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Julio Carreras Cartas a la Humanidad Quipu Editorial

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Julio Carreras

Cartas a la Humanidad

Quipu Editorial

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Quipu Editorial http://www.quipueditorial.com.ar 2002-2002 Edición final: Septiembre de 2009.

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INTRODUCCIÓN

Cartas a la Humanidad se inició como un intento de

ref lexionar en conjunto sobre algunos temas que nos preocupan desde hace siglos y aún no encontraron solución. Podrían resumirse en una sola pregunta: ¿por qué los humanos, teniendo a mano los recursos necesarios para nuestra felicidad, somos, en cambio, generalmente infelices?

Con la idea de promover esta búsqueda tomé un puñado de direcciones de correo electrónico para enviarles la primera Carta. Algunas pertenecían a personas que conozco personalmente -Como Raúl Dargoltz, abogado y dramaturgo, Alberto Tasso, poeta y sociólogo, mi hermano Gustavo, sacerdote católico y

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docente universitario, Gabriele-Aldo Bertozzi, director del Instituto de Artes Comparadas de la Universidad de Pescara, Italia, Alwin Nagy, inteligente sacerdote alemán con perfecto dominio del idioma castellano, o Pedro Margolles, director de la agencia periodística Prensa Latina, de Cuba-. El resto -la mayoría- tomadas de mensajes recibidos o de sus adjuntos, siempre relacionados con la act ividad cultural.

La propuesta no fue enunciada, salvo la pregunta: ¿por qué los humanos, teniendo a mano los recursos necesarios para nuestra felicidad, somos, en cambio, generalmente infelices? Entusiasmado por los primeros textos, el ingeniero Roberto Gayraud sugirió editar con forma de libro, posteriormente, los resultados f inales.

Sin embargo, durante el tiempo que duró esa intención, prácticamente sólo el autor de la iniciativa envió sus trabajos más o menos sistemát icamente.

Los otros aportes recibidos, y alguna comunicación eventual, se reproducen en el contexto del libro, como se verá. Se han respetado las formas y términos utili zados por sus autores. No se reproducen, en cambio, las comunicaciones particulares, o algunos archivos que se perdieron, por venir adjuntos.

Más tarde el autor, requerido por numerosas tareas, decidió dar por terminados sus artículos periódicos. Éstos alcanzaron el número de 14. Incluimos también, textualmente, los principales fragmentos de la Introducción.

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Los presupuestos básicos de ref lexión debían sustentarse sobre los siguientes esbozos:

1. Desde los orígenes hasta f ines del siglo XVIII -unos 50.000 años- la humanidad aceptó a las armas como paradigma excluyente del Derecho. El crimen, por lo tanto, ha sido la fuente última de legitimidad para los gobernantes; el saqueo un método legal de recaudación impositiva.

2. Desde principios del siglo XIX hasta mediados del XX -unos 150 años- se desarrolló una evolución extraordinaria. Durante ese periodo la humanidad avanzó, en lo referido a sus relaciones sociales, mucho más que en toda su historia anterior. Estos avances tuvieron como eje a los países de Europa -aunque, de modo semejante a lo sucedido con los griegos- el derecho de los demás habi tantes del mundo no llegó a emparejarse al de sus impulsores durante este desarrollo.

3. Hacia f inales del siglo XX el proceso se bifurcó, dividiéndose en dos aspectos:

a) Una acelerada regresión en las praxis sociales y políticas impulsadas desde los benef iciarios de esta inmensa acumulación de poder: los Estados Unidos, Europa, una parte de Asia.

b) La continuidad del desarrollo con sostenida regularidad exclusivamente en los ámbitos de la ciencia y tecnología.

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La idea de dirigirse a la Humanidad por medio de epístolas no es nueva. Sus antecedentes ya muy bien def inidos podríamos hallarlos en f ilósofos antiguos como Filón, o en las extremadamente famosas del capitán Saulo. Por mi parte me sentí inducido a empezar las presentes mientras conocía la extraordinaria actividad literaria de los escri tores italianos del siglo XII y durante todo el Renacimiento. Más cerca conocimos las Cartas Filosóf icas de Voltaire o a los Poderes de Antonin Artaud, entre otras importantes. Aunque el presente empeño no sería posible sin Internet, tal vez su única originalidad tendríamos que buscarla en su intención. Pues mientras Voltaire o Antonin Artaud emitían aquellos trabajos como expresión argumentativa de su ideología, nuestros escritos pretenden constituir sólo un hilo general, capaz de suscitar en los lectores diferentes aportes, incluyendo disidencias o correcciones. Es decir, crear, a partir de aquí, un libro colectivo.

No es este un mero juego intelectual por Internet. La extraordinaria capacidad destructiva acumulada por quienes detentan el poder mundial es tan abrumadora, que ha convertido al Apocalipsis en amenaza cotidiana. Además de esta referencia extrema, es para todos evidente que la destrucción de la naturaleza ha adquirido un ritmo sistemático en la etapa actual; pueden percibirse sin necesidad de instrumentos sus consecuencias, no sólo amenazantes respecto de la continuidad de la vida sobre el planeta, sino

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perjudiciales -o por lo menos extremadamente traumáticas- para nuestra existencia presente. A ello debe agregarse -en parte como otra de sus consecuencias visibles- el deterioro de la cultura social, precipitada en un pendoleo entre la desesperanza más oscura y la euforia inducida externamente, cuestión que parece llevar a inmensos sectores de la humanidad hacia el desbarrancamiento por existencias sin sentido. Sólo estos factores entre otros múltiples, autorizan al menos -si no obligan- a conciencias comprometidas por el amor, a continuar indagando, con el propósito de hallar las raíces de estas inmensas desviaciones en la conducta humana y sus posibles modos de corrección.

Haré una breve advertencia: no quiero limitarme, al ref lexionar, a fuentes históricamente consagradas por el pensamiento académico o institucional. Sería inadecuado, por ejemplo, en un periodo tan alto de la ciencia, intentar prescindir de las religiones. Pero también sería inadecuado dejar fuera al pensamiento denominado “esotérico”, tan decisivo en muchas circunstancias cruciales de la evolución humana. Asimismo, es imposible pensar hoy, en el plano de la economía, las ciencias sociales o la política sin echar mano al inmenso aporte efectuado por Marx y Engels, con la pléyade surgida inmediatamente después de su irrupción en la historia. O sustentarnos únicamente en autores del pensamiento occidental. . . Intentamos emprender estas tareas sin prejuicios -o conteniéndolos lo posible, en todo caso, si emergen en algún tramo-,

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ejerciendo y solicitando tolerancia, esforzándonos al máximo para obtener información que no haya sido antes explorada.

Nota para la edición actual: Las Cartas y los párrafos de la Introducción editados se han inclu ido r espetando la redacción or igina l. Debido a el lo, se encontrarán refer encias relacionadas con el año en que fueron escr itos:2003. Sólo por un cr it er io de coherencia conceptual, se ha reorganizado, levemente, su ordenamiento cronológico. También se incluyen, más o menos en el orden como fueron l legando, a lgunas respuestas a temas p lanteados por par t ic ipantes del grupo de inter cambio “Cartas”, de Yahoo.

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CARTA Nº 1 Autonomía, Santiago del Estero, martes 17 de junio de 2003 * (Cumpleaños Nº 69 de Elizabeth Reva inera, mi mamá.)

En Belt rán, a 25 kilómetros de Sant iago, hay una comunidad donde se pract ica la just icia. Se llama Co lonia Jaime. Sus miembros construyen entre todos las casas para los matr imonios jóvenes, ayudan en las ampliaciones a medida que la familia va creciendo. Todos trabajan, divid idos en equipos que van rotando para cumplir un cronograma consensuado. Cult ivan la t ierra, hacen tareas de granja u ot ras que se consideren importantes para la subsistencia. Todo es propiedad comunal: el producto de la inmensa extensión que poseen se reparte de acuerdo a un cr iter io racional. Si una familia t iene cinco miembros, recibirá mucho más que una pareja de recién casados. Se los percibe bien alimentados y prósperos, desde fuera, aunque no parecen otorgar importancia central a las cuest iones físicas. Pract ican e l espir it ismo.

Veamos ahora un ejemplo contrar io: el de Rajab, prost ituta que entregó su ciudad al cr imen. Ocurr ió hace unos 3.230 años. Gobernaba el pr inc ipal imper io un faraón, Mernepta. Los israelitas habían huido de su yugo; buscaban t ierra en Palest ina. En ese afán, enviaron dos espías a una de sus ciudades más ant iguas, Jer icó.

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Alguien lo s detectó; corrió a prevenir al rey. Este envió rápidamente su po lic ía para aver iguar. Pero la prost ituta escondió a lo s invasores, y envió a los custodios de su rey por un camino errado. No lo hizo por generosidad: “. . . nos ha caído encima una o la de terror [ . . . ] toda la gente de aquí t iembla ante vosotros [.. . ] hemos o ído (que exterminasteis a) los dos reyes amorreos” -dijo-. “Ahora juradme [. . . ] que como he sido leal, vosotros lo seréis con mi familia , y dadme una señal segura de que dejaréis con vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas y a todos los suyos y que nos libraré is de la matanza.”

Luego de recibir tales segur idades, la prost ituta desco lgó a los espías desde su ventana sobre la parte exter ior de la muralla, salvándo los.

Algunos días después el eficaz ejército israelí atacó con éxito fulminante la ciudad. “Consagraron al exterminio todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros, todo lo pasaron a cuchillo .” Únicamente perdonaron “. . . la vida a Rajab, la prost ituta, a su familia y a todo lo suyo [. . . ] por haber escondido a los emisar ios que envió Josué a explorar Jer icó.” (1)

El modo de actuar de Rajab parece más caracter íst ico de la condic ión humana que el de lo s integrantes de la Co lonia Jaime. No se encuentran fácilmente ejemplos parecidos al de estos espir it istas. Por el contrario , cot idianamente padecemos var iantes de la conducta de Rajab, a nuestro alrededor y al parecer en todas las

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poblaciones del mundo, de acuerdo a la información que se recibe. Ello nos autoriza posiblemente a ensayar la especulación que sigue. Para mayor comodidad de lo s lectores, la he dividido en parágrafos, con sus correspondientes subt ítulos:

El motor de la humanidad Egoísmo llamamos al complejo de componentes

psíquicos que impulsa casi todas las acciones humanas. De complexión andrógina, su pr imogenitura inmediatamente se const ituye en dos cualidades externas. Las denominaremos Astucia y Vio lencia.

No es difícil imaginar de qué modo se estableció el pr imer orden humano.

Una cr iatura masculina y otra femenina comparten cierta cueva entre los cerros menos expuestos a los mort íferos glac iares. Son sus caracter íst icas, posiblemente: fortaleza e inst into combat ivo en el hombre, fecundidad, dulzura, en la mujer. Se han buscado - impulsados por el ego ísmo- intentando obtener lo que const ituyen sus carencias y el ot ro posee. Ambos tenían miedo, en so ledad; conviviendo aumentan su efic iencia, se protegen de lo s peligros, complementan sus habilidades naturales, forman cierto inst rumental técnico e ideo lógico rudimentar io .

Como resultado de sus cópulas, pronto obtienen descendencia, compuesta por var ios individuos pequeños de los dos sexos. Para entonces seguramente el hombre,

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ut ilizando su mayor fuerza, ha obligado a la mujer a servir lo .

Pronto someterá también a todos sus hijos bajo una regla inflexible: su beneficio.

Ha nacido el pr imer Estado. He aquí un rey, su consorte, y lo s pr imeros siervos, en ese orden. El pr imer hombre, impu lsado por el ego ísmo, valiéndose de su mayor fuerza física, ha impuesto una forma de organización a la mujer con sus niños. Todo adquiere sent ido en la medida que sirva a sat isfacer los deseos de quien es capaz de provocar do lor, last imar e incluso matar a los que se opongan al orden, establecido por él.

El orden de la brutalidad Al madurar los niños y mult iplicarse el grupo original,

la organización va adquir iendo caracter íst icas más complejas. Entre los hombres, quienes se sienten capaces de ejercer exitosamente la vio lencia, van reclamando mayores beneficios. Por su parte, el rey comprende, luego de duras cont iendas, que le resulta conveniente establecer acuerdos con lo s más poderosos de entre sus descendientes. Nace así la pr imera c lase pr ivilegiada.

Está compuesta por los más crueles, los capaces de asesinar sin remordimientos, de robar sus bienes a los más débiles sin la menor conmiseración. En esta pandilla se concentra igualmente el mayor porcentaje de astucia. Algunos de sus miembros, infer iores en capacidad de vio lencia a los ot ros, han descubierto en cambio el valor

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de la inteligencia, como arma adicional, en lo que se ha const ituido ya en propósito medular del embr ionar io Estado: imponer obediencia y sujeción a los más débiles (pero que cuentan con el poder, nada despreciable, de su cada vez mayor número).

Estos, a su vez, se han ido convirt iendo, func ionalmente con sus obligaciones, en los más product ivos. La especialización de los dominadores en el uso de la fuerza, para lo cual han desarro llado armas, delega paulat inamente en los débiles la carga de las act ividades más út iles para toda la incip iente sociedad: agr icultura, construcción de viviendas, confección de abr igos, limpieza, alimentación del conjunto, cuidado de lo s niños.

Primera estratificación social Se establece, pues la pr imera división social:

cohesionados por su capacidad de hacer daño, los beneficiar ios del robo y el cr imen se const ituyen en clase dominante. Por su parte, los perdedores en lo s pr imeros combates, se ven obligados a asumir las tareas más product ivas en su condic ión de dominados.

Ambas c lases cont inúan movidas por el comple jo psíquico original, denominado ego ísmo. Ambas están compuestas por hombres y mujeres dispuestos a someter al pró jimo para sat isfacer sus ansias. La diferencia en la ubicación obtenida, dentro del orden progresivo, se relaciona directamente con su capac idad de astucia o de

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vio lencia. A mayor peligrosidad de l ind ividuo, a mayor crueldad o indiferencia hacia el sufr imiento ajeno, mayores posibilidades t iene de convert irse en gobernante de la congregación pr imit iva.

Las mujeres comparten y est imulan las mot ivaciones de sus mar idos; también, por cierto , los beneficios obtenidos. Cuantos más brutales sean lo s asesinatos perpetrados por estos primeros gobernantes, mayor será la obediencia que obtengan de una población aterrorizada. Los t iempos pr imit ivos de la humanidad deben de haber sido extremadamente crueles. Con segur idad cada día debía haber hombres confrontándose de un modo bárbaro, hasta mor ir a veces, para conquistar pequeñas pr ivilegios o afirmar lo s obtenidos en anter iores combates. Deducimos esto pues ya muy avanzado el desarro llo inst itucional, en t iempos de los Asir io s -unos 1.800 años antes de Cr isto-, la espantosa crueldad con que estos imponían su yugo a los pueblos so juzgados, indica un alt ís imo grado de violencia en las relaciones humanas consideradas normales. Téngase en cuenta que han t ranscurr ido, al menos, unos 50.000 años desde la apar ic ión sobre la t ierra del homo sapiens (especie considerada propiamente humana).

Volvamos a las sociedades or igina les. Se establecen pues, las pr imeras dos grandes c lases, las de los dominadores y los dominados, sin términos est r ictos aún, dada la extraordinar ia movilidad conservada sin duda durante esa etapa, en donde todo estaba por hacerse. A part ir de entonces las sociedades tomaron como

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referencia básica para sus inst ituciones legales la norma capital del ego ísmo, do lorosamente impuesta por los cr imina les y sus cómplices desde los pr incipios.

Primeras legislaciones Los astutos, que fueron rodeando a los vio lentos para

ser incluidos entre los pr ivilegiados, fueron concibiendo reflexiones, dest inadas a conso lidar o perfeccionar el control de su pandilla sobre la creciente sociedad pr imar ia. Las disputas cot idianas por las cuales veían amenazado el poder dominante cada día, deben de haber les suger ido la necesidad de normas, con el propósito de regular lo que perc ibían como peligroso desorden. Así, surgieron las pr imeras leyes. Cast igo para quien desobedezca las órdenes del rey y sus sirvientes, cast igo para quien no proveyera la cant idad de bienes est ipulada como t ributo, cast igo para quien se negara entregar sus hijas a la lujur ia de los bandidos. . . etcétera. Pocas y brutales, las pr imeras leyes deben de haber conformado un cuerpo de conceptos memorizados y t ransmit idos por ciertos personajes selectos del grupo más cercano al poder. (2)

Acompañando a los vio lentos armados -embriones de br igadas militares, ya- estos “jueces” seguramente comenzaron a recorrer el terr itorio somet ido, para garant izar que cada act ividad social concurra al objet ivo de beneficiar a la clase dominante.

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Por su parte los débiles, en algún momento de la evo lución humana, aprendieron que uniéndose en gran número podrían resist ir con éxito -e incluso derrotar- a las br igadas de bando leros que los explotaban. Estas pr imeras insurrecciones populares, en algunos casos t riunfantes, indicaron a lo s astutos en el poder la necesidad de componer normas de mayor complejidad y sut ileza, capaces de prevenir revuelt as co lect ivas. Con ese fin, debieron otorgar concesiones a lo s dominados, para evitar la t ransformación de sus innumerables penur ias en peligrosas rebeld ías.

Fue así que se echó mano al recurso de establecer leyes supuestamente protectoras de los más débiles, como herramientas necesar ias para contener su insat isfacción, perpetua, dentro de límites manejables.

Advenimiento de la religión Los menos fuertes de entre los poderosos se vieron

animados a buscar nuevos elementos conceptuales que les permit ieran contr ibuir al orden, establecido por la vio lencia, y obtener mayor part icipación en sus beneficios. La noción de Dios fue un hallazgo sobresaliente para estos rezagados, debido a que no só lo sirvió perfectamente a sus fines, sino pudo proveer les un inst rumento capaz de permit ir les llegar a la disputa del control mismo. Un pr imer concepto central debe haber sido el de “poder otorgado al rey, desde los ámbitos divinos”.

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Esto permit ir ía un avance formidable en la dominación del pueblo. No só lo se amenazaba con do lores fís icos a quienes desobedecieran las jerarquías establecidas: desde lo s planos super iores, donde se controlaban las tempestades, el movimiento de las estaciones y el t rueno, venía ahora el mandato ostentado por el rey con sus co laboradores. Bajo este presupuesto, cuest ionar lo aparejaba el r iesgo de ser fulminado por una centella en medio del campo.

Deben de haberse establecido todo t ipo de mecanismos ingeniosos para simular fulminaciones ejemplares. Posiblemente, art ilugios como el Arca de la Alianza hebrea, de cuya construcción se infiere que const ituía una especie de dínamo, capaz de provocar choques de electr icidad a quien la tocara, fueron ideados también con este fin. (3)

La Trinidad del poder De esta manera quedaron pues establecidas

definit ivamente las t res poderosas co lumnas sobre las que se sostuvo el poder hasta el presente: la vio lencia, las leyes y la religión.

Ya en t iempos de Sargon I -unos 2500 años antes de Cr isto- los ejércitos habían alcanzado un perfeccionamiento dest ruct ivo temible. Todo t ipo de herramientas bélicas sumamente mort íferas habían sido creadas, los militares const ituían ya una corporación específica, y cada guerra implicaba movilizar millones de

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hombres armados, disponiendo además de numerosas máquinas, el uso de animales, elementos químicos, etcétera. La Táct ica Milit ar se había convert ido en una ciencia, y la casta se había est rat ificado orgánicamente, divid iéndose en o fic iales, subofic iales y soldados. (4)

Con el desarro llo de las civilizac iones, lo que fuese origina lmente un rudimentar io esbozo de orden po lít ico se t ransformó en comple jísimas formas de gobierno. Durante los gobiernos faraónicos, en Egipto, los reinos babilónicos, o el imper io chino, las leyes alcanzaron un grado de sut ileza extraordinar ia, const ituyendo miles de cláusulas contenidas en extensos vo lúmenes, cuyo manejo dio lugar al sustento de una creciente sub-clase, administ rat iva.

Por su parte, los sacerdotes const ituyeron só lidamente una tercera sub-clase dominante, junto a los militares y lo s legis ladores. Gigantescos templos fueron edificados, para usufructo sectorial, y test imonio concreto de su poder. (5)

Hemos comenzado con esto el desarro llo sistemát ico

de nuestras reflexiones acerca de las razones posibles de la felic idad o infelic idad en el mundo.

Lo hicimos desde el punto de vista puramente “objet ivo”, esto es, part iendo de datos razonablemente comprobables. Existen numerosas e interesant ísimas teorías (o “constataciones”, según sus expositores) provenientes de las religiones, corrientes esotéricas, o invest igaciones parale las a la ciencia. De momento

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prefer imos dejar las para la próxima entrega, que esperamos sea muy pronto.

Me queda, ahora, sólo despedirme, con un saludo

fraternal. Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina * Sal 110. Lc 7, 31-35. 1981: John David Troyer ,

mis ionero menonita de EE.UU., mártir de la justic ia en Guatemala. (Agenda Latinoamer icana 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Pcia . de Buenos Air es, Argent ina)

(1) Nueva Biblia Española . Ediciones Crist iandad, Madrid, 1975. Libro de Josué, capítu lo 6.

(2) “El suplic io desempeña, pues, una función jur ídico-polít ica . Se tra ta de un cer emonia l que t iene por objeto reconstitu ir la soberanía por un instante ultra jada : la restaura manifestándola en todo su esp lendor . La ejecución pública, por precip itada y cot idiana que sea, se inser ta en toda la ser ie de los grandes r itua les del poder eclipsado y restaurado (coronación, entrada del r ey en una ciudad conquistada, sumis ión de los súbditos sublevados); por encima del cr imen

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que ha menospreciado al soberano, despliega a los ojos de todos una fuerza invencib le. Su objeto es menos r establecer un equil ibr io que poner en juego, hasta su punto extr emo, la dis imetr ía entr e el súbdito que ha osado viola r la ley, y el soberano omnipotente que ejerce su fuerza. Si la reparación del daño pr ivado, ocas ionado por el delito, debe ser bien proporcionada, si la sentencia debe ser equita t iva, la ejecución de la pena no se r ealiza para dar espectáculo de la mesura, sino el del desequil ibr io y del exceso; debe exist ir , en esa l iturgia de la pena, una afirmación enfática del poder y de su super ior idad intr ínseca. Y esta super ior idad no es simplemente la del der echo, sino la de la fuerza fís ica del soberano cayendo sobre el cuerpo de su adversar io y dominándolo: a l quebrantar la ley, el infractor ha atentado contra la persona misma del pr íncipe; es el la -o al menos aquellos en quienes ha delegado su fuerza- la que se apodera del cuerpo del condenado para mostrar lo marcado, vencido, roto. La cer emonia punit iva es, pues, en suma, `a terror izante´. [. . . ]. . .una polít ica del t error : hacer sens ib le a todos, sobre el cuerpo del cr imina l, la presencia desenfr enada del soberano. El suplic io no r establecía la jus tic ia; react ivaba el poder .” (Michel Foucault . Vigilar y castigar . Nacimiento de la pr is ión. Siglo Veint iuno Editor es. México, 1976.)

(3) “Algunas refer encias [. . . ] apuntan más a que se tra tara de una arma mortífera que una reliquia sagrada. As í [. . . ] a tr ibuyeron el derrumbamiento de los muros de Jer icó a los extraordinar ios poderes del Arca [. . . ]. Poster iormente, cuando la rel iquia sagrada cayó en manos de los f i l is teos, estos sufr ieron una plaga de ratones que produjo entr e el pueblo una epidemia de tumores. Los f i list eos devolvieron por fin el Arca a los israelitas (1 Samuel, 5,6), y fue entonces cuando los hombres de Bet Semes se la quedaron mir ando f i jamente,

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muriendo `por obra de Yavé´, 50.000 de ellos (I Samuel, 6:19). El ep isodio de los ratones r ecuerda a las plagas de Egipto.” (Robert Goodman, “Las armas de Yavé”, ar t ícu lo publicado por la revista Más Allá de la Ciencia , Monográfico Nº 17, 17 de junio de 1996, Madrid, España.)

(4) “La pr imera dinast ía que r ealmente dominó el Norte y el Sur fue fundada alrededor de 1872 por Sargon, sacerdote de ba ja extracción de Ishtar , diosa de las batallas. [. . . ] . . .el igió Akkad para su capita l, probablemente por razones militar es, ya que en ese punto el Tigr is y el Eufrates sólo estaban separados por una distancia de 15 millas. En el segundo año de su r einado, conquistó Elam, y luego subyugó el Oeste hasta el Mediterráneo y Chipre. Se hizo frente con firmeza a frecuentes revueltas; por ejemplo, según cuenta la crónica, `convir t ió Kasalla en polvo y montones de ru inas; destruyó hasta los nidos de los pájaros´.

“El instrumento básico de guerra en Mesopotamia después de 3500 a . de J.C. fue el carro. Tirados por cuatro asnos [. . . ] t ienen un alto y ver t ica l panel protector en el frente, lo cual sugier e que se usaron norma lmente para ataques dir ectos y frontales. La tr ipulación const itu ía de dos hombres : el conductor y un soldado armado con lanza y jabalina. La función pr incipal del carro mesopotamio consist ía en cargar y sembrar el pánico entr e el enemigo, par t ic ipando la tr ipulación en la batalla , pr imero a media dis tancia con las jabalinas, y luego a cor ta distancia , con las lanzas. [. . . ]La maza siempre fue un arma en uso constante, par t icularmente apreciada por los egipcios; pero, a l aparecer los fuer tes cascos, su roma cabeza fue menos efect iva, y el hacha cobró mayor importancia .” (Mariscal Montgomery, vizconde de Alamein. Historia del Arte de la Guerra . Capítu lo 3. Págs. 33

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y 34. Traducción de Juan García-Puente. Editor ia l Aguilar , Madrid, España, 1969.)

(5) Fragmentos del capítu lo 1 de un l ibro que, con parecido propós ito al de estas Cartas, comencé a escr ib ir el año pasado.

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CARTA Nº 2

Autonomía, Santiago del Estero, 8 de mayo de 2003 (día del cumpleaños Nº 50 de mi esposa Glor ia Gallegos)

Quer idas hermanas y hermanos: E l Señor Feudal “podrá acostarse con la esposa del

recién casado” dice un art ículo de la ley Normanda. En su redacción de 1419, luego de numerosos conflictos ocurridos por causa de este derecho estatal, se atenúan anter iores disposic iones agregando la posibilidad de evitar lo “si éste (el recién casado) o sus par ientes [ . . . ] entregan el dinero del rescate”. (1)

Tal beneficio para los poderosos no merecer ía mayores comentar ios. Basta una reflexión accesible al cerebro menos cult ivado para comprender que, desde los or ígenes de la organización humana, los cr iminales, despiadados, astutos, audaces, fueron establec iendo su dominación sobre lo s demás, obligándo los a cumplir hasta sus exigencias más humillantes. El detalle singular es, sin embargo, que quienes ejercían este derecho brutal, de copular con la joven esposa antes de su esposo legal -o copular, cuando se les anto jase, con las hijas de las numerosas familias que habitaban sus extensos campos- eran llamados “Pr ínc ipes Cr ist ianos”.

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La cuest ión suscit a entonces la inquietud por saber en cuáles preceptos de Jesús, llamado “El Cr isto” o “El Mesías” fundamentaron su legis lación secular los obispos de la Iglesia. (2) Pues a part ir de la consagración del Estado a la Iglesia Católica, efectuada por el emperador Constant ino en 312, la jerarquía episcopal fue adquir iendo un predominio ideo lógico sobre la sociedad que alcanzó su mayor influencia precisamente en la Edad Media. (3)

Veamos, entonces, qué dicen lo s Evangelios (t ranscr ipción universalmente aceptada de las palabras de Jesucr isto) sobre este asunto. “Os han enseñado que se mandó `No cometerás adulter io ´. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha comet ido adulter io en su int er ior” (Mateo 5:27-28).

Parece muy claro. El cr ist iano ( llamado así por considerárselo seguidor=imitador de Jesús) no debe siquiera “exc itar su deseo ( inter iormente) hacia una mujer casada”. Se infiere que menos aún deber ía expresar este deseo ante ot ras personas, precipit ando más su caída en el pecado si se at reviera a confesar dichos deseos a la señora misma que está codiciando. ¿Qué decir del at revimiento a copular con ella, y -mucho peor- obligar a su esposo legal a esperar en la habitación cont igua, consumido por la humillación y la vergüenza, mientras el duque, el conde o el rey, penetra una y otra vez como se le anto ja a la mujer amada, a la muchacha dulce, que quizás ha venerado en secreto el esposo desde la infancia

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de ambos, por la cual posiblemente ha esperado muchos años para ofrecer le ser madre de sus hijos, compart ir la vida con él, para una vez obtenido este pr ivilegio sagrado, verse obligado a tolerar de esta manera injur iosa el mancillamiento salvaje de su alianza?

No solamente lo s normandos, que dominaron Inglaterra y gran parte de Europa durante muchos siglos, se gobernaban con esta leg islación bárbara.

E l “derecho de pernada” era una cláusula práct icamente universal en el sist ema que regía al mundo “cr ist iano”, durante más de 1.200 años. Hasta las pr imeras revo luciones burguesas, que desde el siglo XVII comenzaron a poner freno al poder feudal. Pero veamos cuál era la relación de la jerarquía eclesiást ica con los normandos, cuya legis lación sirvió como modelo estatal durante el per iodo mencionado.

En 1061, el Papa Ale jandro II accedió al t rono pont ific io gracias a sus relaciones con la nobleza. Amigo personal de Guillermo de Normandía, en ret ribución por el apoyo prestado “bendijo su empresa de conquistar Inglaterra”. (4)

Este problema ya había sido puesto bajo prescr ipción legal por la t radición israelita al menos 1.200 años antes de Cr isto . Se le dio tanta importancia, que al establecer lo s Diez Mandamientos el adulter io es mencionado dos veces -en la sexta y la décima cláusula. Ello , en un módulo legal tan escueto, indica por cierto una especial valoración del tema. El decálogo de Moisés admoniza: “No andes con la mujer de tu pró jimo” en el versículo 14

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del capítulo 20. Para reafirmar : “No codicies su mujer. . .” en el versículo 17. (5) Evidentemente, Jesús no hizo otra cosa que respaldar la legislación de los israelitas, cuya religión profesaba y a quienes consideraba inspirados directamente por Dios.

Ahora bien, lleguemos a l núcleo de la cuest ión. ¿Qué estamos buscando, atacar a la jerarquía episcopal

católica? Para nada. Las otras organizaciones llamadas cr ist ianas, tanto la de Lutero, como la de Calvino u otros reformadores, no presentaron act itudes dist intas en relación con este y ot ros pr ivileg ios de los bárbaros gobernantes. El anglicanismo tuvo su origen en la ruptura del rey ing lés Enr ique VIII con el Papa Clemente VII, que se oponía al divorc io del rey.

Enr ique deseaba casarse con Ana Bo lena. Este deseo indujo a la Congregación Cató lica inglesa su separación de Roma, cuando el Papa se negó a abo lir el pr imer matr imonio de Enr ique VIII con Catalina de Aragón. Acusada de t raición y adult er io , fue condenada a muerte y decapit ada. El rey se proclamó cabeza de la Iglesia de Inglaterra en 1534. La doctrina teológica católica se mantuvo al pr incip io intacta. Más adelant e, dist intas influencias -y en concreto los pur itanos- hicieron del anglicanismo una confesión int ermedia. ¡Crear una iglesia nueva para poder cambiar de esposa! En esto se ve la insensatez que guía con frecuenc ia a la conducta humana. ¡Y todo un pueblo, const ituido por millones de personas con inteligencia, aceptar estas imposiciones!

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Es contra esta insensatez, esta irrac ionalidad, esta inhumanidad de lo s humanos -valga la aparente extravagancia del epitheton- y los sistemas de relación que han pract icado, durante su ya larga existencia sobre la Tierra, que arremetemos con empeño desde nuestras modestas comunicaciones filo só ficas. E intentamos hacer lo en la existencia cot idiana, desde los años de nuestra juventud. Pues de la misma barbar ie dest ruct iva que ha emanado el “derecho de pernada” en la Ley Normanda, se han or iginado gran parte de lo s decretos legales, que r igen las inst ituciones estatales aún el día de hoy.

Esta consagración de la vio lencia como respaldo legít imo del derecho, del ego ísmo, la mezquindad, la ambición, como eje regulador de la cultura social, impide el establecimiento de aquellos valores anhelados durante milenios por la mayor parte de los humanos -los “otros” humanos, los que no tenemos (ni queremos) el poder-:

Esto es, la Paz, la Libertad, la Felic idad. Los saludo con mi mayor afecto. Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina

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(1) Transcr ipto por J. Bühler , Vida y cultura en la Edad Media (pr imera edición alemana en 1931). La edición de donde fue tomada es la traducción al castellano de Wences lao Roces, a l cu idado de Daniel Cos ío Villegas, publicada en 1946 por el Fondo de Cultura Económica de México.

(2) La palabra “Cristo” proviene del gr iego J r istos y del la t ín Christus, y s ignif ica ungido. “Mesías” es una palabra de los hebreos, aplicada en sus textos tradiciona les a quien t iene “la mis ión de l iberar , e implantar el der echo y la just ic ia en el mundo entero [. . . ] La relación de amor y f idelidad entr e el Mes ías y su pueblo se expresa, como en el AT, (Os 2,16-18), con el símbolo conyugal”. (Comentar io de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, jesu itas, director es de los equipos del Instituto Oriental y del Inst ituto Bíb lico de Roma, quienes junto a 14 catedráticos y numerosos miembros de dichos inst itutos tradujeron la Nueva Biblia Española . Pr imera edición, Ediciones Crist iandad, Huesca, Madrid, 1975.)

(3) Constant ino derrotó a su contendiente –su propio hermano Majencio–, en su guerra por el trono durante el año 312. Tuvo para eso el apoyo espir itua l del obispo afr icano Milcíades (311-314). Premió a la Igles ia desechando las propuestas de los donat istas y otros agrupamientos cr ist ianos, para otorgar a la línea romana un papel rector . En 314 el emperador -no el Obispo de Roma- convocó a un gran s ínodo episcopa l en su gran f inca del Laterano. Este encuentro cimentar ía las bases de lo que luego se iba a conocer con el nombre de Igles ia Católica Romana. Más tarde, en esta misma propiedad, el emperador romano constru ir ía el pr imer gran monumento del catolic ismo, la basíl ica “San Juan de Letrán”. (Josef Gelmi, Die Päpste in Lebensbildern , Ver lag Styr ia , Graz-Viena -Colonia , 1983.)

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(4) Isaac As imov. Cronología del Mundo. Pr imera edición en inglés : Harpers Collins Publishers, Inc. Primera edición en castellano, traducción de Vicente Villacampa: Editor ia l Ar iel, S.A. , Barcelona, 1992.

(5) La Biblia . Traducida, presentada y comentada “para las comunidades de Latinoamér ica y para los que buscan a Dios”, por un equipo pastoral bajo la dirección de Ramón Ricciardi. Nihil Obstat Alfonso Zimmermann C.ss.R. Primera edición: Ediciones Paulinas-Editor ia l Verbo Divino-Editor ia l Alfr edo Ortells, Concepción, Chile, Madrid, España, 1972.

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CARTA Nº 3 Autonomía, Santiago del Estero, Argent ina, miércoles 14 de mayo de 2003 *

Quer idas amigas y amigos: “Cuando la detuvieron, encaró a uno de los po licías y

le dijo , sin miedo: `Vos, rat i puto. . . a mí no me vas a hacer nada. No

podés tocarme, sabés que soy menor, putazo” [. .. ] “`No se t rata de una más de la banda o la cara bonita del grupo a la que mandaban a seducir a las víct imas. Esta chica es la jefa de la organización´, dijo a La Nación una calificada fuente de la po licía bonaerense”. (1)

Tiene el pelo teñido de rosa fur ioso y usa zapat illas que cuestan quinientos pesos -narra el cronista. Esto se ent iende fácilmente, pues con su banda se dedican profesionalmente a los secuestros, y en cada uno de ello s obt ienen como promedio entre 10.000 y 3.000 dó lares, que se reparten. Ella, la jefa, t iene quince años.

“Sin madre y sin padre, fue cr iada por una t ía en una villa de emergencia, en la que diez mil habit antes conviven en casillas de paredes de cartón o madera, separadas por pasillos laber ínt icos, por donde corre todo aquello que deber ía ir a las cloacas”. (1)

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Una asist ente social le preguntó por qué se había dedicado a secuestrar gente; la chiquilla contestó: “Un día fui a robar un coche. El auto no estaba estacionado. Lo mane jaba una persona. En lugar de robar el coche, en ese momento, pintó lo del secuestro y con un novio mío nos llevamos a l t ipo. Fue así, p intó y nada más”. A los catorce años decidió formar su propia banda, con jóvenes de su mismo barr io . Se incorporaron, también, t res personas mayores. Al ser detenida, hace unos quince días, la chica presentaba un embarazo de mes y medio.

Me est remezco al pensar en la candidez de las chicas de quince años que conozco, comparándo la con la fiereza salva je de esta muchacha. Mis conocidas son, claro, chicas de provinc ia. Este factor, cuya validez intentaré just ificar, puede tener part icular gravit ación en las personalidades. A él deben sumarse otros dos, de mayor importancia ind ividual, pero condicionados en gran medida por los anter iores: el amor recibido (o no) durante su existencia, y el miedo.

Veamos el pr imer factor, esto es, la densidad poblacional del ámbito donde nos relacionamos con los demás. A quienes pertenecemos a poblaciones poco numerosas, nos parece inaudito que se pueda habitar en ciudades como la capit al de Buenos Aires, sin vo lverse locos. De igual opinión era Schumacher (no el corredor de carreras, ni el ex arquero de la Selección alemana, sino un gran economista, autor del libro Lo pequeño es hermoso).

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Él sostuvo que una concentración urbana, sobrepasando los 25.000 habit antes, comienza paulat inamente a deshumanizarse. Todo aquello que cont iene y regula normas aceptables de convivencia se desgasta y t iende a desaparecer, en relación directa con el crecimiento de la población. Es mucho más difícil cometer un delito cuando conocemos a todos desde niños, y ello s nos conocen, incluyendo a nuestros padres, abuelos e incluso más. En sent ido inverso, la so lidar idad t iene la categor ía de un deber, para lo s miembros de estas pequeñas comunidades. Se t rata de una simplificación, por cierto, pero expresiva de las tendencias genera les, comprobadas de un modo directo a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, cuando mencionamos las teorías de Schumacher, en una conversación con el filó so fo alemán Kar l Ot to Apel, este las desechó categóricamente.

“. . .son propuestas idealistas. . .”, d ijo ; “no son pract icables. . .” Este intelectual de la globalización, cuyo pensamiento se estudia en casi todas las universidades del mundo, considera que “no tenemos ninguna alternat iva, por ahora, a la economía de mercado”. Aunque reconoce que “Como usted ha apuntado, existe la cuest ión de que e l sistema, el `sistema marco´ del capitalismo, genera más bien una act itud no-so lidar ia, y eso está asociado directamente con su basamento en la competencia.” (2)

Precisamente, es en la competencia, por la cual el prójimo se convierte frecuentemente en adversar io feroz, donde se desarro llan las cua lidades más deplorables. “El

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infierno son lo s otros”, acuñó agudamente Jean-Pau l Sart re. Esto es aplicable tanto en Par ís como en Guayamba. Aunque seguramente en Par ís, donde habitaba el autor de la frase, es posible comprobar la vigencia de esta oscura cualidad social más fácilmente que en Guayamba, donde se pract ica una elaborada cordialidad. (3)

Vamos ahora al pr imer factor individual: la provisión

(o carencia) de amor en el entorno familia r. No puedo olvidar una situación vivida en el campo.

Habitábamos, con mi esposa y nuestras hijitas, una casa grande y confortable en medio de lo s sembradíos, al lado de un inmenso bosque natural. A unos diez metros de distancia hacia la derecha corría una angosta acequia, bordeada por elegantes árbo les que se perdían enfilados hacia el hor izonte. Una mañana, como a las once y media, estaba escr ibiendo, en una pequeña oficina construida para tal efecto a un costado de nuestra casa. Lloviznaba de un modo apenas percept ible. Sin quitarme las embarradas botas de goma -pues había estado t rabajando en el campo durante la mañana- estaba corrigiendo algún texto, supongo, no lo recuerdo con clar idad, mientras mi esposa cocinaba. De repente escuché lo s gr itos de mi hija Rocío, de cuatro años: “¡Mamá! ¡Papá! ¡La Lupita se ha caído al agua!. . .” Cierta fuerza como la propulsión de un avión a chorro me impulsó desde la t ráquea y salí vo lteando la mesit a donde escr ibía; nos at ropellamos con mi esposa que desde la

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cocina se había lanzado hacia fuera de igual forma. Mis piernas más largas me permit ieron llegar más rápido a la acequia, me met í hasta los muslos en el agua y comencé a caminar con grandes zancadas, resbalando en el musgo, a favor de la corriente. A unos seis o siete metros de distancia la cabeza de mi hijita se levantaba y se hundía sobre las pequeñas o las del agua encrespada por el viento. La corriente la llevaba rápidamente hacia un puente, sostenido bajo el agua por dos tubos angostos de cemento. ¡Si llegaba allí no la podr ía sacar, mis hombros me impedir ían hacer lo aunque me encogiera al máximo! No sé como llegué a ella, cuando le falt aban dos metros para llegar hasta los fat ídicos tubos; la levanté con todas mis fuerzas, arrancándo la de la corriente helada.

Salí con mi hijita en brazos, con la mit ad infer ior de la ropa negra de lodo y la camisa empapada por haberme lanzado en el últ imo t ramo de bruces, para poder alcanzar la, el pelo chorreando pues ahora llovía con fuerza. Y sint iendo el pequeño cuerpecito t ibio que se acurrucaba contra mi pecho no pude contener el llanto. Mientras caminaba hacia la casa no podía contestar le a mi esposa Glor ia, que también lloraba y hacía preguntas corriendo a mi lado, mientras la pequeña Rocío corría y lagr imeaba también. Rápidamente la envo lvimos en una toalla, sobre la mesa de nuestra cocina, la secamos bien. Glor ia le puso pañales limpios, y un osito . Otra vez la alcé para llevar la a la habitación. Ella me miró con cansada gravedad; apoyó su cabecita en mi pecho, y se durmió. Guadalupe tenía entonces dos años. Es una

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hermosa muchacha de 18, hoy, y t iene novio. Su carácter es muy agradable y reposado. ¿Qué hubiera ocurrido de no estar allí su padre o su madre para salvar la del agua? ¿Qué sucede cuando no tenemos a nadie cuidándonos, durante la infancia?

---------- NOTA: Aquí he debido interrumpir ayer la redacción de

esta Carta. Retomo, hoy: Jueves 15 de mayo de 2003 ** En la esquina, casa de por medio con nosotros, habita

el jefe de la Po licía Federal con su familia. Tiene cuatro perros. Los hemos visto pocas veces, pues son sumamente feroces. Evidentemente el je fe t iene miedo. De otro modo no se explica que tenga allí, atados en el pat io de su casa, a dos gigantescos rob wyler (¿se escr ibe así? me refiero a esos feos animales negros, con algo de bull-dogs y dogos) que ladran constantemente.

Y en su galer ía delantera -totalmente cercada por rejas que se unen con el techo y se abren só lo por un sistema electrónico de control remoto- ot ro perrazo como para una pelícu la de terror. Su esposa -que también t rabaja en la Po lic ía Federal- ha sa lido a veces a pasear fugazmente con el cuarto perro: es pequeñito , blanco, coqueto. Tiene voz finit a, como corresponde.

Conocemos las voces de todos los perros pues ladran, como dijimos, constantemente. El más pet izo aúlla a veces de do lor, señal quizás de a lgún tarascón de lo s más

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grandes -aunque nos ha dicho su vecina inmediata que los t ienen separados entre sí, por rejas cubiertas con telas metálicas. Una vez subí al techo de mi casa y vi ese pat io: es un campo de concentración. Se perciben ámbitos diferenciados, confirmando lo dicho por nuestra vecina int ermedia, en recuadros tabicados por estructuras alambradas. Al fondo lo que parece un par de celdas, de só lido aspecto.

Todo muy pro lijo , pintado de verde sapo, como los cuarteles militares.

Pero volvamos al miedo. Nadie sensato se at rever ía a acercarse a lo s perros de mi vecino el po licía. Ahora bien, esto no se debe a que los animales sean naturalmente vio lentos, sino que se han convert ido en eso por causa del malt rato recibido. Pese a que están perfectamente alimentados y limpios -como los chicos norteamer icanos que toman un fusil para disparar sobre sus compañeros- sufr ieron desde su infancia el miedo terrible de no saber jamás con precisión algo aunque fuera de lo que sucede en el exter ior. (4) Los comparo con aquellos perr illo s vagabundos, sucios, a veces con alguna llaga, que ho lgazanean en la plazo leta a la cual da el pat io trasero de mi casa. Uno puede acercarse t ranquilamente a ello s y acar iciar lo s, por grandes que sean. Son pobres pero t ranquilos.

Compensan la carencia de alimentos o cuidados correctos con su libertad.

Ellos habitan generalmente casuchas de la extendida urbanización humilde que circunda a nuestro barr io de

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clase media. Los perros comparten habit aciones con los humanos, a veces duermen entreverados con ellos, en el suelo o sobre sencillo s camastros. También t ienen afecto.

La muchacha pistolera. . . ¿lo hubiera sido de vivir en

Sant iago? No hubiera llevado el pelo teñido de “rosa fur ioso”, seguramente, pues sus amigos la hubieran cargado (aquí es inevitable estar siempre rodeado de amigos; la gente t iene mucho t iempo para compart ir) . Esa chiquilla secuestradora. .. ¿hubiese sido tan agresiva, si la hubiesen cr iado un padre afectuoso y una madre?. . .

No deseo redactar corolar ios para estas sencillas

observaciones que quise compart ir hoy. Si ellas sirven para mot ivar alguna conclus ión desde ustedes, que a su vez sirva para mejorar un poco el espacio cósmico donde –nos guste o no– convivimos todos. . . ¡me sent iré muy feliz!

Un saludo afectuoso, de Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina.

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* Matías. Hch. 1, 15-17,20,26. Sal 112/Jn,15 9-17. 1811: Día de la Independencia de Paraguay. 1904: Muere

Mariano Avellana, mis ionero evangelizador del pueblo, clar et iano, en Chile. 1980: Masacre del r ío Sumpul, en El Salvador . 1980: Juan Ccaccya Chipana, obrero, militante, víct ima de la repres ión policia l en Perú. 1981: El sacerdote Carlos Gálvez Galindo es ases inado por parapolicia les en Guatemala. 1991: Porf ir io Suny Quispe, educador y miembro de organizaciones de solidar idad, es ases inado por parapoliciales en Perú. (Fuente: Agenda Latinoamer icana-Mundial 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Argent ina.)

(1) Diar io La Nación, Buenos Air es, domingo 11 de mayo de 2003, página 18. Aclaración: supusimos “puto”, “putazo” donde sólo se había impreso “p. . .”

(2) “El diálogo entr e pobres y r icos no sólo es pos ib le, sino el único camino”. Entr evista con Karl Otto Apel. Diar io El Liberal, sección Cultura , Pag. 1, sábado 9 de octubre de 1993.

(3) Guayamba. Pueblo entr e las serranías, casi en el l ímite de Sant iago del Estero con la provincia de Catamarca. Semejante a numerosos pueblos de la región, me atrevo a inser tar un fragmento de un viejo cuento, con la idea de que puede ser úti l para imaginar los : “[. . . ] es un pequeño conglomerado de casas antiguas, sencil las y bien cuidadas, entr e las sierras. [. .. ] Me hallaba, dos o tres días después de l legar , meditando ser enamente en la hermosa placita de Belén, mientras avanzaba suavemente sobre los árboles el crepúsculo pr imaveral. Acababan de regar las calles de t ierra y f lotaba en el a ir e un olor a humedad, que mezclado al de las flor es y hojas reverdecientes de los centenar ios árboles, producía en el esp ír itu como una sensación edénica de

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tranquil idad. En el momento en que comienzan a desdibujarse los contornos y las casas parecen f lotar en el a ire t enue, fue que vi la apar ición de esa mujer .” (El Malamor , 1982)

(4) Nota de 2009. Recientemente, con mot ivo del inca lif icable despedazamiento de un niñito por el dogo de una abogada de apellido Ledesma, mi amigo Alejandro Bruhn Gauna, especia lista en perros, me ha explicado lo siguiente: tanto los dogos, como los rottweiler (ahora aprendí a escr ib ir lo gracias a mi amiga Amalita), son razas “ar t if ic ia les”. Es decir , fueron cr eadas, por medio de largos y trabajosos entr ecruzamientos genét icos, que incluyeron tratamientos químicos, para obtener r esu ltados específ icos. ¿Y cuáles eran los objet ivos de ta l manipulación? Obtener perros ef icaces para matar .

** Is idro Labrador . Juana de Lestonnac. Hch. 13,13-25/Sal

88/Jn 13,16-20. 1903: Fusilan en Chir iqui, Panamá, a l genera l y guerr i llero

Victor iano Lorenzo, héroe nacional. 1986: Nicolás Chuy Cumes, pastor evangélico, mártir de la l iber tad de expres ión en Guatema la. 1987: Mártires indígenas, víct imas del despojo de sus t ierras, en Bagadó, Colombia. Día Internaciona l de los Objetor es de Conciencia . (Fuente: Agenda Latinoamer icana-Mundial 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Argent ina.)

P.D.: Agradezco las respuestas recib idas. Part icu larmente

la calidez de algunas, como las de Carlos R. Zurita o Víctor M.S. Maldonado, quienes también envían un cordial saludo para mi esposa Glor ia , que cumplió años el 8 de mayo. También las de I leana Álvarez, Jorge Canllo y José Adet. He recib ido algunas sin nada escr ito, como la de “Díaz Lannes”:

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interpreto que puedo cont inuar enviándoles mis car tas, con una fr ecuencia más o menos semanal. Si no es así, por favor corr íjanme. Finalmente, aunque no en ú lt imo lugar , contesto a Víctor : ¡S í, Raúl Dargoltz es un amigo entrañable, además de un extraordinar io argent ino! ¡Me a legro de que compartamos el pr ivilegio de su amistad! Nuevamente, un saludo afectuoso.

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CARTA Nº 4 Autonomía, Santiago del Estero, jueves 29 de mayo de 2003 *

¿Qué t ienen los europeos que no tengamos nosotros?

Muchas cosas. Part icularmente eso: cosas. Aparatos, edificios,

automóviles. Eso t ienen. Confrontados a tanta disponibilidad nosotros aparecemos desvalidos. Una belga que nos vis itaba en 1988 estuvo un rato observando a mi esposa quien, muy contenta, preparaba exquis itos huevos revueltos con cebo llas en una gran sartén, sosteniendo la tapa con una mano y canturreando. Una vaharada, saliendo por los costados de la sartén nos envo lvía. De repente, la belga habló, como quien piensa en voz alta:

-¡Cuán pobres so is! -dijo . -¿Por qué? -preguntó mi esposa. -En Europa hubiésemos hecho esa comida en pocos

minutos y sin humo, con una sartén neumática. . .** Otra anécdota: estábamos t rabajando y tomando mate

en un gigantesco galpón donde había por entonces carpinter ía y curt iembre. Eran como las t res de la tarde, hacía un calor intenso -normal en Sant iago durante el verano-.

En eso llegaron dos alemanes. Venían sudorosos, encendidos. Eran dos jóvenes universit ar ios, que estaban

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haciendo una pasant ía en nuestro campo eco logista. Habían estado t rabajando, junto a obreros regulares de la cooperat iva, en la construcción de un inmenso edific io , de formas circulares, que se levantaba para vivienda de lo s alumnos. Uno de ello s -el más agraciado, que se parecía un poco a Leonardo Di Capr io, aunque más rubio y menos áspero- mientras rec ibía el mate me dijo:

-Vuestros obreros son muy vagos. Lo que nosotros hic imos en t res horas, ello s lo hacen en un día entero.

-Bueno, le dije, contempor izador, pero vos no t rabajas en eso todos los días. E llos sí.

-No -insist ió el alemancito-. Es su forma de t rabajar. Los he venido observando desde hace var ios meses. . . e llos t rabajan muy despacio. . . y si no los controla alguien, ensegu ida descansan.. . Mira -alegó, para reafirmar su tesis- en Alemania, lo s obreros de la construcción hacen, en una hora, lo que nosotros hicimos en t res. . . ¡y tus obreros lo hacen en un día!

-Mira, Ulli - le repliqué, todavía con mucha paciencia-. Hay factores muy importantes que determinan las diferencias. Por ejemplo: un obrero alemán, termina de t rabajar y puede bañarse en instalaciones adecuadas, puede cambiarse de ropa, dejando el equ ipo de t rabajo en un armar io, para convert ir se en ciudadano prolijo igual que los demás. Luego toma su propio auto, vuelve t ranquilamente a una casa confortable, donde lo espera una suculenta cena, const ituida por alimentos de calidad, con las calor ías, vit aminas y proteínas necesar ias para renovar sus fuerzas de un modo superabundante. Cuenta

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con el confort necesar io para reposar luego, hasta el día siguiente, en que vo lverá al t rabajo t ranquilo y con la segur idad de que nada le faltará a él y a sus hijo s.

“El albañil de aquí, con la misma ropa sucia que ha usado para t rabajar vuelve a su casa, en una bic icleta derrengada cuando la t iene, para encontrar allí, con suerte, un poco de matecocido y tort illa. (1)

“Encontrará también en su rancho a una esposa flaca, arruinada por las tareas y la intemper ie, at r ibulada por las carencias, y a unos hijos t r istes, con frecuencia desnutr idos, a quienes no sabe si podrá mandar a la escuela al día siguiente, pues muchas veces no t ienen dinero para comprar zapat illas. A la noche dormirá hacinado con su familia , sobre el suelo o catres incómodos, bajo techos de ramas infestados con insectos venenosos, padec iendo fr ío o calor pues no suelen tener elect r icidad en sus viviendas. ¿Te das cuenta, Ulli, por qué el obrero del campo sant iagueño no puede compararse jamás con el obrero alemán?

El alemancito me miró con escept icismo y ensegu ida contestó:

-Bueno, pero los europeos no siempre tuvieron todo lo que t ienen ahora. Nosotros también hemos sido pobres, hemos sufr ido mucho. Pero nos hicimos r icos a fuerza de t rabajo. Yo creo que es una cuest ión de carácter: los europeos son t rabajadores, los lat inoamer icanos son vagos.

Entonces dije lo que por cortesía y respeto humano había estado evitando:

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-¿Sabes por qué los europeos son r icos, Ulli? -dije- Pues porque han pro fanado y saqueado las r iquezas de todo el resto del mundo. Esa es quizá la mayor cualidad europea: su impiedad. El ego ísmo, la crueldad, la astucia de sus dir igentes -pr incipalmente los anglosajones y germánicos, pero también los lat inos o hispanos-, la brutalidad de sus ejércitos, fueron el factor determinante para que Europa se desarro llara (y más tarde los Estados Unidos), mientras América Lat ina -sus víct imas- iba sumiéndose cada vez más en la pobreza y el at raso. Aquí no había desnutr ic ión cuando llegaron los europeos. Cuatrocientos años de saqueos, asesinatos, explotación salva je, dejaron a lo s abor ígenes no sólo desnutr idos, sino despo jados de casi todas sus r iquezas. El oro, la plata, el cobre, fueron robados sist emát icamente por los europeos, para sat isfacer su ansia de progreso. Cada fábr ica de Inglaterra u Ho landa lleva en sus ladr illo s el est igma de un lat rocinio: los diamantes del Áfr ica, el estaño de América Lat ina, las sedas de China, arrancadas luego de masacrar, oprimir y superexplotar a sus inmensas poblaciones: he ahí lo s fundamentos de la r iqueza europea. Los europeos no son ni más ni menos t rabajadores que cualquier otra población del mundo. Tal vez sean más neurót icos, más dependientes de la acción externa, por generaciones de opresión interna de sus explotadores, los capit alistas europeos. Pero sin e l inmenso financiamiento que significó para ello s durante lo s siglos XVI, XVII, XVIII y XIX el robo de las

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r iquezas de todo el mundo, no tendr ían ni el 10 por ciento de lo que ostentan ahora.

Se quedó callado. Creo que lo impresioné mucho. La mirada perpleja y asustada de sus o jos azules me hizo temer, sin embargo, haber expresado con demasiada vio lencia mis argumentos.

¿Me había propasado?.. . Los españo les (entonces

gobernados por un rey alemán, Car los V y entremezclados con ellos) ¿no habían sido benévo los con lo s abor ígenes? Algunos autores defienden a la “evangelización”; no se t rató de un somet imiento, dicen, sino de una “integración”.

