4-globalización e imperialismo

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    Revista Acadmica de Relaciones Internacionales, nm. 4, septiembre de 2006, GERI UAM

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    NDICE

    N4, Globalizacin e imperialismo,septiembre de 2006

    1. Editorial2. Artculos

    2.1.Muerte segura: Violencia tnica en la Era de la Globalizacin, por ArjunAPPADURAI.

    2.2.Las vertientes externa e interna del imperialismo cultural: una crtica a EdwardSaid, por Emma BENZAL.

    2.3.Globalizacin y migraciones: dos nociones interdependientes desde los orgenes,por Rafael CRESPO.

    2.4.Globalizacin e Internet: poder y gobernanza en la sociedad de la informacin,por Josep IBEZ.

    3. Documentos3.1.Sentencia del Tribunal Internacional de Opinin para juzgar la deuda externa.3.2.Por qu necesitamos un Fondo de Ajuste a la Globalizacin?, por Loukas

    TSOUKALIS, Fundacin Helnica para Europa y Poltica Exterior.

    4. Review-EssaysJuicio moral y juicio histrico: una reflexin sobre la guerra justa, por MaraSERRANO.Olivier O'DONOVAN, The Just War Revisited, Cambridge University Press, Cambridge,2002.Stephen CHAN, Out of Evil. New International Politics and Old Doctrines of War, I.B.Tauris, Londres y Nueva York, 2005.

    5. Reseas5.1.Contro i diritti umani, de Slavoj Zizek, Ed.Il Saggiatore, Miln, 2006, por lvaro

    NEZ.

    5.2.La mirada cosmopolita o la guerra es la paz, de Ulrich Beck, Paids, Barcelona,2005, por Elva CASABN.

    5.3.The Moral Purpose of the State. Culture, Social Identity and InternationalRationality in International Relations de C. Reus-Smit, Princeton University Press,Princeton, 2005, por Francisco J. PEAS.

    http://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N1/pdf/editorial1.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artappadurai4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artappadurai4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artcrespo4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artcrespo4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artibanez4.pdfhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artibanez4.pdfhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/sentencia4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/sentencia4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/documento4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/documento4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/essay4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/essay4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resezizek4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resezizek4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resebeck4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resebeck4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resereus4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resebeck4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/resezizek4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/essay4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/documento4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/sentencia4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artibanez4.pdfhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artcrespo4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artbenzal4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N4/pdf/artappadurai4.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N1/pdf/editorial1.htmhttp://www.relacionesinternacionales.info/RRII/revista/N1/pdf/editorial1.htm
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    modo que se trataban a las fronteras nacionales como meras restricciones o ficciones. En

    contraste con las corporaciones multinacionales de mediados del siglo veinte, que

    buscaban trascender las fronteras nacionales trabajando con los marcos nacionales

    legales, comerciales y soberanos existentes, las corporaciones transnacionales de lasltimas tres dcadas han empezado cada vez ms a producir acuerdos de trabajo,

    capital y conocimientos tcnicos que generan nuevas formas de ley, gestin y

    distribucin. En ambas fases el capital global y los Estados nacionales han tratado de

    explotarse mutuamente, siendo posible observar en las ltimas dcadas una disminucin

    de la soberana de los Estados nacionales con respecto al funcionamiento del capital

    global. Estos cambios acompaados de modificaciones en las leyes, las finanzas, las

    patentes y otras tecnologas administrativashan creado nuevos mercados de lealtad

    (Price, 1994) y ponen en cuestin los llamados modelos de soberana territorialexistentes (Sassen, 1996).

    No es difcil ver que la velocidad e intensidad con la que circulan actualmente los

    elementos materiales e ideolgicos a travs de las fronteras nacionales ha supuesto un

    nuevo orden de incertidumbre en la vida social. Sea lo que sea lo que pueda caracterizar

    este nuevo tipo de incertidumbre, no encaja fcilmente con la profeca weberiana

    dominante sobre la modernidad, en la que las formas sociales ms antiguas e ntimas se

    disolveran para ser remplazadas por rdenes legales y burocrticos sumamente

    regimentados, gobernados por el aumento de los procedimientos y de la prediccin. Los

    vnculos entre estas formas de incertidumbre una diacrtica de la era de la

    globalizacin y la intensificacin global de la violencia etnocida conforman este ensayo

    y nos referiremos a ellas explcitamente en su conclusin4.

    Las formas de dicha incertidumbre son de hecho varias. Una clase de

    incertidumbre es un reflejo directo de las cuestiones censales: cuntas personas de

    este o de este otro tipo realmente estn en un territorio dado? O, en el contexto de las

    migraciones rpidas o del movimiento de refugiados, cuntos de ellos estn ahora

    entre nosotros?5 Otra clase de incertidumbre procede del qu significan realmente

    algunas de estas mega-identidades: cules son las caractersticas normativas de lo que

    la Constitucin define como un miembro de una OBC (Other Backward Caste) en la

    India? Una incertidumbre adicional recae sobre si una persona en concreto es realmente

    lo que dice o parece ser, o lo que ha sido histricamente. Por ltimo, estas formas

    diversas de incertidumbre provocan una ansiedad intolerable en la relacin de muchos

    individuos con los bienes estatales desde la vivienda y la salud hasta la seguridad y la

    sanidad al estar estos derechos directamente vinculados a quin eres t y, por tanto,

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn4http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn4http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn4
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    Hutu en 1972, Malkki demuestra cmo las cuestiones referentes a la identificacin y el

    reconocimiento del cuerpo tnico yacan en el corazn de la atroz violencia del momento.

    En la bsqueda de una respuesta detallada a su pregunta sobre cmo sera posible

    conocer la identidad de una persona con la certeza suficiente para matar?, Malkkimuestra cmo los esfuerzos coloniales previos para reducir las complejas diferencias

    sociales entre los grupos tnicos locales llev a elaborar una simple taxonoma de los

    signos fsico-raciales en los aos setenta y ochenta. Estos mapas necrogrficos fueron

    las bases para unas recolecciones tcnicas y detalladas de las maneras en las que la

    muerte fue administrada a las vctimas de modos especficos, humillantes y continuados.

    Malkki (siguiendo a Feldman, 1991) sugiere que estos mapas de diferencias fsicas estn

    cuidadosamente preparados a partir de un conocimiento adquirido y unas tcnicas de

    deteccin. Estos mapas ayudan a construir e imaginar las diferencias tnicas y, atravs de la violencia, los cuerpos de las personas llegan a metamorfosearse en

    especimenes de la categora tnica a la que se presupone deben pertenecer (Malkki,

    1995: 88). En este ensayo presentamos un enfoque ligeramente diferente de la relacin

    entre cuerpos, personas e identidades.

    En el informe que presenta Malkki sobre las presentaciones mito-histricas de

    cmo los asesinos Tutsi se valieron de mapas compartidos de diferencias fsicas para

    identificar a los Hutu, queda claro que el proceso est sacudido por la inestabilidad y la

    incertidumbre (incluso desde la visin de los supervivientes sobre la incertidumbre

    afrontada por sus asesinos), de modo que se debieron aplicar mltiples test fsicos.

    Malkki ofrece una audaz interpretacin sobre los modos especficos en los que los

    hombres y mujeres Hutu fueron asesinados (unas veces con ramas de bamb afiladas,

    introducidas en la vagina, el ano, o la cabeza; otras extrayendo el feto intacto de

    mujeres embarazadas y forzando a la madre a engullirlo...). Concluye que estas

    prcticas recogidas, llevadas a cabo en los mapas necrogrficos del cuerpo tnico Hutu,

    parecen haber actuado a travs de ciertos planes simblicos rutinarios de una crueldad

    de pesadilla (ibid: 92).

