la arqueología del saber

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LA ARQUEOLOGIA DEL SABER Introducción MICHEL FOUCAULT PARÍS

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Arqueología del saber

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  • LA ARQUEOLOGIA DEL SABER Introduccin

    MICHEL FOUCAULT PARS

  • Hace ya varios decenios que la atencin de los historiadores se ha cen- trado preferentemente sobre los largos perodos, como si por debajo de las peripecias polticas y de sus episodios intentaran descubrir los equilibrios estables y difciles de romper, los procesos irreversibles, las regulaciones constantes, los fenmenos tendenciales que culminan y se invierten despus de continuidades seculares, los movimientos de acumulacin y las satura- ciones lentas, los amplios trasfondos inmviles y mudos que los relatos tradicionales haban recubierto de todo un espesor de acontecimientos. Para llevar a cabo este anlisis, los historiadores disponan de instrumentos que haban dispuesto ellos mismos o que haban recibido: modelos de creci- miento econmico, anlisis cuantitativo de los flujos de cambio, perfiles de los desarrollos y de las regresiones demogrficas, estudio del clima y de sus oscilaciones, recuento de constantes sociolgicas, descripcin de ajustamientos tcnicos, de su difusin y de su persistencia. Estos instrumentos les han permitido distinguir, en la historia, diferentes capas de sedimentacin; a las sucesiones lineales, que haban constituido hasta ahora el objeto de la in- vestigacin, ha seguido un esfuerzo sistemtico por desgajar esas capas. Desde la movilidad poltica hasta la lentitud caracterstica de la "civilizacin material", por todas partes se han multiplicado los niveles de anlisis: cada uno posee sus rupturas especficas, cada cual comporta una segmentacin que slo a l le pertenece; y a medida que se desciende hacia los ms profundos trasfondos, las cesuras se espacian ms. Por detrs de la historia fluida de los gobiernos, de las guerras y de las hambres, se dibujan otras historias, casi inmviles a la mirada -historias de dbil pendiente: historia de vas martimas, historia del trigo o de las minas de oro, historia de la sequa y de la irrigacin o historia del equilibrio, obtenido por la especie humana, entre el hambre y la proliferacin. Las viejas cuestiones del anlisis tradicional ((Qu punto de unin debe establecerse entre acontecimientos diferentes? (Cmo establecer entre ellos una sucesin necesaria? (Cul es la continuidad que los atraviesa o la significacin de conjunto que acaban por formar? (Puede definirse una totalidad, o es preciso ceirse a recons- tituir encadenamientos?) son sustituidas ahora por otro tipo de interroga- ciones: (Qu tipo de estratos deben aislarse unos de otros? (Qu tipo de series debe instaurarse? (Qu criterios de periodicidad debe adoptarse para cada uno de ellos? (Qu sistema de relaciones (jerarqua, dominancia, de-

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    terminacin unvoca, causalidad circular) puede describirse? {Qu series de series se pueden establecer? (Y en qu cuadro de amplia cronologa pueden determinarse las distintas secuencias de acontecimientos?

    Ahora bien, ms o menos por la misma poca, en las disciplinas que suelen denominarse historia de las ideas, de las ciencias, de la filosofa, del pensamiento, e incluso de la literatura (aunque dejaremos de lado la espe- cificidad de sta por un momento); en esas disciplinas que, a pesar de su ttulo, se escapan en gran parte del trabajo del historiador y de sus mtodos, la atencin se ha desplazado, por el contrario, de esas vastas unidades que se describan como "pocas" o como "siglos" hacia los fenmenos de ruptura. Por debajo de las grandes continuidades del pensamiento o de las manifestaciones masivas y homogneas de un espritu o de una mentalidad colectiva, por debajo del devenir de una ciencia orientado inexorablemente a existir y a culminar desde su comienzo, por debajo de la persistencia de un gnero, de una forma, de una disciplina, de una actividad terica, se intenta ahora detectar la incidencia de las interrupciones. Interrupciones cuyo estatuto o cuya naturaleza son muy diversos. Actos y unrbrales epis- temolgicos descritos por G. BACHELARD: stos suspenden el cmulo in- definido de los conocimientos, cortan su lenta maduracin y los hacen entrar en un tiempo nuevo, los separan de su origen emprico y de sus motivaciones iniciales, los purifican de sus complicidades imaginarias; ya no prescriben, por tanto, al anlisis histrico la indagacin de los comienzos silenciosos ni el remontarse hasta los primeros precursores sino la referencia y delimitacin de un nuevo tipo de racionalidad y de sus mltiples efectos. Desplazamientos y transformaciones de los conceptos: los anlisis de G. CAN- GUILHEM pueden servir, en este sentido, de modelo; muestran que la his- toria de un concepto no es necesariamente la de su progresivo refinamiento, de su racionalidad siempre creciente o de su grado de abstraccin, sino la de sus diversos campos de constitucin y de validez, la de sus sucesivas reglas de uso, de los mltiples medios tericos en los que se ha proseguido y llevado a &mino su elaboracin. Distinci6n (hecha tambin por G. CAN- GUILHEM) entre las escalas micro y nzacroscpicas de la historia de las ciencias en las que los acontecimientos y sus consecuencias no se distri- buyen de la misma manera: un descubrimiento, la puesta a punto de un mtodo, la obra de un sabio - o sus fracasos -. no tienen la misma incidencia y no pueden ser descritos de la misma manera en uno o en otro nivel; no ser, en consecuencia, la misma historia la que se encontrar en un caso o en otro. Redistribuciones recurrentes que permiten aparecer diversos pasados, diversas formas de encadenamientos, diversas jerarquas de impor- tancia, diversas redes de determinaciones, diversas teleologas en una sola y nica ciencia a medida que su presente se modifica. Y en consecuencia las descripciones histricas se ordenan necesariamente con relacin a la actua- lidad del saber, se multiplican con sus transformaciones y no cesan a su vez de romper con ellas mismas (M. SEERES ha elaborado la teora de este fenmeno en el dominio de las matemti.cas). Unidades arquitectnicas de los sistemas, analizadas por M. GU~ROULT; para descubrirlas no es per-

