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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017) 33-58 ISSN: 0034 - 8147 Isabel de la Trinidad y sus amistades femeninas DANIEL DE PABLO MAROTO, OCD. “La Santa” - Ávila RESUMEN: En pocos lustros hemos pasado de un antifeminismo ancestral a un pro-feminismo que algunos podrán considerar agresivo y desproporcionado y que supone, en ocasiones, un declarado antimachismo. Sea lo que sea del problema histórico, evidentemente mentalidad antifeminista, presento una fi- gura moderna, Isabel de la Santísima Trinidad, canonizada en Roma por el pa- pa Francisco el 16 de octubre pasado. Figura de artista, eminentemente afecti- va, sensible a la belleza natural y cordialísima en sus relaciones humanas. Pero el lector de sus obras -breves “tratados” y un abundante epistolario para su corta existencia- percibirá unas relaciones afectivas especiales con el género femenino, sobre todo con su familia natural -madre, hermana, sobrinas-, como con sus amigas de infancia y adolescencia y sus hermanas en el Carmelo. Lo considero un breve e interesante capítulo para la historia del feminismo en torno a los siglos XIX y XX, momento en el que el movimiento a favor de los derechos de las mujeres estaba ganando fuerza. PALABRAS CLAVE. Isabel de la Trinidad. Carmelitas descalzas. Feminismo. Elizabeth of the Trinity and her Friendships with Women SUMMARY: In just a few decades, society has gone from an ancestral anti- feminism to a profeminism. considered by some to be aggressive and dispro- portionate, even bordering on misandry. Irrespective of the historical problem of a clearly misogynistic mentality, this study presents a modern figure, Eliza- beth of the Trinity, who was canonized in Rome by Pope Francis in October, 2016: an artist, particularly affective, sensitive to natural beauty, and very cor- dial in her human relationships. The reader of her works -brief “treatises” and a collection of letters quite extensive for her short lifespan- will, however, de-

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017) 33-58 ISSN: 0034 - 8147

Isabel de la Trinidad y sus amistades femeninas

DANIEL DE PABLO MAROTO, OCD. “La Santa” - Ávila

RESUMEN: En pocos lustros hemos pasado de un antifeminismo ancestral a

un pro-feminismo que algunos podrán considerar agresivo y desproporcionado y que supone, en ocasiones, un declarado antimachismo. Sea lo que sea del problema histórico, evidentemente mentalidad antifeminista, presento una fi-gura moderna, Isabel de la Santísima Trinidad, canonizada en Roma por el pa-pa Francisco el 16 de octubre pasado. Figura de artista, eminentemente afecti-va, sensible a la belleza natural y cordialísima en sus relaciones humanas. Pero el lector de sus obras -breves “tratados” y un abundante epistolario para su corta existencia- percibirá unas relaciones afectivas especiales con el género femenino, sobre todo con su familia natural -madre, hermana, sobrinas-, como con sus amigas de infancia y adolescencia y sus hermanas en el Carmelo. Lo considero un breve e interesante capítulo para la historia del feminismo en torno a los siglos XIX y XX, momento en el que el movimiento a favor de los derechos de las mujeres estaba ganando fuerza.

PALABRAS CLAVE. Isabel de la Trinidad. Carmelitas descalzas. Feminismo.

Elizabeth of the Trinity and her Friendships with Women

SUMMARY: In just a few decades, society has gone from an ancestral anti-feminism to a profeminism. considered by some to be aggressive and dispro-portionate, even bordering on misandry. Irrespective of the historical problem of a clearly misogynistic mentality, this study presents a modern figure, Eliza-beth of the Trinity, who was canonized in Rome by Pope Francis in October, 2016: an artist, particularly affective, sensitive to natural beauty, and very cor-dial in her human relationships. The reader of her works -brief “treatises” and a collection of letters quite extensive for her short lifespan- will, however, de-

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tect an especially affectionate relationship with women, notably those in her birth family -her mother, sister and nieces- as well as with the friends of her childhood and adolescence and her sisters in Carmel. The writer considers this an interesting chapter in the history of women at the turn of the 19th and 20th centuries, when the movement in favor of women’s rights was just gaining momentum.

KEY WORDS: Elizabeth of the Trinity, Carmelites, women, feminism.

INTRODUCCIÓN

De santa Isabel de la Trinidad existe una producción bibliográfica en aumento sobre todo a partir de varios acontecimientos relacio-nados con su corta existencia. La publicación de los Recuerdos por la madre Germana, priora de la comunidad de Dijon, en 1909, produjo un movimiento de afecto hacia la joven carmelita descalza y su men-saje trinitario y de interiorización. Pronto se convirtió en maestra de espiritualidad seguida por el clero y el laicado. Había nacido una nueva profetisa en el Carmelo, como su hermana de vocación, Teresa de Lisieux, aunque de influjo más restringido.

Pero han sido algunos acontecimientos, como su beatificación en 1984, el centenario de su muerte en el año 2006 y, últimamente, su canonización el año 2016, los que han motivado un vasto movimiento isabelino con nuevas investigaciones y publicaciones. Lo curioso del caso es que también grandes teólogos de nuestro tiempo se han inte-resado por la vida y la doctrina de Sor Isabel de la Trinidad. Von Bal-tassar y el P. Philipon son dos ejemplos entre otros.

En este breve escrito presento una faceta de su personalidad, sus dotes naturales de relación y empatía con sus amistades femeninas, que no son las únicas, pero sí las más abundantes y llamativas. Creo que esos dones de naturaleza son los que la han hecho más cercana a los que buscan en ella rastros de espiritualidad cristiana como tam-bién a los no creyentes en Dios. Esta faceta nos la presenta como una persona normal, y por lo mismo creíble. Solamente los cercanos a ella sabían que detrás de esta faceta humanista se trasparentaba el misterio de Dios Uno y Trino. Espero que los lectores vean en ella un modelo de la vivencia del Dios cristiano que llama a los creyentes a la interio-ridad para gozar de su misteriosa presencia.

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I. LO CUANTITATIVO DEL MENSAJE DE ISABEL

El título se refiere a los documentos que expresan sus relaciones de amistad con su familia más cercana, con sus amigas de infancia, adolescencia y juventud y, por fin, con las hermanas de su comunidad de carmelitas descalzas. Es éste el primer dato que merece una breve reflexión: quiénes son las personas con las que tiene una relación afectiva intensa, sincera, expresada con palabras llena de emoción y ternura. A partir de ese primer descubrimiento podremos entrar en el alma de nuestra joven santa.

Como fuentes de investigación recordemos sus escritos, a los que difícilmente se les puede aplicar el título de Obras completas. Fuente principal para el análisis de su personalidad humana y cristiana son sus Cartas, 346 conservadas y publicadas1. De menor importancia son los llamados, creo que inadecuadamente, Tratados, título que su-giere en el lector escritos largos y orgánicos y son todo menos eso. Dos se pueden considerar cartas dirigidas a personas queridas, a su amiga, Francisca Sourdon2, titulado Grandeza de nuestra vocación; y otro que lleva por título Déjate amar, dirigido a su priora, la madre Germana3.

Los otros dos son breves escritos redactados, como los anteriores, al final de su vida, como meditaciones de unos “ejercicios” espiri-tuales que dirige a su querida hermana Margarita, casada y madre de dos hijas pequeñas; se publica con el título El cielo en la fe en la edi-ción española4. Y el otro, titulado Últimos ejercicios, meditaciones personales pensando en su próxima muerte, soliloquios, autobiografía de los últimos días de su vida, interesantes para comprender la tempe-ratura espiritual y mística de la autora en su soledad orante y dolorida sufrida con Cristo y como Cristo.