    Queda esbozar la relacin entre el mapa corporal del otro tnico y las

    especficas y particulares brutalidades asociadas con el asesinato tnico. Mientras

    encuentro gran parte del anlisis de Malkki profundamente convincente, lo que resulta

    vital para la tesis que aqu desarrollamos es la relacin entre indeterminacin y

    brutalidad en las negociaciones sobre el cuerpo tnico6. Aunque resulta difcil estar

    segura (especialmente para una analista que est un paso ms all de las exposiciones

    de primera mano sobre estas narrativas hechas por Malkki), tenemos la suficiente

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    evidencia para sugerir que estamos examinando aqu una variacin compleja de los

    clsicos argumentos de Mary Douglas sobre pureza y peligro (1996) y sobre el cuerpo

    como un mapa simblico del cosmos (1973). En su importante estudio acerca de las

    cuestiones fuera de lugar (que tambin trata Malkki), Mary Douglas realiza un vnculosimblico-estructural entre la mezcla de categoras, la ansiedad cognitiva que sta

    provoca y el aborrecimiento de la hibridez taxonmica en todos los tipos de mundos

    sociales y morales. En un trabajo posterior sobre el simbolismo del cuerpo, Douglas

    muestra cmo y por qu el cuerpo sirve para comprimir y desarrollar comprensiones

    cosmolgicas ms amplias sobre las categoras y las clasificaciones sociales. Varias

    investigaciones recientes de la violencia tnica han recurrido provechosamente a las

    ideas de Mary Douglas sobre la pureza y la mezcla de categoras (Hayden, 1996;

    Herzfeld, 1992, 1997) al referirse a cuestiones de limpieza tnica en Europa.

    Aunque este argumento est en deuda directa con Douglas, merece la pena

    establecer ciertas distinciones. Mientras que Douglas presenta una cosmologa (un

    sistema de distinciones categricas) establecida culturalmente, provocando por tanto

    tabes contra la cuestin fuera de lugar, la violencia tnica introduce contingencia en

    esta lgica, y as las situaciones aqu descritas tratan explcitamente sobre cosmologas

    en flujo, categoras bajo tensin e ideas que luchan por alcanzar una lgica auto-

    evidente. Adems, el tipo de pruebas que presenta Malkki (respaldado por informes

    parecidos de Irlanda, India, y Europa del Este) sugiere una inversin de la lgica de la

    indeterminacin, la mezcla de categoras y el peligro que identifica Douglas. En los casos

    presentados por Malkki, por ejemplo, el cuerpo es tanto origen como objetivo de la

    violencia. La incertidumbre categrica sobre los Hutu y los Tutsi no se agota en la

    seguridad de los mapas corporales compartidos por ambas partes sino en la

    inestabilidad de la diferencia de rasgos corporales: no todos los Tutsis son altos; no

    todos los Hutu tienen las encas enrojecidas; la nariz no puede siempre ayudar a

    identificar a los Tutsi, ni la manera de caminar a los Hutu.

    En una palabra, los cuerpos histricamente tradicionales traicionan las mismas

    cosmologas que supuestamente deben codificar. De modo que el cuerpo tnico, tanto de

    la vctima como del asesino, es en s mismo potencialmente engaoso. Lejos de

    proporcionar el mapa para una cosmologa segura, una gua a partir de la cual puede

    descubrirse la mezcla, la indeterminacin y el peligro, el cuerpo tnico pasa a ser

    inestable y engaoso en s mismo. Es este giro de la cosmologa de Douglas puede

    explicar mejor pautas macabras de violencia dirigidas contra el cuerpo del otro tnico.

    Esta extraa formalidad la preocupacin especfica por ciertas partes del cuerpo

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    Geschiere logra demostrar que la brujera une en Camern el mundo del parentesco con

    el mundo de la etnicidad y la poltica, as como es responsable constante de la nueva

    riqueza descubierta y del poder potencial de importantes grupos tnicos. Esta extensin

    de un lenguaje ntimo que desemboca en una gran desconfianza entre grupos tnicosrivales es un problema que retomaremos en breve.

    Por ahora, basta con apuntar que la macabra regularidad y previsibilidad de la

    violencia etnocida no puede tomarse como una simple evidencia fruto del clculo o

    como un reflejo ciego de la cultura7. Ms bien, son formas brutales de descubrimiento

    corporal formas de viviseccin; tcnicas emergentes para explorar, marcar, clasificar y

    almacenar los cuerpos de aquellos que pueden ser el enemigo tnico. Naturalmente,

    estas acciones brutales no provocan ninguna sensacin firme de conocimiento real osostenible. Ms bien, agravan la frustracin de sus perpetradores. Y lo que es peor,

    establecen las condiciones para la violencia preventiva entre aquellos que temen

    convertirse en vctimas. Este ciclo de violencia real y expectacin de violencia se

    alimenta a partir de ciertas condiciones espaciales de los flujos de informacin, el trfico

    de personas y la intervencin del Estado.

    La antropologa conoce desde hace tiempo las maneras en las que el cuerpo es

    un escenario para las representaciones y producciones sociales (Bourdieu, 1997;

    Comaroff, 1985; Douglas, 1966; van Gennep, 1965; Martn, 1992; Mauss, 1973).

    Asociar el material de Malkki sobre violencia tnica en Burundi con el estudio acerca de

    la brujera de Geschiere en Camern, contra el teln de fondo del innovador trabajo de

    Douglas sobre la confusin de categoras, el poder y el tab, nos permite considerar que

    el asesinato, la tortura y la violencia asociada con la violencia etnocida no es

    simplemente una cuestin de eliminar al otro tnico. Supone utilizar el cuerpo para

    establecer los parmetros de dicha otredad, llevando el cuerpo aparte, por decirlo de

    alguna manera, para adivinar al enemigo en l. En este sentido, los fructferos estudios

    sobre las lgicas de la brujera en frica pueden tener una salida interpretativa mucho

    ms amplia.

    La funcin del cuerpo como un lugar de cierre violento en situaciones de

    incertidumbre categrica est estrechamente aliado con un tema que ya ha sido tratado,

    el del engao. La literatura que aborda la violencia etnocida est plagada de tropos

    relacionados con el engao, la traicin, la delacin, la trampa y el misterio. Un sustento

    considerable para esta visin de la desconfianza, la incertidumbre y la paranoia cognitiva

    sobre la identidad del enemigo tnico lo hallamos en diversas fuentes. Benedict

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    Anderson ha mostrado lo destacable del miedo Nazi a la agencia secreta de los judos

    en Alemania y el desesperado despliegue de todos los medios para poner al descubierto

    a los judos autnticos, muchos de los cuales parecan arios o alemanes en todos sus

    aspectos (Anderson, 1991). El asesinato de los judos bajo Hitler constituye un ampliarea de investigacin y un debate an en desarrollo que excede el alcance de este

    ensayo, pero la importancia de las ideas nazis sobre la pureza racial (arios-alemanes)

    para la irrupcin de una violencia genocida extraordinaria dirigida contra los judos

    parece fuera de debate.

    El concepto de los judos como hipcritas como traidores tnicos, como un

    cncer para el cuerpo social alemn atrae nuestra atencin al modo decisivo por el

    cual el trato del cuerpo de los judos por los nazis excede de lejos la lgica deculpabilizar, estereotipar y otras por el estilo. Lo que muestra es cmo aquellas

    necesidades, bajo ciertas condiciones, evolucionan en polticas para la exterminacin

    masiva del otro tnico. Este hecho brutalmente moderno, que es la caracterstica

    especialmente horrible del Holocausto (asociada a su totalidad, su burocratizacin, su

    banalidad, su objetivo de completar la purificacin etno-nacional), es ciertamente

    complejo por la particular historia del anti-semitismo europeo8. Sin embargo, en su

    ambicin por la pureza a travs del etnocidio y a travs de su medicalizacin y

    antisemitismo (Proctor, 1995: 172), crea el marco para la limpieza tnica de, al menos,

    Europa del Este, Ruanda-Burundi y Camboya en las ltimas dos dcadas, la era de la

    globalizacin. En el caso de la ideologa racial nazi, la idea del judo como un agente

    secreto rene la ambivalencia de los nazis alemanes sobre la raza, la religin y la

    economa. Los judos eran los blancos perfectos para la exploracin de la incertidumbre

    nazi tanto hacia el cristianismo como por el capitalismo. Como los Hutu para los Tutsi,

    los judos eran los enemigos a mano, en todo caso amenazas potenciales de la pureza

    nacional y racial alemana, los agentes secretos de la corrupcin racial, del capital

    internacional (y, paradjicamente, del comunismo).

