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Juan José Toribio Dávila* LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS Sesenta años después de la celebración de la Conferencia de Bretton Woods, de la que nacieron el Fondo Monetario y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (hoy Grupo Banco Mundial), los diversos acontecimientos económicos han obligado a una adaptación de las funciones de estas instituciones para responder a la nueva configuración de los mercados financieros internacionales y las necesidades de sus países miembros. Este trabajo analiza la evolución de ambas instituciones, revisando los acontecimientos que han precipitado los principales cambios e identificando los retos pendientes para el futuro. Palabras clave: sistema financiero internacional, sistema monetario internacional, instituciones financieras multilaterales, Banco Mundial, FMI. Clasificación JEL: F33. 1. Introducción Bajo la perspectiva de una inminente victoria en la Se- gunda Guerra Mundial, se celebró en un apartado hotel de Bretton Woods, N.H., del 1 al 22 de julio de 1944, la denominada «Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas». Participaron en ella 44 países, y otro (Dinamarca) envió una simple representación de menor nivel. Una cumbre tan limitada, y sin la presencia de nin- gún Jefe de Estado o presidente de gobierno, sería hoy considerada un happening político de menor nivel, pero el ambiente de esperanza y novedad en que entonces se vivía bastó para convertir el encuentro en el punto de partida de un nuevo orden económico internacional. De la Conferencia se derivó la decisión de crear tres instituciones básicas. En primer lugar, el Fondo Moneta- rio Internacional, cuyo convenio constitutivo fue firmado ya finalizada la guerra (27 de diciembre de 1945). Su primera Asamblea de Gobernadores, es decir, de minis- tros de finanzas y presidentes de bancos centrales, tuvo lugar en Savannah, Georgia, sólo unas semanas des- pués (8 de marzo de 1946), aunque el comienzo efecti- vo de sus operaciones financieras se retrasó hasta el 1 de marzo del año siguiente. La segunda institución fue el llamado Banco Interna- cional de Reconstrucción y Desarrollo, cuya propia de- nominación indica un claro afán de reparación por la gran destrucción generada en la guerra, aunque su pro- pio éxito en materia de reconstrucción le llevó pronto a centrarse en la financiación de proyectos en países 60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS Diciembre 2005. N.º 827 17 ICE * Profesor del IESE.

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Juan José Toribio Dávila*

LAS INSTITUCIONESDE BRETTON WOODS:60 AÑOS DE CAMBIOSSesenta años después de la celebración de la Conferencia de Bretton Woods, de la quenacieron el Fondo Monetario y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo(hoy Grupo Banco Mundial), los diversos acontecimientos económicos han obligado auna adaptación de las funciones de estas instituciones para responder a la nuevaconfiguración de los mercados financieros internacionales y las necesidades de suspaíses miembros. Este trabajo analiza la evolución de ambas instituciones, revisando losacontecimientos que han precipitado los principales cambios e identificando los retospendientes para el futuro.

Palabras clave: sistema financiero internacional, sistema monetario internacional, instituciones financieras

multilaterales, Banco Mundial, FMI.

Clasificación JEL: F33.

1. Introducción

Bajo la perspectiva de una inminente victoria en la Se-

gunda Guerra Mundial, se celebró en un apartado hotel

de Bretton Woods, N.H., del 1 al 22 de julio de 1944, la

denominada «Conferencia Monetaria y Financiera de

Naciones Unidas». Participaron en ella 44 países, y otro

(Dinamarca) envió una simple representación de menor

nivel. Una cumbre tan limitada, y sin la presencia de nin-

gún Jefe de Estado o presidente de gobierno, sería hoy

considerada un happening político de menor nivel, pero

el ambiente de esperanza y novedad en que entonces

se vivía bastó para convertir el encuentro en el punto de

partida de un nuevo orden económico internacional.

De la Conferencia se derivó la decisión de crear tres

instituciones básicas. En primer lugar, el Fondo Moneta-

rio Internacional, cuyo convenio constitutivo fue firmado

ya finalizada la guerra (27 de diciembre de 1945). Su

primera Asamblea de Gobernadores, es decir, de minis-

tros de finanzas y presidentes de bancos centrales, tuvo

lugar en Savannah, Georgia, sólo unas semanas des-

pués (8 de marzo de 1946), aunque el comienzo efecti-

vo de sus operaciones financieras se retrasó hasta el 1

de marzo del año siguiente.

