historia de la real colegiata de san isidoro de león

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HISTORIA DE LA  REAL COLEGIATA :  DE S A N ISID ORO, DE  LEÓN  :

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  • HISTORIA DE LA REAL COLEGIATA

    : DE SAN ISIDORO, DE LEN :

  • J U L I O P R E Z L L A M A Z A R E S A B A D - P R I O R D E S A N I S I D O R O

    HISTORIO de la

    C O N UN P R O L O G O

    DEL

    Enano, e limo. Sr. Dr. D. Jos Alvarez Miran Obispo de 2en, prelado (Domstico de Su Santidad, asistente al Sagrado Solio pontificio, Conde de Colle, Seor de los fiugares de las /frrimadas y Vegamin, Noble romano, ex Senador del fteino, etc., etc.

    CT3

    IMPRENTA MODERNA: CERVANTES, 3

    LEN, 1927

  • Nihil obsta: Dr. Nilus Rodrguez Ayala

    Imprimatur: f Josephus, Episcopus Legionensis

    Legione, 27 Julii 1927.

    Reservados los derechos de propiedad

  • P R L O G O

    Tenernos suma complacencia en escribir un sencillo prlo-go para esta historia de la Real Colegiata de San Isidoro, de Len. Desde el principio de nuestro Pontificado anhelbamos por que se hicieran estudios y se publicaran trabajos acerca de tantos monumentos y obras de arte, existentes en la dicesis, que son elocuente testimonio de nuestro pasado glorioso. Y para que se conserve mejor su memoria y sean ms conoci-dos, aunque aqu hay personas muy peritas y de reconocida competencia en los estudios histrico-cricos sobre antige-dades y monumentos de arte, y que adems tienen amor e in-ters por todo lo referente a esta importante materia, sin embar-go, deseando contribuir a tan laudables trabajos, hemos esti-mulado tambin a estos estudios, entre otras cosas, celebrando certmenes y proponiendo premios con tal objeto.

    Mucho nos hemos interesado por la Real Colegiata de San Isidoro, y esto dice que nos es muy grato poner este prefacio, no tan arreglado como quisiramos, a la nueva y deseada His-toria, y se aumenta nuestro gozo, sabiendo que el autor es uno de nuestros amadsimos sacerdotes, el M . 1. Sr. Abad-Prior de dicha Real Colegiata, D. Julio Prez Llamazares, que ya ha publicado varias obras de gran mrito, como: Los Benjamines de San Isidoro; Catlogo de los Cdices y Documentos de Ja Real Colegiata de San Isidoro; El Tesoro de la Real Colegiata de San Isidoro; Vida y milagros del glorioso San Isidoro, Arzo-bispo de Sevilla y Patrono del Reino de Len; Estudio crtico y literario de las obras de San Isidoro, e influencia de las mismas en la reforma de la Disciplina y formacin del Clero, y otras ms. Esto de la Real Colegiata viene a ser hoy como un tesoro escondido, y como interesa a todos y especialmente a los leo-

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    neses, es preciso divulgarlo, darlo a conocer, para que vuel-va a ser lo que fu: un centro de peregrinacin, un manantial de gracias y portentos; tantas curaciones milagrosas, tantos beneficios de todo gnero, y como todo esto es muy consola-dor y se ha ido borrando de la memoria de los hombres, sen-timos jbilo y alegra muy sealados en prestar nuestra hu-milde cooperacin a estos trabajos.

    Ah!, {cunto interesa bajo diferentes aspectos la historia de la Real Colegiata del Doctor de las Espaas, de este severo y grandioso monumento, joya preciossima del arte romnico, maravilloso conjunto de simbolismos eucarsticos, himno su-blime ai Cordero de Dios, y como poema o canto celestial al Amor de los Amores en la Exposicin pblica y perenne del Santsimo Sacramento, que est all siempre y continuamente manifiesto a la adoracin de los fieles, y desde tiempo inme-morial...! All tiene artstico trono de plata el Augusto Sacra-mento, y en aquel trono secular y milenario est como prisio-nero de amor a los leoneses, que le colocaron en este trono de ricos mrmoles, esmaltados con las joyas ms preciosas y con sus corazones rebosantes de ternura y filial amor.

    Cabe este regio trono est el que contiene el Arca de San Isidoro, como suelen decir. Y para poder apreciar mejor la di-cha de poseer tan rico tesoro, transcribimos lo siguiente, que escribe D. Lucas de Tuy en el prlogo de la traslacin de San Isidoro a nuestra ciudad; dice as: jLen, ciudad amada de los Reyes desde los primeros tiempos, porque eres noble y fiel, te glorias venerando por principal Patrono al Santo Con-fesor Isidoro, que ilustra la Iglesia universal con los resplan-dores de su sabidura; espejo de santidad y pureza, por sus emritos, llena todo el mundo con su nombre; porque eres ciu-dad Sacerdotal y Real, tambin has sido digna de acoger en tu seno al dignsimo Confesor de Cristo, al Doctor de las Es->paas, Isidoro; de recibir con regia pompa, de depositar su cuerpo admirable en un templo Real, de venerarle, y hasta de ^gozarle con cierto privilegio especial! As habla el Tudense, que refiere las maravillas y prodigios obrados en la Traslacin del cuerpo de San Isidoro desde Sevilla a Len, la que se ve-rific por disposicin del cielo 468 aos despus de su muerte, como puede verse tambin en la obra del mismo Autor, Vida y milagros de San Isidoro, publicada en 1924.

  • Vil

    L a misma Sevilla, que gobern mientras vivi, no pudo contener su cuerpo, ni an oculto, y por qu y para qu fu trasladado a Len... que le recibi con la ms solemne pompa y honores regios los ms extraordinarios? Dios obr en la Traslacin y despus en la Real Colegiata muchos milagros por la intercesin del glorioso San Isidoro, no menos insigne por su santidad eminente que por su extraordinaria sabidura, que an admiramos en las muchas y valiossimas obras, que escribi en aquellos tiempos, como la de Las Etimologas, di-vidida en 20 libros; los libros de las Sentencias, los de los Ofl' cios eclesisticos, de la Fe catlica contra los judos, los de los Sinnimos, el libro Conflicto de los vicios y virtudes, la Regla de los Monjes, el de las Controversias, de las Alegoras, de los Pro-verbios, el Cantar de los Cantares, Las Diferencias, la Natura' leza de las cosas, el Chronicon mundi, la Historia de los Godos, Vndalos y Suevos, el libro de los Varones ilustres, y otros.

    Lo dicho basta para tener en la mayor estima y veneracin esta Real Colegiata, y para mayor abundamiento aadiremos, que la principal obligacin del Abad-Prior y Cabildo de la mis-ma, es adorar a Nuestro Seor Jesucristo solemnemente ex-puesto en el Augustsimo Sacramento del Altar, y tambin cus-todiar y venerar el sagrado cuerpo del insigne Doctor d l a s Espaas San Isidoro, Arzobispo de Sevilla, y adems ofrecer sufragios por las almas de los Reyes e Infantes de Len y Cas-tilla, cuyos cuerpos yacen en aquel clebre y visitado Panten, que dicho sea de paso, no est como corresponde; porque los gobiernos no atienden a cosas de tan grande importancia, y que tanto interesan al arte, a la religin y al bien de la patria. Causa pena ver as un Panten de tantos Reyes y Prncipes, y un monumento artstico que va resistiendo el peso de tantos siglos.

    Otras muchas cosas hay en la Real Colegiata de San Isido-ro, que contribuyen al mayor realce de aque sagrado lugar, como la multitud de reliquias, que all se veneran desde tiem-pos milenarios, tradas de todas partes del mundo por la fe, devocin y piedad de aquellos Reyes de Len, nobles e invic-tos, y de aquellas Infantas tan piadosas. Tambin haremos mencin de los ricos y antiqusimos ornamentos, vasos sagra-dos y otras preciosidades de extraordinario mrito; y en su

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    Archivo y Biblioteca conserva un gran nmero de Cdices y una crecida suma de incunables, con aquella famossima Biblia del siglo X . Todo esto, y otras muchas cosas, que se omiten, estn pregonando el mrito excepcional de esta insigne Cole-giata, el sumo aprecio y veneracin en que debemos tenerla, el amor e inters por la misma, por su conservacin, culto y esplendor, y asimismo el natural y legtimo deseo de tener una detallada historia de todo lo que fu esta Real Colegiata y eje todo lo que se conserva, para que a la vista y atenta conside-racin de su pasado glorioso se avive la fe, se reanime la pie-dad y vuelva a ser lo que en pasadas generaciones y ms an, si es posible; porque no se ha agotado el poder de Dios, ni el valimiento e intercesin de San Isidoro, ni su amor para con nosotros. Y si tenemos en grande aprecio y veneracin la reli-quia de un santo, cunto ms debemos apreciar y venerar el sagrado cuerpo que tenemos en aquella urna, considerando que all no est solamente una reliquia, sino el cuerpo del San-to Doctor, trado por expresa voluntad del mismo, manifestada de modo prodigioso a San Alvito; cunto dice todo esto!

    Nos alegramos y felicitamos de que en nuestro Pontificado se publiquen obras de esta ndole, que redundan en bien de la religin y de la patria, y especialmente de nuestra amada ciu-dad. E l Autor en la Introduccin explica por qu el templo de San Isidoro an no tiene publicada su historia, y en la primera parte de su obra habla de la intervencin grande de los Obis-pos de Len en aquella singular forma de Seoro de las Infan-tas leonesas, llamado el Infantado. Mas prescindiendo de esto, tenemos especial satisfaccin en tomar alguna parte, aunque sea tan pequea, en un estudio, creemos que el primero hecho sobre tan gloriosa institucin, y que ser tambin estmulo para ulteriores investigaciones y ms acabados trabajos.

    Muy de lamentar es la carencia de materiales, con que el Autor ha tenido que luchar para el estudio de los tiempos pre-milenarios de esta primera parte; pero en cierto modo viene luego la compensacin con la abundancia de escrituras y pri-vilegios, que nos exponen la historia del Infantado casi hasta nuestros das, con magnficos y esplndidos cuadros, en los que se refleja la fisonoma de la edad medioeval, y an ms la de los siglos xvn y xvm, que ofrece muchas cosas no menos

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    interesantes y acaso ms seductoras que las de la edad anti-gua, hoy estudiada a fondo y con cario por los sabios.

    El Seoro de los concejos, villas y lugares, anejados al templo de San Isidoro, como cabeza del Infantado; la autori-dad y representacin de sus Abades; los fueros del Seoro de San Isidoro, tan diversos en cada concejo, aunque en todos cu-riossimos, por diferenciarse tanto de nuestras actuales cos-tumbres; el nombramiento de los merinos y dems ministros de justicia, dependientes de la autoridad abacial; el modo como diriman los pleitos y cmo se les residenciaba, nos ofrece en esta primera parte de nuestra Historia un cuadro de gran inte-rs, no slo para el historiador, sino especialmente para el ju-risconsulto.

    Es muy probable que posteriores descubrimientos en los archivos vengan a esclarecer ms y ms la historia del Infanta-do leons; pero, en nuestra humilde opinin, los datos que aporten nuevos escritores en nada empaarn el mrito de este estudio, que esperamos ser bien recibido por los amantes de nuestras glorias.