Importante para la Historia de la espiritualidad es su Diario, mu-tilado, desgraciadamente, por ella misma, pero que nos acerca no solo a su alma, a sus interioridades, su tensión espiritual y mística, sino a

1 Pueden verse en la edición española, Obras completas, Madrid, Edito-rial de Espiritualidad, 1986, pp. 429-921. Sigo esta edición.

2 En Obras completas, pp. 125-131. 3 En Obras completas, pp. 177-180. 4 En Obras completas, pp. 95-120.

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su tiempo, a la mentalidad de la Iglesia finisecular, al serpeante jan-senismo rigorista aceptado por su madre y rechazado por Isabel. A través de las páginas conservadas, percibimos un alma enamorada de Cristo, de su Iglesia como militante en su parroquia, el deseo de sal-var las almas de sus hermanos los hombres colaborando con Cristo en su redención. Y, también, de su sensibilidad, delicadeza, de su afecti-vidad5. Resumiendo los hechos, en sus Tratados y Cartas sobreabun-dan los destinatarios femeninos.

De su Epistolario, extenso para su corta edad, de las 346 cartas publicadas, dirigió a la familia más cercana un buen lote, y sabemos que no se conservan todas; las conservadas, fueron dirigidas a 59 co-rresponsales, la mayor parte seglares y amistades femeninas: 41 las escribió a su madre; 40 a su hermana Margarita; a sus tías o “primas”, Francisca y Matilde Roland, 13; a su instructora, Srta. Forey, 3; a la madre Germana, priora de Dijon, 10; y a sus amigas y sus familiares, unas 126, y dentro del grupo, algunas amigas más entrañables: a Margarita Gollot, 21; a María Luisa Maurel (Sra. Ambry), 28; a Fran-cisca Sourdon, 25; y a la madre de ella, 18. Este recuento no es com-pleto porque no se trata del número, sino de la intensidad afectiva que expresa Isabel cuando se dirige a sus “amistades femeninas”6.

Sí que puede interesar al lector la escasa representación de inter-locutores masculinos, en comparación desproporcionada con los fe-meninos. Escribió poco a los varones, al menos no se han conser-vado muchas cartas dirigidas a ellos. Suficientemente abundantes y representativas son las dirigidas al canónigo Angles, 22, y al abate Shevignard, 13, y pocas más y de menor interés que las anteriores. Una curiosidad en este escenario es una carta dirigida a un novicio carmelita que ha permanecido en el anonimato. También extraña una breve correspondencia de 2 cartas con el Padre Vallée. Y esto es todo.

Puede extrañar al lector la ausencia casi total de relaciones episto-lares, y menos afectivas, con los jóvenes de su edad, aunque sabemos que algunos la pretendieron como esposa y uno confesó: “No es co-mo las demás chicas, no es para ninguno de nosotros”. Sospecho que

5 Cf. en Obras completas, pp. 194-266. 6 El que desee informes más precisos, puede consultar el “Apéndice VI”

de las Obras completas, pp. 973-975, donde se encuentran todos los corres-ponsales de sus cartas y la referencia a cada una de ellos.

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les impresionaba su excesivo recogimiento, estando en la fiestas pro-fanas como ausente de lo que sucedía a su alrededor, ensimismada y pensando en el misterio de Dios Trino que habitaba en su corazón.

Dos posibles tratamientos

Ante esta panorámica general, pienso que el tema se puede tratar

bajo dos aspectos. El primero -posiblemente el que espere el lector- es recordar todas sus amistades femeninas, que son la mayor parte, reconstruir su biografía, sus relaciones con Isabel, fundados en sus cartas y otras fuentes, exponiendo las razones y fundamentos de su amistad, sus expresiones afectivas, etc. En este supuesto, aparecería Isabel en un ambiente cerrado, el hogar cristiano de sus padres y su familia íntima, la pocas familias amigas de su entorno, una especie de gheto cristiano con prevalencia femenina, un cenáculo espiritual res-tringido, a la defensiva en medio de un ambiente hostil a la religión. Las cartas de Isabel dan a entender que escribe a sus amistades con libertad, con hondura religiosa, sabiendo que la van a comprender y aceptar. Por muy interesante que resulte esta historia, me parece un tratamiento recortado y empobrecedor.

Existe -creo- otra forma de tratar el tema. Supuesto lo “cuantitati-vo” de la producción literaria de santa Isabel, el foco de atención es-taría en el mensaje humano y espiritual dirigido a un público eminen-temente “femenino”, muy cristianizado, que lo acogió como la gracia carismática de una persona “santa”. Las lectoras de los escritos son, hasta cierto punto, secundarias. La personalidad de Isabel, al contra-rio de lo que hicieron la madre Germana y el P. Philipon, que la pre-sentaron como mística y teóloga, aparecerá como una adolescente y joven “normal”, humana, cercana y amable, modelo imitable.

Elijo esta segunda propuesta que considero más enriquecedora pa-ra el lector que no solo encontrará amistades “femeninas”, sino una doctrina propuesta de manera inmediata a mujeres, pero, a través de ellas, al gran público cristiano: laicos, sacerdotes, religiosos y religio-sas. Recordemos también una coordenada histórica por la que su vida y sus enseñanzas constituyen una paradoja humanamente difícil de comprender. Cuando Francia se convierte en laicista, perseguidora del cristianismo prohibiendo la enseñanza de la religión en las escue-las, aparecen dos grandes y jovencísima doctoras “místicas”, Teresa

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de Lisieux e Isabel de la Trinidad. Es un fenómeno que se entiende solo desde la teología de la historia. Además, coincide cronológica-mente con el llamado “movimiento místico” y la presencia cada vez más clara del Espíritu Santo y de la Trinidad en la teología y espiri-tualidad cristianas.

II. LO CUALITATIVO DEL MENSAJE

Me refiero al modo personal como se relaciona con las personas de su entorno familiar y sus amistades femeninas a quienes ofrece un mensaje espiritual que conocemos por los documentos analizados. En ellos aparecen rasgos de su personalidad como la afectividad, la cer-canía y empatía; con ellas comparte su vida cotidiana, sus experien-cias religiosas, sus emociones que vive en su interior.

1. Compartir la vida con su familia y amigas

El modo de comunicarse de Isabel no es un monólogo que confía a un diario secreto, sino un diálogo con las personas ausentes, agua pura del manantial de su inteligencia emocional que se trasvasa a las destinatarias. Y ¿qué transmiten sus papeles, el Diario, las Cartas y los Tratados? Ideas y conocimientos, sentimientos, emociones de lo que vive y experimenta. A veces son banalidades de la vida cotidiana, impresiones intrascendentes del momento; otras, vibraciones ante el espectáculo de la naturaleza o la confidencia de una amiga y, final-mente, experiencias religiosas y místicas. Y en toda ocasión, alegría, gozo, dolor, esperanza, afecto, gratitud, confianza, esperanza, com-prensión y otros muchos sentimientos humanos que afloran a su plu-ma en cada momento, y siempre una entrañable amistad. - Carácter afectivo de Isabel

Veamos el despliegue de su modo de ser que le lleva a compartir su vida y sentimientos con los que ama, familiares y amigas. De sus escritos, y de la confesión de su familia y sus confidentes, se deduce que uno de los rasgos dominantes de su carácter, es la afectividad, la capacidad de amar, de entregarse a los que ama, y de esperar de

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ellos una respuesta amorosa. Aquí podíamos recordar sus grandes amores y amistades femeninas: su madre y hermana Margarita y sus dos hijas, Isabel y Odette; sus amigas de adolescencia y juventud: las familias Sourdon y sus dos hijas, Francisca y María Luisa; la Sra. Hallo, y su hija María Luisa; Matilde y Francisca Rolland, primas de su madre a quien Isabel llama “tías”; Alicia Chervau, amiga de Dijon; María Luisa Maurel. Germana Gemeaux y Margarita Gollot, grandes amigas. Y en el convento, la madre Germana, su priora. No son las únicas, pero sí las principales, a quienes dirige la mayor parte de su correspondencia.

