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TRAVESÍA Edición = Serafín Vázquez Diseño = Jesús Herrada Pérez EL HERALDO DE PUEBLA TRAVESÍA 10 LUNES 15 DE MAYO DE 2017 No. 181 Serafín Vázquez D ionisio Pinzón es un pobre prego- nero de San Miguel del Milagro, tan pobre es que en muchas oca- siones su cena consiste en café y nopalitos navegantes. Tiene tan mala fortuna que cuando su anciana madre muere, sólo alcanza un petate por féretro. Pero su suerte, que no su destino, cam- biará al conocer a La Caponera, cantadora de ferias y palenques. Un gallo perdedor medio muerto que le regalan le traerá fortuna, pero: murió su madre… como si hubiera cambiado su vida por la vida del “ala tuerta” Lorenzo Benavides, poderoso y acaudala- do gallero y pareja de Bernarda Coutiño, La Caponera, le enseñará todos los trucos de los gallos y la baraja, con los que hará fortuna. Don Lorenzo siempre le dirá sus verdades, al principio y al final, a Dionisio Pinzón: Sé medir a la gente nomás con echarle un vis- tazo… Vivías muerto de hambre… Y al final, cuando Pinzón despoja de sus bienes a Benavides, e intenta regresárselos en gratitud a sus enseñanzas, don Lorenzo le responde: a mí no me debes nada, se lo debes a esta inmunda bruja, La Caponera. Bernarda es la piedra imán de la buena suerte: -Eso ya me lo han dicho muchos. Entre otros Lorenzo. Algo he de tener porque el que está con- migo nunca pierde. Pero sí la suerte es cíclica y va y viene; el destino es sólo uno; y Bernarda con el paso de los años perderá la voz, y por tanto, su libertad. Lamentará que las casas, aunque protectoras, tengan paredes. Y su voz que antes cantaba: si te preguntan qué hago pavo real diles que lloro, lagrimitas de mi sangre por una mujer que adoro… Ahora será rechazada por su voz cascada, vieja. Dionisio y Bernarda tienen una hija que ha heredado la libertad de la madre, pero que escandaliza a vecinos de Santa Gertrudis, quienes la acusan de quitarle los novios a las muchachas, de insinuarse a los señores, incluso de ultrajar a un jovencito de 17 años. Bernarda se sentía culpable y atormentada por el futuro de su hija… Y siguió bebiendo. Embria- gándose hasta la locura… Quizás sea El Gallo de Oro, la obra menos leída de Juan Rulfo. No digo desconocida, pues las versiones cinematográficas de 1964, El Gallo de Oro, de Roberto Gavaldón; y El Im- perio de la Fortuna, 1986, de Arturo Ripstein, dieron a conocer esta novela corta. Sin embargo, fue su tardía publicación, la que ha contribuido a su poca lectura. El Gallo… fue escrita alrededor de 1958, pero publicada por primera vez en 1980 por la Editorial ERA. El libro de ERA, ahora hay una edición de la Editorial RM y La Fundación Juan Rulfo, aborda dos trabajos para cine: El Despojo, y La Fórmula Secreta. Además descubre, con una secuencia fotográfica de unos músicos de pueblo, la otra pasión de Rulfo: la fotografía. EL GALLO DE ORO (FRAGMENTOS) DIONISIO PINZóN Quien así ejercía este oficio (pregonero) era Dionisio Pinzón, uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro. Vivía en una casucha desvencijada del barrio del Arra- bal, en compañía de su madre, enferma y vieja, más por la miseria que por los años. Y aunque la apariencia de Dionisio Pinzón fuera la de un hombre fuerte, en realidad estaba impedido, pues tenía un brazo en- garruñado quién sabe a causas de qué; lo cierto es que aquello lo imposibilitaba para desempeñar algunas tareas, ya fuera en el trabajo de obras o en el cultivo de la tierra, únicas actividades que había en el pueblo. Se despidieron de él. Y al día siguiente había cerrado un trato que le iba