historia de la educación

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152 La educación en el mundo clásico genuino representante. Un hecho permite situar con seguridad la parte cen- tral de su existencia. Los atenienses le encargaron de redactar las leyes que habían de regir la colonia de Thurium, que se fundaba en 443. Protágoras se encontraba entonces en la plenitud de su fama. Puede, pues, situarse el mo- vimiento por él promovido, a mediados del siglo v, lo que da una precoz antigüedad a sus doctrinas. Según esto, los sofistas no deben considerarse posteriores a los físicos, sino contemporáneos y participantes; por ende, de un mismo clima intelectual. De las obras de Protágoras sólo se conservan fragmentos, once de los cuales, los más seguros, figuran en Diels 2. Todas las obras que de él se citan están perdidas, tanto las que le atribuye su biógrafo Diógenes Laercio, como las que de paso suelen citar, sobre todo, Platón, Aristóteles y Plutarco. La crítica desconfía mucho de tales testimonios y no ha sancionado todos los títulos que de.él se leen. Su obra principal aparece designada de cuatro ma- neras distintas: Del Ser, De la Verdad, ’AvxCKoyiav y Gran Discurso. Pero si tales vestigios no bastan para estudiar exhaustivamente su pensamiento, per- miten al menos conocer cuáles fueron los temas de sus enseñanzas que han de ser referidos a la moral, la política y la gramática. Lugar aparte ocupa la teoría del conocimiento que se desgaja del principio más notable que de este autor ha llegado hasta nosotros: «El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, como que son, y de las que no son, como que no son» 3. Platón lo transcribe en el Teetetes4 y Sexto Empírico en su tratado Aduersos Matheseoss. A primera vista, y ésta ha sido desde Platón la interpretación tradicional6, la máxima delataría el más grosero relativismo individualista. A través de esta visión, todai la obra de los sofistas ha ingresado en la historia del pen- samiento como un monumento de desprecio a la verdad y la moral, y una ambición acomodaticia, sin escrúpulo ni miramiento alguno para las pautas de la verdad y la justicia. Pero la crítica moderna, matizando el significado de los textos, atenúa este juicio. En primer lugar, no deben olvidarse las raíces profesionales de las posi- ciones de Protágoras. Y éste fue, ante todo, un educador al servicio de la comunidad. «En la teoría de Protágoras aparece el Estado como la fuente de todas las energías educadoras»7. La gran realidad que su espíritu contem- pla es el hecho social, esta convención suprema que al hacer posible la convi- vencia entre los hombres, sustenta la clave de tantos otros hechos humanos. Si tenemos en cuenta las condiciones en que surge el pensamiento de los sofistas, y no pueden menos de tenerse bajo pena de imperdonable omisión, 2 Diei-S, F .: Fragmente der Vorsokrntiker, yol. II. 3 Ibidem, 80 (74), B 1: •návTOv XPIllx°:TOV (-l^pov ¿cmv ávopcj-rccx;, tcúv óvtav (oq écm v, t S v 5 é oúk S vtov ¿Sq ¿ a x i v . 4 Teet., 151, c. 5 Ada. Mat., VII, 60. 6 Teet., 152, a. 7 J aeger : Paideia, I, pág. 336.

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Recorrido histórico de las corrientes educativas. Solo capítulos 9 y 10

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  • 152 La educacin en el m undo clsico

    genuino representante. Un hecho perm ite situar con seguridad la parte central de su existencia. Los atenienses le encargaron de redactar las leyes que haban de regir la colonia de Thurium, que se fundaba en 443. Protgoras se encontraba entonces en la plenitud de su fama. Puede, pues, situarse el m ov im ien to por l prom ovido, a mediados del siglo v, lo que da una precoz antigedad a sus doctrinas. Segn esto, los sofistas no deben considerarse posteriores a los fsicos, sino contemporneos y participantes; por ende, de un m ism o clim a intelectual.

    D e las obras de Protgoras slo se conservan fragm entos, once de los cuales, los ms seguros, figuran en Diels 2. Todas las obras que de l se citan estn perdidas, tanto las que le atribuye su b igrafo Digenes Laercio, como las que de paso suelen citar, sobre todo, Platn, Aristteles y Plutarco. La c rtica desconfa m ucho de tales testimonios y no ha sancionado todos los ttu los que de.l se leen. Su obra principal aparece designada de cuatro m aneras distintas: D el Ser, De la Verdad, AvxCKoyiav y G ran Discurso. Pero si tales vestigios no bastan para estudiar exhaustivamente su pensamiento, perm iten al menos conocer cules fueron los temas de sus enseanzas que han de ser referidos a la moral, la po ltica y la gramtica. Lugar aparte ocupa la teo r a del conocim iento que se desgaja del princip io ms notable que de este autor ha llegado hasta nosotros: E l hom bre es la medida de todas las cosas; de las que son, com o que son, y de las que no son, como que no son 3. P la tn lo transcribe en el Teete tes4 y Sexto Em prico en su tratado Aduersos M a th eseoss.

    A prim era vista, y sta ha sido desde Platn la in terpretacin trad ic ion a l6, la m xim a delatara el ms grosero relativism o individualista. A travs de esta visin, todai la obra de los sofistas ha ingresado en la historia del pensam iento como un monumento de desprecio a la verdad y la moral, y una am bicin acomodaticia, sin escrpulo n i m iram iento alguno para las pautas de la verdad y la justicia.

    P e ro la crtica moderna, matizando el significado de los textos, atena este ju icio .

    E n prim er lugar, no deben olvidarse las races profesionales de las posiciones de Protgoras. Y ste fue, ante todo, un educador al servicio de la comunidad. E n la teora de Protgoras aparece el Estado como la fuente de todas las energas educadoras7. La gran realidad que su espritu contempla es el hecho social, esta convencin suprema que al hacer posible la convivencia entre los hombres, sustenta la clave de tantos otros hechos humanos.

    S i tenemos en cuenta las condiciones en que surge el pensamiento de los sofistas, y no pueden menos de tenerse bajo pena de im perdonable om isin,

    2 Diei-S, F .: Fragmente der Vorsokrntiker, yol. II.3 Ib idem , 80 (74), B 1: nvTOv XPIllx:TOV (-l^pov c m v vopcj-rccx;, tcv v ta v

    (oq c m v , t S v 5 o k S v t o v Sq a x iv .4 Teet., 151, c.5 Ada. Mat., V I I , 60.6 Teet., 152, a.7 J a e g e r : Paideia, I, pg. 336.

    hpResaltadohpResaltado
  • Las creaciones pedag^b icas de los sofistas 153

    lo que Protgoras defiende es que la pauta del conocimiento no la dan las cosas mismas, como pretendan los fsicos contemporneos, que identificaban la verdad con la realidad csmica, ni el Ser Uno e inm utable de Parmcnides, que confunda la 'realidad con el pensamiento, sino: la convencin social, esto es, el hom bre en su dimensin poltica, el bien comn, las reglas establecidas. Pero si b ien se mira, esto, al menos por lo que se1 refiere a la arete pblica, no debe sorprendernos, pues para los griegos e ra casi una tautologa la conviccin de que el Estado era la nica fuente de las normas morales, y no era posible concebir que se pudiera dar otra tica fuera del Estado, es decir, fuera de las leyes de la comunidad en que v ive el hom bre 8.

    Protgoras est m uy le jos de un arbitrario individualismo, porque el fum damento de su doctrina se apoya en el convencionalism o social. La misin como educador al servicio de la comunidad podra, en rigor, reducirse a inculcar la m ed ida o criterio humano, esto es, digno del hombre, tal como la costumbre y las leyes lo han establecido, en los jvenes que vienen a su escuela dominados por la pasin espontnea o por el egosmo irracional.

    La frase famosa expresara su punto de vista sobre lo que ha de prevalecer en el proceso de la educacin presidiendo todos sus caminos: los valores sociales, que a l se le aparecen como una m ateria acordada por los hombres sometidos a la discip lina. de la po lis y destinada a ir desterrando, mediante la labor paciente del maestro, otros valores exclusivamente individuales que tienden a -enemistar los unos con los otros. ste es el humanismo sociolg ico propugnado por Protgoras maestro.