En parte, es cierto . Se “invit aba” a lo s aborígenes a adoptar el credo católico. Mas previamente debía leérse a lo s pr isioneros -ante escr ibano público- un extenso requer imiento, uno de cuyos párrafos centrales exhortaba a convert ir se a la fe cató lica, persuadiendo: “Si no lo hic iéreis, o en ello dilación maliciosamente pusiéreis, cert ifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré guerra por todas partes y manera que yo pudiere, y os sujet aré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijo s y lo s haré esclavos, y como tales lo s venderé, y dispondré de ello s como Su Majestad mandare, y tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere. . .” (2)

Estos “civilizadores” sostenían: “no hay mejor remedio que el t rabajo en las minas para curar la `maldad

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natural´ de los ind ígenas”. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que lo s indios merecían el t rato que recibían porque sus pecados e ido lat r ías const ituían una ofensa contra Dios. El conde de Buffon afirmaba que no se regist raba en lo s indios, animales fr ígidos y débiles, `ninguna act ividad del alma´”. (4)

En el siglo XVII, el padre Gregor io García sostenía que los indios eran de ascendencia judía, porque “al igual que los judíos son perezosos, no creen en lo s milagros de Jesucr isto y no están agradecidos a lo s españo les por todo el bien que les han hecho”. (5)

En Norteamér ica a los abor ígenes no les fue mucho mejor. Un reciente estudio efectuado por Reader´s Digest narra lo siguiente: “En 1830 el Congreso aprobó la Ley de Remoción, que daba al presidente poder para desplazar a lo s indios de sus t ierras, si estaban dentro de regiones co lonizadas por blancos, hacia zonas consideradas s in valor [ . . . ] .. .al final de la Guerra Civil el espír itu de expansión hizo que o leadas de granjeros, cazadores, mineros y leñadores emigraran al Oeste, y de nuevo las t ierras (donde habían sido desp lazados lo s indios) fueron codiciadas. El gobierno federal, que había promet ido solemnemente proteger a los indios, respondió con una po lít ica nueva. Forzó a las naciones indias a firmar un t ratado mediante el que ser ían concentradas en reservas establecidas, a cambio de pagos anuales.

“Esta promesa tampoco fue cumplida y lo s indios lucharon por últ ima vez para remediar lo .

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“Fueron derrotados por soldados bien armados y alimentados, y en 1880 fueron dest ruidos como pueblo independiente. De los casi ocho millones de hectáreas (que les fueran asignadas por el propio gobierno de los EE.UU. en 1830) [. . . ] sólo quedaron unas cuantas reservas en las partes más deso ladas del Oeste. Actualmente sus condiciones no son mucho mejores: hay 1.5 millones de estadounidenses nat ivos asentados en 285 reservas en EUA.

“Sin poder seguir sus formas t radicionales de vida o hallar empleo en el mundo del hombre blanco, un gran número de indios de las reservas llevan vidas de callada desesperación, aquejados por males como la desnutrición, el alcoho lismo, la disfunción social y e l suicidio”. (6)

De otra manera, se nos ha dicho, en Sudamér ica el abor igen “fue integrado”, por medio del mest izaje. Veamos algo sobre esta cuest ión: “(En Sant iago del Estero). . .el mest izaje se dio siempre entre el hombre blanco y la mujer abor igen, nunca al revés. Este habr ía sido, para el varón abor igen, su mayor vejamen histór ico. Por ot ra parte, el hijo mest izo es asumido só lo por la madre y negado por el padre. De ahí su profundo resent imiento”. (7)

Los alemanes del este están resent idos con lo s del

oeste porque hay entre ello s diferencias de salar io s. Mientras un empleado comercia l obt iene en el oeste alemán 3178 euros mensuales, en el oeste só lo llegan a 2340. Un obrero industr ial cobra en el oeste alemán 2307

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euros; en el este, 1675. (8) Ahora bien, ¿cuánto es el salar io básico de un empleado de Comercio en Sant iago del Estero? “350 pesos” dicen lo s convenios, exhibidos como muy dignos por los burócratas del sindicato. Unos 116 euros, al cambio. 3062 euros menos que sus pares alemanes. 27 veces y media menos.

Una revista ho landesa nos informaba en 1999 que los ho landeses no sabían muy bien qué hacer con sus excedentes salar iales. La mayor ía de e llos programaba via jes, ot ros los invert ían en bienes raíces. Como se ve, la situación en Europa es económicamente desahogada. Veamos una de las fuentes de donde provino esta prosper idad ho landesa: el t ráfico de esc lavos, de cuyo comercio el emperador Car los V les había otorgado la exclusividad, convirt ió a la corona ho landesa en uno de lo s estados más r icos durante el per íodo de la conquista y co lonización de América.

Esta muchacha belga tenía razones, en verdad, para decirnos “¡Oh!. . . ¡cuán pobres so is!. . .”, con acongo jada conmiseración. Con los salar io s de Sant iago muy pocas familias pueden comprarse hornos de microondas -pese a que una televisión machacona nos incita permanentemente.

(Ahora bien, el concepto de pobreza puede const ituir só lo un cr iter io “civilizado” -es dec ir, de las ciudades-, poco aplicable a la realidad de muchos habit antes del campo. Si se observa bien nosotros no éramos nada pobres. Por las mañanas, a las seis y media, un obrero de la finca nos t raía el balde con cinco lit ros de leche recién

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extraída -a veces iba a buscar la yo mismo. En el invierno llegaba humeando, en el verano mis niñas acudían corriendo para aprender a ordeñar. Con sus manitas pequeñas eso era imposible -Rocío tenía cuatro años, Lupita t res, Alejandra apenas gateaba-, pero les aseguro que se divert ían. Como éramos apicultores, disponíamos de mie l de la más alta calidad en cualquie r época del año y en abundancia. Luego, con muy poco esfuerzo, ya que casi todo crecía allí de un modo práct icamente natural, d isponíamos de cebo llas, zanahor ias, rabanitos, lechugas, tomates, acelga, achicor ia, espinaca, frut illas, naranjas, mandar inas, pomelos, granadas, higos, docas, moras, remolachas y limones. Además en el campo, creciendo sin necesidad de cu idados, había po leo, “diente de león”, “té de burro” y otros yuyos, como se sabe, medic inales, además de abundante fruta natural, como las r iquís imas tunas, misto l, a lgarroba, piquillín, kishcka loro -”pishca loro”, decían mis hijas, es una fruta roja, semejante a la tuna, só lo que más pequeña, que crece a los bordes del camino-, etcétera, todo a nuestro alrededor, sin nada que nos impida tomar lo. Teníamos además agua corriente y electr icidad -aunque no habíamos podido instalar paneles so lares, no era muy fácil obtener los aún-. Con un calefón a leña y el pequeño esfuerzo de juntar las ramas secas que cubr ían el campo para encender el fuego, obteníamos agua caliente a cualquier hora en el invierno -que en Sant iago es muy breve-. Es cierto que no disponíamos de mucho dinero -entre ambos, mi esposa y yo, recibíamos uno 800 pesos, por entonces 400 dó lares-. Pero tampoco

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lo necesitábamos imper iosamente. Sin dinero podíamos estar bien, pues lo esencial, una casa confortable, la ropa necesar ia, ¡alimento de pr imera calidad!, lo teníamos al alcance de la mano. Verdad es que nos hubiera result ado difícil comprar un hornillo de microondas o una sartén neumát ica. Pero hasta creo que t ienen mucho mejor gusto lo s huevos y las cebo llas cuando se las hace en una vie ja sartén de hierro como la nuestra -y canturreando por la sat isfacción que provee saber que nuestros hijos comerán, relamiéndose, estos alimentos que elaboramos con unción, casi como una obra de arte-.

Diferente es la sit uación en la ciudad: si tú no t ienes dinero. . . ¡no comes! Si no estás empleado y recibiendo ese dinero regularmente ¡estás condenado a sufr ir ! Por cierto hay en el campo también sit uaciones de indigencia cruel, pero sólo porque a innumerables familias les ha sido quitado el derecho a la t ierra. Sin mediar esa injust icia, les aseguro que nadie puede sent irse pobre en el campo.)

Bueno, hoy ya he escr ito demasiado. Por ello

provisor iamente me despido, afectuosamente, hasta nuestro próxima Carta.

Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina.

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* Cordobazo. En 1969, obreros, estudiantes y vecinos

tomaron la capita l de Córdoba -una de las mayores ciudades argentinas-, manifestándose contra la repres ión militar-estatal, que ya había dejado muertos en Corr ientes y El Chaco. Pusieron en jaque a las fuerzas polic iales, por lo cual el Ejér cito tuvo que ocupar la ciudad. Gobernaba el país el general Juan Carlos Onganía, impuesto por un golpe militar . Este levantamiento dio inicio a una etapa de gran efervescencia popular , que incluyó guerr i l las e insurrecciones parciales. Esta fue brutalmente r epr imida durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón y f ina lmente con la dictadura militar de Videla -Massera y Agost i, la cual ahogó en la sangre de 10.000 muertos, 25.000 presos polí t icos y 30.000 desaparecidos a la ola revolucionar ia argent ina de los `70.

** Esta muchacha belga por entonces se había instalado, junto a su concubino, en una f inca muy cerca de la ciudad de La Banda, prestada por otra amiga alemana. Los belgas t enían por entonces unos 26 años (ella) y 34 (él). La muchacha era hija de un dip lomát ico alemán, funcionar io en el Par lamento Europeo. Habían venido al Sur buscando “tierras sin contaminar”, según af irmaban. Unos dos años después se separaron (él ya venía de un divorcio anter ior). Me enter é entonces que ambos eran drogadictos. Pero en el caso del hombre, mezclado con un alcoholismo exacerbado, se había conver tido en un problema generador de violencia insoportable entr e ellos. Poco después de esa separación, la chica abandonó esa finca y se fue a vivir sola en una ciudad.

(1) Torti l la , una masa compuesta únicamente por har ina, grasa y agua, cocida al horno o sobre brasas, muy habitua l

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como pseudo-a limento entr e los sector es más humildes de la población sant iagueña.

(2) Daniel Vidar t . Ideología y realidad de América , Montevideo, 1968.

(3) Emilio Romero. Historia Económica del Perú . Buenos Air es, 1949.

(4) Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo , México, 1960.

(5) Lewis Hanke, Estudios sobre Fray Bartolomé de las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista española de América . Caracas, 1968.

(6) Reader ´s Digest México. Secretos y misterios de la historia . “La

últ ima batalla de Custer”. Impreso en Ita l ia , 1995. (7) Fernán Gustavo Carreras. Notas sobre la cultura

polí t ica de Santiago del Estero . Instituto San Martín de Porres, Comunidades Ecles iales de Base. Santiago del Estero, 2002.

(8) Diar io La Nación. Revista . “Berlín: el muro que no cayó”. Por Martín Dinatale, enviado especia l. 11 de mayo de 2003 .

Respuestas (Con papelón) Resulta que le escr ibí a Clara Rodr íguez, pidiéndo le

autorización para compart ir su respuesta con todos ustedes. Ella muy cordialmente me la otorgó. Pero al ir a buscar los textos encontré que por algún error los había borrado. Por ello pido disculpas. . .

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Deseábamos inc luir, en cada una de estas cartas, algunas respuestas recibidas. Ello con la esperanza de que puedan mot ivar ot ros aportes, y suscit ar quizás el germen de una comunidad virtual de reflexión.

Con el ánimo de remediar un poco el papelón que hice con Clara, t rataré de reproducir desde la memoria algunos de los conceptos recibidos:

Clara Rodr íguez, per iodista de Quebec, Canadá, había

dicho que en el país del Norte se poseían muchos objetos -hasta el punto de afirmar que no falt aba práct icamente nada- pero dudaba de s i la gente era capaz de tener verdaderamente en cuenta al ot ro, como ser humano. Tal vez Clara desee ahondar un poco más sobre estos conceptos. De algún modo fue la inspiradora de la presente carta.

Amalia Beatr iz Domínguez: “. . .A tu pregunta de cómo

se escr ibe el nombre de esos perros negros, cruza de dogo y bu lldog, te respondo que son lo s famosos ROTTWEILER”.. .

José Rubén Adet : “. . .ser ía int eresante hablar un poco

sobre las religiones”. . .

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Respuesta de mi sobrino porteño Quer ido t ío Julio: Este es el pr imer esbozo de respuesta a tus cartas que

me siento a escr ibir. La escasa cant idad de t iempo que tengo y la r iqueza de tus reflexiones me impiden hacer, por el momento, más que eso: só lo un esbozo. Aprovecho la ocasión para celebrar tu iniciat iva y para darte las gracias por ella. Es, para mí, un ejemplo, una llamada a la reflexión y una fuente de inspiración. Quizás pueda aportar alguna cuest ión desde un punto de vista algo diferente al tuyo, pero, sin duda, con las mismas int enciones. Digo desde otro punto de vista porque, después de todo, y aunque me gusta el contacto con la naturaleza (ese que tus reflexiones tanto exaltan), sigo siendo un animal de la c iudad.

Aparentemente (escr ibo esto después de haber leído la carta 3), está llegando el momento de ordenar y sistemat izar un poco tus pensamientos, aunque la forma algo más fragmentar ia que venían teniendo dejó algunas puntas muy int eresantes para desarro llar. Sobre todo la carta sobre el “derecho de pernada” me pareció muy int eresante, así como tus últ imas líneas sobre la génesis de la organización social actual y el or igen del poder ío europeo a expensas de los países amer icanos y afr icanos. Estoy bastante de acuerdo con eso de que el ego ísmo fue el motor que movió esta maquinar ia monstruosa de

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dominación y somet imiento (algo nos enseñó Nietzsche acerca de esto, entre otros).

Los únicos momentos en lo s que puedo hablar de alguna discrepancia con respecto a tu exposición son aquellos en lo s que se desliza un cierto antagonismo entre lo rural y lo urbano. Pr imero porque la frontera que separa una cosa de la ot ra no me parece tan clara. Digo, en el sent ido de que difíc ilmente estén exentos en el campo de todo t ipo de influencias y contactos aunque sea indirectos con la creciente tecno logización de la existencia y el dominio sin fronteras ejercido por los medios de comunicación en lo que algunos llaman la era de la información. Segundo, porque, aún si suponemos que existe tal frontera, y aún reconociendo que la vida más cerca de la “naturaleza” t iene innumerables e inva luables ventajas (ser ía nec io y estúpido negar lo, no quisiera que se me mal interprete), me parece que la existencia en la ciudad nos plantea una ser ie de desafíos y una nueva forma de concebir la vida que a mí me gusta pensar como oportunidades para ampliar nuestro hor izonte, sin que esto imp lique la supuesta deshumanización que muchas veces se le imputa. Al contrar io , la interacción con las nuevas tecno logías y las nuevas formas de comunicación nos obligan a ampliar nuestra concepción de lo que significa ser humanos y abordar la relac ión con el ot ro desde una perspect iva mucho más amplia. Las vie jas categor ías de libertad, fraternidad, individuo, comunidad, etc. son inservibles si no son reformuladas teniendo en cuenta la aceleración y

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la creación de nuevos espacios que los últ imos t iempos significaron (y seguirán significando.. . parece que nuestra ontología se seguirá ampliando infinit amente con el descubr imiento - creación de espacios inauditos). En este sent ido me parece importante pensar de manera no excluyente con respecto a los dist intos espacios en los que la vida puede tener presencia.

Creo que el gran problema con todo esto no es la urbanidad y el avance tecno lógico en sí mismos, sino el sistema en el que éstos t ienen lugar: justamente, el sistema opresivo que tus reflexiones intentan sabiamente desenmascarar y comprender, para poder luego subvert ir , y aquí es donde nuestras intenc iones vuelven a juntarse.

La denuncia que se hace desde esa reciente disciplina filo só fica llamada bio-ét ica a los avances tecno lógicos y su aplicación al ser humano parece no entender del todo el mapa que se está dibujando: la so lución no pasa por repr imir el avance de la ciencia, sino por el replanteamiento de las relaciones de poder que se adueñan de la misma. Algo parec ido sucede con los polít icos de derecha que se llenan la boca hablando de la necesidad de reforzar la represión de la delincuencia en lugar de preocuparse más por torcer el rumbo de las polít icas económicas que dejan a una parte cada vez más grande de nuestra sociedad más allá de los límites de la marginalidad. Como bien dijo Fidel Castro en su reciente discurso en la Facultad de derecho de la UBA, se dedica más t iempo a la medicina terapéut ica que a la prevent iva. Entre ot ras cosas, porque es más rentable tener a la gente

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enferma y gastando dinero en medicamentos que evit ar que se enfer me.

Bueno, tendr ía algunas cosas más que decir, pero no quiero cansarte. Así que me despido por ahora, esperando poder retomar algunas de estas ideas en otro momento y cont inuar el diá logo. Gracias de nuevo por compart ir tus pensamientos con nosotros, espero ans ioso tu próxima carta.

Te mando un gran abrazo, Rafael Mc Namara Carreras Buenos Aires Respuesta de Julio a Rafael: Autonomía, Sant iago del Estero, Sábado 21 de junio de

2003. Quer ido Rafael: Verdaderamente t ienes razón. Por un momento creo

que caí en proyectar una percepción individual, muy influida por los sent imientos, sobre lo generalizable. Sucedió bajo la evocación personal de aquellos cinco años t ranscurr idos en el campo, con nuestras hijas pequeñit as. Deber ía haber reflexionado un poco más acerca de que -por ejemplo- ese mismo per iodo no fue feliz para mi esposa. En cambio, ahora la veo rebosante y

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muy realizada, como resultado en gran par te de los cerca de 14 años que llevamos ya viviendo, de nuevo, en una ciudad. Glor ia -proveniente de San Francisco de Córdoba -ciudad 100 x 100 industr ial, con 95 % de sus habitantes de origen nordeuropeo- es también un “animal de ciudad” como te reivindicas.

Yo mismo puedo comprender las part iculares condiciones de felicidad que pueden obtenerse habitando en grandes urbes como Buenos Aires. Lo he descr ipto, inc luso, en var ios de mis cuentos, muchos de ello s publicados en libro, o en mis novelas, par t icularmente en una publicada hacia 1991, Abelardo. ¿Es que lo había olvidado?

Sucede, creo, que aunque vivo en un barr io de las afueras de Sant iago (conoces mi casa, sabes que es amplia, arbo lada, sale a una bucó lica plaza por detrás, tenemos a dos cuadras un inmenso bosque virgen) padezco por razones laborales los efectos de la capit al provincial (ciudad afeada por todos los vicios de las grandes urbes, sin sus benefic ios). Pese a ello , creo que este tema da para reflexionar mucho más, cosa que seguramente podremos hacer, a lo largo de este proyecto en común emprendido con las Cartas.

Un gran abrazo. Julio

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CARTA Nº 5 Autonomía, Santiago del Estero, martes, 3 de junio de 2003 *

Poco t iempo después de haberme encontrado con quien

ahora es mi esposa -sept iembre de 1973- ella se hizo atea. ¿La razón? Había muerto su padre.

-No puedo creer que exista un Dios bondadoso, justo, y se lleve a un hombre como mi padre ¡a los 54 años! -decía.

Tuve muchas objeciones para esta afirmación, pero las callé debido a las circunstancias. Por mi parte, en ese mismo per iodo había sufr ido la pérdida de mi t ío Mar iano y de mi abuelo (a quienes quer ía tanto como a mi padre). Algo peor: mi novia había muerto, a principios de ese mismo año, lo cual me llevó a rozar el suicidio. Pero no a perder mi fe religiosa.

Hoy, t reinta años después, mi esposa ha regresado a su religión. Es una católica ejemplar -dir ige, incluso, la sección local de Car it as-, y pract ica sin objeción alguna todos los preceptos. Yo, en cambio, me he alejado de la iglesia inst itucional. No só lo del catolicismo, sino de toda organización. Y a decir verdad, pese a haber t ranscurr ido gran parte de mis 53 años estudiando o reflexionando sobre relig iones, las numerosas

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incert idumbres que sustenta mi razonamiento me obligan a caminar por estos terrenos en puntas de pies.

Intentaré enseguida esbozar algunos conceptos que fui hallando, durante esta búsqueda.

La act itud religiosa parece haber sido una necesidad

muy precoz en la condición humana. Se atr ibuye a las pr imeras etapas de organización, cuando los humanos se irguieron, el surgimiento de embrionar ios actos de religiosidad. “Precisamente gracias a la postura vert ical puede organizarse el espacio conforme a una est ructura inaccesible a los prehomínidos -sost iene Mircea Eliade- : en cuatro direcciones hor izontales proyectadas a part ir de un eje central de `arr iba abajo ´. [ . . . ] A part ir de esta exper iencia or igina l, la de sent irse `proyectado´ en medio de una extensión aparentemente ilimitada, desconocida, amenazante, se elaboran los diferentes medios de `or ientat io ´, pues no se puede vivir por mucho t iempo en medio del vért igo provocado por la desor ientación. Esta exper iencia del espacio or ientado en torno a un `centro´ explica la importancia de las divisiones y part iciones ejemplares de lo s terr itorios, las aglomeraciones y las viviendas, así como su simbo lismo cósmico.” (1)

Durante el siglo XIX se fortaleció en Europa una corriente de invest igación que supuso nuestros orígenes culturales en la zona de la Mesopotamia e Irán. Así, E. Schure informa: “La corr iente semita y la corriente ar ia: he aquí por donde nos han llegado todas nuestras ideas, mito logías y relig iones, artes, ciencias y filo so fías. [ . . . ]

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La corr iente semít ica cont iene los pr inc ipios abso lutos y super iores: la idea de la unidad y la universalidad en nombre de un pr incipio supremo que conduce a la unificación de la familia humana. La corr iente ar ia cont iene la idea de la evo luc ión ascendente en todos los reinos terrest res y supraterrest res, y conduce a la diversidad infinita de lo s desarro llo s [ . . . ] (y) las aspiraciones múlt iples de l alma. El genio semita desc iende de Dios al hombre; el genio ar io sube del hombre a Dios”. (2)

Refrendando al parecer estos criter ios, cierta oda sumer ia a la cual se at r ibuyen al menos 5.000 años de ant igüedad, nos dice:

“¡Amigo, quién se encumbrara y pudiera subir al cielo y morar para siempre con Shamash! [. . . ]Porque cuando los dioses crearon al hombre le infundieron la muerte, reservando la vida para sí mismos.” (3) Sin embargo parecen haberse gestado concepciones

religiosas más ant iguas, en China y la India. Aunque para el propósito de estas reflexiones se lo menciona só lo como un dato adicional.

Una de las pr imeras manifestaciones del monoteísmo surgió en Egipto, hace 3380 años: “. . .Akhenatón rebajó a Amón y a todos los restantes dioses en favor de Atón, Dios supremo, ident ificado con el disco solar, fuente universal de la vida. . .” (4)

Las reformas inst rumentadas por Akhenatón int rodujeron t ransformaciones revo lucionar ias en Egipto

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-aunque por muy poco t iempo. Ellas se sustentaban en una ideo logía bastante parecida, en sus preceptos exter iores, a la que luego nos presentar ía Jesús, llamado “Mesías” o “El Cr isto”. Just icia social, un culto monoteísta… La diferencia -muy grande, sin duda- es que el Faraón intentó establecer esas reformas desde la cúspide del poder, apoyándose en la est ructura del Estado y un poderoso ejército , mientras Jesucr isto lo hizo a part ir únicamente de su proclamada condición divina.

Esta extremadamente sucinta referencia a las ideas religiosas t iene como propósito llamar la atención sobre t res conceptos, que a mi cr iter io pueden extraerse de ellas:

1) La búsqueda de una Comunidad basada en el amor. 2) La posibilidad de un plano más perfecto de

existencia en los Universos. 3) La art iculación de un sent ido para todo lo

percept ible. Los segu idores de Jesucr isto hicieron realidad por

pr imera vez en la histor ia una sociedad comunista. “El conjunto de los que habían creído vivían unidos; compart ían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repart ían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno”. (5) Dentro de este mismo grupo inicia l, surgieron tendencias que animaban a dejar de lado, además, todo interés por los objetos, para int entar la t ransfigurac ión. Esto se manifestar ía cuando

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dejáramos el cuerpo (o vehículo) terrenal, para emprender una cont inuidad super ior de la existencia, esta vez en un cuerpo de carácter más sut il (pura energía, o luz).

E l gnost icismo, corriente muy dinámica de esta pr imera etapa del cr ist ianismo, concibió (o recibió por inspiración) la teoría de que el mundo no había sido creado por Dios sino por Satanás (a quien algunas int erpretaciones ident ifican con Ahr iman, ant iguo dios persa) o Lucifer. (6) Una singular versión evangélica, rescatada del salvaje aniquilamiento a que fueron somet idos lo s cátaros durante la Edad Media, es la exposición ant igua más coherente de esta doctrina que he encontrado. Ella afirma que Satanás, quien era un coordinador glor ioso de las cr iaturas en lo s cielos “fue her ido de orgullo [. . . ] y quiso ser semejante al Alt ísimo”. En ese plan efectuó una extensa campaña polít ica, convenciendo a innumerables seres espir it uales para seguir lo en su aventura. Mas descubierto por el Padre, este ordenó “(a sus) ángeles (despo jar lo) de sus vest iduras, de sus t ronos y de sus coronas (y asimismo) a todos los ángeles que habían escuchado y obedecido a Satanás.”

Entonces el ex administ rador de los bienes de Dios, caído en desgracia, junto a sus numerosos seguidores, erró por un t iempo en el Universo, sin dest ino fijo , hasta que: “rogó al Padre, diciendo: Ten compasión de mí, y te lo devo lveré todo.

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“Y el Padre tuvo compasión de él [ . . . ] Y Satanás se instaló en el firmamento, e imperó en el ángel del aire, y en el ángel del agua. Y estos levantaron la t ierra, y el ángel que dominaba sobre las aguas recibió una corona. Y con la mitad de ella hizo la luz de la luna, y la luz de las est rellas [ . . . ] y creó el t rueno, la lluvia, el granizo y la nieve.

“[. . . ]Y mandó a la t ierra que produjese todos los vo lát iles, y todos los rept iles, y lo s árbo les, y las hierbas. Y mandó al mar que produjese lo s peces y los pájaros del cielo .

“Y reflexionando entre sí, qu iso hacer al hombre a su imagen, y ordenó al ángel del tercer cielo que entrase en un cuerpo de barro.

“Y, tomando una porción de este cuerpo, hizo otro cuerpo en forma de mujer, y ordenó al ángel del segundo cielo que entrase en el cuerpo de la mujer”.

¿No es esta la histor ia del Génesis, no es allí la creación at r ibuida a Dios? Sí, pero tal suposición ser ía producto de un engaño. Pues “tomando a una de sus creaciones humanas, Enoch, lo inspiró” para que inst ruyera a sus semejantes, dándo les preceptos en nombre de Dios, desde Abraham a Moisés. Así, gran parte de la legis lación veterotestamentar ia habr ía sido inspirada, en realidad, según este relato , para benefic io del sistema administ rat ivo de Satanás.

Dentro de esta concepción, la venida de Cr isto adquiere el sent ido de liberarnos de la pr isión mater ial: “Entonces los espír itus saldrán de las pr isiones de los

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que no ven [. . . ] Y surgirá de las regiones infer iores de la t ierra una oscur idad temerosa [. . . ] . . .que consumirá todas las cosas, hasta el aire del firmamento. Y el Señor estará en todo el espacio que media entre el firmamento y las regiones infer iores de la t ierra.[ . . . ] Y los justos br illarán como el so l, en el reino de su Padre.” (7)

Termino estas reflexiones sosteniendo creer que en un

universo tan inmenso, en donde nuestro sistema so lar es apenas, quizá, comparable a un peñasco en el salit ral, (8) parece muy difíc il que únicamente la Tierra esté provista de vida inteligente.

Si aceptamos como válida la suposición de que existan otras formas de vida inteligente, podríamos aceptar también que algunas de ellas podr ían ser muy super iores a la nuestra. A su vez, estas formas super iores podrían estar coordinadas por ot ras más avanzadas, y así hasta llegar a niveles que result ar ían insondables para nuestra rúst ica imaginación, lo cual habr ía sido resuelto por personas sensibles con la invención del vocablo “Dios”. (O Brahma, Atón, YHWH, Alá, Abraxas, “El Anciano de lo s Días”. . .)

Discernir de qué manera se int egra nuestra existencia en el cont inuo devenir del Cosmos, y cuáles son los factores que ocasionan su equilibr io , o desequilibr io , ser ía pues desde esta concepción el propósito de la act ividad religiosa.

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Consciente de que no he hecho sino esbozar los pr imeros balbuceos de un tema muy amplio, espero al menos haber acercado un pequeño aporte, para ayudar a comprender lo.

Me despido con un saludo afectuoso. Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) * Hch 20,17-27/Sal 67. Muerte de Juan XXIII. Mañana

miércoles 4 de junio, se conmemora el Día Internacional de los Niños Víct imas Inocentes de la agres ión. Promulgado por la ONU el 19 de octubre de 1982, ante la situación de los niños palest inos y l ibaneses, a trapados por la agres ión bélica israelí.

(1) Mircea Eliade. Historia de las creencias y de las ideas religiosas . Tomo I. Capítulo I. Pág.19. Ediciones Crist iandad, Madrid, España, 1978.

(2) Edouard Schuré. Los grandes iniciados . Editor es Mexicanos Unidos. Col. Algar ín, México. 9ª edición, 1986. Este autor , miembro de la Sociedad Teosóf ica, introduce datos mitológicos en su narración histór ica. Presenta sin embargo, de un modo coherente, el cuerpo de ideas que habían l legado a ser presupuestos manif iestos o subyacentes en la concepción europea pr edominante, a fines del s iglo XIX.

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(3) Anónimo. Epopeya de Gilgamesh . Traducción de Estela Dos Santos de la vers ión ita l iana de Rina ldi, en Storia delle let terature dell ´Antica Mesopotamia . Centro Editor de Amér ica Latina, Buenos Air es, 1981.

(4) Mircea Eliade, obra citada. El himno a Atón, cr eación de la época (traducido por Estela Dos Santos), eleva sus loas a este nuevo dios :

“Tú surges bello en el hor izonte del c ielo ¡oh! Atón vivo que has iniciado el vivir . Cuando te levantas en el hor izonte or iental toda la t ierra se llena de tu belleza. ¡Tú er es grande, bello, esplendente, excelso sobre todos

los países”. A su vez, una de las pr imeras obras lit erar ias escr itas, la

Historia de Sinhue , ref ier e: “Es un dios que no t iene igua l, no exist ió ningún otro antes semejante a él. ” (Traducción de Margar ita Belgrano, Centro Editor de Amér ica la t ina, Buenos Air es, 1981.) Mika Waltar i cr eó una magníf ica novela , insp irado por aquellos t extos ant iguos (Sinuhe el egipcio ). Tal vez podamos volver sobre este t ema en alguna Carta poster ior .

(5) Hechos de los Apóstoles, Cap. 2 Vss 44 y 45. La Biblia Latinoamericana . Ediciones Paulinas, Verbo Divino, Alfr edo Ortells. Chile, 1972. En el capítu lo 4, vers ículos 34 y 35, reit eran y desarrollan este concepto, ins ist iendo además en que, de los b ienes vendidos por quienes t enían esa pos ib il idad “cada uno r ecib ía de acuerdo a su neces idad”. Este concepto es el mismo que en 1848 sost ienen Marx y Engels, en su famoso afor ismo “De cada cual, de acuerdo a sus pos ib il idades y a cada cual de acuerdo a sus necesidades”

(6) Rudolf Steiner y sus seguidores difer encian entr e Satanás, Lucifer y una tercera potencia t enebrosa: Sorat . Así,

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cons ideran la opos ición a la obra de Jesucr isto protagonizada por tres grandes fuerzas:

“Las actuaciones en el ámbito astral de Lucifer y sus huestes para conducir a l ser humano a su dest ino ejer ciendo una labor opos itora , mediante la cual el ser humano ha logrado obtener la i luminación necesar ia en su intelecto para iniciar sus propios procesos de auto conciencia y desarrollar los conceptos intelectua les de los Arquet ipos esp ir itua les de Verdad, Belleza y Bondad. [. . . ]

“Las de Ahr iman y sus huestes a nivel etér ico para atrapar en la forma el impulso lucifér ico, ejer ciendo una labor opos itora mediante la cua l contrapesar las fuerzas centr ifugas escapistas lucifér icas, y que como Pseudo Cristo quedan manifestadas fundamenta lmente en el l lamado `Estado del Bienestar Socia l´ de este mundo de mater ia (elemento éste que corresponde al dominio asúr ico). Se cana lizan a través de las corr ientes que buscan el Cielo en la Tierra y cuya expresión más clara ser ía la sociedad anglosajona, fundamenta lmente la Amer icana, aunque se encuentr e t eñida por los permanentes a taques desestabil izadores asúr icos.

“Las de Sorat y sus huestes asúr icas, apor tando a la forma ahr imánica la pesada mater ia , producto de la descompos ición del esp ír itu y de las cuales son legít imos r esponsables y que, como autént ico Ant i Cristo, Demonio Solar o potencia polar a la del Cristo cuya máxima expres ión es el Amor, se expresa a través del Odio. Se canalizan a través de las corr ientes generadoras de destrucción y sufr imiento en el mundo, a limentándose o r ecibiendo su tr ibuto, como contraprestación por el trabajo aportado para el desarrollo de la humanidad en la Tierra , en sangre humana y cuanto más inocente sea ésta mejor (s iendo su bocado más deseado el sufr imiento y derramamiento de sangre infanti l).

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“Expres ión de lo anter ior son los sacr if ic ios humanos de determinadas culturas a través de la histor ia . En ocas iones se presentan con la máscara de un aparente b ien , como es el caso de determinados organismos actuales que poseen una aureola de pr est igio mundia l pero cuyas decisiones causan elevados niveles de sufr imiento en las sociedades en las que se aplican sus recomendaciones. (Robert S. Mason, El advenimiento de Ahr iman, Londres, 1998. El fragmento anter ior per tenece a la introducción hecha por los traductores a su publicación española . CERS, Madid, 2000.)

(7) Evangelios apócrifos . Tomo I. El Evangel io cátaro de Juan. Traducción de Edmundo González Blanco. Edición a l cuidado de Jorge Luis Borges. Hyspamér ica Argent ina, Buenos Air es, 1985.

(8) “El Universo es en su cas i tota lidad un vacío negro, y sin embargo el número de soles es asombroso. [. . . ] Solamente en la ga laxia de la Vía Láctea podría haber c ien mil millones de mundos, ninguno demas iado cer ca, ninguno demas iado lejos del sol loca l, a lrededor del cual c ircu lan en un si lencioso homena je gravita tor io. ” (Carl Sagan y Ann Druyan, Sombras de antepasados olvidados , Editor ia l Planeta , Barcelona, 1993.)

“ . ..sabemos que el universo cons iste en enjambres de galaxias, cada uno de ellos conteniendo desde unas pocas docenas a unos millares de ga laxias individuales. Cada galaxia , a su vez, es un enjambre que cont iene desde unos miles de millones a a lgunos bil lones de estr ellas.” (Isaac As imov. Cronología del mundo . Ar iel Ciencia . Colombia, 1992.)

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Respuestas Hola Julio , recibí tu envío, muy interesante y real,

gracias. Te comunico que me tomé el at revimiento de

reenviar lo a personas amigas (de esas que suelen pensar, por supuesto) locales y de otras provincias, pues me parece que estas verdades hay que difundir las a los cuatro vientos.

Quedamos en contacto, recibe un abrazo y gracias nuevamente.

Mar io Cardozo Respuesta de Julio a Mario Muchís imas gracias a t i, Mar io. El propósito de estas

cartas es aportar aunque fuese algunas pequeñas ideas para que nuestra vida como humanos sea un poco mejor. No se venden ni arro jan otro beneficio para el autor que la sat isfacción de haber logrado aunque sea en parte este objet ivo. De ahí que tu respuesta -como las de otros que las envían amablemente- sea considerada como mi salar io .

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Textonautas Hola Julio , encantado de conocer le yo me llamo sant i,

soy uno de los administ radores de Textonautas. Me ha impactado su carta, sobre todo la convicción que desprende de sus palabras, (corroboradas por documentación precisa) y por la ut ilización de un lenguaje sencillo , claro y fácil de entender, lo que se agradece. Puede ser discut ible si lleva razón o no en todo (en muchas cosas sí) , por ejemplo, culpar a Europa de todos los males que sufre el mundo actualmente no me parece lógico. Reconozco que histór icamente ha podido influir negat ivamente en el presente de esos países, eso es indudable, pero tampoco creo que sea (seamos, ya que soy europeo) los únicos cu lpables.

Pero bueno, no es mi intención discut ir , sino agradecer le que nos haya enviado su carta y decir le que me gustó. Por lo que veo es la número 3, lo cual me entristece porque a nuestra dirección só lo ha llegado ésta, ni la 1 ni la 2. ¿Ser ía tan amable de reenviarme las anter iores para poder leer las? Es que hemos tenido fuera de servic io nuestra cuenta de correo durante algún t iempo y posiblemente haya sido por eso por lo que no llegaron.

Se lo agradezco, reciba un saludo afectuoso Sant i [email protected]

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Respuesta de Julio a Santi Los Toltecas, los Mayas, los Aztecas y los

Tavant isuyus (gobernados por el Inca) eje rcían una dominación cruel sobre los pueblos bajo su yugo y efectuaban horrendos sacr ificios humanos. Un histor iador respetadís imo hace subir hasta dos mil por año el número de las víct imas sacr ificadas. He aqu í su descr ipción: “Las víct imas del enemigo eran de ordinar io lo s pr isioneros [. . . ] Eran conducidas al sacr ific io por los sacerdotes, en procesión, a pasos lentos, al son de música y en medio de lo s cantos del r itual. [ . . . ] El pueblo, reunido a lo lejos, lo contemplaba todo en un silencio pro fundo. En fin, la víct ima era tendida sobre la piedra fatal. E l sacr ificador se acercaba a ella armado de un cuchillo de piedra, le abr ía el pecho, le arrancaba el corazón humeante, y rociaba con la sangre las imágenes de lo s dioses. El cadáver era entregado al guerrero que había prendido a la víct ima en la batalla, el cual lo ofrecía a sus amigos en un banquete.” (Diego Barros Arana. Historia de América . Tomo I, Capítulo II: El ant iguo México. Ediciones Ánfora, Buenos Aires, 1973.) Más adelant e, este mismo autor expresa: “Los ant iguos mexicanos tenían fiestas y diversiones de diferentes especies: conocían muchos juegos en que eran diest r ísimos; celebraban ostentosos banquetes en que se les servían delicados manjares; pero una t risteza casi constante formaba el fondo del carácter nacional. En medio de l br illo de las r iquezas, el mejicano vivía aterrorizado por sus preocupaciones religiosas, y

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abat ido no tanto por el despot ismo del gobierno de la t ierra cuanto por el temor a sus horr ibles y sanguinar ios dioses”.

Ya que tengo este tomo abierto ante mí, junto a la computadora, mientras escr ibo (y el libro no es pequeño) aprovecharé para tomar de su narración otro párrafo: (Huáscar y Atahualpa, hermanos y gobernantes del Tavant isuyu) “Durante cinco años [. . . ] reinaron pacíficamente en sus estados respect ivos; pero empeñose enseguida una guerra terr ible en que, después de sangr ientos combates, la victoria quedó para Atahualpa. Huáscar fue retenido en una pr is ión”. (Obra citada, Capítulo XIV, Conquista del Perú.)

Quiero decirte con esto, Sant i, que posiblemente hubiera esperado a los millones de abor ígenes que habitaban este inmenso cont inente padecimientos similares –o incluso peores– si no hubiesen llegado hasta aquí los conquistadores europeos. Pues si lo s aztecas y lo s incas –imper ios por entonces dominantes– no habían expandido aún más su opresión sobre las demás razas, era probablemente por falta de tecno logía. Pero como la reflexión debe basarse sobre lo que efect ivamente sucedió, les ha tocado ineludiblemente a los europeos, quienes protagonizaron hegemónicamente la conquista, cargar con la mayor parte de la responsabilidad. Como les toca ahora a los norteamer icanos -simiente epidémica de Inglaterra- quienes ya cargan sobre sus espaldas el horror de Hiroshima y Nagasaki, el espanto de Vietnam, la incalificable masacre y opresión de Iraq.

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No es mi intención echar “toda la culpa” a los europeos. Y debo aclararte que no guardo prejuicio alguno en contra de Europa ( incluso, muchos de lo s momentos más felices de mi vida lo fueron con personas provenientes de allá, a quienes recuerdo con inmenso afecto). Mi propia sangre es, por lo demás, de or igen remotamente europeo.

La intención de estas reflexiones es indagar sobre las fuentes pr imordia les de lo s peores inst intos, racionalizados en proyectos y concretados en acciones, que a lo largo de la histor ia humana han conducido a su infelic idad. Tenía un plan para ello: part iendo de algún hecho emblemát ico (como el “derecho de pernada” expuesto en una de las pr imeras cartas) abordar sistemát icamente la vio lencia, el ego ísmo, la mezquindad, la astucia y develar en lo posible las formas ins idiosas como había ido interpenetrando la cultura humana a lo largo de los sig los. Todavía sigue en pie este plan. Sólo que estamos dando algunos rodeos, aparentemente necesar ios, inducidos por la inspiración.

Dentro del estudio crono lógico de los males, deber íamos entonces analizar la gest ión de los sumer ios -quienes establecieron el pr imer Imper io sobre la Tierra-, lo s egipcios, lo s babilonios, los asir io s, los gr iegos y romanos, los chinos, los tártaros, los hunos, los árabes y lo s turcos antes de llegar a los europeos. Ninguno de los mencionados fueron ángeles benignos en sus po lít icas de dominación.

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Espero pues que las Cartas puedan cumplir estos propósitos, y si los podemos completar en forma co lect iva, mejor. Por ello quiero decirte que celebro mucho tu respuesta, la cual enr iquece nuestra labor.

Por correo aparte envío a tu dirección de e-mail las Cartas 1 y 2.

Un saludo afectuoso. Julio

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CARTA Nº 6 Autonomía, Santiago del Estero, jueves, 12 de junio de 2003 *

Solemos creer que el refinamiento es patr imonio de las

clases “altas”. Me parece que no es así. Mas para entendernos mejor, es necesar io intentar una aproximac ión a lo supuesto cuando usamos la palabra “refinamiento”.

Durante el siglo veint e las masas humanas fueron víct imas de las ideas del dieciocho. Estas par ieron, como uno de sus más grandes logros, el mater ialismo. Por ello , se llegó a considerar “refinado” a quien presentara rasgos de comportamiento agradables y cierta erudición formal.

Se emparentó el concepto con la forma exterior de los objetos. No cabe duda, entonces, que La Piedad de Miguel Angel es un objeto refinado: allí e l mármol aparece pulido hasta un grado de maravillosa tersura.

Este cr iter io , ser ía tal vez el que permit ir ía incorporar a los significados de la palabra “refinamiento” las acepciones: “extremada crueldad en la manera de actuar de una persona” o “ensañamiento, saña”. (1) Algunos reyes franceses del siglo XVII y sus amigos pract icaban t rabuco t irando contra presos a quienes, antes de so ltar

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en el bosque ordenándo les correr, los carceleros habían maniatado, vendádonles sus o jos.

La cint a Los Demonios, protagonizada por Oliver Reed y Vanessa Redgrave, ilust ra dicha costumbre. Allí, los pobres reos son además embadurnados en alquit rán y emplumados, para dar mayor “lucimiento” al “fest ival”. En él -una co lor ida celebración- part icipan racimos de nobles, vest idos con lujo deslumbrante, bellas damas, func ionar ios, clero; todos asist idos por servidumbre incontable, asimismo asaz lujosa. (2)

Discernimos, entonces, que es só lo aparente la contradicción. Así, e l término podía aplicarse a lo s “nobles” franceses llamados a est renar más tarde el invento del doctor Guillot in; e llos ostentaban sin duda caracteres de “finura, gusto, exquisit ez, delicadeza, elegancia, dist inción”, sin por ello estar exentos de “extremada crueldad en la manera de actuar” ni de “ensañamiento, saña” -otros significados inclusos en esta palabra, como ya quedó expresado.

Esta concepción del refinamiento que hoy sustentan las masas en las ciudades europeas o europeizadas surgió en el Renacimiento (siglos XIV y XV). Pero adquir ió definición ideo lógica durante los sig los XVIII y XIX, a t ravés de la idealización románt ica. Arno ld Hauser descr ibe a las clases que le dieron or igen: “. . . las cortes de los pr íncipes it alianos del Renacimiento no persiguen tan altos fines (como los de la caballer ía medieva l) ; su contr ibución a la cultura social se limit a a aquel concepto que se difundió en el siglo XVI por influencia

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españo la, pasó a Francia y se impuso allí, const ituyendo la base de la cultura cortesana y convirt iéndose en modelo para toda Europa.” (2) Permít asenos otra cita del mismo libro, pues aporta característ icas importantes de lo s sectores que const ituyeron -tamizados por el romant icismo- los clissés para el concepto occidental de refinamiento:

“A d iferencia de la clase señor ial de las ot ras ciudades ita lianas, en pr imer lugar Florencia [. . . ] la ar istocracia de Roma se compone de t res grupos perfectamente diferenciados. El más importante está formado por la corte pont ificia con los par ientes del Papa, el clero más alto , los diplomát icos del país y extranjeros y las infinit as personalidades que part icipan de la magnificencia pont ific ia. [ . . . ] Un segundo grupo abarca a lo s grandes banqueros y r icos comerciantes, que en la despiadada Roma de entonces, centro de la administ ración financiera pont ificia, que se extendía por todo el mundo, tenían la me jor coyuntura imaginable. El banquero Altovit i es uno de los más magníficos amigos del arte de la época, y para Agost ino Chigi t raba jan, con la excepción del enemigo de Rafael, Miguel Ángel, todos lo s art istas famosos de la época; él da t rabajo -aparte de a Rafael- a Sodoma, Baldassare Peruzzi, Sebast iano del Piombo, Giulio Romano, Francesco Penni, Giovanni da Udine y muchos otros maestros. El tercer grupo está formado por los miembros de las ant iguas familias romanas, ya empobrec idas, que puede decirse que no t ienen parte alguna en la vida art íst ica, y mant ienen sus

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nombres con lust re gracias a que casan a sus hijo s e hijas con los vástagos de burgueses r icos y con ello dan lugar a una fusión de clases semejante, aunque más reducida, a la que ya antes se había producido en Florencia y ot ras ciudades a consecuencia de la part icipación de la ant igua nobleza en los negocios de la burguesía.”

Además de finas en sus modales y gustos, estas clases son extremadamente crueles cuando lo consideran necesar io . El Pr íncipe, de Maquiavelo, ha provisto tal vez un modelo insust ituible del t ipo de personalidad a la cual nuestro concepto, aquí estudiado en sus acepciones occidentales, podr ían aplicarse.

Mas por hoy dejemos esta faceta del asunto (en otra oportunidad hablaremos de Lord Byron, Sir Lawrence de Arabia y otros psicót icos semejantes, que llegaron a const ituir verdaderos arquet ipos para Occidente). Veamos ahora la ot ra, la cual considero mucho más cercana a la verdadera esencia de la palabra refinamiento. Para no cansar los, hagamos aquí una pausa; concédanme, en el int er ín, una pequeña recordación.

E l señor Báez me visit aba con moderada frecuencia en

Fernández. Cuando esto coincidía con alguna acción mía a campo abierto, solía contemplar lo avanzando desde la distancia, perdiendo y recuperando partes de su cuerpo t ras las ondulaciones del camino que conducía a casa o lo s edificios, luego de at ravesar el inmenso pat io central de la Fundación -alrededor del cual se levantaban la curt iembre, la carpinter ía, el laborator io para la

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extracción y depósito de miel, la casa de Josef Majer (de est ilo seudoalpino en la superfic ie, pero cuyas habitac iones pr incipales, se habían construido bajo t ierra), la de Ulr ich Buckenmayer (ot ra joyit a arquitectónica, compuesta por dos primorosos globos de cemento y adobe, bajo lo s cuales se respiraba un aire umbroso y fresco, completamente aislados del exter ior por las mejores maderas en sus aberturas y finas mallas metálicas para evitar el ingreso de insectos, unidos entre sí por una bonita galer ía cubierta, de forma rectangu lar), e l gallinero, la Guarder ía (gigantesca construcción donde se había aplicado el cr iter io de las casas-globo, per feccionado t ras el efecto un poco grosero de la Casa de los Alumnos, más gigantesca aún, poster ior para ubicar la si cont inuamos tomando como referencia e l camino a casa pero anter ior en su construcción), a la izquierda e l mo lino con su gigantesco tanque y la huerta comunitar ia, más tarde el corral de las vacas, aún más aquí ya el cult ivo exper imental de frut illas y e l de tomates per ita, con sus hermét icos toldos rectangulares de mater ial vinílico para preservar los de l fr ío invernal, después de at ravesar la acequia pasando sobre un ancho puente, afirmado en só lidos tubos, el corral de los chanchos, t ras del cual se había construido, con estér il firmeza, la jaula sobre cemento para una yunta de pecar íes t raídos de Salt a; enseguida la senda bordeada por “dientes de león” que llevaba a casa, tras la cual se abr ían cinco hectáreas sembradas só lo con melilotus (para las abejas), e l hor izonte cercano -ocultador de un

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ancho canal-, y e l monte, por partes negado, tan apretadas crecían allí las innumerables plantas que const ituían su vegetación. Nuestra casa era una composición arqu itectónica que personalmente imaginara: dos grandes globos, unidos en el medio por un pr isma rectangular más grande aún. El pr imer globo fue dest inado a sala de estar; era e l único que había quedado sin terminar (pues se me acabó el dinero). El rectángulo -cinco metros y medio de alt ura y nueve de largo, con leve caída hacia el oeste- contenía la cocina, nuestro comedor diar io , un baño y una pequeña habitac ión para huéspedes, construida sobre el baño, a la cual se llegaba por medio de una escala mar inera de hierro empotrada en la pared. El segundo globo (en realidad medias esfe ras, que me agradaba emparentar imaginar iamente con vientres maternales en su per iodo de gravidez) albergaba t res habitac iones: una pequeña, al entrar, hacia la derecha, donde yo dormía habitualmente; ot ra mayor -ocupando casi todo el espacio- donde, en una gran cama hecha en nuestra carpint er ía reposaban juntas mi esposa Glor ia con nuestras hijas: Rocío, Lupit a y Alejandra. A su lado, la cuna, usada cuando eran chiquitas, abadonada para siempre luego de haber cumplido un año la más chiquita, Ale jandra. Por últ imo, a la izquierda, otra salita pequeña: mi escr itor io . Las t res tenían aberturas, proporcionales a sus tamaños, de formas o jiva les. Los ambientes estaban separados só lo por tabiques de ladr illo , que habían sido levantados hasta unos dos metros de altura, sin llegar al techo, de tal manera que mientras permaneciéramos en

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aquellos ámbitos pudiésemos estar cont inuamente en comunicación.

El señor Báez renqueba levemente. Seguramente por ello se apoyaba en un singular bastón. A diferencia de los que sue len llevarse en las ciudades, no presentaba labranza alguna en su cuerpo ni terminaba en puntera o mango, mucho menos ostentaba marfiles o metal. Era, senc illamente, una rama relat ivamente derecha de algún árbo l (esto lo supongo) tan irregular como fuera gestada, cuya superficie a l parecer había sido bruñida só lo por su uso y el t ranscurr ir de los años. La otra mano venía ocupada por un vie jo portafo lio s de cuero sin lust rar.

Todo en el señor Báez t ransmit ía la impresión de haber sido usado por mucho t iempo. Su t raje gr is, arrugado, la camisa, que llevaba prendida en el cuello pero sin corbata - lo cual inducía una asociación con lo s t ristes daguerrot ipos mostrando obreros industr iales del XIX- unos gemelos descascarados sosteniendo las mangas. Se sentaba en la silla que le o frecía frente a mi pequeño escr itor io (en aquella o fic ina no había lugar para más de dos o t res personas) y se rela jaba, contándome alguna histor ia breve. Nunca permanecía más de media hora.

Vivía so lo, en una ruinosa casucha que cierta vez vi de lejos, y -alguien me ind icó- le había dejado su madre. Alguien me había dicho, también, que era “homosexual”. Aunque esto posiblemente era un infundio de gentes elementales, como la mayor parte de quienes habitaban esta zona de chacareros, ante sus modales cultos y at ildamiento exter ior. Se sostenía con la venta de libros.

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Los informantes - inevitables en lo s pueblos chicos- completaban su semblanza afirmando que esos libros los obtenía en donación, recorriendo editor iales, librer ías u museos de Buenos Aires, donde se presentaba como “delegado de la Dirección de Cultura o la biblioteca de Fernández”. Nadie sabía en esos ámbitos siquiera la ubicación geográfica de Fernández, así que el aspecto de su representante debe de haber les parecido coherente a tales donantes. De vez en cuando el señor Báez conseguía pasa jes sin cargo, en las categor ías más humildes del famoso Estrella del Norte, un t ren que en -con suerte- en 18 t raqueteantes horas de abnegado via je so lía depositar a los provincianos (que iban acompañados por cabr itos, gallinas, pert rechados con todo t ipo de alimentos en paquetes) en la estación de Ret iro , en Buenos Aires.

¡Buenos Aires! Esta referenc ia mágica t ransportaba la imaginación del señor Báez, para quien la inmensa urbe se presentaba posiblemente como debió haber lo hecho el Par is finisecular en la etapa puebler ina de Rimbaud o Modigliani. Me contó cierta vez una histor ia que logró quitar mis o jos de los frondosos seibos y los pájaros que en ellos jugaban, regodeo al que me entregaba durante algunas visit as pues la ventana de mi derecha había sido dispuesta para facilit ar lo . Fue la de cierto viaje que, en el año 1959, había organizado para la Delegación Cultural de Fernández, llevando “lo mejor del arte local: poesía, música, danzas” a la Capit al Federal argent ina. La descr ipción de tal gira me provoca algo de sonrojo

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aún hoy, pero él la contó pausadamente, sin inmutarse. Reproduciré só lo la escena de la llegada:

“En Estación Ret iro -dijo el señor Báez- nos esperaba el int endente de la ciudad” ( ¡el intendente de Buenos Aires! ¡Un monstruo con seis millones de habitantes, yendo a esperar a. . . ! ¡una delegación cultural de Fernández, pueblito agr íco la perdido en la anchura de Sant iago del Estero, una de las provincias más pobres de la Argent ina!) “Luego de que la Banda de Música Municipal ejecutara algunos temas de Vivaldi, con nosotros parados en lo s est r ibos del t ren u observándo los desde las ventanillas, muy grat ificados. . . (¡de Viva ldi! ¡la Banda tocaba temas, precisamente, de Vivaldi!) . . .e l int endente me entregó las llaves de la ciudad” El mismo recibimiento, en suma, que en su oportunidad merecieran el pr ínc ipe de Gales o Char les De Gaulle.

E l señor Báez se ret iraba, pues, luego de contarme estas histor ias, renqueando, hacia su casit a distante de donde nosotros vivíamos como un kilómet ro. Lo acompañaba hasta la galer ía, lo observaba bajar y subir las lomitas hasta perderse en la distancia. Me habían dicho que pasaba dificult ades, por lo cual so lía o frecer le algún desayuno o mer ienda.

Solamente aceptaba un té. La últ ima vez me obsequió dos libros. Había ido

pr imero a la casa de Josef Majer, pero el alemán no quiso comprar los. Lo comentó sin otorgar demasiada importancia al asunto. ¿Quer ía ver los? Me los mostró.

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Part icularmente uno, Historia de los Papas, de Herder, me impresionó.

Es un tomo grande, de edic ión lujosa, tapa encuadernada en tela rugosa bajo la sobrecubierta a todo co lor, hojas int er iores en papel grueso, ecológico. Me observó manejando el libro con cuidado, disfrutó del afecto con que yo daba vuelta cu idadosamente sus ho jas. . . luego de un rato de silencio dijo:

-¿Le gustan lo s libros? Puede quedárselos. Quedé cortado. ¡Había venido a vender esos libros al

alemán, posiblemente porque no tenía dinero siquiera para comer. . . y me los obsequiaba!. . .

-Señor Báez.. .-balbuceé- se lo agradezco, pero no puedo aceptar lo . . . Usted t iene que vender los, es su t rabajo. . .

-¡No, no! -ordenó-. ¡Quédeselos! ¡Se los he regalado!. . .

Para no dar más oportunidad de discusión se levantó, t rabajosamente.

Enseguida estaba ale jándose por el sendero. Su cabello corto, cano, comenzó a confundirse enseguida con el hor izonte gr isáceo. Y nunca más lo vi.

Pregunté por su paradero mucho t iempo después. Me dijeron que había muerto. ¿Cómo fue? Lo encontró una vecina, iba a llevar le tort illas. Nada impresionante. Sólo dormía. El director de Cultura, que era un hombre sensible, dispuso de la caja chica unos pesitos para que Gr igg io, el carpintero del pueblo, le fabr icara un cajón (cuatro tablitas sencillas).

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Una vez adentro lo enterraron, directamente, en un espacio vacante de la ancha alfombra de césped en el cementer io . Sin velor io , pues no tenía familiares. Sin cruz, pues manifestaba públicamente su agnost icismo.

Tengo para mí que el verdadero refinamiento requiere

ciertas condic iones, algunas inabordables para las clases adineradas. Las pr imeras de carácter, aunque obtenibles a veces bajo la combinación con otras de condic ión exter ior. Entre las pr imeras debe haber humildad, pero también cierta megalomanía. Pues una condición esenc ial del verdadero refinamiento es la constante disposición a sat isfacer las necesidades de lo s ot ros, no de aquellos que pueden darnos algo a cambio, sino de lo s desvalidos, lo s necesit ados, los anc ianos, los enfermos, los incomprendidos, abandonados, de los semejantes, en suma a quien comparte lo mejor de su patrimonio magro. ¿Y la megalomanía? se me preguntará. Sólo quienes sustentan este factor en sus caracteres pueden acceder a la amplitud necesar ia como para abarcar con su imaginación a toda la humanidad, y hasta la naturaleza entera, al punto de sent irse integrados en un só lo cuerpo con ellas. Buda, Zaratust ra, Cr isto , San Francisco de Asís, eran probablemente ind ividuos a quienes hubiera podido fácilmente acusarse de megalómanos.

¿Y las condiciones que difícilmente puedan alcanzar lo s r icos?

