la casa inundada

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La casa inundada (1960) FELISBERTO HERNÁNDEZ De esos días siempre recuerdo las vueltas en un bote alrededor de una pequeña isla de plantas. Cada poco tiempo las cambiaban; pero allí las plantas no se llevaban bien. Yo remaba colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita. Si ella miraba la isla un rato largo, era posible que me dijera algo; pero no lo que me había prometido; sólo hablaba de las plantas y parecía que quisiera esconder entre ellas otros pensamientos. Yo me cansaba de tener esperanzas y levantaba los remos como si fueran manos aburridas de contar siempre las mismas gotas. Pero ya sabía que, en otras vueltas del bote, volvería a descubrir, una vez más, que ese cansancio era una pequeña mentira confundida entre un poco de felicidad. Entonces me resignaba a esperar las palabras que me vendrían de aquel mundo, casi mudo, de espaldas a mí y deslizándose con el esfuerzo de mis manos doloridas. Una tarde, poco antes del anochecer, tuve la sospecha de que el marido de la señora Margarita estaría enterrado en la isla. Por eso ella me hacía dar vueltas por allí y me llamaba en la noche —si había luna— para dar vueltas de nuevo. Sin embargo el marido no podía estar en aquella isla; Alcides, — el novio de la sobrina de la señora Margarita— me dijo que ella había perdido al marido en un precipicio de Suiza. Y también recordé lo que me contó el botero la noche que llegué a la casa inundada. Él remaba despacio mientras recorríamos «la avenida de agua», del ancho de una calle y bordeada de plátanos con borlitas. Entre otras cosas supe que él y un

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La casa inundada es un cuento corto del escritor uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) editado en 1960.

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La casa inundada(1960)

FELISBERTO HERNNDEZ

De esos das siempre recuerdo las vueltas en un bote alrededor de una pequea isla de plantas. Cada poco tiempo las cambiaban; pero all las plantas no se llevaban bien. Yo remaba colocado detrs del cuerpo inmenso de la seora Margarita. Si ella miraba la isla un rato largo, era posible que me dijera algo; pero no lo que me haba prometido; slo hablaba de las plantas y pareca que quisiera esconder entre ellas otros pensamientos. Yo me cansaba de tener esperanzas y levantaba los remos como si fueran manos aburridas de contar siempre las mismas gotas. Pero ya saba que, en otras vueltas del bote, volvera a descubrir, una vez ms, que ese cansancio era una pequea mentira confundida entre un poco de felicidad. Entonces me resignaba a esperar las palabras que me vendran de aquel mundo, casi mudo, de espaldas a m y deslizndose con el esfuerzo de mis manos doloridas.Una tarde, poco antes del anochecer, tuve la sospecha de que el marido de la seora Margarita estara enterrado en la isla. Por eso ella me haca dar vueltas por all y me llamaba en la noche si haba luna para dar vueltas de nuevo. Sin embargo el marido no poda estar en aquella isla; Alcides, el novio de la sobrina de la seora Margarita me dijo que ella haba perdido al marido en un precipicio de Suiza. Y tambin record lo que me cont el botero la noche que llegu a la casa inundada. l remaba despacio mientras recorramos la avenida de agua, del ancho de una calle y bordeada de pltanos con borlitas. Entre otras cosas supe que l y un pen haban llenado de tierra la fuente del patio para que despus fuera una isla. Adems yo pensaba que los movimientos de la cabeza de la seora Margarita en las tardes que su mirada iba del libro a la isla y de la isla al libro no tenan relacin con un muerto escondido debajo de las plantas. Tambin es cierto que una vez que la vi de frente tuve la impresin de que los vidrios gruesos de sus lentes les enseaban a los ojos a disimular y que la gran vidriera terminada en cpula que cubra el patio y la pequea isla, era como para encerrar el silencio en que se conserva a los muertos.Despus record que ella no haba mandado hacer la vidriera. Y me gustaba saber que aquella casa, como un ser humano, haba tenido que desempear diferentes cometidos; primero fue casa de campo; despus instituto astronmico; pero como el telescopio que haban pedido a Norte Amrica lo tiraron al fondo del mar los alemanes, decidieron hacer, en aquel patio, un invernculo; y por ltimo la seora Margarita la compr para inundarla.Ahora, mientras dbamos vuelta a la isla, yo envolva a esta seora con sospechas que nunca le quedaban bien. Pero su cuerpo inmenso, rodeado de una simplicidad desnuda, me tentaba a imaginar sobre l, un pasado tenebroso. Por la noche pareca ms grande, el silencio lo cubra como un elefante dormido y a veces ella haca una carraspera rara, como un suspiro ronco.Yo la haba empezado a querer, porque despus, del cambio brusco que me haba hecho pasar de la miseria a esa opulencia, viva en una tranquilidad generosa y ella se prestaba como prestara el lomo una elefanta blanca a un viajero para imaginar disparates entretenidos. Adems, aunque ella no me preguntaba nada sobre mi vida, en el instante de encontrarnos, levantaba las cejas como si se le fueran a volar, y sus ojos, detrs de los vidrios, parecan decir: Qu pasa hijo mo?.Por eso yo fui sintiendo por ella una amistad equivocada; y si ahora dejo libre mi memoria se me va con esta primera seora Margarita; porque la segunda, la verdadera, la que conoc cuando ella me cont su historia, al fin de la temporada, tuvo una manera extraa de ser inaccesible.Pero ahora yo debo esforzarme en empezar esta historia por su verdadero principio, y no detenerme demasiado en las preferencias de los recuerdos.Alcides me encontr en Buenos Aires en un da que yo estaba muy dbil, me invit a un casamiento y me hizo comer de todo. En el momento de la ceremonia, pens en conseguirme un empleo, y ahogado de risa, me habl de una atolondrada generosa que poda ayudarme. Y al final me dijo que ella haba mandado inundar una casa segn el sistema de un arquitecto sevillano que tambin inund otra para un rabe que quera desquitarse de la sequa del desierto. Despus Alcides fue con la novia a la casa de la seora Margarita, le habl mucho de mis libros y por ltimo le dijo que yo era un sonmbulo de confianza. Ella decidi contribuir, enseguida, con dinero; y en el verano prximo, si yo saba remar, me invitara a la casa inundada. No s por qu causa, Alcides no me llevaba nunca; y despus ella se enferm. Ese verano fueron a la casa inundada antes que la seora Margarita se repusiera y pasaron los primeros das en seco. Pero al darle entrada al agua me mandaron llamar. Yo tom un ferrocarril que