inah_correo culturas 54

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Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucristo [email protected] de las Culturas del Mundo CORREO Vol. V, número 54, 15 de enero de 2010. CEDICULT Director: Leonel Durán Solís En este número: • Chipre: una donación y una larga historia • Reseña: Chipre siempre ha sido Europa Homenaje a Eusebio Dávalos Hurtado • Reseña: La conquista de la Malinche, de Luis Barjau Teatro de Kourion, Limassol, Chipre

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de las Culturas del Mundo En este número: • Chipre: una donación y una larga historia • Reseña: Chipre siempre ha sido Europa • Homenaje a Eusebio Dávalos Hurtado • Reseña: La conquista de la Malinche, de Luis Barjau Vol. V, número 54, 15 de enero de 2010. CEDICULT Director: Leonel Durán Solís Teatro de Kourion, Limassol, Chipre Dona Chipre piezas al Museo Nacional de las Culturas M ás de un centenar de piezas etnográficas e históricas de la República de 2

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Page 1: INAH_Correo Culturas 54

Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucristo

[email protected]

d e l a s C u l t u r a s d e l M u n d o

CO

RR

EO

Vol. V, número 54, 15 de enero de 2010. CEDICULT Director: Leonel Durán Solís

En este número:

• Chipre: una donación y una larga historia

• Reseña: Chipre siempre ha sido Europa

• Homenaje a Eusebio Dávalos Hurtado

• Reseña: La conquista de la Malinche, de Luis Barjau

Teatro de Kourion, Limassol, Chipre

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Dona Chipre piezas al Museo Nacional de las Culturas

Más de un centenar de piezas etnográficas e históricas de la República de

Chipre, así como libros y discos compactos que dan cuenta de la cultura

de este país fueron donadas al Museo Nacional de las Culturas (MNC), con el

interés de que las nuevas salas del recinto, actualmente en reestructuración,

cuenten con piezas representativas de esta nación que hasta el momento no

figuraba en sus colecciones.

La donación enriquecerá particularmente la colección de Culturas de la

Antigüedad de este recinto del Instituto Nacional de Antropología e Historia

(INAH-Conaculta), hasta ahora formada sólo con piezas provenientes de países

árabes, el norte de África y Grecia.

Entre las piezas donadas destaca un mapa histórico del siglo XIX, que ilustra

el tercer viaje de San Pablo por la isla de Chipre, uno de los puntos importantes

en los recorridos del apóstol por la región, efectuados en las primeras décadas

del siglo I para convertir a los pobladores al cristianismo. El documento aporta

datos que remiten a esa etapa de la historia de la humanidad.

Otras piezas que se incluyen en esta donación, son cuatro réplicas de ídolos

cruciformes, cuyos originales datan de 3000 - 2500 a. C., así como dos tallas

en plata de San Jorge. De los objetos etnográficos resaltan cuatro trajes típi-

cos de diferentes regiones de la isla, elaborados a la usanza antigua: dos de

caballero y dos de dama, estos últimos procedentes de las ciudades de Phafos

y Nicosia; así como dos carpetas bordadas.

Donación Patrimonio

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

El acto de donación de las piezas se llevó a cabo en el propio Museo

Nacional de las Culturas, con la presencia del embajador de la República de

Chipre, Vasilis Philippou, quien hizo la entrega a Leonel Durán y Luis Felipe

Crespo, director y subdirector del recinto, respectivamente.

Vasilis Philippou destacó su interés por cumplir con la labor diplomática que

le fue encomendada en México, y en este marco es que se entregó este acervo

que ofrece una muestra de la cultura e historia de Chipre, al considerar de gran

importancia que el Museo Nacional de las Culturas también exponga objetos

representativos de la cultura chipriota.

El diplomático señaló que será una oportunidad para que el público mexi-

cano descubra la historia, la escritura y la religión de esta nación. Así mismo,

subrayó, es una muestra del interés por fortalecer las relaciones culturales entre

ambos países.

En su oportunidad, y a nombre de Alfonso de Maria y Campos, director

general del INAH, Leonel Durán agradeció el gesto de amistad por parte del

embajador Philippou. “Esta donación viene a confirmar que el Museo Nacional

de las Culturas juega un papel importante en las relaciones culturales de

México con otros países, y genera un espíritu de comunicación, cooperación

e intercambio entre las naciones”. Recordó que dentro del proceso de rees-

tructuración del Museo Nacional de las Culturas se lleva a cabo una revisión

completa, no sólo arquitectónica, sino también conceptual, que, entre otros

aspectos, plantea representar a las civilizaciones del Mediterráneo de una

manera integrada, lo que no sucedía en la museografía anterior.

Durán recordó que el acervo del MNC está compuesto por 17 mil objetos,

lo que lo coloca como uno de los más amplios, en lo que se refiere a colec-

ciones etnográficas de culturas del mundo en México, y que se ha integrado

durante años gracias a la relación con otros países.

Donación Patrimonio

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Otras piezas que integran la colección de Chipre donada al MNC son la

reproducción de una ánfora con decoración de pájaro, del periodo 850 – 700

a. C., representativa de las piezas de la Grecia clásica; un icono de Cristo y la

Virgen; una flauta, un pequeño tazón de cerámica con figuras de mujeres y un

símbolo arqueológico grabado en plata.

La colección también incluye varios libros sobre la historia y religión de

Chipre, una revista de poemas y tres discos compactos.

Patrimonio

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

La historia de Chipre es una de las más antiguas del mundo. Desde

los tiempos más remotos su significación histórica ha sobrepasado

su pequeño tamaño (9,251 km2). Su posición estratégica en el cruce de

Europa, Asia y África –en la esquina noreste del Mediterráneo, a 300 km al

norte de Egipto, 90 km al oeste de Siria, a 60 km al sur de Turquía y a 360

km al sureste de Grecia– y sus considerables recursos de cobre y madera,

Historia

Chipre: una larga historia

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hicieron de la isla una deseable adquisición territorial. A pesar de ello, Chipre

ha desarrollado y mantenido por siglos su propia cultura.

Las primeras señales de civilización encontradas en investigaciones y

excavaciones arqueológicas se remontan a 11 000 años, en el noveno milenio a.C.