    P o r p rim era vez, la educacin desean- El hombre-medida no puede ser parasa en el e je rc ic io de la inteligencia. este educador el de la sensacin o el

    de la pasin rigurosamente incontrolables, porque toda su obra educativa al servicio del Estado est llamada a luchar p o r dominarlo, hasta elevarlo a la com prensin y acatamiento de la ley. C ierto que hay un relativism o innegable y peligroso en la posicin de Protgoras, para quien los conocimientos de las cosas no seran ms que convenciones sobre las cosas. Desconoce el carcter absoluto e incondicional de toda verdad. N o ha tenido ojos para la instancia de disconform idad que el hom bre puede elevar contra la comunidad, en aras de una verdad anterior o superior a todo acuerdo o convencin. Pero e llo no es bice para que la obra de Protgoras, y aun la de todos los sofistas, pueda concebirse como un episodio pedaggico de la antinomia griega entre ebene y vofioc,: Es un caso particular de la racionalizacin de la vida entera 9. Por vez primera, y aqu reside la im portancia decisiva de los sofistas en la historia de la educacin, se situaban las fuerzas intelectuales en el ncleo m ismo de la tarea educativa.

    Para estos hombres, educar no es adiestrar en la palestra ni e jercitar en la guerra o en la msica, sino estimular la razn y el discurso, proveyndolas de una disciplina lgica y retrica. Por esto son innovadores y revoluciona-

    8 Jahcf.r: Ob. cit:, pg. 341. Ibidem , I, pg. 308.

    hpResaltadohpResaltado
  • 154 La educacin -n el mundo clsico

    ros. Este es el m otivo de los crculos selectos de admiradores que suscitan y de la oposicin que despiertan en los crculos tradicionales. Su mtodo lleva necesariamente aneja la intensificacin de los ejercicios intelectuales. Emplearan o no los sofistas la palabra prattein (fo rm a r ), en sentido pedaggico, tal como la encontramos en Platn, lo cierto es que el concepto expresa a maravilla la idea que poseen de la educacin. En su tiempo, que es el de Sfocles, la voz paideia recibe un contenido racional e inmediatamente un fundamento tambin racional al definirse como teora justificable de la educacin. En este sentido puede ser Scrates un sofista y el m ejor de los sofistas. Entonces, precisamente, la palabra paideia, que Esquilo aplic a la crianza del nio 10, llega a comprender en s el conjunto de todas las exigencias ideales, corporales y espirituales que constituyen la kalokagatha en el sentido de una formacin espiritual plenamente consciente n.

    Las enseanzas form ales La consecuencia inmediata y tangible que el mo-representan la pieza clave vim iento de los sofistas produce es la elabora-de la educacin sofstica. cin de un cuerpo de doctrina en torno a los

    conocimientos gramaticales, retricos y dialcticos. Fueron realmente ellos los creadores de estas tres disciplinas? Tradicionalmente, as se ha venido afirmando, pero la crtica prefiere hoy pensar que las elaboraciones sobre la tcnica del lenguaje, sobre todo, deban contar ya por entonces con cultivadores anteriores. Lo que no puede negarse es que los sofistas estructuraron las tres materias citadas como otros tantos cuerpos de enseanza, y que con ello contribuyeron no slo a su difusin, sino a su misma estructuracin.

    Consiguieron dar una expresin ordenada y m etdica al princip io de formacin espiritual que se desprende de la forma del lenguaje, del discurso y del pensamiento ,2. O, dicho de otro modo, situaron como base de la educacin liberal los conocimientos y ejercicios del lenguaje y el pensamiento, desplazando de ella los recientes descubrimientos fsicos. Con ello predeterm inaban por varios lustros de siglos los derroteros de la educacin occidental.

    Protgoras ha sido siempre considerado como un gramtico y aun como el fundador de la gramtica. Si hemos de creer a Digenes Laercio, l fue el prim ero que distingui las clases de los tiempos y los modos del v e rb o n. Aunque Digenes est muy lejos de ser una autoridad segura, y aunque no sepamos el crdito que debe otorgarse a Aristteles cuando afirma que Protgoras fue quien distingui el gnero de los nombres 14 y no tengamos la seguridad de que E l Tratado de la co rrecc in del lenguaje deba atribuirse a nuestro autor, una cosa queda en p ie : que la tradicin inmediata tuvo siempre a Protgoras por un gramtico y maestro de gramtica. La obra gramatical de

    io Los siete contra Tebas, 18. Ja eg er : Ob. cit., I , pg . 303.12 Ibidem, pg. 330.13 Dio. L a e r : IX , 52.w Retr., 1407, b e .

    hpResaltado
  • Las creaciones pedaggicas de los sofistas 155

    Protgoras y los dems sofistas se ha perdido, pero ella fue el ncleo sobre el que trabajaron los gramticos peripatticos y alejandrinos, que en muchos aspectos no debieron pasar del plano de la exegtica y reelaboracin.

    E l op tim ism o educa- An debe consignarse otra consecuencia importantetivo de Protgoras. para la historia de las . ideas pedaggicas, en relacin

    con el contenido intelectual que Protgoras asigna a la paideia: el racionalismo de Protgoras, que encuentra en la ley q nomos su expresin definitiva frente al cientismo de los fsicos, inaugura victoriosamente todos los optim ism os educativos. Si el individuo fuese algo dado de una vez y para siempre, entregado en su totalidad al im perio bruto de las fuerzas naturales, vano sera cualquier intento educativo. Felizmente, un educador experto, provisto de aquellos conocimientos que perfeccionan el. aspecto racional del sujeto, puede realizar esa maravillosa mutacin por la que un hombre se libera de la tirana natural y del im perio de sus apetitos espontneos, para identificarse con aquellos otros valores que el esfuerzo de hombres superiores ha establecido como las cosas mejores, lo debido, lo justo, lo que es verdadero. Hacindonos cargo de lo que Duprel llama las races profesionales del pensamiento de Protgoras, comprendemos que su famosa frase, lejos de ser la expresin de una indiferencia monstruosa frente a la verdad, es ms bien so pena de negarse como educador, cuando, por el contrario, fue ste el ttulo que siempre procur ostentar la manifestacin del poder soberano de la educacin que, si se aplica a hacer variar las apariencias, es para sustituir la apariencia ingenua e indiscriminada p or una apariencia garantizada y superior. Ya se ve que la apariencia que ha podido preconizar Protgoras, para erigirla en criterio tiene que ser todo aquello que determina la adhesin en el que afirma o en el que aprende IS.

    Gorgias o la Retrica. El otro gran maestro con que cuenta la primera generacin de sofistas es Gorgias, poco ms joven que

    Protgoras, puesto que en el ao 427 se halla ya en Atenas como embajador de su ciudad de origen, Leontinum, en Sicilia. Segn Apolodoro, Gorgias muri en la plenitud de su v igor intelectual cuando contaba ciento nueve aos. Esto ocurrira hacia el ao 375, con lo que vendra a ser contemporneo de Prdico e Hipas, que suelen representar la segunda generacin de pensadores agrupados bajo el nombre de sofistas.

    Los rasgos que del maestro siciliano se infieren a travs de su obra, hacen de l una figura interesante. De pensamiento.gil y brillante, hbil en el uso de la palabra, con un fino sentido del humor y del gracejo, apasionado en defender sus posiciones, amante exaltado de la belleza y oportuno glosador de los antiguos poetas, posee l mismo un alma de artista, rica de sensibilidad e intuicin. La verbosidad y los excesivos juegos de palabras con que paga tributo a su origen siciliano no fueron bice para que los ciudadanos atenien-

    ls Duprel, E . : Les sophistes, pg. 54.

  • 156 La educacin en t -tundo clsico

    ses de los m ejores tiempos escuchasen con entusiasmo los discursos de aparato, en qu e: parece haberse especializado, y que le fu e dado pronunciar en ocasiones tan solemnes como las asambleas panhelnicas de O limpia y Delfos.

    Hasta nosotros ha llegado un fragmento con la oracin fnebre que pronunci en honor de los guerreros muertos por Atenas, dos juegos de ingenio en que para acumular dificultades'acom ete la defensa de causas que pareceran perdidas, la de Helena, la esposa de Menelao, y la de Palamedes. Pero, sobre todo su pensamiento filosfico-pedaggico debe buscarse en una obra que slo se conoce por sendos resmenes insertados en trabajos posteriores. Se trata de la composicin titulada flep l -rou n?i fivxoq, el Tratado del no-ser. Sexto Em prico dio cuenta de ella en su Aduersos Matheseos 16, y e l autor annimo del De Metisso, Xenofanes y Gorgias la resum i en la tercera parte de su escrito.

