la mirada difusa

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Resumen El espacio del mito es el lugar donde la subjetividad humana entra en relación con los fenó- menos objetivos estudiados hasta ahora por la ciencia, no para anularlos sino para enri- quecerlos. La tarea básica de la ciencia ya no reside, de ahora en adelante, en rechazar y anular este espacio subjetivo, como ha venido haciendo hasta el momento, sino en incor- porarlo a sus investigaciones, en desarrollar un método capaz de gestionar su básica diver- sidad. Palabras clave: espacio mítico, ciencia, complejidad, nuevas tecnologías, globalidad. Abstract. The Diffused Glance The space of myth is where human subjectivity comes to terms with the objective events studied up to now by science, with the aim to enrich instead of cancelling them. From now on, science’s basic task no longer lies in rejecting and cancelling this subjective space, as done up to now, but involving it in its investigation and developing a method able to manage its essential diversity. Key words: Mythic space, science, complexity, new technologies, globality. También la ciencia, al llegar al término de sus paradojas, deja de proponer y se detiene para contemplar y dibujar el paisaje siempre virgen de los fenómenos. Albert Camus Acepté la invitación de escribir un artículo sobre el mito, no siendo un espe- cialista en la materia porque creí que algunos aspectos de la fenomenología del mismo podían ayudarnos a comprender parte de las crecientes complejidades que la incidencia de las llamadas nuevas tecnologías añade a la estructura de la sociedad contemporánea. Con este escrito, por lo tanto, no pretendo ni mucho menos profundizar en un campo del saber, el del mito, cuya vastedad lo deja Anàlisi 24, 2000 55-69 La mirada difusa: formaciones y deformaciones del espacio mítico contemporáneo Josep M. Català Domènech Universitat Autònoma de Barcelona Departament de Comunicació Audiovisual i Publicitat 08193 Bellaterra (Barcelona). Spain [email protected]

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  • Resumen

    El espacio del mito es el lugar donde la subjetividad humana entra en relacin con los fen-menos objetivos estudiados hasta ahora por la ciencia, no para anularlos sino para enri-quecerlos. La tarea bsica de la ciencia ya no reside, de ahora en adelante, en rechazar yanular este espacio subjetivo, como ha venido haciendo hasta el momento, sino en incor-porarlo asidad.

    Palabras

    Abstract.

    The spacstudied unow on, sas done umanage i

    Key word

    Acept lcialista emismo pque la insociedadmenos p

    Anlisi 24, 2000 55-69

    La mirada difusa: formaciones y deformaciones del espacio mtico contemporneo

    Josep M. Catal DomnechUniversitat Autnoma de BarcelonaDepartament de Comunicaci Audiovisual i Publicitat08193 Bellaterra (Barcelona). [email protected]

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 55 sus investigaciones, en desarrollar un mtodo capaz de gestionar su bsica diver-

    clave: espacio mtico, ciencia, complejidad, nuevas tecnologas, globalidad.

    The Diffused Glance

    e of myth is where human subjectivity comes to terms with the objective eventsp to now by science, with the aim to enrich instead of cancelling them. Fromciences basic task no longer lies in rejecting and cancelling this subjective space,p to now, but involving it in its investigation and developing a method able tots essential diversity.

    s: Mythic space, science, complexity, new technologies, globality.

    Tambin la ciencia, al llegar al trmino de sus paradojas, dejade proponer y se detiene para contemplar y dibujar el paisajesiempre virgen de los fenmenos.

    Albert Camus

    a invitacin de escribir un artculo sobre el mito, no siendo un espe-n la materia porque cre que algunos aspectos de la fenomenologa delodan ayudarnos a comprender parte de las crecientes complejidadescidencia de las llamadas nuevas tecnologas aade a la estructura de la contempornea. Con este escrito, por lo tanto, no pretendo ni muchorofundizar en un campo del saber, el del mito, cuya vastedad lo deja

  • fuera del control de los que no somos especialistas, sino tan slo servirme dealguno de sus parmetros para poner en evidencia aspectos de la comunica-cin social que por los caminos tradicionales nunca se alcanzaran a vislum-brar. Es en este sentido que creo que hay que conducir la necesaria superacinde los lmites del saber especializado y los temores a salirse de los mrgenesque el mismo conlleva, dejando el trabajo de profundizacin para los verda-deros expertos, pero guardndose para s el derecho a utilizar determinada dis-ciplina como plataforma para poner de manifiesto fenmenos que, de otraforma, pasaran desapercibidos, con el consiguiente empobrecimiento culturalque ello supondra. Estas incursiones transdisciplinarias, que hasta hace bienpoco an eran observadas con recelo, tendrn que ir en aumento, si queremosseguir manteniendo nuestra imaginacin a la par de una realidad cada vez mscompleja. En esta actitud reside el verdadero, y renovado, espritu cientfico, yno en la salvaguarda de unos saberes acotados gremialmente.

    I

    Nuestrauna histlidad y que los tricas: en aquey contemest situacabar dmito es mediannunca arepresenda y el vro espac

    Noscndoncon l udistintaproponeespacio su calidne el mte desplcomplemtiene ennica deel mito

