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Cuentos, historias de Concepción del Uruguay y su río.

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  • 2

    Cuentos, Historias y Relatos

    Cosas, de por aqu noms

    Rubn Daniel Roude

  • 3

    A Manera de Prlogo

    Ya lo dice el ttulo: Cosas de por aqu noms. Es que Rubn

    Daniel Roude sabe mucho de eso, y en cuentos, historias y

    relatos, lo comparte con lectores que tal vez hayan

    experimentado o escuchado estas vivencias concepcioneras,

    como dicen algunos, o uruguayenses, como prefieren otros. El

    ndice enumera poco ms de veinte ttulos, y seguramente el

    lector elegir por dnde comenzar y cmo continuar, atrado o

    no por la temtica sugerida por el ttulo, o tal vez slo por la

    curiosidad alquerer imaginar, por ejemplo, qu se esconde tras

    una puerta cerrada, qu sucede el sptimo da, quin ser, qu

    har Tomasito para merecer cinco captulos. Qu ocultar o

    propiciar una noche de gara? Cambiar algn destino lo que

    anuncia la mensajera? Qu podr contener un frasco con

    historia? Y la mochila azul de la nia?

    La presentacin de lugares emblemticos, como la Salamanca,

    donde los ms chicos eligen cmo y en qu traquetear las

    vueltas de la calesita, mientras los mayores miran, vigilan y

    comparten el mate en sus autos estacionados ah cerquita no

    ms, combina lo evidente y lo mstico. Tambin surge aqu y

    all la recreacin del ambiente con los cinco sentidos, o con la

    predominancia de uno de ellos: los lectores contemplamos

    aquella tarde que era un bloque fundido por el sol, omos las

    chicharras, percibimos la humedad que el ro impone al pueblo.

    Algunos relatos se revelan como engaosamente transparentes,

    porque expresan lo terrible con palabras simples, pero contienen

    lo universal en lo regional: el caballo atrapado en un trasmallo

    por ejemplo, y el naufragio de la canoa provocado por la

    desesperacin de sus patas. El espejo que insiste en mirar hacia

    adelante, abarcar el horizonte, pues el pasado slo guarda

    cicatrices. Y no podan faltar los mdanos de Paso Vera, ni

  • 4

    los aliados de la juventud, pero permitamos que el lector elija

    cul leer y cundo, segn su tiempo, sus ganas o su humor.

    Marta S. Schettini

  • 5

    TU, LA YUYERA

    El sol cubra la tarde con su manto tibio y la gente sala de paseo

    cada domingo para no enmohecerse en el encierro del invierno.

    Como siempre, recorra los lugares de esparcimiento formando

    una caravana de autos que se desplazaba matemticamente por

    un recorrido que la costumbre, haba hecho obligatorio. La

    plaza, la costanera, el puerto, el Yacht Club, la Salamanca y el

    Parque de la Ciudad, en ese orden o al revs, pero siempre los

    mismos lugares y la misma gente, la acostumbrada vuelta del

    perro de toda ciudad del interior. Lugares de singular belleza

    que el progreso y la industria del turismo, han transformado

    aprovechando lo que la naturaleza les ofreci para regocijo de

    todos los paseantes.

    Pero quiero detenerme en uno de esos lugares mencionados,

    porque tiene una historia muy particular y un nombre que le

    naci por motivos propios desde el fondo del tiempo. Me refiero

    a La Salamanca. El lugar donde la calesita gira y gira

    desparramando msica y risas infantiles, en la cima de una gran

    loma de piedra broza; el csped se extiende como alfombra al

    pie de un monumento con alusin poltica y los jvenes pasean

    de la mano o forman ruedas de amigos. Desde la calle que lo

    circunda, la gente mayor dentro de sus autos mira, vigila,

    recuerda, mientras el mate va y viene.

    El parque termina abruptamente en una barranca de unos diez

    metros de alto, sobre el arroyo El Molino que corre hacia el

    puerto. En dicha barranca, algunos pescadores han construido

    sus viviendas como colgadas de la pared rocosa. Varias

  • 6

    escaleras y sendas labradas en la misma, serpentean entre unas

    rocas desprendidas de la pared y los arbustos que la pueblan,

    hasta llegar a la costa donde los botes se alinean amarrados. En

    ese lugar, cuando un domingo fui a abordar mi bote, descubro

    flotando en la resaca un conjunto de naipes cosidos entre s por

    sus bordes y escritos sobre cada orilla, los nombres de personas

    de ambos sexos haciendo parejas.

    Qued intrigado esa tarde y al regresar del paseo, cuando le

    entrego el motor y

    los dems enseres del bote al viejo pescador que me los cuidaba,

    le pregunt sobre aquellos misteriosos naipes. Apoyado sobre la

    baranda del frente de su casita, hizo una pausa y con la mirada

    perdida pit largo el cigarrillo; con una sonrisa, me dijo que no

    le diera importancia, que esas eran cosa de viejas locas que se

    crean con poderes para ligar o separar a las personas.

    Se saba que en aquel lugar se realizaban ceremonias extraas;

    el lugar tena una trayectoria en hechos de ese tipo desde

    tiempos remotos y hasta hoy conservaba la tradicin. No se

    poda precisar desde qu tiempo exactamente ocurra aquello

    enigmtico; haba que remontase a cuando aquel lugar era

    agreste con sus montes de talas, espinillos, chilcas y guayabos.

    A cuando el ferrocarril no cortaba la loma con su camino de

    hierro y el centro poblado quedaba lejos de all todava.

    Antiguamente la barranca virgen an, se perfilaba sobre el

    arroyo como un muro desviando su curso suavemente y el agua

    la fue desgastando, horadando, formndole unas cuevas de

    considerable tamao y grandes aleros salientes en lo alto.

  • 7

    En ese lugar, contaban los ancianos de aquella poca, viva una

    viejita descendiente directa de los ltimos indios que habitaban

    las islas ubicadas ms al sur en el Ro Uruguay. Se ocupaba de

    recolectar yuyos con propiedades curativas, que luego venda en

    el pueblo para comprarse los vveres, a pesar de que los vecinos

    siempre le obsequiaban comida, ropa o tabaco.

    Su figura menudita, pareca la de una chiquilina entre los tres

    perros enormes, que celosos de su ama, no permitan que nadie

    se le acercara, pero a pesar de su ferocidad, una sola palabra de

    ella bastaba para que cumplieran dcilmente su mandato. Los

    ojos redondos, negros, penetraban cualquier alma; dicen que

    pronostic acertadamente algunos augurios. Su piel oscura y

    rugosa con un brillo semi mate, no permita adivinar los aos

    que tena, slo se saba que era vieja. Su cabello negro,

    descenda por la espalda en una gruesa trenza que llegaba hasta

    la cintura y la remataba adornndola con un ramito de flores

    silvestres mientras que las volutas de humo del burdo cigarro de

    hoja siempre en sus labios, le daban el toque de rudeza de su

    vida marginada. No se saba si era el peso de la canastita con

    yuyos o era el agobio de los aos los que haban curvado sus

    piernitas flacas. Tu, decan que se llamaba. Y era de tu

    toda su figura. Tambin contaban algunos pescadores de la

    poca, que en las noches oscuras solan verla acuclillada frente

    al fuego de su cueva cantando en guaran y que las llamas

    extraamente cambiaban de color. Estaban seguros de que

    hablaba con los espritus.

    Al cabo de un tiempo, la gente comenz a notar su ausencia y se

    preguntaba: --dnde estar Tu, que ya no se la ve por las

  • 8

    calles? Extraaban su presencia, sus yuyos y sus palabras de

    misterio.

    Los pescadores que recorran el arroyo, trajeron la noticia.

    En ese invierno crudo, por varios das se haba abatido un

    temporal de viento y lluvia sobre toda la regin, arrancando

    varios rboles y desbordando el arroyo. Tan fuerte castigaron los

    elementos, que gran parte de la barranca donde ella habitaba, se

    haba desplomado. Muchos dicen que qued all sepultada, otros

    dicen que se fue antes de que se cayera a un lugar seguro, en las

    islas. Lo cierto es que nunca ms se la vio por el lugar.

    Cuentan que en las noches de tormenta, se la escucha cantar

    entre el follaje y las piedras; y en las noches de calma, su

    espritu se hamaca sentada en algn bote amarrado. Tambin se

    dice que, quienes se han ahogado all, fueron llevados por ella

    para que le hagan compaa en su vida solitaria.

    Es por esta historia que este lugar de misterios qued signado

    para siempre y an hoy, reviven aquellos que cada tanto, se

    desplazan sigilosos en ritos extraos. Ser su espritu el que les

    promete la realizacin de sus deseos? O solo prefiere girar,

    cantar y rer con los nios en la calesita que alegra el parque de

    su casa.

  • 9

    AMBIENTE PTIMO

    La tarde era un bloque fundido por el sol. Cientos de chicharras

    producan un sonido penetrante, presagiando un estallido en

    cualquier momento. De vez en cuando, alguna lagartija se

    atreva a correr por la tierra calcinada persiguiendo insectos. Era

    un clima propicio para aquella nube de moscas y mosquitos que

    se insertaban en todos los rincones del pequeo pueblo,

    humedecido por el ro que manso serpenteaba por la vegetacin

    exuberante.

    Pedro Gmez, que soportaba aquellos insectos con bastante

    malhumor pensaba en cmo deshacerse de ellos; ya haba

    agotado todos los recursos que tena a su alcance.

    Una de esas tardes en que fue a comprar los consabidos espirales

    (que intilmente esgrima contra el implacable enemigo), el

    dependiente del gran almacn de ramos generales, le ofreci una

    nueva y ms eficaz alternativa de defensa: un revolucionario

    invento que acababa con cuanto bicho se pona a su alcance.

    Qued impactado ante la vista de aquel extrao cilindro de lata

    con vivos colores. Con slo apretar una de sus puntas, los

    insectos alcanzados por el chorro de lquido que sala del envase

    como una llovizna, caan fulminados ante sus ojos.

    Anita, su mujer, escuchaba complacida y sonriente las

    explicaciones que a borbotones Pedro le daba sobre su uso y

    eficacia. No ms moscas, no ms mosquitos, no ms cucarachas

    y la casa se inund de all en adelante del perfume que a ella

    tanto le gustaba. Qu diferente era la vida ahora en la casa, con

    qu satisfaccin procuraba mantener ese clima libre de los

  • 10

    infectos enemigos para la llegada de ese nio que por primera

    vez esperaban!.

    Lata tras lata, envueltos en ese perfume, pasaron las nueve

    lunas.

    El nio lleg y como lo haba dicho Anita, Telmo creci sin las

    odiosas picaduras de los mosquitos, sin el infecto contacto de las

    moscas y sin la repugnante presencia de las cucarachas, ya que

    el mgico remedio cuidaba su cuna.

    Cuando lleg el tiempo de las urgencias amorosas del

    primognito, logr tener una cita con Rosa, la hija del panadero,

    que le vena regalando sonrisas desde haca unos meses.