    Tambin en este caso podemos acercamos a Gorgias introducidos por la mano de Platn. Sin identificar completamente el Gorgias h istrico con el Gorgias platnico, una cosa ha de concederse al genial autor de los Dilogos, que toda la paideia de este sofista se levanta sobre la base de la ciencia fundamental y superior de la retrica, platn gusta de pintarlo siempre preocupado por exaltar la ciencia de la palabra 17. Siguiendo la va de la educacin form al iniciada ya por Protgoras, tambin el siciliano postula una ciencia de las ciencias, cuya posesin ordena y hace eficaces, confirindoles sentido, todos los dems conocimientos. E l estudio de esa ciencia, que a su ju ic io no puede ser sino la retrica, constituira la base obligada de cualquier educacin que quisiera preciarse de ideal. Gorgias es fundamentalmente un retrico, y bien puede creerse que slo forzado por las circunstancias se aventura en los campos de la filosofa. Por eso no vacila en sostener que la' retrica no extrae su va lor o eficacia de una expresin exacta de la verdad. N o existe una necesidad imperiosa del ser que regule los modos del discurso, imponindose, de una vez por todas, con el peso inesquivable de la realidad. Gorgias se sabe fuerte en sus posiciones, que mantienen la no identidad del pensamiento con la identidad sustancial de los fsicos, y lleva la distincin hasta e l extrem o de defender una independencia, que a veces parece total, del pensamiento respecto de la cosa. Seguro de que una cosa es la verdad (lg ica ) y otra la realidad, y del crassimo error que supone confundir el conocimiento del ser con el ser conocido, acenta el poder creador del discurso, conyirtiendo la ciencia de la palabra y, p o r tanto, la del pensamiento, en la ciencia p o r antonomasia. Postura que no poda p o r menos de resultar polm ica ante el materialism o ingenuo de los pensadores prim itivos, que no saben dejar margen alguno frente a los grandes filsofos del lagos establecidos ya definitivamente en las universales claridades de la idea.

    Gorgias, en cambio, estima que- de las dos ciencias enunciadas por Parm- nides, slo es aceptable la segunda, la de las convenciones y las palabras, mientras rechaza la ciencia de] ser en s, porque ste, bien se le considere

    Adu. Mat., V I I , 6S sigs. (D iels, 82 [76] B3).17 Gorgias, Fedro, E l Banquete.

  • Las creaciones ped icas de los sofistas- 157

    Uno, como hace Parmnides, bien sea mltiple, como quieren los fsicos, no existe. Ta l parece ser el sentido del prim er argumento del Tratado del no-ser. E l segundo de los tres argumentos que el fragm ento conservado de la obra expone es que aun en el caso de que existiera el ser en s, no sera cognoscible. Y el tercero, que suponiendo al ser en s y la posibilidad de su conocim iento, ste sera incomunicable.

    E l tema de la com unicacin docente. E l pensamiento pedaggico occidental acaba de topar, por primera vez,

    con una de las aporas clsicas que' con ms insistencia solicitarn en todos los tiem pos las. reflexiones de los tericos de la educacin: la posibilidad de la comunicacin docente. San Agustn, Santo Toms, Kierkegaard, por no citar sino a los grandes jalones, sentirn el atractivo y desarrollarn magistralmente el tpico que con tanto aplomo de palabra como balbuceo de pensam iento aborda ahora el retrico de Leontinum.

    Tam bin aqu las races profesionales, es decir, la innegable postura pedaggica en que nuestro autor se coloca, impedirn concluir precipitadamente que Gorgias niega la posibilidad de la comunicacin del pensamiento que, p o r otro lado, l consigue con xito indiscutido en lecciones y discursos. Lo que Gorgias niega una vez ms, contra e l materialismo de los nuevos cientficos, sus rivales, es que el conocimiento lleve al alma, sin ms, la misma cosa conocida y que, por consiguiente, pueda darse una traslacin o entrega del objeto desde quien habla a quien escucha. E l discurso no es un transporte de su objeto, es una elaboracin que parte de una adquisicin previa, y no cobra valor ms que para aquellos que tienen, por su parte, una adquisicin de la misma clase suficiente para entender el sentido de las palabras 1B. As puede entenderse, siguiendo a Duprel, el pasaje siguiente: e l discurso no es lo que comunica lo que est en el exterior (la realidad objetiva), sino lo que est en el exterior es lo que da al discurso su significacin ls.

    Las frases- transcritas y todo su contexto se apoyan justamente en la certeza de la comunicacin verbal y, por tanto, intelectual; pero sta debe concebirse como una coincidencia de los interlocutores en el discurso, no en el ob jeto del discurso, cuya realidad total no llega nunca a ser agotada por el conocimiento ni impuesta por el maestro a sus discpulos.

    Luego la ciencia que im porta conocer no es la ciencia de las cosas, sino la del discurso, sus partes, sus exigencias, sus mtodos y procedimientos. E l Tratado del no-ser resulta a esta luz un prolegmeno a toda retrica futura, y concretamente a la que Gorgias se ufana de ensear: e l poder de persuadir mediante el discurso a los jueces en el tribunal, a los senadores en el Consejo, al pueblo en la Asamblea del pueblo, y del m ismo modo en cualquier otra reunin que sea una reunin de ciudadanos. Con este poder hars tu esclavo de tu mdico, tu esclavo del paidotribes, y en cuanto al famoso finan-

    i Duprel: 06. cit., pg. 69. i? Sexto Empir. : Adu. Mat., V II , 83-87.

  • 158 La educad m el mundo clsico

    ciero, se ver que pag no por s mismo, sino otro, p o r ti, que sabes hablar y persuades a la multitud 20.

    Gorgias protesta que la fuerza todopoderosa del discurso slo debe ponerse al servicio de la justicia y el bien, y que si, en algn caso, alguien hiciera abuso de la retrica, degradndola hasta hacerla servir al vicio, debe ser condenado, sin menoscabo de la misma retrica, que no queda ms afectada por ello que el arte m ismo de la lucha pueda serlo porque un desalmado pueda utilizarlo para golpear a su padre o a su madre 21.

    Pero como, por principios, el fundamento de esta tcnica de la persuasin no se apoya en la exclusiva investigacin de la verdad, Gorgias incurre en el mismo relativismo de Protgoras, aunque llegue a l por otro camino. ste fue el flanco abierto a las crticas de Scrates y de Platn, la falta de una investigacin seria y de un pensamiento filosfico riguroso que se sacrificaba a la obtencin de efectos y apariencias.

    Los sofistas inauguran la com - Si bien Gorgias, y con l los dems sofis-prensin escolar de los poetas. tas, se divorcian de cualquier paideia ins

    pirada en conocimientos cientficos indiscutibles, sin embargo, enlazan con la forma de paideia ms tradicional, la tradicin educativa que se deriva de los poetas. Fueron los sofistas los prirne- ros intrpretes de los grandes poetas, a los cuales vincularon con predileccin sus enseanzas. Ta l sucede con Homero. Gorgias mismo pax-ece presentar todos los caracteres del artista. Su Elogio de Helena, que Scrates conoci, pudo ser no slo un juego ingenioso, consistente en pleitear a favor de una causa desesperada, sino tambin un homenaje a la belleza reconocida, como un orden autnomo que se justifica por s mismo. Sabemos que nuestro sofista citaba a los poetas con oportunidad y conocimiento. La comprensin escola r de los poetas y la transcripcin en prosa artstica de la poesa parentica es obra de los sofistas que, como las generaciones anteriores, siguieron buscando en Hom ero la enciclopedia de todo lo que m ereca aprenderse; pero, a diferencia de los antiguos, inauguraron, en nombre de la paideia, una comprensin conscientemente didctica de la poesa. E l aspecto innovador que acabamos de sealar es una manifestacin ms del gran descubrimiento llevado a cabo por los sofistas: una educacin form al, capaz de perfeccionar el espritu mediante la gimnasia del discurso. Desde entonces, los comentarios escolares de Hom ero ocuparn en las escuelas un lugar preeminente por espacio de ms de diez siglos. Detrs de l, pero a gran distancia, merecieron tambin la atencin didctica de los sofistas Hesiodo, Soln; Teognis, Sim- nides y Pndaro.

    Gracias a este aspecto, no es errneo ver en la sofstica la continuacin de una paideia tan antigua como la misma cultura griega, cultivadora de las humanidades antiguas, cuyo terreno minaban a la sazn los partidarios de las humanidades nuevas, fsicos y matemticos.

