la evoluciÓn del traje escolar
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Ponencia: Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar La Serena, Chile. Enero de 2004 .ENRIQUE PEREZ PENEDOTRANSCRIPT
LA EVOLUCIÓN DEL TRAJE ESCOLAR
A LO LARGO DE LA HISTORIA:
Desde el inicio de las universidades hasta 1835, año en que se decretó su desaparición.
Ponencia al Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar
La Serena, Chile. Enero de 2004
DEDICATORIA:Al gran maestro e investigador del mundo estudiantil, amigo y
padrino en la Tuna de Medicina de Córdoba, Rafael Asencio "Chencho"
A mi hermano mexicano, Roberto Ibarra "Bobby"A mi pardilla favorita, Julia "La Movida", de la Estudiantina La
Aurora de San Bernardo, Chile.A los novatos y novatas, pardillos y pardillas, porque de ellos es el
futuro y la esperanza de continuidad de la Tuna.Y a todos los hermanos tunos que pudiendo estar acompañados de
una belleza chilena, con un buen pisco en la mano y gozando de la playa,
han hecho un esfuerzo y se han acercado a escuchar esta conferencia.
ENRIQUE PÉREZ
PENEDO
Investigador y Director del
Gabinete de
Imagen y Comunicación
Gráfica de la
Universidad de Alicante,
España.
A modo de introducción, digamos que existe un general desconocimiento
dentro del colectivo estudiantil (tunas y estudiantinas) sobre la procedencia de las
vestimentas que tan orgullosamente portamos
¿Cuál es el origen del traje de tuno?, ¿De qué siglo data?, ¿Qué prendas
–si es que las hay– se han conservado fielmente con el paso del tiempo?,
¿Vestían así los estudiantes de las viejas universidades españolas o todo es
producto del márketing, cuando no existía aún ese concepto, de un grupo musical
que en un momento determinado supo vender una imagen y sin habérselo
planteado acabó creando escuela?. Hoy haremos un breve recorrido por la
historia del traje escolar desde el inicio de la universidades hasta el decreto de su
desaparición en 1835, y lo iremos acompañando con imágenes para hacerlo más
comprensible.
La primera pregunta que surge es, ¿por qué diferenciar a los estudiantes
del resto de la población?, ¿qué necesidad había de un traje escolar?. Y la
respuesta es muy sencilla. En una sociedad poco instruida como la del medioevo
el recurso de identificar ciertas galas exteriores con una concreta corporación era
frecuente pues facilitaba grandemente, sin necesidad de indagación alguna, el
reconocimiento como perteneciente a dicho grupo por parte de las personas
ajenas al mismo.
No existía un modelo típico de atuendo estudiantil (salvo en el caso de los
colegiales en el que las Constituciones regulan la forma en el vestir de los
alumnos), sino más exactamente prohibiciones expresas acerca de materiales,
telas, colores y ornatos que no debían formar parte del mismo, al no ser acordes
con la austeridad monacal que desde sus comienzos presidía los Estudios.
Un ejemplo de estas prohibiciones lo tenemos en los Estatutos de la
Universidad de Orihuela. En ellos se dedica un escueto capítulo a la presencia
de los estudiantes en la universidad, pero con un título harto significativo:
"Prohibiciones a estudiantes".
En él se contenían toda una serie de tópicos repetidos en otras
universidades y que iban encaminados a erradicar una serie de males comunes
en la masa estudiantil durante los siglos XVII y XVIII. Entre estos tópicos, junto a
la prohibición de portar armas, de provocar peleas, de participar en juegos de
azar o la prohibición de asistir a representación de comedias en horas y días de
clase, figuraba la de "prohibición de vestir prendas de color".
El origen eclesiástico de las primeras escuelas influyó en el uso de una
serie de prendas semejantes a las de los religiosos. Estas ropas eran la loba, el
manteo y el bonete.
Rezaba una copla popular:
El tuno es igual que el cura
en lo negro del color,
mas ante hermosas mujeres,
no, no ¡y no!.
