-ción divina, tienen que permanecer; sal indeficiente que, renovada por virtud dela vocación, no se desvanece; la luz que en medio de las tinieblas del mismomundo luce y no se apaga el escaso, pero eficaz fermento que, obrando siemprey donde quiera y mezclado en todas las clases de ciudadanos, desde las más hu-mildes a las más altas, se esfuerza por tocarlas y penetrarlas a todas y cada unapor la palabra, por el ejemplo y por todos los modos, hasta informar toda lamasa de manera que toda sea fermentada en Cristo191.

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189 A. Favale, Vita consacrata e società di vita apostolica. Un profilo storico, Roma 1992,pp. 227-228.

190 L.F. Pizzolato, A Diogneto (II-III sec.). Come riflessione esemplare sulla presenza deicristiani nel mondo, en «Dialogo», 35 (2007), p. 41.

191 Pío XII, Primo Feliciter, en CMIS, op. cit., n. 2, pp. 205-206 (edición española: Los ins-titutos seculares. Documentos, Edicep, Valencia 1998).

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Todo esto podrá acontecer a través de un incisivo testimonio de vida,como afirmaba Pablo VI hablando a los laicos:

Vosotros sois en primer lugar testigos de Cristo y también de la Iglesia, que nopuede ser disociada de él por ser su Esposa. Como sabéis, un testigo no es unpropagandista, el repartidor de un mensaje exterior; es un apóstol que debe es-forzarse a sí mismo en llevar su propia vida en vínculo íntimo con el Señor,como si viera al Invisible en la trama de su vida cotidiana; debe alimentarse desu Palabra, de su Pan de vida, entrar en su magno designio de salvación, quepermanece a menudo ignorado por sus compañeros de viaje [...], buscar la vo-luntad actual de Dios para escribir, con la asistencia del Espíritu Santo, una nue-va página de la historia sagrada192.

¡Más aún! Los laicos consagrados, precisamente porque son «unacarta de Cristo [...], escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vi-viente» (2 Co 3,3), son igualmente una nueva página escrita de la histo-ria de la salvación, hoy más que nunca, por ser partícipes de la unidad deoperación entre el Padre y el Hijo, como afirma Jesús en el Evangelio deJuan: «“Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” [...] Jesús,pues, tomando la palabra, les decía: “En verdad, en verdad os digo: elHijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: loque hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo”» (Jn 5,17.19). Yparticipar en la obra de Dios significa concretamente, para el laico con-sagrado, llevar a cabo todo tipo de intervención sobre las realidades te-rrenas según el proyecto divino, lo cual constituye, teológicamente, lasustancia de la secularidad consagrada. «No hago nada por mi propiacuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Yel que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yohago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8,28-29).

Y todo esto en los hechos de la vida diaria.El cristiano «poseído y vivido» por Dios alcanza por una transformación deamor, aunque en medio de una niebla luminosa, la experiencia sabrosa del mis-mo Dios. Lo que el amor humano más profundo, más verdadero, más fuerte ycreativo, sugiere por medio de la unión del hombre y de la mujer, no es más queuna pálida idea de lo que podemos alcanzar en la experiencia mística cristiana.No se trata de un patrimonio destinado únicamente a unos pocos, sino de unavocación común, porque todo cristiano, en el desarrollo del bautismo, tiene

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192 Pablo VI, Alla XI Assemblea generale del Consilium de Laicis, 9 de octubre de 1972.

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abierto el camino a la más alta experiencia de Dios y se vuelve también, conello, uno de los «hombres-más» que enriquecen la tierra de esplendor: uno deesos envidiables de los que afirmaba Macario el Grande que se vuelven todorostro y todo sonrisa193.

Es la mística de lo cotidiano, según la expresión de K. Rahner, que,en nuestra opinión, puede ser bien interpretada y vivida por los miem-bros de los institutos seculares como norma de vida en las realidadestemporales. Y precisamente a este respecto –hablando de las cosas co-munes y de las acciones más normales como momentos de encarnaciónde la gracia divina por parte del cristiano comprometido y, podríamosdecir, del laico consagrado– esto es lo que sugiere el teólogo jesuita:

Por ahora digamos tan sólo algo breve sobre la teología de la vida cotidiana engeneral. Lo primero es que tal teología no puede pretender que ella pueda hacerde lo cotidiano un feriado. Esta teología dice ante todo: «deja tranquila a la vidacotidiana ser cotidiana». Ni por los elevados pensamientos de la fe ni por la sa-biduría de la eternidad se puede o se debe convertir a la vida cotidiana en un fe-riado. Lo cotidiano debe ser mantenido como tal, sin dulcificaciones ni ideali-zaciones. Sólo así será para los cristianos lo que debe ser: el espacio de la fe, laescuela de la sobriedad, la ejercitación de la paciencia, el santo desenmascara-miento de las palabras grandilocuentes y de los falsos ideales, la silenciosaoportunidad de amar de verdad y de ser fiel, la verificación del realismo que esla semilla de la más plena sabiduría. Lo segundo es, empero, que la simple co-tidianidad, asumida honestamente, esconde en sí el milagro eterno y el calladomisterio que llamamos Dios y su gracia sigilosa, precisamente cuando y en lamedida en que lo cotidiano permanece como tal. Puesto que todo ello constitu-ye la vida cotidiana del ser humano, y donde está el ser humano éste es allíaquel que en su actuar libre y responsable abre las profundidades recónditas dela realidad. Pues también las pequeñas cosas cotidianas son o deberían ser ver-daderamente como una porción interna de lo esencial, inserta en una vida real-mente humana, es decir, en una vida que por la fe, la esperanza y el amor dirigi-dos a Dios con la completa y más radical libertad, tiene el peso del Dios eternoal que ella se aferra. AÉl lo tenemos, en último término, no por nuestros idea-les, ni por nuestras elevadas palabras, ni por la contemplación de nosotros mis-mos, sino por la acción que nos arranca de nuestro egoísmo, por la preocupa-ción por los demás que nos hace olvidarnos de nosotros mismos, por lapaciencia que nos hace mansos y sabios. Quien como ser humano acoge el

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193 G. Agresti, L’uomo nuovo. Saggio di antropologia cristiana, Bolonia 1979, p. 130.

