la evoluciÓn del traje escolar

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LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR A LO LARGO DE LA HISTORIA: Desde el inicio de las universidades hasta 1835, año en que se decretó su desaparición. Ponencia al Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar La Serena, Chile. Enero de 2004 DEDICATORIA: Al gran maestro e investigador del mundo estudiantil, amigo y padrino en la Tuna de Medicina de Córdoba, Rafael Asencio "Chencho" A mi hermano mexicano, Roberto Ibarra "Bobby" A mi pardilla favorita, Julia "La Movida", de la Estudiantina La Aurora de San Bernardo, Chile. A los novatos y novatas, pardillos y pardillas, porque de ellos es el futuro y la esperanza de continuidad de la Tuna. Y a todos los hermanos tunos que pudiendo estar acompañados de una belleza chilena, con un buen pisco en la mano y gozando de la playa, han hecho un esfuerzo y se han acercado a escuchar esta conferencia. ENRIQUE PÉREZ PENEDO Investigador y Director del Gabinete de Imagen y Comunicación Gráfica de la Universidad de Alicante, España. A modo de introducción, digamos que existe un general

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Ponencia: Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar La Serena, Chile. Enero de 2004 .ENRIQUE PEREZ PENEDO

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Page 1: LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR

 

LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR

A LO LARGO DE LA HISTORIA:

Desde el inicio de las universidades hasta 1835, año en que se decretó su desaparición.

Ponencia al Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar

La Serena, Chile. Enero de 2004

 

 

DEDICATORIA:Al gran maestro e investigador del mundo estudiantil, amigo y

padrino en la Tuna de Medicina de Córdoba, Rafael Asencio "Chencho"

A mi hermano mexicano, Roberto Ibarra "Bobby"A mi pardilla favorita, Julia "La Movida", de la Estudiantina La

Aurora de San Bernardo, Chile.A los novatos y novatas, pardillos y pardillas, porque de ellos es el

futuro y la esperanza de continuidad de la Tuna.Y a todos los hermanos tunos que pudiendo estar acompañados de

una belleza chilena, con un buen pisco en la mano y gozando de la playa,

 han hecho un esfuerzo y se han acercado a escuchar esta conferencia.

ENRIQUE PÉREZ

PENEDO

Investigador y Director del

Gabinete de

Imagen y Comunicación

Gráfica de la

Universidad de Alicante,

España.

  A modo de introducción, digamos que existe un general desconocimiento

dentro del colectivo estudiantil (tunas y estudiantinas) sobre la procedencia de las

vestimentas que tan orgullosamente portamos

¿Cuál es el origen del traje de tuno?, ¿De qué siglo data?, ¿Qué prendas

–si es que las hay– se han conservado fielmente con el paso del tiempo?,

¿Vestían así los estudiantes de las viejas universidades españolas o todo es

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producto del márketing, cuando no existía aún ese concepto, de un grupo musical

que en un momento determinado supo vender una imagen y sin habérselo

planteado acabó creando escuela?. Hoy haremos un breve recorrido por la

historia del traje escolar desde el inicio de la universidades hasta el decreto de su

desaparición en 1835, y lo iremos acompañando con imágenes para hacerlo más

comprensible.

La primera pregunta que surge es, ¿por qué diferenciar a los estudiantes

del resto de la población?, ¿qué necesidad había de un traje escolar?. Y la

respuesta es muy sencilla. En una sociedad poco instruida como la del medioevo

el recurso de identificar ciertas galas exteriores con una concreta corporación era

frecuente pues facilitaba grandemente, sin necesidad de indagación alguna, el

reconocimiento como perteneciente a dicho grupo por parte de las personas

ajenas al mismo.

No existía un modelo típico de atuendo estudiantil (salvo en el caso de los

colegiales en el que las Constituciones regulan la forma en el vestir de los

alumnos), sino más exactamente prohibiciones expresas acerca de materiales,

telas, colores y ornatos que no debían formar parte del mismo, al no ser acordes

con la austeridad monacal que desde sus comienzos presidía los Estudios.

Un ejemplo de estas prohibiciones lo tenemos en los Estatutos de la

Universidad de Orihuela. En ellos se dedica un escueto capítulo a la presencia

de los estudiantes en la universidad, pero con un título harto significativo:

"Prohibiciones a estudiantes".

