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INTRODUCCIÓN Una serie de hechos vinculados al mundo de las finanzas abrió las puertas en la década de 1970 a lo que desde entonces se conoce como globa- lización. La flotación del dólar, la hiperliquidez internacional, la aplicación de tecnologías infor- máticas de reciente desarrollo a las operaciones financieras y comerciales, el surgimiento de nue- vos instrumentos financieros y de operaciones de nuevo tipo, impulsaron una extraordinaria ex- pansión de los negocios, la aceleración de las transacciones y una ampliación sin precedentes de su cobertura geográfica. Veinte años después se estimaba que 95% de las operaciones de los mercados cambiarios sumaba más de 1,3 billones de dólares por día en movimientos de fondos que arbitraban tasas de interés, tipos de cambio y Política y Sociedad 2004, Vol. 41 Núm. 3: 13-34 Imperialismo, globalización, imperio: las tensiones contemporáneas entre la territorialidad del Estado y la desterritorialización del capital Carlos M. VILAS Universidad de Buenos Aires [email protected] RESUMEN Existen dos interpretaciones predominantes respecto del Estado en la globalización. Para una de ellas los movimientos trans- fronterizos propios de la globalización cuestionan la soberanía del Estado, acotan sus capacidades de acción y conducen antes o después a su tendencial desaparición; el Estado sería víctima de la globalización. A su turno, la globalización es vista como el resultado del progreso técnico y del desarrollo de los mercados. Para la otra interpretación el Estado es una de las fuerzas que hacen posible e impulsan la globalización, en respuesta a desafíos económicos y sociales domésticos; el Estado sería, en- tonces, la comadrona política de la globalización. El artículo discute ambas interpretaciones y propone una versión más equi- librada. Las tensiones contemporáneas entre Estado y globalización son interpretadas como el capítulo más reciente de un proceso multisecular de confrontaciones y acuerdos entre la dinámica transterritorial del capital y la territorialidad de la orga- nización estatal del poder político, en escenarios caracterizados siempre por una desigual distribución de los recursos, del co- nocimiento científico-técnico y por lo tanto del poder de los actores sociales, las organizaciones económicas y los Estados. Algunas capacidades estatales se reducen, otras se amplían, o surge la necesidad de nuevas modalidades de gestión estatal. Palabras clave: Imperio, imperialismo, globalización, capitalismo, Estado, empresas transnacionales, regulación. Imperialism, Globalization, Empire: present tensions between State territoriality and capital de-territorialization ABSTRACT There are two prevalent interpretations of the impact of globalization upon the State. According to one of them, de-regulated across-the-border dynamics challenge State sovereignty and its operative capabilities, leading to its eventual demise. The State is, then, a victim of globalization, the latter being conceived as the outcome of both technological innovations and mar- ket incentives. A second opposite interpretation views the State as globalization»s midwife, globalization being a politically, not just economically, propelled process. Both interpretations are discussed here. Subsequently an alternative interpretation is advanced, which focuses on contemporary State/globalization tensions as the most recent chapter of a centuries-long process of clashes and compromises between the State’s territorial basis and the transterritorial dynamics of capitalism deployed in international settings of uneven distribution of resources, scientific and technological information, and political power. As this process evolves, some State capabilities shrink, others are reinforced, and new ones are realized as needed. Key words: Empire, imperialism, globalization, capitalism, State, multinational corporations, regulation. SUMARIO: Introducción. 1. El Estado víctima de la globalización. 2. El Estado comadrona de la globalización. 3. Estado, ca- pital y conflictos de poder. ISSN: 1130-8001

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INTRODUCCIÓN

Una serie de hechos vinculados al mundo delas finanzas abrió las puertas en la década de 1970a lo que desde entonces se conoce como globa-lización. La flotación del dólar, la hiperliquidezinternacional, la aplicación de tecnologías infor-máticas de reciente desarrollo a las operacionesfinancieras y comerciales, el surgimiento de nue-

vos instrumentos financieros y de operaciones denuevo tipo, impulsaron una extraordinaria ex-pansión de los negocios, la aceleración de lastransacciones y una ampliación sin precedentesde su cobertura geográfica. Veinte años despuésse estimaba que 95% de las operaciones de losmercados cambiarios sumaba más de 1,3 billonesde dólares por día en movimientos de fondos quearbitraban tasas de interés, tipos de cambio y

Política y Sociedad2004, Vol. 41 Núm. 3: 13-34

Imperialismo, globalización, imperio: las tensionescontemporáneas entre la territorialidad del Estado y

la desterritorialización del capital

Carlos M. VILAS

Universidad de Buenos [email protected]

RESUMENExisten dos interpretaciones predominantes respecto del Estado en la globalización. Para una de ellas los movimientos trans-fronterizos propios de la globalización cuestionan la soberanía del Estado, acotan sus capacidades de acción y conducen anteso después a su tendencial desaparición; el Estado sería víctima de la globalización. A su turno, la globalización es vista comoel resultado del progreso técnico y del desarrollo de los mercados. Para la otra interpretación el Estado es una de las fuerzasque hacen posible e impulsan la globalización, en respuesta a desafíos económicos y sociales domésticos; el Estado sería, en-tonces, la comadrona política de la globalización. El artículo discute ambas interpretaciones y propone una versión más equi-librada. Las tensiones contemporáneas entre Estado y globalización son interpretadas como el capítulo más reciente de unproceso multisecular de confrontaciones y acuerdos entre la dinámica transterritorial del capital y la territorialidad de la orga-nización estatal del poder político, en escenarios caracterizados siempre por una desigual distribución de los recursos, del co-nocimiento científico-técnico y por lo tanto del poder de los actores sociales, las organizaciones económicas y los Estados.Algunas capacidades estatales se reducen, otras se amplían, o surge la necesidad de nuevas modalidades de gestión estatal.

Palabras clave: Imperio, imperialismo, globalización, capitalismo, Estado, empresas transnacionales, regulación.

Imperialism, Globalization, Empire: present tensions between State territoriality and capital de-territorialization

ABSTRACTThere are two prevalent interpretations of the impact of globalization upon the State. According to one of them, de-regulatedacross-the-border dynamics challenge State sovereignty and its operative capabilities, leading to its eventual demise. TheState is, then, a victim of globalization, the latter being conceived as the outcome of both technological innovations and mar-ket incentives. A second opposite interpretation views the State as globalization»s midwife, globalization being a politically,not just economically, propelled process. Both interpretations are discussed here. Subsequently an alternative interpretation isadvanced, which focuses on contemporary State/globalization tensions as the most recent chapter of a centuries-long processof clashes and compromises between the State’s territorial basis and the transterritorial dynamics of capitalism deployed ininternational settings of uneven distribution of resources, scientific and technological information, and political power. As thisprocess evolves, some State capabilities shrink, others are reinforced, and new ones are realized as needed.

Key words: Empire, imperialism, globalization, capitalism, State, multinational corporations, regulation.

SUMARIO: Introducción. 1. El Estado víctima de la globalización. 2. El Estado comadrona de la globalización. 3. Estado, ca-pital y conflictos de poder.

ISSN: 1130-8001

Carlos M. Vilas Imperialismo, globalización, imperio: las tensiones contemporáneas entre la territorialidad del Estado...

expectativas de los mercados bursátiles. Alrede-dor del 80% de las transacciones en esos merca-dos daba origen a movimientos de entrada y sa-lida en plazos no mayores de siete días, o unpromedio de 50 movimientos al año. Por cada 100dólares de inversión en activos fijos en todo elmundo, los préstamos alcanzaban en 1964 a 6,2dólares, mientras que tres décadas más tarde lle-gaban a 130 dólares. Con relación al comercio in-ternacional las relaciones eran de 7,5 y 105 (Vi-las 2000a). La caída del muro de Berlín, la guerradel Golfo Pérsico y la implosión de la URSSalimentaron la convicción de que también la po-lítica, y no sólo el mundo de los negocios, se es-tandarizaba —y lo hacía en clave democrática.La coincidencia de estos tres sucesos en sólo unpar de años reforzó la imagen de una aceleraciónde los tiempos. Se cerraba una historia de con-flictos, angustias y desazones y empezaba un mun-do integrado y democratizado por la globaliza-ción. Durante ese mismo tiempo las disparidadesmundiales en materia de ingresos, acceso a ser-vicios básicos, esperanza de vida, seguridad, nocesaron de aumentar, y terribles genocidios se co-metieron en Europa y en Africa. La humanidadseguía viviendo en un mundo de extraordinariasdisparidades y de brutales conflictos que no teníacabida, o sólo la tenía marginalmente, en la in-terpretación globalizadora. El derrumbe de lasTorres Gemelas puso fin a la fantasía.

La producción literaria sobre la globaliza-ción fue cuantitativamente monumental —huboincluso obras para niños (Producciones GarcíaFerré 1999)—. Una de las cuestiones políticasen las que puso mayor acento se refiere a las mo-dificaciones que impone al Estado, por la fija-ción de las capacidades de gestión de éste a unterritorio determinado. Al contrario, la transte-rritorialidad hace a la esencia misma de la glo-balización; sus actores se desplazan de un lugara otro del globo, sortean fronteras, definen re-des de intercambio material y simbólico por en-cima de los Estados, reclaman y obtienen soli-daridades y generan identidades al margen de loestatal. La materialidad del Estado moderno cedeante la virtualidad de la globalización post-moderna. El Estado resulta así, en un primer en-foque, víctima de la globalización. Los actoresy procesos que la caracterizan tocan a muertopara una institución pesada, vaciada de conte-nido, aferrada a un territorio de más en más irre-levante.

En un segundo enfoque el Estado, lejos des-aparecer, es quien establece las condiciones dedesarrollo de la globalización, fortalece a sus ac-tores y les brinda marcos jurídico-políticos de efi-cacia. Sin su asistencia las grandes transforma-ciones de la economía capitalista —por ejemplogenerando nuevos marcos normativos, compi-tiendo por el control de recursos naturales, in-terviniendo en la regulación de los movimientosde fuerza de trabajo— tanto a nivel nacional comotransnacional o global, difícilmente habrían teni-do lugar. El Estado sería entonces algo así comola comadrona de la globalización.

Las dos primeras secciones de este texto desa-rrollan los aspectos centrales de una y otra hi-pótesis. En la tercera sección se ofrece una ver-sión más balanceada del asunto. Las tensionesy conflictos contemporáneos entre Estado y glo-balización son interpretadas como el capítulo másreciente de un proceso multisecular de confron-taciones y acuerdos entre la dinámica transte-rritorial del capital y la territorialidad de la or-ganización estatal del poder político, enescenarios caracterizados siempre por una des-igual distribución de los recursos, del conoci-miento científico-técnico y por lo tanto del po-der de los actores sociales, las organizacioneseconómicas y los Estados.