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194 K. Rahner, Cose d’ogni giorno, Brescia 1994, p. 10 (existe traducción española del frag-mento citado con el título de Teología de la vida cotidiana, en http://www.miradaglobal.com/in-dex.php?option=com_content&task=view&id=586&Itemid=9

tiempo, que es tan breve, en el corazón de la eternidad que lleva dentro de sí,capta de golpe que también las pequeñas cosas tienen profundidades inefables,que son heraldos de la eternidad, que son siempre más que ellas mismas194.

Para conseguir una mayor clarificación de este concepto será buenocitar un pasaje de los Hechos de los Apóstoles:

Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a susojos. Como ellos estuvieran mirando fijamente al cielo mientras él se iba, seles presentaron de pronto dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:«Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo? Este Jesús, que de entrevosotros ha sido llevado al cielo, volverá así tal como le habéis visto marchar alcielo» (Hch 1,9-11).

La invitación es clara: no hay que quedarse mirando al cielo, sinocomprometerse en las cosas de aquí abajo en la espera de unos cielos yuna tierra nuevos, prometidos por Dios. Esa espera, sin embargo,

no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar estatierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de al-guna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay quedistinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cris-to, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la so-ciedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios.Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una pa-labra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, despuésde haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con sumandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y tras-figurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal (GS 39).

Una comunidad de creyentes que camina en esta dirección –a saber:abierta al mundo, al servicio de todos y solidaria con los más débiles– seconvierte en testigo de la nueva humanidad en Cristo resucitado, que nosha precedido con su ascensión al cielo, a la gloria del Padre.

Y precisamente interpretando teológicamente la Ascensión de Jesús(cfr. Hch 20,28-38), no parece forzado afirmar que el laico consagradoha sido invitado a no quedarse mirando las cosas de arriba, sino a aguar-

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dar y preparar aquí y ahora el retorno glorioso del Señor, cuando recapi-tule en sí todas las cosas, ahora redimidas. Ésta es, hasta el fin de lostiempos, la tarea de la Iglesia y podríamos decir que, en particular, la dellaico consagrado, en tensión entre lo visible y lo invisible, entre la reali-dad presente y la ciudad futura hacia la que camina, según lo que afirmala constitución Sacrosanctum Concilium:

Es característico de la Iglesia [y del misterio de Cristo] ser, a la vez, humana ydivina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada ala contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo estode suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo vi-sible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futuraque buscamos (SC 2).

En el misterio de la encarnación el Verbo divino se ha unido de formaradical y definitiva con la humanidad dentro de los parámetros de la his-toria. De ahí que, todos los miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo,participen de su vida y de su misión.

El Señor Jesús «a quien el Padre santificó y envió al mundo» (Jn 10,36), hizopartícipe a todo su Cuerpo Místico de la unción del Espíritu con que Él está un-gido: pues en Él todos los fieles se constituyen en sacerdocio santo y real [...] yanuncian el poder de quien los llamó de las tinieblas a su luz admirable. No hay,pues, miembro alguno que no tenga su cometido en la misión de todo el Cuer-po, sino que cada uno debe glorificar a Jesús en su corazón y dar testimonio deÉl con espíritu de profecía. Mas el mismo Señor constituyó entre los fieles a al-gunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles,tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pe-cados y desempeñaran públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdo-tal en favor de los hombres para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo,en que «no todos los miembros tienen la misma función» (Rom 12,4) (PO 2).

La forma de vida del laico consagrado se sitúa en esta línea, «canoni-zada», por así decirlo, en los documentos del Vaticano II. El desarrollode la teología de las realidades terrenas ha esclarecido con nueva luz elpapel del laicado: el campo de acción propio de los laicos es el ordentemporal, que es el que los caracteriza (cfr. 31). Aquellos que han oídoesta llamada en los institutos seculares han intentado emparejar la rique-za esencial de la vida consagrada con la presencia en el mundo, a fin deno permitir que el mundo se desarrolle sin Dios. O sea, que han intenta-

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do conciliar la búsqueda del Absoluto con la búsqueda del orden de lascosas del mundo. Ésta es la novedad y la actualidad de los institutos secu-lares, llamados a ser el fermento de la consagración total a Dios: «¿No sabéisque un poco de levadura hace fermentar toda la masa?» (1 Co 5,6; Ga 5,9);«para que fermente toda la masa» (Mt 13,33; Lc 13,20-21), que es comple-ción del bautismo y de la confirmación, precisamente en el corazón del mun-do. No es separación ni mucho menos huida del mundo, sino inserción ple-na, es decir, interés y atención por las cosas de este mundo. Esta forma devida consagrada es, en el fondo, una vida evangélica vivida en medio delmundo y no ya anuncio del Evangelio a través de signos externos, preci-samente tal como lo propone M. Delbrêl:

Hay gente a la que Dios toma y pone aparte. Pero hay otros a los que deja enmedio de la multitud, «sin retirarlos del mundo».Hay gente que realiza un trabajo ordinario, que tiene una familia ordinaria, quevive una vida ordinaria de solteros. Gente que tiene enfermedades ordinarias ylutos ordinarios. Es gente de la vida ordinaria. Gente con la que nos encontra-mos en cualquier calle. Esos aman la puerta que da a la calle lo mismo que sushermanos invisibles al mundo aman la puerta que se ha cerrado definitivamen-te sobre ellos. Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzasque esta calle, este mundo en donde Dios nos ha puesto, es para nosotros el lu-gar de nuestra santidad.Nosotros creemos que nada de lo que es necesario nos falta en él, porque si loque es necesario nos faltara, Dios nos lo hubiera dado [...] Anosotras, gente decalle, nos parece que la soledad no es la ausencia del mundo sino la presenciade Dios.Encontrarlo por todas partes es lo que constituye nuestra soledad. Estar verda-deramente solos es, para nosotros, participar de la soledad de Dios.Dios es tan grande que no deja sitio a ningún otro, salvo a nosotros en Él.El mundo entero es como un cara a cara con Él, del que no podemos evadirnos.Encuentro con su huella en la tierra.Encuentro de su providencia en las leyes científicas.Encuentro de Cristo en todos estos «pequeños que son suyos»: los que sufrenen el cuerpo, los que son presa del tedio, los que se preocupan, los que carecende algo.Encuentro con el Cristo rechazado, en el pecado de los mil rostros195.