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    tinente la descripcin de las influencias, de las tradiciones, de las con- tinuidades culturales, sino ms+bien las coherencias internas, los axiomas, las cadenas deductivas, las compatibilidades. En este caso las cesuras ms radicales son sin duda las rupturas efectuadas por un trabajo de transfor- macin terica que "funda una ciencia y la desgaja de la ideologa de su pasado, revelando este pasado como ideolgico" (ALTHUSSER). A todo lo cual debera aadirse, asimismo, el anlisis literario, que no tiene ya por unidad el alma o la sensibilidad de una poca, ni los "grupos", las "escue- las", las "generaciones" o los "movimientos", ni tampoco la personalidad del autor en el juego de reciprocidad que anuda su vida y su "creacinJ', sino la estructura peculiar de una obra, de un libro, de un texto.

    Y el problema que se plantea a este tipo de anlisis histricos no es ya el saber por qu vas se han podido constituir las continuidades, de qu modo ha podido mantenerse un mismo propsito y ha llegado a constituir un horizonte nico para tantos espritus diferentes y sucesivos, qu modo de accin y qu soporte implica el juego de las transmisiones, de las in- corporaciones, de los olvidos y de las repeticiones, o bien cmo el origen puede extender su reino ms all de s mismo, hasta esa culminacin que no se da jams ... El problema ya no es el de la tradicin y el del rastro, sino el del recorte y el del lmite; no es ya el del fundamento que se per- peta sino el de las transformaciones que aparecen como fundacin y reno- vacin de fundaciones. A partir de lo cual se despliega todo un campo de cuestiones, algunas de las cuales son ya familiares, y por medio de las cuales este nuevo tipo de historia ensaya elaborar su propia teora: (Cmo especificar los diferentes conceptos que permiten pensar la discontinuidad (umbral, ruptura, corte, mutacin, transformacin)? (Mediante qu crite- rios es aislar las unidades con las que se tiene que trabajar? (Qu es, por tanto, una ciencia? (Qu es una obra? (Qu es una teora? (Qu es un concepto? (Qu es un texto? (Cmo diversificar los niveles en los que es posible situarse, cada uno de los cuales comporta sus cesuras y su forma peculiar de anlisis? Cul es, en consecuencia, el nivel legtimo de la formalizacin? Y el de la interpretacin? (Y el del anlisis estructural? (Cul es el que lleva a cabo asignaciones de causalidad?

    En una palabra, la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofa, de la literatura, parece multiplicar las rupturas y buscar todas las jerarquizaciones de la discontinuidad, mientras que la historia propiamente dicha parece borrar, en provecho de las estructuras rgidas, la irrupcin de los acontecimientos.

    Pero este entrecruzamiento no debe producir ilusiones. No hay que imaginarse, fiados por las apariencias, que algunas disciplinas histricas se encaminan de lo continuo a lo discontinuo, mientras que otras van de las discontinuidades a las grandes unidades ininterrumpidas; no hay que ima- ginarse tampoco que en el anlisis de la poltica, de las instituciones o de la economa se es cada vez ms sensible a las determinaciones globales,

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    mientras que en el anlisis de las ideas y del saber se presta una atencin cada vez ms grande a los juegos de las diferencias; tampoco hay que creer que estas dos grandes formas de descripcin se han cruzado sin reconocerse.