1. EL ESTADO VÍCTIMA DELA GLOBALIZACIÓN

La hipótesis, sintéticamente planteada, afirmaque el carácter transfronterizo de las transaccionesfinancieras y comerciales, la extraordinaria movi-lidad del capital y la información, y el surgimien-to de un arco amplio de actores desterritorializa-dos reduce la capacidad regulatoria del Estado.Adicionalmente, muchas de las nuevas tecnolo-gías bélicas son accesibles a actores no estatales—empresas, grupos criminales, terroristas— quecuestionan la aspiración estatal al monopolio de laviolencia. Estos nuevos factores de debilitamien-to del poder estatal se agregan a otros más tradi-cionales: organizaciones multilaterales de la másvariada índole que condicionan severamente la ges-tión estatal en materia fiscal y financiera, medioambiente, derechos humanos y muchos otras cues-tiones de similar relevancia. Autores como Ohmae(1990, 1997), O»Brien (1992), Thurow (1996),Guéhenno (1995), y más recientemente Hardt y

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Negri (2002) son representativos de esta interpre-tación. Para Lester Thurow —uno de los escrito-res más creativos de las últimas décadas— el mun-do de la globalización sería a un mismo tiempo unafábrica global y un shopping mall global: «Por pri-mera vez en la historia humana cualquier cosa pue-de ser hecha y vendida en cualquier lugar. En laeconomía capitalista eso significa producir cadacomponente y desempeñar cada actividad en el lu-gar del globo en que pueda hacerse más barato yvender los productos resultantes donde los preciosy las ganancias sean más altas» (1996: 114). ParaKeinichi Ohmae, «el Estado-nación se ha conver-tido en una unidad artificiosa, incluso delusoria, ala hora de reflexionar u organizar la actividadeconómica... Siendo como es una creación de unaetapa mucho más antigua de la historia industrial,no tiene los incentivos, ni la credibilidad, ni los ins-trumentos, ni la base política para desempeñar unafunción eficaz en una economía en la que de ver-dad no existen fronteras» (1997: 64). Por su lado,Jean-Marie Guéhenno apunta a la ubicuidad del va-lor añadido de los productos a causa del auge de lascorporaciones trasnacionales. «Tan pronto comopretende gravar las nuevas formas de creación dela riqueza, el Estado nacional entra en competen-cia con el mundo entero y no puede impunemen-te exigir más impuestos que sus competidores enla carrera del capital y el talento» (1995: 26).

Las fronteras territoriales de los Estados ya nocoinciden con los límites o la extensión de la auto-ridad política sobre la economía y la sociedad. Pro-ducto emblemático de la modernidad, el Estado caevíctima de los embates de la globalización, expre-sión paradigmática de la post-modernidad. Los Es-tados-nación son rémoras del pasado, afirma Oh-mae. «Los procesos de convergencia impulsadospor la información y la tecnología (...) ya han con-vertido las fronteras políticas en líneas que carecende sentido en los mapas económicos» (1997: 49);en un mundo sin fronteras «el interés nacional tra-dicional —que ha devenido en poco más que unpretexto para conceder subsidios y protección— notiene ni utilidad ni sentido. Se ha convertido en unabandera de conveniencia para aquellos que, ha-biéndose quedado descolgados, no quieren tantouna oportunidad para reintegrarse en la marcha ha-cia el progreso como un instrumento para conse-

guir que los demás también se detengan» (1997:91). Afirma en este sentido que hemos ingresado ala época de los «Estados-región» definidos por elhecho de tener el tamaño y la escala adecuadas paraser «verdaderas unidades operativas en la econo-mía mundial actual. Las suyas son las fronteras —y las conexiones— que importan en un mundo sinfronteras» (1997: 20, 110-111). Da como ejem-plos de estos «Estados regionales» el corredor SanDiego/Tijuana en la frontera entre Estados Unidosy México, la región de Gales en el Reino Unido,la Región de Rhône-Alpes en Francia que tienerelaciones estrechas con el norte de Italia, entre otros.

La desterritorialización de la economía poneen crisis la soberanía del Estado. La capacidad es-tatal de conducción y de reclamar consentimien-to de los actores que operan en su territorio «re-sulta minada por la globalización de las principalesactividades económicas, por la globalización delos medios masivos y las comunicaciones electró-nicas, y por la globalización del delito» (1997: 244).En estas condiciones el Estado deviene apenas unacomponente más de una red global de poder. Mer-ced a su capacidad de operar en escala global, unconjunto de nuevos actores no estatales se apropiade atribuciones de decisión y control que antes ejer-cía el Estado. La coordinación de decisiones ylos acuerdos de poder de estos actores da naci-miento a una verdadera clase dominante global,difusora de una nueva ideología, una nueva cul-tura y detentadora de un nuevo tipo de poder(Robinson y Harris 2000, Sklair 2001). En reali-dad cambia profundamente la identidad de todoslos actores y no sólo de los que ocupan posicionesde poder: «En lugar de sujetos autónomos, sólohay situaciones efímeras en función de las cualesse traban alianzas provisionales apoyadas en com-petencias movilizadas para la ocasión. En lugar deun espacio político, lugar de solidaridad colectiva,no hay sino percepciones dominantes, tan efíme-ras como los intereses que las manipulan. La ato-mización y la homogenización a un tiempo. Unasociedad que se fragmenta hasta el infinito, sin me-moria ni solidaridad, una sociedad que sólo recu-pera su unidad en una sucesión de imágenes quelos media le devuelven de sí misma cada semana.Una sociedad sin ciudadanos y, por tanto —final-mente— una no-sociedad» (Guéhenno 1995: 46).1

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1 Este pasaje se parece mucho a la tesis postmodernista del «movimiento caleidoscópico de las diferencias» de Ernesto Laclau.Véase, VILAS 1995.

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La identidad del pueblo es sustituida «por la mo-vilidad, la flexibilidad y la perpetua diferenciaciónde la multitud» (Hardt y Negri 2002: 302). La frag-mentación o descomposición de los grandes agre-gados identitarios —ante todo las clases sociales,pero también la idea de un pueblo-nación, y en ge-neral de cualquier categoría que intente «fijar» unadeterminada identidad colectiva—, el repudio post-moderno a los metadiscursos, el desplazamientode lo nacional a lo local, erosiona los referentesreales o simbólicos de relativa permanencia y las«grandes narrativas» y produce el «eclipse del in-terés general» (Rodotà 2000).

Hardt y Negri son quienes más lejos llevaroneste enfoque de las cosas, en una obra de grandespliegue retórico. Afirman que la soberaníaha adquirido una forma nueva, compuesta por unaserie de organismos nacionales y supranaciona-les unidos por una única lógica de dominio. A esaforma global de soberanía la denominan «impe-rio» (2002: 11). En contraste con el imperialis-mo, que implicaba dominio territorial, el imperiono establece ningún centro de poder y no se sus-tenta en fronteras o barreras fijas. Es un aparatodescentrado y desterritorializador de dominioque progresivamente incorpora la totalidad delterreno global dentro de sus fronteras abiertas yen permanente expansión. Expresión de un mun-do post-moderno el imperio maneja identidadeshíbridas, jerarquías flexibles e intercambiosplurales a través de redes adaptables de mando.«El concepto de imperio se caracteriza princi-palmente por la falta de fronteras: el dominio delimperio no tiene límites... El imperio es el nolugar de la producción mundial donde se explo-ta la fuerza laboral» (2002: 13, 189). Con él laabstracción de las relaciones de poder alcanza suexpresión máxima —en una especie de metásta-sis de las versiones más crudas del estructuralis-mo— y la diversidad de las identidades étnicas,de clase, nacionales, políticas, se diluye en unconjunto igualmente abstracto: la multitud.

La pérdida de poder del Estado y la deterri-torialización tienen efectos en las institucionesy procesos de la democracia, aunque en este pun-to los autores no se ponen de acuerdo. Para al-gunos (Guéhenno y Martins, por ejemplo) elimpacto es negativo. La democracia, afirman, su-

pone la existencia de un Estado-nación soberano—incluso la democracia en el nivel local. La dis-yunción geográfica entre sujeto activo de la de-mocracia (la ciudadanía) y el marco institucionaly al mismo tiempo destinatario de la participa-ción democrática (el poder político instituciona-lizado) vacía a la democracia de contenido. Lademocracia requiere que los poderes estatales«sean ejercidos por medio de un régimen políti-co que organiza la lucha política de conformidadcon el principio de la soberanía popular, un ré-gimen, que, por lo tanto, convierte a los súbdi-tos en ciudadanos dotados de derechos políticosverdaderamente eficaces». Un Estado soberanocomporta un gobierno capaz de actuar como re-presentante de la voluntad mayoritaria del pue-blo; si el Estado no es soberano, esa representa-ción es imposible. «Donde ninguna autoridad essoberana, la democracia —el régimen de la so-beranía popular— es simplemente impensable»2.La globalización alimenta un desplazamiento ins-titucional de temas y decisiones desde el Estadohacia actores independientes, al margen o supe-riores a él. Si las decisiones relevantes para unasociedad se toman afuera de ella —sea este afue-ra el Consejo de Seguridad de la ONU, la ReservaFederal de Estados Unidos, las reuniones del Gru-po de los 8, la asamblea conjunta del FondoMonetario Internacional y el Banco Mundial, olas reuniones de directorio de alguna empresatransnacional— es evidente que muy pocos si al-guno de los ciudadanos tiene participación en esosámbitos. Si a esto se agregan el impacto de la glo-balización financiera y el alcance cada vez másamplio de las grandes cadenas multimedia, pa-rece evidente que los temas susceptibles de deci-sión estatal, y la propia capacidad de decisión —respecto de los cuales la ciudadanía reclamaparticipación y representación—, se reducen mu-cho: «el debate político presupone la existenciade un cuerpo político... El desaparecer de la na-ción lleva en sí la muerte de la política» (Gué-henno 1995:20, 27).

Para otros autores en cambio las cosas nopodrían ser más auspiciosas. Los cambios políti-cos registrados en Europa a partir de 1989 —enparticular el derrumbe de la URSS y la debacle delos partidos comunistas— y el desmantelamiento

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2 Véase MARTINS 1996 y GÓMEZ 2000.

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de los instrumentos de planificación e interven-ción estatal demuestran la relación estrecha queexiste entre globalización y democratización. Elmundo estaría en presencia de una «tercera ola»de democracia (Huntington 1994) o de una «ter-cera vía» superadora de la socialdemocracia tra-dicional que condujo a los excesos y desequili-brios del Estado de bienestar (Giddens 1999, 2001).Por su lado, las innovaciones en materia de mi-croelectrónica y en tecnología de comunicacionesy la expansión de la internet, en el marco de de-mandas crecientes de transparencia pública y defiscalización de la gestión gubernamental, am-pliaron el acceso de mucha gente a informacióngubernamental desde sus propios hogares, sim-plificaron trámites y aceleraron procesos, y le per-mitieron comunicarse entre sí respecto de estas ocualesquiera otras cuestiones sin pasar por los fil-tros de la burocracia. Se está en presencia así deuna democracia digital a salvo de las manipula-ciones de las corporaciones políticas tradiciona-les y de los demagogos (Bollier 1997, Ianni 1998,Tapscott y Agnew 1999). Una democracia supe-rior a la tradicional: mientras la democracia re-presentativa y la democracia directa poseen comorasgo común una participación intermitente de losciudadanos, la democracia digital es una forma dedemocracia continua, «donde la voz de los ciu-dadanos se puede alzar en cualquier momento ydesde cualquier lugar y formar parte del concier-to político cotidiano» (Rodottà 2000: 9, 119 y ss.).