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195 M. Delbrêl, Noi delle strade, Turín 1969, pp. 65-67 (traducción española: Nosotros, gen-te de la calle, Estela, Barcelona 1971).

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Siguiendo la estela de M. Delbrêl, muchos otros laicos y laicas con-sagrados han convertido las calles en sus monasterios; es el caso, porejemplo, de Carla Ronci, joven italiana de la Romaña, siempre alegre,aun en medio de múltiples compromisos eclesiales y no eclesiales. Fueuna contemplativa entre la gente por las calles del mundo. Así se lee, enefecto, en una de sus cartas:

«El Señor necesita hoy testigos que le hagan sentir, más que con las predicacio-nes, con la propia vida y el propio ejemplo. Es menester que el apostolado seconvierta hoy en un testimonio personal de doctrina vivida». Solo por él mecomprometo, a fin de que mi vida sea un testimonio vivo, allí donde me en-cuentre y haga lo que haga196.

Yprecisamente aquí reside la originalidad de esta forma de vida con-sagrada secular, considerada por Juan Pablo II como un don nuevo «queel Espíritu ha concedido a la fecundidad perenne de la Iglesia, en res-puesta a las exigencias de nuestro tiempo»197. Son muchos entre los teó-logos, fundadores y laicos consagrados los que han puesto las raíces yanticipado todo lo que después la Iglesia habría de afirmar y aclarar so-bre la secularidad consagrada. Uno de estos pioneros de la secularidadconsagrada fue precisamente Agostino Gemelli, del que ya hemos cita-do algunos fragmentos de su Memoria. Acontinuación, vamos a presen-tar una selección de sus escritos sobre el tema.

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196 Citado por F. Lanfranchi, Carla Ronci..., op. cit., p. 21.197 Juan Pablo II, Allocuzione all’Assemblea plenaria, op. cit., p. 58.

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XI

TEXTOS DELPADRE AGOSTINO GEMELLI

El pensamiento del padre Gemelli al respecto va a ser consideradoaquí, sobre todo, en relación con esa forma de vida que lleva el nombrede secularidad consagrada, capaz de hacer frente a los difíciles desafíosque presentaba la sociedad ya en vías de secularización en su tiempo.Para el padre Gemelli es laico quien asume la vida cotidiana con la mi-rada dirigida a Dios, más aún, con la mirada misma de Dios. Los frag-mentos citados constituyen un pequeño ejemplo de todo lo que enseñóen este sentido a sus amigos laicos respetando su vocación particular yde lo que el concilio Vaticano II llamará «autonomía de las realidadestemporales». El padre Gemelli se refiere al soplo vital del Espíritu, quepuede hacer nacer cosas nuevas a las que la Iglesia, en su fidelidad alConsolador, puede otorgar crédito. He aquí lo que escribe sobre el finde una consagración laical:

El fin de la vida no está en la vida misma, sino en otra, eterna. Si esto vale paratodo cristiano, si la vida de todo cristiano debe ser toda ella una alabanza a Dios,nosotros debemos alabar tanto más y dar gracias a Dios, nosotros, almas consa-gradas a él, pero que viven entre los hombres. [Muchas laicas consagradas] seconsideran como sacadas del mundo y como si ya no formaran parte de él. Hanerrado el camino. Es preciso que la [laica consagrada] se considere, no comodiferente y apartada del género humano, sino como miembro vivo, operante,corresponsable de la humanidad, partícipe de la vida que viven los hombres,partícipe de los castigos que envía Dios. Debéis trabajar en esta humanidadpara animarla cristianamente.Si bien vuestro fin de [laicas consagradas] es el mismo de todo cristiano, vues-tra responsabilidad se agrava, porque la sustancia de vuestra vocación os obli-ga a atraer a los otros al fin común; por consiguiente, el apostolado no es algoañadido, es deber sustancial de vuestro estado, al que no podéis sustraeros porningún motivo, y del que derivan otros deberes:I – conocer y dar a conocer el fin de la vida con la palabra, la acción, el ejemplo;permanecer en la humanidad para dirigirla a Dios;II – sufrir expiar con los otros y por los otros. Esto es francamente franciscano.San Francisco vivió, como hombre entre los hombres, imitando a Jesucristo,

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que vivió así y murió en la cruz. Cargó con las culpas de todos. Se presentó alPadre como un leproso.Vivir es, también para nosotros, pertenecer al pueblo cristiano; no es huir auna celda para salvarse, sino permanecer en el mundo para sufrir, para expiarcon Cristo.Cosa difícil. No puede haber entre nosotros animuchas de papel de seda. No es laasociación un arca de salvación contra las tempestades, no es un hospital de ra-quíticos: es campo de batalla, puesto al rojo vivo por el sol, bañado de sangre. Elque está que no crea que es fuerte, sino que se fabrique una voluntad de heroísmo,porque el fin de nuestra vida es cooperar en la salvación del género humano198.

En otro fragmento, mucho más denso, Gemelli, al observar algunosrasgos de la sociedad de su tiempo, parece fotografiar por anticipado lascaracterísticas de nuestro tiempo cuando escribe:

La sociedad contemporánea está enferma de falta de vida sobrenatural; hacenfalta almas que la salven lanzándose en medio de ella, viviendo la vida que viventodos los hombres de este mundo, trabajando con ellos, como ellos, sufriendocon ellos y haciendo camino con ellos, de suerte que penetren en toda condiciónsocial, en todo ambiente, en todo tipo de actividad, en toda condición de vida, entodas partes para llevar a todos el ejemplo demostrativo de lo que es la vida so-brenatural, para llevar y dar la vida sobrenatural al que muere de inanición porfalta de ella. En una palabra, las misioneras deben ser los instrumentos adecua-dos para volver de nuevo sobrenatural la vida de la sociedad moderna y debenhacerlo con el ejemplo, con la palabra, con la ayuda, con el ponerse en el sitio delque debería hacer y no hace, ayudando al que no sabe hacer, empujando a los pe-rezosos, iluminando al que no ve, en una palabra: haciendo todo lo que es posi-ble y hasta lo que es imposible para que Jesucristo sea más amado en cada casa,en cada taller, en cada escuela, en cada estado social, en cada ambiente, y hablea todos por medio de vosotros: al que le quiera escuchar y al que le rechace, aquien crea que es el Hijo de Dios venido a la tierra para salvar a los hombres y alque no lo crea, a quien observa su ley y al que la pisotea199.