    La segunda parte, en la que se trata de la historia de la Ca-nnica reglar, tiene, si se quiere, mayor inters, ofrecindonos un ejemplar admirable de aquel gnero de vida observado en tiempos apostlicos, resucitado por el gran San Agustn en su Iglesia de Hipona, adoptado luego por todas las iglesias de Es-paa, fielmente observado por la nuestra de Len hasta la mi-tad del siglo xn, y desde entonces en esta Real Colegiata, don-de an se conserva. Esta segunda parte tiene, por consiguien-te, importancia especial para el Clero, y mayor an para el ca-nonista, y adems en el captulo en el que se traa del Abacio* togio, hay como un arsenal inexplorado de conocimientos his-tricos, referentes al templo de San Isidoro y a la ciudad y rei-no de Len, siendo no menos interesante el que se titula Es* tampas... miscelnea, que han de saborear con gusto los lec-tores. Nos parece que esta segunda parte ha de tener una muy favorable acogida.

    La tercera parte est dedicada al estudio de la historia del templo, de su origen y de sus vicisitudes, y no extraaramos que al pronto sea recibida por algunos con cierta oposicin por las ideas originales sustentadas por el Autor; pero es muy

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    probable que examinados con detenimiento los fundamentos en que se apoya, sea aceptada su opinin; y en caso contrario sera un tema interesante para nuevas investigaciones.

    La razonada defensa que el Autor hace de Baslides, el pri-mer Obispo conocido de esta nueva Sede de Len, no puede por menos de ser mirada con simpata y entusiasmo, sobre todo por los leoneses, y ojall se abra camino y la veamos confirmada. Ciertamente que no es el afn de novedades lo que mueve al Autor a sentar tesis o hacer afirmaciones, que pudieran parecer atrevidas o peligrosas, sobre algn caso par-ticular, sino el natural y legtimo deseo de encontrar la verdad, investigando en lo posible los hechos y separndose de la ru-tina inconsiderada, causa de bastantes errores e injusticias, como es indudable (1).

    Adems, con imparcialidad hace a continuacin la historia de nuestra Pulchra Leonina desde los tiempos de Ordoo II, y aunque en esto sigue sustentando ideas personales, como nos parece que stas convienen en absoluto con las ensean-zas de los buenos historiadores y famosos arquelogos de nuestros tiempos, y por otra parte el Autor se limita a sacar las ltimas consecuencias que fluyen de los principios histri-cos admitidos, pudiera esta parte de su estudio operar un cam-bio favorable de opinin en todo cuanto se conoce sobre la historia del Arte leons de la Edad Media.

    An tiene mayor importancia, a nuestro juicio, porque rec-

    (1) NOTA.Muy lejos de nuestro nimo rebajar el mrito de los arquelogos, porque algu-as veces se equivoquen; pero bien sabemos que en general son hombres sabios y que hacen concienzudos estudios para cerciorarse de todo y procurar que sean fundadas y acertadas sus re-soluciones; sin embargo tambin algunas veces lo hacen in verbo Magistri y aliquando dor-mitat Horneras. Basta que lo diga... para creerlo y afirmarlo as, y no siempre es verdad. Cita-remos, entre otros, el siguiente caso: En Mayo de 1916, haciendo la Visita Pastoral en Gradefe> visitamos tambin aquel antiqusimo monasterio de Religiosas Cistercienses, fundado en 1177 En diversas pocas las Religiosas haban buscado con diligencia en la iglesia y convento el se-pulcro o cuerpo de la Fundadora, sin encontrarlo. E B el Presbiterio, al lado del Evangelio, hay un antiguo sepulcro, cubierto por una piedra grande con una estatua yacente, que es un trabajo muy bien hecho; pero segn los arquelogos, aquel sepulcro estaba vaco, y all no haba ms que la estatua yacente. As lo afirman Lpez Castrilln, Mingte y otros, que escribieron de sto; advirliendo que el Sr. Castrilln, especialmente, gozaba de merecida fama; era una autoridad en la materia. Aprovechando la circunstancia de estar en las obras de aquel largo puente del Esta- do, y que el Director y Contratista me ofrecan levantar a plomo con sus aparatos la pesada cu-bierta, sin peligro de rotura ni deterioro, as se hizo en presencia del Clero, Autoridades y otras personas. Grande fu nuestra sorpresa al ver dentro del sepulcro el cuerpo de la Fundadora, ves-tido con el santo hbito de Religiosa, completamente momificado, y bien conservado despus de tantos siglos. De todo se levant la correspondiente acta.

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    tfica las ideas que actualmente predominan sobre los orge-nes del Arte romnico en Espaa, impugnando por consiguien-te a los que defienden que ha venido de Francia, hiptesis so-bre la cual ya reaccionan varios arquelogos insignes, en es-pecial americanos (1) y alemanes, el captulo que consagra al estudio de la que titula Catedral anterior a Ordoo II, del tem-plo que en publicaciones anteriores sospechaba hubiera sido un Baptisterio episcopal de Len, inspirndose en el estudio de esa joya arqueolgica, de la pila bautismal que se guarda en el templo de San Isidoro, y que an parece un enigma de epigrafa, iconografa y arqueologa. Acaso las ideas sustenta-das en este captulo y siguientes sobre el origen y vicisitudes del templo de San Isidoro merezcan llamar la atencin de ilus-tres profesores de nuestros das, y suscitar instructivas discu-siones. Quiera Dios que todo sea para su mayor gloria y pro-greso de las ciencias!

    Para los catlicos en general y de un modo singularsi-mo para los leoneses, tiene especial inters el ltimo captulo, que emplea en el estudio del origen de la Exposicin perma-nente del Santsimo Sacramento en el templo de San Isido-ro, privilegio glorioso de esta histrica ciudad, antigua corte de Len y Castilla, Galicia, Asturias, Lusitania, Extremadura, y aun Aragn y Valencia, bajo cuyos muros tremolaron vic-toriosos sus pendones los ejrcitos del gran Fernando I, del monarca piadossimo que erigi el templo orgullo de Len y del Arte romnico espaol, dedicndolo al glorioso San Isido-ro, Arzobispo de Sevilla, cuyas reliquias venerandas por su doble aureola de santidad heroica y eminente ciencia traslad desde Sevilla el 1063, aclamndole l y despus sus augustos sucesores, Patrono del reino de Len.

    Hacemos fervientes votos por que esta nueva obra del Muy Ilustre Sr. Abad de San Isidoro prenda en el corazn de to-dos los leoneses aquella llama de entusiasmo y ardentsima devocin que abrasaba a las antiguas generaciones, y se renueven aquellas conmovedoras escenas de toda clase de gentes, postradas de hinojos ante el trono de Jess Sacramen-tado y el venerado sepulcro de San Isidoro, ya exponiendo sus necesidades, ya entonando cnticos de alabanzas y accio-nes de gracias por los milagrosos beneficios alcanzados.

    (U A. Kingeley Porter. The Art. BuIIetin, Vol. VIH. N. 4.

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    Y deseando que a esa Historia se la dispense muy favora-ble recibimiento y un feliz xito, no porque nos creamos con competencia en esta materia, sino por cooperar a los fines in-dicados y a los laudables esfuerzos del Autor, reproducimos de lo que en 10 de Mayo de 1919 decamos a nuestros amados leoneses, excitando su caridad para concluir las obras de res-tauracin de esta Real Colegiata, lo siguiente: Los muchos milagros obrados aqu por intercesin del Santo Patrono del Reino de Len, y el habernos distinguido tan especialmente, eligiendo esta ciudad para confiarle la custodia y sagrado de-spsito de su santo cuerpo, es otro motivo muy poderoso para avivar nuestra fe, excitar nuestra piedad y despertar en nos-potros los sentimientos ms nobles y generosos, que nos im-pulsen a prestar decidida y eficaz ayuda para realizar tan grandioso proyecto. All continuar estando siempre expues-t o el Santsimo Sacramento, y debajo se colocar a urna con el sagrado cuerpo del glorioso Doctor de la Iglesia San Isido-ro. Todo esto nos est diciendo que debemos preparar y adornar aquel sagrado recinto del mejor modo que nos sea posible, para que resulte con la magnificencia, majestad y celestial grandeza que se requiere, a fin de que Dios sea debi-damente adorado, y San Isidoro decorosamente servido, segn frase del Regio Diploma sobre traslacin de los Cannigos del Monasterio de Carbajal a este de San Isidoro... y confia->mos en que nuestro glorioso Patrono San Isidoro volver a ejercer su proteccin poderosa sobre nosotros de manera tan visible y manifiesta como en pasadas centurias. As sea. As sea.

    A. M . D. G.

    Len, 16 de Agosto de 1927.

    f Jos Alvarez Miranda Obispo de Len

  • I N T R O D U C C I N

    Aunque parezca extrao e incomprensible, es lo cierto que, una iglesia tan clebre y que tanto ha influido en la vida e histo-ria del pueblo leons, como la Real Colegiata de San Isidoro, an no tiene compiladas las gloriosas efemrides de su historia, y vislumbramos su grandeza a travs de las pobres e inexac-tas disquisiciones de cannigos de la misma, hombres notables para su tiempo y que hoy hubieran escrito de diversa manera.

    E l ms antiguo es el cronista conocido por el Silense, de quien luego hemos de hablar con cierta extensin, el cual nos refiere el origen del templo y la traslacin al mismo del inmor-tal San Isidoro en tiempos de Fernando 1. Coetneo es el cro-nista Don Pelayo de Oviedo, quien, asimismo, nos refiere en su crnica varios sucesos de nuestro templo; mas el prncipe de los historiadores de nuestra iglesia, antiguos y modernos, es el celebrrimo cannigo de la misma Don Lucas, ms tar-de obispo deTuy: en su Chronicon mundi apunta los principios y sucesos ms salientes de su Real Casa, y con tanta seguri-dad y certeza que a haberle estudiado no se hubieran venido perpetuando tantos desatinos como an se consignan sobre nuestra historia: en la Traslacin de San Isidoro consigna va-rios sucesos de que fu testigo presencial y que tambin contri" buyen a formar la trama de la historia de su iglesia; aunque el manantial copioso se halla en su libro Milagros de San Isidoro, al cual hay que recurrir para el conocimiento de la historia del templo y condicin de sus ministros, as como tambin para darse cuenta de la fisonoma espiritual de Len en la centuria undcima y siguientes, y de muchos acontecimientos de la vida del reino leons y su capital; su otra obra, an ms famosa e importante que las anteriores, si bien ofrece un inters enorme y es la nica fuente para el estudio de la hereja albigense en

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    Len e historia de esta Iglesia en la primera mitad del siglo xin, apenas es utilizable para historiar las vicisitudes del templo de San Isidoro; ms adelante hacemos una amplia biografa de este ilustre historiador, rectificando parte de lo que sobre el mismo escribimos en nuestra obra Los Benjamines de San Isido-ro, y ampliando los datos que en la pg. 19 de la introduc-cin a nuestra Vida y milagros del glorioso San Isidoro... con-signamos sobre el tiempo en que escribi sus obras, y a dicha Vida... remitimos al lector para el conocimiento de multitud de datos y sucesos que all se consignan y por ello se omiten aqu, debiendo, por tanto, considerrsele como el primer vo-lumen de esta Historia... Otro cannigo de San Isidoro, San*-to Marino de la Santa Cruz, cuya vida portentosa puede ver-se en nuestras obras ya mencionadas, escribi a fines del siglo XII su monumental obra de Comentarios a las Sagradas Escrituras, en la que tambin puede espigarse algo relativo a la vida reglar de los cannigos de San Isidoro, etc.