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La pobreza y el do lor. La incert idumbre de no saber si hoy vas a poder encontrar unos centavos para comprar la leche de tus hijo s, o una ropita que necesitan para poder concurr ir a la escuela. El do lor de innumerables situaciones difíciles, la pérdida de quienes hemos amado bajo condic iones de impotencia. . . son algunas situaciones necesar ias para moldear las formas que finalmente emergerán, cuando hay buenas raíces caracterológicas, en la verdadera nobleza, que es espir itual.

No digo que sea imposible alcanzar estos requisitos para un r ico. La mayor ía no lo hace, aún más, ni siquiera les interesa en lo más mínimo hacer lo.

¿Dónde encontrar refinamiento humano, entonces? De hecho puede encontrárselo en cualquier parte: en

Amsterdam quizás o en Quelimane. Mi exper iencia - la cual no considero excluyente- sin embargo, es haber la visto con mayor facilidad allí donde no hay demasiadas cosas para comprar -ni dinero para hacer lo-, allí donde la vida es humilde, en los pequeños pueblos, en lo s cerros o valles alejados, cuanto más ignorados por la civilización occidental, mejor.

Me despido con un saludo afectuoso. Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina.

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* 2 Cor 3,15 -4, 1, 3-6/Sal 84. Mt 5,20-26. Juan de

Sahagún. 1514: Por pr imera vez se da lectura al “Requer imiento” (al cacique Catarapa), en la voz de Juan Ayora, en la costa de Santa Marta (ver Carta Nº 3). 1981. Joaquín Neves Norte, abogado del Sindicato de los Trabajadores Rurales de Naviraí, Paraná, Brasil, ases inado por parapoliciales. (Fuente: Agenda Latinoamer icana-Mundial 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Argent ina.)

(1) Enciclopedia Interact iva Santi l lana. Vers ión 1.0. 1995. Santi l lana. Publishing Company y Chinon Amer ica Inc.

(2) Dir ector : Ken Russell. Guionista: Aldous Huxley. Estrenada el 16 de ju lio de 1971 en EE.UU.

(3) Arnold Hauser . Histor ia social de la l it er atura y el ar te. Tomo I. Guadarrama, Madrid, 1972.

Respuestas Julio , este para que mandes a tus amigos a ver si

consigo t rabajo.-Laura: DESEMPLEADA, Mart illera y Corredor, Of. De

Just icia Ad-Hoc. Espec ializada en Vio lencia Familiar - Malt rato y Abuso Sexual Infant il. Fundadora y Coord. de grupos de autoayuda por mas de l0 años. Con amplias referencias, mis grupos han s ido estudiados por la Universidad del Comahue en casi todas sus especialidades sociales. “Una verdadera escue la de

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ciudadanía, aprenden sus derechos y sus obligaciones” un Grupo no una ser ie;- en fin, mil referencias.

Me o frezco para t rabajar, organizar, controlar un Proyecto product ivo de desarro llo sustentable.

Cult ivar la t ierra y cr iar animales, para autoalimentación y comerc io.

Fundamental: Personas que t rabajen autoest ima (resiliencia), daños emocionales, vio lencia familiar, malt rato infant il, abuso sexual infant il.

También: me curo y ayudo a curar el daño emocional producido por la desocupación.

Curar her idas emocionales y recuperar personas. Con esto prevenimos: Delincuencia infant il, embarazos

en ado lescentes, madres cabezas de familia, prost itución, especialmente la infant il, abandono de hijos –etc. – drogadicción y alcoho lismo -etc.

Soy Mamá de t res hijo s, con hambre, uno desnutr ido ( l8 años- l, 90 de alt ura.-) 6to. Año esc. Técnica, ot ro (l6 años) sufr iendo malt rato por parte del padre só lo por comida y educación, 3er. Año, Esc. Técnica, la ot ra Estudiante Universitar ia- 6 mater ias y se recibe de Traductora de Inglés (vive con los abuelos-Jubilados).

En alguna parte de este bendito país necesitarán de mis servicios, necesito t rabajar y recuperar a mis hijos.-

Laura Padilla [email protected] José M. Paz l8l4- General Roca-Río Negro Si no me lo cortan TE: 02941-42779l

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Gracias y que Dios me bendiga y te bendiga.- Respuesta de Julio a Laura Laura, está muy buena la presentación que hiciste por

Aumento de Cuota Alimentar ia ante el juzgado de Río Negro. Me parece fantást ica esa redacción cortazar iana para intentar al menos, si no desentumecer un poco las neuronas de los que “imparten just icia”, dejar un test imonio de por dónde pasa la vida, usando una termino logía que se salt ee esos alambicados términos incomprensibles que han inventado los t radicionales picaple itos. He aquí el fragmento inic ial (es muy larga para reproducir la entera, pero quien la desee completa por favor so licítese la a su autora):

“Sra. Jueza: “LAURA ROSARIO PADILLA, ESPECIALIZADA EN

VIOLENCIA FAMILIAR, con domic ilio en José Mar ía Paz l8l4 de esta ciudad, ante SS me presento y digo:

“I.- Que vengo por el presente a preguntar porque no me quiere S.S. atender en forma personal cuando realizo la consulta de “si puedo hablar con Ud.”, quiero que sepa y tenga presente mi eterna intención de cobrar lo s daños y per juic ios que he sufr ido, pero como no me ha quer ido atender le voy a detallar el tema que quer ía t ratar con Ud. O los temas mejor dicho, paso detallar el pr imero:

“En las últ imas fo jas del presente Expte. tiene que constar el acta que labró la secretar ia de su juzgado,

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cuando Uds. tomaron not icias de que yo había dejado el Expte. en el juzgado Federal; le paso a contar como fue el episodio con esa rubia tarada que cobra sueldo todos lo s meses y que t iene caca en la cabeza, pr imero me dijo: señora Ud. es mart illera, Ud. Sabe como es este tema, además Ud. ya deber ía después de casi diez años haber rehecho su vida, es decir dedicarse a tener una pareja, y ya dejar de estar con estos reclamos que sólo le t raen más problemas -me lo dijo con un tono de voz muy suave, con gestos de insinuación de relaciones sexuales, me lo dijo-, es una de las taradas que creen que un pedazo de pene le so luciona la vida a una mujer. . .”

Centro Evoliano Est imado Julio Carreras. Le escr ibe Juan Manuel Garaya lde, secretar io del

“Centro de Estudios Evo lianos”. He leído con verdadero placer las cartas Nro. 3 y 4,

enviadas por usted. La últ ima, sobre todo, coincide con lo que nuestro

Centro de Estudios realiza. Estamos dentro de la corr iente t radic ionalista (René

Guénon, Julius Evo la, Titus Burkhard, Mircea Eliade, Ibn´Arabi, etc.) . Nosotros no hacemos dis t inción entre “derechas” o “izqu ierdas”, “centro-derecha”, “centro-izquierda”. Para nosotros, hay una so la lucha: entre TRADICIÓN y MODERNIDAD. Para algunos, nuestros

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escr itos les pueden parecer “procesistas” (defendemos la cruzada por las Malvinas), o “subversivos” (defendemos el socialismo como sistema de organización económica . . . la economía comunit ar ia).

Fundamentalmente, defendemos la Tradic ión Argent ina, y el modelo del Mart ín Fierro que rechaza la “civilización” liberal t raída por Alberdi, Sarmiento, Roca, etc. Nuestro Mart ín Fierro establece un puente entre el Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el últ imo sobreviviente de una época donde el Honor, la palabra era un elemento que dignificaba a l Hombre.

Usted justamente nos escr ibe desde la Provinc ia que fue inic iadora de la co lonizac ión, y del nacimiento de ARGENTUM.

Le agradezco sinceramente vuestros envíos. Un gran saludo! Juan M. Garayalde Secretar io - Centro de Estudios Evo lianos centroevo [email protected] Buenos Aires, Argent ina. Respuesta de Julio a Juan Manuel Juan Manuel, la tarea emprendida con estas Cartas tal

vez resu lte pequeña por sus resultados, pero de mí requiere ingentes esfuerzos. Me proporciona, en cambio, grandes sat isfacciones. Una de ellas, la que toda obra de creación suscit a en el corazón de su autor.

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Además, estas que cons idero mi salar io ; es decir, las respuestas de espír itus sensibles que cada tanto recibo (compartan o no lo que creo aproximarse a la -tan elusiva- verdad). Le agradezco que se haya tomado el t rabajo de escr ibirme. Un saludo afectuoso. Julio

Noticia periodística enviada por mi sobrino Rafael Esta nota salió hoy en el gran diar io argent ino (Já!),

ideal para leer la después de ver Bowling for Columbine. (Rafael Mc Namara):

LOS NORTEAMERICANOS: ARMAS, CONSUMO

Y MIEDOS Radiografía de una sociedad imperial Los norteamericanos sienten que son un pueblo

elegido. Tienen la economía capitalista más creativa del mundo. Unen con inteligencia el puritanismo religioso con los negocios. Consumen compulsivamente. Se alimentan mal: el 31 por ciento es obeso. Su poderío militar les permite hoy ganar las guerras. También ejercen violencia contra sí mismos. Los obsesiona armarse y un 70 por ciento apoya la pena de muerte. En este informe, los sueños, los miedos, los deseos y las convicciones de un norteamericano medio .

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Mar ina Aizen. Corresponsal en Nueva York. Aquella fue una noche sin luna en Jarret , Virginia.

Esperé a las puertas de una cárcel, durante horas y a la int emper ie, que uno de los condenados a muerte del penal fuera ejecutado. Recién cuando una ambulancia con sus chillidos y sus luces rojas se perdió en la oscur idad, el jefe de prensa del penal anunció la muerte del preso con la sobr iedad y el envaramiento de un profesional, como si hablara de un asiento contable. Cuando todo terminó, los per iodistas part imos en un auto que recorrió una ruta oscura durante un largo t recho hasta llegar a un Burger King. Ya en el fast food, vimos entrar a tres norteamer icanos gordos y rubios, vest idos con ropas informales y cómodas, como las que usa la mayor ía. Cada uno pidió un licuado. Antes de tomar los, rezaron. ¿Habr ían presenciado la ejecución y rogaban por el descanso eterno del muerto? No pude saber lo. Pero pensé que tanto esa ejecución ordenada y ascét ica de un condenado y esta apasionada plegar ia frente a un vaso de plást ico podían ser la más certera postal de los Estados Unidos.

Morir en Miami Todas las sociedades t ienen sus parado jas. Son, al

mismo t iempo, virtuosas y vic iosas; maravillo sas y

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miserables. Los EE.UU. no só lo t ienen la economía capitalista más creat iva y hegemónica del mundo sino también un poder ío militar super ior al alcanzado por cualquier ot ro imper io en la historia de la humanidad. En nombre de sus intereses, se libran guerras que los norteamer icanos apoyan por var ias razones. Una de ellas es que no las sufren en casa y suelen mirar las por tevé.

También piensan que las virtudes de los Estados Unidos son universales. La Casa Blanca siempre encuentra, en esta convicción, la plataforma para cualquier gesta “civilizatoria” en cualquier rincón del planeta.

A veces, ocurre que esa vio lencia predest inada la dir igen contra sí mismos. Entonces, la sociedad se torna parano ica y se arma hasta los dientes. ¿Esto se debe a que los EE.UU. son la nación con el nive l más alto de muertes por armas de fuego del mundo industr ializado? En Suiza, hay práct icamente la misma cant idad per capit a de armas que en los EE.UU., pero los suizos las esconden mientras que los norteamer icanos las exhiben para persuadir de su poder y por orgullo . En los años 80, inventaron la frase go ing postal para refer irse a quienes en un ataque de locura mataban a sus compañeros de t rabajo o a quien se les cruzara en el camino.

Entonces, estos incidentes so lían tener lugar en lo s correos, y de allí e l or igen de la frase. Pero estas masacres podían ocurr ir en cualquier lado.

En una escuela, como en Co lumbine (Co lorado) o en Miami, donde hace una semana fueron acr ibillados dos

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argent inos y una brasileña porque estaban escuchando la música fuerte.

(Fragmento) Respuesta de Julio a Rafael Rafael, muchas gracias por el art ículo. Inquietante y

excelente. Seguramente nos va a servir para var ias reflexiones poster iores y como documentación. Un gran abrazo. Julio

Las cartas. . . Amigo Carreras: Pocas líneas para agradecerte tus cartas. . . en más de un

párrafo de ellas he visto refle jados mis sent imientos. La realidad, las dudas, la esperanza, el descreimiento y

un montón de cosas están presentes. Una pregunta. . . No has pensado en edit ar las, con forma de libro?

Gracias ot ra vez y un abrazo, Roberto F. Gayraud Sant iago del Estero, Argent ina Respuesta de Julio a Roberto Est imado ingeniero; necesitaba aunque fuese una

pequeña insinuación para publicar las. Por lo cual, corr í a poner las en un nuevo sit io de Internet que armé. Ahora se

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pueden encontrar las Cartas 1, 2, 3, 4 y 5 en el sit io ht tp://cartasalahumanidad.galeon.com

Tal vez sea más cómodo leer las grabándo las en su computadora como html; inc luí en la edic ión algunas fotos.

Muchas gracias y un gran abrazo. Julio

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CARTA Nº 7 Autonomía, Santiago del Estero, lunes 30 de junio de 2003 *

Eva era una hermosa y blanca mujer. Medía dos metros

t reinta. Un vello cobr izo recubr ía su pubis , refle jando el so l. Tenía o jos c laros.

Adán ostentaba cabello s castaños, medía dos metros con sesenta cent ímetros, era discretamente musculoso. Para ahorrar les descr ipt ividad agregaremos que por lo demás era bastante parecido a ese actor aust raliano.. . Russell Crowe (¿se escr ibe así?). . .e l de “Gladiador”.

Pese a que estuvieron en la Tierra hace 37.917 años, ya no podrá afirmarse que fueron “la pr imera mujer y el pr imer hombre”. Esto parece haber sido un mito creado por nuestra humanidad poster ior. Eva y Adán eran miembros de una raza cósmica, super ior, y habían sido t ransportados al seno de la humanidad -ya existente- en carácter de “bioelevadores”. Su propósito era “mejorar las razas humanas”. Pues “Un Adán y Eva Planetar ios son, en potencia, el don pleno de la gracia física para las razas mortales. La act ividad pr inc ipal de dicha pareja importada consiste en mult ip licar y elevar a los hijos del t iempo.” (1) Pero iban a fracasar en su int ento (aunque

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no se pueda decir que fina lmente su exper iencia resultara en vano).

“Tras un esfuerzo de más de cien años [. . .] no vio Adán sino pocos progresos fuera del Jardín; no parecía que el mundo, en general, estuviese mejorando notablemente. [ . . . ]

“Fue una tarea abrumadora acometer la misión adánica [. . . ] (en un planeta) exper imental, est igmat izado y aislado por la rebelión [. . . ] (ellos) no tardaron en tomar conciencia de la dificultad y complejidad de su asignación planetar ia”. Pese a los inconvenientes, Russell Crowe y Demi Moore (perdón: Adán y Eva) “emprendieron denodadamente la labor de [. .. ] eliminar a lo s anormales y degenerados de las razas humanas.”

¿De dónde obtuvimos este relato? De El Libro de

Urant ia. (2) ¿Y qué es El Libro de Urant ia? Una met iculosa explicación, por partes narrat iva, en 2097 páginas - impresas en papel biblia, con let ra pequeña y sin inter lineado-, no sólo de los or ígenes y sent ido de nuestro planeta con todas las especies que lo habit an, sino del cosmos -del cua l se hace una descr ipción genér ica ocupando unas 500 páginas-, así como de los numerosos seres super iores que durante milenios habr ían efectuado la tareas de crear nuestra forma de vida y co laborar con su evo lución.

Este libro fue dictado por telepat ía, a lo largo de numerosas sesiones, a un grupo de norteamer icanos, durante las décadas del 30 y 40. Ellos habían comenzado

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a reunirse en el living de un médico psiquiat ra -con propósitos parecidos a los que ahora animan a muchos grupos de intercambio en Internet-. A pr incipios de la década fueron contactados; desde entonces, rotat ivamente, diversos seres (como los “Censores Universales de Uversa”, “Portadores de Vida de Nebadón”, y ot ros) fueron dictando los 196 documentos -divid idos cada uno de ello s en unos 10 capítulos- que const ituyen este singular libro. En él se llama “Urant ia” a la Tierra. Según reveló a sus t ranscr iptores el pr imero de estos seres en contactar los “Urant ia es uno de muchos planetas habitados similares que juntos comprenden el universo local de Nebadón. Este universo, juntamente con otras creaciones similares, forma el superuniverso de Orvontón, desde cuya capit al, Uversa, provenimos. Orvontón es uno de los siete universos evolucionar ios del t iempo y del espacio. . .”

En los 50 se decidió la publicación de los documentos, y empezaron los conflictos. Una fracción se apartó del grupo principal, pues tenía diferencias pr incipalmente acerca del modo en que deber ía difundirse el Libro. Los disidentes sostenían que no debía cobrarse dinero alguno por su entrega a quien deseara leer lo , mientras el núcleo mayor itar io –quienes al parecer llevan, hasta ahora, las de ganar en el largo juic io entablado ante t ribunales norteamer icanos- formaron “una empresa en regla” para administ rar, con efic iencia anglosajona, el fondo editor ial para la promoción y venta de esta vo luminosa obra.

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Si Adán y Eva no fueron lo s pr imeros humanos. . .

¿Cómo se or iginó nuestra especie? Nos lo explica, muy precisamente, El Libro de Urant ia:

“El gran acontecimiento de este per íodo glacial fue la evo lución del hombre pr imit ivo. Un poco hacia el oeste de la India, sobre t ierra que actualmente (1934) está sumergida, y entremezclados con la cr ía de animales emigrados al Asia, descendientes de lo s t ipos norteamer icanos de lémures, aparecieron repent inamente lo s mamíferos protohumanos”.

(Documento 61, Cap. 6, “El hombre pr imit ivo durante la Edad Glacia l”, Pág. 700.) Aún animales, los protohumanos comenzaron a prefer ir el sostenerse sobre las patas t raseras; “casi doblaban el tamaño de sus predecesores” y lo s superaban ampliamente en capacidad cerebral. Poco t iempo después (considerando los t iempos evo lut ivos, contados en miles y a veces millones de años) entre ello s “aparecieron repent inamente lo s pr imates, tercera mutación vital. Al mismo t iempo, una evo lución ret rógrada dentro de la raza de lo s mamíferos intermedios dio origen a la descendencia símica; y desde aquel día hasta la fecha, la rama humana ha avanzado por evo lución progresiva, en tanto que las t r ibus símicas se han estancado o, de hecho, han ret rocedido.” (Ibídem)

Pero, ¿de dónde venían evo lucionando estos mamíferos que fina lmente culminar ían con una mutación repent ina en mujeres y hombres? Retrocedamos un poco para aver iguar lo. “El padre de los mamíferos placentar ios fue

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un dinosaur io del t ipo pequeño, sumamente act ivo, carnívoro y saltador.” (Documento 61, Cap. 1, “La edad de los mamíferos pr imit ivos”, Pág. 693.)

Así que provenimos de los dinosaur ios. Esto comenzar ía ya a arro jar pistas sobre algunas conductas humanas. Pero dejemos cuest iones psico lógicas y ret rocedamos aún más, para indagar de dónde provienen lo s dinosaur ios, cómo se originaron. O mejor, para ahorrar suspenso inane, hagamos un paneo de la evo lución bio lógica part iendo de sus or ígenes (según El Libro de Urant ia).

Una comis ión cient ífica decidió, en planos super iores, que aquí estaban dadas las condic iones para implantar vida. (3) Dado que se había proyectado esta forma de vida “a base de c loruro de sodio”, la salobr idad alcanzada por los océanos const ituyó un dato significat ivo. Se efectúan además otras consideraciones, de las cuales t ranscr ibiremos só lo algunas que nos parecieron esencia les. Como la necesidad de elegir “mares inter iores”, “extensas aguas costales y bahías protegidas”, donde “la luz del so l puede penetrar el agua”. Los inspectores advierten que “Fluctuaciones y súbitos cambios de tensión en la temperatura, gravedad, y presiones electrónicas modifican cualit at iva y cuant itat ivamente la emanación de rayos cortos espaciales [ . . . ] (provenientes) de lo s tensos campos eléctr icos, del espacio exter ior, o de las vastas nubes de polvo de hidrógeno.” Por ot ra parte “. . . las condiciones fís icas pueden alterarse en gran medida debido a que la

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rotación de lo s elect rones se halla, en algunas ocas iones, en sent ido contrario al de la conducta de la mater ia más gruesa”. Dado que “Las vastas nubes de hidrógeno son verdaderos laboratorios químicos del cosmos” la naturaleza de sus combinaciones debe proveer circunstanc ias ópt imas para el establecimiento de la vida en ellos, las cuales se consideró alcanzadas luego de considerar el panorama evo lut ivo mater ial de Urant ia hacia aquella época.

Hace 550.000.000 de años, pues, un equipo integrado por grandes seres llamados “Portadores de Vida”, en cooperación con “los poderes espir it uales y las fuerzas superfís icas”, plantaron los modelos originales de la existencia bio lógica, bajo las aguas. Lo hicieron en t res áreas, denominadas “central o eurasiát ico-afr icana, oriental o aust ralasiát ica” y “occidental, englobando Groenland ia y las Américas”.

Unos 100.000.000 de años después se dio la t ransic ión de la vida vegetal a la animal. De aquella etapa aún “persisten lo s mohos de limo”. Suavemente pero sin pausa, “surgen especies de vida animal radicalmente nuevas. No evo luc ionan a consecuencia de la acumulación gradual de pequeñas var iaciones, sino que despuntan a fuer de órdenes de vida nuevos, [ . . . ] y aparecen repent inamente.” Aquí nuestros guías se precaven de informarnos que “La apar ición súbita ( tanto esta expresión como “repent inamente” están siempre subrayados en el or iginal) de especies nuevas y órdenes diversas de organismos vivientes es del todo bio lógica,

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est r ictamente natural. No hay nada de lo sobrenatural vinculado con estas mutaciones genét icas.”

En el agua debimos ser t rilobit es, algas, braquiópodos, art rópodos -que conformaron una franja precursora de los vertebrados-, peces, anfibios.

Más tarde, y a lo largo de millones de años, abandonando el agua debimos at ravesar otras existencias bio lógicas antes de llegar a humanos. A part ir de ellas fuimos emergiendo -toda vez que estuvieron maduras las condiciones evo lut ivas- en especies super iores por súbit a mutación. Un hito fundamental en la conformación de nuestra humanidad se la debemos a las ranas.

Hace 140.000.000 de años aparecieron los cocodrilo s,

serpientes mar inas, rept iles vo ladores y dinosaur ios. Algunos millones de años después iban a surgir los pr imeros mamíferos. 120.000.000 de años antes de nuestro milenio la vida animal llegó sobre la t ierra a su máximo tamaño, con los dinosaur ios. Pero los más grandes de entre ellos -que llegaron a alcanzar los 24 metros de largo- se or iginaron.. . Adivinen dónde. Pues en el oeste de América del Norte (región de las Montañas Rocosas).

Paso a paso este singular compendio describe las sucesivas etapas de la existencia bio lógica sobre la t ierra, hasta llegar a la apar ic ión del mamífero placentar io y descendiendo de estos los primates, mutación con la que hemos comenzado este panorama. Debido a tal evo lución, pues, y hace 1.000.000 de años,

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Urant ia ( la Tierra) “fue regist rada en calidad de mundo habitado”. Tal dist inción a causa de l aparecer “repent ino”, entre los pr imates, de. . . ¡dos seres humanos!. . . Esto ocurrió en medio del tercer avance glacial. Por dicha causa es que “los únicos supervivientes de estos abor ígenes [. . . ] , los esquimales, incluso hoy d ía prefieren habit ar los gélidos climas septentrionales.” (Documento 61, Cap. 6, “El hombre pr imit ivo durante la Edad Glacia l”, Pág. 700.)

Los pr imeros humanos tuvieron nombres: Andón y

Fonta. Tal cosa fue posible debido a su inaudita int eligencia, la cua l les permit ió inventar el lenguaje. Part iendo de señas y rudimentar ias elocuciones, “los mellizos” (varón y mujer) pronto fueron dueños de un repertorio compuesto por cincuenta ideas, ut ilizables para profundizar su conocimiento mutuo y el de su entorno.

A los nueve años (en aquellos t iempos se alcanzaba la pr imera juventud a esa edad) se escabulleron hacia un flor ido claro del bosque, junto al r ío , “y sostuvieron una conferencia de t rascendental importanc ia”. Los jóvenes humano ides “llegaron a convenir en que vivir ían el uno con el ot ro y e l uno por el ot ro, y este fue el pr imero de una ser ie de convenios que, por fin, culminaron en la decis ión de huir de sus compañeros animales infer iores y emprender un via je hacia el norte” [.. . ] para “fundar la raza humana”. [ . . . ]

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“Poco después de que esta pareja joven abandonara a sus compañeros para fundar la raza humana, se desconso ló su padre pr imate (su madre ya había muerto) [ . . . ] Se negó a comer, aun cuando sus otros hijos le llevaban la comida. Habiendo perdido a la br illante pareja, ya no le pareció que mereciera la pena vivir entre sus semejantes ordinar ios; de modo que fue a vagar al azar por el bosque y fue atacado por gibones host iles que lo mataron a go lpes” (Documento 62, Cap. 5, “Los pr imeros seres humanos”, Págs. 708-709.)

Andón y Fonta tuvieron muchos hijo s (19, según el Libro), de los cuales se mult ip licar ía nuestra especie. Entre ot ras innovaciones, iniciaron el hábito de vivir en cuevas o chozas, abandonando la t radición de habitar los árbo les. Y también descubr ieron el fuego.. . Los humanos pr imit ivos -se nos indica- tenían los o jos negros y la tez morena “algo como la de un cruce entre la raza amar illa y ro ja”. Si hay algún pueblo contemporáneo que se parezca al or igen de la humanidad, estos son los esquimales, afirman nuestros guías. “Fueron las pr imeras cr iaturas en servirse de las pieles de los animales para protegerse del fr ío ; tenían un poco más de pelo en el cuerpo que los humanos de hoy en día.” (Documento 63, Cap. 4, “Los clanes andónicos”, Pág. 713. )

Con la ayuda de algunos líderes excepcionales -como Onagar, quien inst ruir ía a lo s andonit as en la adoración de “El que da aliento a los hombres y animales”- los humanos fueron evo lucionando, no sin conflictos.

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El más apocalípt ico de ellos ocurr ió 500.000 años at rás; de estas circunstancias surgir ían las que iban a llamarse luego “las seis razas de co lor”. En las t ierras altas del noroeste de la India “se libró esta guerra sin t regua” (¿tal vez nos dará referencias de ella e l Bhagavat-Guîtâ? El Libro de Urantia no lo aclara.) De la prolongada masacre só lo iban a quedar con vida alrededor de cien familias. “Pero estos sobrevivientes fueron lo s más inteligentes y más deseables de todos los descendientes de Andón y Fonta. . .” Entonces, una pareja comenzó “repent inamente a producir una progenie singularmente int eligente” de diferentes colores: entre sus diecinueve hijo s cinco eran ro jos, dos anaranjados, cuatro amar illo s, dos verdes, cuatro azules y dos índigos. Comenzando allí, evo lucionaron como razas numerosísimas, cada cual con sus respect ivas caracter íst icas y cualidades. De entre ella s, mejor resultó la ro ja, la cual por su emigración a las regiones de lo que hoy es América, dejó el Este libre para quienes finalmente prevalecer ían: una raza azul. Estos “No tardaron en inventar la lanza y poster iormente sentaron lo s fundamentos de muchas de las artes de la civilización moderna. El hombre azul tenía la capacidad cerebral del hombre rojo, combinada con el alma y sent imientos del hombre amar illo . Los descendientes adánicos los prefer ían entre todas las razas de co lor que perduraron.” (Documento 64, Cap. 6, “Las seis razas sangik de Urant ia”, Pág. 725.) ¿A quiénes entre las razas modernas podría haber dado origen esta protoetnia? Y, a quiénes va

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ser. “Las invest igaciones y exploraciones europeas de la vie ja edad de piedra suponen, en gran parte a la exhumación de herramientas, huesos y artesanías de estos hombres azules ant iguos [. . . ] Las llamadas razas blancas [. . . ] son los descendientes de estos hombres azules, modificados pr imero con un leve cruzamiento con la raza amar illa y ro ja, y más adelante mejoradas al asimilar la mayor parte de la raza vio leta (como se recordará, la raza super ior extraterrest re de Eva y Adán)” (Ibídem).

E l pr imero de los extraterrest res que se const ituyó en

Conductor Supremo de las legiones humanas fue Caligast ia -pr íncipe infiel. Este “Hijo Lanonandec, 9.344 de la orden secundar ia”, se había preparado por exper iencia propia en “la administ ración general del universo local y, poster iormente, en la administ ración específica del sistema local de Satania” (Documento 66, Cap. 1, “El pr íncipe Caligast ia, Pág. 741). Era el ser indicado, pues, para so licitar el gobierno de la Tierra (Urant ia), cosa que efect ivamente hizo y se le aceptó.

Acompañado de un cuerpo de asistentes y auxiliares administ rat ivos seleccionados “entre más de 785.999 ciudadanos ascendentes de Jerusem que se ofrecieron para embarcarse en la aventura [. . . ] Cada uno de los cien elegidos provenía de un planeta diferente, y ninguno de ellos era de Urant ia.” (Ibídem, Cap.2, “El séquito del pr íncipe”, Pág. 742.)

Luego de la pormenor izada descr ipción del gobierno de Caligast ia y la organización que impuso a los humanos

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-con quienes algunos de estos seres de otros planetas se entrecruzaron, mejorando las razas- el Libro nos narra su t raición a lo s planes del Supremo. Satanás, asistente de Lucifer, informó a Caligast ia de la “Decla ración de Libertad” que lo s administ radores celestes de todo el sistema iban a proclamar. Al plegarse a ella, este pr imer Pr íncipe de la Tierra cayó en desgracia. Como quiero llegar pronto a la sit uación encontrada por Adán y Eva, no descr ibiré en detalle los aspectos de esta rebelión y sus luchas; diré so lamente que en ella Caligast ia fue proclamado “Dios de Urant ia (Tierra) y supremo”, só lo para ser desplazado más tarde por enviados legít imos, “los Hijos Melquisedec”, quienes pusieron más o menos en orden al planeta, pero no pudieron remontar el desqu icio y divis ión int roducida por los rebeldes durante su larga apostasía. Para obtener esto iban a ser enviados, más tarde, Eva y Adán.

Pero la carne -aún en las Demi Moore vio leta- da la

impresión de haber sido ancestralmente débil. La cansadora tarea de “e liminar a lo s anormales y degenerados” sin lograr con ello un vis ible mejoramiento en las hordas humanas, había sumido a Adán bajo la más oscura depresión. Entonces -preanunciando algo que Demi moderna habr ía de hacer para supuesto benefic io de su mar ido en película con Robert Redford- a Eva no se le ocurrió mejor idea que copular con Cano “quien era un magnífico espécimen de la supervivencia del fís ico super ior e inte lecto destacado de sus progenitores del

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séquito del Pr ínc ipe (Caligast ia)” (Documento 75, Cap. 3, “La tentación de Eva”, Pág. 842.) ¿Las razones de esta infidelidad (aparte del placer)? Hacer un hijo “parcia lmente de la raza Vio leta” usando a este semental escogido de las mejores razas humanas, a part ir de lo cual se esperaba obtener el ejemplar inicial del progreso evo lut ivo para “las numerosas t ribus expectantes”. Quien habr ía actuado como consejero inductor de esta grave falt a, habr ía sido Serapatat ia, jefe de “la confederación occidental o sir ia de las t r ibus noditas”. En la poster ior narración de La Biblia -alegór ica-, este inteligente polít ico iba a ser representado como “la serpiente”.

A part ir de esta falt a, pues, comienza el proceso de degradación de la raza vio leta, representada en el mundo, hasta entonces, únicamente por Eva, Adán y sus descendientes, quienes fueron adquir iendo cada vez más caracter íst icas humanas (cuando el proyecto había sido origina lmente el inverso). Pero esto conforma ya otra histor ia -por cierto narrada con lujo de detalles en las páginas del Libro de Urant ia, pero demasiado extensa para nuestro propósito de hoy.

Detengámonos aquí. En la Carta Nº 8, quiero compart ir con ustedes mi impresión sobre las semejanzas que parece posible d iscernir entre los sust ratos del Libro de Urant ia y los conceptos de Darwin, T. H. Huxley, Gobineau, Madame Blavatsky, Levi Bruhl, Car l Sagan o lo s Mormones, entre ot ros teóricos occidentales de la evo lución bio lógica humana.

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Saludos fraternales, de . . .un subalt erno estudiante de la Sabidur ía expresada

por Cristo: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina. * Gén 21, 5.8/20. Sal.33. Mt 8,28-34. Día de los mártir es

de Guatema la. 1520: “La noche tr iste” (derrota de los conquistadores en México). 1975:

Dionis io Fr ías, campes ino, ases inado por luchar pidiendo t ierra para los pobres, en la República Dominicana. 1978: Hermógenes López, sacerdote, fundador de la Acción Católica rural, asesinado por paramilitares en Guatema la. (Fuente: Agenda Latinoamer icana-Mundial 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Argent ina.)

(1) “Tabamant ia , supervisor soberano para la ser ie de mundos decima les o exper imentales, vino a inspeccionar el planeta y, después de haber r ealizado su estudio de progreso racial, recomendó debidamente que a Urant ia se le otorgaran Hijos Mater iales. Un poco menos de cien años después de esta inspección, Adán y Eva [. . . ] llegaron y emprendieron la dif íc i l tarea de intentar desenmarañar los asuntos confusos de un p laneta que se había atrasado por la rebelión y que, en vir tud de una proscr ipción, había quedado en aislamiento espir itual” (El Libro de Urant ia , Documento 73, Introducción: “El Jardín del Edén”, página 821.)

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“Fueron Adán y Eva los fundadores de la raza violeta del hombre, la novena raza humana que apareció en Urant ia . Tenían Adán y su prole ojos azules, y se caracter izaban los pueblos violetas por la piel b lanca y pelo claro -dorado, rojo y castaño.” (El Libro de Urant ia , Documento 76, “La histor ia de Urant ia”, capítulo 4, “La raza violeta”, página 850.)

(2) El Libro de Urant ia . Edición española . Segunda revis ión. Urant ia Foundat ion, Chicago, I ll inois, USA. 1996.

(3) “Hace 600.000.000 de años la comis ión de Portadores de Vida enviada de Jerusem llegó a Urant ia y empezó el estudio de las condiciones f ís icas, preparator io para or iginar la vida en el mundo 606 del s istema de Satania .

Esta había de ser [. . . ] nuestra sesentava oportunidad de efectuar cambios e inst itu ir modif icaciones en las concepciones de vida básicas del universo local.” (Documento 58. Cap. 1, “Requis itos pr evios para la vida fís ica”, Pág. 664.)

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CARTA Nº 8 Autonomía, Santiago del Estero, viernes, 11 de ju lio de 2003 *

Dice Héctor Schmucler, genial epistemólogo cordobés:

“. . .E l pobre mito del siglo XXI fue inventado poco después de la Segunda Guerra Mundial: en Estados Unidos, es decir, en el lugar donde se piensa el mundo, surgieron lo s modelos y proyectos más audaces que dibujaron la t ransición al tercer milenio. Una r ica documentación sobre el tema da cuenta de cómo se const ituyeron equipos que pensaron la técnica, la ciencia, la sociedad, con miras a t riunfar en una posible tercera guerra caliente, que no exist ió , o t riunfar en la Guerra Fr ía, que señaló la suerte del mundo durante muchos años. Y no les fue mal: t riunfaron. Estudios -que se hic ieron libros- vat icinaron el nuevo siglo : r igurosamente se sabía cómo iba a ser el siglo XXI no por un acto de adivinación, sino porque as í se lo estaba preparando. Los “futuró logos” anuncian e l futuro porque descr ibe lo que se está haciendo para que sea de esa manera. Los paródicos profetas de nuestra época son, en realidad lo s constructores de nuestra época” (1)

Est imo que la aguda observación de este cient ífico puede enfocarse sin desmedro hacia la int erpretación del pasado. Presentada como “histor ia natural”, “ciencia

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antropológica”, “arqueo logía”, ¿no encontramos a cada paso de los grandes “descubr imientos cient íficos” provistos por Europa, singulares armonías, confortables ensamblamientos, asombrosas avenencias?. . . Como si en vez de ár idos discursos técnicos se t ratase de meditadas construcciones arquitectónicas renacent istas. ¿No es posible, entonces, que del mismo modo en que los norteamer icanos configuraron durante el anter ior fin de siglo cómo quer ían que sea el siguiente, los ingleses hubiesen preparado el camino sustentando un “conocimiento” universal que const ituyese la só lida est ructura sobre la cual afirmar, como corolar io indefect ible, el futuro tecno lógico, cient ífico, cultural –y polít ico- del mundo?

Si así fuese, dejar ía de resultar sorprendente la co incidencia medular que se encuentra entre algunas doctrinas religiosas como las de los mormones, o tras de raíz ecléct ica, como la teosofía o El Libro de Urant ia analizado en la Carta anter ior, y lo que Occidente ha canonizado como La Ciencia contemporánea. A cont inuación acercaré algunos de lo s datos que me indujeron esta interpretación.

Todos conocemos las teorías de Char les Darwin

(aunque casi nadie haya le ído sus libros, salvo quienes lo s adaptaron para convert ir lo s en un catecismo laico). Sus ideas básicas -se nos dice en los libros esco lares- son “la var iabilidad de la descendencia de una pareja y la

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selección natural o lucha por la supervivencia, en la que só lo sobreviven los elementos más aptos. (2)

Detengámos unos instantes aquí, para señalar una pr imera (¿sorprendente?) co incidencia entre la teoría del consagrado cient ífico y la narración que seres (¿extraterrest res?) dictaron a un grupo de profesionales universit ar ios norteamer icanos en lo s años t reinta, y está recibiendo empeñosa difusión hoy bajo el t ítulo de Libro de Urant ia:

“Estos mamíferos protohumanos [. . . ] disponían de cerebros más grandes para su tamaño [. . . ] desarro llaron un espír itu t r ibal [ . . . ] (eran) sobremanera beligerantes [ . . . ] no dudaban en hacer les la guerra a sus vecinos infer iores; y así, mediante la supervivencia select iva, la especie fue mejorando progresivamente.” (3) ¿No es una descr ipción muy gráfica y práct ica de la teoría de la selección natural? Este libro presenta, a todo lo largo de su escrupuloso relato de la evo lución bio lógica, un despliegue de las teorías darwinistas, enr iquecidas por cierto con los poster iores descubr imientos genét icos de Mendel y Morgan, que vinieron a redondear la perspect iva or iginal puliendo sus aspectos menos defendibles. La reciclada corr iente, conocida como neodarwinismo, propone como causas de la var iabilidad de los descendientes las mutaciones, o cambios del mater ial hereditar io , y la recombinación genét ica, o int ercambio de genes entre los cromosomas homólogos durante la formación de los gametos. Luego, sobre estas

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dist intas formas actúa la selección natural escogiendo las más adecuadas.

¿En qué circunstancia histór ica se encontraba

Inglaterra cuando desde el seno mismo de su cultura ver ía nacer la teoría evo lucionista de Darwin? A part ir del últ imo tercio del siglo XVIII -nos dice un excepciona l soció logo “la invest igación está dominada por la perspect iva tecno lógica”.

Poco antes provee la sínt esis de uno de los pilares culturales de la mentalidad inglesa, expresada por medio de la lit eratura. “Robinson Crusoe - indica-, (es) el hombre que abandonado a sus propios recursos domina la naturaleza rebelde y crea de la nada bienestar, segur idad, orden, ley y moral. . . [ . . . ] La histor ia de su aventura es un himno cont inuado a la diligencia, a la perseverancia, al ingenio, al sa ludable buen sent ido que vence todas las dificultades, en suma, a las virtudes práct icas burguesas; es el credo de una clase social ambiciosa consciente de su fuerza, y al mismo t iempo el programa de una nación joven, emprendedora, dispuesta al dominio mundia l.” (4) Por cierto , Robinson adquiere pronto un cr iado negro (como correspondía a un inglés) quien, pese a ser nat ivo de la región, nunca se había dado cuenta de la gran prosper idad que podía obtener en base al aprovechamiento racional de su naturaleza.

Contando la biografía de Darwin, Car l Sagan menciona su genealogía cient ífico-familiar de un modo que t rae reminiscencias al del apóstol Lucas cuando desmenuza

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lo s antepasados de Jesús para probar que desc iende directamente de David, Noé, Matusalén, Adán.. . y Dios. “Erasmus Darwin, insigne autor, médico e inventor, y Josiah Wedgewood, quien se había elevado de la pobreza fundando la dinast ía de ceramist as Wengewood [. .. ] compart ían opiniones radicalmente progresistas, incluso llegaron al extremo de apoyar a las co lonias rebeldes durante la Revo lución amer icana.” ( !) Permít asenos c itar ot ros fragmentos de Sagan, dado lo representat ivos que resultan acerca de la mentalidad señalada por nosotros en lo s sust ratos del pensamiento occidental:

“Su club (el del abuelo de Darwin con sus amigos) se llamaba La Sociedad Lunar. [ . . . ] Eran miembros de él William Small, que había enseñado ciencias a Thomas Jefferson (en la Universidad de William y Mary en Virginia y quien según Jefferson `probablemente decidió el dest ino ´ de su vida) ; James Watt , cuyas máquinas a vapor propulsaron el Imper io Br it ánico; el químico Joseph Pr iest ley, el descubr idor del oxígeno; y un especialista en electr icidad llamado Benjamin Franklin.”

Más adelante, Sagan nos narra que el abuelo de Darwin había conocido el bestsellerato con t res tomos (¡en versos!) donde exponía sus especulaciones sobre la evo lución bio lógica de las especies vegetales.

Dado su éxito , Darwin abuelo decidió lanzar un vo lumen de ¡2.500 páginas!, esta vez en prosa, llamado Zoonomía, o las leyes de la vida orgánica. En él, entre ot ros conceptos, el abuelo sostenía que “hay t res grandes objetos del deseo que han cambiado las formas de

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muchos animales en sus esfuerzos por sat isfacer los: el hambre, la segur idad, la lujur ia”.

Volvamos otra vez por unos instantes al Libro de Urant ia, só lo para ver que en el capítulo anter iormente citado se señala, asimismo, que en estos lemures prehumanos “El hambre de alimento y el deseo sexual quedaron bien desarro llados” mot ivándo los a constantes aventuras y descubr imientos. Lo transmit ido por sabios extraterrest res se parece extraordinar iamente a lo enunciado por el abuelo de Darwin: “Hay t res grandes objetos del deseo que han cambiado las formas de muchos animales en sus esfuerzos por sat isfacer los: el hambre, la segur idad y la lujur ia”, dice Erasmus, en su Zoonomía. Parece que el viejo daba part icular importancia a la lujur ia.

Tanto que su últ imo libro se denominó: Aclamemos LAS DIVINIDADES DEL AMOR SEXUAL “. . . las mayúsculas son suyas”, ac lara Sagan, quien más abajo nos dice: “Su nieto Char les [ . . . ] leyó Zoonomía dos veces; la pr imera a lo s diecieocho años [. .. ] Estaba orgulloso de la precoz ant icipación de su abuelo en algunas ideas que veinte años después har ían famoso a Jean Bapt iste Lamarck. (5)

E l 18 de diciembre de 1912, Arthur Smith-Woodward y

Char les Dawson, reconocidos expertos en prehistoria, ofrec ieron una conferencia prensa. “Con elocuencia br illante” -según las crónicas- anunciaron que habían

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descubierto en Piltdown, Sussex (Inglaterra), los restos de un hombre prehistór ico. Esa misma tarde ocupaban las pr imeras planas de los más importantes diar ios del mundo.

Rebaut izado como Eanthropus Dawsoni, el “hombre de Piltdown” fue considerado por los invest igadores como el posible “eslabón perdido”, esto es, la etapa de t ransic ión evo lut iva entre el simio y e l hombre. Un solo detalle despertaba dudas: sus dientes mostraban un desgaste plano, fenómeno nunca visto en lo s pr imates. Aunque los restos del Eanthropus no encajaban entre sí, lo cual obligaba a imaginar demasiadas partes, el hallazgo había despertado un entusiasmo indetenible en los ámbitos universit ar ios europeos.

El mismís imo Theilard de Chardin refrendó la idea. Habiendo viajado a Ing laterra especialmente para co laborar con los cient íficos, en 1913 dio a publicidad el hallazgo de otro canino en Piltdown, lugar que algunas revistas especializadas empezaban a considerar ya como un sit io clave para la evo lución de la humanidad. En 1915 sucedieron otros hallazgos en el mismo lugar. Otro cráneo y un diente de simio con desgaste plano. Parecía t ratarse de un segundo Eanthropus. Los cient íficos ingleses Smith-Woodward y Dawson alcanzaron entonces el pináculo del prest igio mundia l.

Pero hacia fines de lo s años 30 comenzaron a surgir ciertas dudas. El Museo Br itánico se negaba a permit ir el estudio de las reliquias. La Guerra detuvo por un t iempo las inquis iciones. Pero cuando por fin se logró obtener el

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permiso inglés para someter a los huesos a una prueba de flúor, los resultados fueron lapidar ios: ¡el cráneo y las mandíbulas reve laban respect ivamente 500 y 600 años de ant igüedad! En 1953 terminó de develarse una siniest ra confabulación: ¡”alguien” (decían las crónicas) había enterrado un maxilar de orangután y cráneos de hombres modernos.”

Los autores del fraude, Dawson, Smith-Woodward y Theilard de Chardin aún vivían, como venerables autoridades de las ciencias antropológicas.

Ninguno de ellos marchó preso. Las pruebas de la mist ificación fueron consideradas insuficientes por los t ribunales br itánicos. (El prest igio académico de los acusados era ya enorme. En el caso de Theilard de Chardin, actualmente se agigantó.) Sin duda pesó en esa consideración el que toda la comunidad cient ífica europea y mundia l se hubiera mantenido engañada durante 40 años con la idea de que el hombre de t ransición a nuestra actual humanidad – el tan buscado “eslabón perdido” – se había incubado.. . en Inglaterra.

Más o menos un siglo antes -en 1820- ot ro Smith -”el

profeta”- había hecho también un descubr imiento, esta vez en Norteamér ica. Joseph, un ado lescente débil y enfermo, que había quedado rengo por causa de una grave enfermedad, tuvo una visión. Él mismo la narra: “. . .vi una co lumna de luz, más br illante que el sol, d irectamente arr iba de mi cabeza [. . . ] (y) a dos

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Personajes, cuyo fulgor y glor ia no admiten descr ipción. Uno de ello s me habló, llamándome por mi nombre, y dijo , señalando al ot ro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo !” (Joseph Smith, Histor ia, 1: 15:17.) ¿Y qué expresó el Hijo? Que todas las iglesias de la t ierra “eran una abominación a su vista”.

Un pequeño libro, pr imorosamente impreso, enseña que “Dios lo había escogido a él, un joven desconocido que vivía en la región occidental de Nueva York, para llevar a cabo la obra maravillo sa y el prodigio de restaurar el Evangelio y la Iglesia de Jesucr isto sobre la t ierra.” (6)

Los prodigios recién comenzaban, pues más tarde -siempre conducido por visiones- Joseph Smith recibir ía, de manos del ánge l Moroni, unas refinadís imas planchas de oro, que contenían singulares revelaciones.

Después de t raducir al inglés el contenido de las planchas, el joven pro feta proclamar ía al mundo un dato t rascendental: ¡Jesucr isto había estado en donde ahora se er igían los Estados Unidos! ¡No só lo eso, sino que había entregado a “los gent iles” (ciertos descendientes de razas que, junto a los indios, poblaran ant iguamente la pr ivilegiada región) documentos esencia les para comprender la histor ia y el sent ido de la humanidad.

¿Qué caracter íst icas tenían esos gent iles, elegidos por Dios? El Libro de Mormón -const ituido por aquellos documentos de las planchas- nos las descr ibe: “. . .eran blancos y muy bello s y hermosos, semejantes a los de mi pueblo. . . [ . . .] el Espír itu del Señor estaba sobre lo s

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gent iles, y prosperaron y obtuvieron la t ierra por herencia. . .” (7)

Pronto el joven consiguió adeptos para su mis ión, pr incipalmente ayudantes para la t raducción y poster ior publicación de lo s textos. Aunque el semianalfabeto Smith dictaba su t raducción a un amigo, consult aba las Tablas en secreto, sentado detrás de una sábana co lgada de una cuerda, mientras el escr iba tomaba nota de sus palabras desde el ot ro extremo de la habit ación.

Este libro de 650 páginas revela entre otras muchas cosas que, ante la decadencia del pueblo elegido, en t iempos de Moisés, Dios separó una rama del t ronco origina l para conducir lo s hacia una nueva Tierra Promet ida. ¿Y cuá l era esa nueva Tierra Promet ida? Ni más ni menos que Norteamér ica.

Conduciendo al grupo a t ravés del Jordán hacia el mar, y luego por medio de una ser ie de “accidentes” hacia la Nueva Tierra, Dios preserva de este modo una simiente para rest ituir el sent ido de su creación a la humanidad, cuando los judíos no le sirvieran más debido a su “t raición”.

Mark Twain calificó de “cloro formo impreso” a este libro, pero debió leer lo aunque no más no sea parcialmente, del mismo modo que bastantes norteamer icanos de su época. Pese a la sorna del novelista los mormones crecieron y prosperaron sobre Estados Unidos, como profet izaba su libro . Tanto que llegaron a fundar uno de los estados más prósperos de ese país, Utah, que aún dominan.

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Lamarck junto al geó logo Lyell const ituyeron dos de

lo s pilares doctrinar ios confesados por Darwin. Pero le falt aba una pieza para llegar al cierre de su famosa teoría. Desesperaba de hallar la, mientras lo acosaba una enfermedad padecida desde su ado lescencia: insoportables do lores de cabeza, nauseas, ataques de agotamiento que lo echaban en la cama.

“Darwin estaba ahora seguro de que la modificación de las especies se producía por una suerte de selección” nos dice otro biógrafo. “¿Pero cómo?”. Debía haber un agente natural, para explicar esta causalidad. El problema es que Darwin no lo encontraba. “Durante este per iodo de int ensa act ividad mental, mientras se ha llaba preocupado con la busca de la clave de l problema que ahora le obsesionaba, tomó al azar un libro con el objeto de dist raer su mente fat igada. Era el Essay on Population de Malthus, que puso a Darwin sobre ascuas. ¡Allí estaba su mecanismo: la lucha por la existencia!” (8)

Este libro le iba dar las líneas claves para colocar las piedras básicas de su doctr ina. “¡Qué fácil de ver resultaba ahora que esa lucha t remenda por la existencia [ . . . ] era una fase cont inua y vital de l mundo orgánico en virtud de la cual só lo pueden sobrevivir lo s más aptos!” (8) Pero, ¿quién era el tal Malthus, que tanto influyese en su pensamiento?

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Este cura anglicano -hijo de otro cura anglicano- había sido educado en una atmósfera de cultura y refinamiento habitando “una mansión elegante” conocida como “The Rockery” (“El nido de cornejas”). A su cuna natal, cual ilust rados Reyes Magos, hicieron una vis ita dos consp icuos amigos de su padre. . . David Hume y Jean-Jacques Rousseau.. . Las ideas del francés no har ían mella en la mentalidad del cura-cient ífico, de acuerdo a lo indicado por él mismo cuando mencionó las fuentes de sus obras. “Los únicos autores de cuyos escr itos deduje el pr inc ipio que formó el argumento pr incipal del Ensayo fueron Hume, Wallace, el doctor Adam Smith y el doctor Pr ice”. Como se sabe, Hume es el padre del posit ivismo inglés; Adam Smith, fundador de la economía capita lista, cuyo pr incipios centrales postulan el individualismo y la competencia sin t regua como los motores pr incipales para el desarrollo de las naciones. ¿Y qué decía este Ensayo de la Población, publicado en 1789 por Malthus? Pr incipalmente que “el alimento y e l sexo eran los postulados básicos de la existencia”. Por lo tanto “la población, cuando no es regulada, crece de tal forma que desborda las posibilidades objet ivas de sustentar la”. Habida cuenta de esto “hay que contener severamente el crecimiento de la población.. .” razón por la cual las guerras, pestes o hambrunas que diezman a “los menos aptos” representan para los humanos el mismo papel que entre los animales los pájaros que, devorándose a lo s insectos, evitan su per judicia l expansión. Las ideas de Malthus influyeron inmediatamente sobre la sociedad de

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su t iempo: el pr imer minist ro William Pit t , quien en 1796 pensaba que “cualquier hombre enr iquec ía a su país”, decidió, en 1800, ret irar su proyecto de ayuda estatal a lo s pobres, declarando en lo s fundamentos de su presentación legal el haber sido convencido por el libr ito del sacerdote.

Concentrado así el núcleo de sus ideas fuerza, Darwin concluyó: “La lucha por la existencia alcanza a todos los r incones de la naturaleza: insectos, peces, pájaros, frutos, animales [ . . . ] compiten acerbamente lo s unos con lo s ot ros, luchan por la vida, t ratan de sobrevivir en un mundo donde hay que luchar por la existencia. Y mediante esa lucha por la existencia la misma naturaleza selecciona a aquellos cuyos organismos están mejor adaptados para sobrevivir”. “Las especies que carecen de capacidad para var iar con bastante rapidez quedan rezagadas en la carrera por la vida. . . ` luchar o mor ir ´, es el ult imátum de la selección natural”.

En la reciente invasión de Iraq, los norteamer icanos mostraron un ejemplo de lo que significa estar convenientemente equipados para sobrevivir.

Soldados casi ado lescentes pudieron poner de rodillas a un ejército compuesto por hombres dur ísimos, entrenados físicamente para cualquier prueba.. . pero sin la tecno logía adecuada.

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Al conde francés Arturo de Gobineau le gustaban mucho los alemanes. Tanto como para publicar que eran lo s representantes más puros de la raza blanca o ar ia, “super ior a todas las demás razas”. Su concepción fue desarro llada en dos vo lúmenes, bajo el t ítulo de Essai sur l ´énegalité des races humaines, editados en Par ís entre 1853 y 1855 (seis años antes de la apar ición del Origin of Species). Luego de estudiar arqueo logía, antropología, lingüíst ica, historia, Gobineau había “descubierto” que la humanidad se divid ía en t res razas: “la negra, que representa la pasión, es semejante al animal y capr ichosa, pero no obstante posee lir ismo y temperamento art íst ico; la amar illa, que representa la mediocr idad, es terca y apát ica, pero está dotada con un sent ido del orden y un sent ido de lo práct ico ; la blanca, que posee una razón y un honor semejante a los dioses, y es super ior en todo, part icularmente en belleza fís ica: los pueblos que no son de raza blanca pueden acercarse a la belleza, pero jamás la alcanzan”. Gobineau se hizo muy amigo de Richard Wagner, quien le dedicó todas sus obras en prosa. Es que sus libros se habían vendido como pan ca liente. . . no en Francia, sino en Alemania. Resent ido por la incomprensión de sus connaciona les, a quienes calificó de “populacho galo-romano, cuyos inst intos principales son la envid ia y la revo lución”, Gobineau se fue pronto a vivir en su “t ierra promet ida”, cerca de Wagner, y pudo casar a su hija con el Barón Von Gudencrone, como era de esperar, de la más pura cepa ar ia germánica.

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El conde Gobineau mismo decía descender de tal raza: “mis antepasados provienen de una de las is litas Skaeren, en el Mar del Norte, un promontor io rocoso rodeado de pinos”, escr ibió. El pequeño francés tenía el pelo negro y lo s o jos pardos, pero esto no le impidió -según sus escr itos- ser descendiente directo de Ottar Jar l, héroe vikingo. Ant icipando una conducta que luego iba a repet ir respecto a algunos de sus líderes, el Estado alemán tampoco tuvo en cuenta su co lor de pelo ni su estatura y lo convirt ió en un huésped preferencia l, promoviendo la difusión de su obra y la de sus numerosos discípulos. A lo largo y lo ancho de la patr ia de Goethe surgieron como hongos las “Sociedades Gobineau”. Uno de sus discípu los fue el conde inglés Houston Stewart Chamber la in. Este inglés por cierto se fue a vivir en Alemania y terminó casándose. . . con la hija de Wagner. A cierto pariente suyo, pr imer minist ro de Inglaterra, se lo considerar ía luego práct icamente un cómplice de la acelerada expansión belicista del Tercer Reich, en lo s pr imeros t ramos del siglo s iguiente.

Otro de los discípulos de Gobineau fue Ludwig Woltman (1871-1907). Su contribución al “conocimiento cient ífico” fue demostrar que las personalidades universalmente famosas habían sido siempre teutonas.

S iguiendo la pista de la cabeza alargada, ojos azules, cabellera rubia, “demostró” que el italiano Giotto había sido en realidad un alemán llamado Jothe, Leonardo Da Vinci era el germano Wincke, Tasso era Dasse, Giordano Bruno… Braun.. . De igual manera, el españo l Velázquez

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había sido originalmente Velahise, Murillo era Mocri y Vaz era Watz. Los grandes nombres de intelectuales franceses: Arouet , Diderot y Gounod, se debían entender como: Adwid, Tiet roth y Gundiwald.

En los Estados Unidos, el gobinismo fue manipulado ligeramente para hacer lo más potable a lo s norteamer icanos, sust ituyendo su germanismo por el lina je anglosajón. Madison Grant publicó la pr imera adaptación, The Passing of the Great Race , en 1916 y su cont inuación, The Conquist of a Continent , en 1933.. . Un año antes de que fueran entregados al grupo de Chicago, por “ciertos seres super iores”, los documentos const itut ivos de El Libro de Urantia .