La segunda institución fue el llamado Banco Interna-

cional de Reconstrucción y Desarrollo, cuya propia de-

nominación indica un claro afán de reparación por la

gran destrucción generada en la guerra, aunque su pro-

pio éxito en materia de reconstrucción le llevó pronto a

centrarse en la financiación de proyectos en países

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atrasados que, de hecho, no habían participado en el

conflicto. Pasó, pues, a ser más identificado con la mar-

ca «Banco Mundial», cobertura actual de las diversas

entidades en las que ha quedado configurado su grupo

financiero.

Por fin, la Conferencia de Bretton Woods previó la

creación de un tercer organismo, desde el principio de-

nominado Organización Mundial de Comercio que, no

obstante —y por razones largas de explicar—, no adqui-

rió carta de naturaleza ni entró en funcionamiento hasta

casi 50 años después, aunque bien es cierto que alguna

de sus previsibles funciones fueron asumidas por un

acuerdo general (el GATT) suscrito en 1947. Dado que

casi nadie identifica hoy a la OMC con la conferencia de

Bretton Woods, los párrafos que siguen limitan su análi-

sis a sólo las dos primeras instituciones: FMI y BM.

2. La trayectoria del FMI

El Convenio Constitutivo del Fondo asignó a la insti-

tución una serie de objetivos y funciones que, traduci-

dos desde su peculiar lenguaje técnico (el «fundés»,

según la irónica expresión que con frecuencia emplea

el staff) al idioma de nuestros días, pueden enumerar-

se como:

a) Fomentar la cooperación monetaria internacio-

nal, la estabilidad cambiaria y los regímenes de cambio

ordenados.

b) Posibilitar un crecimiento «equilibrado» del co-

mercio internacional, como contribución a altos niveles

de empleo y prosperidad.

c) Promover la «convertibilidad» de todas las mone-

das, es decir, la eliminación de restricciones cambiarias

que tanto dificultaban la expansión del comercio.

d) Facilitar el ajuste de las balanzas de pagos.

e) Finalmente, «infundir confianza a los países

miembros, poniendo a su disposición temporalmente los

recursos generales del Fondo (procedentes de cuotas),

dándoles así la oportunidad de equilibrar sus cuentas

exteriores sin recurrir a medidas perniciosas para la

prosperidad nacional e internacional».

Nadie ha procedido a una revisión general de esos fi-

nes, por lo que siguen siendo teóricamente la razón de

ser de la institución. El sistema monetario y la propia

economía internacional han experimentado, sin embar-

go, cambios tan sustanciales, que ponen en tela de jui-

cio la misión del Fondo o, al menos, parecen reclamar

una reflexión profunda sobre la «hoja de ruta» que pue-

da orientar la trayectoria de la entidad en el mundo ac-

tual. Algunos de esos cambios respondieron a shocks

perfectamente identificables como puntos de ruptura, o

como hitos básicos de alteración en la evolución del sis-

tema monetario internacional. Otros (quizá los más pro-

fundos) fueron graduales y continuos, por lo que no re-

sultaba fácil valorarlos en el acontecer diario.

Entre los primeros (cambios asociados a auténticos

shocks económicos o políticos), los futuros tratados de

Historia Económica no dejarán de registrar la reunión

que el presidente Richard Nixon mantuvo con altos fun-

cionarios de su gobierno en la residencia de Camp Da-

vid el 15 de agosto de 1971, ocasión en la que se deci-

dió que los Estados Unidos interrumpirían la paridad fija

del dólar respecto al oro (piedra angular del esquema di-

señado en Bretton Woods). Como era previsible, tal

acuerdo provocó, casi inmediatamente, un abandono

generalizado de los compromisos cambiarios respecto

al dólar por parte de las restantes monedas. Todo el sis-

tema se derrumbó y vanos resultaron los intentos de re-

cuperar nuevas paridades de equilibrio que permitieran

retornar a un esquema general de tipos de cambio fijo.