En él se contenían toda una serie de tópicos repetidos en otras

universidades y que iban encaminados a erradicar una serie de males comunes

en la masa estudiantil durante los siglos XVII y XVIII. Entre estos tópicos, junto a

la prohibición de portar armas, de provocar peleas, de participar en juegos de

azar o la prohibición de asistir a representación de comedias en horas y días de

clase, figuraba la de "prohibición de vestir prendas de color".

El origen eclesiástico de las primeras escuelas influyó en el uso de una

serie de prendas semejantes a las de los religiosos. Estas ropas eran la loba, el

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manteo y el bonete.

Rezaba una copla popular:

El tuno es igual que el cura

        en lo negro del color,

        mas ante hermosas mujeres,

          no, no ¡y no!.

Su uso era obligatorio, pues, cuando el estudiante nuevo llegaba a la

Universidad era examinado sobre sus vestimentas, antes de matricularse por el

cancelario, quien mostraba su conformidad extendiendo un boleto que decía “Va

arreglado en el traje”. Una vez admitido el escolar se cuidaba de no lavarlo, pues

“El desaseo y deterioro de este traje era una de las galas del estudiante

veterano.”

             

Vemos en primer lugar las puertas de estanterías de manuscritos e

incunables de la Universidad de Salamanca, pintadas por Martín de Cervera en

1614.

(der.) Nos fijamos en este detalle (puerta izquieda). Es una escena de

clase.

       La pintura representa el ambiente de una clase del antiguo Estudio

salmantino y la diversa indumentaria de los estudiantes, seglares en su mayoría a

pesar de sus apariencias. Diversidad en la indumentaria estudiantil que se aprecia

en los distintos colores de las lobas. Vemos negras, pardas. Diversos tipos de

tocados, chambergos, bonetes, y distintos colores de hábitos según la orden

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religiosa del alumno.

En la Universidad de Valladolid, los Estatutos del siglo XVI, bajo un

epígrafe denominado «de la honestidad de los estudiantes» (art. 30), indicaban

cuáles debían ser las vestiduras propias para sus escolares: «...que los

estudiantes desta Universidad, anden honestos en su vestir y traje. Y que ninguno

pueda traer ropa de seda, o cosa guarnecida con ella, ni gorra, ni capa, ni

sombrero de seda, ni lana. Sino loba o manteo, y bonete castellano. Ni trayga

sombrero grande sobre el bonete por las escuelas, ni entre en los Generales con

ellos. Ni trayga muslos de seda, ni acuchillados, ni camisas labradas con oro o

seda» 

El artículo de los Estatutos era, como hemos visto, una llamada a la austeridad pero sin embargo no olvidaba la existencia de universitarios llamados pobres. Para estos decía «...permitimos que los estudiantes muy pobres y los que sirvieren, con licencia del Rector puedan traer caperuça o gorra o capa, y no de otra manera».

El traje, así descrito por los Estatutos, se denominaba de manera genérica

hábito.

Examinemos ahora cada una de sus partes.

La loba consistía en un alzacuellos que se ceñía en la zona del pescuezo y después

se ensanchaba hasta los hombros, para caer desde estos hasta los pies. Esta pieza tenía una

abertura delante y la parte superior, y dos en los laterales que les permitían sacar los

brazos. Estaba confeccionada de  paño y de amplio vuelo, aunque luego se recogió hasta la

pantorrilla.

  

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  (Izq.) Talla en madera conservada en el Rectorado de la Universidad de

Salamanca. Representa a un estudiante colegial.  Porta una loba larga hasta los

pies, y se puede observar con mucha claridad los amplios cortes laterales para

sacar los brazos. La vestimenta es tremendamente austera, como mandaban los

cánones, y si no fuera por la beca podríamos pensar que se trata de un miembro

de alguna comunidad religiosa.

Representación de un estudiante en una cerámica valenciana del siglo

XVIII. Observamos que el acortamiento de la loba es evidente

Antiguamente la loba se completaba con el capirote, que se unía a ella

para resguardar cuello y testuz de las inclemencias meteorológicas; esta prenda

fue reservándose paulatinamente para los maestros y reduciéndose hasta

degenerar en la actual muceta que usan los doctores en los actos universitarios

solemnes.

