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La acción voluntaria de la libre subjetividad, o sea la forma concreta con que el ser social históricamente determinado realiza su necesidad Juan Iñigo Carrera CICP En su texto “Hacer o qué hacer: Esa es la cuestión. De la teoría a la acción política”, Mercedes D´Alessandro e Igal Kejsefman (de aquí en más MDA e IK), afirman que de mi libro “El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia” se desprende: Otra de las formas de entender las condiciones materiales es el determinismo o el economicismo, que es lo que nos intensa abordar y discutir en este trabajo porque entendemos que lleva a la (in)acción política. Esta postura la podemos encontrar en el libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia, de Juan Iñigo Carrera (JIC). (MDA e IK, p. 3) En mi libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia desarrollo repetidamente la necesidad (o sea, la determinación) de la acción política de la clase obrera como la forma concreta de la superación del modo de producción capitalista. Pero no me detengo en señalar esta necesidad, sino que avanzo desarrollando la razón por la cual esta acción política necesita tomar una forma concreta determinada, que frente al discurso posmoderno del repudio a la toma del poder del estado por la clase obrera, reivindica el planteo del Manifiesto comunista. Sintetizo aquí la cuestión hilvanando las siguientes citas: Por lo tanto, es en esta acción política revolucionaria donde la clase obrera da cuerpo a la plenitud del desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad en que se expresa directamente la necesidad del modo de producción capitalista de superarse a sí mismo: es aquí donde se dirime el desarrollo inmediato de la organización consciente general de la vida social. (JIC, Imago Mundi, pp. 45-46) La centralización del capital como propiedad directamente social, o sea, como propiedad del estado, es la forma más potente de la socialización del trabajo privado. Mediante esta centralización, la clase obrera toma en sus manos su propia relación social enajenada. Por lo tanto, su realización es la forma concreta general de la acción política en que la clase obrera expresa sus intereses históricos como sujeto revolucionario. (JIC, p. 51) Estas condiciones en que se desarrolla la esencia de la acumulación de capital actual cobran una forma ideológica específica en la pseudocrítica del modo de producción capitalista que se fascina con la apariencia de la contraposición de una «sociedad civil» al estado. Así, los papeles históricos antagónicos de la clase obrera y la clase capitalista, determinados por la transformación en la materialidad misma del trabajo humano regida por la subsunción real de éste en el capital, quedan borrados de la lucha política. Su lugar lo ocupa la apariencia de que, por una parte, se mueve la afirmación autónoma del espíritu humano libre de su determinación histórica como personificación del capital social y, por la otra, se mueve el estado, no como representante político necesario del capital social sino como un sujeto autónomo que sirve al capital desde su exterior. Esta inversión tiene una expresión política acabada: el proclamar como quintaesencia de la acción revolucionaria superadora del modo de producción capitalista a la abominación y el horror por la acción política de la clase obrera orientada a tomar el poder del estado. De este modo, las formas de acción política en que se refleja la impotencia circunstancial de la clase obrera para ejercer la representación política general del capital social que valoriza con su plustrabajo, y por lo tanto, su impotencia circunstancial para avanzar tomando directamente en sus manos su

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La acción voluntaria de la libre subjetividad, o sea la forma concreta con que el ser

social históricamente determinado realiza su necesidad

Juan Iñigo Carrera

CICP

En su texto “Hacer o qué hacer: Esa es la cuestión. De la teoría a la acción política”,

Mercedes D´Alessandro e Igal Kejsefman (de aquí en más MDA e IK), afirman que de mi

libro “El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia” se desprende:

Otra de las formas de entender las condiciones materiales es el determinismo o el

economicismo, que es lo que nos intensa abordar y discutir en este trabajo porque

entendemos que lleva a la (in)acción política. Esta postura la podemos encontrar en el libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia, de Juan Iñigo Carrera (JIC).

(MDA e IK, p. 3)

En mi libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia desarrollo

repetidamente la necesidad (o sea, la determinación) de la acción política de la clase obrera

como la forma concreta de la superación del modo de producción capitalista. Pero no me

detengo en señalar esta necesidad, sino que avanzo desarrollando la razón por la cual esta

acción política necesita tomar una forma concreta determinada, que frente al discurso

posmoderno del repudio a la toma del poder del estado por la clase obrera, reivindica el

planteo del Manifiesto comunista. Sintetizo aquí la cuestión hilvanando las siguientes citas:

Por lo tanto, es en esta acción política revolucionaria donde la clase obrera da cuerpo a la

plenitud del desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad en que se expresa

directamente la necesidad del modo de producción capitalista de superarse a sí mismo: es aquí donde se dirime el desarrollo inmediato de la organización consciente general de la vida

social. (JIC, Imago Mundi, pp. 45-46)

La centralización del capital como propiedad directamente social, o sea, como propiedad

del estado, es la forma más potente de la socialización del trabajo privado. Mediante esta

centralización, la clase obrera toma en sus manos su propia relación social enajenada. Por lo

tanto, su realización es la forma concreta general de la acción política en que la clase obrera expresa sus intereses históricos como sujeto revolucionario. (JIC, p. 51)

Estas condiciones en que se desarrolla la esencia de la acumulación de capital actual cobran una forma ideológica específica en la pseudocrítica del modo de producción

capitalista que se fascina con la apariencia de la contraposición de una «sociedad civil» al

estado. Así, los papeles históricos antagónicos de la clase obrera y la clase capitalista,

determinados por la transformación en la materialidad misma del trabajo humano regida por la subsunción real de éste en el capital, quedan borrados de la lucha política. Su lugar lo

ocupa la apariencia de que, por una parte, se mueve la afirmación autónoma del espíritu

humano libre de su determinación histórica como personificación del capital social y, por la otra, se mueve el estado, no como representante político necesario del capital social sino

como un sujeto autónomo que sirve al capital desde su exterior. Esta inversión tiene una

expresión política acabada: el proclamar como quintaesencia de la acción revolucionaria superadora del modo de producción capitalista a la abominación y el horror por la acción

política de la clase obrera orientada a tomar el poder del estado. De este modo, las formas de

acción política en que se refleja la impotencia circunstancial de la clase obrera para ejercer la

representación política general del capital social que valoriza con su plustrabajo, y por lo tanto, su impotencia circunstancial para avanzar tomando directamente en sus manos su

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propia relación social general enajenada, quedan ideológicamente invertidas como si fueran

un salto adelante en el proceso de superación de la enajenación. Muy apropiadamente, esta

impotencia política completa su papel ideológico rebajando la potencia específica de la

conciencia científica como forma concreta necesaria de la acción política del proletariado al nivel del «deseo» y el «festejo», tan al gusto posmoderno. (JIC, pp. 120-123)

Las formas concretas de la acción internacionalista dirigida hacia la formación de una clase obrera inmediatamente mundial es la cuestión central que subyace en cualquier acción

política capaz de expresar «los intereses generales del proletariado». Bajo una nueva forma

específica, el cierre del Manifiesto Comunista sigue teniendo plena vigencia. (JIC, p. 91)

¿Cómo es posible ver en esta propuesta concreta para la acción política de la clase

obrera un llamado a la (in)acción(sic) política? Tal vez podría pensarse en una lectura

incapaz de enfrentar la complejidad de la cuestión. O, peor aún, en que se hacen afirmaciones

sobre un texto que no se ha leído en su integridad (cosa que parece ser un hábito en algunos

marxistas argentinos). Pero no. Ambos autores conocen mis desarrollos en su integridad, no

sólo a través de la presunta lectura de mi libro, sino que han participado en exposiciones

donde he planteado y sometido a intensas discusiones la unidad de mis puntos de vista acerca

de la necesidad de la acción política de la clase obrera como sujeto revolucionario y de la

forma de conciencia capaz de organizarla.

La pregunta a la que verdaderamente da lugar el trabajo de MDA e IK es entonces la

siguiente: ¿De qué necesidad es portadora la conciencia de sus autores que los determina a

presentar mi propuesta de acción política revolucionaria de la clase obrera como si fuera la

negación de la acción política?

Tal vez no vaya a faltar quien levante aquí un indignado ¡determinismo! Pero si la

acción de MDA e IK careciera de necesidad, de determinación, todo intento de someterla a

discusión carecería de sentido. Si así como llegan a su conclusión acerca de mi trabajo

hubieran podido llegar a la conclusión contraria porque sí, o a concluir que mis desarrollos

son azules, o a cualquier otra conclusión carente de sentido (vaya, de necesidad, de

determinación), entonces todo intento de razonamiento (es decir, toda búsqueda de razón, o

sea, de determinación) respecto de sus planteos carecería de objeto y, por lo tanto, de razón de

existir. El espanto por la determinación y su conocimiento no es otra cosa que el culto a la

acción irracional, a la acción ciega respecto de su propia necesidad.

Una aclaración antes de avanzar, a fin de evitar cualquier malentendido. En el texto

que sigue interpelo de manera directa a MDA e IK, ya que ellos son los que han abierto el

presente debate y me han invitado personalmente a contestarles. Pero mi respuesta no apunta

a sus personas sino a su condición de representantes de concepciones ideológicas cuyas

determinaciones los trascienden personalmente y que tienen hoy día una presencia dominante

en la organización de la acción política de la clase obrera.

MDA e IK plantean de entrada como racionalidad, es decir, como determinación de su

discurso, el carácter científico del mismo. En particular, empiezan por la relación entre

conocimiento y acción transformadora. Pero, en lugar de explicar la relación concreta entre

ambos, no pueden ir más allá de darle vueltas a la enunciación de que el conocimiento “sirve

de base”, “potencia”, tiene “efecto directo” sobre la acción:

Si entendemos que la acción transformadora sobre el mundo se potencia con nuestro

saber de él, y este saber se plasma en la teoría científica, entonces es central entender el

vínculo entre cómo este saber encarna en la acción y cómo la acción lo transforma. Es decir, dado que entendemos que la creación de conocimiento científico es una forma de acción

política, sirve de base para ella, la potencia, etc., entonces la cuestión es acerca de cuál es el

vínculo de la teoría con la acción, o bien, cómo resolvemos la separación de estos dos momentos en una unidad. (MDA e IK, p. 2)

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Las lecturas que se realicen de las condiciones materiales tendrán un efecto directo sobre

las distintas tácticas y estrategias políticas -alternativas de acción- para la transformación

ante un mismo problema (la explotación del hombre por el hombre), lo que muestra la relevancia de este problema que en apariencia es teórico. (MDA e IK, p. 2)

Ahora bien, aunque MDA e IK no puedan terminar de explicar la relación concreta, es

claro que en su exposición esta relación está presentada con el carácter de una determinación:

el conocimiento, o sea, la conciencia, determina a la acción. Pero, y entonces ¿qué determina

al conocimiento, qué determina a la conciencia? ¿De dónde surge la necesidad de que se

formule una teoría u otra, de que se realice una “lectura” u otra? Según MDA e IK esta

necesidad no puede surgir del ser social del sujeto, o sea, del modo en que éste porta en su

persona su capacidad para participar en la organización del proceso material de metabolismo

social. Esto sería un espantoso “determinismo o economicismo”. En consecuencia, MDA e IK

la van a atribuir a una voluntad política que define por sí misma, o sea libre de toda

determinación como no sean sus propios “objetivos políticos”, qué forma darle a su

conciencia y, de ahí, a su acción:

Desde nuestro punto de vista, todas las teorías científicas actúan sobre el mundo y nada

tienen de neutrales. La diferencia radica en sus objetivos políticos… (MDA e IK, p. 1)

Sobre esta base, MDA e IK manifiestan tener interés en “contribuir a la construcción”

de unos “sistemas” que comparten el mismo objetivo político dado que “asumen abiertamente

su unidad de teoría y acción […] entendiendo la necesidad de una transformación conciente

del mundo”. Y a continuación dan por explicada la existencia de propuestas muy diferentes y

contrapuestas de acción política dentro del campo así definido por las diferencias en “la

lectura” (“reformista” en unos casos, “revolucionaria” en otros) de las “condiciones

materiales” hecha por sus respectivos autores. Ahora bien, a MDA e IK ni siquiera se les

ocurre formularse la pregunta que su propia exposición hace obvia: ¿y de qué dependen las

diferencias en estas “lecturas”? O por usar el término abominable, ¿qué determina esas

diferencias? Ya sabemos que, según MDA e IK, explicar la existencia de estas diferentes

lecturas porque sus autores son los sujetos de las acciones en que toma forma concreta

necesaria la organización de las condiciones materiales de su proceso de vida social y, por lo

tanto, que estas acciones son la forma concreta con que ejercen su relación social general, es

caer en un “economicismo” y un “fatalismo” inadmisibles. ¿Y entonces? ¿Será que la

naturaleza produce individuos con la voluntad de transformar conscientemente al mundo pero

dota a algunos de éstos con un espíritu revolucionario y a otros con uno reformista? ¿O será

más bien que MDA e IK son portadores de la necesidad social de ejercer una voluntad

fatalmente conformista respecto de las apariencias más inmediatas de la acción política?

Pero hay más. Según MDA e IK:

Cuando Lenin nos advierte que “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco

movimiento revolucionario” no hace otra cosa que poner en primer plano la unidad entre

teoría y práctica, entre sujeto y objeto. (MDA e IK, p. 2)

Supongamos, en los términos de MDA e IK, que bajo la influencia perniciosa de un

“fatalismo” económico nadie tuviera la voluntad de desarrollar una “teoría revolucionaria”.

En tal caso, siempre en los términos de MDA e IK, no podría haber ningún “movimiento

revolucionario”. ¿Querría decir esto que el modo de producción capitalista tiene la posibilidad

de ser eterno? O, puesta la voluntad revolucionaria sobre sus pies, ¿no será que como forma

históricamente específica de organizarse la vida humana, y por lo tanto del desarrollo de las

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fuerzas productivas materiales del trabajo social, el modo de producción capitalista lleva en sí

la necesidad de su propia superación engendrando un sujeto concreto portador de esta

necesidad y, por lo tanto, de una voluntad revolucionaria?