    20 Gorgias, 452 e.21 Ibidem, 457, b-c.

  • Las creacin t._ pedaggicas de los sofistas 159

    La v irtu d es un don divino Hemos visto ya que los sofistas se presentabany no puede ser enseada. como maestros capaces de ensear la virtud. Era

    ste uno de sus principales postulados. Gorgias constituye la excepcin: Escucha, Scrates dice Menn ; lo que ms me gusta en Gorgias es que, muy lejos de pronunciar promesas de esta clase, se burla de los que las hacen; segn l, lo nico que debe buscarse es la form acin de oradores 22.

    Buena parte del dilogo est basada en la anttesis que resulta de oponer la tesis de la imposibilidad de ensear la virtud, que Menn atribuye a Gorgias, y la norma general de los sofistas que, representados por Prdico, a quien Scrates cita, se tienen ante todo por maestros de la aret.

    Sin embargo, la doctrina moral de Gorgias coincide con la de Protgoras en la creencia de que la virtud no es una, sino m ltip le: los textos de Menn son preciosos para introducirlos en el pensamiento moral de Gorgias. Cuando Scrates pregunta al esclavo el concepto que de la virtud tiene Gorgias, o el suyo propio, Menn, solidarizndose con su maestro, habla a s : N o es difcil, Scrates, responderte. En prim er trmino, si quieres hablar de la virtud de un h o m b re 23.

    Sobre estas declaraciones conviene precisar que el pluralismo moral de Protgoras tena su raz en el reconocimiento de las convenciones sociales, como fuente de la norma tica, mientras para Gorgias no existen tales normas. Si los deberes relevan de la condicin de las personas, y lo que en unos casos es vil, en otros puede ser honesto, nuestro sofista infiere que ningn maestro debe proponerse dar reglas generales para el ejercicio de una virtud tambin general y nica que no existe, sino refugiarse en la enseanza de las letras y abandonar los temas morales, cuya solucin se acomodar en cada caso a las distintas circunstancias.

    Gorgias sera, segn esto, el prim er defensor de la m oral de la ocasin,. incurriendo no slo en un relativismo de cuo enteramente distinto al de Protgoras, sino en una posicin netamente antipedaggica. Comprendemos que, a esta luz, la virtud no puede ser enseada. Para Gorgias, el hombre virtuoso ha sido objeto de un don de los dioses, pues lo es por inspiracin, diramos, p o r corazonada, gracias a una intuicin que en el momento dado ilumina su conducta y le permite aceptar. La virtud no es objeto de enseanza ni capacidad innata; es, como el talento artstico, un don de los dioses. Tal es la posicin provisionalmente adoptada por Scrates al resumir la investigacin hecha en comunidad con Menn, el muchacho de Tesalia que Platn presenta como discpulo de Gorgias.

    E n cuanto a nosotros y a nuestra conversacin de hoy, si es que hemos sabido d ir ig ir nuestro examen de un extremo a otro, como convena, resultara que la virtud no es un don de la naturaleza ni el resultado de una enseanza, sino que en aquellos que la poseen viene de un favor divino, sin inter-

    22 Platn: Menn, 95, b-c.23 Ib idem , 71, e-72, a.

  • 160 La educacin en ei m undo clsico

    vencin de la in teligencia ...24; as, pues, a juzgar por nuestro razonamiento, la virtud nos parece ser, en aquellos que se manifiesta, el resultado de un favor d iv in o 25.

    T E X T O S

    A rist fanes : Las nubes. D ie l s : Fragmente. P lat n : Dilogos.

    B I B L I O G R A F A

    D ie l s , F.Fragmente der Vorsokratiker, vol. II. Berln, 1954.D u pr e l , E. Les sophistes. Neuchtel-Pars, 1948.G o m p e r z , H. Sophistik und Rhetorik, das Bildungsideal des Sophisten in seinetn Ver-

    hciltnis zur Philosophie des V. Jahrhunderts. Leipzig-Berln, 1912.G o m pe r z , T u . Griechlsche Denker, 3 vols. Leipzig, 1902-1910. Les Pcnseurs de la Greca.

    Traduccin francesa, I, Pars, 1928.N a v a r r e , O.Essai sur la rhtorique grecque avant Aristote. Pars, 1900.Z kller , E., N estle , W. Die Philosophie der Griechen in ihrer geschichtlichen Entwick-

    lung dargestellt. Leipzig, 1920, pgs. 1278-1441.

    24 Platn: Menn, 99, e.m Ibidem, 100, b.

  • C a p t u l o X

    SOCRATES O LA ENSEANZA DE LA V IRTU D

    Sabedlo bien; en efecto, ninguno de vosotros conoce a este hom bre '. Y lo compara a los Silenos, a los viejos Stiros compaeros del dios Baco. Tras exterior grotesco, o jos saltones, nariz remangada, pobres vestiduras, disgustos en el matrimonio e ineptitud para los ngocios, esconde Scrates el don divino de iluminar los problemas del saber y de la felicidad. Tiene el secreto poder de derramar claridades de razn en el caos de las cosas humanas, y de demoler, por el contrario, despiadadamente, las creencias comunes que parecan ms slidas.

    De este hombre paradjico, cuya misin pareca consistir en inquietar a sus ciudadanos, sembrando la duda y las preguntas sobre el saber de la perfeccin, no conocemos escrito alguno; pero Platn y los acadmicos, los pitagricos de Tebas y de Flionte, los eleticos de Megara y los polticos de su ciudad, como Alcibades y Critias, se creen con derecho a proclamarse sus discpulos. Colocado entre la leyenda y la historia, es una figura enigmtica. Los documentos que sobre l poseemos nos lo muestran y nos lo ocultan al m ismo tiempo, porque hay buenas razones para descubrir una deformacin en cada serie de ellos. En realidad, podra hablarse de muchos Scrates; nos ceiremos slo a disear los rasgos de tres Scrates principales.

    Empecemos por el Scrates de Platn, pues ninguno de sus intrpretes ha sido m ayr que Platn. Nadie le ha descrito con ms proximidad, entusiasmo y reiteracin. Era Scrates el hombre que la pitonisa seal como el ms sabio de la H lade2, consagrado al saber de la humana perfeccin3, sin otro afn que el de velar por la justicia de los atenienses4 y recordarles el cuidado de sus almas; dotado de un poder espiritual indomable, que le lleva a obedecer a Dios antes que a los hombres; cumplidor de las leyes, maestro de la juventud, era, segn la frase lapidaria con que termina el Fedn, e l

    1 Platn: Banq., 216, c-d.2 Apol., 21, a-b.3 Ibidem , 23, a.* Ibidem , 29, d; 30, d.

    H. DE LA EDUCACIN. 11

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  • 162 La educado,, n el m undo clsico

    m ejor de los hombres que han existido en este m undo. Ninguna boca se haba abierto hasta entonces en Grecia para hablar como l del am or y de la inmortalidad del alma.

    Pero Jenofonte nos presenta, a su vez, otro Scrates. Desprovisto de la fina irona del Scrates platnico, es ste, antes que nada, un hom bre bondadoso y hasta bonachn, moralizante, ejemplar, piadoso y anecdtico, para quien la virtud no poda menos de coincidir con la belleza y con la felicidad y, en ltima instancia, con la u tilid ad5. Con la vista clavada en la vida activa, condena las vanas especulaciones de los filsofos anteriores y de los cientficos contemporneos, sin otro horizonte que el de un puro consejero moral.

    Finalmente, est el Scrates que nos describe la burla aristofnica de Las nubes, e incidentalmente de Las aves y de Las ranas, pintoresca caricatura que nos enfrenta con un anti-Scrates, el ms peligroso de los sofistas y corruptor redomado de la juventud. La pintura cm ica de Scrates que la antigedad nos leg en producciones fragmentarias y dispersas, hace de l un desaprensivo manipulador de vidas juveniles, seductor y charlatn, una especie de contrafigura del verdadero maestro. A esta tercera concepcin podramos aadir el Scrates dem oledor de las costumbres que describe Polcrates en su obra Kocxriyopta XwKprouq; el de Libanio, en su Apologa, con el acusador del juicio; el de Aristoxeno de Tarento, en sus BCoi v5p>v. Es el Scrates revolucionario y corrosivo, que se re socarronamente de todos y de todo hasta de los dioses con el alma deletrea de su fr o racionalismo.