(1) Doctor en Derecho, pintado por Zurbarán, y que representa fielmente

la vestidura académica española del siglo XVII.

(2) Viste loba, predecesora de la actual toga, de corte talar y las

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grandes aberturas laterales.

(3) Observamos ahora el capirote. Si bien esta fue una prenda que

nació con un uso funcional determinado, con el tiempo pasó al terreno de los

símbolos del mundo académico y se convirtió en una distinción de la misión de

enseñar. Su parecido con la actual muceta ya es evidente.

(4) El bonete, cubierto por una gran borla, y que con el paso del tiempo

se convertirá en el birrete que aún se emplea en los actos académicos solemnes.

Un detalle interesante es que bonete y capirote son de diferente color.

Esto en un principio fue así; pero en 1859 se decreta que ambos deberán ser del

color del capirote, que a su vez será del color de los estudios que representa. El

color negro se reserva para uso exclusivo del Rector.

                Los estudiantes se tocaban con el bonete.  Éste era un gorro que,

como el resto de sus vestiduras, no les era privativo, sino que se identificaba

también con el de los eclesiásticos aunque su forma no fuese idéntica. Los

graduados y colegiales, y por extensión todos los escolares, tendían a llevar

bonete de cuatro picos en las cuatro esquinas, que en vez de subir como en el

de los clérigos salían hacia afuera. El adorno para cubrir su cabeza se hizo una

seña de identidad de este cuerpo, hasta el extremo de que el refranero lo utilizaba

como sinónimo de letras y de hombres letrados. Así, por ejemplo, se decía:

«bonete y almete hacen casas de copete», para apostar por las letras y las

armas como las dos vías de promoción social de la Edad Moderna.

 

       En este fragmento de las puertas de Martín de Cervera, pueden apreciarse con toda

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claridad los bonetes con sus punta apuntando hacia fuera.

           Covarrubias nos define el bonete como “cierta cobertura de cabeza [...]

de cuatro esquinas que encima forma cruz”. Sobre él ponían los doctores la

borla, conjunto de hebras rematadas en un botón, como insignia de su grado

académico. La borla era del color que la simbología asignaba a cada rama de la

ciencia (colores que hoy, además, se emplean en las becas, prenda de la cual

hablaremos posteriormente); así, amarillo para medicina, rojo para derecho,

blanco para teología, etc

Ilustración que sirvió de cabecera a un entremés de Miguel de

Cervantes, "La elección de los Alcaldes de Daganzo", y donde podemos apreciar

el manteo de un estudiante luciendo un bonete.

La prenda de abrigo por excelencia era el manteo. De esta palabra derivó

el apelativo manteísta, con el que se conocía a la generalidad de los estudiantes

para diferenciarlos de los que tenían beca en los colegios. Consistía en una capa

de tela gruesa, "de paño veintidoseno de Segovia", aseguraba Vicente Martínez

Espinel en su Vida del Escudero Marcos Obregón, que llegaba hasta el cuello y

que carecía de esclavina, por lo que se anudaba gracias a dos cordones que

colgaban de un cintillo que fileteaba su extremo y en el que los escolares

prendían las cintas de los corpiños de sus amantes. Ya en La Razón de

Amor, poema de principios del siglo XIII, un escolar recibe una cinta de su amada

en prenda de amor:

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"Ela conocio mi cinta man a mano – qu´ela ficiera con la su mano".

Este puede ser el precedente más antiguo del que se tiene conocimiento

de la costumbre estudiantil de prender en las capas las cintas de los amores o

seres queridos.

El manteo se remataba con una franja de paño picado con la que solía

adornarse su parte inferior, y que recibía por nombre "tirana". Por tirana se

entiende también un tipo de canción popular española, lo que puede hacer pensar

en su origen estudiantil.

Precioso dibujo de  Méndez  Bringa (1916) mostrándonos a un

estudiante seguramente haciendo el camino de vuelta a casa en época

vacacional, con su loba, manteo, bicornio y su guitarra para ganarse el sustento.

 

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Diversas representaciones de estudiantes procedentes de romances en

pliego de cordel. En todos ellos, el estudiante aparece indefectiblemente, como

mínimo. con su manteo y su chambergo.