Otros autores ven en el retroceso del Estadoy la erosión de su base territorial condiciones parael desarrollo de nuevas formas de ciudadanía yde lucha democrática. El achicamiento virtual delmundo por la mayor interconexión informáticaestaría abriendo nuevas posibilidades para las pro-puestas y movimientos emancipatorios de indi-viduos y grupos a quienes sus propios Estadosdeniegan justicia o de alguna manera reprimen.O bien la generación o agravamiento de algunosproblemas de proyección mundial —por ejem-plo, el deterioro ecológico— están demandando,y haciendo posible, emprender acciones de al-cance también transnacional al margen, en para-lelo o en oposición a lo que los Estados hacen odejan de hacer. En este sentido, los desarrollos re-cientes de la teoría y la práctica de los derechoshumanos, ecológicos, laborales, y otros, ponen elacento en la soberanía popular mucho más queen la soberanía estatal. Resurge de esta manerauno de los temas centrales de la teoría y la prác-

tica de la democracia. Si en sus orígenes la con-cepción moderna de la ciudadanía se refería alreconocimiento de derechos individuales frenteal Estado absolutista, el reconocimiento con-temporáneo de un plexo creciente de derechosexigibles transterritorialmente plantea la hipóte-sis de una «ciudadanía cosmopolita» reivindica-ble urbi et orbi (Archibugi 1993, 2000; Falk1994). Escenario conflictivo y contradictorio, elde la globalización es también uno de oportuni-dades, tanto como de constricciones, para el des-envolvimiento de las convicciones democráticasde los actores.

Dieron pie a la idea de una ciudadanía globallas grandes movilizaciones de protesta que con-vocaron en los años finales de la década de 1990y comienzos de la siguiente a un amplio arco deorganizaciones no gubernamentales, movimien-tos identitatorios, organizaciones sindicales y dederechos humanos, asociaciones de pequeños pro-ductores, movimientos ecologistas, uniones deconsumidores, etcétera, provenientes de una plu-ralidad de países. Esas manifestaciones multitu-dinarias que convocan a gente de varios países almismo tiempo, pueden ser vistas como la conti-nuación de las grandes movilizaciones europeasde la década de 1980 contra las armas nuclearesy por la paz mundial, que contribuyeron a des-bloquear el flujo de información entre el Este yel Oeste y a la erosión de los regímenes comu-nistas. Los blancos de las movilizaciones de losnoventas eran elementos típicos de la globaliza-ción: las asambleas anuales del FMI y el BancoMundial o las «cumbres» económicas de Da-vos, el Acuerdo de Libre Comercio de Américadel Norte (NAFTA), la propuesta Estadouniden-se de un Área de Libre Comercio para las Amé-ricas (ALCA) y las políticas que de todo esto sederivaban. Seattle a nivel global y Porto Alegreen el plano latinoamericano fueron los referentesparadigmáticos de esta búsqueda de construcciónde un poder contrahegemónico por encima de lasfronteras (Seoane y Taddei 2001, Sader 2002).

Este fue el clima de opinión en el que se ubi-ca el libro de Hardt y Negri (2002: 16). Segúnestos autores el imperio integra las funciones delEstado democrático en los mecanismos de man-do global de las grandes empresas transnacio-nales. Por lo tanto, la resistencia «debe situarseen un nivel igualmente global... No es posibleoponer resistencia al imperio a través de un pro-yecto que apunte a lograr una autonomía limi-

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tada... debemos atravesar el imperio y salir delotro lado» (2002: 186) recomiendan en militan-te. «La globalización debe enfrentarse con unacontraglobalización, el imperio con un con-traimperio.» El paso inicial en esa lucha es ladeserción (2002: 190), es decir, una estrategiade salida en el sentido de Hirschman (1977).«Las batallas contra el imperio podrían ganar-se a través de la renuncia y la defección. Estadeserción no tiene un lugar; es la evacuación delos lugares del poder» (2002: 191). El sujetode esa salida en el proceso de construcción deun contrapoder ya no puede serlo la clase tra-bajadora, ni el pueblo en el sentido que le asig-naba la política democrática de la modernidad,sino el conjunto multifacético y siempre cam-biante de esa pluralidad de identidades física ovirtualmente reunidas al mismo tiempo que des-territorializadas, flexibles y perpetuamente di-ferenciadas, de la multitud.

2. EL ESTADO COMADRONA DELA GLOBALIZACIÓN

Un número importante de estudios atribuyeel cambio económico global a las acciones de lasautoridades estatales. Afirman que desde la dé-cada de 1970 los gobiernos han formulado polí-ticas en respuesta a crisis económicas domésti-cas precipitadas por una serie de shocks externos,por la desregulación financiera en Estados Uni-dos —dirigidas a sostener los niveles extraordi-narios de financiamiento del déficit y respondera la prologada recesión que se inició en 1974—,para promover los negocios internacionales dedeterminadas corporaciones, o como parte de laconfrontación Este-Oeste en áreas estratégicaspara la coalición de naciones conducida por Es-tados Unidos. La hipótesis plantea que el Estadocrea las condiciones para la globalización, tantoactiva como pasivamente. En el primer sentido,ejecutando políticas y emprendiendo acciones di-rectas que impulsan desarrollos científicos y téc-nicos, orientando el comercio y el sistema fi-nanciero, planificando actividades e inclusohaciéndose cargo directamente de algunas de ellas.

Indirectamente, estableciendo marcos jurídicosde imposición y/o regulación que definen las con-diciones de acción de terceras partes —empresas,organismos no gubernamentales— y de sus pro-pias agencias. En sentido pasivo, delegando atri-buciones y funciones en entidades multilatera-les o en beneficio de terceras partes.

Esta hipótesis es heredera de la convergen-cia de dos corrientes de análisis del capitalismo.De una parte, la teoría marxista que, por encimade sus muchas variantes, afirma la funcionalidaddel Estado a la acumulación de capital. Desde lametáfora más bien simplista del «comité de ges-tión de la burguesía» hasta las más sofisticadasversiones del regulacionismo se reconoce que elEstado se encuentra, en el límite de sus capaci-dades de gestión autónoma, subordinado a los in-tereses, metas y objetivos de la clase dominante,a cuya realización contribuye y otorga imperati-vidad. Una proposición que, en realidad, ya habíasido formulada por el propio Adam Smith en losalbores del capitalismo industrial: «El gobiernocivil, en la medida en que es instituido para laseguridad de la propiedad, es en realidad insti-tuido para defender a los ricos contra los pobres,o a aquellos que tienen alguna propiedad contralos que no la tienen» (Smith 1976 II: 236)3. Lasegunda corriente deriva de la escuela del institu-cionalismo histórico, que demostró el carácterestratégico del papel desempeñado por el Estadoen la formación de las economías capitalistasmodernas no sólo en los escenarios de «desarrollotardío» (Veblen 1915; Polanyi 1944; Gerschenkron1962; Fishlow 1965; Kitching 1982). Esta corrientede análisis fue reforzada por los estudios sobre eldesarrollo industrial de Japón y otras naciones delAsia y el Pacífico en la segunda mitad del sigloXX4. El reconocimiento de la contribución esta-tal a la globalización capitalista se encuentratambién en algunos de los autores mencionados enla sección anterior (v. gr. Ohmae 1997: 41-43), perola hipótesis a la que se hace referencia ahoraasigna al Estado un papel mucho más decisivo queel de acompañamiento o coordinación.

Los autores de esta corriente comparten comopunto de partida que el Estado capitalista siempredesempeña o se espera que desempeñe algunas fun-

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3 Se inscriben en esta corriente COX 1987; PANITCH 1994, 1997; BIENEFELD 1994; VESSETH 1998; COX y SKIDMO-RE-HESS, 1999; SAXE-FERNÁNDEZ 1999.

4 Por ejemplo AMSDEN 1988, EVANS 1995, WEISS 1998, WADE 1999. JOHNSON (1962) fue el estudio pionero.

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ciones básicas respecto del capital: seguridad,crear condiciones políticas para la acumulación,dar sustentabilidad y gobernabilidad a los acuer-dos de poder entre clases y grupos sociales. Estoincluye garantizar los derechos de propiedad y elrespeto a los contratos, unificar monedas, sistemasde pesas y medidas, medición del tiempo, creacióny desarrollo de infraestructura, preservación delmedio ambiente, etcétera. El modo y los alcancesde ese desempeño varían de acuerdo a un arco am-plio de cuestiones y, en definitiva, a las relacio-nes de poder entre fuerzas sociales. En el pasadoestas funciones se desempeñaban fundamental-mente «hacia adentro»: constitución de mercadosnacionales, integración de la población a las rela-ciones capitalistas, homogenización cultural, eli-minación o subordinación de desafíos políticos, ysimilares, pero el colonialismo y el imperialismodemuestran que también hubo un desempeño «ha-cia fuera». Hoy la dimensión «externa» o trans-nacional adquiere más relevancia que la anterior—entre otras razones porque el trabajo interno yaha sido completado en casi todo el mundo.

Se afirma que la tesis del fin del Estado tie-ne varias debilidades. En primer lugar, exageralas capacidades del Estado «anterior» tal comofue reorganizado en la segunda postguerra con losacuerdos de Bretton Woods. Las políticas ma-croeconómicas expansivas de los gobiernos la-boristas y socialdemócratas produjeron resulta-dos mientras el crecimiento rápido proveyóexcedentes fiscales para ser gastados. Sobre estabase las políticas económicas y sociales delWelfare State fueron el resultado de un compro-miso de clase en el que el capital fue forzado aaceptar la participación de los sindicatos y elpapel del Estado en la estabilización de la eco-nomía; se trataba también de demostrar que ha-bía una alternativa democrática ante el crecimientode la gravitación política de los partidos comu-nistas en varios países de Europa. La viabilidadfiscal del Estado de Bienestar está condicionadapor la capacidad del sector público para captar ymovilizar los recursos necesarios para su finan-ciamiento, y al mismo tiempo garantizar una ade-cuada tasa de ganancia al capital. Se requiere,como mínimo, una presión tributaria que aporte

recursos para el financiamiento del bienestar, sinque esa carga genere desestímulos a la inversiónde capital, y el auspicio y promoción de sistemasde innovación que garanticen la elevación soste-nida de la productividad de las empresas.

