gente de los ríos. perfiles de 13 habitantes de esta nueva región

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Escrito por los periodistas Rodrigo Obreque, Daniel Carrillo, Nicolás Gutiérrez y José Luis Gómez.

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Faumelisa Manquepillán Calfuleo

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FAUMELISA MANQUEPILLÁN CALFULEO - LANCO

La nieta del último cacique de Pukiñe nunca aprendiómapundungún y terminó por enamorarse de la poesíamientras cuidaba niños ajenos, en una ciudad donde sesentía como una liebre perdida.

Una mujer que escribepara seguir soñando

Por Daniel Carrillo Monsálvez

LANCO

Faumelisa Manquepillán Calfuleo

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FAUMELISA MANQUEPILLÁN CALFULEO - LANCO

EL GRITO

as tres palabras la congelaron. Combinadas se hicieron sentiren los oídos de la joven Faumelisa como si fueran la recetade una infusión amarga o el oscuro conjuro del desprecio.-¡India boca chueca!- escuchó que le gritaban desde una sala

del segundo piso de su liceo, el Fray Camilo Henríquez de Lanco.Alumna de primer año medio, recién había salido de clases y caminabaa tomar el bus que la llevaría hasta el kilómetro 14 del camino a Panguipulli.La garita de madera levantada en ese sitio era el hito de partida de unacaminata de unos 20 minutos hasta su casa en Pukiñe -“Los Primeros”,en castellano- recorrido que en invierno el barro podía convertir en unatravesía casi interminable.

Esa tarde, las sílabas lanzadas desde lo alto terminaron porhacer dudar a sus pies y finalmente la detuvieron antes de llegar a laesquina. Sintió ganas de llorar, al tiempo que se agolpaban en su cabezaimágenes de su familia en el campo, de los juegos con sus primos yhermanos y de los gestos cariñosos de su abuelo Francisco Calfuleo,el último cacique de ese territorio, que su estirpe ha habitado desdeque el hombre tiene memoria.

“No soy india, soy mapuche”, se dijo hacia adentro la frágilFaumelisa, sin contestar la afrenta, extrañando por contraste los delicadosmimos de su tata Francisco, que trataba como reinas a todas lasmujercitas de la casa.

Estática, la morena y delgaducha quinceañera de larga trenzanegra, levantó la vista y descubrió que aquella frase rabiosa e hirientehabía salido de la boca de una muchacha que la conocía desde hacíavarios años, ya que su madre trabajaba con la suya como cocinera enla escuela rural ubicada frente a su vivienda y levantada gracias a lainiciativa de su familia.

Nunca lograría explicarse el motivo preciso de aquel incidente,pero sin conocer aún la palabra discriminación, sintió que en esemomento algo se había roto, mostrándole que su origen la había hechodiferente.

“Ese día me dije que iba a hacer algo para que los no mapuchesno trataran mal a mis hermanos. Fui escribiendo, pensando en quequizás podía hacer algo para que esto no les pasara a los otros niños.

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Fue duro, además de que yo era la primera que iba al colegio y despuésde mí venía un montón de niños, mis hermanitos...

LA MUDEZ

Faumelisa vio olas en el campo y no les tuvo miedo. Se acercóa ellas, las acarició con sus manos diminutas y terminó abrazándolas,tumbándose sobre sus crestas, nadando a su manera con su cabellomecido por el viento, mientras el sol de primavera las hacía amarillearcon un brillo parecido al del oro.

Invitó a sus primos también, a sus hermanos, en total unadocena de muchachos y chicas que finalmente terminaron a su lado,revolcándose en medio de ese mar inventado y tibio, de aroma dulzóny que en cada embestida les robaba carcajadas, no sólo por lo alegresy libres que se sentían, sino que también por las cosquillas que losgranos les provocaban en sus pequeños cuerpos.

Pero de pronto una nube de palabras se propagó por el campoy terminó con el jolgorio y las jugarretas.

Era la oscuridad de ese lenguaje extraño que sólo le escuchabapronunciar a la gente mayor cuando se sentaba frente al fogón a hablarde alguna preocupación o cuando, casi secretamente, una de susabuelas se lo cantaba al oído para dormirla.

La voz era la del cacique Francisco, que con un tono severolo derramaba como una sombra sobre la siembra de trigo nuevo.

El reto, eso sí, no iba dirigido a ellos, que sin conocer elsignificado de esos vocablos salieron de todas maneras corriendo aesconderse entre las quilas y las colas de zorro, en los graneros o enalguno de los galpones donde se juntaban las manzanas para la chicha.El anciano retaba en mapudungún a sus hijos e hijas, por no fijarse enlo que estaban haciendo sus críos.

Para Faumelisa, o Febita, como la llamaban de cariño en sucasa aplicando un diminutivo a su bíblico segundo nombre, esa fue unalección importante. Y a pesar de sus inocentes cinco años, nunca másse olvidó de que al final son los padres los responsables de advertir alos niños sobre lo bueno y lo malo, porque éstos por sí solos no siempresaben distinguir entre lo uno y lo otro.

Esa fue una de las primeras enseñanzas que recibió de él, asus ojos un viejo sabio y cariñoso que acostumbraba tomar en brazosa los más chicos para contarles historias, pero que sin embargo apenasles entregó un par de palabras en lengua mapuche a sus hijos y porningún motivo quiso que la siguiente generación conociera el idioma desus antepasados.

Así, sus descendientes fueron creciendo silenciados de origen,oyendo apenas el mapudungún a hurtadillas, casi entrecortado, cuandoel anciano lo hablaba con los más antiguos o cuando estaba muyenojado.

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“Yo tenía claro que era algo como prohibido, pero en el sentidode que se nos estaba protegiendo, porque no querían que sus chicosfueran discriminados hablando dos idiomas, pero mal hablados.Lamentablemente él y mis padres pensaron eso. Y por ese motivosiempre he sentido que soy muda de mi lengua de origen y que dealguna forma tengo que sacar esa mudez hacia fuera, esculpiendo lapiedra, picando la madera, buscando quizás un silencio que habla”.

CUADERNOS, CAMBIOS

Faumelisa estira sus manos atraída por el colorado de lasmanzanas que ya van madurando en uno de los cientos de árboles quecrecen en las tierras de los Calfuleo, hectáreas y más hectáreas deterreno en donde hijos, nietos y primos viven como vecinos.

Nacida un mes después del gran terremoto de mayo de 1960,Faumelisa Febe Manquepillán Calfuleo es apenas una guagua de dosaños, elevada con seguridad hacia las ramas del manzano por losfornidos brazos de su tío Juan, en una escena que será la primera queguarde íntegra en su memoria.

Tan temprana conciencia de sí misma la hará dudar ypreguntarse casi 50 años más tarde si lo que entiende por recuerdosinfantiles no son más que capítulos felices de un libro de cuentos quealguna niña imaginó en las horas huérfanas del campo.

Capítulos en donde, por cierto, el escenario principal es la casadel abuelo, centro de reunión de sus diez hijos desparramados por loscerros cercanos y de sus más de 40 nietos.

Con fogón y piso de tierra, era una gran casona flanqueadapor bodegas y graneros en donde los niños solían arrancar del calor delverano metiéndose en las tinajas repletas de trigo.

Dentro de la vivienda, las esposas del cacique FranciscoCalfuleo compartían las labores domésticas y a los ojos de Faumelisase veían casi como dos hermanas, sobre todo cuando discutían.Su ñaña (abuela) se llamaba Fernanda Puchi, descendiente italiana sinsangre mapuche, al contrario de la otra mujer de su abuelo, Lorenza,quien a pesar de no tener lazos sanguíneos ejerció una importanteinfluencia sobre ella, a quien tomaba en brazos para cantarle enmapudungún, la lengua prohibida.

Fernanda Puchi, por su parte, la atendió en el parto y le escogióel nombre Faumelisa en recuerdo de una amiga ya entrada en años quevivía en Lanco, y Febe, por una mujer muy bondadosa que encontró enlas páginas de la Biblia.

Sus primeros años los vivió en medio de un ambiente detranquilidad y holgura, rodeada casi completamente por sus parientes.El único contacto externo era el que tenía con los hijos de algunoshuincas que llegaban por temporadas a trabajar al campo de su abueloy con otros mapuches sin tierra que se construyeron una casa cerca de

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FAUMELISA MANQUEPILLÁN CALFULEO - LANCOGente de Los Ríos

la suya y también labraban los terrenos del cacique.Despierta, aunque no muy extrovertida, la niña fue de a poco

interesándose por eventos a simple vista corrientes, pero que ella percibíacomo casi mágicos. Así, al igual como una vez los trigales le parecieronel océano, la lluvia, la luna o las estaciones del año comenzaron a serredibujadas en su cabeza de formas muy especiales.

En sus oídos, al mismo tiempo, se iban grabando frases yentonaciones que la gente mayor ocupaba al romancear, práctica quese acostumbró a seguir con mucha atención.

Eso, hasta cuando su padre llegó de Lanco con un diminutoreceptor marca Sandelar, que la convirtió en fanática de los radioteatrosde la Radio Portales, entre ellos uno de futbolistas llamado “La Pichanga”,que la hacía reír a carcajadas. “Eran divertidísimos y los escuchábamos con toda la familia,era como leer escuchando las voces”, recuerda Faumelisa, cuyaimaginación ya de por sí activa, comenzó a recibir otro tipo de estímulosque finalmente terminarían plasmándose en versos durante sus añosescolares.

Éstos comenzaron en una precaria y desvencijada escuelaparticular que funcionaba en un fundo cercano, en el sector de Lumaco.Sin embargo, el mal estado en que se encontraban sus dependenciasempujó a su padre, Laureano Manquepillán, a gestionar con laMunicipalidad de Lanco la construcción de un nuevo establecimiento,el cual finalmente fue instalado frente a su casa, en unos terrenosdonados por su progenitor.

Ahí Faumelisa cursó el segundo año básico, luego de un debutno muy promisorio en la anterior escuela subvencionada, en donde lecostó bastante aprender las primeras letras. Y es que los castigos quela profesora propinaba a las niñas un poco mayores que ella y que aúnno sabían leer, terminaron intimidándola y le provocaron un temor aasistir al colegio.

La nueva escuelita vino a remediar en parte eso, aunque lamuchacha nunca llegó a ser una alumna brillante. A los ocho o nueveaños aprendió finalmente a escribir y casi paralelamente garabateó susprimeros poemas, inspirada por unos dípticos de Gabriela Mistral quesu profesora, Eliana Montero, les llevó a la clase.

De a poco se volvió literariamente tan prolífica que hasta lesescribía versos a sus compañeras, cuando les daban de tarea escribiralguna poesía. Su maestra se daba cuenta de esto, pero no decía nada.Sólo le colocaba un siete a ella y al resto una calificación inferior, perono insuficiente.

“Ella veía mis cosas y le gustaban, pero eso era todo, nuncame dijo o me instó a que fuera poeta”.

Pese a su avidez por las letras, el estudio nunca logróentusiasmarla demasiado.

Distraerse jugando, en cambio, estuvo siempre entre susprioridades. Una opción era saltar la cuerda, para lo cual recogía juncosgruesos y largos para fabricar el lazo.

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Si no, estaba la payaya, juego tradicional mapuche que consisteen echarse un montón de piedras en las manos y lanzarlas, tratando deagarrar el mayor número de ellas para ganar.

En su casa, el pasatiempo preferido era jugar con sus amigasa la visita, entretención en la que afloraba nuevamente la veta creativade Faumelisa, que iba inventando situaciones e incluso cambiaba sunombre y el de lo demás participantes.

Hilando la ropa para ella y sus hermanos -que sumaron nueve-, su mamá Doraliza la observaba moviendo sin descanso los pies frentea la rueca. Ésta había sido fabricada por su esposo, el artesano ycarpintero Laureano Manquepillán, quien por esos años las vendía comopan caliente en Pukiñe y otras localidades cercanas desde donde tambiénle encargaban yugos, cucharones y canastos de pil pil boque.

A la larga, a quien la máquina de hilar no le trajo buena suertefue a su propia esposa, que debido al constante movimiento de lospedales comenzó a sentir dolores en sus extremidades que la obligarona abandonar definitivamente ese tipo de labores.

Sólo continuó cosiendo calzones, enaguas y refajos de moletón-un género como la franela-, ropa interior que Faumelisa vestía para iral colegio.

En esos tiempos aún no debía usar uniforme escolar y preferíacaminar descalza, sin miedo ni respeto por la recurrente lluvia queanegaba el campo en invierno. A pesar de las inundaciones, ella salíaa recorrerlo junto a sus hermanos más chicos, con quienes se regocijabarecogiendo los agónicos y resbaladizos peces que quedabanrevolcándose sobre el barro de la pampa.

Obviamente los sabañones en los pies no tardaban mucho enaparecer, siendo el único remedio para combatirlos el abrigarse y estarun buen rato en un asiento frente al brasero.

Esos minutos de quietud echaban a andar la mente deFaumelisa, que llenaba cuaderno tras cuaderno con versos sencillos ycomúnmente plagados de faltas de ortografía, muchos de los cualescon el pasar de los años terminaron en la basura o más cruelmenteentre las mismas llamas del brasero.