a dar mucho qué ganar sin arriesgar nada de su parte. Era una combinación semejante a la ofrecida en Aguascalientes, y que él no aceptó, más que por honradez, por no estar familiarizado con los jugadores a la alta escuela. Supo entonces que, en este negocio de los gallos, no siempre gana el mejor ni el más valiente, sino que a pesar de las leyes, los soltadores están llenos de mafias y preparados para hacer trampa con gran disimulo. Pronto dejó de ser aquel hombre humilde que conocimos en San Miguel del Milagro y que al principio, teniendo como fortuna un único gallo, se mostraba inquieto y nervioso, asustado de perder y que siempre jugaba encomendándose a Dios. Pero poco a poco su sangre se fue alterando ante la pelea violenta de los gallos, como si el espeso y enrojecido líquido de aquellos animales agonizantes lo volviera de piedra, convirtiéndolo en un hombre fríamente calculador, seguro y con- fiado en el destino de su suerte. Cuando regresó a San Miguel del Milagro era un tipo distinto al que todos allí habían conocido. LA CAPONERA Bernarda Cutiño era una cantadora de fama corrida, de mucho empuje y de tamaños, que así como cantaba era buena para alborotar, aunque no se dejaba manosear de nadie, pues si le buscaban era bronca y mal portada. Fuerte, guapa y salidora y tornadiza de genio sabía, con todo, entregar su amistad a quien le demostraba ser amigo. Tenía unos ojos relampagueantes, siempre humedecidos y la voz ronca. Su cuerpo era ágil, duro, y cuando alzaba los brazos los senos querían reventar el corpiño... Se casó con La Caponera una mañana cualquiera, en un pueblo cualquiera, ligan- do así su promesa de no separarse de ella jamás nunca. Ella no quería el matrimonio; pero algo en el fondo le decía que aquel hombre no era como los demás, y movida por la conve- niencia de asociarse con alguien, sobre todo con un fulano como Dionisio Pinzón, lleno de codicia y del que estaba segura seguiría rodando como ella, mientras le aletearan las alas al último de sus gallos, estuvo de acuerdo en casarse, pues así al menos tendría en quien apoyar su solitaria vida. Pueblos, ciudades, rancherías, todo lo recorrieron. Ella por su propio gusto. Él, impulsado por la ambición, por un afán ilimitado de acumular riqueza. Antes que Dionisio Pinzón transformara su humildad en soberbia, ella había puesto sus condiciones y había impuesto su volun- tad. Pero ahora, ya cascada su voz, muertas sus fuerzas, no le quedaba más que obedecer a una voluntad ajena y olvidarse de su propia existencia. -Óyeme bien, Dionisio -le había dicho cuando aquel le propuso matrimonio- es- toy acostumbrada a que nadie me mande. Por eso escogí esta vida. .. Y también soy yo quien escoge a los hombres que quiero y los dejo cuando me da la gana. Tú eres ni más ni menos como los demás. Desde ahorita te lo digo. -Está bien, Bernarda, se hará lo que tú mandes. -Eso tampoco. Lo que yo necesito es un hombre. No de su protección, que yo me sé proteger sola; pero eso sí, que sepa responder de mí y de él... La Caponera se había tornada una mujer sumisa y consumida... OTROS DIáLOGOS DE LA NOVELA -Tú estarías mejor puebleando con ese gallo rabón, aquí te van a desplumar... Además, acuérdate que la suerte no anda en burro. -Por eso no quise andar con usté -acabó diciéndole Dionisio Pinzón. -Ya cuando tenga más colmillo sabrá que en los gallos todo está permitido. -Nunca te atengas a lo que veas. Estos fulanos traen siempre barajas viboreadas. El Gallo de Oro y otros textos para cine Juan Rulfo Editorial ERA México, 1980 El Gallo de Oro / Juan Rulfo ESPECIAL HERALDO Juan Rulfo. Músicos.

