jesús está a los pies de pedro… y pedro dice aquello que … · todo lo que tiene pensado para...

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¿Por qué se escandaliza Pedro? ¿Quizá porque no puede sopor tar que Jesús adopte el papel de los últimos, que lave los pies como un sirviente y menos que lave “sus” pies? Pedro experimenta el rechazo visceral ante un Dios que se manifiesta claramente como servidor de todos. Todos somos un poco Pedro. A veces nos cuesta aceptar humildemente y con alegría que Dios se ponga a nuestros pies. Que toque nuestras zonas contaminadas. Eso nos desarma. Dejarse lavar los pies por Jesús nos lleva irremisiblemente a situarnos nosotros a los pies de la humanidad y, quizá, sólo quizá, no queremos... 1. DISFRUTANDO LA PALABRA Pistas para los/as jóve- nes: Sé consciente de a qué has veni- do: en breves momentos vas a tener un diálogo íntimo con Jesús. Él te está esperando para poderte hacer saber todo lo que espera de ti, todo lo que te ama, todo lo que tiene pensado para ti. Pon todo tu corazón, toda tu mente a su disposición para que así sea. Una de las formas de hacer ora- ción es repetir una frase del Evangelio, acoplándola a la res- piración (te puedes ayudar de las técnicas aprendidas en los últimos encuentros). Esta forma de rezar no es una moda venida recientemente del budismo o del zen. Es una forma de acercarse a Dios que empleaban los padres del desierto y que han conserva- do los monjes católicos orto- doxos. Alguna frase que te puede servir puede ser: - Como los discípulos repetir: "Señor, ¿a dónde iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna - Como el centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; di una sola palabra y mi alma será salva" - Como Tomás: "Señor mío y Dios mío" - Como los apóstoles: "Señor, enséñanos a rezar" - Como Pedro: "Señor, Tú lo sabes todo, sabes que te amo" - Como el padre del epiléptico: "Creo, Señor, pero aumenta mi Fe" - Como el ciego: "Señor, haz que vea" - Como el publicano: "Señor, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador"- - Como la samaritana: "Dame de Tu agua viva, para que nunca más tenga sed" - Como María: "El Señor ha hecho en mí maravillas" - Como los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros"... Seguramente, encuentres mu- chas más. PARA EMPEZAR... [1]Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.[2] Durante la cena, cuando el Diablo había sugerido a Judas Iscariote que lo entregara,[3] sabiendo que todo lo había puesto el Padre en sus manos, que había salido de Dios y volvía a Dios,[4]se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla, se ciñó.[5]Después echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida. [6]Llegó, pues, a Simón Pedro, el cual le dijo: ---Señor, ¿tú me lavas los pies?[7]Jesús respondió: ---Lo que yo hago no lo entiendes ahora, más tarde lo entenderás.[8]Replicó Pedro: ---No me lavarás los pies jamás. Le respondió Jesús: - --Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.[9]Le dijo Simón Pedro: ---Señor, si es así, no sólo los pies, sino las manos y la cabeza.[10]Le respondió Jesús: ---El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues el resto está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Juan 13, 1-10) Comisión de Pastoral Vocacional Inspectoría Santa Teresa FMA Madrid Cuando el Evangelio de San Juan relata que Jesús decide lavarle los pies a sus discípulos, nos ofrece un

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¿Por qué se escandaliza Pedro?

¿Quizá porque no puede sopor tar que Jesús adopte el papel de los últimos, que lave los pies como un sirviente y menos que lave “sus” pies?

Pedro experimenta el rechazo visceral ante un Dios que se manifiesta claramente como servidor de todos.

Todos somos un poco Pedro. A veces nos cuesta aceptar humildemente y con alegría que Dios se ponga a nuestros pies. Que toque nuestras zonas contaminadas. Eso nos desarma.

Dejarse lavar los pies por Jesús nos lleva irremisiblemente a situarnos nosotros a los pies de la humanidad y, quizá, sólo quizá, no queremos...