En paralelo, su vida también iba rápidamente quemándose enetapas, empujándola a cambios radicales, como el que vivió a los 13años, cuando por primera vez franqueó los límites de Pukiñe para viajardiariamente a Lanco y cursar el séptimo año básico.

En el pueblo se sintió extraña y fuera de lugar, sobre todo enel curso al que la asignaron, donde le pareció que se había reunido todoel “jet set lanquino”, siendo ella la única mapuche.

“Les costaba decir mi apellido, les costaba mi nombre un poco,y como yo era del campo mi forma de ser era diferente y hablaba unpoco más lento. De todas formas me empecé a hacer amiga de algunos.Pero lo que más recuerdo de ese cambio fue cuando una vez una niñame gritó 'india boca chueca' desde el segundo piso del liceo. Eso creoque no lo voy a olvidar nunca...

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SUEÑOS

Como un ciego, Laureano Manquepillán camina a tientas entrelos ulmos y tineos de una montaña virgen.

Busca instintivamente a su pequeña hija Faumelisa, la segundamujercita que dio a luz su esposa, pero la única que les queda con vida.La primogénita, que su suegra bautizó como Rubí Estela, se perdió enel mismo monte y murió cuando apenas tenía nueves meses.

Faumelisa llegó dos años después y ahora también estabadesaparecida.

Sin dejar que el cansancio hiciera mella de sus pasos, aunquedesesperado y sudando, Laureano llegó hasta la orilla de una lagunacuya belleza sobrenatural lo obligó a detenerse. Impresionado, se quedóobservando largamente - casi como hipnotizado por el verdor húmedoque dormía bajo sus pies- la mágica textura esponjosa del pasto quecontorneaba el agua.

De pronto, el trinar de unos pájaros minúsculos le hizo levantarla vista hasta el centro de la laguna, en donde encontró a Faumelisaapoyada sobre un tronco y engalanada con un largo vestido azul llenode flores.

“Si miraba hacia los alrededores se veía igual que como cuandocae una helada, había brillos en las hojas de los árboles y todo estabaquieto, ni siquiera había viento. Mi hija estaba encantada, parecía diferentea una forma humana, era casi como divina”.

El sueño aquel dejó muy preocupado a Laureano, quienrecordaba haber protagonizado una trama similar junto a Rubí pocassemanas antes de que falleciera de bronconeumonía. La única diferenciafue que esa noche despertó sin haberla podido hallar, contraste que nologró impedir que su preocupación mudara en pánico cuando Faumelisacayó gravemente enferma un par de días después.

Invadida por una dolencia de origen desconocido, la niña quedó con la boca torcida debido a una parálisis facial.

Con puras agüitas y emplastos de hierbas su abuela logrósanarla, aunque sin evitar que quedara con secuelas visibles en suslabios.

Superado este susto, su padre se convenció de que el sueñohabía sido premonitorio de buenas noticias que, 40 años más tarde,cree haber conseguido descifrar.

“Yo pienso que a lo mejor eso era lo que yo soñaba, que alfinal ella iba ser una mujer de mucha importancia en la familia, que seiba a destacar e iba a estar mucho más allá de nosotros, como unaartesana reconocida en la piedra, la madera y la ñocha y que ademásde eso escribió un libro”.

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ESCAPE

Con su rostro moreno entristecido por una sombra de palidez,Faumelisa se pasea de un lado a otro con un bebé en los brazos. Lecanta, le habla, le repite una y cien veces su nombre: Laura. Pero elllanto de la recién nacida no se duerme, su tos no se calma, su fiebreno se apaga.

La joven está sola y no sabe qué hacer. Si abraza con másfuerza a su hija siente un ardor en el pecho que la aterra. Si callaesperando que el silencio traiga la calma, la sibilante respiración de laniña se agudiza, obligándola a retomar los cantos para no desbordarde angustia.

A los 18 años, Faumelisa finalmente ve morir en sus brazos ala pequeña Laura.

“Aún me duele mucho, porque a lo mejor si hubiera tenido unpoquito de supervisión mi guagua sería hoy una señorita. Pero comoyo era una cabra chica no me di cuenta, no sabía qué hacer. Es algoque no se lo doy a nadie: casarse a la fuerza y estar aparte de todas laspersonas grandes en una casa sola”.

Producto de la bronconeumonía, Laura alcanzó a cumplir sóloun mes y medio acompañando la vida de casada de su madre, quenunca tuvo un pololo mapuche ni jamás escribió una carta de amor.“No fue por algo que me hubiera propuesto, sino que simplemente nose dio no más”.

Tras un par de amoríos adolescentes, conoció en Lanco alhombre con quien debió contraer matrimonio tras quedar embarazada.

Su padre pidió la hora en el Registro Civil, completó los trámitese incluso organizó la fiesta. No quería una madre soltera en su casa,por lo cual no importaron las pataletas de Faumelisa, que se casóconvencida de que su relación no iba a funcionar. Y así fue. La muertede la primogénita terminó por decidir su alejamiento de Pedro, con quienno había logrado consolidar una buena convivencia, sufriendo inclusomaltratos.

“Yo me escapo toda herida / de centenares de lluvias / herecogido mis banderas, / del barro en donde las dejaste. / He enterradomis ciudades, / he escondido la escultura de mi cuerpo / para que nola destruyas. / He dormido con los ojos abiertos / y mis alas prontas /aemprender la fuga / he gemido de dolor bajo tu cuerpo / mi yo se haido sin mí / desde tu alero. / Yo me escapo de la sombra de tu puño /quiero huir de tu espacio de quebrantos / para liberarme de tus proyectilesde espermios / que me siguen, que me acosan / que me punzan, queme muerden / que me succionan, que me besan / que me lamen, queme abrazan / para lograr habitarme, / y apoderarse de mi mente y demi cuerpo / para siempre”.

(“El Escape”, publicado en “Hilando la memoria / 7 mujeres mapuche”).

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CARIÑO AJENO

Déjà vu. Faumelisa se pasea de un lado a otro con un bebé en los brazos.Le canta, le habla, le repite una y cien veces su nombre…

Sin embargo, al contrario que Laura, el niño al que ahora tomala temperatura, da remedios puntualmente y cambia pañales no tienela piel morena y ni siquiera el cabello negro.

Apenas con el segundo medio bajo el brazo y sintiéndose comouna liebre que se pierde en la ciudad, Faumelisa llegó a Santiago enbusca de un trabajo.

La recibieron unos parientes en San Bernardo, quienesrápidamente le consiguieron un empleo como asesora del hogar de unafamilia de profesionales de clase media alta.

Durante los primeros meses la experiencia fue positiva, peroa medida que pasaban los días la vida en la capital comenzó a dolerle.“Me parecía que mis ojos chocaban en el cemento y que mi espíritutambién lo hacía”.

En esos pensamientos estaba cuando, tras casi un año deseparación, su esposo llegó a buscarla, arrepentido y asegurando quehabía cambiado.

No tardaron en reiniciar la relación y se fueron a vivir juntosarrendando dos piezas inmensas en una antigua casona del paradero18 de Gran Avenida, donde actualmente funciona una especie demercado persa.

Con prostitutas y travestis como vecinos, en ese lugar comenzóa crecer Cristian, el hijo mayor de Faumelisa, que actualmente tiene 25años y por cuyo cuidado Febe debió renunciar al trabajo.

Para la madre, el conocer y compartir con otra clase de gentele permitió comprobar que muchas personas, aparte de los mapuches,eran marginadas y estigmatizadas.

“A mí ellos no me discriminaban, me querían muchísimo. Ahítambién fui como dándome cuenta de la otra parte de la sociedad, conmi hijo al hombro y mi marido curado, muy alcohólico y con malostratos”.

Luego de dos años de vida en pareja, la promesa de cambiode Pedro no se cumplió y su esposa se separó definitivamente de él,regresando con su hijo al sur, a Pukiñe.

Faumelisa se hizo cargo del kiosco de golosinas que tenía supapá, pero al cabo de unos tres años, debido a la estrechez económicaque estaba viviendo, optó por volver a trabajar como nana en Santiago.Regresó a la capital decidida a entender un poco más a la gente y abuscar alguna forma de ir aprendiendo.

Se empleó como asesora puertas adentro para el cuidado deniños en una casa en Las Condes, donde aprovechaba cada minutolibre para leer alguno de los volúmenes de la biblioteca de sus patrones,a veces en el baño o escondiéndolos bajo su almohada, para hojearlospor la noche.

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Con este furtivo placer Faumelisa compensaba el dolor que leprovocaba el haber tenido que separarse de su hijo -que quedó en elcampo al cuidado de la abuela Doraliza- y en su lugar tener que entregarcuidado y afecto a niños ajenos.

“Además que las labores domésticas nunca me gustaron y eracomo estar presa en una casa donde tienes que levantarte y acostartea cierta hora para hacer trabajos que nunca me gustaron. Era un suplicio”.

Después de unos siete años como empleada, Febe emprendióel regreso definitivo a su tierra con el objetivo principal de estar al ladode su hijo y trabajar en el campo.

UNAS VERSEADAS

“¡Ay no me quiten la tarde, / ni mediodía ni noche, / si enmadrugada despierto recordando algún dolor, / querré yo seguir soñando,/ porque soñar es mejor”.

Apagado el último verso de “Sueños de Mujer”, campesinos,mapuches y autoridades que repletaban la sede social de Lumaco sequedaron mudos por unos segundos, como tomando aire tras el pasode una tormenta.

Una tanda de aplausos interminables rompió de golpe esesilencio, mientras Faumelisa, aún algo temblorosa, doblaba entre susmanos las hojas de cuaderno donde había escrito los poemas que leyóesa tarde.

Diez días antes, casualmente, la incipiente poetisa se habíaencontrado con Sergio Compayante, organizador de la Muestra CulturalMapuche, quien la invitó a mostrar algunos objetos originarios.

Justo Faumelisa le había hecho unas muñecas con ropatradicional mapuche a Fernanda, su segunda hija, así que se comprometióa participar con ellas en la exposición.

“Voy a llevarte unas muñecas y a echarte unas verseadas”, leanunció, dando así, a los 38 años, el primer paso para empezar acompartir su poesía.

“A veces escribo riendo mucho o llorando mucho, a veces mecuesta mostrar lo que he escrito, porque primero tengo que trabajarlomucho yo, porque tengo que trabajarlo dentro de mí primero, esdemasiado fuerte lo que me nace y me costó empezar a compartir mipoesía. Algunos versos se fueron perdiendo, porque a veces llenabacuadernos y los dejaba tirados por ahí, no todos los rescaté”.

Ese día en la muestra cultural no sólo le pidieron que hicieramás muñecas -vendió las ocho que había terminado-, sino que siguieraescribiendo.

Tras ese tímido y poco preparado debut artístico, las invitacionespara exponer sus artesanías -canastos y trabajos en piedra y maderaque incluso se han ido a Europa- y recitar se fueron haciendo habituales.

Y pasado casi un año, el 2000, un ataque de risa y llanto la

obligó a dejar el pan a medias en el horno, luego de darle una vuelta ensu cabeza al anuncio que había recibido dos días antes: se había ganadoun proyecto de Orígenes por un millón de pesos para editar su primerlibro.

“Eso era como cumplir un sueño, el sueño de cualquier mujermapuche que escribe, una cuestión maravillosa (...)Yo, mujer campesinamapuche, sacando un libro... me puse a llorar con las manos en lamasa”.

Tras la publicación de “Sueños de mujer”, Faumelisa ha sidoincluida en diversas antologías, tanto en Chile como España. Su arte laha llevado incluso hasta Estados Unidos, pero tanto viaje no haconseguido que quiera alejarse de su Pukiñe natal, donde vive junto asus hijos, a menos de 100 metros de la casa de sus padres.

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Eusebio Sigisfredo Vega Sobarzo

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EUSEBIO SIGISFREDO VEGA SOBARZO - VALDIVIA

Los años lo arrinconaron junto al río, en el muelle fluvial.Allí se quedó después de ir y venir acumulando vasosvacíos, peleas callejeras, cárceles y soledad. Pero no sequedó botado para siempre: los lobos marinos hicieronparte de su colonia a “El Loco Vega”, quizás a sabiendasde que sería el más surrealista y sentimental de los suyos.

Lobo de mar ancladoen la ciudad

Por Nicolás Gutiérrez Obreque

VALDIVIA

Eusebio Sigisfredo Vega Sobarzo

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EUSEBIO SIGISFREDO VEGA SOBARZO - VALDIVIA

omo si fuera un capo de la mafia, avanza escoltado. Escoltado,como si se tratara del jefe de algún escuadrón militar que llevaun séquito detrás, o como si fuera el líder de una retreta queparaliza un pueblo escondido durante un día que podría ser

21 de mayo o 19 de septiembre. O aniversario de un cuerpo de bomberos.O día del Carabinero. Días como cualquiera y como ninguno.

Como cualquiera, porque es un mediodía tranquilo y no secelebra nada especial. Pero un día de 1989 que transcurre sin novedad,puede pasar a ser peculiar cuando se ve caminar a un tipo enjuto, debaja estatura, nariz pequeña y piel enrojecida con un séquito de animalesa sus espaldas.

La escena se ha repetido un par de veces antes. El tipo entraen el pueblo de Llifén, camina por sus terrosas calles y arrastra unvariopinto contingente: un caballo, dos perros, una gallina que revolotea,un gallo -de pelea, dicen los que saben- y un chancho que decidequedarse atrás hasta perderse.

