había una vez una gorda

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6 Los cuentos de princesas y hadas son comunes en la infancia de una niña. Raro es encontrar una pequeña que no sueñe con ser Cenicienta o Blancanieves. Son historias tan llenas de magia que despiertan la imaginación de cualquiera y, junto con la ingenuidad, permiten creer que todo es posible. Pero no a todas las princesas les entra el vestido. S on las dos de la tarde. Todos terminaron de al- morzar, menos Laura. Un año atrás esta con- ducta hubiese generado sorpresa en la mesa, pero hoy es normal ver su plato intacto. Frío. Ya es cotidiano que la Colo, como la llaman sus amigos, deje casi toda la porción que le sirvieron. El origen de su apodo es evidente. El rojo la invade en sus 29 años. La eléctrica tonalidad en sus cabellos gene- ra un contraste excepcional con su cara. Blanca. Sin ma- quillaje. Ojos grandes y verdes. Atrapada en ese mar ro- jizo que va avanzando hasta llegar a la cintura. Un poco antes tal vez. La operación generó un punto de inflexión en su vida. Los primeros tiempos el dolor y el miedo la invadían a diario. El cambio en su organismo revolucionó su carác- ter. Le angustiaba pensar en lo que había dejado atrás. “Ya no disfruto más comer” era una de las frases que re- petía con más frecuencia. Quizás sea raro y difícil, al mismo tiempo, entender que una persona puede sufrir porque perdió el disfrute por la comida. Pero la angustia de Laura era real. Los atra- cones que antes la anestesiaban y le permitían encubrir sus ansiedades y sus nervios, ya no existían. El disfrute de no sentir desapareció. El hábito de acu- mular la comida continúa. Varios meses después de su intervención, cuando le levantaron las restricciones ali- menticias, su habitación pasó de ser un espacio de des- canso para convertirse en un maxi quiosco abierto las 24 horas y de acceso exclusivo y privado. Galletitas en los cajones, chocolates tapando el control remoto, alfa- jores sobre la mesita de luz, botellas de gaseosas en el piso, chizitos sobre el puff. Ya no puede esconderse detrás de la comida. No puede aceptarlo. Ella misma tomó la decisión. Ahora es difícil en- contrar un nuevo objeto de deseo. ¿Cómo encauzar toda esa ansiedad? ¿Dónde refugiarse? ¿Cómo excusarse? Ya no puede jugar más el comodín que sacaba a la luz en cada partida difícil: “todo me sale mal porque soy gorda”. LA RELIGIÓN HINDÚ Por: María Florencia Montero

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Los cuentos de princesas y hadas son comunes en la infancia de una niña.

Raro es encontrar una pequeña que no sueñe con ser Cenicienta o Blancanieves. Son historias tan llenas de magia que

despiertan la imaginación de cualquiera y, junto con la

ingenuidad, permiten creer que todo es posible. Pero no a todas las princesas les entra el vestido.

Son las dos de la tarde. Todos terminaron de al-morzar, menos Laura. Un año atrás esta con-ducta hubiese generado sorpresa en la mesa, pero hoy es normal ver su plato intacto. Frío.

Ya es cotidiano que la Colo, como la llaman sus amigos, deje casi toda la porción que le sirvieron.El origen de su apodo es evidente. El rojo la invade en sus 29 años. La eléctrica tonalidad en sus cabellos gene-ra un contraste excepcional con su cara. Blanca. Sin ma-quillaje. Ojos grandes y verdes. Atrapada en ese mar ro-jizo que va avanzando hasta llegar a la cintura. Un poco antes tal vez.La operación generó un punto de inflexión en su vida. Los primeros tiempos el dolor y el miedo la invadían a diario. El cambio en su organismo revolucionó su carác-ter. Le angustiaba pensar en lo que había dejado atrás. “Ya no disfruto más comer” era una de las frases que re-petía con más frecuencia. Quizás sea raro y difícil, al mismo tiempo, entender que