Tras el colapso del esquema cambiario de Bretton

Woods, la volatilidad de paridades pasaría a formar par-

te de un escenario en el que el Fondo Monetario Inter-

nacional parecía haber perdido su rumbo e, incluso, su

razón de ser, en forma tal, que no han faltado desde en-

tonces voces y escritos que ponen en duda la propia

existencia de la institución.

En 1972, la Junta de Gobernadores del Fondo decidió

crear una comisión (grupo de los veinte) para la reforma

del esquema, pero el estallido de la primera crisis del

petróleo (diciembre de 1973) interrumpió sus trabajos.

Dos años después, se constituyó el llamado «Comité

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Interino», cuyos esfuerzos habrían de dirigirse a la refor-

ma del FMI y aun del propio sistema cambiario. Su «in-

terinidad» se prolongó, sin embargo, durante 27 años, al

término de los cuales, tampoco aparecía suficientemen-

te claro el rumbo a seguir.

Y es que, mientras tanto, se habían producido nuevos

e inquietantes shocks en el esquema monetario interna-

cional. Una segunda crisis energética, declarada en

1980, vino a absorber la atención de todos los actores

del sistema, planteando la necesidad de arbitrar cauces

en orden al llamado «reciclaje de petrodólares», es de-

cir, a la tarea de corregir, vía movimientos de capital, los

profundos desequilibrios financieros originados por las

fuertes transferencias de fondos hacia los países pro-

ductores de petróleo. El FMI realizó aportaciones sus-

tanciales a la solución del problema, y jugó un papel de-

cisivo, arbitrando nuevas facilidades de crédito o pres-

tando asistencia técnica en cuanto le fuera requerido.

Apenas iniciado el restablecimiento de la normalidad,

volvieron a encenderse las señales de alarma (otoño de

1982) cuando México y otros países latinoamericanos

declararon la imposibilidad de hacer frente a los pagos

derivados de la gran deuda externa que habían acumu-

lado en ejercicios inmediatamente anteriores. Fue la de-

nominada «crisis de la deuda externa», y en ella tam-

bién el FMI desempeñó un destacado papel, contribu-

yendo a su superación como catalizador de nuevas

fórmulas financieras, eventualmente arbitradas por la

comunidad bancaria internacional, con el respaldo y ga-

rantía de la Administración norteamericana y de los go-

biernos de algunos países europeos. Nada de esto, lógi-

camente, podía haber sido previsto 40 años antes por

los participantes en la conferencia de Bretton Woods. Si

embargo, el FMI mostró una notable adaptabilidad a cir-

cunstancias tan variadas y difíciles, lo que volvió a revi-

talizar su imagen.

La arquitectura del sistema monetario internacional

aún había de verse sometida a nuevas y duras pruebas

en la década siguiente. Sucesivas crisis financieras se

desataron en México (con la secuela del llamado «efec-

to Tequila»), Tailandia, Corea, Indonesia, Brasil y, final-

mente, Argentina, cuyos ecos todavía reverberan en la

memoria de quienes a ellas se vieron sometidas. Una

vez más, las miradas de todos los protagonistas del sis-

tema se volvieron al Fondo Monetario Internacional, en

busca de soluciones financieras efectivas y, de nuevo, el

FMI se vio obligado a un serio ejercicio de reflexión so-

bre sus responsabilidades, su misión, sus objetivos, sus

recursos y sus procesos de toma de decisiones, un pro-

ceso que todavía perdura.

Pero con todo, los cambios más profundos no fueron

quizá los sobrevenidos a consecuencia de shocks con-

cretos, como los hasta aquí enumerados. Más importan-

tes resultaron, en última instancia, otras transformacio-

nes graduales, silenciosas y continuas, que vinieron a

configurar un universo monetario, muy distinto al que se

contemplaba en 1944. Tras esos cambios, los paráme-

tros e inquietudes de la conferencia de Bretton Woods

se nos antojan hoy casi irreconocibles.