    E l 1525 el cannigo de San Isidoro Don Juan de Robles hace una versin al romance del libro de los Milagros y sale a luz en los trculos de Salamanca, con varias adiciones del traductor; y poco despus otro cannigo de la misma casa, Durn, escribe una historia de la misma, muy elemental y de-ficiente, como que va dirigida a los novicios de San Isidoro, pero con mrito singular, de que no se sale en cuanto a los orgenes de la iglesia y monasterio de San Pelayo del mar-co trazado por el Tudense en el Chronicon mundi, y precisa las distintas fases del edificio con una exactitud que para s desearan cuantos despus escribieron de esta materia, pues todos se equivocan por no seguir a Durn y al Tudense; care-ce en cambio esta breve historia del estudio del archivo y documentos, siendo para Durn (y los que le sucedieron) un enigma la clase de ministros que tuvo el templo hasta la entra-da en el mismo de la cannica reglar, pero tiene el mrito de que termina con el catlogo abacial primero que se hizo, y vie-ne corriendo hasta el presente, ampliado por los sucesivos his-toriadores hasta su tiempo. Se hallan copias de la historia de Durn en los cdices nm. xei, xcn y xcm de nuestro Ctalo" go de los Cdices y documentos de... San Isidoro, en cuyos c-dices pueden verse, asimismo, varios apreciables trabajos his-

  • ricos de los cannigos del siglo xvi sobre la Epigrafa de la Colegiata, notas biogrficas de abades y cannigos de aquella poca, y catlogos de reliquias. (Vase nuestra obra, El Teso-ro de la Real Colegiata. Reliquias, relicarios y joyas artsticas.)

    El ao 1572 vino a San Isidoro y se hosped en esta casa una temporada Ambrosio Morales, quien luego habla de ella con extensin en su Viaje santo... y ms brevemente en la Crnica general. (Es curiossima la relacin del cannigo Or tiz al Obispo Trujillo, Cod. xci, y publicada casi enteramente en nuestro Catlogo de los Cdices...) Quien pretendi ha-cer una historia de San Isidoro de Len en toda regla fu el cannigo del mismo, Doctor Don Manuel de Aller, natural de Sariegos, quien visti el hbito de tal el 11 de octubre de 1625: se conserva el primer tomo de su originalcdice xciv - y en l adopta el sistema de glosar las obras del Tudense, interca-lando entre sus captulos multitud de privilegios reales y escri-turas de los primeros tiempos hasta mediar el siglo xin, m-todo que luego siguieron los sabios autores de la Espaa Sa-grada; desmerece esta obra por la falta de crtica en el autor, quien, enamorado de las glorias de su iglesia, y para probar la antigedad de la Exposicin perenne en San Isidoro, y tal vez alucinado por el brillo de la tradicin entonces general ya en Len de que se remontaba al ao 569, quiso interpretar en este sentido el Chrontcon mundt del Tudense e hizo una mara-a de desatinos que an reciben por verdades y repiten ufanos los eruditos y eminencias que ponen sus manos pecadoras en la historia de este templo. (Vase nuestra obra La Exposi-cin perenne del Santsimo). De esta historia del Doctor Aller, terminada hacia el 1640, se perdi el segundo volumen, que l anunciaba en el primero llevara multitud de documentos como apndices, y la termin, pues se cita en el folio ms prximo a las guardas del cdice xx, en el que se consigna que el Dr. Aller daba fe en su historia, parte y folio all sea-lados, del tomo perdido, de que aquel cdice era una copia del original del Chronicon mundt del Tudense, que se llev a Ma-drid el ao 1565 por orden de Felipe II.

    Por desgracia, el ao 1732 los cannigos quisieron hacer una nueva edicin de los Milagros de San Isidoro, editados el 1525, y encargaron de dirigir la impresin al Padre Manzano,

  • -4-qucn suprimi lo bueno que tena la historia del Dr. Aller con la cita y expresin del contenido de cuantos documentos haba en la Colegiata - Aller no cita ninguno anterior al 1063-y sa-li a la luz pblica la Vida y portentosos milagros de el glorio-so San Isidro, Arzobispo de Sevilla, y egregio Doctor, y Maes-tro de las Espaas, con una breve descripcin de su magnifico templo, y Real Casa del mismo Seor S. Isidro, en la muy noble ciudad de Len: escrito por el R. P. M. Fray Joseph Manzano, de el sagrado orden de Predicadores..., que no contiene sino el texto deformado de los manuscritos de Durn y Aller, habiendo recibido muy a mal el cabildo de San Isidoro el atrevimiento del P. Manzano de sacarla a luz como obra suya.

    E l P. Risco, en el mismo siglo, hace tambin historia de la Colegiala en la Espaa Sagrada e Historia de Len, aunque slo se limita a copiar parte de los sucesos narrados por los anteriores, e igual otros historiadores de esa poca. L a obra clsica del siglo xtx, por su descripcin del templo de San Isidoro y noticias, muy escasas, sobre su historia, tomadas de Manzano, como todas las de los que despus han venido escri-biendo sobre este tema, es la de ). M . Quadrado, Recuerdosy Bellezas de Espaa*, 1855, y ante ella pierden luego inters las restantes de esta centuria, Crnica general de Espaa, de Jos G. de la Foz, Viaje de SS. MM. y AA. /?/?... de Rada y Del-gado, La gua del viajero en Len, de Mingte, y las muchas que despus la han seguido. Merece mencin especial la tercer ra edicin del Resumen de las polticas ceremonias con que se gobierna la noble, leal y antigua ciudad de Len, 1889, por los apndices con los catlogos de los abades de San Isidoro y de los priores de San Marcos, siendo el primero el de Durn, completado desde Manzano hasta el siglo xix. (Vase nues-tro estudio: Principio de la Real Casa de San Marcos, de Len; Los Priores de la Real Casa de San Marcos... Catlogo de los Priores de San Marcos de Len (de la orden de Santiago), con algunas memorias de su tiempo. En Anales del Instituto de Len, 1918 a octubre de 1919. En el siglo xx ocupan un puesto de honor el Sr. Lamprez - Historia de la arquitectw re . . . -y el Seor Gmez-MorenoIglesias mozrabes y Ca-tlogo monumental de Espaa,encontrndose muchas mono-grafas de este monumento y sus joyas en Museo Espaol de

  • LMINA 1.a - Omega y colofn de la Biblia fechada en el ao 960, Cdice nm. II. (Vase nuestro Catlogo de los Cdices y documentos de... San Isidoro).

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    antigedades, en Monumentos arquitectnicos de Espaa, eri Boletn de la Sociedad Espaola de Excursiones, en Boletn de la R. A. de la Historia, en la Revista de Archivos..., etc., y multitud de artculos publicados por nosotros en los diarios y revistas de Len.

    En el extranjero se ha escrito mucho tambin de San Isido-ro, de su arte, de sus cdices, de sus joyas, de su historia, y hemos servido de gua a multitud de norteamericanos y euro-peos, que a San Isidoro han venido a hacer estudios para sus futuras publicaciones, las cuales, lo mismo que las menciona-das de los autores espaoles, desde luego tienen que resentir-se por la ignorancia absoluta que de la historia del templo y sus orgenes padecieron los escritores cuya nica gua fu la Vida de San Isidoro, del P. Manzano, y a la ignorancia de la historia encerrada en antiqusimos documentos inditos e ig-norados, hay que aadir la de los descubrimientos arqueol-gicos hechos durante la restauracin actual de la iglesia, que ninguno ha llegado a conocer en toda su extensin, para as confrontarlos con el texto de los documentos, nico modo de hacer la luz en esta clase de estudios.

    Abrigamos la esperanza de que este estudio - aunque mo-desto como nuestrocausar una pequea revolucin en los estudios arqueolgicos y atraer hacia San Isidoro de Len las investigaciones de los sabios que pretenden decidir sobre los orgenes del arte romnico en Espaa.

  • P A R T E PRIMERA

    E L I N F A N T A D O

    C A P T U L O I

    Los cenobios del Salvador y de San Pelayo

    No tenemos noticias del Infantado leons en el siglo x, y es muy probable que en este siglo se instituyera: Ramiro II, segn el texto de Sampiro incluso en la historia Silense, que era rey ternsimo, dedic a Dios a su hija Elvira, y a nombre de sta edific un monasterio de admirable magnitud dentro de la urbe leonesa, en honor de San Salvador, junto al palacio del rey.

    En este cenobio recibi sepultura el mismo Ramiro II y mu-chos otros personajes reales de aquella centuria, pues el Sal-vador qued destinado a panten real, aunque e lugar de las regias sepulturas era distinto del templo del monasterio, segn el texto de Sampiro, publicado en la Espaa Sagrada.

    Para dedicar a Dios a la infanta, hemos de convenir en que sealara gruesas rentas para sostener, con el decoro debido a la posicin eievadsima de la fundadora, el nuevo monasterio: estas rentas, afectas al dominio de villas y lugares, acaso domi-nio, no slo de propiedad, sino tambin de jurisdiccin, por razn de pertenecer a la infanta, pudieron apellidarse Infanta-do, y estar destinadas para el sostenimiento futuro del nuevo monasterio, y acaso como dote de las futuras infantas leonesas que en l quisieran profesar o, viviendo en el mundo, hicieren vida honesta y ejemplar.

    Antes de esta poca, en tiempos del inmortal Ordoo II, los leoneses, despus de haber saboreado las mieles del ruidoso triunfo de San Esteban de Gormaz, se vieron, a su vez, acuchi-

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    liados por la cimitarra de Almudhaffar en el aciago campo de Valdejunqueraao 921 - .suceso lamentable debido a la au-sencia de los condes de Castilla, que por no acudir al llama-miento del rey de Len, se vieron cargados de cadenas en las torres de Len y condenados a muerte.

    Entre las sensibles perdidas de los leoneses en Val-de-Jun-quera figur Hermogio, obispo de Tuy, que qued cautivo, y para volver a su dicesis dej en rehenes, hasta pagar el pre-cio de su rescate, a Pelayo, nio de trece aos e hijo de una hermana suya. De muy opuesta manera han juzgado los histo-riadores la conducta del obispo en este trance: unos, con don Vicente la FuenteHistoria eclesistica de E s p a a - , le acu-san de haber comprometido la virtud de su sobrino, mientras otros, como Tamayo, se han propasado a darle el honor de Santo.

    Era el nio Pelayo de singular belleza, y se hallaba ador-nado de tan peregrinas prendas, que los cortesanos de Abde-rrahman hablaron a ste con encomio entusiasta del cautivo, e intrigada su curiosidad mand le llevaran a su presencia. He aqu cmo refiere la entrevista el insigne historiador Don M o -desto Lafuente:

    Era el nio Pelayo tan hermoso como discreto, y haca ya tres aos que estaba cautivo en Crdoba, cuando informado el califa de sus prendas quiso verle y atraerle a su religin. Jo-ven,, le dijo, yo te elevar a los ms altos honores de m impe-rio, si renegando de Cristo, quieres reconocer a nuestro profe-ta como el profeta verdadero. Yo te colmar de riquezas, ie llenar de plata y oro, te dar ricos vestidos y alhajas precio-sas. T escogers de entre los esclavos de mi casa los que ms te agraden para tu servicio. Te regalar caballos para tu uso, palacios para tu habitacin y recreo, y tendrs todas las delicias y comodidades que aqu se gozan. Sacar de sus pri-siones a quien tu quieras, y si tienes gusto en que vengan tus parientes a vivir en este pas, les dar los ms altos empleos y dignidades. A estos y otros seductores halagos, resisti con entereza y constancia el joven Pelayo, que contaba entonces trece aos de edad. Los escritores cristianos aaden que el califa se propas a hacer al joven demostraciones y caricias de otro gnero, que hubieran sido ms criminales que las pri-

  • - 9 -meras, con lo cual, enfurecido y colrico, Pelayo se arroj in-trpidamente a bderrahman y le hiri en el rostro y le mes la barba, desahogndose con las expresiones ms fuertes con-tra el califa y contra su falsa religin. E l desenlace de este drama fu el martirio del joven atleta, cuyo cuerpo mand b-derrahman atenacear y que despus fuese arrojado al Guadal-quivir, horrible muerte, que sin embargo sufri el joven cristiano con una resignacin que pareca increble en su corta edad. Fu el martirio de San Pelayo el 25 de Junio de 925. Crueldad tan desusada en bderrahman, y empeo tan grande en la conversin de un nio que apenas rayaba en la adoles-cencia, nos induce a sospechar que se mezclaba en ello otro inters que el de la religin, y que no carecen de fundamento las pretensiones de otro gnero que le atribuyen los escritores cristianos.