    Un atardecer l la esper en la orilla del ro mientras arreglaba el

    bote de su padre. Ella apareci entre los sauces y recostada a

    uno de ellos lo mir largamente. La descubri de reojo y en

    largas zancadas estuvo a su lado, la tom de la mano y la bes

    con ternura. Se fundieron en un abrazo y lentamente cayeron

    sobre la hierba fresca y mullida. El maln de sus corazones,

    arremeta con furia como queriendo escapar por las sienes; la

    mano fuerte pero trmula, recorri con torpeza el cuerpo de

    aquella mujer de bano, que se le brindaba con sinceridad y

    placer. Siguieron en este juego hasta que sus cuerpos sudorosos

    se estremecieron. La lengua hurgaba inquieta dentro de la boca

    de ella como contando sus dientes. De pronto, abri los ojos

    muy grandes, sinti que se ahogaba, que algo le quemaba el

    cuerpo por dentro y por fuera; lo apart de un violento empujn

    y sali corriendo con la ropa en la mano. Telmo la vio alejarse

    mientras ensayaba una sonrisa socarrona y se fue saltando

    alegremente por los accidentes de la costa.

  • 11

    Al da siguiente, el pueblo se encontraba alborotado por algo

    inusitado que haba ocurrido; las viejas del vecindario

    comentaban que aquello haba sido cosa del diablo, otros, que

    un loco andaba suelto. En su despacho, el comisario se mostraba

    confuso e impotente ante el cuadro que haba visto en la playa.

    La joven fue encontrada con la piel achicharrada, boca abajo.

    Las suposiciones coincidan en que posiblemente se haba

    arrastrado en la arena como queriendo alcanzar el agua. Los ojos

    abiertos fuera de las rbitas y las manos crispadas, extendidas,

    completaban una imagen terrorfica e inexplicable. El polica

    lea atnito el parte del mdico forense que deca: Muerte por

    envenenamiento con insecticida.

  • 12

    ISLA RICA

    Kilmetro 140 del Ro Uruguay, el Ro de los Pjaros.

    Nombre que no ha sido impuesto por capricho, se debe ello a

    que desde todos los verdes de la vegetacin, surgen los trinos

    ms variados de los pjaros que la habitan. As como se dibujan

    tambin en el celeste de su cielo, las bandadas de patos, garzas y

    palomas.

    A la altura de ese kilmetro se encuentra la Isla Rica, una de las

    que siempre estuvo rodeada de un halo misterioso, enigmtico.

    Sobre su costa que da hacia el este, tiene una entrada hacia una

    laguna interior como un tajo abierto casi de punta a punta. Para

    los Suffo, este lugar era un vergel y la pesca en las aguas que la

    circundan era realmente buena. Cada da al despuntar el alba,

    recorran el espinel y obtenan una generosa cosecha de bagres,

    pates y algunos dorados que descargaban sobre la playa.

    Pero una maana de un trrido verano cuando el ro estaba muy

    bajo, unos reflejos de sol rompieron la paz y la serenidad de la

    familia. Eran los reflejos de unos discos pequeos sobre la

    arena que llamaron la atencin de Don Suffo y recogi

    sorprendido. Los observ de un lado y del otro. Le temblaron

    las manos cuando crey que eran unas autnticas monedas de

    oro. El corazn desbocado le golpe en las sienes y sus dedos,

    apretaron como tenazas ese puado de discos amarillos. Fue

    corriendo atropellando todo hasta la casa, abri la puerta de un

    golpe y en un entrevero de palabras y gestos, mostr el hallazgo

    con alegra y agradeci a todos los santos de los que se acord

  • 13

    en ese momento. Se convulsion la casa, estaban exaltados, ya

    todos imaginaban cumplidos sus deseos siempre postergados,

    deseos de cosas sencillas, sin grandezas ni desvaros como:

    vestidos, zapatos, alguna biyutera, utensilios para la cocina,

    herramientas y lo mejor, unos das de paseo, cine y confituras en

    la ciudad ro arriba.

    Pero as como el agua transmite los sonidos tambin en las islas,

    las noticias buenas y malas corren de canoa en canoa hasta muy

    lejos. cuando la noticia lleg a odos del Moncho y Tarucha,

    (dos conocidos pescadores y contrabandistas), ya se hablaba de

    que haba un gran tesoro. Estos eran hombres duros, sin

    escrpulos, que siempre andaban tratando de robar a algn

    distrado o indefenso. Un anochecer, sorprendieron a Don Suffo

    en la playa y lo atacaron. Lo pusieron de espalda sobre la arena,

    aprisionado por los criminales, intent gritar pidiendo auxilio a

    los de la casa pero, un cuchillo en la garganta se lo impidi. El

    isleo aterrado, repeta que no era lo que ellos crean, les

    explicaba que lo nico cierto es que eran unas pocas monedas

    viejas y sin valor. No le creyeron, decidieron arrancarle la

    verdad a golpes. Mientras uno lo sujetaba, el otro lo golpeaba.

    El hombre forcejeando y revolvindose pudo zafarse y sali

    corriendo hacia la casa buscando refugio. Haba recorrido unos

    cuantos metros cuando de pronto, se escuch el estampido de

    una escopeta que se prolong entre los rboles. Le quemaron

    como brasas los perdigones que impactaron en la espalda

    tumbndolo de dolor. Los perros empezaron a ladrar

    enfurecidos. Algunas luces, buscaron entre las sombras tratando

    de descubrir que estaba pasando.

  • 14

    Sigilosamente como haban llegado, los delincuentes se

    perdieron entre la bruma del ro.

    Con rapidez y angustiados por lo ocurrido, lo llevaron mal

    herido y lo acomodaron sobre la mesa para curarle las heridas.

    No eran muchas ni profundas, la vegetacin haba amortiguado

    la velocidad de los perdigones. Su mujer ayudada por los hijos

    mayores, le fue sacando una a una las municiones y le puso

    aceite de raya en las heridas. Despus, con unas tiras arrancadas

    de una sbana vieja, lo vendaron y le dieron de tomar un t de

    sauce para aliviar el dolor y que pudiera descansar.

    A partir de ese da, la vida en la isla ya no fue la misma. Cada

    vez que alguien se alejaba de la casa lo haca acompaado y con

    un arma. Tambin tomaban las mismas precauciones los que

    quedaban en la casa al llegar el ocaso; las puertas se cerraban

    con trancas y ya nadie sala.

    Pasados unos das, Don Suffo viaj hasta Concepcin del

    Uruguay y aprovech la circunstancia para vender las monedas a

    buen precio. De esta manera, se vieron satisfechas algunas

    necesidades de la familia que la providencia, premiaba esa vida

    de sacrificios.

    Luego, la armona y la paz de ese lugar se quebraron,

    aparecieron los oportunistas que llegaban a la Isla Rica en

    bsqueda del tesoro. Conjeturaban que si haban encontrado en

    ella monedas de oro, era lgico que hubiera un tesoro en alguna

    parte. Hasta Don Suffo era partidario de esta teora y segua con

    cierto inters los movimientos de los buscadores.

  • 15

    Su expectativa estuvo latente hasta que cierto da mientras

    recorra el espinel, se le acerc una canoa. Remaba un

    muchachito al que acompaaba un anciano de sombrero ancho

    y piel cobriza. Eran Don Schaumann y uno de sus nietos,

    quienes vivan en otra isla cercana, la San Lorenzo. Haca

    mucho tiempo que no se vean y haba decidido visitarlo para

    charlar un poco y mantener viva la amistad. Llegaron hasta la

    casa y a la sombra de unos guayabos, se pusieron a tomar mate

    para hablar de recuerdos y de las ltimas noticias. Como era de

    esperar, tambin surgi el tema de las monedas y el tesoro.

    Recurriendo a su memoria, Don Schaumann cont que cuando

    era joven haba trabajado como carbonero en esa isla, y el

    carbn era una de las mayores riquezas que tena adems de los

    frutales, motivos por los cuales se la llamaba Rica. Cont que

    en aquella poca, se fabricaba all el mejor carbn de la zona y

    se lo llevaba todo en barcazas al puerto uruguayo de

    Montevideo. All se pagaba la mercadera en libras esterlinas,

    porque sa era la moneda fuerte y de uso corriente en el Ro de

    La Plata. Le mencion entonces, un incidente que crea fuera el

    origen de la aparicin de las monedas.

    El hombre record que una de aquellas barcazas haba anclado

    cerca de la boca de entrada a la laguna interior de la isla,

    esperando para entrar a cargar carbn. Para entretenerse, unos

    jornaleros jugaron a los naipes por monedas y tomaron un poco

    de ginebra. Pero es sabido que el alcohol no es buen compaero

    y entre naipe va y copa viene, se calentaron los nimos y

    terminaron trenzados en una pelea. Sacaron los cuchillos que

  • 16

    brillaron a la luz del candil y luego de unos amagues, el que

    estaba ms lcido, de una cuchillada le abri el vientre a su

    oponente. Este, mientras iba cayndose al agua, arrastr el cajn

    que haca de mesa junto con los naipes y las monedas apostadas

    que cayeron al agua.

    Dicen que solo quedaron flotando el as de copas y el as de

    espadas unidos entre s, sealando el lugar de la tragedia.

  • 17

    AQUEL VIAJE EN TREN

    Aquel ao en que hubo la mayor de las crecientes, el tren pasaba

    por el terrapln rodeado de agua hasta casi las mismas vas.

    Josengo con sus cinco aos, viajaba de regreso hacia su pueblo

    natal. El convoy se desplazaba muy lento como asegurando las

    pisadas, como temiendo desbarrancarse y caer al agua.

    El nio miraba con ojos de temor a su alrededor y haca silencio

    como los dems pasajeros esperando una seal apocalptica. Ni

    siquiera la belleza de los nenfares que flotaban en grandes

    masas a los costados lo distraa. De pronto, escuch un silbido

    extrao, profundo que le eriz la piel y busc con la mirada el

    origen del mismo, pero no lo encontr.

    Con miedo y una vocecita de llanto, le dice a su madre que

    puede ser el silbido de una vbora, pero sta actitud, la molesta y

    le reprocha que su comportamiento altera a los dems.

    Nuevamente se hizo el silencio. Esta vez lo sinti ms profundo.

    Solo escuch el trac, trac acompasado de las ruedas sobre los

    rieles.

    Pasados unos minutos y cuando las tensiones de todos se iban

    aflojando, nuevamente surc el aire un silbido ms agudo que el

    anterior, y de un brinco Josengo, se aferr al brazo de su madre

    buscando proteccin.

    Esta vez, su rostro se lo imploraba.

    Su madre, sonriendo y dndole consuelo le dijo que no se

    asustara por esa tontera, puesto que a ese sonido lo haca otro

    nio que estaba unos asientos ms adelante, tocando una

    ocarina.

  • 18

    DIA DE PESCA

    No era necesario que fuera un da especial. Que el cielo tuviera

    determinadas nubes ni color. Que el viento viniera de tal lado o

    que el ro estuviera alto o bajo.

    Simplemente, quera tener un da de pesca especial. Lo senta

    como una necesidad.