    En realidad tanto aqu como all se han planteado los mismos proble- mas, aunque han provocado en uno y otro caso efectos inversos. Estos problemas se resumen en una sola palabra: poner en tela de juicio el documento. Que no haya malentendidos: es evidente que desde que existe una disciplina como la historia, se han utilizado documentos, se les ha interrogado, se ha preguntado por ellos; no slo se les ha preguntado lo que queran decir, sino tambikn si decan la verdad -y a ttulo de qu podan pretender a ella-, es decir, si eran sinceros o falsificadores, bien informados o ignorantes, autnticos o alterados. Ahora bien, todas estas cuestiones y toda esta gran inquietud crtica apuntaban hacia un mismo fin: reconstituir, a partir de lo que dicen estos documentos, aquel pasado del que emanaban y que se ha esfumado tras ellos; el documento era tratado siempre como el lenguaje de una voz actualmente reducida a silen- cio- ese rastro suyo frgil, aunque, por fortuna, descifrable. Ahora bien, debido a una mutacin que no data de hoy, pero que no se ha consumado todava, la historia ha cambiado de posicin con relacin al documento: se impone como tarea primordial no tanto interpretarlo o determinar si dice la verdad y cul es su valor expresivo, cuanto trabajarlo desde el interior y elaborarlo: lo organiza, lo segmenta, lo distribuye, lo ordena, lo reparte en niveles, establece las series, distingue lo que es pertinente de lo que no lo es, recuenta los elementos, define las unidades, describe las relaciones. El documento no es ya para la historia esta materia inerte a travs de la cual sta intenta reconstruir lo que los hombres han hecho o han dicho, aquello que ha sucedido y de lo que slo permanece la estela: intenta definir en el tejido documental asimismo unidades, conjuntos, series, relaciones. Es preciso desprender a la historia de la imagen en la que durante tanto tiempo se ha complacido, mediante la cual hallaba su justi- ficacin antropolgica: la de una memoria milenaria y colectiva que se serva de documentos materiales para reencontrar la frescura de sus recuerdos; es el trabajo y la puesta a punto de una materialidad documental (libros, textos, relatos, registros, actos, edificios, instituciones, reglamentos, tcnicas, objetos, costumbres, etc.) la que presenta siempre y por todas partes, en toda sociedad, ciertas formas espontneas u organizadas de remanencias. El documento no es el instrumento dichoso de una historia que sera en ella misma y con pleno derecho memoria; la historia es el modo peculiar como una sociedad concede estatuto y elabora una masa documental de la que no se separa.

    Resumiendo podemos decir que la historia, en su forma tradicional, pretenda "memorizar" los monumentos del pasado, transformarlos en docu- mentos y hacer hablar a esos trazos que, por ellos mismos, no resultaban parlanchines- o decan en silencio algo diferente de lo que parecan de- cir -; actualmente la historia es lo que transforma los documentos en monu- mentos; en vez de descifrar los trazos dejados por los hombres, en vez de

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    intentar reconocer lo que haban sido, despliega una masa de elementos que se trata de aislar, de agrupar, de volver pertinentes, de poner en relacin, de constituir en conjuntos. Hubo un tiempo en que la arqueologa, como disciplina de los monumentos mudos, de los trazos inertes, de los objetos sin contexto y de las cosas legadas por el pasado, tenda hacia la historia y slo cobraba sentido por la restitucin de un discurso histrico; podra de- cirse, jugando un poco con las palabras, que la historia -actualmente- tiende hacia la arqueologa, es decir, a la descripcin intrnseca del mo- numen to.

    De lo cual se desprenden varias consecuencias. Y en primer lugar el efecto de superficie que ya se ha sealado: la multiplicaci6n de las rupturas en la historia de las ideas, el desvelamiento de perodos largos en la his- toria propiamente dicha. Ello derivaba, en la historia tradicional, a un intento por definir relaciones (de causalidad simple, de determinacin circu- lar, de antagonismo, de expresin) entre hechos o acontecimientos datados; una vez dada la serie, se trataba de precisar la vecindad de cada elemento. Desde entonces el problema consiste en constituir series: definir para cada una sus elementos, fijar los lmites, desvelar el tipo de relaciones que le era especfico, formular la ley y, despus, describir las relaciones entre las diferentes series con el fin de constituir series de series o "cuadros": de ah la multiplicacin de los estratos, la especificidad del tiempo y de las cronologas que le son propias; de ah la necesidad de distinguir no slo acontecimientos importantes (con una larga cadena de consecuencias) y de elementos mnimos, sino tambin tipos de acontecimientos de nivel diferente (unos breves, otros de duracin media, como la expansin de una tCcnica, o una rarefaccin de la moneda; otros, en fin, de duracin lenta, como un equilibrio demogrfico o el ajuste progresivo de una economa en una modificacin del clima); de ah la posibilidad de hacer aparecer grandes series constituidas por acontecimientos raros o por acontecimientos repetitivos. La aparicin de perodos largos en la historia actual no significa un retorno a las filosofas de la historia, a las grandes edades del mundo o a las fases descritas por el destino de las civilizaciones; es el efecto de la elaboracin, concertada metodolgicamente, de las series. Ahora bien en la historia de las ideas, del pensamiento y de las ciencias esa misma mutacin ha provocado un efecto inverso: ha disociado la serie larga cons- tituida por el progreso de la conciencia o la teleologa de la razn o la evolucin del pensamiento humano; ha replanteado los temas de la con- vergencia y de la culminacin; ha puesto en duda las posibilidades de la totalizacin. Ha conducido a la individualizacin de series diferentes que se yuxtaponen, se suceden, cabalgan entre ellas, se entrecruzan, sin que puedan reducirse a un esquema lineal. Y en vez de esa cronologa con- tinua de la razn que se remontaba inevitablemente al origen inaccesible, a su obertura fundante, han aparecido escalas a veces breves, distintas las unas de las otras, rebeldes a una ley nica, portadoras en ocasiones de un tipo de historia que es especfica de cada cual e irreductible al modelo general de una conciencia que adquiere, progresa y recuerda.