E l coronel norteamer icano Henry Olcott había nac ido

en 1836 de una familia que afirmaba ser descendiente de lo s peregr inos del Mayflower (9). “Tras una est r icta formación presbiter iana, lo que él llama `dificultades financieras´ [ . . . ] lo obligaron a interrumpir sus estudios y dedicarse a la agr icultura en Ohio. Allí se convirt ió en un agr icultor experto y publicó var ios libros sobre el tema, entre ello s un t ratado sobre el sorgo y una de sus var iedades afr icanas (sust itut ivos de la caña de azúcar) que alcanzó las siete edic iones. Declinó la invit ación del gobierno gr iego para ocupar una cátedra de agr icultura cient ífica en Atenas y, en lugar de eso, fundó la Escuela Agr íco la Westchester. Fracasó en esta aventura y, en

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1859, t rabajó como responsable de la sección agr íco la del New York Tribune, pero también tuvo que interrumpir esta carrera, esta vez por culpa de la Guerra Civil, que hizo de él un o ficial de t ransmis iones del ejército de la Unión. Dado de ba ja por invalidez, fue comis ionado especial de l Minister io de la Guerra, con el rango de coronel, para invest igar a los especuladores y tuvo tanto éxito en su función que, cuando Abraham Linco ln fue asesinado en 1865, Olcot t fue designado como uno de los t res miembros de la comis ión invest igadora de la muerte del presidente. Dejó esta tarea al final de las host ilidades y, con recomendaciones de l minist ro de la Guerra y del fiscal general del Estado, estudió abogacía en Nueva York, donde estableció su despacho poco antes de 1870.” (10)

El 3 de marzo de 1875, el coronel Olcot t recibió una carta. Escr ita en t inta dorada sobre un papel verde, doblado dentro de un sobre negro, la remit ía “el Maestro Bey Tuit it”, quien “vivía en Luxor, Egipto”; Luxor era “la sede” de “la Gran Hermandad Blanca” -a la cual pertenecía Bey Tuit it . Invitaba al coronel a que fuera su discípulo, supervisado por Madame Blavatsky. Así comenzó una relación pública de la que surgir ían, entre ot ros grandes acontecimientos occidentales, la Escuela Teosófica, el libro Isis desvelada , y el maestro Kr isnamurthi.

Isis desvelada es una exposic ión del ocult ismo egipcio y del culto a la Gran Madre. El libro se divide en dos partes, la pr imera t itulada “Ciencia” y la segunda

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“Teo logía”. La pr imera parte analiza las doctrinas de Hume, Darwin y Huxley, a quienes corr ige por haber est rechado el concepto de ciencia, aplicándola só lo a las leyes demostrables que r igen el universo mater ial. E llas eran pas ibles, según la autora, de ser aplicadas “también a la evo lución espir itual” de la humanidad. La segunda parte es un ensayo de religión comparada y una exposición del budismo como la sabia doctrina donde religión y ciencia se unifican. La pr imera edición de mil ejemplares se vendió de inmediato a pesar de los ataques de los cr ít icos, que la despreciaron como “basura” (New York Sun) y un “gran gu iso de cuest iones embro lladas” (Spr ingfield Republican).

Enseguida los seguidores de Blavatsky la compararon con Darwin, considerando que ella comple ta su teoría cuando afirma que “la evo lución del animal hacia el hombre es meramente un eslabón en la larga cadena que hace que el hombre evo lucione hacia lo s seres super iores”. Blavatsky convierte pues, al darwinismo, una teoría limitada sociobio lógica, en la explicación de todo, desde los átomos a lo s ángeles. Pese a las reacciones adversas de los cient íficos universitar io s, esta pr imera obra de madame Blavatsky -como todas las que escr ibió- se cont inúan reeditando hasta el día de hoy. Y en su t iempo inic iaron una poderosa organización, const ituída por importantes miembros de la burgues ía norteamer icana y la ar istocracia inglesa, entre ellos func ionar ios gubernamentales. E l biógrafo Peter Washington explica que “El libro de Blavatsky respond ía

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a necesidades muy sent idas, en una época en que las dudas relig iosas estaban impulsadas por la pr imera gran oleada de la educación de masas. A finales del siglo XIX aparecieron numerosos lectores semieducados, con el apet ito , las aspiraciones y la falta de formación int electual imprescind ible para consumir tales textos. Era el ambiente ret ratado tan vívidamente en Inglaterra por Bernard Shaw, H. G. Wells, George Gissing y Hale White: el mundo de los autodidactas, per iódicos de perra gorda, enciclopedias semanales, clases nocturnas, conferencias públicas, inst ituciones educat ivas para obreros, debates sindicales, bibliotecas de clásicos populares, asociaciones socialistas y clubes de arte, un mundo bullicioso y ser io donde lo s lectores de Ruskin y Edward Carpenter podían perfeccionarse, donde lo s idealistas de las clases medias contr ibu ían a ello , y donde el nudismo y la reforma dietét ica iban del brazo con la hermandad universal y el conocimiento ocult ista.” (10)

Sin embargo no sólo “lectores semieducados y obreros” adoptarían el credo inic iado por Madame Blavatsky y el coronel Olcot t. Dos premios Nobel, Yeats y Bergson, ser ían también entusiastas seguidores de estas doctrinas, así como discip linados miembros de la Sociedad Teosófica Internacional. (11)

Igualmente Aldous Huxley, nieto del venerable bió logo Thomas Henry Huxley, quien fuera, como se recordará, uno de los pr incipales animadores de Darwin para la publicación de su doctrina evo lucionista. Es que hacia fines del siglo XIX alcanzó a tener un poder tan

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importante entre las clases ar istocrát icas de Inglaterra -y en parte de Europa y Estados Unidos- como para hacer inaudito que no se haya tomado aún demasiado en ser io la invest igación de hasta dónde influyó la Sociedad Teosófica en los grandes acontecimientos mundiales durante este per iodo, pues muchos de quienes gobernaban o gobernaron lo s países centrales eran asiduos concurrentes a las numerosas reuniones sociales y cursos, que organizaban Madame Blavatsky con sus seguidores, a lo largo y lo ancho del mundo.

Volveremos a ocuparnos de este grupo más tarde. Dentro de su fárrago contenido en siete tomos, Isis

desvelada sostenía entre muchas otras afirmaciones que la humanidad evo luciona hacia su perfección por medio de siete razas raíces, cada una de las cuales domina la t ierra durante millones de años para concretar el Gran Proyecto Universa l. Estas se subdividían a su vez en subrazas, hasta completar un amplísimo espectro. La predominante en la presente etapa de la historia -según el cr iter io teosófico- ser ía “la raza raíz ar ia o blanca”, de la cual emanaron las subrazas ar iosemít ica, irania, célt ica y otras der ivadas que fueron surgiendo desde el siglo XVII en el Nuevo Cont inente. De ellas “evo lucionará la sexta raza” -a la cual pertenecer ía el futuro próximo-: “Se caracter izará –según los teósofos norteños- por un alto desarro llo espir it ual y un sexto sent ido (clar ividenc ia ast ral) y poblará lo que hoy llamamos América del Norte. . .”

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Una neblinosa mañana de junio de 1858 Darwin recibió

una carta. Llevaba el se llo de Ternate, una isla del archipiélago Malayo. Era de Alfred Russell Wallace, un bió logo prest igioso, quien había viajado a lo que consideraban el ot ro extremo del mundo para obtener comprobaciones en que afirmar su teoría. ¿Y cuál era su teoría? La enunciaba en un largo ensayo que acababa -por fin, luego de largos años- de escr ibir: On the Tendences of Varieties to Part Indef initely from The Original Type . Darwin se fue al manuscr ito como chancho a los maíces. A poco de haber comenzado a leer lo , se sint ió horr iblemente enfermo. “Cuando Darwin terminó de leer el esquema de Wallace quedó como her ido por un rayo nos dice Ernest Trattner (8)-. Nada le había afectado tanto hasta entonces; allí, ante sus o jos, tenía una exposición de su propia teoría sobre la selección natural casi palabra por palabra”. Como aquel personaje del famoso poema de Bécquer (Cuando me lo contaron, sentí el f río de una hoja de acero en las entrañas. . . etcétera), luego de un t iempo indefinible Darwin reaccionó. Estaba la carta. ¿Qué decía? Él también había leído el Essay on Populat ion de Malthus ( importante co incidencia) llegando a conclusiones semejantes a las de Darwin (aunque aún no lo sabía). Si el largo art ículo que le enviaba le parecía digno de publicarse, pedía que su amigo (Darwin), lo enviara a una importante revista

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cient ífica, de la Linnaeam Society, y a sus comunes amigos, lo s cient íficos Lyell y Hooker.

Lyell mismo, junto a Huxley, aconsejaron a Darwin que no publicara el art ículo hasta haber escr ito su propio ensayo, para ganar pr imacía sobre la tesis de la Selección Natural. Total el ot ro estaba demasiado lejos como para protestar. Así se hizo. Entre todos se ocuparon de mantener entretenido a Wallace durante bastante t iempo. Fina lmente, en noviembre de 1859 -un año y medio después que Wallace enviara sus conclusiones- apareció el libro Origin of Species, con la firma de Char les Darwin.

Simult áneamente el grupo de “amigos” cumplió el pedido de Wallace, publicando su art ículo . Pasó desapercibido. El éxito del libro de Darwin, que obligar ía a impr imir pronto nuevas ediciones, lo sepultó para siempre.

Darwin, sin embargo, anunció durante un encuentro especial con la Sociedad Linneana que Wallace y él habían llegado a esas conclusiones al mismo t iempo. A los cient íficos de la sociedad les pareció una nota personal demostrat iva de la acendrada probidad del escr itor. Pero no tomaron demas iado en cuenta a sus teorías.

Debemos aclarar por fin que Darwin no era ni bió logo, ni arqueó logo, ni geógrafo, si a esto se ent iende como alguien que ha recibido sus conocimientos en una universidad y por ende el correspondiente t ítulo, licenciatura o doctorado. Los estudios regulares de

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Darwin habían llegado hasta dos cursos en Edimburgo, en lo s que no pudo alcanzar calificaciones suficientes como para ser aceptado en la Facultad de Medic ina, y t res años estudiando el sacerdocio, que tampoco alcanzó.

Dado el importante papel que lo s Huxley cumplieron

en relación con el desarro llo del pensamiento cient ífico darwinista, no queremos irnos sin citar a ot ro de ellos, Julian Huxley, quien en un párrafo tomado.. . casi al azar. . . d ice: “No hay, pues, duda de que, desde todos los puntos de vista, las ranas son realmente descendientes de lo s peces, aunque quizá de ninguno de los t ipos comunes que nos son familiares. . .” (11) El Libro de Urant ia complementa la información: “Entre los animales terrest res” -dice- “las ranas a lcanzaron su clímax [. . . ] (y) sobrevivieron, pues podían vivir largamente en los charcos y lagunas en evaporación de estos t iempos tan remotos [. . . ] Durante la decadencia de la edad de las ranas se produjo en Áfr ica el pr imer paso de la evo lución de la rana al rept il.” (Documento 59, Cap. 6, “La edad de la t r ibulación bio lógica”, Pág. 683.)

Jefferson, Watt , Benjamin Franklin, Malthus, Crusoe,

el mito del hombre blanco que construye riqueza a part ir de su propia int eligencia, t rabajo y vo luntad.. . ¿no configura todo esto el imag inar io sobre el cual basaron su historia los pueblos nordeuropeos con sus descendientes? Esto incluye su tecno logía y su

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metafísica. En este aspecto, la presencia de Bergson, Huxley y un nieto de Hume en la sociedad esotérica de Madame Blavatsky deber ían bastar para que consideremos alguna relación entre lo esotérico y los manejos de las pandillas de c ient íficos -o pseudo-, polít icos, militares, teólogos, que han construido las ideas de Occidente. Lyndon Larouche, un polít ico demócrata norteamer icano, que se opuso a las guerras contra Afganistán en Iraq, denunció que t ras la camar illa que rodea a Bush, con Hut t ington (Guerra de Civilizaciones) entre sus coordinadores, con Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger como asesores, existe una secta esotér ica que cree ser representante exclusiva de la Gran Hermandad Blanca en el mundo, lo cual la autorizar ía para actuar como “po lic ías del mundo”. (12)

“Cuando se sost iene -nos dice Héctor Schmucler en la misma conferencia con que abr imos esta Carta-, y se repite sistemát icamente, que determinados procesos son inevitables, cuando esta inevitabilidad alude a realizaciones que son productos del hacer humano, la expres ión `procesos inevitables´ puede ser banal y terrible al mismo t iempo. Otra cosa es considerar aquellos hechos que se escapan a la vo luntad humana y que se escapan porque la t rascienden: nadie, por ejemplo, logrará evitar el mister io de la muerte que, de paso sea dicho, es el que funda ese otro mister io , el de la vida. Afirmar que algo del hacer humano -como el actual hacer tecno lógico, como la creciente mercant ilización de las relaciones- es inevit able, y con ello significar que no

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só lo debemos aceptar lo sino también celebrar lo , es renunciar a la responsabilidad de nuestros propios actos”.

Es por no renunciar entonces a nuestra responsabilidad int electual, por no considerar que hemos llegado al “fin de la histor ia” ni de la ciencia, que estamos escr ibiendo estas Cartas, sin ataduras ni prejuic ios hacia doctrinas “intocables”, por inst itucionalizadas que estas se encuentren -aunque esto pueda excitar algunas impaciencias. Todavía tendremos que vo lver sobre var ios de los personajes mencionados aquí, part icularmente sobre sus doctrinas. Lo haremos, si todo anda bien, combinándo las con nuestros estudios de diferentes etapas de la histor ia, seleccionadas a modo de muestreo que nos permit a intentar descubr ir las raíces de la infelic idad humana, y -si esto es posible- a lgunas sendas para vis lumbrar nuestra felic idad.

Me despido con un saludo muy afectuoso. Julio Carreras (h) Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto . Autonomía Sant iago del Estero, Argent ina

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* Gén 49, 29-32/Sal 104/Mt 10, 24:33. 1968. Fundación del Movimiento Indio de los Estados Unidos. 1977. Car los Ponce de León, obispo de San Nicolás, mártir de la Justic ia en la Argent ina. (Agenda Latinoamer icana. Centro Nueva Tierra .)

(1) “El inquietante futuro de la lengua en la prensa de habla española”, ponencia de Héctor Schmucler , dir ector del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Naciona l de Córdoba, Argent ina, durante el Pr imer Congreso Internaciona l de la Lengua Española (Zacatecas, México, del 6 a l 11 de abr il de 1997. Salvo algunos br eves párrafos publicados durante ese mismo año por la sección Cultura de La Voz del Inter ior , Córdoba, permanece inédita según cr eo. La cita mencionada la extraje de la vers ión completa que poseo, t ipeada y enviada por su autor a mi pedido.)

(2) Enciclopedia Santi l lana . Chinon Amer ica Inc. , bajo convenio con Sant i l lana Publishing Company, Inc. , Germantown, USA, 1995.

(3) El Libro de Urantia . Edición española . Segunda revis ión. Documento 62.

Cap. 2, “Los mamíferos protohumanos”. Pág. 704. Urantia Foundation, Chicago, I l l inois, USA. 1996.

(4) Mendel, Gregor (Heinzendorf 1822 - Brünn, actual Brno 1884) Sacerdote, profesor de la escuela moderna de Brünn, donde r ealizó sus exper imentos sobre la transmis ión de los caracter es hereditar ios, cons iderados hoy como fundamenta les para el desarrollo de la genét ica. En 1866 publicó los r esu ltados en un pequeño bolet ín de su ciudad, con el t ítu lo de Ensayos sobre los híbr idos vegeta les, pero su aportación pasó por completo desapercib ida hasta que en 1900 el botánico holandés De Vr ies, que había llegado a sus mismas conclus iones, descubrió el ar t ícu lo y decidió

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denominar los mecanismos de la her encia como leyes de Mendel. Las leyes de Mendel explican y pr edicen cómo van a ser las caracter íst icas de los descendientes par t iendo de las caracter íst icas de los progenitor es.

Morgan, Thomas Hunt. (Lexington, Kentucky 1866 - Pasadena, California 1945) Biólogo estadounidense. Fue autor de la teor ía cromosómica de la her encia , que relacionaba genes y cromosomas y que expuso en sus obras Mecanismo de la herencia mendeliana (1915) , Bases f ísicas de la herencia (1919) y La teoría del gen (1926). Es famoso por sus numerosos exper imentos con la mosca de las frutas Drosophila . Recib ió el pr emio Nobel de medicina y f is iología en 1933.

(4) Arnold Hauser . Historia Social de la Literatura y el Arte . Tomo II. Capítu lo VIII : Rococó, c las isismo, romant icismo. 2, El nuevo público lector . Pág. 213. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1969.

(5) Car l Sagan y Ann Druyan. Sombras de antepasados olvidados . Editor ia l Planeta , Buenos Air es, Argent ina, junio de 1993.

(6) Nuestro Legado . Una breve histor ia de la Igles ia de Jesucr isto de los Santos de los Últimos Días. Salt Lake City, Utah, E.U.A., 1996.

(7) El Libro de Mormón . Otro t estamento de Jesucr isto. 1 Nefi, 13: 15, Pág.18. Traducción or iginal de las planchas al idioma inglés por José Smith, hijo. Pr imera edición: 1830, Palmyra, Nueva York, E.U.A. Edición española , Salt Lake City, Utah, 1992.

(8) Ernest R. Trattner . Arquitectos de ideas. Histor ia de las teor ías cient íf icas que transformaron el mundo. Darwin. Teoría de la evolución. Cáp. 13, Pág. 235. Ediciones Siglo Veinte. Buenos Air es, Argent ina, 1972.

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(9) Mayflower . Nombre de la embarcación que trasladó a Amér ica a los pr imeros colonizadores ingleses que, en número de 102, habían salido de Southampton en 1620. Llegaron a las costas de la actual Massachusetts y fundaron la ciudad de P lymouth. Entr e el los había numerosos pur itanos, conocidos hoy como “Los padres peregr inos”, que huían de la persecución de que eran objeto en Inglaterra y Holanda. Enciclopedia Sant i l lana. Chinon Amer ica Inc. , bajo convenio con Santi l lana Publishing Company, Inc. , Germantown, USA, 1995.

(10) Peter Washington. El mandril de Madame Blavatsky . Histor ia de la teosof ía y del gurú occidenta l. Tradit io, Va lencia , España, 2001.

(11)Yeats, William But ler (Sandymount, Dublín 1865 - Roquebrune-Cap-Martin, Var 1939) Escr itor ir landés. A

través de su obra revalor izó los t emas célt icos propios de su país y personalmente par t ic ipó en la lucha por la identidad cultural y la independencia ir landesa, l legando a ser elegido para el Senado en 1922. Cult ivó la poes ía y el t eatro y fue el fundador del T eatro Nacional ir landés (1901) , que dir igió hasta su muerte. Sus obras más recordadas son, en poes ía , Las peregrinaciones de Oisin (1889), El viento entre las cañas (1899), Innisfree , la isla del lago (1924) y La torre (1928); el ensayo El crepúsculo celta (1893) y, en t eatro, Deirdre (1907) y El gato y la luna (1924). En 1938 publicó su Autobiografía . Recib ió el pr emio Nobel de l i teratura en 1923.

Bergson, Henri (Par ís 1859 - íd. 1941) F ilósofo francés. En 1928 obtuvo el pr emio Nobel de l it eratura . Cons idera la realidad como «impulso vita l», como energía creadora que sigue en su evolución dos caminos: el ascendente, que or igina la vida, y el descendente, que se concreta en la mater ia . A su vez, los humanos “poseen dos t ipos de conocimiento: el

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intelectua l, que conoce mediante el aná lis is y capta la exter ior idad transmis ible de las cosas, y el intuit ivo, que penetra en el inter ior de lo rea l y capta lo que éste t iene de único, de inexpresable”. Algunas de sus obras más importantes son: La evolución creadora (1907), La intuición f i losófica (1911), y, sobre todo, Las dos fuentes de la moral y la religión (1932).

(12) Ju lian Huxley. La herencia . Y otros ensayos de ciencia popular . Pr imera edición en castellano. Editor ia l Losada, Buenos Air es, Argent ina, 1940.

(13) Dion Fortune, escr itora esoter ista y fundadora de la sociedad inglesa The Inner Light, cons idera que as í como existen delincuentes y cr imina les en el mundo f ís ico, los hay también entr e las anomalías que amenazan el mundo metaf ís ico. Confiesa en uno de sus l ibros haber sido l lamada entonces por los miembros de la Gran Hermandad Blanca, para integrar los cuerpos especializados de r epres ión a la delincuencia en los p lanos metaf ís icos, br igadas a las que l lama Policía Astral. The Inner Light ex iste en la actualidad. Dos de los r equis itos imprescindibles para ser miembro de esta sociedad son: per tenecer a la raza anglosajona y t ener el inglés como idioma pr incipal.

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Respuesta a Daniel Yépez Daniel escr ibió : Est imado Julio: No simpat izo con el cr imen, menos con las páginas

rojas de lo s per iódicos, pero el asesinato de dos jovencit as en su provinc ia está convulsionando la “estabilidad” po lít ica del juar ismo y conmoviendo al establishment local.

Hasta fue allanada la casa del capo di tut i capi de la represión sant iagueña. Quizás una mirada minuciosa desde su ópt ica arro jar ía un poco de luz a tanta oscur idad obvia. Quizás una carta, dentro de su est ilo tan part icular, pueda aportar nuevos datos para comprender lo que está a la vista, pero no se ve. Naturalmente, de ninguna manera quiero comprometer lo con un tema tan espinoso. Sólo tómelo como una inquietud de un lector de sus cartas. Gracias por su t iempo y estaré atento a su respuesta.

Atentamente lo saluda desde San Miguel de Tucumán, Daniel Yépez, un amigo de Raúl Dargo ltz.-

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De Julio:

Autonomía, Santiago del Estero, Sábado 21 de junio de 2003 .

Est imado Daniel: Leila Bashier Nazar era una bonita chica de La Banda.

El jueves 16 de enero de 2003 por la noche fue con su amiga Cr ist ina Juárez a un hotel céntr ico, para encontrarse con dos forasteros. Al salir de allí -como a las 2:30 de la madrugada- anduvieron con otros amigos, esta vez locales. Cr ist ina quiso cont inuar la fiesta, que iba subiendo de tono -según ella . Leila en cambio fue a Saravah -un sit io en la costanera, con fama de ser út il para “levantes”. Allí - junto a más amigos- planearon terminar el fin de semana “en grande”. Para ello , en var ios vehículos, part ieron hacia Guayamba (un pueblito paradis íaco, en el límit e con Catamarca, ahora saturado por una invasión de adinerados y mediopelos sant iagueños inic iada unos 15 años at rás). Después de abundantes libaciones, ingest ión de drogas, en medio de la orgía, regresaron a Sant iago. En viviendas de algunos miembros de l grupo, cont inuaron con sus excesos. La vio lencia estalló en algún momento y terminó con la vida de Leila. Sus compañeros de farra, al tomar conciencia de su estado, la habr ían llevado a un hospita l para reanimar la. Al no conseguir lo , por consejo de Musa Azar*, padre de uno de ello s, la habr ían llevado a la

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finca de este individuo -donde entre otras “exquis iteces” poseen un zoológico pr ivado- para desintegrar la con ácido. Luego de ello , habr ían esparcido sus restos por el sit io descampado -en el ot ro extremo de la ciudad- donde finalmente la encontraron.

Patricia Villa lba era una muchacha robusta y simpát ica. Podía decirse de ella que era at ract iva, pero carecía del refinamiento de Leila. Pese a ello eran compañeras de grupo. Al parecer uno de los part icipantes en el asesinato se habr ía desahogado contándo le lo sucedido. Al recapacit ar y consult ar su “error” con otros implicados, habr ían decidido asesinar la. Para eso fueron a esperar la a la salida de una verduler ía, donde Patr icia t rabajaba. La noche de su muerte salió como a la 1.00 de la madrugada. Fue la últ ima vez que se la vio con vida. A la mañana siguiente su cadáver, con muchos daños, fue hallado muy cerca de lo s restos de Leila Bashier Nazar. Esto ocurr ió el jueves 6 de febrero. Hasta aquí más o menos lo que dicen las invest igaciones publicadas.

Lo que me contó un joven que frecuenta la noche

sant iagueña (y también se droga): Leila vivía en Tucumán, más por cuest iones familiares que de estudio.** Junto a Patricia, Cr ist ina Juárez y otras chicas t rabajaba para una banda cuyos pr inc ipales rubros eran la prost itución de cierto nivel y el t ráfico de drogas. Esta banda estar ía manejada por una de las alas del gobierno provincial (ot ro “desliz”, la muerte de una jovencita de 17 años, le costó el puesto al gobernador Díaz, pues el

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prost íbulo era manejado por su cuñado y lo tenía, según se rumoreó, a él también como habitué). Leila y Patr icia habr ían “mejicaneado” a la banda, desviando fondos de lo s cargamentos de hero ína que la muchacha habr ía t ransportado regularmente desde Tucumán. Concertando negocios por su cuenta, ambas muchachas habr ían obtenido alguna ganancia adicional. Esto ocasionó su condena ( la cual debía ser “ejemplar”). La ocasión para ejecutar la habr ía sido el mencionado per iplo (donde habr ían somet ido a Leila a todo t ipo de torturas). Patricia en cambio, que era muy fuerte, habr ía opuesto gran resistencia, lo cual habr ía obligado a los delincuentes a asesinar la casi en el acto. Fin de esta parte de la histor ia.

Lo que no t rasciende en la pro fusa información

difundida por los medios, es que se ha precipitado al parecer una guerra de bandas. Sus detonantes pr incipales habr ían sido dos:

1) La vo luntad inclaudicable de lo s padres de las chicas por conocer la verdad (como fuera en el caso Mar ía So ledad***).

2) El int ento de la gobernadora, Nina de Juárez, por aprovechar po lít icamente estos cr ímenes. Veamos.

Nótese que uso el potencial, pues si bien se conocen estos datos, no es fácil encontrar elementos tangibles que puedan usarse como prueba fehaciente ante la “Just icia” local (entrecomillada porque es abso lutamente dependiente del la camar illa gobernante).

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Entonces, Musa Azar manejar ía bandas delict ivas con poder principalmente en t res rubros:

a) Robo de ganado, asalto a camiones con mercader ías en t ránsito , ot ras “tareas” en las amplias rutas sant iagueñas. Estar ía integrado por po licías en act ividad, parapo lic iales y delincuentes comunes.

b) Prost itución y t ráfico de drogas. c) “Segur idad” ( las pr inc ipales empresas sant iagueñas

están integradas por sus agentes). Habr ía entrado en co lis ión con otras bandas de

cuatreros (en las cuales revistar ía el grupo de Llugdar, hasta ahora el único procesado en la causa). También con otras bandas que operan en Segur idad (como la que conducir ía el mayor D´Amico, un milit ar sant iagueño compañero de Rico en su rebe lión contra el gobierno de Alfonsín, para evitar el juzgamiento de lo s genocidas de la dictadura, desde hace año protegido de lo s Juárez y cuñado de un diputado nacional por Sant iago del Estero), en juegos de azar, en drogas, etcétera.

Como estas bandas operan constantemente para copar la sucesión de los Juárez (ya muy ancianos), Nina habr ía quer ido repet ir con el vicegobernador la jugada que le permit ió desembarazarse de Díaz, gobernador electo, para hacerse de nuevo con el poder (ella fue elegida vicegobernadora, y con e l pretexto de “la moral”, como se sabe vieja t reta de las ar istocracias corruptas, ya que Díaz se vio salp icado por el cr imen de una chica en un prost íbulo regenteado por un par iente, lo dest ituyó). Así, aparecen implicados los hijo s de Dar ío Moreno (un ex

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simpat izante de Montoneros, ot rora muy astuto, ahora prematuramente deter iorado quizá por excesos y las constantes disputas en el seno del poder).

No supusieron aparentemente que se iba a desencadenar una gran movilización social. Anoche hubo grandes mult itudes desfilando por Sant iago. Hoy difunden constantemente sus imágenes todos los medios nacionales, incluso algunos internacionales. Part icipamos de estas movilizac iones con un part ido formado recientemente, “Movimiento Vecinal”.

En 1990 publicamos en la revista Quipu de Cultura,

que me tocó dir igir, un art ículo de mi compadre Alberto Tasso sobre lo que estaba sucediendo en Catamarca con Mar ía So ledad Morales. Luego de la gigantesca saga que se desenvo lvió en la Argent ina a part ir de ese cr imen, cuya descr ipción excede las posibilidades de esta breve nota, el Juez que resultó irreprochablemente elegido (por presión popular) para dictaminar finalmente en la causa, tomó este art ículo como sustentador de los fundamentos ét icos sobre lo s cuales basar ía su fallo . En este fallo se condenó, como se recordará, a un hijo de un diputado y uno de sus amigos, y sus repercusiones produjeron profundos cambios en la po licía, así como el derr ibamiento del gobierno catamarqueño. Qué decía este art ículo, cuyo valor se agiganta teniendo en cuenta que aún no había comenzado la catarata de reflexiones sobre

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estos temas que se desencadenó después. Veamos algunos de sus párrafos:

“. . .No es (una) convuls ión azarosa [. . . ] lo que está en

cuest ión, sino lo s movimientos sociales desatados a part ir , no de un cr imen, como se dice con ingenua facilidad, sino de muchos años de opr imente silencio [. . . ].

“. . .pocas dudas caben de que la po lít ica y la sociedad catamarqueña no serán al fina l las mismas que al comienzo.

“[. . . ]Desde luego, ese detonante [. . . ] no podría haber actuado sin un enorme descontento popular [ . .. ] (Tal) . . .descontento no puede comprenderse sin tener en cuenta el t ipo de sociedad y economía catamarqueñas, y el de la polít ica local. [ . . . ] .. .hay muchos rasgos de Catamarca comunes a las provincias noroést icas: economía agrar ia y mucha población rural, vastos sectores populares que no part icipan po lít icamente y sobre lo s cuales se ejerce int ensa manipulación para conducir su voto; r ígida divis ión de clases con huellas estamentales y de casta que perduran desde el per íodo colonial.

“[. . . ] . . .el enorme poder acumulado [. .. ] ejemplifica el papel del peronismo en el noroeste, como una fuerza polít ica fuertemente conservadora, que desplazó a otros sectores polít icos, pero reforzó el modelo de la r ígida denominación social que estaba vigente desde hace muchos años. [ . . .]

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“A part ir del caso Morales, se empezó a evidenciar que ese sistema no había sido tan eficaz, o más bien que había requer ido para muchos actores sociales un precio tan alto que ahora se sent ían con capacidad de reaccionar. Las movilizaciones de la sociedad civil -que no son sectores organizados, sino masivas expresiones de repulsa sin código ident ificatorio alguno-, están cuest ionando, en lo sustanc ial, la legit imidad del ejercicio del poder [ . . .] .

Hasta aquí las citas de este importante artículo de Tasso.**** Lo dicho allí puede aplicarse perfectamente a Sant iago del Estero, en lo relacionado con el caso presente de las dos chicas asesinadas. Por aquella misma época, desde Qu ipu de cultura denunciábamos también el asesinato de Mir iam Judith Herrera, de 17 años, presuntamente víct ima de una patota dependiente de l poder, cuya muerte –según versiones- pese a haberse encarcelado por breve per íodo a un hombre, permanecer ía en realidad impune.

Nos quedan muchos aspectos de la cuest ión por desarro llar. Volveremos sobre estos en próximos art ículos, que vamos a difundir por un flamante recurso de Internet , que estamos construyendo ahora: Indymedia Sant iago del Estero. En tanto, esperamos que este pequeño aporte haya servido para ubicar un poco mejor el sesgo subterráneo de lo que está sucediendo hoy en Sant iago. Un saludo afectuoso para todos.

Julio

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* Musa Azar . Polic ía de or igen árabe (etnia de la cual

proviene una gran par te de la población de Santiago del Estero: se notará que Leila también era hija de árabes). De simple agente, semiana lfabeto, escaló a los más altos niveles. Promocionado por Carlos Arturo Juárez, fue muy úti l a la dictadura militar , pues de acuerdo con las constancias publicadas en el l ibro Nunca Más, se especializó en la tor tura y ases inato de detenidos polít icos. En ese per íodo fueron ases inados, aplicando los peores métodos imaginables, unos 40.000 argent inos, en su mayoría jóvenes univers itar ios de entr e 16 y 25 años. Las invest igaciones publicadas en el l ibro Nunca Más, indicando algunos de los más conspicuos responsables de ese genocidio, fue r ealizada por una comis ión gubernamental dir igida por el escr itor Ernesto Sábato -bajo el gobierno democrát ico de Raúl Alfonsín. Al regresar a l poder , Juárez consolidó a Musa Azar . Este aumentó su poder , anudó alianzas con la plutocracia loca l y los nuevos dignatar ios. Se le a tr ibuye control sobre una gran porción de la actividad polít ica , económica y par t icu larmente polic ia l en Sant iago.

** El padre de Leila es un inmigrante pa lest ino que l legó a esta provincia en 1975. Tiene en la actualidad unos 48 años. La madre, también de or igen árabe, tra tó de matar a Leila , cuando tenía 14 años. . . no lo cons iguió, pero le dejó tr es balas calibr e 22 adentro -dos de ellas cer ca del cer ebro. Luego de esto, la joven mujer se suicidó. Bashier estaba ausente. Al parecer no mantenía una relación muy armónica con su esposa, y probablemente por entonces ya vivían separados.

*** El caso de María Soledad Morales fue pa recido. Su muerte luego de una juerga con integrantes del poder catamarqueño, fue tomada como base para una pelícu la del

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ta lentoso director argentino Héctor Olivera . Además de su éxito de taquil la , esta sirvió - junto a la inaudita actividad de los medios mas ivos de difus ión- para concientizar a la inmensa comunidad argent ina de un esquema de corrupción feudal imperante en muchas provincias, cuyas víct imas solían resu ltar con fr ecuencia muchachitas como la mencionada. El largo juicio fue transmit ido en vivo por var ios canales de televis ión, const ituyendo f ina lmente un verdadero plebiscito naciona l donde la opinión pública t erminó obligando a l cambio de jueces, la revis ión de las actuaciones tanto de la polic ía como de los jueces, y la caída de una dinastía polít ica gobernante (también de inmigrantes árabes) parecida en sus métodos polít icos a la que ejercen Nina de Juárez y Carlos Arturo Juárez en Sant iago.

**** “El caso Catamarca. Una sociedad contra el poder”. Alber to Tasso. En r evista Quipu de Cultura , página 16, Navidad de 1990. Se puede consultar el fa l lo fina l del juicio sobre el cr imen de María Soledad Morales, en cuyos fundamentos éticos se c ita este ar t ícu lo, en el sit io web del gobierno de la provincia de Catamarca, la sección Poder Judicia l, “Caso María Soledad Morales”.

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CARTA Nº 9 Autonomía, Santiago del Estero, lunes, 21 de julio de 2003.

E l presidente Car los Menem visitó Sant iago el año

1990. Su secretar io personal habr ía hablado por teléfono con el correspondiente del gobernador Iturre, para recomendar la garant ía de un detalle. E l Pr imer Mandatar io argent ino habr ía so lic itado “dos chicas, de entre 19 y 23 años, de buena familia, universitar ias”. Que no se preocuparan aquí –habr ía dicho-: ser ían bien pagadas. La Presidencia de la Nación tendr ía –según esta versión- fondos reservados para esos pequeños “accesor ios” de la labor presidencial. E l secretar io del gobernador, habr ía contestado que no, que cómo se le ocurría: Sant iago también tenía recursos para atender asuntos de gobierno. Y además, como el presidente iba a comprobar, las me jores chicas, las más dulces y refinadas. El presidente llegaba al aeropuerto cerca del mediodía. Luego del consabido almuerzo y sus act ividades ofic iales, descansar ía en las Termas de Río Hondo para regresar al día siguiente a Buenos Aires. Las chicas deber ían esperar lo desde las nueve y media de la tarde, en la suit e presidencia l del lujoso hotel. Así se habr ía implementado. Dos muchachas muy bonit as, licenciadas universitar ias, además de empleadas del gobierno, habr ían esperado al por entonces sexagenar io

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presidente, para evit ar que el tedio cayera sobre sus horas, fuera de agenda. Esta versión me fue narrada por un alto funcionar io gubernamental, unos días después de la vis ita de Menem a nuestra provincia.

No es que t ranscr iba esta anécdota ahora, 13 años después, para demostrar la fr ívo la, cicatera lubr ic idad del geronte que gobernó a 40 millones de argent inos durante dos per íodos. Deben exist ir miles de situaciones semejantes en tal sent ido, muchas de ellas públicas, lo cual convert ir ía a lo narrado en un simple chisme menor. Se t rata en cambio de sustentar el aserto de que los humanos no hemos podido construir un orden social armónico, justo y super ior, porque venimos repit iendo los mismos errores durante más de cinco mil años.

Hace 4700 años ya podía encontrarse un compendio de

todo lo que la codicia o la sensualidad humana pueden disfrutar sobre el mundo, en cant idades abso lutamente imposibles de ser gustadas por una so la persona aunque su existencia hubiera podido prolongarse por 500 años. La medic ión regular del t iempo con calendar ios de 12 meses, en años de 365 días, se había ideado en Egipto, hace unos cinco mil años y era de uso regular. En muchos de los pr incipales centros urbanizados del mundo se pract icaba la prost itución “sagrada”. Esta consist ía en que las familias debían conceder al templo de Ishtar -diosa alt amente célebre por esas épocas- su mejor hija virgen, la más dulce y bella, para que durante cierto

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per íodo del año se prost ituyera, con el objeto de sostener el culto .

Quiere decir que ya entonces -como ahora- los adinerados podían comprar inc luso mejores muchachas que las obtenidas en Sant iago por Menem (difícilmente de carácter virg inal).

Ya el faraón Khufu (Keops para los gr iegos), 4530 años at rás, había construido la Gran Pirámide, singular mansión mortuor ia de 145 metros de alto y 226,5 metros de ancho - lo cual representaba una superficie cubierta de 5 hectáreas. El lujo con que se dotó a sus habitac iones, la exquis itez de los decorados art íst icos en su inter ior, hacen que la mansión construida por Menem en Anillaco, represente un chiste, comparándo la só lo con aquel lugar dest inado.. . al cadáver de un gobernante. Imaginémonos lo que deben de haber sido las habitaciones de los palacios faraónicos. “Su majestad ha construido una residencia que lleva por nombre `Grande en Victor ias´. Está entre Sir ia y Egipto, repleta de comida y provisiones. El so l sale y se pone en su ho r izonte. Todos han abandonado la ciudad donde vivían para establecerse en sus vecindades”, narra un papiro datado 3.000 años at rás, refir iéndose a una de las mansiones donde vivió Ramsés II.

Esta contaba con un “escaparate para grandes fest ivales, con sus palac ios decorados con azulejos de lo sa fina, dependencias con co lumnatas y puertas de granito”. Pi-Ramses era, según los textos ant iguos “de hermosos balcones y pat ios deslumbrantes de turquesa y

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lapizlázuli [ . . . ] Los jóvenes visten de manera fest iva durante el día y se acicalan el pelo con aceite. Durante lo s fest ivales los vemos junto a las puertas de sus casas sosteniendo ramas de árbo l. [ . . . ] Aquí (están) los edific ios gubernamentales, las mansiones para los altos func ionar ios, almacenes repletos de grano y los templos dedicados a Re, Seth, Amón y Ptah.” (1)

Cuando el faraón Ramsés II conso lidó la glor ia mater ial de Egipto, hacia 1320 aC, las clases dominantes de aquel imper io podían considerarse como las más refinadas del mundo. Y posiblemente no hayan exist ido luego grupos ar istocrát icos de mayor so lidez cultural, económica, militar, polít ica y religiosa que ellos.

Por lo que se refiere a poder milit ar y táct icas bélicas de opresión, los as ir ios habían desplegado básicamente todo lo que se podía esperar de la vesania humana. So lían tomar miles de pr is ioneros, para hacer los sentar sobre largos palos punt iagudos, con lo s que flanqueaban kilómetros enteros de sus recorr idos: desangrándose, las víct imas debían servir de muestra de su capacidad guerrera para mantener el “respeto” de los viajeros. “Este pueblo feroz adoraba al severo dios Assur . [ .. . ] Los oficia les del ejército eran también sacerdo tes, y la palabra “rebelde” significaba lo mismo que “pecador”, es decir, un hombre merecedor de ser cast igado con la máxima sever idad. [ . . . ] Después de una victoria, se dego llaba a los pr is ioneros mientras celebrábanse r itos religiosos. Los asir ios no aportaron beneficio alguno a

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lo s pueblos por ello s somet idos. Por el contrar io , pillaban todas las t ierras”, además de mujeres y bienes.

“Tiglath Phileser I , refir iéndose a sus víct imas, se vanaglor iaba así: `Yo he hecho correr su sangre en lo s valles y en lo s altos lugares de las montañas. Corté sus cabezas, y, fuera de sus ciudades, como montones de granos las apilé. Sus despo jos y posesiones en número incontable t ransporté´.” Pese a ello , nuestro narrador, el vizconde Montgomery de Alamein, expresa a cont inuación: “[. . . ] esta polít ica era realis ta. Situada en una zona infecunda del alto Tigr is, As ir ia tenía la alternat iva de permanecer pequeña y pobre, o de hacerse r ica por la conquista. Si había de expandirse, tenía que asegurar sus fronteras oriental y mer idional, y dominar completamente en el Norte y el Oeste.” (2)

Yo tengo una grabación de la voz de un anciano, ex embajador de la República de Iraq en la Argent ina, mientras caían las bombas sobre Bagdad, durante la reciente invasión norteamer icana. La tomé de la radio. Confieso que no pude contener mis lágr imas mientras lo escuchaba: el hombre no podía creer lo que le sucedía, ver su ciudad dest ruida, recibir en su casa a mujeres y niños aterrorizados, sin agua, sin luz, en las calles cadáveres por todos lados mientras las bombas -cada una de un costo rondando el millón de dó lares- despedazaban sistemát icamente la ot rora gran capital. La valoración del “realismo militar” que t iene Montgomery, y la concepción malthusiana desplegada en sus escr itos arrojan pistas no só lo sobre las concepciones

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expansionistas que alentaron lo s autores del imper ialismo br itánico, sino también sus mejores alumnos, los anglosajones norteamer icanos. Pero como se percibe observando a los asir io s, no inventaron casi nada, si hacemos abstracción de la tecno logía.

A los 26 años me tocó estar preso de la dictadura

milit ar argent ina (1976-1983). Ello s nos habían hacinado en condiciones infer iores a las que se otorgan a los animales. La cárcel de Córdoba tenía en sus pabe llones “comunes” celdas para cinco y diez personas. Int roduciendo cuchetas (camastros metálicos dobles, uno arr iba del ot ro) podían meter a más pr is ioneros. El gobierno anter ior había construido pabellones especiales, “celulares”, con celdas ind ividuales para los presos polít icos, pues se nos consideraba de “máxima peligrosidad”. Finalmente habían alo jado allí a las mujeres. La celda que me tocó habitar estaba ocupada por 27 compañeros. A los ve inte que entrábamos en cuchetas se agregaban otros que habían llenado el espac io con camastros simples, dejando apenas un pequeño pasillo . Los milit ares entraban para go lpearnos y asesinarnos durante la noche o en cualquier momento, debido a lo cual, habíamos dispuesto rotar en los lugares que ocupábamos para dormir. E llo en razón de que cuando entraban bruscamente a las celdas, los pr imeros en recibir los go lpes eran quienes dormían más cerca de la puerta. Por ello pude ver, una noche que me tocó dormir

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exactamente delante de la puerta, en una cama simple, cómo sacaron a Larguirucho para asesinar lo .

“Larguirucho” Tramont ini era un joven de 24 años, estudiante universit ar io de vio loncello , que había ca ído preso en el 75, durante el copamiento de cierta unidad milit ar. Muy alto , tenía algún parecido en su rasgos a ese actor norteamer icano de los 50, Cary Grant . Decían que su esposa era muy bella, que tenía cabello s rubios y vaporosos; decían que su hijito , también muy rubio, era algo bonito de ver. Eso decían lo s compañeros –no muchos- que habían estado presos desde el per iodo democrát ico, cuando los presos po lít icos estaban bajo el régimen const itucional y podían recibir visitas.

La joven esposa de Larguirucho lo venía a vis itar t rayendo su hijito desde Sintra, una localidad cordobesa entre las serranías.

Recuerdo que escuché el ruido del candado en la puerta metálica y levanté apenas la cabeza en la oscur idad - la puerta estaba a unos t res metros y medio de mi cama, hacia lo s pies. Para ese entonces - invierno de 1976- ya había aprendido a no moverme cuando entraban lo s milicos, sin que ellos me lo indicaran. La puerta se abr ió bruscamente y vi t res o ficiales. Llevaban cascos, la luz del techo arrojaba sombra sobre sus o jos, uno de ellos, muy joven, con bigote rubio, miró hacia donde yo dormía: tenía o jos azules, en ellos t it ilaba la muerte. Me est remecí. Venían rodeados de suboficia les, hasta donde se podía ver, cargando fusiles FAL, bayonetas caladas, pistolas al cinto. Uno de ello s -gigantesco , o así me

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pareció- se asomó al umbral y gr itó: “Tramont ini”. A Larguirucho le había tocado en suerte dormir hac ia el fondo de la celda esta vez, pero no le sirvió de nada. Vi como lo obligaban a bajar la cabeza, para vendar sus ojos. Vi como le ataban las muñecas, con una gruesa soga vinílica, sobre la espalda. Luego todos debíamos dormirnos.

No iba a ser el pr imer compañero que mataban. Los llevaban a un campo milit ar, los hacían ar rodillar y les daban un t iro en la nuca. Solían rematar lo con otro de calibre mayor en el corazón, pero esto variaba: podían acr ibillar lo con ráfagas de metralla, o torturar lo antes.

Todavía no habíamos recibido ninguna noticia sobre la suerte de Larguirucho, cuando algunos compañeros, después de algún rodeo, empezaron a proponer el reparto de sus pertenencias. Estas eran tan miserables, que daba vergüenza la so la idea de que alguien las pidiera: una co lchit a, un par de sábanas mugr ientas, ¡un poncho!. . . dos pares de medias, ¡un calzoncillo largo!. . . Nadie se opuso y dos o t res compañeros comenzaron a alegar sus carencias, argumentando sufr ir de sabañones o cosas así, para sustentar sus mayores derechos a la propiedad de lo s bienes. ¡Me parecieron mercachifles regateando con astucia en el mercado para obtener mayores ganancias!. . . Como Larguirucho había s ido uno de mis mejores amigos, me dieron ganas de llorar. Pero logré contenerme y creo que lo disimulé.

Es que los militares nos habían quitado todo lo que pudiera br indarnos un mínimo confort . Durante ese

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invierno en que la temperatura llegaba a los cinco grados bajo cero, habían ret irado las frazadas, dejándonos so lamente con una co lcha. Se ocuparon de romper a culatazos los vidr ios de las ventanas, para hacernos sent ir el r igor del aire fr ío . Como nosotros tapamos lo s huecos luego, con pedazos de plást ico obtenidos de bo lsas vacías, nos obligaron a quitar lo s uno por uno. Me tocó estar en la planta alta, por lo cual el fr ío era mayor. Por lo demás, só lo nos sacaban una vez por día para ir al baño, diez minutos a cada celda, a eso de las siete de la mañana. Los guardiacárceles nos permit ían tener en cada celda un tarro, fabr icado con los de ho jala ta que origina lmente contenían cinco lit ros de aceite. Allí orinábamos y algunos con problemas de regulación también defecaban durante la noche. Se imaginará entonces el o lor que había en las celdas, ocupadas normalmente por veinte o t reinta pr isioneros. Si a esto se agrega que únicamente nos daban unos minutos más para bañarnos, los sábados por la mañana, puede completarse el panorama. A veces, no abr ían las celdas por un día entero. Sin darnos ninguna explicación. ¿Para qué? Si estábamos todos “muertos”, como nos anunció a los gr itos el general Sas iaiñ, al “inaugurar” este régimen. Nos habían quitado ho jitas de afeit ar, t ijeras, espejos, peines. Así que a lo s t res meses ya teníamos el pelo largo, al igual que la barba. A algunos se nos habían hecho llagas bajo la pelambrera, por la fa lta de higiene. Se había reducido la comida a: un pan, que se repart ía por la mañana con el matecocido -muy acuoso y sin

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azúcar-; una sopa, al mediodía, ot ra vez matecocido chir le a eso de las t res de la tarde y nuevamente sopa a las seis de la tarde. El pan debía durarnos para acompañar todas las “comidas”. Los que estaban desde antes del go lpe de estado recordaban que so lían ser grandes y se repart ían a discreción, por lo cual nadie so lía preocuparse por el pan. Los milit ares habían rebajado su tamaño, “por razones de presupuesto” hasta un vo lumen que nos parecía do lorosamente pequeñito . Dos veces por semana servían platos “de lujo”: po lenta y guiso de lentejas. Estos solían ser consist entes, a diferencia de la sopa, y llegaban más calientes. Por ello se los esperaba con ans ias. Como para hacer el reparto de comida se so lic itaban “vo luntar ios”, luego de r ísp idas discusiones “po lít icas” se había convenido entre las organizaciones que ocupábamos las celdas ir rotando también en este ofrecimiento cot idiano.

Es que los dos designados para el reparto , “obviamente”. . . ¡favorecían a sus celdas!. . . Se había llegado al extremo de que cuando alcanzaban las celdas del fondo las o llas habían sido completamente vac iadas de los t rozos de carne u otro elemento sustancioso, llegando al fina l só lo el líqu ido chir le y fr ío . . . (Puse entre comillas “obviamente” pues se suponía que nosotros, aún perteneciendo a organizaciones po lít icas diferentes, teníamos en común nuestra lucha por el Hombre Nuevo, cuyo modelo propusiera nuestro también comúnmente admirado Ché Guevara, y que debíamos empezar construyéndo lo en nosotros mismos.. . ¡Pero al

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caer en sit uaciones cr ít icas nos disputábamos un t rocito de carne, o nos abalanzábamos como buit res sobre las pertenencias de un compañero muerto!. . . )

Hacía poco habían t raído desde Cruz del Eje a un compañero del PRT. Era un muchacho reservado y bonachón, per iodista, a quien calculé unos t reinta años. Cierto día se sentó frente a mí y repent inamente me dijo: “acercá tu plato”. Lo miré sorprendido: “¿qué quieres hacer?”, pregunté. “Te voy a pasar un poco de carne. . . a mí me ha tocado mucho, vos no t ienes nada”.

Tenía razón, llegando al final del reparto, había comido ya un pedacito pequeñísimo que me tocara y lidiaba con el líquido so lo, haciendo durar el pan. ¡Pero a él tampoco le habían tocado más que dos pedazos! ¡No los había comido y pretendía dármelos!. . . Cuando los ojos de todos recorrían como halcones los platos de los demás, acechando el altamente hipotét ico caso de que alguien, por descompostura o stress, pudiera renunciar a algún pedacito de comida para pedírselo, que alguien ofrec iera la suya resultaba una anomalía increíble!. . . Yo había observado ya que Andrés Cañas -pues de él se t rataba- había cedido espontáneamente la mit ad de su pan a ot ro compañero, lo cual result aba igualmente inaudito . A part ir de allí, no dejé de ver que cada día, con todas las comidas, este compañero renunciaba una y otra vez a un pedazo de carne, a parte de su pan.. . ¡a veces a su pan entero, cuando veía que otro compañero estaba sumamente decaído!. . .

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¿Cómo podía hacer lo? Confieso con vergüenza que no só lo jamás renuncié s iquiera a un pedac ito de carne o hueso con filamentos durante ese per iodo aciago, ni a un poco de polenta o guiso caliente, ni a un pedazo de pan, no só lo jamás compart í mi comida, sino que además acepté var ias veces el pedazo de pan que Cañas me ofrec ía con obst inada ins istencia, o su única carne para comérmela. Andrés Cañas era el único compañero en ejercer tal conducta, entre 27 revo luc ionar ios guevar istas que ocupábamos esa celda.

Lo he visto renunciar no só lo a comida, sino quitarse su saquito viejo, de lana, que quién sabe cómo había podido salvar de la depredación militar, para dárse lo inapelablemente a un compañero que t ir it aba, atacado por la gr ipe y e l fr ío de ese s it io t remendo. No he podido olvidar lo en todos estos años, y aprovechando que el domingo pasado se celebró el Día del Amigo en la Argent ina, he quer ido hoy recordar lo. Pero no sólo por ser mi amigo, sino porque, así como la anécdota de Menem sirvió para demostrar que la estult icia y la cicater ía pueden repet irse una y otra vez a lo largo de la histor ia, no importa el grado de saciedad alcanzado por sus generalmente poderosísimos sustentadores, también existe en los humanos la nobleza sublime, esa generosidad sin condic iones que nos puede convert ir en “semejantes a lo s ángeles”.

Hacia el año 2002 supe algo, por fin, de Cañas. Que la

editor ial Co lihue había publicado un libro, Caminos de

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Nuestra América , donde mi amigo de la cárcel vo lcara conversaciones con el Premio Nobel de la Paz Ado lfo Pérez Esquive l, e l uruguayo Eleuter io Fernández Huidobro y el venezo lano Hugo Chávez, entre ot ros. (3) También supe que ahora vive otra vez en Córdoba, muy senc illamente. Y comenzamos a escr ibirnos y llamarnos por teléfono de vez en cuando. Él no debe imaginar que yo recuerdo todo lo que conté antes. De haber le consu ltado jamás me hubiese permit ido publicar lo . Pero menos mal que lo hice. Pues Andrés Cañas comparte con nosotros las Cartas, en esta lista. . .y ya no podrá impedirme el haber lo menc ionado. ¡Un abrazo, Andrés!

Est imados lectores y co laboradores, ahora dejaré a

vuestras elevadas int eligencias el extraer conclusiones. Y ahora mismo me desp ido, hasta la próxima oportunidad.

Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina. (1) Ramsés II. Faraón de Egipto . (Ramses II : Magnificence

on the Nile; Equipo cient íf ico coordinado por David O´Connor , Rita E. Freed, Kenneth A. Kitchen .) Traducción al español: Miguel Izquierdo. Time Life Books Inc. Editado en España por Ediciones Folio, Barcelona 1995.

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(2) Mariscal Montgomery, Vizconde de Alamein. Historia del Arte de la Guerra . Traducción: Juan García Puente. Editor ia l Aguilar , Madrid, España, 1969.

(3) Andrés Cañas. Caminos de Nuestra América . Editor ia l Colihue, Ediciones del Pensamiento Naciona l, Buenos Aires, 1999. En su contraportada dice:

“El per iodista argent ino Andrés Cañas convoca en Caminos de nuestra Amér ica a figuras representat ivas de diversas exper iencias. Dia logan, en sus páginas polít icos de acción y pensamiento, protagonistas todos de intensas epopeyas : el boliviano Juan Lechín Oquendo, el uruguayo Eleuter io Fernández Huidobro, los argent inos Adolfo Pérez Esquivel, Andrés Framini y Carlos O. Suárez, los venezolanos Lino Martínez y el comandante Hugo Chávez Fr ías, hoy pres idente constitucional de su país; el colombiano Javier Calderón, el cubano Fernando Martínez Heredia y el mexicano por adopción Enrique Dussel.

“Cañas ha estructurado lo que inicia lmente fueron entr evistas individuales en una mesa redonda vir tual en la que f luyen las ideas con la espontaneidad propia de los más apasionados debates. Están all í Lechín, quien encabezó un movimiento insurrecciona l obrero campes ino; Fernández Huidobro, jefe de la guerr i l la tupamara; Javier Calderón, representante de los a lzados colombianos; Martínez Heredia , vocero de la única ciudadela socia lista vigorosa y en p ie; está también el pres idente Chávez quien expresa el renacer , en los a lbores del s iglo XXI y a contramano de las opiniones modernizantes que postu laban su agotamiento, del modelo de caudil lo militar nacionalista de tanta tradición en Amér ica Latina.

“Intelectua les y polít icos compromet idos con las fuerzas popular es expresan caminos divergentes que confluyen, s in

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embargo, en la meta que los guía y que compartimos : la lucha por la dignidad humana en nuestra t ierra .

“Los test imonios de las f iguras reunidas aquí, sus lecturas del pasado, sus anális is del duro pr esente y sus vis iones del rostro futuro de la Patr ia Grande hacen de éste un l ibro necesar io para afrontar el desánimo y comenzar a andar los nuevos caminos.”

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Fecundas cartas

Me han parecido muy sabias todas las cartas, hasta

ahora. Me gustaría una ref lexión sobre el tema del suicidio y la poesía. El espíritu de autoaniquilación ligado a la poesía.

Hay un problema de fondo: un tabú, o una lógica de la conducta común, le ha negado compasión históricamente a los que caen bajo la desgracia del suicidio: tienen su círculo en el inf ierno, su excomunión en la tierra, etcétera.

En muchas partes, como en Inglaterra, se llegó al extremo absurdo de condenar a muerte a quienes cometían el delito de intentar suicidarse.