    Sin apresuramientos, comenz con la ceremonia. Limpi bien la

    caa, aceit los mecanismos, revis los elementos de la caja,

    calent el agua para el mate y revolvi los canteros del jardn en

    busca de lombrices para la carnada.

    Luego, emprendi el viaje hacia el lugar elegido, Banco Pelay,

    all donde el Ro de los Pjaros es prdigo en belleza, y sus

    aguas mansas se deslizan como el tiempo de los siglos lamiendo

    sus arenas de oro.

    Despleg el silln a la sombra de un guayabo y enterr el

    soporte de la caa para realizar las tareas con comodidad. Luego

    de encarnar, calcula la corriente del agua y arroja la lnea lo mas

    lejos que puede. Se tensa el hilo y manteniendo la caa con

    firmeza, permanece de pi expectante.

    Observa el paisaje de la otra orilla; ve como se desplaza a lo

    lejos una pequea embarcacin. El tiempo pasa largo y

    tranquilo. Algunas palomas viajan a la otra orilla y su mirada les

    sigue el vuelo. En el fondo del ro, ningn pez ha visto la

    carnada.

    Ya no hay tensin en sus brazos. Tampoco en su interior, ni en

    su mente que divaga imgenes de todo tipo.

  • 19

    Coloca la caa en el soporte y se acomoda en el silln

    abocndose a la tarea de tomar mate. Mientras lo sorbe, fija la

    mirada en la punta de la caa para advertir cualquier

    movimiento que indique la mordida de una presa, pero es solo

    un instante porque luego se pierde en el infinito lmpido del

    cielo. Y all se queda, escuchando a lo lejos las cigarras y los

    pjaros, recordando sin esfuerzo momentos que ya no se

    repetirn.

    La calma abunda fuera y dentro del agua.

    Suavemente pasa el agua clida por la bombilla, al igual que los

    recuerdos sin prisa ni aflicciones, despersonalizados en la

    distancia. Cuando la brisa pasea su largo vestido por el ro el

    hilo se mece al comps de las suaves ondas. Y ese hilo

    sumergido en la profundidad, es tambin un cordn umbilical

    con la Madre Tierra.

    El tiempo transcurre, las sombras se alargan como dedos

    queriendo alcanzar los sauces de la Banda Oriental.

    Dos o tres veces, repite la operacin de sacar y arrojar la lnea

    sin resultados positivos que le indiquen la presencia de algn

    pez. Pero l permanece all, regocijado, perdiendo la vista en el

    horizonte, en los verdes, en lo profundo del celeste o del agua a

    sus pies. Se posa en una nube solitaria que pasa o en una ramita

    que flota y se va, interminablemente se va en ellas.

    Poco a poco, aumenta el tono de la sinfona de ranas y grillos en

    la espesura que trae perfumes de biznagas y eucaliptos, hasta

    que la brisa fresca del crepsculo le indica el momento del

    regreso.

  • 20

    Lentamente va alejndose del lugar con el sentimiento de un

    gur yndose de los brazos maternos. Se va sin una presa. Sin la

    emocin de un pique siquiera. Pero fue el da de pesca que

    anhelaba, su espritu vuelve con lo ms valioso que fue a buscar:

    la comunin con Dios y la paz interior que ahora refleja su

    mirada.

    Ya no lo afecta su infortunio. La cama solo retiene su cuerpo

    inerte y enfermo, al cual vuelve su alma ahora serena, para

    abandonarse al sueo de esa noche o quizs, a lo eterno.

  • 21

    NAUFRAGIO

    Anselmo Arrieta se refugi en la isla San Lorenzo en un rancho

    mal construido con sus propias manos. Lo hizo en la vegetacin,

    detrs del albardn, fuera del alcance de la vista de aquellos que

    pasaban por el lugar. No quera que se supiera que estaba all,

    porque era buscado por la justicia para que rindiera cuentas por

    unos robos y una muerte en un boliche de la campaa.

    No le resultaba fcil vivir escondido y procurarse sustento con la

    pesca y la caza. A veces cuando obtena una presa grande o de

    cuero valioso, lo comerciaba a travs de algn vecino de la isla

    que poda llevarla a un poblado cercano. l no tena ninguna

    clase de embarcacin todava porque no contaba con el dinero

    para comprarla. Lo que consegua era escaso y siempre estaba

    pensando en la manera de lograr la cantidad suficiente, aunque

    nunca de buena manera ni con el producto de su esfuerzo.

    Cierto da, hablando con un pescador de la costa del pas vecino,

    ste le coment que necesitaba un caballo para tirar de un carro

    que tena y a partir de ese momento, comenz a vislumbrar la

    posibilidad de hacerse de lo que necesitaba para comprarse una

    canoa. Haba visto que otro isleo tena unos caballos de buen

    aspecto que utilizaba para arar su parcela. El problema no era

    robarle uno de ellos sino, cmo hara para pasarlo a la otra

    orilla.

    As como era de arriesgado para enfrentarse al peligro en sus

    correras, tambin lo era en todo lo dems; concluy que si

    haba llegado nadando hasta la isla con sus brtulos a cuesta,

    tambin era capaz de llegar al otro lado de la misma manera

  • 22

    hacindolo junto con el caballo. Estaba seguro de que poda

    hacerlo y saba que los caballos, estaban acostumbrados a nadar

    porque a veces los cruzaban de esa manera.

    Formalizado el negocio, una noche se aboc a la tarea de robarle

    uno al vecino, despus lo llev a la orilla y se metieron en el

    agua sigilosamente. Deba cuidarse de ser descubierto por los

    isleos o por la prefectura; si lo encontraban robando y

    contrabandeando, no se salvara de ir preso y pagar tambin por

    los dems delitos.

    Al comienzo, el caballo maere un poco debido a que no lo

    conoca y en esa situacin la oscuridad lo asustaba; pero una vez

    en lo profundo, se calm y siguieron hacia una luz a lo lejos

    tomada como referencia. Todo iba bien, las fuerzas respondan

    sin agotamiento. Cuando faltaba poco para llegar, el animal se

    detuvo nadando en el mismo lugar. El hombre tirone de la

    cuerda para que avanzara pero, comenz a dar fuertes manotazos

    con los ojos desorbitados a la vez que se sumerga y sala

    resoplando; se desesperaba por salir a flote, quera desenredarse

    del trasmallo oculto que lo haba atrapado. Comprendi que

    junto con el caballo, tambin se hunda su ansiada embarcacin.

    Se volvi resuelto y con el cuchillo en la mano, se zambull

    para cortar la red. La salvacin le lleg en ese cuchillo, que

    paradjicamente, haba sido usado para dar muerte. El destino

    jug con el enredo y puso en las desesperadas patas inocentes el

    castigo merecido haciendo naufragar la ansiada canoa junto con

    la vida del ladrn contrabandista, cuando ellas golpearon su

    cabeza y abrieron las heridas que tieron el ro aguas abajo.

  • 23

    UN PEQUEO FRASCO CON HISTORIA

    Aquella tarde tuve ganas de hacer algo distinto.

    Abandonndome a que el camino me llevara, pas frente al

    museo Andrs Garca y me pareci una buena idea distraerme

    un rato dentro de sus salas.

    Paseaba la vista por los distintos objetos distradamente o con

    curiosidad, segn me impresionaban en la recorrida. De pronto,

    en una de las vitrinas un objeto me sorprendi, no por la belleza

    de la pieza (que en s lo era) sino porque yo lo conoca, y muy

    bien. Aquel frasquito de perfume trajo a mi mente con toda

    claridad un episodio de mi niez, en el cual este llamativo

    envase fue el iniciador de una extraa y misteriosa aventura.

    Una sonrisa de nostalgia acompa en mi recuerdo las dudas

    que an permanecan en m respecto a aquellos acontecimientos.

    Ocurri que una de aquellas maanas en las que, con mi amigo

    El Ratn solamos ir a carpir veredas, estbamos afanados en

    dicha tarea cuando se nos acerc una seora desconocida. Nos

    pregunt si queramos ganarnos una buena propina haciendo un

    trabajito sencillo y liviano. La respuesta fue afirmativa al

    unsono y le prometimos que lo haramos al terminar el que nos

    tena ocupados.

    Cuando terminamos, cruzamos la calle hasta la mansin desde

    donde haba venido aquella anciana dama y golpeamos la puerta

    con la cabeza de dragn de un artstico llamador de bronce. Los

    golpes resonaron como campanazos al ser amplificados por el

    amplio zagun y al momento, se escuch el siseo de unos pies

  • 24

    arrastrndose lentamente al caminar. Al abrirse la puerta, nos

    encontramos otra vez con la anciana quien, con una sonrisa de

    oscuras ventanas nos hizo pasar. Mientras seguamos sus pasos,

    advertimos que con cierto pudor esconda su mano derecha y en

    un momento dado pudimos ver que tena dicho miembro

    contrahecho. Nos miramos levantando las cejas sin decir

    palabra.

    Llegamos a un gran patio embaldosado con unos canteros

    distribuidos simtricamente. En el centro, se destacaba un aljibe

    de mrmol blanco facetado en seis lados, y de los cuales tres

    estaban tallados con unas figuras que no supe interpretar. La

    boca estaba tapada por una plancha de hierro con dos manijas

    que se utilizaban para sacarla cuando era conveniente. La

    roldana para la soga del balde, penda de un artstico trabajo de

    herrera que remataba armnicamente la belleza del aljibe.

    Siempre sonriente, la anciana nos condujo hasta l y nos pidi

    que sacramos la tapa. Luego, apoyndose en el borde y

    mirando hacia abajo, nos pidi que hiciramos lo mismo y

    sealando el fondo seco con la luz de una linterna en su mano

    sana, nos pregunt si veamos all abajo un frasquito que

    brillaba en la penumbra. Efectivamente, un leve brillo verdoso

    se destacaba entre las sombras y los bultos que yacan en lo

    profundo.

    Nos miramos con mi amigo poniendo cara de sorpresa al

    adivinar la intencin de la anciana, pero antes de que

    pudiramos decir algo o movernos para salir corriendo, nos

    tom de una mano y con lgrimas en los ojos, suplic que

    hiciramos lo posible por recuperrselo. Sin dudas an si nos

  • 25

    hubiera ofrecido una canasta de oro, no hubisemos aceptado

    bajar hasta all pero, hay algo ms conmovedor que las splicas

    y las lgrimas de una anciana por algo que toca a su corazn?

    Por lo menos eso era lo que pensbamos en ese momento,

    aunque ahora...

    La cuestin es que El Ratn, que era ms audaz que yo y de un

    temple para estas cosas que slo puede dar la calle, comenz a

    bajar por una soga a la que le haba hecho un lazo en la punta

    por donde introdujo una pierna hasta la ingle. Con las manos,

    iba soltndola despacio a travs de la roldana mientras yo le

    ayudaba.