Su uso era obligatorio, pues, cuando el estudiante nuevo llegaba a la
Universidad era examinado sobre sus vestimentas, antes de matricularse por el
cancelario, quien mostraba su conformidad extendiendo un boleto que decía “Va
arreglado en el traje”. Una vez admitido el escolar se cuidaba de no lavarlo, pues
“El desaseo y deterioro de este traje era una de las galas del estudiante
veterano.”
Vemos en primer lugar las puertas de estanterías de manuscritos e
incunables de la Universidad de Salamanca, pintadas por Martín de Cervera en
1614.
(der.) Nos fijamos en este detalle (puerta izquieda). Es una escena de
clase.
La pintura representa el ambiente de una clase del antiguo Estudio
salmantino y la diversa indumentaria de los estudiantes, seglares en su mayoría a
pesar de sus apariencias. Diversidad en la indumentaria estudiantil que se aprecia
en los distintos colores de las lobas. Vemos negras, pardas. Diversos tipos de
tocados, chambergos, bonetes, y distintos colores de hábitos según la orden
religiosa del alumno.
En la Universidad de Valladolid, los Estatutos del siglo XVI, bajo un
epígrafe denominado «de la honestidad de los estudiantes» (art. 30), indicaban
cuáles debían ser las vestiduras propias para sus escolares: «...que los
estudiantes desta Universidad, anden honestos en su vestir y traje. Y que ninguno
pueda traer ropa de seda, o cosa guarnecida con ella, ni gorra, ni capa, ni
sombrero de seda, ni lana. Sino loba o manteo, y bonete castellano. Ni trayga
sombrero grande sobre el bonete por las escuelas, ni entre en los Generales con
ellos. Ni trayga muslos de seda, ni acuchillados, ni camisas labradas con oro o
seda»
El artículo de los Estatutos era, como hemos visto, una llamada a la austeridad pero sin embargo no olvidaba la existencia de universitarios llamados pobres. Para estos decía «...permitimos que los estudiantes muy pobres y los que sirvieren, con licencia del Rector puedan traer caperuça o gorra o capa, y no de otra manera».
El traje, así descrito por los Estatutos, se denominaba de manera genérica
hábito.
Examinemos ahora cada una de sus partes.
La loba consistía en un alzacuellos que se ceñía en la zona del pescuezo y después
se ensanchaba hasta los hombros, para caer desde estos hasta los pies. Esta pieza tenía una
abertura delante y la parte superior, y dos en los laterales que les permitían sacar los
brazos. Estaba confeccionada de paño y de amplio vuelo, aunque luego se recogió hasta la
pantorrilla.
(Izq.) Talla en madera conservada en el Rectorado de la Universidad de
Salamanca. Representa a un estudiante colegial. Porta una loba larga hasta los
pies, y se puede observar con mucha claridad los amplios cortes laterales para
sacar los brazos. La vestimenta es tremendamente austera, como mandaban los
cánones, y si no fuera por la beca podríamos pensar que se trata de un miembro
de alguna comunidad religiosa.
Representación de un estudiante en una cerámica valenciana del siglo
XVIII. Observamos que el acortamiento de la loba es evidente
Antiguamente la loba se completaba con el capirote, que se unía a ella
para resguardar cuello y testuz de las inclemencias meteorológicas; esta prenda
fue reservándose paulatinamente para los maestros y reduciéndose hasta
degenerar en la actual muceta que usan los doctores en los actos universitarios
solemnes.
(1) Doctor en Derecho, pintado por Zurbarán, y que representa fielmente
la vestidura académica española del siglo XVII.
(2) Viste loba, predecesora de la actual toga, de corte talar y las
grandes aberturas laterales.
(3) Observamos ahora el capirote. Si bien esta fue una prenda que
nació con un uso funcional determinado, con el tiempo pasó al terreno de los
símbolos del mundo académico y se convirtió en una distinción de la misión de
enseñar. Su parecido con la actual muceta ya es evidente.
(4) El bonete, cubierto por una gran borla, y que con el paso del tiempo
se convertirá en el birrete que aún se emplea en los actos académicos solemnes.