    Ocupaba el trono leons Sancho 1, apodado el Gordo, quien a ruegos de su esposa Doa Teresa y de su hermana la infanta Doa Elvira, monja en el monasterio de San Salvador de Pa-laz de Rey, pidi a Alhakem, a la sazn califa de Crdoba, ei cuerpo del nio mrtir San Peiayo, para aposentar el cual edi-fic un cenobio con el nombre del mrtir, y le hizo habitar por monjesinfra muros Legionisconforme al Chronicon mund i del Tudense. Edificado el cenobio, envi a Crdoba una hono -rfica embajada para trasladar a Len las sagradas reliquias, y habiendo, entre tanto, ido a Galicia para sofocar la rebelin del conde Rodrigo Velzquez, los rebeldes le acogieron con sumisin aparente, y habindole albergado en su palacio el conde Gonzalo, uno de los cabezas de la rebelda, con sem-blante afable y risueo le ofreci una fruta envenenada que le priv de la vida a los tres das, cuando se haca conducir a Len. Le sucedi su hijo Ramiro ao 967, nio de cinco aos, bajo la tutela de su madre Doa Teresa y de su ta Doa Elvira, la prudentsima infanta monja en el Salvador, las cua-les recibieron el cuerpo de San Pelayo, trado de Crdoba por el obispo de Len Don Velasco, colocndole en el cenobio eri-gido por Sancho 1 el Gordo, y en cuya iglesia, para ms deco-rarla, este rey haba sepultado los cuerpos de varios obispos, exhumados de otros templos. (Chronicon mundi del Tudense.)

    Pocos aos despus de esta fundacin de Sancho I el Cra -

  • -10-so cristalizaron en forma trgica para Len todos los terrores apocalpticos de aquella poca milenaria: el terrible Almanzor, famoso caudillo del califato de Crdoba y favorito de la sulta-na Sobheya, con sus afortunadas expediciones guerreras lleg a poner al borde del abismo todos los reinos cristianos de la pennsula, en especial el primero de todos, Len, cuya capital, despus de un porfiado y glorioso asedio, lleg a tomar, des-truyendo sus fortsimas murallas romanas, y causando ruinas lamentables en la mayor parte de los edificios, aunque el es-trago para la nacin no fu tan lamentable como hubiera sido sin la previsin del rey Bermudo, al retirarse con todas las re-liquias de los santos, tesoros de la ciudad, vasallos intiles para la defensa de la plaza, ganados, etc., al inexpugnable asi-lo de las montaas de Asturias, conforme afirman los cronis-tas de la poca; no convienen los autores en la fecha exacta de esta dolorosa tragedia, aunque parece debe ponerse antes del 990.

    Entre las reliquias que el monarca leons se llev a Ovie-do, al retirarse cuando Almanzor destruy a Len, figura el cuerpo del nio mrtir San Pelayo, que ya no fu devuelto a Len, sino en una porcin insignificante, para continuar deco-rando su primitiva casa y templo.

    Al ser restaurado Len, el cenobio de San Pelayo, tal vez debido a la devocin que entre la familia real y los leoneses hubiera alcanzado el glorioso campen de lesucristo, su titular, alcanz un honor y preponderancia insospechada, siendo tras-ladadas al mismo las cenizas de los reyes y personajes inhu-madas en el Salvador de Palaz de Rey y otros templos y las de todos los obispos que se hallaban sepultados en Len, y las coloc en una misma sepultura, sobre la cual erigi un altar que dedic a San Martino, obispo y confesor; en esta iglesia de Santo Martino, a la parte de occidente de la misma iglesia, coloc los cuerpos de sus padres, el rey Don Bermudo II y la reina Doa Elvira, dentro de sepulcros de mrmol, el piadoso restaurador Alfonso V . (Chronicon mundi del Tudense.)

    Al mencionar esta iglesia el Tudense, dice que la fund o hizo por primera vez Alfonso V, pues este significado tiene la palabra que emplea para ellofecit-, mientras al hablar del cenobio de San Pelayo dice que le restaur - restaurauit ~ , y

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    al mencionar las puedas de la ciudad, arrasadas por Alman-zor, dice que las reedificrehedificavit, bien que el dicho Tudense la llama ya de San Juan Bautista, licencia que se per-miti al escribir dos siglos despus de estos sucesos, porque quera historiar las fases del panten real, cuyo primer nombre ms famoso fu ese, aunque tuvo cuidado de consignar tam-bin el primitivo; la fbrica del nuevo panten fu humilde, de ladrillo y argamasa-ex luto et latere, pero comparada con el resto de las cortes, dems templos y cenobios, de las vi-viendas de aquella nueva Len que surga como el fnix de sus cenizas, era grandiosa y la mejor de Len despus de la iglesia de Santa Mara, la catedral. Ya haremos la descripcin de este edificio ms adelante. Como iremos viendo, este cemen-terio real estaba incluido dentro de la cerca del cenobio de San Pelayo, que de este modo se vio ennoblecido con dos templos, el de Santo Martino, y el primitivo de San Pelayo, donde se colocaron las reliquias tradas de Oviedo: el fin que la familia real tuvo en la restauracin del cenobio de San Pelayo y creacin del nuevo cementerio real, el templo de Santo Marti-no, ponen de manifiesto que sta fu una de las primeras obras de restauracin leonesa, y por tanto anterior al milenio.

    Con los cuerpos reales es, asimismo, de creer vinieron a San Pelayo los fueros y gruesas rentas del Salvador de Palaz de Rey, y lo que es ms las mismas religiosas que vivan en aquella real fundacin de Ramiro 11 y su hija la prudentsima infanta, religiosa en el Salvador.

    Qu otras monjas, sino stas, pudieron venir a poblar el restaurado monasterio de San Pelayo?, porque monjas fueron las que en l habitaron, segn testimonio del Tudense, y entre estas monjas tom el hbito religioso la nica hermana de Al-fonso V , Doa Teresa, cuya simptica figura destaca en las pginas de la historia cual bella visin de ensueo, arrancada a las fbulas encantadas del Romancero, aunque por lo que ire-mos viendo no debi profesar nunca, ni tener jams semejante nimo, sino nicamente vivir entre las religiosas como Domina del Infantado, trasladndose mucho tiempo despus a Oviedo, donde muri y fu sepultada en San Pelayo de Oviedo.

    Don Vicente de la Fuente - obra citada - se burla del P. Fl-rez porque en su clave historial admite como histrico el hecho

  • - l -ete haberse casado la predicha infanta Doa Teresa con Abda-lian, wal de Toledo, calificando semejante suceso de patraa; la razn, que robustece su negativa, es que el conducto por donde nos viene la noticia es el fabulista Don Pelayo. Sin que vayamos a defender la exactitud de todos los detalles, ni aun la misma realidad del hecho, consignaremos, no obstante, que el fabulista Don Pelayo es muy prximo a los sucesos, habien-do tenido ocasin de hablar a los que trataron personalmente a dicha infanta, y que tambin la refiere con toda clase de de-talles el Tudense, quien, en su calidad de cannigo de San Isi-doro, y vecino de las monjas de San Pelayo, pudo muy bien recoger la tradicin de aquella comunidad y la de su iglesia, estampada en monumentos que no han llegado a nosotros.

    Por lo que se desprende de los cronistas primitivos, la in-fanta no fu cautiva de Abdallah, sino que su boda se hizo por motivos polticos, contra la voluntad de la joven princesa, y sin tener en cuenta las diferencias religiosas que abran un abismo entre ambos esposos. La noche de la boda la infanta habl al enamorado wal, al pie del tlamo nupcial, de esta manera: No quieras tocarme, porque eres un prncipe infiel, y si lo hicieres el ngel del Seor te herir de muerte. Ham-briento de goces y fascinado por los dulcsimos hechizos de su hermosa desposada, el amor le ceg y tom a broma las ame* nazas, gozando por fuerza lo que Doa Teresa no hubiera otorgado de buen grado; mas fuera casualidad o fuera que Dios oyera las splicas de la atribulada leonesa, Abdallah se sinti enfermo de tal gravedad que, juzgando se le acababa la vida, entr en escrpulos y envi a su esposa a Len con grandes regalos.

    No dice el Tudense que muriera el moro, sino que vio la muerte prxima, detalle que debieran tener presente los que objetan, que es absurdo este hecho porque Abdallah muri ms adelante decapitado en Crdoba por orden del rey Hixem, a quien se le entregaron los soldados leoneses, que le hicieron prisionero cerca de Maqueda. Las crnicas rabes - Conde, lom. I, cap. 103-refieren, asimismo, que el wal Abdalah te-na trato y amistad con el rey de los cristianos, que le enviaba muchos presentes y joyas de oro y plata, por causa que Abda-llah haba enviado al rey de Galicia una cautiva muy hermosa,

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    que haba tomado en sus algaras, y aunque por su gentileza y extremada bondad era muy amada de Abdalah, sabiendo de los otros cautivos que era hija del rey, la envi con otras don-cellas, sin recibir precio alguno por su rescate. De aqu re-sulta que sino fu dada en matrimonio al wal, fu su prisio-nera, lo que an nos parece ms inverosmil. L a fecha que se asigna a este desigual matrimonio es la del ao 1005, en que por los buenos oficios de Abdallah se ajust una tregua entre Len y Crdoba.

    Hasta aqu hemos tenido que seguir las crnicas para co-nocer los principios de San Pelayo, mas en lo sucesivo vamos a examinar los documentos: el ao 1013, era 1051, Doa Gra-cilo una cura collegio monasterii sci pelag martiris vende un solar, y dentro del solar una casa, a Gonzalo, cuyo solar esta-ba dentro de la ciudad, junto al dicho monasterio, y limitaba por una parte con el monasterio de San Pelayo, por otra con el de San Miguel, por otra con la carral que va al monasterio de San Adrin, y de la cuarta parte otra carral que pasa rozan-do con el dicho monasterio de San Pelayo. Este documento es el 1344 del archivo de la Catedral, y tiene en el dorso, de letra antigua: Doa Gracilo y Colegio del monasterio de San Pela-yo vende a Gundisalvo...; el P. VilladaCatlogo de los C-dices y documentos de la Catedral de Len, 1919-le describe as: 1344. Gracilo y las monjas de San Pelayo venden a Gon-zalo un solar y una casa en Len. Perg. orig... era 1051, ao 1013. Lo mismo hace el Sr. Snchez-Albornoz, en la p-gina 176 de sus Estampas leonesas, 1926, encabezando el do-cumento, que transcribe en su propia lengua latina, a excep-cin del encabezamiento, que pone as: Doa Gracilo y las monjas de San Pelayo venden a Gonzalo... No alcanzamos la razn por qu se haya de traducir la palabra collegio como sinnima de una comunidad de monjas y no de monjes, cuan-do acaso lo que se quiere expresar en la escritura no sea sino el conjunto de las dos comunidades, aunque, como iremos viendo, San Pelayo no era monasterio doble, a semejanza de los famosos Tebanense, Peamelaria y otros muchos, pobla-dos por los mozrabes de Crdoba, y an no pocos en la mis-ma tierra de Len, pero s parecido.