    La tarea no era difcil, puesto que nuestra mayor diversin

    siempre fueron la de trepar a los rboles y lanzarnos de una

    rama a la otra emulndolo a Tarzn, como lo veamos en la

    matine del cine, o trepar los tapiales en procura de alguna fruta

    prohibida de los vecinos. Lentamente, en silencio pero con

    presteza, fue descendiendo mientras con un chirriar lastimero se

    quejaba la roldana herrumbrosa. Slo cuando toc el fondo,

    habl para decir que estaba todo bien, que haba un poco de

    basura en el piso y que ya tena el frasquito que quera la

    anciana. Lo levant estirando el brazo hacia arriba para que lo

    viramos. Una gran sonrisa se dibuj en el rostro de ella

    mientras le peda que buscara si haba algo ms all abajo.

    Entonces, El Ratn me dijo que bajase para que lo ayudara a

    buscar, que era divertido. Sin pensarlo mucho, tambin baj

    puesto que haba calculado que no era muy profundo y no estaba

    muy oscuro. Sent que encontrar aquel hermoso frasquito, en ese

    lugar tan inusual, equivala al descubrimiento de un fabuloso

  • 26

    tesoro para nuestra mente fantasiosa siempre vida de aventuras.

    Estaba observndolo detenidamente cuando, con el rabillo de un

    ojo, alcanzo a ver una abertura en la pared. Era rectangular y de

    un tamao apropiado para que pudiera pasar por ella.

    Intercambiamos opiniones preguntndonos qu utilidad tendra

    cuando, desde arriba, la anciana nos dijo que eran los desages

    por donde llegaba el agua de la lluvia.

    En el lado opuesto, haba una abertura igual. Met la cabeza por

    una de ellas para ver cmo eran y descubr que al otro lado de la

    pared, se ensanchaba de tal manera que una persona poda

    caminar libremente; adems, me llam la atencin que fuera

    horizontal en vez de venir desde arriba, trayendo el agua de las

    lluvias en la superficie.

    Entusiasmados por encontrarnos con tan inslito sitio, la

    curiosidad nos empujaba a entrar en aquel tnel, con la

    esperanza de encontrar algn otro tesoro. No tenamos temor por

    andar en esos lugares, porque estbamos acostumbrados a

    recorrer las alcantarillas del desage del bulevar Irigoyen, que

    meda ms de una cuadra de largo y caminbamos agachados

    chapaleando agua.

    Nos decidimos los dos a la vez y le pedimos a la anciana que

    nos bajara una linterna para poder ver mejor. Se entusiasm con

    la idea de rescatar algo ms y en un instante, nos baj por la

    soga la linterna que le pidiramos.

    Enfoqu el haz de luz hacia el tnel y ste se extendi hasta

    donde pudo iluminarse. Luego, a las paredes para recorrerlas

    detalladamente. Faltaban algunos ladrillos y por los huecos,

    asomaban algunas races retorcidas. El techo abovedado, pareca

  • 27

    estar firme a pesar de algunas filtraciones de humedad que

    llegaban hasta el piso. Comenzamos a caminar sigilosamente y

    en silencio tratando de captar con todos los sentidos lo que

    emanaba de aquel ambiente. A pocos metros de caminar,

    observamos a un costado del techo un orificio perteneciente a un

    pequeo tnel que llegaba desde arriba, Miramos en su interior,

    pero nada vimos. Continuamos chapaleando en algunos

    charquitos de agua sobre el piso de grandes ladrillos. De pronto,

    divisamos una serie de escalones que cortaban el camino y

    ascendan hasta terminar abruptamente en una pared. Subimos

    por ellos con cuidado y observamos con detenimiento lo que

    antes haba sido una puerta y ahora, estaba firmemente tapiada.

    Por instinto, pegamos una oreja a los ladrillos desnudos y con

    sorpresa escuchamos unos murmullos que provenan desde el

    otro lado. Eran las voces de dos hombres conversando entre s,

    luego, se escuch tambin, la voz de un nio pidiendo algo. Nos

    interrogamos con la mirada y quedamos con la intriga de saber

    hacia dnde conduca aquella puerta. Decidimos regresar; no

    haba nada ms que husmear en aquel lugar.

    Volvimos al pozo y le comunicamos a la anciana, que an

    permaneca asomada al brocal preocupada por nuestra

    seguridad, que estaba todo bien y que no habamos hallado nada

    de importancia. Por supuesto que no bamos a dejar de explorar

    el otro tnel para quedarnos con la intriga de saber cmo era.

    Tena las mismas caractersticas que el otro y sin dar rodeos, nos

    lanzamos a recorrerlo. A pocos metros, encontramos en el techo

    una abertura igual a la del otro tnel, pero ste tena la

    particularidad de que se poda escuchar a travs de l todo lo

  • 28

    que ocurra en la superficie. Avanzamos, el tnel fue curvndose

    hacia la derecha hasta que sobre nuestras cabezas, comenzamos

    a escuchar un bullicio. Dirig la luz hacia el techo y nuevamente

    vimos otro pequeo tnel que actuaba como telfono,

    transmitindonos en detalle todo lo que suceda all arriba.

    Se enderez la curvatura de la galera y al final, nos sorprendi

    una puerta semi abierta confeccionada con gruesas tablas.

    Dndonos valor para no salir corriendo, tomados de la mano

    fuimos acercndonos. El Ratn empuj la puerta con un pie

    pero, apenas se movi, se atoraba al tocar el piso desparejo. Nos

    metimos por la abertura que quedaba.

    Nuestras manos se crisparon y enmudecimos de la sorpresa,

    aquella era una habitacin extraa. En el medio se destacaba una

    mesa de piedra con unas canaletas que iban desde el centro hasta

    las esquinas y encima de ella, unos instrumentos que no

    pudimos precisar. A la izquierda sujetos a la pared, unos

    grilletes colgaban de sus cadenas. Nos miramos con una mueca

    de incomprensin. Para qu seran esas cosas? El haz de luz

    gir un poco y en la pared opuesta, enfoc otra puerta al costado

    de un montn de ruedas, cadenas y maderas cubiertos de

    telaraas y polvo; se vea que el tnel se haba derrumbado.

    Innumerables frasquitos similares al que tanto nos reclamaba se

    desparramaban por toda la habitacin. Frente a la pared de la

    derecha haba una fragua con un gran fuelle, que serva para

    echarle aire al carbn y sobre la misma, una tenaza de mangos

    largos con una de sus mordazas quebradas. La pared tena una

    columna que imitaba al mrmol con su capitel muy trabajado y

  • 29

    ms all, otra igual pero rota sobre el piso. Algo en nosotros

    deca de aquel fuego. Tanto, que nos quitamos las camisetas.

    Dimos una vuelta alrededor de la mesa, observando todo

    detenidamente y sin tocar nada. La atmsfera se tornaba densa,

    oprimente; un fro repentino nos eriz la piel. Nos tocamos las

    manos y no las sentimos, tuvimos miedo. Con solo mirarnos,

    decidimos salir presurosos de aquella lgubre habitacin. Una

    fuerza extraa nos empujaba desde atrs hacindonos correr

    hacia la salida del tnel.

    Llegamos al pozo con los ojos desorbitados por el temor, o as lo

    suponamos. No sabamos bien a qu cosa le temamos, pero

    aquel lugar no era bueno; por lo que habamos visto all haban

    sucedido cosas muy extraas y algo nos estaba pasando a

    nosotros... No queramos ser partcipes, cargar el fondo del

    aljibe con otra historia. Sin embargo algo ya nos involucraba.

    Luch con la soga por querer salir primero, pero El Ratn que

    era ms gil y liviano que yo en un santiamn estuvo arriba. Nos

    pareci que habamos regresado a la vida desde el ms all,

    respiramos profundamente y el aire nos revivi. Mientras nos

    preguntaba si estbamos bien, la anciana extendi su mano en

    procura de aquel vistoso frasquito del cual ya casi nos habamos

    olvidado. Nos agradeci muy emocionada aquel trabajo y nos

    puso en las manos unos huesitos y unas monedas en pago por el

    servicio prestado. Quin deba pagar a quin? Le dimos las

    gracias y presurosos, nos fuimos hacia la puerta de salida

    dejndola sola. Un aire extrao no s qu reconstrua. Se qued

    absorta mirando aquello que seguramente le reviva la misma

    historia que nosotros descubrimos all abajo.

  • 30

    Por eso hoy al observar aquel bellsimo frasquito tuve la

    sensacin del roce de una mano que nunca existi. Creo que lo

    que se expona en aquella vitrina no era una pieza de coleccin

    sino, una historia como tantas otras que mereceran estar all

    pero que se completan all abajo y otra como antinomia, que

    nunca tendr final. Otra historia que seguir adherida a ese

    objeto con el nombre de mi amigo porque a veces, la vida juega

    ciertas paradojas truculentas, nos muestra signos que marcan el

    futuro solapado que se repite cada tanto, cuando el hombre

    pierde la memoria de su esencia.

    Es por esto, que ahora que lo veo gara, el recuerdo en mis ojos

    por el amigo que ya no est, por la locura fratricida de los aos

    70 en la que tantos como l murieron entre tenazas y cadenas

    sobre mesas fras de granito, a manos de almas tan fras y duras

    como esas mesas que solo tendrn su nombre en el viento del

    olvido.

  • 31

    EL CUADRO

    Cada da en su atelier y acompaado por su soledad, Ernesto

    retrataba sobre la tela los paisajes urbanos de la ciudad. No eran

    paisajes estticos, arquitectnicos, sino el accionar, la

    interrelacin de la gente en su acontecer diario, y en ello

    trascenda algo ms de lo que se apreciaba en los cuadros. As lo

    definan quienes admiraban sus obras sin saber a qu

    atriburselo. Fueron muchos los que pint con esta temtica y

    quizs, por eso de no caer en lugares comunes, decidi un da

    cambiarla.

    Se dej llevar por el instinto y concluy que trabajara sobre la

    figura femenina. Para ello solicit una modelo a travs del diario

    local, pero sus expectativas no fueron satisfechas puesto que se

    present solo una aspirante. Se lament de la escasa

    convocatoria que tuvo el aviso y adems, de lo poca agraciada

    que result ser la postulante. Ello era de esperar, para un pueblo

    del interior el pedido tena ciertas connotaciones pecaminosas.

    De todas maneras, se resign y se dispuso a desplegar los

    mejores artificios a partir de esa figura para lograr sus proyectos.

    La cit para una maana y sobre una tarima la ubic desnuda

    cubierta por unos tules; abri una ventana para iluminarla con el

    sol y al observarla, vio que ya no era la misma.

    Comenz su tarea y como siempre, desapareci el mundo que lo

    rodeaba.; se concentraba en un sentimiento que manejaba los

    pinceles, los colores y las formas. No advirti una carita de nio

    que se asom a la ventana por entre las rejas y all se qued

    mirando escondido.

  • 32

    Ernesto era un pintor de renombre en el pas, y un vendedor de

    arte de la capital le pidi que le vendiera el cuadro ni bien lo

    terminara. Pensaba que sera todo un suceso cuando lo

    expusiera. Impulsado por la pasin de su arte, continu cada

    maana con el cuadro a la luz del sol que se colaba por la

    ventana y la insospechada presencia del nio que espiaba

    observando la escena. Casi a diario, el comprador lo llamaba

    para preguntarle si haba terminado el trabajo, estaba ansioso

    por ver esa nueva faceta emprendida por el artista.