Un detalle interesante es que bonete y capirote son de diferente color.
Esto en un principio fue así; pero en 1859 se decreta que ambos deberán ser del
color del capirote, que a su vez será del color de los estudios que representa. El
color negro se reserva para uso exclusivo del Rector.
Los estudiantes se tocaban con el bonete. Éste era un gorro que,
como el resto de sus vestiduras, no les era privativo, sino que se identificaba
también con el de los eclesiásticos aunque su forma no fuese idéntica. Los
graduados y colegiales, y por extensión todos los escolares, tendían a llevar
bonete de cuatro picos en las cuatro esquinas, que en vez de subir como en el
de los clérigos salían hacia afuera. El adorno para cubrir su cabeza se hizo una
seña de identidad de este cuerpo, hasta el extremo de que el refranero lo utilizaba
como sinónimo de letras y de hombres letrados. Así, por ejemplo, se decía:
«bonete y almete hacen casas de copete», para apostar por las letras y las
armas como las dos vías de promoción social de la Edad Moderna.
En este fragmento de las puertas de Martín de Cervera, pueden apreciarse con toda
claridad los bonetes con sus punta apuntando hacia fuera.
Covarrubias nos define el bonete como “cierta cobertura de cabeza [...]
de cuatro esquinas que encima forma cruz”. Sobre él ponían los doctores la
borla, conjunto de hebras rematadas en un botón, como insignia de su grado
académico. La borla era del color que la simbología asignaba a cada rama de la
ciencia (colores que hoy, además, se emplean en las becas, prenda de la cual
hablaremos posteriormente); así, amarillo para medicina, rojo para derecho,
blanco para teología, etc
Ilustración que sirvió de cabecera a un entremés de Miguel de
Cervantes, "La elección de los Alcaldes de Daganzo", y donde podemos apreciar
el manteo de un estudiante luciendo un bonete.
La prenda de abrigo por excelencia era el manteo. De esta palabra derivó
el apelativo manteísta, con el que se conocía a la generalidad de los estudiantes
para diferenciarlos de los que tenían beca en los colegios. Consistía en una capa
de tela gruesa, "de paño veintidoseno de Segovia", aseguraba Vicente Martínez
Espinel en su Vida del Escudero Marcos Obregón, que llegaba hasta el cuello y
que carecía de esclavina, por lo que se anudaba gracias a dos cordones que
colgaban de un cintillo que fileteaba su extremo y en el que los escolares
prendían las cintas de los corpiños de sus amantes. Ya en La Razón de
Amor, poema de principios del siglo XIII, un escolar recibe una cinta de su amada
en prenda de amor:
"Ela conocio mi cinta man a mano – qu´ela ficiera con la su mano".
Este puede ser el precedente más antiguo del que se tiene conocimiento
de la costumbre estudiantil de prender en las capas las cintas de los amores o
seres queridos.
El manteo se remataba con una franja de paño picado con la que solía
adornarse su parte inferior, y que recibía por nombre "tirana". Por tirana se
entiende también un tipo de canción popular española, lo que puede hacer pensar
en su origen estudiantil.
Precioso dibujo de Méndez Bringa (1916) mostrándonos a un
estudiante seguramente haciendo el camino de vuelta a casa en época
vacacional, con su loba, manteo, bicornio y su guitarra para ganarse el sustento.
Diversas representaciones de estudiantes procedentes de romances en
pliego de cordel. En todos ellos, el estudiante aparece indefectiblemente, como
mínimo. con su manteo y su chambergo.
Loba, manteo y bonete debían ser de unas calidades de tela determinadas,
excluyendo las sedas, pero nada se dice del color en que debían de confeccionarse. En
principio, dado el carácter expresado en la normativa y la insistencia en la honestidad, es
posible considerar que debía excluirse todo colorido en los hábitos. Sin embargo, no
hemos de estimar que el color era negro, como tampoco lo eran todas las vestiduras
eclesiásticas. Los escolares podían introducir alguna variedad pero se debía eliminar, sobre
todo, en los lutos reales, cuando de una manera especial se pedía a todo el gremio
universitario que se esforzara por ajustarse a un patrón respetuoso.