  • Miche Foucault

    Segunda consecuencia: la nocin de continuidad ocupaba un lugar importante en las disciplinas histricas. Para Ia historia en su forma clsica, lo discontinuo era a la vez lo dado y lo impensable: lo que se ofreca en el modo de acontecimientos dispersos --decisiones, accidentes, inicia- tivas, descubrimientos; y lo que deba ser rodeado, reducido y borrado mediante el anlisis con el fin de que apareciera la continuidad de los acontecimientos. La discontinuidad era ese estigma del derrame temporal que el historiador se haba propuesto suprimir de la historia. Actualmente, en cambio, ha pasado a ser uno de los elementos fundamentales del an- lisis histrico. Aparece desempeando un triple papel. Constituye en primer lugar una operacin deliberada del historiador (y no en cambio lo que recibe a pesar suyo del material que debe trabajar); debe, al menos a ttulo de hiptesis, distinguir los niveles posibles del anlisis, los mtodos que son caractersticos de cada uno y las periodizaciones que le convienen. Es adems el resultado de su descripcin (y no ya lo que debe eliminarse por efecto del anlisis); lo que intenta descubrir son los lmites de un proceso, el punto de inflexin de una curva, la inversibn de un movimiento regu- lador, las fronteras de una oscilacin, el umbral de un funcionamiento, d instante de desarreglo de una causalidad circular. Es, en fin, el concepto que el trabajo no cesa de especificar (en lugar de negligirlo o considerarlo un espacio en blanco uniforme e indiferente entre dos figuras positivas); adopta una forma y una funcin especficas segn cul sea el dominio y el nivel que se le asigna: no se habla de la imisma discontinuidad cuando se describe un umbral epistemolgico, el retroceso de una curva de pobla- cin o la sustitucin de una tcnica por otra. La nocin de discontinuidad es, como se ve, paradjica: es a la vez instrumento y objeto de investiga- cin; delimita un campo del que ella es juramente el efecto; permite in- dividualizar los dominios, pero a su vez esto slo es posible mediante la comparacin de stos. Y puesto que a fin de cuentas no constituye sim- plemente un concepto presente en el discurso del historiador, sino que Cste lo supone en secreto, (desde dnde podr ste hablar, entonces, sino a par- tir de esta ruptura que la historia le ofrece como objeto? Uno de los rasgos ms esenciales de esta historia nueva es, sin duda, este desplazamiento de lo discontinuo: la conversin de un obstculo en una prctica; su integra- cin en el discurso del historiador, en el que ya no desempea el papel de una fatalidad exterior que es preciso reducir, sino el de un concepto operato- rio que se utiliza; y de ah la inversin de signos gracias a la cual no consti- tuye ya el negativo de la lectura histrica (su reverso, su fracaso, el lmite de su poder) sino el elemento positivo que determina su objeto y confiere validez a su anlisis.

    Tercera consecuencia: el tema y la posibilidad de una historia global se comienzan a borrar y se insina la intencin -muy diferente- de lo que podra llamarse una historia general. El proyecto de una historia global est abocado a restituir la forma de conjunto de una civilizacin, el prin- cipio - material o espiritual - de una sociedad, la significacin comn a todos los fenmenos de un perodo, la ley que da cuenta de su cohesin