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Page 1: Juan Rulfo si te preguntan qué hago dlajunglademariano.com/blog/wp-content/uploads/2017/05/TRAV100RUL… · Sé medir a la gente nomás con echarle un vis - ... fue escrita alrededor

TRAVESÍA 9Edición = Serafín Vázquez

Diseño = Jesús Herrada Pérez

El HEraldo dE PUEBlaTRAVESÍA 10 lUnES 15DE MAYO DE 2017 No. 181

Serafín Vázquez

d ionisio Pinzón es un pobre prego-nero de San Miguel del Milagro, tan pobre es que en muchas oca-siones su cena consiste en café y nopalitos navegantes. Tiene tan

mala fortuna que cuando su anciana madre muere, sólo alcanza un petate por féretro.

Pero su suerte, que no su destino, cam-biará al conocer a La Caponera, cantadora de ferias y palenques.

Un gallo perdedor medio muerto que le regalan le traerá fortuna, pero:

murió su madre… como si hubiera cambiado su vida por la vida del “ala tuerta”

Lorenzo Benavides, poderoso y acaudala-do gallero y pareja de Bernarda Coutiño, La Caponera, le enseñará todos los trucos de los gallos y la baraja, con los que hará fortuna.

Don Lorenzo siempre le dirá sus verdades, al principio y al final, a Dionisio Pinzón:

Sé medir a la gente nomás con echarle un vis-tazo… Vivías muerto de hambre…

Y al final, cuando Pinzón despoja de sus bienes a Benavides, e intenta regresárselos en gratitud a sus enseñanzas, don Lorenzo le responde: a mí no me debes nada, se lo debes a esta inmunda bruja, La Caponera.

Bernarda es la piedra imán de la buena suerte:

-Eso ya me lo han dicho muchos. Entre otros Lorenzo. Algo he de tener porque el que está con-migo nunca pierde.

Pero sí la suerte es cíclica y va y viene; el destino es sólo uno; y Bernarda con el paso de los años perderá la voz, y por tanto, su libertad. Lamentará que las casas, aunque protectoras, tengan paredes.

Y su voz que antes cantaba:

si te preguntan qué hagopavo real diles que lloro,lagrimitas de mi sangrepor una mujer que adoro…

Ahora será rechazada por su voz cascada, vieja.

Dionisio y Bernarda tienen una hija que ha heredado la libertad de la madre, pero que escandaliza a vecinos de Santa Gertrudis, quienes la acusan de quitarle los novios a las muchachas, de insinuarse a los señores, incluso de ultrajar a un jovencito de 17 años.

Bernarda se sentía culpable y atormentada por el futuro de su hija… Y siguió bebiendo. Embria-gándose hasta la locura…

Quizás sea El Gallo de Oro, la obra menos leída de Juan Rulfo. No digo desconocida, pues las versiones cinematográficas de 1964, El Gallo de Oro, de Roberto Gavaldón; y El Im-perio de la Fortuna, 1986, de Arturo Ripstein, dieron a conocer esta novela corta.

Sin embargo, fue su tardía publicación, la que ha contribuido a su poca lectura. El Gallo… fue escrita alrededor de 1958, pero publicada por primera vez en 1980 por la Editorial ERA.

El libro de ERA, ahora hay una edición de la Editorial RM y La Fundación Juan Rulfo, aborda dos trabajos para cine: El Despojo, y La Fórmula Secreta. Además descubre, con una secuencia fotográfica de unos músicos de pueblo, la otra pasión de Rulfo: la fotografía.

El Gallo dE oro (fraGmEntoS)dioniSio Pinzón

Quien así ejercía este oficio (pregonero) era Dionisio Pinzón, uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro. Vivía en una casucha desvencijada del barrio del Arra-bal, en compañía de su madre, enferma y vieja, más por la miseria que por los años.

Y aunque la apariencia de Dionisio Pinzón fuera la de un hombre fuerte, en realidad

estaba impedido, pues tenía un brazo en-garruñado quién sabe a causas de qué; lo cierto es que aquello lo imposibilitaba para desempeñar algunas tareas, ya fuera en el trabajo de obras o en el cultivo de la tierra, únicas actividades que había en el pueblo.

Se despidieron de él. Y al día siguiente había cerrado un trato que le iba a dar mucho qué ganar sin arriesgar nada de su parte. Era una combinación semejante a la ofrecida en Aguascalientes, y que él no aceptó, más que por honradez, por no estar familiarizado con los jugadores a la alta escuela. Supo entonces que, en este negocio de los gallos, no siempre gana el mejor ni el más valiente, sino que a pesar de las leyes, los soltadores están llenos de mafias y preparados para hacer trampa con gran disimulo.