En general, podemos considerar a priori que los universitarios llevaron con gusto
su atuendo. Sin embargo, y sin que falten ejemplos de la adaptación e identificación de
profesión e indumentaria, también han trascendido muchos testimonios de oposición a
tales atavíos.
Las razones del rechazo a los manteos son sin duda varias. En primer lugar no
podemos olvidar que los hábitos identifican, pero también igualan. Los estudiantes, élite
cultural, no presentaban la misma homogeneidad en el ámbito económico. Sus
posibilidades eran muy diferentes, oscilando entre los escolares pobres que vivían de su
trabajo o de su picaresca y los que llegaban con los bolsillos bien repletos y estaban
respaldados por las fortunas de sus padres. Los había hidalgos y plebeyos, pero si
respetaban tajantemente las normas no presentaban en apariencia ninguna diferencia.
En este sentido, la posibilidad de igualar que tenía el hábito podía ocasionar una
doble respuesta. Por una parte, gracias a él, algunos jóvenes podían ocultar su humilde
origen; si bien para algunos las limitaciones económicas eran tantas que los viejos paños
de sus lobas no escondían nada. Pero, por otra, no faltaban varones a quienes el hábito les
impedía lucir sus mejores galas, con las que podían demostrar el lugar que ocupaban en la
estratificación jerárquica de la sociedad. Los primeros podrían pretender una ascensión
social a través del vestido; los segundos la rechazan porque no aportaba nada relevante a
su ser social.
Retrato de un estudiante posando en ropa estudiantil. Se trata del
estudiante Cabrera. Vestimenta austera, bicornio, y manteo terciado. Forma típica
de lucir dicha prenda por el colectivo estudiantil.
Esto por lo que respecta a los hábitos de San Pedro, que en lo referente a
los demás que usaban los estudiantes no existía un patrón fijo, sino que se
sometían a los vaivenes de la moda, que influiría incluso en las tres prendas
eclesiásticas.
Ejemplo de lo anterior es la adopción por parte de los estudiantes del
sombrero gacho o chambergo, y que el diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española define como “sombrero de copa más o menos acampanada y
de ala ancha levantada por un lado y sujeta con presilla, el cual solía adornarse
con plumas y cintillos y también con una cinta que, rodeando la base de la copa,
caía por detrás”. Mas los escolares no colgaban de la presilla plumas o cintillos,
sino la cuchara necesaria para tomar la sopa de los conventos, por lo que se les
conocía con el nombre de sopistas o caldistas.
(Izq.) De nuevo volvemos al cuadro de Martín de Cervera, y
observamos los distintos tipos de sombreros con que se tocaban los estudiantes.
Así junto al bonete, vemos un chambergo en forma acampanada.
(Der.) Y otro chambergo que empieza a tomar ya cierta forma,
dejando caer un ala y ligeramente levantando la otra. Ésta con el tiempo se fijaría
con una presilla o en el caso de los sopistas con una cuchara.
(Izq.) Nuevo grabado de época. Cada vez la deformación del
chambergo es mayor y el pliegue del ala más evidente.
(Der.) Aquí el estudiante luce su cuchara en el bicornio. Por otra parte
y tal y como comentábamos antes, lo raído de sus vestimentas no pueden ocultar
su evidente pobreza. Por esa razón, aunque los estudiantes tuvieran una
uniformidad a la hora del vestir, la calidad de sus paños y su estado de
conservación decían mucho de su linaje o estrato social.
El barón Charles Davillier y Gustave Doré, en su libro "Viaje por España",
recogen, entre otras, las siguientes coplas populares:
Las armas del estudiante
Yo te diré cuáles son:
La sotana y el manteo,
La cuchara y el perol.
Desde que soy estudiante,
Desde que llevo manteo,
No he comido más que sopas
Con suelas de zapatero
Chambergo y manteo sufrirían una nueva modificación a consecuencia
del bando provocador del conocido como Motín de Esquilache (1766), que
ordenaba apuntar sombreros y recortar capas para evitar que los portadores de
tales prendas llevaran armas y ocultaran su rostro.