    56 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 56 cultura es bsicamente proclive a entender los mitos como un relato,oria referencial que, a veces, como en Homero, absorbe la misma rea-la convierte en mtica. Sin embargo, las pocas heroicas, aqullas endioses conviven y se mezclan con los hombres, son siempre protohis-prcticamente nunca acaban de materializarse en el presente, exceptollos casos de insania en los que el enfermo vive literalmente en el mito

    pla como referencia mtica nuestra realidad. El mito, por el contrario,ado en un ms all del tiempo que planea sobre el presente sin nuncae actualizarse. Precisamente por esta imposibilidad de ver encarnado elque pervive el mecanismo mtico. La sed de trascendencia no se calmate su realizacin, sino a travs del constante deseo de una presencialcanzada. Es este deseo el que se eterniza y no el mito en s o sus distintastaciones. Por ello se hace necesario que, entre la eternidad de la leyen-aco nunca resuelto de su actual ausencia, deba instalarse el verdade-io del mito, su escenario tenazmente contemporneo. hablaba ya Cassirer de las caractersticas del espacio del mito, indi-os que si bien difiere en contenido del espacio geomtrico, conservana cierta analoga formal. Quiero entender esto de manera ligeramente, sin embargo, al fundamentalismo neokantiano del filsofo alemn yr la comprensin del espacio mtico como un espacio superpuesto al

    de la percepcin, un poco como el espacio geomtrico se superpone, enad abstracta, a nuestra directa visin de lo real. El espacio que compo-ito en relacin con la realidad es un espacio descentrado y ligeramen-azado con respecto al espacio real, al que de alguna forma sirve de

    ento. Carlos Garca Gual nos recuerda la importancia que la imagen la perduracin del mito y nos remite al concepto de constancia ic- Blumenberg, para quien la constancia de su ncleo esencial hace quepueda comparecer, como una inclusin errtica, incluso en el contex-

  • to de las narraciones ms heterogneas1. Yo quiero aadir que esta constan-cia icnica debe ampliarse al concepto de espacio en el que el mito se producey que es igualmente persistente.

    Ahora mismo, acabo de contemplar, por televisin, un ejemplo esplndi-do de este espacio mtico, cuya clara materializacin cumple con la prcticahabitual en los medios contemporneos de objetivar lo subjetivo (que no esexactamente lo mismo que cosificarlo). Me estoy refiriendo a una edicin delespacio de Antena 3 Sorpresa Sorpresa, el cual acostumbraba a recurrir en sudesarrollo a altas dosis de emociones primarias. En este caso, como en tantasotras ocasiones en el mismo programa, dos personas, que no se vean desdehaca mucho tiempo, iban a encontrarse en el plat. Como de lo que se trata esde convertir estos encuentros en espectculo, los realizadores acostumbran arecurrir a una cierta dosis de dramaturgia tan primitiva como las mismasemociones que gestionan con la que dosificar esa sorpresa que todo el mundo,incluso los directamente implicados, suponen inevitable. Pero en este caso losprolegmenos adquirieron una visualizacin inesperada y muy interesante2.Normalmente las dos partes abocadas al encuentro se mantienen en espaciosdistintos hasta que, literalmente, se las suelta para que se abalancen una sobreotra. Mientras tanto, el realizador nos ofrece imgenes de ambos personajes,cada cual en su lugar y en la supuesta ignorancia de la proximidad del otro.Pero en este caso, lo que apareca en la pantalla era una imagen realmente extra-a por sel fondomentos,s. Era ocada unNo hacde las radiferentede cromrio a la escondatodo undo deteccio, parpero nincontigide una eespacio macin najes y

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 57

    1. Carlo2. Ignor

    progr

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 57u propia configuracin: dos hombres colocados uno junto al otro, sobre de unas grandes cataratas. Lo curioso es que ninguno de los tres ele- a pesar de figurar en el mismo espacio, acababan de relacionarse entrebvio que, a pesar de encontrarse para el espectador en un mismo plano,o de los hombres y la catarata pertenecan a espacios reales distintos.an falta grandes conocimientos de tcnica televisiva para darse cuentaces de la burda composicin: cada personaje se encontraba en un lugar del plat, ante un fondo azul sobre el que, mediante el procedimiento

    a-key, se proyectaban las imgenes de la catarata que serva de escena-improbable conjuncin de los otros dos. Pero la infantil resolucin una imagen realmente compleja, ya que constitua la plasmacin de conjunto de latencias que la dramaturgia normal no hubiera permiti-tar. Los dos hombres, situados para el espectador en un mismo espa-

    ecan mirarse pero no se vean; hablaban entre s, uno junto al otro,guno de ellos era consciente de la presencia ajena, es decir, de su virtualdad, como tampoco podan percibir que tras ellos se vertan las aguassplndida catarata. Estbamos, los espectadores, ante un verdaderomtico, podamos contemplar, gracias a la tcnica moderna, la plas-visual de un no-lugar compuesto por el deseo de cada uno de perso-alimentado por los influjos de su memoria (puede que burdamente

    s GARCA GUAL, Diccionario de Mitos, Barcelona: Planeta, 1997, p. 10.o hasta qu punto lo que voy a describir se ha convertido ya en una caracterstica delama. En todo caso, yo no lo haba visto nunca tan crudamente expresado.

  • representada por la cascada). Si, como dice M. Detienne, los mitos viven en elpas de la memoria y pertenecen, segn Garca Gual, a la versin colectiva dela misma3, es obvio que esa imagen televisiva, seguramente bastante improvi-sada, nos dejaba ver la escenificacin de una parte de ese pas de la memoria, ypor el hecho de dejrnosla ver, la converta en verdaderamente colectiva.

    El mito manifiesta su presencia, como he dicho, en un espacio descentra-do. Pensar la realidad mticamente es una experiencia parecida a la de ver doble;cuando se contemplan dos imgenes superpuestas pero ligeramente desplazadas.Podramos comparar este espacio con el de las imgenes, tambin dobles, delestereoscopio, slo que en el caso del mito el resultado queda siempre ligera-mente fuera de foco y nunca alcanza la prstina tridimensionalidad que el apa-rato procura. Mito y realidad se presentan como dos imgenes complementariascuyo fin, como las del mismo estereoscopio, es producir una sensacin de relie-ve, es decir, dar una mayor densidad a la representacin de lo real, pero que, enel caso del mito, no acaban de superponerse y por lo tanto no alcanzan nuncaese relieve prometido, cuya imperfecta culminacin mantiene en auge cons-tante el deseo de su posibilidad.