    Como indica Malkki, el tema de la clandestinidad y del engao domin las ideas

    Hutu sobre la elite Tutsi que gobernaba Ruanda. Visto aqu desde la perspectiva de las

    vctimas, sus opresores aparecen como los ladrones que robaron el pas a los indgenas

    Hutu, innatamente cualificados en las artes del engao (Malkki, 1995: 68). Se

    consideraba a los Hutu como extranjeros que ocultaban sus orgenes, embusteros

    malignos que estaban escondiendo su verdadera identidad (ibid: 72).

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn8http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn8http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn8
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    declararon enemigos del panth en 1973. En abril de 1978 algunos de los

    seguidores del Bhindranwale se enfrentaron violentamente con los Nirankaris de

    ambas corrientes... Aunque se admite que eran una secta con conexiones

    cercanas a los Sij, sus modos actuales de culto se consideran inaceptables; se lesdeclara falsos Nirankaris ... Se declara entonces a los Nirankaris agentes del

    gobierno Hind, cuya nica misin es matar a los Sijs. (Das, 1995: 133-4)

    De modo que ste es un vivo ejemplo de cmo hay que traer el asesinato cerca

    de casa para aclarar quienes son los verdaderos Sijs y qu significa en realidad la

    etiqueta Sij. Destacan aqu las ideas desplegadas sobre falsos Nirankaris y sobre

    agentes del grupo hostil (Hindes), sin olvidar la furia terrible que stos tienen contra el

    puro Sij. Retomamos en este punto el tema de la pureza, que primero observ Douglas(1996), y despus elaboraron Malkki (1995), Robert Hayden (1996) y Michael Hezfeld

    (1997) en diversas direcciones. En el informe de Malkki, esta ideologa sobre lo puro y lo

    falsificado explica el sentido paradjico que toma la identidad entre los Hutus que viven

    en campos de refugiados en Tanzania, cuyo propio exilio era la seal de su pureza como

    Hutus (y anticipa las reflexiones sobre la pureza, los extraos y la otredad de Bauman

    [1997]). Mientras que el caso Nazi muestra la fuerza que toma el discurso de la pureza

    para la mayora en el poder (a menudo empleando a la minora, desde el lenguaje, como

    un cncer en el cuerpo social), el caso Sij muestra el efecto domin de los violentos

    esfuerzos de limpieza, pues a medida que se presiona sobre el grupo vctima se aaden

    esfuerzos adicionales destinados a limpiar las reas grises y lograr una claridad y pureza

    completas. Desde luego, claridad y pureza no son asuntos idnticos, ni provocan formas

    de movilizacin o compromiso similares. As, mientras que la claridad es una cuestin de

    cognicin, la pureza lo es de coherencia moral. Estas dimensiones parecen converger en

    la pasin colectiva del etnocidio, donde la lgica de la limpieza parece dialctica a la vez

    que se perpeta a s misma, de forma que un acto de purificacin provoca la claridad a

    partir del otro tnico, as como dentro de ste. De esta forma, purificacin y clarificacin

    parecen tener una relacin productiva y dialctica.

    El terror de la purificacin y las tendencias viviseccionistas que emergen en

    situaciones de violencia masiva tambin difuminan las lneas entre la etnicidad y la

    poltica. Es ms, precisamente como el etnocidio es la forma lmite de la violencia

    poltica, es por ello que ciertas formas de histeria poltica conducen a preocupaciones

    cuasi-tnicas con estrategias somticas. Esta interpretacin somtica de las identidades

    polticas ofrece otro ngulo en la cuestin de las mscaras, las falsificaciones y la

    traicin. Desde China se nos proporciona un ejemplo convincente de esta dinmica;

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    Donald Sutton (1995) interpreta el significado de los generalizados informes sobre

    canibalismo en la Provincia Guangxi (China), durante el ao 1968, hacia el final de la

    fase violenta de la Revolucin Cultural. De nuevo, este complejo trabajo toma una

    extensa gama de temas fascinantes sobre el canibalismo en la historia cultural de estaregin, su reactivacin bajo las violentas condiciones de la Revolucin Cultural, las

    complejas relaciones entre las polticas regionales y las polticas de Beijing, y otros

    temas similares.

    Lo destacable del anlisis de Sutton para nuestro propsito es la cuestin de la

    violencia entre personas que viven en una proximidad social considerable. Consideremos

    as esta escalofriante descripcin de lo que Sutton denomina canibalismo poltico: las

    fuerzas de la ley y del orden, y no los rebeldes revolucionarios, fueron los asesinos yantropfagos. Adems, las formas de consumo antropfagas variaban dentro de un arco

    mnimo. La gente estaba de acuerdo en cules eran las mejores partes del cuerpo e

    insistan en cocinarlas; y la seleccin, asesinato, y consumo de las vctimas estaba

    relativamente sistematizado (Sutton, 1995: 142).

    Al examinar en detalle aquello a lo que Wuxuan se refiere como banquetes de

    carne humana, y lo que se conoca durante este periodo como luchas (sucesos

    ritualizados que implican la acusacin, la confesin y el abuso fsico de enemigos de

    clase sospechosos), Sutton es capaz de mostrar convincentemente que, mientras que

    esos episodios involucraban supuestas categoras polticas de personas, su lgica parece

    completamente compatible con los tipos de violencia que solemos denominar tnica. En

    el anlisis de un caso relacionado de Mengshan, Sutton muestra cmo la designacin de

    un hombre como terrateniente le converta en un villano tal que ni un vecino le advirti

    de que iba a ser asesinado por un grupo de la milicia local.

    Sutton tambin muestra cmo las etiquetas polticas tomaron una inmensa

    fuerza somtica: un joven de la ciudad citado por una de sus fuentes dice sobre losantiguos terratenientes: me pareca que dentro de sus corazones todava deseaban

    derrocarlo todo y matarnos a todos nosotros. En las pelculas, ellos tenan rostros

    espantosos. Y en el pueblo, cuando les vea me atemorizaba; pensaba que eran

    repulsivos. Supongo que la fealdad es algo psicolgico. Este destacable testimonio

    ofrece un rpido vistazo de cmo las etiquetas polticas (tales como terrateniente,

    enemigo de clase y contrarrevolucionario) se convierten en poderosas portadoras de

    afectos, y cmo, al menos en algunos casos, la propaganda verbal y las imgenes

    mediticas pueden literalmente convertir rostros ordinarios en abominaciones que deben

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    Ningn caso de etnocidio que conozcamos puede mostrar que estas categoras son

    ajenas e inocentes a las prcticas del Estado (normalmente a travs del censo y a

    menudo implicando formas de proporcionar bienestar, o castigos potenciales, segn el

    caso, que resultan decisivos). La cuestin es, cmo formas de identidad e identificacinde tal envergadura las etiquetas tnicas que son contenedores abstractos para las

    identidades de miles, a menudo millones, de personas pueden verse transformadas en

    instrumentos de las formas de violencia ntima ms brutales? Una clave para el modo en

    que estas grandes abstracciones numricas inspiran grotescas formas de violencia fsica

    es que stas formas que he denominado viviseccionistas ofrecen caminos temporales

    para presentar estas abstracciones comprensibles, para hacer de estos grandes nmeros

    algo sensual, para lograr que etiquetas que son potencialmente aplastantes resulten por

    un momento personales13

    .