me llev hasta una pequea ciudad de la provincia, y de all a la casa fui en auto. Aquella regin me pareci rida, pero al llegar la noche pens que poda haber rboles escondidos en la oscuridad. El chofer me dej con las valijas en un pequeo atracadero donde empezaba el canal, la avenida de agua, y toc la campana, colgada de un pltano; pero ya se haba desprendido de la casa la luz plida que traa el bote. Se vea una cpula iluminada y al lado un monstruo oscuro tan alto como la cpula. (Era el tanque del agua). Debajo de la luz vena un bote verdoso y un hombre de blanco que me empez a hablar antes de llegar. Me convers durante todo el trayecto (fue l quien me dijo lo de la fuente llena de tierra). De pronto vi apagarse la luz de la cpula. En ese momento el botero me deca: Ella no quiere que tiren papeles ni ensucien el piso de agua. Del comedor al dormitorio de la seora Margarita no hay puerta y una maana en que se despert temprano, vio venir nadando desde el comedor un pan que se le haba cado a mi mujer. A la duea le dio mucha rabia y le dijo que se fuera inmediatamente y que no haba cosa ms fea en la vida que ver nadar un pan.El frente de la casa estaba cubierto de enredaderas. Llegamos a un zagun ancho de luz amarillenta y desde all se vea un poco del gran patio de agua y la isla. El agua entraba en la habitacin de la izquierda por debajo de una puerta cerrada. El botero at la soga del bote a un gran sapo de bronce afirmado en la vereda de la derecha y por all fuimos con las valijas hasta una escalera de cemento armado. En el primer piso haba un corredor con vidrieras que se perdan entre el humo de una gran cocina, de donde sali una mujer gruesa con flores en el moo. Pareca espaola. Me dijo que la seora, su ama, me recibira al da siguiente; pero que esa noche me hablara por telfono.Los muebles de mi habitacin, grandes y oscuros, parecan sentirse incmodos entre paredes blancas atacadas por la luz de una lmpara elctrica sin esmerilar y colgada desnuda, en el centro de la habitacin. La espaola levant mi valija y le sorprendi el peso. Le dije que eran libros. Entonces empez a contarme el mal que le haba hecho a su ama, tanto libro, y hasta la haban dejado sorda, y no le gustaba que le gritaran. Yo debo haber hecho algn gesto por la molestia de la luz. A usted tambin le incmoda la luz? Igual que a ella.Fui a encender un porttil; tena pantalla verde y dara una sombra agradable. En el instante de encenderla son el telfono colocado detrs del porttil, y lo atendi la espaola. Deca muchos s y las pequeas flores blancas acompaaban conmovidas los movimientos del moo. Despus ella sujetaba las palabras que se asomaban a la boca con una silaba o un chistido. Y cuando colg el tubo suspir y sali de la habitacin en silencio.Com y beb buen vino. La espaola me hablaba pero yo, preocupado de cmo me ira en aquella casa, apenas le contestaba moviendo la cabeza como un mueble en un piso flojo. En el instante de retirar el pocillo de caf de entre la luz llena de humo de mi cigarrillo, me volvi a decir que la seora me llamara por telfono. Yo miraba el aparato esperando continuamente el timbre, pero son en un instante en que no lo esperaba. La seora Margarita me pregunt por mi viaje y mi cansancio con voz agradable y tenue. Yo le responda con fuerza separando las palabras.Hable naturalmente me dijo; ya le explicar por qu le he dicho a Mara (la espaola) que estoy sorda. Quisiera que usted estuviera tranquilo en esta casa; es mi invitado; slo le pedir que reme en mi bote y que soporte algo que tengo que decirle. Por mi parte har una contribucin mensual a sus ahorros y tratar de serle til. He ledo sus cuentos a medida que se publicaban. No he querido hablar de ellos con Alcides por temor a disentir, soy susceptible; pero ya hablaremosYo estaba absolutamente conquistado. Hasta le dije que al da siguiente me llamara a las seis. Esa primera noche, en la casa inundada, estaba intrigado con lo que la seora Margarita tendra que decirme, me vino una tensin extraa y no poda hundirme en el sueo. No s cundo me dorm. A las seis de la maana, un pequeo golpe de timbre, como la picadura de un insecto, me hizo saltar en la cama. Esper, inmvil, que aquello se repitiera. As fue. Levant el tubo del telfono. Est despierto?Es verdad.Despus de combinar la hora de vernos me dijo que poda bajar en pijama y que ella me esperara al pie de la escalera. En aquel instante me sent como el empleado al que le dieran un momento libre.En la noche anterior, la oscuridad me haba parecido casi toda hecha de rboles; y ahora, al abrir la ventana, pens que ellos se habran ido al amanecer. Slo haba una llanura inmensa con un aire claro; y los nicos rboles eran los pltanos del canal. Un poco de viento les haca mover el brillo de las hojas; al mismo tiempo se asomaban a la avenida de agua tocndose disimuladamente las copas. Tal vez all podra empezar a vivir de nuevo con una alegra perezosa. Cerr la ventana con cuidado, como si guardara el paisaje nuevo para mirarlo ms tarde.Vi, al fondo del corredor, la puerta abierta de la cocina y fui a pedir agua caliente para afeitarme en el momento que Mara le serva caf a un hombre joven que dio los buenos das con humildad; era el hombre del agua y hablaba de los motores. La espaola, con una sonrisa, me tom de un brazo y me dijo que me llevara todo a mi pieza. Al volver, por el corredor, vi al pie de la escalera alta y empinada a la seora Margarita. Era muy gruesa y su cuerpo sobresala de un pequeo bote como un pie gordo de un zapato escotado. Tena la cabeza baja porque lea unos papeles, y su trenza, alrededor de la cabeza, daba la idea de una corona dorada. Esto lo iba recordando despus de una rpida mirada, pues tem que me descubriera observndola. Desde ese instante hasta el momento de encontrarla estuve nervioso. Apenas puse los pies en la escalera empez a mirar sin disimulo y yo descenda con la dificultad de un lquido espeso por un embudo estrecho. Me alcanz una mano mucho antes que yo llegara abajo. Y me dijo: Usted no es como yo me lo imaginaba siempre me pasa eso Me costar mucho acomodar sus cuentos a su cara.Yo, sin poder sonrer, haca movimientos afirmativos como un caballo al que le molestara el freno. Y le contest:Tengo mucha curiosidad de conocerla y de saber qu pasar.Por fin encontr su mano. Ella no me solt hasta que pas al asiento de los remos, de espaldas a la proa. La seora Margarita se remova con la respiracin entrecortada, mientras se sentaba en el silln que tena el respaldo hacia m. Me deca que estudiaba un presupuesto para un asilo de madres y no podra hablarme por un rato. Yo remaba, ella maneja el timn, y los dos mirbamos la estela que bamos