    Mito y realidad forman, pues, una combinacin dual, un tndem que nopuede desvincularse, sin que los componentes pierdan sus cualidades propias.No podemos confundir, por lo tanto, este espacio con, por ejemplo, el de lalocura. Rollo May nos cuenta, en su estudio sobre el mito, las experiencias decierta esbuscaba desarrollPero es nen la plemos y lola dualidno pueddo haceUna vez desvanec

    Si bifestacintrovertidbicamerconstitudida en he dichoque cuan

    58 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    3. GARC4. Rollo5. Juian

    Hogh

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 58quizofrnica que haba desarrollado una slida cosmogona en la querefugio4, y nos hace notar, consecuentemente, el parecido que el mundoado por la paciente tena con universos mticos antiguos y modernos.ecesario darse cuenta de que el mito no puede genuinamente vivirsenitud con que lo adoptaba el personaje de Rollo May. Slo los enfer-s escpticos pueden pretender ver claro, puesto que caen de un lado dead bsica de lo real y no perciben por tanto la legtima doblez. El mitoe tener nunca una sola cara, aparece slo cuando el espacio desdobla- acto de presencia y nos obliga a instalarnos en la indeterminacin.sta desaparece, por la anulacin de cualquiera de los polos, el mito see con ella.en la esquizofrenia se ha entendido tradicionalmente como la mani- de una mente dividida, y de hecho Julian Jaynes propuso una con-a teora sobre el origen de los mitos en una pretendida cualidad

    al de la mente primitiva5, esa dualidad morbosa no es perceptual, sinotiva: los esquizofrnicos, precisamente porque su mente se halla escin-dos partes irreconciliables, son incapaces de adaptarse a la realidad: ya antes que su espacio de percepcin es antittico al del mito, puestodo realidad y fantasa se presentan a ellos al unsono, la parte ms sli-

    A GUAL, op. cit., p. 9. MAY, La necesidad del Mito, Barcelona: Paids, 1992.JAYNES, The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind, Boston:ton Mifflin Co., 1976.

  • da y operativa es precisamente la fantstica. Cuando Rheim compara magia yesquizofrenia, ya indica que si bien ambas parten de unas races comunes, susmecanismos no pueden considerarse sinnimos, puesto que las fantasas esqui-zofrnicas son un sustituto de la accin, mientras que la magia pretende seroperativa6. De ello podemos deducir que la magia s que acta en un verdade-ro espacio mtico, puesto que parte de una visin muy clara, valga la paradoja,de una realidad bsicamente desenfocada. Para la magia primitiva el mundoest encantado y, por lo tanto, todo objeto real se inserta en un orden de corres-pondencias que difuminan su percepcin al convertirla en la manifestacin devarios capas de realidad. Una planta puede ser a la vez un elemento natural,incluso catalogado cientficamente, y la representacin de determinada ener-ga csmica o espiritual, del mismo modo que, en el terreno de la ms trivialsupersticin, un gato negro es a la vez un gato y el smbolo de un vago meca-nismo universal denominado mala suerte: pero el gato no es la manifestacin puray simple de la mala suerte como lo sera para un esquizofrnico.

    Pero es necesario que estas descripciones necesariamente mecanicistas nonos hagan perder de vista la calidad claramente evanescente del espacio mti-co. El mito se manifiesta como duplicidad de lo real, pero los componentesde esta dualidad no estn ni tan alejados entre s como en la visin mgica nitan juntos como en las fantasas de la enfermedad mental. Marius Schneider,en su anos da difumin

    El py modetumbratar caerbsicamsocieda

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 59

    6. Gza7. Mar

    Mad

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 59pasionante estudio sobre el origen musical de los animales smbolos,un magnfico ejemplo de esa percepcin mtica fundamentalmenteada:

    Mientras el primitivo percibe como esencial el movimiento en las formas y elcarcter fluctuante de los fenmenos, las altas civilizaciones ponen en el primerplano el aspecto esttico de las formas y el perfil puro y estrictamente geom-trico de la forma. Consideran el movimiento dentro de una forma como unaspecto accidental de la idea pura o del signo geomtrico correspondiente.Para un primitivo un len sentado es un tringulo ardiente, una llama cuyaforma no tiene la menor rigidez y slo esboza un tringulo. Este tringuloardiente, cuyos lados varan con cada soplo del viento que los anima, es la ima-gen emocional del len y de la cualidad mstica que ste simboliza. En las altascivilizaciones esta misma cualidad se encarna primeramente en un tringulofijo, esto es, una forma geomtrica esttica7.

    rrafo anterior incide en una proverbial dicotoma entre primitivismornidad que, si bien histricamente puede tener algn sentido, acos- a empaar la comprensin de los fenmenos reales. Lo digo para evi- en la tentacin de pensar que el espacio descentrado del mito perteneceente a una comprensin pasada y primitiva del universo que nuestra

    d ha superado, sobre todo gracias al concurso del pensamiento cient-

    RHEIM, Magic and Squizophrenia, Nueva York: International Universities Press, Inc.ius SCHNEIDER, El origen de los animales-smbolos en la mitologa y la escultura antiguas,rid: Siruela, 1998.

  • fico que se habra encargado de ir desecando un terreno engorrosamente pan-tanoso. Dos ejemplos pueden servir para aclarar alegricamente este malen-tendido secular, desde dos posiciones cruciales: una en los albores de la cienciamoderna, la otra justo en el inicio de una crisis importante de la misma. Setrata de recurrir al Quijote y a la obra de James Joyce.