Sin embargo, el descubrimiento del cobre en Chipre en el tercer milenio a. C.

trajo riqueza a la isla y atrajo el comercio de sus vecinos. Aproximadamente

en el año 1200 a.C. inició un proceso que tuvo gran impacto en la identidad

nacional de la isla. Posteriormente, con la llegada y el establecimiento de

los griegos micénicos y los aqueos entre los siglos XIII y XI a.C., se introdujo

la lengua y la cultura griegas, las cuales se han preservado por los griegos

chipriotas hasta estos días. Chipre entonces tenía diez ciudades-reino, el culto

a Afrodita floreció, y los fenicios se asentaron en Kition en el siglo IX a.C.

El siglo posterior fue un periodo de gran prosperidad pero, mientras se

fue incrementando, Chipre fue presa de varios conquistadores. Los reinos

chipriotas fueron gobernados por una sucesión de culturas extranjeras:

tras los asirios llegaron los egipcios y después los persas. El rey Evagoras

de Salamina unificó a Chipre e hizo de la isla uno de los centros políticos y

culturales más importantes del mundo griego.

A finales del siglo IV a.C. Chipre fue parte del reino de Alejandro Magno.

Tras las rivalidades entre los generales de Alejandro Magno por la sucesión,

la isla formó parte del estado Helénico de Ptolomeo de Egipto y después

del mundo griego alejandrino. Los ptolomeos abolieron las ciudades-reino y

unificaron a Chipre convirtiéndose la ciudad de Pafos en su capital.

El periodo Helenístico terminó en el año 30 a.C., entonces Chipre se

volvió parte del Imperio Romano. Durante las misiones de los apóstoles

Pablo y Barnabas, el procónsul Sergius Paulus se convirtió al cristianismo, y

Chipre se volvió el primer país gobernado por un cristiano.

Historia

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

Historia

Después de la separación del Imperio romano, en el año 330 d.C. Chipre

formó parte del Imperio Romano Oriental, posteriormente llamado Imperio

Bizantino, el cual tuvo como religión oficial el cristianismo, situación que

duró hasta el siglo XII de nuestra era. Sin embargo, después de una invasión

árabe en 647, la isla fue durante tres siglos constantemente atacada por

árabes y piratas hasta el año de 965, cuando el emperador Nicephoros

Phocas expulsó a los árabes de Asia Menor y Chipre.

Tras una disputa entre Isaac Comneus, gobernador bizantino y después

emperador autoproclamado de Chipre, y el Rey Ricardo Corazón de León, la

isla pasó a ser propiedad del rey francés. Un año más tarde, Ricardo vendió

la isla por 100 000 dinares a los Caballeros Templarios, quienes la vendieron

al mismo precio a Guy de Lusignan, rey depuesto de Jerusalén. Chipre fue

gobernado bajo el sistema feudal. La Iglesia Católica oficialmente reemplazó

a la Griega Ortodoxa, la cual, bajo severa opresión, trató de sobrevivir.

La ciudad de Famagusta fue entonces una de las más ricas en el Oriente

Cercano. La era de la dinastía Lusignana finalizó cuando la reina Caterina

Cornaro cedió Chipre a Venecia en 1489, quien vio en Chipre el último

bastión contra los otomanos en el este mediterráneo.

En 1570 las tropas otomanas atacaron Chipre, capturaron Nicosia,

masacraron a veinte mil personas y montaron sitio en Famagusta durante un

año. Después de una valiente defensa por el comandante veneciano Marco

Antonio Bragadino, Famagusta cayó en manos de Lala Mustafá Pashá,

primer gobernador otomano de Chipre. Inicialmente le fue otorgada cierta

autonomía a la Iglesia Griega Ortodoxa, el sistema feudal fue abolido y se les

permitió a los siervos liberados comprar sus propias tierras; sin embargo, les

fueron aplicados altos impuestos. En muchas instancias, los griegos y turcos

chipriotas lucharon juntos contra la opresión del gobierno otomano, ya

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Historia

que en su debilitamiento, éste se había vuelto más corrupto. A pesar de los

tres siglos de dominio otomano, la minoría musulmana había adquirido la

identidad chipriota. Hoy día sus descendientes, junto con los de los entonces

musulmanes conversos (en su mayoría de origen latino), forman la mayor

parte de la comunidad turca chipriota.

Bajo la Convención de Chipre de 1878, los turcos otomanos cedieron la

administración de la isla a Gran Bretaña a cambio de que se garantizara

la protección del Imperio Otomano contra una posible agresión rusa. Tras

la coalición del Imperio Otomano con Alemania durante la Primera Guerra

Mundial, Gran Bretaña anexó a Chipre bajo su gobierno en 1914. En 1923

bajo el Tratado de Lausana, Turquía cedió todos los derechos de Chipre, por

lo que en 1925 fue declarada colonia de la corona británica. En 1940 hubo

un enlistamiento masivo de voluntarios chipriotas a las fuerzas armadas

británicas durante la Segunda Guerra Mundial. Las esperanzas que se tenían

sobre la autodeterminación en el período de la posguerra fueron frustradas

por los británicos, que consideraban a la isla vitalmente estratégica,

especialmente después de la debacle de Suez en 1956. Aplicando la política

de “divide y vencerás”, Gran Bretaña reavivó el interés de Turquía sobre

Chipre. Ankara no aprobaría una isla griega tan cerca de su frontera sur.

Por ello, Gran Bretaña usó a los turcos chipriotas, que constituían el 18 por

ciento de la población, como contrapeso en su lucha contra los griegos

chipriotas y deliberadamente involucraron a Turquía, que por primera vez

empezó a pensar en la idea de dividir la isla.

En 1955 los griegos chipriotas iniciaron la lucha por la liberación contra

el poder de la colonia británica, la cual terminó en 1959 con los acuerdos de

Zurich-Londres, negociados y firmados por Gran Bretaña, Grecia y Turquía

como representantes de los griegos y turcos chipriotas. De esta forma la isla

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

Historia

ganó su independencia en 1960. Los acuerdos establecieron y garantizaron

dicha independencia y soberanía, y la Constitución proveyó el gobierno

democrático del Estado y el bienestar del pueblo chipriota.