El carácter afectivo lo evidencian sus relaciones amorosas, pro-fundamente humanas y espirituales, que mantuvo toda su vida, y lo revelan sus cartas llenas de ternura con expresiones atrevidas para los lectores que no vibran en esa misma sintonía, como advirtieron algu-nos testigos en el Proceso de beatificación. No son cumplidos más o menos románticos de adolescente o desahogos afectivos de juventud. Se nota que brotan de un corazón sensible y amoroso, enriquecido por su exquisita caridad fraterna.

El ingreso en el Carmelo a los 21 años (1901) no truncó su ten-dencia instintiva a amar, más bien la confirmó. La ausencia física de las personas queridas potenció en Isabel el deseo de cercanía que lle-nase ese vacío, esa soledad; necesitaba decírselo, para que sintiesen que la separación que imponía el silencio y la soledad, no era una huida o separación de los seres queridos, sino que los había dejado por un amor mayor. Había encontrado el tesoro, la perla preciosa, y se enamoró perdidamente de Jesucristo, a él se entregó como esposa y el amor le impuso la renuncia a la presencia física de su familia y sus amigas.

Repetidamente confiesa a su madre, hermana y amigas, que las re-jas y la clausura no indican separación y menos olvido, sino cercanía espiritual en el Dios escondido y misterioso; que su abandono del mundo y de las amistades para gozar de la soledad y el silencio no fue desamor, sino seguimiento de una llamada de Cristo a vivir como “prisionera” del gran Prisionero. Recuerda a la gente querida que los recupera en el corazón de Cristo, en la Trinidad que habita en su co-razón.

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Todo este mensaje, que condenso en pocas palabras, ella lo expli-ca de muchas maneras, lo comunica en sus escritos que conviene co-nocer y aconsejar a los lectores que los lean en su propio jugo. Selec-ciono algunos testimonios para abrir el apetitito y la curiosidad de los lectores. Por ejemplo, las cartas dirigidas a Francisca de Sourdon, llo-rosa y desolada porque su íntima amiga Isabel, casi su madre espiri-tual, siete años mayor que ella, se preparaba para encerrarse en la clausura de un convento el 2 de agosto. Poco antes le escribió para que sintiese algo menos la ausencia y el vacío afectivo. Ella siempre tan cercana, sensible y caritativa.

“Ya ves -le dice-, nos amamos tanto las dos que me parece nada nos podrá separar, ni siquiera alejarnos”. “Para nuestros corazones no hay, no habrá jamás distancias”, le escribe también. Y, por fin: “El Señor me ha dotado de un corazón muy tierno, muy fiel, y cuando yo amo, ¡amo de veras!... Tú lo sabes bien por ti, mi Francisquita amada entre todas mis amigas”7. Por seguir esta historia de amor entrañable entre dos amigas de ese tiempo, valdría la pena leer las últimas que le escribe antes del ingreso en el Carmelo y las primeras ya dentro de clausura que siguen en la misma tesitura afectiva8.

A una de sus profesoras particulares, Srta. Forey, le dice, siendo todavía adolescente de 16 años: “La abrazo como la quiero, es decir, con todo mi corazón”. “La mando millones de besos, que la hagan pa-lidecer, lo que, sin embargo, no querría”9. Las mismas o parecidas pa-labras a sus dos grandes amigas. A María Luisa Maurel le escribe: “No hace todavía dos días que nos hemos separado y, ya ves, me pa-rece que hace un siglo. ¡Ah!, qué triste estaba mi corazón al despe-

7 En Obras completas, Carta 43, principios de abril - 1901, p. 481. Carta 63, 14-VI-1901, p. 505. Carta 65, junio 1901, p. 509, respectivamente. En es-ta última las muestras de afecto son entrañables y le cuenta a su amiguita el cambio de piso, le describe su nueva habitación, le habla del vestido que le ha hecho a su hermana Margarita, etc. Todo muy normal, Cf. pp. 508-510.

8 Cartas 66, 28-VI-1901, pp. 502-512; 67, 30-VI-4-VII, pp. 512-514; 69, 10-VII-1901, pp. 515-516: 74, 20-VII-1901, pp. 520-521. Y las primeras desde el Carmelo: Cartas 84, 4-VIII-1901, pp. 550-551: 88, 22-VIII-1901, pp. 556-558. Y, por fin, cómo educa a su amiguita en el camino de la santidad, Carta 98, oct.-nov.-1901, pp. 573-574. Termina diciéndole: “Te quiero mu-cho, mi querida. Sabes que eres mi pequeña hijita y que no quiero a nadie más a ti”.

9 Carta 10, 10-VIII-1896, p. 438; carta 12, 4-X-1896, p. 441.

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dirme [...]. ¡Qué bueno es Dios, querida amiga, al darnos la una a la otra, y qué sacrificio también es vivir tan lejos cuando se ama tanto!”. “Nos amamos demasiado, ¿verdad, María Luisa?, para poder olvi-darnos”10. Y lo mismo a Margarita Gollot: “Nuestro afecto es tan pro-fundo, tan elevado sobre las cosas terrenas, que me parece que nada puede ni podrá jamás separar nuestras dos almas, unidas por Jesús tan íntimamente”11.

No es posible citar las hermosas cartas dirigidas a su madre recor-dando el gran sacrificio que hicieron las dos al separarse, cumpliendo la voluntad de Dios, que había elegido para ella la mejor parte. Agra-deció siempre el sacrificio que su madre había hecho dejándola seguir su vocación, no obstante su negativa hasta su mayoría de edad a los 21 años. Pero Isabel, en su separación física, sigue unida a su mamá. Lo deja escrito en su Diario, pero es en las Cartas y en la conversa-ción con sus amigas donde lo expone con frecuencia12.

Interesante me resulta la primera carta que le dirigió después de su entrada en el Carmelo (2 de agosto de 1901) y escrita el día 9. “Oh, si supieras cuánto te quiero”! Y le cuenta las primeras impresiones de su vida en el Carmelo, sobre todo su felicidad, para terminar diciendo: “Te abrazo, te aprieto fuertemente entre mis brazos, como antes. ¡Si tú supieras cómo te amo y te digo: gracias!”13. Y unos días después: “Oh, madrecita, qué feliz soy. Gracias una vez más por haberme en-tregado al buen Dios. Te abrazo contra mi corazón y te abrazo cerca del buen Jesús, que sonríe al vernos”14. “¡Oh, si supieses qué verdad es -le escribe desde el Carmelo- que te sigo a todas las partes y que no hay distancia entre mi querida mamá y yo ... // Te amo, madre querida, la mejor de las madres, y te abrazo muy tiernamente”15. Y la

10 Carta 33, 7-IX-1900, p. 467; carta 37, 21-XI-1900, p. 473. 11 Carta 42, 30-III-1901, p. 479. 12 Cf. en el Diario, nn. 101 y 105. En Obras, pp. 239-241. Es un escrito

del 25 de marzo de 1899. 13 Carta 85, 9-VIII-1901, pp. 551-552. Y en muchas obras ocasiones por-

que es un tema que aparece mucho en sus cartas. 14 Carta 87, 13-14-VIII-1901, p. 555. 15 Carta 159, marzo 1903, pp. 643-644. Quien quiera ver la temperatura

afectiva y espiritual de Isabel en relación con su madre, debe leer esa nume-rosa correspondencia que mantuvo con ella, sobre todp las que le dirigió des-de el convento casi hasta poco antes de morir. Se preocupa más por su madre

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sinfonía de afectos filiales seguirá hasta pocos días antes de morir mientras se despedía de ella, de su familia, de sus amistades y de este mundo.