    Un brillante ejemplo de espacio mtico es el que percibimos los lectoresdel libro de Cervantes en el episodio de los molinos de viento convertidos engigantes a los ojos de Don Quijote. Don Quijote, enloquecido, no ve msque gigantes all donde Sancho, realista impenitente, no consigue percibir otracosa que simples molinos, pero Cervantes nos coloca a los lectores ante unas im-genes que vacilan entre uno y otro polo, puesto que si bien bsicamente debe-mos estar de acuerdo con el sensato punto de vista de Sancho, ello no impideque las formas metafricas de los gigantes se superpongan para nosotros a lade los molinos. Asimilamos, a travs de la irona, la posibilidad del error per-ceptivo de Don Quijote, porque, en ltima instancia, estamos de acuerdo conel autor en que metafricamente los molinos son gigantes que atacan al apo-lillado caballero andante en el terreno de su imaginario. Precisamente, uno delos mayores logros de Cervantes es haber creado para el lector un espacio mti-co que no anula ninguno de sus componentes: el ingenuo materialismo deSancho se convierte as, durante toda la obra, en la base del complejo prag-matismo de Don Quijote. Podr parecer que de ah en adelante el mundo per-tenecerobnubil

    Prcde un arque habcultura racin dcepcininmanenpuede sedejandoobjetividtrascendde la cunificadocubrimisu clebrDedaluscierre deEco, un

    60 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    8. Confdentr

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 60 a Sancho, pero quien conservar la clave del mismo seguir siendo elado Don Quijote. ticamente trescientos aos despus, James Joyce nos narra en el Retratotista adolescente el redescubrimiento de ese espacio mtico que parecaa ido siendo paulatinamente relegado a un segundo trmino por laoccidental. Como indica Arnzazu Usandizaga, el proceso de madu-e Stephen Dedalus que expone la novela supone pasar de una con- del mundo como trascendencia a otra que lo considera como unacia8. Un mundo trascendente, como el que propone la escolstica, nor nunca mtico, puesto que traslada el mito al ms all, a la otra parte, de esta forma libre el terreno de la realidad para la aplicacin de laad cientfica. Stephen Dedalus descubre el desatino que supone unaencia pstuma y la recobra para el presente: rompe, junto con el restoltura, la tpica lnea temporal y se instala en una circularidad de sig-s, claramente mtica. Hacia el final de la obra, y despus de este des-ento racional, Joyce le hace experimentar a su hroe, ya no adolescente,e epifana de la muchacha pjaro, experiencia a travs de la cual Stephen se coloca de nuevo ante los gigantes de Don Quijote, pero no como una poca, sino como inicio de otra en la que, segn indica Umberto objeto no se revela en virtud de una estructura suya objetiva y veri-

    erencia pronunciada en el Instituto Francs de Barcelona el 24 de febrero de 1999,o del ciclo dedicado a Hroes de Ficcin.

  • ficable, se revela slo porque se convierte en emblema de un momento inte-rior de Stephen9. Es decir, exactamente igual que en el Quijote, pero ahoracon todo el porvenir por delante. No es de extraar, pues, que la siguiente obrade James Joyce, Ulises, sea claramente la exposicin de un espacio mtico queobliga al lector a gestionar al unsono la cotidianidad de una jornada dubli-nesa y los ingentes episodios de la Odisea homrica.

    Esta vaporizacin del espacio objetivo nos ha llevado directamente a unaconstruccin mtica muy contempornea, el ciberespacio. Pero si bien esteconcepto es en s mismo un mito de la posmodernidad, no por ello expresaen todas las ocasiones un verdadero espacio mtico. Por ejemplo, el espacio dela realidad virtual, sustituto cada vez ms perfecto de la propia realidad, nopuede considerarse un escenario mtico, precisamente porque es un simulacrode aqulla, en el sentido que Baudrillard le dio a la palabra, es decir, una copiasin referente. Pero el denominado ciberespacio no agota su fenomenologa en laengaosa solidez de sus manifestaciones hiperreales, sino que abarca tambinnuestra experiencia de navegantes por las redes de Internet, cuando, sin haber-nos movido de casa, estamos tambin en otra parte: la pantalla de ordenador,slida y a la vez evanescente, se convierte entonces en un verdadero escenariomtico que tira constantemente del aqu hacia un all que nunca acaba de con-cretarse.

    Por otro lado, en estos casos nos encontramos todava ante una experienciaobjetiva, aunque en los lmites de la misma: mezclamos visin y comprensiny el resulnegativazando, cnuevas dmos otromadas cque se edos Shrentes afenomenfuturo. Eadoptadque la paconcurrecon la implicar. Cpio, en

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 61

    9. Umbe10. Howa

    Comp11. Sherr

    Nicol

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 61tado deviene un tanto borroso, si bien esta borrosidad ha dejado de ser y ha pasado a convertirse en un patrimonio necesario para seguir avan-omo en el caso de la denominada lgica borrosa, que permite abririmensiones en el campo de la inteligencia artificial. Pero considere-s usos de Internet y de la realidad virtual, por ejemplo el caso de las lla-omunidades virtuales10 o la misma virtualidad de las conversacionesstablecen entre distintos y remotos usuarios de la red. Son ya conoci-

    erry Turkle nos ha hablado de ellos11 los curiosos fenmenos refe- la identidad personal que producen estas nuevas disposiciones,ologa cuya intensidad seguramente se ir acrecentando en un prximol encuentro, en un espacio virtual, de diferentes contertulios que han

    o cada uno de ellos identidades ficticias es ya una realidad cotidianaulatina transformacin de las conversaciones simplemente textuales enncias visuales, en los que cada usuario adoptar un disfraz de acuerdoagen de s mismo que pretenda ofrecer a los dems, no har sino com-ada usuario se convertir entonces en la encarnacin de un mito pro-su propia epifana, cuya importancia, como en el caso del hroe de

    rto ECO, Las poticas de James Joyce, Barcelona: Lumen, 1993, p. 52.rd RHEINGOLD, The Virtual Community, Nueva York: Addison-Wesley Publishingany.

    y TURKLE, Life in the Screen: Identity in the Age of Internet, Londres: Weindenfel yson.

  • Joyce, no radicar en relacionarse con un hecho digno de epifanizarse, sinoque, por el contrario, resulta(r) digno de epifanizarse porque, en efecto, se haepifanizado12. El espacio mtico se desmembrar, en estos casos, en tantosespacios como componentes haya del encuentro, cada uno experimentadotanto los mitos de los dems, expresados en su apariencia y en la realidad laten-te que insinan, como su propio mito, su propia doblez de carnaval. Si elloacaba por concretarse en algn tipo de espectculo futuro, en lo que sera unapotenciacin de lo entrevisto en el programa de televisin antes citado, pode-mos aventurarnos a imaginar la complejidad de emociones que el juego de dis-fraces y la interaccin de los mltiples espacios mticos podra, en suvisualizacin, llegar a alcanzar.