Sin embargo, cabe resaltar que las comunidades griegas y turcas de

Chipre no tuvieron un papel fundamental en su planeación como nación

ni en la planeación de la Constitución para al nuevo Estado. Ambos, los

acuerdos y la constitución de la naciente república fueron impuestas sobre

el pueblo de Chipre. De hecho, nunca les fue dada la oportunidad de votar

por estos documentos a las personas que más pudieron haber sido afectadas

por estos ellos. Como resultado, el destino de la nueva república fue puesto

en peligro; ya que ciertas provisiones en los acuerdos y en la Constitución,

en vez de promover la paz y respeto por la soberanía de la nueva república,

promovieron el conflicto doméstico y la intervención extranjera. La

constitución por sí misma enfatizó las diferencias entre los griegos y turcos

chipriotas, frustrando la integración y promoviendo las tendencias divisorias

entre las dos comunidades.

Los griegos chipriotas estaban decididos a fortalecer la unidad del

Estado, pero el liderazgo turco chipriota, a causa de las fuertes presiones

de Turquía, buscó la segregación étnica y la separación geográfica. Esto

condujo a un breve periodo de enfrentamientos intercomunitarios entre

1963 y 1967, además de ataques aéreos y atentados de invasión por Turquía.

Los turcos chipriotas dejaron de participar en el gobierno, la legislatura y el

servicio civil. Las Naciones Unidas patrocinaron diálogos intercomunitarios

sostenidos entre 1968 y 1974 para alcanzar algún acuerdo. Pero en julio de

1974 la junta militar que gobernaba Grecia montó un golpe para derrocar al

gobierno democráticamente electo de Chipre. El 20 de julio, Turquía, usando

el golpe como pretexto, invadió Chipre, supuestamente para restaurar el

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Historia

orden constitucional. En lugar de ello, tomó casi el 36.2% del territorio de la

isla en el norte, un acto universalmente condenado como un grave atentado

a la ley internacional y a la Carta de las Naciones Unidas.

La invasión y la ocupación tuvieron consecuencias desastrosas. Alrededor

de 200, 000 griegos chipriotas que vivían en el norte —casi un cuarto de

la población de Chipre—, fueron expulsados por la fuerza del territorio

ocupado, donde constituían el 80% de la población. Estas personas todavía

están privadas del derecho de regresar a sus hogares y propiedades. Los

otros 20,000 griegochipriotas que permanecían en las áreas ocupadas

fueron gradualmente forzados a abandonar sus hogares por medio de

la intimidación y la conculcación de sus derechos humanos. Hoy día se

encuentran alrededor de 500 personas que permanecieron en este territorio

(griegos chipriotas y maronitas). Alrededor de quince mil griegos chipriotas,

civiles y militares, desaparecieron durante y después de la invasión; muchos

fueron arrestados y otros habían sido vistos en prisiones en Turquía y

Chipre antes de su desaparición. Turquía también ha promovido algunos

cambios demográficos en el territorio ocupado a través de la implantación

de colonizadores de Anatolia. Desde la invasión, 160,000 turcos de Turquía

han sido ilegalmente llevados a las áreas ocupadas. Esto ha afectado

negativamente las condiciones de vida de los turcos chipriotas. La pobreza

y el desempleo han forzado a más de cincuenta y cinco mil personas a

emigrar. Actualmente se estima que los turcos chipriotas sólo conforman un

11% de la población nativa. Cuarenta y tres mil soldados turcos, equipados

con armas de avanzada tecnología y apoyados por la fuerza aérea y naval

turca, todavía están en las áreas ocupadas. De acuerdo con un Informe del

Secretario General de la ONU (diciembre de 1995), las áreas ocupadas son

“unas de las más densamente militarizadas del mundo.”

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

Historia

A pesar de que el esfuerzo de las Naciones Unidas no ha tenido éxito

en resolver el problema, los griegos chipriotas no creen que ha sido el

final del camino. El problema de Chipre tiene como punto de partida la

intervención y ocupación extranjera, ya que las relaciones entre las dos

comunidades durante siglos habían sido pacíficas y amigables. Para llegar

a una solución viable a este problema y superar la prueba del tiempo, ésta

debe ser justa, además de ser percibida como tal por la gente que tenga que

vivir con ello. Tal solución, por lo tanto, debe ser democrática, justa, factible,

financieramente viable, y compatible con los principios de la Unión Europea,

las leyes y normas democráticas, la Convención de Derechos Humanos y las

resoluciones clave de las Naciones Unidas. Además, se debe involucrar el

compromiso de otros actores importantes que por razones históricas han

sido parte del problema y deben convertirse en parte de la solución.

Fuente: Cyprus Diary 2010, Press & Information Office

Traducción de Laura Quiroz Castillo. Editado por el Correo

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por Colette Almanza Caudillo

El presente libro da cuenta de que Chipre a lo largo del tiempo siempre ha estado tocado y, por lo tanto, ha interactuado de manera directa

con distintos grupos culturales europeos. La obra consta de un conjunto de 7 artículos que exponen la posición geográfica global de la isla a través de la historia y arqueología antigua, moderna y contemporánea de Chipre y su actuación en la actual Comunidad Europea. El primero de ellos se enfoca primordialmente de la Prehistoria a la Era Helenística, en la que el autor Pavlos Flourentzos nos acerca a la arqueología temprana de Chipre, a la época en la que adquirió su importante carácter griego.

Por su parte continúa con la historia Demetrios Michaelides, quien habla de la influencia romana, en que simplemente Chipre fue agregada al imperio Romano infiltrando poco a poco y de manera muy natural aspectos de la forma de vida, cultura y tradiciones en la cultura Chipriota.

El tercer artículo se refiere a La Chipre de Luisignan y su relación con el resto de Europa escrito por Angel Nicolau-Konnari, momento en el cual la isla pertenecía políticamente a Europa y nos entremete en su estratégica participación en el movimiento de las Cruzadas. Por su parte, Guido Lusignan y su descendencia representaron un importante avance económico y político para la isla, generando afinidades culturales principalmente con Francia, cuyos resultados se ven plasmados en un abundante incremento en la actividad económica e intelectual de la época.

El cuarto artículo de Chris Schabel habla sobre la relación entre Chipre e Italia en la Edad Media, caracterizada por haber iniciado sus vínculos políti-cos desde el siglo V, posteriormente como aliados navales contra los turcos, muy buenos socios comerciales y su influencia intelectual fomentada princi-palmente desde la Universidad de Padua y por el Renacimiento italiano.