1. DISFRUTANDO LA PALABRA

Pistas para los/as jóve-

nes:

Sé consciente de a qué has veni-

do: en breves momentos vas a

tener un diálogo íntimo con

Jesús. Él te está esperando para

poderte hacer saber todo lo que

espera de ti, todo lo que te ama,

todo lo que tiene pensado para

ti. Pon todo tu corazón, toda tu

mente a su disposición para que

así sea.

Una de las formas de hacer ora-

ción es repetir una frase del

Evangelio, acoplándola a la res-

piración (te puedes ayudar de

las técnicas aprendidas en los

últimos encuentros). Esta forma

de rezar no es una moda venida

recientemente del budismo o del

zen. Es una forma de acercarse

a Dios que empleaban los padres

del desierto y que han conserva-

do los monjes católicos orto-

doxos.

Alguna frase que te puede servir

puede ser:

- Como los discípulos repetir: "Señor, ¿a

dónde iremos? Sólo Tú tienes palabras

de vida eterna

- Como el centurión: "Señor, no soy

digno de que entres en mi casa; di una

sola palabra y mi alma será salva"

- Como Tomás: "Señor mío y Dios mío"

- Como los apóstoles: "Señor, enséñanos

a rezar"

- Como Pedro: "Señor, Tú lo sabes todo,

sabes que te amo"

- Como el padre del epiléptico: "Creo,

Señor, pero aumenta mi Fe"

- Como el ciego: "Señor, haz que vea"

- Como el publicano: "Señor, ten piedad

de mí, que soy un pobre pecador"-

- Como la samaritana: "Dame de Tu

agua viva, para que nunca más tenga

sed"

- Como María: "El Señor ha hecho en mí

maravillas"

- Como los discípulos de Emaús:

"Quédate con nosotros"...

Seguramente, encuentres mu-

chas más.

PARA EMPEZAR...

[1]Antes de la fiesta de Pascua,

sabiendo Jesús que llegaba la

hora de pasar de este mundo al

Padre, habiendo amado a los

suyos que estaban en el mundo,

los amó hasta el extremo.[2]

Durante la cena, cuando el

Diablo había sugerido a Judas

Iscariote que lo entregara,[3]

sabiendo que todo lo había

puesto el Padre en sus manos,

que había salido de Dios y volvía

a Dios,[4]se levantó de la mesa,

se quitó el manto, y tomando

una toalla, se ciñó.[5]Después

echó agua en una jofaina y se

puso a lavarles los pies a los

discípulos y a secárselos con

la toalla que llevaba ceñida.

[6]Llegó, pues, a Simón Pedro,

el cual le dijo: ---Señor, ¿tú me

lavas los pies?[7]Jesús

respondió: ---Lo que yo hago

no lo entiendes ahora, más

tarde lo entenderás.[8]Replicó

Pedro: ---No me lavarás los

pies jamás. Le respondió Jesús: -

--Si no te lavo, no tienes nada

que ver conmigo.[9]Le dijo

Simón Pedro: ---Señor, si es así,

no sólo los pies, sino las manos y

la cabeza.[10]Le respondió

Jesús: ---El que se ha bañado

no necesita lavarse más que los

pies, pues el resto está limpio. Y

vosotros estáis limpios, aunque

no todos.

(Juan 13, 1-10)

Comisión de Pastoral Vocacional

Inspectoría Santa Teresa FMA Madrid

Cuando el Evangelio de San Juan relata que Jesús decide lavarle los pies a sus discípulos, nos ofrece un

Dejo que mi respiración vaya calando mi interior: emociones y

pensamientos se aquietan y anclo mi atención en el presente.

Aquí y ahora estoy en presencia de Dios.

Poco a poco visualizo mis pies. Llevo unas sencillas sandalias.

Veo mis pies en movimiento. Camino por diferentes caminos.

Mi mirada interior se centra en mis pies. Camino ahora por

una calle de piedras irregulares. Entro en un amplio portal y

subo una escalera de madera. Escucho el crujir de la madera

bajo mis pies, el sonido de mis pasos. Veo cómo mis pies

suben peldaño a peldaño.