    Al cabo de un tiempo, lleg el da en que le dio los ltimos

    retoques y le comunic al interesado que al da siguiente, le

    enviara el cuadro de la mujer que haba plasmado en la tela con

    tanta dedicacin. Ernesto mismo estaba sorprendido de la

    belleza que irradiaba a pesar de la modelo que haba conseguido.

    Adems estaba expectante de la crtica puesto que de ello,

    dependa si deba seguir con esa temtica o no, aunque l quera

    de todas maneras darle una nueva perspectiva a sus trabajos.

    Mientras esperaba la respuesta desde Buenos Aires, continu

    pintando sus cuadros habituales sin la necesidad de tener a su

    modelo. La despidi sin saber quin era ella. Tampoco supo que

    el nio no sigui asomndose furtivo a la ventana como lo haba

    hecho hasta ese momento.

    La ansiedad fue en aumento hasta que se produjo la llamada

    desde la capital para felicitarlo por la magnfica obra; se ri

    cuando le pidieron conocer a la hermosa modelo retratada. Pero

    tambin, grande fue su aturdimiento cuando le preguntaron por

    qu haba un nio de la mano de ella en la tela, puesto que l

    haba dicho que slo haba pintado a una mujer.

  • 33

    EL ESPEJO

    Ella estaba sentada a la orilla del ro sobre la raz de un viejo

    sauce y desganada segua con los ojos las hojas y palitos que

    pasaban acunados por el agua. De tanto en tanto, un suspiro

    largo le refrescaba los pensamientos y le aclaraba la mirada

    turbia. Si no fuera por la brisa que meca los negros cabellos, se

    dira que era una estatua.

    Inmersa en sus cavilaciones, no advirti la presencia del anciano

    all cerca sentado sobre una roca. ste haca rato que la

    observaba en silencio, mientras jugueteaba con una ramita sobre

    la arena. Cuando sali de su abstraccin y levant la vista hacia

    una bandada de garzas, el hombre aoso se le acerc con una

    sonrisa y salud con la intencin de entablar una conversacin.

    Lo mir sorprendida al principio y luego con ternura, porque eso

    era lo que irradiaba el personaje. La sonrisa, los gestos, su baja

    estatura, le recordaron aquellos gnomos del libro de cuentos que

    le regal su abuela Sara; con su boina, la maleta colgada del

    hombro y los botines de caa alta con las bocamangas dentro de

    ellos.

    Con una franca sonrisa, el personaje le dijo: -Qu sacrilegio es

    ste, ponerle nubes oscuras a esos ojos de cielo?

    Hubo un destello azul en sus ojos y en ese no se qu del

    momento, sinti cmo su energa serena vena desde el alma,

    dilua la nebulosa que rodeaba su entorno.

    A poco tiempo de comenzada la conversacin, al igual que una

    nia muestra sus heridas a su curador, le mostr las suyas que

    desde mucho tiempo atrs sangraban escurrindole la vida. l

  • 34

    descubri lo que la mantena en ese estado oscuro, ella no

    procuraba cerrar las heridas, las mantena vivas con culpas,

    miedos y preguntas, creyendo que se era su destino. Slo

    esperaba la compasin de todos para seguir soportando las

    penas como la cruz de su designio. Crea que su misin en la

    vida era sufrir.

    Sin abandonar la sonrisa, escuch la historia de sus pesadumbres

    en silencio, revolvi dentro de su maleta y sac un espejo

    manchado por el tiempo. Se lo extendi para que lo tomara y

    aunque no entenda el porqu, as lo hizo.

    Luego se ubic detrs de ella y le dijo:

    -Levntalo hasta la altura de tus ojos. Qu cosas ves por el

    espejo?

    -Las cosas que tengo detrs de m: rboles, botes, casas,

    personas le respondi.

    -Bien, ahora sin dejar de ver esas cosas, camina hacia delante.

    -No, no puedo; voy a caerme porque no veo por donde camino

    dijo afligida.

    -Porqu no puedes ver hacia adelante?

    -Porque el espejo me lo impide.

    -Entonces ponlo a un costado y a la misma altura. Ahora

    puedes ver hacia adelante?

    -Ahora s.

    -Y puedes ver el espejo tambin?

    -S, el espejo y las cosas que tengo detrs de m.

    -Y puedes andar hacia adelante?

    -Ahora s, porque el espejo no me tapa hacia donde quisiera ir.

  • 35

    -Bien, bien. Entiendes ahora, que no puedes avanzar en tu vida

    si antepones las cosas que quedan detrs? Mira lo pasado desde

    un costado, que no te impida ver el horizonte, avanzar hacia lo

    nuevo; las heridas no se curan sin el aire renovado. Solo deben

    quedar las cicatrices como jalones ganados a la vida.

    Ella qued all parada, esttica, meditando sobre esas palabras y

    sinti adentro un chasquido como si se encendiera una lmpara

    que ilumin su alma. Se dio vuelta para devolverle el espejo,

    pero no haba nadie, el anciano haba desaparecido.

    A partir de ese da, ella sonre cuando alguien le pregunta: por

    qu no tiras ese espejo viejo que desentona con los hermosos

    muebles del dormitorio?

  • 36

    UNA EXCURSION A LOS MEDANOS

    Aqu estoy, en la espesura de la costa del ro Uruguay debajo de

    un tala, esperando. Esperando reencontrarme con mi amigo

    Roberto.

    Ha pasado mucho tiempo y esta brisa que acuna el follaje, repite

    la historia que l mismo contara la ltima vez que nos vimos.

    Fue exactamente en este lugar que me cont lo siguiente:

    "Si aquel atardecer de verano no me hubiera asomando a la

    ventana, hoy no estara contndote estas cosas. No era la

    ventana de mi casa, era la de unos amigos que viven en un

    edificio de varios pisos que est ubicado al lado de las vas del

    ferrocarril y del puerto.

    Desde aquella altura pude divisar a lo lejos y hacia el norte, unas

    elevaciones de color anaranjado que se destacaban del verde y

    azul del horizonte. Irrumpan totalmente ajenos al paisaje,

    caprichosos, nicos. Eran los tan comentados mdanos de Paso

    Vera.

    Se comentaba porque en ese lugar, los indgenas que habitaron

    la zona, los Charras, fabricaban sus armas en pocas remotas.

    All haba piedras de slex con las que hacan las puntas de

    lanzas y flechas; adems, a pocos metros la margen del ro

    Uruguay contena tierra arcillosa con la que fabricaban sus

    vasijas. Algunos arquelogos aficionados y visitantes curiosos,

    encontraron algunas puntas de aquellas armas.

    Haba hablado con gente que estuvo en ese lugar, pero nunca

    antes haba despertado el inters en mi de visitarlo.

  • 37

    El sol que desapareca en el horizonte se asimilaba a una brasa

    extinguindose. Rememoraba cada da a aquella raza que poco a

    poco tambin desapareci. Al imaginarlos viviendo en ese

    paisaje, surgi en m el deseo de identificarme con ellos y

    experimentar lo que sentan cuando an eran los Seores de

    estas tierras, y se consideraban un elemento ms de la

    naturaleza, hijos nacidos de ella.

    El deseo se torn necesidad y cada da sumaba algn elemento

    para poder concretar mi anhelo.

    Pasaron dos semanas. Un sbado clido de diciembre, program

    pasar todo el fin de semana en aquellos mdanos y cargu una

    mochila con todos los elementos necesarios para acampar,

    algunas herramientas para remover la arena y un cuaderno de

    notas.

    Desde la tranquera de entrada al campo donde se encuentran los

    mdanos, deba caminar unos tres kilmetros hacia el norte por

    un camino de tierra que slo era una senda entre la vegetacin.

    Acomod la mochila sobre la espalda y empec a seguir la

    huella.

    Haba transitado ya unos metros cuando fui desconectndome de

    lo que llamamos civilizacin. Los nicos sonidos, eran los de la

    naturaleza viva, la brisa en el follaje, los grillos y el silbar de los

    pjaros. Tambin los colores y la fragancia de la hierba con sus

    suaves matices me llenaban los sentidos.

    A mi derecha, se alzaba, una exuberante vegetacin compuesta

    por rboles, enredaderas y paja brava. Era una ancha franja que

    me separaba del ro que corra paralelo al camino. A la

    izquierda, haba arbustos y matorrales de paja brava con

  • 38

    extensos claros y baados cubiertos por camalotes.

    Cruc por un puentecito rstico sobre un sangradero que llevaba

    las aguas de los baados hasta el ro. Un grupo de vacunos

    negros de raza ceb, se haba arrimado a su cauce para tomar

    agua. Dos de estas bestias, se apartaron del grupo y mirndome

    con curiosidad pararon las orejas en seal de alerta. Contine mi

    camino mirndolos con recelo y cuando estaba alejndome,

    arremetieron con la cabeza baja y los cuernos amenazantes.

    Emprend una carrera desesperada pero el peso y la

    incomodidad de la mochila, me impeda tomar distancia de

    ellos. Senta el resoplar de sus narices sobre mi espalda y el

    atronar de sus pezuas me daban la sensacin de que ya, me

    pasaran por encima, destrozndome.

    Cuando ya me daba por perdido, sin medir las consecuencias me

    arroj de cabeza detrs de una mata de paja brava. Fue una cada

    estrepitosa y desparramada entre la vegetacin; por fortuna, las

    bestias siguieron de largo y me perdieron de vista. Cuando

    normalic mi respiracin, hice un recuento de todo mi cuerpo

    para saber si estaba sano. Trat de incorporarme pero no pude.

    Tendido boca arriba, cubierto por enredaderas y pajas que me

    cortaban la piel en cada movimiento, estaba atrapado en una

    telaraa vegetal. Trat de no desesperarme. Desprend la

    mochila y poco a poco, me d vuelta luchando con las

    enredaderas "uas de gato" que parecan tener vida. Cuando me

    las desprenda de un lado, una gua se me prenda en otro,

    desgarrndome las ropas y la piel.

    Pas un largo rato hasta que pude recomponer mi figura y el

    equipaje para reanudar la marcha. Con mucho sigilo, sal de

  • 39

    entre las matas cuidando de no ser visto por los animales; ya no

    estaban y retom el camino. Pas la lengua por algunas de las

    heridas de mis manos que sangraban y ardan.

    El sudor goteaba de mis cejas, pero mi paso no afloj la marcha.

    A los lejos, el cmulo de arena rojiza brillaba bajo el sol.

    Encontr sosiego a la sombra de unos sauces. Descargu la

    mochila y me sent para recuperar fuerzas. El camino se

    desviaba hacia el ro abriendo la espesa vegetacin como un

    tnel. A partir de all, debera abrirme camino entre arbustos,

    pastizales y pajas.

    Tuve en cuenta el dicho: "el camino recto es el ms corto", y

    emprend la marcha directamente hacia los mdanos.