Chipre siempre ha sido EuropaCYPRUS HAS ALWAYS BEEN EUROPE. Ed. Zavallis Litho Ltd. Nicosia. 2006

Libros

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

El posterior dominio de los británicos lo explica Stavros Panteli durante una segunda invasión de éstos hacia la isla, convirtiéndose entonces en una responsabilidad más para los Ingleses al convertirse en una colonia oficial hasta su independencia en 1960.

Marie-Louise Winbladh cuenta la Expedición arqueológica sueca en Chipre cuya finalidad fue realizar excavaciones para establecer una cronología cultural en la arqueología chipriota; se realizaron investigaciones en 25 sitios a lo largo de la isla, de donde se obtuvo una colección de 18,000 objetos.

Finalmente la participación de Chipre en la Unión Europea, de Joseph S. Joseph, radica en el nombramiento como miembro el 1 de Mayo de 2004, concluyendo así una extensa trayectoria de interacción cultural entre distintos grupos, todos ellos europeos y Chipre. Por lo tanto, resulta una excelente publicación que resume y argumenta de manera convincente la tradición europea que vive en el pueblo chipriota.

Libros

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El Suplemento 3

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

Eusebio Dávalos Hurtado, hombre de instituciones

por Leonel Durán Solís

Como sabemos, el Dr. Eusebio Dávalos Hurtado nace en 1909 en la ciudad

de México en una época en la que a sus habitantes todavía no se les

llama “chilangos”, y es una bella ciudad aún apacible, si bien México y el

mundo están en las vísperas de grandes transformaciones, y en nuestro país

circulan dos libros trascendentes: Los grandes problemas nacionales de Andrés

Molina Enríquez (investigador del Museo Nacional), y el libro que revolucionará

a los mexicanos: La sucesión presidencial de Francisco I. Madero.

En el aviso de los 59 años de su fecunda vida sucedieron grandes

acontecimientos en México y en todo el planeta que dieron originen a extensas

y profundas transformaciones en todos los ámbitos de lo que llamamos la vida,

sobre todo en las mentalidades, las miradas hacia las sociedades, los estados

nacionales y en el diseño de grandes proyectos alimentados por las utopías, de

los cuales es testigo y actor don Eusebio Dávalos Hurtado en su corto periodo

de vida.

No es necesario hacer referencia a los numerosos acontecimientos por los

que en esos años atravesó nuestro país. Uno de los más relevantes es el que

se llevó a cabo a partir de 1921 al crearse la Secretaría de Educación Pública

cuyo aliento de renovación fecundó a todos los sectores de nuestra sociedad

en todos los niveles. En esta etapa México es un país que está rehaciéndose: los

El Suplemento 3

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hombres que provienen del siglo XIX sientan las bases de las transformaciones

institucionales para todo el siglo XX.

Recordemos que en 1933 el joven Eusebio Dávalos ingresa a la Escuela

Nacional de Medicina Homeopática, que México está en la cima de su

revolución social y de un nacionalismo que se manifiesta de múltiples formas.

Es la etapa en que se gradúa como Médico Homeópata Cirujano y Partero.

Tiene 28 años de edad. No obstante, su vocación de médico y su pensamiento

científico lo conducen a ingresar a la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas

para estudiar la disciplina de antropología física, estudios que continúan al

fundarse la Escuela Nacional de Antropología e Historia en el Instituto Nacional

de Antropología e Historia, donde se gradúa como antropólogo físico en

1944, a los 34 años de edad. Más aún, su afán de conocimiento lo lleva a

París en 1945–1946, al Museo del Hombre, para trabajar bajo la dirección del

prestigiado antropólogo y creador del mencionado museo Paul Rivet. Decisión

afortunada que nos va a beneficiar a todos en años posteriores.

Don Eusebio Dávalos Hurtado es un hombre de instituciones. En ese

sentido, dos son las más importantes en su vida: durante 24 años se relaciona

de diversas maneras con ésa magna institución que es el Instituto Politécnico

Nacional, en la que fue estudiante, médico, catedrático, subdirector y

director de la tan afamada Escuela de Medicina y Homeopatía. La otra gran y

extraordinaria institución es el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a

la cual también va a ligarse durante 24 años. Como es sabido, la organización

del Instituto Politécnico Nacional (IPN) es el resultado del gran movimiento

social, la Revolución Mexicana, de la profunda renovación dirigida por Lázaro

Cárdenas en un nuevo proyecto de reconstrucción del país. El Instituto Nacional

de Antropología e Historia (INAH) también es producto de un pensamiento

social y acciones semejantes, pero sus raíces históricas son más profundas

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

propiciadas desde 1825, con el primer presidente de la República del México

independiente, General Guadalupe Victoria, que funda el Museo Nacional de

nuestro país, bajo la sobresaliente visión de Lucas Alamán; también es cierto

que la aspiración por conocer los antecedentes de nuestro origen como nación

se nutren o tienen antecedentes coloniales particularmente del siglo XVIII, se

fortalecen en la segunda mitad del Siglo XIX y se acrecientan en el siglo XX. El

INAH es producto de una historia más que centenaria.

A su regreso de Francia se desarrolla la culminación de la trayectoria del Dr.

Dávalos como antropólogo y creador de instituciones. Es nombrado Secretario

de la ENAH, posteriormente director del Museo Nacional de Antropología y sus

últimos 14 años de vida director general del Instituto Nacional de Antropología

e Historia. Creo que ha sido el director de mayor duración de nuestro instituto,

de una manera excepcional. Respecto a esta alta responsabilidad hay que hacer

referencia a sus múltiples actividades y esfuerzos para modernizar y hacer

avanzar al INAH y llevarlo a los niveles de una institución verdaderamente

nacional. En estos años son numerosas sus participaciones en congresos,

conferencias, comisiones, consejos técnicos y aún en consejos de otras

dependencias como el INI y el Patronato de Artes e Industrias Populares, así

como a su pertenencia a numerosas sociedades científicas de México y el

extranjero.