Cuando este estímulo cesó con la prolonga-da recesión de los 70s la caída de los ingresos rea-les en los países de la OECD terminó con lossuperávit fiscales. En esas condiciones el equili-brio solo podía ser mantenido con costos cre-cientes reducción tendencial del ritmo de acu-mulación por caída de la rentabilidad del capital,deterioro de la productividad, pérdida de merca-dos externos, inflación, caída tendencial de losniveles de bienestar, crecimiento del desempleo,entre otros (Pen 1987). Los costos también fue-ron de índole política: por ejemplo, erosión dela base electoral de los partidos que apoyan estetipo de equilibrios, pérdida de legitimidad del Es-tado de Bienestar; la preocupación conservado-ra por la ingobernabilidad de la democracia sur-gió precisamente en esos años como reacción alos desafíos de los nuevos conflictos sociales a lacapacidad de gestión del Estado y al proceso deacumulación5. El agotamiento de la reactivaciónno definió un nuevo punto de partida sino el re-greso a un modo de relacionamiento Estado/ca-pital que ya había tenido vigencia en el medio si-glo que corrió entre la gran crisis financiera de ladécada de 1870 y el crac de 1929-30. El regresoa la transnacionalización fue una respuesta parasalir de la crisis.

En segundo lugar, no todos los Estados res-ponden de la misma manera a los cambios en susentornos y en sus propias sociedades. Los gobier-nos del sudeste de Asia y las socialdemocracias eu-ropeas tuvieron políticas proactivas defensivasde sus empresas y de sectores más amplios depoblación, que contrastan con la pasividad de lamayor parte de los de América Latina. Las dife-rencias en las respuestas obedecen a un conjuntoamplio de factores intervinientes: característicasdiferenciales de sus clases sociales, grados dife-rentes de homogeneidad sociocultural, relevanciade los respectivos países en la confrontaciónEste/Oeste para las potencias hegemónicas en lasdistintas regiones del mundo, etc.

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5 Véase CROZIER, HUNTINGTON y WATANUKI 1975. Este estudio fue elaborado a petición de la Comisión Trilateral, unaorganización «global» promovida por David Rockfeller e integrada por dirigentes políticos y empresariales de Estados Unidos, Eu-ropa occidental y Asia. Dos décadas después, otra organización «global» encargó un informe similar: véase DROR 1994.

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En tercer lugar está lo que Weiss denomina«construcción política de la debilidad estatal»(1998: 193). Pasar de un Estado proactivo o in-tervencionista a un Estado que se desprende desus capacidades de gestión y de conducción delconjunto social implicó el despliegue de una ex-traordinaria fuerza política en el sentido de im-posición de decisiones a contracorriente de lo quehasta ese momento era el funcionamiento normaldel Estado y el modo convencional de articular-se con las organizaciones económicas y la so-ciedad. Fue una transformación que se hizo a tra-vés de la sanción de leyes, la emisión de decretosy nuevas reglamentaciones, la transferencia decompetencias y responsabilidades, cuya efectivi-dad fue garantizada por la difusión de la consig-na política «no hay alternativas» y por la con-tundencia de los gases lacrimógenos, los camioneshidrantes y las balas de la policía.

Más que la supresión del Estado por el capi-talismo global, lo que se percibe son Estados muyactivos y grupos de poder trabajando en conso-nancia para asegurar un marco jurídico y políti-co que dé imperatividad a la variante anglosajo-na de capitalismo (Dore 2000), lo que StephenGill (1992) denominó «el nuevo constituciona-lismo del neoliberalismo disciplinario». Se ad-vierte en este particular una gravitación crecien-te de los estándares legales Estadounidenses tantoa nivel internacional como en los sistemas jurí-dicos domésticos para regular los sistemas fi-nancieros y registrar información. Con una fre-cuencia que crece a diario, conflictos legales deintereses son planteados ante tribunales de Esta-dos Unidos, y las grandes firmas legales de Es-tados Unidos protagonizan, desde hace varias dé-cadas, un acelerado proceso de expansióntransnacional (Sassen 1996, Dezalay y Garth2002). En poco más de una década el número deEstados que han dado nacimiento a regímenesinstitucionales que definen y garantizan, a travésde tratados internacionales de jerarquía constitu-cional, los derechos domésticos y globales del ca-pital, aumentó dramáticamente. Las políticas dedesregulación y privatización que pusieron enmovimiento a la globalización no sólo implica-ron la sanción de una cantidad notable de nuevasnormas para permitir funcionar libremente a losmercados; también aumentaron los ámbitos de in-tervención discrecional de los bancos centrales ylos ministerios de economía o de finanzas. Elresultado de esto es el surgimiento de una nueva

relación sistémica entre Estado y capital, que noha reducido el papel de los Estados —sobre todo,no ha reducido la gravitación global del gobier-no de Estados Unidos. Desde finales del siglo XXesa relación sistémica depende no sólo de la ex-pansión de las empresas y del soporte que en-cuentran en las políticas fiscales y en general eco-nómicas del Estado: depende también del podermilitar territorial de un promotor: «la capacidadde Estados Unidos de proyectar su poder militaren escala global» (Cox 1992). Lo que Cox plan-tea como constatación de un hecho coincide conla recomendación de un importante ideólogo dela derecha política Estadounidense: «Para que laglobalización funcione Estados Unidos no debetemer actuar como la superpotencia todopode-rosa que realmente es» (Friedman 1999). Parapropios y extraños la globalización sería así laversión contemporánea del imperialismo.

Para los autores que se ubican en esta pers-pectiva de análisis también es un mito la exis-tencia de la «corporación global». Investigacio-nes de importante cobertura internacional lespermiten afirmar que siguen existiendo diferen-cias notables en materia de estructura organiza-tiva, estrategias de proyección transnacional, in-novación, etcétera, entre grandes corporacionestransnacionales —diferencias que en general res-ponden a los diferentes estilos de desarrollo ca-pitalista contemporáneo: anglo-sajón, europeo yasiático. Las operaciones de las grandes corpo-raciones están efectivamente transnacionalizadas,pero sus matrices siguen estando en ciudades depaíses concretos, con instalaciones físicas asen-tadas sobre geografías determinadas, con domi-cilios que las obligan a encuadrarse en determi-nados regímenes legales. Hay así transnacionalesjaponesas, coreanas, Estadounidenses, francesas,alemanas, suecas, mexicanas... que movilizan enapoyo de su expansión a sus respectivos Esta-dos nacionales (Doremus, et al. 1998, Guedes2000, Morris-Suzuki 1998).

Las firmas de Estados Unidos han descansa-do en las élites políticas de ese país para ampliarsu competitividad global a través de la desregu-lación de los mercados de capital, empezandodentro de Estados Unidos, extendiéndolos luegoa varios países de Europa y culminando en las dé-cadas de 1980 y 1990 en una agresiva promociónde privatizaciones, apertura económica ampliay libre circulación de capitales en las nacionesmenos desarrolladas. Simultáneamente los es-

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fuerzos para promover la movilidad del capitaldentro de los mercados domésticos fueron acom-pañados Estados Unidos, Gran Bretaña, Alema-nia, Italia de una intensa campaña de presión pararecortar los programas de bienestar social y ob-tener el apoyo del gobierno para debilitar el po-der de los sindicatos (Cox 1987: 219 y sigs., Coxy Skidmore-Hess 1999: 3 y sigs.) En todos ellostuvo lugar una dinámica articulación entre polí-ticas internas y políticas de expansión transterri-torial. Con un retardo de casi dos décadas Fran-cia, España y otros gobiernos europeos se sumaronabiertamente a la política de promoción de la glo-balización de sus economías, colaborando paraque sus mayores empresas sacaran ventajas de laola de privatizaciones de empresas estatales enAmérica Latina.

Lejos de ser un desarrollo natural, la globali-zación resulta, en estos análisis, una estrategia depoder de determinados actores económicos y po-lítico-estatales (Jameson 2000). Un efecto de esaestrategia es lo que Cox llama «internacionaliza-ción del Estado», es decir la compatibilizacióndel Estado a los imperativos de la expansión trans-nacional de las empresas. Esa compatibilizaciónpresenta tres aspectos principales: i) un procesode formación de consenso internacional respec-to de las necesidades o requisitos de la economíamundial, que se manifiesta en un encuadra-miento ideológico compartido (por ejemplo,criterios de interpretación de los acontecimientosy de los objetivos en clave de globalización y ho-mogenización y no de diversificación, relacionesde poder, u otros); ii) la participación en la ge-neración de este consenso está jerárquicamenteestructurada; papel central en su formulación ydifusión corresponde a las cadenas de medios, alas instituciones académicas del mundo desarro-llado y a los organismos multilaterales; iii) laestructura interna de los Estados es reformada demodo que cada uno de ellos pueda traducir el con-senso global en políticas y desempeños nacio-nales (Cox 1987: 254). Las dificultades paraque la estrategia globalizadora culmine en la for-

mación de un consenso efectivamente global, opor lo menos del que participen todos los actorespolíticamente relevantes, es lo que, en opinión dePanitch (1997), explica la difusión en la décadade 1990 de un número impresionante de tratadosinterestatales de garantía de inversiones y cues-tiones conexas, destinados a obligar legalmentea los futuros gobiernos a respetar la disciplina delos mercados de capital6.

El Estado no debe ser visto como corriendo ala zaga de las empresas ni como plumas al vientode las fuerzas globales, sino como copartícipes delproceso de acumulación, con capacidad para defi-nir senderos estratégicos y grandes objetivos porencima de intereses inmediatos o metas coyuntu-rales. Tomando como referencia a los Estados des-arrollistas del sudeste de Asia Robert Wade (1999)llama a esto «mercado gobernado», mientras quePeter Evans (1995) lo denomina «autonomía en-raizada» (embedded autonomy) y Linda Weiss(1998) «interdependencia gobernada»; enfocan-do al capitalismo europeo, Hirst (1996:65 y sigs.)refiere por su lado a un «Estado nacional de com-petencia». Al margen de diferencias puntuales,todos ponen el acento en las dinámicas interco-nexiones entre agencias gubernamentales y deci-siones empresarias que se encuentra en la base deldesarrollo industrial de esas naciones7.

De acuerdo a Wade el desempeño superior deJapón y de los NICs fue resultado de fuertes in-versiones en industrias internacionalmente com-petitivas y de alto crecimiento. Los niveles ex-cepcionalmente altos de inversión en los sectoresde creciente incorporación de tecnologías de pun-ta fueron el resultado deliberado de un conjuntode políticas industriales estratégicas diseñadas porel Estado y no por las empresas individuales. Esaspolíticas fueron implementadas con más consis-tencia y fueron más efectivas que en otros paí-ses en desarrollo, debido a un conjunto particu-lar de arreglos institucionales, en este caso unEstado autónomo fuerte. En ausencia de algunaforma de coordinación, no hay garantía de que losahorros y la inversión sean canalizados hacia

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6 De los 154 Estados que, a partir de los años sesenta, firmaron el «Convenio sobre Arreglo de Diferencias Relativas entreEstados y Nacionales de Otros Estados» del Banco Mundial, 62 lo hicieron desde 1990 en adelante. Los «nacionales de otros Es-tados» son los inversores privados extranjeros. Vid. http://www.worldbank.org/icsid.htm.

7 WEISS (1998: 35-37) dedica varias páginas a discutir el concepto de Evans y a diferenciarlo del de «independencia gober-nada» que ella propone. Es cierto que éste destaca mejor la capacidad de conducción estatal que la embedded autonomy de Evanspero para los efectos de nuestro tema la cuestión no es relevante. También PANITCH (1997) discute el concepto de Evans.