    Al folio 276 del Tumbo de la Catedral hemos visto una es* 4

  • -14-critura muy interesante: se consigna la venta de una heredad, de la cual la mitad perteneca a los fratres de San Pelayo por haberla comprado su abad Valerio, pero los varios po-seedores de la otra suscitaron un gran pleito, y para resolverle se reuni el Concilio de la ciudad en la iglesia de Santo Mar-tino, donde tom juramento a las partes y testigos, etc. Es esta escritura de la era 1052, ao 1014, y por ella vemos que los monjes de San Pelayo tenan la iglesia de Santo Martino, la cual no es otra que el cementerio real, fundado por Alfon-so V en San Pelayo, y a la vez la gran importancia de este templo, pues serva para tan alto menester, aunque acaso fue~ se slo aquella vez por ser los monjes de San Pelayo parte en el pleito. Verdad es que haba en Len otra iglesia de Santo Martino, situada extramuros de Len, en el antiguo mercado, al medioda de la ciudad, tan bien y graciosamente descrito por el Sr. Snchez-AlbornozEstampas de la vida en Len durante el siglo x, Madrid, 1926-, pero sta tena que ser muy pobre su fbrica, y como situada fuera de la ciudad ni an pen-sar en ella debemos para el caso, y eso dando por supuesto que ese ao ya estuviera restaurada del destrozo de Almanzor.

    Si San Pelayo no era un cenobio dplice cmo y dnde vi-van los monjes que servan al cementerio real? Ocupada su vivienda, al ser restaurado por Alfonso V, por las monjas ve~ nidas del Salvador, es casi seguro que ellos fundaran ya defi nitivamente el cenobio de San Pelayo, que siguieron habitando siglos despus y cuyos restos han llegado hasta nosotros, y las funciones que luego continuaran ejerciendo en San Pelayo y su ntima relacin con las religiosas, muy semejante a las de los cenobios dplices, es muy posible que las ejercieron ya en el cenobio del Salvador, debido a la regla que unas y otros pro* tesaban, y an es posible que algn tiempo ocuparan el aban-donado del Salvador de Palaz de Rey.

    En el ao de 1028 la infanta Doa Teresa hace una dona-cin al Apstol Santiago, muy curiosa, primero porque prueba que a pesar de su hbito monjil conservaba el dominio de sus bienes, y por el contenido de la misma, de importancia capital para nosotros: Corte mea propia, dice, quam habeo intus mu-rum civitatis legionis ad portam quam dicunt de comit ad par-tem aquilonis non procul asciterio scipelagii mariris et sci

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    iohannis baptisfe do atque offero vobis ipsam corfem cum ec-clesia ibi construcfa sci cmiliani cum casis superatis orto con* cluso ct intus puteus et arbores fructuosas. (L. Ferreiro, Historia de... Santiago, 217 del apndice.)

    El ao 1043, era 1081, Doa Fonsina, viuda de scemeno beatiz, dona a sus dueos y patronos San Juan Bautista y San Pelayo mrtir cuius reliquye recondite sunt in arcisterum qui est fundatum in civitate de sedis Iegionense intus muri ubi do-mini mei sunt tumulati Offeroet concedo ab altari sacris sancti-simis pro adolendis sacerdotum proluminaria altariorum et ob-sequia ministrorum... in primis ministerio do divino el monas-terio del Salvador, en el valle de Palazuelo, entre los ros ceya et aratogi, con todas las heredades que su marido haba here-dado de sus padres, y las ganancias que lograron durante el matrimonio, ya por compra ya de otra manera, a saber, casas y cortes cercadas cupas, lectos... (borroso)... vasilia, y todo lo que es de uso comn en el interior del monasterio, y fuera de l todas las propiedades del mismo, tierras, vias, prados, pascuispadulibus, montes, fuentes, aguas con sus acequias y servidumbres, rboles fructuosos e infructuosos, por sus tr-minos, a saber: por trmino de San Vicente hasta trmino de Villanueva, de la era de *daniz* y sus hijos, y de otra parte por trmino de Valdejunco hasta el trmino de Vega, y de trmino de Val de scurrel hasta los trminos de Fuentes y hasta los trminos de... todo lo que hallis en esto delimitado; y saca-mus de ipso regalengo dos cortes, una de algastre*, con tie-rras y vias como la goz Felex, y otra que posee la reina, que fuit ibi abbatissa, para que contine poseyndola mien-tras viva, y despus entre ab ntegro con las dems posesio-nes del monasterio. Agrega otras muchas posesiones, de igle-sias, cortes, tierras, etc, en diversos pueblos, reservndose ella por los das de su vida algunas posesiones de las dona-das, debiendo despus de su muerte pasar todo ntegro ipse arcisteris supra taxatum sci iohannis baptiste et sci pelagi, y para los fines arriba expresados del culto a los dos Santos. (Documento nm. 283 de la Real Colegiata.)

    L a noticia de haber sido Abadesa la reina, debe referirse a San Pelayo, que es el cenobio primeramente nombrado y al cual se refiere el adverbio ibi, pues al mencionarlo est ha-

  • -16-blando en presente del monasterio del Salvador, y si a l hubie-ra querido referirse hubieran empleado el adv. hic (aqu), ade-ms de que es absurdo suponer hubiera ido a meterse en ese cenobio rural, propiedad, por otra parte, de particulares, tenien-do tantos en Len, sobre todo el real de San Pelayo, del que era Domina y propietaria, como ya veremos, y an no es im-posible que el de Palazuelo fuera de frailes.

    Tambin es muy de notar que esta donacin no se hace a las monjas ni a los frailes, sino a los sacerdotes y ministros del culto divino en la iglesia de las monjas, palabras que indi-can claramente tratarse de clrigos seculares y tener stos ren-tas propias.

    Por este documento vemos, pues, que el panten o cemen-terio real estaba en San Pelayo, ubi domini mei sunt tumula-ti; que servan en la iglesia de los dos Santos, Bautista y Pe-layo, un cuerpo de capellanes seculares; que haba monjas, pues la reina haba sido su abadesa, lo cual no la impidi ca-sarse con Fernando I, as como a la infanta Doa Teresa el irse a Oviedo. Es que habitaban como Dominas del Infantado en San Pelayo sin hacer votos?

    Autorizan el documento el rey Don Fernando; la reina Doa Sancha; Don Cipriano, Obispo de Len; Don Pedro, de Lugo, y Don Pedro, Obispo de Astorga; dos condes, dos testi-gos y los nueve presbteros siguientes: Vimaran, Froiiani, Veila, Didago, Johannes, Rudericus, Flix, Dominico, Vlas-eos, probablemente el cuerpo de capellanes reales de las mon-jas de San Pelayo, aunque incompleto.

    En la era 1090, ao 1052, tuvo lugar la vista de un curioso pleito, muy importante para la historia del Infantado y del ce-nobio que vamos estudiando. Entre Froila, abad de San Pe-layo (item cimiterii legionensis) y del Cementerio de Len no es necesario esforzar mucho la imaginacin para ver en este cementerio el panten real, la iglesia de Santo Martino, in-clusa en el rea de San Pelayo-y Don Cipriano, obispo de Len, acudiendo ambos a dirimir su querella ante el Concilio - in concilio ante rex domnus fredenandus et regina domna sancia hic in legione ante nomines magnati palalii que presi-dieron el rey y la reina con los magnates de la corte, arguyen-do Froila, abad, para reclamar la villa llamada Planos, pues

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    como situada en Torio, deba pertenecer a San Pelayo, cuyo era el seoro del dicho valle~-quo modo deberet esse de seo pelagio sicut et oto alio mandamento de torio. El obis-po replica no debe ser as, sino que Planos pertenece a Santa Mara de Manzaneda, pues la adquiri por compra de los aba-des antiguos de San Pelayo, pagando su precio in facie, go-zando de su posesin por espacio de ms de treinta y de cin-cuenta aos, per tempus tricenis et quinquagenariis en paz y sin contradiccin hasta que ahora se presenta este abad ausu temerario y pone pleito a esta villa miti ipsa villa in calum-nia, despreciando tan larga posesin, disrupit ipsos tempus supra exaratos. Viene despus el procedimiento para fallar el pleito, que ya no nos interesa. (Documento nm. 1.353 del archivo catedral de Len).

    Aqu vemos en San Pelayo un abad que gobierna en lugar de las monjas y capellanes, administrando los bienes y seo-ros, mandamentos, y esto por confesin del obispo de Len vena sucediendo ya haca ms de cincuenta aos, y este abad era asimismo abad del cementerio real, en el que acaso sirvie-ron el culto los capellanes reales, pero bajo la autoridad de ese abad de los monjes de San Pelayo. Notaremos, tambin, lo antiguo del seoro, del valle de Torio, anejo al cenobio de San Pelayo, y hasta anterior al tiempo de entrar en el mismo la infanta Doa Teresa, lo cual robustece nuestra sospecha de que tal mandamento se cre cuando la fundacin del Salva-dor de Palaz de Rey, y Alfonso V con las religiosas traslad a San Pelayo esos bienes y seoros con Sos dems que tuviera el Salvador. Tambin vemos por este documento las atribucio-nes que tena en los bienes del Infantado, extensivos an a la enajenacin de villas, claro que an existiendo Domina del In-fantado, que el 1052 era la reina, a pesar de lo cual quien re-presenta al cenobio e infantado es el abad.

    Como luego perderemos de vista la estela gloriosa de este cenobio de monjes de San Pelayo, vamos a terminar con algu-nos comentarios la historia del mismo.

    Los monjes de San Pelayo, si fueron a San Salvador d

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    mencionado por los historiadores de esta ciudad, debi adqui-rir gran importancia, pues lleg a dar nombre a una gran ba-rriada de la antigua Len, segn aparece por el documento nm. 338 de nuestro Catlogo de los Cdices y documentos de la Real Colegiata de San Isidoro, en el cual se contiene la vena de un solar, hecha por Mara Prez y su hijo Martn P -rez a Pelayo de Anonino - ao 1191 - , cuyo solar sito en Len, y en el barrio de San Pelayo, tiene estos trminos: de la pri-mera parte, el corral de las casas de la capilla de San Isidoro; de la segunda, el trascorral - trascarrate sancti crisantide San Crisanohoy llamado de San Guisan; de la tercera, casa de Martn Prez, y de la cuarta la salida de dicho solar*ex itus eiusdem solaris qui exiit ad callem qui discurra de seo crisanto adposticum. An se conserva parte de ese cenobio de San Pelayo y la calle y plaza del mismo, no obstante lo cual, se da la rareza de ser en absoluto ignorada su historia y nadie ha escrito nada acerca del mismo: los mismos restos romnicos, todava existentes, del cenobio de San Pelayo no dejan lugar a dudas de ser el que ya en 1191 daba nombre a toda la barria-da. L a mencionada escritura es adems muy curiosa por la mencin que hace de ese corral de San Guisan, cuya capilla ya figura entre las pertenencias de San Isidoro en las Bulas de Alejandro III, y de su pertenencia continu siendo hasta su completa ruina en el siglo xix, siendo la ltima noticia de dicha capilla de San Guisan, el acta capitular de 17 de Abril de 1816, en la cual se dice que visit dicha capilla el Obispo, ordenando enterrar algunas imgenes desfiguradas, y el Cabildo acuerda cumplirlo y que el Santsimo Cristo, que all se venera, se traslade a esta iglesia, donde tendr mayor veneracin. (El barrio de San Pelayo que aqu se cita, creemos natural debe entenderse del cenobio de los monjes, pues el de las monjas ya no exista en esa fecha y adems, situado en la puerta de Renueva, caa ms distante de este barrio que el de los monjes).