    Las fuentes utilizadas para penetrar hasta la realidad socrtica no son, por tanto, rigurosos documentos histricos pensemos, por lo pronto, en los Logo i Sokra likoi, que hoy vuelven a ocupar entre todos el prim er lugar , pero tienen, sin embargo, un indiscutible va lor histrico. A travs de ellas hemos de acercarnos a este hombre que posey el arte de preguntar, de atraer el inters sobre temas de form acin imperecederos y de orientar vidas y personalidades sin desflorar si es que no hemos de adherimos a la crtica nitscheana el fondo originario de cada uno. Como su madre Fenrates, nos dice, daba a luz por su oficio, h ijos que no engendraba6.

    Tem tica de Scrates. A prim era vista, Scrates habla de todo. Sus lecciones distan mucho de aparecer preparadas. Parte de

    su encanto estriba en que la conversacin se prende por sorpresa, rigurosamente ocasional e imprevista, como un regalo. Platn gusta de presentarnos un Scrates acosado por personajes que arden en deseos de conocer su opinin sobre los ms diversos temas. Si alguna preparacin hay aqu es por parte de quien pregunta, o m ejor diramos, qe Scrates se halla siempre preparado para conversar con la madrugadora vigilia de su atenta indagacin. Y aun cuando en otras ocasiones es el maestro quien plantea el tema, seguimos teniendo la impresin de que el asunto le es dado, impuesto por la condicin del interlocutor, como cuando habla del va lor guerrero con un gene

    5 Mem., I I I , 8-10; IV , 6-8.6 Tee., 139, a-e.

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  • Scrates o la enseanza de la virtud 163

    ral, en el Laqus, o de poesa con el rapsoda Ion. Unas veces, le interesa la dieta que conviene a sus amigos, el discurso de Lisias; la educacin de los ciudadanos en general, otras; los ejercicios fsicos, la preparacin del estratega, la del caudillo, la educacin de los gobernantes, la msica, la justicia, el amor, la piedad, la vocacin de sus jvenes amigos, el m odo de librarse de las dificultades econmicas que aquejan a Aristarco, la convivencia fraternal entre los hermanos Quercrates y Querofonte, la pobreza de Hermgenes, la oracin de los ciudadanos muertos en la guerra, la belleza y el amor, o... la reaccin de su hijo Lamprocles ante el carcter d ifc il de su madre, una de las mujeres que, a travs de los siglos, acert a concitar de manera ms constante la condenacin de los historiadores.

    Un solo tem a : las cosas humanas. Reparemos, sin embargo, que en el conjunto apuntado hay ausencias notables,

    si tenemos en cuenta el panorama cientfico del momento. En prim er lugar, Scrates no habla de temas fsicos y naturales, que son los temas obligados de la filosofa que triunfaba desde Tales. Esto no es un azar; sabemos que el hijo de Fenrates omite tales problemas por principio: N ada me pueden ensear los rboles y los campos, le omos decir en Fcdro. Consiguientemente, l tam poco puede ensear nada sobre esto. Su inters, p o r el contrario, andaba entre los hombres y le empujaba como un sino a mezclarse con ellos, porque lo humano constitua para l una especie de medio vital, grvido de inquietudes y sugestiones. N o es que a su genio le faltara la dimensin de la interioridad, patente en ms de una ocasin, como al principio del Banquete, en que las ntimas reflexiones se le imponen, de pie y absorto, en una esquina de la ciudad ya anochecida. En aquellos momentos deba envolverle una majestuosa grandeza que im pidi abordarle a los criados enviados en su busca. Pero su actividad se despierta con las cosas que interesan o que, a su juicio, ms deban interesar a los hombres. La sensibilidad de su espritu est abierta slo para las cosas humanas, antrpika. Las velas prolongadas, los sympo- sios, los das sin comer y las maanas iniciadas en el gimnasio despus de una noche de discusin, hemos de apuntarlos con toda seguridad a la pasin por una problemtica candente de humanismo, y a menudo ardientemente vivida por algunos de sus jvenes amigos.

    Aristfanes, en una obra cuya perfeccin literaria no excluye el juicio invidente, en Las nubes, le reprocha, entre otras cosas, el ocuparse de cuestiones excesivamente sutiles y vanamente especulativas. Mas Platn se cuida de vindicarle cuando le hace decir en el Fedn que, ocupndose de la inmortalidad del alma el da mismo de su muerte, nadie haba de negarle la actualidad y cercana del tema.

    E l lo g o s socrtico es Sin embargo, no todo lo humano disparaba por igual el lo g o s del bien. el verbo inquisitivo y, en ocasiones, temible del

    maestro. La fina intuicin psicolgica con que se adueaba de los nimos, o bien la fuerza penetrante con que descubra sus,

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  • 164 La educacin en e*. .nundo clsico

    contemporneos preferan decir desnudaba intelectualmente a su interlocutor, no solan desembocar en meditaciones n i exposiciones psicolgicas. E l m ismo enunciado del lema dlfico que preside toda su vida no tiene en labios de Scrates el alcance primariamente psicolgico que se le podra atribuir. Tampoco se le puede adjudicar anacrnicamente e l descubrim iento de la lgica. Cierto que Aristteles afirma abiertamente que Scrates descubri el con- ,c ep to 7 y lo m ism o puede leerse en Jenofon te8. Desde entonces la tradicin ha venido repitiendo la conocida especie de un Scrates creador de la filosofa conceptual. La reaccin de los modernos historiadores es casi unnime desde M eier. A Scrates no le interesaron las esencias de cualquier cosa, mucho menos las de todas las cosas. El logos socrtico, el concepto que l descubra y buscaba a la vez, era nicamente el logos del bieny pues lo que l persegua en su indagacin era invariablemente la norma idea l de la conducta humana.Las esencias de las cosas nicas, eternas y universales pertenecen a la especu- tlacin platnica, y la aportacin socrtica ha de entenderse en cuanto a Scrates le fue dado percibir un concepto puro, perfecto y absoluto de virtud.Con ello est dicho que el campo propio de la especulacin socrtica es e l de la recta conducta humana, que en sus discpulos haba de constituir el frtil campo filosfico de la tica. No slo Antstenes, el fundador de la escuela cirenaica, estaba destinado a proseguir las lucubraciones del m aestro sobre Ila tica protrptica, sino la antigedad y, desde luego, Platn y Aristteles , a partir de Scrates, har un lugar de honor para la ciencia de las costumbres, o bien convertir hacia la tica todo el quehacer filosfico. Ta l es el caso de todas las escuelas postaristotlicas. S i el germen m oral de Scrates campea en toda su temtica, cobra un relieve especial cuando se le enfoca teniendo en cuenta la herencia inconfundible que la posteridad acusa.

    Desde esta perspectiva nos es ms fcil echar ahora una ojeada sobre las cuestiones que Scrates trat. Su abigarrada dispersidad es slo aparente. En 1prim er lugar, orienta el tratamiento de los distintos modos de conducta hacia la virtud correspondiente, y aun los diferentes oficios hacia el fin m oral que debe presidirlos. E l valor del guerrero no es verdadero valor si no sabe vencerse a s mismo, ni la justicia del gobernante es tal mientras no deje sentir su peso sobre los prximos y fam iliares y aun sobre s m ismo. La retrica del sofista es perfecta si persuade el bien, y execrable como instrumento indiferente del bien y del mal, de lo verdadero y de lo falso. La m ism a msica de la repblica ha de estar al servicio de los nobles sentimientos, y hasta del gusto en el com er hemos de juzgar con arreglo a la norma ideal de lo bueno, si hemos de atenernos al Scrates que Jenofonte nos pinta. Hay un denominador comn de todas las virtudes que las arregla y conforma esencialmente; o para hablar con ms precisin, no hay ms que una virtud general, de la que las dems son slo otros tantos aspectos o facetas. N o es posible poseer una realmente sin que se posean todas las dems, porque si alguien nos pare- 1ciere valiente y al mismo tiempo intemperante, Scrates nos advertir que se trata de una supuesta valenta, ya que es cobarde con sus pasiones, y a nadie

    7 Met., I , 897, b 1; I I I , 1078, b 18 y 27. Mem., XV, 61

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  • Scrates o la ense :a de la virtud 165

    debemos tener por msj fuerte que a aquel que sabe resistir las propias inclinaciones. Lo mismo sucede con el fin de las acciones. Si alguien quiere gobernar, por ejemplo, Scrates le perseguir, preguntndole para qu quiere gobernar, y no le dejar hasta que no le pruebe el error en que se encuentra buscando el propio provecho, y el nico ttu lo que hara lcito su m andato: la. m ejora y servicio de los dems. Desde el momento en que las callejeras encuestas socrticas inquietaron a los atenienses, ha brillado un norte nuevo n la form acin del hom bre occidental: el bien, como meta de toda conducta que aspire a ser humana. Hasta entonces no se haba levantado sobre la tierra helena ningn maestro que hablara de lo justo Stxociov como Scrates lo hiciera. Para esto haba empezado convenciendo de injusticia, o al menos de una justicia disminuida y manca, a la m ayor parte de sus oyentes.