dejando. Por un instante tuve la idea de un gran error; yo no era botero y aquel peso era monstruoso. Ella segua pensando en el asilo de madres sin tener en cuenta el volumen de su cuerpo y la pequeez de mis manos. En la angustia del esfuerzo me encontr con los ojos casi pegados al respaldo de su silln; y el barniz oscuro y la esterilla llena de agujeritos, como los de un panal, me hicieron acordar de una peluquera a la que me llevaba mi abuelo cuando yo tena seis aos. Pero estos agujeros estaban llenos de bata blanca y de la gordura de la seora Margarita. Ella me dijo:No se apure; se va a cansar en seguida.Yo afloj los remos de golpe, ca como en un vaco dichoso y me sent por primera vez deslizndome con ella en el silencio del agua. Despus tuve cierta conciencia de haber empezado a remar de nuevo. Pero debe haber pasado largo tiempo. Tal vez me haya despertado el cansancio. Al rato ella me hizo seas con una mano, como cuando se dice adis, pero era para que me detuviera en el sapo ms prximo. En toda la vereda que rodeaba al lago, haba esparcidos sapos de bronce para atar el bote. Con gran trabajo y palabras que no entend, ella sac el cuerpo del silln y lo puso de pie en la vereda. De pronto nos quedamos inmviles, y fue entonces cuando hizo por primera vez la carraspera rara, como si arrastrara algo, en la garganta, que no quisiera tragar y que al final era un suspiro ronco. Yo miraba el sapo al que habamos amarrado el bote pero vea tambin los pies de ella, tan fijos como los otros dos sapos. Todo haca pensar que la seora Margarita hablara. Pero tambin poda ocurrir que volviera a hacer la carraspera rara. Si la haca o empezaba a conversar yo soltara el aire que retena en los pulmones para no perder las primeras palabras. Despus la espera se fue haciendo larga y yo dejaba escapar la respiracin como si fuera abriendo la puerta de un cuarto donde alguien duerme. No saba si esa espera quera decir que yo deba mirarla; pero decid quedarme inmvil todo el tiempo que fuera necesario. Me encontr de nuevo con el sapo y los pies, y puse mi atencin en ellos sin mirar directamente. La parte aprisionada en los zapatos era pequea; pero despus se desbordaba la gran garganta blanca y la pierna rolliza y blanda con ternura de beb que ignora sus formas; y la idea de inmensidad que haba encima de aquellos pies era como el sueo fantstico de un nio. Pas demasiado tiempo esperando la carraspera; y no s en qu pensamientos andara cuando o sus primeras palabras. Entonces tuve la idea de que un inmenso jarrn se haba ido llenando silenciosamente y ahora dejaba caer el agua con pequeos ruidos intermitentes.Yo le promet hablar pero hoy no puedo tengo un mundo de cosas en qu pensarCuando dijo mundo, yo, sin mirarla, me imagin las curvas de su cuerpo. Ella sigui:Adems usted no tiene culpa, pero me molesta que sea tan diferente.Sus ojos se achicaron y en su cara se abri una sonrisa inesperada; el labio superior se recogi hacia los lados como algunas cortinas de los teatros y se adelantaron, bien alineados, grandes dientes brillantes.Yo, sin embargo, me alegro que usted sea como es.Esto lo debo haber dicho con una sonrisa provocativa, porque pens en m mismo como en un sinvergenza de otra poca con una pluma en el gorro. Entonces empec a buscar sus ojos verdes detrs de los lentes. Pero en el fondo de aquellos lagos de vidrio, tan pequeos y de ondas tan fijas, los prpados se haban cerrado y abultaban avergonzados. Los labios empezaron a cubrir los dientes de nuevo y toda la cara se fue llenando de un color rojizo que ya haba visto antes en faroles chinos. Hubo un silencio como de mal entendido y uno de sus pies tropez con un sapo al tratar de subir al bote. Yo hubiera querido volver unos instantes hacia atrs y que todo hubiera sido distinto. Las palabras que yo haba dicho mostraban un fondo de insinuacin grosera que me llenaba de amargura. La distancia que haba de la isla a las vidrieras se volva un espacio ofendido y las cosas se miraban entre ellas como para rechazarme. Eso era una pena, porque yo las haba empezado a querer. Pero de pronto la seora Margarita dijo:Detngase en la escalera y vaya a su cuarto. Creo que luego tendr muchas ganas de conversar con usted.Entonces yo mir unos reflejos que haban en el lago y sin ver las plantas me di cuenta de que me eran favorables; y sub contento aquella escalera casi blanca, de cemento armado, como un chiquiln que trepara por las vrtebras de un animal prehistrico.Me puse a arreglar seriamente mis libros entre el olor a madera nueva del ropero y son el telfono:Por favor, baje un rato ms; daremos unas vueltas en silencio y cuando yo le haga una sea usted se detendr al pie de la escalera, volver a su habitacin y yo no lo molestar ms hasta que pasen dos das. Todo ocurri como ella lo haba previsto, aunque en un instante en que rodeamos la isla de cerca y ella mir las plantas pareca que iba a hablar.Entonces, empezaron a repetirse unos das imprecisos de espera y de pereza, de aburrimiento a la luz de la luna y de variedad de sospechas con el marido de ella bajo las plantas. Yo saba que tena gran dificultad en comprender a los dems y trataba de pensar en la seora Margarita un poco como Alcides y otro poco como Mara; pero tambin saba que iba a tener pereza de seguir desconfiando. Entonces me entregu a la manera de mi egosmo; cuando estaba con ella esperaba, con buena voluntad y hasta con pereza cariosa, que ella me dijera lo que se le antojara y entrara cmodamente en mi comprensin. O si no, poda ocurrir, que mientras yo viva cerca de ella, con un descuido encantado, esa comprensin se formara despacio, en m, y rodeara toda su persona. Y cuando estuviera en mi pieza, entregado a mis lecturas, mirara tambin la llanura, sin acordarme de la seora Margarita. Y desde all, sin ninguna malicia, robara para m la visin del lugar y me la llevara conmigo al terminar el verano. Pero ocurrieron otras cosas.Una maana el hombre del agua tena un plano azul sobre la mesa. Sus ojos y sus dedos seguan las curvas que representaban los caos del agua incrustados sobre las paredes y debajo de los pisos como gusanos que las hubieran carcomido. El no me haba visto, a pesar de que sus pelos revueltos parecan desconfiados y apuntaban en todas direcciones. Por fin levant los ojos. Tard en cambiar la idea de que me miraba a m en vez de lo que haba en los planos y despus empez a explicarme cmo las mquinas, por medio de los caos, absorban y vomitaban el agua de la casa para producir una tormenta artificial. Yo no haba presenciado ninguna de las tormentas; slo haba visto las sombras de algunas planchas de hierro que resultaron ser bocas que se abran y cerraban