Su madre necesitaba estas confesiones de afecto de su hija porque estaba desolada con su ausencia, especialmente cuando se quedó sola, viuda desde 1887 con dos hijas, una en el Carmelo (agosto 1901) y otra, casada el 15 de octubre de 1902. Para Isabel fue el mayor sacri-ficio que hizo al entrar en el Carmelo como reconoció ella misma y declaró María Luisa George, que la conoció en la parroquia de Saint Michel. Admirada de que sacrificase su profesión de pianista, le con-testó: “Yo haré de buena gana el sacrificio de mi piano”. Y su herma-na Margarita testificó en el proceso de Dijon que alguien le dijo en la vigilia de su entrada en el Carmelo: “Qué gran sacrificio tienes que hacer al renunciar a tu piano, ella respondió: “Solo siento el sacrificio de abandonar a mi madre y a mi hermana”16.

En las cartas a su hermana Margarita y sus amigas se preocupa por sus problemas, gozando de sus alegrías y sufriendo con sus triste-zas como si fuesen propios. Todo ese material que ofrecen sus escri-tos tiene un apoyo en su “modo de ser”, iracundo de muy niña, apaci-ble y bondadoso después de su “conversión” los días de la primera confesión y comunión (1910). Como testifican los que la conocieron, era muy estimada y querida por su sencillez de trato, su profunda re-ligiosidad, su generosidad y entrega. La primera carta que escribió a su hermana después de su ingreso en el Carmelo da la pauta para en-tender la temperatura afectiva de Isabel: le cuenta que se encuentra bien, feliz, ha realizado su sueño, y termina diciendo: “Isabel, que te ama muchísimo y te abraza de todo corazón”17.

Las fórmulas amorosas que utiliza Isabel cuando escribe a su fa-milia y sus amigas tienen un evidente apoyo en la vida teologal, fe, esperanza y amor. Son personas contagiadas por su mismo ideal reli-gioso; teniendo plena confianza en ellas, conociendo su modo de pen-

que por sí mismo, a pesar de que esta viviendo una crucifixión digna de la esposa del Crucificado.

16 Cf. SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Positio super virtu-tibus. Summarium, Roma, Tipografia Guerra, 1979, pp. 126 y 14 respectiva-mente.

17 Carta 86, 9-VIII-1901, p. 553.

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sar y obrar, se expresa con toda libertad y simplicidad como una enamorada de Dios Trino, de Cristo prisionero en el Sagrario y cruci-ficado por amor; se siente apóstol y quiere contagiar su amor a Dios y a Cristo a los demás.

Lo expuesto es una pequeña reseña del abundante contenido de la materia que se encuentra en las cartas de Isabel. El lector, con la pau-ta dada, puede entrar en el ancho mar de su alma buscando ese filón de su modo de ser, uno de los aspectos más atrayentes de su rica per-sonalidad. La dimensión afectiva de su carácter indicará al lector el sacrificio que supuso para ella dejar el mundo para encerrarse en una clausura de la que no volvería a salir. Para terminar, me impresiona el silencio de Isabel sobre su pasado de excelente y premiada pianista con un futuro prometedor, pero que, una vez en el Carmelo, no lo mienta jamás en sus escritos, al menos según mis conocimientos. ¡Despojo total de su propio yo!

- La gratitud o acción de gracias

Es una de las actitudes repetidas por Isabel que definen bien el “perfil” humano y cristiano de su personalidad. Como joven seglar y, sobre todo como carmelita, ha recibido varios regalos: libros, brevia-rios, un cuadro de la Virgen, vestidos para los pobres y para ella, bombones y chocolatinas, al final de la vida, lo único que toleraba su estómago, cartas, etc. Con todo ello goza y le da la ocasión para ex-presar por carta su agradecimiento. Algunas veces la priora le enco-mendaba responder a los regalos que personas amigas hacían a la comunidad.

Agradece a su madre su “Fiat” permitiendo su ingreso en el Car-melo; a su hermana su valentía y generosidad; a la madre Germana y las enfermeras por los cuidados y mimos durante meses en la enfer-mería del convento; al médico de la comunidad por su comprensión, a quien dirige una hermosa carta dándole las gracias por lo que ha hecho o intentado hacer por ella, despidiéndose de la vida y prome-tiéndole su protección desde el cielo. Se sirve de su madre priora -ella no puede sostener la pluma-, “para decirle, por última vez, lo agrade-cida que está a los solícitos cuidados que me ha prodigado durante es-tos meses de sufrimiento”18.

18 Carta 340, primeros días de noviembre de 1906 (murió el día 9), p. 919.

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- Amor a la naturaleza

Es otro de los rasgos que definen la personalidad humana de Isa-bel que la hacen simpática y atrayente en su vida y su doctrina. Des-cribe aspectos de los lugares visitados en su infancia, adolescencia y juventud. Alma sensible, gozaba con el espectáculo maravilloso que ofrece la naturaleza. Desde su celda del Carmelo, añora su pasado va-cacional cuando sus amigas, su madre y hermana, le comunican que están en los mismos hermosos lugares que visitó con ellas. Es un capítulo que pueden recorrer los lectores de sus cartas y que se sien-ten atraídos también por el rastro de Dios en la creación.

Recojo algunos de esos recuerdos de Isabel. Recién entrada en el Carmelo, escribe a su madre que estaba de vacaciones y le dice: “Dis-frutad bien de ese hermoso país; la naturaleza lleva a Dios. ¡Cuánto me gustaban esas montañas! Me hablaban de él; pero, ya veis, mis queridas [madre y hermana], los horizontes del Carmelo son todavía más bellos. ¡Es el Infinito!”19.

He aquí, en síntesis, las referencias a esos espacios espectaculares de la naturaleza, que tanto admiró Isabel. Le encantan y admira “los bellos bosques de abetos”, el mar, un “valle encantador”, casi cae en “éxtasis” contemplando las montañas en torno a Lourdes, el mar y la Gran Cartuja, el lago de Annecy, la Tebaida, el océano en Biarritz, etc.20. Anima a sus amigas a “divertirse” o términos parecidos21. No encuentro en sus escritos alusiones a su relación con animales como perros, gatos, pájaros, peces, ni siquiera flores en casa, etc. No sé si están ausentes de su vida o que no cuenta todo lo que vivió. Sabemos, por ejemplo, que santa Teresita tenía un perro llamado Tom.

19 Carta 87, 13-14-VIII-1901, p. 554. 20 Todas estas aventuras vividas en sus vacaciones se pueden leer en las

siguientes Cartas y sus respectivas páginas en las Obras completas: 6, p. 432; 9, p. 436; 10, p. 438; 14, p. 444; 15, p. 445; 18, p. 449; 18, p. 449; 24, p. 457; 30, p. 465. Sin duda la lista no es completa, pero con las citadas el lector se dará cuenta de la personalidad sensible y alma de artista de Isabel. En el índi-ce biográfico de CONRAD DE MEESTER, en Obras completas, pp. 925-926 se pueden seguir los tiempos de vacaciones de Isabel y los lugares visitados: Carcasone, Gemeaux, Los Vosges, el Jura, Lourdes, Suiza, Tarbes, Biarritz y Carlipa.