Por eso, en tal situación histórico-religioso-social, continúa escribien-do sobre la tarea del laico consagrado en la sociedad contemporánea:

Esta sociedad descompuesta necesita apóstoles que la salven [...] He aquí, pues,que el apostolado de los laicos se presenta como el apostolado de nuestro tiem-po, y eso en un doble aspecto.

Textos del Padre Agostino Gemelli 131

198 Fragmento tomado de Il Padre ha detto, op. cit., pp. 24-25.199 Fragmento tomado de Gli insegnamenti del Padre, op. cit., pp. 20-21.

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En primer lugar, en una sociedad que va cada vez más lejos en su apostasía, dán-dole el carácter de un ateísmo y de un materialismo práctico, el apóstol, para po-der hacer escuchar su voz de una manera eficaz, necesita penetrar en cada clasesocial, yendo a buscar las almas que han dejado de escuchar la voz de los pasto-res. Hoy es preciso ser obreros con los obreros, maestros con los maestros, em-pleados con los empleados, profesores con los profesores; pobres con los po-bres, ricos con los ricos, enfermos con los enfermos; es preciso que el apóstoltrabaje y viva en la condición en la que trabajan y viven todos los hombres deeste mundo y sea capaz de hacer de la vida del taller, de la vida de la escuela, delempleo, de los campos, de toda actividad social, el instrumento y la ocasión parahacer apostolado; todos los ambientes de actividad y de trabajo son el conventodel apóstol de nuestros tiempos. En consecuencia, debe hablar el lenguaje quetodos comprenden y que todos usan; no debe sentir temor de entrar en ningunacasa, en ningún ambiente. Es preciso que vaya allí donde haya un alma que sal-var, debe aprender a vivir con ella, para hablar con ella y llegar a hacerle conocera Jesucristo y su vocación cristiana; debe sufrir con ella para llegar a hacerle co-nocer que Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, murió en la cruz por noso-tros. Por estos caminos el apóstol laico de los tiempos modernos conseguirá lle-var la sabiduría de la revelación a las almas que no conocen a la Iglesia.Aesta primera razón, que demuestra la necesidad actual del apostolado de los lai-cos, se añade otra: los sacerdotes regulares y los religiosos no bastan y con frecuen-cia no consiguen llegar allí donde habría una gran necesidad de su obra; es precisoque tengan a su disposición obreros de confianza que, guiados y sostenidos porellos, preparen el camino para que la misión que solo ellos han recibido de Diospueda llegar hasta las almas que mueren de hambre, alejadas de la casa del Padre.He aquí, pues, la sublime belleza del apostolado al que vosotras, consagradas alservicio de Dios, aunque en el estado laico, habéis sido llamadas. He aquí que,sin tener la ayuda del convento y del hábito, sin contar con la defensa de la vidaen común, aunque ligadas por un vínculo de pureza, de pobreza, de obediencia,os habéis hecho, por gracia especial de Dios, instrumentos de la obra de salva-ción de las almas200.

Hacia la perfecciónDe Il Padre ha detto, pp. 49-53

Un alma consagrada a Dios tiene como apoyo de su vida interior el anhelo a laperfección. Quien no tiende a la perfección, falla a su vocación.¿En qué consiste la perfección? En la imitación de Cristo. ¿Cómo se alcanza?Recordemos, en primer lugar, que hay diversos grados de perfección, que no

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200 Ibíd., pp. 294-296.

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implican de por sí un premio diferente en el reino de los cielos. Dios da a cadauno dones de naturaleza y de gracia para alcanzar un determinado grado de per-fección. Cada uno tiene el suyo. No debemos aspirar a tener más, no debemosenvidiar a los otros, sino procurar hacer lo mejor posible toda nuestra tarea,bajo la guía de nuestro director espiritual. No exagerar. No querer dar un saltomás largo que nuestras piernas. El salto no se improvisa. Hace falta impulso,respiración profunda, carrera de medida proporcionada, ímpetu, ejercicio queprepare las piernas para la elasticidad del salto. Así pues, la ascensión espiritualrequiere un trabajo preparatorio. El impulso lo da la gracia. Combatir la pasióndominante es el primer grado y el más difícil. Hace falta fuerza, sacrificio, mástrabajo del que se supone. La batalla contra la pasión dominante dura a vecesdecenios, y hay quien no llega más allá de esta fase.Sin embargo, nos asiste la gracia; allí donde se requiere un mayor esfuerzo con-tamos con la ayuda de la gracia, que aumenta durante la ascensión. La línea delprogreso en la perfección es una curva logarítmica. «Quien más tiene, más ten-drá». ¿De qué habla el Señor? De la gracia. El que no tiene la gracia en una me-dida suficiente, es un estúpido si pretende llegar más alto de lo que Dios quiere.¿Ydebo pensar yo que Dios me quiere en un grado más elevado? No, me limi-to a pensar que debo alcanzar el punto que me ha asignado, y dado que no co-nozco este punto, debo caminar mientras pueda, sin detenerme.Además de combatir la pasión dominante, es preciso barrer bien la casa en losprimeros grados. ¿Qué significa esto? Sé barrer: fue el primer oficio que apren-dí en el convento. No basta con sacar lo grueso, es preciso limpiar los rinconescon coraje y paciencia, uno a uno. Para esto nos sirve la meditación, que a lolargo del año pasa revista a todos los puntos oscuros (los rincones) del alma. Lalectura espiritual debe ser sustanciada por la meditación. Es menester tener pa-ciencia, subir lentamente. Hay medios más veloces: los ascensores, los aviones.Ahora bien, estos se pueden detener a medio camino. Que no se desanimen lasque se encuentren en los primeros escalones, porque la gracia puede hacer deascensor y de avión. Por otra parte, que no se ensoberbezcan las que estén arri-ba, porque pueden caer de un momento a otro.La gracia, generalmente, emplea como instrumento santificante el dolor. Los do-lores llegan o bien cuando empezamos, o bien cuando debemos perfeccionarnos.Dios cepilla, cepilla las almas que quiere perfeccionar. El cepillo metálico esdurísimo y hace brillar la plancha como un espejo. El dolor es un cepillo terri-ble, pero es preciso someterse a él para volvernos tan lúcidos que reflejemos aJesucristo.Algunas veces Nuestro Señor trata a las almas con guantes: les concede gra-cias, gracias y gracias. Él es la libertad, la máxima libertad. El dolor purifica,pero hay almas que escapan a la regla. Hay almas elegidas sin grandes penas apa-rentes: llevan una vida serena por fuera y por dentro. Con todo, por lo general, los