una persona puede sufrir porque perdió el disfrute por la comida. Pero la angustia de Laura era real. Los atra-cones que antes la anestesiaban y le permitían encubrir sus ansiedades y sus nervios, ya no existían. El disfrute de no sentir desapareció. El hábito de acu-mular la comida continúa. Varios meses después de su intervención, cuando le levantaron las restricciones ali-menticias, su habitación pasó de ser un espacio de des-canso para convertirse en un maxi quiosco abierto las 24 horas y de acceso exclusivo y privado. Galletitas en los cajones, chocolates tapando el control remoto, alfa-jores sobre la mesita de luz, botellas de gaseosas en el piso, chizitos sobre el puff.Ya no puede esconderse detrás de la comida. No puede aceptarlo. Ella misma tomó la decisión. Ahora es difícil en-contrar un nuevo objeto de deseo. ¿Cómo encauzar toda esa ansiedad? ¿Dónde refugiarse? ¿Cómo excusarse? Ya no puede jugar más el comodín que sacaba a la luz en cada partida difícil: “todo me sale mal porque soy gorda”.

LA RELIGIÓN HINDÚPor: María Florencia Montero

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La enfermedad y eL tratamiento

Se define a la Obesidad Mórbida como la condición de tener un índice de masa corporal superior a 40 o cuando la per-sona tiene 45 kilogramos de más por en-cima de su peso corporal ideal. Es una enfermedad crónica, que se ins-tala en forma permanente en un largo período de tiempo a través del cual van apareciendo sus síntomas y complicacio-nes físicas, sociales, psicológicas y econó-micas. La peor complicación de la obesidad mórbida es que acorta la esperanza de

vida. Numerosos estudios han demostra-do que el 95-98% de las personas que sufren obesidad mórbida fracasan en ba-jar de peso y mantener el descenso a lar-go plazo. La Cirugía Bariátrica es la terapia más efectiva disponible para el tratamiento de la obesidad mórbida. En la mayoría de los casos, la pérdida de peso lograda a través de este método produce cam-bios positivos en la apariencia física; sin embargo los beneficios estéticos son fines secundarios. El objetivo es mejorar la sa-lud y la calidad de vida, y disminuir fac-tores de riesgo. Existen diversos procedimientos bariá-

tricos. La eva-luación clínica, nutricio-nal y psico-lógica definirá qué tipo de cirugía debe utilizarse. Las técni-cas de Cirugía Bariátrica realizan dis-tintos cambios anatómicos sobre el tubo digestivo que permiten que el paciente ingiera menores cantidades de alimen-to al restringir el tamaño del estoma-go y/o la absorción de los alimentos.

La familia de la Colo, un año des-pués, tampoco se acostumbra a su nueva vida. Todas las semanas apa-recen nuevos escondites. Es nor-mal para ellos y “es bueno para Laura” mantener lejos de su al-cance comidas que la puedan ten-tar. Para su familia, en estos casos, ocultar es bueno.¿Qué ven? Un castillo sin cimien-tos, construido sobre nubes. Un

constante peligro de derrumbe. No creen en la ayuda que le puede brindar la terapia ni perciben que Laura tenga la voluntad de incorporar hábitos saludables. Por más que no lo adviertan, ella asegura que se está cuidan-do y que su objetivo es comer sano y hacer ejercicio.Antes de la intervención, cuando no había nadie en casa, o todos dormían, Laura pasaba largos ratos bus-cando eso que le habían ocultado. Sospechaba que algo rico la esperaba en algún rincón de la casa y tenía un sexto sentido para descubrirlo. Hasta no comer el últi-mo bocado no paraba.Bronca. Contradicción. Alivio.Laura se indignaba cuando confirmaba sus sospechas. “No era una enferma a la que tenían que esconderle las drogas o el alcohol”. Más allá de su negación, se comportaba como un adicto. Consumía a escondidas, sin ningún tipo de freno, aún siendo consciente de que eso era malo para ella. Después de los atracones venía la calma. Su dolor se de-tenía. Pero ese descanso no era eterno.

********Y entonces la calabaza se convirtió en carroza. Laura se enteró de la posibilidad de la operación casi por casua-lidad. Un día asistió a la guardia por un dolor fuerte en el pecho, en ese mismo momento el doctor que la aten-dió le solicitó un electro de fuerza y la especialista que se lo realizó le preguntó si se lo hacía para la operación. Así comenzó todo.Tardes enteras en el hospital haciéndose estudios, citas con nutricionistas, cirujanos y psicólogos. Recorrió un largo camino, pasando por momentos de ilusión y de an-gustia. Su ánimo tenía la misma dinámica que una mon-taña rusa. El único estabilizador era su familia. Todos se esforzaban para que ella no perdiera las esperanzas.Seis meses después le dieron la noticia: su operación es-taba autorizada. El 14 de noviembre de 2012 a las diez de la mañana llegó al hospital junto con Edhi, su mamá. En admisión les informaron que el cirujano es-taba demorado, por lo que iban a tener que aguardar

Según el Ministerio de Salud argentino, el 34,8% de los adultos presentan sobrepeso

y el 14,8% de la población del país padece obesidad.

