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HISTORIA DEL SEÑOR DE LURENSegún la tradición popular, las imágenes solicitadas fueron rápidamente embarcadas con dirección al Perú; en plena travesía, por causas desconocidas se presentó una tormenta en alta mar, frente a nuestras costas, poniendo en peligro la embarcación y a su tripulación. Ante este grave percance, el capitán mandó arrojar todos los bultos pesados al mar a fin de mantener a flote la nave.La inesperada tempestad, acompañada de truenos y relámpagos que se había presentado, se calmó lentamente como por designio de Dios.Finalizada la temida borrasca, emerge de las agitadas aguas cantidad de fardos que son recogidos por los pescadores artesanales y llevados al puerto del callao. En esos bultos se encontraban las imágenes perdidas por los religiosos capitalinos.En 1570, el Padre Francisco de Madrigal, enterado de la llegada de las imágenes, viajó a la actual capital de la República con el fin de conseguir una y trasladarla a Ica. A pesar del alto costo que le pidieron compró una de ellas y retornó pero, antes, mandó embarcar la escogida imagen del Callao, con destino al puerto de Pisco. En este lugar contrató a un arriero para que trasladase la imagen a lomo de mula a la ciudad iqueña.Sucede que en el trayecto, el hombre desapareció y la mula sin guía, se extravía en el desértico lugar, siendo encontrada despúes por unos cazadores cerca de la Villa Valverde.Grande fue la sorpresa para estos hombres al acercarse al animal, constataron que el fardo atado a su lomo, contenía la milagrosa imagen del Señor de Luren; de inmediato comunicaron a las autoridades religiosas acerca de este extraordinario hallazgo.
La sagrada efigie fue llevada con dirección al convento franciscano pero, el animal que transportaba, despúes de recorrer unos metros no quiso avanzar más.En la actualidad, el hermoso templo de Luren, fue edificado en el mismo lugar donde la acémila no abedeció trasladar la santa imagen, es decir a Huren Ica.
Historia del Señor de los Milagros
Un grupo de negros construyeron una cofradía en el barrio de Pachacamilla. En una de sus paredes de adobes, un negro angoleño, bajo inspiración divina, plasmó en 1651 la imagen de Cristo crucificado. La imagen fue pintada al templo en una pared tosca, cerca de una acequia de regadío y con un acabado imperfecto. El esclavo angoleño no tuvo estudios de pintura y ejecutó la obra por su propia fe y devoción a Cristo.
El 13 de noviembre de 1655, a las 14:45 horas, un fuerte terremoto estremeció Lima ,el temblor, afectó también la zona de Pachacamilla, donde todas las paredes del local de la cofradía se derrumbaron menos una: el débil muro de adobe donde estaba la imagen de Cristo, quedó intacto y sin ningún daño. Fue el primer milag
SAN MARTIN DE PORRES
Nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de
Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre
panameña.
Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de
Lima también lo fuera.
A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de
su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.
Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de
virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que
Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida
por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y ser el último". Su
anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por
lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida.
Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un
estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro
mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.
San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste
lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual
deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando
Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando
limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor".
La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él
solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres".
Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba
cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones.
Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se
extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía
encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de
algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que
fue asemejando al mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le
prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al
Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir
permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a
los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su
alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.
Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de
todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna
reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue
canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización,
las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le
hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por
atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso
apelativo de "Martín de la caridad".
Su fiesta se celebra el 3 de Noviembre.