De a poco, con los días, las señoras que suelen apostarse enlas ventanas en espera de la cocción del almuerzo, ven la escena comoalgo normal. Dejan de preguntarse por qué los animales siguen al tipoy claudican ante lo que él mismo afirma, apenas puede conversarles:“yo tengo un don”.

Una mañana, diecinueve años más tarde, el mismo tipo andasin escolta y luce un sombrero plateado con letras negras. Hace un altoen su trabajo para describir esa escena de entrada triunfal e insiste: “lomío es un don”. Insiste, aunque a algunos la frase les suene gastada.

El relato de ese antiguo pasaje y la categórica afirmación correnpor cuenta de Eusebio Sigisfredo Vega Sobarzo. El Loco o El Sige,suelen llamarlo. Él prefiere ser conocido como “El domador de lobosmarinos”.

Acercarse a la Feria Fluvial de Valdivia significa imbuirse enuna bocanada de olores. Pescados del día y de días atrás. Agua.Verduras. Mariscos. Como tratando de pasar inadvertido, corre el oloragrio de una caja de vino o una cerveza escondida en una escalinata,cortesía de algún locatario. Aquí, cada quién tiene su visión sobreSigisfredo. Unos dicen que lo suyo es el cuento, el “tollo”, contarfantasías. Sobre todo si la historias tienen que ver con las palabras“domador” y “lobos marinos”.

Y es que así como se dice -o se canta- que en los ríos valdivianosse baña la luna, aún más real es que desde mediados de los '70, unapequeña colonia de lobos oscuros, robustos y hambrientos llegó hastael sector que comprende el muelle Schuster y el mercado para mojarseen los bordes de la ciudad.

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EUSEBIO SIGISFREDO VEGA SOBARZO - VALDIVIA

Los locatarios, transeúntes, trabajadores del sector y otros, seacostumbraron -y aprendieron- a verlos y tenerlos cerca. Algunosdecidieron a alimentarlos. Quienes los ignoraban o detestaban, vieroncómo el número de lobos aumentó con los años y cómo se ganaronespacio en la lista de atractivos para los visitantes. Y fue Sigisfredoquien se decidió a cortejarlos uno a uno, como si se tratase de conquistara una mujer. Con el tiempo, logró acuñar para sí el pomposo título deencantador y maestro de las fieras.

Panchito fue el nombre con que bautizó al primer robustovisitante que entabló relación con él. Y, desde entonces, antes y después,oír y tomar atención de la historia relatada por el mismo Sigisfredo Vega,significa saltar de año en año, de imprecisión en imprecisión, de márgenesde error inmedibles a historias condimentadas con surrealismo.Como aquella de la entrada a Llifén.

CHISTE REPETIDO

“Allá está, el del gorrito cuático”, dice un hombre que ofrecepaseos en lancha por los ríos. Mientras indica con un dedo, Sigisfredoestá en lo suyo: moverse como un trompo y gritar a viva voz en buscade clientes que compren los pescados que él mismo limpia y filetea, yaprovechar de juntar los restos de éstos para dárselos a los lobos al finde la jornada.

- Venga nomás, mírelas, les tengo estas ballenas de siete kilos.Mírelas…, mire, mire... y si viene a comprarla antes de las dos, le regaloun lobo. SIEEEERRA FREEEEESCAAAA!- grita y cambia de volumen devoz y de interlocutor.

Mientras algún cliente se esfuma tímido, él sigue su discursocon otro que se queda mirándolo fijo. Toma un par de trozos de sierra,los mete en la bolsa y cobra. De pronto, se da vuelta para gritar otravez:

- Golooooso, te me habías perdido hartos días- grita, lanzandoun beso al aire.

Goloso y Mañoso descansan a tres metros de él y son doslobos marinos de los suyos. Dos de los casi treinta que pululan, segúnla época, por la orilla del mercado fluvial. Están instalados justo detrásdel puesto en que Sigisfredo trabaja hoy. A ratos, les lanza algún trozode pescado, al tiempo en que dice: “Éstos no me comen cualquier cosa.Éste -Goloso- prefiere el salmón”.

Mientras, Mapache y Pela´o permanecen impasibles sobre unabalsa de madera que en 2006 donó una empresa local cuando el séquitodel Loco Vega se amplió y los lobos dejaron de posar sus carnososcuerpos en la zona donde está la feria. Cien metros hacia el norte dela costanera, sin reja de por medio, no tuvieron empacho en “echarse”sobre la calle y sorprender a más de algún incauto que vio a los animalestomando una siesta en pleno helipuerto.

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EUSEBIO SIGISFREDO VEGA SOBARZO - VALDIVIA

Una de las trabajadoras de la feria sacude un balde con agua.“Si me cae agua en la boca, te denuncio a derechos humanos”, vuelvea gritar Sigisfredo y, acto seguido, corre a hablarle a un turista. Le ofreceque se acerque con él a darle comida al lobo mientras le toman unafoto. Le asegura que si se acerca con él, el lobo abrirá sus fauces y elturista podrá darle un trozo de pescado sin correr riesgo alguno. Todoa cambio de una propina a discreción del “consumidor”.

- Le doy cien por ciento seguridad, si está llenito. Ya se comióa otros tres turistas antes que a usted, así es que no va a pasar nada.El turista se ríe junto a unos transeúntes. Los demás, los que están adiario en el mercado, no mueven un solo músculo de sus caras. El chisteparece ser repetido.

LAS FANGOSAS AGUAS DE LA INFANCIA

Sigisfredo nació en 1951, en Valdivia, y creció en el sectorllamado antiguamente como El Pantano, situado entre las calles AníbalPinto, Santa María y 8 de octubre, donde estaban los terrenos quepertenecieron a su padre, Eusebio Vega.

Al muelle Schuster llegó a los 7 años. Cuando Panchito hizosu aparición en 1976, Sigisfredo ya se había “chantado”. Se casó en1971, apenas cumplió los 20 años, y decidió dejar atrás casi un lustrode “andar torranteando”. En aquellos años previos al matrimonio, elSige se dedicó a la calle. A las veredas de Valdivia, Concepción ySantiago. A hurtar, a cantar boleros y recitar poesías en las micros y aser boxeador defendiendo los colores del Ejército, en una breve perointensa permanencia bajo sus filas.

- Pero siempre he vuelto al muelle- repite Sigisfredo, como sise tratara de un sino.Cuando tenía seis años, su padre falleció y dejó algunas decenas dehijos vivos. Entre 37 y 35, calcula.

- Mi padre fue uno de los pioneros… porque Pantano lellamaban, porque eso era pura murra…Yo casi no conocí a mi padre,tenía seis cuando él murió. Los Vega teníamos todo Santa María, 8 deoctubre, era todo de los Vega… Mi padre empezó a regalar las tierras...- relata a saltos, perdiendo a ratos la mirada en el televisor instalado enla barra del Olympia -su local favorito-, sorbiendo del vaso de malta quetiene en la mesa.

Sigisfredo nació de la relación que su padre tuvo a los 70 añoscon una empleada de su casa, una adolescente de 14. De ahí nacieronsiete hijos, los que una vez fallecido el padre quedaron a cargo deMagnolia Vega, hija de otro matrimonio del septuagenario y que decidióasumir el cuidado de sus medio hermanos cuando la madre biológicavolvió a emparejarse.

Sige habla siempre con un tono de voz que en otras personaspodría ser triste, y que es acorde a la oblicuidad de sus ojos. Ríe muy

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poco, mientras sostiene la voz; suena casi indolente cuando dice quede niño tuvo una vida “siempre aporreada”. “Desde los siete años mevenía a dormir acá al muelle. Mi hermana, la que nos crió, nos mandabaa vender empanadas, piñones, helados. Así es que estaba todo el díatrabajando, trabajando. También me iba a vender ropa camino a LaUnión”.

Estudió en la Escuela 16, en una casa que estaba en calleAníbal Pinto, donde en 2005 se instaló un servicentro. Cuando estabaen cuarto básico, la escuela se trasladó al establecimiento que hoy sellama Carlos Brándago.

“Ahí duré como quince días…”, dice. Quince días que terminaronde un puñetazo. Con la mano cerrada, Sigisfredo mandó guarda abajopor la escalera a un compañero. Al ver la letalidad de su derecha, salióarrancando. Mientras corría, chocó con la directora, a quien tambiénbotó. Fue el fin de sus días escolares.

SIGISFREDO SUPERSTAR

De pie, justo frente al Paseo Libertad, hace su última tareaprevia a sentarnos para dar curso a una de nuestras largas conversaciones.Hace un gesto llamando a guardar silencio, mientras se concentra ysaca pan molido de su bolsillo para tirárselo a unas palomas. Les habla.Las acaricia con las palabras. Tal como hace con los lobos, les cobrasentimientos. “Hace días que no me venías a ver”, le dice a una.

Sólo después de cumplir esa misión, se larga a relatar el porqué el Loco Vega es una marca registrada en Valdivia. Entusiasmado,como pocas veces, me cuenta que su relación con los lobos lo hizofamoso. Que le han hecho documentales, que turistas hasta de Albaniahan regresado para verlo y tomarse fotos con él. El Mercurio, The Clinicy una serie de otras publicaciones han sabido de sus besos a las fieras.

Ese día, dirá por primera vez -de una veintena- que sucomunicación con los animales es única. Un don. Y también, de suspalabras se desprende que el apodo de loco no es una característicaque él haya tratado de cultivar. Da a entender que fue su opción confiaren los animales como si fuesen su familia. Después de “chantarse”, desepararse de su mujer, de verse obligado a olvidar a sus hijos, no fuela alternativa que le quedó: escogió quedarse al lado de perros, palomasy sus queridos lobos marinos.

¿NO SERÁ ÉSTA MI BENDICIÓN?

Es día lunes post Semana Santa de 2008 y en el mercado fluvialvarios puestos permanecen vacíos, mientras los locatarios que sí asistierona trabajar ordenan con letargo, casi con desgano, los productos quetendrán a la venta.

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Sigisfredo no se ve por lado alguno, pese a que a esa horasuele estar instalado en el lugar. No trabaja en ningún puesto de formafija. Se ofrece para ayudar a cualquiera de los locatarios para filetear yvender el pescado. “Así me hago las monedas”, me contó un día.

Hay mañanas en que algunos locatarios prefieren no darletrabajo. Cuando llega con signos de haber bebido, es mejor no entregarleun cuchillo, para evitar el riesgo de que termine cortando en lonjas suspropias manos en vez del pescado. Y también es mejor tenerlo lejospara que no espante a los clientes.

Días después, cuando le hice notar su ausencia, me explicóque había viajado a Temuco a ver a su hermana Magnolia, la mujer quelo crió y que hoy batalla contra un cáncer.

- La Semana Santa es complicada en mi familia. Cuatrohermanos se me han muerto en esas fechas-, dice y hace una pausa.Cambia el semblante para seguir con otra parte de su historia.

- Yo esto lo he contado en varios canales de televisión. Hayuna equivocación: Panchito no fue el primero (en llegar a la Costanera).Pancho fue el primer lobo que yo subí. Cuando venían los humanos, ellobo bajaba. Cuatro o cinco lobos llegaban a la orilla. Cuando veníatemporada, llegaban siete u ocho y pasaban derecho a buscar comida.

“De repente dije, ´¿Y por qué no poh?´, y agarré unas cabezasde jurel… el lobo tiene un oído desarrollado (…) De repente, me puseen una esquina. No había rejas ni nada de lo que hay ahora. Y empecéa t irarle pues… Con fuerza, cosa de que escucharan”.

Primer mito derribado: Panchito no fue el primero. Segundomito: “Dicen que Pancho llegó aquí vieeeejo, y de a ´onde poh, Panchollegó nuevito”.Según El Loco, Panchito tenía tres años cuando llegó al mercado fluvial.Corría el año 1976. Murió 20 años más tarde.

- Ese niño me costó. Ése me salió duro. Costó que perdiera elmiedo a los humanos. ¿Subís o no subís? Le tiré las cabezas de jurelal agua al principio, después en la orilla, hasta que subió. Y ahí pensé'¿no será ésta mi bendición?' Así fue hasta el quinto día. El sexto dije´o todo o nada'.

Se acercó sigilosamente, con una gran cabeza de jurel. “Comoera grande, si trataba de atacarme, alcanzaba a reaccionar”. Despuésde esa gran prueba, todo se volvió más fácil.

YO HACÍA LLORAR A MEDIO MUNDO

Innumerables detenciones policiales. Periplos por esquinasfrías y noches de hambre en el muelle. Sucesos que se atropellan, todosocurridos antes de que Sigisfredo cumpliera los 18, edad en la que diceque se “chantó”.

- Siempre me traían de vuelta para acá otra vez, después deestar preso. Mi hermana era la que me sacaba.

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“A los 18 llegué al lugar de donde nunca debí haber salido: laiglesia cristiana (sic). Empiezo a cantar y recorro diferentes lugares. Mebuscan para que vaya a cantar, hasta hoy. Yo le canto a Dios nomás,para que no se me enoje. Aún ahora, para Semana Santa, yo tenía queir a cantar a Neuquén, pero no pude por plata”.