En efecto, del artículo 1. del Convenio Constitutivo se

desprende que los founding fathers del FMI tenían sólo in

mente los flujos comerciales, así como los desequilibrios

externos que de ellos pudieran derivarse, y las fórmulas

cambiarias que pudieran corregirlos antes de que dege-

neraran en crisis abiertas. Lo auténticamente «sistémi-

co» era, para ellos, el comercio exterior. En modo alguno

pudieron prever que los movimientos internacionales de

capital —bien por inversión directa, bien por créditos de

diversa configuración— pudieran crecer exponencial-

mente, hasta superar con mucho el volumen de las tran-

sacciones comerciales. No pasaron por su imaginación

fenómenos tan decisivos como la globalización financie-

ra, el volumen del mercado de divisas, la intensidad de su

contratación continua en tiempo real, la difusión universal

de la información, la amplitud de los mercados de valo-

res, el protagonismo del ahorro institucional, la inflación

de activos, o la rápida incorporación de nuevas potencias

económicas al sistema globalizado.

Como consecuencia de todos esos cambios decisi-

vos, el mundo de hoy, a diferencia del de la posguerra,

viene caracterizado por rasgos del siguiente tenor (Bui-

ra, 2005):

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a) Los Estados Unidos, que al término de la Segunda

Guerra Mundial eran prácticamente la única fuente de fi-

nanciación internacional, son hoy un país fuertemente

importador de capitales, con un volumen de pasivos fi-

nancieros claramente superior al de sus activos externos.

b) El escenario europeo ha cambiado radicalmente.

Varias monedas importantes (como las antiguas de la

Eurozona) han desaparecido del sistema y los países

emisores han arbitrado una nueva moneda común. Las

transacciones entre estas economías resultan, en esen-

cia, operaciones intrapaís, por lo que, en sentido estric-

to, no puede hablarse de «desequilibrios exteriores» de

unos con otros, ni pretender que necesitan las mismas

fórmulas de ajuste que en el pasado. Se necesita un

nuevo esquema de análisis, porque, en lo político, el tér-

mino «país de la eurozona» quizá continúe teniendo al-

guna vigencia pero, en lo económico, ha quedado supe-

rado. Extrañamente, cada uno de esos «países» con-

serva su cuota y su poder de voto independiente en los

órganos de gobierno del FMI, con un peso conjunto su-

perior en un 70 por 100 al de los propios Estados Uni-

dos, aunque su PIB consolidado sea claramente inferior.

La cuestión podía no tener mayor importancia cuando

se trataba de economías independientes, pero que ha

cobrado una nueva perspectiva desde el momento en

que todas ellas decidieron constituirse en una unidad de

decisión monetaria.

c) Por otro lado, los países del G-7 continúan man-

teniendo el control de las instituciones de Bretton

Woods. Sin embargo, hoy no representan más del 14

por 100 de la población del mundo y el 44 por 100 del

PIB global. Las naciones «emergentes» y las econo-

mías «en transición» reúnen, por su parte, al 84 por 100

de la población global y, en términos de poder de com-

pra, disponen de un PIB similar al de los siete grandes.

En esa porción mayoritaria del mundo existen, pues, du-

das razonables sobre la legitimidad democrática del go-

bierno del FMI y sobre la oportunidad de las decisiones

por él adoptadas.

d) Finalmente, las reservas de divisas en poder de

los países emergentes (incluyendo China y los demás

«dragones asiáticos») han pasado de 33.000 millones

de dólares en 1970 a más de 1,4 billones en los momen-

tos actuales. Superan, así, con mucho (de hecho, casi

duplican) el volumen de las correspondientes a las eco-

nomías avanzadas quienes, no obstante, continúan to-

mando decisiones como si nada hubiera cambiado y

fueran todavía ellas las titulares de las reservas interna-

cionales.

En el mundo nuevo, así configurado, el FMI parece

obligado a afrontar retos muy distintos a los del pasado

y, en consecuencia, a adaptar su estructura, sus recur-

sos y sus prioridades a las peculiares circunstancias del

momento actual.

Piénsese, por ejemplo, en la nueva dimensión adqui-

rida por el problema de la corrección de desequilibrios

internacionales. En el pasado, tales desequilibrios pro-

cedían —como antes hemos dicho— de operaciones

simplemente comerciales, se generaban sobre todo en

los países en vías de desarrollo y eran corregidos me-

diante una combinación, bien estructurada, de alteracio-

nes cambiarias, créditos del Fondo, y políticas de ajuste

(fiscal y/o monetario) asociadas a la llamada «condicio-

nalidad» del FMI. Éste proporcionaba además la asis-

tencia técnica necesaria y la supervisión imprescindible

para llevar a buen término el proceso.