21 Cf. Cartas de adolescente y joven, años 1893, 94, 95, nn. 6, 7, 8, 14, 15 (1898), 43, 45, 46 (1901).

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2. Hace partícipe de su ideal cristiano

Como alma enamorada de Cristo y de su Iglesia, en sus relaciones de amistad con su familia y amigas quiere contagiarlas de su entu-siasmo religioso. No olvidemos que vivió en un hogar muy cristiano. Y que, en esos momentos de persecución de la Iglesia por el estado, las familias cristianas se apoyaban mutuamente, vivían con espíritu militante su fe; y, por otra parte, las relaciones de Isabel con sus ami-gas son muy seleccionadas y por eso les pudo hablar con toda libertad de sus grandes ideales católicos, de los dogmas que alimentaban su vida.

En concreto, en sus cartas manifiesta a sus amigas su vida de apostolado en la parroquia de Saint Michel donde colabora como ca-tequista y cantora en el coro parroquial. Lo siente como una vocación de una joven laica comprometida no solo en las creencias, sino en la difusión del mensaje cristiano. Su sola presencia en la iglesia era una manifestación de sus vivencias interiores, sobre todo a partir de la primera comunión (1890) y su voto de virginidad (1894). Ella vivió la mayor parte de su vida como cristiana “laica” (hasta los 21 años), y solo cinco años de monja carmelita (1901-1906).

- El Dios de la vida cotidiana

Es una de las facetas más profundas que definen la vivencia cris-

tiana de Isabel y que ella propone a los demás: que Dios puede y debe estar sobre todo en el corazón, en los quehaceres de cada día, las rela-ciones de amistad, en las realidades del mundo y de los hombres (his-toria, bondad, belleza...); en el gozo de una vida social, incluidas las veladas musicales y bailes, las comidas compartidas, en los viajes va-cacionales anuales, en la contemplación de la naturaleza. Y, de modo especial aunque parezca mentira y choque con nuestra sensibilidad, en los sufrimientos de las “noches oscuras” purificativas como las en-fermedades y la proximidad de la misma muerte. Los textos que do-cumenten estas afirmaciones abundan y vale la pena conocer alguno.

“Mientras tenía el mango de la sartén no he caído en éxtasis, co-mo mi santa Madre Teresa, pero he creído en la divina presencia del Maestro que estaba en medio de nosotras, y mi alma adoraba en el

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fondo de sí misma a Aquel que Magdalena supo reconocer bajo el ve-lo de la Humanidad (Lc 10, 38-44)”22. “Madre querida, todo consiste en la intención. ¡Cómo podemos santificar las cosas más sencillas, transformar las cosas más ordinarias de la vida en actos divinos! Un alma que vive unida a Dios no obra más que sobrenaturalmente, y las acciones más ordinarias en lugar de separarla de él, no hacen sino acercarla más”23.

Escribiendo a su hermana Margarita, le habla de la “colada” de modo minucioso hasta en el modo de vestir para el trabajo. “Estaba entusiasmada”, le dice. Además, su referencia a Dios presente hasta en ese trabajo aparentemente trivial: “¡Oh, ya ves, todo es delicioso en el Carmelo! Se encuentra al buen Dios lo mismo en la colada que en la oración. Sólo está él en todas partes. Se le vive, se le respira. ¡Si supieses lo dichosa que soy!; mi horizonte se agranda cada día”24. Pe-ro más que los textos, lo que más admira el lector es la fusión que hace entre las trivialidades de la vida cotidiana y su vivencia profun-da del misterio de Dios.

Como corolario, podemos decir que en sus Cartas a sus familiares y amigas, aun las escritas en el Carmelo, habla de todo lo que sucede a su alrededor; fusiona e integra admirablemente lo divino con lo humano, lo celestial con lo terreno; las más altas experiencias místi-cas y vivencias interiores, su vida en los “Tres”, con lo cotidiano de la vida en el convento, de la familia, las amistades, los sucesos de su ciudad y de Francia, la persecución de la Iglesia, etc. Vive y goza in-tensamente las alegrías y sufre las penas de sus corresponsales: la sa-lud y enfermedad, las muertes, los matrimonios de su hermana y ami-gas, las vocaciones religiosas posibles, las ordenaciones sacerdotales, sucesos sociales, habla de la lotería que hacia el convento de Dijon para ayudar a una comunidad necesitada, los roscones de Reyes que comían las monjas el día de la Epifanía, el nacimiento de sus sobrinas, etc. Así es Isabel, su humanismo impregnado de cristianismo.

22 Carta 235, a las tías Roland, 1-VIII-1905, p. 760. 23 Carta 309, a su madre, hacia el 9-IX-1906, p. 881. 24 Carta 89, 30-VIII.1901, p. 558.

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- La centralidad de Cristo en la vida cristiana Otra de sus grandes vivencias y experiencias religiosas que comu-

nica a sus interlocutoras femeninas es su relación con Cristo de cuyo amor las quiere contagiar. Ella tuvo el primer encuentro fecundo con Cristo en su primera comunión a los 10 años de edad, que supuso un cambio de carácter como constatan los testigos.

La primera comunión suscitó en ella, además, una tierna y entra-ñable creencia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, su devo-ción a la celebración de la misa, a la que acudía, si podía, diariamente, la comunión no todos los días porque fue san Pío X quien permitió la comunión frecuente y aun diaria de los fieles y la primera comunión a hacia los siete años25. Fue una propuesta muy criticada porque preva-lecía en muchos ambientes el espíritu jansenista, que exigía una total pureza para recibir el sacramento.

Un segundo momento de plenitud cristocéntrica lo encontramos a los catorce años, 1894, cuando hace el voto de virginidad y consagra-ción a Cristo. Desde ese día, y en el contexto de la celebración eu-carística, “me sentí irresistiblemente arrastrada -escribe- a tomarle por mi único Esposo [...]. Hubo una entrega total de corazones entre los dos”. Hay que leer las páginas encendidas de su Diario para saber lo que supuso ese momento y la marca que dejó en su alma: un ena-moramiento total de la persona de Jesús.

Cito un par de expresiones vibrantes de amor de enamorada, entre tantas como escribió: “Porque te amo, Vida mía, te amo hasta morir de amor”26. Era todavía una laica de 18 años. “Soy la esposa de Jesús. Estamos tan íntimamente unidos... Nada será capaz de separarnos. ¡Oh, que me muestre siempre digna de mi Esposo amado [...]!27. En ese mismo cuaderno íntimo aparecen sentimientos de haber ofendido a Dios, de petición de perdón, deseos de consolar a Cristo por los pe-cados del mundo y petición de la cruz, etc.

El deseo, el proyecto de vida, el sentimiento de pertenencia a Cristo como “prometida”, primero, y “esposa”, después, es uno de los

25 Cf. Sacra Tridentina Synodus, 20-12-1905. 26 Diario, n. 95, 23-III-99. En Obras, p. 237. 27 Diario, n. 2, 2-II-1899. En Obras, p. 194.

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más frecuentemente sentidos, vividos, experimentado y expuesto con más convicción por esta enamorada de Jesús. A veces puede causar sorpresa y aburrimiento en el lector de tanto repetirlo, sobre todo des-pués de su ingreso en el Carmelo. Por amor a Cristo, descartó cual-quier propuesta matrimonial, aun el “partido magnífico” que le pro-puso su madre en 1899, un día de viernes santo28. En torno a su ingre-so en el Carmelo, compuso una meditación sobre “Ser esposa de Cris-to”, donde dice: “Ser esposa es tener los ojos en los suyos [de Cristo], el pensamiento obsesionado por él, el corazón todo cautivo, lleno, como fuera de sí y pasado a él, el alma llena de su alma, de su oración; todo el ser cautivado y entregado”29.