    Cabe, por lo tanto, destacar otra caracterstica del espacio mtico con-temporneo: su individualizacin. El mito ha dejado de manifestarse en unespacio colectivo y se ha convertido en particular. El mito no lo modifica todocon una presencia constante e incisiva, sino que se produce en el espacio indi-vidual, incluso domstico y nunca de forma definitiva. Es un fenmeno queel escritor francs de literatura fantstica Jean Ray en su novela Malpertius (lle-vada al cine por Claude Chabrol con el ttulo de La dcada prodigiosa) pone derelieve, haciendo que, en un gesto sintomticamente secularizador, el cuerpoprincipal de la mitologa griega se convierta en una serie de personajes deaspecto muy humano que se hallan prisioneros de una extraa mansin. Losdioses definitivamente humanizados se convierten en plidas alegoras, en ecosinermes de un fulgor ya muy lejano. Gran parte de la literatura fantstica con-temporclarameinteresarrolladosfestacionindetermsin o uvisin enMachenNo habtierra, side concreal.

    Perodad, mucamente

    62 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    12. ECO,13. Toda

    Cthul14. Por ej

    dida

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 62nea se revela as mtica, en contrapartida a la ciencia-ficcin que esnte utpica y, como tal, transcendente y universal. Una de las msntes mitologas de este siglo, los llamados mitos de Cthutlhu, desa- por el escritor norteamericano H.P. Lovecraft y su entorno, son mani-es de este tipo: recnditas, personales, brumosas13. Formas de perfilesinados que surgen de un increble abismo para frecuentar una man-

    n villorrio, y que son slo percibidas por una persona que ante suloquece. Y algo parecido sucede con las narraciones del gals Arthur

    , que recurre a los dioses paganos para provocar terrores personales14.lamos de grandes invasiones de otro mundo que perturban toda lano de experiencias privadas que bordean la alucinacin, que no acabanretarse pero cuya intuida presencia desbarata tambin la solidez de lo

    este fenmeno no estara completo si no le aadiramos la posibili-chas veces cierta, de su visualizacin. El mito contemporneo es bsi- individual, pero al visualizarlo y el cine y la televisin lo hacen

    op. cit., p. 53.s estas caractersticas estn presentes en la antologa de Rafael LLOPIS, Los mitos dehu, publicada por Alianza Editorial (1969).emplo en El gran dios Pan o El pueblo blanco, ambos relatos publicados en una espln-antologa de cuentos de terror, a cargo de Rafael LLOPIS (Madrid: Taurus, 1963).

  • constantemente se convierte en colectivo. Su espacio adquiere presencia yviene a aadir complejidad a toda la situacin. Hasta ahora, la imagen tradi-cional, con su inveterado realismo, se haba mostrado incapaz de revelar la pre-sencia de este espacio mtico, su verdadero alcance, y generalmente actuaba ensu contra, diluyendo la densidad mtica en una transparencia tan ilusoria comoilusionista. De ah que la metfora visual estuviera peor considerada an quela textual. Pero las nuevas tcnicas de sntesis nos abren un amplio espectro deposibilidades en el sentido de poder visualizar los riqusimos aspectos del espa-cio mtico y devolverle su dimensin colectiva. Basta reconsiderar lo que decaJung con respecto al funcionamiento de los arquetipos en el mundo contem-porneo, cuando recordaba que lo que se transmita con ellos no eran imge-nes cerradas, sino estructuras imaginarias (formaciones parecidas a las queanalizaba Saxl en sus estudios sobre la vida de las imgenes), para darse cuen-ta de cunto pueden otorgarnos la nuevas tecnologas en el momento en quedejen de ser un simple juguete en manos de los ingenieros. Jung se refera, porejemplo, a la representacin de un moderno choque de trenes como a unanueva faceta de la mtica lucha entre el caballero y el dragn (que, a su vez,supongoemocionvisual cofestara plas grandtico quegestionarcondicioalucinactramitarcolectivoticulares.co, perosino pongenuina.

    Vale la pque, ledcin o mal intentevanescepalabras,cio mticsiempre el ser huy del logo

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 63

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 63 que no sera ms que la versin tardomedieval de bsicos episodiosales de anterior formacin). Es una lectura que toda la epistemologantempornea no tan slo ignora, sino que, de no hacerlo, se mani-rcticamente incapaz de representar. Y sin embargo es evidente quees catstrofes, sin ir ms lejos, siempre han tenido un impacto medi-

    indicaba su importante potencial mtico, aqul que se acostumbra a torpemente o incluso con deshonestidad. No es extrao que en estasnes el mito se recoja en el individuo; que bordee el malestar de unain: ello no representa otra cosa que la incapacidad institucional por esas emociones, por desplegar su verdadera energa en un espacio que sea capaz de dar autntica dimensin social a las emociones par- Queda pendiente, pues, ese trabajo de visualizacin del espacio mti- no mediante una lectura superficialmente espectacular del mismo,iendo de relieve la ambigedad que, como he dicho, le resulta tan

    II

    ena dedicar ahora unas lneas al carcter epistemolgico del mito, yao lo anterior desde el punto de vista de las ciencias de la comunica-s ampliamente de las ciencias sociales, se podran poner objecioneso de introducir en cualquier objeto de investigacin estas nuevas yntes complejidades que no parecen conducir a ninguna parte. En pocas por qu emborronar la visin de lo real con la introduccin del espa-o? A esta genuina inquietud habra que responder que el mito ha sidoun sistema de explicacin de la realidad. En palabras de Llus Duch,mano se expresa a la vez, y de forma indiscernible, a travs del mythoss, de la imagen y del concepto, de procesos imaginativos y procesos abs-

  • tractos15. Es decir que no hay una contraposicin entre el espacio mtico y elespacio lgico, sino que ambos se entrelazan (lo han hecho durante milenios)para configurar una sola realidad multifactica. Y ello es necesario tenerlomucho ms en cuenta precisamente ahora en que la imagen parece venir a sus-tituir al concepto en la gestin del conocimiento, para no caer en la tentacinrevanchista de anular el logos mitificndolo:

    Aquello que expresamos a travs del mito permanece en el mutismo, en lainexistencia, cuando se pretende otorgarle un lenguaje lgico. Y, de formaequivalente, la propensin a la mitificacin del logos conduce a toda suerte deaberraciones y pseudodeificaciones. Es estos casos, se elimina del logos aque-llo que lo constituye como tal: la posibilidad de criticar y de criticarse, el man-tenimiento en la cuerda floja entre hiptesis a verificar y hiptesisverificadas16.