Pronto dejó de ser aquel hombre humilde que conocimos en San Miguel del Milagro y que al principio, teniendo como fortuna un único gallo, se mostraba inquieto y nervioso, asustado de perder y que siempre jugaba encomendándose a Dios. Pero poco a poco su sangre se fue alterando ante la pelea violenta de los gallos, como si el espeso y enrojecido líquido de aquellos animales agonizantes lo volviera de piedra, convirtiéndolo en un hombre fríamente calculador, seguro y con-fiado en el destino de su suerte.

Cuando regresó a San Miguel del Milagro era un tipo distinto al que todos allí habían conocido.

la CaPonEraBernarda Cutiño era una cantadora de fama corrida, de mucho empuje y de tamaños, que así como cantaba era buena para alborotar, aunque no se dejaba manosear de nadie, pues si le buscaban era bronca y mal portada. Fuerte, guapa y salidora y tornadiza de genio sabía, con todo, entregar su amistad a quien le demostraba ser amigo. Tenía unos ojos relampagueantes, siempre humedecidos y la voz ronca. Su cuerpo era ágil, duro, y cuando alzaba los brazos los senos querían reventar el corpiño...

Se casó con La Caponera una mañana cualquiera, en un pueblo cualquiera, ligan-do así su promesa de no separarse de ella jamás nunca.

Ella no quería el matrimonio; pero algo en el fondo le decía que aquel hombre no era como los demás, y movida por la conve-

niencia de asociarse con alguien, sobre todo con un fulano como Dionisio Pinzón, lleno de codicia y del que estaba segura seguiría rodando como ella, mientras le aletearan las alas al último de sus gallos, estuvo de acuerdo en casarse, pues así al menos tendría en quien apoyar su solitaria vida.

Pueblos, ciudades, rancherías, todo lo recorrieron. Ella por su propio gusto. Él, impulsado por la ambición, por un afán ilimitado de acumular riqueza.

Antes que Dionisio Pinzón transformara su humildad en soberbia, ella había puesto sus condiciones y había impuesto su volun-tad. Pero ahora, ya cascada su voz, muertas sus fuerzas, no le quedaba más que obedecer a una voluntad ajena y olvidarse de su propia existencia.

-Óyeme bien, Dionisio -le había dicho cuando aquel le propuso matrimonio- es-toy acostumbrada a que nadie me mande. Por eso escogí esta vida. .. Y también soy yo quien escoge a los hombres que quiero y los dejo cuando me da la gana. Tú eres ni más ni menos como los demás. Desde ahorita te lo digo.

-Está bien, Bernarda, se hará lo que tú mandes.

-Eso tampoco. Lo que yo necesito es un hombre. No de su protección, que yo me sé proteger sola; pero eso sí, que sepa responder de mí y de él...

La Caponera se había tornada una mujer sumisa y consumida...

otroS diáloGoS dE la novEla-Tú estarías mejor puebleando con ese gallo rabón, aquí te van a desplumar...

Además, acuérdate que la suerte no anda en burro.

-Por eso no quise andar con usté -acabó diciéndole Dionisio Pinzón.

-Ya cuando tenga más colmillo sabrá que en los gallos todo está permitido.

-Nunca te atengas a lo que veas. Estos fulanos traen siempre barajas viboreadas.

El Gallo de Oro y otros textos para cineJuan RulfoEditorial ERAMéxico, 1980

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EL HERALDO DE PUEBLA 11LunES 15DE MAYO DE 2017Travesía 181

Serafín Vázquez

L a conocí en una cantina. Fue la noche en que murió Juan Rulfo. Yo estaba triste. La noche anterior S. no qui-so quedarse conmigo. Nos

metimos a la cama como a las seis de la tarde. Contra nuestra costum-bre, esta vez no nos dijimos nada. Nosotros -en la cama- hablamos mucho: de ella, de mí, de él, hasta de los pinches gatos y la mota plati-camos. Esta vez no, permanecimos callados. Nuestros besos no fueron iguales, la forma de abrazarnos fue más distante; si hasta la forma de mirarnos fue diferente. No había caricias en nuestros ojos, era como si nos miráramos desde lejos, desde algún lugar en el que no, nunca nos alcanzaríamos.

Serían las ocho de la noche, o tal vez las nueve, cuando hizo a un lado las sábanas y se levantó, des-hizo nuestro -mi abrazo- y camino hacia el cuarto de baño. Esta vez no utilizó mi camisa para cubrirse, avanzó desnuda hasta el baño, sin voltear a mirarse al espejo, como acostumbraba. Sus pechos des-nudos apuntaban esta vez a otra dirección, y no a mi boca que los necesitaba.