Culmina todo en la consagración de su vida al amor misericordio-so de Dios, no a su justicia, como sería coherente con la mentalidad jansenista de su tiempo. “¡Oh, mi Cristo Amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubri-ros de gloria, amaros... hasta morir de amor”30. El 30 de marzo de 1899, jueves santo, durante la misión de Dijón, escribe en su Diario: “Jesús mío, yo te devolveré amor por amor, sacrificio por sacrificio. Tú te has inmolado por mí. A mi vez me ofrezco a ti como víctima. Te he consagrado mi vida, quiero consolarte y con tu gracia, sin la cual nada puedo, estoy dispuesta a todo [...]. Me ofrezco como víctima por los pecados del mundo; me ofrezco con Jesús, mi divino Esposo, Jesús, holocausto supremo [...]”31. El cuadro final de la vida de Isabel, fue terrorífico, nada de muerte dulce. Muere como un Crucificado, como su Esposo Cristo. - Las experiencias trinitarias

Pero ni las experiencias del Dios de la vida cotidiana ni el enamo-ramiento de Cristo llenan el mensaje de Isabel transmitido a sus fami-liares y amigas. Todo culmina en el misterio del Dios Uno y Trino

28 Cf. Diario, n. 124. En Obras, p. 250. 29 “Notas íntimas”, n. 13. En Obras, p. 279. 30 Cf. en Obras, “Notas íntimas”, n. 15, Oración a la Ssma. Trinidad, 21-

11-1904, p. 281. 31 Diario, n. 123. En Obras, p. 250. Cf. también, ib. n. 126, p. 252. Cul-

minó el sacrificio en la Oración a la Santísima Trinidad, ya citada en la que quiere ser “una humanidad complementaria” a la de Cristo.

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que habita en el corazón del cristiano. Isabel supo que su nombre sig-nificaba Casa de Dios, como le dijo la madre priora del Carmelo, María de Jesús. Nunca una ignorancia manifiesta ha producido unos efectos más espectaculares. Elisheva, en hebreo, significa Dios es plenitud, perfección32. Pero Isabel se lo creyó y desde ese momento todo cambió en su vida: el carácter violento que domina, su vida de piedad, las relaciones con su madre, con su carrera musical. Se puede considerar como una “conversión” a la interioridad del corazón que creía y sentía habitado por la Trinidad.

Leyendo los escritos de santa Isabel, percibimos que su mensaje central, procedente de su experiencia más honda, es que la Trinidad inhabita en el corazón del cristiano. Para eso hay que interiorizarse, vivir conscientemente la presencia del Dios Uno y Trino, “mis Tres”, como escribe ella. Esta profunda experiencia trinitaria, tan típica y original de Isabel, es novedad, aunque no absoluta, en toda la historia de la espiritualidad.

- Apóstol del misterio de Dios Trino

Es un corolario de su experiencia del Dios Uno y Trino. Fue su

apostolado en la tierra y vivió y murió en la esperanza de que sería su “misión” en el cielo, creencia como la de su hermana en el Carmelo, Teresita del Niño Jesús, que quería derramar rosas sobre la tierra. La misión de Isabel será atraer a todos a la intimidad con Dios, a la búsqueda de la interioridad.

De su “misión” habla y escribe los últimos días de su vida y se lo comunicó, de nuevo, a una mujer, una hermana de la comunidad de Dijon, María Odila. Este es uno de los textos más significativos escri-tos como despedida de la vida que suena a testamento espiritual. “Mi corazoncito la ama mucho y, cuando se ama, se desea el bien al ser amado. Me parece que en el cielo mi misión será el de atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas, para unirse a Dios con un movimiento todo simple y amoroso, y conservarlas en ese gran silen-cio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Sí mismo”33.

32 Cf. HAAG Y OTROS, Diccionario de la Biblia Diccionario de la Biblia, Barcelona, Herder, 1978, p. 914.

33 Carta 335, 28-X-1906, p. 916.

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3. Comunica el gozo de ser Carmelita

Isabel fue una enamorada de su vocación de carmelita descalza casi desde la infancia y creció con ella desde que hizo el voto de vir-ginidad como consagración a Cristo Esposo. Por sus cartas dirigidas la mayor parte a mujeres, podemos seguir la vida de la carmelita en-claustrada en su convento de Dijon día a día y conocer el gozo de ser-lo desde el primer momento de su ingreso en clausura. Lo que cuenta Isabel de la Trinidad tiene valor testimonial, por eso es importante la descripción que hace del convento, de sus estructura, de la vida inter-na de la comunidad, etc.

¿Qué conocemos de la vida carmelitana en el convento de Dijon leyendo los escritos de Isabel de la Trinidad, especialmente de sus cartas a su familia y sus amigas? Algunas cosas de las que cuenta son quehaceres y obligaciones de la vida diaria, describe su hábitat, las costumbres de la orden, etc. Pienso que si, por un imposible, se per-diesen las Constituciones y se olvidasen las costumbres santas, se podrían reconstruir en gran medida con las aportaciones literarias de la hermana Isabel de la Trinidad. Y, sobre todo, cuenta la esencia del vivir en un Carmelo de Teresa de Jesús, no lo que está en los libros leídos ni lo que proponen las leyes, sino su misma vida, sus experien-cias.

Por ejemplo, las estructuras externas: el convento, que es la casa de Betania donde Cristo reposa; los claustros, que estarían vacíos si no los llenase Dios con su presencia; la celda y su pobre ajuar y que es el “cielo” porque Dios la habita y en ella dialoga con el Esposo Cristo, escribe cartas, normalmente en el gran silencio antes de maiti-nes; la clausura en la que vive prisionera con el prisionero Cristo; el torno, que comunica con el exterior, y su oficio de segunda tornera; el coro, para el rezo del Breviario y la oración común; la cocina, donde está Cristo entre ellas; el lavadero, la ropería, donde ella ordenaba la ropa y remendaba los hábitos; el locutorio para recibir las visitas, con régimen bastante estricto y mucho frío en invierno; la sala de recrea-ción, dos horas para el recreo y la comunicación entre las hermanas, importante legado de la fundadora Teresa de Jesús; las hermanas ex-ternas, que cuidan de la portería y la capilla, etc.

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También muchas cosas referentes a las personas que habitan los claustros y su vida interna, como las hermanas de velo blanco y las demás hermanas de la comunidad; los vestidos de las monjas, el hábi-to -a veces remendado-, capa blanca, velo, rosario, crucifijo, “anillo”; los ejercicios espirituales personales y comunitarios, los “días de Cenáculo”, las celebraciones litúrgicas (adviento, navidad, cuaresma, semana santa y pascua). Y un sinfín de detalles que no escapaban a la fina observación de la artista Isabel. Y, finalmente, lo más importante que da sentido a su vida: su dedicación a la oración contemplativa y al trabajo34.

Pero todo eso es la estructura, el armazón de una vida externa, pe-ro la esencia del Carmelo no está en lo exterior. El contenido profun-do de la vida de la carmelita se condensa en una vocación de amor. Lo repite con frecuencia en sus escritos: su vida, como cristiana laica y después como carmelita, consistirá en un solo programa: “amar, orar, sufrir”, fórmula que usa ya antes de entrar en el Carmelo35. En el cuestionario que se hacía a las postulantes al Carmelo, se les pregun-taba, entre otras cosas, sobre “el ideal de la santidad”. E Isabel res-pondió: “Vivir de amor”. Preguntada por su santa preferida, dijo que “nuestra santa madre Teresa porque murió de amor”. Y sobre sus ac-titudes ante la muerte, respondió: “Quisiera morir amando y caer en los brazos de aquel a quien amo”36.