Bueno, tal vez MDA e IK nos dirán simplemente que no tomemos a Lenin tan en

serio, que se trata nomás de una “metáfora”. Porque después de tanta certeza, empiezan a

vacilar y apelan a un dudoso “quizás”:

Si la acción de los oprimidos es una noacción en la espera de la hora que llegará por el

desarrollo mismo del capital, en lugar de fomentar la pronta organización de los de abajo quizás estos nunca lleguen a conocer una nueva sociedad. (MDA e IK, p. 4)

¿Cómo? ¿Quizás haga falta la acción, quizás de todos modos no haga falta? Cualquier

rigor científico sale aquí de escena a ritmo de bolero: “quizás, quizás, quizás”. Ocurre que,

después de tanto entusiasmo por la libre voluntad política como determinante de la acción,

MDA e IK se espantan de sus propios dichos, y resulta que:

Por supuesto, que el peligro está en caer en el polo opuesto: el voluntarismo, o el dominio

de las condiciones subjetivas sobre las objetivas. Creer que por la propia voluntad, y por

haber conocido su condición de explotado, el saberse mercancía (el ser contemporáneo de sí mismo, como plantearía Hegel) ya están dadas las condiciones para la transformación del

orden de las cosas. Claro que eso también sería una quijotada. (MDA e IK, pp. 4-5)

Pero ¿cómo saben MDA e IK que no han sucumbido al “peligro” de caer en el

voluntarismo desde el inicio mismo de su planteo, donde las voluntades políticas, empezando

por la suya propia, campean sin la menor referencia a su determinación? No hay respuesta en

su texto. Nos dejan deshojando la margarita teórica del “me caigo mucho, poquito, nada en el

voluntarismo, me caigo…” En mi trabajo “Acerca del carácter de la relación base económica -

superestructura política y jurídica: la oposición entre representación lógica y reproducción

dialéctica” he puesto en evidencia el carácter de este tipo de criterio, que pretende derivar la

norma de sus desvíos en vez de explicar los desvíos como forma necesaria de realizarse la

norma, a propósito de su planteo por Gramsci:

Otro ejemplo claro en el mismo sentido lo ofrece Gramsci: advierte que no hay que caer

en el “economismo”, ni caer en el “ideologismo”, pero no puede decir respecto de la

determinación misma más que “es difícilmente establecido con exactitud”. ¿Cómo se sabe que se está cayendo hacia un lado o el otro si no se puede definir qué es estar en el punto de

equilibrio, o sea, en el punto en que el caerse para un lado y para el otro se han eliminado

mutuamente y por lo tanto su relación ya no explica nada? Toda la complejidad de la

relación real acaba reducida a una ambigüedad cuantitativa ¿Mucho, poquito? Lo cual no es de extrañar, ya que la lógica es la forma necesaria de representar idealmente la

determinación cuantitativa considerada en sí. Es porque en realidad la representación sólo

corresponde a una determinación de cantidad, que ninguno de los sostenedores de la “autonomía relativa” y concepciones similares puede enunciar la cualidad de la

determinación, y no pueden pasar de explicarla como una cuestión de desvíos cuantitativos

carentes de norma. (JIC, “Acerca del carácter…”, pp. 2-3)

Este texto mío, presentado justamente un año antes que el de MDA e IK al mismo

congreso de epistemología, apunta de manera directa a la base metodológica que sustenta el

verdadero contenido ideológico del planteo de MDA e IK. Efectivamente, MDA e IK están

convencidos de que el conocimiento científico tiene, por naturaleza y por lo tanto

ahistóricamente, la forma de una representación lógica:

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La teoría científica se nos aparece como la forma en que nos representamos la realidad

mediante el pensamiento, pero esto no es una mera representación, ya que como hemos

señalado, la ciencia es acción, por tanto esta representación que nos hacemos es también la

reproducción de aquello representado y por tanto colabora en la construcción de nuestro mundo. (MDA e IK, p. 6)

Sin embargo, la ciencia, y a fortiori la teoría científica, no es sino una forma de la

conciencia, por lo tanto, la expresión de una relación social históricamente determinada y, de

ahí, una forma concreta históricamente determinada de relación social ella misma. Y como

toda relación social, su carácter histórico no se limita meramente a darle uno u otro contenido

sino que determina el cambio de su forma misma. La verdadera cuestión de la determinación

histórica de la conciencia científica no pasa simplemente por el hecho de que un método

ahistóricamente dado va engendrando distintos contenidos, sino que parte necesariamente de

preguntarse por la determinación histórica del método científico mismo.

La voluntad crítica de MDA e IK se detiene ante la apariencia de que el contenido de

la ciencia tiene un carácter histórico, pero que su forma, esto es, su método, se encuentra

ahistóricamente determinada como el de una representación de lo concreto mediante el

pensamiento. Condenan severamente a quienes no reconocen críticamente que la ciencia tiene

su contenido determinado por el carácter histórico del proceso social. Pero no pueden siquiera

darse cuenta de que ellos hacen exactamente lo mismo ante la forma de la ciencia, ante su

método. Bien podría aplicárseles una dosis de su propia crítica:

… esta manera de comprender la cosa, sólo nos revela el carácter poco comprometido, o

ingenuo en el mejor de los casos, del científico que no sólo necesariamente se encuentra

condicionado por el carácter mercantil de la producción científica […] Su modo de presentarse […] es sólo una forma de naturalizar y reproducir acríticamente las relaciones

sociales vigentes bajo la protección de un discurso que se presenta como científico. (MDA e

IK, p. 1)

Pero, una vez más, lo que importa son las preguntas que deja abierta el planteo de

MDA e IK. ¿Debemos conformarnos con atribuir su aceptación acrítica de la representación

teórica como método natural de la ciencia al “carácter poco comprometido, o ingenuo en el

mejor de los casos” de su voluntad científica? ¿O debemos preguntarnos por la necesidad

histórica concreta que toma forma en su voluntad científica “de naturalizar y reproducir

acríticamente las relaciones sociales vigentes bajo la protección de un discurso que se

presenta como científico”? MDA e IK deberán dar su respuesta; la mía es, sin duda, la

segunda.

En este sentido, hay un hecho que se transparenta notablemente a través del texto de

MDA e IK. Pese a presentarlo en un congreso de epistemología con un eje explícito en la

discusión de mi libro, omiten toda referencia al desarrollo que hago en el mismo acerca de las

determinaciones históricas del método científico. Centro este desarrollo en contraponer la

reproducción de lo concreto mediante el pensamiento, como método científico propio de la

clase obrera en la superación revolucionaria del modo de producción capitalista, a la

representación lógica de lo concreto como método científico propio de la valorización del

capital. No sólo dedico específicamente a este desarrollo un tercio del libro, sino que el

mismo esta explícitamente presente en toda la obra. Nuevamente las preguntas: ¿Será que esta

omisión de una cuestión ciertamente fundamental para la discusión que plantean MDA e IK

“revela el carácter poco comprometido, o ingenuo en el mejor de los casos” con que han leído

mi libro? ¿O será que revela que su voluntad es portadora de una determinación social que los

fuerza a eludir el verdadero eje de la discusión para evitar que rebalse del cauce ideológico

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que intentan imponerle mediante la naturalización de la representación como método

ahistóricamente necesario de la ciencia?

No cabe aquí sino volver a la cuestión de la relación entre conocimiento y acción, pero

abordándola ahora como el concreto de cuya necesidad debemos apropiarnos mediante su

reproducción en el pensamiento. En mi libro arranco el acápite “El sujeto histórico del

conocimiento dialéctico” del capítulo “El conocimiento dialéctico”, justamente sintetizando

cómo la representación lógica cumple la función ideológica de generar una separación

aparente entre el conocimiento y la acción (de la cual dan testimonio los enredos de MDA e

IK en torno a la cuestión), en contraste con el modo en que la reproducción de lo concreto

mediante el pensamiento reconoce desde el vamos que el conocimiento es la forma de la

acción en que ésta se rige a sí misma:

La separación aparente entre conocimiento y práctica brota de la naturaleza de la etapa

histórica del desarrollo de la humanidad en que la organización del proceso de metabolismo

social por medio de la conciencia -la organización específicamente humana del proceso de metabolismo social- se enajena, tornándose en forma concreta de la organización autónoma

de este proceso mediante la producción de valor. Sólo en esta etapa histórica, el

conocimiento científico puede aparecer negando su verdadera condición inmediata de forma

necesaria de regir la acción consciente. Más aún, puede aparecer hasta como la negación de la acción misma, como el abstracto opuesto a ésta. Vale decir, puede aparecer como

conocimiento teórico. Por el contrario, la reproducción de la propia necesidad real concreta

mediante el pensamiento muestra en la forma misma de su método -esto es, como conocimiento dialéctico- que excluye toda apariencia de exterioridad respecto de la acción

que rige. Se muestra, por lo tanto, como lo que es: la organización de tal acción, es decir,

porción específica de esta acción y, en consecuencia, esta acción misma. La investigación

científica supera así toda apariencia de ser el abstracto opuesto de la práctica, para afirmarse como crítica práctica. (JIC, p. 270)

Sobre la base de la apariencia de que, por una parte, está el conocimiento y, por la otra

parte, la acción, la representación teórica alcanza en su desarrollo histórico su forma

ideológica más plena como apologética del capital. Lo hace proclamando la imposibilidad de

la acción con pleno conocimiento de causa, es decir, con pleno conocimiento de las

determinaciones de la propia potencialidad del sujeto respecto de las del medio sobre el que

va a actuar:

La teoría científica misma ha puesto ya en evidencia que resulta lógicamente imposible -

cualquiera sea la lógica que se utilice- alcanzar la certeza acerca de las razones de una determinada acción humana más allá de sus apariencias. Por lo tanto, las teorías científicas

se reducen a ser formas de interpretar al mundo de distintas maneras. (JIC, p. 1)

… las teorías científicas no pueden ir más allá de interpretar la realidad de distintas

maneras. Son formas de interpretar el mundo. Por más potente que la acción fundada en una

teoría sea para transformar la realidad, ella es en sí misma la negación de la acción que

conoce su propia necesidad de manera plena más allá de toda apariencia, en tanto se funda en una tal interpretación. […] Cualquier interpretación de una determinación real es, en sí

misma, la negación del conocimiento de esa determinación que ha avanzado más allá de toda

apariencia presentada por ella; la interpretación de la propia necesidad es la negación de su conocimiento objetivo pleno. Pero la organización consciente general de la vida social

implica que el conocimiento objetivo por parte de cada miembro de la sociedad respecto de

sus determinaciones como tal miembro, superando cualquier apariencia, se constituye en la relación social general. En consecuencia, tanto como el conocimiento científico esté

condenado a la interpretación, la organización consciente general de la vida social está

condenada a la imposibilidad. En otras palabras, tanto como la teoría científica sea la forma

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acabada del conocimiento científico, el socialismo/comunismo está condenado a la

imposibilidad. (JIC, pp. 251-252)

En la realización de esta determinación ideológica suya, la representación teórica

desarrolla una forma específica que se ha tornado dominante en la actualidad en el terreno del

conocimiento de las formas sociales:

Ni siquiera se trata ya de enfrentar las formas reales para interpretarlas de distintas

maneras. Se trata de interpretar de distintas maneras lo que otros han dicho acerca de la

realidad… (JIC, p. 247)

En pocas palabras, es la degradación del conocimiento íntegro de la propia necesidad a

una interpretación de la realidad y, por lo tanto, a una ideología. Se llega así al punto en que

la cuestión se convierte en interpretar al mundo interpretando a Marx de distintas maneras. (JIC, p. 284)

Este es exactamente el método que utilizan MDA e IK. En vez de enfrentar a las

determinaciones reales que los llevarían a enfrentarse con sus propias determinaciones como

sujetos que conocen, eluden esas determinaciones apelando a la interpretación de textos. Y,

por supuesto, gracias a omitir cuidadosamente que he desarrollado la crítica a este método

oponiéndole el de la reproducción de lo concreto mediante el pensamiento, interpretan que

mis textos no pueden tener más fundamento que la interpretación de textos misma:

La utilización del termino “personificaciones” no es casual, sino que invoca una metáfora

del prólogo de El capital donde Marx planteaba que “aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas

relaciones e intereses de clase”. E Incluso más: entender esta metáfora de forma literal será

la base y sustento de su teoría y lectura sobre la trasformación necesaria del mundo. … Por esto entendemos que en Marx, “personificaciones” refiere a una metáfora y que no

hay literalidad. (MDA e IK, pp. 3-4)

Para contestarnos acerca de la necesidad que lleva a MDA e IK a querer arrastrarme a

su mundo fantástico hecho de interpretar textos, no nos queda ya más camino que

enfrentarnos a las determinaciones concretas más simples de nuestra propia conciencia por

nuestro ser social, es decir, por la forma en que organizamos nuestro proceso de metabolismo

social. El capítulo 1 de mi libro comienza precisamente con el desarrollo de estas

determinaciones. Lo he vuelto a desplegar (aunque sólo hasta alcanzar la forma de mercancía

que toma la relación social general) en mi libro Conocer el capital hoy. Usar críticamente “El

capital”, volumen1. Aquí lo voy a presentar tomando como punto de partida mi reciente

artículo “El método, de los Grundrisse a El Capital”:

Se trata de un proceso humano de metabolismo social, y como tal, de un proceso en el

cual el trabajo alimenta con su producto al consumo social. Cada ciclo de metabolismo

comienza pues con el trabajo y, a su vez, la realización del trabajo comienza con su organización. Esto es, la sociedad dispone de una fuerza de trabajo total que se encuentra

portada en la corporeidad individual de sus miembros. La organización del trabajo social

consiste en asignar a cada individuo la forma útil concreta en que debe gastar su fuerza de trabajo a fin de producir los correspondientes valores de uso para los demás, es decir, los

valores de uso sociales. En otros modos de producción, esta asignación se resuelve a través

de las relaciones directas de dependencia personal entre los miembros de la sociedad. Pero,

ya desde su determinación más simple que tenemos delante, el modo de producción capitalista se caracteriza por ser una sociedad formada por individuos recíprocamente libres

de dependencia personal en la organización del trabajo social. Se trata de una sociedad en

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que los individuos trabajan unos para otros sin que entre ellos exista relación personal alguna

que les permita organizar éste, su trabajo social. ¿Cómo resuelven entonces esa

organización? En el momento en que cada uno de ellos tiene que asignar su cuota individual

de fuerza de trabajo de la sociedad a un determinado trabajo útil concreto para los otros, los individuos libres no cuentan con más relación social entre sí que la de portar cada uno de

ellos, en su cuerpo, una cierta capacidad genérica para realizar un trabajo socialmente útil,

una fuerza de trabajo social en general. ¿Qué hacen, entonces? Cada uno aplica su cuota de fuerza de trabajo en general, es decir, gasta materialmente su cuerpo trabajando, bajo la

forma concreta que su conciencia de individuo libre le dice que ha de satisfacer una

necesidad social. Esto es, organiza la forma concreta de su trabajo social de manera privada y con independencia respecto de los demás para los cuales trabaja. Pero el reconocimiento

del carácter socialmente útil de su trabajo no es un atributo privado suyo sino que es un

atributo privado de la conciencia de los demás. Se trata, pues, de la potestad que tienen los

otros de reconocer el carácter social del trabajo realizado por cada uno, no en el momento efectivo de esa realización donde cada uno actúo de manera privada e independiente respecto

del otro, sino una vez que dicho trabajo ya ha sido materializado en su producto. En

consecuencia, este reconocimiento recíproco no toma la forma de un reconocimiento personal directo, sino de uno indirecto. Éste se establece mediante la igualación de esos

productos en el cambio como materializaciones de aquella única relación social existente

entre los productores en el momento en que cada uno de ellos debía darle a su capacidad para realizar trabajo en general una determinada forma concreta de manera privada e

independiente. Si esa fuerza de trabajo genérica ha sido aplicada adecuadamente, es decir, si

el trabajo abstracto se ha materializado bajo una forma concreta socialmente útil, la

materialidad de ese mismo trabajo se representa como el atributo social que tiene su producto para relacionarse con otro portador de igual materialización en el cambio. Esto es,

la materialidad del trabajo abstracto socialmente necesario se representa como el valor de su

producto, y éste adquiere su determinación social específica de mercancía. Esta es la forma indirecta en que se impone la unidad material de la producción social cuya organización se

rige de manera privada e independiente. La forma de valor que tienen las mercancías es la

relación social general que establecen de manera indirecta entre sí los productores privados e

independientes. Por su medio asignan la materialidad de su capacidad para gastar productivamente su cuerpo en general, o sea para realizar trabajo abstracto socialmente

necesario, aplicando esa materialidad bajo las formas útiles concretas correspondientes.