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    -eso que suele llamarse metafricamente el "rostro" de una poca. Un proyecto de esta ndole presupone dos o tres hiptesis: se supone que entre todos los acontecimientos de un rea espacio-temporal bien definida, en- tre todos los fenmenos de los que se ha encontrado la huella, es posible es- tablecer un sistema de relaciones homogneas: red de causalidad que per- mite hacer derivar, de cada uno de ellos, relaciones de analoga que muestran cmo se simbolizan los unos en los otros o cmo expresan todos ellos un mismo ncleo central; se supone por otra parte que una sola forma de historicidad atraviesa las estructuras econmicas, las estabilidades sociales, la inercia de las mentalidades, los hbitos tcnicos, los comportamientos polticos y los somete a todos al mismo tipo de transformacin; se supone en fin que la historia misma puede articularse en grandes unidades -es- tadios o fases- que detentan en ellas mismas su principio de cohesin. Son estos postulados los que la historia actual pone en duda cuando problematiza las series, los recortes, los lmites, los desniveles, las especi- ficidades cronolgicas, las formas singulares de remanencia, los tipos posibles de relacin. Pero con ello no pretende obtener una pluralidad de historias yuxtapuestas e independientes las unas de las otras: la de la economa al lado de la de las instituciones y junto a ellas la de las ciencias, de las religiones o de las literaturas; ni se trata tampoco de sealar coincidencias de fechas, o analogas de forma y de sentido entre estas historias diferentes. El problema que ahora se plantea -y que define la tarea de una historia general- es ms bien el de determinar qu forma de relacin puede ser descrita legtimamente entre estas diferentes series; qu sistemas verticales con susceptibles de formar; cul es el juego de correlaciones y dominancias que establecen unas con respecto a las otras; quk efecto pueden producir los desniveles, las temporalidades diferentes, las diversas remanencias; en qu conjuntos distintos pueden figurar simultneamente ciertos elementos; en una palabra: no solamente qu series, sino qu "series de series" es posible constituir (o en otras palabras, qu "cuadros"). Una descripcin global aprieta todos los fenmenos en torno a un centro nico -principo, significacin, espritu, visin del mundo, forma de conjunto-; una historia general desplegara por el contrario el espacio de una dispersin.

    En fin, ltima consecuencia: la historia nueva reencuentra cierto nme- ro de problemas metodolgicos, varios de los cuales le preexisten. Entre ellos se puede citar: la constitucin de c o r p s coherentes y homogneos de docu- mentos (corpus abiertos o cerrados, finitos o indefinidos), el establecimiento de un principio de eleccin (segn si se intenta tratar exhaustivamente la masa documental, si se practica un sondeo mediante mtodos de aprecia- cin estadstica, o si se intenta determinar antes que todo los elementos ms iepresentativos); la definicin del nivel de anlisis y de los elementos que le son pertinentes (en el material estudiado se pueden destacar las indicaciones numricas; las referencias, explcitas o no, a acontecimientos, a nstitucones, a prcticas; las palabras empleadas, con sus reglas de uso y los campos se- mnticos que dibujan, o incluso la estructura formal de las proposiciones y los tipos de encadenamientos que los unen); la especificacin de un mtodo

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    de anlisis (tratamiento cuantitativo de los datos, descomposicin segn un cierto nmero de rasgos asignables de los que se estudian las correlaciones, desciframientos interpretativos, anlisis de las frecuencias y de las distribu- ciones); la delimitacin de los conjuntos y de los sub-conjuntos que articulan el material estudiado (regiones, perodos, procesos unitarios); la determina- cin de las relaciones que permiten caracterizar un conjunto (puede tratarse de relaciones numricas o lgicas; relaciones funcionales, causales, analgi- cas; puede tratarse de la relacibn de significante y significado).

    Todos estos problemas forman parte ahora del campo metodol~ico de la historia. Campo que merece la atencin por dos razones. Primero porque se percibe hasta qu punto se ha desprendido de lo que hasta ahora consti- tua la filosofa de la historia as como de las cuestiones que sta planteaba (sobre la racionalidad o la teleologa del devenir, sobre la relatividad del saber histrico, sobre la posibilidad de descubrir o de constituir un sentido en la inercia del pasado y en la totalidad inacabada del presente). En segun- do lugar, porque recoge en algunos de sus puntos ciertos problemas que se plantean asimismo en otros dominios, como la lingstica, la etnologa, la economa, el anlisis literario, la mitologa. A estos problemas se les puede compendiar con el ttulo de "estructuralismo". Ello es posible bajo ciertas condiciones, pues estn lejos de cubrir el campo metodolgico de la historia y slo ocupan, adems, una parte cuya importancia vara con los dominios y los niveles de anlisis; salvo en algunos pocos casos, no han sido importados de la lingstica o,de la etnologa sino que han nacido en el campo mismo de la historia -esencialmente en el de la historia econmica -; en fin, no auto- rizan, por otra parte a hablar de "estructuralizacin" de la historia y menos de tentativa por sobrepasar un "conflicto" o una "oposicin" entre estruc- tura y devenir. Hace ya mucho tiempo que los historiadores consideran, describen y analizan estructuras, sin haberse tenido que preguntar si no de- jaban escapar con ello la "historia" viva, frgil y trkmula. La oposicin es- tructura-devenir no es pertinente ni para la definicin del campo histrico ni para la definicin del mtodo estructural.