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grandes dolores se ven acompañados por grandes gracias. San Juan de la Cruztuvo sus mayores visiones en la cárcel, privado de la misa, y en la cárcel escribiósus más bellas páginas de poesía, mientras era castigado por sus superiores ecle-siásticos como un pecador innoble. Cuando san Francisco subió a La Verna, dosaños antes de su muerte, sus hermanos le hicieron sufrir, ¡y cómo! Sus desacuerdosfueron su verdadero calvario. Sin embargo, obtuvo el premio de los estigmas.La perfección se alcanza con la imitación de Cristo, en la unión con Cristo. «Peripsum, cum ipso et in ipso». ¡Cuántas veces repite esto san Pablo, y no se tratade una repetición de la misma fórmula, porque cada vez asume un significadodiverso. En la epístola de la misa de hoy (IX domingo después de Pentecostés)nos habla san Pablo, en primer lugar, de la limpieza del alma, después dice unafrase que sorprende: «itaque qui se existimat stare, videat ne cadat»: el que creeestar en pie, esté atento no vaya a caer; el que cree que avanza, lleve cuidado deno retroceder. Vendrá la tentación, añade san Pablo, «fidelis autem Deus est» yno permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que hará demodo que hasta la tentación os ayude a progresar.No os pongáis a pensar en el escalón al que habéis llegado. Si estáis en el pri-mero, no os desaniméis, si os sentís en el más alto, no os ensoberbezcáis. No te-máis al enemigo exterior, sino al interior. Para sosteneros contáis con el Pan eu-carístico, con la ayuda de María y su consejo: «Haced todo lo que él os diga».Y concluyo: nada hay más peligroso en la vida espiritual que lo improvisado,nada más provechoso que lo que se prepara lentamente. Incluso los ejercicios es-pirituales tienen valor, no por el efecto del momento, ni por la impresión que pue-de producir el predicador, sino por la acción de Dios en nuestra alma, por la cons-trucción de Dios en nosotros, sobre el pobre material que le ofrecemos.Igualmente lento y orgánico es el progreso espiritual durante el año: la meditaciónextiende su influencia a toda la jornada; el día de retiro proyecta su luz sobre todoel período que hace de intervalo hasta el retiro siguiente. El predicador y el librode meditaciones no son más que motivos y estímulos para excavar en nosotrosmismos. Recordad la importancia del trabajo personal. La vida espiritual no espasiva, no se contenta con recibir, debe colaborar. Eso hizo María santísima.Poco sabemos de ella, pero ese poco basta para determinar su grandeza. En el diá-logo de la anunciación hay una manifestación de temor y otra de aceptación, pre-paradas desde hacía ya mucho tiempo. La niñez y la juventud de María habíanpreparado su fíat. También nosotros debemos prepararnos para acoger al Señoren nuestra alma y dejarle crecer en nosotros. Suya será nuestra purificación y per-fección, a nosotros nos corresponde colaborar con fe y firmeza hasta la muerte.

Castelnuovo Fogliani, 27 de julio de 1947.

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El laico y el sufrimientoDe A. Barelli, la nostra storia, pp. 203-211

A. Gemelli, Lettera alle Missionarie della Regalità di Cristo, 1941,76º día de la estancia en el hospital Rizzoli de Bolonia.

Queridísimas hijitas:

En primer lugar, os doy las gracias por vuestras oraciones, por las varias ofren-das hechas a Dios para implorar mi curación, por todo lo que habéis hecho endiferentes formas y medida. Con ello habéis demostrado el afecto que me te-néis y yo deseo aseguraros que os correspondo como a hijitas que el Señor meha confiado y a las que me propongo conducir por los caminos de la perfección,a trabajar por la extensión del reino de Dios. Yo también os recuerdo siempre,de modo especial por la noche, a la hora en que se hace aguda y punzante en elenfermo la melancolía debida, en parte, a la debilidad orgánica y, en parte tam-bién, a la reflexión sobre la misma enfermedad, sobre el trabajo dejado, sobrelas obras, sobre las personas queridas. Entre otras cosas, recordaba, en primerlugar, la asociación; por eso os envío cada noche la bendición, invocando deDios las gracias necesarias para vuestra vida espiritual, para vuestras necesida-des, para vuestro trabajo, para vuestra salud y para todo lo que os es querido.La larga enfermedad me ha brindado la oportunidad de considerar muchascosas, y, como podéis imaginar, las principales tienen que ver con mi alma yno es el caso de conversar con vosotras sobre esto, a no ser para deciros queeste período ha sido para mí como un largo itinerario de ejercicios espiritua-les, en el que el Señor me ha otorgado la gracia de hacerme comprender mu-chas cosas y de hacerme llegar a importantes deliberaciones para mi alma ypara mi actividad. En consecuencia, considero este infortunio automovilistay la subsiguiente grave enfermedad como un don precioso de Dios, que de unmodo misterioso me ha hecho comprender su voluntad, voluntad que yopienso cumplir con todas mis fuerzas. Os pido que me ayudéis a mantener es-tos propósitos con vuestras oraciones, porque es evidente que, si yo tuvierasantidad y riqueza de vida interior, podría comunicarlas de manera exuberan-te a cada una de vosotras, y vosotras seríais las primeras en beneficiaros.Digo esto sobre todo a las muchas de vosotras que están más o menos grave-mente enfermas; ellas mejor que cualquier otra pueden entender estas pala-bras mías, porque han experimentado el valor de la enfermedad: mientrasque por todas partes reciben muestras de compasión por los sufrimientos quedeben padecer, ellas saben que estos sufrimientos nos aportan un bien tangrande y de ellos procede un estímulo tan precioso para la elevación delalma, que no sería posible obtenerlo de otro modo.