    A lgo hemos de aadir al aspecto tico de la predicacin socrtica. Veintitrs siglos de progresiva interiorizacin, la inexorable llamada a la intimidad del cristianismo y el racionalismo idealista de los tiempos modernos, han llegado a contraponer a,nuestros ojos, casi espontneamente, la esfera tica a la poltica. El mismo Platn hace decir a Scrates en la Apologa que quien quiera v iv ir honestamente en un estado depravado no tiene ms remedio que retirarse al mbito privado, para all, libre de toda coaccin, ajustar su vida a su conciencia. Otro discpulo nos dir que para alcanzar el mismo fin no hay ms camino que el de desterrarse de los negocios pblicos y viv ir como meteco en el propio Estado. Pero esto son visiones tardas, correspondientes a procesos posteriores del pensamiento, que la propia muerte de Scrates contribuy a acelerar. En el maestro, p o r el contrario, las cosas humanas y las polticas se identifican, sin que quepa pensari en una conducta honesta desentendida de la repblica y, aun ms concretamente, de la polis. En la generacin anterior a Scrates apenas se destacan las individualidades en el grem io compacto de la polis ; como las estatuas de los frontones de los templos, tienen un mismo aire impersonal y clsico de lejana. Falta casi un siglo para que la escultura ateniense acuse rasgos fisonmicos diferenciales y cada figura tenga su ethos propio. La genialidad de Scrates no le excluye del mltip le y oscuro enraizamiento en el seno de la ciudad madre Atenas. La acusacin poltica de su proceso no est desprovista de base, porque sus nobles aventuras pedaggicas y hasta su mismo retraim iento de la poltica activa son tambin una manera de hacer poltica, y no slo sus acusadores, sino l mismo lo entenda as. Platn, con ser posterior, intentar varias veces intervenir directamente en la poltica a impulsos de su ideal filosfico, y el carcter utpico de su Repblica ms responde a una conciencia anticipada de fracaso que a un propsito radicalmente abstencionista. Por lo dems, los temas polticos en sus dilogos son abundantes, sobre todo vistos desde Las M em orables, de Jenofonte, sin contar con que Platn hace a Scrates protagonista de su dilogo ms perfecto, que, como es sabido, versa sobre la organizacin de una repblica ideal. La tica socrtica tiene una dimensin poltica insoslayable y se proyecta tanto en lo colectivo como en lo individual, o mejor, ve al hombre esencialmente vinculado a la polis, que es en definitiva lo que vea Aristteles cuando lo defini como animal poltico ( zoon po litikn ). Un pasaje jenofonteo, entre otros, corrobora esta afirmacin.

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  • 166 La educacin -n el mundo clsico

    La entrada de la razn Este aspecto de Scrates que se acaba de destacar, en la conducta humana. cuyo apoyo reside en los temas de sus conversa

    ciones, constituye un precedente magnfico de An- tstenes, pero, en cambio, explica poco la postura de Platn, creador de la teora de las ideas, que, por otra parte, su autor se empea en presentar estrechamente enlazada con los puntos de vista socrticos. Para esclarecer este aspecto hemos de tom ar no slo el concepto de bien, ya aludido, sino el conocim iento de ese concepto tal com o Scrates lo entenda. Con ello estamos tocando el principio fundamental del pensamiento socrtico : la identidad entre el saber y la v irtud. Porque, para Scrates, quien conoce el bien es virtuoso, y todo yerro m oral arguye una inmoralidad. Quien peca se equivoca e incurre no slo en error moral, sino intelectual. La actividad educativa de Scrates se halla inspirada por su convencimiento en la equidad existente entre saber y querer. Esto explica la incansable insistencia en su tema favorito : si la virtud puede ser enseada. Se basaba en la mdula misma de sus doctrinas, porque para l la v irtud nos dice en el M enn es un conocimiento. Estamos asistiendo a la entrada de la razn en la conducta human a 9. Desde entonces, como afirma Aristteles, cualquier virtud implica ju icio tico. Reconozcamos que la crtica de esta posicin se le ofreca bastante fcil al autor de la tica a N ic m a co : Scrates nos dice haca virtudes las ciencias, ya que todas las ciencias se basan en la razn y la razn reside en la parte intelectual del alma. Y as le acontece que, al hacer las virtudes ciencias, destruye la parte irracional del alma, y con esto destruye el pathos y el ethosi>10. Si nos mantenemos en el plano del puro y mero saber a que Aristteles alude, evidentemente Scrates no tiene razn. Puede conocerse la teora del valor y ser al mismo tiem po un cobarde redomado. Pero Scrates no confera a esta especulacin desarraigada la categora de saber. Y as condenaba previamente todo racionalismo teorizante y vano. El saber que Scrates preconizaba se apoya en el elemento intelectual, hasta hacerle alcanzar las zonas ms profundas del alma; es un saber pregnante y eficaz, que no es plenamente posedo hasta que no engendra el convencimiento. Ahora bien, en toda conviccin, junto al elemento cognoscitivo se origina una actitud, hay un atesoramiento de energas capaz de explicar una conducta. Nos parece que Scrates estaba refirindose a ese saber, ntima y profundamente elaborado, que nace de la meditacin, donde toda verdad adquirida es una verdad asimilada y, de suyo, poderosa sobre la vida de quien la posee. La ciencia que (Scrates) busca no consiste en frmulas ms o menos afortunadas sobre los hbitos virtuosos, sino en expresiones exhaustivas que agotan hasta lo ms profundo la cognoscibilidad de la virtud. Quien conoce las virtudes en todo el esplendor y atractivo de su naturaleza ntim a ser virtuoso. N o es posible que un hom bre iluminado por la verdad, con el alma llena de grandes ideas y afectos, y dominado, por consiguiente, por el am or de la virtud, sea un

    9 T ovar, A.: Scrates, pg. 292.10 Mag. Moral., 1183 a, 15 y sigs.

  • Scrates o la enseanza de la virtud. 167

    degenerado n . Esto nos dice Scrates cuando considera la virtud como una frnesis o hbito racional, pensando que quien la conciba con claridad se hallar automticamente dispuesto a seguirla y practicarla. E l hecho de una voluntad que elige el mal sabiendo que lo es, representa una contradiccin que conculca las mismas leyes de la naturaleza humana. La afirmacin de que nadie yerra voluntariamente nos la explica el Scrates platnico distinguiendo entre voluntad y apetito. Junto al verdadero conocimiento del bien que sirve de meta a la voluntad trabajan los apetitos que inclinan al hombre hacia la consecucin de bienes aparentes. Como el anlisis de tales pseudo-bienes descubrira pronto su falacia, he aqu por qu los innumerables apetitos que acarrean la desgracia humana no contradicen la tesis de Scrates, que puede concluir que al ejercicio de la recta razn sigue el del perfecto proceder.

    E l m todo socrtico. Scrates era consciente de que sus conversaciones con los atenienses constituan otras tantas lecciones.' Lo

    dice en la Apologa, cuando anuncia que si ha de conservar la vida a costa de renunciar a sus actividades pblicas, nunca convendr en ello. Mientras me quede un soplo de vida, mientras de ello sea capaz, tened por seguro que no cesar jams de filosofar, de exhortaros, de dar una leccin a cualquiera de vosotros con quien me encuentre u .

    La humilde confesin de ignorancia con que inicia casi todas las conversaciones no debe, pues, conducirnos a error; nos hallamos ante el prembulo de una leccin que puede, quiz, no llegar a resultados positivos en cuanto a la solucin de la cuestin propuesta, pero que ha de servir, eso s, al enriquecimiento de la personalidad de los interlocutores. Tampoco hemos de pensar que las protestas de ignorancia de Scrates sean otras tantas mentiras tcticas. Poda Scrates no poseer una idea acabada de los conceptos de valor, belleza o amistad, para citar alguno de los temas ms repetidos, y, sin embargo, hallarse en condiciones de ensear algo sobre tales puntos, por su doble condicin de detector de falsas soluciones y de pensador habituado a la abstraccin conceptual, al menos en lo que toca a los problemas morales.