Salió y fue a sentarse a la orilla de la cama. Intenté abrazarla, pero ella ya tenía su ropa en las manos, alzó una pierna, luego otra, se paró y cubrió su pubis. Rocé sus pechos con mis manos, los acaricie y ellos respondieron, se fueron poniendo erectos, duros, mas ella quitó mis manos. Finalmente terminó de ves-tirse, yo en la cama, recostado, la miré. Me dijo: me voy, chau, chau.

Siempre que estábamos juntos, acostumbrábamos amanecer en la casa, luego desayunar. Esta vez no. Mientras comíamos le había estado leyendo La naranja mecánica, ella había visto la película. Hubo un pá-rrafo que nos impresionó:

Hay pecado supongo, pero el castigo fue del todo desproporcio-nado. Te han convertido en algo que ya no es una criatura huma-na... La música y el acto sexual, la literatura y el arte, ahora ya no son fuente de placer sino de dolor.

No pregunten la página porque no la recuerdo, pero quedamos ca-llados. ¿Culpables? ¿Era el final de este pinche juego? ¿Algo que sólo significó para ella la ruptura de la rutina? No sé, ya no hubo cosas que decirnos. Las culeras palabras como que no eran lo suficientemente valientes para atreverse a decir lo mucho que nos amábamos. Como que nuestros cuerpos no fueron ca-paces -como en otras ocasiones- de hacernos entrar el uno en el otro. ¿Miedo? ¿Cobardía? Tal vez fue eso. Por eso a la noche siguiente no quise llegar a la casa.

La media luna. Deme un tequila -dije. Tenía frío. Cavilaba. Se acercó Perseverancio con el tequila y los limones en las manos. Cavilaba, y de repente me vino la idea de que me había sentado a esperar la muerte.

Antena Cinco informa -escuché. “Muere el escritor Juan Rulfo. Hace una hora el escritor...”

Nada más eso faltaba. ¡Chingada madre!, grité. Apenas hacía nueve días había pasado en el 13 Pedro

Páramo; esa noche fui a ver a Gui-llermo, pues S. no llegó, la estuve esperando más de una hora. Nos tomamos tres caguamas y una bo-tella de tequila, y claro, no vimos la película. Creo que nos hicimos ami-gos. Le conté muchas cosas. Él me contó de mi mujer. Era la víspera del año nuevo. Fue una noche fría, solitaria, una noche como aquella noche en que apareció Aura, sí, al final, al final.

No, sí todo se me juntó, así que decidí ponerme hasta la madre. Le pedí a Perseverancio una bote-lla de tequila. Que esta noche ha muerto Rulfo, que anoche S. se fue y... y qué chingaos les importa a ustedes. Cerré los ojos y recordé -a pesar de negarlo- a una tierna niña de tres años que le gustaba montarse en mi espalda y gritar, gritar simplemente de alegría, decir: papá, papá.

Cuando abrílos ojos estaba ante mí una mujer. Una linda mujer mo-rena, con el cabello negro y largo, que me miraba y tocaba del hom-bro como despertándome: No me invitas algo, esta noche hace frío. Tomo lo mismo que tú, lo mismo.

Tú no conoces a Juan -dije. Hace unos momentos acaba de morir, y ayer S. se ha ido. S. S. -de pronto me vino la idea de que S. era Susa-na San Juan, que la S de todos los cuentos era en realidad Susana San Juan. Todo se nos está muriendo, no tenemos ya nada.

Tonto -me dijo, nada se ha per-dido. Sabes, me caes bien, de veras, de veras.

Él no puede morir, nos ha crea-do a todos, a ti y a mí. Y tú y yo no podemos morir.

Tú te vas a emborrachar conmi-go –dije. Cómo te llamas. Dímelo.

Me dijo: bésame, y musitó un poema de Paz:

Mas en tu boca renacen mis sueños siempre ausentes.

Mientras nuestras lenguas se mueven como peces moribundos

Dándose mutuamente muerte, solo muerte, como peces moribundos. 