alternativamente, unas tragando y otras echando agua. Me costaba comprender la combinacin de algunas vlvulas; y el hombre quiso explicarme todo de nuevo. Pero entr Mara.Ya sabes t que no debes tener a la vista esos caos retorcidos. A ella le parecen intestino y puede llegarse hasta aqu, como el ao pasado Y dirigindose a m: Por favor, usted oiga, seor, y cierre el pico. Sabr que esta noche tendremos velorio. S, ella pone velas en unas budineras que deja flotando alrededor de la cama y se hace la ilusin de que es su propio velorio. Y despus hace andar el agua para que la corriente se lleve las budineras.Al anochecer o los pasos de Mara, el gong para hacer marchar el agua y el ruido de los motores. Pero ya estaba aburrido y no quera asombrarme de nada.Otra noche en que yo haba comido y bebido demasiado, el estar remando siempre detrs de ella me pareca un sueo disparatado; tena que estar escondido detrs de la montaa, que al mismo tiempo se deslizaba con el silencio que supona en los cuerpos celestes; y con todo me gustaba pensar que la montaa se mova porque yo la llevaba en el bote. Despus ella quiso que nos quedramos quietos y pegados a la isla. Ese da haban puesto unas plantas que se asomaban como sombrillas inclinadas y ahora no nos dejaban llegar la luz que la luna haca pasar por entre los vidrios. Yo transpiraba por el calor, y las plantas se nos echaban encima. Quise meterme en el agua, pero como la seora Margarita se dara cuenta de que el bote perda peso, dej esa idea. La cabeza se me entretena en pensar cosas por su cuenta: El nombre de ella es como su cuerpo; las dos primera silabas se parecen a toda esa carga de gordura y las dos ltimas a su cabeza y sus facciones pequeas. Parece mentira, la noche es tan inmensa, en el campo, y nosotros aqu, dos personas mayores, tan cerca y pensando quin sabe qu estupideces diferentes. Deben ser las dos de la madrugada y estamos intilmente despiertos, agobiados por estas ramas Pero qu firme es la soledad de esta mujerY de pronto, no s en qu momento, sali de entre las ramas un rugido que me hizo temblar. Tard en comprender que era la carraspera de ella y unas pocas palabras: No me haga ninguna preguntaAqu se detuvo. Yo me ahogaba y me venan cerca de la boca palabras que parecan de un antiguo compaero de orquesta que tocaba el bandonen: quin te hace ninguna pregunta? Mejor me dejaras ir a dormir.Y ella termin de decir: hasta que yo le haya contado todo.Por fin apareceran las palabras prometidas ahora que yo no las esperaba. El silencio nos apretaba debajo de las ramas pero no me animaba a llevar el bote ms adelante. Tuve tiempo de pensar en la seora Margarita con palabras que oa dentro de m y como ahogadas en una almohada. Pobre, me deca a m mismo, debe tener necesidad de comunicarse con alguien. Y estando triste le ser difcil manejar ese cuerpo.Despus que ella empez a hablar, me pareci que su voz tambin sonaba dentro de m como si yo pronunciara sus palabras. Tal vez por eso ahora confundo lo que ella me dijo con lo que yo pensaba. Adems me ser difcil juntar todas sus palabras y no tendr ms remedio que poner aqu muchas de las mas.Hace cuatro aos, al salir de Suiza, el ruido del ferrocarril me era insoportable. Entonces me detuve en una pequea ciudad de Italia.Pareca que iba a decir con quin, pero se detuvo. Pas mucho rato y cre que esa noche no dira ms nada. Su voz se haba arrastrado con intermitencias y haca pensar en la huella de un animal herido. En el silencio, que pareca llenarse de todas aquellas ramas enmaraadas, se me ocurri repasar lo que acababa de or. Despus pens que yo me haba quedado, indebidamente, con la angustia de su voz en la memoria, para llevarla despus a mi soledad y acariciarla. Pero en seguida, como si alguien me obligara a soltar esa idea, se deslizaron otras. Debe haber sido con el que estuvo antes en la pequea ciudad de Italia. Y despus de perderlo, en Suiza, es posible que haya salido de all sin saber que todava le quedaba un poco de esperanza (Alcides me haba dicho que no encontraron los restos) y al alejarse de aquel lugar, el ruido del ferrocarril la debe haber enloquecido. Entonces, sin querer alejarse demasiado, decidi bajarse en la pequea ciudad de Italia, peor en ese otro lugar se ha encontrado, sin duda, con recuerdos que le produjeron desesperaciones nuevas. Ahora ella no podr decirme todo esto, por pudor, o tal vez por creer que Alcides me ha contado todo. Pero l no me dijo que ella est as por la prdida de su marido, sino simplemente: Margarita fue trastornada toda su vida, y Mara atribua la rareza de su ama a tanto libro. Tal vez ellos se hayan confundido porque la seora Margarita no les habl de su pena. Y yo mismo, si no hubiera sabido algo por Alcides, no habra comprendido nada de su historia, ya que la seora Margarita nunca me dijo ni una palabra de su marido.Yo segu con muchas ideas como estas, y cuando las palabras de ella volvieron, la seora Margarita pareca instalada en una habitacin del primer piso de un hotel, en la pequea ciudad de Italia, a la que haba llegado por la noche. Al rato de estar acostada, se levant porque oy ruidos, y fue hacia una ventana de un corredor que daba al patio. All haba reflejos de luna y de otras luces. Y de pronto, como si se hubiera encontrado con una cara que le haba estado acechando, vio una fuente de agua. Al principio no poda saber si el agua era una mirada falsa en la cara oscura de la fuente de piedra; pero despus el agua le pareci inocente; y al ir a la cama la llevaba en los ojos y caminaba con cuidado para no agitarla. A la noche siguiente no hubo ruido pero igual se levant. Esta vez el agua era poca, sucia y al ir a la cama, como en la noche anterior, le volvi a parecer que el agua la observaba, ahora era por entre hojas que no alcanzaban a nadar. La seora Margarita la sigui mirando, dentro de sus propios ojos y las miradas de los dos se haba detenido en una misma contemplacin. Tal vez por eso, cuando la seora Margarita estaba por dormirse, tuvo un presentimiento que no saba si le vena de su alma o del fondo del agua. Pero sinti que alguien quera comunicarse con ella, que haba dejado un aviso en el agua y por eso el agua insista en mirar y en que la miraran. Entonces la seora Margarita baj de la cama y anduvo vagando, descalza y asombrada, por su pieza y el corredor; pero ahora, la luz y todo era distinto, como si alguien hubiera mandado cubrir el espacio donde ella caminaba con otro aire y otro sentido de las cosas. Esta vez ella no se anim a mirar el agua; y al volver a su cama sinti caer en su camisn, lgrimas verdaderas y esperadas desde haca mucho tiempo.A la maana siguiente, al ver el agua distrada, entre