Loba, manteo y bonete debían ser de unas calidades de tela determinadas,

excluyendo las sedas, pero nada se dice del color en que debían de confeccionarse. En

principio, dado el carácter expresado en la normativa y la insistencia en la honestidad, es

posible considerar que debía excluirse todo colorido en los hábitos. Sin embargo, no

hemos de estimar que el color era negro, como tampoco lo eran todas las vestiduras

eclesiásticas. Los escolares podían introducir alguna variedad pero se debía eliminar, sobre

todo, en los lutos reales, cuando de una manera especial se pedía a todo el gremio

universitario que se esforzara por ajustarse a un patrón respetuoso.

En general, podemos considerar a priori que los universitarios llevaron con gusto

su atuendo. Sin embargo, y sin que falten ejemplos de la adaptación e identificación de

profesión e indumentaria, también han trascendido muchos testimonios de oposición a

tales atavíos.

Las razones del rechazo a los manteos son sin duda varias. En primer lugar no

podemos olvidar que los hábitos identifican, pero también igualan. Los estudiantes, élite

cultural, no presentaban la misma homogeneidad en el ámbito económico. Sus

posibilidades eran muy diferentes, oscilando entre los escolares pobres que vivían de su

trabajo o de su picaresca y los que llegaban con los bolsillos bien repletos y estaban

respaldados por las fortunas de sus padres. Los había hidalgos y plebeyos, pero si

respetaban tajantemente las normas no presentaban en apariencia ninguna diferencia.

En este sentido, la posibilidad de igualar que tenía el hábito podía ocasionar una

doble respuesta. Por una parte, gracias a él, algunos jóvenes podían ocultar su humilde

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origen; si bien para algunos las limitaciones económicas eran tantas que los viejos paños

de sus lobas no escondían nada. Pero, por otra, no faltaban varones a quienes el hábito les

impedía lucir sus mejores galas, con las que podían demostrar el lugar que ocupaban en la

estratificación jerárquica de la sociedad. Los primeros podrían pretender una ascensión

social a través del vestido; los segundos la rechazan porque no aportaba nada relevante a

su ser social.

Retrato de un estudiante posando en ropa estudiantil. Se trata del

estudiante Cabrera. Vestimenta austera, bicornio, y manteo terciado. Forma típica

de lucir dicha prenda por el colectivo estudiantil.

Esto por lo que respecta a los hábitos de San Pedro, que en lo referente a

los demás que usaban los estudiantes no existía un patrón fijo, sino que se

sometían a los vaivenes de la moda, que influiría incluso en las tres prendas

eclesiásticas.

Ejemplo de lo anterior es la adopción por parte de los estudiantes del

sombrero gacho o chambergo, y que el diccionario de la Real Academia de la

Lengua Española define como “sombrero de copa más o menos acampanada y

de ala ancha levantada por un lado y sujeta con presilla, el cual solía adornarse

con plumas y cintillos y también con una cinta que, rodeando la base de la copa,

caía por detrás”. Mas los escolares no colgaban de la presilla plumas o cintillos,

sino la cuchara necesaria para tomar la sopa de los conventos, por lo que se les

conocía con el nombre de sopistas o caldistas.

Page 11: LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR

                    

 

(Izq.) De nuevo volvemos al cuadro de Martín de Cervera, y

observamos los distintos tipos de sombreros con que se tocaban los estudiantes.

Así junto al bonete, vemos un chambergo en forma acampanada.

(Der.) Y otro chambergo que empieza a tomar ya cierta forma,

dejando caer un ala y ligeramente levantando la otra. Ésta con el tiempo se fijaría

con una presilla o en el caso de los sopistas con una cuchara.

                                          

(Izq.) Nuevo grabado de época. Cada vez la deformación del

chambergo es mayor y el pliegue del ala más evidente.

(Der.) Aquí el estudiante luce su cuchara en el bicornio. Por otra parte

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y tal y como comentábamos antes, lo raído de sus vestimentas no pueden ocultar

su evidente pobreza. Por esa razón, aunque los estudiantes tuvieran una

uniformidad a la hora del vestir, la calidad de sus paños y su estado de

conservación decían mucho de su linaje o estrato social.