    Esta mutacin epistemolgica de la historia no se ha consumado todava hoy da, Tampoco puede decirse que haya comenzado ayer, pues es po- sible sin duda remontarla hasta MARX. Pero ha tardado sin embargo en producir efectos. En nuestros das -y sobre todo en la historia del pensa- miento-no se ha registrado ni se ha reflexionado suficientemente sobre ella (a diferencia de otras disciplinas que, como la lingstica, han expe- rimentado la misma transformacin). Parece que es especialmente difcil formular, por lo que respecta a esta historia, que los hombres reconstruyen, acerca de sus propias ideas y de sus propios conocimientos, una teora gene- ral de la discontinuidad, de las series, de los limites, de las unidades, de los rdenes especficos, de las autonomas y de las dependencias diferenciadas. Como si en ese terreno en el que se sola indagar los orgenes, remontar indefinidamente la lnea de los antecedentes, reconstruir las tradiciones, se- guir las curvas evolutivas, proyectar las teleologas y recurrir sin cesar a las metforas de la vida, se experimentase una singular repugnancia a pensar la

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    diferencia, a describir los desvos y las dispersiones, a disociar la forma s e gura de lo idntico. 0, ms exactamente, como si fuera imposible hacer la teora de estos conceptos de umbrales, mutaciones, sistemas independientes, series limitadas, as como extraer las consecuencias generales y derivar todas las implicaciones posibles. Como si tuviramos miedo de pensar el Otro en el tiempo de nuestro propio pensamiento.

    Hay una razn de esto. Si la historia del pensamiento poda permanecer siendo el lugar de las continuidades ininterrumpidas, si anudaba sin cesar unos encadenamientos que ningn anlisis sabra deshacer sin abstraccin, si se tramaba, en torno a todo lo que los hombres dicen y hacen, oscuras snte- sis que lo anticipaban, lo preparaban y lo conducan indefinidamente hacia su futuro, la razn era que todo esto constitua un resguardo privilegiado para la conciencia. La historia continua es el correlato indispensable a la funcin fundante del sujeto: la garanta de que todo lo que se le ha escapa- do podr serle devuelto; la certidumbre de que el tiempo no dispersar nada sin restituirlo en una unidad recompuesta; la promesa de que el sujeto - bajo la forma de conciencia histrica - podr un da apropiarse de todas las cosas mantenidas en la lejana por la diferencia y restaurar su dominio, as como encontrar finalmente su morada. Hacer del anlisis histrico e1 discurso acer- ca de lo continuo y hacer de la conciencia humana el sujeto originario de todo devenir y de toda prctica, constituyen las dos caras d e un mismo siste- ma de pensamiento. El tiempo es concebido en trminos de totalizacin y las revoluciones constituyen nicamente tomas de conciencia.

    Este tema ha desempeado, en formas diferentes, un papel constante desde el siglo XIX: salvar, frente a todos los descentramientos, la soberana del sujeto y las figuras gemelas de la antropologa y del humanismo. Contra el descentramiento operado por MARX-por el anlisis histrico de las rela- ciones de produccin, de las determinaciones econmicas y de la lucha de clases- ha tenido lugar, hacia finales del siglo m, la investigacin de una historia global en la que todas las diferencias de una sociedad podran ser reconducidas a una forma nica, a la organizacin de una visin del mun- do, al establecimiento de un sistema de valores, a un tipo coherente de civi- lizacin. Al descentramiento operado por la genealoga nietzscheana se ha apuesto la bsqueda de un fundamento originario que hiciera de la raciona- lidad el telos de la humanidad y que ligara toda la historia del pensamiento a la salvaguarda de esta racionalidad, al mantenimiento de esta teleologa y al retorno siempre necesario hacia al fundamento. En fin, ms reciente- mente, as que las investigaciones del psicoanlisis, de la lingstica, de la etnologa han descentrado el sujeto con relacin a las leyes de su deseo, a las formas de su lenguaje, a las reglas de su accin o a los juegos de sus discursos mticos o fabulosos, una vez resulta al fin algo claro y concluyente que el hombre, interrogado sobre lo que era, no poda dar cuenta de su sexua- lidad y de su inconsciente, de las formas sistemticas de su lengua o de la regularidad de sus ficciones, de nuevo ha sido reactivado el tema de una con- tinuidad de la historia: una historia que no sena ya cesura sino devenir; que no sera juego de relaciones sino dinamismo interno; que no sera sistema

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    sino duro trabajo en pos de la libertad; que no sera forma sino esfuerzo - incesante de una conciencia que se retoma a s misma e intenta recogerse

    hasta lo ms profundo de sus condiciones: una historia que ser a la vez larga paciencia ininterrumpida y vivacidad de un movimiento que termina por romper todos los lmites. Para hacer valer este tema que opone a la "inmovilidad" de las estructuras. a su sistema "cerrado". a su necesaria "sincrona", la abertura viviente de la historia, es preciso evidentemente negar en los anlisis histricos el uso de la discontinuidad, la definicin de los niveles y de los lmites, la descripcin de series especficas, el desvela- miento de todo el juego de las diferencias. Se est entonces abocado a antro- pologizar a MARX, a convertirlo en un historiador de las totalidades y a reencontrar en 61 el propsito y la intencin del humanismo; se est asimis- mo abocado a inter~retar a NIETZSCHE en los tdrminos de una filosofa tras- cendental y a considerar su genealoga como una investigacin de lo origi- nario; se est abocado por ltimo a dejar de lado, como si jams hubieran aparecido, todo ese campo de problemas metodolgicos que actualmente propone la historia nueva. Pues si se concede que la cuestin acerca de las discontinuidades, de los sistemas y de las transformaciones, de las series y de los umbrales, se plantea en todas las disciplinas histricas (en aquellas que conciernen a las ideas o a las ciencias no menos que en las que concier- nen a la economa y a las sociedades), en ese caso, (cmo es posible oponer con legitimidad el "devenir" al "sistema", el movimiento a las regulaciones circulares, o- tal como se dice con ligereza irreflexiva-la "historia" a la "estructura"?