    Desenvain el machete y alerta mirando hacia abajo por si

    apareca una vbora, entr en los pastizales que me llegaban

    hasta la cintura. Anduve un largo rato macheteando a un lado y a

    otro para abrir una senda. No me amedrent. Arremet contra

    ella, pero mis piernas se enterraban ms y ms en un suelo de

    pastos, algas y agua. Me succionaba, impeda que librara mis

    piernas para retroceder. Cada vez que intentaba zafarme, perda

    el equilibrio y corra el riesgo de caerme de espaldas. El calor

    era sofocante. La garganta reseca clamaba por agua. Slo

    atinaba a recoger con la lengua el sudor que corra por los

    bigotes. Los mosquitos parecan darse cuenta de que no poda

    escapar de ellos y arremetan con saa. Hice una serie de

    contorsiones desesperadas, hasta que logr salir de aquella

    prisin y escap velozmente de aquel infierno.

    Cuando llegu a tierra firme, tom el rumbo hacia el norte,

    bordeando aqul cenagal.

  • 40

    La marcha se torn ms pesada, ahora al trayecto deba hacerlo a

    travs de un tupido pajonal. Estaba cansadsimo, agotado, de

    tanto luchar con ese elemento, de tantas idas y venidas buscando

    un paso que me franqueara la llegada. Hice un alto para

    reponerme y orientar el rumbo. Unos metros ms adelante,

    divis un claro por donde las vacas venan a tomar agua; se era

    el paso que buscaba hacia los mdanos! Haba que meterse en el

    agua y tratar de no salir de la huella que haban dejado los

    animales; me descalc y arremangu el pantaln. El contacto

    con el agua fra, alivi mis sofocados pies. Tanteando el fondo

    barroso, fui metindome hasta sentirla ms arriba de mis

    rodillas. Si lo haban hecho los vacunos por qu no yo

    tambin? Contine la marcha.

    Camin descalzo hasta la cima, donde me detuve extasiado, para

    compenetrarme con ese ambiente maravilloso y extrao. Los

    profundos pozos que se haban formado entre un mdano y otro,

    parecan ollas de un infierno calcinante bajo el sol. Ms all, al

    este y al sur, vea el hilo de agua cubierto de vegetacin y las

    cinagas. Despus, la pradera de altos pastizales que termina a

    lo lejos, en el camino paralelo al Ro de los Pjaros. En el

    horizonte, poco perceptibles por la distancia, reflejos claros de

    los edificios de la ciudad.

    Cmo no va a sentir el hombre moderno, elevarse el espritu

    ante tanta belleza! Cmo los indgenas no iban a preferir la

    muerte, antes que la prdida de ese aire csmico, que es el

    aliento de la vida misma! Me sent uno ms de ellos, erizado

    hasta el alma.

    La brisa fresca me sac de aquellas cavilaciones ancestrales. El

  • 41

    ardor de las plantas de mis pies quemndose en el suelo

    candente, me trajo a la realidad, e inmediatamente busqu el

    reparo de unos arbustos agrupados ms al norte, casi al empezar

    los mdanos. En ese lugar propicio, arm la carpa y un fogn en

    el que calent el agua para los mates y el alimento. Almorc

    sentado cmodamente contra un rbol. Luego, dormit una

    siesta, acunado por el trinar de los pjaros. Despus, comenc

    con el trabajo.

    Baj descendiendo a los saltos para no perder el equilibrio al

    interior de una olla; los pies enterrndose en la pronunciada

    pendiente. Ya en el fondo, observ algunas piedras silceas

    desperdigadas en pequeos pedazos. Si no hubiera tenido en mis

    manos aquellas lminas de piedra, nunca hubiese credo lo

    extraordinariamente filosas que eran. Tampoco hubiese

    apreciado lo difcil de aquel arte que slo practicaban unos

    pocos. Tambin encontr, unos pequeos trozos de barro cocido

    que correspondan a vasijas. Remov largo rato el suelo

    observando cuidadosamente cada objeto, pero nada hall de

    valor arqueolgico.

    Decid entonces, trasladarme a otra olla y comenc a trepar por

    la pared empinada. Prcticamente gateando y enterrndome en

    la arena, poco a poco logr salir de aquella antesala del infierno.

    En la cima pude respirar mejor; el aire ya no era sofocante

    como all abajo.

    Descend en otra adyacente. Busqu y analic afanosamente

    todo el lugar sin mayores logros. No me desanim, repet la

    tarea en otra olla y luego, en otra ms. Lo nico de valor que

    haba agregado al pobre tesoro de pequeos trozos de barro

  • 42

    cocido y piedras, era la porcin de una vasija que no se haba

    desmenuzado como las otras, debido a que su confeccin era de

    calidad superior; al barro le haban agregado piedritas pequeas

    para que tuviera mayor fortaleza.

    El crepsculo se acercaba y la oscuridad en el fondo se haca

    ms evidente. Decid hacer un alto en las tareas. Las sombras se

    alargaban en el maravilloso valle dndole un tinte sombro y

    acallando los sonidos de la vida. Hacia el otro lado, el sol

    poniente incendiaba el horizonte.

    Encend el fogn y me dispuse a tomar unos mates, mi garganta

    reseca los peda a gritos. En silencio la vista se perdi en las

    llamas. Relaj mi cuerpo, dej que las sensaciones lo penetraran

    libremente. Escuch el silencio del cosmos. El viento, como

    damas presurosas arrastrando sus largos vestidos entre el follaje.

    Los rboles, murmurndose aconteceres del da, y ms all, los

    reclames de los grillos. Las palomas lamentaban el final del da

    con grave zureo. Slo el hornero celebraba con su canto alegre,

    satisfecho de su laboriosa jornada. Los aromas de las hierbas

    llegaban refrescantes. De vez en cuando, el olor acre del humo

    hera el olfato, aunque lo senta agradable. Tambin el chillido

    de la pava anuncindome que el agua ya estaba a punto, y

    adems, el ladrido de los perros.

    -Ladridos de perros? me pregunt. -De dnde vendran?

    Quin andara por este lugar solitario en la oscuridad?

    Sal para ver si distingua algo, los escuchaba ms cerca y sent

    un poco de temor.

    De pronto, los vi aparecer. Se acercaron dos de mediano porte, y

    detrs de ellos, una sombra humana saludando y pidiendo

  • 43

    permiso para acercarse.

    Con recelo, los observ al resplandor de las llamas y contest el

    saludo. Su figura era la de un gaucho pobre, descalzo, con

    bombacha de color indefinido y camisa a cuadros grandes que

    en un tiempo haban sido rojos y negros. El pauelo al cuello se

    confunda con el color oscuro de su piel; un sombrero de pao

    con copa redonda en forma de buche y el ala quebrada hacia

    arriba en el frente cubra su cabeza. De su mano izquierda,

    colgaba una bolsita de cuero muy gastada por el uso.

    --Adelante amigo, acrquese al fogn! --le dije tratando de ser

    amable. Se acerc extendiendo la mano. En este gesto, pude

    sentir su franqueza.

    Nos sentamos junto al fuego y all pude observar su rostro.

    Me pareci que ya lo haba visto en algn lugar. Su cabello

    blanco era lacio y largo. Arrugas profundas surcaban su cara

    como tallada en quebracho, sus ojos oscuros parecan mirar

    desde muy lejos.

    --As que usted es investigador? --me sorprendi rompiendo el

    silencio.

    --No, solamente soy un curioso. Qued fascinado cuando vi los

    mdanos desde la ciudad y sent la necesidad de venir a este

    lugar.

    --As es, esto es algo muy especial. Aqu se encuentra el lmite

    entre lo que est vivo y lo que est muerto.

    Qued asombrado al escucharlo, slo atin a alcanzarle un mate

    que recibi sin quitar la vista del fuego.

    --Y..., usted vive por ac cerca? --pregunt para saber algo ms

    de este personaje. Se tom un tiempo y pausadamente dijo:

  • 44

    --Yo vivo en ste y en todos los lugares. Toda la tierra es mi

    tierra, todos los rboles son mis rboles. Todo el pasto es mi

    cama, todo el cielo es mi cobija. Cuando quiero comer, tengo los

    frutos de la naturaleza, como aperi, vizcacha, carpincho,

    pescado, palomas, huevos, frutos de mburucuy, tuna, tala y

    otros alimentos que ha puesto el Creador.

    Corri un fro por mi espalda, me pareci que no era l quien

    haba hablado sino, la tierra ancestral y su gente.

    Agreg unas ramitas al fuego y sacndome de mis pensamientos

    pregunt:

    --Ha encontrado algo interesante?

    --No, no..., slo pedazos de piedra y barro cocido!

    --S, ya no queda nada. Son muchos los que han revuelto este

    lugar. Desde ladrones comerciantes, hasta historiadores que solo

    quieren figurar, pero pocos como usted que solo quieren

    acercarse a la vida y al espritu de los Seores de las praderas.

    Le ofrec otro mate, pero hizo una sea con la mano

    indicndome que ya no quera ms, abri la bolsa de cuero,

    sac un chifle de asta y dijo:

    --Ac tengo algo bueno, como para alegrar el corazn!

    Lo empin largamente bebiendo su contenido con placer. Me lo

    alcanz y no tuve el valor de preguntarle que bebida era y

    comenc a sorber despacio aquel brebaje. Al comienzo quemaba

    el paladar, luego fue suavizndose y pude notar un sabor dulce,

    meloso.

    --Tome con confianza noms!. Es solo chicha de miel y agua

    me aclar al darse cuenta de mi recelo.

    Era un licor exquisito que incitaba a seguir tomando, cuando se

  • 45

    lo devolv, volvi a empinrselo y luego, me lo acerc

    insistiendo en que repitiera la libacin.

    Resultaba agradable sentir el acogedor calorcito que inundaba el

    cuerpo, suba hasta la cabeza y produca una agradable

    modorra. Atic el fuego y le agregu ms lea.

    Volv a pensar en donde haba visto aquel rostro.

    De pronto, los perros comenzaron a ladrar con insistencia

    mirando hacia el lado norte del campamento. Nos incorporamos

    de inmediato y salimos hacia la oscuridad para ver a qu cosa le

    ladraban. Con sorpresa, pude ver a unos cuantos metros de all,

    una luz anaranjada y blanca, que en la cima de un tmulo

    pareca estar quemando un pequeo arbusto.

    Preocupado coment a mi visitante:

    --Quin habr prendido fuego all? Qu raro que no vino al

    campamento!

    Sent su mano fuerte apoyndose en mi hombro, al tiempo que

    me deca con voz grave:

    --No amigo, all no hay nadie; por lo menos vivo! Eso no es

    fuego, esa luz es el espritu de un muerto que ha venido a visitar

    el cuerpo que ocupaba en este mundo. A veces, se los ven andar

    buscndolos sin rumbo por los campos, porque algunos ladrones

    sin respeto se los han robado.