Porque realiza su trabajo de manera privada e independiente, el productor de mercancías tiene el control pleno sobre el carácter individual del mismo, pero carece de todo control

sobre su carácter social. Las potencias de su propio trabajo individual respecto de la unidad

del proceso de metabolismo social, escapan completamente a su control. Por eso, tiene que someter su conciencia y voluntad de individuo libre a las potencias sociales del producto de

su trabajo. Los atributos de su personalidad humana, su conciencia y voluntad, deben actuar

como atributo de su mercancía, personificarla, o dicho de manera simple, tener por objeto

inmediato la producción de valor. El valor, y por lo tanto su capacidad para participar en la organización del trabajo social y, luego, en el consumo social, no es un atributo personal

suyo. Es un atributo ajeno a su persona; le pertenece a su mercancía. El producto material del

trabajo que ha regido de manera privada e independiente su conciencia y voluntad de individuo libre, lo enfrenta como portador de una potencia social que es ajena a él y a la cual

se encuentra sometida su conciencia y voluntad de individuo libre. Por lo tanto, la conciencia

y voluntad libres del productor de mercancías son la forma en que se realiza la enajenación de su conciencia y voluntad como atributos de la mercancía. Su conciencia libre es la forma

que tiene su conciencia enajenada en la mercancía. (JIC, “El método …”, pp. 21-22)

¿Dónde hay aquí una interpretación de textos? Todo lo que hay es la exposición del

proceso en que un sujeto de la acción se enfrenta a sus propias determinaciones reales y va

desarrollando la necesidad social que toma forma concreta en esa acción. Se trata, por lo

tanto, del proceso en que ese sujeto organiza su acción con la necesidad de una acción que

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conoce sus determinaciones, o sea, desarrolla su libertad, superando la apariencia inmediata

de encerrar una abstracta libertad ahistórica vacía de enajenación.

Sigamos avanzando sobre las formas concretas que toma esta relación social

objetivada y, por lo tanto, la conciencia de los sujetos de la acción en el modo de producción

capitalista. Para ir directo al grano, me limito aquí a enunciar el curso seguido: el objeto

inmediato de la producción social no es la mera producción de valor sino la valorización

continua del valor, la producción de plusvalía en escala ampliada, o sea, la acumulación del

capital. La capacidad objetivada en el producto del trabajo social realizado privadamente para

organizar a ese mismo trabajo, pone a éste en marcha con el objeto inmediato de producir más

de esa capacidad objetivada para organizar privadamente del trabajo social. La reproducción

ampliada de la forma cosificada misma de organizarse el trabajo social se encuentra

determinada como el objeto inmediato de esa organización. La relación social general con que

se rige el proceso de vida humana no tiene por objeto inmediato la reproducción de ésta sino

la reproducción de sí misma. Por lo tanto, esta relación social objetivada, el capital, se

encuentra determinada como el sujeto concreto del proceso de metabolismo social. Cosa que

descubro, lejos de por interpretar textos, al avanzar preguntándole a mi acción política por el

contenido de necesidad que la determina. Claro está que este descubrimiento del capital como

sujeto no me pertenece de manera original, ya que yo lo he realizado como un proceso de

reconocimiento desde el punto de vista social por contar con el camino abierto originalmente

por Marx:

En cambio, en la circulación D - M - D funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo

como diferentes modos de existencia del valor mismo […] El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto

automático. […] el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando

continuamente las formas de dinero y mercancía, modifica su propia magnitud, en cuanto

plusvalor se desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza. El movimiento en el que agrega plusvalor es, en efecto, su propio movimiento, y su valorización, por tanto,

autovalorización. Ha obtenido la cualidad oculta de agregar valor porque es valor […] Como

sujeto dominante de tal proceso, en el cual ora adopta la forma dineraria o la forma mercantil, ora se despoja de ellas pero conservándose y extendiéndose en esos cambios, el

valor necesita ante todo una forma autónoma, en la cual se compruebe su identidad consigo

mismo. Y esa forma sólo la posee en el dinero. […] Si en la circulación simple el valor de las mercancías, frente a su valor de uso, adopta a lo sumo la forma autónoma del dinero, aquí

se presenta súbitamente como una sustancia en proceso, dotada de movimiento propio, para

la cual la mercancía y el dinero no son más que meras formas. Pero más aún. En vez de

representar relaciones mercantiles, aparece ahora, si puede decirse, en una relación privada consigo mismo. […] El valor, pues, se vuelve valor en proceso, dinero en proceso, y en ese

carácter, capital. (Marx, El capital, I, Siglo XXI, pp. 188-189)

Pues bien, las personas somos el sujeto de nuestro propio proceso de vida, al que

damos curso mediante el trabajo. Para ello organizamos nuestro trabajo social, esto es,

desarrollamos nuestra relación social. Pero aquí nos encontramos que, como capital, nuestra

relación social, es decir, nuestra capacidad para organizar nuestro propio trabajo social, nos

enfrenta como una capacidad objetivada en el producto de ese mismo trabajo. Nos enfrenta

como una capacidad autonomizada, que automáticamente pone en marcha nuestro trabajo

social. Esto es, pone en marcha este trabajo sin que nuestra conciencia y voluntad como

personas humanas pueda controlar esta puesta en marcha. Y no sólo lo hace, sino que su

finalidad inmediata es reproducirse a sí misma, sin que nuestra conciencia y voluntad como

personas humanas pueda controlar este fin. Pero la conciencia y la voluntad son la forma en

que la persona humana lleva en si misma su capacidad para organizar su trabajo individual y

su participación en el trabajo social, esto es, son la forma en que la persona realiza las

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determinaciones de su ser social. Por lo tanto, la conciencia y la voluntad de las personas en el

modo de producción capitalista es la ejecutora de esa relación social objetivada que, al mismo

tiempo, no pueden controlar. La conciencia libre se encuentra determinada de manera

concreta como la forma que tiene la conciencia enajenada en el capital.

Dado que el punto de partida de cada ciclo de vida social se abre con la organización

privada del trabajo social, nos encontramos ante todo con el desarrollo de la conciencia y

voluntad que personifica de manera más simple esa organización:

En su condición de vehículo consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se

transforma en capitalista. Su persona, o, más precisamente, su bolsillo, es el punto de partida

y de retorno del dinero. El contenido objetivo de esa circulación -la valorización del valor- es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es

el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea como

capital personificado, dotado de conciencia y voluntad.

… Sólo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor histórico y ese derecho histórico a la existencia que, como dice el ingenioso Lichnowski, ninguna fecha no

tiene. Sólo en tal caso su propia necesidad transitoria está ínsita en la necesidad transitoria

del modo capitalista de producción. Pero en cuanto capital personificado, su motivo impulsor no es el valor de uso y el disfrute, sino el valor de cambio y su acrecentamiento.

Como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la

humanidad a producir por producir, y por consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas

sociales y a crear condiciones materiales de producción que son las únicas capaces de constituir la base real de una formación social superior cuyo principio fundamental sea el

desarrollo pleno y libre de cada individuo. El capitalista sólo es respetable en cuanto

personificación del capital.

Por cierto, ésta no es una cita mía sino de Marx (El capital, I, pp. 186-187 y 731).

Como hasta MDA e IK pueden ver, yo uso el término “personificación” exactamente del

mismo modo riguroso con que lo define Marx: la conciencia y voluntad de una persona que se

encuentran determinadas como portadoras de su relación social cosificada. Más aún, Marx

remarca el hecho de que la superación del modo de producción capitalista no brota de la

acción bajo la condición de persona (“el valor de uso y el disfrute”) sino bajo la condición de

personificación: la cuestión pasa por el desarrollo de las fuerzas productivas sociales y de la

materialidad de la producción que son propias de la organización del trabajo mediante esa

relación social cosificada que los individuos personifican.

El prólogo de un libro no es el mejor lugar para encontrar el modo riguroso en que un

autor define el término que reproduce a un concreto real. Pero es allí donde MDA e IK se

detienen para “interpretar” que el término personificación no es, para Marx, sino una

“metáfora”. Una vez más las preguntas ¿Será que el desconocimiento del desarrollo explícito

que hace Marx acerca de la determinación de la conciencia y voluntad como personificación

de la relación social cosificada (por otra parte, en total coincidencia con el uso del término en

el prólogo) y de su papel como portadora de la superación del modo de producción capitalista

“revela el carácter poco comprometido, o ingenuo en el mejor de los casos” con que MDA e

IK han leído El capital? ¿O será que revela que su voluntad está determinada como una

personificación específica de esa misma relación social cosificada cuya necesidad concreta de

existencia reside en negar ideológicamente la existencia misma de toda personificación, bajo

la apariencia de ser crítica respecto de esa relación social cosificada misma por invocar el

nombre de un Marx vaciado de contenido? ¿No será que tras el borrado de la personificación

como portadora de la conciencia libre que es forma de la conciencia enajenada en la relación

social cosificada se intenta borrar ideológicamente el descubrimiento de las potencias

históricas específicas de los sujetos en el modo de producción capitalista, para reducir con

apariencia crítica estas potencias a una abstracta “voluntad política” que se atribuye a que la

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condición natural de estos sujetos como personas libres se encuentra sometida al

“problema”(sic) de una históricamente inespecífica “explotación del hombre por el hombre”?

Volvamos a la determinación histórica específica de la conciencia y voluntad del

sujeto que, también de manera más simple, realiza el trabajo social organizado de manera

privada: el obrero libre de dependencia personal y de los medios de producción, que sólo

cuenta con su fuerza de trabajo como mercancía para vender:

Para vincular esas cosas entre sí como mercancías, los custodios de las mismas deben

relacionarse mutuamente como personas cuya voluntad reside en dichos objetos, […] Esta relación jurídica, cuya forma es el contrato […] es una relación entre voluntades en la que

se refleja la relación económica. El contenido de tal relación jurídica o entre voluntades

queda dado por la relación económica misma. Aquí, las personas sólo existen unas para otras como representantes de la mercancía, y por ende como poseedores de mercancías. En el

curso ulterior de nuestro análisis veremos que las máscaras que en lo económico asumen las

personas, no son más que personificaciones de las relaciones económicas como portadoras

de las cuales dichas personas se enfrentan mutuamente. (Marx, El capital, I, pp. 103-104)

Por lo tanto, el obrero ejerce su relación social general con la conciencia y voluntad

determinadas como personificación de su mercancía, la fuerza de trabajo:

Me pagas la fuerza de trabajo de un día, pero consumes la de tres. Esto contraviene

nuestro acuerdo y la ley del intercambio mercantil. Exijo, pues, una jornada laboral de

duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. […] Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el

valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor […] Por otra parte, la naturaleza

específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la

jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar aquí, pues, una antinomia:

derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio

mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha en

torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase

de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera. (Marx, El capital, I, pp. 281-282)

Al enfrentarme a la necesidad de mi acción política yo encuentro exactamente estas

mismas determinaciones y las reproduzco en mí libro diciendo, en una síntesis:

Observemos más detenidamente el curso seguido por nuestro avance en el terreno

específico de las formas sociales actuales, es decir, del modo capitalista de organizar el proceso de metabolismo social. La relación social general cobró ante nosotros la forma de

una relación indirecta entre las personas, mediada por la determinación de los productos

materiales del trabajo social realizado privadamente como objetos cambiables, como

mercancías. En esta relación indirecta general, las personas someten su conciencia y voluntad de individuos libres a las potencias sociales de sus mercancías. Solo cuentan en ella

como personificaciones de sus mercancías, impotentes para relacionarse de manera directa

entre sí. Pero, en la realización de esta relación social general materializada, los poseedores de mercancías entran en relaciones que ya no los vinculan de manera general indirecta con

todos los demás. Establecen relaciones privadas que los vinculan de manera directa -esto es,

de manera consciente y voluntaria- como personificaciones de sus mercancías, por el tiempo requerido para el perfeccionamiento de su relación social indirecta. Por ejemplo, la relación

entre el deudor y su acreedor, o la relación entre un capitalista y un obrero por el tiempo en

que el segundo ha vendido al primero su fuerza de trabajo. Nos encontramos así ante la