Hoy, los principales desequilibrios internacionales

aparecen en la balanza exterior de los Estados Unidos y

no está claro qué podría hacer el FMI, salvo continuar

con sus informes del Artículo IV y pedir políticas de ajus-

te a unas autoridades como las norteamericanas, esca-

samente proclives a seguir las recomendaciones de un

organismo multilateral y, desde luego, no necesitadas

de créditos preferenciales, asistencia técnica o proce-

sos de supervisión.

El otro lado del problema viene constituido por Japón

y, sobre todo, por la República Popular China. Para re-

solverlo, sus autoridades monetarias habrían de alterar

la paridad del yuan o, mejor aún, modificar el régimen

cambiario que ha permitido una subvaloración tan evi-

dente de esta moneda. Poco puede hacer, sin embargo,

el Fondo Monetario Internacional, salvo —de nuevo—

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incluir en su informe periódico del artículo IV una mera

recomendación para que las autoridades chinas lleven a

cabo tales cambios, sin garantía alguna de que ello

vaya a materializarse en la práctica y, desde luego, sin

ningún elemento de presión. ¿Qué podría ofrecer, o exi-

gir, el FMI a un país como China, cuyo nivel de reservas

de divisas excede, con mucho, de los recursos financie-

ros de la propia institución? China mantiene además un

agravio permanente frente al Fondo, por la baja cuota y

el escaso poder de voto que el país tiene asignados,

aun cuando disponga de una silla permanente en el Di-

rectorio Ejecutivo.

Si del problema del ajuste pasáramos al de la «contri-

bución a altos niveles de empleo y bienestar» (otro de

los objetivos iniciales del FMI), cabría preguntarse qué

puede hacer hoy la institución, por ejemplo, para asegu-

rar que los países de la Eurozona, sumidos en un hori-

zonte de estancamiento, procedan a acometer las refor-

mas estructurales necesarias, tanto en el mercado de

trabajo como en los de bienes y servicios, o reduzcan la

pesada carga fiscal que sus ciudadanos soportan. O

bien, cómo lograr que reaparezca en Europa la confian-

za de consumidores e inversores para atenuar, entre

otros procesos, el de «deslocalización» industrial, pro-

vocado por aquellas rigideces y por la pérdida de com-

petitividad que de ellas se deriva. De nuevo, más allá de

las simples recomendaciones en el informe del artícu-

lo IV, el Fondo aparece inerme para afrontar problemas

tan sustanciales de la economía contemporánea o

coadyuvar a su solución.

En cuanto a las crisis financieras internacionales

—otro de los problemas del mundo actual— la experien-

cia ha mostrado una evidente necesidad de que el FMI

sea dotado de suficientes instrumentos, tanto para la

prevención como para la solución de los desequilibrios,

una vez declarados. Para lo primero, el Fondo debería

disponer de más y mejores recursos, junto a más y me-

jores políticas, y más o mayores elementos de transpa-

rencia. Se ha sugerido, por ejemplo (Camdessus, 2005)

que las conclusiones preliminares de las misiones del

Fondo, incluso las del artículo IV, sean abiertas a debate

público en el país afectado, antes de elevarse a la consi-

deración del Directorio Ejecutivo en Washington. Tales

debates deberían involucrar a fuerzas políticas, organi-

zaciones de la sociedad civil, círculos académicos, etcé-

tera, para proporcionar al propio Fondo mejores ele-

mentos de juicio y para incrementar la atención de las

autoridades económicas del país hacia las conclusiones

del FMI.