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un tiempo. Ese tiempo resultó interminable. Cinco ho-ras de espera.

********Edhi nació en el Chaco. Pero parece europea. Su cabe-llo rubio ceniza y sus ojos verdes confunden su origen. Dueña de una mirada triste, quizás intensificada por la situación. Cálida. Reservada. Los opuestos se atraen: la quietud de un lago junto con la intensidad del mar carmesí.A las tres de la tarde Laura ingresó a quirófano. Los mie-dos, los nervios y la ansiedad tomaron la forma de un monstruo, tan terrorífico como aquellos contra los que luchan los príncipes para liberar a las princesas. Pero ella no tenía quien la defendiera. Tuvo que enfrentarlo sola.Una enfermera le colocó el suero y Laura esperó sesenta minutos más. Cada segundo era una vida. En la soledad de un pasillo del hospital, la Colo estaba en el medio de una batalla con la salvaje criatura cuando un hombre de unos 30 años la interrumpió. Era Juan, el anestesiólogo, quien la interrogaba:–¿Vamos? –como si esa pregunta tuviera posibilidad de respuesta.Luz, cámara, acción. La paciente no contestó, asintió con la cabeza y siguió sus pasos. El hombre abrió una puerta y Laura entró en una película. Una sala gigante, repleta de gente desconocida, muchas luces y, en el me-dio, una camilla. Los extraños la hicieron recostar, le su-jetaron los pies y las manos. Estaba atrapada.El monstruo parecía haberla derrotado. Laura comen-zó a llorar. Juan la vio y le preguntó si quería ver a su ci-rujano antes de quedarse dormida. Dijo que sí. Blanca-nieves mordió la manzana envenenada. Escuchó la voz

de una mujer que gritaba “Fernando, Fernando”, era el nombre del cirujano. La Colo perdió el conocimiento. A las 8 de la noche despertó con el malestar caracterís-tico de un post operatorio. Temblaba. Tenía frío. Era la misma, pero con un estómago diferente. Antes tenía el tamaño de una calabaza, ahora el de una manzana.A su lado estaba Edhi. La mujer de 59 años había pasa-do diez horas en la sala de espera. Memorizó cada deta-lle de aquel sitio: los dibujos de las baldosas, cuántas go-losinas tenía la máquina expendedora, el promedio de personas que pasaban caminando por ahí cada hora... Muchos cigarrillos, uno detrás de otro.Durante los tres días que Laura estuvo internada su mamá le hizo compañía, la ayudaba a acomodarse, le humecta-ba los labios con una gasa, llamaba a la enfermera cuando su hija se lo pedía y, para que hablara lo menos posible, había dejado a su alcance un anotador y un lápiz. Un dígalo con mímica pero sin sonrisas.Edhi revivió momentos de la in-fancia de su hija. En lugar de ponerle pañitos fríos sobre la frente para bajar la fiebre, esta vez su mano se acerca-ba a su cara para secarle las lágrimas. Frágil c omo un zapato de cristal, su hija es-taba extremadamente sensi-ble y por cualquier situación se quebraba. Un dolor fuerte

Diversos estu-dios plantean las semejanzas que existen entre la conducta de los adictos a las drogas, al taba-co o al alcohol, y los obesos. A estas conductas se las divide en: > Impulsivas:

La persona come y no le interesa dejar de hacerlo, sus impulsos son irrefrenables, no existe ningún grado de lucha interna ni sensación de culpa. Suelen ser momentos de intensa búsqueda de placer y/o seda-ción de algún dolor o sensación de vacío interno. > Compulsivas: La persona come pero

le interesa dejar de hacerlo, aunque no pueda. Los impulsos son también irrefre-nables, pero hay una lucha interna y sen-sación de culpa. Existe muy poco placer y se mantiene la sensación de vacío y dolor psíquico. > Abstinentes: La persona ha aprendi-do, a través del tratamiento, que tiene una enfermedad, y comienza a buscar control y ayuda externa. La relación con la comida adquiere características fóbicas: el paciente tiene miedo y se establece un espacio in-termedio entre él y la comida. > Sobrias: En esta cuarta etapa es recién cuando se puede hablar de recuperación. El paciente es una persona serena que ha internalizado lo que antes estaba solamen-te fuera de él. Existen el autocontrol y las conductas sublimadas, aceptadas por la sociedad. La comida puede o no ser evita-

da, pero cualquiera sea la opción, será por convicción propia y no por imposición externa. La real incorporación de nuevos hábitos da cierto placer y orgullo, que actúa como reaseguro frente a los impulsos que siguen estando presentes. Frente a estas conductas es necesario un tratamiento lo suficientemente amplio para: - Reemplazar el deseo por la comida por otras conductas saludables y gra-tificantes. - Proporcionar condiciones y técnicas de control y autocontrol. - Confrontar con la realidad. - Valorar permanentemente que la comida para el obeso es lo que el alcohol para el alcohólico.

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en el pecho la acompañó mientras estuvo en el hospital. Le dijeron que era angustia.El primer tiempo luego de la operación fue difícil. Los dolores a veces no le permitían dormir ni cumplir con las indicaciones que le habían dado los médicos: todos los días tenía que levantarse y caminar aunque sea unos minutos. Los primeros meses también fueron complicados. Lau-ra evitaba almuerzos, cenas y cualquier momento en el que hubiese comida presente. No podía soportar ver gente comiendo, haciendo lo que ella tenía prohibido. De a poco y a medida que le permitían incluir más ali-mentos en su dieta recuperó los espacios eludidos.

********Dos princesas. Un mismo baile. Cinco años atrás Laura se había sometido a un tratamiento en el que consiguió bajar alrededor de 40 kilos. De dos a cuatro veces por semana asistía a una institución en Capital Federal don-de veía a un nutricionista, se ejercitaba y asistía a tera-pia grupal en la que se compartían experiencias y recibía apoyo psicológico constante.Casualmente en la misma época, la madre de un ami-go suyo, Juana, también concurría periódicamente junto con algunos familiares. Laura y Juana se reencontraron cinco años después para compartir el mismo tratamien-to. Hoy Juana ya tiene programada su cirugía. Dentro de 15 días podrá experimentar lo mismo que la Colo.La necesidad de ponerle una restricción, un límite real a su cuerpo para dejar de comer en exceso fue el motivo

por el cual Laura y Juana decidieron ope-

rarse. Ambas comparten la experiencia de haber hecho millones de dietas y lograr gracias a ellas un importante descenso de peso pero nunca pudieron mantenerse. Para ellas, “la operación es un 50 por ciento, y el otro 50, tiene que partir de uno”. Las dos tienen en claro que lo que les asegura la intervención es únicamente ba-jar de peso. Comprenden que es imprescindible incor-porar hábitos saludables para lograr una mejor calidad de vida.El problema es que las tentaciones brotan por todos la-dos. ¿Cómo escapar de la comida? Laura decidió ausen-tarse de varios almuerzos y cenas, Juana hace todo lo contrario. Siempre está presente en la mesa familiar. Es uno de los pocos momentos que pueden compartir to-dos juntos y no lo quiere desaprovechar. Juana tiene 60 años, está casada con Miguel y es madre de dos hijos, ninguno vive con ella por lo que cada vez que la van a visitar, la oportunidad es un buen motivo para agasajarlos y, como es costumbre en casa de italia-nos, cocina como para un regimiento.Es una mujer de pelo corto y negro. Tiene el ceño frun-cido, pero no es enojo, simplemente no quiere usar an-teojos. La acompaña siempre una sonrisa, leve pero constante. No puede comer lo mismo que los demás. En un bol agrega agua y un polvo proteico que le recetó el médico, lo mezcla, lo vuelca sobre un sartén y hace una especie de omelette. Lo come como si fuese delicioso. Enfren-te suyo hay una bandeja repleta de empanadas. Al rato, una pizza parece tentarla.-Esta la hice para nosotros dos Juanita. Mitad de roque-fort y mitad de jamón y muzzarella – dice su marido con un tono cómplice. -¿Vos me estás cargando? ¡Yo no puedo comer eso!- le responde con cierto enojo.-Comete una porción, no pasa nada- incita Miguel.La mirada de Juana es aplastante, pero su esposo ni la registra.Más tarde, le sirve gaseosa en un vaso. Ella cambia la es-trategia y opta por no contestarle ni mirarlo. Su marido parece no entender que Juana tiene que cumplir estric-tamente con una dieta líquida. La mujer tiene una fuer-za de voluntad envidiable.