    Y aqu encaja una cuestin, an no planteada por nadie: qu clase de monjes habitaron el cenobio de San Pelayo, al fundarle Sancho I el Craso? Qu clase de monjas vinieron a reemplazarles en el mismo, casi seguramente, desde el ceno-bio de San Salvador de Palat de Rey, fundado por Ramiro II?

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    EI prior de San Isidoro Don Juan DurnCdices nm. 91, 92 y 93, opina que fueron monjes de San Benito, porque en aquellos tiempos eran frecuentes y no haba otras rdenes de monjes que ahora hay, razn, como vamos a ver, inconsis-tente. Contina el prior Durn: Por lo que hace al lugar don-de Sancho I fund el monasterio, lo principal era donde estn ahora - siglo xvi - las casas de la Abada y aposento del Seor Abad, porque all, segn que yo he visto en una escritura an-tigua que est en este Convento, estaba una capilla de San Pe-layo, y esto es cierto, que all y cerca de all, a una parte y otra, hacia la puerta de Renueva, que entonces no la haba, estaba este dicho cenobio de S. Pelayo. Contra lo que opinaba el ilustre prior Durn en el siglo xvi, hoy es cosa completamente averiguada que en el siglo x, y en los dos anteriores, continua-ron existiendo aquellas reglas monsticas que florecan en la Espaa visigoda antes de la invasin musulmana, entre ellas la del mismo San Isidoro, y esto no slo entre los mozrabes andaluces, cuyos cenobios de aquel tiempo reviven en los ana~ les eclesisticos, nimbados de gloria, ciencia y heroica santi-dad, sino tambin entre las fragosidades de los reinos de Len y dems principados cristianos del Pirineo.

    Los fugitivos del desastre del Guadalete llevaron a sus gua-ridas de las montaas la civilizacin integral de la Iglesia y pue-blo visigodo, y escudados en ella contuvieron la marea de la invasin, y luego bajaron al llano para proseguir, en lucha te-naz y porfiada de siglos, la epopeya gloriosa de la reconquis-ta del patrio solar; el elemento ms civilizador era la regla mo-nstica, y los cenobios y cannicas, el foco irradiador de cul-tura, escuela y universidad, asilo y hospital, pao de lgrimas de toda clase de dolor: cmo no los haban de conservar en los nuevos retoos del reino visigodo, cmo no haban de con-tinuar abrazados a ella los monjes acogidos a las nuevas so-ciedades! Por otra parte parece cosa decidida que la Regla de San Benito no se conoci en los cenobios visigodos, y que en el reino de Len apareci por primera vez a fines del siglo vin, por lo cual creemos que los monjes primitivos de San Pelayo fueron isidorianos, visigodos, no benedictinos, opinin que abona el hecho de haberlos colocado all Sancho I el Craso, hombre inclinado a las costumbres mozrabes, entre los cua-

  • les vivi varios aos, y de entre los cuales trajo el cuerpo del nio mrtir, a quien dedic el nuevo cenobio, y entre los mo-zrabes es posible que no hubiera ni un solo monje benito; igual que de los monjes de San Pelayo, creemos que las mon-jas de Salvador de Palat de Rey tambin eran isidorianas, y stas con ms motivo, pues es posible que en el siglo x an no se conocieran por Len las benedictinas.

    Hay otra razn ms poderosa que abona nuestra opinin a favor de la Regla isidoriana en ambas comunidades: el abad de San Pelayo, despus de abandonar este cenobio para que le vinieran a ocupar las monjas, continu con la direccin espiri-tual y administracin de los bienes del mismo, cosa extraa a la Regla benedictina, pero natural en la isidoriana, ha-biendo ordenado el mismo San Isidoro en el segundo Concilio de Sevilla, canon XI, que los cenobios de mujeres estn total-mente separados de los ocupados por monjes, y bajo la direc-cin espiritual del abad, quien nombrar un monje anciano que sirva de ecnomo o administrador de los bienes de las monjas, todo lo cual conviene admirablemente a las comunida-des que estamos estudiando.

    El gran Fernando I celebra el clebre Concilio de Coyan-zaao 1050 --, y en el segundo de los nomocnones de esta asamblea ltimo destello de aquellos celebrrimos e inmorta-les Concilios Toledanosl se ordena que todos los monasterios de ambos sexos se gobiernen en lo sucesivo por la Regla de San Benito, desde cuya fecha debiramos ver como benedicti-nos a las monjas y monjes de San Pelayo, aunque sospecha-mos no lo fueron al pronto. A esta gran reforma del Concilio de Coyanza haciendo benedictinos todos los cenobios espao-les, sucedi luego la gran reforma cluniacense en Espaa, que a su vez fu reformada, tambin en Espaa, a los pocos aos y en gran nmero de cenobios, por los monjes del Cster. Te-nemos, no obstante, un dato que nos autoriza para suponer, que entre los cenobios espaoles refractarios a la reforma clu-niacense debe figurar el que vamos estudiando, San Pelayo de Len: para ello es preciso hablar de una obra nueva, publica-da por el Centro de estudios histricos, titulada Introduccin a la Historia Silense con versin castellana de la misma y de la Crnica de Sampiro por M . Gmez-Moreno, Madrid, 1921.

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    En la pgina 8 se pone de relieve el odio y aversin que el autor de la Historia Silense manifiesta hacia los francos, col-mndoles de reproches, que tienen cierto aire de vindicacin nacionalista, quiz contra un posible espritu de superioridad que los cluniacenses y otros advenedizos desplegaron, a ttulo de proteccionismo, entre nosotros. En la pg. 134 habla de los monjes de Sahagn y sus relaciones con Don Fernando I, quien colm de gracias al cenobio Cluniacense, cuya cita parece poner de manifiesto que este cenobio no daba a todos los dems la reforma, a lo menos, que el cenobio del autor no era Cluniacense.

    Pero el llamado monje de Silos perteneci a San Pelayo de Len?

    El Sr. Gmez-Moreno prueba que el Silense no tiene nada que ver con Castilla ni con los castellanos, y asimismo que su Historia fu escrita en la misma ciudad de Len... y an en la iglesia de San Isidoro-esto ya veremos que resulta algo pro-blemtico - , y pone de manifiesto las relaciones particulares de este historiador con la familia real leonesa, en especial con la Infanta Doa Urraca, hermana de Alfonso VI: la condicin del autor la confiesa el mismo en su Crnica, diciendo que desde su florida juventud, recibi el hbito monacal en el c e nobio que llaman Domus Seminis, donde vagando largo tiempo ensimismado, mientras revolva diversas sentencias de los santos padres... decid escribir selectamente las hazaas de Don Alfonso... Domus Seminis! Este apodo ha sido un enig-ma para los ms insignes ingenios, que en vano han pretendi-do descorrer el velo de su significado: el Sr. Gmez'Moreno pone de manifiesto lo absurdo de todas las opiniones, ya de aquellos que dicen ser Santo Domingo de Silos, ya la de los que quieren sea Seminis Smanos, o sea el monasterio de Sa-mos; ya de los que interpretan de Domnis Sanctis, o sea Sa-gn, etc., etc. Ahora bien, contina el culto historiador, des-echadas tales explicaciones, sera del caso resolver en firme la incgnita del Domus seminis; pero hemos de confesar que esta designacin es absolutamente desconocida por oiro conducto, cosa bien extraa, dado el amplio conocimiento de la geogra-fa eclesistica en aquel perodo que los pergaminos suminis-tran, y tratndose, no de un monasterio de poco ms o menos,

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    sino de un cenobio, es decir, de lugar que albergaba gran n-mero de monjes: slo respecto de alguna regin inexplorada resulta ello posible.

    Obsesionado el Seor Gmez-Moreno con la idea de que el Domus Seminis existi en una regin inexplorada, se aven-tura a colocarle en regin musulmana, hacia tierra toledana o portuguesa, y aventura, asimismo, otra hiptesis que dis-culpamos, pues fluye necesariamente de la anterior: si el Do* mus Seminis estaba all entre musulmanes, hacia Extremadu-ra, el monje autor de la Historia debi abandonar dicho ceno-bio, exclaustrarse, viniendo a Len para ponerse en contacto con el Rey y con los hombres, deduciendo de ah que lleg a ser capelln, acaso prior de San Isidoro.

    Ante todo notaremos que el Silense atestigua haber tratado personalmente, con cierta intimidad, ala Infanta Doa Urraca, muerta en 1101 en Len, donde vivi, y el mismo Seor G-mez-Moreno, pg. 21, afirma categricamente que semejante trato entre el Silense y la Infanta fu forzoso tuviera lugar en Len: el mismo Silense, al declarar que entr en el Domus Se~ minis en su juventud, confiesa que todava est en l cuando decide escribir la historia, y esta decisin tuvo lugar despus de muerto Alfonso VI, pues dice que lo que le movi a escri-bir fu el ser notable la vida de Alfonso VI, y segundo, porque esta vida se haba extinguido ya (Junio de 1109). \

    No queda otra solucin que admitir, sino que el Silense ja-ms se exclaustr, y que siendo monje tuvo el trato indicado con la familia real, de donde venimos a parar en que su ceno-bio estaba en Len o cerca. Si l no hubiera sido ya monje cuando escriba su historia, jams le hubiera pasado por las mientes recordar su vida en el Domus Seminis, pues era recuer-do bien odioso y desagradable el confesar de ese modo su falta, pues siendo benedictino faltaba al voto de estabilidad, omitido en su cenobio, y si era sidoriano, an aumentaba su delito; pues eran mirados como apstatas al salir del cenobio, y todos los exclaustrados de cualquier clase eran excomulga-dos por el obispo y mirados por el pueblo con horror, leyes vi-sigodas, an vigentes cuando viva 'el Silense, e infiltradas en la mdula y corazn del piadoso pueblo espaol. Bonito ttulo para hacer gala de l en la cabeza de su libro! Buena reco-mendacin para llegar a capelln y prior en San Isidoro!

  • -25-Ni tampoco, para ponerse en contacto con el Rey y pueblo,

    necesitaba traicionar su conciencia y pisotear sus votos; al contrario, para el fin que se propona se hallaba en condicio-nes privilegiadas dentro del cenobio, pues los monjes no slo podan adquirir noticias dentro del cenobio, mucho mejor que un particular, sino que tambin acompaaban a los ejrcitos en la guerra, viajaban con frecuencia a varias provincias para visitar sus pinges posesiones y vasallos, misionar, estu-diar, etc.

    Convenimos en que escribi en Len, y no aceptamos la interpretacin del Sr. Gmez-Moreno al hablar de la clusula nanc quam noviter contruxerat ecclesiam, creyendo que de ella se deduce que escriba en la misma iglesia de San Isidoro, pues, aun en el supuesto de ser el Silcnse capelln real de dicha iglesia, los capellanes jams vivieron en ella, eran seculares, y en cambio, siendo monje del cenobio de San Pelayo, que va-mos historiando, se hallaba en idnticas circunstancias que los capellanes para hablar del templo real, por su proximidad al mismo, por el glorioso pasado en que su cenobio estuvo al frente del cementerio real y cenobio primitivo de San Pelayo, por el honor que para l y sus hermanos resultaba de haber sido sus abades por muchos aos Seores del Infantado, y de ah el trato que, forzosamente, haban de tener con las Infantas y real familia, an ms ntimo que el de los mismos capellanes, como cualquiera, desapasionadamente, puede suponer, mxi-me en los antiguos monjes anteriores al 1063, de los cuales no est muy ajeno de ser incluido el Silense, y acaso el Abad de San Pelayo, an en el siglo xn continuara su jurisdiccin espi-rilual sobre las monjas de San Pelayo, lo cual haba de facili-tar las relaciones de los monjes con las Infantas y real familia.