¿Cómo explicar la trascendencia de los hechos llevados a cabo por él

durante su compleja gestión como director general? Desde luego destacan sus

cualidades como organizador, su perseverancia, tenacidad, porfía y empeño

para alcanzar las metas. Ello fue posible porque sabía que él era depositario de

una sólida herencia histórica institucional de hombres esclarecidos que lo pre-

cedieron, y bajo esa perspectiva supo rodearse de personas afines de diferentes

disciplinas académicas y administrativas; con ellas construyó el equipo humano

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necesario, sólido y convencido que trabajaba en consonancia en un proyecto

de nación en el que la antropología en sus diferentes disciplinas y la historia se

convirtieran en variables importantes y comprometidas en el proyecto de país

al que todos aspiraban. Y creo que lo lograron y son un buen ejemplo para

preguntarnos si también nosotros estamos en el mismo sendero.

De su obra trascendente quisiera resaltar el impulso extraordinario que

esos hombres y mujeres encabezados por Eusebio Dávalos dieron a los museos

del INAH. Desde luego, el más conocido es el referido al Museo Nacional de

Antropología, a los museos regionales en distintos estados de la República y

a la fundación del Museo Nacional de las Culturas, en el edificio del antiguo

Museo Nacional en la calle de Moneda, y qué mejor para hablarnos del origen

del Museo Nacional de las Culturas que las palabras de la Dra. Beatriz Barba

Ahuatzin. Me refiero al “Encuentro y Diálogo de Museógrafos Mexicanos:

Alfonso Soto Soria, Mario Vázquez, Íker Larrauri y Jorge Angulo”, que

organizamos en 2005, en el que la Dra. Barba presentó una ponencia de la

cual extraigo algunos párrafos . En ellos la doctora emérita nos comentó que:

“La Secretaría de Educación Pública convino con la Secretaria de Hacienda en

cederle el local de Moneda No. 13 a cambio del dinero suficiente para construir

un nuevo Museo de Antropología en el Bosque de Chapultepec. También, que

antes de la inauguración, en 1964, el Dr. Eusebio Dávalos platicó con Julio César

Olivé y le dijo que sería una lástima que este edificio tan bello, tan lleno de

historia y de suculentos detalles arquitectónicos se viera colmado de máquinas

de escribir, ventanillas improvisadas, oficinas separadas con materiales poco

pertinentes, restos de papelería y todas las cosas que caracterizan a las oficinas

públicas, lo que le haría perder su señorío y su paz interior, además de que

ya había adquirido vocación de museo, pues la gente seguía llegando a ver

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

el Calendario Azteca y las maravillas que se contemplaban desde la entrada

y que ya no estaban ahí. Los mexicanos conocíamos poco el resto del mundo

y el INAH sintió la necesidad de mostrarles, en forma sistemática y científica,

otros pueblos, otras costumbres y otras razas; en fin, las diferentes maneras de

ser hombre. El doctor Dávalos creía que se podía emplear la gran casona de

Moneda 13 para un Museo del Hombre al estilo del Trocadero de París. Antes,

había hablado con el maestro Wigberto Jiménez Moreno, y le propuso hacer

un museo del mundo latino: Roma, su expansión; España, toda su historia, y

la América Latina. Eso no le gustó al Doctor Dávalos y por ello llamó a Olivé

para insistir en la presentación de todas las culturas del hombre: la evolución,

grupos cazadores y recolectores, las primeras altas culturas, los pueblos del

mundo y nuestros primitivos contemporáneos. Parecía puramente un sueño,

porque no había objetos ni dinero; la Secretaría de Educación Pública ya no

daría más, después del gasto enorme que había hecho en Chapultepec, en

Tepotzotlán, en el Museo de Arte Moderno y en otras fastuosas instituciones

culturales de esa época. Por sus instrucciones nuestro muy estimado compañero

Mario Vázquez nos entregó los materiales internacionales sobrantes, los que

juntamos con otros que ya había, y empezamos nuestra labor, mucho más

angustiosa que romántica. La maestra Amalia Cardós, jefa de la bodega del

viejo museo, nos entregó solemnemente objetos japoneses, algunas piezas

peruanas y las dos grandes y maravillosas salas de Indios de Norteamérica

y Oceanía, que se tenían gracias a la labor del doctor Daniel F. Rubín de la

Borbolla y del maestro Miguel Covarrubias. Hernán Navarrete, un veracruzano

amante de las artes populares extranjeras, nos donó una fantástica colección

de arte africano donde predominaban las máscaras. El museo del Castillo nos

entregó piezas de porcelana china de dinastías tardías y acuarelas dañadas.

Poquito aquí y de allá, obsequios, préstamos y así se fue juntando un acervo

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más o menos interesante para montar unas cuatro o cinco salas. Hacer de

todo ello un Museo del Hombre al estilo de París, era pedir que un pajar se

convirtiera en la tesorería de un reino. Sin embargo, esa metáfora acabó siendo

posible gracias a una gran cantidad de personas e instituciones que apoyaron

con trabajo, objetos, estímulo y recomendaciones. Esas fueron las primeras

semanas de trabajo del Museo de las Culturas; sus primeras intenciones; los

meses de octubre y noviembre de 1964. No teníamos nada, el edificio era de

Hacienda.

Para definir la estrategia nos reunimos Julio César Olivé, Barbro Dahlgren,

Jorge Canseco, Francisco González Rul, Yólotl González y yo, como responsa-

bles de los guiones científicos; los hermanos José y Constantino Lameiras, Jorge

Angulo y de vez en cuando Eduardo Pareyón, como encargados de la museo-

grafía; todos los trabajadores manuales que no se fueron a Chapultepec, se

convirtieron en pintores, dibujantes y carpinteros. Esa fue la figura primigenia

del Museo Nacional de las Culturas; ese fue el perfil de los primeros días.

Se nos avisó que el licenciado Justo Sierra III, de la Secretaría de Hacienda,

nos visitaría para que le enseñáramos los locales que habríamos de entregar.

Las instrucciones que recibimos eran de ocupar todas las vitrinas y dar la

impresión de que el museo ya estaba montado, pues se pensaba que era muy

comprometido para Hacienda desmantelar una institución que aumentaba el

acervo cultural al servicio del pueblo.