Se considera una prometida y esposa de Jesucristo. Es como una sinfonía permanente en sus escritos que va in crescendo en la medida en que vive más la vida del Carmelo. Como tal, es la “prisionera” del divino “Prisionero” Cristo. Cuando en su oración, soledad y sufri-miento, está ante el sagrario, la realidad llega a ser una experiencia culminante; es, además, esposa de un Crucificado, que no es un título honorífico, sino impulso de seguir, de imitar, de ser otro Cristo con todas las consecuencias. Esa pertenencia a Cristo como Esposa le lle-

34 Esta acumulación de datos se encuentran en muchos de las Cartas de Isabel a su familia y amistades. Como ejemplo, se pueden leer las siguientes. Las primeras después del ingreso: 84 (a una amiga) y 85 (a su madre). En Obras completas, pp. 550-551; 109 (a su hermana), p. 583; 170 (a su madre), pp. 660-661; 189 (a su madre), p. 691; 209 (a su madre), p. 719. No son las únicas.

35 Cf. en Diario, n, 101, 25 marzo 1899. En Obras, p. 240. 36 Se puede leer en “Notas íntimas”, 12. En Obras completas, p. 277.

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va a admitir su dolor, sufrimiento, enfermedad y muerte cruel como una subida al Calvario, como el maestro Cristo37.

Recuerdo una de las expresiones más robustas de Isabel explican-do el vivir en el Carmelo como un estado de crucifixión, de víctima con el Cristo del Calvario. “He aquí toda la vida del Carmelo: vivir en Él. Entonces, todos los sacrificios, todas las inmolaciones se tornan divinos. El alma ve a través de todo a Aquel a quien ama y todo la lleva a Él; es el alma. Ame el silencio, la oración, que son la esencia de la vida del Carmelo”38.

Para concluir, conviene recordar su pasada por las noches oscuras que purifican la fe y por la que pasó también ella, y no solo fueron sus conocidas enfermedades. De sus escritos se deduce una admirable y constante sinfonía de loores a su nueva vida, no sólo para consolar a su madre, que ha quedado rota por el dolor de la ausencia. Repetida-mente cuenta a su familia y amigas que es muy feliz en el Carmelo, no obstante los sacrificios que ha hecho al dejar a su madre, hermana, su destino futuro como pianista, sus amistades, sus viajes de recreo, su libertad. Pero sabe que, siguiendo su vocación, ha elegido la “me-jor parte”, que Dios la tenía reservada. Se ha sentido como “predesti-nada” desde la eternidad por Dios a seguir esta vocación. De hecho, desde muy temprana edad se sintió atraída por la vida consagrada en el Carmelo, predestinación para imitar y seguir a Jesucristo, hasta identificarse con su vida real de pasión, muerte y resurrección.

Ella comentó poco las “noches oscuras” que tuvo que pasar poco tiempo antes de su ingreso en el noviciado y antes de la profesión, una verdadera crisis de ansiedad. En una ocasión lo comentó con una hermana de la comunidad casi en el momento mismo en que va a hacer la profesión. “Acabo de ver a nuestra madre que me ha confe-sado su inquietud por verme hacer los votos en tal estado de alma. Ruegue por su pequeña carmelita que está en el colmo de la angus-tia”39. El hecho es conocido por declaraciones en los procesos de bea-

37 Sobre su vida en el Carmelo y cómo entiende la vida carmelitana, cf. DANIEL DE PABLO MAROTO, “Vida en el Carmelo de la beata Isabel de la Tri-nidad”, Revista de Espiritualidad, 66 (2007) 327-341.

38 Carta a su amiga Germana de Gemeau, 14-IX-1902. En Obras, p. 610. 39 Carta 152, a la hermana María de la Trinidad, 10-I-1903. En Obras, p.

630. Profesaba al día siguiente.

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tificación y otros conductos: fue una noche oscura terrible. Llamado el P. Vallée no entendió el estado de “noche” purificativa en el que estaba y la despidió sin consuelo. Sí la entendió el P. Vergne, jesuita. Después de la profesión, todo quedó en calma.

Pero no fue la primera vez cuando le sucedió esa noche de purifi-cación. Meses antes de su ingreso en el Carmelo, otra crisis vino a perturbar su alma, como se lo contó a su amiga entrañable, Margarita Gollot: “Pida mucho por mí, amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso quien me lo oculta [al Esposo Cristo]. Es muy duro, ¿verdad?, después de haberlo sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que él está ahí también [...]. ¡Oh,, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria”40. Las cartas siguientes a sus amigas no dan la impresión de estar con las mismas preocupaciones. La tormenta había pasado.

Por raro que pueda parecer, nunca menciona en sus escritos a que dejó una brillante carrera como concertista de piano o que abandonó con gusto las fiestas, los viajes de vacaciones, etc. Parece que todo eso le resbalaba ya. Sólo le costó el desarraigo de la afectividad41. 4. El matrimonio como vocación cristiana. Espiritualidad laical

Como contrapunto a su vida en el Carmelo, vale la pena recordar que, no obstante el aprecio sumo que tuvo a su vocación de carmelita descalza, su felicidad de serlo hasta la muerte crucificada, nunca lo propuso a su hermana y amigas como un “estado de vida” más per-fecto que las otras vocaciones en la Iglesia, por ejemplo el matrimo-nio cristiano, también un camino de santidad. En consecuencia, po-demos decir que para ella no hay más que una vocación cristiana: ser santos. No olvidemos que casi todos sus escritos están dirigidos a mujeres casi todas seglares, con quienes comparte sus ilusiones de santidad, sus experiencias cristológicas y trinitarias, y su militancia en la Iglesia.

40 Carta 53, 8-V-1901. En Obras, p. 493. Ingresó el 2 de agosto. Al final dice que las noches son una prueba de Cristo porque sabe que sus esposas no le abandonarán. Y que dé los consuelos a otras almas “para atraerla a sí y amemos esta oscuridad que nos conduce a él”. ¡Pura sabiduría mística!

41 Amplío el tema en mi estudio citado en nota 37.

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Sabemos que renunció a casarse con “un buen partido” propuesto por su madre, pero estima el matrimonio como una vocación cristiana a la que alaba y en la que se puede ser santo. El matrimonio de su hermana Margarita y el nacimiento de dos sobrinas que conoció antes de morir le llenó de alegría. En ella vio un modelo ideal de este esta-do de vida, felizmente casada, esposa de nueve hijos, con la que man-tuvo siempre una relación profundamente espiritual y le comunicó sus experiencias religiosas hasta la hora de la muerte. En sus cartas hace frecuentes alusiones al matrimonio de Guita le dice que puede y debe ser Marta y María, juntas (contemplativa y activa simultánea-mente), como ella lo es siendo carmelita; sigue las maternidades de su hermana; conoce el nacimiento de sus sobrinas Isabel y Odette. Y otras muchas referencias al tema42.

En sus cartas abundan las referencias a los matrimonios de sus amigas. Por ejemplo, goza con la noticia del matrimonio de Ivonne Rostand, diciéndole expresamente que es una “vocación”, se supone que cristiana. Y, lo más curioso, en sus cartas aparece a veces como intermediaria para arreglar matrimonios de sus amigas, podemos de-cir que metió a “casamentera” de sus amigas, hasta el punto de bus-carles novio, aun siendo carmelita de clausura. También se interesó por su amiga María Luisa Sourdon, que seguía en sus intentos y de-seos de casarse, vive la tardanza de llegar el marido, etc.43.

- Fragmentos de una espiritualidad laical

Son muchos los elementos de espiritualidad laical además de los

ya analizados, pero quedan algunos más. Uno de sus “apostolados” como laica comprometida con la Iglesia fue proponer a los laicos el hermoso y profundo ideal cristiano. Sobre espiritualidad de una ma-dre de familia, serviría una carta a su hermana Margarita, ensimisma-

42 Cf. Carta 135, en torno al 14-IX-1902, Obras, p. 609; 183, 22-11-1903,

Obras, pp. 681-682; 190, al canónigo Angles, 4-I-904, Obras, p. 692; 196, a su madre, 11-III, Obras, 904, p. 701.