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necesidad de distinguir específicamente las formas concretas en que se realiza la relación

social general. Para lo cual llamamos relaciones económicas a aquellas en las cuales la

relación social general se realiza conservando su forma simple de relación indirecta entre

personificaciones de mercancías mediada por el cambio mismo de éstas. Y llamamos relaciones jurídicas a aquellas en las cuales el cambio de mercancías, la realización de su

valor, se desarrolla alcanzando la forma concreta de una relación directa privada entre las

personificaciones de mercancías. Seguimos adelante y nos encontramos que, para que la fuerza de trabajo se venda normalmente por su valor, no basta con que la relación indirecta

cobre la forma de una suma de relaciones directas de alcance privado. Es necesario que la

relación antagónica general entre el obrero y el capitalista a lo largo de la jornada de trabajo -uno como personificación de su fuerza de trabajo, el otro, como personificación del capital-

cobre la forma concreta de la lucha de clases. Esto es, del establecimiento de una relación

directa -repitamos, consciente y voluntaria- de solidaridad que se extiende con alcance

general entre las personificaciones al interior de cada polo de la relación antagónica, determinándolas como clase obrera y clase capitalista. A su vez, las determinaciones de clase

se subsumen en la relación directa -una vez más, consciente y voluntaria- antagónica, la

lucha de clases, que alcanza así al universo de las personificaciones de mercancías en el modo de producción capitalista. La relación indirecta general se realiza así bajo la forma

concreta de relaciones directas de clase, a las que distinguimos de manera específica como

relaciones políticas. (JIC, pp. 267-268)

En primer lugar, es Marx y no yo quien descubre originalmente el vínculo entre la

relación económica y las voluntades que rigen la acción de las personas que se relacionan

entre sí como personificaciones, es decir, entran en relación jurídica entre sí. Y es Marx quien

descubre que estas relaciones entre personificaciones se desarrollan tomando la forma

concreta de la lucha de clases, es decir, de las relaciones políticas. No se trata de ese más o

menos cuantitativo en torno al cual MDA e IK deshojan la margarita teórica del “no caer en el

economicismo, no caer en el voluntarismo”. Se trata de la relación entre el contenido y su

forma necesaria de realizarse. La relación económica en que las personas entran

indirectamente entre sí por medio de las mercancías, o sea, la relación social general

cosificada, tiene siempre por forma concreta de realizarse la acción de las voluntades que se

enfrentan directamente unas a otras como sus personificaciones políticas. Y estas acciones

políticas siempre tienen por contenido la relación económica indirecta. Esto es exactamente lo

que he expuesto en mi libro. Volvamos a preguntar: ¿Será que la voluntad política de MDA e

IK, pero no simplemente la de ellos sino la de tantos otros marxistas incluso de la talla de

Gramsci, explica por sí la reducción de esta clara relación entre contenido económico y forma

política al “no caer en el economicismo, no caer en el voluntarismo” vacío de toda unidad

cualitativa? ¿O será que estas voluntades políticas son la forma que toma una determinación

del modo indirecto de organizarse la vida social que las hace reducir el descubrimiento hecho

por Marx de la relación entre forma política y contenido económico a la indefinición

cuantitativa del “no caer en el economicismo, no caer en el voluntarismo” socavando al

detenerse ante esta apariencia su propia potencia revolucionaria?

Segundo, es Marx y no yo quien descubre que el obrero da curso a su participación en

cada ciclo del proceso de metabolismo social, o sea, abre su acción en ejercicio de su relación

social general, no como una simple persona sino determinado como personificación de su

mercancía. Es Marx quien descubre originalmente que el obrero se encuentra así determinado

no simplemente a título individual sino como clase en su lucha contra la clase capitalista: la

clase obrera se enfrenta concretamente a la capitalista, y por lo tanto, organiza su acción

mediante su conciencia y voluntad determinadas como las de quienes personifican la

especificidad histórica concreta de su relación social cosificada, y no con las de abstractas

personas carentes de potencialidad histórica específica dada por el modo de producción

capitalista, no con las de históricamente inespecíficos “hombres explotados por el hombre”,

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propios del socialismo acientífico pasado y presente. Y es Marx quien descubre originalmente

que la lucha de clases no sólo es una relación entre colectivos de personificaciones sino la

forma concreta en que estas personificaciones actúan dando curso a la normalidad de su

relación social cosificada y, por lo tanto, a la reproducción de ésta.

En el proceso de organizar mi acción política, o sea, en el proceso de conocer mis

determinaciones como sujeto político concreto, he avanzado sobre estas determinaciones con

la potencia de estar realizando un proceso de reconocimiento en cuanto he contado con el

conocimiento originalmente producido por Marx. Preguntas: ¿Sobre qué base pueden aducir

MDA e IK que en su voluntad política “coinciden con Marx” y al mismo tiempo condenar

exactamente el mismo fundamento que presenta Marx para la determinación de la acción

política de la clase obrera como “economicismo” que “plantea sujetos pasivos”? ¿Será que

esta contradicción “revela” que en realidad no se trata “del carácter poco comprometido, o

ingenuo en el mejor de los casos” con que MDA e IK han leído El capital, sino de que ni

siquiera lo han leído? Aunque la respuesta a esta pregunta parezca obvia, las que

verdaderamente importan son las siguientes: ¿No será que la voluntad política de MDA e IK

es portadora de la necesidad de transformar en letra muerta el descubrimiento de las

determinaciones históricamente específicas de la clase obrera hecho por Marx, sustituyéndolo

por la invocación de una históricamente inespecífica “explotación del hombre por el hombre”,

al amparo de presentarse bajo la apariencia de ser revolucionariamente crítica del modo de

producción capitalista por invocar el nombre de Marx? ¿No será que la misma necesidad que

determina a esa voluntad política la deja sin más recurso que el de golpearse el pecho

clamando por su condición autodeterminada de revolucionaria y el de acusar de

“economicismo” y “pasividad” a la acción que la pone en evidencia al enfrentarla con las

mismas determinaciones descubiertas por Marx? ¿No será que la necesidad portada por la

voluntad política en cuestión es la de hacer de la clase obrera un “sujeto pasivo” respecto de

sus propias determinaciones históricamente específicas al vaciar a la organización de la

acción política de la misma de la conciencia respecto de esas determinaciones?

Sigamos con el desarrollo de la necesidad de la clase obrera como sujeto

revolucionario, entrando al proceso de producción social realizada privadamente, donde la

producción material es el vehículo de la producción de la relación social general, o sea, del

capital. También es Marx y no yo quien descubre originalmente cómo el desarrollo de las

formas concretas que toma la realización del proceso de producción en el modo de producción

capitalista, arrancando por su organización como un proceso de producción de plusvalía

absoluta y desarrollando la necesidad de éste bajo las distintas formas de la producción de

plusvalía relativa, va transformando la materialidad del trabajo. Y es Marx quien

originalmente descubre cómo esta transformación material transforma los atributos

productivos del obrero como sujeto del proceso de trabajo, subsumiéndolo realmente en el

capital, o sea, determinándolo como un sujeto que está incluido en el capital. Una vez más, es

Marx quien descubre que el obrero como sujeto de su propia relación social general, o sea,

como personificación de la fuerza de trabajo, no rige por sí esa relación sino que es un

atributo de ella. En síntesis:

La producción del plusvalor absoluto gira únicamente en torno a la extensión de la

jornada laboral; la producción del plusvalor relativo revoluciona cabal y radicalmente los

procesos técnicos del trabajo y los agrupamientos sociales. La producción del plusvalor relativo, pues, supone un modo de producción específicamente capitalista, que con sus

métodos, medios y condiciones sólo surge y se desenvuelve, de manera espontánea, sobre el

fundamento de la subsunción formal del trabajo en el capital. En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la subsunción real del trabajo en el capital. (Marx, El

capital, I, p. 618)

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Del mismo modo que señalé antes, en el proceso de organizar mi acción como sujeto

político concreto me he enfrentado a estas mismas determinaciones. Y no sólo a ellas sino a

las formas que las mismas han desarrollado desde que Marx las descubriera hasta el presente.

En mi libro sintetizo las determinaciones de la subjetividad del obrero por la transformación

de la materialidad del trabajo regida por la producción de plusvalía relativa del siguiente

modo:

En primer lugar, el sistema de la maquinaria degrada la subjetividad productiva del

obrero que adquiere y aplica su pericia manual en el proceso directo de producción. Lo convierte en un apéndice del control objetivado de las fuerzas naturales, o sea, en un

apéndice de la maquinaria. Con lo cual, su trabajo se ve constantemente descalificado,

despojado de todo contenido más allá de la repetición mecánica de una tarea cada vez más simple. Sus atributos productivos siguen un curso que se asemeja al del obrero sujeto a la

división manufacturera del trabajo. […] En segundo lugar, la acumulación en base a la

extracción de plusvalía relativa mediante el sistema de la maquinaria transforma a una

porción creciente de la población obrera en sobrante para las necesidades del capital. El capital es la relación social general de la población obrera, es decir, la relación general en

que la clase obrera entra para reproducir su vida natural. De modo que ser transformado en

sobrante para el capital significa verse privado del ejercicio de la capacidad para producir la propia vida natural. El capital arranca así a la superpoblación obrera hasta el último rastro de

subjetividad productiva, condenándola a muerte. En tercer lugar, el capital necesita

desarrollar la subjetividad productiva de la porción de la clase obrera cuya participación en el obrero colectivo corresponde al desarrollo de la capacidad de éste para avanzar en el

control universal de las fuerzas naturales y en el control consciente del propio carácter

colectivo de su trabajo. […] La conciencia productiva que rige la actividad del obrero

colectivo del sistema de la maquinaria interviene en el proceso directo de producción […] como el producto ella misma de una conciencia científica. Y el desarrollo de esta conciencia

científica es precisamente lo que tiene a su cargo aportar al obrero colectivo la porción de

éste que actúa como su órgano de desarrollo de su capacidad para controlar las fuerzas naturales a aplicar en la producción directa. (JIC, pp. 57-58)

Completada su jornada laboral, el obrero prosigue con su proceso de metabolismo

social fuera del dominio directo que el capital ejerce sobre él en su lugar de trabajo. Pero no

por eso deja de estar determinado en su acción por la relación social cosificada con que rige

su vida:

El consumo individual del obrero sigue siendo, pues, un elemento de la producción y

reproducción del capital […] El hecho de que el obrero efectúe ese consumo en provecho de sí mismo y no para complacer al capitalista, nada cambia en la naturaleza del asunto. […] La

conservación y reproducción constantes de la clase obrera siguen siendo una condición

constante para la reproducción del capital. […] El consumo individual del obrero, pues,

constituye en líneas generales un elemento del proceso de reproducción del capital. […] Desde el punto de vista social, la clase obrera, también cuando está fuera del proceso laboral

directo es un accesorio del capital […] El cambio constante de patrón individual y la fictio

juris [ficción jurídica] del contrato, mantienen en pie la apariencia de que el asalariado es independiente. (Marx, El capital, I, pp. 703-6)

Es Marx, y no yo, quien descubre que “desde el punto de vista social, la clase obrera,

también cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio (un atributo traduce

FCE) del capital”. Y entonces, ¿por qué no ha de ser la remanida “voluntad política” de MDA

e IK, así como la de los otros de sus “lectores de la realidad” que “asumen abiertamente su

unidad de teoría y acción […] entendiendo la necesidad de una transformación conciente del

mundo”, un accesorio o atributo del capital? Y no se trata de un accesorio cualquiera, sino de

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uno portador de la necesidad de negar que su voluntad se encuentra determinada como la de

tal accesorio bajo la máscara seudocrítica de estar basándose en “interpretar” lo dicho por

quien ha descubierto que si lo está. Pero hay más:

El proceso capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la

escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con ello, las

condiciones de explotación del obrero […] En realidad, el obrero pertenece al capital aun

antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica está a la vez mediada y encubierta por la renovación periódica de la venta de sí mismo, por el cambio de su patrón

individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio del trabajo. El proceso

capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que

produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el

asalariado. (Marx, El capital, I, pp. 711-2)

Remarco: “El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese

movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático […] Como sujeto dominante de tal

proceso […] se vuelve […] capital”; “Desde el punto de vista social, la clase obrera, también

cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio del capital”; “En realidad, el

obrero pertenece al capital aun antes de venderse al capitalista”; “El proceso capitalista de

producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, […]

produce y reproduce […] el asalariado”.

¿Serán éstas otras tantas “metáforas”? ¿Será que la lectura de El Capital difiere de la

de La Biblia porque una consiste en interpretar metáforas y la otra en interpretar parábolas?

Ciertamente no. Las citas en cuestión son la exposición sintética rigurosa, la reproducción

mediante el pensamiento, de las formas concretas generales en que las personas organizamos

actualmente nuestro proceso de metabolismo social. En este modo de organización, las

personas estamos determinados como portadores de nuestra relación social cosificada, que

nos produce y reproduce como atributos suyos. Se trata de una relación social autonomizada

de la conciencia y voluntad de las personas, que pone automáticamente en marcha el trabajo

social, determinando dicha conciencia y voluntad como personificación que tiene a su cargo

hacerlo, no con el objeto inmediato de producir valores de uso sociales, y por lo tanto seres

humanos, sino con el objeto inmediato de producir extensiva e intensivamente más de la

misma relación social autonomizada. De ahí su potencia históricamente específica para el

desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social, de las que hace portadores a quienes la

personifican; pero de ahí también las barreras históricamente específicas que levanta a ese

desarrollo, y de las cuales también hace portadoras a sus personificaciones.

Como ha quedado en evidencia hasta aquí por las determinaciones descubiertas por

Marx, en su reproducción el capital produce y reproduce como atributo suyo a la clase obrera.

De modo que, sólo si el capital en su misma reproducción como forma históricamente

específica de desarrollarse las fuerzas productivas del trabajo social lleva en sí la necesidad de

su propia superación, ese atributo suyo, la clase obrera, puede llevar en sí la determinación de

ser el sujeto cuya acción realiza esa superación revolucionaria. Y, efectivamente, también la

necesidad de esta determinación ha sido descubierta originalmente por Marx:

… el capital mismo –cuya contrafigura abstracta es su concepto– es la base de la sociedad

burguesa. De la concepción certera del supuesto fundamental de la relación, tienen que

derivar todas las contradicciones de la producción burguesa, así como el límite ante el cual

ella misma tiende a superarse. (Marx, Grundrisse, volumen 1, p. 273)

El capital […] Opera destructivamente contra todo esto, es constantemente

revolucionario, derriba todas las barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas

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productivas, la ampliación de las necesidades, la diversidad de la producción y la explotación

e intercambio de las fuerzas naturales y espirituales. […] Aún más. La universalidad a la que

tiende sin cesar, encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del

desarrollo del capital harán que se le reconozca a él como la barrera mayor para esa tendencia y, por consiguiente, propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo.