Para lo segundo (gestión de las crisis, una vez decla-

radas), continúa siendo necesario para el FMI disponer

no sólo de un volumen muy superior de recursos, sino

de nuevos instrumentos legales. Hace ya tres años que

el llamado Comité Monetario y Financiero del FMI seña-

ló la conveniencia de dos reformas básicas en este te-

rreno: a) En primer lugar, la inclusión (quizá obligatoria)

de las llamadas «cláusulas de acción colectiva» en las

futuras emisiones de deuda soberana, de forma que se

establecieran desde el principio los procedimientos a

seguir en caso de impago. b) En segundo término, la

creación del denominado «Mecanismo de Reestructura-

ción de la Deuda Soberana» (SDRM), mediante el que

se implementaría a nivel internacional, un procedimien-

to de suspensión de pagos para las deudas de los go-

biernos. Sin duda, ambas reformas podrían contribuir a

una más ordenada solución de los defaults y las crisis

internacionales por ellos provocadas.

Todos esos retos, más la necesidad de adaptar las

cuotas, el poder de voto y, en definitiva, los órganos de

gobierno del FMI al nuevo equilibrio de fuerzas en el

ámbito económico internacional, aseguran que no habrá

de faltarles tarea a los responsables políticos de la enti-

dad, 60 años después de su creación.

3. La evolución del Banco Mundial

Si la trayectoria histórica del FMI ha venido dominada

por la fuerza de los cambios sociales y económicos, la

del BIRD no ofrece dosis menores de complejidad. De

hecho, el Banco ha sido impactado no sólo por los cam-

bios globales que afectaron al Fondo, sino por otros es-

pecíficos, propios de su actividad.

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El Banco Mundial comenzó sus operaciones en

1947, con un crédito de 250 millones de dólares, otor-

gado ¡al gobierno francés! para proyectos relativos a la

reconstrucción de infraestructuras. Bastaría, pues,

confrontar —en su naturaleza y su volumen— ese cré-

dito a uno de los países que hoy pertenecen al G-7

(Francia) con los que ahora se otorgan a las econo-

mías más pobres del mundo, bajo el esquema de los

Objetivos de Desarrollo del Milenio, para comprender

la importancia de los cambios experimentados en la

operativa del Banco Mundial.

Ya en los años cincuenta, la actividad del Banco se

alejó del objetivo de reconstrucción posbélica, para

abordar la financiación de proyectos concretos de desa-

rrollo en lo que entonces empezó a denominarse «Ter-

cer Mundo». El problema era cómo podrían otorgarse

créditos muy por debajo de las condiciones de mercado

(únicos que los países subdesarrollados podían asumir)

sin poner en peligro la solvencia del propio Banco, cuya

principal fuente de financiación habría de consistir en

emisiones abiertas de bonos y en una apelación gene-

ralizada al mercado internacional de capitales. Aunque

el objetivo básico del Banco no fuera la maximización de

beneficios, era obvio que los costes de funcionamiento y

el propio crecimiento de la institución debían ser cubier-

tos mediante un margen aceptable en sus operaciones

financieras.

Para resolver el dilema se creó, en 1960, la Asocia-

ción Internacional de Fomento, como «ventanilla blan-

da» del Banco Mundial, capaz de conceder créditos

concesionales, de bajos tipos de interés, a las econo-

mías más pobres del mundo. Los créditos de AIF (o IDA

en su acrónimo inglés) pasarían a financiarse con apor-

taciones voluntarias de países relativamente desarrolla-

dos (en la actualidad, una treintena) otorgados cada tres

años mediante las llamadas «reposiciones de fondos»,

que se han materializado ya en trece ocasiones. La pro-

pia IDA señala quiénes son los países «elegibles» (hoy

más de 80) para la obtención de sus créditos concesio-

nales, en función de las circunstancias económicas de

cada uno de ellos.

Cuatro años antes (1956), y dentro de los mismos ob-

jetivos de ayuda al «Tercer Mundo», se había constitui-

do la Corporación Financiera Internacional, mediante la

que se pretendió promover inversiones privadas en los

países en vías de desarrollo, facilitando asistencia técni-

ca y participando en la financiación de iniciativas de in-

versión, sin necesidad de aval gubernamental. Se iba,

así, configurando el Grupo Banco Mundial, como res-

puesta a los sucesivos retos que su misión inicial iba

planteando, con el afán de movilizar en paralelo recur-

sos públicos y fondos privados1.