mujeres que hablaban en voz alta, tuvo miedo de haber sido engaada por el silencio de la noche y pens que el agua no le dara ningn aviso ni la comunicara con nadie. Pero escuch con atencin lo que decan las mujeres y se dio cuenta de que ellas empleaban sus voces en palabras tontas, que el agua no tena culpa de que las echaran encima como si fueran papeles sucios y que no se dejara engaar por la luz del da. Sin embargo, sali a caminar, vio un pobre viejo con una regadera en la mano y cuando l la inclin apareci una vaporosa pollera de agua, haciendo murmullos como si fuera movida por pasos. Entonces, conmovida, pens: No, no debo abandonar el agua; por algo ella insiste como una nia que no puede explicarse. Esa noche no fue a la fuente porque tena un gran dolor de cabeza y decidi tomar una pastilla para aliviarse. Y en el momento de ver el agua entre el vidrio del vaso y la poca luz de la penumbra, se imagin que la misma agua se haba ingeniado para acercarse y poner un secreto en los labios que iban a beber. Entonces la seora Margarita se dijo: No, esto es muy serio; alguien prefiere la noche para traer el agua a mi alma.Al amanecer fue a ver a solas el agua de la fuente para observar minuciosamente lo que haba entre el agua y ella. Apenas puso sus ojos sobre el agua se dio cuenta que por su mirada descenda un pensamiento. Aqu la seora Margarita dijo estas mismas palabras: un pensamiento que ahora no importa nombrar y, despus de una larga carraspera, un pensamiento confuso y como deshecho de tanto estrujarlo. Se empez a hundir, lentamente y lo dej reposar. De l nacieron reflexiones que mis miradas extrajeron del agua y me llenaron los ojos y el alma. Entonces supe, por primera vez, que hay que cultivar los recuerdos en el agua, que el agua elabora lo que en ella se refleja y que recibe el pensamiento. En caso de desesperacin no hay que entregar el cuerpo al agua; hay que entregar a ella el pensamiento; ella lo penetra y l nos cambia el sentido de la vida. Fueron estas, aproximadamente, sus palabras.Despus se visti, sali a caminar, vio de lejos un arroyo, y en el primer momento no se acord que por los arroyos corra agua algo del mundo con quien slo ella poda comunicarse. Al llegar a la orilla, dej su mirada en la corriente, y en seguido tuvo la idea, sin embargo, de que esta agua no se diriga a ella; y que adems esta poda llevarle los recuerdos para un lugar lejano, gastrselos. Sus ojos la obligaron a atender a una hoja recin cada de un rbol; anduvo un instante en la superficie y en el momento de hundirse la seora Margarita oy pasos sordos, con palpitaciones. Tuvo una angustia de presentimientos imprecisos y la cabeza se le oscureci.Los pasos eran de un caballo que se acerc con una confianza un poco aburrida y hundi los belfos en la corriente; sus dientes parecan agrandados a travs de un vidrio que se moviera, y cuando levant la cabeza el agua chorreaba por los pelos de sus belfos sin perder ninguna dignidad. Entonces pens en los caballos que beban el agua del pas de ella, y en lo distinta que sera el agua all.Esa noche, en el comedor del hotel, la seora Margarita se fijaba a cada momento en una de las mujeres que haba hablado a gritos cerca de la fuente. Mientras el marido la miraba, embobado, la mujer tena una sonrisa irnica, y cuando se fue a llevar una copa a los labios, la seora pens: En qu bocas anda el agua. En seguida se sinti mal, fue a su pieza y tuvo una crisis de lgrimas. Despus se durmi pesadamente y a las dos de la madrugada se despert agitada y con el recuerdo del arroyo llenndole el alma. Entonces tuvo ideas en favor del arroyo: Esa agua corre como una esperanza desinteresada y nadie puede con ella. Si el agua que corre es poca, cualquier pozo puede prepararle una trampa y encerrarla: entonces ella se entristece, se llena de un silencio sucio, y ese pozo es como la cabeza de un loco. Yo debo tener esperanzas como de paso, vertiginoso, si es posible, y no pensar demasiado en que se cumplan; ese debe ser, tambin, el sentido del agua, su inclinacin instintiva. Yo debo estar con mis pensamientos y mis recuerdos como en un agua que corre con gran caudal. Esta marea de pensamientos creci rpidamente y la seora Margarita se levant de la cama, prepar las valijas y empez a pasearse por su cuarto y el corredor sin querer mirar el agua de la fuente. Entonces pensaba: El agua es igual en todas partes y yo debo cultivar mis recuerdos en cualquier agua del mundo. Pas un tiempo angustioso antes de estar instalada en el ferrocarril. Pero despus el ruido de las ruedas la deprimi y sinti pena por el agua que haba dejado en la fuente del hotel; record la noche en que estaba sucia y llena de hojas, como una nia pobre, pidindole una limosna y ofrecindole algo; pero si no haba cumplido la promesa de una esperanza o un aviso, era por alguna picarda natural de la inocencia. Despus la seora Margarita se puso una toalla en la cara, llor y eso le hizo bien. Pero no poda abandonar sus pensamientos de agua quieta: Yo debo preferir, segua pensando, el agua que est detenida en la noche para que el silencio se eche lentamente sobre ella y todo se llene de sueo y de plantas enmaraadas. Eso es ms parecido al agua que llevo en m, si cierro los ojos siento como si las manos de una ciega tantearan la superficie de su propia agua y recordara borrosamente, un agua entre plantas que vio en la niez, cuando an le quedara un poco de vista.Aqu se detuvo un rato, basta que yo tuve conciencia de haber vuelto a la noche en que estbamos bajo las ramas; pero no saba bien si esos ltimos pensamientos, la seora Margarita, los haba tenido en el ferrocarril, o se le haba ocurrido ahora, bajo estas ramas. Despus me hizo seas para que fuera al pie de la escalera.Esa noche no encend la luz de mi cuarto, y al tantear los muebles tuve el recuerdo de otra noche en que me haba emborrachado ligeramente con una bebida que tomaba por primera vez. Ahora tard en desvestirme. Despus me encontr con los ojos fijos en el tul del mosquitero y me vinieron de nuevo las palabras que se haban desprendido del cuerpo de la seora Margarita.En el mismo instante del relato no slo me di cuenta que ella perteneca al marido, sino que yo haba pensado demasiado en ella; y a veces de una manera culpable. Entonces pareca que fuera yo el que esconda los pensamientos entre las plantas. Pero desde el momento en que la seora Margarita empez a hablar sent una angustia como si su cuerpo se hundiera en un agua que me arrastrara a m tambin; mis pensamientos culpables aparecieron de una manera fugaz y con la idea de que no haba tiempo ni vala la pena pensar en ellos; y a medida que el relato avanzaba el agua se iba