(Marx, Grundrisse, volumen 1, p. 362)

Pero evidentemente este proceso de inversión [[la enajenación]] es tan sólo una necesidad

histórica, una simple necesidad para el desarrollo de las fuerzas productivas desde

determinada base o punto de partida histórico, pero en modo alguno una necesidad absoluta de la producción; más bien es una necesidad pasajera y el resultado y la finalidad

(inmanente) de este proceso es abolir esa misma base, así como esa forma del proceso […]

Las condiciones para ser tales individuos sociales en la reproducción de su vida, en su proceso vital productivo, sólo son puestas por el proceso económico histórico mismo; tanto

las condiciones objetivas como las subjetivas, que no son más que dos formas diferentes de

las mismas condiciones. (Marx, Grundrisse, volumen 2, p. 395)

En síntesis, Marx descubre que las “condiciones subjetivas” que determinan a la clase

obrera en tanto atributo del capital como el sujeto activo de la superación del modo de

producción capitalista en la construcción de una sociedad de “individuos sociales” “sólo son

puestas por el proceso económico histórico mismo”, es decir, carecen de toda determinación

superpuesta a dicho proceso. Y descubre que la necesidad histórica, “el resultado y la

finalidad (inmanente)” del modo de producción capitalista es “abolir esa misma base así como

esa forma de proceso”, de modo que el capital, que es “constantemente revolucionario,

derriba todas las barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas […]

encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del desarrollo del capital”

constituyen “el límite ante el cual ella misma [la producción burguesa] tiende a superarse”, o

sea, “propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo”.

Exactamente esto mismo es lo que yo he reconocido tomando como objeto concreto la

organización de la acción de la clase obrera como sujeto revolucionario. Y, para que no

queden dudas, pongo a MDA e IK como testigos:

Para JIC los actores son portadores y soportes del capital. El papel que juegan en la obra

está determinado por este. Desde este punto de vista, el obrero no puede más que

revalorizar(sic) valor, reproducir el capital. Su conciencia, enajenada […] está determinada

por el capital. Y aún más: entiende que esa lucha [de los obreros contra la opresión capitalista] se enmarca en el proceso de reproducción del capital.

… Si la acción del obrero está siempre circunscripta a la reproducción del capital, ¿quién

es el sujeto de la transformación para JIC? ¿De qué forma se convierte el obrero en el sujeto de transformación? JIC lo plantea desde el título de su libro: “El capital: razón histórica,

sujeto revolucionario y conciencia”. Es decir, el capital es quien a través de su razón

histórica (desarrollo de las fuerzas productivas para la obtención de plusvalía relativa) determina la conciencia del personaje que hará la revolución (la clase obrera). Entonces el

capital es el sujeto revolucionario. Esto es así porque “El capital lleva consigo la necesidad

de aniquilarse a si mismo como una potencia que le es propia”. (MDA e IK, pp. 3-4)

En su texto, MDA e IK dicen varias veces coincidir con Marx acerca de las

determinaciones de la subjetividad histórica humana. En consecuencia, cualquiera diría que

han de acordar conmigo en el reconocimiento de las determinaciones de la clase obrera como

sujeto revolucionario activo portador de las potencias históricas específicas para superar, no

sólo al modo de producción capitalista, sino “la explotación del hombre por el hombre”, en la

gestación de la sociedad de los individuos sociales. Pero no, su conclusión los ubica en las

antípodas de ese reconocimiento:

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Puesto así, para nosotros, JIC plantea sujetos pasivos. (MDA e IK, p. 4)

Vaya, ¿así que cuando Marx descubre que “desde el punto de vista social, la clase

obrera […] es un accesorio del capital”, que “el proceso capitalista de producción […]

produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el

asalariado”, pero que esta relación capitalista lleva en sí las trabas que “propenderán a la

abolición del capital por medio de sí mismo”, de modo que “el proceso económico histórico

mismo” determina a los sujetos con “las condiciones para ser tales individuos sociales en la

reproducción de su vida, en su proceso vital productivo”, lo que está haciendo es “plantear

sujetos pasivos”? ¿Cuál es la necesidad que portan MDA e IK que los hace escandalizarse de

lo mismo que plantea Marx cuando lo planteo yo, pretendiendo que lo hacen en el nombre del

propio Marx? Sin duda, como dicen MDA e IK

Es importante discutir la tesis que sostiene que el capital se aniquila así mismo por las

consecuencias políticas que esto puede tener sobre la lucha revolucionaria. (MDA e IK, p. 4)

Pero, entonces, ¿por qué no empiezan por discutirla respecto de quién ha descubierto

originalmente la determinación en cuestión (la cual ciertamente no es una “tesis” como

pretenden MDA e IK por sólo saber moverse en un mundo hecho de “interpretaciones”)? Sin

duda semejante discusión tendría “consecuencias políticas” sobre “la lucha revolucionaria”

mucho más trascendentes que las que se deriven de discutir mi reconocimiento de la misma

determinación. ¿Será que MDA e IK sufren de una cierta timidez intelectual que los inhibe de

cuestionar directamente a Marx? ¿O será en realidad que MDA e IK ni siquiera conocen los

desarrollos de Marx, y más aún, que no les interesa conocerlos, para así cumplir el papel

ideológico de fabricar un “Marx” a imagen y semejanza de sus oportunas “voluntades

políticas”? ¿No será que cumplen así con su determinación como productores de

“interpretaciones ideológicas” para el consumo seudocrítico que mina la potencialidad

revolucionaria de la acción de la clase obrera en la superación del modo de producción

capitalista al vaciarla de la conciencia de su propia determinación? ¿No será por esta

necesidad suya que festejan la optimista voluntad del que ignora la razón y son pesimistas

respecto de que ésta sea la que descubre, y por tanto rige, las potencias revolucionarias

históricamente específicas de la clase obrera? ¿No será por esa misma necesidad suya que

proclaman “revolucionarias” a las “voluntades políticas” que se aferran a las apariencias

inmediatas sin preguntarse por su contenido y descalifican como “cientificista” la

organización de la acción de la clase obrera mediante el conocimiento científico de sus

propias determinaciones?

De todos modos, acompañemos a los “sujetos pasivos” de MDA e IK en su accionar a

ver qué nos dicen, más que de sí mismos, de la ideología de sus autores:

… JIC plantea que el obrero posee una conciencia “abstractamente libre” lo cual quiere

decir, una conciencia que se manifiesta como libre pero que su realidad es lo opuesto: está determinada por el capital. Los obreros que luchan contra la opresión capitalista caen, según

su postura, en la misma desgracia. Y aún más: entiende que esa lucha, en todo caso, se

enmarca en el proceso de reproducción del capital. Por lo que en definitiva podríamos entender que la lucha (obrera, campesina, estudiantil, de género, etc.) no tiene sentido en

tanto es parte de la reproducción del capital. (MDA e IK, p. 4)

Ante todo, se confirma aquí que MDA e IK han leído mi libro prisioneros de las

necesidades ideológicas que los determinan como “voluntades políticas”: en sitio alguno digo

yo el sinsentido de que “el obrero posee una conciencia “abstractamente libre””. Lo que digo

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es que la conciencia del obrero como individuo libre de dependencia personal es la forma que

tiene su conciencia enajenada como atributo de su relación social general, o sea, enajenada en

el capital. Y lo que digo es que, quienes desconocen esta determinación, le atribuyen al obrero

tener una conciencia abstractamente libre en tanto vacían a la misma de determinación por su

enajenación en el capital. Pero no es en vano que MDA e IK ignoren toda relación entre

contenido y forma. Para ellos, como corresponde a su concepción de la representación lógica

como proceder ahitóricamente necesario del conocimiento científico, no puede haber más

contenido que la forma, quedando ésta así reducida a una mera apariencia.

Sobre esta base, MDA e IK creen que, como forma históricamente determinada de

organizarse el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social, el capital no encierra la

necesidad de su propia superación. Como la forma es la reproducción del capital, entonces

creen que el contenido no puede ser la necesidad de su superación; no, todo lo que puede ser

es la forma misma, o sea, la reproducción del capital. Les parece, como a todos los cultores de

la representación lógica, que no existe más determinación que la abstracta afirmación

inmediata, que nada puede afirmarse mediante su propia negación, y que por lo tanto, todo

movimiento es exterior a sus propias determinaciones. De ahí su “podríamos entender que la

lucha (obrera, campesina, estudiantil, de género, etc.) no tiene sentido en tanto es parte de la

reproducción del capital”.

El vaciado del contenido histórico específico hace que MDA e IK ni siquiera puedan

hacer referencia al sujeto revolucionario en la unidad de su determinación como clase obrera.

Por el contrario, para ellos no cabe más unidad que la apariencia, de modo que el sujeto

revolucionario en su unidad (el “obrero”), queda puesto como uno más al lado de la que es

masivamente una de sus propias formas específicas (“los estudiantes”), así como de sujetos

sociales huérfanos de potencialidad histórica para superar el capitalismo (“los campesinos”) e

incluso de sujetos vaciados de su especificidad de clase (“de género”, que obviamente incluye

tanto a los miembros de la clase obrera como de la clase capitalista).

De igual modo, MDA e IK muestran la manera exterior en que conciben la conciencia

del obrero respecto de su propio ser social. Para ellos, la determinación de la conciencia del

obrero por su relación social general, esto es, la forma en que el obrero es portador de su

participación en la organización de su proceso de vida social bajo el modo histórico específico

de la acumulación del capital, no constituye el ser social del obrero, sino una “desgracia”.

Ahora bien, si la enajenación en el capital es una “desgracia” que cae sobre la

conciencia del obrero, entonces el obrero ha de tener antes una conciencia engendrada con

independencia de esa “desgracia” para que la misma pueda caer sobre ella. ¿De dónde saldría

esta presunta conciencia? ¿Será que MDA e IK creen que el obrero tiene una relación social

más general aún que su relación social objetivada, o sea, que tiene un ser social determinado

de manera exterior al modo en que participa activamente en el desarrollo del proceso de

metabolismo social regido por el capital? ¿Será que, al mejor estilo de Holloway y

semejantes, creen que esa presunta relación social más general, superadora del capitalismo,

brota de la existencia en el ser humano de una natural resistencia a ser explotado? Pero, dado

que para que haya resistencia a la explotación antes tiene que existir la voluntad de explotar

¿no se estaría postulando así que la explotación del hombre por el hombre es eterna ya que

brotaría de una naturaleza humana más profunda aún que la resistencia a la explotación? De

todos modos, si MDA e IK creyeran en la existencia de una relación social ajena al

movimiento de la relación social cosificada, y de la cual se postularía ser la verdadera fuente

de la determinación de la clase obrera como sujeto revolucionario, deberían empezar por

demostrar tal existencia. Sin embargo, la necesidad ideológica que determina la concepción

de MDA e IK los limita al conformismo acrítico de no buscar más determinación de la

voluntad de los sujetos que la apariencia inmediata de esa voluntad misma:

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Y es por esto mismo que los oprimidos no pueden quedarse de brazos cruzados esperando

que el capital les asigne una línea en el guión que les indique que llegó la hora de su

personaje. Incluso llegado ese momento, la burguesía no aceptaría de buen grado y pelearía

por la modificación del guión […] Si la acción de los oprimidos es una noacción en la espera de la hora que llegará por el desarrollo mismo del capital, en lugar de fomentar la pronta

organización de los de abajo quizás estos nunca lleguen a conocer una nueva sociedad.

(MDA e IK, p. 4)

En un nuevo paso hacia la concepción de voluntades abstraídas de su propia relación

social general, MDA e IK no se limitan ya a mezclar al obrero con otros sujetos sociales a los

cuales esa misma relación social suya los priva de toda potencialidad revolucionaria para

superar el modo de producción capitalista. Aquí la determinación histórica específica de la

clase obrera como sujeto revolucionario queda rebajada directamente a las históricamente

inespecíficas categorías de “los oprimidos” y “los de abajo”. Hecho lo cual, MDA e IK llegan

al punto clave en su proceso de separar la acción humana de su determinación por el ser social

de los sujetos. Ocurre que, como es inherente al método mismo de la representación lógica, se

encuentran prisioneros de la apariencia de que no puede haber más contenido que la forma ni

más forma que el contenido. En consecuencia, la única dialéctica que MDA e IK conocen es

la que Marx define como la dialéctica propia del pequeñoburgués: la dialéctica del “por una

parte” y “por la otra parte”. Por una parte, están los sujetos: por la otra parte, está su relación

social. Por una parte, está la acción o “noacción” día a día de “los oprimidos” y de la

burguesía. Por la otra parte, está el desarrollo del capital. Por una parte, está la acción de los

sujetos, carente de determinación por su relación social general; esto es, por una parte, no hay

más contenido que la forma. Por la otra parte, está el movimiento de la relación social general

que se realiza por sí mismo al margen de toda acción de los sujetos; esto es, por la otra parte,

no hay más forma que el contenido.

MDA e IK son incapaces de enfrentarse al carácter de la relación de modo

verdaderamente dialéctico: no hay desarrollo del capital que no se realice bajo la forma

concreta necesaria de la acción política de la clase obrera y de la burguesía; no hay acción

política de la clase obrera y de la burguesía que no sea la forma en que se realiza el desarrollo

del capital. Esto es, la relación social realiza su determinación bajo la forma concreta

necesaria de la acción voluntaria de los sujetos; la acción voluntaria de los sujetos es la forma

en que éstos dan curso al desarrollo de su propia relación social, o sea, a la organización de su

proceso de metabolismo social. Y como el modo de producción capitalista es una forma de

esta organización cuya especificidad histórica está dada por su necesidad de desarrollar las

fuerzas productivas del trabajo social hasta superarse a sí mismo, esta especificidad histórica

es la que se realiza tomando la forma concreta necesaria de la voluntad revolucionaria con que

la clase obrera rige su acción portadora de dicha superación. La clase obrera no espera

pasivamente a que el modo de producción capitalista se supere, no porque “quizás […] nunca

lleguen a conocer una nueva sociedad”, sino porque la relación social general con que la

misma clase obrera organiza su vida social, o sea, el capital, desarrolla la determinación

histórica que le es propia tomando la forma concreta de la acción revolucionaria de la clase

obrera. Como lo sintetiza Marx:

No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone

momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe

históricamente hacer de acuerdo a su ser”. (La sagrada familia, Editorial Claridad, 1971, p.