    Dicho de una manera higienizada, las formas ms horribles de violencia etnocida

    son mecanismos para producir personas fuera de lo que, de otra manera, no son ms

    que etiquetas difusas a gran escala, que tienen efectos, pero que carecen de lugares 14.

    Esta es la razn por la que las peores clases de violencia tnica parecen exigir el trmino

    ritual o ritualizado por parte de sus analistas. Lo que est aqu implicado no son slo

    las propiedades de la especificidad simblica, la secuencia, la convencin e incluso la

    tradicin en formas particulares de violencia sino algo incluso ms profundo sobre los

    rituales del cuerpo: stos siempre giran alrededor de la produccin, el crecimiento y el

    mantenimiento de las personas. Esta dimensin de ciclo vital de los rituales corporales

    (que menciona Arnold van Gennep y muchos distinguidos sucesores suyos en

    antropologa) halla su inversin ms monstruosa en lo que podemos denominar los

    rituales deciclo de muerte del etnocidio masivo. Estas horribles contrapartes mantienen

    un profundo elemento en comn con sus homlogas encargadas de realzar la vida: son

    instrumentos para sacar personas fuera de sus cuerpos15. Puede parecer extrao hablar

    sobre la produccin de personas fuera de cuerpos en un argumento que se basa en la

    presuncin de una intimidad social anterior (o su posibilidad) entre agentes y vctimas.

    Sin embargo, es precisamente en situaciones donde las desconfianzas y presiones

    endmicas se vuelven intolerables cuando las personas corrientes comienzan a ver

    mscaras en lugar de rostros. Desde esta perspectiva, la violencia corporal extrema

    puede considerarse como una tecnologa degenerada para la reproduccin de las

    relaciones ntimas all donde se crea que stas han sido quebrantadas por el secretismo

    y la traicin.

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn13http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn13http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn13
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    el cuerpo como un lugar donde resolver la incertidumbre a travs de formas brutales de

    violacin, investigacin, deconstruccin y eliminacin.

    Esta propuesta unir la incertidumbre categrica a las brutalidades corporalesdel etnocidio establece otros componentes para una teora general sobre la violencia

    tnica, muchos de los cuales estn presentes en la actualidad: las polticas clasificatorias

    de muchos Estados coloniales; las grandes migraciones involuntarias generadas por

    Estados poderosos como la Unin Sovitica de Stalin; las confusiones creadas por las

    polticas de accin afirmativa aplicadas por las constituciones democrticas a

    clasificaciones cuasi-tnicas, como las Castas Catalogadas creadas por la Constitucin

    India; el estmulo de armas, dinero y apoyo poltico hacia poblaciones diaspricas,

    creando lo que Benedict Anderson (1994) ha denominado nacionalismo a largadistancia; la velocidad en la circulacin de imgenes generada por Cable News Network,

    la World Wide Web, faxes, telfonos y otros medios, exponiendo a las poblaciones de un

    lugar a los ms sangrientos detalles de violencia en otros lugares; los grandes trastornos

    sociales que, desde 1989 en Europa del Este y en otros lugares, han generado miedos

    dramticos sobre perdedores y ganadores en el nuevo mercado mundial, conformando

    as nuevas formas de chivo expiatorio, como con los judos y los gitanos en Rumania

    (Verdery, 1990).

    Estas fuerzas mayores la mediacin global masiva; el aumento de la

    migracin, tanto forzada como voluntaria; las agudas transformaciones en las economas

    nacionales; las difciles relaciones entre el territorio, la ciudadana y la afiliacin tnica

    nos devuelven a la cuestin de la globalizacin, cuyo argumento formulamos con

    anterioridad. No es difcil observar los modos generales en los que las fuerzas

    transnacionales afectan a las inestabilidades tnicas locales. La discusin de Hayden

    (1996) sobre las poblaciones nacionales, los censos y las constituciones en la antigua

    Yugoslavia, y el consiguiente empuje para eliminar lo inimaginable en las nuevas

    formaciones nacionales, es una clara demostracin de los pasos que llevan de las

    polticas globales y europeas (y su historia) a la ruptura imperial y la mezcla tnica,

    especialmente en aquellas zonas caracterizadas por el ms alto grado de mezcla tnica a

    travs de los matrimonios mixtos. Sin embargo, el camino desde los mandatos

    constitucionales a la brutalidad corporal no puede ser tratado en su totalidad al nivel de

    la contradiccin categrica. Las formas de viviseccin peculiares y espantosas que han

    caracterizado la violencia etnocida reciente (tanto en Europa del Este como en otras

    partes) conllevan un exceso de rabia que requiere un marco interpretativo adicional

    donde pueden vincularse la incertidumbre, la pureza, la traicin y la violencia fsica. Este

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    exceso o excedente de rabia da sentido a las hiper-racionalidades apuntadas a lo largo

    de este ensayo que acompaan lo que parece ser la histeria de estos eventos: el orden

    cuasi ritual, la atencin al detalle, la especificidad de la violacin corporal, la

    sistematicidad de las formas de degradacin.

    Hasta ahora la globalizacin no presenta un nico camino hacia la

    incertidumbre, el terror o la violencia. En este ensayo he identificado una lgica para la

    produccin de personas reales que relaciona la incertidumbre, la pureza, la traicin y la

    viviseccin. Seguro que existen otros imaginarios etnocidas16en los que las fuerzas del

    capital global, el poder relativo de los Estados, variando las historias de raza y clase y

    las diferencias en el estatus de la mediacin masiva, producen diferentes clases de

    incertidumbre y diferentes escenarios para el etnocidio. Los ejemplos aqu expuestos laRepblica Popular de China a finales de los sesenta, frica central en los setenta, el

    Norte de India a principios de los ochenta, y Europa central a final de los ochenta y

    principios de los noventa no tienen la misma relacin espacial ni temporal con los

    procesos de la globalizacin. En cada caso, el grado de apertura al capital global, la

    legitimidad del Estado, el flujo interno y externo de la poblacin tnica, y la variedad de

    luchas polticas por los derechos del grupo, evidentemente no fueron los mismos.

    Aunque la hiptesis viviseccionista aqu expuesta puede no aplicarse uniformemente en

    estos casos, sus elementos crticos la pureza, la claridad, la traicin y la agencia s

    que pueden proporcionar los ingredientes clave que podran recombinarse

    provechosamente para esclarecer, en cierta medida, estas cuestiones.

    En un esfuerzo previo por analizar la relacin entre identidades a gran escala, la

    abstraccin de los grandes nmeros y el escenario del cuerpo, suger que las fuerzas

    globales se ven mejor como implosionadas en localidades, deformando as su clima

    normativo, moldeando de nuevo sus polticas y representando sus caracteres

    contingentes y sus argumentos como casos de narrativas de traicin y lealtad ms

    amplias (Appadurai, 1996: 149-57). En el contexto actual, la idea de implosin puede

    dar cuenta de acciones desarrolladas en el ms local de los lugares globalizados el

    cuerpo tnico que, en circunstancias lo suficientemente confusas y contradictorias,

    puede convertirse en el ms natural, el ms ntimo y, de este modo, el ms horrible

    lugar para seguir la pista de los signos somticos del enemigo al alcance. En la violencia

    etnocida, lo que se persigue es precisamente esta estabilizacin somtica que la

    globalizacin de varias maneras hace intrnsicamente imposible. En una tergiversada

    versin de las normas popperianas para la comprobacin en la ciencia, las conjeturas

    paranoicas producen refutaciones desmembradas17.

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftn16
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    El punto de vista que aqu anticipamos sobre la violencia etnocida entre

    personas de gran proximidad social no trata slo sobre la incertidumbre acerca del otro.