    En E l Sofista, de Platn, se contraponen expresamente la antigua manera de ensear y sta de Scrates, ms nueva, obtenida tras maduras reflexiones. Parte del princip io de que toda ignorancia es involuntaria I3, pues quien se cree sabio jams consentir en aprender nada acerca de aquello en que piensa saberlo todo. Los dos instrum entos del nuevo mtodo son la interrogacin y la objecin. Tengo cierta costumbre de presentar objeciones, dice modestamente Scrates en el Hipas mayor 14 cuando se dispone a desmenuzar las frgiles respuestas del adversario.

    '* E lo rduy , E .: Un nuevo aspecto del socrattsiho, en Razn y Fe, 136, 1947, pg. 438.12 Apot., 29 e.13 Sof., 230 a. Hip. May., 287 a.

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  • 168 La educacin en el m undo clsico

    E l objetivo perseguido por el dilogo parece que deba fijarse con nitidez desde el principio, sin que sean obstculo para ello las divagaciones, parntesis y largos rodeos que en las composiciones platnicas encontramos, las cuales, por su parte, procuran reflejar los ondulantes meandros de una libre conversacin.

    Este objetivo casi siempre puede reducirse a una definicin.

    Las principales fases del m todo son la exhortacin o p ro trp tica y la indagacin o elnctica. Por la primera realiza una llamada al inters de quien conversa, a sus necesidades, poniendo de relieve el tem a que se va a dilucidar. La palabra pro trp tica no debe despertar, en este caso, la idea de largos sermones; en Scrates eran ms bien vigorosos apostrofes o rpidas exclamaciones, destinadas a sacar al hombre de su cotidiana vulgaridad e introducirle por unos momentos en el mundo que se atisba, no slo a travs de las palabras, sino tambin de la figura enigmtica y paradjica del maestro.

    La indagacin tiene a su vez una prim era parte, que consiste en obtener de su interlocutor las primeras soluciones al problem a propuesto, en verificar ampliamente su inadecuacin y, tras confrontarlas unas con otras, demostrar que son contradictorias respecto de los mismos objetos, de los mismos puntos de vista y hasta de las mismas relaciones ls. Scrates, que no era sistemtico ni dogmtico, quiz por hallarse en el arranque de la especulacin filosfica y hasta p o r rebelda de su mismo tem ple intelectual, no poda ordinariamente rechazar una respuesta en nom bre de otra que l mismo tuviera por perfecta y a la que estuviese adherido, sino oponiendo otra sentencia que por atribuirse a algn dios o venerable poeta, m ereca mayor consideracin. P latn aprovecha muchas veces estos dilogos para introducir opiniones de diversas sectas filosficas contradictorias y refutar todo el pasado filosfico no incorporado a su pensamiento. As, en el Lisias desfilan teoras de Empdocles y de Herclito y sentencias proverbiales de Hesiodo. Ya se ve que aunque esto falsee al Scrates histrico no deform a los mtodos indagatorios del maestro.

    A esta prim era parte de la indagacin, el lenguaje socrtico-platnico la denomina p u rificacin o purgacin, y se inspira en la term inologa mdica, como nos descubre en E l Sofista cuando compara esta accin con aquella de los mdicos cuyo paciente no puede aprovechar el alim ento-hasta que los obstculos que lo impiden no sean evacuados 16. En el terreno intelectual, tampoco el alma sacar ningn beneficio de las ciencias que podra ingerir, hasta que se la haya desembarazado de las opiniones que cierran la va a la enseanza y llevado al estado de manifiesta pureza en que ella cree que sabe justamente aquello que sabe, pero no ms.

    En esta fase, que se sirve de la interrogacin y de la objecin conjuntamente, es donde cobra una especial importancia la segunda. Las rplicas se suceden sutiles, apretadas, despiadadas. Tanto que e l lector llega a olvidar a un tiempo la vanidad o el orgullo de los interlocutores, para lam entar slo

    >5 Jenof. : Mam., IV , 15-21. i Sof., 230 b.

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  • Scrates o la enser. -ia de la v irtud 169

    el triste papel a que los condena la implacable lgica socrtica. Pero Scrates, como se ha apuntado ya, no poda tener compasin de los hombres cuando se trataba de reivindicar los fueros de la verdad. Por eso, la refutacin es lo ms importante y eficaz en orden a esta purificacin n .

    La segunda parte de la indagacin debe idealmente dedicarse a la construccin, aunque en varias ocasiones, tanto el Scrates de Platn como el de Jenofonte, dejen inconclusa esta etapa. Pero mientras sea posible, a esta demolicin, que podemos llam ar sistemtica pues Scrates encuentra siempre algo que refutar, siquiera sean las opiniones vulgares que gusta de contraponer al concepto perfecto que busca , debe seguirle una segunda parteconstructiva. Tambin en esta parte preside un principio rector que alimenta el ms puro optimismo socrtico: Todo hom bre de buena fe ha de rendirse a su testimonio interior de la verdad 18. Pero la verdad no se entrega por medio de hermosos discursos. La llevamos dentro, como obscurecida por el olvido, y el maestro se encarga de que el alumno llegue a descubrirla. A esta altura suele proceder a delim itar de nuevo el objetivo, por lo general, simplificndolo y reducindolo a trminos ms simples si se encuentra dema.- siado complejo, como acontece en el Laques. E l v ia je prosigue entonces por medio de preguntas que invitan a la reflexin, sugestivas, insinuantes. Scrates siempre deja vislumbrar ms de lo que dice. E llo obedece tanto a la riqueza de su plenitud in terior como a la sinceridad con que se entrega a la aventura intelectual de la inquisitoria. Como quiera que sea, no hay duda de que en esta condicin estriba gran parte de su eficacia magistral, que deja la impresin de seguir actuando incitadoramente sobre los personajes cuando el dilogo se da por terminado. Cuando contina,1 las preguntas se suceden como otros tantos pasos; lentos y seguros, caminando de evidencia en evidencia, sin que se avance jams antes de obtener el asentimiento libre y entero de cada uno de los puntos con que ha de construirse el trazo firme e indeleble, disparado hacia la meta interior de la verdad. Aqu se revela, sobre todo, Scrates form idable ipuyaycoyq como Aristfanes le bautiz con un acierto que honra a su ingenio!15 Lo interesante, para lograr la certeza apetecida, es que el discpulo perciba ntimamente a lo largo de todo el camino la voz de su misma inteligencia o, tal vez, la misma voz de Dios hablando dentro de l.

    Es frecuente que el m todo no consiga coronarse en todas las conversaciones y que, como sucede en el Hips mayor, tras descartar varias definiciones de lo bello, el dilogo termine con una confesin irnica de impotencia por parte de Scrates. Esto es lo que sucede tambin en el Crmides, el Laqus y el Lisis, por citar algunos donde podran aludirse muchos. Son dilogos que pertenecen al gnero antiguamente llamado anatrptico, que slo se propone derribar opiniones inconsistentes y apresuradas. Sin embargo, es ste un escepticismo provisional que, por parte de Scrates, responda tanto a un estadio inmaturo de indagacin de la verdad como a una modesta irona con que pretenda poner fin a sus lecciones, y por parte de Platn, a una pos-

    17 Sof., 230 e. i Ibidem, 230 c-d, 231 b.i Aves, 1555.

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  • 170 La educacin en el mundo clsico

    tura preparatoria que dejaba el camino abierto a ulteriores investigaciones. Segn esto, el Teetetes, donde el terna de la naturaleza de la ciencia queda sin resolver, aparece como una introduccin magistral a la teora de las ideas que se desplegar en La Repblica.

    T E X T O S

    A r is t f a n e s : Las nubes. A r ist te le s : Magna moralia, Metafsica.Je n o f o n t e : Apologa, Memorables, Symposium . P l a t n : Dilogos.

    B I B L I O G R A F I A

    B a st id e , G . Le moment historique de Socrate. Pars, 1939.B u r n e t , E . The Socratic Doctrine of the Soul, en Proceedings o f the British Academy,

    1915-1916, pgs. 235 y sigs.D e M agalhaes-V il h b n a , V. Le problme de Socrate. Pars, 1952.D e m a n , T h .Le tmoignage d'Aristote sur Socrate. Pars, 1943.D u pr e l , E .La legendc socratique et les souYces de Platn. Bruxelles, 1922.K u h n , H. Sokrates, ein Versuch ber den Ursprung der Metaphysik. Berln, 1934. M a ie r , H.Sokrates. Tiibingen, 1913.S c h o l e ie r m a c h e r , F r . Samtliche Werke, 3 vols.; vol. I : D es. Sokrates Verteidigung.