51)

¿Qué es entonces el sujeto que nos presentan MDA e IK? Se trata de un sujeto vacío

de determinación por su ser social, y por lo tanto vacío de su propio ser social, que rige su

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acción sin más determinación que la “lectura de la realidad” que hace su libre “voluntad

política”. De modo que su interdependencia social le aparece impuesta exteriormente a su

persona, como una “desgracia” que coarta la natural libertad de su voluntad. Bajo la

apariencia de hablar en el nombre de la acción revolucionaria superadora del capital, MDA e

IK no hacen otra cosa que cultivar la más vulgar ilusión de la ideología burguesa. Tal es su

ideología, tal es su papel político en contra del desarrollo de la acción de la clase obrera

portadora de la superación del modo de producción capitalista y, en consecuencia, necesitada

de organizarse mediante el conocimiento objetivo de sus propias determinaciones.

Para MDA e IK la libertad del obrero consiste en declarar a la voluntad del mismo

vacía de determinación en tanto portadora de la relación social con que organiza su vida. Esta

es la misma falta de libertad que tiene quien se declara libre de determinación por la fuerza de

gravedad y salta sin paracaídas desde un avión en vuelo. Tardíamente va a descubrir que no se

trataba más que de una apariencia. Muy por el contrario, la libertad del obrero consiste en

reconocerse como portador de las determinaciones propias de su relación social y, en

consecuencia, como portador de las potencias históricas específicas con que la misma relación

social lo determina como sujeto revolucionario.

En mi libro transcribo la síntesis hecha por Engels respecto de la libertad de la

voluntad como forma concreta de realizarse la determinación. Aquí lo hago una vez más:

La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino

en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines. Esto vale tanto respecto de las leyes de la naturaleza externa

cuanto respecto de aquellas que regulan el ser somático y espiritual del hombre mismo: dos

clases de leyes que podemos separar a lo sumo en la representación, no en la realidad. La

libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un ser humano respecto de un

determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad estará determinado el contenido

de ese juicio; mientras que la inseguridad debida a la ignorancia y que elige con aparente arbitrio entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias prueba con ello su propia

ilibertad, su situación de dominada por el objeto al que precisamente tendría que dominar. La

libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un

producto de la evolución histórica. (Engels, Anti-Dühring, OME 35, p. 104)

La supuesta libertad de la voluntad del sujeto revolucionario de MDA e IK consiste en

que se sienta a meditar en medio de un vacío de determinación y se plantea la disyuntiva de

¿“me cruzo de brazos y espero que el capitalismo se caiga solo” o “actúo para que se caiga”?.

La observación de Engels le cae perfecta: “la inseguridad debida a la ignorancia y que elige

con aparente arbitrio entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias prueba con ello

su propia ilibertad, su situación de dominada por el objeto al que precisamente tendría que

dominar”. La verdadera libertad de la voluntad de la clase obrera como sujeto revolucionario

consiste en reconocerse a sí misma como la que, mediante su acción regida con esta

conciencia, es la forma concreta necesaria en que el modo de producción capitalista realiza su

necesidad inmanente de aniquilarse en su propio desarrollo.

Detengámonos un momento en la cuestión de las formas concretas que toma la

necesidad, o sea, la determinación más general de la materia, en su realización. En mi libro he

desarrollado cómo la posibilidad no es la abstracta negación de la necesidad sino, al contrario,

su forma general de realizarse. La reproducción corriente del capital en tanto negación en sí

misma de la necesidad histórica de éste, toma forma concreta general en una conciencia que

se detiene en la apariencia de ser abstractamente libre, con lo cual permanece ciega a su

propia enajenación en el capital y, en consecuencia, a sus propias potencias revolucionarias.

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La universalidad de la representación lógica como método de la conciencia científica, con su

reducción de la relación entre forma y contenido a una unidad inmediata, es la forma concreta

en que se realiza dicha determinación de la reproducción corriente del capital. Como

desarrollo en mi libro, aquí la ideología (o sea, la negación del conocimiento objetivo) está

portada en la forma misma del método científico. Y esta ideología del capital emerge

entonces, en cumplimiento de su razón de existir, intentando descalificar con el mote de

“determinista” a la conciencia que reconoce que el desarrollo de su libertad parte de

descubrirse en su enajenación. Para lo cual, esta ideología del capital recurre a su propia base

metodológica: según ésta, toda necesidad es una necesidad inmediata, o sea, que se realiza

idéntica a sí misma, mientras que concibe a la posibilidad como la negación igualmente

inmediata de la necesidad. De modo que, resguardada en su necesaria estrechez de miras, si a

su discurso ideológico se le opone la crítica de lo concreto mediante el descubrimiento de la

necesidad del mismo, todo se le hace imputarle a esta crítica que inevitablemente ha de estar

basada en la reducción de toda necesidad a una de carácter inmediato. Nuevamente queda

aquí en evidencia el contenido y la forma de la inversión ideológica practicada por MDA e

IK, para los cuales todo intento de avanzar más allá de la apariencia de las “voluntades

políticas” que se explican por sí mismas debe ser condenado por “determinismo”.

Hecha esta aclaración, sigamos adelante. En cada momento y lugar del desarrollo de la

vida humana en el modo de producción capitalista, la relación social objetivada produce los

individuos portadores de las conciencias y voluntades que la realizan. La relación social

objetivada se realiza así bajo la forma concreta del engendrarse a sí mismas estas conciencias

y voluntades como conciencias y voluntades determinadas. Como es obvio, cada conciencia y

voluntad individual es un concreto de extrema complejidad, donde la necesidad simple de su

determinación por la relación social objetivada se encuentra realizada bajo la forma concreta

necesaria de la posibilidad que se media a sí misma en su realización. Pero lo que siempre

emerge de ese proceso son los individuos cuya subjetividad consciente y voluntaria realiza el

movimiento de la relación social general objetivada. Y no se trata, ciertamente, de que

algunos individuos efectúan esta realización y de que otros no, sino de que en su acción

consciente y voluntaria, todos y cada uno dan cuerpo a las múltiples formas concretas de la

relación social, reproduciendo así la organización de su proceso de metabolismo social y,

luego a este mismo en su unidad. Unidad que, sin ir más lejos, incluye el hecho de que la

propia relación social objetivada de una masa creciente de la población obrera determina a

ésta como portadora de una subjetividad a cuya conciencia y voluntad se le arranca el

ejercicio de la potestad genéricamente humana de participar activamente en el proceso de

producción social, y en consecuencia en el proceso de consumo social.

En el proceso concreto en que cada individuo produce su conciencia, o sea, rige su

acción voluntaria, la dicotomía postulada por MDA e IK de “no actúo a la espera de que el

capitalismo se caiga solo” o “actúo y lo volteo” es doblemente falsa. En primer lugar es

formalmente falsa, ya que para el sujeto humano no existe la “no actividad”, sino distintas

formas de actividad. De modo que, como el individuo actúa de todas maneras, su acción va a

ser portadora inmediata -para ponerlo en términos simples- del desarrollo del modo de

producción capitalista hacia su superación o de la simple reproducción del mismo como

negación de su superación. Por lo tanto, la acción que se rigiera por la idea de “hago otra cosa

total se va a caer igual” dice de sí misma que se trata de una acción que necesita ser regida por

una conciencia que desconoce sus propias determinaciones. Y las desconoce, ya sea que de

todas maneras la “otra cosa” resulte pese a todo portadora del desarrollo en cuestión, ya sea

que la “otra cosa” resulte portadora de la negación de ese desarrollo.

En segundo lugar, la dicotomía postulada por MDA e IK es realmente falsa, porque los

sujetos no se enfrentan a su determinación individual como portadores o no del desarrollo del

modo de producción capitalista hacia su superación, bajo la forma abstracta así planteada. Por

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el contrario, se enfrentan a esa determinación bajo las formas concretas con que su ser social

los determina en su condición de sujetos de la realización del movimiento del capital.

La determinación no consiste en que, por una parte, existe lo determinante y, por la

otra parte, existe lo determinado, que luego se ponen en una relación entre sí cuya cualidad

nunca se logra definir con precisión, por lo cual se la reduce a la ambigüedad cuantitativa del

“no caer mucho en el determinismo, no caer mucho en el voluntarismo”. Por el contrario, la

determinación consiste en que una existencia actual realiza su potencialidad tomando una

cierta forma concreta. El hecho de que el ser social determina la conciencia quiere decir que el

ser social realiza su potencialidad tomando la forma concreta de la acción regida por cada

conciencia individual. Veo la conciencia, y luego la acción que ella rige voluntariamente, y lo

que veo es el ser social en acción. Pero, quien se detiene en la apariencia inmediata de que no

hay más contenido que la forma, mira la conciencia y todo lo que ve es una conciencia que

carece de más contenido que ella misma y que, por lo tanto, se explica por ella misma.

Nuevamente tenemos en esta concepción la necesidad ideológica de que el ser social, como

ser social enajenado en el capital, tome forma concreta necesaria en un método de

conocimiento, o sea, en una forma de conciencia, que se ocupe de ocultar su propia

determinación reduciéndola a la apariencia de su forma misma: la conciencia del individuo

abstraída de su ser social es presentada así invertida como la determinante por sí de la acción

del individuo.

La conciencia no es un don natural, ni una gracia divina, ni un atributo engendrado por

la abstracta individualidad. La conciencia es la forma propia del género humano que toma la

capacidad inherente a las especies animales para organizar su apropiación del medio en la

reproducción de su proceso de vida. Organizar la propia acción consiste en actuar para

apropiarse de la potencialidad que puede tener esa acción respecto de la potencialidad que le

ofrece el medio sobre el que se va a ejecutar. Esto es, organizar la acción consiste en actuar

para conocer las propias determinaciones respecto de las del medio, de modo desencadenar la

ejecución plena de la acción determinando a ésta como la forma concreta necesaria de

realizarse dichas potencialidades en su unidad. El ser humano se distingue como un género

respecto de las especies animales porque su proceso de vida no se basa en la apropiación

inmediata del medio a fin de reproducir el propio cuerpo, sino en la transformación del medio

por el trabajo social. Esto es, se trata de un proceso de metabolismo social en el cual los

individuos se afirman como sujetos humanos al gastar recíprocamente su cuerpo trabajando a

fin de que los otros consuman productiva o individualmente el producto de ese trabajo en la

reproducción de su propio cuerpo como sujetos humanos. En consecuencia, la unidad de la

organización del proceso de metabolismo social se encuentra portada en el proceso en que

cada sujeto humano actúa para conocer las determinaciones de su acción como órgano

individual de dicha unidad. El ser social de los individuos toma forma concreta en este

proceso de conocimiento. La misma complejidad de la unidad en cuestión, del propio ser

social, determina a este proceso de conocimiento individual como uno que necesita tomar la

forma concreta de un proceso de conocimiento, y por lo tanto de organización de la propia

acción, que se conoce a sí mismo como tal, o sea, como un proceso de conocimiento

consciente. La conciencia es la forma en que cada sujeto humano realiza su ser social

organizando su propia acción individual; la conciencia individual es el ser social en acción.

Las determinaciones del ser social se realizan necesariamente tomando la forma concreta de

acciones que cada sujeto individual rige mediante el conocimiento consciente de sus propias

determinaciones como órgano individual del proceso de metabolismo social.

Es el grado alcanzado en cada momento por el proceso de metabolismo social en su

desarrollo histórico, o sea, por el ser social, el que toma forma concreta en una conciencia que

necesita apropiarse más o menos profundamente de sus propias determinaciones, que necesita

detenerse ante una u otra apariencia que le presentan esas determinaciones o que necesita

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avanzar superando todas ellas. Por ejemplo, la organización del proceso de metabolismo

social bajo el modo de producción capitalista se realiza determinando a la conciencia de MDA

e IK como una que necesita detenerse ante la apariencia, propia del proceso de circulación, de

que la voluntad política revolucionaria brota de la conciencia naturalmente libre y externa al

capital de “los de abajo”. Y también se realiza determinando a mi conciencia como una que

necesita superar esa apariencia, para regir su acción mediante el conocimiento de que la

conciencia libre es la forma que tiene la conciencia enajenada en el capital, y que esta

enajenación es la que determina a la voluntad política revolucionaria de la clase obrera como

portadora necesaria de la superación del modo de producción capitalista.

En cada momento y lugar, la multiplicidad de las potencialidades concretas que

encierra el capital en su movimiento, tanto históricas como de su reproducción inmediata, se

realiza bajo la forma de la multiplicidad de acciones regidas por las conciencias individuales.

Las contradicciones inherentes al capital, y en particular para lo que nos importa aquí, las

contradicciones que son inmediatamente portadoras de su necesidad de superarse en su propio

desarrollo, toman así forma en la acción de las conciencias y voluntades de individuos que se

enfrentan entre sí como si fueran, ante todo, recíprocamente independientes. Por eso, si el

conocimiento de las mismas se detiene en el análisis de cada una de ellas como un concreto

realizado, puede parecer que carecen de toda determinación unitaria fuera de la que aparece

brotando de la sola voluntad individual que las rige. De modo que quien se aferra al aparente

vacío de ser social propio del individuo abstractamente libre de la ideología burguesa, cae en

la ilusión de que dichas acciones son el resultado de la resolución de una dicotomía individual

simple: “hago” o “no hago”. Pero no se trata de una confluencia inorgánica de las voluntades,

ni de que las conciencias individuales determinan el movimiento de la relación social general.

Tras las apariencias de la falta de norma y de la voluntad autónoma, la norma de la

acumulación de capital se realiza indirectamente determinando a esas conciencias y

voluntades como personificaciones suyas, como sus formas concretas necesarias de realizarse.

La conciencia y la voluntad libres de las personas en el modo de producción capitalista es la

ejecutora de la relación social objetivada que, al mismo tiempo, no pueden controlar.