    Obviamente, estas acciones indican una incertidumbre profunda y dramtica sobre el

    propio yo (self)tnico. stas afloran en circunstancias donde la experiencia vivida deimportantes etiquetas se vuelve inestable, indeterminada y socialmente voltil, de modo

    que la accin violenta pude volverse un medio para satisfacer el sentido del yo (self)

    categrico. Desde luego, la epistemologa violenta de la violencia corporal, el escenario

    del cuerpo en que esta violencia se lleva a cabo, nunca resulta verdaderamente

    catrtica, gratificante o terminal; slo desemboca en una profundizacin de las heridas

    sociales, una epidemia de vergenza, una colusin de silencio y una violenta necesidad

    de olvidar. Todos estos efectos aaden una nueva inyeccin clandestina para nuevos

    episodios de violencia. Asimismo supone, parcialmente, un problema derivado de lacualidad preventiva de esta violencia: djame matarte antes de que me mates. La

    incertidumbre sobre la identificacin y la violencia puede desembocar en acciones,

    reacciones, complicidades y anticipaciones que multiplican la incertidumbre preexistente

    sobre las etiquetas. Juntas, estas formas de incertidumbre conducen al peor tipo de

    certidumbre: la muerte segura.

    * Arjun Appadurai ocupa la Ctedra John Dewey Professor de Ciencias Sociales de la

    New School de Nueva York. Anteriormente, ocupo la Ctedra Samuel N. Harper de

    Antropologa y Lenguas y Civilizaciones Surasiticas en la Universidad de Chicago, donde

    ha sido director del Instituto de Humanidades de Chicago. Tambin dirigi el Proyecto

    Globalizacin en la Universidad de Chicago.

    FUENTE: A. Appadurai, "Dead Certainty: Ethnic Violence in the Era of Globalization" en

    Development and Change, Vol. 29, 1998.

    Artculo traducido por ELVA CASABN BACLE y VCTOR ALONSO ROCAFORT

    [1]Al esbozar una aproximacin a esta cuestin, elaboro un argumento contra el primordialismo desarrollado en

    anteriores trabajos (Appadurai, 1996) y, de este modo, establezco los cimientos para un estudio en

    profundidad sobre la violencia tnica, actualmente en marcha.[2] Virtualmente todas las fronteras, por mucho que estn vigiladas rgidamente, resultan porosas en cierta

    medida. No estoy sugiriendo que todas las fronteras sean igualmente porosas o que todos los grupos puedan

    traspasar ciertas fronteras a voluntad. La imagen de un mundo sin fronteras est lejos de lo que pretendo

    evocar. Ms bien, quiero sugerir que las fronteras son cada vez ms lugares de disputa entre los Estados y

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref1http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref1http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref2http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref2http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref2http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref1
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    diferentes tipos de actores no-estatales e intereses, y que slo con respecto a algunas poblaciones,

    comodidades e ideologas los Estados han logrado mantener la rigidez en las fronteras. Adems, el movimiento

    de poblaciones tnicas a travs de las fronteras nacionales, ya sean refugiados o no, es frecuentemente un

    factor en el conflicto tnico dentro del pas.[3]Sin embargo, no pretendo insinuar que estas diferentes formas y registros de violencia estn analtica o

    empricamente aisladas unas de otras. Es ms, Claudio Lomnitz (en una comunicacin personal) ha sugerido

    varios modos en los que la violencia viviseccionista entre conocidos y la violencia banal de los torturadores

    profesionales (especialmente en Amrica Latina) puede estar vinculada por medio de las polticas de identidad

    y el Estado, y por tanto de la globalizacin. Espero desarrollar estas sugerencias en un trabajo futuro en esta

    materia.[4] Es difcil hacer aseveraciones cuantitativas plausibles sobre las transformaciones en la incidencia de la

    violencia tnica a lo largo del tiempo. Hay alguna evidencia de que el conflicto dentro de los Estados

    (incluyendo la violencia tnica) es ms frecuente en la actualidad que el conflicto entre los Estados. Parece que

    se da un incremento secular de las formas extremas de violencia fsica entre los grupos tnicos, aunque

    muchas sociedades destacan por su nivel de armona tnica y de orden social en general. No hay duda de quela amplificacin de nuestras impresiones de la violencia tnica en los medios de comunicacin crea un riesgo

    inherente de exagerar el acontecimiento global de la extrema violencia.[5]Para una sugerente discusin de la generalizada incertidumbre respecto a las identidades de las personas,

    de las clases sociales, pueblos, e incluso sobre el nexo entre la religin y el sentimiento de nacionalidad

    durante el proceso de particin en 1947, estoy en deuda con el borrador de la ponencia de Gyanendra Pandey,

    Puede un Musulmn ser un Indio?, pronunciada en la Universidad de Chicago en abril de 1997. Una especie

    similar de incertidumbre, producida por las polticas tardocoloniales y postcoloniales, la comenta Quadri Ismail

    (1995) con respecto a las auto-comprensiones de la identidad musulmana de Sri Lanka.[6] Esta es la ocasin para agradecer a Allen Feldman la pionera contribucin de su estudio sobre violencia

    tnico-religiosa en Irlanda (1991). Posteriores estudios antropolgicos sobre la violencia, incluyendo varios delos citados en este artculo, estn en deuda con l. Su brillante examen de la lgica del espacio, la tortura, el

    miedo y la narrativa en Irlanda del Norte proporciona una perspectiva radical Foucaultiana que se relaciona con

    una serie de observaciones etnogrficas del terror tnico militarizado. Son muchas las maneras en las que los

    argumentos de Felman establecen una base para los mos: entre stas se incluyen sus observaciones sobre el

    interrogatorio como una ceremonia de verificacin (Feldman, 1991: 115), la tortura como una tcnica para la

    produccin de poder fuera del cuerpo de la vctima (ibid), toda la medicalizacin implicada en un interrogatorio

    (ibid: 122-3), y la funcin del cadver, o muerto, para sealar el traslado desde amplios mapas espaciales

    hacia el mapa del cuerpo enemigo (ibid: 73). Mi esfuerzo consiste en pasar la atencin de la violencia

    esponsorizada por el Estado a sus formas y agentes ordinarios y as elaborar las relaciones entre aclaracin y

    purificacin.[7]Este puede ser el lugar para apuntar la peculiar relacin entre la espontaneidad y el clculo en la violencia

    tnica colectiva. El nfasis en este ensayo acerca de la incertidumbre y la viviseccin puede esclarecer esta

    difcil cuestin. Los enfoques existentes tienden a encontrar un enlace perdido entre las fuerzas planificadoras

    que hay detrs de la violencia tnica (en general motivadas polticamente) y el innegable elemento de la

    espontaneidad. Nuestra propuesta sugiere que, al menos bajo ciertas condiciones, la respuesta viviseccionista

    a la incertidumbre puede imitar modos cientficos modernos de verificacin precisamente tanto como los

    aspectos planificados de la violencia tnica pueden imitar otras formas legtimas de poltica que enfatizan el

    procedimiento, la tcnica y la forma. Puede haber por tanto una afinidad interna entre la espontaneidad y el

    clculo en la violencia tnica moderna que requiere una explicacin adicional (cf. Tambiah, 1996).