No había mandones ni mandados, todos nos pusimos batas de trabajo

y durante tres o cuatro días, con sus noches, barrimos, enceramos pisos,

retocamos la vitrinas abandonadas y las llenamos con los materiales que

fueran, con los que se vieran bien, con los que dieran la impresión de tener

sentido: un penacho masai de león junto a un escudo japonés de samurai,

porque los dos eran emblemas de guerra. Un kimono junto a tres vasijas nazcas

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porque hablaban de actividades femeninas. Un plato y un florero Ching junto

a un penacho de guacamaya brasileño porque nos permitía hablar del colorido

cultural. Tres máscaras africanas junto a la bruja de Bali para evocar el temor a

los espíritus de la selva. Era un hermoso museo de nada. Cuando lo vimos casi

deseábamos que así se quedara.

El licenciado Justo Sierra llegó a las 10 de la mañana y pidió que le ense-

ñáramos los espacios, pero al ir abriendo las puertas se encontraba con las

salas montadas, limpias, muy aceptables, a las cuales sólo les faltaban cédulas.

Pensábamos que sonreiría, que haría bromas y que nos pondría una fecha de

entrega, pero por el contrario, se enojó mucho y nos dijo con voz indignada

que éramos “culturalmente alevosos porque no podía desmontar un museo,

no lo haría nunca por la tradición de su familia”. Nos recordó que su abuelo,

en la época porfiriana, había procurado el desarrollo de los museos en toda

la República y él no haría lo contrario. Era un hombre alto, de pelo blan-

quísimo, de aire digno, modales finos, robusto y sanguíneo. Todo él se dio

media vuelta y salió dando grandes zancadas mostrando su profundo enojo.

En el portón se encontró con el doctor Dávalos y también con voz fuerte le

dijo: “Ya vi que no me van a entregar lo prometido, puso usted a dos faná-

ticos intransigentes al frente de todo esto y no lo puedo deshacer, pero por

lo menos me dará usted la parte que ocupaba la Sala Maya y que no han

tenido tiempo de arreglar”, y se hundió en Palacio por la puerta más cerca-

na, haciendo manifiesto su enojo a cada paso. El doctor Dávalos se volvió

a nosotros y nos preguntó que había pasado y contestamos: “Solamente le

enseñamos el nuevo Museo del Hombre.”

El Museo de las Culturas no tuvo una museografía proyectada inicialmente,

sólo pudimos utilizar las vitrinas que había dejado el Museo Nacional de

Antropología al cambiarse a Chapultepec. El nuevo Secretario de la SEP, el Lic.

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Agustín Yáñez y el Subsecretario Mauricio Magdaleno vieron con muy buenos

ojos la idea del Dr. Dávalos y nos apoyaron con las limitaciones de todo los

principios sexenales. A partir de enero de 1965 se empezaron propiamente

los proyectos de salas y actividades con los que se inauguró el Museo de las

Culturas el 5 de diciembre.”

En este evento de Encuentro y Diálogo de Museógrafos Mexicanos, la Dra.

Beatriz Barba agradeció —y nosotros nos sumamos a ese agradecimiento— a

toda esa enorme pléyade de gente maravillosa que nos acompañó mañana,

tarde y noche hasta sacar adelante una institución que sólo contaba inicial-

mente con los sueños de un director del Instituto Nacional de Antropología e

Historia y un grupo de soñadores.

Para mí, hay tres hechos fundamentales relacionados con el Museo

Nacional de las Culturas: la visión de Eusebio Dávalos Hurtado, el obstinado

esfuerzo de los trabajadores del museo y sus diferentes directores —entre

los cuales se encuentra la etnóloga Julieta Gil Elorduy aquí presente— y el

empeño del actual director general del INAH Alfonso de Maria y Campos, que

está llevando a cabo la renovación del recinto para convertirlo en un museo

del siglo XXI. Y en el que su renovación arquitectónica y museográfica deberá

ser acompañada de un nuevo concepto del Museo Nacional de las Culturas

como pórtico a la diversidad cultural del mundo, desde el pasado hasta el

presente, que estimule la tolerancia, el respeto y el diálogo creativo entre los

pueblos. Es una institución única en Latinoamérica y México por su vocación

universal y el patrimonio de sus colecciones. Es un museo que aspira a ser un

centro irradiador de ideas sobre lo extraordinario del género humano y las

características que hacen a una cultura diferente y a la vez análoga a nosotros.

Un museo que busca estimular la fascinación, la curiosidad y el pensamiento

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de sus visitantes que al poder compararse con otras formas de vivir y de pensar,

convergen en un sentimiento de vínculo con el resto de la humanidad.

Las palabras que he pronunciado para ustedes constituyen el homenaje

de la comunidad del Museo Nacional de las Culturas al Dr. Eusebio Dávalos

Hurtado, gran personaje de nuestra historia que quedaría incompleto si no

mencionara yo los nombres de Concepción Murillo Alvirez, su esposa, y el de

sus hijas: Eréndira, Maya, Cecilia, Luz del Carmen y Josefina, a quienes saludo

con mi mayor afecto.

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Que La conquista de la Malinche es un libro de historia, nadie lo

dude. Pero el enunciado es corto de alcance porque esta obra ofrece

mucho más a sus lectores, tanto legos como letrados. Y es que el texto

de Barjau trasciende la idea básica según la cual la materia de la historia

es el conocimiento del pasado como un episodio más o menos extenso

de la inevitable metáfora que todos nos formamos respecto al tiempo,

un flujo constante, una corriente ininterrumpida de instantes, sucesos,

invenciones, descubrimientos, engendros. Un trabajo como La conquista

de la Malinche se inscribe en la tradición histórico-literaria que va desde

escritores como Jenofonte, Ennio, Virgilio, Bernal Díaz del Castillo, el autor

anónimo de Tlatelolco hasta Pierre Chaunu y Steven Runciman, autor de La

caída de Constantinopla (1453), que versa sobre la conquista de Bizancio a

manos de los turcos otomanos. En estos autores –y muchos otros que no

es posible mencionar en este breve espacio– admiramos no sólo la pasión

de contar interesantes hechos ocurridos en el pasado sino la misteriosa

presencia de significados que poco o nada tienen que ver con el inevitable

desgaste producido por el transcurso del tiempo. ¿De dónde proviene esa

inmanencia? ¿Hacia dónde se dirige? El libro de Barjau no especula sobre

ello, pero sí crea ecos en los tímpanos del lector donde se demuestra que

Libros

La conquista de la Malinche, de Luis Barjau

por Mariano Flores Castro

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Libros

la Malinche vive y forma parte de lo que Carl Jung llamaba “arquetipos” de

un mito del origen ya para siempre imborrable en el imaginario colectivo de

los mexicanos. Sólo que este libro no merca con las baratijas de una historia

oficial hecha para consolidar la escurridiza identidad nacional, cuando la

unidad de la patria era precaria, casi inviable y tortuosamente reclamada por

conservadores y liberales, incluida, por supuesto, la ideología (mentalidad)

de un catolicismo atento a su papel rector y providencialista. Pero, volviendo

a la discusión que suscita el libro de Luis Barjau, habría que aderezarla con

la siguiente reflexión de R.G. Collinwood:

“Sólo el presente es real: el pasado y el futuro son ideales y nada más

que ideales. Es necesario insistir en ello, por causa de nuestra costum-

bre de ‘espacializar’ el tiempo, o figurárnoslo en términos de espacio,

lo que nos lleva a imaginar que el pasado y el futuro existen de una

manera análoga…”

Pero la parcela de verdad que nos regala el oxfordiano filósofo de la

historia resulta ser el polo opuesto de lo que Barjau demuestra a lo largo

de más de 300 páginas vigorosas y colmadas de orientaciones interesantes

sobre la pregunta ¿quiénes somos como nación? Se trata de una revisión

minuciosa de lo que se sabe, lo que se asume y lo que se ignora en torno al

inquietante personaje que fue y sigue siendo la Malinche, con su espaciali-

dad ubicua en la mente de los mexicanos.

Apunta Barjau:

“La retorcida imagen de La Malinche fue la cuña del mismo árbol usada

para que apretara una versión desmedida, subliminal, de una historia

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Libros

equivocada pero que hemos tenido que asumir a lo largo de los siglos. Con

ella se articuló la sorda convicción de la traición como elemento primordial

narrativo de nuestro pasado.” (p.15)

El DRAE propone, entre otras, las siguientes definiciones para la palabra

traición:

( Del latín traditio-onis ) .

1. f. Falta que se comete aquebrantando la fidelidad o lealtad que

se debe guardar o tener.

2. f. Der. Delito cometido por civil o militar que atenta contra la

seguridad de la patria.

¿Cuál habría sido la traición de la Malinche? La respuesta puede ser tan

simple o tan compleja como se quiera. En la primera acepción propuesta

por el Diccionario se habla de una “falta” originada por alguien que ha

violentado la fidelidad (o lealtad) que se debe guardar o tener. ¿A qué?, no

se especifica, porque si así fuese, el filólogo en turno se enredaría hasta el

infinito en una madeja de significados derivados de creencias, ideologías,

supersticiones, religiones, congregaciones, costumbres sociales, organiza-

ciones políticas, etc., imposibles de ser contenidas en una sola y llana defi-

nición como esa. No obstante, todos entendemos el significado del silencio

o abstención estratégica que se produce después de las palabras “que se

debe guardar o tener…”

Unos cuantos ejemplos bastarían: a los ancianos, a los padres, a los jefes,

a las damas, a los niños, al “prójimo”. Según algunos, la civilización entera

depende del respeto que se tenga a ciertos preceptos, mandatos y conjun-

tos de normas de convivencia que deben acatarse sin discusión. Pero ¿qué

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pasa cuando dos culturas confrontan sus sistemas axiológicos, sus modos y

vías de vivir y de pensar, de comer, de celebrar, de enterrar o cremar a sus

muertos (de comérselos a veces), entre otras numerosas diferencias? Y si a

ello añadimos las características culturales de las distintas regiones que com-

ponen a esas dos culturas o civilizaciones (por ejemplo en España: Cataluña,

el País Vasco, Sevilla; o en el México antiguo: Teotihuacán, Chichén Itzá, las

culturas del Golfo, Paquimé), entonces la cuestión se complica aún más. Ha

sido tan desmedida y vanidosa la creencia de que Occidente es el rector de

los más avanzados sistemas éticos y morales, estéticos y jurídicos, que hoy

en día resulta difícil argumentar en contra de tal dislate, y ése es precisamen-

te uno de los orígenes menos estudiados de casos como el de la Malinche,

“la muy traidora indígena” que habría dado la espalda a la patria mexicana.

Sin embargo, la patria mexicana no existía cuando ella optó por aliarse a los

atacantes de sus enemigos acérrimos, que eran los mexicas (mejor: la Triple

Alianza). No había consolidación nacional ni sistema de valores unificado;

no había pacto ni proyecto cultural común a todas las comunidades que

ocupaban Mesoamérica. En menos palabras: no había México, y Barjau se

encarga de limpiar de abrojos el territorio de la fantasía sesgada según la

cual la Malinche habría sido la madre de todas las traiciones de este país

desdichado desde entonces, servil desde entonces, obsecuente y torpe en

la lucha por sobrevivir entre águilas y serpientes. Pero claro, el error sobre la

supuesta vileza originaria de los mexicanos fue cultivada por los conservado-

res que trajeron a Maximiliano a gobernar un puñado de pueblos ingober-

nables como no fuera por sí mismos y a veces ni por ellos. Sería interesante

revisar el nacimiento y desarrollo de las facciones políticas actuales —inclui-

dos, desde luego, los masones— para verificar filias y fobias respecto de las

extranjerías que habrían afectado nuestro devenir.

Libros

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El libro de Barjau abre ventanas para ventilar la historia de las guerras

de conquista española en América y para que por ahí salgan los miasmas

de Buffon, las telarañas de López de Gómara, del despistado Oviedo, los

polvos acumulados durante siglos por Hegel, los esqueletos guardados

en el clóset por necios como Cornelio de Paw, los ratones atorados en las

cañerías de Europa, las lloronas locas y los lagartijos engominados que la

Señorita Academia consiente a falta de mejores candidatos a la repetición

y al tedio de cuño eurocentrista y/o pro yanki. Por ello considero que con

este libro Barjau logra dialogar con autores como Antonello Gerbi (La dis-

puta del Nuovo Mondo. Storia di una polemica, 1750-1900), con Edmundo

O’Gorman (La invención de América) y Enrique Florescano (Quetzalcóatl y

los mitos fundadores de Mesoamérica) , con Luis Villoro y Roberto Moreno

de los Arcos, para mí los más brillantes historiadores que hemos leído sobre

lo mexicano en el siglo XX y lo que va del XXI, sin olvidar a pensadores uni-

versales que tocaron temas afines o complementarios, como los hermanos

González Casanova (Henrique y Pablo), Octavio Paz, Fernando Benítez y

Javier Garciadiego.