    Heidelberg (s. a.).T a yl o r , A. E. Scrates. London, 1932. Varia -Socratica. Oxford, 1911.T o v a r , A . Vida de Scrates. M adrid, 1947.

  • C a p t u l o X I

    LA EDUCACION EN LAS UTOPIAS PLATONICAS

    B iografa de Platn. Platn experiment personalmente el poder educativo de Scrates. Estaba destinado por educacin y por

    nacimiento a participar activamente en la poltica de Atenas, donde varios m iembros de su familia desempearon en su tiempo cargos importantes. Descendiente de Soln por parte de su madre Perictione, y del rey Codro por la de su padre Aristn, naci el ao 427 a. de J. C. en el demo tico de Colito. Cultiv con xito la gimnasia, la msica y la poesa, hasta que, a los dieciocho aos, alistado en las filas de la caballera, como todos los miembros de la aristocracia, cumpli el servicio militar.

    Por esta poca debe situarse la fecha ms decisiva de la biografa platnica. E l rudo ejercicio de las armas no lo fue tanto que no perm itiera el ocio de algunas conversaciones, necesarias a su espritu como el aire a la respiracin. Hasta que, en da memorable, uno de estos ocios le descubri a Scrates. Esto debi suceder en el ao 407.

    Entonces empezaron los ocho aos en que Platn goz del singular magisterio socrtico, donde la calidad de discpulo inclua la categora de amigo. Este encuentro tuvo el poder de suscitar una vocacin oculta, el llamamiento a la filosofa. Si es verdad que entonces el joven Platn quem sin piedad los epigramas de su musa tempranera, no pudo, en cambio, destruir la maravillosa fuerza potica que hace de l uno de los mejores artistas de la histo1 ria. Crtico de los poetas, fue sin duda alguna l mismo un gran poeta.

    E l proceso y la muerte de Scrates, bajo el rgimen de la democracia, determ inaron su hasto por la poltica y le inspiraron el famoso principio de que n o cesarn las calamidades humanas mientras no gobiernen los verdaderos filsofos o se hagan filsofos los gobernantes. As terminaba, anegada en tristeza y dolor, la experiencia ms ntima de este hombre.

    Apoyados en la carta V II, hoy rehabilitada por sus bigrafos como autntica, pueden situarse sin dificultad la mayor parte de sus viajes. Sabemos que despus de la muerte de Scrates, otro clebre maestro, Euclides, le recibi

  • 172 La educacin en t nuncio clsico

    y atendi en Megara. De su v ia je a Egipto no hal3]a ]a carta citada, pero suele admitirse com o cierto por los muchos indicio^ que su obra nos ofrece para suponerle excelente conocedor de la cultura y ia vida egipcias.

    Tres veces v ia j a la Italia meridional, las dos ^[tirrias con la pretensin de influir en el gobierno de Dionisio el joven, tirano cte Siracusa. E l resultado fue desastroso.

    En el prim er regreso fue vendido como esclavo Egina, aunque encontr pronto rescate gracias a un cirineo. Por estas fechas debe situarse la fundacin de la Academia, pues entonces se propuso funqar escuela con el crculo de los ms adictos. En el orden de las realizaciones, ste haba de ser su mayor xito.

    Los repetidos intentos de Siracusa probaron hasta la saciedad que no caba inteligencia alguna con su tirano, y no pudieron menos de re forzar su fe en la paideia y su desconfianza por la poltica re^j.

    Sin embargo, parece que no todos los intentos en este sentido constituyeron otros tantos fracasos. Segn la carta V I, en ia costa elica, el tirano Hermas ajust su gobierno a una Constitucin redactada por dos de sus discpulos, Erasto y Coriseo. Hermas, agradecido, don la ciudad de Asso a estos platnicos, con los que form una especie de comunidad filosfica, animada por el. numen de Platn que la inspiraba desde lejos. As, cuando Platn falt, Aristteles emprendi viaje a Asso, buscando tal vez la compaa de aquellos correligionarios.

    M uri escribiendo, dice Cicern para referirse a la actividad especulativa, que no descaeci siquiera en los ltimos aos. La muerte ocurri en el 347 a. de J. C., y fue enterrado en el jardn de la-Academia, donde siglos ms tarde Pausanias dice haber visitado su sepultura.

    Los trece ltimos aos fueron serenos y dedicacos por entero a la reflexin y al estudio, acompaado de unos pocos esclatos y de su ama de casa, la sierva Artemis, ms el despertador que limitabs las horas de su sueo, imagen de aquella existencia individual consagrad! al estudio y a la contemplacin, nico ideal que le perm iti realizar el iestino *.

    Las obras. Hablando en general, las obras de Platn presentan dos problemas resueltos slo parcialmente: el d i su autentici a y e e

    su ordenacin cronolgica.El gramtico Trasilo, contemporneo de Tiberio co&serv para a pos e>

    ridad la relacin de las obras platnicas tal como e su tiempo parece a l i , . T * - j - * * i3S , que incluyen la Apo-circulado. Las presenta dm didas en nueve t e t r a l o g ^ ^ Traslo las ha

    logia y las Cartas. Pero muchas de las obras mencicticjdad Ds ios treinta yrechazado la crtica posterior cm o faltas de auterseguri^ad de los siguie-cuatro dilogos citados, hay que prescindir con toda como dudosostes: Alcibades I I , H iparco, Amantes, Teages y Aic^s_Alcibades I, el Hipas Mayor, Ion , C litofn y Epino.

    -------------- vol. - P*B- IjX X Li PrtBdN, J. M., y Fernandez Gauano, M .: Platn. La Rer- j

  • La educacin en L .topas platnicas 173

    Las Cartas han sido I consideradas generalmente como apcrifas, pero las investigaciones modernas, con unanimidad casi completa, vuelven a rehabilitarlas, sobre todo las V I y V I I , estimndolas como documentos preciosos no slo para la b iografa de su autor, sino para precisar la gnesis de algunas de sus tesis filosficas, que las Cartas perm iten relacionar con la peripecia vital en que surgieron.

    En cuanto al orden de composicin, slo dos datos podemos tener por ciertos. La Repblica es anterior a Las leyes, como afirma A rist te les2, y todas las producciones son posteriores a l muerte de Scrates (399). No parece probable, en efecto, que Platn se decidiera a popularizar la figura de su maestro y a elegirle como protagonista obligado estando ste an en vida.

    Queda, pues, un margen de cincuenta y dos aos que se presta a todas las combinaciones, aun teniendo en cuenta los principales criterios que guan a los especialistas: la tradicin, el contenido doctrinal, la form a lingstica, el estilo y las menciones de hechos histricos.

    Despus de lo dicho, ya se ve que no existe unanimidad en la clasificacin cronolgica de los escritos de Platn, a pesar de los importantes estudios de Ritter, 'W ilamowitz, Friedlnder, Hildebrandt, Geffcken, Taylor, Parmentier y otros.

    La clasificacin que proponemos es relativamente segura en cuanto a la adscripcin de cada tltuo a un perodo de la vida de su autor, aunque entre la tercera y la cuarta poca es muy oscilante y debe tomarse con cautela, pero, en cambio, es sumamente problemtica por lo que toca al orden de sucesin de los ttulos dentro de cada perodo.

    Primera poca (socrtica): 399-388.Apologa, C riln , Protgoras, Laques, Crmides, E u tifrn . '

    Segunda poca (de transicin): 388-367.Gorgias, Menexeno, Menon, Eutidem o, Cratilo.

    Tercera poca (de m adurez): 366-361.Fedn, Banquete, Repblica, Fed.ro.

    Cuarta poca (ve jez ): 360-347.Parmnides, Teetetes, Sofista, P o ltico , F ilebo, Tim eo, Critias, Leyes.

    E l perfeccionam iento hum ano El perfeccionamiento humano se le presentacom o proceso liberador de a Platn com o un proceso de purificacina acct n gravosa dal cuerpo, del alma. La primera etapa de este proceso

    , consiste en liberarse del cuerpo. E l cuerpon o es se l >Su acci carcel del alma sino corrupcin natural, locura y contam inacin3.res de >n rav sa nC)S llena de enfermedades, de amores, de deseos, de temo-V*S . Husione* y d e toda clase de necedades4. Por lo que se le declara l i t e r a t a ^ objetQ ^

    2 P l: XI,