El tema es duro y resbaladizo. Ahí lo dejo. Francis Sánchez Ciego de Ávila, Cuba

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Respuesta ACERCA DEL SUICIDIO

Autonomía, Santiago del Estero, 24 de junio de 2003 Hacia octubre de 1976 el diar io argent ino La Nación

dedicó toda una pr imera plana de su sección Cultura a un art ículo asumido por “Mons. Dr. Octavio Der issi”, que comenzaba narrando el su icidio de Cesare Pavese. Der issi -a la sazón obispo auxiliar de La Plata y rector de la Universidad Católica Argent ina- at r ibuía el suicid io de este gigantesco poeta al “vacío existencia l”. Según aquel art ículo -que regresaba una y otra vez sobre el ejemplo- Pavese, a t ravés del cult ivo exquis ito de su alma, había alcanzado alturas vert iginosas con la evo lución de su pensamiento. Pero “por ser comunista -y por tanto ateo-” su imaginación no le habr ía permit ido “encontrar a Dios”. Pavese habr ía ascendido, entonces, a la más altas cimas con su imaginación.. . sólo para encontrar que allí. . . ¡no había nada!. . . Y si el ser exist ía para girar finalmente en torno de la Nada.. . pues no valía la pena exist ir . Todo esfuerzo espir itual, por encima de su feracidad objet iva, resultaba inút il.

Pese a la oportunidad de esta publicación ( la Argent ina vivía bajo una sangr ienta dictadura milit ar ant icomunista) y la t rayectoria del autor (del más est r icto conservador ismo ideo lógico) su argumentación

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persuadía, entre ot ras cosas por su prolija coherencia int erna.

E l licenciado Ferrera De Castro me result aba

ant ipát ico a la distancia. Lo conocía por los diar io s y lo había visto de cerca só lo una vez, cargando nafta a su poderoso auto en una estación de servic io. Por ese entonces era un importante func ionar io con rango minister ia l, en e l gobierno de Car los Arturo Juárez. Su mejor amigo era Juan José Laprovit ta (un médico ult raderechista, acusado de torturar a militantes de izquierda en Córdoba), en aquel momento minist ro de Bienestar Social. A su autoridad o ficial, Ferrera de Castro sumaba un at ildamiento indumentar io que podía resultar insoportable. De frente muy ancha, su cabello lucía br illante y perfectamente alisado hacia at rás, a la gomina. Perpetuamente de t raje, se captaban br illo s leves pero suntuosos desde sus car ísimas corbatas o sus puños. Por lo demás, era porteño,* llevaba una barbit a recortada escrupulosamente alrededor de su boca despect iva - lo cual refer ía un aire seguramente buscado a la iconografía de los Habsburgo-, su gestualidad era la propia de personajes acostumbrados a considerarse impunes. Se comprenderá entonces que me recorr iera un est remecimiento cuando se acercó a ofrecerme su mano en 1991, durante un acto de homenaje a un anciano escr itor, organizado por la revista Quipu de Cultura en la librer ía Dimensión. Por cierto luego que hubieran t ranscurr ido un par de minutos como para no resultar

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grosero, aprovechando mi carácter de organizador y el estar compart iendo la conversación con una bonita chica, me aparté raudamente, hacia el ot ro extremo de la sala.

Como unos quince días después, se presentó de repente en la librer ía Dimensión -donde por entonces yo t rabajaba. De só lo ver lo entrar vo lví a exper imentar un escalo fr ío ; pero esta vez no tendr ía escapatoria. Era una siesta de extremado calor, aparte de nosotros dos y lo s mozos del bar, no había casi nadie en toda la extensa galer ía. Se dir igió rectamente a mí, para decirme que había leído ya dos veces una novela breve que por entonces publicáramos. Rele ía una y otra vez algunos de sus párrafos, dijo (para probar lo me mostró el libro: estaba nerviosamente subrayado, con profusas anotaciones, hechas con let ra elegante y abigarrada en lo s márgenes) ; en e llos, se había sent ido ident ificado. Volvió a recorrerme un est remecimiento cuando me dio a leer el pasaje en el cual se sint ió expresado. Este narraba un momento culminante en la depresión del personaje, quien se había abandonado, cayendo en una especie de catalepsia, de la cual lo salvaron forzando la puerta de su departamento. (1)

Después de aquella presentación más extensa “Chacho” - lo llamaban así familiarmente-, me visitó casi todos los días. Confieso que hasta el últ imo de ellos esto siguió resultando para mí un t rago difícil: además de las caracter íst icas refer idas brevemente, Chacho cargaba en su baga je ideo lógico pautas fundadas en un catolicismo lefebvr iano, develando a cada t ramo de la conversación

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sus pilares int electuales: lo s más conspicuos exponentes de la ult raderecha argent ina, ant icomunist a, ant isionista, ant isinarquista, etcétera. El único punto de co incidencia indudable que hallábamos -y al cual apelábamos cont inuamente- era una profunda convicción inter ior sobre la existencia de Dios.

Algo se había resquebrajado en su est ructura ideo lógica fascista, sin embargo. Abordaba de pronto los temas po lít icos desde un nacionalismo ant iimper ialista, la doctr ina cr ist iana esforzándose por destacar aspectos socializantes. Esto se percibía también en su exter ior: si bien seguía usando sus ropas muy caras, las llevaba ahora con cierto descuido; la barba no lucía ya met iculosamente recortada, llegando incluso a presentar algunas tardes, en el espacio que debía ser est r ictamente rasurado, una extendida sombra de pequeños pelos sin afeitar. Su pelo, lacio, liso, muy fino, ¡le caía un poco sobre la frente a veces!; al parecer se o lvidaba ahora de endurecer lo con fijador.

La repet ición de sus vis itas me fue permit iendo vis lumbrar una extraordinar ia comple jidad en su carácter. Había comenzado a t rabajar como per iodista en el Nuevo Diar io ; algunos de sus cuentos fueron publicados en la sección cultural. ¡Escr ibía muy bien!. . . En sucesivos encuentros fui enterándome que at ravesaba dificultades económicas, pero principalmente existenciales. Era o se había convert ido en alcohó lico, aunque esto era muy difícil de percibir s i no se lo conocía de muy cerca. ** Cuando disponía de algún d inero insist ía en invitarme a

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comer algo; un par de veces acepté. El breve per íodo que duró ese acercamiento bastó para enterarme de sus mayores t ribulaciones: su esposa, según él, no solamente lo había arruinado desde un punto de vista económico, sino le impedía ahora part icipar en e l afecto de sus hijos. Ella era una jueza, miembro de la poderosís ima “Rama Femenina” del part ido gobernante, lo cual le había permit ido práct icamente proscr ibir lo –me contó.

Algún t iempo después (creo que durante el verano de 1992), Chacho se suicidó. Habitaba so lo en una casa alejada del centro. Lo encontraron dos días después de haberse pegado un t iro en la cabeza, con el cuerpo ya un poco hinchado por la descomposic ión.

En 1969, José Mar ía Arguedas, extraordinar io

novelista peruano, se suicidó en Chile. Algunos exégetas especularon sobre la influencia sobre su dest ino de la tensión por pertenecer a una raza despreciada, réproba, agobiada por tantas humillaciones como es la indígena. Esto parece ser un tema obsesionante para los peruanos, ya que se presenta con machacona recurrencia en sus obras literar ias. Se ensayaba en tal sent ido un paralelo con la historia personal de César Vallejo , ot ro peruano genial, extrañado y muerto en Par ís. Se ensayó, entonces, como posible razón para el suic idio la de pertenecer a una raza de par ias.

Pero en el verano de 1962 se había suicidado Marylin

Monroe. Tal vez tomara como ejemplo a Miroslava Stern,

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de 29 años, de quien se había dicho que “no pudo soportar el hast ío y la so ledad”, matándose con barbitúr icos a los 29 años. Ambas eran hermosas hasta el vért igo, famosos, r icas, aduladas en pr ivado y en público, pertenecientes a las razas consideradas como las más evo lucionadas de la especie.

Poco antes del fin de sig lo se pegó un t iro Kurt

Covain, líder del grupo Nirvana. No podía at ribuirse el suicidio al fracaso, ni a la pobreza, ni a la so ledad, ni al sent imiento de pertenecer a una raza despreciada. Kurt era blanco, ang losajón, adinerado. Se culpó entonces de esa decis ión al frenesí inducido en su mentalidad por el consumo de drogas.

Hace una semana se suic idó en La Banda -Argent ina-

Nelly Or ieta. Nelly era pintora -pr incipalmente grabadora-. Tenía un só lido prest igio regional, una posición económica estable, su personalidad era t ranquila, t radicionalista y conservadora, mas de carácter tolerante en su ideo logía. Jamás consumió drogas de ningún t ipo, estaba ya jubilada como profesora de Artes. Gozaba de la admiración por su obra, el afecto y el respeto de toda la sociedad.

Como puede infer irse de los pocos ejemplos humanos

tomados arr iba sint ét icamente, difícilmente pueda at ribuirse só lo a la carencia de fe religiosa motivaciones suicidas. Los dos pr imeros ejemplos muestran a un

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comunista-ateo y a un fascista-relig ioso desembocando unívocamente en un desenlace similar. Asimismo podrán encontrarse comunistas-ateos exuberantes y gozadores de la vida hasta el últ imo aliento, como Jorge Amado, Pablo Picasso, Albert i, etcétera, y también fascistas que jamás hubieran pensado en quit arse la vida e incluso mantuvieron hasta el fina l de sus días act itudes sumamente vita les. Como Camilo José Cela, quien se mur ió de vie jo, no sin antes haber obtenido el Premio Nóbel. Podríamos cont inuar esta línea de razonamiento con los ejemplos contrapuestos que se enunciaron a cont inuación: Arguedas-Marylin Monroe; Kurt Covain-Nelly Or ieta.

Puede hallarse entre los suicidas gran var iedad de caracter íst icas disímiles: unos vivían so los, ot ros rodeados por sus familiares o amigos; hay entre ellos quienes se drogaban, ot ros ni siquiera conocían esto. Lo cual me induce a pensar que las mot ivaciones para el suicidio pueden surgir en cualquier sector de la sociedad, dentro de cualquier cultura, a cualquier edad, en cualquier momento histór ico. Responden, en instancia últ ima a factores muy individuales, cuya generalización podría ser, desde un punto de vista de la responsabilidad int electual, poco recomendable.

Respecto de las reacciones condenatorias, al

sent imiento de extendida desazón, al fast idio u obst inada vo luntad de ocultamiento que induce en quienes

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quedamos vivos, tampoco siento la segur idad suficiente como para poder explicar sus or ígenes.

Es sabido que la t radición cr ist iana co loca al suicidio entre las mayores desgracias para el alma, la cual deberá purgar su error en diversos purgatorios, de acuerdo a casi todas las interpretaciones. Comparte esta concepción con la mayor ía de las grandes religiones.

Pero también la t radición esotérica -al menos su vert iente “blanca”- considera a dicho acto como una de las peores calamidades espir it uales.

“El acto de quitarse vio lenta y vo luntar iamente la vida -dice el Diccionar io Esotér ico de Zaniah- origina al causante el más last imoso estado. Un inexpresable y angust ioso sent imiento de vacuidad y el poder de observar a aquellos a quienes ha last imado con su muerte vio lenta, le hacen sent irse más vivo que nunca. La parte del aura ovo ide en que generalmente se encuentra el cuerpo denso se vacía y aunque el cuerpo de deseos adopta la forma del cuerpo denso perdido, se siente como si fuera una cáscara hueca, porque el arquet ipo creador del cuerpo en la reg ión del pensamiento concreto persiste como molde vacío durante tanto t iempo como debió vivir el cuerpo denso.” (2)

Es un cr it er io común por ot ra parte, en las doctrinas reencarnacionistas, que el suicida vo lverá a este mundo luego de un per iodo acotado. Y nuevamente deberá enfrentar las condic iones que lo sumieron en la desesperación, hasta encontrar la forma de superar las.

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En relac ión con el suicidio y la poesía: creo que los

art istas, por su oficio , suelen desarro llar un grado super ior de sensibilidad. Ello lo s hace alt amente proclives a caer en estados depresivos -o de exalt ación eufór ica- en circunstancias que podr ían resultar normales a la mayor ía de las personas. Tienen, en compensación, la ventaja de poder canalizar a t ravés de su obra estos sent imientos, sin necesidad de llevar los a la realidad en su exper iencia personal -de hecho, un verdadero art ista vive efect ivamente su obra en el momento de crear la. (3) Por ello me parece que un poeta, un pintor, o un novelista, aún con tendencias a t ratar el tema del suic idio o la muerte, es menos probable que caiga verdaderamente en ellos. No así las personas normales, quienes carecen del recurso de representar simbó licamente su fallecimiento, debiendo efectuar la exper iencia en su propio cuerpo. El haber t rascendido numerosos suicid ios de poetas se debe, según creo, no a que efect ivamente esta decis ión se ver ifique en mayor cant idad, sino a su carácter de personajes generalmente conocidos.

Nos queda el recurso bio lógico. Vitus Dröscher narra

que el calamar hembra, luego de poner sus huevos “deja de producir jugos gást r icos” y por lo tanto de comer. “Al cabo de cuarenta y dos días los nuevos calamarcitos sa len de sus huevos. Poco después la madre muere. [ . . .] Jerome Wodinsky [. . . ] ext irpó dos glándulas (situadas detrás de

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lo s o jos)” a un calamar hembra. “[. . . ] . . .el animal vivió nueve meses más. Además, durante todo ese t iempo siguió comiendo [. . . ] con buen apet ito . Entre ot ras presas, devoró también a sus propios hijo s”. Döscher concluye, entonces, que estas glándulas, a las que llama “mortuorias” podr ían ser un mecanismo dispuesto por un orden natural, que forzar ía a los animales a la autoeliminación, cuando pueden convert ir se en un peligro extremo para la supervivencia de su especie. ¿Podr ía at ribuirse, quizá, la compuls ión psico lógica hacia el suicidio a alguna “glándula mortuoria” oculta en el organismo humano, sea en su cuerpo bio lógico o en el “metafís ico”? Esto, si seguimos el razonamiento de Dröscher, deber ía ocurr ir cuando el humano afectado se convierte en una amenaza para sus congéneres. Pese a la sugest iva tentación que este ejemplo o frece, resulta, a poco de reflexionar, de difíc il aplicación. Existen entre lo s humanos numerosís imos casos contrar ios -entre los cuales podemos mencionar al azar los de Iván el Terr ible, Stalin, Pinochet , Pol Poth o George W. Bush- para impedirnos, por simple estadíst ica, tal cr iter io .

¿Conclusión? Creo que junto al arrebatamiento amoroso, la renuncia

a las convenciones sociales, y ot ras decisiones “locas” de algunos humanos -con frecuencia precipit adoras de vuelcos importantes no so lamente en sus vidas, como en el caso de San Francisco de Asís, sino de toda la

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sociedad-, la del su icidio pertenece al ámbito de los mister io s insondables del espír it u humano. Aquellos que únicamente ese ego, único en toda la histor ia, podr ía develar. Mister io s que, desgraciadamente, suele llevarse a la tumba (o al Más Allá), sin darnos ninguna oportunidad cient ífica de conocer los en el plano mater ial.

Personalmente, opino que el estado psíquico previo al suicidio const ituye una anomalía. (No incluyo en esta caracter ización ni al “suicidio asist ido”, como se lo llama hoy, ni a los “atentados suicidas”. Estos no const ituyen, según mi cr iter io , suic idios en un sent ido est r icto , por lo cual no son considerados aquí).

Un agudís imo estado depresivo suele preceder al suicidio ; es lo que me induce a considerar lo como una enfermedad. Dado que su factor determinante es profundamente inter ior, creo posible halla r, también, el ant ídoto únicamente en nosotros mismos.

Para producir lo , est imo que son necesar ios: un cuerpo sano, una mente lúcida, un corazón capaz de encontrar la felic idad –inc luso sin la int ervenc ión directa de factores externos. Estos requisitos no son algo muy fácil de obtener, pero tampoco inalcanzables, aunque pueda ser necesar ia toda una vida para ello .

Ser ía muy extenso profundizar en esto; además, seguramente vo lveremos sobre cuest iones relacionadas una y otra vez, a lo largo de nuestras Cartas. Por ahora, debo despedirme, hasta el próximo encuentro.

Con un sa ludo afectuoso. Julio

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* Se l lama “porteños” en la Argent ina a las personas

or iundas de la Capital Federa l (Buenos Air es ). Sus modales ostentan una actitud extr emadamente compet it iva, propia sin duda de las grandes urbes. Ello, unido a su tonada (alt isonante, de pronunciación veloz, pos iblemente inf lu ida por los a lt ís imos niveles de inmigración ita l iana que constituyeron su etnia) su “sincer idad” impaciente, y c ier ta escrupulos idad ati ldada en el vestuar io, provoca la percepción de su presencia como ir r ita t iva y pedantesca en las sociedades del inter ior argent ino, genera lmente de moda les controlados, de aliños menos esmerados, de aproximación menos dir ecta a las cuest iones más conflict ivas de la relación socia l. Debemos aclarar, pese a ello, que la modest ia forma l de los provincianos para nada significa una generalizada super ior idad espir itual. El provinciano argent ino con fr ecuencia es astuto, ladino, egoísta , y puede l legar a ser efect ivamente mucho más peligroso o cruel que cualquier por teño. Sólo que por condicionamientos histór icos y una tradición arcaica, ha modelado su personalidad dentro de una cultura sinuosa. Menem viene a ser un arquet ipo de esta actitud, fa lsamente humilde pero verdaderamente maquiavélica, presente en las poblaciones del inter ior con mucho mayor porcenta je de lo que suele imaginarse.

(1) He aquí par te de los párrafos que Ferr era había subrayado:

“Decidí, luego de un t iempo breve en ese estado, renunciar a mi trabajo y aislarme en el depar tamento. El murmullo de la ciudad y los hábitos de la gente se me habían vuelto insoportables. Adelgacé nuevamente muchos kilos. Pedía por teléfono los envíos de comest ib les, y padecía una angustia morta l en la espera, por el t error de ver a l empleado que los

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tra ía . Sólo veía t elevis ión y dormía. La barba me cr eció hasta el cuello. [. . . ]

“Entr é en el peor per íodo de mi vida. El cuerpo se me empezó a sacudir por los t emblores; ya no pude levantarme del sofá . Dormía de a ratos, con tr es a lmohadones bajo mis espaldas, frente a l t elevisor encendido; veía o soñaba escenas catastróficas, donde se mezclaban Nina Hagen, el Papa, Videla y batallas y campos humeantes con sonidos de ráfagas de metralla .

“Una noche me dormí más hondamente que la s anter ior es y desper té en el hospita l de policía . Un vecino había denunciado que en mi depar tamento sucedía algo sospechoso, y los polic ías, rompiendo la puer ta , se habían hallado con el caos que era mi hogar entonces, y conmigo t irado, con aspecto de muerto, ante el t elevisor encendido con la pantalla en b lanco.” (Abelardo , capítu los 17, Pág.107 y 18, Pág. 110; editor ia l Dimens ión, Sant iago del Estero, Argentina, 1991.)

** Había hecho acuerdos con los empleados de las confit er ías que frecuentaba. Así, en pr esencia de extraños, l lamaba al mesero y con ademán señor ial le decía: “Otro vaso de agua. . . bien l leno y con hielo”. Un amigo común me hizo caer en la cuenta que ese “vaso de agua” -r epet ido con ver t iginosa frecuencia- contenía , en rea lidad. . . ginebra.

(2) Zaniah. Diccionar io Esotér ico. Sexta edición, corregida y aumentada. Pág. 435. Editor ia l Kier , Buenos Air es, 1992.

(3) Hallo un ejemplo -entr e los innumerables que podrían darse- de esta facultad de mor ir y r enacer por la poes ía , en esta bella composición de Rafael Morales :

ALBA NOCTURNA Tan clara era la noche,

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tan plenamente aurora de la luna, tan t ierno amanecer terco de est rellas, que no sabía si llamar la Concha. Qué lejos ya la hora que una mañana pura alzó sus naranjales, lo s tempranos celindros de tu cálida nieve y abr ió lenta la t ierna corola de tus labios. Pero en la noche llegas aurora siempre de mi sangre tuya, pero en la noche llegas con tus frescos jardines y amaneces cont inua abr iendo en la t r isteza que la sombra construye lo s pétalos más claros que t iene la alegr ía . (Rafael Morales. Poemas Inéditos. Zarza Rosa. Revista de

poes ía . Pág. 10. Valencia , España, Abril-Mayo de 1986.)

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CARTA Nº 10 Autonomía, Santiago del Estero, miér coles 27 de agosto de 2003.*

León To lstoi recoge esta leyenda: En t iempos muy

remotos vivía en una is la so litar ia un santo ermit año. Cierto día desembarcan pescadores, entre ellos un vie jo tan rúst ico que apenas podía expresarse -y no sabía rezar.

E l so lit ar io quedó profundamente turbado ante tal ignorancia y le enseñó “con mucha pena y fat iga” el Padrenuestro. El viejo dio las gracias y dejó con los ot ros pescadores la isla. Después de algún t iempo, cuando la barca ya casi había desaparecido a lo lejos, vio el santo de repente una figura humana en el hor izonte, que, marchando por encima del agua, se aproximaba a la isla. Pronto reconoció al viejo, su discípu lo, y le salió al encuentro, cuando este pisó el suelo de la is la, sin palabras y emocionado. Tartamudeando, el viejo le dio a entender que había o lvidado la oración. “Tú ya no necesitas rezar” -respondió el ermitaño- “tu anhelo de Dios es tan grande, que Él mismo te llevará de la mano”- y despidió al viejo, que, vacilando por encima del agua, corrió nuevamente t ras la barca de los pescadores. (1)

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Necesidad de Dios Entre las palabras más buscadas usando Internet

figuran en pr imer lugar “Dios” y “sexo”. Esto puede significar un anhelo por comprender lo s sent imientos confusos, sensaciones s in explicación, intuiciones, sueños o visiones que a lo largo de su existencia en la Tierra han acompañado indefect iblemente a la conciencia humana. Hacia unos 5.000 años antes de Cr isto ya se había conso lidado, para designar los, la idea de Dios. Si bien con diferentes int erpretaciones y mat ices, ningún pueblo ant iguo carecía de cultos relig iosos, desde las feraces y civilizadís imas r iberas del Nilo hasta las también refinadas civilizaciones chinas, pasando por la India o Grecia, sin dejar fuera a los muy toscos europeos, quienes representaban por entonces la franja más at rasada de la humanidad.

¿Sobre qué bases estaban fundadas tales relig iones? No tenemos ninguna prueba de la existencia de Dios. Un sacerdote (probablemente) escr ibió de Atón “tú has inic iado el vivir”:

. . .Tú haces las estaciones para que se desarro lle todo lo creado: el invierno para refrescar lo , el verano porque te gusta. [ . . . ] La Tierra está en tu mano como tú la has creado. Si tú resplandeces ella vive, si te ocultas ella muere.

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Tú eres la duración misma de la vida, y se vive de t i. . . (2) Pero estos versos, como otras composic iones literar ias

o narraciones míst icas, no aportan datos cient íficos que puedan otorgarnos cert idumbre acerca de la existencia de un Ser super ior (o var ios).

Es algo hasta ahora imposible, sin embargo, probar fehacientemente la existencia de cualquier afirmac ión humana. ¿Quién puede asegurar, por ejemplo, la abso luta certeza de su propio exist ir? Los sent idos (tacto, visión, oído, olfato, gusto) nos dan el paradigma esencial de l que parten todos los conocimientos considerados cient íficos. Part icularmente nuestra vis ión ocular. Pero ¿podemos ver nuestra espalda? Provoca un patét ico est remecimiento el comprender que no podemos ver directamente la mayor parte de nuestro cuerpo (que supuestamente otros ven). Ni siquiera nuestra cara, dado que la imagen del espejo es so lamente una reproducción, muy esquemat izada, de las propiedades que se reflejan. (3)

La película The Matr ix juega con la idea de que en últ ima instancia “todo sucede dentro de nosotros” y no tenemos demasiados elementos como para arr ibar a la cert idumbre de si lo que estamos viviendo es real. En un mundo que han dominado las máquinas - luego de una guerra sangr ienta- ellas somet ieron a los humanos reduciendo su función práct ica únicamente a la de proveedores de energía. Para tal cosa lo s mant ienen dormidos y latentes, dentro de sarcó fagos de metal, en inmensos depósitos subterráneos, donde los alimentan

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por sondas y proveen a sus mentes con una ilusión de existencias. La ilusión es per fecta, e incluso puede ser “elegida” por las inclinaciones psíquicas del quiescente: hay sociedades muy desarro lladas, con gobiernos, tecno logía de punta, y millones de c iudadanos que nacen, van al kinder, aman, se afanan buscando el éxito profesional o se psicoanalizan, generación t ras generación… sin darse cuenta en abso luto que esa existencia le está siendo transmit ida, durante toda su “vida út il”, a t ravés de un cable conectado a la nuca.

La ilusión de las percepciones

S i lo s microbios estuviesen dotados de pensamiento

racional, probablemente no se dar ían cuenta de la existencia de los humanos. Al menos con el significado que damos nosotros a tal concepto. Pues tanto lo que consideramos “conscienc ia” como sus resultados son producto de cierto t ipo de percepciones, que nos proveen de códigos part icu lares para interpretar a ese conjunto que denominamos luego “existencia”. También está presente la posibilidad de numerosos t ipos de conciencia -por lo cual no deber íamos negar categór icamente su posible ejercic io a los microbios. Sus percepciones podrían desenvo lverse por caminos inaccesibles para nosotros, como lo ser ían los nuestros para ello s.

Pero supongamos para sustentar esta proposición que lo s microbios estuviesen dotados de un t ipo de conciencia exactamente igual a la ejercida por nuestro

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cerebro. Tampoco tendr ían ni la más remota idea del aspecto general y las formas totales de un hombre o una mujer. Como máximo representar íamos, para su imaginación, portentosos objetos naturales, moviéndonos muy lentamente en el gigantesco Espacio, de parecido modo al que asumen ante nosotros los planetas.

Aún dotado con este t ipo de conciencia, para un microbio habit ando nuestra piel ser ía imposible captar, desde allí, ot ra cosa que no fuesen accidentes naturales, tal como nosotros vemos a lo s desiertos neuquinos, a los bosques del Amazonas o a la cordillera de los Andes.

Precisamos advert ir lo , para tener presente que cuando el ser humano t rata de entender lo s planos metafís icos, debe abandonar los preconceptos y muchos de los conocimientos sustentados en nuestras percepciones. Del mismo modo que si un microbio, dotado de consciencia, se propusiera emprender algún estudio serio sobre la condición humana.

Bien. No quiero hacer demasiado larga esta carta, por ello iré directamente al eje de lo que quie ro proponer hoy como tema de reflexión.

Si existe Dios evidentemente nos implica a todos. Pues para ser Dios debe ser Infinito , es decir sin límites. Con lo cual deber ía impregnar Todo, por fuera y por dentro: cada cosa o ser deber ía estar at ravesada hasta en sus part ículas más infinitesimales por Dios y exist ir , a su vez, rodeada por Él. Y si no existe, podr íamos ser entonces una creac ión semejante a los muertos-vivos de

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Matr ix, con lo cua l tampoco nuestra propia existencia tendr ía fundamento real.

Tomando provisor iamente como más posible la existencia Dios, parece evidente que al fo rmar parte de todos -Ser Todo lo que existe- su preocupación central deber ía ser la Armonía. De otro modo -si no le importara que su propio cuerpo fuese un caos- ser ía un Dios loco, o más bien un demonio.

Aprovechándome un poco de la confianza que me han br indado hasta ahora, compart iré entonces con ustedes mi convicción personal: la de que Dios ha sido expresado de manera perfecta en el mundo a t ravés de las enseñanzas de Jesucr isto . No sólo en lo que se refiere a ejemplo personal y modelo de vida individual, sino también en lo relacionado con nuestra organización social. Pero al parecer Jesús, más que inst ituir un culto , se interesó por crear las raíces de una comunidad que sirviera como modelo de convivencia para todos los seres humanos, sin dist inc iones.

La Comunidad de Jesús

¿Formó Jesucr isto una pr imera Iglesia?. . . Ningún

test imonio documental indica que durante su minister io se estableciera una “nueva religión”.

Esto en el sent ido de fundamentar un orden jerárquico o rituales. (4) Sin embargo, es posible que hubiesen surgido espontáneamente agrupaciones comunit ar ias, en las diferentes localidades que con su cortejo vis itaba El

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Maestro. Y algún t ipo de organización rudimentar ia, igualmente espontánea, con el fin de o frecer comodidades suficientes a los hermanos predicadores cuando estos llegasen a cada lugar.

E l método de difusión ut ilizado por Jesucr isto se apoyaba pr incipa lmente en la prédica ambulante. Debido a ello , elige a doce apóstoles (apóstol = mis ionero) a quienes encomienda difundir el novedoso cuerpo de ideas por medio de conferencias públicas. Jesucr isto es el pr imer predicador: de sus conferencias surge la doctrina esencial.

La importancia que el Hombre-Dios otorgaba a este recurso queda test imoniada en e l poster ior envío de setenta y dos discípulos más para reforzar la red difusora de ideas nuevas. (5)

Es evidente que en cada población se esperaba con gran expectat iva la visit a de Jesucr isto con sus apóstoles. En algunas de ellas lo conocían, lo amaban, y habían preparado verdaderas fiestas populares para recibir lo .

También se habían organizado pequeños grupos del entorno crist iano, que hacían el papel de “adelantados”. Ellos se ocupaban seguramente de que las condiciones fuesen ópt imas para la predicación.

Un dato importante es que casi todas las predicac iones de Jesucr isto se desarro llaron en el campo, o en pequeñas ciudades habitadas por poblaciones “heleníst icas”. Esto es, ámbitos donde coexist ían jud íos regresados de países gr iegos, junto a conversos y gran cant idad de paganos o de otras confesiones. Asimismo, en su vis ita a estas

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ciudades, la act ividad cr ist iana se desarrollaba normalmente en la per ifer ia de e llas, no en sus centros cívicos. Quiere decir que los numerosos grupos que seguían a Jesucr isto estaban compuestos pr incipalmente por: campesinos, jud íos “gr iegos”, conversos jud íos, y una gran cant idad de cur iosos o insat isfechos de las ot ras religiones en boga.

Luego de la crucifixión, se evidencia esta red en la presteza con que custodian y protegen al Salvador, turnándose para controlar, incluso luego de su ent ierro, que no se profanara su cuerpo. Igualmente al resucit ar, Jesucr isto es recibido por grupos que se han t ransmit ido rápidamente la not icia y lo esperan, en sit io s adecuados, para escuchar su Palabra y recibir el legado que Dios dejará.

Entonces, puede sostenerse con segur idad que, al dejar la Tierra el cuerpo de Jesús (según el Evangelio de Valent ino, once años después), existen comunidades organizadas, con el propósito de pract icar y t ransmit ir la doctrina. Su jerarquía son los apóstoles. De ellos, en pr imer lugar los doce, luego los setenta y dos (en total: ochenta y cuatro). Junto a estos, y en igualdad jerárquica la Virgen Mar ía, y Mar ía Magdalena, “la discípula prefer ida de Jesús”, de acuerdo con documentos de esa época. Así se const ituyó, pues, la Comunidad de Jesús.

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Algunas características de las primeras comunidades Debemos imaginar las predicaciones de Jesús y sus

discípulos como un acontecimiento extraordinar iamente importante para las poblaciones de aquel t iempo y aquella reg ión. Aún para quienes no creían en sus argumentos, o no necesitaban sus servicios.

Podemos situar lo entonces en un mundo agro pastoril, donde lo s sonidos más potentes eran los mart illeos en herrer ías o talleres de fragua, las sierras manuales en carpinter ías, los chirr idos de lo s engranajes en arados, carros u otro t ipo de maqu inar ias, generalmente de madera, propias de la época. Este era un mundo libre de lo s innumerables bramidos, bocinas, t raqueteos, sirenas, ululeos, caramillo s, chiflidos, musiquillas cibernét icas, ronquidos, redobles, cornamusas, ronroneos metálicos, raspas, voces distorsionadas, berreos, con que nos envuelven las ciudades actuales de un modo inint errumpido. Tampoco impregnaban el éter los zumbidos constantes de lo s generadores eléctr icos, su producto y los innumerables aparatos que esa energía impulsa a t iempo completo en millones de edific ios. Ni la polución de ondas electromagnét icas o her tzianas, emit idas por miles de propaladoras de televis ión, radio, Internet o satélites, que at raviesan con una pr ieta red invis ible nuestra atmósfera.

Quiere decir que las voces de Jesús o sus discípulos no necesitaban de grandes esfuerzos para ser escuchadas por

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cinco mil personas, como sucedió en el monte de Tiber íades.

Otro dato a tener en cuenta es que esas poblaciones estaban ejercitadas en escuchar conferenc istas. E l mundo de entonces contaba con lo s oradores públicos como uno de sus pr incipales at ract ivos culturales. De esta manera se t ransmit ía la información po lít ica, se daban a conocer histor ias o composiciones art íst icas, se difundían doctrinas filo só ficas, religiosas, predicciones o escatologías.

E l grupo de Jesucr isto debe de haber sido muy at ract ivo. Compuesto por numerosos discípulos, entre quienes ocupaban un lugar destacado también muchas mujeres, su t raslado de un pueblo a otro recorr iendo el país, en sí mismo, const ituyó sin duda un espectáculo muy int eresante.

Es bastante probable que en cada zona vis itada por Jesús se conformaran espontáneamente comunidades de vecinos, quienes se compromet ían a cult ivar en su seno la novedosa doctrina. La Iglesia de Jesús se fue const ituyendo, pues, en numerosos “templos sin Templo”, ámbitos naturales, comunitar io s, como pat ios de casas de familia o espacios en e l campo, en algún bosque, en las serranías.

No hay ninguna prescr ipción de Jesucr isto en el sent ido de construir templos para la práct ica de su fe. También en este caso, como casi siempre que se le requer ía respuestas sobre temas mater iales o cont ingentes, sus palabras no autorizan a una

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int erpretación aplicable objet ivamente de un modo est r icto .

En los únicos pasajes de los Evangelios sinópt icos donde menciona al templo, es para decir que “lo dest ruirá y reconstruirá en t res días” (aunque se nos aclara que se refiere al “templo de su cuerpo”, Juan, 2:19-21). O para anatemat izar lo: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a lo s que le son enviados!. . . / Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa”. (Mateo, 23:37-38). Su act itud parece suger ir un culto libre, en medio de la naturaleza o en ámbitos familiares. Así en el Evangelio de Tomás -texto del cual hoy se sost iene que podría ser el pr imer Evangelio escr ito-, cuando dice: “Part id la madera, allí estoy. Levantad la piedra y allí me encontraréis.” (Tomás, 77) Esto induce a creer que Jesucr isto se consideraba presente, como esencia de Dios, abso lutamente en todos los ámbitos cósmicos.

Ideología y composición social de las primeras comunidades

Saber que el Templo const ituía el negocio del que se

valían todas las clases sociales de Jerusalén para subsist ir nos ayudará a entender algunos aspectos esenciales de l movimiento de Jesús.

La ar istocracia usaba su condic ión de centro religioso como un factor esenc ial de dominación polít ica, económica y cultura l. E l clero por cierto estaba implicado de lleno en su ut ilización para estos fines. Por

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lo demás, toda la poblac ión de Jerusalén obtenía algún t ipo de benefic io de la inmensa est ructura. Muchos como empleados, ot ros como proveedores, casi todos como beneficiar ios de las fest ividades, que at raían mult itudes de todas las regiones del imper io, que comían, se alo jaban y consumían productos locales. (6) De acuerdo con datos oficiales, al comenzar su reinado Herodes (39 aC) contrató 11.000 empleados para desempeñar tareas en el templo. Esta cifra había ascendido hasta 18.000 cuando mur ió (4 aC).(7)

El procurador romano, en tanto, estaba perfectamente informado de la sit uación y pract icaba una cautelosa diplomacia con relación a lo s intereses que se movían alrededor del templo. Esto debido, además, a la debilidad polít ica que ese cargo tenía en el esquema del imper io. Así, Poncio Pilatos no era más que un jerarquizado burócrata, somet ido a la t r iple autoridad del gobernador de Sir ia -un romano de mayor jerarquía- el emperador y el senado. Con frecuencia estas autoridades romanas no vacilaban en desautorizar a sus procuradores, con tal de no desestabilizar el delicado equilibr io mantenido con relación a lo s reyezuelos judíos, su ar istocracia y su levant isco pueblo.

Todo esto explica, entonces, la aparente contradicc ión de que luego de ser recibido con júbilo por una mult itud al entrar a Jerusalén, Jesús sea condenado a muerte por ot ra mult it ud, pocos días más tarde. La pr imera mult itud eran los peregr inos, que habían concurr ido para la fiesta de la Pascua: en su mayor parte campesinos, o foráneos,

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en su mayor ía simpat izantes o amigos de Jesús. Quienes lo condenaron eran pobladores de Jerusalén: la préd ica subversiva del Hijo del Dios ponía en r iesgo al sistema que les daba de comer cada día.

La prosper idad de Jerusalén era considerada espur ia por la mayor ía de la población israelit a de Palest ina, pr incipalmente por dos razones:

1) Estaba conducida por una jerarquía fraudulenta. Los sacerdotes del últ imo siglo provenían de los capr ichos ar istocrát icos y no de la legít ima suces ión sadoquista. Tampoco sus reyes, no só lo estaban fuera de la sucesión legal, sino que ni siquiera eran israelit as sino idumeos. (8)

2) Nacía del somet imiento a una potencia imper ialista. La economía de Jesucristo Jesucr isto no cobraba.. . no ejerció, durante su

predicación, ningún t rabajo “remunerat ivo”. . . tampoco pagaba lo que consumía o usaba.. . Esto parece suger ir la doctrina de que los bienes naturales son propiedad de quien los necesita verdaderamente, no de quien se apropia de ellos para acumular los e infundir les un uso lucrat ivo.

Los Hechos de lo s Apóstoles, textos reconocidos por todos los sectores cr ist ianos actuales como autént icos escr itos de las pr imeras comunidades cr ist ianas, confirman esta interpretación. En dos pasajes sustentan claramente la doctrina del reparto solidar io: a cada

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quien, de acuerdo a sus necesidades, de cada quien, según sus posibilidades. Debido a ello es que los r icos antes de ser aceptados en la Comunidad de Cr isto , deben vender todos sus bienes y poner el producto a disposición del reparto . Es tan est r icta esta condición que los textos sagrados dan cuenta de un tal Ananías, quien “de acuerdo con su mujer, Safira. . . vendió una propiedad y. . . a sabiendas de ella, retuvo parte del precio” y puso el resto a disposición de la Comunidad. “Pedro le dijo:

-Ananías, ¿cómo es que Satanás se te ha met ido dentro? ¿Por qué has ment ido al Espír itu Santo reservándote parte del precio de la finca? [. . . ]

No has ment ido a los hombres, sino a Dios. A estas palabras Ananías cayó al suelo y expiró y

todos los que se enteraban quedaban sobrecogidos. Fueron los jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar”. Igual suerte corrió luego la mujer. (9)

Tal sever idad indica que la abo lic ión de la propiedad pr ivada no era una ley menor de la Comunidad Cr ist iana origina l, sino por el contrar io , uno de sus pr incipales pilares.

La iglesia de San Pablo Teniendo consciencia de tales precedentes, se presenta

como extraordinar ia la diferencia entre esta forma de organización comunista y la Iglesia convert ida en gigantesco poder estatal, con la que nos encontramos conso lidada hacia el siglo XV, pero se perfila claramente

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como tal ya unos t rescientos años después de la encarnación de Cr isto . Señalando como dato de gran relevancia que esos estados sustentaban, en dichos per íodos, organizaciones po lít icas feudales o esclavistas.

Saulo de Tarso, un represor far iseo, converso mediante cierto fenómeno del cua l únicamente él mismo podía test imoniar, logra convert ir se en factor determinante para el desarrollo de esta brusca modificación de rumbos en la Comunidad original. No es infrecuente esta concentración del poder en manos de un advenedizo, en lo s movimientos t ransformadores o revo lucionar ios. La histor ia poster ior nos dará ejemplos semejantes, como los de la Revo lución Rusa, donde Stalin emerge del pelotón para convert ir se en factotum de los dest inos del gigantesco Estado Soviét ico durante su etapa fundamental. Así también en la revo lución argelina, en el Congo, etcétera.

Entonces, no sin luchas sordas, las concepciones de Saulo van imponiéndose paulat inamente, sobre las del propio Jesús. Mientras el Dios Encarnado práct icamente ignoraba las autoridades imper iales, Saulo destaca su condición de “romano”. Jesucr isto sost iene un orden en el cual mujeres, hombres y ancianos dis frutan de igualdad. Dándo le pr ivilegios únicamente a los niños. Tampoco convalidó, en abso luto, la esclavitud, caracter íst ica dominante en el Estado de entonces.

Saulo, en cambio, afirma, refir iéndose a lo femenino: “Las mujeres estén sujetas a sus mar idos, como al Señor ; porque el mar ido es cabeza de la mujer, así como Cr isto

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es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y é l es su Salvador”. (Col. 3.18; 1 P. 3.1 - Efesios 5 .21-22.)

Y acerca de los esclavitud: “Que los esclavos se sometan en todo a sus amos, que t raten de dar les sat isfacción y eviten contradecir lo s. Que no les roben, sino que aparezcan dignos de toda confianza”. (Efesios, 6, 5:9.)

Con tales presupuestos, es comprensible que t res siglos después de la muerte de Jesús, la “evo lución ideo lógica” de algunas ramas de la por entonces masiva congregación cr ist iana, haya permit ido al régimen imper ial otorgar le la categoría de Relig ión de Estado.

Pero esto es parte de otra historia, que seguramente habrá oportunidad de desarro llar en otra carta. De momento, me queda só lo despedirme, con un saludo afectuoso.

Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina

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* 1828. Se f irma el Acuerdo de Montevideo, que asegura la independencia del Uruguay -ba jo la a tenta vigilancia de Gran Bretaña. 1993. La ley 70/93 r econoce los derechos terr itor ia les, étnicos, económicos y socia les de las comunidades de color en Colombia. 1999. Fallece el obispo brasileño Dom Helder Cámara, “hermano de los pobres, profeta de la paz y la esperanza”. (Agenda Latinoamer icana 2003.)

(1) León Tolstoi. Cuentos Populares . Citado por A. Hauser en Histor ia Social de la Literatura y el Arte. Tomo III. Naturalismo e impres ionismo.

3. La novela social en Inglaterra y Rusia . Editor ia l Guadarrama, Madrid, 1969.

(2) Himno a Atón . Hacia 1700 a .C. Traducido por Estela Dos Santos, sobre la vers ión ita l iana de Donadoni, en su Storia della let teratura Antica egiziana . Incluido en la antología : Gilgamesh, Chilam Balam y otros textos antiguos . Centro Editor de Amér ica Latina, Buenos Aires, 1981.

(3) El f ísico David Bohm habla de “una nueva descr ipción de la rea lidad” a par t ir de los avances provistos por la fís ica cuánt ica. En este sent ido af irma: “Los parapsicólogos han buscado en vano la energía que puede transmit ir la telepatía , la psicokines is, la curación, etcétera . Si estos sucesos provienen de fr ecuencias que trascienden el espacio y el t iempo, no t ienen por qué ser transmit idos. Son potencialmente s imultáneos y están en cua lquier par te”. (K. Wilber , D. Bohm, K. Pr ibram, M. Ferguson, F. Capra, R. Weber . El paradigma holográfico . Editor ia l Kairos. Barcelona, España, 1987.)

(4) Salvo la Cena, que de acuerdo a los Evangelios fue únicamente la consagración de este encuentro con f ines alimenticios como un acto sagrado. Por lo cual puede

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legít imamente infer irse que cualquier cena (o incluso el mismo acto de comer juntos) deber ía ser una “comunión”.

(5) Lucas, 10: 1-12. (6) Gerd Theissen. Sociología del movimiento de Jesús .

(Soziologie der Jesusbewegung . Kaiser Ver lag. München. ) Traducción de José Antonio Jauregui. Editor ia l Sal Terrae, Santander , 1979.

(7) Flavio Josefo. Antiguos judíos . (8) C. Vidal Manzanares. Los esenios y el Maestro de

Justicia . Editor ia l Martínez Roca. Barcelona, España, 1991. (9) Hechos de los Apóstoles, 5, 1:11. Nueva Biblia

Española , Traducción de los t extos or iginales dir igida por Luis Alonso Schökel, profesor del Inst ituto Bíb lico de Roma y Juan Mateos, profesor del Inst ituto Oriental de Roma, Editor ia l Crist iandad, Madrid, pr imera edición, 1975.

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CARTA Nº 11 Autonomía, Santiago del Estero, viernes, 19 de sept iembre de 2003. *

Schémata y espiritualismo en el amor de pareja En esta Carta intentamos estudiar la energía que surge

entre un hombre y una mujer cuando se agradan, llevándo los a int entar la unión. Buscamos saber si los sent imientos, sensaciones y vivencias inmanentes a tal fenómeno podrían denominarse “amor”. La siguiente anécdota transcurre en dic iembre de 1967:

Una adolescente bonita

Con Car los Sánchez Gramajo, (Chongo), mi mejor

amigo de entonces, fuimos a bañarnos en el canal San Mart ín. Eran como las dos de la tarde; Chongo tenía dieciséis años y medio, yo diecis iete. No debíamos demorar mucho: a las cinco había ensayo. ** Por ese entonces tocábamos en un conjunto llamado Los Hippies.

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Él la segunda gu itarra, yo la pr imera. Pese a tal nombre no llevábamos el pelo largo (salvo “El Flaco”, pianista, quien había venido de Buenos Aires, y como foráneo carecía de ataduras sociales). Habíamos ido directamente a un lugar apartado, como dos kilómetros más allá del Balnear io . Para evitar lo s rapaces, las familias ensuciando todo con los restos de sus comidas y la música vulgar. Por ello nos sorprendimos cuando, al at ravesar la valla de vegetación virgen que protegía las barrancas, divisamos, unos cincuenta metros adelante, a dos mujeres. Una, que parecía mayor -más bien gorda- estaba sentada sobre un toallón; la ot ra chapoteaba en el agua somera del borde. Habían elegido una playita natural, a lfombrada de césped y arenilla fina.

Ver salir del agua a la muchacha me provocó un vuelco. ¡Tenía piernas muy largas, robustas!. . . No era abso lutamente simétr ica: mas la verdadera belleza, como se sabe, nunca debe ser lo . Trajo a mi memoria lo s frescos de Cnosos. Su cuerpo, en breve tanga, lucía dorado bajo el so l. Su cabello mojado, ro jizo a la distancia, constelaba de gotas unos só lidos brazos, en ángulo para maniobrar la gran peineta (por ese t iempo comenzaban a verse en tales adminículos co lor idas inflo rescencias).

-Hermano -silabeé con expresiva dubitación- ¿qué podemos inventar para acercarnos? Con Chongo solíamos compart ir un magnet ismo globular ; en él actuábamos combinadamente, absteniéndonos de explicaciones.

-Dejalo por mi cuenta -contestó. Haciendo chasquear dos veces contra su palma el paquete recién abierto

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extrajo un cigarr illo . Sin vacilar, caminó elegante hacia las muchachas. (Debo mencionar que ya estábamos en short.)

Chongo era alto , tenía cintura angosta, hombros anchos; bastante musculoso en su de lgadez: pract icaba pesas. Pelo castaño claro, corto , ordenado con fijador sobre una frente muy ancha, llevaba un bigot ito obst inado bajo la nar iz int répida.

Lo vi efectuando esos movimientos corteses, palmas arr iba, meneos bien regulados de su cabeza, masculinas sonr isas. La mujer rellenit a hurgó en su bolso; sacando un encendedor lo acercó al cigarr illo de Chongo. Lo vi sentarse; casi podía escuchar su discurso educado, enhebrando argumentos.

Enseguida escuché r isas de mujer ; mi cuerpo se aflo jó. Estaba hecho. No me sorprendió ver lo avanzar hacia mí, enseguida, ni escuchar:

-Ya está, vení, te las voy a presentar.

El fuego interior En la película El paciente inglés, un agraciado

personaje -al cua l luego sabemos checo o algo parecido, aunque pasa por inglés-, espía alemán, se enamora de la bella esposa de un funcionar io (este sí, genuino inglés).

Ocurre durante la segunda Guerra Mundia l. Áfr ica provee del escenar io adecuado para esta abrasadora pasión. La representación de los actores es magnífica. No

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sonr íen, no ejercen lo s acostumbrados visajes o comedimientos propios de los cortejos erót icos. Enseguida sucumben a un torbellino inter ior que los supera en cada instante, convirt iéndo los en pr is ioneros de su rumbo, como el simún podr ía hacer lo con un par de gaviotas arrast radas al desierto . Sus rostros, durante el breve lapso de su ingobernable deseo, aparecen tensos, incendiándose desde dentro, incapaces de apelar a convención alguna, angust iados por la necesidad de correr hacia el cuerpo del ot ro, en pos de la ilusión posesiva efímera.

Así durante un victoriano almuerzo con funcionar ios ingleses y árabes occidentalizados ella se ret ira un momento hacia la toilet te y él, desafiando toda cordura, la alcanza en un pasillo ; virtualmente se est rujan, como desesperados, ambos se abandonan sin reparos a un vért igo irrefrenable. Finalmente e l esposo conoce el adulter io y se suic ida, matando también a la infie l con el recurso de est rellar contra el suelo la avioneta en que via jaban juntos. Se me han borrado muchos detalles argumentales de esta película. La vi una sola vez, en casa, me mantuvo absorto el núcleo ígneo de esa pasión, tan bien representada; es lo único que me quedó indeleblemente grabado. Creo que él luego cae pr isionero de los alemanes, a quienes demuestra que en realidad t rabajaba para ello s, pero por su nacionalidad indefinida sufre algunos percances; luego, t rasladado en un avión alemán cae bajo fuego de bater ías inglesas. Escapa de las llamas con el cuerpo enteramente incinerado. Y es desde

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esa condición, con aspecto monstruoso por las quemaduras, convalec iente en una abadía ita liana, convert ida en hospital por los ing leses, que recuerda obsesivamente su reciente histor ia de amor ante una enfermera lésbica.

¿Amor?.. . He comenzado a escr ibir con abundantes t itubeos para indagar los posibles alcances de esta palabra, usada con recurrencia para denominar lo s sent imientos y sensaciones que suelen surgir, galvanizando a hombres y mujeres, cuando nos impulsan ciertas confusas at racciones.

Por tras de un sentimiento lejano A pr inc ipios de 1968, pocas semanas después de un

romance est roboscópico con la muchacha del cana l ( se llamaba Mar ía Eugenia, tenía. . . ¡t rece años!) decidí via jar a Mar de l Plata. E lla era de allí. (1) No me importó que “El Flaco” -a la sazón director del grupo- me advirt iera que si me ausentaba perder ía el puesto. Se acercaban lo s bailes de Carnaval, era el per iodo más próspero del año para los conjuntos, pues se t rabajaba desde las horas de siesta hasta el amanecer, sin pausas. No iban a resignar los suculentos contratos por mi capr icho de salir disparado hacia una ciudad lejana, “detrás de una minit a”. El resultado de dicho viaje era, por lo demás, incierto: yo no sabía si esta chica siquiera querr ía verme al estar allá, ta l vez tuviera novio. En fin.

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Pero me había dicho a mí mismo, luego de analizar concienzudamente mis sent imientos: “Estoy enamorado”. Ello , t ras mis lecturas ado lescentes de las Leyendas de Bécquer, just ificaba cualquier acción, aunque pareciera descabellada.

Mi madre vivía en Buenos Aires, debido a lo cual proyecté hacer esca la ahí, hasta obtener lo s pasajes. E l día de mi llegada por la tarde llamé a Carmina Pet t raglia, una muchacha con quien viviera, también, un intenso acercamiento dos años antes, cuando ambos teníamos dieciséis años. Gr itó al escuchar mi voz en el teléfono (era gr inga), y quiso encontrarme de inmediato. Al ver la me quedé asombrado. Se había hecho modificar la nar iz, operación por entonces infrecuente (pero su padre era médico en el Hospit al Italiano, lo cual garant izó eficacia especial y el uso de avanzada tecno logía -según me explicó). De la operación había resultado una forma sut il, adecuada a su faz pequeña, de frente huid iza y mandíbula angular. En verdad presentaba un rost ro perfecto (en algo semejante al de aquella act r izuela hoy o lvidada, aunque por entonces desconocida aún: Bo Derek). No hablamos esto al encontrarnos, por cierto , sino más tarde, en la acogedora penumbra de una confiter ía dest inada a parejas. Era sumamente rubia, de pelo finísimo y lacio, derramándose sobre lo s hombros y parte de las espaldas. De talle fino, más alta que yo (cuest ión que por poco me disuade cuando iba a invit ar la a bailar, durante aquel baile sant iagueño de carnaval). Sus piernas merecían la más atenta consideración: de proporciones armoniosas,

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las ostentaba sin exagerar, pero con abso luta solvencia, en un t iempo en que comenzaban a imponerse las minifa ldas.

La inusual afect ividad con que la joven me atendió, unida al reencuentro con un compinche porteño de otra etapa (Héctor De la Fuente, quien so lía darse aires de “Rey de la Noche”), hic ieron t rastabillar mi decisión de via jar a Mar de l Plata. Carmina diseñó para mí una agenda apretada: al día s iguiente, almuerzo con ella y su madre (su padre estaba de guardia, lo cual fue aprovechado por las mujeres pues él no debía conocer mi existencia). Más tarde acompañar íamos a la madre al dent ista, antes de dir igirse a su t rabajo: era profesora de inglés en un co legio. Como a las cuatro y media quedamos libres con Carmina hasta las nueve de la noche, hora en que debía estar ot ra vez en casa. Acudimos al cine y luego coqueta pizzer ía . Los días siguientes fueron deslizándoseme entre disquer ías, bo liches nocturnos, t iendas donde se podían conseguir magníficos pantalones importados (compré t res o cuatro, entre los que recuerdo uno verde muy suave, Levi´s, de corderoy fino, y ot ro de hilo blanco, enteramente bordado con filigranas del mismo valor tonal, camisas, remeras, etcétera) y encuentros cada vez más ínt imos con Carmina. Tozudamente vo lvía a mi mente el compromiso de via jar a Mar del Plata, por la mañana, al despertar. Pero se iba ale jando esa vaga culpa. Mi “amor” por Mar ía Eugenia casi había desaparecido, desleído bajo las mieles prodigadas por Carmina. Fue el ú lt imo día, poco antes de

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via jar otra vez a Sant iago, que ella me confesar ía la verdad.

Llamó por teléfono: no iba a venir a despedirme. Tenía “visit as” en casa. Me lo había ocultado, hasta entonces, pero alguna vez debía decírmelo: era un joven y su familia quien la vis itaba, de part icular agrado para sus padres. Ella sent ía por él “gran afecto, debido a una amistad de infancia”. Hubiera sido un sacr ilegio contrar iar a los familiares de ambos. Ant iguos lazos profesionales, sociales, culturales, los unían. Ella debía cumplir de un modo inexorable con ese compromiso. Todo esto me lo sugir ió , con frases incompletas, con argumentos confusos, por teléfono. Lloraba. Mas no por ello renegó de lo que consideraba “su deber”.

La estación de Ret iro me pareció más inmensa y

bullic iosa al desembocar so lo, con mis valijas, en sus anchís imos corredores. Por ese entonces los porteños so lían vest ir se con extremada elegancia; el t ipo europeo predominante entre sus t ranseúntes provocaba, al combinarse con e l at ildado vestuar io , sus modales ar istocrát icos, sus voces metálicas de dicción perfecta, un confuso sent imiento de infer ior idad en quienes acudíamos desde las provinc ias. En lo s andenes comenzaba a mixturarse la mult itud, y como una corriente de agua proveniente del mar, que int roduciéndose en las barrancas del r ío comenzara a teñirse con los desprendimientos terrosos de las barrancas, oscureciendo y densificando progresivamente

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su tono, así, a medida que nos acercábamos a los est r ibos del t ren comenzaban a percibirse desaliños, desco lor idos sacos de tela barata, rostros oscuros, cabelleras desordenadas, ásperas, sonidos guturales y tonos medrosos en las conversaciones de la tumultuosa conglomeración humana. Eran los provinc ianos, regresaban al int er ior, o llegaban. “Cabecitas negras”. Así los habían baut izado los porteños, a fines de lo s `40, cuando se lanzaron masivamente sobre Buenos Aires, para t rabajar en las fábr icas. Eran quienes habían catapultado hacia el poder a Perón. Eran los responsables indirectos del nacionalismo “Flor de Seibo”, de los sindicatos, de que Argent ina haya protegido so lapadamente a lo s prófugos nazis. La “gente culta”, educada en Vo ltaire y Malthus –e incluso Marx–, los detestó en aquel t iempo, cuando formaban parte del poder y les temía. Los despreció después, ya derrocado su gobierno por un sangr iento golpe militar ; toda la pequeña burguesía porteña de tez blanca co laboraba con la represión cultural, asumiendo con entusiasmo sus raíces europeas.

“Cabecit as negras”, nos llamaban. Aunque más o menos blanco, más o menos agraciado, más o menos culto y refinado en mis modales. . . yo era uno de éstos.

Ahora só lo había vivido -como ello s- un espejismo de int egración. Por un per iodo había gozado el favor de una muchacha rubia, me había sent ido un “niño bien”, en el exclusivo barr io de Olivos, cuando fuimos a pasar un día en la coqueta casa de su abuela, había creído “pertenecer

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al pr imer mundo” mientras elegantes mozos que bien podrían haber sido escandinavos o franceses nos servían con escrupulosa dist inción en restaurantes o bo liches. Fue só lo una eficaz farsa, improvisada con so ltura por la muchacha y su madre, con el objeto de proveer a la ado lescente un intermezzo refrescante, similar a las “Selvas Libres” con que finalizan sus cónclaves los Leones (2) ; só lo para vo lver después a sus celosas convenciona lidades: “Sí, doctor”, “Cómo le va licenciada”, “Mandemé los papeles del balance con su empleado”. Su realidad. “Se lva Libre”: só lo como un desahogo sagaz, só lo para no explotar.