Antes de dedicarse a cantar “sólo para Dios”, Sige ya habíacultivado por años su afición a la música. O más bien al “torranteo”musical. A hacerlas de buscavidas cantando canciones no muy religiosasa bordo de pisaderas de micros o parado en las esquinas. El repertorioestaba compuesto por boleros y rancheras, siempre de temáticaslacrimógenas.

“Yo hacía llorar a mediomundo poh, igual que con los poemaspoh, todos se iban llorando (…) En Santiago cantaba en las micros, enese tiempo puros cebolleros nomás. Me conocían (los choferes), mellevaban pa' la Alameda, ahí, sentado en la escalerita de atrás, dondeandábamos todos los torrantitos poh”.

“Después, de más grande, empecé a aprender instrumentos.La verdad es que Dios me dio una voz hermosa, pero yo no sé notas.En la escuela en Santiago aprendí un poco de guitarra, pero sé lo básiconomás”.

Del repertorio que entonaba en su época de “torrante” prefiereno acordarse. Ni siquiera cantar una línea de aquellas canciones sufridas,que hablan sobre la vida en los bajos fondos. “Yo ahora le canto a Diosnomás”. Se niega a cantar, sin ser rotundo. Insiste en que él le canta aDios. Y cantarle a Dios en una mesa con un par de botellones al medio,podría enojarlo, al parecer. Tampoco quiere declamar poemas, ni entonaralgún bolero que pueda hacer llorar a los presentes. Más adelante, talvez. Pero cuando le pregunto por los nombres de las canciones queinterpretaba “torranteando”, deja escapar la primera sonrisa maliciosaen más de una hora: responde con el nombre de lo que, parece, fue unsúper éxito en su carrera, inolvidable per se gracias a su nombre:

- ¿Qué boleros cantaba? Puros raaaaascas poh, como “Quélinda es la Peni”.

¿NO ME HA VISTO EN INTERNET?

Una de nuestras citas había quedado concertada para las dosde la tarde. Al llegar a la feria fluvial, Sigisfredo no está ni se oye el “cró,cró, cró” con el que llama a los lobos.

“¿Usted no me ha visto en Internet? Búsqueme nomás”, medijo un día. Ante su ausencia, decidí hacerle caso. Al poner su nombreen Google, la mayor parte de las referencias tienen que ver con el 10de septiembre de 2005, el día en que Sebastián Piñera, en plena campañapresidencial, se acercó más de lo recomendable al Goloso.

Sin embargo, hay un registro que lo muestra de cuerpo entero.En su diálogo está el corazón, la esencia de la conversación que cualquier

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transeúnte puede entablar con El Loco. El único video del Sige en la redes cortesía de Youtube y de un usuario llamado “Danalere”, que publicóel registro de un día cualquiera, sospecho que entre 2006 y 2007.

- Está loco este huevón, está loco- dice la voz masculina dequien sujeta la cámara, que graba desde un costado de la Feria Fluvial.El huevón que está loco besa a un lobo marino.

- ¡Si le dicen el loco, poh!- responde un trabajador de la feria.Carcajadas detrás de cámara.El huevón loco se acerca hasta el lugar desde donde es grabado.

- Oiga, ¿y cómo le dicen a usted?- El domador- afirma con total determinación.- ¿Domador de qué?- De lobos- ¿Y cómo domina a estas bestias?- ¡Hacen ya 20 años que trabajo con ellos poh! Empecé con

Panchito, se me murió en 2000… en junio. Ahora ya tengo 54, tengo alPitufo, al Pone, el Muñeco, al Colo Colo, al … Pitufo…

- ¿Y cómo lo hace para domarlos?- Hay que tener paciencia, entregarles amor. Los meses más

difíciles son junio y julio.- ¿Por qué?- La escasez de comida. Ahora yo pensaba en junio, julio, tener

unos 40 y ya tengo 54 en estos meses, o sea ya me pasé de la cuota…Los periodistas vienen de fuera, de Concepción, Santiago, de todaspartes y me dicen ¿y cómo lo hace usted?

- ¿Alguna vez le han hecho daño?- Sííí, tengo marcas. Todo tiene su precio. Yo tengo marcas

aquí de un colmillo (muestra su pierna), aquí también tengo uno (muestrasu pómulo derecho), al darle besos.

- ¿Y le da besos?- ¿No veee que lo besé recién? Yo les doy besos a todos, los

llamo a todos, y los abraaazo y los acaricio, y por eso la gente mepregunta '¿cómo puede usted distinguir un lobo de otro?' Cada cualtiene una característica diferente. Yo por la trompa los conozco. ElPela´o, por ejemplo, ese que está ahí, fíjese el pelo cómo lo tiene. LaPresidenta Bachelet se llevó una foto preciosa con el Moquillento, porqueese vive con las narices corriendo.

El dueño del registro audiovisual también se entera de queSebastián Piñera “me miró como si fuera un estropajo” aquel día en queGoloso casi lo muerde y que “se corrió de venir, después de haber dichoque yo le había preparado el lobo. De a dónde, si yo no sabía”.Sigisfredo se olvida de contarle que aquella cicatriz que un colmillo ledejó en el rostro “fue un día en que yo me acerqué estando más omenos copeteado, y eso no es culpa del lobo”.

Lo que jamás se olvida de repetir es de los tesoros que echaen falta: una hoja de un texto escolar de séptimo básico, donde aparecíaél nadando con los lobos, y una foto publicada el año 2000 en la portadadel diario El Mercurio, en la que está besando a Panchito en la boca.

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CUANDO YA ME EMPIECE A QUEDAR SOLO

Cada vez que nos juntamos, el Sige se encargó de pedirmeayuda para conseguir la foto de El Mercurio. Una vez dijo que se lahabían robado desde su casa. Otra, que la perdió en un restaurante. Laimagen fue tomada en febrero, cuatro meses antes de que Panchitodesapareciera y fuera dado por muerto. El compromiso para sostenerla larga seguidilla de conversaciones, fue conseguir esa fotografía.

Sigisfredo vive en una mediagua en calle Bulnes, sin máscompañía que media docena de perros. Se separó de su esposa MaríaAngélica Osorio en 1973. Se casó a los 20 años; ella tenía 17. Tuvierondos hijos: Jacqueline Liliana y Eusebio Agustín, los que nacieron cononce meses de diferencia. Durante el tiempo en que permaneció casado,trabajó en la sección de Anatomía del hoy desaparecido Hospital Kennedy.

Dice haberse separado de María Angélica porque “era muyniña”. Otra razón que esgrimió para explicar el quiebre, fue haberdescubierto que ella regaló a un hijo nacido de una relación anterior,algo inconcebible para Sigisfredo. Cuando se separaron, él se quedócon la tutela de Jacqueline (quien hoy tiene 35 años), mientras que elniño partió con su esposa. Pero pronto dejaría de ver a su hija.

Su versión dice que una de sus hermanas, que viajaría por unalarga temporada a Canadá con su marido, se llevaría a Jacqueline deviaje. “Me hicieron firmar, engañado, un papel en que yo le entregabala tuición a ella. Después me enteré que dejaron a mi hija botada enSantiago, vagando. Nunca se la llevaron”. Dolida, Jacqueline no haquerido volver a ver a su padre. La hermana que se la llevó, que hoyvive en Valparaíso, tampoco ha vuelto a dirigirle la palabra a Sigisfredo.

Eusebio Agustín tiene un año menos que Jacqueline, y hacesiete visitó a su padre en Valdivia. Tuvieron tiempo de abrazarse yconversar. Mantuvieron contacto telefónico mientras Sige tuvo un celular,que luego perdió. María Angélica vive en la capital.

Una vez que volvió a la soltería, permaneció dos meses presoen el Cendyr, a inicios de la Dictadura, un tema del que poco le gustahablar. Al ser liberado, regresó al muelle y no se ha vuelto a mover deallí.

“Se me murió mi mamita”, me dice Sige haciendo un pucheroel día de julio en que lo busqué para entregarle la fotografía que tantoansiaba. Se refiere a su hermana Magnolia, la que lo crió desde los seisaños y que finalmente falleció a causa del cáncer.

Nos saludamos con un abrazo y me dice que, temporalmente,su trabajo no consistirá en domar lobos. En menos de lo que dura unsuspiro, llena de palomas el anfiteatro del Paseo Libertad, gritando fuerte“cui cuí- cui cuí”. Las sostiene de a tres o cuatro en sus manos y brazos,dándoles pan molido.

Una decena de niños, que por esos días están en vacacionesde invierno, se acercan a darle de comer a las aves, ayudados por Sige,quien recibe propinas de los padres. “En julio, el tema de los lobos es

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muy malo. No tengo plata para comprarles comida y ellos andan muyhambrientos: si quedan con hambre, lo muerden a uno”. Dice ademásque las propinas de la época están siendo escuálidas; hay pocos turistas.En ese momento, recuerdo lo que me dijo otro día: los europeos songenerosos; los argentinos e israelitas, los más amarretes.

“Un ratito nomás, que tengo que seguir trabajando”, dicecuando le pido acercarse a un lado. Le entrego la foto envuelta en nylony, por una fracción de segundo, esboza una sonrisa que se convierteen lágrimas. “¡Ésta es la que yo quería! Así estaba cuando yo lo vi laúltima vez. Un imbécil lo había atacado”, agrega, sin despegar la miradade la imagen de Panchito, que luce una cicatriz bajo el hocico.

Me pide que lo espere. Con la foto aún envuelta, comienza aperderse por el fondo de la feria fluvial, mostrándola en cada uno de loslocales. “Ahora sí que no me la roba nadie”, va repitiendo mientraszigzaguea el paso, mostrando a quienquiera la fotografía que, para él,es un retrato familiar.

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Corría el año 1949 cuando Juvenal y otros tres arrierosayudaron a un hombre que se hacía llamar Antonio Ruiza cruzar la Cordillera de Los Andes, hacia Argentina.Después supieron que su verdadero nombre era PabloNeruda. Este episodio de la vida del poeta fue conocidoen todo el mundo, pero el nombre de uno de los arrierosnunca fue mencionado por el vate: el del protagonistade esta historia.

El arriero queNeruda olvidó

Por Rodrigo Obreque Echeverría

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ablo se llamó primero Neftalí, pero cuando Juvenal lo conoció,en el verano de 1949, se hacía llamar Antonio.Juvenal siempre se ha llamado Juvenal.

“Juvenal Flores Noches, para servirle”, le dijo, estirandosu mano derecha, el día en que los presentaron. “Antonio Ruiz Legarreta,mucho gusto”, le contestó el forastero, bautizado al nacer como NeftalíReyes Basoalto y rebautizado como Pablo Neruda al nacer en él sualma de poeta.

Por esa época, cuando Juvenal Flores lo conoció, Neruda habíacambiado su identidad por la de Antonio Ruiz y se hacía pasar por unornitólogo. Realmente parecía otra persona: se había dejado crecer labarba al punto que cubría gran parte de su rostro, usaba lentes, unsombrero e incluso tenía una cédula de identificación falsa. Debió tomaresos resguardos para evitar ser detenido por la policía civil, que loperseguía por todo el territorio nacional por órdenes directas del entoncesPresidente Gabriel González Videla.

Neruda, uno de los más ilustres militantes del Partido Comunista,vivía en la clandestinidad desde febrero de 1948, luego de que criticaraa González Videla a través de una carta publicada en un diario venezolanoy también en un discurso que pronunció en el Senado, denunciándolopor instaurar la censura en Chile, disolver los sindicatos de trabajadoresy trasladar a campos de concentración a los opositores a su régimen.

El Partido Comunista había sido clave en la llegada al poderde González Videla en 1946, y Neruda tuvo un papel preponderante enla campaña presidencial, como jefe de propaganda de su candidatura.Pero las cosas cambiaron un año más tarde, ya que ante el inicio de laGuerra Fría y convencido de que la Tercera Guerra Mundial estabapróxima a detonarse, el Presidente radical decidió ponerse del lado delos Estados Unidos y desligarse de sus antiguos aliados comunistas,promulgando la Ley de Defensa de la Democracia, conocida por susdetractores como la “ley maldita”, que prohibió en nuestro país laexistencia del Partido Comunista e inició la persecución de sus partidarios.

Neruda, que era senador y había sido elegido democráticamente,fue desaforado y, a solicitud del Ministerio del Interior, la Corte deApelaciones de Santiago dictó una orden de captura en su contra. Para

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evitar que lo detuviesen, se mantuvo oculto en Santiago, Pirque, IslaNegra y Valparaíso, en al menos once casas de amigos, conocidos yadmiradores, hasta que el Partido Comunista decidió que debía salir delpaís para denunciar en el extranjero los abusos y excesos cometidospor el Gobierno. Él era una voz autorizada para hacerlo.

El plan urdido por los dirigentes comunistas para que Nerudaabandonara el país fue el que le permitió a Juvenal Flores estrechar lamano del poeta. Aunque, en realidad, a quien Juvenal conoció fue aAntonio Ruiz, el ornitólogo.

El encuentro entre ambos tuvo lugar en febrero de 1949 en lahacienda Hueinahue, en el sector precordillerano del mismo nombre,ubicado en el lado oriente del lago Maihue, en la comuna de Futrono.El poeta-ornitólogo llegó hasta allí tras cruzar en auto desde Santiagohasta Futrono, luego en lancha por el lago Ranco hasta Llifén, desdeLlifén hasta Los Llolles en jeep y después, a bordo de otra embarcación,por el lago Maihue hasta la hacienda Hueinahue.

