La circunferencia y el triángulo. De la serie Norman-idades. Hace muchos años una circunferencia y un triángulo se conocieron. A ella le gustaron esos vértices desiguales del triángulo, que por cierto, era escaleno. A él le gustó el diámetro de ella y su perfecta silueta. Pasaron las semanas, se conocieron mejor. Ella le mostró sus ángulos inscritos y él le mostró la intersección de sus medianas y la singular asimetría de sus contornos. Se casaron. Al principio no fue fácil, a pesar de que ya se conocían de hace tiempo. Pero sabían que podían estar juntos y querían estar juntos y pasaron los años… Y ocurrió algo extraordinario. Los vértices del triángulo empezaron a limarse, Después de cierto tiempo ya tenía seis, y luego 12, y así. Y sus lados cada vez se parecían más. En el caso de la circunferencia, con los continuos acercamientos a su compañero, de pronto, en su perfecta redondez apareció un lado, y dos vértices, claro. Al principio casi no se notaba. Luego apareció otro y otro. En una ocasión después de bañarse se contó 80 pequeños laditos. Al tiempo, los lados se hacían más grandes, a medida que otros desaparecían. Fue así que un día, aquella pareja que una vez había sido una circunferencia y un triángulo, se había convertido en una pareja de polígonos regulares que ahora se podían tocar sin lastimarse y donde ninguno era más perfecto que el otro. Quizá por eso se suele decir que con los años dos personas que deciden vivir juntas, poco a poco se van pareciendo entre sí. Tal vez, y digo tal vez, eso es el amor, un proceso que nos hace menos perfectos o nos pule las aristas, de manera que podamos adaptarnos, con el tiempo, a esa persona que elegimos, o nos eligió, que no es lo mismo…pero es igual, como dice una canción.