    Si el Silense fu monje de San Pelayo, por qu dice que tom el hbito en el Domas Seminis? Hemos subrayado arriba la cita del mismo Silense alusiva al nombre de su cenobio

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    de honor el serlo del cementerio de Len o panten real, y de ah la razn de no aparecer ese apodo del cenobio del Silense en documento alguno de aquel tiempo, sino el nombre propio de San Pelayo.

    Y por qu llaman a San Pelayo Domas Seminis? Bajo el gobierno de los monjes fund en este cenobio Alfonso V el Panten Real; trasladados los monjes a otro cenobioque tambin titularon de San Pelayocontinuaron con el culto en el Panten de Reyes y con el gobierno y administracin de las monjas, sus sucesoras, por lo menos hasta despus de 1063; ahora bien, sabido es que para los cristianos los cementerios son mirados como dormitorios; a los ojos de la fe el cuerpo es semilla de inmortalidad sembrada en el surco de la sepultu-ra, metfora tan antigua como el cristianismo, pues ya la em-plea San Pablo con suma frecuencia, pudiendo servir de mo-dlo la siguiente cita de la 1.a a los de Corintho, cap. XV: El cuerpo, a manera de una semilla, es puesto en la tierra- Se-minatur -en estado de corrupcin, y resucitar incorrupto. Es puesto en la tierra-Serninaturtodo disforme, y resucitar glorioso. Es puesto en tierraSerninatur-privado de mo-vimiento, y resucitar lleno de vigor. Es puesto en tierra - Se-minatur-un cuerpo animal, y resucitar un cuerpo espiri-tual... Aparece ya claro el significado de Domas Seminis, conque el vulgo apellidaba a San Pelayo? Domas Seminis equi-vale a decir el cenobio del cementerio, el cenobio del cemente-rio por excelencia donde se depositaban los cuerpos de la fa-milia real leonesa, la semilla de la inmortalidad, segn la me-tfora de San Pablo: Domas Seminis, Casa de la Semilla, Ce-menterio: el hecho de que el mismo abad de San Pelayo se ti-tulaba abad de San Pelayo y del Cementerio de Len corro-bora de forma irrefragable nuestra exposicin.

    Cuando el Silense escribe su Crnica ya estn al frente del Panten capellanes, no los monjes de San Pelayo, mas stos an eran conocidos por el vulgo con el nombre que tuvo su cenobio en el siglo xi.

    Con lo expuesto creemos ya resuelto el problema plantea-do por el Sr. Gmez-Moreno, quien en la pg. 26 escribe: Todava puede abrigarse alguna esperanza de tropezar con nuestro autor; porque si l escriba en la iglesia de San Isidro

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    de Len, hubo de ejercer all cargo palatino, prior de sus ca-pellanes acaso, y en diplomas inditos ser dable ver un nom-bre que hipotticamente satisficiese para resolver el problema. Prosigue, pg. 60: La historia que estudiamos se escribi por un monje de origen incierto, acaso mozrabe, hacia el segun-do decenio del siglo xn, en Len, y casi con certidumbre, en su iglesia real de San Isidoro.

    Admiramos la aguda penetracin del Sr. Gmez-Moreno, el cual, ignorando hasta la existencia de San Pelayo, mal po-da pensar en el mismo para hablar del Silense, y como fuera de este pequeo detalle todo su argumento queda en pie, es-peramos sabr utilizar los medios considerables que sus nu-merosos amigos y colaboradores y el archivo histrico nacio-nal le brinda con sus documentos para seleccionar entre ellos los alusivos a San Pelayo, donde acaso tropiece con ese nom-bre que busca.

  • C A P T U L O II

    La Real Baslica de 5. Juan Bautista y de 5. Isidoro

    Debemos llamar la aencin sobre las fases que aparecen en el nombre del historiado cenobio de San Pelayo: los docu-menos citados del ao 10L3 y el ao 1014, aunque nombran repelidas veces el cenobio, slo le dan el nombre de San Pela-yo; el ao 1028 aparece ya con el nombre de San Pelayo y de San Juan Bauista, y el 1043 ya se llama de San Juan Bautis-ta y de San Pelayo, prueba de que al venir la mandbula de San Juan Bautista de Roma, no lejos de ese ao 1028, y ser de-positada por la familia real en su cenobio de San Pelayo, la devocin popular uni poco a poco el nombre del Santo Pre-cursor al del primitivo patrono y titular, el nio mrtir de Cr-doba, y que poco a poco tambin esa misma devocin popular lleg a imponerse, an en documentos oficiales, y antepuso el nuevo patrono al antiguo, ora por ser tan insigne su reliquia y mayor sin comparacin su dignidad, ora simplemente por de-vocin; lo mismo que veremos ms tarde con San Juan Bautis-ta y San Isidoro, al hablar de su baslica.

    Muerto el noble restaurador de Len, Alfonso V el de los Buenos Fueros, de un saetazo ante la plaza de Viseo, que dis-putaba a los moros de Lusitania, y muerto tambin su hijo, el animoso Bermudo 111, luchando con valor temerario contra cas-tellanos y navarros en el valle de Tamarn, la corona leonesa pas por derecho de herencia a Doa Sancha, hermana de Bermudo 111 y casada con Fernando I de Castilla, viniendo de este modo a fundirse en una ambas coronas, extinguida la lnea masculina de los antiguos reyes de Len.

    Esta Doa Sancha es la antigua abadesa de San Pelayo, quien primeramente fu prometida del conde de Castilla Don Garca y a quien los Velas asesinaron en Len a \ puerta de

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    la iglesia de San Juan Bautista, como afirma el Tudense; los historiadores creen que acuda a tal iglesia a hacer oracin; no ira al cenobio de San Pelayo para saludar a su prometida, cuyo fin era el principal que le detuvo en Len? El mismo he-cho de esperarle all los conjurados parece demostrar que ellos esperaban como natural la visita a este cenobio, detalle que no es extrao no haya llamado la atencin de los historiado' res, ignorando el monjo de Doa Sancha, y del cual creemos slo saldra cuando march a ocupar el trono de Burgos. L a fecha de la alevosa muerte del conde Don Garca fu en martes, 13 de Mayo de 1029, y ya hemos visto que el 1028 el cenobio era de San Pelayo y de San Juan Bautista.

    Los nuevos reyes de Len y Castilla tributaron homenaje a la vctima de los Velas, erigindole un cenotafio en el panten real de San Marino, sobre cuya cubierta aparece la imagen del Condeesgrafiadacon corona mural, cetro flordelisado, tnica, etc., ya un lado del cenotafio la fecha de la ereccin, era 1076, ao 1038.

    Pasados algunos aos, la reina Doa Sancha, dice el Silen-se, pidiendo coloquio al seor Rey, le persuade para que se hiciera una iglesia en el cementerio de los reyes en Len, don-de tambin sus cuerpos deban ser enterrados razonable y mag-nficamente. Porque haba decretado el rey Fernando dar se-pultura a su cuerpo, ya en Oa, lugar que siempre le haba sido querido, ya en la iglesia de San Pedro de Arlanza, pero la reina Sancha, porque en el cementerio real de Len descan-saban en Cristo su padre, el prncipe Alfonso, de digna me-moria, y su hermano Bermudo, serensimo rey, trabajaba con todas sus fuerzas para que tambin ella y su marido descansa-sen con aqullos despus de su muerte. Accediendo, pues, el Rey a la peticin de su fidelsima cnyuge, son destinados al-hames para que trabajen asiduamente en labor tan dignsima.

    La magnfica obra de piedra de silleranuevo cementerio real, se termin felizmente, sin que sepamos ciertamente qu ao se inaugur, aunque s sabemos que este cementerio per-di la advocacin primitiva de Santo Martino conque la erigi Alfonso V, y se dedic a San Juan Bautista y a San Pelayo, cuyas reliquias se sacaron de la iglesia propia de las monjas de San Pelayo y se colocaron en el altar mayor del nuevo

  • templo, asimismo dedicado a estos dos Sanios; parece por la fecha que tena el arca de oro y marfil y la inscripcin de la misma, y en la cual colocaron las reliquias, que ese ao se inaugur la nueva iglesia, y para colocar a la vista de los fielzs en el nuevo templo y altar mayor las veneradas reliquias se hizo el arca cuya era esta letra: Arcula sancforum micai haec sub honore duorum Baptistae Sancti joannis sive Pelagii. Ceu rex Fernandus reginaque Sancia fieri iussi. Era millena septena seu nonagena, cuya fecha corresponde al ao 1059; en esta forma se hallaba el 1063, y suponemos que desde aquel ao. (No es propio de este lugar historiar la traslacin de San Isidoro a este nuevo templo del Bautista en Len; para ello vase nuestra Vida... de San Isidoro...>).

    Las maravillas obradas por el glorioso Doctor de Espaa en su traslacin de Sevilla a Len, obraron tan eficazmente en el nimo de los monarcas leoneses y de lodos sus subditos, que le colocaron triunfalmente en el altar mayor del templo de San Juan Bautista, al lado de las reliquias de estos primitivos patronos, y hasta ordenaron una solemnsima consagracin del templo en honor de aqul, a quien desde aquel da, reyes y pueblo de Len, aclamaron por principal Patrono de la ciu~ dad de Len y su reino, del bendito San Isidoro.

    Con motivo de tan fausto acontecimiento, los reyes expi-dieron un clebre privilegio, en el que, despus del encabeza-miento, se consigna: Nosotros, indignos y humildes siervos de Jesucristo, Fernando, rey, y Sancha, reina, hemos hecho trasladar el cuerpo del bienaventurado Isidoro de la Metropoli-tana Sevilla, por manos de obispos, al interior de los muros de la ciudad de Len, colocndole en la iglesia de San Juan Bautista: ofrecemos, pues, en presencia de los obispos, y tam-bin de otros muchos varones religiosos, que, llamados, han acudido de diversas parles a esta grande solemnidad con suma devocin, al dicho San Juan Bautista y al bienaventurado Isi-doro, en el predicho lugar, los ornamentos de los altares, a sa~ ber: un frontal de oro pursimo, de labor hermosa, y con pie-dras esmeraldas, zafiros y toda suerte de piedras preciosas y cristales; igualmente, otros tres frontales de piala, uno para cada altar; tres coronas de oro, una de ellas con seis alfas en el cerco y otra corona de alaules, pendiente en el interior

  • -Sa-cie la misma; otra es de oro, con amatistas y esmaltes; a ter-cera, en verdad, es la diadema de mi cabeza; una arquilla de cristal, chapeada de oro; una cruz de oro, cuajada de piedras preciosas y esmaltes; otra cruz de marfil con la efigie del Se-or crucificado; dos incensarios de oro con sus navetas de lo mismo; otro incensario de plata, muy grande; un cliz y patena, ambos de oro, con esmaltes y pedrera; dos estolas ureas de tela de oro, cum amoxesce de plata y labores de oro; otra de tela de plata argenteum> y al amorcesce tiene labo-res olovitress; una caja de marfil, chapeada de oro, y otras dos de marfil con chapas de plata, en una de las cuales se guardan otras cajitas, maravillosamente labradas; tres fronta-les aurifrisos; un velo Iotzori para el altar mayor, y dos ms pequeos de armio, arminios; dos mantos aurifris-sos; otro alguesi auro texto; otro ^gricisco con el ruedo morado; una casulla aurifrisa y dos dalmticas
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    Santiago de Galicia tenan sobre la urna del Apstol una efi-gie del mismo de tamao casi natural, y sobre esta efigie pen-da una corona, tocando casi en la cabeza de la estatua, y la cual adoraban los fieles en el siglo x i colocndola sobre su ca-beza-Fernndez Snchez y Freir Barreiro, Santiago, Jeru-salen, Roma, tom. I, pgs. 32 y 44. Por estos recuerdos de coronas podemos columbrar el destino de la delicada fineza de Fernando I al ofrecer las tres a San Isidoro.