Por ese entonces, claro, con diec isiete años, no advert ía con nit idez la situación. Un leve desasosiego me acongo jaba, a veces, como cuando una tarde pr imaveral de 1968 confesara a mi amigo Ramón Marcos, quien me int roducir ía después en el Movimiento Familiar Cr ist iano: “quis iera ponerme de novio ser iamente, con pureza, casarme, formar una familia. . . estoy agobiado por el desorden sent imental en que he vivido hasta ahora”.

¡Agobiado!. . . ¡A los 18 años!. . . E l inst into de autojust ificación contrar iaba, sin

embargo, los cabildeos que se iban ins inuando. A fines de febrero, al regresar a Sant iago, me disgusté bastante con Chongo, pues me habían de jado fuera del grupo y él cont inuaba allí. Pretendía de Chongo un gesto de so lidar idad, pues cuando se inic iara el conjunto “El Flaco” no había quer ido segunda guit arra, consideraba

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que con cuatro músicos -bater ía, órgano, bajo y pr imera- ya era suficiente; y tenía razón, pero yo había insist ido en la necesidad de una segunda guitarra, hasta el punto de subordinar mi aceptación a que se inc luyera a Chongo: so lamente porque era mi mejor amigo. Yo le había enseñado a tocar la guitarra. Todos los recursos de que ahora disponía mi amigo - los rasguidos de blues, bossa nova, rock- nos habían costado horas de ensayo, durante lo s cuales nos encerrábamos en el living de su casa, con su guitarra eléct r ica y e l equipo, recomenzando cientos de veces un movimiento de mano, una posición de la púa, el modo en que había que tomar el mást il y la manera más adecuada de acar iciar las cuerdas de acero con la mano hecha un cuenco, para obtener el son, el r itmo, los t ransportes per fectos. Ahora él seguía tocando, lo más pancho, mientras a mí me echaban. Desde el punto de vista de la sensatez tenía razón. Yo había emprendido aquel viaje contra todo criter io razonable. ¿Debía atarse a mis devaneos? Nada me dijo . Pero estaba implíc ito en el modo “natural” como se manejaba. Incluso había puesto su gran casa, donde vivía so lamente con una hermana ado lescente y su madre, a disposición del grupo. Tampoco yo mencioné siquiera el asunto. Me guardé mi amargura bien adentro, aunque todos nos dimos cuenta. Llegué aque lla tarde del pr imer día de mi regreso a Sant iago a vis itar a mi amigo y me encontré, en el ancho entrepiso, con todos los integrantes del grupo afiatando los inst rumentos, con gran est ruendo, para ensayar.

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Conocí inc luso al guitarr ista que me iba a reemplazar: se llamaba Tot i Sequeira, tenía cara de indio .

Para mi desconsuelo, a poco de que comenzara a tocar supe que ni siquiera podr ía so lazarme en su incapacidad. Tocaba mejor que yo. Fue el pr inc ipio del inexorable alejamiento que estaba próximo a sobrevenir, entre yo y mi amigo. Fue el pr inc ipio, también, de mi más inveterada so ledad.

Un amor inmortal

“Un día domingo de 1250, una dama bella y honrada,

llamada Ambrosia di Castello , or iginar ia de Génova, se dir igía, como de costumbre, a o ír misa en la iglesia de Parma, pueblo de la is la de Mallorca. En ese momento pasó por la calle un jinete, de aspecto dist inguido y r icas vest iduras que, al ver la, se sint ió sacudido como por un rayo. La dama entró en la iglesia y desapareció rápidamente en la sombra del gran pórt ico. El caballero, sin saber lo que hacía, espo leó su cabalgadura y entró en ésta en medio de lo s fie les espantados. El asombro y el escándalo fueron mayúsculos. El caballero era muy conocido ; se t rataba del Señor Raimundo Lullio , Senescal de las Islas y Mayor del Palacio. Tenía esposa y t res hijo s, mientras Ambrosia di Castello también estaba casada y gozaba, además, de irreprochable reputación. Por ello , Raimundo Lullio fue considerado t remendo libert ino. Su entrada ecuestre en la iglesia de Parma fue pregonada por todo el pueblo, y Ambrosia, muy confusa,

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pidió consejo a su esposo. Este era aparentemente un hombre sensato y no cons ideró que su consorte hubiese sido agraviada porque su belleza t rastornara la cabeza de un noble joven y br illante. Propuso que Ambrosia curase a su admirador con una locura tan grotesca como la por él protagonizada. Mientras tanto, Raimundo Lullio ya había escr ito a la dama, para disculparse, o más bien para acusarse aún más. Lo que le impulsara, decía, era algo “extraño, sobrenatural, irresist ible”. [ . . .] Juzgaba que su imprudencia debía expiarse con abnegación, grandes sacr ificios y milagros por cumplir, con la penitencia de un est ilit a y las hazañas de un caballero andante.

“Ambrosia le contestó: `Responder adecuadamente a un amor que vos denomináis sobrenatural requeriría una existencia inmortal. Si este amor se sacrif icase heroicamente ante nuestros respectivos deberes, mientras vivan quienes amamos, creará sin duda, de por sí, una eternidad, en el instante en que la conciencia y el mundo nos permitan amarnos mutuamente. Se dice que hay un elixir de vida; procurad descubrirlo, y cuando tengáis la seguridad de haberlo logrado, venid a verme. Hasta entonces, vivid para vuestra esposa y vuestros hijos, como yo misma viviré para el esposo a quien amo; y si me encontráis en la calle no deis muestras de reconocerme. ´

“Evidentemente, la mis iva implicaba un sut il abur, que despedía al amante hasta el día del Juicio Fina l; pero aquél no lo entendió así y desde entonces el noble alegre

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desapareció para dar lugar al alquimista ser io y reflexivo. Don Juan se convirt ió en Fausto.

Transcurr ieron muchos años; la esposa de Raimundo Lullio falleció ; Ambrosia di Castello enviudó; el alquimista parecía haber la o lvidado, enfrascado únicamente en su labor sublime.

“Al fin, un día, estando so la la viuda, Raimundo Lullio fue anunciado, e ingresó en la casa un anciano calvo y macilento, que sostenía en su mano una redoma llena con un elixir br illante y ro jizo. Avanzó con paso inseguro, buscándo la con los o jos. Lo que buscaba estaba ante él, pero no reconoció a la que, en su imaginación, permaneciera s iempre joven y bella.

“-Soy yo-dijo al fin-. ¿Qué queréis de mí? Al o ír la voz, el alquimista quedó azorado. Reconoció

a la mujer que t iernamente juzgara inmutable. Se arrodilló a sus pies, y le o freció su redoma, diciendo: -Tomad, bebed, es vida. Aquí se encierran t reinta años de mi existencia. Yo lo he ensayado y sé que es el elixir de la inmortalidad.

“- ¿Qué? -preguntó Ambrosia, con una t riste sonr isa-. ¿Vos mismo lo habéis bebido?

“-Después de beber -replicó Raimundo- una cant idad del elixir aquí contenido, me abstuve durante dos meses de todo otro alimento. El hambre me atormentó pero no só lo no me morí sino que tengo conciencia que entraron en mí fuerza y vida sin paralelo.

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“-Os creo- dijo Ambrosia- mas este elixir, que preserva la existenc ia, es impotente para restaurar la juventud perdida. Pobre amigo mío, miraos.

“Entonces alzó un espejo ante él. Raimundo Lullio ret rocedió pues según afirma la leyenda jamás había reparado en su persona durante sus t reinta años de t rabajos.

“-Y ahora, Raimundo -cont inuó Ambrosia- miradme. “Entonces ella so ltó su cabe llo , blanco como la nieve;

aflo jó los cierres de su vest ido y le exhibió su seno corroído por un cáncer.

“- ¿Es esto -dijo last imeramente- lo que deseáis inmortalizar?

“Luego, al ver la consternación del alquimista, cont inuó: -Os he amado durante t reinta años y no os condenar ía a pr isión perpetua en el cuerpo de un débil anciano. Haz lo propio: no me condenes entonces a mí. Ahórrame esta muerte que denominas vida. Déjame sufr ir el cambio necesar io antes que pueda yo vivir nuevamente de verdad: renovemos nuestra naturaleza con una juventud eterna. No ansío tu elixir que só lo prolonga la noche de la tumba: yo aspiro a la inmortalidad.

“Entonces, Raimundo Lullio arro jó al suelo su redoma, que se despedazó.

“-Os libero -dijo- y por vos permanezco en pr is ión. Vivid en la inmortalidad de lo s cielos, mientras yo soy condenado para siempre a vivir la muerte en la t ierra. Luego, Raimundo ocultó su rost ro con las manos y se marchó llorando.” (3)

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Belleza y amor ¿Qué cosas son las que impulsan a un hombre hacia

una mujer y a esta hacia él con potencia ir resist ible? ¿Qué locura los arrebata, hasta el punto de inducir lo s a efectuar acciones irracionales? Podr íamos señalar el ego ísmo (otra vez) en el ansia de posesión del Paciente Inglés, la ardiente ilusión míst ica sublimando un repr imido impulso sexual, en el alquimist a, la desvalidez de un ado lescente conflictuado y provinciano, intentando ejercer un it inerar io byroniano como compensación de sus carenc ias. Se presenta como insuficiente. Hasta el d ía de hoy -hace poco, el 19 de agosto, he cumplido 54 años- no he podido explicarme este impulso, que suele surgir de improviso por un est ímulo que se presenta externo, aunque nos deja la sensación de haberse or iginado en algún recodo de los laber intos en nuestro int er ior.

Platón sostenía que el amor es el deseo de lo bello: sobre todo, “el deseo de la eternidad, en el sent ido de que mediante la procreación busca hacerse permanente [. . . ] La belleza es aquello que el amor busca y que no posee” (4)

Esto parece coherente con lo ocurr ido entre los protagonistas de la película. Ambos eran bellos, se suscita una at racción extraordinar ia, quizá no necesar iamente part iendo de lo exter ior, pero que t iene a la belleza fís ica como un componente indubit able. Este romance hubiese sido improbable, por ejemplo entre Ar ie l Sharon, por mencionar alguien y, digamos,

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Made leine Albr ight . Y aún en el remoto caso de surgir: ser ía impresentable en una película, nadie se ident ificar ía para esta función precisa con tales personajes. Quiere decir, entonces, que la belleza fís ica juega un ro l determinante en esto que solemos denominar amor. Al menos relacionándo lo al propósito de su representación art íst ica.

Es un tema extraordinar iamente complejo y extenso. Tal vez uno de los esenciales para obtener alguna luz sobre el sent ido de la existenc ia humana (si es que t iene alguno). No hemos hecho otra cosa que despuntar el problema. En muchas próximas Cartas recurr irá, no necesar iamente en la que sigue, para cont inuar con el propósito expresado de proponer los temas esencia les só lo en esbozos pálidos, al pr inc ipio, para ir ahondando en ellos a medida que cont inuemos abordándo los.

Por ahora solo me queda despedirme, expresando el anhelo de no haber resultado confuso y aburr ido en esta int ervenc ión.

Un subalterno estudiante de la Sabidur ía expresada por

Cr isto: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina. P.D.: Amalia (Beatr iz Domínguez): sé que has leído el

libro La llama doble , de Octavio Paz. Porque te lo he

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prestado, hace como t res años, y me lo has devue lto luego de un t iempo, creo que, además, me hiciste algún comentar io . Yo no lo he leído aún. No he quer ido hacer lo ahora, de apuro, sólo para sustentar esta Carta (además, por un secreto temor de ser influido por de más). ¿Ser ías tan amable de enviarnos alguna reflexión, para compart ir la con nuestros amigos de la list a? Desde ahora te agradezco. Vale.

* 1973. Juan Als ina, sacerdote mis ionero español, es

ases inado en Chile por la polic ía de P inochet . 1983. Independencia de San Cristóba l y Nevis. 1985. Terremoto en la ciudad de México. 1986. Charlot Jaqueline y compañeros alfabet izadores, mártir es de la Educación Liberadora, en Hait í. (Fuente: Agenda Latinoamer icana-Mundial 2003. Centro Nueva Tierra , Carmen de Patagones, Argent ina.)

** Dos meses antes habían asesinado en la selva boliviana a Ernesto Ché Guevara -junto a San Martín nuestro más glor ioso argent ino. Pero por entonces yo apenas estaba enterado el asunto. Me conmovió mucho -r ecuerdo- ver por televis ión, y luego en la foto, la famosa foto de nuestro guerr i l lero t irado, con los ojos abier tos. Por un momento me sugir ió semejanzas con cier tos Cristos, par t icularmente los de Caravaggio y El Greco. Pero luego volví a mis relat ivamente fr ívolos afanes de adolescente, muy poco polit izado.

(1) La revelación de su edad provocó en mí un estremecimiento místico. En esos días habíamos salido juntos -sin que nos abandonara nunca Ana Pereyra, una pr ima adolescente, muy l inda y a quien se ocupaba ef icazmente de entr etener Chongo- practicando los arrumacos propios de la

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estación y nuestro ciclo vita l, lo cual de pronto se me presentó con un dejo sombr ío por tra tarse de una niña, casi. Pero sus formas rotundas y su estatura desment ían el dato. Ello me sirvió enseguida para desalentar todo preju icio, asegurándome en el fuero íntimo que me había relacionado con una muchacha excepciona lmente adelantada. Afirmé s in más medros idades mi entus iasmo, dado que b ien poco t iempo nos quedaba, pues se me había ocurr ido preguntar le la edad -tan rápido había sucedido todo- recién unas pocas horas antes de su r egreso a Mar del Plata .

(2) Club de Leones (Lion´s Club Internationa l). Especie de masones libr es, semejantes a los del Rotary Club, en general un poco menos pudientes que estos. Con sede en Estados Unidos, sus miembros se r eclutan entr e las pequeñas burgues ías acomodadas de todo el mundo.

(3) Eliphas Levi (Alphonse Louis Constant ). Historia de la Magia . Vers ión española de Héctor V. Morel. Libro V. Los adeptos y el sacerdocio. Capítulo III. Leyenda e histor ia de Raimundo Lullio. Págs. 200 a 202.Tercera edición, 1988, Editor ia l Kier , Buenos Air es, Argent ina.

(4) Raymond Bayer . Historia de la Estética . Traducción de Jasmin Reuter . Pr imera par te. Ant igüedad y Edad Media. Capítulo I I. La estét ica de Platón. B) Evolución de la estét ica platónica. Pág. 37.

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Acerca del suicidio, 2

Est imado Julio: Gracias por tus cartas. Admiro tu erudición, tu t iempo

provinciano, tu paciencia. Aquí corremos siempre y no nos suic idamos, nos gastamos. En todo de acuerdo con tu definición que caracter iza a porteños y provincianos. Hay de todo. La so ledad de la “gran puta del Plata” (como yo la llamo) obliga a cuidar el corazón, suavizar lo , hacer lo más bueno.

Todo lo contrar io de lo que se cree. Por aquí (vivo a 57 Km. de Baires) somos amigos o no somos. Te estoy hablando con el alma a lgo cargada de sent imientos encontrados: he vuelto hace unas horas del ent ierro de un vio linista, un músico víct ima del proceso que estuvo en Europa, que Char ly García lo recuperó para uno de sus discos, cuando vo lvió. Vivía en mi pueblo (Ber isso) con pobreza, soportando la estult icia de los dueños actuales del poder. En fin, no fui muy amigo de él pero lo crucé var ias veces en la FM donde teníamos programas. Era un personaje en el más bello y el más patét ico sent ido de la palabra. En e l funeral hubo música, aplausos, inst rumentos que se t iraron sobre su ataúd para sepult ar los con él; su mujer cantó bella y desgarradamente. Lloramos mucho.

Te mando mi abrazo. Me gustar ía saber algo concreto de tu persona: no hace fa lta el número de documento ni la edad. Eso sí: ¿vivís en un paraíso a pesar de las

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barbar idades que se cometen en esa ser ie de republiquetas bananeras que forman algunas de nuestras provincias del NOA?

Contame. Esclareceme. No estar ía mal un cibermano a mano.

Mar iano García Izquierdo.

Respuesta de Julio a Mariano Quer ido Mar iano, en pr imer lugar debo decirte que me

conmovió mucho la narración que haces del velor io de tu amigo. Uno siente cierta rabia cósmica cuando seres valiosís imos padecen do lor y fallecen sin que la gente comprenda su elevado aporte -en tanto canallas como Macr i captan la admiración popular. Tu sensible narración suscitó inmediatamente en mí movimientos espir ituales que me ser ía imposible expresar por escr ito mejor que nuestro Pablo:

Entre plumas que asustan, entre noches, entre magno lias, entre telegramas, entre el viento del Sur y el Oeste mar ino, vienes volando. Bajo las tumbas, bajo las cenizas, bajo los caraco les congelados, bajo las últ imas aguas terrest res, vienes volando.

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Más abajo, entre niñas sumergidas, y plantas ciegas, y pescados rotos, más abajo, entre nubes otra vez, vienes volando. . Más allá de la sangre y de lo s huesos, más allá del pan, más a llá del vino, más allá del fuego, vienes volando. Más allá del vinagre y de la muerte, entre putrefacciones y vio letas, con tu celeste voz y tus zapatos húmedos, vienes volando. Sobre diputaciones y farmacias, y ruedas, y abogados, y navíos, y dientes rojos recién arrancados, vienes volando. Junto a bodegas donde el vino crece con t ibias manos turbias, en silencio, con lentas manos de madera ro ja, vienes volando. Entre aviadores desaparecidos, al lado de canales y de sombras,

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al lado de azucenas enterradas, vienes volando. Entre botellas de co lor amargo, entre anillo s de anís y desventura, levantando las manos y llorando vienes volando. Sobre tu cementer io sin paredes donde lo s mar ineros se extravían, mientras la lluvia de tu muerte cae, vienes volando. Mientras la lluvia de tus dedos cae, mientras la lluvia de tus huesos cae, mientras tu médula y tu risa caen, vienes volando. Sobre las piedras en que te derr ites, corriendo, invierno abajo, t iempo abajo, mientras tu corazón desciende en gotas, vienes volando. No estás allí, rodeado de cemento, y negros corazones de notar ios, y enfurecidos huesos de jinetes: vienes volando. No es verdad tanta sombra persiguiéndote,

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no es verdad tantas go londr inas muertas, tanta región oscura con lamentos vienes volando. E l viento negro de Valparaíso abre sus alas de carbón y espuma para barrer el cielo donde pasas: vienes volando. Hay vapores, y un fr ío de mar muerto, y s ilbatos, y mesas, y un o lor de mañana lloviendo y peces sucios: vienes volando. Hay ron, tú y yo, y mi alma donde lloro, y nadie, y nada, sino una escalera de peldaños quebrados, y un paraguas: vienes volando. Allí está el mar. Bajo de noche y te o igo venir vo lando bajo el mar sin nadie, bajo el mar que me habita, oscurecido: vienes volando. Oigo tus alas y tu lento vuelo, y el agua de lo s muertos me go lpea como palomas ciegas y mojadas: vienes volando.

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Vienes vo lando, solo so litar io , so lo entre muertos, para siempre so lo, vienes vo lando sin sombra y sin nombre, sin azúcar, sin boca, sin rosales, vienes volando. (Pablo Neruda, “Alberto Rojas Giménez viene

vo lando”, Residencia en la tierra II , 1935.) Yendo a los temas que te interesan: Se puede hablar bastante de la elevada calidad inter ior

de los porteños. Por decoro no debo narrar vivencias compart idas con ciertas muchachas, una de Almagro y otra de La Plata, a quienes tuve la gracia de conocer en su sent ido bíblico. Aún dejando eso de lado, uno de mis mejores amigos (aclaro tener pocos amigos), es porteño hasta la médula. Se llama Jorge Rulli. Tal vez hayas o ído hablar de él, pues const ituyó un icono del Peronismo Revo lucionar io (ahora recic lado eco logista).

Respecto de si vivo mi paraíso aquí. . . No. Sant iago es

una ciudad mediocre. En todo sent ido. Por su cant idad de habitantes (unos 300.000) y por su idiosincracia. Por sus habitantes, no es lo suficientemente grande como para disponer la diversidad de posibilidades que br indan Córdoba, Rosar io , Mendoza o Buenos Aires. Por su idiosincrasia. . . este es un pueblo dominado durante 400 años por sistemas feudales. . . e l camino para subsist ir que

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encontró es el servilismo, el fingimiento, la adulación, la hipocresía. . . pero en ese camino la gran mayor ía de este pueblo perdió la dignidad.

¿Donde me hubiese gustado vivir? En el campo (por

ejemplo, en Fernández; a llí v iví durante cinco años, desde 1985 a fines del 89). Se t rata, sin embargo, de una percepción personal, creo que inducida por mi pro fesión de escr itor, por mi deseo nunca saciado de escuchar música, por una at racción inter ior irresist ible que me lleva hacia la t ierra, las plantas, los pequeños bichitos que habitan entre ellas. . . también por el hartazgo que siento hacia las guerras. . .

S in embargo creo que la posibilidad de ser feliz

depende en inmenso porcentaje de nosotros mismos (es decir, de nuestro inter ior). Por ello sigo siendo feliz de a ratos -como corresponde-. Alcanzo retazos de felicidad cada día, accesibles, según creo, no por vivir en Lobito (Ango la) o Lausanne (Suiza). . . Sino por haber estado gran parte de una existencia acechándo la (a la felic idad): luego de muchos años se adquiere una cie rta técnica para llegar, de vez en cuando, a cazar la. Pues se t rata, como a lo s “panaderos”, no só lo de pillar lo s, sino de que cada uno de sus infinitesimales pelitos, pueda permanecer int acto sobre la palma de la mano, de tal manera que a l soplar lo , pueda elevarse glor ioso nuevamente, hacia el cielo .

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Te envío un saludo afectuoso. Julio P.D.: Tengo par ientes en Ber isso. No puedo enumerar

sus nombres, porque son legión. Emigraron en lo s años 30-40, me dijeron. Algunos de ello s: Patr icio Carreras -con casi todos los Carreras de allá-, y lo s Ojeda, según creo.

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PARAMILITARES EN SANTIAGO

--- -- Original Message - --- - From: “Daniel_Yépez” [email protected] To: “Julio Carreras (h)” [email protected] Subject: Opinión Date: Wed, 24 Sep 2003 07:11:25 -0300 Est imado Julio: Mi sobr ina me remit ió esto. ¿Qué opinión te merece?

Si tenés información al respecto, agradeceré que me la hagas llegar. Saludos cordia les y un abrazo.

Daniel Yépez - San Miguel de Tucumán - Argent ina ----- Or iginal Message ----- From: l flores@arnet .com.ar To: danyepez@arnet .com.ar Sen t : Monday, Septem ber 22, 2003 11:58 AM Subject : NOTICIA ENVIADA POR Li l ian del Val le Flores Lilian del Va lle Flores quier e compartir con usted la

siguiente not ic ia que leyó en Pagina12/WEB

Las guardias blancas, grupos paramilitares en Santiago

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El Movimiento Campes ino de Sant iago del Es tero denunció que en la provincia de los Juárez los dueños de la t ierra mant ienen bandas armadas que int imidan, secuestran y balean. La denuncia fue tomada por la CIDH, que r ecib ió fotos de una de las “guardias b lancas” pr ivadas en acción.

A las denuncias por persecución polít ica , esp ionaje a ciudadanos, tor turas a chicos y adolescentes, entr e otras violaciones a los derechos humanos en Sant iago del Estero, Página/12 agrega ahora un nuevo dato del t er ror en t ierras donde r eina el matr imonio Juárez: la ex istencia de grupos paramilitares organizados y controlados por terratenientes, hacendados y ganaderos -ba jo el amparo policia l y polít ico-, armados para combatir con métodos de tor tura , desapar iciones, muerte o amedrentamiento a los campes inos de dist intas regiones de la provincia . Este dia r io r evela en exclus iva las denuncias de los campes inos y las fotos que las prueban.

El mater ia l fotográf ico fue r ecogido por la Comis ión Interamericana de Derechos Humanos como documento de estos nuevos ejércitos ir regular es.

Cuando Sant iago del Estero comenzaba a buscar con fuerza un camino naciona l para romper el cer co que si lenciaba las denuncias por violaciones a los derechos humanos, Luis Eduardo Duha lde pronunció una palabra: “Guardias blancas”. En ese momento, el secr etar io de Derechos Humanos estaba sentado a una mesa de trabajo. A un lado tenía a Gustavo Beliz y del otro a un puñado de campes inos que f inalmente habían conseguido espacio en la agenda de visitas del ministro de Just ic ia . Duha lde había entendido lo que aquellos campes inos decían. Mencionó sus exper iencias recogidas como funcionar io de organismos internaciona les, y encuadró las denuncias bajo ese nombre.

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Fuera del país, las Guardias Blancas son denunciadas por los miembros del Movimiento de los Sin Tier ra del Brasil o los chiapatecos en México. La Secretar ía de Derechos Humanos analizó esta nueva pesadil la de Santiago como par te del r elevamiento jur ídico- inst ituciona l encarado por el gobierno nacional. Ba jo el apar tado de “peonadas armadas”, el informe da cuenta del

andamiaje económico, jur ídico y polic ial que alienta la propalación de estos nuevos escuadrones de la muerte formados por paramilitar es.

Las Guardias Blancas nacieron en la ex Unión Soviét ica , después de la Revolución del '17. La página web del Centro de Invest igaciones Económicas y Polít icas de Chiapas da cuenta de los comienzos de este t ipo de organizaciones, para situar las más tarde en la topología social de

Amér ica la t ina, donde en los ú lt imos años se fueron replicando. “En la Revolución de Octubre, el gobierno soviét ico optó por repar tir la t ierra pero se encontró con la res istencia de la policía par t icu lar de los propietar ios : se las l lamaba guardias blancas -explica la página web-, en contrapos ición con las guardias rojas organizadas por el gobierno para recuperar las.” En

México, los ejér citos paralelos tomaron carácter de inst itución a par t ir de un decreto de 1961 que habil itaba a los ganaderos a usar armas y contratar polic ías par t icular es.

Santiago del Estero no está lejos de ese modelo. Los casos “Cuando a mí me secuestraron, me desnudaron al lado del

r ío Salado durante todo un día y toda una noche. Me quer ían obligar a acusar a los compañeros y compañeras como

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ladrones de vacas.” Adolfo Far ías es uno de los campes inos del Mocase, el Movimiento de Campesinos de Sant iago del Estero, que viene denunciando la ex istencia de los grupos armados. “Mientras me tenían secuestrado -dice- pensé en mi familia , en mis compañeros, y cuando aparecía el miedo lo mataba pensando que era mejor orgullo estar siendo apretado y quizás hasta ases inado para que nos hagamos más fuer tes. ”

La Mesa de Tierras coordinada por el Obispado de Santiago relevó una ser ie de s ituaciones s imi lares en dist intos depar tamentos de la provincia .

Los r esu ltados del informe forman par te de un documento que fue pr esentado a los funcionar ios de la Comis ión Interamericana de Derechos Humanos durante su r eciente paso por a l l í.

“En nuestro lote viven tr es familias”, comienza otro de los test imonios, esta vez de una de las familias del lote 55 del depar tamento de Mariano Moreno. “El día 27 -cont inúa-, el supuesto dueño fue con la polic ía de Añatuya y de Los Jur íes. Un grupo de 15 campes inos apoyaba a las

familias, l legaron patrulleros de Jur íes, Bandera, y Gendarmería diciendo que tenían orden de detención para Sergio Ledesma y Roberto Dosplat , por usurpación de campo y hur to de productos for esta les. No mostraron la orden del juez, entraron a buscar a Dosplat , discut ieron con él, empezaron a pegar y t irar con armas, hir iendo a uno de los muchachos, que ahora está internado.”

La denuncia no termina all í : en ese mismo momento, “a otro de los chicos lo golpean a patadas en el piso con las manos atadas con el cordón de las zapatil las. Reconocimos al ofic ial Nieto, que el día anter ior anduvo en una camioneta con empleados de Nazar , que estaban encapuchados, y el ofic ial Galván que dijo ' t ir en a matar '“ .

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Mirta Quiroga, otra de las mujer es del Mocase, explica algunas de las causas de los host igamientos. “La práctica de reunirnos una y otra vez para tra tar de entender lo que nos pasaba con los apr ietes que nos hacían la polic ía , y otros mandados por el gobierno -dice-, nos ha hecho olvidar el miedo.”

Los derechos Como ocurre con los pueblos aborígenes, los campes inos

cuentan con un andamia je jur ídico que garantiza sus derechos sobre los suelos. El grueso de estas familias es poseedora de las t ierras que durante var ias generaciones han ocupado, pero no t ienen r egular izada su situación dominia l. “Si bien el der echo asiste a la gran mayor ía de los campesinos -dice el informe de la Subsecretar ía de Derechos Humanos-, la Ley de Prescr ipción Veinteña l es muy compleja .” Requier e de “car ísimas mensuras, además de que el p lazo de poses iones es excesivamente largo, y requier e de un sostenido, preciso y costoso asesoramiento lega l que impide tácit amente el acceso a la Justicia”.

Esta condición de inacces ib il idad a la Justic ia por cuest iones de pobreza es uno de los puntos nuclear es del problema en Sant iago. Según el informe, los problemas con la Justic ia disparan los siguientes efectos :

- “Muchos de los campes inos t enedores de derechos son injustamente desa lojados de sus legít imas posesiones por supuestos dueños o compradores”.

- “Otros terminan aceptando tratos desfavorables, s iendo l it eralmente arr inconados en mínimas superf icies”.

- “Como consecuencia , se deter ioran las condiciones económicas de las familias campes inas, pierden su entorno

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socia l y cu ltural, lo que aumenta la expuls ión hacia las ciudades”.

Con estos datos, la Comis ión r ealizó uno de sus diagnóst icos más cr ít icos sobre la violación a los derechos humanos en la provincia: “La problemát ica de la t enencia y poses ión de la t ierra es una de las pr incipa les cuest iones de la agenda de derechos humanos sant iagueña, ya que el proceso de avance indiscr iminado de la frontera agr ícola de las oleaginosas con eje en la soja , a tenta no sólo contra los derechos r eales de la poses ión s ino también contra el patr imonio ambienta l de las comunidades campes inas”.

El modelo Las denuncias y las entr evistas realizadas durante un mes

con dist intos integrantes de los centros campesinos de la provincia permit ieron que los t écnicos de la Secretar ía elaboraran un “modelo de conflicto de apropiación” i lega l de las t ierras. Es un método en tr es fases, descr ipto en el informe del Minister io de Just ic ia:

- Pr imera fase: El supuesto dueño o apoderado se pr esenta ante la comunidad, aduciéndose como legít imo dueño de los campos. Intenta o b ien l legar a un acuerdo por lo genera l muy desfavorable para los campes inos o, dir ectamente, los amenaza con el desalojo judicia l o extrajudicial (paramilitar). El engaño está montado sobre una situación registral bastante difusa, con superpos ición de t ítu los dominia les, inscr ipción de escr ituras de dudosa confección y dest itución de la just ic ia de derechos ya consagrados de legít imos poseedores veinteñales r egular izados.

- Segunda fase: Los supuestos dueños producen sus propias marcas de ocupación: a lambrados, mensuras, desmonte,

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quemas ilega les de montes. Esto incluye la destrucción de marcas de los campesinos, elementos probator ios de la ocupación veinteña l y del animo domini. Entre las prácticas de pr es ión, ex iste el taponado u obstrucción del acceso a los pozos de agua, cierr e de caminos vecinales, envenenamiento doloso de anima les y la amenaza constante de desalojo por la fuerza y extrajudicialmente efectuada por peones contratados por los t erratenientes como por personal policia l.

- Tercera fase: Gracias a una lectura sesgada del ar t ícu lo 182 bis del Código provincia l, el supuesto propietar io suele obtener una orden de desalojo con un despliegue desproporciona l de fuerza por par te de la polic ía , lo que aumenta la presunción de complicidad o cooptación de la Justic ia y de la fuerza de segur idad.

Durante los r elevamientos se detectaron casos de personal polic ia l montado en las camionetas de los t er ratenientes, ofic iales que acampan en sus bases o situaciones de expuls ión sin orden judicial, o donde los of ic iales de Justic ia no se hacen presentes. Entr e otros casos, los t écnicos r ecogieron dos r elatos claves : la exper iencia de un campesino l lamado Oscar Peralta , del lote 42, que el 28 de febrero de este año recib ió un impacto de ba la 9 mm en su p ierna izquierda y el desalojo de las familias del lote 55, donde s in orden judicial la polic ía abr ió fuego luego de golpear a los integrantes de tres familias.

“Peones armados” Las imágenes fotográficas presentadas hoy por este diar io

muestran a los grupos que la Secretar ía de Derechos Humanos def ine como “paramilitares” o “bandas de peones armados”. Estos nuevos ejércitos estar ían mostrando una nueva forma de

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apropiación i lega l y extrajudicial de las t ierras. La escena, dicen los t écnicos, “parecer ía ser un indicador del cambio del modelo pr esentado, a par t ir de la presencia en la zona de peones armados”. El giro de modelo estar ía basado, dicen, “en el abandono de la instancia judicia l por par te de los supuestos compradores para pasar a la organización de grupos de peones armados con escopetas y perros, que mediante int imidación con disparos al a ir e, obstrucción de caminos, exhib ición de armas de fuego y 'ref lector eo' nocturno de las viviendas intentan el ret ir o y amedrentamiento de los campes inos poseedores de las t ierras”.

Las fotos forman par te del cúmulo de documentos explorados en Sant iago por la Secretar ía y por los integrantes de la Comis ión Interamer icana encabezada por Robert Goldman durante su paso por la provincia de los Juárez.

Página/12 recib ió las imágenes de manos de sus propios autores, los campes inos del lote 20, un paraje cercano a la ciudad de P into. Las fotografías muestran a un grupo armado y f inanciado aparentemente por el señor Dutto, el supuesto comprador de esas t ierras, según las denuncias.

Un empresar io de la localidad de Tint ina habló sobre este tema con los miembros de la Comis ión encargada del informe que preparó la Secretar ía de Derechos Humanos. “Hemos tomado conocimiento -dice el informe- de la existencia de reuniones per iódicas de empresar ios en Añatuya cuyo objet ivo es la organización y f inanciamiento de grupos armados para el desalojo extrajudicial de los campes inos, agravado con el host igamiento a la actividad del Mocase y otros grupos de campes inos.”

La Defensor ía del Pueblo de la provincia asegura que unos 24 mil campes inos, poseedores legít imos de las t ierras, están

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expuestos a ser desa lojados por medio de maniobras como éstas.

De Julio a Daniel

From: “Julio Carreras (h)” [email protected] To: “Daniel_Yépez” [email protected] Subject :Re: Opinión Date: Wed, 24 Sep 2003 09:35:26 -0300 Est imado Daniel: efect ivamente, en la ciudad de

Sant iago del Estero se manejan datos acerca de la acción paramilitar en el campo, especia lmente en las zonas de Pinto y Los Jur íes. Es decir, los lugares donde los campesinos más humildes han cobrado conciencia de sus derechos y se han organizado para defenderse.

Podría habérselos llamado “parapo licia les”; pero la palabra “paramilit ar” está bien usada, ya que -según fuentes judiciales- lo s entrenó un milit ar: el Mayor D´Amico. Esto habr ía surgido de cierto eclipse momentáneo padecido por D´Amico hace cuatro o cinco años, debido a su competencia feroz con Musa Azar por el dominio del negocio de la “segur idad”. En efecto, ambos se desempeñaban en esa área gubernamental, fungiendo el t r istemente célebre como Secretario de Segur idad y D´Amico como Subsecretar io . Luego el milit ar pasó a desempeñarse como Secretar io y Musa como Sub. Pero parece que Musa apeló a sus relaciones con el PJ, con Néstor Ick (dueño del Banco de Sant iago

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del Estero y el 60 % de lo que t iene valor en la ciudad) y demás ángeles, para desplazar a D´Amico.

Del chupadero al monte Cuando D´Amico se quedó “sin t rabajo” habr ía ideado

estas organizac iones paramilit ares, que llamó “Po lic ía de Monte” para vendérselas a grandes empresar ios que, se están abalanzando sobre Sant iago empeñados como buit res en lucrar con la producción de so ja. No olvidar que Sant iago t iene una superfic ie física casi tan grande como Francia o Alemania, gran parte de ella todavía montuosa. Poco se ha dicho de las inversiones de Soros y otros capitalistas, que durante los `90 depredaron la frontera entre Sant iago del Estero y El Chaco, asesinando a miles de animales de todo t ipo e incendiando el bosque para cult ivar algodón. *

D´Amico es un carapintada que junto al inefable Rico se rebeló contra el juzgamiento del mayor Barreiro, originando la t rágica insurrecc ión de Semana Santa. Casado con una sant iagueña, hija de un teniente coronel (por supuesto) peronista. Su esposa además es hermana del ult rachupamedias “Chacho” Pinto, un médico que no ejerce pues desde hace años es mantenido por los Juárez co lgando de la teta del Estado, sea como funcionar io, sea como “legis lador”.

Según fuentes po lic iales D´Amico controla directa o indirectamente en un 30 % el negocio de la “segur idad” en Sant iago. La otra parte (más de la mitad) está

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controlada por Musa Azar. En esta franja se entretejer ían inst ituciones po licia les, bandas delict ivas, t raficantes de drogas, cuatreros, narco lavadores, t ravest is, chulos, proxenetas y ot ros serafines, lo cual explica el inmenso poder dest ruct ivo acumulado por estas cofradías 666. Para decir lo claro, en Sant iago, si no te mata la cana te matan los choros para intercambiar cortesías. E llo infunde un gran miedo en la población. Un comerciante amigo me dijo estar seguro de que quienes le robaron de una manera a levosa e impune, llevándo lo casi a la ruina, lo hic ieron porque se había negado a pagar “protección” a los canas, así como sat isfacer lo s constantes mangueos (pues lo s canas más chicos te piden monedas, o que les pagues sanguches de milanesas, fasos, bir ra, etcétera). Encima este comerc iante es de izquierda; así que te imaginarás: “papita pa´l loro”.

Nueva devastación del bosque Bueno, vo lviendo al tema: el últ imo eclipse de

D´Amico fue hace poco -creo que para el 17 de Octubre- cuando la señora Nina vo lvió a echar lo por haberse equivocado en la organización de un acto que ella quer ía mostrar a Duhalde. Estúpidamente, asignó sectores cont iguos a los “barras bravas” de Mitre y Central, a quienes suelen “est imu lar” con vino, mercancías y ot ros “benefic ios” para concurr ir “vo luntar iamente” a los actos en camiones públicos. En Sant iago Mitre y Central son como Boca y Ríver, as í que te imaginas el quilombo que

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se armó. La televis ión nacional se hizo una fiesta con las piñas, lo s contusos, una mujer que había result ado quemada, etcétera. . . y D´Amico vo ló otra vez. Por ello no ser ía aventurado imaginar que vo lvió a requer ir lo s favores de sus amigotes del campo.

Otro tema, lateral pero de gran importanc ia, y que no veo t ratado en el art ículo de P/12, es el inmenso daño que está causando al medio ambiente la nueva dest rucción de bosques en Sant iago ( los últ imos que quedan). Vienen mercenar ios contratados por empresas -cuyos gerentes ni siquiera se toman el t rabajo de ver los campos, manejan todo desde Buenos Aires o, a veces, desde otros países. Los capataces (no hace mucho el campo estaba lleno de franceses y argelinos) t ienen el mandato de convert ir las adquis iciones de sus patrones en “áreas product ivas”. Suena lindo. Para ello generalmente incendian los bosques con todo lo que t iene adentro: guasunchas (especie de cervat illo s locales), quirquinchos, zorros, pumas, e incluso alguno que otro sobreviviente prehistórico de la fauna local, de alt ís imo valor bio lógico y cultural. Pronto estos campos quedan convert idos en una bocha pelada, donde estos personajes levantan galpones de chapa, silos metálicos e int roducen maquinar ia para el cult ivo de so ja. Cuando la t ierra no sirve más, se van. Tal como hicieron los ingleses, dejando cientos de pueblos fantasma (Comala dixit ) en nuestra acosada provincia.

Amigo, espero haber sat isfecho algo de tu saludable inquietud. Creo que es importante difundir todo esto, y te

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ruego t ransmit as a tu sobr ina mi felicitación por haber lo hecho. Un abrazo.

Julio Carreras (h) * “La campaña 99/2000 en la producc ión fibra de

algodón t iene buenas perspect ivas. En Sant iago del Estero, segundo productor de fibra del país, este año el precio ascender ía a U$S 400 la tonelada y se preve que la zona de secano rendir ía unos 2000 kg x ha.

“El departamento Felipe Ibarra, al NE de la provincia, se vio invadido por productores santafesinos que ven un gran futuro en el negocio de la fibra. Inversionistas extranjeros visitan lo s campos en busca de calidad y r inde para exportar fibra a mercados asiát icos y europeos.

“Es que la Onda Verde t rajo de nuevo la moda del algodón en las prendas de vest ir . Pero la eco logía también enseña que hay que preservar lo s ecosistemas. En este campo, en la zona de Pozo del Toba, y Campo del Cielo, no se t iene en cuenta la flora y la fauna autóctona.

“Todo el Chaco Sant iagueño es r ico en quebrachos, algarrobos, guayacán, palo amar illo , garabatos, etcétera. Allí viven osos hormigueros, guasunchas, corzuelas, yaguaretés, tortugas, chorotes, etcétera.

“Todo el hábitat de estos animalitos está siendo depredado por las topadoras de empresas extranjeras, pr incipalmente AVENTIS (Ex-Agrevo) que en sociedad con la alemana Hoesch, está incendiando miles de

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hectáreas de árbo les y aniquilando todo t ipo de animales para exper imentar productos químicos allí . También el magnate Soros ha comprado 10.000 ha, a las que está dando un t ratamiento similar, para explotar las como sembradío de algodón.

“Es conmovedor ver a los animalitos huyendo del fuego con que se elimina el bosque -nos dice un arquitecto, que por falt a de empleo tuvo que aceptar uno allí.

“Los gobiernos, tanto nacional como provinc ial, no regulan la deforestación de esta r ica zona del NE sant iaguaño, que día a día pasa a ser un desierto , debido a la ma la aplicación de una agr icultura especulat iva y de un manejo indiscr iminado de los agroquímicos.

“A pr inc ipios de sig lo empresas inglesas aniquilaron el bosque en grandes zonas de Sant iago del Estero, convirt iéndo las en desiertos. Luego se fueron, dejando las ruinas de sus instalaciones aqu í. ¿Pasará ahora lo mismo con la franja Este de la provinc ia?” [“Destrucción de animales y bosques en Sant iago”, Julio Carreras (h), Quipu de Cultura, noviembre de 1999.]

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LA SALAMANCA

Por: Juan M. Garayalde (Buenos Aires) A 450 años de la fundación de Sant iago del Estero “Y en las noches de luna se puede sent ir a Mandinga y los diablos cantar” (La Salamanca - Zamba de Arturo Ávalos) I – LOS QUE PACTAN En estos días se conmemora los 450 años de la

fundación de la ciudad más ant igua del país: Sant iago del Estero.

Como muchas provinc ias, padece del depo t ismo de polít icos, a los que se los denomina “caudillo s”, siendo que, el últ imo y verdadero Caudillo que tuvo esta provincia fue Don Felipe Ibarra, durante el per iodo de la Confederación Argent ina que tuvo a Juan M. de Rosas como su supremo inspirador.

En las t radiciones que viven en e l alma del pueblo sant iagueño, y en gran parte de las provincias del norte, esta la leyenda de la Salamanca, un lugar donde se desarro lla una ceremonia perpetua, presidida por la corte

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de Lucifer, Mandinga, por el Macho Cabr ío que hasta la pintura de Goya inmortalizó.

La Salamanca ha sido descr ita como un socavón de la ladera de un cerro, también como una cueva oculta en la profundidad del monte, o en un lugar oculto al borde de un r ío . Son pocos los que pueden por las noches escuchar lo s cantos que nacen de ese lugar prohibido, y menos son lo s que logran ver su entrada.

A ese lugar, convergen lo s diablos, los condenados, los poseídos, los brujos y brujas que van a mejorar sus artes lucifer inas. También, llegan lo s que buscan un favor de Mandinga: concretar un pacto con él, para adquir ir una habilidad sobrenatural a cambio de entregar el alma. Es un contrato fir mado con sangre.

Allí se dice que cayeron grandes cantores, oradores, jinetes des lumbrantes, mujeres de belleza exót ica, grandes poetas, guitarr istas con una magia deslumbrante en sus manos. Todas personas que no pueden soportar la mediocr idad de sus vidas, y buscan destacarse a costa de perder la verdadera vida que nace en la muerte.

No todos cumplen con su contrato. Santos Vega, el gran payador, fue uno de ellos. Hubo de perder una payada con el mismo Mandinga (Juan sin Ropa) para tener que aceptar su t rágico dest ino fina l.

II – COMO INGRESAR Todos los que ingresan a la Salamanca, o han vendido

su alma al diablo, o van en camino a hacer lo . No es

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precisamente una t ierra para turistas. No hay forma de que los incrédulos puedan ver la Salamanca.

Esta carece de existencia fís ica. Só lo la voluntad de la persona hará posible hallar la puerta de ingreso a la misma.

El aspirante conoce a t ravés de la t radición oral, y de un comunicador válido –inic iado-, el lugar donde se halla la cueva, y las pruebas a las que será somet ido por Mandinga, quién probará su temple al at reverse a hacer un contrato cara a cara con él.

Una vez que se llega al lugar donde se hallar ía la boca de acceso a la Sa lamanca, el aspirante deberá desnudarse, y esperar atento algún sonido o signo que lo guíe a la cueva. De esta manera, puede ser una lechuza, un cuervo negro, el sonido de un arpa o la huella de un basilisco el que lo guíe. (1)

En la puerta de entrada será recibido por víboras de ojos centelleantes, y ot ros rept iles de gran tamaño que no aparecen en ningún libro de zoología. El vis itante será rodeado por ofidios que se le enroscarán en su cuerpo, y por arañas que se le irán subiendo, acar iciándo le con sus pieles rugosas. Uno deberá pasar esa prueba con serenidad y no caer en el pánico, a r iesgo de perder la vida. Ya dentro, deberá sortear un arunco, un chivo de mal aspecto y de pest ilente o lor, que tratará ins istentemente de embest ir lo para empujar lo hacia el int er ior de la cueva. Allí, será un cuervo negro el que hará de guía, después de decir en voz alta la contraseña que un iniciado le ha revelado. Lo primero que hallará en

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el descenso, será un crucifijo invert ido, al cual deberá escupir y blasfemar para cont inuar.

Si el aspirante vacila, dejará de ver la ent rada y se hallará en medio de una oscur idad agobiante. Podrá salir de esa situación, pero con segur idad padecerá de permanentes cr is is espir it uales que lo acosarán durante toda su vida.

III – EL TEMPLO La t radición nos revela que el inter ior de la Salamanca

es deslumbrante y terror ífico al mismo t iempo: se halla iluminado con lámparas de aceite humano, grandes cort inados de telas y marmoler ía fastuosa, que los templos gr iegos envidiar ían. En el fondo de la misma, esta el asiento de Mandinga, rodeado de los animales más terroríficos del reino de las t inieblas.

Allí, e l vis itante que viene a hacer su pacto, se aproxima al t rono.

A su alrededor, bailan y danzan lo s condenados: hechiceros, brujas, hermosas doncellas que nunca ven la luz del so l, serpientes de gran tamaño, sapos, culebras, cerdos, lechuzas, quirquinchos, lobizones, y los diablos.

Frente al Pr ínc ipe de los Rebeldes, el aspirante formula su deseo. El diablo le hará pasar por nuevas pruebas para ser merecedor del acuerdo perpetuo. Los que han revelado algunas de esas pruebas, hablan de tener que montar sobre una best ia salvaje para domar la.

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En otras, se le hace caminar sobre el filo de un puñal co locado entre dos abismos sin fondo.

Fina lmente, para probar su fortaleza y fidelidad a Mandinga, deberá hacer un daño a sus seres más quer idos.

La prueba de fuego, que Dios exigió de Abraham el ordenar sacr ificar su único hijo . . . a diferencia de que e l Diablo, no se caracter iza por cambiar de opinión.

Una vez cumplida todas las pruebas, Mandinga entrega al ya inic iado un champi (2), el cual deberá tener consigo, y que le será de su enlace mágico con la sabidur ía lucifer ina. Fina lmente, la cueva estalla en una fiesta infernal, demenc ial. Se desata la bacanal, e l enorme banquete, la música aturdidora, el baile lu jur ioso de las doncellas y de jóvenes desnudos que invitan a todos los presentes al inicio de la gran orgía.

IV – EL RETORNO A LA CAVERNA La actual Sant iago del Estero, cuna de la argent inidad

con sus 450 años de vida, es una fuente de sabidur ía que emana de l po lvo de sus calles, del aroma de sus árbo les, del canto de sus pájaros, de los altos tejados. Pero en ella, como en muchas grandes ciudades, caminan individuos que son extraños a su espír itu. Hoy, poca gente de las provinc ias argent inas creen en la Salamanca. Sólo por algunas canciones fo lclór icas, y por personas “crédulas” que alejadas de lo s centros urbanos siguen hablando de esa caverna invis ible, que algunos la han

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visto en el cerro de Huanchar en Jujuy, o en el camino a Oran en Salta, donde comienza la gran curva del Bermejo. Y así, la Salamanca vive donde los iniciados estén para guiar a aquellos que le suplican la revelación del secreto.

En tanto avanza la decadencia, la Salamanca pasa al olvido. Las personas que creen en esas leyendas, son los que viven las t radiciones de esta t ierra, y por lo tanto, saben rechazar la modernidad cuando esta les llega a robar le el espír itu. Sin embargo, esas personas que están abiertas a una realidad supranatural, no han entendido que la Salamanca ya no t iene mot ivo por el cual exist ir: lo s malditos han abandonado la cueva infernal, y hoy dominan Argentum. Mandinga no necesita más iniciados. Tiene todos los que necesita para esclavizar esta t ierra. Sus pr incipales discípulos, han sido los oradores, los encantadores de masas, que han vendido riquezas imaginar ias a lo s crédulos, y estos los han elevado como caudillo s de esta t ierra.

La Salamanca ya ha cumplido su comet ido. Sus legiones ahora vagan por nuestros campos y ciudades dest ruyendo todo, robando las almas de lo s moradores de esta t ierra.

Su creación más sublime, ha sido las enormes urbes, tumbas del esp ír it u legionar io que supo exist ir .

Los que ent ienden el simbo lismo de esta decadencia, deberemos crear nuestra propia Salamanca, donde logremos alcanzar un estado del espír itu apto para revert ir la oscur idad que se ha apoderado de la

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superficie. Allí, en esa catacumba, deberemos recuperar lo s r itos de inic iac ión que nos permitan a lcanzar un conocimiento super ior al actual. Y como la Salamanca, no todos podrán ver esta nueva caverna.

En ella, una gran Cruz de Plata evitará e l ingreso de lo s condenados, de lo s necios y de los t ibios. Solo aquellas personas con la firme vo luntad de renunciar a lo que es superficia l, podrá recién ver y seguir el vuelo del Cóndor que lo acercará a nuestra caverna, aquella que René Guenón descr ibió como la que contendr ía lo s Hombres que dar ían inic io a una nueva edad dorada.

Iniciemos entonces, el descenso. (1) Basil isco: Serp iente con cr esta de ga llo. Originado en

un huevo pequeño puesto por una gall ina vieja o un gallo colorado. Su nacimiento es presagio de desgracias. Con su mirada puede matar a los que lo ven. Para destruir lo, se dice que se debe poner espejos en todas las habitaciones de la casa. Sin embargo, otras tradiciones dicen que es un anima l impos ib le de matar .

(2) Talismán en forma de insecto.

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Carta de Raúl Dárgoltz

29 de julio de 2009 Quer idos amigos Deseo hacer los part ícipes de esto que escribí. Perdón

que sea un poco extenso. Raúl Dárgo ltz EL ROSTRO DE LA HISTORIA La marcha del viernes en homenaje de las dos chicas

brutalmente asesinadas fue realmente espectacular y muy emot iva. Los cálculos más opt imistas hablan de 20.000 personas, pero realmente no las puedo dimensionar, ya que la marea humana me arrast ró en un momento de la misma.

Yo me incorporé recién al frente de la Iglesia San Francisco, junto con el obispo Maccarone y una mult itud, a siete kilómetros del or igen de la marcha, en la ciudad de La Banda, y al pasar por la plaza pr incipal se s iguió sumando muchís ima más personas. Un fr io intenso nos “exigía” gr itar y a aplaudir cont inuamente clamando por Just icia.

Todos nos mirábamos a los rost ros y deséabamos reconocernos, abrazarnos, sent irnos que seguíamos vivos

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en una provincia que estaba, hasta hace muy poco, totalmente dormida.

Recordé las palabras de Sca labr ini Ort iz cuándo descr ibía el 17 de octubre de 1945, “. . .era el sust rato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades co lect ivas allí presente, en su pr imordia lidad, sin recatos y s in d isimulos. Era el nadie y el s in nada, en una mult ip licidad infinita de gamas y mat ices humanos. . . Éramos br iznas de mult itud y el alma de todos nos redimía. Present ía que la histor ia estaba pasando frente a nosotros y nos acar iciaba suavemente como la br isa fresca de l r ío . . . e l espír itu de la t ierra estaba presente como nunca creí ver lo . . .”

Y caminamos alrededor de la Plaza pr incipal, pasando frente a la Iglesia Catedral y el viejo Cabildo convert ido en sede central de la po licía y nos dir igimos en dirección de la Casa de Gobierno, como las anter iores veces, pero una mult itud de po lic ías fuertemente armados nos impid ió nuevamente el paso. Nadie tenía miedo, pese a las amenazas vert idas en los diferentes medios por el gobierno provincial, que se ausentó de la provincia, de la existencia de infilt rados.

Luego de fina lizada la marcha, al frente de la Iglesia Catedral, y después de lo s diferentes discursos, fue la misa y las palabras sent idas y justas del obispo Maccarone. La incorporación del obispo fue sumamente importante, como lo fue la acción de Gerardo Sueldo.

Les aseguro que este día viernes 25, día de conmemoración de lo s 450 años del nacimiento de

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Sant iago del Estero, vivirá por siempre entre nosotros, porque este día, como lo sint ió Scalabr ini, “yo vi el rostro de la historia en toda su esplendorosa plenitud.. . .”

Al día siguiente en nuestro Centro Cultural Hacha y Quebracho totalmente co lmado, representamos la obra El Enemigo del Pueblo de Ibsen en una versión libre adaptada a nuestra realidad sant iagueña que escr ibiera en el año 1996.

Decidimos reponer la en estos t iempos que vivimos porque ent iendo que debemos realizar todos los días de la semana diferentes acciones, y no sólo durante las marchas de los viernes y porque en esta obra reflejamos la acción del obispo Sueldo, la lucha por la verdad contra el caudillismo y el clientelismo.

Los padres de Patr icia Villa lba estuvieron presentes desde bien temprano muy sat isfechos y conmovidos por la extraordinar ia marcha que protagonizó el pueblo sant iagueño, mientras nosotros realizábamos los últ imos aprestos.

Yo los invité a e llos, unos minutos antes de dar comienzo a la función y a Car los Scr imini y su esposa, uno de nuestros héroes del Sant iagueñazo, a que nos tomáramos de las manos conjuntamente con lo s actores para darnos fuerza y ánimo, como siempre lo hacemos antes de cada representación.

Tito Diaz, uno de los más veteranos del grupo, pronunció unas sent idas palabras, y ellos, lo s padres de Patricia, nos rat ificaron que no piensan “aflo jar” en su lucha por la verdad.

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La función fue realmente espectacular, muy emot iva, como emotivo fue el homenaje fina l que les hicimos a Car los y a Olga y Juan Villalba estos dos pequeños grandes personajes, que han conmocionado a la sociedad sant iagueña por sus esp ír it us inc laudicables.

Recordé de nuevo a Scalabr ini Ort iz porque sé y estoy seguro que soy uno cualquiera y sin embargo, como un t remendo vendava l, me sacude el orgullo de estar abr iendo el cauce de los t iempos venideros. .”

Un abrazo. Raúl Dárgo ltz

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CARTA Nº 12 Autonomía, Santiago del Estero, viernes, 23 de octubre de 2003. *

Formamos parte de un conjunto cuyos elementos

percibimos só lo dentro de límites est rechos: los de nuestros cinco sent idos. Si desarro llamos algunas facultades podremos llegar a percibir realidades más int eresantes que las pedestres. Como la denominada por Jung “sincronicidad”. O el maravillo so br illar de lo s humanos cuando hacen el amor.