    A pesar de las historias que me contaban sobre las luces malas

    y de las apreciaciones cientficas sobre este tema, el entorno de

    aquel momento me super. Me encogi el alma, sent la

    presencia de lo insondable. No pude decir ms. Vi de reojo que

    mi acompaante se volva, no quise quedarme solo y lo segu

    presuroso. Nos sentamos frente al fogn y quedamos en silencio,

  • 46

    cada uno en sus cavilaciones con la vista perdida en las brasas.

    De pronto rompi el silencio.

    --Bueno amigo, ya es hora de marcharme! y se puso de pi.

    Meti la mano en su bolsa y de ella sac algo envuelto en un

    cuero fino y suave. Tomndolo con las dos manos, me lo ofreci

    al tiempo que me deca:

    --Tmelo amigo! Acepte este regalo que le hago de corazn,

    porque yo s que realmente le dar valor y que cada vez que lo

    tenga en sus manos, su espritu estar aqu, en este lugar.

    Me emocion este gesto de amistad y desprendimiento. Las

    manos temblaban cuando lo tom y lo desenvolv con torpeza.

    Cre que estallaran mis sienes cuando vi aquello. Lo acerqu a

    la luz de las llamas y observ con detenimiento, mudo en mi

    asombro. Jams haba visto una punta de lanza de piedra tallada

    con tanta maestra, tan perfecta, con el filo de una navaja. Hasta

    tena la apariencia de haber sido confeccionada ese mismo da!

    --Promtame que ser un buen guardin de este smbolo que le

    dejo y de las cosas de este lugar que pueda defender me dijo.

    Con solemnidad, levant una mano en seal de juramento y le

    dije con conviccin:

    --Se lo prometo!

    Se despidi con un fuerte apretn de manos y as como lleg, se

    perdi en la oscuridad con sus perros. Qued all parado, con esa

    reliquia en las manos tratando de penetrar las sombras con la

    mirada.

    Despus de comer, me acost a descansar. Boca arriba, con

    aquel elemento entre las manos sobre el pecho, trataba de

    dormir, pero no era fcil; entraba y sala del sopor que se

  • 47

    mezclaba con las imgenes de lo que haba sucedido durante el

    da. El misterioso personaje, la luz, la arena, el calor y la chicha.

    Los vapores de la chicha que todava daba vueltas en mi cabeza

    y mezclaba todo, hasta que las imgenes se hicieron ms ntidas,

    reales.

    Yo estaba all, en aquellas escenas, en medio de una tribu de

    Charras acampados al pi de los mdanos. Comenc a caminar

    entre ellos, mirando todo con curiosidad y asombro. Levant la

    vista y observ a alguien sentado en la cima de un mdano

    golpeando unas piedras. Me acerqu y grande fue la sorpresa

    cuando comprob que era la misma persona que me haba

    visitado. No solo eso, sino que tambin estaba tallando la punta

    de lanza que trajo. Mientras lo miraba anonadado, levant la

    cabeza y me observ. Sonri, yo tambin le sonre. Todo se fue

    borrando, fui cayendo en un remolino hasta quedar en calma, en

    una paz serena y armoniosa.

    A lo lejos, comienzo a escuchar el trinar de los pjaros. La

    aurora todo lo tea de oro. Acostado, trat de ordenar mis

    pensamientos. Busqu la punta de lanza y su fro de slex borr

    algunas dudas. Y bien digo que borr algunas dudas nada ms,

    porque otras quedaron flotando. De pronto el viento, form un

    remolino que recorri una de las ollas y luego enloquecido, lleg

    hasta la cima para despus perderse en lo alto. Record que

    antiguamente, las viejas se persignaban cuando vean uno,

    porque decan que all andaban los demonios.

    De a poco la realidad fue hacindose evidente. Sin embargo,

    senta que algo no estaba bien. A lo lejos la ciudad, el ro, todo

    estaba igual. El viento agitaba los rboles y mi pelo sobre la

  • 48

    cara. Mi pelo, si yo no lo tena largo?, me pregunt con

    asombro. Y mis manos, mi piel! No poda creer lo que estaba

    viendo, estaba transformado en un indio charra!

    Desde que se escap del hospicio, Roberto deambula por estos

    campos y montes junto al ro, con su locura a cuestas.

  • 49

    BETO

    Beto se acurruc llorando sobre un tronquito. Era un llanto de

    rabia que retorca las manos como queriendo quitarse algo de

    encima. Con esa misma rabia haba arrancado los tiradores del

    pantaln, que dej colgados en la rama de un espinillo.

    El verdulero Quintana tena tres hijas mujeres, y siempre esper

    con ansias tener un varn para que lo ayudara en las tareas. Por

    eso lo tena a Beto, l era el hombrecito de la casa a pesar de su

    corta edad. Las hijas mayores hacan las tareas domsticas y

    Beto, ayudaba a su padre. l le haba puesto ese nombre y le

    deca: Beto, traeme el caballo!, Beto, and a buscar agua!,

    Beto, alcanzame la verdura!.

    Ese domingo, como nunca antes lo haba hecho, le dijo que lo

    acompaara al boliche donde acostumbraba reunirse con los

    amigos a jugar unos trucos. Le arreglaron el pelo con gomina, se

    puso camisa limpia, pantaln con tiradores nuevos y alpargatas

    de bigotes recortados, y partieron.

    Cuando llegaron al lugar, Don Quintana fue saludando a los

    presentes hasta que uno le dijo: Pero ch, qu lindo gurisito

    que tens!, a lo que respondi sonriendo: No, no es un

    gurisito, es mi hija, la menor!.

    Por eso llora y repite: Yo no me llamo Beto, me llamo

    Francisca y soy mujer!.

  • 50

    EN PUERTA CERRADA...

    Todos los veranos vamos de vacaciones en compaa de mis

    suegros a disfrutar de las playas y el clima del mar. Nos gusta

    estar en contacto con la naturaleza y hacer un ritmo de vida

    distinto, por ello habitamos en carpas durante la estada.

    Mi suegro Agapito es un hombre muy ordenado en sus cosas,

    siempre anda cuidando que estn en su lugar o queden como l

    las dej.

    En un momento dado, me llam la atencin una costumbre que

    repeta con esmero.

    Tanto cuando dorman como cuando no haba nadie en la carpa

    que ocupaba con su esposa, cerraba la puerta hermticamente de

    manera que no quedara ninguna abertura por pequea que fuera.

    Sumados a los rezongos de su esposa, nosotros le advertamos

    sobre la conveniencia de la ventilacin y le pedamos que la

    dejara un poco abierta. Pero l se negaba rotundamente

    argumentando que poda entrar algn bicho peligroso. Sobre

    esta cuestin, tambin tratamos de convencerlo, puesto que los

    lugares donde acampbamos eran demasiado limpios y urbanos

    como para que existiera peligro alguno Pero Agapito insista en

    defender sus argumentos.

    Fue as que un da al observarlo en dicha tarea meticulosa, tuve

    una sospecha. Record que el motivo de su preocupacin poda

    sustentarse en una vieja creencia que me cont mi madre en mi

    niez.

  • 51

    En una oportunidad cuando estbamos todos presentes, les

    coment que sospechaba que su temor se deba a que

    antiguamente se crea, que si a una persona que estaba

    durmiendo se le paraba un sapo sobre el pecho, el corazn

    dejaba de latir y se mora.

    Todos largaron una risotada, pero Agapito, afirm muy serio

    que era verdad y no pensaba desistir de prevenirse de tal

    fatalidad.

  • 52

    EL SPTIMO DIA

    El sonido agudo y electrnico del reloj, como todos los das

    descorri la persiana de mi mente para dejar al descubierto el

    placer ocioso del fin de semana. Era una maana automtica,

    somnolienta y rutinaria como siempre al comenzar el lunes.

    Puse a calentar el agua para el desayuno mientras me aseaba, la

    gata maullaba y daba vueltas reclamando tambin su leche. El

    perro gema al lado de la puerta, quera salir al patio; cuando lo

    hizo, estornud al recibir la brisa que nos acariciaba desde el

    lado del ro. Las sombras largas acortndose y los rayos de luz

    entre los rboles, comenzaron a iluminar el trino de los pjaros.

    Lentamente comenc a circular en el auto mientras desde la

    radio, un locutor con un decir muy particular, quera

    sorprenderme con las truculentas noticias del fin de semana,

    como todos los das, o como todos los lunes. En realidad ya no

    asombraban, siglo a siglo la historia se repeta. Los baches del

    camino enripiado, se asemejaban a una niera histrica

    acunndome bruscamente de un lado a otro mientras con recelo,

    transitaba a prudente distancia de los innumerables camiones

    cargados con rollizos de madera. No quera que uno de esos

    paquetes cayera sobre m a causa del vaivn de los baches, como

    ya haba ocurrido. Adems, era lunes y haba que empezar la

    semana sin apuro. Llegu a la curva en la que el camino

    empalma con el boulevard Irigoyen, all donde comienza el

    pavimento que lleva al puerto y al centro de la ciudad.

    Aqu aprovech y dej atrs la mole de rollizos que me tapaba la

    visual. Ahora poda ver el ancho boulevard, el despertar de la

  • 53

    ciudad con el ir y venir de gente caminando, bicicletas, motos,

    autos y dems transportes. La voz de la ciudad se levantaba

    desde sus entraas, y a veces, me gritaba en la cara.

    A contraluz del sol que iba remontando, el auto suba y bajaba la

    cinta de cemento que asemejaba una serpiente reptando hacia el

    horizonte hasta perderse en el ro. Quizs como toda serpiente,

    iba en busca de los pjaros de ese ro, cuyo nombre es

    precisamente Ro de los Pjaros. Cuando compar al sol con

    un barrilete, no s porque me acord de la tarasca. Ser por la

    similitud que hay entre sta y la luna. Porque la luna suspendida

    en lo alto, despierta sueos, ilusiones, y nuestra humilde tarasca

    graciosamente en el cielo, tambin llevaba los sueos y las

    ilusiones de ser un barrilete multicolor que nos llenaba el alma

    de felicidad. Le pregunt a un sobrino si saba hacer un barrilete,

    me dijo que no, que los compraba hechos en el quiosco. Son

    otros tiempos.

    Aspir el chorro de humo de un colectivo y dobl hacia la

    derecha. Cruc las vas muertas del ferrocarril, y a pesar de estar

    altas las barreras, mir para ver si se acercaba algn tren.

    Instinto adquirido en los tiempos de vas brillantes por el uso.

    Gir a la izquierda y circul paralelo a la estacin. Unas viejas

    locomotoras me parecieron esqueletos de dinosaurios

    conservados para recordar otra poca. El histrico edificio

    abandonado me dio pena, sin su trajinar. Record aquella rabia

    que tuve cuando era chico. Ese da, yo estaba parado en el andn

    observando curioso a los pasajeros que se acomodaban en sus

    asientos. Cuando el tren se puso en marcha y la gente pasaba

  • 54

    saludando, desde una ventanilla, otro chico me escupi y se

    alej rindose sin que pudiera desquitarme.