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actividades productivas en vez de especulativas,o que se orientarán al avance tecnológico más quea estrategias de cortar costos. El gobierno del mer-cado se expresó, según Wade, en tres grandes as-pectos: un banco estatal de inversiones para lapromoción de exportaciones o de sectores parti-culares; la reestructuración económica de los sec-tores considerados estratégicos, y fuertes inver-siones en investigación y desarrollo paradesarrollar y diseminar nuevos productos y tec-nologías. Este conjunto de grandes acciones depolítica, ejecutadas de manera sostenida durantedos décadas o más, permitió poner «a punto» aeconomías devastadas por la guerra, o muy atra-sadas, para una exitosa globalización. Evans porsu parte destaca la particularidad de estas admi-nistraciones estatales en sus relaciones con el mapasocial. Por un lado, preservando autonomía res-pecto de grupos de interés particulares, de mane-ra tal que las relaciones entabladas por determina-das agencias gubernamentales —por ejemplo elMITI japonés, o el Economic Planning Board deCorea— con determinadas empresas o asociacio-nes empresarias obedecieron a objetivos política-mente definidos y se previno la captura del Esta-do por intereses particulares. Por otro lado, lasvinculaciones con los actores económicos priva-dos dio a las burocracias estatales un conocimien-to adecuado de esos actores y una interlocucióneficaz con ellos, permitiendo una mejor imple-mentación de las políticas (Evans 1989, 1995).

Weiss remarca el papel del Estado como fa-cilitador de la globalización. Japón, Corea, Tai-wan, Singapur, muestran al Estado como catali-zador de estrategias de internacionalización delas empresas. Estados institucionalmente fuertescomo Japón o Singapur han promovido la reubi-cación en el exterior de partes de los procesosde producción, brindando a las empresas condi-ciones de infraestructura, estímulos guberna-mentales y relaciones gobierno-empresas simila-res a las que tienen en casa. Por años el MITI tratóde manejar los desequilibrios comerciales conUSA asistiendo a las empresas para localizarseoff-shore. En Vietnam, Camboya y Laos el MITIse involucró en la selección y planeamiento deciudades modelo como zonas francas que sirvencomo incubadoras en la transición a una econo-mía de mercado (Weiss 1998: 204-205). Cuan-do el gobierno de Estados Unidos lanzó la Ini-ciativa de la Cuenca del Caribe en 1982, quedefinía un ingreso preferencial al mercado Esta-

dounidense en beneficio de industrias livianas ins-taladas en varios países del esa región, los go-biernos de Japón, Corea y otros países asiáticospromovieron la exportación de plantas industria-les a aquellas naciones, a fin de que las empresaspudieran captar esas preferencias (Green 1998).Singapur pasó de atraer firmas extranjeras, a es-timular a firmas nacionales a instalarse en el ex-terior: parques industriales en China, Malasia,Vietnam, Tailandia, Hong Kong, Indonesia. Enese país, como en Corea y Taiwan agencias gu-bernamentales o del tipo gobierno-a-gobierno es-timulan este proceso de reubicación empresarial,proveyendo información económica, e incenti-vos. Existen asimismo políticas de apoyo estatalpara que las firmas locales entren en asociacio-nes con multinacionales en determinados secto-res estimados estratégicos (Weiss 1998: 207-8).

Como consecuencia de todo esto, la globali-zación debería entenderse como un fenómeno in-fluenciado políticamente más que tecnológica-mente. Es político, primero, en el sentido generalque la apertura de mercados de capital ha ocu-rrido como resultado directo de los gobiernos quecedieron a presiones de intereses nacionales fren-te a crisis internacionales, y diseñaron la imple-mentación de políticas efectivas. Pero es políticotambién en el sentido más específico aquí discu-tido: que un número de Estados está buscando di-rectamente promover y estimular más que cons-treñir la internacionalización de la actividadempresarial en el comercio, la inversión y la pro-ducción. Desde esta perspectiva la internaciona-lización del capital «puede no simplemente res-tringir las opciones de política, sino tambiénexpandirlas» (Weiss 1998: 208).

3. ESTADO, CAPITAL Y CONFLICTOSDE PODER

Los enfoques resumidos en las dos seccionesanteriores divergen en algo más que en lo refe-rente al papel y el fututo del Estado en los nue-vos escenarios. Las diferencias refieren ante todoa los orígenes y fuerzas impulsoras de la globa-lización. Para el primer grupo la globalización esun conjunto de efectos —aceleración de las trans-acciones y ampliación geográfica de su cobertu-ra, movilidad del capital, la producción y las tec-nologías, homogenización tendencial de gustos yestilos de vida, fragmentación de grandes agre-

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gados identitarios, etcétera— derivados de fac-tores instrumentales: innovaciones tecnológicas,desarrollo de nuevas herramientas financieras, ysimilares. Se trata de movimientos unidireccio-nales que obedecen a la naturaleza de las cosasy frente a los cuales no existen alternativas.Para el segundo grupo de autores en cambio laglobalización es la manifestación contemporáneade la multisecular dinámica expansiva del capi-tal; si alguna naturaleza está de por medio, éstaes la del capital: «la globalización es una cues-tión, el capital es la cuestión» (Tabb 1997). Esadinámica ha conocido avances y retrocesos en di-versos periodos de su historia; cada uno de ellosha enmarcado modalidades particulares de rela-ción entre la expansión transfronteriza del capi-tal y el poder político organizado territorialmen-te en el Estado. En ocasiones anteriores heanalizado estas caracterizaciones de la globali-zación; por tal razón no se reiterarán aquí (Vilas1994, 1999a).

«Debemos cuidarnos de los globalistas y trans-nacionalistas más entusiastas» —advierte Mann(2000)— «Con escaso sentido histórico exageranla fortaleza de los Estados-nación en el pasado;con poco sentido de la diversidad global, exage-ran su actual decadencia; y, finalmente, con pocosentido de su pluralidad, colocan fuera de juegoa las relaciones internacionales». Por su lado, elénfasis puesto en el papel del Estado como faci-litador o promotor de la transnacionalización eco-nómica y financiera y el referenciamiento de laglobalización presente a una matriz histórico-es-tructural de relaciones capital/Estado, conducecon frecuencia a minimizar las transformacionesque el Estado experimenta en su organización ymodos de desempeño. Si la hipótesis del Estadovíctima descontextualiza los cambios y las in-novaciones y privilegia lo momentáneo, la hi-pótesis del Estado comadrona suele cometer unerror homólogo aunque de signo inverso: abso-lutiza los elementos de permanencia y soslaya loscambios; al hacerlo, disminuye su capacidad deidentificar, en los nuevos escenarios, la especifi-cidad de las fuerzas sociales que actúan en ellos,las nuevas líneas de confrontación o de acuerdos,las opciones que se abren a estrategias de cues-tionamiento y elaboración de alternativas. En estasección se presenta un enfoque de la relación Es-tado-globalización prestando atención preferen-cial a lo que ella tiene de relación de poder polí-tico entre fuerzas sociales. Es un enfoque que se

orienta en el mismo sentido que la segunda de lashipótesis resumidas antes, pero que se hace car-go también de varios elementos enfatizados porla primera, aunque insertándolos en otro con-junto de significados.

Los procesos de desarrollo capitalista —na-cional, transnacional, globalizado, imperial o elque sea— son a un mismo tiempo procesos dedespliegue de poder político y económico, yello desde los inicios de su única y compartidahistoria. El capitalismo nació con un dinamismotransterritorial que demandó del apoyo y la pro-moción del poder político organizado como Es-tado de base territorial (Poggi 1978, Portinaro2003). A través de los quinientos años que me-dian de entonces hasta ahora, las modalidades,instrumentos y ritmos de esta relación han varia-do, condición básica para que la misma hayapodido subsistir. El análisis de las modalidadesque ella asume en este momento demanda porlo tanto tener cuidado para que la persistenciade la relación histórica no distraiga respecto desu cambiante fenomenología. Esto vale tanto paralas transformaciones en la organización econó-mica y en su despliegue geográfico como para lasmodificaciones en la organización y las capaci-dades estatales.

El Estado es a un mismo tiempo institucio-nalización de relaciones de poder, aparato de ges-tión y fuente generadora de identidades (Vilas2001a, 2002). La limitación fundamental de la te-sis del Estado víctima consiste en reducir al Es-tado a la segunda de esas dimensiones, soslayandolo que ocurre con las otras dos y, sobre todo,con la primera de ellas. Desde el punto de vistade la política, el Estado es ante todo institucio-nalización de las relaciones de poder entre fuer-zas sociales y de su articulación con el sistemainternacional de relaciones políticas, comercia-les y financieras. Las instituciones políticas y susformulaciones constitucionales y legales son laexpresión de un bloque de poder en el que se con-jugan jerarquías de clase, étnico-culturales y degénero, entre otras: organizaciones empresaria-les y sindicales, movimientos sociales, gruposidentitarios. Se expresa a través de mandatos obli-gatorios (leyes, decretos, sentencias judiciales,reglamentos, etc.) dentro de un ámbito territorialdelimitado. La soberanía del Estado consiste enla capacidad que éste tiene para asegurar que esosmandatos serán efectivamente aceptados dentrode la delimitación territorial de sus competencias.

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El bloque de poder puede estar constituido, yusualmente lo está, por un entrelazamiento de ac-tores nacionales y externos, pero esto no releva aese bloque de poder de la necesidad de recurrir alEstado para que sus objetivos, intereses, deman-das, se conviertan en políticas y normas de aca-tamiento obligatorio.

Corresponde en este punto distinguir concep-tualmente entre la soberanía del Estado, así en-tendida, y su autonomía8. Autonomía es la capa-cidad de los Estados para definir objetivos y fijarmetas, seleccionar y emplear instrumentos efica-ces y eficientes, moviliza recursos, y mantenerbajo control las restricciones bajo las cuales ope-ran las políticas públicas, incluyendo el compor-tamiento de otros actores. La autonomía no es ab-soluta; es más bien una resultante del tipo derelaciones que se generan con los actores socialesy económicos, y de los escenarios regionales e in-ternacionales en que esas relaciones se desen-vuelven. En la medida en que el Estado es insti-tucionalización de relaciones de poder, los alcancesefectivos y el sentido real de su autonomía deri-van de las relaciones de poder así institucionali-zadas. Autonomía implica siempre algún tipo denegociación. Mayor o menor autonomía respec-to de ciertos actores (empresas, sindicatos, orga-nizaciones sociales, otros Estados, organismosmultilaterales, etc.) significa mayor o menor ca-pacidad del Estado para definir estrategias y ob-jetivos de acción, movilizar recursos, ejecutar po-líticas. Que esos actores sean «internos» otransnacionales no es en sí relevante. Los ejem-plos que se dan usualmente para abonar la tesisdel deterioro de la soberanía estatal —por ejem-plo, las condicionalidades de los organismos fi-nancieros multilaterales, la delegación de facul-tades decisorias en organismos de terceros Estados(tribunales de justicia o de arbitraje, calificacio-nes técnicas, etc.), la implementación de deter-minadas políticas— son en realidad ilustracio-nes de una transferencia de facultades decisoriasen virtud de un ejercicio del poder soberano delEstado delegante. Al igual que muchas firmastransnacionales recurren al outsourcing para abas-tecerse de determinados insumos, partes o pro-cedimientos, así también existe un outsourcing depolíticas públicas y de doctrinas económicas que

los Estados adquieren llave en mano. Ningún par-ticular puede dotar de imperatividad a esas con-dicionalidades; sólo el poder del Estado está encondiciones de hacerlo y de forzar su aceptaciónpor todos los habitantes de su territorio.