Los estudiantes levantaron las dos mitades de las alas del chambergo por
encima de la copa y las sujetaron con la presilla, dando lugar al sombrero de
medio queso o tricornio, llamado así por su característica forma triangular; pero
no recortaron los manteos como recomendaba el decreto, tan sólo aumentaron el
tamaño de los cordones que fileteaban su cuello atándolos sobre el pecho tras
pasarlos por bajo de las axilas, con lo que se podía comprobar que iban
desarmados. El tricornio, con los años fue perdiendo su acentuada forma
triangular y terminó denominándose "bicornio"
"Una broma picante", ilustración de Emilio Sala (1902).
Aquí nos encontramos con un estudiante con su tricornio absolutamente
ladeado, era la forma habitual de llevarlo, y la cuchara de palo prendida en él.
Poco a poco fue decayendo la sotana por dos razones fundamentalmente,
la progresiva independencia de los estudios de su origen eclesiástico, y la
generalización de los “trajes de gentes”, mucho más cómodos que la prenda
talar.
Los escolares ricos comenzaron a vestir en corto para viajar y andar de
noche por las villas donde cursaban sus estudios, primeramente empleando la
sotana corta y luego el traje de galán, pero adaptándolo (aunque a veces no
ocurría así) a las reglas contenidas en las Constituciones Universitarias,
principalmente el uso obligatorio de colores oscuros, preferentemente el negro,
prohibición en el uso de determinadas calidades de tela como la seda, de adornos
costosos como pieles y joyas, de acuchillados, de camisas labradas, de polainas,
de guantes adobados, etc.
"Estudiantes de la Tuna viajando con los arrieros" Esta ilustración de
Gustave Doré realizada en su viaje por España nos muestra las condiciones en
que viajaban los estudiantes. Evidentemente, y aunque las condiciones de viaje
no eran tan crudas para todos, el traje talar no era precisamente el más cómodo.
El "traje de gentes" se componía de coleto (casaca con mangas que
cubría el cuerpo ciñéndolo hasta cintura, y que tenía unos faldones que no
pasaban de las caderas), bajo el que se encontraba la camisa de color blanco
que sobresalía del coleto por cuello y puños gracias a las lechuguillas,
denominadas así por su forma parecida a la de las hojas de lechuga; las calzas
(prenda ceñida que cubría muslo y pierna llegando hasta la cintura) con su soleta
(pieza de cuero que se remendaba a la planta del pie de las calzas); gregüescos
acuchillados, (calzones anchos con una serie de cortes verticales que dejaban
ver otra tela de distinto color) que más tarde serían sustituidos por las calzas
folladas que llegaban a las rodillas a las que se ajustaban con ligas o cintas de
tela negra; y zapatos negros con hebilla.
José García Mercadal en su libro, Estudiantes, Sopistas y Pícaros define
las calzas folladas como “especie de gregüescos muy huecos y arrugados, en
forma de fuelles, donde los estudiantes solían esconder las gallinas hurtadas al
alejarse de los mesones"
Como prendas típicas de los colegiales, estudiantes de los Colegios –
tanto Mayores como Menores–, estaban el manteo y la beca, cuyos colores
servían para distinguir la pertenencia del estudiante a un determinado
establecimiento educativo.
La beca, en sus orígenes, no era como la conocemos ahora. Nos relata
Blanco White en su autobiografía que “se dobla por la mitad como formando un
ángulo y manteniendo la doblez delante del pecho, se echan las dos mitades
sobre los hombros de manera que bajan por la espalda hasta cerca de los
talones. La parte que cuelga del hombro izquierdo se hace mucho más ancha a
unos dos pies del extremo y en ese lugar tiene un anillo circular de madera, de
una pulgada de espeso cubierto con la misma tela”.