    Llegu a mi querida Escuela Industrial donde curs como

    alumno y luego ejerc como Maestro de Taller. Estacion el auto

    debajo de un rbol para que luego no le d el sol y me encamin

    hacia la puerta posterior, a la entrada a los talleres. An era

    temprano, pero me llam la atencin que no hubiera ninguno de

    mis compaeros que generalmente suelen estar en la vereda,

    esperando a que lleguen los dems.

    Accion el picaporte de la antigua puerta del zagun y para mi

    sorpresa, sta no se abri. Estaba cerrada con llave, el Jefe de

    Taller an no haba venido y ello me pareci ms extrao

    todava. Revis mi archivo gris para ver si en ese da haba algn

    feriado, los fines de semana me ausentaba de la ciudad y me

    desenchufaba tanto de lo cotidiano que se me poda haber

    olvidado, pero no recordaba nada.

    En ese momento dobl en la esquina el Jefe en su auto. Cuando

    descendi not que no traa su habitual sonrisa, su semblante

    estaba serio, apesadumbrado. Sorprendido, me pregunt que

    estaba haciendo all. Me desorient la pregunta y trat

    nuevamente de ordenar mis ideas. Al observarme se dio cuenta

    de mi asombro y se dispuso a interiorizarme de lo que pasaba.

    El da anterior haban sepultado los restos del Sr. Director de la

    Escuela y se haba decretado duelo laboral. l slo haba venido

    para avisar a los desprevenidos como yo que se celebrara un

    acto de honor con los alumnos, horas ms tarde.

    La noticia me produjo una sensacin de vaco, sent lo etreo del

    tiempo y la fragilidad del hombre. Me pregunt: Dnde estaba

  • 55

    yo, cuando este querido compaero de tareas se marchaba, que

    no pude acompaarlo en los ltimos minutos de su paso por este

    mundo?

    Le cuestion a la vida: porqu dejaba que la gente se muriera

    el da domingo, si Dios dispuso que despus de seis das de

    trabajo, descansara en el sptimo para que tuviera tiempo de

    observar lo que haba hecho durante la semana, que se fuera un

    da festivo?, porqu acongojaba y afliga a los ntimos en ese

    da tan especial y necesario?

    Por ello ese lunes, como todos los domingos siguientes, maldije

    a la Parca, a la seora muerte, por no observar el mandamiento

    del sptimo da.

  • 56

    TOMASITO

    Le decan Tomasito por su corta estatura. Demostraba ser un

    hombre serio, cabal; detrs de sus bigotazos negros irradiaba

    bondad y simpata. La estacin del ferrocarril de Basavilbaso lo

    contaba entre su personal, como guarda de los trenes que hacan

    el recorrido entre esta ciudad y la de Concepcin del Uruguay.

    Muchas veces tuvo que realizar este viaje por la noche y haca

    ya bastante tiempo que sus compaeros le decan bromeando

    que cuidara a su mujer, porque alguien la visitaba cuando l se

    iba a trabajar. Como stas son bromas comunes entre

    compaeros de trabajo, las tomaba como tal y hasta les segua la

    corriente.

    Pero siempre hay un buen amigo. ste le dijo que realmente era

    as, y si estaba dispuesto, poda comprobarlo por s mismo para

    no tener dudas. Fue as que el guarda le dice a su mujer que lo

    haban cambiado de lnea, y estara ausente por unos das.

    Subi al tren con su valija y de uniforme cuando las sombras

    caan y parti. El convoy haba transitado una buena distancia

    cuando al llegar a una curva, su amigo maquinista lo detuvo

    para que Tomasito pudiera bajar. Emprendi el viaje de regreso

    a su casa caminando, pero a poco de andar, se sent debajo de

    un rbol a la vera de las vas. Encendi un cigarrillo, se recost

    en el tronco y mirando el cinturn de estrellas de la Va Lctea,

    medit largo rato sobre lo que estaba haciendo y si era verdad lo

    supuesto, que actitud tomara. Concluy que de una vez por

    todas, deba saber la verdad o la mentira de aquellas

    afirmaciones y continu su camino.

  • 57

    La llave se desliz suavemente en la cerradura. En el interior de

    la casa, todo era penumbras. Como una sombra furtiva, se

    acerc a la puerta del dormitorio y all, escuch voces

    susurrantes que provenan del interior. Abri la puerta

    abruptamente y se qued parado con el cuerpo tieso y las

    mandbulas apretadas. Frente a l, sobre su propia cama, estaban

    desnudos su mujer y el amante. Respir hondo. Solo les exigi

    que salieran del dormitorio, pero no les permiti vestirse. Los

    empuj hasta la cocina; all sac tres vasos en los que sirvi un

    aperitivo y se los alcanz. Los tomaron muy nerviosos sin

    entender qu se propona.

    Tomasito levant su vaso en actitud de brindar y les dijo:

    -Esto es para que vean que todava quedan gauchos -y

    empinndolo bebi todo sin respiro.

    Despus, tom las ropas que se haban quitado y a los

    empujones, los sac a la calle. Los dej desnudos y cerr la

    puerta con llave. Jams supo, ni intent saber, qu fue de la vida

    de su mujer.

    Tomasito ya no fue el mismo; se apag su aire bonachn y las

    seguidas borracheras lo convirtieron en un alcohlico

    consuetudinario. Quera apagar con ello el fuego que tena

    dentro, pero no se daba cuenta que el alcohol es inflamable y

    solo lograba avivar el incendio que lo consuma.

  • 58

    TOMASITO II

    Fue por el cario de sus compaeros y superiores, que no lo

    despidieron del trabajo debido a los continuos problemas que

    ocasionaba su alcoholismo, pero decidieron removerlo de

    seccin y lo pusieron de cambista.

    Los problemas fueron menores hasta que cierto da, una tarde

    nebulosa de calor y vino, Tomasito hizo un cambio equivocado

    y un vagn cargado con cereales, fue a incrustarse contra otro

    vagn comedor que estaba estacionado, por suerte, vaco.

    Esa fue la gota que colm el vaso de la paciencia de sus

    superiores y lo despidieron.

    Anduvo un tiempo en busca de un nuevo trabajo hasta que lleg

    a la ciudad de Concordia. Dej de rodar como un mendicante,

    cuando lleg a una obra en construccin sobre la costanera del

    puerto. Don Remo, que estaba a cargo de la obra, se conmovi y

    lo emple como sereno.

    A pesar de su debilidad por el alcohol, no haba cambiado en

    absoluto su integridad de hombre de bien, y demostr fidelidad

    absoluta hacia su empleador. Cierto da, Don Remo lleg a

    controlar la obra y no lo encontr. Pregunt a uno y a otro pero,

    nadie lo haba visto. Se dirigi hacia los muelles y le pregunt a

    un marinero que andaba de ronda si lo haba visto. Le contest

    que efectivamente, lo haba observado pasar haca largo rato

    llevando un rollo de soga colgado del hombro.

    Intrigado, continu con la bsqueda en direccin hacia donde lo

    haban visto. Lo llam a gritos una y otra vez, pero no obtuvo

    respuesta alguna. De pronto, en una de las bitas de amarre en el

  • 59

    borde del muelle, vio sus ropas y en el extremo de una soga

    atada a la misma, el resto se perda hacia abajo. En ese momento

    pens mil cosas, buenas y malas. Se acerc despacio llamndolo

    por su nombre y rogando una respuesta, pero nada. Asomndose

    lentamente, sigui con la vista el curso de la soga que descenda

    verticalmente y all abajo, a unos tres metros, estaba Tomasito,

    tieso, agarrado a la soga con el cuerpo dentro del agua.

    Vuelta su alma al cuerpo y sin comprender tan extraa actitud,

    le pregunt qu haca all abajo. El infeliz, con la voz

    entrecortada por una terrible angustia, le dijo que haba bajado a

    baarse y despus, no le fueron suficientes las fuerzas para

    izarse por la soga y se fue entumeciendo hasta el punto que ya

    no pudo gritar pidiendo auxilio. Los marineros no podan

    contener la risa cuando acudieron con un bote para sacarlo de

    aquella inslita posicin. El infortunado no poda aquietar el

    temblor del cuerpo, arrugado como una pasa de tanto tiempo en

    el agua.

  • 60

    TOMASITO III

    Pasaron el susto y los das. En una de las oportunidades en que

    don Remo se quedaba a comer en la obra con sus empleados, y

    por supuesto, con Tomasito de cocinero (que haba hecho

    milanesas y pur de papas), se dio cuenta de que ste no se haba

    sentado a la mesa como siempre. Lo invit a comer junto a ellos

    pero, le contest que no lo hara porque ya haba comido algo y

    no andaba muy bien del estmago.

    Terminado el almuerzo, el encargado advierte que andaba con

    las manos muy abiertas y con cuidado de no tocar nada. Le

    pregunta por qu y le pide que se las muestre para observarlas.

    Horrorizado, ve que el pobre hombre las tena de un color rojo

    intenso, hinchadas y con ampollas en toda la superficie. Con los

    ojos llorosos, le cuenta que los pedazos de papa que haba

    cortado para el pur eran muy grandes y tardaran en cocinarse,

    por lo que resolvi meter las manos dentro de la olla para

    sacarlas, sin advertir que el agua estaba hirviendo.

    En el hospital, le diagnosticaron quemaduras de segundo grado.

  • 61

    TOMASITO IV

    Pasadas estas vicisitudes, don Remo andaba caminando en

    procura de unos

    materiales y al llegar a una esquina, observa que a pocos metros

    de all, dos policas forcejeaban con un hombre que estaba

    sentado en el suelo, y que agarrado a un rbol, haca esfuerzos

    para que no se lo llevaran detenido. Le pareci conocer aquella

    figura, se acerc para enterarse de lo que suceda y oh,

    sorpresa! era Tomasito.

    Luego de identificarse y explicar que era empleado suyo, los

    policas le dijeron que lo haban encontrado borracho y con una

    pierna quebrada, pero que se resista a que lo lleven a un

    hospital. El constructor lo convers hasta convencerlo y pudo

    llevarlo a un centro asistencial.

    Al otro da, cuando su patrn fue al hospital para visitarlo y

    preguntarle cmo se encontraba, respondi que estaba bien

    atendido y cmodo.

    Pas una semana, se repite la visita y tambin el dilogo anterior

    sin novedad alguna.

    Como todo estaba bien y las preocupaciones de su trabajo eran

    muchas, don Remo se olvid de l y slo fue a visitarlo

    nuevamente a los veinte das. All estaba, como siempre,

    acostado. Las mismas preguntas de antes sobre su estado y las

    mismas respuestas de conformidad, aunque tena un pequeo

    problema, le coment el internado.

    Le dijo que cuando se levantaba para ir al bao, no poda

    caminar bien y enganchaba con el pi quebrado las cosas por

  • 62

    donde pasaba. Sin entender lo que quera decir, lo destap

    inmediatamente para ver lo que ocurra con esa pierna y grande

    fue su sorpresa cuando constat que an no haba sido enyesado,

    y peor an, que la pierna haba soldado mal quedando el pie

    torcido hacia afuera.

    Inmediatamente se dirigi a la sala de guardia muy ofuscado y

    pidi una explicacin de tan brbaro hecho. Los responsables

    m