    Anular la parte imaginaria de los fenmenos reales ya no parece seguir sien-do posible en una sociedad que basa gran parte de su funcionamiento preci-samente en la gestin de los imaginarios. Parece, por lo tanto, ingenuo suponerque es posible reducir nuestra capacidad de comprensin de los fenmenosque suscitan las nuevas tecnologas a los resultados de un anlisis estricto ysuperficialmente empirista de las mismas, en la que cada uno de los elementosque entrcin corpues, conativa irde mayohumanapor la ciciencia subjetivosus invessidad.

    Parameno mlas caracsidad desociedadglobalizaDndemeno y sociales?fotograf

    64 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    15. Llus 16. DUCH

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 64an en escena permanezca convenientemente aislado y cuya investiga-ra a cargo del especialista correspondiente. El mito se nos presenta,mo una alternativa a este ciego mecanicismo, pero no como una alter-racional, sino como un necesario crecimiento de la razn hacia regionesr complejidad. El espacio del mito es el lugar donde la subjetividad entra en relacin con los fenmenos objetivos estudiados hasta ahoraencia, no para anularlos sino para enriquecerlos. La tarea bsica de laya no reside, de ahora en adelante, en rechazar y anular este espacio, como ha venido haciendo hasta el momento, sino en incorporarlo atigaciones, en desarrollar un mtodo capaz de gestionar su bsica diver-

    aclarar este punto quiero poner de relieve la existencia de un fen-uy actual que a la vez que supone una extraordinaria plasmacin detersticas del espacio mtico contemporneo, pone de relieve la nece- recurrir al mismo para poder comprender la fenomenologa de la actual y del individuo que la compone. Me refiero a la denominadacin, que, desde la economa, se expande al resto de sectores sociales.

    se encuentra objetivamente este espacio global al que se refiere el fen-en el que se producen gran cantidad de los nuevos acontecimientos Debemos recurrir para su comprensin a, pongamos por caso, lasas de la esfera terrestre que nos remiten los satlites artificiales que

    DUCH, Mite i Cultura, Barcelona: Publicacions de lAbadia de Montserrat, 1995, p. 5., op. cit., p. 8.

  • dan vueltas alrededor de la misma? Un mtodo ingenuamente empirista nopodra hacer otra cosa que constatar la presencia de una serie de fenmenosglobales (econmicos, polticos, sociales), cuya manifestacin se superpondravagamente a los espacios objetivos considerados como los nicamente reales, ydejara para el terreno de la imaginacin, es decir, para el arte, la plasmacin decuantas variaciones fueran necesarias sobre el tema del globo terrqueo vistodesde el espacio. Pero un mtodo de este tipo no garantiza la deteccin deaquellos fenmenos verdaderamente relevantes, sino que constituye una can-sina investigacin sobre lo ya sabido, pretendiendo que las nuevas vestimen-tas bajo las que se presentan los personajes del drama no constituyen la sealde una nueva personalidad, de una nueva fenomenologa, sino que se tratasimplemente de una veleidad insignificante y pasajera de los antiguos intr-pretes. Y sin embargo, entre los muchos cambios que se estn produciendo anuestro alrededor bajo la gida de la globalizacin, hay uno que es realmentecrucial, puesto que afecta a nuestra comprensin de la realidad de manera deci-siva. La posibilidad que tenamos de extender nuestra visin individual y localde la realidad a prcticamente el resto del universo, una caracterstica del espa-cio absolla relativespacio dclaramendonde flpaas mespacio lrarlo parlidad se ha la otramomentjados losuno de ea la vez de una fcualidadforma in

    El podesde el jetiva, pepretenddro, sin en el otrpenetrarnante, ecorporacest en nespacio m

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 65

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 65uto newtoniano, ya no es posible, y no nicamente porque la teora deidad de Einstein hubiera, hace casi un siglo, expresado la quiebra de une este tipo, sino porque nuestra propia realidad social lo impide ahorate. El espacio global, donde se proyectan las grandes decisiones, por

    uctan los intercambios econmicos, ese espacio de las grandes com-ultinacionales, no tiene la misma textura ni la misma entidad que elocal que nos rodea cotidianamente. Y sin embargo no podemos igno-a la correcta comprensin de la visibilidad circundante. Nuestra rea-ace compleja precisamente porque para entenderla necesitamos recurrir realidad global que slo podemos imaginar, pero as como, en suo, tanto el escolasticismo como la ciencia permitieron mantener ale- dos mundos y posibilitaron que se pudiera dedicar la atencin a cadallos por separado, ahora esta operacin ha dejado de ser posible. Somosindividuos instalados en una realidad concreta y visible y elementosenomenologa global cuyas variaciones modifican constantemente lases inmediatas de nuestro entorno, aunque ello no se manifieste demediata.der epistemolgico de la visin, caracterstico de la ideologa burguesa

    Renacimiento, se escinde ahora en dos partes, una objetiva y la otra sub-ro ambas igualmente reales. Las lneas de la perspectiva pictrica quean lanzar la mirada del observador hasta el horizonte ltimo del cua-alterar para nada su capacidad, se quiebran actualmente al penetraro lado de la realidad, el imaginario, como la propia luz se refracta al en un medio distinto. La existencia de un espacio global determi-se espacio en el que existen como poderosas estructuras las grandesiones internacionales cuyo centro, parafraseando a Nicols de Cusa, noinguna parte mientras que su superficie lo est en todas, introduce eltico en la realidad contempornea. Hace que el espacio real se escin-