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref3http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref3http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref4http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref4http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref6http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref6http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref7http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref7http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref7http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref6http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref5http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref4http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref3
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    [8] Existe una inmensa literatura sobre la relacin entre el nacionalismo Alemn, la identidad juda, y las

    dinmicas del Holocausto. Parte de esta literatura, incluyendo algn trabajo realizado por la Escuela de

    Frankfurt, reconoce la relacin entre la modernidad, la irracionalidad y el miedo al cosmopolitismo internacional

    representado por los antisemitas nazis. Tambin es evidente que la banalizacin y la mecanizacin de la

    muerte en la Alemania nazi tuvo mucho que ver con el cuerpo judo como un lugar de terror hacia las formas

    abstractas del capital y de la identidad. Los debates recientes en torno al estudio de Daniel Goldhagen (1996)

    sobre la participacin de alemanes corrientes en la exterminacin de los judos en la Alemania nazi ha vuelto a

    abrir muchas de estas cuestiones. Dado que el alcance de esta literatura hace imposible tratarlo aqu con

    exactitud, basta con sealar que las polticas nazis contra los judos plantean cuestiones tanto sobre la pureza

    como sobre la claridad en proyectos tnico-nacionales, las cuales estn conectadas de cerca al argumento de

    este ensayo.[9] Slavoj Zizek (1989) en su creativa revisin lacaniana de Hegel, ha abordado de un modo sumamente

    sugerente la cuestin sobre identidades duales y subjetividades divididas. Como parte de esta lectura, Zizek

    observa el sentido en el que la ansiedad sobre el parecido entre judos y alemanes es una pieza clave del anti-

    semitismo. Tambin menciona los modos peculiares en que el terror estalinista exiga que sus vctimas, enjuicios polticos, por ejemplo, confesaran su traicin precisamente porque ellos eran, en cierto modo, tambin

    buenos comunistas que reconocan las necesidades de purgas y expulsiones del partido. En ambos casos, las

    vctimas soportaban el sufrimiento de pertenecer tanto al nosotros como al ellos en referencia a una

    ideologa totalitaria.

    Sheila Fitzpatrick por primera vez me seal la importancia de los juicios estalinistas a traidores de clase para

    la lgica general de mi argumentacin. En su ensayo breve sobre relatos autobiogrficos y juicios polticos en

    la Rusia de Stalin, Fitzpatrick muestra que el miedo a la incertidumbre sobre sus historias de clase afectaba a

    muchos ciudadanos soviticos en ese momento, puesto que todo el mundo tena alguna clase de

    vulnerabilidad: Entonces se les quitaran sus mscaras soviticas; y se expondran como agentes dobles e

    hipcritas, enemigos que deben ser expulsados de la sociedad sovitica. En un abrir y cerrar de ojos, como enun cuento de hadas, Gaffner el pionero kolkhozse convertira en Haffner el kulak Mennonite. Un trueno y el

    rostro que mira atrs desde el espejo de Ulianova sera el de Buber, la malvada bruja, enemiga del pueblo

    sovitico (Fitzpatrick, 1995: 232; ver tambin 1991).[10]Podemos entender este tipo de intimidad brutal como una deformacin fatal de la clase de proximidad

    cultural que Herzfeld (1997) define como aquella sensacin de familiaridad, proximidad, confianza y

    conocimiento interior que se preserva desde las comunidades locales frente a las taxonomas, polticas y

    estereotipos del Estado. Dado el frgil lmite entre los esencialismos populares y los esencialismos del Estado

    que Herzfeld apunta en su extenso anlisis, no sera poco acertado sugerir que alguna clase de intimidad

    llevada de un modo aterrador por estas vases una caracterstica de la cualidad viviseccionista de gran parte

    de la violencia tnica de hoy en da.[11]Varios colegas me han sugerido que en los Estados Unidos y en las sociedades industriales avanzadas de

    Europa occidental muchas de las caractersticas que encuentro en la violencia tnica global estn

    extraordinariamente presentes en el abuso domstico dirigido contra las mujeres. Este entendimiento

    comparativo abre la amplia cuestin de las relaciones existentes entre la violencia tnica y la violencia sexual,

    as como sobre las relaciones estructurales entre esas formas de violencia en sociedades ms o menos ricas.

    En el contexto actual, esta relacin supone un recordatorio de que la violencia a gran escala en el contexto de

    la intimidad no est restringido a los pases no Europeos o menos desarrollados.[12] Este punto tiene mucho que ver con el provocativo trabajo de Achille Mbembe sobre el poder y la

    obscenidad en el periodo postcolonial, donde se trata con las dinmicas de la intimidad de la tirana

    (1992:22). Aqu el cuerpo se presenta como el lugar de la codicia, el exceso y el poder falocntrico entre las

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref8http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref8http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref9http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref9http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref10http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref10http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref11http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref11http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref12http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref12http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref12http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref11http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref10http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref9http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref8
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    elites gobernantes y, de esta manera, como el objeto de intimidad escatolgica en el discurso popular. La

    relacin entre este tipo de obscenidad poltica y la lgica de la viviseccin que exploro aqu tendr que esperar

    a otra ocasin (ver tambin Mbembe y Roitman, 1995)[13] Desde luego, no todas las formas de abstraccin en la vida social conducen a la violencia, ni formas

    potencialmente violentas de abstraccin como el mapa, el censo y los modelos de desarrollo econmico tienen

    siempre que llevar a la coercin o al conflicto. Aqu, como en cualquier otra parte, es necesario examinar los

    mltiples vectores de la modernidad y las formas particulares en que convergen y divergen en la era de la

    globalizacin. En esta poca ms reciente de globalizacin, estos instrumentos de abstraccin se combinan con

    otras fuerzas, como la migracin, la mediacin y la secesin para crear condiciones de una incertidumbre ms

    elevada, pero esto no es una propiedad cuantitativa inherente o estructural de estas abstracciones.[14] Aqu y a lo largo del artculo he preferido utilizar la persona sobre el sujeto, aunque tanto la idea

    hegeliana de la subjetividad, como su versin foucaltiana respecto a la violencia y la agencia, resulta

    profundamente relevante para mi anlisis. Mientras la idea de sujeto est ms inmediata y explcitamente

    vinculada a las dialcticas de la modernidad, no existe un puente fcil entre sta y la categora depersona, que

    contina siendo central para la antropologa del cuerpo y del ritual. Espero dedicarme con profundidad a lasimplicaciones discursivas de estos trminos clave en un trabajo futuro en esta materia. Por ahora, slo puedo

    sugerir que mi uso del trminopersona no intenta eximir las clases de lecturas que, para algunos, pueden fluir

    ms cmodamente desde su sustitucin en contextos similares por la idea de sujeto.[15]Esta parte del anlisis tiene mucho en comn con algunos aspectos de la interpretacin de Feldman (1991)

    sobre los ceremoniosos es ms, sacrificiales - matices de los interrogatorios y encarcelamiento de prisioneros

    polticos por funcionarios del Estado en Irlanda del Norte, tanto como con su relato sobre las transformaciones

    de estos procedimientos escatolgicos por parte de las vctimas.[16]Agradezco a Ddipesh Chakrabarty (comunicacin personal) esta frase llamativa as como por alertarme de

    los peligros de saltar de cuestiones globales a respuestas globales.[17]

    Las cuestiones a las que aludimos en estos comentarios concluyentes se desarrollarn por completo en elextenso trabajo del cual este ensayo es un anticipo. Se prestar entonces una atencin especial a la cuestin

    de qu distingue situaciones que comparten un gran nmero de las caractersticas expuestas con otras

    situaciones de tensin globalizado que no producen violencia etnocida. As mismo, se explorar en profundidad

    la epidemiologa compleja que relaciona varias formas de conocimiento (incluyendo la propaganda, el rumor y

    la memoria) con varias formas de incertidumbre.

    http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref13http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref13http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref17http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref16http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref15http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref14http://www.relacionesinternacionales.info/revista/revista/N4/pdf/artappadurai4.htm#_ftnref13
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    Las vertientes externa e interna del imperialismo cultural: una

    crtica a Edward Said

    Emma Benzal*

    Al hablar de imperialismo en general y de imperialismo cultural en particular

    resulta muy difcil sustraerse a la cita que precede a este escrito. No niego que incluso

    puede llegar a ser tedioso recurrir una vez ms a un texto que, de puro usado, casi

    carece de sentido, pero lo cierto es que probablemente constituya la condensacin ms

    clara de lo que queremos decir cuando hablamos de imperialismo cultural.

    El imperialismo cultural, as, hace referencia a esa idea de la que habla Marlow, a

    una idea de conquista o a una idea de imperio que, ya sea previa o contempornea a la

    conquista efectiva, en todo caso se distancia de ella en sus elementos definitorios, no

    sustentndose en esa realidad sino en su propia lgica discursiva, adquiriendo una

    fuerza propia que le permite ser defendida por encima de los resultados concretos que

    produzca.