El barón Charles Davillier y Gustave Doré, en su libro "Viaje por España",

recogen, entre otras,  las siguientes coplas populares:

Las armas del estudiante

Yo te diré cuáles son:

La sotana y el manteo,

La cuchara y el perol.

Desde  que soy estudiante,

Desde que llevo manteo,

No he comido más que sopas

Con suelas de zapatero

Chambergo y manteo sufrirían una nueva modificación a consecuencia

del bando provocador del conocido como Motín de Esquilache (1766), que

ordenaba apuntar sombreros y recortar capas para evitar que los portadores de

tales prendas llevaran armas y ocultaran su rostro.

Los estudiantes levantaron las dos mitades de las alas del chambergo por

encima de la copa y las sujetaron con la presilla, dando lugar al sombrero de

medio queso o tricornio, llamado así por su característica forma triangular; pero

no recortaron los manteos como recomendaba el decreto, tan sólo aumentaron el

tamaño de los cordones que fileteaban su cuello atándolos sobre el pecho tras

pasarlos por bajo de las axilas, con lo que se podía comprobar que iban

desarmados. El tricornio, con los años fue perdiendo su acentuada forma

triangular y terminó denominándose "bicornio"

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"Una broma picante", ilustración de Emilio Sala (1902).

 

         Aquí nos encontramos con un estudiante con su tricornio absolutamente

ladeado, era la forma habitual de llevarlo, y la  cuchara de palo prendida en él.

Poco a poco fue decayendo la sotana por dos razones fundamentalmente,

la progresiva independencia de los estudios de su origen eclesiástico, y la

generalización de los “trajes de gentes”, mucho más cómodos que la prenda

talar.

Los escolares ricos comenzaron a vestir en corto para viajar y andar de

noche por las villas donde cursaban sus estudios, primeramente empleando la

sotana corta y luego el traje de galán, pero adaptándolo  (aunque a veces no

ocurría así) a las reglas contenidas en las Constituciones Universitarias,

principalmente el uso obligatorio de colores oscuros, preferentemente el negro,

prohibición en el uso de determinadas calidades de tela como la seda, de adornos

costosos como pieles y joyas, de acuchillados, de camisas labradas, de polainas,

de guantes adobados, etc.

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"Estudiantes de la Tuna viajando con los arrieros" Esta ilustración de

Gustave Doré realizada en su viaje por España nos muestra las condiciones en

que viajaban los estudiantes. Evidentemente, y aunque las condiciones de viaje

no eran tan crudas para todos, el traje talar no era precisamente el más cómodo.

El "traje de gentes" se componía de coleto (casaca con mangas que

cubría el cuerpo ciñéndolo hasta cintura, y que tenía unos faldones que no

pasaban de las caderas), bajo el que se encontraba la camisa de color blanco

que sobresalía del coleto por cuello y puños gracias a las lechuguillas,

denominadas así por su forma parecida a la de las hojas de lechuga; las calzas

(prenda ceñida que cubría muslo y pierna llegando hasta la cintura) con su soleta

(pieza de cuero que se remendaba a la planta del pie de las calzas); gregüescos

acuchillados, (calzones anchos con una serie de cortes verticales que dejaban

ver otra tela de distinto color) que más tarde serían sustituidos por las calzas

folladas que llegaban a las rodillas a las que se ajustaban con ligas o cintas de

tela negra; y zapatos negros con hebilla.

José García Mercadal en su libro, Estudiantes, Sopistas y Pícaros define

las calzas folladas como “especie de gregüescos muy huecos y arrugados, en

forma de fuelles, donde los estudiantes solían esconder las gallinas hurtadas al

alejarse de los mesones"

Como prendas típicas de los colegiales, estudiantes de los Colegios –

tanto Mayores como Menores–, estaban el manteo y la beca, cuyos colores

servían para distinguir la pertenencia del estudiante a un determinado

establecimiento educativo.

La beca, en sus orígenes, no era como la conocemos ahora. Nos relata

Page 15: LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR

Blanco White en su autobiografía que “se dobla por la mitad como formando un

ángulo y manteniendo la doblez delante del pecho, se echan las dos mitades

sobre los hombros de manera que bajan por la espalda hasta cerca de los

talones. La parte que cuelga del hombro izquierdo se hace mucho más ancha a

unos dos pies del extremo y en ese lugar tiene un anillo circular de madera, de

una pulgada de espeso cubierto con la misma tela”.