  • da y su solidez se desvanezca por la referencia constante que debe hacerse parasu correcta comprensin al otro espacio decisivo. Pero este universo mtico, apesar de su caracterstica global, no se manifiesta al unsono, sino que lo hacecomo respuesta a cada interrogacin individual. El espacio global, paradjica-mente, no existe como globalidad, porque no hay una plataforma externa almismo que nos permita observarlo. Pero existe, en cambio, como mito de unaglobalidad que se encarga de explicar nuestras circunstancias concretas, sincuyo recurso caeran en el absurdo. La creencia en la existencia fsica de unespacio total de caractersticas parecidas al espacio individual constituiraun pecado de idealismo, por el contrario la constatacin de esa complejidadglobal del espacio privado, esa doblez mtica del mismo, constituye el caminode un necesario realismo que el mtodo cientfico tradicional debe adoptarcon urgencia, sobre todo en el campo de las ciencias sociales, si quiere seguirmanteniendo su hegemona en la comprensin de lo real.

    III

    Sera, sipositivotra percoperaciplicndoel espacmenos: inusitadun simupias, cuypodra acon el ote aparela volunsamientde un femismo.

    Cuatcnica ralmentcomprencharse psin del actualmmenolodotarla miento lmediant

    66 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 66n embargo, un error considerar que todos los aspectos del mito sons, ignorando as que de la misma forma que es posible enriquecer nues-epcin de lo real hacindola compleja, tambin puede efectuarse lan antittica de perturbar la correcta comprensin de la realidad com-la mediante construcciones ilusorias. En el primer caso se aprovecha

    io genuino del mito para ampliar nuestro conocimiento de los fen-dejamos aparecer el componente mtico para que alumbre aspectosos del mundo; en el segundo caso, no se hace otra cosa que establecerlacro de espacio mtico que lleva el fenmeno hacia regiones impro-os ropajes visten espuriamente una realidad que no les corresponde. Sergir que en una situacin el mito es antiguo y est consolidado, formabjeto un conjunto indisoluble, mientras que en la otra est justamen-ciendo y de ah su artificialidad. Pero hay una diferencia que reside entad fraudulenta e interesadamente mitificadora de determinado pen-o contemporneo al que no le incumbe tanto ampliar la significacinnmeno especfico como sacar partido de un decidido ofuscamiento del

    ndo la creacin del mito es verdadera, no precisa ninguna operacinpara producirse: algunos fenmenos son mticos porque nacen natu-e sobredimensionados, con un espectro demasiado amplio para serdidos mediante reduccionismos. Otros, por el contrario, deben hin-

    ara llegar a ser un simulacro de lo real. Es precisamente en esta dimen-simulacro donde reside el ilegtimo proceso mitificador que se produceente en muchos medios de comunicacin. Ante la vacuidad de la feno-ga que gestionan, recurren a llevarla a un falso espacio mtico parade una aparente trascendencia. El ejemplo ms claro de este procedi-o tenemos en el mundo del deporte, especialmente en el ftbol, donde,e un forzado recurso a las estadsticas, se construye un aparente universo

  • mtico que carece de verdaderas cualidades. No estoy hablando de la genuinamitologa que se produce espontneamente alrededor de determinados clubeso jugadores que por sus propias caractersticas se convierten en emblemticos,sino de los castillos en el aire que levantan los comentaristas en un claro desa-fo a la racionalidad y con la coartada de unas matemticas de pacotilla. As,cuando se empecinan en hablar de determinado equipo como si el tiempo yel espacio no existieran, y nos describen gestas o tropiezos que se superponena los cambios histricos, o hacen cbalas sobre estadsticas goleadoras que seremontan a la prehistoria del club como si a ste le poseyera una personalidadinmutable y eterna, situada por encima de las personas que forman su reali-dad concreta en cada momento. Mediante tales mecanismos, se mueven enun mundo falsamente mtico en el que las entidades, en este caso deportivas,existen por encima de las cambiantes realidades. Ignorando las circunstanciasde cada temporada, hacen que sean los clubes mitificados y no los jugadores con-cretos y el azar de cada contienda los que libran batallas que as parecen ances-trales. De esta manera, las coordenadas de cada lance se desplazan desde suencrucijada espacio-temporal especfica hacia una regin pseudomtica en laque se enfrentan esencias que, como lo hroes mticos, parecen venir luchandodesde el principio de los tiempos. Pero no se trata de mitos verdaderos, sinode formas artificiales de los mismos que carecen de densidad y, por lo tanto, dedimensiones cognitivas y de riqueza emocional. Lo que por el contrario hacenes encerrar a su pblico en una crcel ciega y angustiante que empequeece eluniverso de sus experiencias.

    Esta operacin, tan claramente manifiesta en el terreno deportivo, no seagota, sin embargo, en esos lmites que podran considerarse inocentes, si nofuera podadero fundampara funsu manmetodomitolog

    La rcador qutiliz phan mumoneda

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 67

    17. Karl niola que lderrude la

    18. Mad

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 67rque determinan el alcance de un gran nmero de vivencias. El ver-calado de la misma aparece, por el contrario, en una de las tcnicasentales de esta mitologa apcrifa: se trata del recurso a las estadsticasdamentar sus procesos. La novedad y el escndalo del fenmeno en

    ifestacin contempornea reside precisamente en esta apelacin a laloga cientfica como recurso bsico para levantar y sostener las falsasas que con tanta eficacia agotan el imaginario de nuestra sociedad. az inductiva de la tcnica estadstica contiene un componente mitifi-ue Popper ya se encarg de poner en evidencia17 y que Tom Stoppardara el brillante arranque de su obra teatral Rosencrantz y Guildenstern

    erto18, en el que uno de estos personajes observa con asombro como la que lanza continuamente al aire no deja de caer de cara, contrarian-

    R. POPPER, Conocimiento objetivo, Madrid: Tecnos, 1992: Primero en animales ys y luego en adultos observ la necesidad inmediatamente poderosa de regularidadesnecesidad que les hace buscar regularidades, que les hace verlas incluso donde no las hay,es hace aferrarse dogmticamente a sus expectativas, y que los hace desgraciados si semban ciertas regularidades supuestas, pudiendo llevarlos a la desesperacin y al borde

    locura (p. 34). rid: Edicusa, 1969.