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Queridas hijitas: puesto que a causa de vuestra vida de trabajo y de sacrificio, laenfermedad acecha con frecuencia vuestra salud, recordad que, en el mismodía en que la enfermedad hace presa en vosotras, es Dios quien viene a visita-ros: escuchad lo que él dice y encontraréis en el sufrimiento una dulzura comodifícilmente es posible experimentar de otro modo. Especialmente aquellasque, agravadas por el mucho trabajo y sofocadas en su vida espiritual, atiendenmenos bien su vida interior, si Dios tiene a bien que sean golpeadas por la en-fermedad, recuerden que es Dios mismo el que interviene para cambiar el cur-so de las cosas; lo que nosotros considerábamos importante y hacíamos con sa-crificio, no tiene importancia alguna y adquiere importancia exclusivamentenuestra vida en Dios.Una de las enseñanzas que he obtenido, y sobre la que os invito a reflexionar, esnuestra unión con Dios.Cuando vosotras, como yo, debéis despachar cada día una carga de trabajo queabsorbe, que preocupa, que angustia, y para cuya ejecución debemos dedicar-le todo nuestro tiempo mejor y nuestras mejores fuerzas, decimos con la bocay consideramos que estamos unidos a Dios en cuanto nos justificamos dicien-do que el trabajo, en el fondo, es una oración. Yo mismo, a este respecto, mu-chas veces al predicaros, tal vez he exagerado precisamente porque no teníamodo de fabricarme una experiencia personal: muchas veces os he dicho, paraconfortaros, que vuestro sofocante trabajo cotidiano es una oración. Pues bien,no niego esto, pero os invito a reflexionar: si bien he ofrecido a Dios el traba-jo, y si bien Dios acepta la fatiga y el sacrificio a los que nos sometemos, contodo, esta actividad no puede sustituir la actividad absolutamente interior delalma que tiene por finalidad la unión con Dios. Es verdad que podemos elevar,durante el trabajo, nuestra mente a Dios con frecuencia, rectificar nuestra in-tención, corregir los sentimientos del espíritu; pero esto no es todavía la unióncon Dios o, mejor aún, no es el grado de unión con Dios que se requiere a unalma consagrada a Dios, que desde su vida debe, en primer lugar, procurar elhomenaje a nuestro Señor, vivir en él, unida a él; y solo después, realizar el tra-bajo por su reino [...].Un segundo punto que ha sido objeto de mis meditaciones es el abandono enmanos de la providencia de Dios.El infortunio del que fui víctima fue un golpe en mi vida; pero en los primerosdías no me di cuenta ni de lo que el estado en que me encontraba quería decir, nide sus consecuencias, y ni siquiera me di cuenta de la gravedad de las condicio-nes en que estaba; hasta tal punto –¡podéis reíros!– que había hecho que meprepararan algunos libros para trabajar en cuanto hubieran pasado los primerosdías de cama. Nuestro Señor, siguiendo otro camino, me ha hecho ver que elpatrón es él y solo él. Ni sé ni quiero indagar hasta qué punto ha sido grave lareacción orgánica al violento choque automovilístico, ni hace falta. Sé, no obs-

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tante, que he tenido momentos en que he comprendido bien que todo podría ha-berse quedado truncado y acabado en un instante; y que las cosas que ayer te-nían importancia la perdían por completo y que solo había una cosa importan-te: mi vida ante Dios. Cuando después, una vez recuperadas las fuerzas, mecayeron entre las manos trozos de papel con apuntes, ¡cómo sonreí ante ciertasanotaciones ingenuas, que un mes antes representaban una gran preocupaciónpara mi ánimo! ¡Cómo sonreí ante ciertos nombres y ciertas fechas! La mismanaturaleza de mi enfermedad –que me ha condenado a la inmovilidad– era unmodo elocuente de hacerme comprender, aunque yo no hubiera querido, quenosotros no somos nada y todo debe ser conforme a su voluntad. Así las cosas,me pregunté: ¿hasta qué punto estoy abandonado a la providencia de Dios?¿Hasta qué punto cuento realmente con lo que está por encima de mí y me con-formo en el gobierno de la vida a su voluntad?Sin embargo, no estoy aquí para hacer mi examen de conciencia; estoy aquípara deciros que semejante parada violenta de mis actividades me ha hecho verde una manera evidente que tenemos con frecuencia en los labios las palabras:fiarse de Dios, providencia de Dios, confianza en Dios, Dios hará, etc., etc.,pero en realidad actuamos como si todo dependiera exclusivamente de noso-tros. De ahí que nuestra confianza en la providencia de Dios sea una confianzateórica, no práctica; sea una creencia, no una norma de vida aplicada; lo quedigo de mí, lo digo también de vosotras, porque considero también en este mo-mento la vida de aquellas de entre vosotras a las que más íntimamente conozco.El Señor se muestra verdaderamente misericordioso con nosotros y debe son-reír ante estas preocupaciones nuestras por sus intereses, en nombre de los cua-les nos agitamos y nos desvivimos tanto, cuando él, con mover un dedo, o sea,con eso que llamamos los imponderables, puede cambiar el curso de las cosas.Debe sonreír ante nuestras ansias y debe repetir lo que Jesús decía a Marta conun dulce reproche, algo que merece cada uno de nosotros. Por lo que se refierea esto, el remedio se encuentra también precisamente en una transformación in-terior. No es solo cuestión de predisponer las cosas; de prever los aconteci-mientos, etc., etc., sino de tener el espíritu tan identificado con Nuestro Señorque estemos dispuestos a esperar de él que guíe nuestra vida en las tareas quenos ha confiado. No digo con esto que no debamos mostrarnos solícitos en lasobras que Dios nos ha confiado y que nos han sido encomendadas por nuestrossuperiores en su nombre; no digo que debamos esperar que nos venga de im-proviso del cielo la ayuda para sacarnos del apuro; digo que, disponiéndonosdel mejor modo que podamos a ejecutar las tareas que nos han sido confiadas,debemos recordar que, en el fondo, no somos más que pequeños instrumentosinútiles, que Dios puede cambiar en cada momento y de los que se sirve solo envirtud de sus misteriosos designios, en los que nosotros entramos únicamentecomo elementos accesorios.