Entro en una sala amplia. Me rodea una

agradable penumbra. Levanto mis ojos, dejo

de mirar mis pies para ver a dónde me han

conducido. Hay un amplio grupo de

hombres y mujeres reunidos. Están

cenando y charlan animadamente. Uno

de ellos me hace señas para me siente con

ellos. Visten túnicas. Yo también. Repaso

los rostros que me rodean, puedo

reconocer a Juan, a Pedro, a Santiago, a

Judas… Estoy en la mesa de la última cena…

¿Dónde está Jesús? Se ha levantado de la

mesa y está ciñéndose una toalla a la cintura.

Toma entre sus manos una jofaina llena de agua y

comienza a lavar los pies de cada uno de los discípulos.

Cesan las conversaciones. Se hace un gran silencio. Escucho

el sonido del agua en la jofaina cada vez que Jesús lava los

pies. Con una mansedumbre y una dulzura increíbles, Jesús

coge los pies de cada persona. Los mete él mismo en la

jofaina. Los lava con detalle, los envuelve en la toalla… No

hay afectación ninguna en sus gestos, todo es tremendamente

real… Entonces reparo en mis pies: están muy sucios, llenos

de polvo porque he caminado con sandalias… ¡Qué

vergüenza! Si me lava los pies a mí verá que están muy

sucios. En este momento mis pies me parecen terriblemente

feos, me avergüenzo de ellos, desearía esconderlos, levantarme

de la mesa irme: “No me laves los pies, Jesús; están

demasiado sucios”, es lo que desearía decir.

Jesús está a los pies de Pedro… Y Pedro dice aquello que yo

siento: “¿Lavarme tú los pies a mí? Jamás”. Escucho la voz de

Jesús, dice: “Si no te dejas lavar, no tienes nada que

ver conmigo”. Leo en el rostro del discípulo sorpresa,

desconcierto y sobre todo, deseo de ser de los de Jesús. Se deja

lavar.

Jesús se está acercando a mí. Jesús está a mis

pies, arrodillado ante mí. Siento vergüenza.

Internamente interrogo a Jesús: “¿Qué haces tú

a mis pies? Yo soy quien debería arrodillarme

ante ti”. Sé que sabe lo que pienso, lo que

siento. Jesús sonríe y toma mis pies entre sus

manos. Me hago consciente de mi suciedad,

de todas las zonas contaminadas de mi ser:

sentimientos, pensamientos, acciones… No

son mis pies lo que Jesús toma entre sus

manos sino todo mi ser, mi vida entera, tal y

como es y eso es lo que él introduce en aquella

jofaina: mi vida, mi ser por entero y él lo lava con

cariño y respeto. Me siento bautizado, me siento

sanado, me siento fortalecido… Amado.

Ya no pienso nada, sólo me dejo hacer, me abandono. Jesús

seca mis pies que ahora siento más ligeros y me mira de

nuevo. La vergüenza y el desconcierto no se interponen.

Entiendo la hondura de lo sucedido. Acepto que Dios elige

situarse a mis pies, a los de todos, y bendigo a Dios por ello.

Contemplo mis pies que acaban de ser lavados por Jesús en su

lugar van apareciendo otros pies, los de aquellos ante los que

Jesús me pide que yo me arrodille, los pies que yo he de lavar

en su nombre.

3. ORANDO LA PALABRA

2. MEDITANDO LA PALABRA (VISUALIZACIÓN) Extraído de la Revista Catequistas nº 187, marzo 2008

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido;

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor;

muéveme el verte

clavado en esa cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido;

muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera

que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

4. COMPARTIENDO Y HACIENDO VIDA LA PALABRA

Siempre es bueno recordar que la Palabra del Señor no es solo para ser conocida, sino que ella debe ser hecha vida (Mt 7,21), y

debe ser el fundamento de nuestras actitudes y de nuestros gestos (Mt 7,24-27).

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención? Si de verdad hubo encuentro de corazón a corazón con el Señor, no se puede seguir siendo el mismo, la misma, algo debe cambiar, de

alguna manera se debe vislumbrar aquello que fue conocido. ¿A qué te compromete esta Palabra?

¡Nos vemos el próximo mes pero mientras tanto no olvides revisar la “Hoja de ruta” para no perder te!