    La conquista de la tierra, que sobre todo supone

    quitrsela a aquellos que tienen una complexin

    ligeramente distinta de la nuestra o narices

    ligeramente ms chatas que las nuestras, no esalgo agradable si se la observa de cerca. Slo la

    idea la redime. La idea que subyace a ella; no una

    pretensin sentimental sino una idea; y una

    creencia generosa en esa idea: algo en lo cual

    basarse, ante lo cual prosternarse, por lo cual

    sacrificarse

    J. Conrad, El Corazn de las Tinieblas

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    En este sentido, el imperialismo cultural como idea en cierto modo se ha ido

    entendiendo en paralelo y de forma distanciada a la comprensin de la dominacin en

    general y del imperialismo en particular. Ya en su concrecin, esto es, en la puesta en

    prctica de la idea, el imperialismo ha sido mayoritariamente abordado desde un punto

    de vista material, como algo nicamente observable desde la ptica de lo cuantificable.

    No existe en l la subjetividad propia de la consecucin de una idea sino la lgica

    implacable del cumplimiento de unas necesidades materiales concretas. En definitiva,

    cuando nos alejamos de la comprensin del imperialismo cultural para acercarnos al

    imperio como probable resultado de ese imperialismo cultural, es la concepcin

    econmica del fenmeno imperialista la que, gracias a su facilidad cuantificadora,

    predomina.

    Durante mucho tiempo, por tanto, los estudiosos del imperialismo olvidaron por

    completo el concepto de imperialismo cultural y colocaron las causas y explicaron el

    funcionamiento del imperialismo atendiendo nicamente a los beneficios econmicos que

    ste reportaba a sus agentes: era simplemente el medio, bien para colocar los

    excedentes de capital europeos, bien para proporcionar a Europa materias primas

    indispensables para su nuevo sistema productivo de tipo industrial.

    Afortunadamente esta visin reduccionista del imperialismo fue complementada

    con otro tipo de explicaciones que, sin embargo, seguan olvidando la idea y

    continuaban en la lgica del dominio como poder cuantificable. Entre estas nuevas

    explicaciones destacan aquellas que esencialmente consideran el imperialismo una

    herramienta poltica ms dentro de las relaciones interestatales y que, por tanto, basan

    el xito o el fracaso de la poltica imperialista en su capacidad o no de colocar a quienes

    la ejercen en un plano de superioridad respecto a sus pares.

    Para ambos tipos de explicaciones, por tanto, el imperialismo es un hecho tan

    incontestable que quienes lo analizan no llegan a plantearse que todo sistema de

    dominacin debe dotarse de distintas herramientas para lograr sus objetivos,

    herramientas que van ms all del poder material asociado al capital o a los caones y

    que tienen unas caractersticas menos tangibles pero tan relevantes como las anteriores.

    Es la extensin de la concepcin del poder a terrenos ms abstractos y su entendimiento

    como un sistema de control completo en el que no slo se controla lo material sino

    tambin lo inmaterial la que permite que empecemos a observar el imperialismo como

    algo ms que una dominacin representada por la toma de territorios y el gobierno de

    los pueblos. El imperialismo comienza entonces a ser concebido como un sistema de

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    dominio en el que la representacin de la realidad es tan importante como el desarrollo

    de la misma, en el que la idea es tan importante como su puesta en marcha[1].

    Pues bien, esta representacin de la realidad tiene su reflejo en la cultura,entendida sta como las distintas formas artsticas o no- que configuran nuestro

    conocimiento ms inmediato y espontneo sobre nosotros mismos y sobre los otros,

    cultura que se ve afectada por el imperialismo dando lugar a lo que llamamos

    imperialismo cultural- cuando es monopolizada por un tipo de lenguaje cerrado en el que

    tanto el significante como el significado, tanto el vocabulario empleado como el mensaje

    percibido tienen su origen y su fin en el imperio, esto es, cuando queda sometida de tal

    forma a la lgica imperialista que acaba promoviendo un conocimiento determinado que

    favorece la perpetuacin del sistema imperialista.

    Es esta subordinacin de la cultura a la lgica del imperio la que ha hecho que el

    imperialismo cultural sea generalmente concebido en una sola direccin: la que va desde

    el agente imperialista al sujeto del sometimiento o el otro colonizado. Sin embargo,

    como veremos ms adelante, me interesa mostrar que tambin el imperialismo cultural

    tiene una vertiente interna, frecuentemente olvidada pero tan importante como la

    exterior, que permite que la cultura en su definicin del otro se convierta en el medio

    para dar coherencia al sistema en el que es generada, proporcionando tanto una visin

    del otro como de uno mismo que da lugar a un imaginario tanto externo como interno.

    En el anlisis de la vertiente externa del imperialismo cultural encontramos un

    exponente fundamental en Edward Said, especialmente en sus obras Orientalismo[2] y

    Cultura e Imperialismo[3]. Para l, este tipo de imperialismo cultural se remonta a los

    primeros contactos entre occidente y oriente, si bien alcanza su mayor perfeccin a lo

    largo del siglo XIX y principios del siglo XX, caracterizndose por promover a travs dedistintos medios culturales una idea del otro que lleva a concluir que la colonizacin es

    algo inevitable y necesario. La cultura se convierte en el instrumento de legitimacin del

    imperialismo al definir al otro de tal forma que slo con la accin imperialista puede ser

    salvado de su propio destino y llevado hacia un lugar mejor. El imperialismo cultural en

    su sentido externo, por tanto, est estrechamente vinculado a un ideal de civilizacin y a

    la necesidad moral de extender este ideal.

    http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn1http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn1http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn2http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn2http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn2http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn3http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn3http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn3http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn2http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn1
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    Este tipo de imperialismo cultural ante todo va a utilizar la ciencia como lenguaje

    para definir al otro puesto que todo planteamiento cientfico est dotado de una

    legitimidad superior que dificulta enormemente su cuestionamiento y que slo admite la

    confrontacin desde el uso del mismo vocabulario, el de la ciencia. As, el cientfico,

    mediante su uso de un mtodo infalible que est despojado de toda subjetividad pues se

    basa en la observacin desinteresada, primero observa y posteriormente procede a la

    catalogacin, an ms desprovista de subjetividad al ajustarse a tipologas cerradas y

    generalmente inmutables. Estamos, por tanto ante una tarea puramente descriptiva, lo

    que constituye la esencia de la objetividad, siendo las ciencias que mejor van a realizar

    esta tarea asptica e infalible la biologa, la antropologa y la lingstica.

    Ahora bien, lo que demuestra el anlisis del imperialismo cultural es que laobservacin y catalogacin que son su instrumento carecen de la objetividad pretendida

    no tanto porque realmente la ciencia se ponga al servicio de los intereses imperialistas y

    por tanto d una visn parcial de los hechos como porque las propias herramientas

    cientficas contienen en s mismas el germen de la dominacin imperialista. La lgica

    cientfica supone un sistema de coherencia universal en el que todo tiene un orden y un

    lugar determinado, orden en el que, por definicin, el que observa es el que posee la

    capacidad de observar y conocer y el observado, por la misma lgica, carece de tal

    capacidad. De ah que en un orden racional y coherente el otro sea calificado de inferior

    simplemente porque el hecho de que sea definido, esto es, el hecho de que no sea capaz

    de definirse a s mismo le coloca en una posicin de subordinacin, necesitando la

    definicin de otro para ser.