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Con ocasión de mi enfermedad me ha enseñado mi director espiritual una nor-ma, que os enseño también a vosotras. Como podéis imaginaros, y como es fá-cil intuir, la enfermedad ha sido también un medio con el que el Señor me hapuesto ante el imperativo de la reforma de mi vida para obtener una vigorosaascensión en la línea que él me ha señalado.Dios ha usado conmigo este método porque era, ciertamente, necesario; conotros, usará otros métodos. Sin embargo, era natural que mi reacción fuera ne-gativa en el sentido de ver en mi vida pasada o el bien no realizado o el mal he-cho. De aquí me vino una profunda tristeza. Con gran sacrificio por su parte, ycorriendo también peligro, vino a mi encuentro en cierto momento prefijadopor Dios mi director espiritual; y nunca se lo agradeceré lo suficiente. Fue unverdadero rayo de sol en una noche oscura; un consuelo para el corazón de unenfermo; con su palabra sabia y amorosa supo provocar una transformaciónprofunda de mi ánimo.No os cuento estas intimidades mías a vosotras por otro motivo que este: ense-ñaros lo que mi director espiritual me ha dicho y que me parece que os ayuda-rá; y se trata de lo siguiente: que, una vez hayamos pedido perdón a Dios por lasculpas pasadas, una vez ofrecido a Dios el dolor por no haber correspondido asu gracia, el alma, si de verdad quiere progresar, no debe perderse en un reexa-men del pasado; sino que debe decirle a Jesús: «Sí, aquí estoy dispuesto». «Sí»,debemos responder a toda invitación; «sí», debemos repetir con firmeza de áni-mo en todo momento.Considero que ésta es una doctrina profundamente franciscana, salida del cora-zón de nuestro padre san Francisco, expresada en aquella frase que tanto le gus-taba repetir: «¡Deus meus et omnia!». ¡Sí, Señor, tú eres mi todo, y yo quieroser lo que tú quieres! Quiero sobre todo lo que quieres tú, lo que tú quieras queyo haga. Sí, hoy y mañana; sí, en seguida y con prontitud, con todas las fuerzasdel alma, con todo el vigor del cuerpo, con toda la firmeza del espíritu. Sí, aun-que no esté de acuerdo con mis deseos y mis designios (¡pobres designios hu-manos! ¡Mezquinos deseos del corazón humano!). ¡Sí, por mucho sacrificioque me cueste hacer tu voluntad!Ahora os repito yo la misma enseñanza.Nuestra santidad consiste en este ser capaces de decir «sí» a Nuestro Señor. Selo diremos hoy de una forma genérica e inclusiva de todo lo que se nos pedirámañana. Se lo diremos de una forma específica cada vez que Dios nos pidaalgo. Le diremos «sí» cuando nos encontremos en la necesidad de luchar con-tra nosotros mismos; le diremos «sí» siempre, como una manera de demostrara Jesús que le amamos y queremos corresponder al don de su gracia, diremos«sí» para atestiguarle que sabemos muy bien que, entre todos los dones recibi-dos de él, el don de la consagración a su servicio ha sido el más grande y el másquerido para nosotros. Le diremos «sí» a Jesús como un pobre modo humano

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que él embellece y al que da valor con su gracia; como un modo de responder atanta generosidad como ha tenido con nosotros al habernos colmado de nume-rosas y preciosas gracias. Le diremos «sí» a Jesús como una dulce palabra deamor, con la que responderemos a las atenciones de su infinito amor. [...]San Francisco mostró en su propia persona cómo el Crucifijo es el gran libro delas verdades eternas y el gran instrumento de nuestra santificación. Amor, pues,al Crucifijo [...]. El Crucifijo que no lleváis sobre el hábito como los religiosos,debéis llevarlo en la intimidad del corazón. Aél la primera y la última mirada.No podéis llevar el Crucifijo en la mano durante el día, pero debéis revelarlo enlas palabras, pensamientos, afectos, acciones [...] Para comprender el dolor nohay más que un camino: Jesús crucificado, al que debéis amar. Con todo, no seáisalmas sentimentales. ¡Fuera este moho! La vida con sus durezas, sus esclavitu-des, tomada con serenidad franciscana, que ve el valor de los dolores y los amaporque nos hacen semejantes a Jesucristo, saboreados en el secreto del corazón,con la sonrisa en los labios, que revela a los otros que sois felices por la unióncon Dios. Amor sobre todo a la cruz considerando vuestros pecados, que solopodéis comprender a la luz de la pasión del Señor [...]He aquí, pues, que la cruz debe ser la compañera de nuestra vida, he aquí, pues,que la crucifixión debe ser el modelo que debemos tener ante nuestros ojos; heaquí, pues, que los dolores deben ser la regla de nuestra vida franciscana.No me atrevo a invocar de Dios los dolores para vosotras; pero sí le pido a Diosque os ayude a soportarlos cuando él os los envíe, y que podáis obtener de ellosel fruto más precioso, o sea, que vuestra alma se acerque a aquel que quiso mo-rir en una cruz para nuestra santificación.Os exhorto a contemplar varias veces durante el día el Crucifijo: dejad algunasveces el libro y contemplad a Jesús Crucificado; mirad sus llagas, considerad sucorazón; sus penas; contemplad cuánta sangre preciosa derramó. Jesús Cruci-ficado debe llenar nuestra vida. Y digo: «Debe llenar», porque si la consagra-ción a Dios os priva de afectos, rompe vuestros vínculos naturales, os priva delos consuelos que se conceden a toda criatura, os coloca al mismo tiempo enuna soledad humana que no se puede realizar ni siquiera en el mismo claustro.Con todo, ésta es una soledad aparente; está llena toda ella por Jesús Crucifica-do. Constataréis entonces cuánto luz viene al intelecto; cuánto vigor al corazón;cuánta fuerza a los afectos; ¡constataréis cómo se transforma toda vuestra vida!Os voy a dejar dándoos de nuevo las gracias por muchas cosas: 1) os doy lasgracias por la oraciones y las ofrendas de santas Misas y de sacrificios que ha-béis hecho por mi salud. Que Dios me conceda también gastar los años de vidaque me quedan en beneficio de nuestra familia espiritual; 2) os doy las graciaspor todo lo que habéis hecho por la consagración del pueblo y de los soldadosal Sagrado Corazón. Sé muy bien cuántos y cuáles sacrificios habéis realizado:han recibido de Dios el reconfortante éxito que conocéis, 3) Os doy las gracias