Hasta el final de los años sesenta, es decir, en los pri-

meros cinco lustros de su existencia, la financiación del

Banco Mundial se dirigió básicamente a los campos de la

energía, infraestructuras de transporte y apoyo a la indus-

tria básica, como forma de «cebar la bomba», bajo la es-

peranza de que ello generase suficiente ahorro e inversión

doméstica como para facilitar el despegue de los países

atrasados. Basta repasar los textos de la época sobre

Economía del Desarrollo para constatar que ésos eran los

términos en los que el problema se planteaba cuando se

organizaban seminarios y discusiones académicas.

A partir de los años setenta, empezó a agotarse el es-

píritu de optimismo propio de la posguerra, y a consta-

tarse que el desarrollo económico resultaba un empeño

mucho más arduo y complejo de lo que inicialmente se

había pensado. A pesar de los esfuerzos aplicados, era

obvio que persistía la pobreza, a veces extrema, en di-

versas partes del mundo y que probablemente no po-

dría evitarse convivir con ella durante mucho tiempo,

aunque —eso sí— diseñando métodos para reducirla y

aliviarla en lo posible. La «lucha contra la pobreza»

tomó el relevo de aquellos viejos eslóganes relativos a

la «promoción del desarrollo» y en el Banco Mundial,

bajo la presidencia de Robert Mc Namara, ese nuevo

espíritu de realismo propició la financiación de proyec-

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1 El grupo Banco Mundial se completó con la creación del «CentroInternacional para el Arbitraje de Diferencias relativas a Inversiones(CIADI)» en 1966 y del «Organismo Multilateral de Garantía deInversiones (OMGI)» en 1988.

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tos agrícolas, educativos, sanitarios, etcétera, destina-

dos a satisfacer necesidades básicas de la población,

más que a apoyar el take off de las economías subdesa-

rrolladas.

En la década de los ochenta se produjo un despegue

efectivo de las economías del sudeste asiático, arran-

cando de la pobreza a masas enteras de población, bajo

un esquema de atracción de inversiones privadas hacia

esa zona del mundo, para la que se elaboró la expresión

«economías emergentes». Comenzó a tomar cuerpo la

idea de que los capitales privados tenían un potencial

muy superior al de las meras transferencias concesio-

nales, tanto para el crecimiento económico como para la

lucha contra la pobreza. El Banco Mundial, y las demás

instituciones multilaterales, deberían —se dijo— asumir

un nuevo papel, como catalizadores y estimuladores de

inversiones directas procedentes del sector privado ha-

cia las economías en vías de desarrollo. Éstas, por su

parte, deberían reducir sus desequilibrios endémicos y,

sobre todo, ajustar sus estructuras legales e institucio-

nales para facilitar el proceso, hasta convertirse en ám-

bitos favorables a la inversión privada. El Banco podía

contribuir sustancialmente a esos procesos de ajuste.

Las ideologías todavía predominantes en los años

ochenta podían difícilmente aceptar esos planteamien-

tos, por lo que las voces críticas no tardaron en apare-

cer. En un informe de 1987, UNICEF consagró la expre-

sión «ajuste con rostro humano», tomándola prestada

de la que los reformadores checoeslovacos habían apli-

cado al neocomunismo por ellos sugerido antes de que

la invasión soviética de 1969 cerrara el paso a cualquier

posibilidad de apertura. El «rostro humano» propuesto

por UNICEF, e inmediatamente aceptado por otros or-

ganismos, planteaba una fuerte crítica sobre los efectos

—en su opinión negativos— que, los programas de

ajuste estructural podrían tener sobre los más débiles.

Sin embargo, la experiencia continuada de los países

del sudeste asiático y de algunos latinoamericanos (Chi-

le) parecía contradecir tales críticas. La caída del muro

de Berlín vino a confirmar la posición de los partidarios

de fortalecer el flujo de capitales privados y de revisar el

papel del Banco Mundial. Se elaboró, así, el llamado

«Consenso de Washington».