    Es la misma funcin conservadora que desempea el tema de las tota- lidades culturales-que ha servido primero para atacar y despus para metamorfosear a MARX-, as como el tema de una bsqueda de lo origi- nario -que se ha esgrimido primero en oposicin a NIETZSCHE, para des- pus trasponrselo- y por ltimo el tema de una historia viviente, continua y abierta. Se gemir por una historia asesinada cada vez que en un anlisis histrico-y sobre todo si se trata del pensamiento, de las ideas o de los conocimientos - se utilicen de forma demasiado manifiesta las categoras de la discontinuidad y de la diferencia, las nociones de umbral, de ruptura y de transformacin, la descripcin de las series y de los lmites. Se denunciar entonces un atentado contra los derechos inalienables de la historia y contra el fundamento de toda historicidad posible. Pero no debemos equivocarnos: lo que de hecho se lamentar con tanto nfasis no es la desaparicin de la historia sino la evaporacin de esa forma de historia que estaba secreta- mente - pero completamente - referida a la actividad sintktica del sujeto; lo que se llora es ese devenir que deba suministrar a la soberana de la conciencia un abrigo ms seguro y menos expuesto que los mitos, los siste- mas de parentesco, las lenguas, la sexualidad o el deseo; lo que se llora es la posibilidad de reanimar por el proyecto, por el trabajo del sentido o por el movimiento de la totalizacin, el juego de determinaciones materiales, de relaciones rigurosas pero no refle~ti~as, de correlaciones que escapan a toda experiencia vivida; lo que se llora es el uso ideolgico de la historia mediante

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    el cual se intenta restituir al hombre todo lo que despus de un siglo no ha cesado de escaprsele; todos los tesoros de otros tiempos se haban amonto- nado en la vieja ciudadela de esa historia; se la crea slida; se la haba sacralizado; se la haba constituido en el lugar ltimo del pensamiento antro- polgico; se haba credo poder capturar en ella aquello mismo que se es- grima en contra de elh; se crea haber dispuesto una adecuada vigilancia. Pero las propios historiadores han desertado de esta vieja fortaleza desde hace tiempo y han acudido a trabajar a otros lugares; se empieza a comprender que MARX O NIETZSCHE no aseguraban esa salvaguarda que se les haba confiado. No se puede ya contar con ellos para guardar los privilegios; ni para afirmar una vez ms que la historia es viva y continua y que constituye para el sujeto en cuestin el lugar del reposo, de la certidumbre, de la re- conciliacin - del sueo tranquilizado.

    En este punto se determina una empresa cuyo propsito han trazado, muy imperfectamente, la Historia de la locura, el Nacimiento de la clnica y Las palabras y las cosas. Empresa mediante la cual se intenta tomar la medida de las mutaciones que se operan en general en el campo de la historia; empresa en la que se cuestionan los mtodos, los lmites, los temas propios de la historia de las ideas; empresa por la cual se intenta desanudar las ltimas sujeciones antropolgicas; empresa que intenta de rechazo hacer aparecer el modo en que esas sujeciones han podido formarse. Estas tareas han sido esbozadas con un cierto desorden y sin que fuese claramente de- finida su articulacin general. Es el momento de darles coherencia-o por lo menos de ejercerla. Este libro es el resultado de este ejercicio.

    Pero antes de comenzar es preciso llevar a cabo algunas precisiones con el fin de evitar todo malentendido: - No se trata aqu de transferir al dominio de la historia, y en concreto

    al de la historia de los conocimientos, un mtodo estructuralista que ha sido probado en otros campos de anlisis. Se trata de desplegar los principios y las consecuencias de una transformacin autctona que est a punto de consumarse en el dominio del saber histrico. El hecho de que esta trans- formacin, los problemas que plantea, los instrumentos que utiliza, los con- ceptos que se definen y los resultados que se obtienen no sean en cierto modo extraos a lo que se suele denominar anlisis estructural es desde luego muy posible. Pero no es ese anlisis propiamente el que aqu se ejerce. - Mucho menos se trata de utilizar las categoras de totalidades cultu-

    rales (visiones del mundo, tipos ideales, espritu singular de las pocas) con el fin de imponer a la historia- y a pesar suyo- las formas del anlisis es- tructural. Las series descritas, los lmites fijados, las comparaciones y las correlaciones establecidas no se apoyan en las antiguas filosofas de la histo- ria, sino que tienen por fin poner justamente en tela de juicio las tcleolo- gas y las totalizaciones. - En la medida en que se trata de definir un mtodo de anlisis hist-