La parte de la beca de la que cuelga  el anillo circular es la chía, y el anillo

recibe el nombre de rosca. La rosca con el tiempo se fue independizando de la

beca dando lugar a la gorra, pero conservaría el color; de su uso por parte de los

estudiantes más humildes que subsistían del caldo de los conventos derivó el

apelativo capigorrista o gorrón, y la expresión “comer de gorra”, que indicaba

precisamente la gratuidad que le era propia. Como vemos el origen de la beca

era noble y acabó siendo un símbolo de identidad corporativa del gremio

estudiantil, con la salvedad de que la rosca ya no cubría la cabeza sino que se

dejaba caer por la espalda.

(izq.) Estudiante del Colegio de los Irlandeses de Salamanca

(centro) Vemos la beca, y sobre todo la parte que más nos interesa es

Page 16: LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR

la que cae por la espalda y es recogida por el  brazo izquierdo, la chía.

(der.) La rosca forrada de tela del mismo color, hizo las veces de

tocado, pero los colegiales con el paso del tiempo se limitaron a dejarla caer por

la espalda y se cubrieron con el bonete, que porta este estudiante en su mano

derecha.

    

Tallas de madera representando a un colegial portando beca de su

colegio mayor.

Otro talla de la misma época. Si comparamos ambas, aparentemente

iguales, podemos observar como el distinto color ropas y sobre todo de su beca,

nos está indicando que se trata de estudiantes pertenecientes a colegios

diferentes.

Desde 1773 profesores y escolares debían usar traje de paño de

fabricación nacional, hasta de segunda clase y color honesto, y en verano de

seda lisa sin guarniciones. Sólo podían llevar en todo tiempo trajes de seda el

rector, el maestrescuela, los doctores, maestros y licenciados por Salamanca. La

obligatoriedad en el uso de las ropas académicas quedó reducida para los

estudiantes a los días festivos, en los que vestían manteo y sotana negra de

bayeta hasta el zapato con alzacuello blanco, chupa, calzón, chaleco de paño

negro, sombrero de tres picos con presilla y calzado decente.

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La Universidad de Cervera en 1808. La ilustración nos muestra lo que

podía ser un día festivo a juzgar por las galas que lucen todos, desde el clero a

los estudiantes, donde todos aparecen uniformemente vestidos y arreglados.

En 1835 quedó definitivamente suprimido el traje escolar. Algunos

escritores y periodistas dieron a este hecho una trascendencia mayor que la que

verdaderamente le correspondía. Julio Monreal, por ejemplo, concedió a la

abolición del traje académico en su artículo "Correr la Tuna" publicado en el

Almanaque de la Ilustración Española y Americana en 1879, la siguiente lectura:

“Por fin vino un día funesto para la tuna. Mandose, de orden superior, suprimir

tricornio, manteos y sotanas, y por más que diga el refrán que el hábito no hace

al monje, desde aquella fecha perdieron los escolares sus antiguas tradiciones”.

Como hemos podido ver, la historia del traje estudiantil es un compendio

de prohibiciones, desde su inicio hasta su extinción. Nace sin un patrón definido

de cómo debería ser, y sí de cómo no debía ser, y su desaparición también se

recubre de ese manto prohibicionista que le había acompañado a lo largo del

tiempo.

Un interesante documento que avala lo anterior es el conservado en el

archivo Universitario de Barcelona, referido a la Universidad de Cervera, donde D.

José Ginés Hermosilla, director general de Estudios y eminente humanista,

ordena el 8 de octubre de 1835 se prohíba el traje talar a los alumnos de la

Universidad, por considerar que no está en armonía con las costumbres del siglo,

acostumbrando a los jóvenes al desaliño y decoro impropio a las personas bien

educadas.

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Estudiante de la Universidad de Cervera. Aunque las nuevas modas se

han ido imponiendo, manteo y tricornio se mantienen.