La parte de la beca de la que cuelga el anillo circular es la chía, y el anillo
recibe el nombre de rosca. La rosca con el tiempo se fue independizando de la
beca dando lugar a la gorra, pero conservaría el color; de su uso por parte de los
estudiantes más humildes que subsistían del caldo de los conventos derivó el
apelativo capigorrista o gorrón, y la expresión “comer de gorra”, que indicaba
precisamente la gratuidad que le era propia. Como vemos el origen de la beca
era noble y acabó siendo un símbolo de identidad corporativa del gremio
estudiantil, con la salvedad de que la rosca ya no cubría la cabeza sino que se
dejaba caer por la espalda.
(izq.) Estudiante del Colegio de los Irlandeses de Salamanca
(centro) Vemos la beca, y sobre todo la parte que más nos interesa es
la que cae por la espalda y es recogida por el brazo izquierdo, la chía.
(der.) La rosca forrada de tela del mismo color, hizo las veces de
tocado, pero los colegiales con el paso del tiempo se limitaron a dejarla caer por
la espalda y se cubrieron con el bonete, que porta este estudiante en su mano
derecha.
Tallas de madera representando a un colegial portando beca de su
colegio mayor.
Otro talla de la misma época. Si comparamos ambas, aparentemente
iguales, podemos observar como el distinto color ropas y sobre todo de su beca,
nos está indicando que se trata de estudiantes pertenecientes a colegios
diferentes.
Desde 1773 profesores y escolares debían usar traje de paño de
fabricación nacional, hasta de segunda clase y color honesto, y en verano de
seda lisa sin guarniciones. Sólo podían llevar en todo tiempo trajes de seda el
rector, el maestrescuela, los doctores, maestros y licenciados por Salamanca. La
obligatoriedad en el uso de las ropas académicas quedó reducida para los
estudiantes a los días festivos, en los que vestían manteo y sotana negra de
bayeta hasta el zapato con alzacuello blanco, chupa, calzón, chaleco de paño
negro, sombrero de tres picos con presilla y calzado decente.
La Universidad de Cervera en 1808. La ilustración nos muestra lo que
podía ser un día festivo a juzgar por las galas que lucen todos, desde el clero a
los estudiantes, donde todos aparecen uniformemente vestidos y arreglados.
En 1835 quedó definitivamente suprimido el traje escolar. Algunos
escritores y periodistas dieron a este hecho una trascendencia mayor que la que
verdaderamente le correspondía. Julio Monreal, por ejemplo, concedió a la
abolición del traje académico en su artículo "Correr la Tuna" publicado en el
Almanaque de la Ilustración Española y Americana en 1879, la siguiente lectura:
“Por fin vino un día funesto para la tuna. Mandose, de orden superior, suprimir
tricornio, manteos y sotanas, y por más que diga el refrán que el hábito no hace
al monje, desde aquella fecha perdieron los escolares sus antiguas tradiciones”.
Como hemos podido ver, la historia del traje estudiantil es un compendio
de prohibiciones, desde su inicio hasta su extinción. Nace sin un patrón definido
de cómo debería ser, y sí de cómo no debía ser, y su desaparición también se
recubre de ese manto prohibicionista que le había acompañado a lo largo del
tiempo.
Un interesante documento que avala lo anterior es el conservado en el
archivo Universitario de Barcelona, referido a la Universidad de Cervera, donde D.
José Ginés Hermosilla, director general de Estudios y eminente humanista,
ordena el 8 de octubre de 1835 se prohíba el traje talar a los alumnos de la
Universidad, por considerar que no está en armonía con las costumbres del siglo,
acostumbrando a los jóvenes al desaliño y decoro impropio a las personas bien
educadas.
Estudiante de la Universidad de Cervera. Aunque las nuevas modas se
han ido imponiendo, manteo y tricornio se mantienen.
Posiblemente, antes de comenzar mi charla, algunos de ustedes tuviera
alguna duda sobre el origen del traje de tuno; ahora, casi finalizada, tendrán con
toda seguridad muchas más. En este brevísimo repaso a la historia hemos visto
retazos que nos recuerdan a la tuna y a los tunos: tricornios, manteos, alguna
que otra guitarra pero no hemos encontrado el maniquí ideal con el que
identificarnos.