Pero la ventaja que aparta a Barjau de los otros astros de la historiografía

mexicana (por cierto, León-Portilla también se cocina aparte) es la fluidez

con que nuestro autor maneja la vertiente metafísica del tema, “la fatalidad

telúrica” según la cual los grandes verdugos del mundo prehispánico

local acabarían siendo victimados. ¿Por quién? Lo sabemos de sobra.

¿Quetzalcóatl transfigurado en un ultramarino abarrotero o con armadura

medioeval de soldado? Asombra la fiereza ineficaz con que los de acá

defienden el potente reino tenochca, súbitamente debilitado por algo

intangible y esotérico. Es como si los antiguos egipcios se dejaran vencer por

los ejércitos de los césares romanos por el solo augurio de un ciego que se

Libros

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.proclamase clarividente. Magia, religión y destino son elementos soterrados

en lo profundo de la historia humana.

En su célebre Imagen azteca en el pensamiento occidental Benjamin

Keen se adentró en la leyenda negra de los mexicas, creando un gran

fichero comentado sobre los peores denuestos a la fundacional cultura de

nuestros tatarabuelos. Pero dedica escasas líneas, a veces un tanto rameras,

a la Malinche. Barjau, en cambio, lleva la discusión a un nivel en que todos

podemos participar: la compañera de cama de Hernán y madre de Martín

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Cortés funda el feminismo (avant la lètre) en México, se convierte en la

comandanta de los ejércitos que apoyan a Cortés y, con la invaluable ayuda

de Gerónimo de Aguilar, unifica lingüísticamente el revoltijo multicultural

que era el territorio después llamado Nueva España y finalmente México.

“Porque en la realidad del siglo XVI Malintzin no traicionaba a nadie puesto

que en Mesoamérica no existían ni país ni noción de él ni conciencia racial

ni noción de ésta, que no puede surgir sino de la confrontación de razas a lo

largo del tiempo y de los conflictos entre pueblos rivales y distintos entre sí”

[p.248]—escribe Barjau. Es a ella, a Malintzin, a quien debemos no sólo las

primeras fases del mestizaje —como bien señaló antes Juan Miralles— sino

también el primer alzamiento contra el absolutismo azteca, contra su cruel

soberbia, su siniestra y juguetona mortandad florida, su hubris orgullosa. Y,

last but not least, la Malinche encarna una respuesta fáctica a la leyenda

negra según la cual los indígenas de este lado del océano serían débiles,

holgazanes, impotentes, sodomitas, sexualmente infradotados, estúpidos y

pequeños en comparación con los genomas europeos. En muchos episodios

de la confrontación bélica es ella la que lleva la voz cantante, la que da las

órdenes de ataque o retirada de los aliados, la que anima a sus huestes y

cura a los heridos; en su valentía hay ecos de Alejandro Magno en India, del

cartaginés Aníbal y sus elefantes en los Alpes, de Julio César en las Galias…

Barjau da prueba de ello cuando constata que “Marina había aprendido el len-

guaje militar, sobre todo las órdenes con redobles de tambor y las instrucciones

del corneta para transmitirlas a los escuadrones de cempoaltecas” (p.83).

Si el historiador busca la verdad sobre todas las cosas, Barjau abraza esa

divisa en honor a la etnohistoria, pero no sólo porque esquive los acomodos

fantasiosos de la versión generalmente aceptada, sino por su aguda re-visión

Libros

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

Libros

de las fuentes históricas, desde la Real ejecutoria de S. M. sobre tierras y

reservas de pechos y paga, pertenecientes a los caciques de Axapusco, de

la jurisdicción de Otumba, de 1526, hasta La novela del México colonial,

preparada por Antonio Castro Leal (1977), y Moros y Cristianos (2003) de

Marlene Albert-Llorca y José Antonio González Alcantud, pasando por los ya

clásicos y fatigados volúmenes que incluyen al menos cinco obras anteriores

del propio Barjau, para no abrumar al lector mencionando todos los códices,

diccionarios, cartas y cientos de documentos alusivos al tema. Agréguese

a todo ello el despliegue de un estilo terso y riguroso, y el resultado es un

extraordinario libro que hace el recuento de antecedentes fundamentales

de nuestro mestizaje y nacionalidad; no olvidemos que doña Marina es

la primera persona indígena que aprende la lengua castellana, es decir,

el vehículo en que se trasladan las estructuras mentales, los paradigmas,

las reglas de una cultura a otra, todo un tema que daría para dos o tres

volúmenes adicionales al reseñado hasta aquí.

Por último, creo que la editorial Planeta (MR ediciones) se merece un

reconocimiento por haber apostado, junto con el CONACULTA y el INAH,

por una obra que despierta a sus lectores hacia una realidad menos retórica,

pero sin duda más rica en cuanto a la sustancia misma de la emoción que

contiene y reparte a manos llenas.

México, D.F., enero de 2010.

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INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

DIRECTOR GENERALALFONSO DE MARIA Y CAMPOS CASTELLÓ

SECRETARIO TÉCNICORAFAEL JULIO PÉREZ MIRANDA

SECRETARIO ADMINISTRATIVOLUIS IGNACIO SAINZ CHÁVEZ

COORDINADORA NACIONAL DE MUSEOS Y EXPOSICIONESMIRIAM KAISER

DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURASY DEL CORREO DE LAS CULTURAS DEL MUNDO

LEONEL DURÁN SOLÍS

ÉSTA ES UNA PUBLICACIÓN DELCENTRO DE ESTUDIOS SOBRE LA DIVERSIDAD CULTURAL (CEDICULT)

DEL MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS

EDITORMARIANO FLORES CASTRO

[email protected]

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR LOS RESPECTIVOS AUTORES DE LOS ARTÍCULOS, NOTAS Y FOTOGRAFÍAS.

MÉXICO, D.F., 15 de enero de 2010

Directorio