presentando como el espritu de una religin que nos sorprendiera en formas diferentes, y los pecados, en esa agua, tenan otro sentido y no importaba tanto su significado. El sentimiento de una religin del agua era cada vez ms fuerte. Aunque la seora Margarita y yo ramos los nicos fieles de carne y hueso, los recuerdos de agua que yo reciba en mi propia vida, en las intermitencias del relato, tambin me parecan fieles de esa religin; llegaban con lentitud, como si hubieran emprendido el viaje desde haca mucho tiempo y apenas cometido un gran pecado.De pronto me di cuenta que de mi propia alma me naca otra nueva y que yo seguira a la seora Margarita no slo en el agua, sino tambin en la idea de su marido. Y cuando ella termin de hablar y yo suba la escalera de cemento armado, pens que en los das que caa agua del cielo haba reuniones de fieles.Pero, despus de acostado bajo aquel tul, empec a rodear de otra manera el relato de la seora Margarita; fui cayendo con una sorpresa lenta, en mi alma de antes, y pensando que yo tambin tena mi angustia propia; que aquel tul en que hoy haba dejado prendidos los ojos abiertos, estaba colgado encima de un pantano y que de all se levantaban otros fieles, los mos propios, y me reclamaban otras cosas. Ahora recordaba mis pensamientos culpables con bastantes detalles y cargados, con un sentido que yo conoca bien. Haban empezado en una de las primeras tardes, cuando sospechaba que la seora Margarita me atraera como una gran ola; no me dejara hacer pie y mi pereza me quitara fuerzas para defenderme. Entonces tuve una reaccin y quise irme de aquella casa; pero eso fue como si al despertar, hiciera un movimiento con la intencin de levantarme y sin darme cuenta me acomodara para seguir durmiendo. Otra tarde quise imaginarme, ya lo haba hecho con otras mujeres cmo sera yo casado con esta. Y por fin haba decidido, cobardemente, que si su soledad me inspirara lstima y yo me casara con ella, mis amigos diran que lo haba hecho por dinero; y mis antiguas novias se reiran de m al descubrirme caminando por veredas estrechas detrs de una mujer gruessima que resultaba ser mi mujer. (Ya haba tenido que andar detrs de ella, por la vereda angosta que rodeaba al lago, en las noches que ella quera caminar).Ahora a m no me importaba lo que dijeran los amigos ni las burlas de las novias de antes. Esta seora Margarita me atraa con una fuerza que pareca ejercer a gran distancia, como si yo fuera un satlite, y al mismo tiempo que se me apareca lejana y ajena, estaba llena de una sublimidad extraa. Pero mis fieles me reclamaban a la primera seora Margarita, aquella desconocida ms sencilla, sin marido, y en la que mi imaginacin poda intervenir ms libremente. Y debo haber pensado muchas cosas ms antes que el sueo me hiciera desaparecer el tul.A la maana siguiente, la seora Margarita me dijo, por telfono: Le ruego que vaya a Buenos Aires por unos das; har limpiar la casa y no quiero que usted me vea sin el agua. Despus me indic el hotel donde deba ir. All recibira el aviso para volver.La invitacin a salir de su casa hizo disparar en m un resorte celoso y en el momento de irme me di cuenta de que a pesar de mi excitacin llevaba conmigo un envoltorio pesado de tristeza y que apenas me tranquilizara tendra la necesidad estpida de desenvolverlo y revisarlo cuidadosamente. Eso ocurri al poco rato, y cuando tom el ferrocarril tena tan pocas esperanzas de que la seora Margarita me quisiera, como seran las de ella cuando tom aquel ferrocarril sin saber si su marido an viva. Ahora eran otros tiempos y otros ferrocarriles. Pero esta coincidencia era tan pobre como la de haber acertado slo una cifra de las que tuviera un billete premiado. Yo no tena la virtud de la seora Margarita de encontrar un agua milagrosa, ni buscara consuelo en ninguna religin. La noche anterior haba traicionado a mis propios fieles, porque aunque ellos queran llevarme con la primera seora Margarita, yo tena, tambin, en el fondo de mi pantano, otros fieles que miraban fijamente a esta seora como bichos encantados por la luna. Mi tristeza era perezosa, pero viva en mi imaginacin con orgullo de poeta incomprendido. Yo era un lugar provisorio donde se encontraban todos mis antepasados un momento antes de llegar a mis hijos; pero mis abuelos aunque eran distintos y con grandes enemistades, no queran pelear mientras pasaban por mi vida: preferan el descanso, entregarse a la pereza y desencontrarse como sonmbulos caminando por sueos diferentes. Yo trataba de no provocarlos, pero si eso llegaba a ocurrir preferira que la lucha fuera corta y se exterminaran de un golpe.En Buenos Aires me costaba hallar rincones tranquilos donde Alcides no me encontrara. (A l le gustara que le contara cosas de la seora Margarita para ampliar su mala manera de pensar en ella). Adems yo ya estaba bastante confundido con mis dos seoras Margarita y vacilaba entre ellas como si no supiera a cul, de dos hermanas, deba preferir o traicionar; ni tampoco las poda fundir, para amarlas al mismo tiempo. A menudo me fastidiaba que la ltima seora Margarita me obligara a pensar en ella de una manera tan pura, y tuve la idea de que deba seguirla en todas sus locuras para que ella me confundiera entre los recuerdos del marido, y yo, despus, pudiera sustituido.Recib la orden de volver en un da de viento y me lanc a viajar con una precipitacin salvaje. Pero ese da, el viento pareca traer oculta la misin de soplar contra el tiempo y nadie se daba cuenta de que los seres humanos, los ferrocarriles y todo se mova con una lentitud angustiosa. Soport el viaje con una paciencia inmensa y al llegar a la casa inundada fue Mara la que vino a recibirme al embarcadero. No me dej remar y me dijo que el mismo da que yo me fui, antes de retirarse el agua, ocurrieron dos accidentes. Primero lleg Filomena, la mujer del botero, a pedir que la seora Margarita la volviera a tomar. No la haba despedido slo por haber dejado nadar aquel pan, sino porque la encontraron seduciendo a Alcides una vez que l estuvo all en los primeros das. La seora Margarita, sin decirle una palabra, la empuj, y Filomena cay al agua; cuando se iba, llorando y chorreando agua, el marido la acompa y no volvieron ms. Un poco ms tarde, cuando la seora Margarita acerc, tirando de un cordn, el tocador de su cama (all los muebles flotaban sobre gomas infladas, como las que los nios llevan a las playas), volc una botella de aguardiente sobre un calentador que usaba para unos afeites y se incendi el tocador. Ella pidi agua por telfono, como si all no hubiera bastante o no fuera la misma que hay en toda la casa, deca Mara.La maana que sigui a mi vuelta era radiante