    Esto hace que el otro sea colocado en una posicin de inferioridad no tanto con el

    fin de instrumentalizarlo para los objetivos de dominacin imperialista como porque

    simplemente es presentado de la nica forma posible para que el esquema cognitivo del

    momento en el que se produce sea coherente. De ah que para que tal esquema tenga

    un sentido completo debamos considerar que tal definicin del otro tambin supone la de

    uno mismo, convirtindose todo el proceso en un juego de espejos y oposiciones que, en

    definitiva, nos permite hablar tambin de imperialismo cultural interno [4]. As, aunque el

    imperialismo cultural habitualmente es entendido slo como la produccin de una

    representacin del otro con unas caractersticas tales que hacen indefectible el

    imperialismo as es como podemos encontrarlo en las obras de Edward Said- debe ms

    bien ser concebido como un sistema en el que la forma de representar al otro conlleva

    tambin la representacin de uno mismo.

    http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn4http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn4http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn4
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    En definitiva, en la visin del imperialismo cultural planteada aqu ste quedara

    definido como un sistema de representacin cultural que parte de una cosmovisin la

    cual, siguiendo una lgica de dominacin, no tiene tanto el propsito de dar argumentos

    o justificaciones a la misma como de dotar al sistema de coherencia, teniendo como

    resultado tanto la definicin del otro, sujeto de colonizacin, como del agente

    colonizador.

    Ahora bien, los instrumentos de los que se dota el imperialismo cultural para

    llevar a cabo su labor de definicin del otro alcanzan su objetivo imperialista con mayor

    precisin cuando escapan del mbito de su propia disciplina cientfica y son insertados en

    un discurso general que aparentemente no tiene ya nada que ver con ellos. As, los

    conocimientos logrados mediante el sagrado mtodo cientfico son trasvasados de forma

    imperceptible a otros instrumentos ms populares, generndose entonces toda una

    iconografa del imperio que es la que, en mi opinin, verdaderamente constituye la

    esencia del imperialismo cultural.

    Como sabemos, la extensin de la capacidad de decisin poltica a cantidades

    ms amplias de las poblaciones europeas supone la aparicin de una cultura de masas

    que va a afectar, cmo no, al imperialismo. Una vez establecida una imagen cientfica y

    erudita del otro que, si no justifica al menos explica, el proyecto imperialista es preciso

    extender tal imagen a sectores ms amplios de la poblacin, logrando, as, bien su

    apoyo, bien su comprensin de tal proyecto. El imperialismo, en este sentido, va a

    utilizar las mismas herramientas que cualquier otro tipo de produccin cultural de gran

    alcance, herramientas que van desde la publicidad de artculos de consumo tambin

    una novedad en la poca que nos ocupa asociada a la extensin de la capacidad de

    consumo a sectores ms amplios de la poblacin-, a las postales de viajes, las tarjetas

    que acompaaban a los paquetes de galletas, t o cigarros (las cuales contenan series

    enteras dedicadas a diversos temas del imperio como los cuerpos del ejrcito, las

    posesiones coloniales, las batallas ms importantes), los peridicos, revistas y novelas

    -especialmente las dirigidas a un pblico juvenil- y, finalmente, a espectculos de masas

    como el music-hallo las exposiciones universales[5].

    Debemos tener en cuenta que, a pesar de lo que muchas veces pueda parecer, el

    imperio tal y como es contemplado hoy por nosotros no era una entidad tan familiar. Ni

    era percibido como tal por todo el mundo ni quienes s lo perciban utilizaban un mismo

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    ISSN 1699 3950

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    concepto de imperio por ejemplo en Gran Bretaa muchos manejaban una idea del

    imperio que slo inclua a los dominios y, como mucho, a Sudfrica e India-. El imperio

    era patrimonio de grupos minoritarios y precisaba extender su comprensin al resto de

    la poblacin. Para ello, el imperialismo cultural que es transmitido mediante los

    instrumentos de produccin cultural de masas sealados anteriormente extiende el

    conocimiento cientfico hasta entonces minoritario mediante su presentacin de forma no

    especializada, simplificada y esencialmente visual no ya con la intencin de describir y

    comprender al otro como con el objetivo de educar al europeo en la idea de imperio, as

    como con el de generar en el europeo una imagen grandiosa de s mismo[6].

    As, la imagen que se promovi del imperio y, con ella, la imagen que se

    promovi de los propios agentes imperialistas sirvi tambin para reforzar el sistemadentro del cual fue generada, un sistema que se estaba tambaleando, especialmente en

    Gran Bretaa. As, como nos muestra Cannadine[7], la imagen imperial sirvi en este pas

    para reforzar una monarqua un tanto deteriorada y para crear una imagen de unidad

    frente a una sociedad cada vez ms fraccionada desde el surgimiento de la clase obrera.

    El mundo jerrquico y seorial, de este modo, es perpetuado mediante el imperio a

    pesar de que la realidad estuviera apuntando hacia el surgimiento de nuevas relaciones

    sociales ms complejas.

    En este mismo sentido, Cannadine nos muestra que realmente el imperialismo

    cultural no gener un lenguaje ex novo para el sometimiento de otros pueblos. Ni hacia

    fuera ni hacia dentro cre una concepcin individualizada y singular del imperio sino que

    se limit a utilizar un vocabulario que ya posea. As, la sociedad europea, especialmente

    la britnica, se limit a extender su visin jerrquica de la sociedad a otros pueblos, de

    tal modo que al igual que divida a su sociedad en estamentos as divida las razas y las

    culturas. Incluso el racismo puede ser contemplado como inserto en un sistema de

    discriminacin que no es slo externo, pudiendo establecerse ciertas analogas entre el

    tratamiento dado a los mseros trabajadores de las fbricas y a los negros de ultramar.

    Lo que los britnicos primaban dentro y fuera muchas veces era el estatus por encima

    del color de la piel y fue esta discriminacin basada en la clase lo que les permiti tratar

    con las lites indgenas en un nivel de cierta igualdad[8].

    Pero, volviendo una vez ms a la idea de Conrad, es importante sealar que los

    dos sistemas interrelacionados de produccin y reproduccin cultural, tanto los que

    tienen una vocacin externa como los que tienen una vocacin interna, no precisan tener

    un anclaje fuerte con la realidad. Como hemos visto, todo el imaginario cultural asociado

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    al imperio, a pesar de adoptar la apariencia de descripcin despojada de toda

    subjetividad, tiene como objetivo generar una concepcin ideal de la realidad que se

    encuentra alejada de la realidad misma. A veces precede a la realidad en un intento de

    modificarla y en otras ocasiones simplemente va paralela a ella y la disfraza pero en

    todo caso es algo en cierto modo ajeno a ella[9]. Por ello hablamos de cultura como

    representacin, si bien el xito de la misma radica en su capacidad de aparentar ser algo

    concluido y cerrado adems de reflejo cierto e indudable de la realidad.

    A partir de esta idea de imperialismo cultural que combina tanto su vertiente

    externa como su vertiente interna podemos, finalmente, sealar algunas crticas que

    pueden dirigirse a la concepcin de imperialismo cultural que maneja uno de sus

    estudiosos ms eminentes, Edward Said.

    La primera y obvia crtica que le podemos hacer est dirigida a su comprensin

    del imperialismo cultural slo en su sentido externo. Ms en Orientalismo pero tambin

    en Cultura e Imperialismo encontramos una definicin de lo que l entiende por

    imperialismo cultural que nicamente se centra en la forma de representacin del otro

    sin tener en cuenta el papel que juega en este proceso la autodefinicin del occidental.

    Entiendo que lo que Said precisamente pretende es romper con un sesgo eurocntrico

    del anlisis y por ello no entra en esta cuestin, pero y esto nos lleva a adelantar otra

    de las crticas que podemos realizar- esta omisin acaba conllevando otorgar una

    intencionalidad a los mecanismos de representacin en general pero al mecanismo de

    representacin imperialista en particular que no siempre existe.

    Otra importante crtica a Said, que est relacionada con su concepcin

    exclusivamente externa del imperialismo, es que maneja un concepto excesivamente

    elitista de cultura. Los ejemplos que utiliza para demostrar sus postulados se muevendentro de un mbito de produccin cultural reservado a sectores minoritarios de la

    poblacin, sectores para los cuales la autodefinicin en trminos imperia