El plan contemplaba que Neruda escapara hacia Argentina losprimeros días de marzo, cruzando a caballo la Cordillera de Los Andesa través del paso Lilpela, también conocido como paso de loscontrabandistas. En San Martín de Los Andes lo estarían esperandootros camaradas comunistas, que lo transportarían a Buenos Aires.Hueinahue fue el centro de operaciones de esta maniobra secreta.

En ese viaje por la cordillera participaron dos amigos del poeta,Víctor Bianchi y Jorge Bellet, y cuatro arrieros que les sirvieron de guías:Juvenal Flores Noches, su hermano Juan -quien lideró la travesía-, JuanGonzález y Juan Vivanco.

Es decir, los arrieros eran un Juvenal y tres Juanes.En las crónicas, libros y documentales que existen sobre este

viaje -que es considerado muy importante en la vida del poeta, pues ensu etapa de clandestinidad trabajó de manera intensa en la escritura delCanto General, una de sus obras mayores- se destaca de maneraespecial la participación de los tres Juanes, pero ni siquiera se mencionala presencia de Juvenal.

La omisión principal -y la primera- fue del propio Neruda.

LA OMISIÓN

Estocolmo, 10 de diciembre de 1971. Pablo Neruda recibe elPremio Nobel de Literatura y, en su discurso de agradecimiento, antela presencia del rey de Suecia, recuerda la peligrosa aventura emprendidaveintidós años antes por las agrestes montañas de la Cordillera de LosAndes.

“A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás porcontrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos simuchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por lasglaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que,

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cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajosiete pisos de blancura”, narró Neruda, que vestía un impecable frac.

Otro pasaje de su discurso relata un episodio de su periplo enel que los arrieros le salvaron la vida: “Teníamos que cruzar un río. Esaspequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan,descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas,rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de lasalturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejode agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron haciala otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente porlas aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis piernas se afanabanal garete, mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al airelibre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos,los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

- ¿Tuvo mucho miedo?- Mucho, creí que había llegado mi última hora- dije.- Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano - me

respondieron- Ahí mismo -agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró

la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted”.Fue un discurso largo, emotivo, apasionante, pero en el que

Juvenal Flores no apareció por ningún lado.Su nombre tampoco aparece en el libro “Neruda Clandestino”

(Editorial Alfaguara, 2003), del escritor José Miguel Varas, Premio Nacionalde Literatura 2006, quien reconstruye en 228 páginas todas las andanzasdel poeta durante la época en que fue perseguido, dedicando varioscapítulos a su viaje a caballo por la Cordillera de Los Andes, que incluyentestimonios del propio Neruda, de sus compañeros de viaje VíctorBianchi y Jorge Bellet y del arriero Juan Flores Noches.

El documental “Neruda, el Poeta Fugitivo”, del cineasta ManuelBasoalto, sobrino nieto de Neruda, que fue exhibido por TVN el año2004, tampoco menciona a Juvenal, pero sí a su hermano Juan, quienaparece como entrevistado, relatando detalles del viaje. En la obra seasegura que él es el único sobreviviente de todos los que acompañaronal poeta en su aventura por la cordillera.

La afirmación del documental es falsa, pues así como Juan -que en realidad se llama Fuenzalida Flores Noches, aunque siempre lehan dicho Juan- aún vive, en el sector Folleco, en la comuna de LaUnión, con 93 años de edad, Juvenal Flores también está vivo y residetodavía en el sector de Hueinahue, con 95 años que cumplió el viernes22 de agosto de 2008.

UN HOMBRE “ARREJONADO”

El día en que Juvenal conoció a Antonio Ruiz estaba nublado.O tal vez había sol. Quizás llovía. Juvenal no lo recuerda. No puede

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hacerlo, porque está cerca de los cien años y su memoria es frágil, tanfrágil como sus piernas, que se mantienen en pie gracias a la complicidadde un bastón de madera. Las arrugas han colonizado su rostro, susmanos y su frente despoblada. Sus ojos parecen azules, pero esatonalidad se la dan las cataratas que lo tienen casi ciego. Tampoco oyebien. Hay que hablarle fuerte, gritándole, para que entienda lo que sele quiere decir.

Así como está, se ve indefenso, pero en sus años mozos secaracterizaba por ser un tipo rudo y desafiante. Se autodefinía como unhombre “arrejonado”, que en la jerga huasa denomina a los campesinoscorajudos, valientes.

Eran otros tiempos cuando él y su hermano Juan recorrían lahacienda Hueinahue a caballo, siempre armados con cuchillos yescopetas. Jaime Bellet, el amigo de Neruda que participó en el viajepor la cordillera de Los Andes, era el administrador de la hacienda y losllevó hasta allá en la década de los '40 para que custodiaran las faenasforestales de las amenazas de los bandidos, constructores de caminosy de los vecinos del fundo Maihue, que tenían problemas limítrofes conel propietario del predio Hueinahue.

Si alguien irrumpía en la hacienda queriendo armar un alboroto,Juvenal imponía respeto cuando se paraba con su metro setenta y suestampa atlética sobre sus botas de cuero y se llevaba la mano a lacintura, casi tocando con la punta de sus dedos el machete que lecolgaba del cinto. Ese gesto bastaba para que intimidara a los intrusos.Y si los intrusos no se iban, entonces tenía que usar armas de fuegopara ahuyentarlos...

Según cuenta el profesor y cronista Ramón Quichiyao, jefetécnico de la escuela José Miguel Balmaceda, de Futrono, y quienademás colaboró estrechamente en la producción del documental“Neruda, el poeta fugitivo”, Juvenal Flores y su hermano Juan llegarona trabajar a Hueinahue “como personal de seguridad, que en ese tiempoera gente de confianza, por si el patrón necesitaba amansar un caballo,comprar bueyes o gente para contratar para una faena caminera”.

“A ellos les tocó vivir una época bastante dura, que fue la dela construcción de caminos en la cordillera. Fue una época difícil, porqueeso supuso que llegaran trabajadores expertos en hacer caminos, loscamineros, que siempre tuvieron fama de peleadores. Generalmentesus diferencias no las resolvían conversando ni menos a puñetes, sinoque era a cuchillo. Entonces, para tratar con ese tipo de gente senecesitaba un carácter firme y ellos (los hermanos Flores Noches) teníanque velar porque el camino se hiciera en buenas condiciones y existieracierta disciplina”, explica Quichiyao.

“La palabra es fea, pero... eran matones. Y andaban armadoscon revólver y escopetas”, agrega.

Juvenal nació en 1913 en la comuna de Los Lagos. Allí eraconocido por su afición a las carreras a la chilena. Era jinete y le gustabaapostar. También le gustaba el vino, el aguardiente y la chicha con harina

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tostada. Se fue a vivir a Hueinahue cuando tenía poco más de 30 añosy allí conoció a Lidia Monsálvez, con quien se casó en 1945 y tuvieronnueve hijos.

El padre de Lidia, Ricardo Monsálvez González, también tuvoun rol protagónico en la etapa clandestina de Pablo Neruda, pues ledio alojamiento en su casa durante más de un mes al poeta, aunquecreyendo que se trataba del ornitólogo Antonio Ruiz. Incluso le prestóel caballo que Neruda utilizó en su viaje por la cordillera, que se llamabaMoro Azul.

Juan Eladio Flores Monsálvez, el menor de los hijos de Lidiay Juvenal, tiene 47 años y vive a cien metros de la casa de sus padres,en Hueinahue. Describe a Juvenal como un padre “serio y estricto. Porejemplo, teníamos que bajar a pie todos los días a la escuela. Nosdemorábamos casi una hora, y si llovía, igual no más. Nos pegaba conla huasca si no le hacíamos caso. Y era medio machista. Todavía es”.

Apoyado sobre un portón de madera , Juan recuerda que elmayor dolor de su padre fue la muerte de dos hijos en el lago Maihue,hace más de 25 años. “Debe haber sido el año '80. Cuatro hermanosmíos iban cruzando en un bote el día de Navidad, como a las cuatro dela tarde, de vuelta para la casa. Había mucho viento y se dieron vuelta.Murieron ahogados Alberto, que tenía 20 años, y Héctor Alonso, quetenía 18. Nunca pudieron encontrar sus cuerpos. A los otros dos losrescató una persona que los vio desde la oril la”, relata.

Juvenal estaba trabajando en esa época en Los Ángeles y,apenas supo de la tragedia, viajó a los funerales. Todos los añosrecuerdan esta fecha con una ceremonia en el templo evangélico ubicadoen el sector bajo de Hueinahue.

Juvenal se convirtió a la religión evangélica hace unos diezaños. A pesar de su avanzada edad, para el culto que conmemora lamuerte de sus hijos vuelve a montar a caballo. Muy despacio, para nocaer, siempre acompañado por su hijo Juan, cabalga durante mediahora hasta llegar al templo.

EN AVIÓN A SANTIAGO

No todos han olvidado, como lo hizo Neruda, el papel que tuvoJuvenal Flores en su huida hacia Argentina. El 12 de julio de 2001,cuando se conmemoraron 97 años del nacimiento del poeta, la FundaciónNeruda invitó al arriero a viajar hasta Santiago para participar de laceremonia, que se realizó en La Chascona, la casa que tuvo Neruda enel barrio Bellavista y que hoy es un museo.

El contacto para que Juvenal asistiera se gestó gracias alprofesor Ramón Quichiyao, quien fue el primero en reivindicar laparticipación de Juvenal Flores en el viaje con el poeta a San Martín deLos Andes. En 1982, Quichiyao leyó el libro de Neruda “Confieso quehe vivido” y se enteró de la historia de su paso por la cordillera de los

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Andes en 1949 y de la ayuda que le prestaron arrieros de la zona, porlo que se decidió a buscarlos.

Ese mismo año averiguó que Neruda, antes de cruzar haciaArgentina, permaneció varias semanas en Hueinahue, así es que viajóhasta allá a investigar y encontró a Juvenal Flores, conversó con él ycomprobó que había sido uno de los protagonistas de la historia. Tambiénubicó a su hermano Juan Flores y así logró reconstruir la aventura.

Pero no fue sino hasta el año '98 que la hizo pública. La ideade Quichiyao era organizar para el año siguiente un acto para celebrarlos 50 años del paso de Neruda por Futrono y para ello solicitó lacolaboración de la Fundación Neruda. La institución se interesó y enviócomo representante al cineasta Manuel Basoalto. A esa ceremonia, quese efectuó el 12 de julio de 1999 y consistió en revivir la travesía hastaSan Martín de Los Andes, asistieron también los hermanos Flores.

Al conocer en detalle la historia del viaje de su tío abuelo haciaArgentina, a Basoalto le nació la idea de hacer el documental “Neruda,el poeta fugitivo”, para el que Juvenal fue entrevistado el año 2002, perocuyo material finalmente no fue utilizado en la edición final de la obra.Además, como se dijo anteriormente, el documental no menciona suparticipación en el viaje y señala que Juan Flores es el único sobrevivientede aquella aventura.

Pero la visita de Basoalto a Futrono en 1999 para la ceremoniaorganizada por Quichiyao permitió que, dos años más tarde, JuvenalFlores concurriera al aniversario 97 del cumpleaños de Neruda. El arrieroviajó en avión hasta Santiago y se quedó dos días alojado en un hotelen Providencia. A la cita en La Chascona llegó vestido con un ponchogris y un sombrero.

En las fotos publicadas por los diarios nacionales al día siguiente,Juvenal aparece soplando las velas de la torta del cumpleaños del poeta,junto a Juan Agustín Figueroa, presidente de la Fundación Neruda. Laescena fue contemplada en directo por los embajadores, políticos,periodistas y ejecutivos de televisión invitados a la ceremonia.Flores también fue entrevistado por medios de comunicación nacionalesdurante esa visita a Santiago. Estuvo sentado en un set de TVN y en losestudios de Radio Cooperativa.

Quichiyao, que acompañó a Flores a la ceremonia de laFundación Neruda, recuerda que para que Juvenal pudiera asistir, fuenecesario pedirle permiso a Lidia, su esposa.

“Me llamaron tres días antes de la ceremonia para invitarnos,así es que fui a Hueinahue a avisarle a don Juvenal, lo que es bastantesacrificado, porque hay que llegar a puerto Maqueo en camioneta,después cruzar el lago Maihue en lancha y luego arrendar un caballopara subir hasta donde él vive”, cuenta Quichiyao.

Cuando el profesor llegó hasta la casa, Lidia y Juvenal loinvitaron a tomar mate y se produjo el siguiente diálogo:

- Sabe, señora Lidia, traigo una invitación para su esposo. Nosé si usted le va a dar permiso, porque quizás cómo sería el caballero

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cuando joven, si usted le daba permiso o se mandaba solo -expresaQuichiyao, medio en broma y medio en serio..

- No, no, si nunca se ha mandado solo -le responde Lidia.- La invitación es para que asista al cumpleaños de don Pablo

Neruda...- ¿Pero ése caballero no se murió ya? -lo interrumpe Lidia.- Sí, pero es una costumbre que después de muerto igual le

celebren el cumpleaños.Juvenal escucha la conversación en silencio, con las manos

entrelazadas y mirando de soslayo a su esposa.- ¿Y en qué van a ir?- En avión.- No, no, no. No va en avión.- Pero no se preocupe, si los vuelos demoran apenas dos horas

desde Valdivia a Santiago. Allá nos van a llevar a un hotel y va a estarsúper cuidado.