Allí donde el curso concreto del proceso de acumulación de capital avanza en una

dirección determinada, para ponerlo en términos simples, sea como expresión de la necesidad

de su superación o sea como la negación de esta necesidad, la conciencia y voluntad en que el

movimiento en cuestión toma forma concreta va a aparecer avanzando en su generalización

(siempre a través de una multiplicidad de formas concretas particulares e individuales

diferentes). Y no lo va a hacer de manera meramente cuantitativa, sino que se va a constituir

en la forma de conciencia y voluntad cuya necesidad de regir el movimiento de la

organización de la vida social se ha tornado dominante. A su vez, se va a encontrar con que la

acción que ella rige tiene la fuerza para imponerse sobre las que expresan otras potencias,

igualmente presentes pero no dominantes, en tanto esa acción es la forma concreta que en ese

momento y lugar toma la reproducción del proceso de metabolismo social regido por el

capital. Pero, en cuanto el propio movimiento de la relación social general lo lleve al punto en

que se abre otra fase respecto de la dirección referida, los sujetos de la fase anterior van a

comenzar a encontrarse con que sus voluntades ya no tienen la potencia práctica anterior, y

que ahora se levantan frente a ellos otros individuos que, al ser con su acción los realizadores

del nuevo curso que está tomando el movimiento de la relación social general, han adquirido

la potencia para que la acción que rigen consciente y voluntariamente se transforme en la

dominante.

En mi libro presento repetidas referencias concretas al movimiento de la

determinación de la conciencia de la clase obrera como sujeto político por el curso de la

acumulación del capital, tanto respecto de sus transformaciones generales (por ejemplo, con el

paso del desarrollo del obrero universal a la diferenciación en los atributos productivos del

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obrero) como respecto de las formas nacionales que toman esas transformaciones (por

ejemplo, el carácter reformista de la socialdemocracia europea y el carácter revolucionario del

partido bolchevique y su transformación en un órgano burocrático). También he desarrollado

la cuestión repetidas veces respecto de la forma específica de la acumulación de capital en

Argentina y de cómo los movimientos de esa especificidad se realizan tomando determinadas

formas de conciencia que rigen voluntariamente la acción política.

La producción de la conciencia y voluntad dominantes, es decir, el proceso de

organizarse la acción que realiza la determinación dominante de la relación social general

objetivada, es el proceso de producción de una conciencia enajenada en el capital. Mientras

esta conciencia se encuentre determinada como portadora de la necesidad inmediata del modo

de producción capitalista de reproducirse a sí mismo, ella se va a detener ante una u otra

apariencia y, así, afirmarse como una conciencia abstractamente libre que, lejos de

reconocerse como determinada por la marcha de la relación social objetivada, se ve a sí

misma como quien determina por sí esa marcha. Pero la conciencia capaz de ser portadora de

la necesidad inmediata del modo de producción capitalista de superarse en su desarrollo, no

puede detenerse ante esa apariencia justamente por su propia determinación. Sólo puede ser

portadora de la capacidad para organizar conscientemente el proceso de metabolismo social

mediante el ejercicio por cada individuo del control sobre las potencias sociales de su trabajo

individual, si conoce sus propias determinaciones por sobre toda apariencia. En consecuencia,

sólo puede partir de que el desarrollo de su libertad tenga por contenido la conciencia sobre su

propia enajenación como portadora de una potencia de la relación social general de la cual es

tan forma concreta como cualquier otra. La conciencia respecto de las propias

determinaciones es la forma que toma la potencia de esta acción, superando la apariencia

inversa de que la conciencia por sí es de donde surge esa potencia.

Cada individuo es el sujeto inmediato de la producción de su propia conciencia. Nadie

puede producirle la conciencia a otro. Pero cada individuo es el sujeto de la acción que tiene

por objeto operar en el proceso en que el otro produce su conciencia. Esta acción no es otra

cosa que el modo en que el otro produce su conciencia como realización de las potencias del

trabajo social, o sea, como realización de su propio ser social. La forma de operar

positivamente en el proceso en que otro produce su conciencia consiste en hacer que éste se

enfrente a sus propias determinaciones como sujeto social, avanzando en este enfrentarse más

allá de la inmediatez con que lo hacía hasta entonces. Es decir, consiste en que se conozca

como portador de determinaciones frente a las cuales su conciencia se encontraba impotente

hasta entonces, de modo que escapaban a su control. Hasta entonces, la conciencia del otro

regía una acción que era forma concreta de realizarse una determinación del ser social que

necesitaba de tal realización inconsciente respecto de sí misma. Una vez enfrentada al

conocimiento de su propia determinación, la acción en cuestión ya no puede seguir siendo la

forma concreta de realizarse la determinación correspondiente a la ausencia anterior del

conocimiento de su causa. Cualquiera sea el resultado del proceso de conocimiento, la acción

en cuestión se habrá transformado en la forma concreta necesaria de realizarse una

determinación distinta a la original, o en una forma concreta distinta de realizarse la misma

determinación original.

El desarrollo de la consciencia consiste en que ella se reconocerse como la portadora

de una determinación que la trasciende y que tiene por forma concreta necesaria de realizarse

una acción regida por el conocimiento de sus propias determinaciones. No es que la

conciencia determina por sí a la acción, sino que la acción que se rige conscientemente

mediante el conocimiento de sus determinaciones es la forma necesaria en que se realiza la

determinación.

La falsa dicotomía en que MDA e IK basan su argumento pone al descubierto el hecho

de que el desarrollo de su conciencia se encuentra determinado por la necesidad de cultivar la

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más cruda inversión idealista. Para ellos, no es que el ser social determina la conciencia. Esto

es, no es que el modo de organizarse el proceso de vida social, o sea el ser social, toma forma

concreta en la conciencia, o sea la determina. Al contrario, para MDA e IK la conciencia

determina por sí al ser social, o sea, el modo de organizarse la vida social: si la conciencia de

“los de abajo” no desarrolla por sí y con independencia del movimiento del capital la

“voluntad política” de su “pronta organización” entonces “quizás […] nunca lleguen a

conocer una nueva sociedad”. El movimiento de la conciencia vaciada de su ser social actual

queda así invertido como el que por sí determina la posibilidad o no de la existencia de un

nuevo ser social. Como desarrollo en mi libro, el método de la representación lógica, con su

consecuente reducción del conocimiento objetivo a diversas “interpretaciones del mundo”,

lleva en sí y por sí a la concepción idealista.

El conformismo metodológico de MDA e IK no es una “desgracia” carente de

necesidad histórica. Es la forma necesaria en la que se realiza su determinación como

productores ideológicos de que la clase obrera debe regir su acción deteniéndose en la

apariencia inmediata de ser externamente opuesta al capital y renunciando a conocer

objetivamente sus propias determinaciones, con lo cual niega su propia potencialidad

revolucionaria.

En su necesidad ideológica, MDA e IK intentan sacar de la vista la cruda evidencia de

que no tienen otra determinación para la superación del modo de producción capitalista que la

“voluntad política” de voltearlo o sostenerlo, dando vueltas y revueltas tras una explicación

que vaya más allá de esa “voluntad política” que se determina por sí misma. Sin embargo, lo

único que pueden agregar a ella es la siguiente afirmación:

… el resultado de la lucha de clases, el éxito de la revolución, va a depender de la

correlación de fuerzas y la lucha política. (MDA e IK, p. 5)

Tan contundente afirmación tropieza de inmediato con la pregunta obvia: ¿Y de qué

dependen la correlación de fuerzas y la lucha política en cada momento? Ya sabemos que para

MDA e IK la respuesta no puede buscarse en el propio movimiento de la acumulación de

capital que toma forma concreta en la lucha política, porque eso sería caer en el

“economicismo” y sus tristes “sujetos pasivos”. ¿Entonces? Todo lo que les queda es su

ubicua “voluntad política” de unas personas que se oponen a otras.

Con vistas a esta apariencia, volvamos a la verdadera determinación de la unidad de

las relaciones de fuerza por el capital:

El capital es la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa. Debe

constituir el punto de partida y el punto de llegada…

El carácter social de la actividad, así como la forma social del producto y la participación del individuo en la producción, se presentan aquí como algo ajeno y con carácter de cosa

frente a los individuos; no como su estar recíprocamente relacionados, sino como su estar

subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente indiferentes. […] Cada individuo posee el poder social bajo la

forma de una cosa. Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las

personas sobre las personas. (Marx, Grundrisse, vol 1, pp. 28 y 84-5).

Este arrancarle a la cosa el poder social y otorgárselo a las personas sobre las personas

es precisamente lo que MDA e IK pretenden hacer para vaciar de determinación a la clase

obrera por su relación social cosificada. Claro está que no tienen otro lugar para hacerlo que

dentro de sus propias cabezas. Y, como les es inconcebible todo reconocimiento de dicha

determinación, resuelven “interpretar” que yo debo sostener la misma inversión:

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Para JIC los actores son portadores y soportes del capital. El papel que juegan en la obra

está determinado por este. Desde este punto de vista, el obrero no puede más que revalorizar

valor, reproducir el capital. Su conciencia, enajenada, sólo puede ser parcial como el

producto que produce y alienada, es decir pertenecer a otro, como el producto del trabajo del obrero que pertenece, en el capitalismo, a otro. Su conciencia es la de otro: la de la clase

dominante. (MDA e IK, pp. 3-4)

En lugar alguno digo yo semejante disparate. Aquí ya no hay “interpretación” de mi

texto sino cruda falsificación. Para hacer lo cual MDA e IK no tienen el menor empacho en

caer en la incoherencia respecto de sus propios argumentos. Hasta recién, según ellos mi error

consistía en “interpretar literalmente” “la metáfora” de “la personificación”, es decir, en

tomarme en serio que la conciencia de las personas se encuentra enajenada respecto de las

cosas, que la conciencia de las personas es portadora de las potencias sociales objetivadas en

el producto del trabajo social. Ahora resulta que, siempre según ellos, mi error consiste en

creer que la conciencia de la clase obrera está enajenada en la conciencia de la clase

dominante, esto es, que la conciencia de unas personas es portadora de las potencias sociales

encarnadas directamente como atributos personales de otros individuos.

Como no podía ser de otro modo, la falsificación incoherente tiene por objeto servir de

base para un argumento no menos incoherente:

Coincidimos con Marx en que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes

en cada época”. Sin embargo no creemos que la lucha contra la opresión capitalista sea una

idea dominante (ni generalizada) y por lo tanto no entendemos que esta pertenezca a la clase

dominante. (MDA e IK, p. 4)

Ya que esta frase ha sido presentada en un congreso de epistemología, analicémosla

desde el punto de vista de su forma. Para empezar, la complejidad cualitativa de la

observación de que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes” queda rebajada

en la representación silogística de MDA e IK a la determinación cuantitativa del universal

“toda idea de la clase dominante es una idea dominante”. Luego, la complejidad cualitativa de

“idea dominante” se degrada a la determinación cuantitativa de “idea generalizada”. Y,

entonces, MDA e IK tienen su silogismo completo: premisa mayor, “toda idea de la clase

dominante es una idea dominante”; premisa menor, “esta idea no es dominante (ni

generalizada)”: conclusión, “esta idea no es de la clase dominante”. Bueno, cambiemos ahora

la idea “la lucha contra la opresión capitalista” por otra, digamos, la idea “todo miembro de

mi clase social tiene el derecho natural de vivir del trabajo de los demás”. Conclusión, como

esta idea “no es dominante (ni generalizada)”, no es una idea de la clase dominante. ¿En

serio? Y también podríamos poner la premisa menor en positivo, por ejemplo, con la idea “es

necesario para la vida humana comer todos los días”, idea que es sin duda “dominante (y

generalizada)”, con lo cual de creerles a MDA e IK ha de ser combatida por ser una “idea de

la clase dominante”. Visto el poder de su “razonamiento” no es de sorprender el pesimismo

que les inspira la razón.

MDA e IK muestran su desconocimiento de los descubrimientos hechos por Marx

acerca de la determinación de la clase obrera como sujeto revolucionario por la relación social

cosificada, así como introducen la falsificación que sigue a ese desconocimiento y su peculiar

silogismo, en la sección de su trabajo titulada “El problema de la (in)acción como estrategia

revolucionaria (Nothing gonna change my World)”. Si yo creyera que la cuestión es mostrarse

ingenioso, bien podría decir que, por su contenido, le caería mejor el título “El problema de la

(i)gnorancia y la (in)coherencia como estrategia revolucionaria (Comfortably Numb)”. Y vaya

si éste no es un problema.

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Volvamos una vez más al mundo real, donde el desarrollo de las fuerzas productivas

es el determinante de las formas de relación social y, por lo tanto, de la conciencia que rige las

acciones con que la relación social se realiza:

… si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de

producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla

estallar serían otras tantas quijotadas. (Marx, Grundrisse, vol 1, p. 87)

MDA e IK proclaman su acuerdo con esta afirmación de Marx. Tal vez podría

suponerse que, en consecuencia, van a preguntarse por cuáles son concretamente esas

condiciones materiales, para así poder definir las formas de acción política de la clase obrera

que fuercen su desarrollo. Esta definición es condición para superar cualquier posibilidad de

caer en la quijotada. Pero, no. Para MDA e IK toda la cuestión se reduce, una vez más, a

enunciar la existencia de distintas “interpretaciones” cuyo carácter se define por su voluntad

de estar “dispuestas a la transformación”:

Sin embargo, la proliferación de organizaciones políticas dispuestas a la transformación se debe a las diferentes formas de entender “las condiciones materiales” y las formas de

“hacer estallar” el capitalismo. (MDA e IK, p. 3)

En lugar alguno de su artículo, ni cuando se expresan en nombre propio ni cuando

citan a terceros, MDA e IK hacen la menor referencia a en qué consisten “las condiciones

materiales” en cuestión. ¿Qué papel juega entonces la invocación de las mismas en su

planteo? Según MDA e IK, “la proliferación de organizaciones políticas dispuestas a la

transformación” no se debe a que cada una de estas organizaciones es portadora de una

determinación concreta específica del desarrollo del ser social, y por lo tanto del desarrollo de

la materialidad del proceso de vida social, sino que “se debe a las diferentes formas de

entender…” La invocación a “las condiciones materiales” no cumple aquí otro papel que el de

incluir al paso una referencia aparente a la materialidad del proceso de vida social, con la

finalidad de ocultar la grosera inversión idealista de su danza de conciencias y voluntades que

determinan por sí al ser social. ¿Acaso MDA e IK pueden explicar la relación concreta que

existe entre el desarrollo concreto de las condiciones materiales del trabajo social como base

de la superación del modo de producción capitalista y las formas concretas de la acción

política de la clase obrera, sin apelar a la dialéctica del por una parte y por la otra parte?