Un cono húmedo

E l viernes estuvo lluvioso desde temprano. Como a las

siete y media terminé mi desayuno; luego de lavar el plato, la taza, sacudir el mantel, guardar lo , me asomé en el ventanal que da al pat io . Entre el lavadero de casa y mi habitación hay una distancia como de diez metros; calculé que podr ía salvar la sin mojar me demasiado y me largué, con grandes t rancos por sobre el veredón de piedra. A buen reparo, en la pieza, me puse entonces a contemplar desde el umbral las hermosas tonalidades

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languidecientes del cielo . Sobre su fondo se movían, armoniosamente, cuatro o cinco capas de nubes, de diferente valor. El jacarandá ya muy alto que ha crecido junto a mi habitación presenta campanitas de un suave lila; a su lado, castañuelas, normalmente en parejas. Observaba la maravillo sa combinación de capas y mat ices, el limonero de un verde br illoso, las dos enredaderas que cubren la pared - flores blancas y ro jas, en ciernes- la humedad en filamentos cr istalinos formando vo lutas al aire, cuando advert í a lgo como una pequeña nube en medio de lo s árbo les, que se elevaba hasta esfumarse por completo. Al observar la con atención vi que formaba un embudo, con su pico hacia abajo, en el cual se movían cierto t ipo de part ículas t ransparentes. ¡Insectos!. . . Unas especies de mar iposillas, de largas alas, vo laban entre la llovizna elevándose en t irabuzón. Este se hacía más amplio a medida que tomaba altura, hasta diso lverse en el oscuro cielo, antes de alcanzar la copa del jacarandá. Siguiendo la dirección de la nutr ida co lumna, comprobé que se or iginaba en el suelo, desde un agujero recién abierto sobre la t ierra mojada. Me acerqué y vi una situación que me pareció extraordinar ia: había ocurr ido una especie de estallido, al parecer, pues lo s bordes del agujero estaban desmoronados, como si hubiese sido provocado por una fort ísima presión viniendo de lo subterráneo. Por él emergían millares de bichitos, apretujándose, pugnando para abandonar el hueco, tan compactos en su amontonamiento que daban la impresión de un grueso chorro de miel quemada, antes de

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surgir por completo y ponerse a vo lar. Cada bichito pisaba la boca del agujero, caminaba unos pocos pasos, sacudía las alitas como para est irar las y se ponía a vo lar, siguiendo la co lumna en t irabuzón que ordenadamente terminaba abr iéndose en todas direcciones a su fina l. ¡Hormigas!, pensé. Me costó creer lo . Estaba comenzando a llover con goterones más gruesos. Me acerqué aún más para comprobar si eran hormigas: no lo parecían; más bien luciérnagas, en su conformación fís ica, como un cucuruchito rosáceo, dotado de un par de alas semejantes a las de las libélulas, en proporción. Pensé en inmovilizar una para mirar la a mis anchas, pero me contuve. Seguramente si intentaba tomar la dañar ía su cuerpecillo de un modo irremediable. Ellas no medían más de un par de milímetros, su cuerpo daba la impresión de ser muy blando. Ahora llovía bastante fuerte. Pero las hormigas cont inuaban saliendo y formando su cono, ina lterable, hacia el c ielo . ¿Adónde ir ían? Pronto perdía uno de vista a las que llegaban a lo más ancho del abanico, y desde allí rompían formación hacia la tangente, cualquiera que fuese (para nuestra percepción). Me dije que estos goterones que caían debían de result ar abrumadores para lo s animalitos, en caso de encontrarse alguno directamente con ello s. Efect ivamente, por pr imera vez comencé a ver la caída de algunas pocas hormigas. Quedaban atontadas, muy cerca de su agujero; una que observé, parecía borracha, por momentos se dir igía hacia su hormiguero, como si fuese a int roducirse ot ra vez en él, mas enseguida cambiaba de rumbo,

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regresando a la desor ientación. Unas cuatro o cinco quedaron así, sobre las lajas, muy mojadas. Me aparté de ellas por un rato, entrando en mi habit ación. Cuando regresé, como a la hora, no había ninguna. Ya no llovía, el suelo había absorbido la humedad, poniéndose oscuro. El hormiguero no exist ía -al menos hacia el exter ior-, la febr il act ividad de los animalitos había cesado por completo, no pude encontrar ninguno, ni siquiera en las ho jas de los árbo les. Tampoco hallé alguno muerto. “Sus alas se deben haber secado, y luego han ido volando a. . . a donde tuvieran que ir”, pensé, con opt imismo.

Una “insectidad”

Mientras estuve mirando a las hormigas se me ocurr ió

algo singular. Me pareció que ellas formaban una comunidad grandís ima, organizada, con sus lenguajes, sus leyes, sus propósitos, su sistema po lít ico, su t radición cultural. ¿Por qué no habr ía de ser así? ¿Qué nos autoriza a creer que estos seres no dispongan de sistemas ideo lógicos, de ciertas sensaciones equivalentes a lo que en los humanos denominamos “sent imientos”, de ciertas vivencias homologables a lo que en humanos mencionamos como “int eligencia”?

Cuando mis hijas eran chiquitas y descubr ían algún insecto en el campo, al percibir en su act itud algún signo amenazador, las advert ía: “¡No vayan a hacer le daño!”. . . Ante sus o jazos interrogantes, repet ía:

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“¿Qué les parece si a ustedes las pisotea o agarra brutalmente algún gigante?. . . Imaginen si anduviera un gigante, paseando por la Tierra, y de repente las encontrara en su camino.. . ¿les gustar ía que las levantase bruscamente entre sus garras, o las aplastara con un pie?”

“¿Como King Kong?”, preguntaba la Lupita (las había llevado al cine, a ver la película King Kong, fue para ellas una exper iencia extraordinar ia, desde entonces el gorila pasó a ser, en su imaginer ía, paradigma de gigante).

De verdad cre ía en esto (mejor dicho era, es, como una vaga intuic ión). Que la Tierra y lo s planetas, con todo lo demás que percibimos en la parte del Universo a nuestro alcance, son porciones de cuerpos gigantescos, tan inmensos que nos resulta imposible ver los. Por lo demás, só lo una presuntuosidad estúpida puede convencernos de que para ser cons ideradas int eligentes las formas de vida deben presentar caracteres humano ides. Recuerdo no sin sonreír el argumento que expuso un director del diar io donde t rabajé alguna vez para “demostrar” la inexistencia de extraterrest res. El hombre -doctor en Filo so fía y Derecho- afirmaba (más o menos) en cierto párrafo de su extenso art ículo: “. . . la prueba más contundente de que lo s marcianos no pueden exist ir ( llamaba “marcianos” a lo s extraterrest res), la prueba abso luta de la inexistencia de estos engendros, es su fealdad.. . Porque Dios no pudo haber jamás haber creado algo tan feo.” ¿Cómo sabía él que los “marcianos” eran feos? No lo aclaraba. ¿Se guiaba de lo representado en las películas quizás? ¿Se

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estaba refir iendo, por ejemplo, a representaciones como el ET? ¿O tal vez habr ía quedado impresionado por una especie de parodia cinematográfica de La Guerra de las Galaxias, cuyo nombre exacto no recuerdo, protagonizada por Jack Nicho lson, que presentaba unos extraterrest res horr ibles y muy agresivos?. . .

S in embargo, a imaginaciones menos limit adas les fue dado suponer existencias como éstas:

“. . .A la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y t ibio, y las viñas se ergu ían t iesamente en los pat ios, y en el distante y recogido pueblito marciano nadie salía a la calle, se podía ver al señor K en su cuarto, que leía un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre lo s que pasaba suavemente las manos como quien toca el arpa. Y del libro, al contacto con los dedos, surgía un canto, una voz ant igua y suave que hablaba del t iempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos [. . . ]

“El señor K y su mujer vivían desde hacía ya veinte años a orillas del mar muerto, en la misma casa en que habían vivido sus antepasados, y que giraba y seguía el curso del so l, como una flor, desde hacía diez siglos.

“El señor K y su mujer no eran vie jos. Tenían la tez clara, un poco parda, de casi todos los marcianos; los ojos amar illos y rasgados, las voces suaves y musicales.

“En otro t iempo habían pintado cuadros con fuego químico, habían nadado en los canales, cuando corría por ellos el licor verde de las viñas y habían hablado hasta el amanecer, bajo los azules ret ratos fosforescentes, en la

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sala de conversaciones.” (Ray Bradbury. Crónicas Marcianas, 1955.)

En el monte

E l domingo salí a caminar en dirección al monte. Eran

como las nueve de la mañana. Como había llovido durante el viernes y algo del sábado, la t ierra estaba húmeda por todas partes, la vegetación limpia. El so l era relat ivamente suave y se ocultaba de a ratos entre las nubes morosas. La temperatura result aba muy agradable, auxiliada por una delicadís ima br isa. Tomé la ruta que va a Catamarca. Allí, a unos dos kilómetros, hay un sit io que personas para mí desconocidas han dedicado al Gauchito Gil. Una especie de santuar io . Me sorprendí al ver los progresos que había exper imentado en los últ imos t iempos. Lo que era un rúst ico quincho apenas protegido con alambres herrumbrados, y una casillit a bajo de un árbo l, ahora t iene una flamante construcción, muy prolija, ins inuándose como un templete de homenaje al. . . ¿santo? No sé cómo llamar lo. Vagamente sé del Gauchito Gil que era un hombre “bueno”, fís icamente agraciado, que tuvo algún t ipo de desdicha. . . ¡ay, no presté mucha atención a la historia cuando me la contaron! ¡No sé si su mujer le met ió los cuernos, si lo t raicionaron cuando iba en busca del sustento asesinándo lo por la espa lda o si mur ió en un accidente! Lo cierto es que lo convirt ieron en ícono de devoción popular. (2) Me sorprend í más aún al est irar para ver la una bandera, nueva, suntuosa, de

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co lor rojo -como todos los objetos relacionados con Gil- que co lgaba de un mást il. “UNSE - Club Ciclista de la Universidad Nacional de Sant iago del Estero - Gracias Gauchito Gil”, habían hecho estampar con let ras doradas lo s ofrendantes. ¿Ser ían estudiantes? ¿O profesores? ¿O ambos, como en el Consejo Académico? Obviamente no estaban influidos por el mater ialismo cient ífico. Inspeccioné todo met icu losamente, mientras reflexionaba acerca del or igen de lo s cultos, recordando aquella histor ia de l guerrero que custodiaba de por vida un mont ículo de piedras dedicado a cierta diosa germánica, con que comienza Frazer su clásico t ratado “La Rama Dorada”. También recordé que la única fo rma de ganar el “pr ivilegio” de dicha custodia, entre aquellos habit antes de los Alpes Suizos, era combat ir a muerte con el guerrero -elegido desde su más t ierna infancia para dicho propósito-, luego de cuya derrota (y fallecimiento) el desafiante podía recién ocuparse de custodiar las piedras, alimentado por todo el pueblo.

Un crimen alimentario

Sat isfecho con mi inspección, tomé por el caminito que

se ins inuaba con ca lidez a un costado del santuar io . Mi propósito era evitar las altas torres de electricidad a las que esa senda llevaba, internándome en el monte pleno apenas hallase una “picada” con aspecto confiable. Por de pronto, ya estaba cesando -gracias al distanciamiento- el nervioso rumor de la ciudad; de vez en cuando pasaba

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algún automóvil de ida o vuelt a por la ruta, a unos cincuenta metros de allí, se podían escuchar con mayor nit idez lo s cantos de los pájaros, los numerosos zumbidos de los insectos. Caminé, pues, t ranquilamente por esa franja, bordeada a sus lados con ramaje seco, señal de que por allí habían pasado personas cortando arbustos para t ransformar los en leña. Pronto me topé con un remolino de bichos vo ladores, componiendo un cono semejante al descubierto en casa, só lo que esta vez ¡eran hormigas muy grandes! ¡Como la mitad de mi dedo meñique, só lo en sus cuerpos!, marrones oscuras, casi negras, con a las semejantes a las del alguacil. Otra vez me puse a mirar las hormigas. Esta vez era más fácil, pues había so l, además de ser las presentes al menos diez veces mayores en tamaño a las de mi casa. Quién sabe adónde ir ían. También las actuales creaban una especie de tolva, que a diferencia de éstas se reso lvía en ascendencia, pero cuando se enanchaba hacia el cielo disponían las hormigas abandonar la mult itud, emprendiendo un camino mister ioso para mi entender, pues tampoco parecen impulsadas, todas, hacia un mismo lugar. E l silencio me permit ió percibir cierto zumbido y al seguir lo encontré, en el suelo, a una gigantesca hormiga que se había caído. Pugnaba por salir de una especie de t rampa, formada de modo accidental con restos de ramitas secas, amontonándose en parvas, delgadas, pero cuyos hilo s habían urdido un techo, inmenso proporcionalmente, apresando al animalito , que una y otra vez ca ía, al no acertar con un espac io

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suficiente en el entramado, chocando con las ramitas, vio lentamente, y derrumbándose al parecer más debilitado cada vez. Me senté en cuclillas allí, a un costado, sólo con el ánimo de observar. Entonces percibí un movimiento sigilo so, rapidísimo, entre las ramas; algo como un refucilo dorado, que se insinuaba y desaparecía sin el menor sonido. ¡Una araña! ¡Acechaba a su presa! Inmóvil contemplé los acercamientos de la araña. Luego de t res o cuatro ágiles saltos, se situaba un poco más cerca de su futura víct ima pero se detenía, vigilándo la con o jos que recordaban a lo s de John Ford, sin que ella siquiera sospechase la ominosa presencia. La pobre hormiga, absorta en su desventura, parecía relamerse her idas, apoyando el hocico formado con pinzas, ora sobre su pecho, ora sobre un costado, sin intentar vo lar ot ra vez, só lo desplazándose torpemente en círculos por sobre el barro, pugnando con la enredada t rama de ramit as secas, en las que t ropezaban sus frágiles patas y perdía pie, sin permit ir le asentarse un poco siquiera como para descansar. Los segundos que t ranscurr ían entre los paulat inos acercamientos de la araña me resultaron angust iosos. Pero el metálico animal (esta vez me recordó al Mar iscal Montgomery acechando a Rommel) no parecía impacientarse en lo más mínimo. Venía segura, implacable, hacia el himenóptero, descansando de a ratos en las umbrosidades del fino ramaje, como un tanque israelí podr ía hacer lo al dir igirse a atacar un objet ivo palest ino. Y con la misma impavidez que otorga la super ior idad de recursos. De repente la

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araña saltó sobre la hormiga marrón y la inmovilizó, clavándo le su aguijón en la nuca. La hormiga se retorció de do lor, pero no intentó el menor movimiento para resist ir . Con crueldad profesional la araña siguió perforando a la hormiga en su cerviz, hasta que el pobre animalito dejó de patalear. Luego la arrast ró, llevándo la hacia el int er ior de los yuyos, hasta que no los vi más. Me levanté perplejo y depr imido. ¡Podr ía haber sa lvado a la hormiga! De hecho había actuado así en otras oportunidades, ¿por qué no ahora? Me había dejado llevar por el “espír itu cient ífico”. Un modo de complacer al ego ísmo.

Pronto me int erné en el monte. Debí poner la mayor

atención para discernir caminos, pues muchos claros suelen ser engañosos; con frecuencia nos llevan a quedar encerrados entre tupidos árbo les y están custodiados por todas partes con matas espinosas (el monte sant iagueño es muy espinoso, constantemente uno debe mirar a lo s costados, pues suele haber plantas con espinas pequeñit as pero duras, agudas como agujas, de las cuales nos damos cuenta a veces so lamente cuando se han clavado en nuestra piel o lo que es peor -como me pasó esta vez- desde arr iba en el cuero cabelludo por un error de cálculo al at ravesar las). E l afán me har ía o lvidar los sent imientos suscitados por el asesinato de la araña. A poco de avanzar oí un ruido que const ituye para mí desde hace t iempo un importante enigma. Es semejant e al de una tumbadora con parche bien templado. No sé si lo provoca

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un pájaro u otro animal. Concentrado, como decía, en hallar caminitos con menor cant idad de espinos, co loqué al int eresante sonido en lo subconsciente. Cuando a la izquierda surgió -como suele ocurr ir en el monte- un umbroso hueco y alcancé a ver cierta sombra avanzar unos pasos tambaleantes, en sent ido contrar io al que yo llevaba, y levantar vuelo. . . ¡Un pájaro!. . . ¡Parecía muy pesado! Apenas aleteó ruidosamente por bajo la pr ieta armadura que formaban las cerradas copas y las lianas. Me había costado algún esfuerzo llegar hasta ahí, pero decidí regresar, con el mayor sigilo posible, para observar lo de cerca. Ya había sent ido -como cada vez que escucho el gutural son- ese ingobernable est remecimiento. Me acerqué en puntas de pie, y al llegar casi adonde había visto descender la forma, vo lvió a hu ir, esta vez rápidamente, perdiéndose ahora entre las copas y alcanzando un hueco hacia arr iba que le permit ió acelerar su vuelo. Era un pájaro, quizá del tamaño de una perdiz en su cuerpo, pero de alas posiblemente mayores a las de un gavilán; alas extrañas, como las de un avión, y una co la muy larga, rectangular, más del doble de su talle, todo esto de un co lor ocre anaranjado, con rayas, o cuadros, en la co la, de co lor marrón oscuro, bruñido. ¡Ay! ¡No pude ver su rost ro!. . . Tampoco sé si al fin he descubierto al enigmát ico animal que se expresa con voz profunda, agorera, como si lo hic iera adentro de un t ronco ahuecado, o golpeara dentro de él con un pa lo terminado en pompón semejante a los usados para el bombo de orquesta. Me interné en el monte otra vez. Me

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engulló la vegetación. Sent í esa espir ituosa alegr ía que infunde esta t ierra.

Anduve bastante. Me detuve var ias veces a observar singulares plantas o insectos raros; lo s pájaros huyen, a veces nos observan desde prudente distancia. Con esfuerzo y cuidado para no dañar al árbo l, bastante alto -y no dañarme las manos con las espinas-, corté para mostrar a mi hija Rocío dos ramit as de una extraña planta, con ho jas como perfectas espadas de gladiador. Dur ísimas las ho jas, como si estuviesen hechas de metal, y como éste, sumamente br illo sas. Ya no se escuchaba el ruido de la ciudad. Sólo un rumor bronco, apenas percept ible, referenciaba su existencia en este sit io .

Stress. Stress

Llegó la hora de los libros. Vitus B. Dröscher

menciona en su libro Sobrevivir (1) interesantes exper imentos efectuados con animales. Tomaremos algunos relacionados con el st ress. Este, según el mencionado autor, “no es un específico acompañante de la razón humana, sino que actúa en un amplio campo de sensac iones y sent imientos, la angust ia, al que están somet idos por igua l tanto el ser humano como los animales restantes”. Como buen pragmát ico, desde unas páginas antes venía proporcionando abundantes ejemplos. Hemos seleccionado cuatro:

“[. . . ]en cualquier momento -sigue Dröscher- es posible causar la muerte por st ress de una abeja en un simple

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exper imento. Los doctores Roy J. Pence, Robert D. Chambers y Manuel S. Viray, entomólogos de la Universidad de California en Los Ángeles ( la famosa UCLA), apresaron algunas abejas mientras se hallaban libando y las encerraron, por separado, en unas pequeñas redes de gasa dentro de las cuales co locaron diminutos recipientes llenos de mie l.

“A ninguna de las buscadoras de néctar se le ocurr ió la idea de libar su alimento favor ito . Revo lo tearon como dementes en el int er ior de la tupida red, zumbando y girando incesantemente, y al cabo de dos horas estaban muertas.”

El exper imento de los doctores (de la famosa UCLA) me dejó compungido. ¿Era imprescindible torturar a estos dos maravillosos bichitos para extraer la conclusión de que un ser vivo somet ido a la desesperación debe terminar mur iendo?.. . Veamos que dice Dröscher:

“Pro fundas invest igaciones han probado que el encierro causa una invasión de hormonas del st ress en la corriente sanguínea de las abejas que, a su vez, provoca en el insecto un ataque de pánico y una extrema nostalgia, un deseo irresist ible de vo lver al hogar.” Ah, era necesar io , entonces. Disiento con ello . Pero luego hablaremos de eso, si os interesa.

Los norteamer icanos hicieron escuela con sus “exper imentos” sobre animales: de millones, Dröscher menciona otros. “Invest igadores del hospital Monte Sinaí, en Nueva York, situaron a unos ratones en un

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estado de atemperado st ress, mostrándo les un gato a cortos periodos de intervalo.

“Muy pronto los ratones enfermaron y cogieron la lombriz so lit ar ia. E l cont inuado estado de angust ia les robó todas sus fuerzas defensivas, necesar ias para enfrentarse con las infecciones. En una sit uación semejante, las ratas enferman de cáncer”.

Otra historia: “[. . . ] en Hagenbeck, el zoológico de Hamburgo, en

1970. En el recinto reservado a una especie de monos de la India se produjo un número exces ivo de nacimientos, con gran regocijo de los asistentes habituales a ese lugar, conocido como el Monkey-Sa loon. Los visitantes del zoo pudieron pasar un lindo rato.

“Pero un buen día el recinto se convirt ió en un infierno. Con diabó lico gr iter ío aquellos cincuenta animales que hasta el d ía anter ior formaron una autént ica comunidad pacífica, se lanzaron unos contra ot ros t ratando de darse muerte a mordiscos.

“«Comenzaron a luchar entre sí - informa Günter Niemeyer, escr itor espec ializado en vida animal-. No se libraron ni las hembras ni las cr ías. E l gr iterío result aba ensordecedor, el pelo vo laba por los aires y la sangre brotaba de las her idas producidas por los mordiscos y de las orejas arrancadas».

“[. . . ] La superpoblación -concluye Dröscher-, como vemos, puede dar lugar a un st ress social que termina en vio lencia y asesinato”.

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Aún tomaremos un últ imo ejemplo de este libro: “El profesor Dietr ich v. Holst , de la Universidad de Munich, ha realizado una ser ie de sorprendentes exper imentos con las tupayas.

“Se t rata de animalitos que t ienen cierto parecido con nuestras ardillas comunes, pero que son antepasados pr imit ivos de lo s prosimios y, por lo tanto, del hombre. Pertenecen a la familia de los pr imates. [ . . . ] cuando se hallan somet idos al st ress [ . . . ] se produce en ellos una erección del pelo, sobre todo del de la co la, que, por lo general, se encuentra liso y pegado a ella, pero que en casos de fuerte presión emocional se er iza y da al rabo un aspecto de limpiabotellas.

“Estos mamíferos que viven en el sudeste de Asia, son [. . . ] víct imas de una gran t risteza anímica cuando ven cerca a un congénere que no pertenece a su propia familia, esto es, su hembra o sus cr ías. Surge en ellos esta manifestación de st ress cuando t ienen ante su vista a un macho de su especie, inc luso si éste fue anter iormente vencido por ellos.

“En el t iempo comprendido entre las seis de la mañana y las se is de la tarde si una tupaya se ve obligada a ver durante dos horas a un «mal» enemigo, logra dominar su st ress de manera razonable. Sin embargo, si la situación de st ress se pro longa algún t iempo más, la hembra se vuelve caníbal y devora a sus propios hijo s. Esto ocurre siempre.

“El fenómeno no se presenta de improviso , sino que al pr incipio sigue amamantando a sus cr ías con el car iño de

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siempre. Pero cuando la presión del st ress se hace demasiado fuerte, salta de manera imprevista y devora a sus hijos uno t ras otro. Además, deja de comportarse como hembra y t rata de aparearse con otras hembras como si de repente si hubiera vuelto macho.”

Los “Maestros Gigantes”

En la película La confesión, de Costa Gavras, el

siempre correcto Ives Montand representaba a un comunista caído en desgracia con el régimen dictatorial de Stalin. Lo habían encerrado en una celda pequeña, alta y lisa, iluminada constantemente con un reflector, lo cual provocaba una irrealidad muy perturbadora, pues impedía discernir el t iempo. (3) Entre muchas torturas que pract icaban sobre él, una consist ía en despertar lo imprevistamente, a cualquier hora, con fuertes alarmas. Evitaban con ello que el pr isionero durmiese por más de pocos minutos, con lo cual iban desequilibrando su cerebro, somet ido al st ress permanente, con el propósito de convert ir lo en dócil arcilla para sus requer imientos. Los médicos observaban con fr ío interés las conductas del preso: les servía para comprobar o refutar algunas de sus teor ías; en sus mentalidades, const ituía un exper imento.

Otra vez se me ocurre la idea de que pueda haber seres gigantescos exper imentando con nosotros. El lunes, leyendo en el pat io -magníficamente cubie rto por una alfombra de campanillas liláceas que han caído de los

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jacarandáes-, siento a una hormiga bastante grande subir por mi pierna derecha. Rápidamente la disuado con un papirotazo, t irándo la lejos. Debe ser un golpe rapidís imo, para no dañar al animalito , sólo debe impulsar lo lejos para indicar le claramente que se está equivocando de camino. Tengo exper ienc ia en esto, pues en cada pr imavera me ocurre una y otra vez, al sentarme, en short, a leer bajo lo s árbo les. No recuerdo ninguna hormiga que luego de esta disuasión haya regresado, empeñándose otra vez en su intento. Ahora bien, si esto sucediera, y el animalito persist iese en el error de t ratar de ascender (me imagino que lo s pelos deben de representar para ella una especie de bosque ralo), si una y otra vez vo lviera, empezando a morderme cada vez que int ento expulsar la, quizá só lo me dejar ía el recurso de eliminar la.

¿No ocurr irá algo semejante con nosotros? ¿Cuando perforamos montañas con dinamita, cuando despojamos espacios anchís imos de su vegetación natural, cuando sometemos a la t ierra a t ratamientos químicos. . . no estamos molestando quizá a seres gigantescos?. . . ¿No int entan disuadirnos ellos, quizá, con lo que nosotros percibimos como temblores de t ierra, huracanes, tornados, terremotos?. . . Finalmente, ante nuestra obst inación, por más paciente que fuese el gran ser a quien ya dañamos, con sus intentos para disuadirnos de nuestro error, puede terminar por aniquila rnos. . . ¿No habrá sido algo así el diluvio?. . . ¿No habrá sido algo así

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la desapar ición de Pompeya bajo la lava?. . . El Popol Vuh cuenta, en tal sent ido, una historia est remecedora:

“[. . . ] fueron t r iturados, fueron pulver izados, en cast igo de sus rost ros, porque no habían pensado ante sus Madres, ante sus Padres, los Espír it us de l Cielo llamados Maestros Gigantes. A causa de esto se oscureció la faz de la t ierra, comenzó la lluvia tenebrosa, lluvia de día, lluvia de noche. Los animales pequeños, los animales grandes, llegaron: la madera, la piedra, manifestaron sus rostros. Sus piedras de moler (metales), sus vajillas de barro, sus escudillas, sus o llas, sus perros, sus pavos, todos hablaron; todos, tantos cuantos había, manifestaron sus rost ros. «Nos hicisteis daño, nos comisteis; os toca el turno; seréis sacr ificados», les dijeron sus perros, sus pavos. Y he aquí ( lo que les dijeron) sus piedras de moler: «Teníamos cot idianamente que ja de vosotros; cot idianamente, por la noche, al alba, siempre: `Descorteza, descorteza, rasga, rasga´ sobre nuestras faces, por vosotros. He aquí, para comenzar, nuestro cargo a vuestra faz. Ahora que habéis cesado de ser hombres, probaré is nuestras fuerzas: amasaremos, morderemos vuestra carne», les dijeron sus piedras de moler. Y he aquí que [. . . ] sus perros les dijeron: «¿Por qué no nos dábais nuestro alimento? Desde que éramos vistos nos perseguíais, nos echábais fuera: vuestro inst rumento para golpearnos estaba listo mientras comíais. [ . . . ] ahora sufr iréis lo s huesos de nuestra boca [. . . ].» Y he aquí que a su vez sus o llas, sus vasijas de barro, les hablaron: «Daño, dolor, nos hic ísteis,

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carbonizando nuestras bocas, carbonizando nuestras faces [. . . ] : vosotros lo sufr iréis a vuestro turno, os quemaremos» [. . . ] . De igual manera las piedras de l hogar encendieron fuertemente el fuego puesto cerca de sus cabezas, les hicieron daño. Empujándose ( lo s hombres) corrieron, llenos de desesperación. Quisie ron subir a sus mansiones, pero cayéndose, sus mansiones les hic ieron caer. Quisieron subir a lo s árbo les; lo s árbo les lo s sacudieron a lo lejos. Quis ieron entrar a los agujeros, pero los agujeros despreciaron a sus rost ros. Tal fue la ruina de aquellos hombres [. . . ] ; sus bocas, sus rost ros, fueron todos dest ruidos, aniquilados. Se dice que su posteridad (son) esos monos que viven actualmente en las selvas [. . . ] . (Popol Vuh, Libro del Consejo de los Ant iguos Quichés. Traducción de lo s orig inales mayas: Georges Raynaud, Miguel Angel Astur ias, J. M. González de Mendoza, en la Escuela de Altos Estudios de Par ís. Décima edición, Editor ial Losada, Buenos Aires, 1985. Capítulo 4, páginas 20, 21 y 22.)

Sincronicidad

E l martes me visitó un pastor de los Test igos de

Jehová. Es un enó logo maduro, de personalidad apacible e inteligencia de singular metodicidad. Él me dejó las revistas Despertad y Atalaya, como otras veces. En la pr imera el art ículo pr inc ipal se llama “La comunicación. Esencia l para el ecosistema mundial.” Trata pr incipalmente sobre los modos en que se comunican

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entre sí lo s animales. Otra vez me sorprende esta. . . co incidencia. En un momento cuando discurro durante var ios días sobre la vida de lo s animales, viene un amigo y me entrega una revista aportando justamente ¡información sobre los animales!. . . Digo me sorprende “otra vez” pues a lo largo de mi vida me ha ocurrido necesitar información acerca el átomo (supongamos) y que me llegue por correo un CD justamente sobre “el desarro llo de la invest igación nuclear en Holanda”, por ejemplo. O abr ir al azar un libro en alguna librer ía, para encontrarme con un párrafo que contesta precisamente lo que estaba int entando comprender afanosamente quizá durante var ias semanas, sin haber logrado llegar a un resultado.

Bien. La revista Despertad -por ot ra parte bellísimamente editada, con ilust raciones a todo color- dice: “[. . . ]antes que llegue el invierno en la helada Antárt ida, los pingüinos emperadores realizan el r itual del cortejo , durante el cual el macho y la hembra se lanzan gr itos el uno al ot ro. Y no es un juego, pues la vida del futuro polluelo depende de ello . ¿Por qué?

“Una vez puesto el huevo, la hembra se lo deja al padre para que lo empo lle en su bo lsa incubadora mientras e lla sale al mar a alimentarse. Al cabo de unos sesenta y cinco días regresa t ras haber recorrido hasta 150 kilómetros caminando con paso bamboleante o deslizándose sobre el vientre por el hielo. Ya es sorprendente que encuentre a su co lonia, pero ¿cómo se las arregla para reconocer a su pareja y al polluelo entre

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la algarabía de decenas de miles de pingü inos? Durante la parada nupcial, cada uno memoriza tan bien la voz del ot ro que, t ras meses de separación, consiguen localizarse.”

Más adelante indica: “Muchos animales envían señales a los demás valiéndose de las feronomas -poderosas sustancias que suelen producirse en glándulas especiales-, sea que las emitan directamente o mezcladas con la orina o las heces fecales. [ . . . ] las feronomas [. . . ] Son como un tablero de anuncios químico que otros animales «leen» con atención. El libro How Animals Communicate indica que cada señal o lfat iva «probablemente incluye datos adicionales sobre el residente, tales como su edad, sexo, fortaleza y otras habilidades, [así como] la fase del ciclo reproduct ivo en que se encuentra»“. Esta observación cient ífica me explicó por fin la recurrencia a revo lcarse en el césped una y otra vez de nuestra perra. Creo que ya les conté que detrás de nuestra casa hay una t ranquila placita. Allí, por las mañanas muy temprano, salimos con nuestra perra a tomar el pr imer aire. Pues bien, ella o lfatea concienzudamente el césped, en diferentes lugares, que evidentemente no han sido elegidos al azar. Repent inamente, sue le revo lcarse en un sit io que parece haber encontrado, con manifiesto regocijo . Observándo la a veces me t rajo a la memoria una de las pr imeras enseñanzas de Don Juan a Castaneda, cuando lo dejó en el pat io de su casa con el desafío de que “encontrara su lugar”. (4)

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La cuest ión es que esos sit ios donde se revuelca la Lucero -así se llama nuestra perra- suelen contener or ín o excrementos de otros animales. Esto fast idia mucho a la familia (una de esas veces, para peor en invierno, me llevó más de una hora quitar le, con agua caliente y un cepillo de cerda dura, una gruesa capa de mierda seca que se le había pegado al secarse, alrededor del cuello y en parte de la espalda; no la habíamos descubierto hasta que aclaró bien y comprobamos que era de su cuerpo de donde provenía aquel fét ido olor difundiéndose desde temprano). “La Luchi” (este es el apodo de la Lucero), me dije, luego de leer este art ículo “detecta en ese predio, quizás, el código feronómico de algún perrazo elegante y vir il, un verdadero pr íncipe azul, con quien ensaya acoplamientos espir it uales a t ravés de sus revo lt ijos sobre lo s excrementos dejados, deliberadamente, en ese lugar por el Don Juan”.

Humanos en el monte

La incursión en e l monte del domingo pasado fue muy

út il pues cumplió con lo s propósitos que me fijara, esto es, descubr ir senderos nuevos hacia puntos aún no explorados y que comunicaran, también, con otros lugares ya visit ados muchas veces ( incluso con mis hijit as, cuando eran pequeñas: ahora ya no les interesa acompañarme ni tampoco ir al monte, salvo Rocío que estudia Ingenier ía Forestal y part icipa en expedic iones ya muy cient íficas al Chaco o a la Reserva de Copo

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organizadas por su Facult ad), como La Lagunita, La Laguna Grande o El Bosquecito de Tunas. También se puede salir de allí a rutas nacionales, como la que lleva a Catamarca y La Rio ja u ot ra que va hac ia Tucumán, Salta, Jujuy.. . y Bo livia. O emerger de un modo imprevisto -como me ocurr ió esta vez, pues yo creía que iba a salir en La Laguna Grande- en una calle muy ancha, abierta evidentemente con el único propósito de albergar a gigantescas torres metálicas terminadas en punta, sostenedoras de poderosos t ransformadores y muy gruesos cables conduc iendo electr ic idad. Quer ía eludir esa franja, precisamente, por lo que me lancé a la pr imera sendita entre los árbo les que encontré. Pero pronto me hallé en medio de un tupido encierro vegetal; por obst inación cont inué, aunque no podía vis lumbrar ni un so lo sit io hacia el cielo donde se separasen un poco las copas de los árbo les, y allí fue que se me clavó esa espinit a en el cuero cabe lludo al pasar caminando como una rana por debajo de ella, lo cua l demostró ser insuficiente. Ya habituado a moverme en el monte me quedé inmóvil apenas sent í el pinchazo, pues de haber avanzado más la espina iba a abr irme una zanja, fina pero dolorosa. Con suma delicadeza la quité, me puse “cuerpo a t ierra” luego y así logré pasar. Fue en vano, pues debí regresar, ante la segur idad ya de que no iba a hacer más que internarme entre matas cada vez menos penetrables.

De mala gana emprendí el camino ancho y ár ido de las torres, que lleva hacia la Ruta Nacional. No me agradan ni las torres ni la elect r icidad. Ni el suelo pelado,

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amar illo , po lvor iento, que queda cuando las máquinas topadoras han eliminado el monte. Mis rezongos int er iores se diluyeron cuando otra vez encontré una sendit a: esta vez era más nít ida, demasiado lisa como para ser natural, pero tampoco con la aspereza del callejón de la elect r icidad. Entré allí; enseguida me di cuenta que había sido hecha por los innumerables pasos humanos, incluso se percibían en el suelo extraordinar iamente liso algunas huellas de bic icleta y de carros. Como para confirmármelo escuché un ruido detrás y noté que avanzaba un hombre en bic icleta. Si bien no muestro signos como los pelos erectos de las tupayas, humanos imprevistos suelen producirme un moderado st ress (odio confesar lo), especialmente cuando quiero estar abso lutamente so lo. Con ánimos cordiales me gr itó:

“¡Amigo! ¿Qué pasa con las iguanas?” “¡No pasa nada!”, le gruñí, e inmediatamente, como él

puso cara de sorpresa, aclaré “Ando paseando, so lamente”.

El t ipo, que llevaba leña en el portaequipaje, no concebía una salida al monte para ot ra cosa que no tuviese algún fin ut ilitar io . . . como yo llevaba un palo bastante grande en la mano.. . Pero lo había tomado, seleccionando cuidadosamente uno delgado y só lido, sólo para apartar las espinas.

Me ocurr ió algo interesante luego de avanzar un poco más. Ya iba perfectamente seguro de que el camino -bastante ancho, por ot ra parte- me llevar ía hasta donde se va “civilizando” el monte, para desembocar luego de un

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claro, en las bonitas casas de mi barr io , por lo cual mi mente se libró de prevenciones para entregarse a la mera contemplación y algún devaneo liberal.

Empecé a pensar entonces, una y otra vez “Qué hermoso lugar para hacerme una casit a”, y así, cada vez que me agradaba un sit io “Aquí podr ía ser”, só lo para hallar enseguida un conjunto de arbo litos, cactus elegantes, enredaderas, arbustos con tallo s recubiertos por escamas de plata, “no, no, este lugar es mejor, aquí voy a construir mi casa, lo más adentro del monte, de tal manera que nadie pueda llegar fácilmente a molestar”. Así iba, cada vez más entusiasmado con el proyecto de mi casit a -con forma de media esfera, cual pecho maternal- cuando hallé una sendita pr imorosa, blanca, apenas sufic iente como para que entrase una persona delgada, un hilito de t ierra blanca que viboreaba ágilmente int roduciéndose entre alt ísimos arbo lillos restallantes de flores rojas. Conversando conmigo mismo, ya en voz alta, dije:

-¡Esta va a ser la entrada hacia mi casa! -y me lancé con determinación en el desvío. Avancé con rapidez unos veinte metros, embr iagado de suave alegr ía, imaginando el sencillo portal de mi casa, cuando de improviso me topé con una pareja. ¡El hombre lanzó una exclamación de susto y abr ió los brazos, que hasta el momento envo lvían a la chica! Percibí el descender como un telón de la remera sobre el torso de la muchacha, a quien ni siquiera alcancé a dist inguir claramente, ya que estaban en un sector oscuro de la vegetación, apoyados sobre

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algo que me dio la impresión de ser pared de una casilla -pero debe de haber sido só lo un t ronco muy grueso, quemado. El hombre me miró con terror (claro, yo llevaba un palo en la mano, debo de haber presentado un aspecto fiero, luego de haber andado durante más de dos horas al so l, arrast rándome a veces y recogiendo espinit as y cadillo s sobre mi camisa). Inst antáneamente comprendí la situación y me aparté sin decir nada, vo lviendo a la “ruta normal”. Al pasar por una perspect iva que me permit ió visualizar los fugazmente, advert í que el joven había dejado a un costado a la chica, que permanecía inmóvil y en sombras, y él se había puesto de bruces contra un árbo l, como quien no puede salir de una gran impresión.

No pude explicarme este susto del muchacho, por más que mi aspecto pueda haber sido fiero. Esa misma tarde, vis itando a mi amigo Mar io Cardozo (uno de los miembros de esta lista) le narré lo sucedido.

-Andá a saber a quién estaba “marcando” el t ipo - me dijo , ac larándome quizá la cuest ión. No se me había ocurrido que tal vez sorprendiera a una pareja considerada ilegal.

Luciérnagas

La ecó loga Susan Tweit sost iene en un artículo

reproducido por “Despertad” que las luciérnagas manejan ciertos códigos comunicacionales semejantes a nuestro “morse”. Sólo que ellas lo efectúan con luces. “El

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vocabular io luminoso de estos coleópteros va desde la simple alerta hasta un complejo s istema de llamadas y respuestas entre el pretendiente y la cortejada. El co lor de la luz var ía entre verde, amar illo y naranja. Dado que las hembras no suelen vo lar, la mayor ía de los resplandores que vemos procede de lo s machos. Cada una de las 1.900 especies de luciérnagas ( llamadas también gusanos de luz) poseen su propia pauta de centelleo.”

En un recuadro, t itulado “La fr ía luz de las luciérnagas”, “Despertad” informa: “Las lámparas incandescentes pierden alrededor del 90 % de la energía en forma de co lor. Sin embargo, las luciérnagas emiten una luz -producto de complejas reacciones químicas- que aprovecha entre el 90 y el 98 % de la energía, de modo que no se desperdicia casi nada en forma de co lor, razón por la que se la denomina luz fr ía. Las reacciones químicas que se ut ilizan para ello t ienen lugar en unas células espec iales designadas fotocitos, los cuales se encienden o se apagan gracias a ciertos nervios.”

Esta manera de comunicarse para hacer el amor recuerda a un hermoso cuento que publicamos hace poco en Quipu (ht tp://editorial-quipu.galeon.com), y creo habérselos enviado también a ustedes. Por si no lo hubiera hecho, lo reproduzco aquí:

En Orgonón, planeta de cinco lunas de la constelac ión

de Acuar io, pudimos gozar de uno de los espectáculos más hermosos de todo nuestro viaje: cuando hacen el amor, los habitantes de Orgonón se iluminan.

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No se t rata de una luminosidad repent ina y fugaz, sino que va naciendo de a poco, apenas el macho se encuentra con la hembra. Pr imero se iluminan lo s o jos y, en seguida, el resto del cuerpo empieza a cambiar de co lor en forma radia l a part ir del sexo, como una gota de t inta en un papel secante. Cuando se abrazan, se inic ia un tenue chisporroteo por toda la piel. Leve, cadencioso, con un r itmo preciso y cas i musical. A medida que se hace más intenso el roce de las pie les, los cuerpos se parecen cada vez más a dos lampar itas eléct ricas o a dos luciérnagas. Lentamente el chisporroteo deja lugar a una luminosidad cont inua y difusa que llega a su máximo esplendor en la culminación del acto.

Es maravillo so, por las noches, ver las ventanas de las casas, las calles y los parques iluminados por el amor.

En Orgonón, desgraciadamente, sus habitantes no pueden apreciar estos espectáculos, pues ello s son ciegos a los co lores sit uados por debajo del ult ravio leta. En este sent ido -y só lo en este sent ido- los orgónicos son parecidos a nosotros, los terráqueos, que tampoco somos capaces de gozar de los esplénd idos tornaso lados infrarro jos de nuestros cuerpos amándose.

(José Luis D´Amato, “La luz”. San Marcos Sierra,

Córdoba, Argent ina, 1997) Tengo deseos de seguir escr ibiendo, pero noto que esta

Carta se ha puesto bastante larga. Por ello , para no

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agobiar a mis amigos, me despido en este mismo instante, hasta la próxima oportunidad.

Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, lunes, 26 de octubre

de 2003. (1) Vitus B. Dröscher . Sobrevivir . La gran lección del

reino anima l. Traducción de Joaquín Adsuar Ortega. Editor ia l Sudamer icana/Planeta . Buenos Air es, 1983.

(2) Otro fenómeno de “s incronicidad”: anoche me acerqué a mi por tafolios para sacar a lgo y encontr é a su lado un ejemplar de un per iódico quincena l editado por la izquierda democrát ica argent ina, de algunos meses atrás. No lo había leído, ni siquiera recordaba haber lo hojeado, quizá por haber l legado junto con otras publicaciones que me inter esaron más en su momento. Es una revista úti l; la hojeo y me encuentro en sus páginas centrales, siempre con grandes fotos a color . . . ¡un informe especial sobre la celebración del Gauchito Gil en Lomas de Zamora!. . . De all í extraigo, pues :

“Antonio Gil era un hombre de pueblo, humilde y honrado, que vivió en Corr ientes, a mediados del s iglo XIX. [. . . ] decide escapar a la leva forzosa. Vive como “gaucho matr ero” y deser tor hasta que lo apresan, y uno de los guardias encargados de l levar lo hasta la capita l lo mata” As í había

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sido la histor ia . ¿Por qué lo transformaron en santo popular? Aquí está : “[. . . ] el ases ino, que tenía un hijo muy enfermo, se arrepiente de su cr imen, p ide perdón al gauchito y promete l levar una cruz al lugar de su muerte. As í lo hace y al regresar a su casa, descubre el milagro: su hijo se había recuperado. Allí, donde fue ases inado, se er ige hoy el a ltar pr incipal del Gauchito Gil, pero hay cientos de ellos por todo el pa ís.” (Sofía Fuhrman, “El gauchito de los milagros”, revista “Acción”, Año 37, Nº 884, segunda quincena de junio de 2003.)

(3) Vi la pelícu la a los 21 años; esta celda me horror izó, me pareció incr eíb le que hubiera gente tan perversa como para encerrar a otros en cubículos como éste. También sent í un escalofr ío de sólo pensar que un humano debiera sobrevivir durante muchos días a l l í. Ni se me pasó por la cabeza la supos ición de que alguna vez me ver ía somet ido a una situación semejante, como ocurr ió cuando debí ocupar cier ta celda de castigo en la cárcel de Sierra Chica, construida en el siglo XIX.

(4) “Seña ló que yo estaba muy cansado sentado en el suelo, y que lo adecuado era hallar un «s it io» en el suelo donde pudiera sentarme s in fatiga. [. . . ]

“Don Juan [. . . ] recalcó que un sit io s ignif icaba un lugar donde uno podía sent irse fel iz y fuer te de manera natural.” (Carlos Castaneda. Las enseñanzas de Don Juan. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.)

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CARTA Nº 13 Autonomía, Santiago del Estero, sábado 19 de sept iembre de 2004.

Quer idas amigas y amigos: Juan Cast iglione me ha enviado cierto art ículo. Lleva

como t ítulo “El Hecho y su contexto”, con una vo lanta abajo: “La estafa de El Código Da Vinci: un best -seller ment iroso”. Está firmado por Pedro J. Ginés Rodr íguez, presumiblemente publicado por algún per iódico en España, sin especificar.

E l envío no es arbit rar io . Sucede que Juan concurr ió a la disertación de un panel, en el cual se reflexionó sobre parte de mi obra literar ia. En ese contexto, Amalia Beatr iz Domínguez dijo , aproximadamente, que la novela Bertozzi , publicada en Italia hacia 1996, se sostenía sobre un presupuesto ideo lógico semejante al de El Código Da Vinci . Con generosa so lidar idad, se quejó también de que pese a ello mi nove la permanece en el anonimato, mientras que la de Dan Brown se ha convert ido en un libro vendido por cientos de miles.

Todo esto hubiese quedado allí si Juan no mandaba el art ículo mencionado, donde se analiza de un modo agudamente adverso el contenido del best seller. Juan me hizo saber también que no compart ía los conceptos sostenidos por el autor del art ículo. Las razones por las

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que me lo remit ía –dijo-, es pues lo consideraba “est imu lante” y porque estaba teniendo una extraordinar ia difusión.

Amalia me había enviado -mucho antes- por e-mail, una versión digital de El Código Da Vinci . Motivado por las cr ít icas que se le hacían, decidí otorgar le un espacio cot idiano y terminé de leer la novela de Dan Brown la semana pasada.

Aparte de algunos conceptos esencia les, provenientes de la t radición relig iosa universal - la pública y la oculta- me parece que este best seller difiere de mi novela en su concepción central, tanto literar ia como religiosa. Así pues, mientras Bertozzi intenta presentar una obra de arte donde se sugiera y permita al lector la recreación de elementos vita les, El Código . . . t rabaja con el método del “suspense”, sin prestar la necesar ia atención a la belleza de las formas, apelando a todo t ipo de recursos, harto probados, para precipit ar una lectura voraz. Y práct icamente se facilitan todas las respuestas importantes.

Pese a ello -y a ot ros vicios conceptuales y literar ios- creo que el libro aporta numerosos conceptos verdaderamente valio sos, para quienes estudiamos los fenómenos religiosos con el ánimo sincero de descubr ir la verdad. Los enumeraré de un modo crono lógicamente inverso:

1) La leyenda del Santo Grial alude simbó licamente a

la saga de una notable progenie Europea, los

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merovingios, cuyos integrantes ser ían descendientes directos de Jesús.

2) Por lo tanto Jesús habr ía sido casado. Su esposa habr ía sido Mar ía Magdalena, quien luego de la crucifixión de su mar ido, habr ía sido trasladada a Europa por los apóstoles, más precisamente a la Galia, desde donde pro longar ía la descendencia sagrada.

3) Jesús no habr ía sido “el Hijo de Dios”, sino un profeta del “verdadero culto sagrado”, en cuyo centro reinaba una deidad femenina. En este credo, Mar ía Magdalena actuaba como Suma Sacerdot isa.

Cons idero sumamente interesantes estos supuestos, porque resumen concepciones barajadas de un modo confuso durante siglos, a t ravés de múlt ip les vert ientes religiosas. Que se convirt ieron en esotéricas debido a la feroz persecución suscit ada, desde el sector que gradualmente fue conso lidándose en e l poder de la Iglesia Católica. El mér ito de este resumen tampoco es de Brown, como descubr ir ía después, también gracias a la ayuda de Amalia Beatr iz Domínguez, con quien nos une además de múlt iples afinidades espir ituales la búsqueda sincera de la verdad, desde muchos años at rás. Juntos descubr imos, hace apenas unos días, El Enigma Sagrado , l ibro publicado en españo l hacia 1985. Bajo una idea de Henry Linco ln, guionista de la BBC, Richard Leigh, novelista, y Michael Baigent , licenciado en psico logía, todos expertos en temas relacionados con el Gr ia l, se construyó este libro que roza las 500 páginas. En él se desarro lla, sobre bases documentadas cuidadosamente, la

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histor ia que en sus conceptos básicos difundirá luego la hoy muy le ída El Código Da Vinci . Hasta el nombre de su personaje pr incipal, Saunière, el curador jefe del Museo del Louvre y Gran Maestre de una orden secreta, la que custodia el Santo Grial, es el mismo de un personaje real, Franco is-Bérenger Saunière, cura de fines del XIX, quien efectúa un mister io so hallazgo en su parroquia, ubicada en una bella zona montañosa habit ada otrora por cátaros y templar ios. Esto no quita mér ito , según mi modesto entender, a El Código Da Vinci , pues resume de un modo esquemát ico y medular lo s conceptos largamente desmenuzados y sostenidos con abundantes citas, mapas y fotografías en El enigma sagrado . La rápida digest ibilidad de la novela permite, parecidamente a los buenos videos de Car l Sagan, acceder a un conocimiento que de otro modo podría quedar algo desdibujado, en un libro tan extenso y minucioso como el anter ior.

Pues bien, en esta Carta a las amigas y amigos que int egran esta congregación espontánea, propongo dividir nuestro anális is en dos partes: pr imero, los argumentos esenciales de la novela -y por ende, de su sostén ideo lógico, El enigma sagrado-. Segundo, las argumentaciones del art iculista Ginés Rodr íguez, que considero una reacción visceral, desde el extremo simétr icamente opuesto a la postura conceptual mantenida por los autores de ambos libros.

Comencemos con el tema de la supuesta descendencia de Jesús.

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Rey de Israel Según las líneas históricas reconstruidas en base a

documentos –pero principalmente a imaginación- (1) por lo s autores mencionados, Mar ía Magdalena, luego de la muerte de Jesús, habr ía sido llevada secretamente hacia Europa por un selecto grupo de apóstoles. Ésta, conformada bajo expresas direct ivas de Jesús, habr ía estado conducida por Lázaro y José de Ar imatea. Su mis ión sagrada era preservar a la sacerdot isa, Mar ía Magdalena, por entonces embarazada, y su progenie. Hasta el momento oportuno, en que se suscitaran las condiciones necesar ias para restablecer el reino de la est irpe legít ima de la Casa de Israel, que Jesús representaba, por sus dos líneas genealógicas ascendentes. En tal sent ido, dicen lo s autores de El enigma sagrado: “El evange lio de Mateo afirma explícit amente que Jesús era de sangre real: un rey autént ico, heredero por línea directa de Salomón y David. Si esto es verdad, disfrutar ía de un derecho legít imo al t rono de una Palest ina unida, y puede inc luso que gozara del derecho legít imo. Y la inscr ipción que se hizo en la cruz ser ía mucho más que una simple bur la sádica, pues Jesús ser ía de veras el «rey de los judíos». En muchos sent idos, su posición ser ía análoga a la de, pongamos por caso, el pr íncipe Car los Estuardo en 1745. Y, por ende, engendrar ía la oposición que engendró exactamente debido a esta condición: la de rey sacerdote que tal vez unificar ía a su país y al pueblo judío, con lo que

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representar ía una ser ia amenaza tanto para Herodes como para Roma”.

De tal manera, la ejecución infamante de este pr íncipe de Israel no habr ía sido, como pretende la t radic ión sinópt ica, un hecho relig ioso inducido por los hebreos, sino un acto polít ico, considerado imprescindible por el Imper io Romano, para sostener su poder ante el adversar io más importante que tuviesen durante toda su dominación. En tal sent ido cont inúan argumentando Linco ln y sus compañeros, para demostrar que exist ía una genuina “familia real” con legít imo derecho a reclamar la devo lución del t rono de Israel.

“Según todas las crónicas del Nuevo Testamento -dicen Leigh, Linco ln y Baigent-, Jesús era del lina je de David y, por ende, también miembro de la t ribu de Judá. A o jos de lo s benjamitas esto le convert ir ía, al menos en cierto sent ido, en un usurpador. Sin embargo, una objeción de esta índo le habr ía quedado superada de haber contraído Jesús matr imonio con una mujer benjamita.

“Un matr imonio de esta clase hubiera const ituido una importante alianza dinást ica, una a lianza cargada de importancia po lít ica. No sólo habr ía proporcionado a Israel un poderoso rey-sacerdote, sino que, además, habr ía cumplido la función simbó lica de devo lver Israel a sus propietar ios or iginales y legít imos. De esta manera habr ía servido para est imular la unidad y el apoyo del pueblo, aparte de conso lidar el derecho al t rono que pudiera poseer Jesús.

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“[. . . ] Jesús ser ía un rey-sacerdote del linaje de David que poseía un derecho legít imo al t rono. Conso lidar ía su posición mediante un matr imonio dinást ico simbó licamente importante. Luego estar ía en condiciones de unificar a su país, movilizar al pueblo t ras él, expulsar a los opresores, deponer a su mar ioneta abyecta y restaurar la glor ia de la monarqu ía tal como era bajo Salomón. Un hombre así habr ía sido verdaderamente «rey de los judíos».” (2)

Pues bien, en esta línea de razonamiento, la preservación de la est irpe de Jesús ser ía necesar ia para el establecimiento del “Reino de Dios” sobre la Tierra, cuando se presentara otra oportunidad adecuada ( la pr imera habr ía s ido durante la vida de Jesús). Esta segunda oportunidad, según el cr iter io sustentado por estos libros, bien podr ía haber sido el per íodo de las Cruzadas. Allí, un maduro ejército cr ist iano se vuelca de un modo irresist ible sobre el Israel histórico. ¿Y qu iénes ser ían el núcleo central de esta gigantesca aventura, a la vez en el plano militar tanto como en lo espir itual? Los Templar ios. En ellos -así como en una misteriosa orden secreta, autora de todos los t rasamientos polít icos fundamentales- se encontrar ían jugando papeles claves lo s descendientes directos de Jesús, quienes habr ían const ituido, desde sus or ígenes, a la noble est irpe merovingia. Prueba contundente de tal razonamiento ser ía la elección de Godofredo de Bouillon -y a su temprana muerte la de su hermano, Balduino I-, como reyes de Jerusalén.

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De tal manera, durante el deslumbrante aunque precar io reinado europeo sobre Palest ina -1099-1187-, se habr ía cumplido, pues, una nueva etapa de este repet ido int ento: colocar toda la t ierra bajo “un genuino y directo representante de Dios”.

Esta aseveración, subyacente en lo s escr it os de El Enigma Sagrado , más directamente suger ida en El Código Da Vinci resulta seductora para una mentalidad románt ica y algo cándida. Como lo son las de la gran mayor ía de lo s humanos en el mundo, en esto no se diferencian sustancialmente las razas. Sin embargo presenta una gigantesca debilidad conceptual. Es que toda la documentación existente - las narraciones evangélicas, tanto de los evangelios canónicos como la de los desest imados por el catolicismo- destaca de un modo indudable que Jesús jamás pred icó un reino de este mundo. Por el contrar io , se ident ifica a las cuest iones polít icas, económicas o sociales, como accesor ios a la verdadera mis ión de lo s humanos sobre la Tierra: per feccionarse para la vida super ior, esto es, espir it ual, que podrá vivirse en plenitud, únicamente, luego de abandonar nuestro vehículo terreno, el cuerpo fís ico. Un ant icipo de ella puede exper imentarse, entregándose por completo a la vida espir itual, en comunidad. ¿Cómo es esto? Amando por igual a todos, y compar t iendo todas nuestras posesiones con lo s demás. O sea, un t ipo de convivencia que perfectamente podr íamos llamar “comunismo”. Al parecer hasta el siglo III hubo muchos grupos de seguidores de Cr isto que llevaron a la práct ica

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de un modo eficaz tales preceptos, part icularmente en Egipto y Grecia.

Por lo expresado, difícilmente podr ía haber interesado a Jesús promover el cuidado de “su semilla” -aun concediendo que hubiese sido casado- con el propósito de que nueve siglos después, hordas armadas con espadas de cinco kilo s, mazas er izadas de púas y hachas, arrebataran, de un modo sangr iento, a ot ras hordas semejantes, el dominio de un reino const ituido meramente por objetos y t ierras.

El complejo nord europeo

Otro aspecto menos sustentable pero de alto valor

especulat ivo es que, aún concediendo un propósito de preservación dinást ica y la pertenencia de Jesús “y su esposa” a una clase social de gran prosapia, resulta poco razonable que hayan elegido, para exiliarse, la Galia . ¿Con qué propósitos una familia noble, de educación refinada, buscar ía fijar su nueva residencia en lo que entonces era considerado -con perdón de la palabra- “el culo del mundo”? Los mismos romanos -cultura reciente, para el per íodo mencionado- despreciaban a los habitantes de toda la región ubicada a sus espa ldas, lo mismo que lo s estadounidenses desprecian profundamente a los mexicanos. Para aquel entonces, la Civilización, la Cultura, las Artes, la Sabidur ía t rascendental, todos los elementos necesarios para un buen nivel de vida estaban ubicados pr incipalmente en

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dos grandes regiones: Egipto y Babilonia. Los mismos gr iegos -cultura ant igua y exquis ita- rendían t ributo a la t radición cultural as iát ica, como lo más elevado que podía encontrarse en el mundo por aquellos t iempos. Así Cleopatra y su corte -que no eran egipcios sino gr iegos, descendientes de las casas nobles que acompañaron a Ale jandro- habían adoptado totalmente la civilización egipcia como propia.