Posiblemente, antes de comenzar mi charla, algunos de ustedes tuviera

alguna duda sobre el origen del traje de tuno; ahora, casi finalizada, tendrán con

toda seguridad muchas más. En este brevísimo repaso a la historia hemos visto

retazos que nos recuerdan a la tuna y a los tunos: tricornios, manteos, alguna

que otra guitarra pero no hemos encontrado el maniquí ideal con el que

identificarnos.

El traje que muchos hemos identificado durante años con una

tradición que venía de siglos no es más que un invento de finales del siglo

XIX de las comparsas de carnaval. Muchos de estos grupos musicales adoptan

ropas estudiantiles a supuesta semejanza de las de los antiguos moradores de

las universidades españolas. Entre estas comparsas alcanzó gran renombre la

denominada Estudiantina Española que en 1878, y coincidiendo con las fiestas

de carnaval, decide viajar a París llevando consigo sus guitarras, flautas,

violines, vihuelas, bandurrias y panderetas. El éxito de la experiencia es

recogido por "La Ilustración Española y Americana", el 15 de marzo de ese mismo

año, donde, con gran profusión de grabados, nos ofrece una crónica entusiasta y

detallada del periplo, y lo que más nos interesa a nosotros: una fiel descripción de

sus vestimentas.

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El articulista se encuentra en la Plaza de la Opera con la Estudiantina

Española, y relata lo siguiente: "…y desfilando por delante de nosotros, nos dio

ocasión para examinar los ricos trajes de los sesenta y cuatro individuos de ella,

que así se parecían á los de los genuinos estudiantes que por las aulas de

Salamanca y Alcalá arrastraban bayetas, como los vestidos de las pastoras del

teatro á los de las verdaderas zagalas que pasan la vida entre zarzales: jubón y

greguescos de terciopelo negro con botones de acero, y mucho cuello de

encajes: medias de seda, también negras: zapatos de charol con lazo de igual

color y hebilla de acero: guante blanco de cabritilla: gorra de terciopelo con

un nudo de cinta amarilla y encarnada en unos pocos: en los más, sombrero

apuntado (claque d'arlequin, dicen los periódicos de aquí), y una funesta

cuchara a guisa de escarapela: tal era el atavío de estos bachilleres, más o

menos auténticos, que doctores de los más encopetados se hubieran dado con

un canto en los pechos por tener en el siglo XVI para presentarse en la procesión

del Corpus."

La Estudiantina Española, el 6 de marzo de 1978, en el jardín de Las Tullerías,

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en París.

Ildefonso de Zabaleta y Joaquín de Castañeda, presidente y vicepresidente de la

Estudiantina Española.

Dura crítica a la Estudiantina Española la realizada por el comentarista de

la "Ilustración Española y Americana" en cuanto a la rigurosidad de su vestimenta,

que igualmente podría aplicarse al resto de las comparsas de carnaval y

estudiantiles. Unos y otros se copian, cambiando apenas detalles a su

conveniencia. Se generaliza el uso del jubón. Al principio sencillo, sin adornos,

para acabar con los años afarolado. El manteo terciado deja su paso a la capa

adornada de cintas y escarapelas –éstas también sobre los instrumentos–. Se

introducen también exagerados cuellos de encaje y puñetas, y el bicornio con

la cuchara, símbolo por excelencia de los sopistas, alcanza gran protagonismo.

Veamos algunos ejemplos:

                   

(izq.) Tuna de Santiago, 1877.

(der.) Estudiantina cordobesa, 1891.

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(izq.) Estudiantina Española de Valparaíso, Chile 1891.

(der.) Estudiantina Valenciana de la Facultad de Medicina, 1905.

        

(izq. )Tuna Escolar de Veterinaria de León, 1914.

(der.) Grupo de guitarras del Real Centro Filarmónico de Córdoba

"Eduardo Lucena", hacia el año 1922.

Para concluir, una curiosidad. Si repasamos los testimonios gráficos de la

época, finales del XIX y principios del XX, que es cuando el traje de tuno empieza

a tomar cuerpo, extraña la ausencia de una prenda: la beca. Ésta, con ser el

elemento más apreciado de la vestimenta, y por cuya conquista hoy en día se

pasa un duro pardillaje, se incorpora al traje hace solamente 50 años.

ENRIQUE PÉREZ PENEDO

Universidad de Alicante, España.

Ponencia al

Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar

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La Serena, Chile. Enero de 2004