La política de endeudamiento externo ilustrabien este asunto, en cuanto desempeñó un papelimportante en el acotamiento ulterior de los már-genes de acción y los instrumentos de política. Elrecurso a endeudamiento externo obedece bási-camente a la insuficiencia de recursos financie-ros nacionales movilizables para la implementa-ción de determinadas políticas. Salvo ensituaciones de catástrofe, guerras o similares, lagente es más bien renuente a pagar impuestos, ylos grupos más acomodados, que son quienes enprincipio p odrían hacerlo en mayor proporción,son también los que están mejor organizados y encondiciones de resistir con éxito las pretensionesfiscales. Por otro lado, la relación de concordan-cia básica entre el bloque dominante de poder yel Estado moderan el interés de los gobiernos enavanzar sobre la capacidad contributiva de susbases de sustentación. A medida que crece la par-te de las rentas nacionales que se destina al ser-vicio de la deuda, los gobiernos se preocupan máspor cumplir con los mercados financieros exter-nos y los organismos financieros multilaterales,que con su propia ciudadanía. La reorientacióndel gasto público, las transformaciones en el apa-rato administrativo, las opciones en materia detipo de cambio, política fiscal, etc., resultanacotadas por sus compromisos con los merca-dos financieros globales, con impactos negativosen las condiciones de vida de muchos de sus pro-pios habitantes. El Estado pierde representativi-dad ante los ojos de la mayoría sus ciudadanos yla gana respecto de los grupos mejor articuladosa los movimientos transnacionales del capital.

Las estructuras de poder internacional gravi-tan fuertemente en las capacidades de acción yen las modalidades de organización de los Esta-dos, y en la compleja red de relaciones entre és-tos y los actores que actúan en su territorialidad.Los cambios en las capacidades, instrumentos ymodalidades de gestión pública en los Estadosdel mundo desarrollado a partir del decenio de1970 tuvieron lugar en respuesta a la definición

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8 Aquí retomo algunas ideas de un trabajo anterior: vid. VILAS 2000a. A su vez, ese texto desarrolla un comentario de DavidHeld (1991).

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de otras metas y objetivos que a su turno expre-saron, en el plano de las agencias y organismosestatales, transformaciones profundas en las re-laciones de poder político: retroceso de la efica-cia política de las organizaciones sindicales y engeneral del movimiento obrero —epitomizadapor la derrota de la huelga de los mineros ingle-ses—, subordinación del capital productivo al ca-pital financiero, y otros de similar envergadura queexplicitaron el cambio de un bloque de poder y unestilo de acumulación keynesiano-fordista por otroconvencionalmente denominado neoliberal. Lastransformaciones domésticas encontraron rápidacomplementación en las rearticulaciones externas.Algo similar, de mucho mayor dramatismo y demás amplias implicaciones, tuvo lugar con la im-plosión de la URSS y de las llamadas democraciaspopulares de Europa. En todos los casos el des-mantelamiento de los mecanismos de intervenciónrequirió una previa concentración de facultades de-cisorias en su aparato institucional, necesaria paraimpulsar la apertura y las desregulaciones, ven-cer las resistencias y modificar los equilibrios pre-existentes. La retracción de la gestión pública enel terreno de la economía y de las relaciones so-ciales fue viabilizada por el fortalecimiento del Es-tado en su dimensión de expresión institucional delpoder político, en concordancia con las nuevas me-tas y objetivos (Vilas 2000b).

La aplicación de las nuevas tecnologías elec-trónicas de procesamiento de recopilación y pro-cesamiento de información dotó al Estado de ma-yores capacidades de vigilancia y control de lapoblación, o de determinados segmentos deella. De esta manera el debilitamiento relativo dela capacidad estatal de control o regulación de losmovimientos de capital es compatible con el re-fuerzo de los controles fronterizos para prevenirla movilidad internacional de la mano de obra opara que las condiciones de ilegalidad creadas poresos controles permitan bajar adicionalmente lossalarios. El análisis y los controles cruzados deinformación sobre las personas provenientes deuna enorme cantidad de fuentes mejora las ca-pacidades de vigilancia y control de la población—ciertamente, tanto por los Estados como por lasgrandes empresas. Así, internet sirve para el «cha-teo» ocioso, el acceso a información académica

y las convocatorias globalifóbicas tanto comopara un más sistemático control y regimenta-ción de los individuos y sus organizaciones. Eldesarrollo de un conjunto amplio de nuevas tec-nologías ha permitido la expansión hasta límiteshasta ahora desconocidos de lo que Mann (1984)denominó «poder infraestructural» del Estado, esdecir, el poder que diseña las circunstancias y loscontextos en que las personas actúan y toman de-cisiones y el arco de opciones abierto a éstas9. Adiferencia del poder coactivo, que se ejerce di-rectamente sobre las personas y sus patrimonios,el poder infraestructural se ejerce de manera in-directa configurando los parámetros de las op-ciones individuales o colectivas. La historia delEstado moderno es también la historia de la ex-pansión de su poder infraestructural, vale decirde su capacidad para penetrar la sociedad e inci-dir en su configuración efectiva mucho más quede su poder coactivo directo. Éste ha crecido ex-traordinariamente en décadas recientes gracias aldesarrollo y aplicación de nuevas y sofisticadastecnologías; sin embargo la fuerza política del Es-tado radica ante todo en la eficacia y proyeccio-nes de su poder infraestructural.

¿Qué pasa entonces con la soberanía delEstado y con su dimensión territorial? La res-puesta es que, fundamentalmente, se transforma.Este es un punto en el que la hipótesis de la vic-timización del Estado por la globalización resultaparticularmente desprendida de cualquier puntode contacto con la realidad. La hipótesis incu-rre en un claro sobredimensionamiento, una exa-geración explícita en el modo en que la capaci-dad soberana del Estado es presentada por esosautores. Es más que dudoso que la definición queJean Bodin dio de la soberanía —«el poder ab-soluto y perpetuo de una república»— haya exis-tido alguna vez, y ciertamente no existía en laFrancia del siglo XVI. El enunciado de la teoríatuvo un sentido programático —fortalecer el po-der de la monarquía—; la efectiva construcciónde un poder soberano dentro de demarcacionesterritoriales indisputadas tuvo lugar junto con eldesarrollo de los mercados capitalistas de al-cance nacional a partir de haberse alcanzado,tras la paz de Westfalia (1648) un relativo equi-librio de poder.

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9 En un sentido parecido, STRANGE 1998:17 y sigs; y Joseph NYE 1990.

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Los señalamientos recientes de autores comoOhmae, Guéhenno y otros en el sentido que lamovilidad transfronteriza del capital erosiona elpoder soberano de los Estados tienen un valorprogramático similar, aunque de contenido opues-to, al de Bodin, y repiten tal vez sin saberlo pá-rrafos precursores de Adam Smith: «El propieta-rio de capital es un ciudadano del mundo y noestá necesariamente atado a ningún país. Si se leexpone a una inspección vejatoria para someter-le a un impuesto gravoso abandonará el país yse llevará su capital hacia otro lugar donde pue-da hacer negocios o disfrutar de su fortuna conmás tranquilidad (...) Cuando debido a los dis-tintos impuestos... los dueños e inversores del ca-pital comprueban en un país determinado quecualquier ingreso que de él derivan no comprala misma cantidad de bienes que un mismo in-greso puede comprar en otros países, están dis-puestos a trasladarse a algún otro lugar. Y cuan-do para recaudar esos impuestos la mayoría delos comerciantes e industriales, es decir todos ola mayoría de los inversores de los grandes ca-pitales, resultan expuestos a las mortificacionesy vejatorias inspecciones de los recaudadores,esta disposición a marcharse se transformará pron-to en una marcha efectiva» (1776, libro V, cap II).

Los Estados siguen siendo soberanos, no enel sentido mítico de entidades todopoderosas den-tro de sus respectivos territorios —que nunca lofueron—, sino en el sentido que mantienen y vi-gilan las fronteras de ese territorio, generandocondiciones institucionales diferenciadas para losmovimientos de capital, de información, tecno-logías y personas —costos salariales, tasas de ga-nancias o presión tributaria, por ejemplo. La exis-tencia de regímenes regulatorios, tratados sobreinversiones, delegaciones de competencias haciaentidades multilaterales no es el resultado de unapreferencia o una fuerza inmanente al capitalis-mo, sino de la decisión de los Estados que hanconvenido en crearlos o acordarlos (Hirst yThompson 1996: 190)10. Las transformaciones re-cientes son consistentes con una economía alta-mente internacionalizada en el que la integracióneconómica es impulsada por las grandes empre-sas tanto como por los gobiernos nacionales. Los

nuevos marcos jurídicos que el Estado crea di-rectamente, mediante tratados inter-estatales o de-legaciones a organismos multilaterales —porejemplo tratados bilaterales de inversiones y or-ganismos multilaterales de arbitraje de conflictosen materia de inversiones internacionales, acuer-dos regionales de libre comercio— definen lascondiciones políticas e institucionales en que sedespliega la economía globalizada. En Europa elproceso de integración económica que culminóen Maastrich fue conducido políticamente porAlemania, del mismo modo que en América La-tina la propuesta de un área continental de librecomercio y desregulación de las inversiones esimpulsada por el gobierno de Estados Unidos,mucho más que por las empresas de los diferen-tes países. Estos países cuentan además un poderdominante de decisión en organismos multilate-rales como el Banco Mundial, el FMI y otros.

La reducción relativa de la capacidad regu-latoria o de decisión del Estado en algunos as-pectos tiene lugar junto con el aumento de ese po-der en otros, según se ha visto, y esos avances yretrocesos relativos —en el sentido que muchasveces son el resultado de mayores avances o re-trocesos del poder de otros actores más que devariaciones en las capacidades del Estado— cons-tituyen la historia efectiva de la soberanía estatal(Everard 2000)11. Cuando se observa la historialarga del capitalismo —y del Estado moderno—se advierte que los periodos de retracción o «lais-sez faire» son tan prolongados y recurrentes comolos de regulación. También en este sentido, porlo tanto, la actual retracción del Estado deberíaser vista como algo relativo.

La experiencia del sudeste de Asia demues-tra que existe siempre algún margen de autono-mía estatal para definir vías de desarrollo, inclu-yendo la promoción global de los gruposeconómicos nacionales, en la medida en que se-pan inscribirse con realismo en los escenarios re-gionales. Los estudios que hemos comentado enla sección anterior dejan poco lugar a dudas. Esosmismos estudios soslayan sin embargo un factorgeopolítico decisivo, que también supo ser apro-vechado por los Estados respectivos. En efecto,todas las experiencias exitosas de Estados desa-

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10 En el mismo sentido, Painter 1995.11 Es posible que cuando Castells (1997: 243) afirma que el Estado ha perdido su poder pero no su influencia se refiera a esta

situación de cambios relativos; de todos modos la formulación es insatisfactoria por imprecisa.