S iguiendo una lógica pedestre se puede argumentar que el exilio de la noble Magdalena y su corte en t ierra europea, const ituye algo semejante a decir que Máxima Zorreguieta, en vez de casarse con un pr íncipe de Holanda, hubiera elegido para tal propósito a un hijo de l presidente de Guinea-Bissau.

Puede esconderse, entonces, t ras esta imaginat iva construcción de una línea genealógica directa, que unir ía a la nobleza merovingia -y más tarde a la teutona e inglesa por consanguinidad- con las más ant iguas est irpes asiát icas, hasta el inicio mismo de la humanidad, puede haber aquí, dec íamos, tal vez, la única necesidad de legit imar el derecho de franceses, ingleses, alemanes y nórdicos en general a la categor ía de cultura super ior.

Es muy notable en la lit eratura nord europea esta necesidad de dignificar hasta un nivel sublime lo que al parecer consideran -de un modo subconsciente- sus habitualmente feos or ígenes. Así encontramos que autores tan só lidos y pro fundos como Mircea Eliade, o James G. Frazer, caen bajo este comple jo de infer ior idad subconsciente. Ambos pretenden equiparar, sut ilmente,

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con los refinadísimos cultos ant iguos -egipcios, sumér icos- a r itos burdos y pr imit ivos, como los manifestados por las t r ibus bárbaras que habitaban las regiones heladas de Dinamarca o Los Alpes europeos. Así, la adoración de torpes mont ículos de piedra -Eliade- o el custodio cr iminal de una lagunit a entre los r iscos -Frazer- son co locados, argumentat ivamente, en categorías semejantes a lo s complejos sist emas teológicos, desarro llados alrededor de religiones como las de Isis y Osir is, e l culto a Astarté, o los ant iguos dualismos babilónicos.

Es casi seguro que la predicación de Jesús fue una br illante coronación de todas las ant iguas t radiciones religiosas or ientales menc ionadas, pero no es nada seguro de que esta haya tenido cont inuidad precisamente en las t radiciones religiosas europeas. Mas dejaremos este hilo de nuestra reflexión aquí, para no alejarnos de los temas centrales.

Estado civi l de Jesucristo

E l segundo tema, la vida en pareja de Jesús, t iene para

nuestro gusto una part icular benevo lencia. Si Jesús hubiese sido casado, ello echar ía por t ierra de una vez para siempre la espantosa penumbra de pecaminosidad con que se mancilló histór icamente a las relaciones sexuales en nuestra cultura cr ist iana (y también dentro de la musulmana, en gran parte der ivada de la cr ist iandad).

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De haber resultado Jesús un hombre casado -como se sost iene con argumentos suficientemente considerables en El enigma…- las relaciones humanas podrían cambiar extraordinar iamente.

Bajo la perspect iva de que la sexualidad y el amor de pareja no son cuest iones sucias, dest inadas a pract icarse en zonas umbrías y no sin un dejo de culpabilidad, sino lo contrar io , parte de la sagrada enseñanza t ransmit ida por nuestro mayor Maestro, la gente podría quitarse de encima una lápida que mot ivara, durante siglos, gran parte de los mayores padecimientos ocurridos sobre la Tierra. Tan es así que grandes filó so fos como Wilhelm Reich at r ibuyeron a lo s conflictos psico lógicos de la sexualidad e l or igen de una fracción inmensa de la energía socia l desordenada que se canaliza, luego, a t ravés de las grandes guerras. El nazismo, según Reich, ser ía un ejemplo paradigmát ico de la sublimación, errónea, de inmensas acumulaciones de energías, existentes en el pueblo alemán debido a la gravit ación poderosa de los complejos sexuales.

Por nuestra parte, una muy t raumát ica exper iencia en tales campos nos ha convencido de que la sexualidad es só lo un aspecto -aunque sumamente central- de las necesidades naturales de lo s humanos, que en su conjunto podrían configurarse dentro de aquel pilar esencial de nuestra condición humana, genér icamente denominado Amor. ¿Por qué ha sido confinado al calabozo de mart ir io , adonde lo condujeron las culturas de casi todas las razas que habitan la Tierra? Me pregunto esto casi

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desde la infancia y hoy -a los 55 años, cumplidos el 19 de agosto- no hallé respuesta clara aún.

El matr imonio de Jesús, entonces, podr ía inducir un giro benéfico y alt amente pur ificador en nuestra convicción cr ist iana, pues dar ía a la concepción natural de la vida una just ificación divina, de otro modo puesta en duda por un celibato sacerdotal cuya necesidad no nos cierra.

Dos pasajes del Evangelio de Fe lipe sost ienen esta idea. Los t ranscr ibimos a cont inuación:

“36. Había t res mujeres llamadas Mar ía, quienes

caminaban con el Señor Jesús todo el t iempo: su madre, su hermana y la magdalena, la que es llamada su pareja. Así fue que su Madre, Hermana y Pareja, ( las t res) se llamaban «María».”

Y: “59. La sabidur ía que los humanos llaman estér il, es la

Madre de lo s Ángeles. Y la pareja de Cr is to es Mar ía Magdalena. El Señor amaba a Mar ía más que a todos los demás discípulos, y él la besaba a menudo en su boca.

“Él abrazaba también a las ot ras mujeres, mas estas le dijeron: ¿Por qué la amas a ella más que a todas nosotras? | | E l Salvador respondió, diciéndoles: ¿Por qué no os amo a vosotras como a ella?. . .”

Esta pregunta, al menos en la t ranscr ipción hallada en 1945 bajo Nag Hammadi -y datada por los cient íficos

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hacia el siglo III de la era cr ist iana- queda sin respuesta, por haberse dest ruido el fragmento correspondiente.

La divinidad de Jesús

Por últ imo, la divinidad de Jesús. Tal concepto resulta

finalmente sujeto a lo que vulgarmente suele mencionarse como “cuest ión de fe”. En El enigma sagrado y El Código Da Vinci se bosquejan alternat ivamente dos teorías: la de que Jesús no ser ía portador de el Espír itu Divino, como difundieron las doctr inas sobrevivientes de la raíz cr ist iana, sino tal papel lo habr ía cumplido Mar ía Magdalena, su sacerdot isa. Se argumenta que el género de la deidad, en lo s Espacios Celestes, habr ía sido origina lmente femenino. Mar ía Magdalena, entonces, después de la crucifixión habr ía cont inuado con su func ión central, esta vez para llevar al por entonces nuevo cont inente (Europa bárbara) “el Gr ial”. Este no ser ía ot ro que su propio vientre, donde albergar ía, como en un sant ificado cántaro, la progenie del Señor.

La otra versión -aunque expresada con gran t imidez- habla de que podr ía no haber exist ido una crucifixión. Tal ruptura no se habr ía ver ificado en la vida de la pareja sagrada, pues antes de que algo semejante ocurriese, habr ían emigrado juntos al sit io ya mencionado. Esta versión nos habla de un Jesús anciano, regando apaciblemente su huerta en el Languedoc, hacia el sur de Francia, hasta el final de sus años.

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No resulta coherente ninguna de las dos versiones, aún dentro de un contexto únicamente esotér ico (es decir, basado en textos ant iguos y t radiciones usualmente no aceptados como válidos por el cr ist ianismo inst itucional). Pues de un modo unánime las religiones ant iguas consagran como Verdadero Dios a una categor ía de existencia muy super ior a lo alcanzable por cualquier t ipo de razonamiento humano. De ningún modo podr ía asignarse un género determinado a tales t ipos de deidades, pues, debido a que este requis it o puede cumplirse so lamente por criaturas de un nive l infer ior, como ser íamos lo s humanos, animales o plantas. En todo caso, a modo simbó lico, las religiones ant iguas referencian a deidades andróginas en donde confluir ían, de un modo armónico, ambas fracciones de la existencia terrenal, esto es, lo por nosotros llamado “femenino” con “lo masculino”.

El Opus Dei

Vemos ahora el art ículo de Ginés Rodr íguez. Lo que

según nuestro modesto cr iter io suscita su fuerte reacc ión, es el ataque hacia el catolicismo que entrañan muchas de las afirmac iones del Da Vinci -y su base de sustentación conceptual, E l enigma sagrado. Estas son, por cierto , excesivas, mot ivadas por el etnocentr ismo , en parte (3), en parte por necesidades dramát icas llevadas hasta la t ruculenc ia. Con tal presupuesto los obispos y miembros de la cur ia son presentados como una sospechosa elit e,

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plutocrát ica, mientras a los miembros del Opus Dei directamente se los presenta como especie de monstruos de psico logía tortuosa, fundamentalistas, de un modo que resultan ser un verdadero peligro social.

Se ent iende entonces la reacción de un católico pract icante, como evidentemente lo es el autor del mencionado art ículo. Pero por lo general sus argumentos son menos só lidos que los ut ilizados por quienes ataca.

Nos ocuparemos aquí únicamente de lo s relacionados con la Iglesia Cató lica y el Opus De i - lo s más urt icantes en la defensa ejercida por el art iculista-, aunque todos lo s demás merecer ían ser debat idos profundamente. Esta es una tarea que vamos a emprender, seguramente, pero en otra ocasión.

Sobre el pr imer tema Ginés Rodr íguez adjudica irónicamente a los autores de El Código Da Vinci la siguiente intención conceptual: “La malvada Iglesia Católica inventada por Constant ino en el 325 persigu ió a lo s tolerantes y pacíficos adoradores de lo femenino, matando millones de bru jas en la Edad Media y el Renacimiento, dest ruyendo todos los evangelios gnóst icos que no les gustaban y dejando sólo los cuatro evangelios que les convenían bien retocados.”

Debemos decir que si bien Constant ino “el Grande” no inventó el catolicismo, sí fue el factor determinante para su organización y conso lidación como parte del Estado, y como tal co gobernante junto a los más poderosos de la Tierra. Esto no puede negarse, pues lo hallamos suficientemente documentado hasta en lo s mismos textos

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católicos. La Historia de los Papas, de Joseph Gelmi, impresa por la ed itor ial cató lica Herder, dice, en las biografías de Milc íades y Silvest re I , Papas durante Constant ino ( fragmentos):

“Constant ino otorgó al obispo Milc íades su gran finca

del Laterano (Letrán), que fue la res idencia de los papas hasta fina les del siglo XIV.

“Allí hizo también el emperador construir la pr imera de las grandes basílicas de Roma, que más tarde recibió el nombre de San Juan de Letrán.”

“[. . . ] Dante [. . . ] escr ibió (de Silvest re I) en su Divina

Comedia: «¡Ah, Constant ino! Semilla de corrupción sembró, no tu baut ismo, sino el don del que disfrutó el pr imer padre r ico». [ . . . ] Aunque la donación de Constant ino sea una ficción, lo cierto es que el emperador mejoró la situación mater ial del obispo romano. Y no podemos dejar de refer irnos al hecho de que Constant ino levantase en 325 sobre la tumba de San Pedro una iglesia de 5 naves, en la co lina vat icana.” (4)

Notemos que esto lo escr ibe un autor que proclama, en el pró logo: “. . .e l papado fue inst ituido por Jesucr isto , cuando le dijo a Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y lo s poderes del infierno no prevalecerán sobre ella.»“

El art ículo de Ginés Rodr íguez sost iene más adelante: “En la novela el maquiavélico Opus Dei t rata de impedir que los héroes saquen a la luz el secreto: que el Gr ial son

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lo s hijo s de Jesús y la Magdalena y que el pr imer dios de lo s «cr ist ianos» gnóst icos era femenino”.

Nos detendremos apenas un poco más sobre el gnost icismo, aqu í simplificado por el per iodista.

Este sost iene: “Mientras que lo s evangelios canónicos son del s.I , ningún texto gnóst ico es anterior al s.II . Muchos son del s.III , IV o V. A mediados del s.II la Iglesia ya tenía claro que los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan eran lo s inspirados por el Espír it u Santo, y só lo dudaba en el canon de un par o t res de textos.”

Por el contrar io , César Vidal Manzanares, licenciado en Derecho y Teo logía, t raductor de var ios de los manuscr itos de Nag Hammadi, dice en e l prólogo a su obra Los Evangelios Gnósticos :

“Hasta qué punto el gnost icismo había penetrado en el cr ist ianismo a finales del siglo I y pr incipios del II lo pone de manifiesto el hecho de que, si exceptuamos el Nuevo Testamento y lo s escr itos judeocr ist ianos, cabe afirmar que la pr imera literatura teológica cr ist iana y la pr imera poesía cr ist iana fueron obra de autores gnóst icos.” Para sustentar aún más su afirmación cit a a lo s siguientes textos: I .Quasten, Patrología , Vol. I , Madr id 1984, pp. 253 y ss. ; R. M. Grant , La gnose et les origines chrétiennes, Par ís, 1964, e íd. Gnosticism and Early Chistianity , Londres, 1959.

Más adelante, el per iodista españo l cuyo art ículo analizamos afirma:

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“Según los protagonistas de la novela, «durante t rescientos años la Iglesia quemó en la estaca la asombrosa cifra de cinco millones de mujeres». Esta es una cifra repet ida en la literatura neopagana, wicca, new age y feminista radical, aunque en otras webs y textos de brujer ía actual se habla de 9 millones. Los neopaganos necesitan una «shoah» propia. Cuando acudimos a histor iadores ser ios se calcula que entre 1400 y 1800 se ejecutaron en Europa entre 30.000 y 80.000 personas por brujer ía.”

E l mismo argumento de quienes defienden a la

dictadura milit ar de Videla en la Argent ina: “no fueron 30.000 los desaparecidos. . . apenas 5.000, según los histor iadores “ser ios”.

Por lo demás, aparte de las numerosas y horribles pruebas sobre las acciones de la inquisic ión, documentadas por la historia y que incluso motivaron una autocrít ica del papa actual, c itaremos só lo al pasar documentación propia:

“. . . los nat ivos emplean pócimas con yuyos y plantas que abundan en la zona, con los cuales curan tanto her idas del alma como del cuerpo que só lo conocen los curanderos o “brujos”, como los llamar ían los sacerdotes. Esos nat ivos eran conocedores del Cosmos; tenían miedo al t rueno, al relámpago, creyendo que sus dioses estaban eno jados. El gobernador del Tucumán, Don Ramírez de Velazco, conocedor de esas superst iciones, debe tomar medidas drást icas para combat ir las. Y ordena que 50

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“bru jas” o “hechiceras” sean quemadas vivas, en la hoguera, en la localidad de Sumampa, al sur de la provincia.” [de Sant iago del Estero] (5)

El mismo libro consultado, presenta ot ro test imonio: [ . . . ]. . .el siguiente documento, existente en el Archivo

Histórico de la Provincia de Sant iago del Estero: “En la causa cr iminal que de o ficio de la Just icia que

ante mi Juzgado pende contra Juana Pasteles, India del pueblo de Tuama por las muertes del Indio Pedro y de su mar ido y del Ind io que confiesa del pueblo de Guaipe natural del Salado que dichas muertes ejecutó con el mal arte de hechisos y encántos que por las pruebas y su confes ión consta contra la dicha Juana Pasteles, visto los autos y mér itos del proceso y además que ver se debe:

“Fallo que haciendo Just icia debo condenar y condeno a la dicha Juana Pasteles en pena de muerte para la cual será sacada de la cárcel pública y pr isiones y montada sobre una best ia con albarda con soga al cuello y llevada públicamente por las calles públicas de esta ciudad con voz de pregonero que manifieste su delito hasta el lugar del suplic io extramuros donde se le dará que naturalmente muera. Y estándo lo será quemada en una oguera que para el objeto se prebendará para ello que su dicho cuerpo encenizado se reduzca debajo de custodia en condigna pena de su delito . Y por esta mi sentencia definit ivamente juzgando asi pronuncio y mando y firmo. Dn. Juan de Paz y Figueroa.” (6)

Bajo el subt ítulo “Gnost icismo al servicio del feminismo radical”, el autor de la cr ít ica a El Código Da

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Vinci se pregunta y contesta, parafraseando sat ír icamente al novelista Dan Brown:

“¿Por qué el mundo va tan mal, hay guerras, vio lencia y contaminación? La respuesta del feminismo radical y de El Código Da Vinci es sencilla, la culpa es del cr ist ianismo, que es machista”

Algunas respuestas sobre el Opus Dei y e l mencionado machismo parecen surg ir en parte de los párrafos que copiaremos a cont inuación.

Una señora, con quien mantuve correspondencia, afirmó al respecto en una carta que mantengo en mi archivo ( fragmentos):

“[. . . ] Conozco bastante bien al opus (estoy casada con un ex agregado de la prelatura) [ . . . ] Mi visión es que el opus es como una iglesia dentro de la Iglesia, una suerte de estado dentro del Estado. Tiene sus propias reglas y su catecismo; hay cosas que un cató lico común y corr iente puede hacer que a ellos no se les permite, por ejemplo: adoptar niños de quienes no se sepa su procedencia o que se sospeche que son «ilegít imos» (aberración jur ídica felizmente desterrada hace muchísimos años de nuestro derecho civil) . Los numerar ios y agregados (miembros célibes) no pueden ser padr inos de baut ismo ni asist ir a lo s casamientos de sus hermanos, salvo a saludar a la salida de la ceremonia. Divorciarse y aún anular religiosamente el matr imonio es causal de expulsión (se permit en hasta estar por encima del Tr ibunal eclesiást ico).

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Otra persona, también relacionada de cerca con el Opus Dei, me dice en carta personal (reproducida aquí con su autorizac ión) lo siguiente:

“Acordate el caso de la per iodista que publicó las fotos de las torturas de Irak, la echaron del empleo y entró en lista negra porque se consideró que vio ló un secreto de Estado y puso en r iesgo la segur idad nacional.

“Luego cuando los videos y todo el mater ial salieron en todos los medios del mundo, recién reconocieron que hubo «exceso» y se tomar ían medidas contra los torturadores. Son t remendos, t ienen una doble moral permanente.

Y aunque USA es un país de t radición protestante, te cuento que el jefe de la CIA es del Opus. Cuando lo descubr ieron hizo lo que hacen todos ello s, lo negó a muerte, pero cuando se hizo demasiado evidente. . .dijo que sí que era miembro pero que eso no era ningún pecado ni tenía nada de malo ; que él era católico práct ico y que la santa sede reconocía al Opus como prelatura part icular.”

Algunos fragmentos del inst ruct ivo para sacerdotes del Opus Dei:

“Siempre se ha vivido, hasta en el detalle más pequeño, esa distancia —cincuenta mil kilómetros— entre los varones y las mujeres de la Obra, sin consent ir nunca, por ningún mot ivo, la más pequeña excepción a este pr incipio tan claro del espír itu del Opus Dei; y esto se aplica, con más r igor si cabe, a los sacerdotes.

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“Nuestro Padre comentó alguna vez que prefer ía que sus hijas mur ieran sin lo s últ imos sacramentos —porque estaba cierto de que aun así mor ir ían como unas santas—, a que los sacerdotes fueran sin necesidad a los Centros de mujeres.

“[. . . ] El que celebra Misa en un Centro de mujeres no desayuna allí, salvo cuando no puede tomar lo en otro sit io y va a cont inuar después var ias horas en ese Centro; en este caso, se le deja preparado el desayuno corriente.

“[. . . ] S i por alguna circunstanc ia un seglar de la Obra lleva a un sacerdote, en coche, a un Centro de mujeres, lo deja en un sit io próximo. De todos modos, esto será muy raro, puesto que, en la med ida de lo posible, todos los sacerdotes saben conducir automóvil.

“En los Centros de mujeres, cuando la vela al Sant ísimo comience por la noche, después de cenar, es mejor que vayan dos sacerdotes para hacer la Exposición del Sant ís imo, si es posible. Pero si es preciso desplazarse a un lugar lejano del propio Centro, o pasar por zonas de la ciudad de ambiente peligroso, resulta más prudente que los sacerdotes no acudan a hacer la Exposición.

“En estos casos, es sufic iente con que la vela se haga abr iendo la puerta que oculta la de cr istal del sagrar io .

“[. . . ] Para llevar la comunión a una enferma, fuera de un Centro de mujeres, hace el t rayecto ordinar iamente acompañado de otra persona: mejor, un par iente próximo de la enferma. Si esto no es posible, en vez de acudir so lo en taxi, va con él un miembro de la Obra —llevando

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el coche, o acompañándo le en el taxi— hasta la puerta de la casa. Como es natural, a llí habrá siempre otra persona: la madre, alguien de la Obra, etc.

“Cuando predican a mujeres, los sacerdotes evitan cualquier comentar io —por ejemplo, anécdotas, o datos sobre la labor— que haga referencia al apostolado de los varones.

“ [ . . . ]Para administ rar el sacramento de la Penit encia a una persona enferma que guarda cama, o que, sin guardar cama, la enfermedad o la edad muy avanzada le impide salir de su casa, se deja completamente abierta la puerta de la habitación. El confesor se co loca a la distancia conveniente de la cabecera, y procura comportarse con especial gravedad, recordando que los sacerdotes, sin rarezas ni brusquedades, han de dist inguirse, más por su prudencia y su sent ido sobrenatural, que por su amabilidad en el t rato .

“A una mujer que, sin guardar cama, t iene algún impedimento fís ico para acudir al confes ionar io, se le puede atender excepcionalmente en la sacr ist ía o en una sala de vis it as. En ese caso, se ut iliza siempre una rejilla portát il y, desde luego, la puerta de la habitación se deja completamente abierta.

“[. . . ] si a lguna penitente consulta a un sacerdote joven algún problema moral que exija t ratar esas mater ias con detalle, le exige, amablemente, que se limite a lo que es indispensable para la confesión, y la remit e a un sacerdote anciano, si desea descender a otros detalles. En el caso de que la penitente insista en hablar sobre esos

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aspectos, se negará con firmeza, llegando a interrumpir la confesión, si es preciso.

“Los sacerdotes de la Prelatura at ienden char las de dirección espir itual de mujeres só lo en el confes ionar io. Bajo ningún pretexto admiten conversaciones en otro lugar.” (7)

Por mi parte, cont inuar ía desarro llando algunos aspectos de los numerosos asuntos que surgen de la lectura de estos dos libros y de la respuesta (una de cientos suscit ada por estas obras, part icularmente El Código…).

Mas por respeto al t iempo de mis amigos, por ahora só lo me despido, con la esperanza de que el hiato en nuestras comunicaciones no sea esta vez tan largo como el t iempo transcurr ido desde nuestra Carta anter ior.

Saludos muy afectuosos de . . .un subalt erno estudiante de la Sabidur ía expresada

por Cristo: Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina. (1) Quiero dejar constancia que no cons idero a la

imaginación un factor poco importante para el descubrimiento de la verdad. Precisamente fue debido a ella que grandes

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hallazgos cient íf icos -como las ruinas de Troya, la gravitación de los planetas o la relatividad- fueron concebidas por sus autores. Una ref lex ión teológica de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, quienes dir igieron la traducción de la hermosís ima Nueva Biblia Española, dice más o menos así (c ito de memor ia) : “Dios sugier e a través de las narraciones b íb licas y los salmos que la imaginación es el instrumento esencial para el discernimiento de la Verdad en los p lanos esp ir ituales”.

(2) El enigma sagrado . Michael Baigent, Richard Leigh and Henry Lincoln, 1982. The Holy Blood and the Holy Grail, publicado por Jonathan Cape Ltd. , Londres, 1985. Traducción de Jordi Beltrán publicada en 1985, por Ediciones Martínez Roca S.A. , España. La edición consultada fue impresa en 1989 por Ediciones M.R. Argent ina. Págs.287-299.

(3) As í, los franceses son considerados sut i lmente infer ior es por un noble inglés (y por el mismo autor , salvo una muchacha rubia , heroína pr incipa l, que f inalmente r esu lta producto de antiguas familias sajonas), a l igual que españoles e ita l ianos, y Langdon, héroe masculino de la novela , es una equil ibrada mixtura de la tradición nord europea. . . pero de naciona lidad estadounidense.

(4) Joseph Gelmi. Los Papas . Retratos y semblanzas. Editor ia l Herder . Barcelona, España, 1986.

(5) Maximina Gorost iaga de Mema. El drama aborigen . Monografía pr esentada en el Encuentro del Vº Centenar io del Evento Colombino– Amer icano, organizado por la Sociedad Argent ina de Histor iadores, fi l ia l Sant iago del Estero, Facultad de Humanidades, Univers idad Nacional de Santiago del Estero, 17 al 19 de octubre de 1991. Luego editado en 1992, su segunda edición ampliada se procesa actualmente.

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(6) Andrés Figueroa. Ant iguos pueblos indios . Santiago del Estero, 1949

(7) Prelatura Opus Dei. Vademecum de Sacerdotes. Roma, 25-VI-87.

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Un ángel llamado Ricardo Fermín Chávez

Mis quer idos compañeros y amigos, el jueves 23 de

marzo, mi compañero Ricardo Fermín Chávez falleció en un accidente aéreo en Catamarca. Dejó esta t ierra en las mismas montañas donde decidió aprender a vo lar. Me dejó con una infinit a t risteza pero llena de amor, enseñanzas y recuerdos. Estos cinco años que conviví con él equivalieron quizá a toda una vida. Era un ser maravillo so que algunos de ustedes tuvieron el pr ivilegio de conocer. En algunos momentos de su paso por este mundo, se jugó la vida por sus ideales, en estos momentos estaba empeñado en terminar de construir su hogar junto a mis hijo s y a mí y en at ravesar los cie los de nuestra patr ia, a la que amaba pro fundamente; además en apoyar lo s proyectos que para él nos conducir ían a un mundo más justo y so lidar io .

No hay palabras que puedan calmar el do lor pero necesito compart ir mi t r isteza con todos ustedes.

Les mando un abrazo enorme. Seguiré luchando como lo hice toda mi vida por mis hijos y por los ideales que teníamos juntos.

Su esposa: Mónica para algunos, Mar iana Chávez para otros.

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CARTA Nº 14 Domingo, 7 de agosto de 2005 La Comunión

1) La humanidad no ha creado en toda su ya larga

histor ia nada más importante para su existencia que la Comunión. Y es que la Comunión, en verdad no fue creada por humanos sino por el mismo Dios.

Aquí podr íamos detenernos ante un agudo inquis idor que nos preguntase: “Pero, ¿qué, o quién es Dios?” Pues Dios, seguramente no puede ser comprendido claramente por la conciencia humana, sa lvo que renuncie a pronunciar su nombre. Dado que es y no es al mismo t iempo la mater ia, el sistema so lar, e l universo, lo infinito hasta un grado que nuestro cerebro no t iene posibilidad alguna de alcanzar, y es y no es al mismo t iempo el más pequeño escarabajo que se desliza penosamente sobre un malvón, resu lta evidentemente imposible encerrar su “ser y no ser” en un nombre. Así, Dios puede ser entendido únicamente si renunciamos al entendimiento.

¿De qué manera creó Dios, entonces, la comunión? A t ravés de su Hijo, Jesús, quien según creemos era Dios

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mismo encarnado, para facilitar la comprensión humana. Pero si alguien no cree que Jesús era Dios mismo encarnado, está en su derecho, sin que ello quite en lo más mínimo el sent ido a lo que aquí pretendemos manifestar. Es decir, que la Comunión es la enseñanza más importante que la humanidad recibió a lo largo de toda su existencia. Pretendemos demostrar aún más: que sin comunión se hace imposible cualquier forma de existencia, no só lo humana, sino de cualquier t ipo que en este planeta se pueda denominar como “vida”.

2) ¿Y qué es la comunión? Pues comerse

simbó licamente el cuerpo del ot ro. Más bien, mejor: comerse, simbó licamente, el cuerpo de todos, el cuerpo de la Humanidad. O todavía más y mejor: comerse simbó licamente el cuerpo del Universo, con todas sus mir íadas o millones de seres y existencias diversas, distantes o próximas, semejantes a nosotros o inimaginables. Esto es, asumir conscientemente la convicción de que no somos algo separado, en aislamiento, sin conexión más que exter ior con el Todo: sino somos, en realidad, parte act iva, infusa vitalmente, inmersa pro fundamente en el Todo.

Símbo lo según Jung no es una imagen o acto que

resulte alegór ico (esto es, no consiste en una “representación de”): símbo lo, es, en el inconsciente individual o colect ivo, “un motor para la acción o la mater ialización”. En esta aproximación cient ífica, el

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símbo lo es comprendido entonces como un embrión metafísico de la manifestación objet iva.

Comer el cuerpo de todos, ser ía, si combinamos la

int erpretación de Jung con el acto mismo enseñado por Jesús, la vivencia consciente de que no soy únicamente un cuerpo con apt itudes mecánicas numerosas, sino también todos los cuerpos que se manifiestan en el Universo, con sus infinitas var iedades, pero también lo que conllevan dentro esas var iedades.

3) En un sent ido práct ico, ¿para qué sirve la

comunión? Para cumplir lo s dos pr imeros mandamientos, aquellos considerados como los más importantes: “Amar a Dios por enc ima de todo”.. . “Amar al prójimo.. .”

E l amor es imposible sin la renuncia a l egoísmo. Y la

renuncia al ego ísmo es imposible si creemos tozudamente que somos únicamente un cuerpo, al cual estamos obligados a sat isfacer constantemente en todos sus requer imientos. El amor más grande que puede conocer un ser humano, esto es el amor a los hijo s, significa precisamente esto: una constante renuncia a la propia ident idad, para hacerse uno con ello s, pr ior izar sus necesidades por sobre las nuestras, sufr ir infinit amente con sus do lores hasta extraer la últ ima mota de padecimiento de sus cuerpecitos -especialmente cuando son muy niños- para absorber los nosotros hasta las heces, con tal de librar los de ese mal. Un padre o una madre que

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pasa la noche en vela junto a la cunita de su niñito enfermo, quiere mor ir incluso, quitarse toda vit alidad hasta su provis ión total de sangre si es necesar io , para salvar a ese niño que ama con todas sus fuerzas, con toda su existencia, pues por un maravillo so milagro de consubstanciación, ese padre, esa madre, ya no es él mismo.. . se ha convert ido, efect ivamente, para toda consideración, en su hijo . Eso es el amor, el amor de verdad: es “dar la vida por los demás”.

No con “actos hero icos” como se interpretó, ni defendiendo supuestos intereses “patr iót icos” o “populares”, sino en lo s más modestos e ínt imos actos de cada día, cuando por amor procuramos únicamente y en pr imer lugar la felic idad de los que amamos.

4) Los que amamos pueden ser dos o t res, sin embargo,

o también una comunidad, o hasta un país o una raza: y el amor entonces queda confinado a un egoísmo en cooperat iva.

Pues bien, por eso la comunión es el acto simbó lico

más grande que podemos ejecutar los humanos, ya que nos induce a la práct ica del amor. . . hacia toda forma de vida, hacia toda la existencia universal.

Y dije, ¿”sin comunión se hace imposible cualquier

forma de existencia”?. . . Así es. Dado que resulta muy fácil considerar al ot ro como enemigo, si estamos convencidos de que está fuera de nosotros, que es un

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“elemento extraño”, de ahí a eliminar lo hay muy pocos pasos. No hace falta que desarro lle demasiado este punto, ser ía subest imar la capacidad inte lectual de mis lectores: só lo mencionaré el ominoso aniversar io , ayer, del más horrendo cr imen que vivió la Tierra, esto es, la bomba atómica lanzada sobre la población de Hiroshima. Cons ideremos bajo su fantasmagór ico resplandor, entonces, qué futuro le espera a nuestro planeta si todos nos consideramos con derecho a eliminarnos, los unos a lo s ot ros.

5) Las últ imas consideraciones práct icas, no por ello

menos importantes, según mi modesto cr iter io: hablar de comunión, es decir les “tome la host ia, concurr iendo a una misa en la ig lesia cató lica”?

Bueno, si usted es cató lico, no tengo nada para objetar a que lo pract ique así. Pero si no es cató lico, o ni siquiera cr ist iano, también puede tomar la comunión, cada día, o en var ios momentos del día. Pues el acto mismo establecido por Jesús no fue una ceremonia en un templo, sino una reunión de amigos, donde levantando el pan simbó licamente Él dijo: “este es mi cuerpo”; y levantando el vino, también dijo “esta es mi sangre”.

Y Teilhard de Chardin d ijo , algunos siglos después: “la humanidad es el cuerpo extendido de Jesús sobre la Tierra”.

Entonces, si la humanidad es el cuerpo de Jesucr isto

extendido sobre la Tierra, cualquier cosa que hagamos

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sobre la humanidad lo estamos haciendo sobre Jesús. Si la amamos, si amamos a todos como a nosotros mismos, amamos también a Dios. Si odiamos, estamos odiando a Dios.

Cualquier alimento que tomamos -eso quiso significar Jesús, según creo- cualquier bebida que degustamos.. . puede ser el cuerpo y la sangre de la humanidad toda. .. s i lo s inger imos con devoción y conciencia. El desayuno, el almuerzo, la cena, un pequeño pan con un pedazo de queso dentro, que comemos afirmados en el mostrador de un kiosco de un país le jano.. . puede ser el cuerpo de Jesús (y de la Humanidad) si lo efectuamos con devoción y conciencia.

Int roducir en nuestro organismo, conscientemente, cuatro o cinco veces en el día, el cuerpo de todos, el cuerpo de la Humanidad, es el único camino entonces para evitar la dest rucción co lect iva de esta especie, el único camino real para la paz.

Julio Carreras (h) Autonomía, Sant iago del Estero, Argent ina.

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Me han hecho llegar esta belleza Est imado Julio: Quiero compart ir cont igo y los listeros est e escr ito que

me enviaron mis compadres de España. Encierra una belleza y una sensibilidad muy especial.

Un cordial saludo Mar ía de Arza El Dios en quien no creo Por Juan Arias * Yo nunca creeré en: El Dios que “sorprenda” al hombre en un pecado de

debilidad El Dios que condene la mater ia El Dios que ame el do lor El Dios que ponga luz roja a las alegr ías humanas El Dios mago y hechicero El Dios que se hace temer o no se deja tutear El Dios que se haga monopo lio de una iglesia, de una

raza, de una cultura o de una casta El Dios que juega a condenar El Dios que “manda” al infierno

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El Dios incapaz de perdonar lo que muchos hombres condenan

El Dios incapaz de comprender que los niños deben mancharse y son o lvidadizos

El Dios que exija al hombre, para creer, renunciar a ser hombre

El Dios a quien no temen los r icos a cuya puerta yace el hambre y la miser ia

El Dios al que adoran los que van a Misa y s iguen robando y calumniando

El Dios que no supiese descubr ir algo de su bondad, de su esencia, allí donde vibre un amor por equivocado que sea.

El Dios que condene la sexualidad El Dios para quien fuese el mismo pecado complacerse

con la vista de unas piernas bonit as que calumniar y robar al pró jimo o abusar del poder para medrar o vengarse.

El Dios morfina para la reforma de la t ierra y só lo esperanza para la vida futura

El Dios de los que creen que aman a Dios porque no aman a nadie

El Dios que dé por buena la guerra El Dios que pretenden que e l cura rocíe con agua

bendita lo s sepulcros blanqueados de sus juegos sucios El Dios que negase al hombre la libertad de pecar El Dios a quien le falte perdón para algún pecado El Dios que aceptase y diese por bueno todo lo que los

curas decimos de El

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El Dios que ponga la ley por encima de la conciencia El Dios que prefiera la pureza al amor El Dios que no pueda descubr irse en lo s ojos de un

niño o de una mujer bonit a o de una madre que llora El Dios que se case con la po lít ica El Dios que aniquilara para siempre nuest ra carne en

lugar de resucitar la El Dios que aceptara por amigo a quien pasa por la

t ierra sin hacer fe liz a nadie El Dios que al abrazar al hombre aquí en la t ierra no

supiera comunicar le el gusto y la felicidad de todos los amores humanos juntos

El Dios que no se hubiera hecho verdadero hombre con todas sus consecuencias

El Dios en el que yo no pueda esperar contra toda esperanza.

Sí, mi Dios es el ot ro Dios. * Juan Ar ias es escr itor y per iodista , cursó es tudios de

Teología , Filosof ía , Psicología , Lenguas semít icas y F ilología comparada en la Univers idad de Roma. Durante catorce años fue corr esponsal en Ita l ia y en el Vaticano pa ra el diar io El País. Anter iormente había cubier to para el desaparecido diar io Pueblo los trabajos del Concil io Vaticano II.

Con Pablo VI y Juan Pablo II ha rea lizado innumerables viajes a lr ededor del mundo. En la bib lioteca Vat icana descubr ió el único códice ex istente escr ito en el dialecto de Jesús de Nazaret , buscado desde hacía var ios siglos. Es autor de numerosos l ibros, entr e el los cabe destaca r : El dios en

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quien no creo , Savater: El arte de vivir, El dios del Papa Wojtyla, Un dios para el 2000 y Las confesiones del peregrino , y su últ imo l ibro Las galletas profanadas de mi madre y otras historias de mi vida .

Su libro Jesús, ese gran desconocido editado por Maeva, ha conseguido un gran éxito de ventas y cr ít ica y ha sido traducido en numerosos pa íses. El autor ha sido galardonado con el premio a la cultura de la pres idencia del gobierno y el premio a l mejor corr esponsal extranjero. Actualmente es corresponsa l de El País en Brasil y miembro del comité cient íf ico del inst ituto europeo de Des ign.

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Apéndice Incluiremos aquí algunos textos que, o bien llegaron

después que hubiéramos cerrado el ciclo de nuestras cartas, o bien desarrollan temas relacionados.

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Nuestra familia “Leí el artículo de Carreras y lo disfruté mucho,

aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dice. Incluso estoy en desacuerdo totalmente con la idea de Carreras de que todos somos «una sola familia» y que nuestra propia familia no existe: pensar eso es ingenuo y peligroso; la familia nuclear es suprema y la Iglesia moderna ha perdido de vista eso, con toda su tontería ecumenista y su cooperación con «los muchachos que gobiernan el mundo» es decir, los ricos y poderosos. . .”

T imothy Cullen 21 de diciembre de 2007 (Traducción del inglés: Amalia Domínguez) E l párrafo citado en el epígrafe pertenece a un escr itor

católico ir landés. Una amiga común le había enviado un art ículo – “El simbo lismo de la Navidad”- , publicado por El Punto y la Coma. Y él contestó enseguida por medio del correo electrónico.

En verdad para mí también ha sido siempre una piedra compleja de discernir la de lo s pasajes bíblicos donde Jesús ubica en aparente contradicción lo s afectos familiares con el camino hacia Dios.

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Especia lmente estos: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no

es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”, dice Jesús según el pr imer Evangelio (Mateo, 10:37).

“. . .Alguien le d ijo: « ¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la vo luntad de mi Padre celest ial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» (Mateo, 12, 47-50)”. *

A los efectos de esta breve respuesta me parecen suficientes y c laras só lo estas dos citas.

Por mi parte, luego de var ios años de discernimiento, había llegado a la conclusión de que el amor al pró jimo no tenía por qué excluir al sustentado hacia la propia familia. Como el amor a lo s demás no excluye al amor a sí mismo, sino por el contrar io . Erich Fromm en su famoso t ratado El arte de amar, afirmaba incluso que quien no es capaz de amarse a s í mismo, no es capaz de amar a ot ro.

Claro que si consideramos que “amarnos” es considerar a los demás al servic io nuestro, nos equivocaremos mucho. En Fromm este concepto parece significar que debemos amarnos de un modo sensato, sustentando un equilibrado aprecio hac ia nosotros

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mismos, sin por ello caer ni en e l ego ísmo irracional ni en el narcis ismo.

Parecido cr iter io es el que debemos proyectar sobre nuestra familia: “amar al pró jimo”, significa, según nuestro modesto discernimiento, amar a nuestros padres, nuestra esposa, nuestros hijos, pues son lo s que más cerca tenemos para pract icar este mandamiento (prójimo=próximo). Pero ello no significa conformar con ellos un clan de depredadores, que acecha a la comunidad donde vive como a un coto de caza, donde le está permit ida cualquier t rampa (o vio lencia, si puede ejercer la) para arrebatar sus bienes a los demás, mientras ello permita fortalecer el patr imonio de su familia.

Creo que no hace falta pro fund izar demasiado en esto, pues cualquier humano, sin haber leído ni una palabra de lo s Evangelios, comprenderá perfectamente su sent ido.

Según Jesús deber ía ocurr ir lo contrar io: si amamos a todos, como si fuesen nuestra familia, evit ar íamos hacer les daño, so pena de cargar graves sent imientos de culpa poster iormente. Y si amamos a lo s animales, los árbo les, la t ierra, como si también formasen parte de nuestra familia , la humanidad evit ar ía propinar los daños gravísimos que han llevado al mundo hasta una situación cr ít ica. [1]

Pero esta mañana, luego de tomar mate amargo como hago habitualmente, recibí una pequeña sorpresa que vino a ampliar mis limit ados conocimientos sobre este tema. Ocurr ió debido al hábito de casi toda mi vida, que es mirar La Biblia, cada día, antes que ningún otro texto

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(siendo escr itor, se comprenderá que mi pr incipal act ividad fue siempre o leer o escr ibir). Hacia lo s 80 amplié estas lecturas a lo s Evangelios no canónicos, muchos de los cuales había ido adquir iendo.

Al abr ir al azar un Evangelio , pues (el de Valent ino), lo pr imero en hallar mi vista fue lo siguiente:

“. . .Salomé se levantó y dijo (a Jesús): Señor, tú nos has dicho: Quien no deje a su padre y a su madre para seguirme no es digno de mí.

“. . .Mas, Señor, está escr ito en la Ley de Moisés que el que abandone a sus padres debe mor ir. ¿Es, pues, contrar io a la Ley lo que tú nos enseñas?

“. . .Mar ía Magdalena, inspirada por la fuerza de la luz que había en ella, dijo al Salvador: Señor, permít eme que hable a mi hermana Salomé para explicar le tus palabras. . .

“. . .Y cuando el Salvador [se lo permit ió] Mar ía fue hacia Salo mé y le dijo:

“Hermana Salomé, tú has citado la Ley de Moisés, que dice que debe mor ir quien abandona a sus padres.

“Mas la Ley se refiere a los cuerpos y no al alma. “. . .Y ocurr ió que cuando el Salvador oyó las palabras

de Mar ía, la felicitó grandemente” (Valent ino, XLVIII, 4-18). **

Desde una perspect iva espir itual (y para un religioso, lo espir itual es s inónimo de esencial), esta me parece una explicación perfecta. Jesús no quer ía ind icar el abandono de la familia “en cuerpo” (penalizado por la Ley de Moisés). Sino se refer ía a la act itud del alma, de acuerdo con la cual todo lo que existe, el aire, la naturaleza y el

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Universo, está ligado a nosotros. Por un lazo impercept ible para lo s sent idos, pero no por ello menos fuerte. Y si hacemos algún daño, a cualquiera de estos elementos. . . “a nosotros mismos nos lo haremos”.

Julio Carreras (h) 22 de diciembre de 2007 [1] La condiciones sociales imperantes bajo nuestra

civil ización, impiden por c ier to ejer cer esta cultura del amor. Más bien nos obligan a concentrar los afanes en el pequeño núcleo familiar , para preservar lo en lo pos ib le del a ltamente host i l entorno que nos rodea. Esto no debe obscurecer , sin embargo, la comprens ión de que lo pr edicado por Jesús y sus apóstoles es corr ecto y un objet ivo central a perseguir .

* La Santa Biblia (Vers ión Biblia de Jerusalén, 1976). ** Evangelios apócrifos . Tomo II. Traducción de Edmundo

González Blanco. Editados por Jorge Luis Borges. Hyspamér ica Ediciones, Madrid, Buenos Air es, 1985.

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De la cumbre al abismo Por Julio Carreras (h)

E l de albañil es uno de los o ficios de mayor

importancia para la comunidad. Sin embargo, los obreros de ese sector se cuentan entre los menos valorados.

Hace algunos días el obrero Rolando Barraza quedó at rapado en un ascensor del Grand Hotel. Estaba cargando ladr illo s para llevar los desde la planta baja al décimo piso, cuando inesperadamente el ascensor arrancó, y lo arrast ró hacia arr iba at rapándolo por las piernas entre las puertas y la pared. Por reflejo y pese al dolor que sint ió , Ro lando Barraza logró bajar la palanquita y detener lo.

Lo demás fue de novela. El grupo especial de la polic ía dest ruyó los discos de la amoladora sin poder cortar el acero del ascensor para sacar al accidentado. Entonces sus propios co legas albañiles empezaron a romper la pared. Luego de dos horas lograron rescatar lo de aquella t rampa, que de otra manera podr ía haber resultado mortal.

Constructores de felicidad Los albañiles se cuentan entre los técnicos más

importantes de la especie humana. Existen cuatro

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requisitos mater iales básicos para la subs istencia de la humanidad; ello s son: 1) la alimentación; 2) el aire; 3) la procreación, 4) la vivienda.

Cualquiera de estos requis itos que faltase, podría poner en ser io peligro de desapar ición a la vida humana sobre la Tierra.

Como se ve, la casa donde lo s humanos habit an, forma parte de sus necesidades más importantes. Por lo tanto, quienes t ienen la capacidad de construir las, deber ían ser considerados personas destacadís imas en la organización social, d ignos del mayor respeto, consideración y hasta honores por parte del estado.

No es así. Los albañiles -de quien se t rata- a lo largo de los sig los no han cesado de perder jerarquía dentro de lo s sistemas económicos en el mundo, sean estos capitalistas o comunistas, occidentales u or ientales.

De tal manera asist imos hoy a la desvalor ización de estos artesanos excepcionales, cuyo o ficio es uno de los más comple jos y difíc iles de aprender. Si hay alguna duda acerca de esta afirmación, invitamos a cualquier lector sin exper iencia en la tarea, que intente revocar una pared (con revoque grueso, para no hablar del fino o los terminados especia les que un medio ofic ial albañil efectúa con velocidad y prec isión).

Los que históricamente fueron constructores de felic idad para sus semejantes (¿quién puede negar la alegr ía que se siente al acceder a la casita propia?), son catalogados sin embargo, en la valoración pública, como uno de los sectores sociales de menos importancia

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económica. Y muy pocos padres, hoy, recomendar ían a sus hijos que abracen la act ividad de lo s albañiles para defender su futuro.

Incluso los especia listas teóricos de la construcción –maestros mayores de obras, arquitectos- pasan hoy en día por ser miembros de un franja social de dudosa prosper idad y re lat ivamente opaco prest igio.

Pero, ¿fue siempre así? Constructores de catedrales En la catedral de Amiens (Francia), los ret ratos del

obispo fundador y los t res “maestros de obra” están escu lpidos en mármol blanco sobre el mármol negro del centro del laber into. Los rodea la siguient e inscr ipción: “En el año de gracia de 1220 se inició la edificación de esta iglesia. E l obispo de esta diócesis era Évrard; y el rey de Francia, Luis, hijo de Felipe Augusto. El maestro de obras se llamaba Maestro Robert de Luzarches, luego vino Thomas de Cormont y después de éste, su hijo Renaud”. 1 ¡Junto a los nombres del obispo y del rey. . . e l de los constructores!

Según las crónicas, ya desde el siglo VII exist ían en Sevilla corporaciones de “machios” (“albañiles”, “hacedores”), cuyo maestro recibía su poder directamente del rey. Estas corporaciones so lían ponerse generalmente bajo la dirección de un canónigo del capítulo.

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Trabajaban en ellas numerosos obreros, a quienes se les pagaban salar io s de buen nivel, acorde con la importante responsabilidad que tenían.

La pertenenc ia a estas asociaciones constructoras era cuidada celosamente. La canción de gesta “Cuatro hijos de Aymon” narra que el noble Renaut de Montauban, para expiar sus culpas, se enro la como vo luntar io en la construcción de la catedral de Co lonia. Pero pronto recibe una paliza, y es arrojado al Rin por los constructores profesionales, irr it ados por esa “competencia desleal”.

Exist ía una verdadera escuela de discipulado en el oficio . Los más jóvenes empezaban t ransportando piedras y ot ros mater iales en las canteras y las obras. Luego aprendían a desbastar los bloques; más tarde a hacer mezclas de yeso y mortero, se ocupaban del mantenimiento de las herramientas y manejaban lo s aparatos accesor ios. De acuerdo con ello , y con mucho esfuerzo, se iban calificando para los ofic ios super iores. Pocos maestros estaban dispuestos a compart ir sus secretos, y lo hacían só lo con los mejores.

“Ultimo orejón” Es cierto que el t rabajo de aquellos albañiles

legendar ios, que fueran capaces de construir Co lonia o Notre Dame, era en gran parte muy dist into al de lo s actuales. Part iendo de que se t rabajaba habitualmente con piedra, y de que entre las funciones del albañil - en dos

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de sus especia lizaciones- estaban las de tallar y esculp ir lo s genia les decorados de estos monumentos. Eran pues, en algunos casos, genuinos escultores, que dotaban a sus obras de una belleza y magnificencia capaces de est remecer al contemplador.

Pese a ello , la tarea de lo s albañiles actuales no es menos difíc il, met iculosa, y hasta creat iva. En numerosas ocasiones los o ficia les y medio o ficia les deben reso lver, sobre la marcha, situaciones complejas que no habían sido previstas en lo s proyectos, part icularmente en lo que se refiere a la combinación de lo s mater iales. No por ello reciben mayor aprecio de la opinión co lect iva, como se ha señalado más arr iba ya.

¿A qué se debe este descenso del prest igio social de esta act ividad? “Nosotros somos el últ imo orejón del tarro”, nos dijo cierta vez un albañil cordobés, comentándonos las dificultades salar ia les por las que pasaba su gremio.

Muchos de lo s factores de este ret roceso están seguramente relacionados con lo s parámetros de la sociedad capitalista, donde una est rategia común consiste en la desvalor ización deliberada de alguno de los componentes del sistema product ivo, para extraer mayores ganancias para lo s otros.

Este progresivo desgaste no hubiese sido posible, sin embargo, sin la invo luntar ia, es cierto , pero corrosiva pérdida de la autoest ima surgida en el seno mismo de estos trabajadores artesanos. Quizá e l ind ividualismo propio del o fic io , contr ibuyó de manera progresiva para

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el deter ioro de la va loración propia. Lo cierto es que pocas act ividades existen tan poco apreciadas por sus mismos sustentadores.

Creemos que se hace necesar io una revalo r ización de este ant iquís imo o ficio . Tanto por una cuest ión humanitar ia, como de just icia. Pero también por la salud estét ica y la ca lidad de vida de la humanidad. Cada vez se ven menos construcciones elaboradas con arte, y en cambio, surgen por todas partes feís imas est ructuras de mater iales premoldeados, hierros, vidr ios y plást ico, co locados en muchos casos sin el menor concierto .

(Publicado en La Razón del Consumidor , marzo de 1999.) 1 Los últ imos misterios del mundo . Reader ´s Digest .

Divis ión l ibros. México, diciembre de 1998. Pág. 76.

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Definición del amor

Para el Día Internacional de la Mujer Kierkegaard consideró que el amor es simplemente una

ilusión creada por la apetencia sexual. La at racción de lo s cuerpos, según el filóso fo, es encubier ta por fabu laciones e innumerables art ific ios del pensamiento, para presentar la de una manera sublime.

Max Heindel por el contrar io señaló que en el amor “pr imero se enamoran las almas”. Según este filóso fo del siglo XIX, el acercamiento sent imental de dos personas se suscita por haberse “reconocido” esas almas como afines.

Observando la conducta de los humanos enamorados y las de lo s perros en celo, nos sent imos tentados a darle razón al filóso fo existencia lista.

Una insistente intuic ión nos inclina sin embargo a considerar con mucho aprec io la afir mación del filó so fo rosacruz.

Personalmente nos parece que el amor es una combinación equilibrada de t res conceptos: at racción mutua, respeto, responsabilidad.

La pr imera es imprescindible, pues si forma parte de la naturaleza no hay razón para excluir la. La segunda y la tercera adquieren creciente valor en caso de concertar, de común acuerdo, la concreción de ese at ract ivo en pareja.

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Pues un factor ineludible de la sexualidad es la procreación. Est imar la en su aspecto orgásmico únicamente la mut ila, convirt iéndo la en monstruosidad.

Cuando una relac ión sent imental engendra hijo s, asumir con respeto, alegr ía y responsabilidad esos vínculos de por vida. . . Este para mí es el requisito esencial para que nuestros sent imientos pueden denominarse con propiedad “amor”.

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Jesús y las mujeres

En el largo Evangelio de Va lent ino, Jesús inic ia su

enseñanza a los discípulos pr ivilegiando a Mar ía Magdalena: “Eres dichosa, Mar ía, y yo te inst ruiré de todos los mister io s concernientes a las regiones super iores”.

Enseguida, reafirma: “Habla con sincer idad, tú, cuyo corazón está más enderezado que el de todos tus hermanos hacia el Reino de los Cielos”.

Tal t ratamiento, sin duda preferencial, mo lesta a San Pedro quien, según este mismo Evangelio , más adelante protesta:

“. . .Y Pedro se adelantó, y dijo: Señor, no permit as hablar siempre a esta mujer, porque ocupa nuestro puesto y no nos deja hablar nunca.

“Y Jesús dijo a sus discípulos: adelántese y hable aquel en quien obre la fuerza de la inteligencia”.

El evangelista Valent ino es quien constantemente destaca la part icipación de las mujeres, encabezadas por Mar ía Magdalena y Mar ía Madre de Jesús, en el proceso de enseñanza poster ior a la Resurrección. Según este, Jesús habr ía permanecido en el mundo un extenso per iodo después de su Resurrección. Y lo habr ía usado para sustanciar la Comunidad Originar ia, compart iendo con los discípulos el Conocimiento Super ior.

No es el único en señalar este aspecto (la vit al part icipación de mujeres entre las conductoras del

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proceso). Otros evangelistas como Felipe, Tomás, o el del llamado “Evangelio de Mar ía”, muestran claramente un protagonismo inusual de las mujeres en la conducc ión comunitar ia.

Pero ninguno de esos Evangelios integra la posterior edición de La Biblia, basada en textos seleccionados por la Iglesia Romana.

Este grupo de poder, impuesto t ras algo más de 200 años de luchas -a veces sangr ientas- entre los propios cr ist ianos, desechar ía cuidadosamente aquellos escr itos donde se co locaba a las mujeres en igualdad de derechos con los varones.

El rol de “san” Pablo Ninguno de estos evangelios - llamados “apócr ifos” por

el poder ofic ial eclesiást ico t res siglos después-, menciona a Saulo de Tarso ni a su supuesta conversión.

Las Cartas del llamado “apóstol Nº 13”, son sin embargo inclu idas en el “canon” romano. Su profusa ut ilizac ión poster ior, permite afirmar incluso que la construcción del sistema organizat ivo eclesial moderno, y su plataforma conceptual, reposan en su mayor porcentaje sobre las ideas de Pablo.

A lo largo del ocultado Evangelio de Valent ino Jesús habla só lo de 12 apóstoles. Esto deja a Pablo claramente fuera de aquella Iglesia Or igina l, establecida directamente por El Mesías. En cambio menciona

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constantemente a Mar ía Magda lena, Mar ía Madre de Jesús y a ot ras mujeres.

(En otro art ículo especial nos ocuparemos de Pablo, cont inuemos ahora con el ro l femenino en la Iglesia organizada por Jesús.)

Hemos le ído un singular estudio, efectuado por un miembro act ivo de la Iglesia Cató lica de EE.UU., donde se afirma que inc luso los Evangelios canónicos, fueron “retocados” por la jerarquía eclesial romana. * Y una de las consignas pr inc ipales -según ese estudio- fue quitar a las mujeres su espacio igualitar io en la comunidad. El cual, según documentos anter iores, fuera inst ituido por el mismís imo Jesús.

La invest igación argumenta extensamente acerca de que el Evangelio de San Juan -único que menciona a un “discípulo prefer ido”-, habr ía sido adulterado. Pues no se t rataba de un hombre, sino de una mujer: Mar ía Magdalena. Ella habr ía sido pues, la discípula prefer ida de Jesús.

Respetar como venía t ranscr ibiéndose el texto evangélico implicó durante siglos aceptar la igualdad entre hombres y mujeres de un modo irrefutable. . . Entonces, simplemente, los jerarcas consolidados ordenaron su modificación. Y en las poster iores ediciones eclesiást icas, la discípula, Mar ía Magdalena, se t ransformó, por arte de los escr ibas, en “el discípulo”: Juan.

En cambio, se dio toda la fuerza del poder acumulado en Roma a la concepción machista de “san” Pablo:

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“Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cr isto”, dice Pablo, para asegurar, más adelante que: “la cabeza de todo varón es Cr isto” y “la cabeza de toda mujer es el varón”. Por esto , el varón puede exhibir con orgullo su cabeza, mientras que la mujer no; por el contrario , debe cubr írsela con un velo. Y si no es capaz de cumplir con este mandato masculino.. . pues bien, “que se la rape”, ordena “san” Pablo.

¿Hace falta algún comentar io sobre el machismo de Pablo? Pues bien, sobre estas piedras -y no sobre la de Pedro- se fundó lo que llamamos hoy “iglesia Católica”.

La cual, según nuestra modesta opinión, difiere, en gran cant idad de aspectos esenciales, de la verdadera Iglesia de Jesús.

Mas hoy nos limit aremos a señalar só lo este, que nos pareció de especial relevancia.

* Ramón K. Jusino. M.A. “María Magda lena : ¿Autora del

Cuarto Evangelio?” http :/ /ramon_k_jus ino. tr ipod.com/

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Quipu Editor ia l http :/ /www.quipueditor ia l. com.ar Sept iembre de 2009