Rulfo no puede morir, dijo. Se iba, y volteó para decirme: “ me llamo Susana, Susana San Juan. Y

partió.La tele seguía parloteando sola.

Fui y cogí de la camisa a Perseve-rancio: cómo se llama la mujer que ha estado conmigo.

Cuál mujer, cuál mujer, cabrón. Acá no tenemos viejas. Estás solo, has estado mirando una película. Solo eso.

Nota: Aunque escrito los pri-meros días de 1986, Cantina de La Media Luna fue publicado el 13 de enero de 1996, en Catedral, suple-mento del diario Síntesis.

Serafín Vázquez

P ara Clara Aparicio, Juan Nepomuceno Pérez Viz-caíno -Juan Rulfo, nacido el 16 de mayo de 1917- era un hombre de inmensa

ternura, con una sonrisa en los labios apenas entreabiertos; con-versador, viajero, que nunca dejaba su cámara Rolleiflex, y con muchí-simas ganas de escuchar historias de la gente de los pueblos.

Relata que si algo nunca pudo entender, fue su tristeza. Nunca tocamos el tema de sus padres.

Muchas veces le llegué a preguntar: ¿qué te pasa, Juan? Dime...nunca tuve una respuesta; sólo su mirada que se perdía en el espacio.

Su padre fue asesinado en 1923; su madre moriría en 1927, por lo que el futuro escritor quedaría en la completa orfandad a los diez años.

Alberto Vital en Noticias sobre Juan Rulfo, 2003, la mejor biografía

del jalisciense, escribe que entre 1955 y 1962, Juan tuvo una época difícil debido a varias enfermeda-des y dolencias, en parte por la be-bida, en parte por una depresión que lo obligaba a recluirse.

la depresión... se volvió recurrente hasta el fin de sus días; dos o tres veces al año el autor permanecía enclaustra-do, sin rasurarse, durante un par de semanas.

Mariana Frenk, quien tradujo al alemán la obra de Juan, cuenta que una vez fue testigo cuando un hombre se le acercó a Rulfo para pedirle filmar Pedro Páramo, se trataba de Luis Buñuel.

Rulfo y el 2 de Octubre

Contrario a lo que pudiera pen-sarse, Rulfo fue crítico del régimen de Díaz Ordaz. Y tras la masacre es-tudiantil de 1968, en una reunión, propuso que escritores y artistas quemarán sus credenciales elec-torales frente a Palacio Nacional.

Posteriormente, ya con Luis Echeverría, con quien se había reu-nido cuando era candidato presi-dencial, al enterarse de la matanza del 10 junio de 1971, expresó:

- Otra matanza no. Otra matanza no. No puede ser. Otra matanza contra los muchachos no.

En 1972, el 6 de junio, fue ase-sinado uno de sus sobrinos, hijo de su hermana Eva, en San Martín Texmelucan, Puebla. Rulfo relata el hecho en un texto poco conocido.

Era egresado de la Escuela Na-cional de Agricultura, tenía 24 años, escribe, e integraba una bri-gada de apoyo a campesinos. Los muchachos reclamaban que un ca-cique, distribuidor de fertilizantes, les estuviera entregando bolsas con arena en lugar de químicos.

La explicación oficial fue que se suicidó, que tomó una pistola que estaba en el escritorio del dueño de la empresa, y jaló el gatillo.

Nadie quiso hablar ni desmentir los hechos, no se supo ni el nombre

del propietario, finaliza.Juan Rulfo murió un 7 de enero

de 1986 debido al cáncer pulmonar que con los años le causó su afición a fumar.

En sus últimos meses de vida tenía profundos altibajos: a veces bien, a veces salía de su cuarto rojo por la fiebre, recuerda Clara Apa-ricio Jiménez, su esposa.

Y veía cosas.-Como que ya lo llamaban... De

repente ya no veía cosas de aquí, veía cosas de otra parte.

El centenario rulfiano es buen pretexto para regresar a su obra, pero no sólo leerlo, también puede escucharlo. La UNAM reeditó un doble CD con su voz.

Cantina de La Media luna

Noticias sobre Juan Rulfo

FotograFía del escritor tomada de Noticias sobre Juan Rulfo, de Alberto Vital

Fotograma y FragmeNto de el despojo. Pero nunca se quedará con mi mujer. Me la llevaré para lejos y para nunca.

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