y haban puesto plantas nuevas; pero sent celos de pensar que all haba algo diferente a lo de antes; la seora Margarita y yo no encontraramos las palabras y los pensamientos como los habamos dejado, debajo de las ramas.Ella volvi a su historia despus de algunos das. Esa noche, como ya haba ocurrido otras veces, pusieron una pasarela para cruzar el agua del zagun. Cuando llegu al pie de la escalera la seora Margarita me hizo seas para que me detuviera; y despus para que caminara detrs de ella. Dimos una vuelta por toda la vereda estrecha que rodeaba al lago y ella empez a decirme que al salir de aquella ciudad de Italia pens que el agua era igual en todas partes del mundo. Pero no fue as, y muchas veces tuvo que cerrar los ojos y ponerse los dedos en los odos para encontrarse con su propia agua. Despus de haberse detenido en Espaa, donde un arquitecto le vendi los planos para una casa inundada ella no me dio detalles tom un barco demasiado lleno de gente y al dejar de ver tierra se dio cuenta que el agua del ocano no le perteneca, que en ese abismo se ocultaban demasiados seres desconocidos. Despus me dijo que algunas personas, en el barco, hablaban de naufragios y cuando miraban la inmensidad del agua, pareca que escondan miedo; pero no en una baera, y de entregarse a ella con el cuerpo desnudo. Tambin les gustaba ir al fondo del barco y ver las calderas, con el agua encerrada y enfurecida por la tortura del fuego. En los das que el mar estaba agitado la seora Margarita se acostaba en su camarote, y haca andar sus ojos por hileras de letras, en diarios y revistas, como si siguieran caminos de hormigas. O miraba un poco el agua que se mova entre un botelln de cuello angosto. Aqu detuvo el relato y yo me di cuenta que ella se balanceaba como un barco.A menudo nuestros pasos no coincidan, echbamos el cuerpo para lados diferentes y a m me costaba atrapar sus palabras, que parecan llevadas por rfagas desencontradas. Tambin detuvo sus pasos antes de subir a la pasarela, como si en ese momento tuviera miedo de pasar por ella; entonces me pidi que fuera a buscar el bote. Anduvimos mucho rato antes que apareciera el suspiro ronco y nuevas palabras. Por fin me dijo que en el barco haba tenido un instante para su alma. Fue cuando estaba apoyada en una baranda, mirando la calma del mar, como a una inmensa piel que apenas dejara entrever movimientos de msculos. La seora Margarita imaginaba locuras como las que vienen en los sueos: supona que ella poda caminar por la superficie del agua; pero tena miedo que surgiera una marsopa que la hiciera tropezar; y entonces, esta vez, se hundira, realmente. De pronto tuvo conciencia que desde haca algunos instantes caa, sobre el agua del mar, agua dulce del cielo, muchas gotas llegaban hasta la madera de cubierta y se precipitaban tan seguidas y amontonadas como si asaltaran el barco. En seguido toda la cubierta era, sencillamente, un piso mojado. La seora Margarita volvi a mirar el mar, que reciba y se tragaba la lluvia con la naturalidad conque un animal se traga a otro.Ella tuvo un sentimiento confuso de lo que pasaba y de pronto su cuerpo se empez a agitar por una risa que tard en llegarle a la cara, como un temblor de tierra provocado por una causa desconocida. Pareca que buscara pensamientos que justificaran su risa y por fin se dijo. Esta agua parece una nia equivocada; en vez de llover a tierra llueve sobre otra agua. Despus sinti ternura en lo dulce que sera para el mar recibir la lluvia; pero al irse para su camarote, moviendo su cuerpo inmenso, record la visin del agua tragndose la otra y tuvo la idea de que la nia iba hacia su muerte. Entonces la ternura se le llen de una tristeza pesada, se acost en seguida y cay en el sueo de la siesta. Aqu la seora Margarita termin el relato de esa noche y me orden que fuera a mi pieza.Al da siguiente recib su voz por telfono y tuve la impresin de que me comunicaba con una conciencia de otro mundo. Me dijo que me invitaba para el atardecer a una sesin de homenaje al agua. Al atardecer yo o el ruido de las budineras, con las corridas de Mara, y confirm mis temores: tendra que acompaarla en su velorio. Ella me esper al pie de la escalera cuando ya era casi de noche. Al entrar, de espaldas a la primera habitacin, me di cuenta de que haba estado oyendo un ruido de agua y ahora era ms intenso. En esa habitacin vi un trinchante. (Las ondas del bote lo hicieron mover sobre sus gomas infladas, y sonaron un poco las copas y las cadenas con que estaba sujeto a la pared). Al otro lado de la habitacin haba una especie de balsa, redonda, con una mesa en el centro y sillas recostadas a una baranda: parecan un concilibulo de mudos movindose apenas por el paso del bote. Sin querer mis remos tropezaron con los marcos de las puertas que daban entrada al dormitorio. En ese instante comprend que all caa agua sobre agua. Alrededor de toda la pared menos en el lugar en que estaban los muebles, el gran ropero, la cama y el tocador haba colgadas innumerables regaderas de todas formas y colores; reciban el agua de un gran recipiente de vidrio parecido a una pipa turca, suspendido del techo coma una lmpara; y de l salan, curvados como guirnaldas, los delgados tubos de goma que alimentaban las regaderas.Entre aquel ruido de gruta, atracamos junto a la cama; sus largas patas de vidrio la hacan sobresalir bastante del agua. La seora Margarita se quit los zapatos y me dijo que yo hiciera lo mismo; subi a la cama, que era muy grande, y se dirigi a la pared de la cabecera, donde haba un cuadro enorme con un chivo blanco de barba parado sobre sus patas traseras. Tom el marco, abri el cuadro como si fuera una puerta y apareci un cuarto de bao. Para entrar dio un paso sobre las almohadas, que le servan de escaln, y a los pocos instantes volvi trayendo dos budineras redondas con velas pegadas en el fondo. Me dijo que las fuera poniendo en el agua. Al subir, yo me ca en la cama; me levant en seguida pero alcanc a sentir el perfume que haba en las cobijas. Fui poniendo las budineras que ella me alcanzaba al costado de la cama, y de pronto ella me dijo: Por favor, no las ponga as que parece un velorio. (Entonces me di cuenta del error de Mara). Eran veintiocho. La seora se hinc en la cama y tomando el tubo del telfono, que estaba en una de las mesas de luz, dio orden de que cortaran el agua de las regaderas. Se hizo un silencio sepulcral y nosotros empezamos a encender las velas echados de bruces a los pies de la cama y yo tena cuidado de no molestar a la seora. Cuando estbamos por terminar, a ella se le cay la caja de los fsforos en una budinera, entonces me dej a m solo y se levant para ir