********Los sapos que nunca fueron príncipes aparecen en estas circunstancias de las princesas. Con el descenso de peso, las relaciones de la Colo cambiaron. La persona obesa suele sostener amistades, parejas y vínculos con los que realmente no se siente cómoda. Cuando alguien se sien-te incompleto cree que debe dar más de sí mismo para que el resto lo acepte.

En la actualidad la obesidad

representa la enfermedad

crónica nutricional no

transmisible más frecuente,

constituyendo uno de los mayores

problemas para la Salud Pública

mundial.

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La necesidad de aceptación lleva a te-ner que ceder, ser flexible y hasta per-misivo. Llega un punto en el que decir NO y poner un freno a ciertas situa-ciones o pedidos, se torna realmente complicado. En los últimos meses, Laura perdió vínculos que creía sólidos. Cuando comenzó a rehusarse a cumplir algunos fa-vores, esas personas se distanciaron.Para Laura vivir con una careta era un desgaste constante. “Todos los gordos son simpáticos. Somos simpáticos porque no nos queda otra”. Si el cuerpo no acompaña, hay que hacer un doble esfuerzo con el ca-risma. Ese es el componente que rige todas sus relacio-nes, o al menos, la mayor parte. Con el peso se sostienen vínculos que, en otras circuns-tancias, no prosperarían. El miedo a quedarse solo está más presente que en otras personas. Se sienten vulnera-bles y en desventaja. El cuidado del otro y la protección de las relaciones son vitales. ¿Si me peleo y me quedo solo? ¿Así quién me va a querer?Con la familia pueden tomarse sus licencias. “Cuando una persona tiene exceso de peso se siente mal con uno mismo y muchas veces trata mal a los otros”. Laura con-fiesa que esos otros no son un grupo azaroso de gente, esas personas con las que uno puede descargarse perte-necen al círculo íntimo, más precisamente, la familia.

********Sonaron las campanas y se hicieron las doce . Un año más y cuarenta kilos menos. Tres jeans achicados seis veces. Ropa nueva en su placard. Ahora se viste con colores. Miles de imágenes mentales de un nuevo cuerpo, expec-tativas de conseguir un mejor trabajo, estar cómoda y feliz con sí misma, mantener mejores relaciones, sacarse la careta. Muchos eran los sueños que Laura había crea-do al enterarse de la operación. Sabía que todo eso no

iba a suceder, pero quizás algún deseo se cumplía.Era imposible no tener la

ilusión de que, después de la operación, vendría una

nueva vida. El pensamien-to mágico siempre existe. Uno

cree que baja de peso y la vida se soluciona.

El cuerpo no es el que quería, sí el que imaginaba. Más de veinte años haciendo dietas,

bajando y aumentando de peso. Laura sabía que las mar-cas no se iban a ir. Es duro. Es un cruce de sentimien-tos. Amor por lo que se fue y no va a volver. Odio por lo que ella se provocó.Sin caretas. Sin disfraces. La Colo comenzó a darse el gusto de dejar de complacer. Ya no existe el velo que te-nía en los ojos que le hacía creer que tenía que ser sim-pática para ser aceptada. Puede ser ella misma. Es más libre.- Se fueron cayendo las capas de grasa y entendí que ya no podía seguir refugiándome en la comida.- afirma La Colo sin dudarLaura comprendió que ella es la dueña de la varita mágica. - ¿Quién eras antes de la operación? - Una gorda que estaba siempre contenta porque tapaba todo lo que pasaba. Negaba.-¿Qué querías sacarte?-Mi problema central. Ser gorda era la excusa para todo: no tengo novio, ni un buen trabajo, porque soy gorda.-¿Qué te sacaste realmente?-Un montón de kilos y un gran velo de los ojos.-¿Quién sos?-Una persona diferente. Me saqué una armadura. Aho-ra el desafío es enfrentar todas las situaciones de las que antes huía.

Entre un 25% y una 30% de los sujetos

obesos padece de trastornos

de la conducta alimentaria del

tipo atracón.