43 Carta 242, 18-8-1905, Obras, p. 772. Cartas 262, 265, 272, 273, Obras, pp. 798, 804-805 (con nota 5). Más referencias en Cartas 315, 23-IX-1906, Obras, pp. 890-891, con nota 5; 318, 30-IX-1906, p. 895; 322, 7-X-1906, p. 898; 323, 9-X-1906, con nota 4, p. 901; 325, 14-X-1906, con nota 6, p. 905; 330, 23-X-1906, p. 910-911. Nótese que son cartas de los últimos me-ses de su vida.

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da con sus dos hijas. Aprovecha la ocasión para hablarle de Dios que la ama como ella a sus niñas; de que Dios habita en el corazón, y el Espíritu Santo transforma el corazón de su criatura; que viva segura en los brazos de Dios como sus niñas lo están en los suyos44.

Cuando escribe sobre la oración, no hace distinción entre curas, frailes, monjas y laicos. El modo de orar lo tienen que ejercitar todos por igual. Ella ora como laica y como carmelita en momentos sucesi-vos de su vida. Lo mismo se diga de la unión entre la oración y la contemplación, acompañado de mayor o menor soledad, silencio y sacrificio. Expone alguna vez que se puede ser santa en el mundo, como ella procuraba serlo antes del entrar en el Carmelo. Esperando con nostalgia su ingreso, escribe: “Contemplo el mundo y sus cosas como algo por donde paso, pero no apego a nada mi corazón”45.

Y lo más sorprendente es que su ideal de carmelita es el que pro-pone a los laicos. Es interesante constatar su convicción de que la vi-da de una monja carmelita y la de los laicos en el mundo no tienen tantas variantes, sino muchas semejanzas, viviendo las grandes ver-dades del cristianismo. Ella, en el Carmelo, encontró su centro y feli-cidad, pero el núcleo de esa vida es para todos los cristianos. “Esta mejor parte, que escogió María de Betania (Lc 10, 42), me parece ser mi privilegio en mi querida soledad del Carmelo, se la ofrece Dios a toda alma bautizada. Él se la ofrece, querida señora, en medio de sus cuidados y solicitudes maternas [...]. Crea que todo su deseo es lle-varla a una unión cada vez más profunda con él”46.

Quizá sea esta convicción la que explica que en su correspon-dencia no existe una incitación a alguna de sus amigas a que se haga monja. De su hermana sospecha que podría serlo, pero no hay pala-bras directas de ánimo. Sólo dice que ella es muy feliz, que Dios la eligió para esta vida, que es su vida, su vocación, pero existen otras vocaciones47. De hecho, algo del programa de vida que ella vive, se lo

44 Carta 239, 13-VIII-1905, Obras, pp. 766-768. 45 Diario, n. 131. En Obras, p. 255). Siente nostalgia del Carmelo: Diario,

n. 156, p. 266. Mientras tanto, ve que puede ser carmelita “por dentro” en el mundo. Cf. Notas íntimas, n. 6, Obras, p. 273.

46 Carta 129, a la Sra. de Sourdon, 24-VII-1902, Obras, p. 601. 47 Cf., por ejemplo, carta 117, a su hermana, 30-5-902, Obras, p. 591.

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oferta a su amiga, María Luisa Ambry (Maurel), que está esperando un hijo. “Permanezca siempre unida al Dios de la Hostia que tanta ama. Él la enseñará a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar”48. Final-mente, a su hermana, la víspera de su matrimonio, 15 octubre 1902, a los 19 años, le dice que hay dos caminos cristianos, distintos y santos: el matrimonio y vida religiosa: “Verás que somos beatificadas las dos, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere”49.

A su amiga Francisca Sourdon, considerada por ella como una “hija espiritual” (7 años más joven que Isabel), le presenta un camino cristiano ascético; le habla de la humildad, contra el amor propio y egoísmo, la libertad contra la esclavitud de las pasiones; el camino es Jesucristo y un Cristo crucificado; que se mantenga un equilibrio en-tre lo sobrenatural y el bautismo y el vivir de fe; que dé gracias a Dios y que busque el gozo en el mismo sufrimiento50.

CONCLUSIÓN No sé si vale la pena que, como autor de este escrito, saque con-

clusiones o que sea el lector quien escoja de lo expuesto lo que mejor encaje en su ideología, en sus gustos o en sus necesidades de la vida. Dejando aparte los corolarios lógicos, me atrevo a concluir con una apreciación global de lo dicho.

Resulta claro de los documentos estudiados que Isabel vivió un universo social, mental, moral, religioso y espiritual eminentemente femenino. Pero no aparece en ella un deseo de reivindicar su condi-ción femenina en un movimiento feminista avant la lettre, como di-cen los franceses, o sea, anacrónico. Ni mucho menos encontramos en ella una propuesta antimachista por ese mismo motivo. Sus ideas y vivencias no son ideología de género, como dicen ahora. Todo tras-curre en paz y nadie se extraña ahora, y mucho menos entonces, de su ideología para mujeres.

48 Carta 186, 15-12-903, Obras, p. 687. 49 Carta 140, 14-X-1902. Obras, p. 616. 50 Carta-tratado Grandeza de nuestra vocación. En Obras, pp. 125-131.

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ISABEL DE LA TRINIDAD Y SUS AMISTADES FEMENINAS

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Como he aludido de pasada en el estudio, creo que una especie de endogamia o gheto en que ha vivido fue una forma de preservar la fe cristiana católica y una manera audaz de perseverar en ella, debido al ambiente hostil que han provocado las leyes persecutorias de la re-pública francesa. Iglesia perseguida, amordazada, controlada, pero no eliminada. En esos ambientes suele darse el fenómeno de crear pe-queños cenáculos de espiritualidad donde poder vivir la fe con valent-ía, con apasionamiento.

El hogar de los Catez-Roland ha sido uno de esos hogares cristia-nos en los que se conservaba el fuego de la fe entre cenizas. La ima-gen del “resto” en el pueblo de Israel puede darnos una idea lejana de lo que pudo suceder en esos cenáculos a los que aludo. El espíritu mi-litante de Isabel en su iglesia-parroquia sería una expresión exteriori-zada de la valiente confesión de fe. Creo que esa situación de una Iglesia perseguida ha favorecido, como reacción, una vida coherente con la radicalidad del Evangelio en ella, en su familia y en sus amis-tades femeninas.

Reseñaría como un elemento positivo de su espiritualidad -vida y doctrina-, que, no obstante vivir en un ambiente jansenista, predica-dor de un rigor excesivo en la vida ascética y en el uso de los sacra-mentos de la confesión y la Eucaristía, la propuesta de un Dios lejano, juez implacable ante las pequeñas deficiencias humanas con sus cas-tigos correspondientes, Isabel, cuando no ha estado presionada por la mentalidad de su madre, se ha liberado del peso de la tradición y ha vivido y enseñado un Dios amor, lleno de misericordia, exigente, pe-ro comprensivo con las debilidades humanas.

Como he indicado en el estudio, ella no se ofreció como víctima a la justicia divina, sino al amor misericordioso con el fin de reparar los pecados del pueblo y los suyos propios. No obstante esta consta-tación de base, existe en sus escritos un lenguaje que es residual del ambiente jansenista.

Finalmente, confirmaría la tesis central de este estudio diciendo que las relaciones con sus “amistades femeninas” se han mantenido frescas, dinámicas y profundas por su “sensibilidad” de artista, por sus dones naturales y sobrenaturales, por la delicadeza, la gratitud, la empatía y la ternura de alma. Y por todo ello Isabel de la Ssma. Tri-

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nidad es un modelo a respetar en el mercado de la espiritualidad ac-tual. Y ¡ojalá lo sea también para imitar!