a tocar el gong, que estaba en la otra mesa de luz.All haba tambin una porttil y era lo nico que alumbraba la habitacin. Antes de tocar el gong se detuvo, dej el palillo al lado de la porttil y fue a cerrar la puerta que era el cuadro del chivo. Despus se sent en la cabecera de la cama, empez a arreglar las almohadas y me hizo seas para que yo tocara el gong. A m me cost hacerlo; tuve que andar en cuatro pies por la orilla de la cama para no rozar sus piernas, que ocupaban tanto espacio. No s por qu tena miedo de caerme al agua la profundidad era slo de cuarenta centmetros. Despus de hacer sonar el gong una vez, ella me indic que bastaba. Al retirarme andando hacia atrs porque no haba espacio para dar vuelta, vi la cabeza de la seora recostada a los pies del chivo, y la mirada fija, esperando. Las budineras, tambin inmviles, parecan pequeas barcas recostadas en un puerto antes de la tormenta. A los pocos momentos de marchar los motores el agua empez a agitarse; entonces la seora Margarita, con gran esfuerzo sali de la posicin en que estaba y vino de nuevo a arrojarse de bruces a los pies de la cama. La corriente lleg hasta nosotros, hizo chocar las budineras, unas contra otras, y despus de llegar a la pared del fondo volvi con violencia a llevarse las budineras, a toda velocidad. Se volc una y en seguida otras; las velas al apagarse, echaban un poco de humo. Yo mir a la seora Margarita, pero ella, previendo mi curiosidad, se haba puesto una mano al costado de los ojos.Rpidamente, las budineras se hundan en seguida, daban vueltas a toda velocidad por la puerta del zagun en direccin al patio. A medida que se apagaban las velas haba menos reflejos y el espectculo se empobreca. Cuando todo pareca haber terminado, la seora Margarita, apoyada en el brazo que tena la mano en los ojos, solt con la otra mano una budinera que haba quedado trabada a un lado de la cama y se dispuso a mirarla; pero esa budinera tambin se hundi en seguida. Despus de unos segundos, ella, lentamente, se afirm en las manos para hincarse o para sentarse sobre sus talones y con fa cabeza inclinada hacia abajo y la barbilla perdida entre la gordura de la garganta, miraba el agua como una nia que hubiera perdido una mueca.Los motores seguan andando y la seora Margarita pareca, cada vez ms abrumada de desilusin. Yo, sin que ella me dijera nada, atraje el bote por la cuerda, que estaba atada a una pata de la cama. Apenas estuve dentro del bote y solt la cuerda, la corriente me llev con una rapidez que yo no haba previsto. Al dar vuelta en la puerta del zagun mir hacia atrs y vi a la seora Margarita con los ojos clavados en m como si yo hubiera sido una budinera ms que le diera la esperanza de revelarle algn secreto. En el patio, la corriente me haca girar alrededor de la isla. Yo me sent en el silln del bote y no me importaba dnde me llevara el agua. Recordaba las vueltas que haba dado antes, cuando la seora Margarita me haba parecido otra persona, y a pesar de la velocidad de la corriente senta pensamientos lentos y me vino una sntesis triste de mi vida. Yo estaba destinado a encontrarme solo con una parte de las personas, y adems por poco tiempo y como si yo fuera un viajero distrado que tampoco supiera dnde iba. Esta vez ni siquiera comprenda por qu la seora Margarita me haba llamado y contaba su historia sin dejarme hablar ni una palabra; por ahora yo estaba seguro que nunca me encontrara plenamente con esta seora. Y segu en aquellas vueltas y en aquellos pensamientos hasta que apagaron los motores y vino Mara a pedirme el bote para pescar las budineras, que tambin daban vuelta alrededor de la isla. Yo le expliqu que la seora Margarita no haca ningn velorio y que nicamente le gustaba ver naufragar las budineras con la llama y no saba qu ms decirle.Esa misma noche, un poco tarde, la seora Margarita me volvi a llamar. Al principio estaba nerviosa, y sin hacer la carraspera tom la historia en el momento en que haba comprado la casa y la haba preparado para inundarla. Tal vez haba sido cruel con la fuente, desbordndole el agua y llenndola con esa tierra oscura. Al principio, cuando pusieron las primeras plantas, la fuente pareca soar con el agua que haba tenido antes; pero de pronto las plantas aparecan demasiado amontonadas, como presagios confusos; entonces la seora Margarita las mandaba cambiar. Ella quera que el agua se confundiera con el silencio de sueos tranquilos, o de conversaciones bajas de familias felices (por eso le haba dicho a Mara que estaba sorda y que slo deba hablarle por telfono). Tambin quera andar sobre el agua con la lentitud de una nube y llevar en las manos libros, como aves inofensivas. Pero lo que ms quera, era comprender el agua. Es posible, me deca, que ella no quiera otra cosa que correr y dejar sugerencias a su paso; pero yo me morir con la idea de que el agua lleva adentro de s algo que ha recogido en otro lado y no s de qu manera me entregar pensamientos que no son los mos y que son para m. De cualquier manera yo soy feliz con ella, trato de comprenderla y nadie podr prohibir que conserve mis recuerdos en el agua.Esa noche, contra su costumbre, me dio la mano al despedirse. Al da siguiente, cuando fui a la cocina, el hombre del agua me dio una carta. Por decirle algo le pregunt por sus mquinas. Entonces me dijo: Vio qu pronto instalamos las regaderas?S, y anda bien? (Yo disimulaba el deseo de ir a leer la carta).Cmo no Estando bien las mquinas, no hay ningn inconveniente. A la noche muevo una palanca, empieza el agua de las regaderas y la seora se duerme con el murmullo. Al otro da, a las cinco, muevo otra vez la misma palanca, las regaderas se detienen, y el silencio despierta a la seora; a los pocos minutos corro la palanca que agita el agua y la seora se levanta.Aqu lo salud y me fui. La carta deca:Querido amigo: el da que lo vi por primera vez en la escalera, usted traa los prpados bajos y aparentemente estaba muy preocupado con los escalones. Todo eso pareca timidez; pero era atrevido en sus pasos, en la manera de mostrar la suela de sus zapatos. Le tom simpata y por eso quise que me acompaara todo este tiempo. De lo contrario, le hubiera contado mi historia en seguida y usted tendra que haberse ido a Buenos Aires al da siguiente. Eso es lo que har maana.Gracias por su compaa; y con respecto a sus economas nos entenderemos por medio de Alcides. Adis y que sea feliz; creo que buena falta le hace. Margarita. P. D. Si por causalidad a usted se le ocurriera escribir todo lo que le he contado, cuente con mi permiso. Slo le pido que al final ponga estas palabras: Esta es la historia que Margarita le dedica a Jos. Est vivo o est muerto.