- Bueno, si usted me lo trae de vuelta, ningún problema.El 12 de julio, en los asientos 1 y 2 del avión, Ramón Quichiyao

y Juvenal Flores emprendieron el vuelo hasta Santiago. Antes dedespegar, el profesor le preguntó al arriero, que estaba sentado juntoa la ventana, si prefería el asiento del pasillo.

“No, me dijo, quiero ver cómo se ve pa'bajo”, recuerdaQuichiyao.

TRES JUANES Y UN JUVENAL

En la cocina a leña se está horneando el pan para el almuerzo.Juvenal tiene las manos apoyadas en la mesa del comedor. Viste unpantalón gris, de tela, chaleco rojo de lana, camisa a cuadros y unaparka negra. Tiene el bigote blanco, al igual que el cabello que cubreambos costados de su cabeza. Los recuerdos que hoy guarda sobresu viaje con Neruda son escasos. Responde con frases cortas a laspreguntas sobre el tema.

¿Fue muy sacrificado el viaje?- Sí, porque nos fuimos a pie y a caballo, en parte.¿Les tocó buen o mal tiempo?- Nos tocó un tiempo malo, estuvo muy helado para allá.¿Cuánto se demoraron en cruzar?- Dos días nomás.¿Ustedes sabían que estaban llevando a Pablo Neruda?- No. No sabíamos nada. Don Jorge (Bellet), el patrón, nos dijo

que lo cruzáramos, porque era un amigo de él. Después, cuandovolvimos, nos dijo quién era en verdad.

¿Y de qué les hablaba Neruda?- No nos conversaba nada.¿Qué llevaron para comer?

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- Carne cocida y pan¿Y para beber?- Llevábamos café, en un termo.A los pocos minutos de iniciar esta entrevista, Flores se ve

cansado y se le nota incómodo: le cuesta escuchar las preguntas. Suesposa, Lidia, responde por él algunas consultas, pero desconocedetalles del viaje.

Juvenal no sabe que Neruda nunca habló de él en sus memoriasni que la historia oficial, la que dio la vuelta al mundo, sólo rescata lapresencia de los tres Juanes en el viaje por la cordillera de Los Andes.Aunque si lo supiera, probablemente no le importaría.

Hace siete años, cuando viajó a Santiago al aniversario delnacimiento del poeta, en el programa “La mañana en Cooperativa” dejóun testimonio de su experiencia con el hombre que se hacía llamarAntonio Ruiz. “(Él) consiguió que mi suegro (Ricardo Monsálvez) lotuviera en su casa. Era vecino mío. Todos los días lo veía, pero no sabíaquién era (...) Nos dijo: prepárense con los caballos, porque yo voy atraer la montura. ¡Y nosotros llevamos los mejores caballos! (...) Habíaharta nieve y mucho peligro. En cierta parte había que pasar a pie, peroél no quiso desmontar. Dijo: mejor pásenme así no más, con caballo (...)Nos había dicho que no íbamos a pasar, pero nosotros conocíamosbien la pasada y él estaba muy contento cuando llegamos”.

Juan Flores, el hermano de Juvenal que en realidad se llamaFuenzalida, el arriero que estuvo a cargo de la travesía por la cordilleray le enseñó a cabalgar a Neruda, cuenta en el libro “Un camino en laselva, un paso a la libertad” (Pentagrama Editores, 2003), de RamónQuichiyao, que “mi hermano Juvenal nos acompañó en el viaje, parallevar los caballos de tiro. Recuerdo que salimos con noche de Hueinahue,nos fuimos por el cerro. Los otros salieron más tarde, en la lancha dela empresa. Allá al otro lado, entre la desembocadura del río Blanco yel cerro de Arquilhue, nos reunimos y desde ahí nos fuimos directo a lastermas de Chihuío. ¡Putas que sufrieron en la cabalgata!, con decirleque en el vado del río Curriñe casi se nos fue al agua don Antonio”.

Juan Flores relata que esa noche la pasaron en Chihuío. Losviajeros eran, además de Neruda y los hermanos Flores, los amigos delpoeta Víctor Bianchi (funcionario del Ministerio de Tierras) y Jorge Bellet(el administrador de la hacienda Hueinahue) y el arriero Juan González,“que conocía muy bien el paso de Lipela”, según describe Juan Flores.

En Chihuío se les unió el tercer Juan, de apellido Vivanco, “queera el más vivo para andar en la cordillera. Era tan vivo Vivanco, quesabía distinguir las huellas de un puma de otro puma hembra”, agregaFlores. Y continúa: “Juan Vivanco siempre fue adelante, seguía el patrón(Bellet) y el otro caballero (Bianchi), y don Antonio y yo apegado a sutranco; más atrás Juvenal con los caballos de tiro y Juan González quevigilaba a uno y otro lado. Así marchamos hasta llegar a la Argentina.¡Qué lindo viaje hicimos! Lo malo fue que don Antonio se nos quedó enSan Martín...”

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Los caballos de tiro que llevaba Juvenal eran animales “derepuesto” y tenían la misión de transportar las provisiones. RamónQuichiyao cree que Neruda no menciona en sus memorias a este arrieroporque “para la historia, para la literatura, para la parte anecdótica eramejor dejar a los tres Juanes que incorporar a un cuarto arriero que sellame Juvenal. Era más pintoresco y a favor de las coincidencias. Dehecho, hay una anécdota que cuenta Bianchi, que describe que en unmomento del viaje en que necesitaba algo, dijo 'oye Juan, pásame talcosa' y los tres Juanes se dieron vuelta en sus caballos al mismo tiempo”.

Al llegar a San Martín de Los Andes dos días después de haberiniciado la travesía, Neruda se encontró con los camaradas que debíantrasladarlo hasta Buenos Aires. Desde allí partió a Montevideo y luegoa París, donde reapareció públicamente el 25 de abril de 1949, en elPrimer Congreso por la Paz.

Juvenal Flores, en cambio, regresó a Hueinahue a respirar elolor de la madera cortada. A hacerle frente con su machete y su revólvera los camineros y bandoleros que osaban ingresar a la hacienda. Acabalgar por la montaña bajo la lluvia, la nieve o el sol. A criar a susnueve hijos.

A continuar con su vida anónima hasta que la muerte lo separede la cordillera.

Sonia Ojeda Gaete

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La historia de Sonia Ojeda Gaete está ligada estrecha-mente a Linos La Unión, la desaparecida industria quevivió su apogeo en las décadas del '60 al '80. En sumemoria quedaron grabados a fuego aquellos años enlos que trabajó en las secciones de ventas y estampado.

Con el lino en el corazón

Por José Luis Gómez Guenchor

LA UNION

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na infortunada circunstancia obligó a Sonia Ojeda Gaete (71años) a ingresar a trabajar a Linos La Unión la mañana del05 de septiembre de 1965. En ese entonces, su esposo, LuisAlberto Muñoz Brandau, se encontraba hospitalizado en

Santiago a causa de una enfermedad al pulmón, por la que tuvo queser intervenido quirúrgicamente.

“Mi marido trabajaba en la sección embalaje de Linos y vivíamosen esta casa que pertenecía a la empresa. Para tener derecho a la casatuve que empezar a trabajar... Me costó harto, porque había una personaque me hacía la guerra para quedarse con ella”, recuerda Sonia.

Lo que para algunas mujeres podía significar un castigo en esaépoca -dejar a su familia para trabajar fuera de casa-, para Sonia fueuna bendición: ese trabajo le permitió dar sustento a la familia con laque vivía en La Unión y que estaba compuesta por sus tres pequeñoshijos -un niño de cinco y dos niñas de cuatro y dos años - y su suegra,a los que se sumaron posteriormente “tres sobrinos de las mismasedades de mis hijos”.

Cómodamente arrellanada en el negro sofá del living-comedorde su casa ubicada en el pasaje Wolf von Gersdorff de la poblaciónLinos, Sonia -con un particular movimiento de cabeza que siempre hatenido y que se ha hecho más notorio con los años- rememora eseprimer día: “Ingresé a trabajar a las ocho de la mañana a la sala deventas. En esa época se acercaba la temporada de verano, en la queLinos tenía hartas ventas y el personal se hacía poco. Fue un día de sol,pero hubo un poco de neblina durante la mañana”.

Vestida con una blusa celeste y un suéter café que contrastacon su pelo cano y su rostro curtido por los años, Sonia recuerda queese día se levantó a las siete de la mañana, dejó el fuego prendido y alos niños durmiendo. Al desayuno tomó un café acompañado con dosrebanadas de pan casero cubiertas con mermelada de mosqueta.

De su casa a la empresa -que se ubica a una muy cortadistancia, en la hoy intersección de avenida Augusto Grob con calleJuan Fischer- demoró cinco minutos. Con el ímpetu de la juventud,recuerdo hoy, salió corriendo y en cuanto ingresó al trabajo todo le fuefácil.

En esos años la población Linos era diferente. La avenidaAugusto Grob no era una calle y lo único que había era un camino depiedra y una pasarela peatonal donde actualmente se ubica el puente21 de Mayo. “Lo demás eran murras por ambos lados”, asegura.

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Lo primero que hizo en el trabajo fue revisar los colores y losprecios. Y a eso de las nueve de la mañana llegaron los primeros clientes.Tuvo que ayudar a mostrarles los géneros y medir la cantidad de linoque solicitaban los clientes, muchos de ellos pudientes turistas quealababan estas nobles telas y sus peculiares diseños. Todo marchó sobre ruedas en el día de su estreno. Sólo hubo unbemol. “Me mandaron a la bodega a buscar un género verde palta,entonces yo miré un verde, pero resultó que el color que me pedían eramedio café. ¡No lo encontré nunca! -rompe en carcajadas-. Así es quetuve que preguntarle a la más antigua en la sala de ventas”. De la una a las dos de la tarde almorzó en su casa junto a suspequeños. Luego continuó trabajando hasta las siete. Con una alegríaque le inundaba el alma, al salir de la empresa vio a sus niños “que meestaban esperando paraítos (sic) en la ventana”. Esa escena se repetiríadurante todos los días a la hora en que salía del trabajo y cesaría reciéncuando sus hijos se fueron convirtiendo en unos adolescentes. Dos años permaneció en el departamento de ventas, para luegoingresar a la sección de estampado. Sonia se hizo cargo de la “cocina”,donde preparaba en baldes de 12 kilos las pastas que se utilizaban paraestampar el lino. Allí “siempre fui 'Sonia La Única', pues hasta queterminé mi trabajo, no tuve reemplazante”, cuenta. El material quepreparaba era usado por los operarios de los tres turnos, durante las 24horas en que funcionaba esta empresa en sus tiempos de máximoesplendor. “Revolvía más de cien kilos diarios de pastas durante lasocho horas en las que trabajaba”, relata. Su turno partía a las seis dela mañana y finalizaba a las dos de la tarde. Esto le acomodaba, pueslas tardes podía dedicarlas a sus hijos.

Provista de baldes, cucharones de madera, un guardapolvoceleste y una mascarilla blanca, Sonia preparaba una sustancia queincluía colorantes de un peso atómico muy alto y espesantes queayudaban a la fijación. Según explica el ex gerente de Linos, EricoOpligger Grollmus, “ella trataba de llevar a la tela los colores que sehabían obtenido en los diseños en papel”. También se preocupaba deque no hubieran descalces -que se producen cuando los colores noquedan dentro de la figura en forma exacta- en el sistema de estampadoa la leonesa que poseía Linos, y que era el más primitivo que existía poresos años.

Sonia precisa que los colorantes y los espesantes que usabaeran en polvo. El modus operandi era el siguiente: primero se preparabael “copaje”, que era una pasta blanca incolora espesa, con la cual seelaboraban los colores, dependiendo de los tonos que se queríanestampar. “Todo era cosa de gramos”, asegura. Precisamente por esoes que tenía dos pesas en su puesto de trabajo: una para los gramosy otra para los kilos. Con el tiempo, fabricó un muestrario donde especificaba, deacuerdo a los diseños a estampar, la cantidad de pasta necesaria parapreparar cada color. “Para cada diseño tenía mis recetas, con la cantidad

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para un mesón. Entonces hablábamos de una 'mesonada' o dos'mesonadas'”. Mientras detalla esto, trae dos inmensos papelógrafoselaborados sobre un papel café, que guarda en el segundo piso de sucasa. Son recuerdos de trabajos que sus nietos hicieron otrora en elcolegio, para explicar con fotos, breves textos, trozos de tela, retazosde lino hilado, semillas y plantas, todo el proceso de cultivo y elaboraciónde este exquisito producto local.

La importante labor que desempeñaba en Linos La Unión lahacía feliz y le permitió, en 1969, comprar la casa de la población Linosen la que vive actualmente, y que terminó de pagar en la década de losochenta. Las cuotas del dividendo se las descontaban por planilla. Y sibien la casa tiene el número 13, ella cree que la suerte siempre ha estadode su lado.