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rrollistas cobraron vida en el marco geopolíticode la guerra fría. En ese contexto los Estados dela región fueron relevados de los pesados gastosmilitares —en el caso de Japón, de por sí ex-traordinariamente reducidos por las condicionesen que firmó su rendición— de los que se hizocargo Estados Unidos en su política de confron-tación con China y la URSS. Los gobiernos de laregión cedieron soberanía en materia de políticasde defensa exterior, diseño de sus relaciones di-plomáticas, participación en organismos su-praestatales, y similares, y ampliaron el margende autonomía para políticas económicas, conso-lidación y expansión de mercados, relanzamien-to comercial internacional. Este particular con-texto explica la tolerancia Estadounidense haciadecisiones de política económica —por ejemplo,reforma agraria o nacionalización del sistema fi-nanciero— en los años en que esas mismas polí-ticas, aplicadas en países como Guatemala o Bra-sil, dieron lugar a invasiones militares o golpes deEstado explícitamente estimulados y apoyados porla Casa Blanca. En los escenarios geopolíticos ra-dicalmente diferentes de la década de 1990, y conuna nueva generación de economistas y funcio-narios formados en universidades de Estados Uni-dos, cambios de rumbo drásticos en la política eco-nómica llevaron al desmantelamiento del Estadodesarrollista y crearon condiciones para la gesta-ción de crisis severas (Amsden 1994, Wade y Ve-neroso 1998, Cummings 1998).

El mundo de nuestros días —llámeselo im-perialista, globalizado o imperial— es uno deenormes desigualdades en materia de acceso a re-cursos, calidad de vida y de poder, tanto dentrode los Estados como entre Estados. Esta consta-tación elemental está conspicuamente ausente delas argumentaciones de Ohmae, Guéhenno y otros.Hardt y Negri, pese a reconocer el extraordinariopoder movilizado por el imperio lo presentancomo algo que no queda claro en manos de quiéno quiénes está: «El poder imperial opera a tra-vés de medios globales y absolutos: la bomba,el dinero y el éter. La panoplia de armas termo-nucleares efectivamente reunidas en el pináculodel imperio representa la continua posibilidad dedestruir la vida misma» (2002: 302). Como ya an-tes advirtieron que el imperio no tiene unas ubi-

cación territorial precisa pues se trata de un «nolugar» no queda claro quién es que el podría apre-tar el botón de la doomsday machine ni dónde estaguardada; en qué lugar del imperio se concentrael mayor número de las mayores corporacionestransnacionales, la mayor cantidad de innova-ciones científicas y técnicas, dónde están ubica-das las mayores cadenas de multimedios12.

En realidad lo que está en crisis no es el prin-cipio de la soberanía del Estado sino el de la igual-dad soberana de los Estados, tal como fue reco-nocido en la segunda posguerra del siglo XX yrecogido en la carta de la ONU. Los tres siglosposteriores a la paz de Westfalia fueron tambiénsiglos de colonialismo e imperialismo, durantelos cuales los Estados más poderosos militarmenteo económicamente dejaron —en principio— decompetir entre sí por sus respectivos territorios yrecursos metropolitanos para hacerlo por el con-trol de territorios, los recursos y el comercio deultramar. La «costumbre de los Estados» —es de-cir la conducta de los Estados más poderosos—devino fuente de derecho internacional. El equi-librio de poder —cuestión fáctica— como prin-cipio rector de las relaciones entre Estados con-virtió en principio jurídico la capacidad de acciónde los Estados más fuertes, incluyendo el dere-cho a intervenir en y sobre otros más débiles. Lacapacidad fáctica de intervención devino derechode intervención. Al contrario, el principio de nointervención es constitutivo del nuevo orden in-ternacional posterior a 1945. Así como en elplano interno el Estado de derecho descansa,entre otros aspectos, en el monopolio estatal dela violencia, así también se suponía que la ONUmonopolizaría el ejercicio de la violencia legíti-ma en el plano de las relaciones entre Estados.Este principio estuvo políticamente sustentadodurante el medio siglo siguiente por el equilibriode poder militar —incluso de poder nuclear— dela guerra fría. La implosión soviética dejó el te-rreno libre para las políticas expansivas de los Es-tados Unidos y para su interpretación selectiva enfunción de los objetivos de política de los go-biernos de Estados Unidos. En el orden interna-cional de la década de 1990 los derechos de losEstados más débiles pueden ser vulnerados conel argumento de que la ley internacional no se

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12 El «no lugar» de Hardt y Negri, como la «no sociedad» de Guéhenno, recuerdan el dictum de Margaret Thatcher: «la so-ciedad no existe».

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aplica plenamente a ellos (Estados criminales oterroristas según la rotulación establecida por Was-hington) mientras que los Estados más podero-sos pueden reclamar inmunidad con el argu-mento de que en definitiva son ellos quienes hacencumplir esa ley —trátese del protocolo de Kyo-to sobre protección atmosférica, del Convenio In-ternacional sobre Armas Pequeñas o del TribunalPenal Internacional.

La política internacional de la segunda mitaddel siglo XX demuestra asimismo que la consti-tución de organizaciones supraestatales a partirde la delegación de atribuciones no implica ne-cesariamente una erosión del poder de los Esta-dos individuales, y puede, al contrario, incrementarel despliegue extraterritorial y la legitimación delpoder de algunos de ellos. Es éste un aspecto dela cuestión que muchos observadores pasan poralto. El modo convencional de observar la rela-ción entre el Estado y la amplia red de organis-mos supraestatales pone el acento en el estrecha-miento del margen de decisiones de los Estadosindividuales por efecto de la delegación a esoscuerpos superiores (Held 1991: 197-235; 1997).Sin embargo Estados Unidos libró las guerrasde Corea, los Balcanes y Afganistán enarbolan-do las banderas de la ONU y la OTAN, e invadióvarios países de América Latina utilizando elrótulo consentidor de la OEA. Sólo en la invasióna Irak en 2003 no pudo encontrar legitimación dealguno de esos organismos. Del mismo modo, fueapelando a la cobertura del Pacto de Varsovia quela URSS invadió Hungría, Polonia y Checoslo-vaquia. En todos estos casos el involucramientode un organismo supraestatal fue el instrumentoque permitió que determinados Estados ejecuta-ran políticas de poder a expensas de otros, y quehabrían merecido la condena de la comunidad in-ternacional en caso de haber actuado sin aquel pa-raguas. Frente a este conflicto entre normas dederecho internacional y prácticas políticas reales,no resulta excesivo el comentario irónico de Bren-nan (2001): «la fantasía cosmopolita que algunavez sedujo a Dante o a Kant cobraría vida, en larealpolitik de hoy, en las tropas de rápido des-pliegue, los jets de transporte de tropas, los misi-les crucero y la vigilancia satelital».

Existe por lo tanto una pauta de cambio asi-métrico en la soberanía estatal: una tendencia mar-cada hacia su erosión en la mayor parte de los Es-tados, acompañada por una acumulación deexcepcionales prerrogativas por otros. Estados

Unidos no ha exhibido ninguna tendencia dis-cernible a abandonar la política de poder o a subor-dinarse a autoridades globales supraestatales cuan-do esa subordinación va contra sus intereses degran potencia. Las pautas de intercambio econó-mico (de bienes, servicios, inversiones) siguenestando configuradas en gran medida por la di-plomacia estatal, estableciendo los marcos lega-les e institucionales para el funcionamiento de lasempresas y los mercados. El libre cambio y la des-regulación en algunos sectores van de la manocon el proteccionismo en agricultura, acero, tex-tiles e indumentaria, y cualquier otro sector con-siderado estratégico o de interés para las corpo-raciones más sólidamente articuladas a losgobiernos. Esto tampoco es una novedad apor-tada por la globalización, por más que las herra-mientas de política y su contundencia hayan va-riado. La estrecha vinculación de interesespetroleros con la Casa Blanca parece estar jugandoen la invasión a Irak —como antes en Afganis-tán— un papel similar al que tuvo en la invasióna Guatemala de 1954 la presencia, en posicionesclave del gobierno Estadounidense, de los prin-cipales accionistas de la United Fruit Co. —loshermanos John F. y Allan Dulles, respectivamenteSecretario de Estado y jefe de la CIA. Ya a prin-cipios de la década de 1970 Samuel Huntingtonseñalaba que lo que usualmente se conocía como«mundo libre» era en realidad la zona de seguri-dad de Estados Unidos en el sistema de la gue-rra fría. Según este autor, los gobiernos de esazona aceptaron la garantía de Washington de res-petar la independencia relativa de sus países y dedefenderla ante eventuales amenazas del bloquesoviético —y en el sudeste asiático, de China—a cambio de permitir el acceso de una variedadde agencias gubernamentales y empresas de Es-tadounidenses a los recursos y los mercados. Lamayoría de esos gobiernos encontraron que eramás beneficioso aceptar este acuerdo que opo-nerse (Huntington 1973). Brzezinski es aún másexplícito: «La supremacía global de los EstadosUnidos recuerda a la de los viejos imperios (que)basaban su poder en una jerarquía de vasallos, tri-butarios, protectorados y colonias y solían con-siderar como bárbaros a quienes se encontrabanen el exterior. En alguna medida, esta terminolo-gía no resulta totalmente inapropiada para algu-nos Estados que se mueven en la órbita Esta-dounidense» (1998: 19). No sólo los halconesinterpretan las cosas de esta manera; para John

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Kenneth Galbraith (1997) «La globalización... noes una cosa seria. La inventamos los Estadouni-denses para ocultar nuestra penetración econó-mica en otras naciones». Y Susan Strange com-plementa: «Muy a menudo, globalización es uneufemismo cortés de la persistente gravitación deEstados Unidos en los gustos y en las prácticasculturales de los consumidores» (1998: xiii).

En verdad fue esta última autora la primeraen designar como imperio los cambios políticosy económicos que tenían lugar desde inicios dela década de 1970. En un trabajo de fines de ladécada de 1980 señaló la emergencia de un im-perio de carácter no territorial (a non-territorialempire) con su capital imperial en WashingtonD.C. y un sistema jerárquico de ciudadanos de di-ferentes categorías y de no ciudadanos (Strange1989). Pero mientras ella lo ve como una actua-lización de los rasgos constitutivos del imperia-lismo, Hardt y Negri lo consideran algo distintoy anónimo, afirman que se acabó el imperialismoporque éste implicaba conquistas territoriales, ylo que existe ahora no. Doble equivocación se-gún se acaba de ver: primero porque en los aná-lisis tradicionales, o si se prefiere clásicos, delimperialismo (Hilferding, Lenin) éste implica uncontrol económico y financiero, más que políti-co-militar, del territorio de terceros países. Se-gundo, porque de acuerdo a toda evidencia estenuevo imperio tiene un clarísimo centro geográ-fico de poder. Lo mismo que en momentos ante-riores de la historia del desarrollo capitalista, eldespliegue del potencial coactivo de los Estadosmás desarrollados es de un valor estratégico parala expansión de las transacciones y los flujos decapital en escala global13. Por su lado, las cam-pañas militares conducidas por Estados Unidosen el Asia Menor demuestra que continúa la com-petencia de los Estados por el control político ymilitar de los territorios considerados estratégi-cos por su dotación de determinados recursos, pormás que las acciones sean encubiertas con otrotipo de retórica (Klare 2003).