El traje que muchos hemos identificado durante años con una
tradición que venía de siglos no es más que un invento de finales del siglo
XIX de las comparsas de carnaval. Muchos de estos grupos musicales adoptan
ropas estudiantiles a supuesta semejanza de las de los antiguos moradores de
las universidades españolas. Entre estas comparsas alcanzó gran renombre la
denominada Estudiantina Española que en 1878, y coincidiendo con las fiestas
de carnaval, decide viajar a París llevando consigo sus guitarras, flautas,
violines, vihuelas, bandurrias y panderetas. El éxito de la experiencia es
recogido por "La Ilustración Española y Americana", el 15 de marzo de ese mismo
año, donde, con gran profusión de grabados, nos ofrece una crónica entusiasta y
detallada del periplo, y lo que más nos interesa a nosotros: una fiel descripción de
sus vestimentas.
El articulista se encuentra en la Plaza de la Opera con la Estudiantina
Española, y relata lo siguiente: "…y desfilando por delante de nosotros, nos dio
ocasión para examinar los ricos trajes de los sesenta y cuatro individuos de ella,
que así se parecían á los de los genuinos estudiantes que por las aulas de
Salamanca y Alcalá arrastraban bayetas, como los vestidos de las pastoras del
teatro á los de las verdaderas zagalas que pasan la vida entre zarzales: jubón y
greguescos de terciopelo negro con botones de acero, y mucho cuello de
encajes: medias de seda, también negras: zapatos de charol con lazo de igual
color y hebilla de acero: guante blanco de cabritilla: gorra de terciopelo con
un nudo de cinta amarilla y encarnada en unos pocos: en los más, sombrero
apuntado (claque d'arlequin, dicen los periódicos de aquí), y una funesta
cuchara a guisa de escarapela: tal era el atavío de estos bachilleres, más o
menos auténticos, que doctores de los más encopetados se hubieran dado con
un canto en los pechos por tener en el siglo XVI para presentarse en la procesión
del Corpus."
La Estudiantina Española, el 6 de marzo de 1978, en el jardín de Las Tullerías,
en París.
Ildefonso de Zabaleta y Joaquín de Castañeda, presidente y vicepresidente de la
Estudiantina Española.
Dura crítica a la Estudiantina Española la realizada por el comentarista de
la "Ilustración Española y Americana" en cuanto a la rigurosidad de su vestimenta,
que igualmente podría aplicarse al resto de las comparsas de carnaval y
estudiantiles. Unos y otros se copian, cambiando apenas detalles a su
conveniencia. Se generaliza el uso del jubón. Al principio sencillo, sin adornos,
para acabar con los años afarolado. El manteo terciado deja su paso a la capa
adornada de cintas y escarapelas –éstas también sobre los instrumentos–. Se
introducen también exagerados cuellos de encaje y puñetas, y el bicornio con
la cuchara, símbolo por excelencia de los sopistas, alcanza gran protagonismo.
Veamos algunos ejemplos:
(izq.) Tuna de Santiago, 1877.
(der.) Estudiantina cordobesa, 1891.
(izq.) Estudiantina Española de Valparaíso, Chile 1891.
(der.) Estudiantina Valenciana de la Facultad de Medicina, 1905.
(izq. )Tuna Escolar de Veterinaria de León, 1914.
(der.) Grupo de guitarras del Real Centro Filarmónico de Córdoba
"Eduardo Lucena", hacia el año 1922.
Para concluir, una curiosidad. Si repasamos los testimonios gráficos de la
época, finales del XIX y principios del XX, que es cuando el traje de tuno empieza
a tomar cuerpo, extraña la ausencia de una prenda: la beca. Ésta, con ser el
elemento más apreciado de la vestimenta, y por cuya conquista hoy en día se
pasa un duro pardillaje, se incorpora al traje hace solamente 50 años.
ENRIQUE PÉREZ PENEDO
Universidad de Alicante, España.
Ponencia al
Tercer Seminario Internacional del Buen Tunar
La Serena, Chile. Enero de 2004