Claramente no. La necesidad que personifican MDA e IK de vaciar a la conciencia de

la clase obrera de su determinación como forma de regirse la materialidad del proceso de vida

social queda crudamente expuesta en la siguiente afirmación:

Entendemos que la conciencia sobre el proceso de producción es la forma en la cual la

clase obrera se prepara para la posibilidad de la organización social del trabajo, pero no

encontramos la necesidad estricta de esta conciencia del proceso para superarlo. De hecho, entendemos que la propia superación en la práctica de las formas de producción del capital

transformarían asimismo las formas de entender el proceso, ¡ya que uno nuevo estaría frente

a nosotros! (MDA e IK, p. 6)

El “entendimiento” de MDA e IK tiene la llamativa potestad para una idea, de

transformar a la acción práctica de la conciencia de la clase obrera aplicada a la organización

actual del trabajo social en una mera “preparación” por si acaso mañana se diera la

“posibilidad” de otra organización del trabajo social (posibilidad que, como ya nos

informaron, no es la forma que toma el desarrollo de las fuerzas productivas materiales del

trabajo social, sino que brota de que un espíritu inspirado realice la oportuna “lectura

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revolucionaria” de las condiciones materiales). Semejante reducción del papel activo de la

conciencia de la clase obrera en la organización actual de la producción sólo se le puede

ocurrir a alguien tan encerrado dentro de la estrechez del mundo académico que confunde a la

práctica del proceso social de producción con un discurso de inauguración de año lectivo.

No en vano, a modo de luterano inconfeso, el entendimiento de MDA e IK se

escandaliza ante la razón. Ya Hegel (con inversión idealista y todo) distinguía con claridad

entre entendimiento y razón. El entendimiento separa y mantiene inmóviles a los opuestos,

convirtiéndolos en abstracciones. La razón descubre el movimiento de los opuestos en el

desarrollo de su unidad contradictoria concreta. Por eso, la única dialéctica que conoce el

entendimiento de MDA e IK es la del “por una parte” y “por otra parte”.

Para MDA e IK no es que “la conciencia del proceso de producción” es la forma

propiamente humana de organizar ese proceso. Para ellos, en el modo de producción

capitalista, por una parte transcurren las formas materiales del proceso de producción, por la

otra parte la conciencia de los sujetos activos de ese proceso no tiene más intervención en él

que “prepararse” para un eventual futuro cuyo advenimiento no depende en modo alguno del

desarrollo de la materialidad de la producción.

Pero el “entendimiento” de MDA e IK puede llegar todavía más lejos, notablemente

no gracias a lo que encuentra, sino gracias a lo que “no encuentra”. El desarrollo de la

organización consciente general del proceso de producción social es la superación práctica del

modo de producción capitalista. Pero MDA e IK “no encuentran la necesidad estricta” de que

el sujeto que desarrolla la organización consciente general del proceso de producción social

tenga que desarrollar “la conciencia del proceso [de producción social capitalista] para

superarlo”. Esto es, para MDA e IK la organización consciente general, es decir plena, del

proceso de producción social podría ser realizada por un sujeto carente de la conciencia plena

respecto de la organización del proceso de producción social al cual transforma en esa

organización consciente. O sea, que el ejercicio de la conciencia plena que constituye la

organización consciente del proceso de producción social no requeriría del ejercicio pleno de

esa misma conciencia. ¿Y por qué no se requeriría de esa conciencia? Porque, una vez

engendrada la organización consciente plena del proceso de producción social sin que la

conciencia del sujeto que la ha engendrado haya sabido de dónde partía ni por lo tanto a

dónde ha llegado (y en consecuencia sigue sin ser capaz de engendrar lo que ya ha

engendrado), recién entonces se encontraría con que esa organización consciente plena ya

existe y que, ahora sí, le ha llegado el momento de desarrollar la conciencia plena capaz de

organizar conscientemente el proceso de producción social. De la dialéctica del por una parte

y por la otra parte ya no queda aquí más que la incoherencia. Y tras la grosería de la

incoherencia queda al descubierto la necesidad de la misma: en el cumplimiento de su papel

ideológico, a MDA e IK no les basta con poner en duda que el conocimiento pleno por la

clase obrera de sus propias determinaciones es la forma necesaria en que la misma organiza su

acción superadora del modo de producción capitalista. Lo que intentan es oponer a esta

racionalidad la apologética abierta de la más cruda irracionalidad, de modo de vaciar el

desarrollo de la conciencia de la clase obrera de las potencias históricas específicas que le son

propias. Todo bajo la apariencia de estar actuando en la producción de una conciencia obrera

crítica del modo de producción capitalista.

La cuestión se presenta de manera muy distinta cuando se reconoce que el ser social

de la clase obrera determina a su acción revolucionaria como la forma concreta más potente, y

en definitiva, absoluta, del desarrollo de las condiciones materiales que constituye la base

determinante de la superación del modo de producción capitalista. Lo primero que se

reconoce así es que la organización de la acción revolucionaria de la clase obrera tiene por

forma necesaria el conocimiento de dicho desarrollo. O, dicho de otro modo, conocer en qué

consiste la transformación en la materialidad de las condiciones materiales de producción que

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engendra la necesidad de la organización consciente del proceso de vida social, es el punto de

partida necesario en el proceso de organizar la acción de la clase obrera capaz de superar el

modo de producción capitalista. Esto es lo que separa al socialismo científico de las

construcciones ideológicas, empezando por las que se detienen ante la dicotomía aparente de

un “voluntarismo” vacío de determinación y un “determinismo” carente de forma.

Por eso yo parto en mi libro desplegando el desarrollo de la transformación en la

materialidad del trabajo humano que determina la especificidad histórica del modo de

producción capitalista. Y acompaño este desarrollo hasta alcanzar su forma concreta necesaria

de realizarse bajo la forma de la acción revolucionaria de la clase obrera. Transcribo a

continuación la parte correspondiente de una síntesis de dicho despliegue, que ha sido tomada

como fundamentación del CICP como colectivo de acción política obrera:

La transformación de la naturaleza del trabajo y del productor de mercancías pone en

evidencia la razón histórica de existir del modo de producción capitalista: la transformación

de las potencias productivas del trabajo libre individual en potencias productivas del trabajo colectivo conscientemente organizado por el mismo obrero colectivo que lo realiza, bajo la

forma contradictoria del desarrollo del trabajo social como trabajo privado. Se trata de un

trabajo cuyo producto se enfrenta a sus propios productores como el portador autónomo de la

capacidad para poner en marcha al trabajo de la sociedad y, por lo tanto, como el portador de una potencia social que les es ajena y los domina. Esta contradicción inmanente al modo de

producción capitalista es la que lo hace llevar en sí la necesidad de superarse a sí mismo,

engendrando en su propio desarrollo la organización consciente general de la producción social.

El avance en la socialización del trabajo privado tiene por forma necesaria la

centralización del capital, o sea, la confluencia de los capitales individuales hacia su unidad inmediata como capital total de la sociedad. Es en la acción política, o sea, cuando expresa

inmediatamente las potencias del capital social, que la clase obrera da cuerpo a la

socialización directa del trabajo privado. La acción revolucionaria de la clase obrera es la forma concreta necesaria en que la referida revolución constante en la materialidad de los

procesos de trabajo -que al mismo tiempo implica su socialización directa- desarrolla su

necesidad de organizarse como una potencia directamente social que trascienda los límites de su forma privada capitalista. Por lo tanto, esta acción revolucionaria es la forma concreta

necesaria en que el modo de producción capitalista realiza su necesidad histórica de

superarse a sí mismo en su propio desarrollo.

… El carácter privado del trabajo quiere decir lisa y llanamente que la conciencia libre que

organiza cada unidad del trabajo social se encuentra privada de controlar sus propias potencias sociales. Estas se le presentan invertidas como el poder social que impone sobre

ella su producto -el capital- para corporizar la unidad general del trabajo social. En tanto la

conciencia libre personifica necesariamente este poder social que pertenece a su producto, se

encuentra determinada como conciencia enajenada. En la plenitud de su desarrollo, la conciencia libre portadora de la enajenación cobra

directamente forma en la materialidad misma del proceso de trabajo. A esta altura, el trabajo

consiste materialmente en aplicar una conciencia científica -es decir, una que conoce sus propias determinaciones de manera objetiva y, como tal, que avanza en su libertad- al

desarrollo del control sobre las fuerzas naturales a fin de objetivarlas en la maquinaria, o sea,

a la multiplicación de la capacidad para organizar el proceso de metabolismo social. Pero este mismo producto, es decir, dicha capacidad multiplicada de organización, se enfrenta a

sus productores bajo la forma social específica de plusvalía. Esto es, se los enfrenta como

una potencia social que les es ajena por pertenecerle al producto material de su trabajo y a la

cual se encuentra sometida su misma conciencia objetiva. Se trata de una organización automática de la vida social, donde el trabajo humano consiste en desarrollar la capacidad

para controlar dicha organización conscientemente, que al mismo tiempo tiene por objeto

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inmediato la multiplicación de la capacidad para organizar automáticamente la vida social a

espaldas de la conciencia de sus productores.

El límite absoluto al desarrollo capitalista de las fuerzas productivas de la sociedad reside

en esta negación del dominio pleno sobre las propias potencias del trabajo social. Por lo tanto, la barrera capitalista última al desarrollo de las fuerzas productivas reside en la

mutilación que le impone a la conciencia libre su determinación como forma de existencia de

la conciencia enajenada. La superación de esta barrera implica necesariamente la aniquilación del trabajo privado como modo de organizarse el trabajo social, dando curso a

la organización consciente general de este trabajo.

Este paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas toma entonces necesariamente una forma concreta material que le es específica. A saber, toma la forma de

una revolución social en la que el sujeto material de ese desarrollo, o sea, la clase obrera, no

se limita ya a aniquilar a la burguesía transformando al capital en una propiedad

inmediatamente social. Lo que hace es aniquilar al capitalismo mismo. Y, con él, aniquila al representante político general del capital social, al estado. Con lo cual la clase obrera alcanza

también su propio fin. La nueva relación social general tiene por forma concreta la

conciencia y voluntad mediante las que el trabajador se determina a sí mismo de manera inmediata como órgano individual del trabajo social. La plenitud de la libertad no se limita

ya simplemente a la ausencia del sometimiento del individuo al domino personal de otro. Se

ha desarrollado como la conciencia objetiva plena respecto de la propia individualidad como portadora de las potencias productivas sociales. Se trata, por lo tanto, de la organización

consciente general del proceso de producción de la vida social. La conciencia libre, o sea, la

libre individualidad, ha pasado a ser la relación social general. (La ciencia como acción

política de la clase obrera. Bases del Centro para la Investigación como Crítica Práctica)

Para repetirlo a modo de cierre, el sujeto activo de la aniquilación del modo de

producción capitalista mediante el desarrollo de la organización consciente del trabajo como

una potencia directamente social se encuentra determinado necesariamente por su ser social

como uno que conoce la transformación en la materialidad del trabajo que es históricamente

específica de dicho modo de producción, a fin de regir su acción revolucionaria como la

forma concreta necesaria más potente que realiza esa transformación. Tal es la determinación

material de la clase obrera como sujeto revolucionario. Mi acción como órgano individual de

este sujeto social tiene por forma concreta actuar en el proceso en que otros miembros de la

clase obrera producen su conciencia determinándose a sí mismos como portadores de esta

potencialidad.

MDA e IK le oponen a dicho sujeto revolucionario uno que responde a la apariencia

burguesa del individuo cuya libertad no consiste en saberse determinado por su ser social,

sino en creerse vacío naturalmente de tal determinación, de modo que su abstracta “voluntad

libre” le aparece coartada por la existencia de una relación social que se le impone desde su

exterior y a la cual se enfrenta por su propia naturaleza de sujeto “libre”. MDA e IK

demuestran así que, por mucho que se crean libres de determinación de su ser social como

personificaciones del capital, este ser social suyo los determina como portadores de la

necesidad de negar ideológicamente la determinación material de la clase obrera como sujeto

revolucionario por el capital mismo. Cosa que hacen poniendo en el lugar de esa

determinación la aceptación pasiva de la apariencia de que las potencias revolucionarias de la

clase obrera deben brotar de una voluntad que, “libre” de ser social determinado por su propia

relación social general, ha de levantarse desde el exterior de ésta. Con lo cual actúan en el

proceso en que la clase obrera produce su conciencia cumpliendo el papel contrario al que

afirman cumplir.

A lo largo de este escrito he presentado una serie de preguntas respecto de la

necesidad de las concepciones de MDA e IK, y he dado mi respuesta a esas preguntas. Ya que

MDA e IK han planteado su texto con ánimo de abrir el debate, espero que presenten ahora

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sus respuestas a las mismas, ninguna de las cuales tiene un carácter retórico. Por eso, espero

que mis preguntas no provoquen en ellos ese expresivo ataque de pasividad que parecen

experimentar quienes sostienen puntos de vista similares a los suyos, en cuanto se las

formulo. De esa pasividad brotan entonces las consabidas respuestas de los “sí, habría que

pensarlo” que nunca muestran ir más allá del “habría”, de los “cuando tenga tiempo” de un

“cuando” que nunca llega, de la repetición acrítica de que la “voluntad revolucionaria” se

funda a sí misma, o de la estúpida vanagloria de la propia ignorancia consagrada por

Holloway del que “ya no sabemos qué significa „revolución‟; cuando nos preguntan tendemos

a toser y a farfullar y tratamos de cambiar de tema; […] no-saber es parte del proceso

revolucionario”. Lejos de mostrar a sus autores como sujetos activos del proceso de

superación del modo de producción capitalista mediante la acción de la clase obrera regida

necesariamente por la conciencia de sus propias determinaciones que trasciende toda

apariencia, dichas respuestas los muestran como portadores de la necesidad del capital de

reproducirse a sí mismo a través de la reproducción de una conciencia de la clase obrera

impotente para conocer su propia enajenación y, en consecuencia, sus propias potencias

históricas específicas.

Buenos Aires, mayo-junio de 2010