Claro que su vida también estuvo teñida con dolor durante susprimeros años en Linos La Unión: debido a la enfermedad que loaquejaba, su esposo jubiló por invalidez absoluta y, tras una largaagonía, falleció en 1975, cuando tenía 45 años. A Sonia, una mujer debaja estatura (mide un metro y 50 centímetros), hija de un agricultor yuna dueña de casa, y que cursó hasta segundo humanidades en elLiceo de La Unión, le correspondió desde entonces ser padre y madrepara sus hijos.

Tampoco fue fácil para Sonia la época de la Unidad Popular.Sin ambages, reconoce que nunca fue partidaria de la UP, “porque nome gustaba, había mucha prepotencia en la fábrica. Cuando se latomaron, nadie podía mirar al otro sin (decir) una mala palabra”, confiesa.

El ex gerente Erico Opligger coincide con Sonia y recuerda queel 9 de septiembre de 1973, dos días antes del golpe militar, “nosecharon a 220 (trabajadores) porque no pensábamos como los de laUP, y se equivocaron, porque todos los que no pensábamos como elloséramos los técnicos”.

Opligger narra que en 1974 las autoridades militares llamaronal accionista mayoritario de la empresa, Wolf von Gersdorff -quien habíavendido Linos a la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo)-,para que volviera a hacerse cargo de la industria. Sin embargo -deacuerdo a lo que relata el libro “La Unión desde 1792 hasta el 2007”,del cronista local Ricardo Preisler-, Von Gersdorff vendió sus accionesa la familia Grez, de Santiago. “De ahí para adelante, Linos se fue paraarriba otra vez, hasta que cerró”, dice Opligger.

POR SUS FRUTOS LA CONOCERÉIS

Actualmente, Sonia vive con su hija Doris (46 años), su yernoEnrique (51) y sus dos nietos -Nicolás, de 18, y Julio, de 20-. Su casa,al igual que las otras de la población, es pareada, tiene dos pisos y unsubterráneo, el cimiento es de concreto, el forro interior es de maderay el exterior, de tejuelas de alerce pintadas de color ladrillo en el segundo

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piso. El techo es de zinc.A la hora de describir a su madre, Doris Mariela Muñoz Ojeda

larga un profundo suspiro y confiesa de entrada: “Me voy a quedarcorta”. Y luego menciona sus cualidades: mamá completa, esforzada,trabajadora, servicial, buena esposa, hija y nuera, respetuosa, metódica,ordenada, muy limpia y sin vicios. “Siendo viuda temprana, nos sacóadelante a sus tres hijos”, subraya.

Doris trabaja en una casa de reposo que atiende a adultosmayores en Osorno. Su hermana Viviana (44) es dueña de casa en estamisma ciudad y su hermano mayor, Juan Luis (47), es inspector en laEscuela 1 de La Unión.

Doris también destaca que Sonia es una mujer sana y activa,que camina rápido y que, a su edad, sigue yendo al centro a pie, aunquele quede lejos. Y no duda en reconocer que su madre es reservada yno llora con facilidad, pues “la vida la fue endureciendo”.

Su vecina Cecilia Cristina Muñoz Uribe, quien también trabajóen Linos, coincide con Doris en que Sonia es reservada y además “eragenerosa, buena compañera y no se metía en ningún problema. En ellasiempre vi la puntualidad de llegar al trabajo y el levantarse bien temprano”.

A su turno, el yerno de Sonia, Enrique Fulnier (51), hace énfasisen que es una persona tranquila, amable, cariñosa y amante de sus hijosy nietos. “Casi nunca la he visto enojada y no llora, aunque tenga unapena muy grande”, señala.

Más allá de sus luces y sombras, lo que está claro es que Sonia-como muchos habitantes de esta ciudad- logró forjar su propio destinogracias al empuje de Linos La Unión, empresa cuyos orígenes rememorael libro “La Unión desde 1792 hasta el 2007”. La publicación de RicardoPreisler cuenta que “la Sociedad de Lino funcionó durante más de 73años. Creada por don Augusto Grob Westermeir el día 09 de noviembrede 1932, quien adquirió personalmente las máquinas hilanderas enIrlanda y Checoslovaquia. Su actividad inicial consistió en producirmateria prima, o sea, fibra de lino para mercados en Brasil y Argentina.Poseía oficinas y fábricas en Purranque, Río Negro, Casma, Llanquihuey Fresia, donde se procedía a la desfibración del lino”.

El libro cuenta que en 1941 se instaló la hilandería en La Unión,inaugurándose solemnemente el día 27 de septiembre, con la asistenciade ministros y altos funcionarios del gobierno de la época. El texto añadeque en sus momentos de auge, Linos La Unión dio trabajo a más de400 obreros y 30 empleados. Algunos unioninos discrepan con el libroy plantean que esta cantidad habría sido mayor, y ascendería a 500personas.

Independiente de la cifra, queda en evidencia que esteemprendimiento es el resultado de la colonización alemana que llegóen los albores de La Unión. Con una prodigiosa memoria, Preisler (86)explica que el pueblo creció con la llegada de los alemanes, algunos delos cuales se instalaron en 1852 en la Pampa Negrón, frente al ríoBueno. Pero como el lugar era muy improductivo y además los colonos

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sufrieron bandidaje, se trasladaron a la ciudad, donde ejercieron susoficios de carniceros, zapateros, sombrereros, comerciantes, sastresy boticarios, dando así un importante impulso a la comuna.

EN LA EDAD DORADA

Sonia recuerda con detalle un día de trabajo durante la épocadorada de Linos La Unión, en el invierno del año '67. Un día que no fuemuy diferente de otros, pero que quedó grabado en su memoria conextraordinaria nitidez.

Aquel día ingresó a las seis de la mañana y no se detuvo ensus labores hasta que terminó de preparar un color en la sección deestampado. Mientras ese color se oreaba -para poder pasar a otro-,ella y sus compañeros tomaron colación en la misma sección, en la cualhabía cuatro mesones de 36 metros de largo por dos de ancho, dondeestampaban los diseños sobre las telas de lino. La colación consistióen un pan francés con miel y un café con leche. En la sección trabajabandoce personas: un jefe, la “cocinera”, el dibujante y los estampadores.

Al llegar al trabajo, el jefe de sección le mostró los diseños yla cantidad de metros a estampar. Para saber la cantidad de coloresque debía preparar, Sonia se orientó por el libro de recetas que ellamisma había fabricado.

Ese día, como todos los de ese año, visitó la sección a lasocho en punto el gerente de la empresa, Pedro Benckel, “un alemán deun metro ochenta de estatura”, según lo describe Sonia.

- Buenas días señora, ¿cómo estamos?¿tiene problemas? -saludó a Sonia, la primera trabajadora con la que se encontraba alingresar a la sección. Tal vez fue su amabilidad lo que hizo que estemomento permaneciera imborrable en su memoria.

Esa mañana, como en otras oportunidades, ella aprovechó depedirle un anticipo a ese hombre poderoso, pero cordial. “Este gerenteme tenía harta buena”, recuerda.

También le tenía aprecio el ex gerente Erico Opligger, queguarda una muy buena impresión suya. La describe como “una mujerde mucho esfuerzo, que tenía a cargo prácticamente toda la secciónestampado, a excepción de todo lo que era la programación y obtenciónde las 'chaulonas' o marcos para estampar, que lo hacía otra personacon conocimientos más técnicos”. Asegura que durante los 25 años enque ella estuvo a su cargo, nunca debió llamarle la atención, porquehacía el trabajo con mucho agrado.

De esos años de esplendor, el ex gerente explica que Linosproducía entre cinco y seis mil metros semanales en las cuatro mesasde estampado. Opligger -quien aún conserva en su escritorio la ruecaque aparece en la conocida imagen corporativa de Linos- agrega queesta industria llegó a exportar 60 toneladas de hilado anuales. Asimismo,cuenta que esta empresa vendió sus productos en Chile y los exportó

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a Brasil, Alemania, Bélgica, Francia, Polonia, Hungría y Japón.Este técnico textil e ingeniero en ejecución textil explica que

el proceso de fabricación del lino comienza con el cultivo de esta planta,cuyo nombre científico es Linum usitatissimum, que posee flores celesteso blancas y puede llegar a medir un metro y 20 centímetros de alto.

Es sabido que después de tantos años de próspero desarrollo,Linos se convirtió en una industria asociada íntimamente a La Unión,ciudad que fue bautizada así -según indica Ricardo Preisler-, por elencuentro entre los ríos Llollelhue y Radimadi. De acuerdo al libro delcronista, el 9 de diciembre de 1890 se le confiere a La Unión el título deciudad.

El desarrollo de La Unión ha estado ligado, además de a LinosLa Unión, a varias otras empresas, de las cuales algunas handesaparecido. El auge industrial que experimentó esta ciudad se debeen gran parte a sus molinos (Grob, Hoppe y Zarges), a la industria láctea(COLUN), al banco Osorno y La Unión, las minas de carbón de Catamutún,barracas, maestranzas, fábricas de cerveza y alcohol de trigo húmedo,curtiembres, un desaparecido ferrocarril y el puerto de Trumao. Surelación con el trabajo llega a ser tan estrecha que el molino Grob -hoyen manos de Carozzi- mantiene la tradición de hacer ulular una sirenatodos los días a las siete de la mañana.

LA HORA DEL ADIÓS

Cuando en el año 2004 los dueños de Linos La Unión volvierona colocar a un gerente argentino -cuyo nombre y apellido Sonia prefiereno recordar- al mando de la empresa, ella tuvo un presentimiento: “Ésteviene a cerrar Linos otra vez”. Al volver a verlo, casi se lo dice en la cara,pero se contuvo. La ex funcionaria explica que fue este mismo ejecutivoel que cerró por primera vez la fábrica, en 1998. De él guarda los peoresrecuerdos. Cuando habla de él, lo hace vagamente y con desprecio,destacando su prepotencia y su falta de conocimientos.

Al reasumir sus funciones este gerente, Sonia, que en 1999había sido recontratada por media jornada al reabrirse la fábrica, supoque las cosas no irían bien para ella. Su temor se materializó en octubrede ese año, un día en que estaba en la sala de corte y la mandaron abuscar de gerencia, junto con otras tres mujeres.

- Señora Sonia, ya no va a haber más trabajo, necesito que mefirme aquí -le dijo el gerente argentino.

- Claro, ningún problema -le respondió Sonia mientras firmabasu finiquito, en el que se especificaba el dinero que recibiría, en cuotas,por sus últimos cinco años de servicio. En ese minuto, no se imaginóque éste sería el último adiós y la debacle definitiva de Linos.El cierre definitivo de la empresa se produjo el martes 15 de marzo de2005. La decisión fue tomada por la familia Grez Moura, dueños de lafábrica desde mediados de los años 90, quienes se hicieron cargo delnegocio luego del cierre temporal (entre 1995 y 1997) de la entonces

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Textil Austral. A mediados de diciembre de 2005 se efectuó el rematede las máquinas agrícolas utilizadas para la producción de lino, así comolas de hilandería, tejeduría y tintorería, y de las marcas Textil Austral yLinos La Unión.

Pero Sonia no se quedó durmiendo en los laureles tras sudespido. Ya en 1998 había participado, junto con otros funcionarios ycon la ayuda del ex senador Gabriel Valdés, en la creación de unamicroempresa de estampados de lino que nació en 1998 y funcionóhasta hace un año atrás.

Actualmente -marzo de 2008- sólo se dedica a las tareaspropias de su hogar: hacer fuego, cocinar, lavar y planchar. Y tambiénaprovecha de viajar gracias a una programa de su caja de compensación.

Mientras tanto, las ex dependencias de Linos se encuentrandivididas por un muro que separa a sus dos propietarios: COLUN -queposee la sección estampado, que está a punto de ser demolida- yCarozzi -que es dueña de gran parte de estas edificaciones que seubican en la zona aledaña al molino Grob-. Estos edificios están vacíos,sin maquinarias, sin luz eléctrica. En las amplias, oscuras y polvorientassalas sólo se escuchan los ecos de quienes ingresan, al tiempo que seven en los cielos rasos algunos cables y tubos fluorescentes a puntode caer. Por fuera se observa la particular arquitectura de estos edificios,además de algunos letreros que indican el nombre de las secciones.

Sonia no había ingresado a estas dependencias desde el 2004.Hoy lo hace, y aunque se emociona un poco al visitar la fábrica, semantiene firme y no llora. Quizá intuye que aunque la gente olvide loque ella hizo alguna vez con tanta pasión, igualmente su legado deesfuerzo quedará.

De hecho, su nieto mayor, Julio Enrique Fulnier Muñoz (20),que vive con ella, saca algunas lecciones de su esforzada historia: “Unono necesita de otra persona para seguir adelante, uno se las puedebarajar solo. Y por mayor sufrimiento que uno tenga, siempre hay quehacer la vista gorda y tratar de surgir, salir del hoyo”.

Fulnier Muñoz egresó en marzo de 2008 del Servicio Militar enel Regimiento de Artillería Nº2 Maturana, de La Unión. Sus planes parael futuro son trabajar y al mismo tiempo postular a la Escuela deCarabineros, o a Gendarmería, o bien dar la Prueba de SelecciónUniversitar ia para ingresar a la carrera de Agronomía.

Así, los hijos y nietos de Linos La Unión comienzan a emprendernuevos horizontes, mientras la ciudad sigue su rumbo, ahora comocapital de la provincia del Ranco.