  • do todas las leyes estadsticas establecidas. El abuso estadstico constituye unamitomana que no radica en la operacin probabilstica, perfectamente genui-na, que supone esa tcnica, sino en las expectativas que el proceso crea y que aca-ban por superponerse a la consciencia de sus limitaciones, porque una cosa esponderar las probabilidades que tiene un fenmeno de ser verdad y otra muydistinta dictaminar la verdad absoluta de las probabilidades. Se empieza jugan-do con los nmeros para gestionar determinadas expectativas y se termina con-fiando en los avatares de la ms esotrica de las numerologas. Finalmente, sepasa al abuso intencionado de ese procedimiento, con cuyo recurso se suplencarencias racionales y encima se saca provecho del embrollo, como en el casode los tan socorridos sondeos de opinin o de los no menos apurados ndi-ces de audiencia que algunos programadores pretenden equiparar al ms ace-rado proceso democrtico. En todos estos casos, se nos quiere hacer creer queconocemos la realidad, cuando lo nico que vislumbramos es el plido reflejode un aspecto falsamente mitificado de la misma. La popularizacin de la esta-dstica o la estadstica pop, como podramos llamarla es la argamasa quepretende dar cuerpo a un espacio mtico que no se tiene en pie. Precisamentede esta rida precariedad de la falsificacin mtica deben extraerse conclusionessobre la validez del verdadero espacio mtico, puesto que ste retiene sus cua-lidades a pesar de que lo que se acta en el mismo carezca de ellas. El inglsWilliam Playfair, reputado inventor de las grficas estadsticas a caballo entrelos siglodo propy contenabstractenglobaformas lidad derica insuen primsituacisin a laoperacique sea pre accetersticapor el amuchosConstitaparentfondo lo

    68 Anlisi 24, 2000 Josep M. Catal Domnech

    19. Alain69, C

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 68s XVIII y XIX, ya intuy la formalizacin positiva de este espacio cuan-uso una visualizacin de los datos mediante la dotacin de una formaido a un gran nmero de ideas separadas que permaneceran, sin ello,

    as y sin nexos19. Las grficas iban a hacer visible el espacio mtico queba hechos y datos aparentemente sin relacin entre s. Pero lo que esasponan precisamente de relieve era la existencia de esa relacin, la rea- un espacio comn que permaneca soterrado tras una apariencia emp-ficiente. Con la invencin de las grficas estadsticas, Playfair pona

    er trmino la forma del escenario y dejaba detrs, en estado latente, enn mtica, los datos, las cifras, los hechos que daban una doble dimen- alegora que los estaba dotando de espacialidad. Por medio de estan, la forma de los fenmenos, por muy abstracta o fantasmagrica

    (las grficas pueden adoptar aspectos muy diversos), permanece siem-sible a la racionalidad, pero la profundidad del espacio mtico, su carac- difusa, persiste, porque la nitidez del primer trmino se ve difuminadacervo de datos que lo fundamenta, un conjunto indiscriminado que han confundido a menudo con la verdadera esencia de lo real.

    uye un recurso muy distinto al de enmascarar con profusin de datosemente desnudos la existencia de los inadvertidos ropajes que desde els atavian, es decir, una maniobra contrapuesta a la de situar ex profe-

    DESROSIERES, Classer et Mesurer: Les deux faces de largument statistique, Rseaux,NET, 1995.

  • so fuera del alcance de la razn las formas que gobiernan la trama estadstica,con la excusa de su pertenencia a una mitologa incontrolable20. Una cosa esdifuminar las afiladas aristas de un realismo excesivamente rgido, para darpaso a los componentes complejos de la realidad, y la otra llenar de humo el esce-nario para que no se note el vaco que lo puebla.

    El conocimiento y estudio del espacio mtico, tanto en su vertiente posi-tiva como negativa, se revela pues como una herramienta fundamental paraafrontar los retos de la compleja realidad contempornea. Con ello, los meca-nismos mticos, antao tildados con frecuencia y sin ningn matiz de oscu-rantistas, regresan ahora convenientemente pertrechados para romper las cadenasdel reduccionismo y la simplificacin que tan inmovilizada mantienen la meto-dologa cientfica, especialmente en el campo de las ciencias sociales.

    Josep M. Catal Domnech s doctor en Comunicacin Audiovisual por la UniversitatAutnoma de Barcelona. Licenciado en Historia Moderna y Contempornea por la Univer-sitat de Barcelona. Master of Arts on Film por la San Francisco State University de California.Ha sido profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicacin de la Universidad Autnomade Guadalajara, Mxico, e instructor del Departamento de Cine de San Francisco StateUniversity. Ha ejercido de realizador en diversos canales de televisin nacionales y extran-jeros. Premio Fundesco por La violacin de la mirada y Premio de ensayo de la ciudad deIrn por Elogio de la paranoia. Actualmente es profesor en la Facultat de Cincies de laComunicaci de la Universitat Autnoma de Barcelona.

    La mirada difusa Anlisi 24, 2000 69

    20. En ontic

    Anlisi 24 055-069 7/4/00 10:52 Pgina 69tro lugar (La violacin de la mirada, Madrid: Fundesco, 1993) denomin espacio hip-o a este uso perverso del espacio mtico, precisamente por lo que tiene de engaoso.

    La mirada difusa: formaciones y deformacionesdel espacio mtico contemporneoIIIIII