    Figuran a la cabeza de las posesiones que los reyes hacen a San Isidoro dos monasterios, el de San Julin, en la ribera del Torio, y el de San Flix de Cepeda, en los trminos del riachuelo samario, ambos monasterios con todo lo a ellos adyacente, posesiones, etc., conforme al modo como estuvie-ron en tiempo del rey Alfonso V, de cuya ltima clusula pare-ce deducirse que ya pertenecan a San Pelayo en el siglo x, y probablemente antes al Salvador de Palaz de Rey.

    Este cenobio de San Julin fu fundado en el reinado de A l -fonso 111 por un caballero llamado Rumforco, de donde le vino al cenobio el sobrenombre de Ruiforco: cuando Ramiro II, ele-vado por su hermano Alfonso IV al solio regio, por renuncia que ste hizo para acogerse a! sagrado de la religin en el Iue~ go famoso cenobio de Sahagn, se encontr con la desagrada-ble sorpresa de que Alfonso IV, descontento de la cogulla mo-nacal, haba vuelto a proclamarse rey, despus de vencer y hacer prisionero al antojadizo y voluble prncipe, mand sa-carle los ojos y le encerr por el resto de sus das en el dicho cenobio de San Julin de Ruiforco.

    Los infantes, hijos de Fruela II, Don Alonso, Don Ordoo y Don Ramiro, protestaron de esta crueldad e injusticia, segn ellos, y en Oviedo, donde residan, se alzaron en armas, apoya-dos por los asturianos, y reclamaron el trono que haba ocu-pado su padre, pero Ramiro acudi rpido al peligro, y habin-doles aprisionado, mand, asimismo, sacarles los ojos y los encerr tambin en Ruiforco, donde acabaron sus das.

    Ya hemos visto al abad Froila el ao 1052 reclamar una vi-lla de Torio, fundado en que deba ser de San Pelayo como todo el mandamento de Torio, que ya le perteneca en el si-glo x: en este privilegio que vamos estudiando slo se men-ciona como de San Pelayo el cenobio de S. Julin con cuanto

  • -31-le pertenecacum mnibus quae ei pertinent, et cun adiun-tionibus suis. Estaba, acaso, aneja al mismo la jurisdic-cin y seoro de todo el valle, al menos desde que en tiempos de Alfonso V perteneca ya a San Pelayo? No nos extraara que as fuera, y la estancia de Alfonso IV y los infantes que all expiaron el crimen de su rebelda y ambicin dan motivo suficiente para creer que as fuera, y es muy probable que el Infantado de Torio, con la aneja jurisdiccin civil y criminal sobre todo el valle, fuera creacin de Ramiro II, con la piado-sa intencin de dulcificar las crueles horas de su hermano y de aquellos desventurados infantes, recluidos en el cenobio, y a la vez para dignificar la realeza de aquellos desgraciados, cons-tituyndoles con este seoro ~ mandamento- en verdaderos soberanos de aquel reducido crculo en que se deslizaban sus das, y acabados stos pas a unirse con las otras posesiones y mandamentos, creados a favor del Infantado, vinculado al cenobio de Salvador de Palaz de Rey, y luego al de San Pe-layo.

    Contina el real privilegio enumerando nuevas posesiones que donan y ofrecen al templo de San Juan Bautista y de San Isidoro: la mitad de la villa de Castro, en la ribera del Cea, en la forma que la haba posedo uo Gutirrez, con sus pertenencias; en tierra de Campos, en Villaverde de Rio-seco, la iglesia del Salvador, que tiene tres altares, el del me-dio, y el del medioda que est dedicado a San Isidoro, Arzo-bispo, y el otro a Santo Martino, y all el lugar acotadolo-cellum conclusum -donde repos el cuerpo de San Isidoro al ser trasladado desde Sevilla; en Oteros de Rey la villa de San Romn y la de Sobradillo, ab ntegro; en la ribera del Porma la villa de Caizal; dan asimismo una villa llamada Foiales, en el Torio, y otra Toral, en el Esla, cuyas villas, por las cua-les recibieron en cambio de Froila, abad de San Pelayo, otras dos que pertenecan a San Pelayo, una en el Bierzo, llamada Egusto, y la otra Valle de Junco.

    Por esta permuta de villas pertenecientes al cenobio de San Pelayo, llevada a cabo entre el abad y los reyes, venimos en conocimiento de la potestad econmica del abad sobre los bienes del Infantado.

    En la Vega de San Adrin las villas Argabaliones ente-

  • -ag-rmente; y toda la villa de Villamiriel; Fuentes, Villadesoto, Vilecha, Alija, Palazuelo, Torneros, Palacio y Onzonilla, ab ntegro. En la poblacin de Matarromarigo todo lo que all posea el abad Froila y adems toda la poblacin de Armunia; el monasterio de San Miguel de Ardn, que los reyes declaran haber edificado a la vez que un puente en el valle de Ardn sobre el Esla, con todas sus heredades y pertenencias, todo cuanto all posea Froila, recibido de los reyes para hacer el dicho puentesituado en la villa vccella, cuyas posesiones especifican ser, todo cuanto haba sido de Realengo en tiem-pos de Alfonso V en las villas de Conforcos, Cabezudos, Vane Vinces, Peranos y que ya gozaba Froila.

    En todas las villas y heredades mencionadas hasta aqu, dan los reyes a los hombres que habitan en ellas y en lo suce-sivo vinieren a habitar orignale fiscali. Confirma, finalmen-te, y da pleno valor a la posesin de todo cuanto posee el abad Froila, ya de lo mencionado (que viene a ser un traspaso de dominio hecho a favor de la baslica de San Juan y San Isidoro y sustrado al cenobio de San Pelayo), ya de todo lo dems que posee de antiguo o anteriormente a esta fecha, en unin de los clrigos y monjas que sirven en el cenobio de San Pela-yo cum clericis vel sororibus eidem monasterio deservien-t e s - , clusula que aclara y confirma lo que documentos an-teriores slo nos insinuaban.

    Ordenan los reyes que en todas las villas y posesiones de la baslica de San Juan y de San Isidoro y cenobio de San Pe-layo no puedan entrar los scurro fisci y merinos de los reyes, a perseguir crimen alguno, ni se propasen a tocar sus puertas, ni menos osen cobrar las calumnias o penas pecuniarias o en especie. He aqu bien claro el seoro del Infantado leons, vinculado a las villas y poblaciones, primeramente del cenobio de San Pelayo, y luego al templo de San Isidoro.

    Al ver en este documento perpetuadas las tradiciones visi-gticas de los monjes isidorianos, dudamos si el decreto del Conciliio de Coyanza - 1050

  • - 3 3 -

    fantado, no en virtud de la regla isidoriana, sino por expresa voluntad de los reyes y la Domina del Infantado, aunque luego veremos reemplazar otros a Froila, ltimo abad de San Pela-yo que figura ya en nuestras escrituras.

    El privilegio que pone a salvo a los vasallos de San Isido-ro de los sayones, est inspirado en el fuero de Len, canon 38: Mandamos que ni merino ni sayn pueda entrar en el huerto o heredad de hombre alguno sin su permiso, y el 41: Mandamos que ni merino, ni sayn, ni dueo de solar, ni se-or alguno, entren en la casa de ningn vecino de Len por ninguna caloia, ni arranque las puertas de su casa, dispo-siciones encaminadas a evitar los abusos de los sayones y la corruptela de arrancar las puertas de una casa cuando entra-ban en ella por fuerza para cobrar deudas; los abades de San Pelayo pediran despus del Concilio de 1020 (si no los goza-, ban ya antes) estas preciosas prerrogativas para su cenobio y para el Infantado a l vinculado, y el noble Alfonso V se las otorg y ahora ratifican para siempre Fernando I y su esposa Doa Sancha.

    Con todo, es sin comparacin ms notable el privilegio de excluir de todo al territorio del nuevo templo, de todas las vi-llas y poblaciones del Infantado, toda intervencin de los me-rinos del rey, privilegio que estaba condenado por el Concilio de Len (1020), y abolido, si antes exista ya, en el canon 18: Mandamos del propio modo que en Len, en todas las de-ms ciudades y en todos los alfoces, haya jueces elegidos por el rey, que juzguen las causas de todo el pueblo. Esta sola prerrogativa del nuevo templo del dulcsimo Doctor de Espa-a, en aquella edad, nos pone de relieve el inmenso cario hacia el mismo de los monarcas leoneses, y la importancia de su Abadengo, superior en podero y grandeza a los ms en-cumbrados magnates del reino, unida su gloria en estrecha la-zada con la de las propias infantas, y slo inferior a la del mismo rey.

    No queremos decir con lo anteriormente expuesto que la potestad del abad fuera soberana y nica, pues tena otra su-perior, la del rey y la de la princesa qu gozara el honor del Infantado, quienes, aunque acaso de poder absoluto, pudieran disponer con ms amplitud de los bienes del Infantado, no lo

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    hicieron as, y el ducumento que vamos examinando nos infor-ma de los trmites que observaban; algo ms nos irn dicien-do otros documentos, y por lo que hace a la jurisdiccn civil y criminal que hasta el siglo xix ejerci el abad de San Isidoro, ignoramos si era en concepto de mandatario de la Corona.

    Contina el documento que vamos examinando en esta no-table clusula: Ego nanque sancia regina quamvis domina sim ipsius monasterii inter srores tamen et clericis quasi unum ex cis ipsas villas quas inde teneo per benedictionem abbatis et consensu clericoram seu abbatisae, donde se con-signa que la Dominaentonces la reina Doa Sanchapoda gozar en tiempo limitado, y aun por solo y todo el tiempo de su vida, de los bienes y lugares del Infantado, precediendo el consentimiento del abad de San Pelayo, clero secular y comu-nidad de monjas, mientras San Pelayo fu cabeza del Infanta-do, y luego ordena la reina se devuelva ntegramente a San Pelayomejor a la iglesia de San Isidorocuanto posee de los bienes del monasterio despus de su muerte, y cuanto en adelante pudiera poseeer; idntica resignacin hace el rey, quien tambin parece retena algo, y es notable que la reina, aun recordando que ella es la Domina de todo, advierte que ordena esto para acomodarse al modo de proceder de las monjas de San Pelayo y de sus clrigos, quienes al finalizar sus das devolvan al cenobio los lugares y posesiones del mismo que gozaban por razn del hbito o del ministerio eclesistico. Esta disposicin testamentaria ia veremos ms adelante en otras Dominas, y a las atribuciones que en el In-fantado tena la Corona hemos de atribuir la disminucin de los bienes y seoros del Infantado despus del siglo xm, ora por apropirseles definitivamente, ora por donacin a tercera persona.

    Engendra confusin el modo de expresarse los reyes en este documento, sino paramos la atencin en los documentos que hemos examinado con anterioridad al actual, y como cuan-tos hasta el presente han tratado de San Isidoro crean el do^ cumento de Fernando I de 1063 el primero y ms antiguo de lodos, de ah el laberinto de ideas y suposiciones en que se perdieron: terminan los reyes rogando al Seor se digne acep-

  • -35-tar sus humildes dones por intercesin de San Juan Bautista, San Pelayo, San Isidoro y todos los Santos cuyas reliquias se guardan en el predicho monasterio; para comprender esta clusula y otras anteriores idnticas del presente documento hay que recordar que la iglesia de San Isidoro o de San Juan Bautista se edific en el rea de la iglesia de Santo Martino en el cementerio de los reyes de Len, y como la Domina, los ministros y monjas, y a la vez la posicin material del nue-vo templo, como al antiguo, formab