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por lo que habéis hecho por la preparación de la jornada universitaria. Es un se-creto para todos, pero no para vosotras. Sois el potente resorte que hace fecun-da de bien la jornada universitaria.Os ruego que expreséis a vuestro director espiritual mi gratitud por lo que hacepara cooperar, a través de vuestra formación, al desarrollo de la asociación.Por último, dada la inminencia de la Santa Pascua, os envío mi deseo santo: ¡re-sucitad con Cristo y el dulce Cristo inundará vuestro espíritu de paz!Os bendigo en CristoVuestro padre en CristoFr. Agostino Gemelli, o.f.m.

Las asociaciones de laicos consagradosDe A. Gemelli, Le associacioni di laici consacrati a Dio nel mondo, me-moria storica e giuridico-canonica, pro manuscripto,Asís 1939, pp. 56-57.

La conclusión del documento: La solución propuesta conlleva, en mi modestaopinión, varias ventajas positivas. En primer lugar, puede contribuir a una cla-ra diferenciación de los varios tipos de estado de perfección y a una eficaz y fe-cunda especialización de los mismos.Através del reconocimiento de un nuevo estado de perfección particularmenteconforme a las necesidades y a las orientaciones específicas de nuestra época,se llega a evitar lo que tal vez hoy es algo más que un simple peligro, a saber:que formas de consagración surgidas en otros tiempos, con otra estructura ycon otras finalidades, pero que todavía hoy pueden desarrollar una función im-portantísima con tal que continúen siendo fieles a su espíritu originario, se veanarrastradas, sin embargo, por un camino que no es el suyo, es decir, que se veanllevadas por el ritmo de los tiempos a encargarse de funciones y de tareas queno se concilian con aquellas para las que nacieron.También hoy, como e incluso más que en la Edad Media, hay una necesidadde almas que se consagren o de manera exclusiva o de manera preponderan-te a una vida de oración; las antiguas órdenes no solo tienen todavía una ra-zón de ser, sino hasta una particular actualidad. Ahora bien, precisamente poresto tal vez sea conveniente que esas órdenes, como las mismas congrega-ciones religiosas, abandonen ciertas posiciones extremas que quizá no pue-dan seguir manteniendo sin incurrir en el riesgo de desnaturalizarse, y que, encambio, estos puestos de vanguardia sean confiados a nuevas formacionesque por su estructura y por sus medios están específicamente preparadas yson idóneas para ellos.En segundo lugar, el reconocimiento jurídico de las nuevas formas de consa-gración puede servir de una manera eficaz a poner freno y a disciplinar una flo-ración ya un poco demasiado exuberante de institutos de laicos consagrados a

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Dios, surgidos en cada Nación. Es cosa sabida que los intentos y los experi-mentos se multiplican cada día en todos los países y no se puede decir que to-dos presenten las necesarias garantías de seriedad, solidez, organización y efi-cacia de apostolado. Además de los organismos más o menos directamenteconocidos por la jerarquía, es legítimo suponer por muchos y evidentes signosque haya otros muchísimos que escapan por ahora a todo conocimiento y atodo control, surgidos por el celo individual no controlado de simples sacerdo-tes no investidos de ninguna autoridad o misión. Tal vez no sea exagerado con-siderar que ahora en casi cada ciudad hay al menos un sacerdote que, al teneruna amplia muchedumbre de penitentes, intenta crear entre algunos de ellosuna organización de personas consagradas a Dios en el mundo.Esto, por muchas razones, puede representar varios inconvenientes y en oca-siones originar graves daños. En consecuencia, parece justo pedir a la Iglesiaque se digne no ignorar en bloque tales experimentos, sino que intervenga y lle-ve también a este campo su disciplina, y que lo haga fijando algunas directivasfundamentales, autorizando y reconociendo los institutos que se configuran enella y que presentan un mínimo de garantías y de requisitos y, al mismo tiempo,prohibiendo de modo formal todos los otros.Los precedentes históricos pueden instruirnos una vez más. En particular, meparece que en la actual situación de las asociaciones de laicos consagrados seapliquen perfectamente las observaciones que Pío X hacía a las Congregacio-nes de votos simples en el Dei provvidentis (16 de julio de 1906).

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SIGLAS

AA Apostolicam Actuositatem

AA Acta Apostolicae Sedis

ChL Christifideles Laici

CIC Corpus Iuris Canonici

CMIS Conference Mondiale des Instituts Séculiers

CRIS Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares

EN Evangelii Nuntiandi

GS Gaudium et Spes

LG Lumen Gentium

PC Perfectae Caritatis

PF Primo Feliciter

PM Provida Mater

RD Redemptionis Donum

SCS Sacrosanctum Concilium

SCRIS Sagrada Congregación para los Religiosos y

los Institutos Seculares

VC Vita Consecrata

Siglas 143

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ÍNDICE

Prólogo a la edición española ................................................................... 5Prefacio ....................................................................................................... 11Preámbulo .................................................................................................. 15

I. Relación Iglesia-mundo ................................................................. 17

II. Los antecedentes históricos ........................................................... 25

III. La ubicación de los IISS en el ámbito de la vida consagrada ....... 41

IV. Identidad y características de los IISS ........................................... 48

V. El carisma específico de la secularidad consagrada o de la consagración secular .......................................................... 64

VI. Fundamentos teológicos de los IISS ............................................. 73

VII. De la teología a la espiritualidad de encarnación de los IISS ....... 84

VIII. Los consejos evangélicos practicados según el espíritu de las bienaventuranzas ................................................ 94

IX. Vivir la presencia de Dios en la ciudad de los hombres ................ 111

X. Por una mística en la vida cotidiana. La actualidad de la vocación secular .................................................................... 121

XI. Textos del padre Agostino Gemelli ............................................... 130

Siglas ......................................................................................................... 143

Índice 145

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