Hasta el ataque a las Torres Gemelas, la lu-cha por la democracia ocupó en la política exte-

rior de Estados Unidos el papel que durante laGuerra Fría había correspondido a la defensa delmundo libre. La asociación entre globalizacióncomo despliegue expansivo del capitalismo, y de-mocracia como promoción del libre mercado enclave neoliberal, respondió a una definición depolítica exterior del gobierno de Estados Unidosen los escenarios gEstados tras el fin del sistemabipolar. El primero en plantear la fórmula «de-mocracia de mercado» fue el presidente Wi-lliam Clinton en su discurso ante la Asamblea Ge-neral de la ONU el 27 de setiembre de 1993:«Nuestro propósito conductor debe ser expandiry fortalecer la comunidad mundial de democra-cias de mercado» planteó Clinton en esa ocasión.Pocos días más tarde Anthony Lake, entonces ase-sor de seguridad nacional, convirtió el plantea-miento presidencial en una nueva doctrina de po-lítica exterior: «La sucesora de la doctrina decontención debe ser una doctrina de ampliación(a doctrine of enlargement): la ampliación de lacomunidad libre mundial de democracias de mer-cado» (Lake 1993). La tesis pasó de las agen-cias del gobierno Estadounidense a algunos «tan-ques de pensamiento» conservadores y a losambientes universitarios. La doctrina empalmacon la ideología de la exportación de la demo-cracia —que a su turno se remonta al «imperia-lismo de la libertad» de la presidencia de Theo-dore Roosevelt— y la reducción conceptual deldesarrollo democrático a una cuestión de inge-niería institucional (Orozco 1994, Lowenthal1991). Debería observarse respecto de ella, porlo tanto, una prudente distancia analítica.

Más acertada resulta la tesis de la retraccióndel Estado cuando destaca el impacto de la glo-balización en la fragmentación de las identidadesnacionales y de clase —un asunto que en generales soslayado por los autores que participan de latesis del Estado comadrona. La globalización im-pone cambios culturales de vastas proyeccio-nes, por más que se trate, en la interpretación deStrange, de una difusión made in USA (Ford 1999)—o como dice Ohmae, una californización de losgustos y los estilos de vida (1997: 31). También

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13 Los acuerdos de Rambouillet sobre la cuestión de Kosovo a fines de la década de 1990 son un ejemplo gráfico de la utili-zación de la presión militar para obtener decisiones de política económica. El texto, elaborado en sus líneas básicas por el gobier-no de Estados Unidos, estipula que «La economía de Kosovo funcionará de acuerdo a los principios del libre mercado. (…) Lasautoridades federales (de Yugoslavia: CMV) de acuerdo a sus poderes y responsabilidades, asegurarán el libre movimiento de per-sonas, bienes, servicios y capital hacia Kosovo, incluyendo el de fuentes internacionales.» (GOWAN 1999: 83-105).

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en este terreno se verifica la desigualdad de po-der entre Estados y entre clases y grupos socia-les dentro de los Estados. El involucramiento delos Estados en la promoción o la gestión de la glo-balización y de sus actores más dinámicos trans-forma también los referentes materiales de la na-ción. En la concepción predominante hasta pocasdécadas atrás, la nación del Estado moderno re-fiere básicamente al ámbito espacial de eficaciade la pretensión soberana del poder político, mu-cho más que a sus orígenes étnicos (Smith 1986,1991). La identidad nacional es ante todo iden-tidad referida al cuerpo político-territorial del Es-tado, y el nacionalismo puede ser interpretado co-rrectamente como la ideología de un tipo particularde Estado (Rossolillo 1982, Hobsbawm 1990).Esa ideología tuvo eficacia para unificar simbó-licamente a poblaciones muy numerosas y dis-persas en geografías vastas, por encima de esa di-versidad y esa dispersión. De especial importanciafueron algunas innovaciones técnicas como la im-prenta y mucho después el telégrafo y el teléfo-no, y políticas e instituciones estatales como al-fabetización y la escuela pública, el servicio postaly la conscripción militar (Deutsch 1953). Las nue-vas tecnologías de información y comunica-ción, la difusión de las cadenas multimedios, elauge de algunas modas intelectuales y la reo-rientación de las políticas del Estado hacia la pro-moción de los actores dinámicos de la globaliza-ción, producen un efecto equivalente aunque designo opuesto o por lo menos diferente: la ero-sión de las identidades colectivas permanentes yel viraje desde un nacionalismo de base territo-rial a un etnonacionalismo transfronterizo con re-ferentes religiosos y en general culturales muchomás que políticos. Ha sido señalado por autoresde variadas perspectivas teóricas que el Estadosiempre posee una dimensión imaginaria14. Esadimensión tiene referentes objetivos en institu-ciones y prácticas colectivas y un fuerte compo-nente de secularización. En los nuevos escena-rios la nación pierde fuerza como comunidad deciudadanos y deviene tendencialmente una co-munidad de creyentes, o una delimitación étnico-lingüística15. Las desgracias y catástrofes a que

condujeron las deformaciones y exacerbacionesdel nacionalismo de referente político estatal ha-cen juego con las que motiva el etnonacionalis-mo en sus versiones más fundamentalistas.

Los procesos y escenarios de la globalizaciónejercen fuerte presión sobre los procesos demo-cráticos y la vigencia efectiva de sus institucio-nes. Como quiera se la defina, la democracia esun régimen de inclusión a partir de principios bá-sicos de igualdad ciudadana que se espera tenganun correlato plausible en el acceso a bienes y ser-vicios. Los escenarios de la globalización, ya seha visto, son unos de profundas y aparentemen-te crecientes desigualdades. En estos escenarioslas condiciones para el ejercicio de la ciudadaníase deterioran; la precariedad de las condicionesde vida, la pérdida de acceso a procesos e insti-tuciones de proyección nacional retraen la parti-cipación de mucha gente a lo cotidiano y lo in-mediato, en olvido o despreocupación oincapacidad de consideración de las cuestiones,procesos y escenarios más amplios en los que lodirecto, lo particular, lo inmediato se inscriben.La erosión de lo nacional en aras de lo local, elabandono de metadiscursos en beneficio de na-rraciones particulares y contingentes puede ex-plicarse en algunos sectores de población por elimpacto de las nuevas tecnologías informáticas,la aceptación de un discurso en boga, o un regresoa las solidaridades mecánicas de la sociología dur-kheimiana; para otros sectores de la población esen cambio testimonio del deterioro de su cali-dad de vida, del empobrecimiento, las fracturassociales y la falta de horizontes más amplios (Vi-las 1999b). En todo caso, las experiencias exito-sas de recurso a lo local están directamente rela-cionadas a su habilidad para insertarse en agendasy procesos políticos o sociales de mayor alcance.

De una u otra manera, la política, incluso lapolítica local, sigue siendo cuestión de proyec-ción nacional o inter-nacional. Los intentos devincular directamente lo local con lo global handemostrado poco éxito, y menor capacidad paraalcanzar los resultados propuestos. Los esfuerzosintergalácticos del Subcomandante Marcos de in-sertar las aspiraciones emancipatorias de la Sel-

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14 «Un Estado existe sobre todo en el corazón y en la mente de su pueblo; si éste no cree que esté allí, ningún ejercicio lógicolo traerá a la vida» (STRAYER 1981:11). «Esencialmente el Estado no es más que una creencia colectiva, poco diferente de la creen-cia en la nación» (TODD 1998:39).

15 Vid Castells (1997: 275-276) para una interpretación diferente (sólo es nación la comunidad territorial de ciudadanos).

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va Lacandona en los escenarios de las protestasglobales marginando una construcción nacionalde poder dentro del Estado mexicano probaronser ineficaces. Menos espectaculares, concitandouna atención internacional muchísimo más mo-desta, las luchas políticas de la CONAI ecuato-riana mostraron mucha más eficacia para trans-formar las demandas de los pueblos originariosde ese país en políticas e instituciones de vigen-cia efectiva.

Las movilizaciones globalifóbicas de la dé-cada de 1990 y de los años iniciales de la actualbajaron en intensidad y capacidad de convocato-ria. La brutal represión de Ginebra 2001 y pocodespués el 11 de septiembre, parecen haber pues-to fin a la hipótesis o la fantasía de una acción co-lectiva pretendida al margen de la política y al mar-gen de los Estados. Más exitosa en identificarproblemas que en proponer alternativas, la propiamultidimensionalidad de las convocatorias hizodifícil encontrar elementos unificadores o al me-nos articuladores de la diversidad, más allá del re-chazo a la globalización misma o a lo que ésta im-plica de programa neoliberal. El rechazo suele ser,es cierto, el punto de arranque para la elaboraciónde alternativas a lo que se repudia. Esto, sin em-bargo, no ocurrió (Vilas 2001b). El llamado deatención sobre el problema, la denuncia de los es-tragos que mucha gente estaba y está sufriendo,no hallaron correlato en una propuesta de trans-formación. Además de las dificultades propias demovimientos tan multifacéticos —donde la di-versidad de identidades expresa la diversidad y enmuchos casos la conflictividad de los intereses re-presentados— el propio enfoque antipolítico o pa-rapolítico de esos movimientos jugó en contra. Larecomendación de que no hay forma más eficazde lucha contra el imperio que la fuga, puede serentendida como el reconocimiento del corto al-cance de las estrategias de responder a una su-puesta desterritorialización del poder con un ho-mólogo descentramiento de la confrontación.

El Estado es la forma de organización polí-tica predominante desde que el capitalismo exis-te. En esa larga historia, ya se ha dicho, esa for-ma de organización política vivió múltiplestransformaciones, como también lo hizo la eco-nomía capitalista. Predecir a partir del escenarioparticular definido por la globalización cuálserá el futuro del Estado y de sus relaciones conel capitalismo, puede resultar prematuro —parti-cularmente por las propias modificaciones que la

globalización económica está experimentando apartir del 11 de septiembre 2001 y de la aventu-ra militar Estadounidense contra Irak—. Además,la evidencia del deterioro de las condiciones devida acarreados por la globalización misma agre-gan argumentos a quienes de una u otra mane-ra plantean que otra cosa es posible. El fracasode los intentos de oposición global y el reduci-do alcance de las alternativas meramente loca-les continúan destacando que el espacio delEstado-nación y de las relaciones internaciona-les sigue siendo el ámbito principal de gestacióny desenvolvimiento de cualquier intento de po-lítica emancipatoria que aspire a alcanzar susobjetivos.

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