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    rico que se haya liberado del tema antropolgico, es posible darse cuenta de que la teora que se intentar esbozar se halla en una doble relaci6n con las investigaciones ya realizadas. Intenta formular, en trminos generales (y no sin multitud de rectificaciones y elaboraciones), los instrumentos que estas investigaciones han utilizado o han dispuesto. Pero por otra parte se beneficia de los resultados obtenidos para definir un mtodo de anlisis que se halle purificado de todo antropologismo. El suelo sobre el que reposa es aquel que ha descubierto. Las investigaciones sobre la locura y la aparicibn de una psicologa, sobre la enfermedad y el nacimiento de una medicina clnica, sobre las ciencias de la vida, del lenguaje y de la economa, han sido ensayos ciegos -por una parte: pero se esclarecen poco a poco, no slo por- que precisan el mtodo adecuado, sino porque descubren-en ese debate sobre el humanismo y la antropologa-el punto de su posibilidad histrica.

    En una palabra, esta obra, al igual que las anteriores, no se inscribe, por lo menos directamente o en primer plano, en el debate sobre la estructura (confrontada con la gnesis, con la historia, con el devenir), sino ms bien en ese campo en el que se manifiestan, se entrecruzan y se especifican las cuestiones del ser humano, de la conciencia, del origen y del sujeto. Pero tampoco sera un error decir que justamente ah es donde se plantea tambin el problema de la estructura.

    Este trabajo no constituye la recogida y la descripcin exacta de lo que puede leerse en la Historia de la locura, el Nacimiento dR la clnica o Las palabras y las cosas. En muchos puntos es muy diferente. Comporta algunas correcciones y crticas internas. En general, la Historia de la lo- cura conceda una parte demasiado considerable-y por otra parte muy enigmtica - a eso que se designaba como "eqeriencia", dando pie a enten- der que se estaba prximo a la admisi6n de un sujeto annimo y general de la historia; en el "Nacimienta de la clinica", el recurso, varias veces inten- tado, al anlisis estructural, amenazaba esquivar la especificidad del pro- blema planteado y el nivel propio de la arqueologa; por ltimo Las pala- bras y las cosas, a causa de la ausencia de bagaje metodolgico, ha dado pie a ser interpretado en trminos de un anlisis de totalidades culturales. Me apena pensar que no haya podido evitar estos peligros; aunque me consuela pensar que estaban inscritos en la empresa misma, ya que, para poder to- mar su propia medida, deba desgajarse de estos mtodos diversos y de estas formas diversas de historia; por otra parte, sin las cuestiones que se me han planteado, sin las dificultades o las objeciones, no habra podido ver dibujarse de una forma tan ntida la empresa a la que -para bien o para mal -me hallo actualmente abocado. De ah el carcter cauto y caviloso de este texto: a cada momento toma distancia, establece sus medidas, tantea hacia sus lmi- tes, se refiere a lo que no quiere decir, cava fosas para definir su propio camino. A cada instante denuncia la confusin posible. Declina su identi- dad, no sin antes exclamar: yo no soy ni esto ni aquello. No se trata de una crtica la mayora de las veces; no se dice as que todo el mundo se ha equi- vocado en un lado o en otro. Se trata de definir un emplazamiento singular por medio de la exterioridad de sus vecindades; ms que reducir a los de-

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    ms al silencio, pretendiendo que su pro,psito es vano, se trata de intentar definir este espacio blanco desde el que hablo y que toma forma lentamente en un discurso que siento todava tan precario y tan incierto ...

    -(No se halla usted seguro de lo que dice? (Va usted a cambiar de nuevo y desplazarse con relacin a las cuestiones que se le plantean o decir que las objeciones no apuntan realmente hacia el lugar desde el que usted se pro- nuncia? (Dir usted una vez ms que usted no ha sido jams eso que se le reprocha ser? Usted prepara ya la salida que le permitir, en su prxi- mo libro, resurgir en otra parte y mofarse de nuevo diciendo: No, yo no estoy ah donde me sita usted sino aqu - en este lugar desde el que le miro a usted rindome ...

    -Bien (Y qu? (Se imagina usted acaso que me tomara a la vez tanta molestia - y tanto placer - en escribir si no preparara continuamente - con una mano un poco febril - el laberinto en el que me voy a aventurar y des- plazar mi propsito, abrirle pasajes subterrneos y desfondar10 lejos de s mismo o hallarle al fin las zonas que resumen y deforman su transcurso -en las que pueda al fin perderme y aparecer finalmente ante unos ojos que ya no podr reconocer. Hay ms de uno que, al igual que yo, escribe para no tener ya rostro. No me pregunte, por eso, quin soy, ni me pida que sea siempre el mismo: eso es una moral de estado civil; ella rige nues- tros documentos. Pero que nos deje libres cuando se trata de escribir!