Cuando, a finales de los noventa, las economías

emergentes experimentaron una cadena de crisis finan-

cieras, su valor como modelo resultó deteriorado, a pe-

sar de la rapidez con que superaron sus dificultades. De

nuevo, pasaron a subrayarse los aspectos más directa-

mente asistenciales del Banco, centrados ahora en es-

quemas como el de alivio a la deuda externa (iniciativa

HIPC). La reducción del endeudamiento exterior ven-

dría vinculada a sendas estrategias de lucha contra la

pobreza por parte de los países concesionarios, para

asegurar que la condonación de los créditos tuviera un

«impacto real en la vida de los pobres». Así, los gobier-

nos afectados pasaron a elaborar documentos denomi-

nados Poverty Reduction Strategy Papers (PRSP) con

amplia participación de la sociedad civil y los acreedo-

res bilaterales. El Banco Mundial proporcionaría (junto

con el FMI) asistencia técnica para la elaboración de

esos programas estratégicos, que habrían de incluir ob-

jetivos claros, con indicadores medibles y calendarios

precisos.

¿Dónde nos encontramos ahora? En el panorama ac-

tual parece imponerse un período de reflexión tras se-

senta años de experiencia y a la luz de la Declaración

del Milenio, adoptada por Naciones Unidas en septiem-

bre de 2000 y de los Millenium Development Goals, pro-

clamados meses después. De acuerdo con los datos del

propio Banco Mundial, en las décadas recientes se han

conseguido mejoras importantes en las condiciones de

vida de los países pobres. El número de personas que

viven con menos de un dólar al día se ha visto reducido

en 400 millones durante los últimos 25 años. La espe-

ranza de vida en los países en vías de desarrollo se ha

incrementado en 15 años, a lo largo del mismo período

de tiempo, mientras la proporción de analfabetos que, al

principio del período, suponía el 50 por 100 de la pobla-

ción, se ha reducido a la mitad, con progresos especial-

mente visibles en Asia y América Latina (Wolfowitz,

2005). Sin embargo, las condiciones de vida para am-

plias capas de población en el África Subsahariana y

LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODS: 60 AÑOS DE CAMBIOS

60 ANIVERSARIO DE LAS INSTITUCIONES DE BRETTON WOODSDiciembre 2005. N.º 827 23ICE

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otros rincones del planeta continúan siendo inacepta-

bles y reclamando soluciones específicas, a las que el

Grupo Banco Mundial no puede ser ajeno.

En palabras de su actual presidente, el Banco Mun-

dial debe, además, profundizar en la comprensión y el

impulso a cuatro drivers fundamentales del desarrollo

económico:

a) La generación de liderazgo con responsabilidad,

así como la lucha contra la corrupción.

b) El desarrollo de la sociedad civil, especialmente

en cuanto se refiere al respeto y promoción de los dere-

chos de las mujeres.

c) La potenciación del sector privado en los ámbitos

productivos.

d) El imperio de la ley, en especial para aquellos as-

pectos que se refieren a la igualdad ante las normas le-

gales y la potenciación de los derechos de los más po-

bres.

Continúa teniendo pleno sentido la financiación del

Banco Mundial a proyectos de Sanidad, Educación,

Infraestructuras, Energía y Agricultura, así como los es-

fuerzos específicos de reducción de la deuda externa y

de alivio a las capas más pobres de la población mun-

dial. La estrategia actual del Banco, como la de otros or-

ganismos multilaterales, podría, sin embargo, centrarse

más en situar tales políticas en un contexto institucional

y de «buen gobierno», sin el cual, las contribuciones

asistenciales parecen perder una gran parte de su senti-

do, su valor, y su eficacia.

Se trata, sin duda, de retos difíciles que habrán de

condicionar toda la estrategia de ayuda al desarrollo en

las próximas décadas.

Referencias bibliográficas

[1] BUIRA, A. (Ed) (2005): The IMF and the World Bank atSixty, Anthem Press, Londres.

[2] CAMDESSUS, M. (1994): El FMI a los cincuenta años:retos y perspectivas, Madrid.

[3] CAMDESSUS, M. (2005): International Financial Institu-tions: Dealing with New Global Challenges, Per JacobsonFoundation lecture, Washington.

[4] DE RATO, R. (2005): Address to the Board of Gover-nors, Washington DC.

[5] TORIBIO, J. J. (1999): Hacia un nuevo Sistema Moneta-rio Internacional, Congreso Nacional de Economía, Alicante.

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JUAN JOSÉ TORIBIO DÁVILA

ICE