Y aunque el tiempo pase y aparezcan nuevas y pujantesempresas en La Unión, Sonia siempre llevará en el corazón a Linos,una marca grabada a fuego en la memoria colectiva del sur de Chile.

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EGIDIO DUATH CATRILAF - PANGUIPULLI

Socialista y jefe de predio del fundo Neltume al momentodel golpe militar, las torturas que sufrió no lograron borrarsu amor por el Ejército. Allí aprendió lecciones “cruciales”mientras hizo el servicio militar, como buscarse a unaesposa profesora.

El campesino queestrechó la mano deAllende y Pinochet

Por Daniel Carrillo Monsálvez

PANGUIPULLI

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a pose de Egidio Duath desentona. Su sonrisa ingenua y lasmanos a la cadera le dan un aire de niño en travesura quecontrasta con la impronta marcial de su boina negra, su camisaarremangada a lo Che Guevara y sus botas de factura militar.

No mira hacia la cámara. Tiene los ojos perdidos en alguien oalgo que pasa, pero se ve contento. Alegre de haber recorrido porprimera vez los casi 900 kilómetros que separan Santiago de laprecordillera de Panguipulli, de donde sólo se había movido para hacer,gustoso, el Servicio Militar. Esto, en Valdivia y Punta Arenas.

Y es que, en el fondo, el destino lo puso ahí y él no hizo másque colocar su mejor cara. Una constante que se repetirá a lo largo desu vida, a ratos con vientos muy contrarios, que harán incluso chocarla ingenuidad bonachona de su rostro con el índice acusador de latraición.

Volviendo a la fotografía, que atesora con romanticismo, se vea su espalda uno de los coloridos tapices populares que adornaban lasparedes del llamado Edificio UNCTAD III. La imponente estructura -rebautizada como Diego Portales en diciembre del 73-, estaba reciénterminada para acoger a los asistentes a la Tercera Conferencia de lasNaciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, realizada en la capitalen septiembre de 1972.

Como delegado de la región y representante del ComplejoMaderero y Forestal Panguipulli, escuchó con emoción las palabras deSalvador Allende y sintió fortalecido su compromiso político.

“Entré como militante al Partido Socialista durante los primerosmeses de 1972. Me llamó la atención que siempre se hablaba muchode la sociedad, que el trabajador tenía que defender sus derechos ypara eso tenían que estar organizados, y como sindicatos y partidospodían tener fuerza para hacer sus reclamos ante los patrones y lasautoridades. Si es socialismo es bueno, dije, pensando entre mí, porquenunca va haber nadie más grande que el otro, todo va a ser equitativo”.La figura del líder de la Unidad Popular (UP) no era nueva para estejoven de 24 años, criado en el monte y que poco tiempo antes habíasido elegido jefe de predio del Fundo Neltume, uno de los más importantesdel Complejo Forestal, llegando a tener a su cargo a cerca de 700personas.

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Allí le había correspondido recibir ese mismo año al “compañeroPresidente” en la que fue su primera visita a la zona de Panguipulli -como recuerda Egidio-, en donde bullía por aquellos días uno de losexperimentos económico-sociales más recordados de la llamadarevolución “con vino tinto y empanadas”, impulsada por la UP.

Según rememora, Allende fue invitado por los trabajadoresmadereros y a él le tocó acompañarlo como parte de su escolta.

“Fue bonita la experiencia que he pasado, a pesar de que mecrié en la montaña. Por eso yo a cualquier joven le digo que no se sientanunca humillado, si no ha estudiado no importa, le digo que trate desalir adelante, de superarse, uno no debe quedarse. Yo estudié hastasexto de Preparatoria, he pasado por tantas cosas, tantos cargos, hetenido plata, no he tenido plata también, he pasado por situaciones biendifíciles y he sabido enfrentarlas”, reflexiona.

Así, campesinas y acostumbradas al frío de los bosques, susmanos estrecharon las de la más alta autoridad del país, algo que serepetiría unos años más tarde, en un contexto distinto, con el generalAugusto Pinochet. Sin embargo, producto de las torturas recibidas trasla caída de la UP, las palmas de Egidio ya no volverían a ser las mismasque saludaron a Allende.

LECCIONES

Como el mayor de siete hermanos, Esteban Egidio Duath Catrilafsiempre supo cómo rebuscárselas.

Nació el 2 de septiembre de 1948 en un hogar campesino delFundo Punir, en la comuna de Panguipulli. Se crió en lago Neltume y en1961 se trasladó con su familia al sector cordillerano de Remeco, dondesu padre era capataz de montaña. Tenía a cargo unos 30 obreros a losque su hijo no tardó mucho en unirse, dejando de lado sus estudiosapenas al sexto año.

El trabajo era duro, ya que consistía en hacer caminos para eltraslado de la madera. “Se traían los rollizos de raulí con un carromaderero o con tres o cuatro yuntas de bueyes”, precisa.

Pero el adolescente, criado con pancutras, concones, catutosy trigo mote, resistía sin demasiadas complicaciones a la rudeza de lafaena.

Además, ante cualquier dolencia, su madre tenía a mano todoel botiquín de la naturaleza panguipullense, con el matico para sanar lasheridas, el palo santo para los machucones, la triaca para bajar la fiebrey, con la infalibilidad de lo etéreo, el canelo y la nalca para espantar losmalos espíritus.

A los 17 años Egidio entró a trabajar en la fábrica de puertasy ventanas de Neltume y posteriormente le correspondió hacer el ServicioMilitar, su verdadera escuela de la vida, de la cual recordó enseñanzascruciales para los momentos más difíciles.

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“Me tocó en Valdivia y posteriormente en Punta Arenas. Deallá volví con otra mentalidad, con otra formación. Me sirvió muchocomo campesino, porque se sabe que el que vive en la montaña estáaislado de las comunicaciones, está aislado del país y el resto del mundo,yo no estaba enterado de nada. No teníamos ni radio”.

Una de las lecciones que primero aplicó fue la de “buscar unamujer que fuera más que él”. Le bastó dejar colgada en el salón de sucasa una foto suya con uniforme de conscripto para conseguirlo.

Mientras él trabajaba en la fábrica de Neltume, sus padresofrecían pensión en su vivienda de Remeco. Por esos días llegó a vivircon ellos una joven profesora llamada Eliana María Sepúlveda, la terceramaestra que pasaba por ahí y, finalmente para el primogénito, la vencida.

“Siempre digo que me enamoré de la foto. Egidio llegaba losdomingos a visitar a sus papás. Era muy joven, simpático, muy buenopara conquistar a las mujeres. Él estaba esperando a la profesora quellegara, porque habían venido dos antes que yo y no le habían gustado,según lo que me contaba mi suegra”.

Así las cosas, el pololeo fue rápido y se casaron en julio de1972 en Chol Chol, Provincia de Cautín, en La Araucanía, donde residíala familia de la novia.

Fue un casamiento mapuche y la vaquilla entregada por Egidioestaba preñada, hecho que fue celebrado como señal de buena fortunay anuncio de que el primer hijo de la pareja sería varón.

Aquel presagio se cumplió al año siguiente y tuvo por nombreÁlex. Respecto al primer vaticinio -el de la suerte-, el joven matrimonioalimentaría grandes dudas, sobre todo durante los meses grises deangustia que golpearon con violencia a su hogar y a la localidad completa.

COMPLEJA VIDA

Antes de 1970, ser obrero en Neltume significaba vivir en unaapremiante lucha por la subsistencia. Las condiciones de vida eranprecarias, como las propias viviendas que, según testimonios de laépoca, eran fabricadas con los desechos de las industrias forestalesque operaban en la localidad.

Casi encarcelados entre la dureza del clima y la subordinaciónabsoluta a los terratenientes, en medio de un entramado donde laautoridad civil y también Carabineros actuaban bajo la venia de lospatrones, intentar alzar la voz para los obreros era muy similar a unsuicidio.

“Antes del Complejo Maderero los patrones tenían un camiónllamado El Número Nueve, que era el terror de los trabajadores. Estabaa disposición de los grandes empresarios y si un trabajador reclamabasus derechos era expulsado, lo echaban de Neltume a bordo de esecamión y lo dejaban botado en la playa de Choshuenco. Cuando estosobreros reclamaban su sueldo, les decían El Nueve está disponible,

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como símbolo de prepotencia”, cuenta Juan Vásquez, concejal porPanguipulli, quien trabajó en el complejo.

Un quiebre en esta historia lo marcó la huelga de 48 horasrealizada en noviembre de 1969 por el Sindicato de Trabajadores deNeltume, integrado por alrededor de 650 socios.

Tras ella se lograron mejoras salariales y la entrega de bonos,pero lo más significativo fue que cimentó el camino para que seprofundizara una seguidilla de tomas de predios, con el apoyo de cuadroscampesinos y mapuches del Movimiento de Izquierda Revolucionaria(Mir), liderados por el mítico estudiante de Agronomía de la UniversidadAustral, José Gregorio Liendo, más conocido como el “ComandantePepe”.

El universitario, que cursó hasta el tercer año de su carrera,siendo compañero de jóvenes que llegaron a ser académicos de laUACh, como Luigi Ciampi y Peter Seeman, se convirtió en un íconoquerido por los habitantes de la montaña. Y a pesar de su apelativomilitar y los seis meses de entrenamiento que tuvo en Cuba, no serecuerda que haya participado en enfrentamientos durante lasinnumerables tomas que protagonizó, a diferencia, por ejemplo, de loocurrido más al sur, como en Llanquihue. Esto se explicaría principalmente porque se trataba de terrenos forestales cordilleranos, habitados casitodos sólo por sus cuidadores, que rápidamente se plegaban a lasocupaciones.

“Me tocó participar en la toma del Fundo Neltume.Posteriormente los propios trabajadores tuvieron que elegir una personaque lo administrara. Yo era el tercer candidato, el más joven, teníaapenas 22 años, pero había madurado temprano gracias al trabajo conmi padre”, recuerda Egidio, quien se impuso por 400 votos contra 300.En cuanto a la figura del “Comandante Pepe”, con quien compartió decerca, asegura que no fue un guerrillero, sino que un muchacho idealista,con quien casi tenía la misma edad.

Finalmente, en octubre de 1971, los predios tomados pasarona formar el Complejo Maderero y Forestal Panguipulli, empresa estataladministrada entre los trabajadores y CORFO. Ésta llegó a abarcar másde 400 mil hectáreas y unos 3.600 trabajadores a lo largo de la precordilleravaldiviana, extendiéndose por seis comunas de la actual Región de LosRíos. Con una administración de corte colectivista, para los marxistasque seguían de cerca el proceso en esa época, la nueva sociedadcondenaba inexorablemente al desuso las palabras “patrón” y“explotación”.

Más allá de la actividad política, Egidio ya en ese tiempo eraconocido por su entusiasmo como segundo comandante de la DefensaCivil y también como bombero, aunque eran más las ganas que elconocimiento que tenía para hacerse cargo, prácticamente asumiendocomo gerente, de la producción de Neltume.

“Algunas cosas las sabía, pero al final fue la propia gente, loscapataces y los trabajadores los que me enseñaron cómo se hacía el

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terciado, las puertas, las ventanas, cómo se manejaba un taller mecánicoy con cuánta gente había que contar para no sobrepasarse”.

Según señala el edil Vásquez, Egidio “hacía lo que podía yayudó a mucha gente durante el gobierno de la UP, por ejemplo,disparaba vales de reparación de casas como cualquier persona quequería que su prójimo viviera mejor”.

Sin embargo, a pesar de estar en una situación que podríadenominarse privilegiada, su esposa recuerda que el ejercicio de esealto cargo fue duro y tuvo altos costos desde el punto de vista familiar.“Mucha gente se le vino encima, lo criticaban, fue una época muy difícilcomo familia y también en nuestra relación de pareja. Pasaba muchotiempo dedicado a su trabajo y a la política más que nada, vivía muchoen reuniones y yo estaba sola, lo esperaba con la comida servida y seechaba a perder si no llegaba”.

DE SOCIALISTA LE QUEDÓ UN VINILO

La fotografía de Egidio vestido a lo Che Guevara -o, si se quiere,a lo “Comandante Pepe”-, sonriente y con las manos en la cintura, nofue la única que quedó de recuerdo de aquella histórica conferencia dela UNCTAD.

Así lo sabría él y varios neltuminos un año más tarde, cuandolos militares llegaron preguntando por Esteban Duath con una imagenen la que su cabeza aparecía enmarcada por un círculo negro.

“El día del Golpe estábamos trabajando, tirábamos líneas deteléfono desde Choshuenco a Neltume. A mí me agarraron en el crucedel lago Neltume, ya antes habían pasado a mi casa. Me llevaron aChoshuenco”, recuerda.

En esa ocasión estuvo detenido tres días. “La primera nocheescuché en la radio de los Carabineros que hablaban de la captura deun dirigente, que era yo, y que en la frontera estaba el ComandantePepe fuertemente armado llamando a más jóvenes para atrincherarsey enfrentar a los militares. Eso era totalmente falso. Además, pedían unavión para bombardear Neltume. Como a las tres de la mañana de esamisma noche escuché unos balazos y gritos a orillas del lago enChoshuenco. No supe bien a cuántos mataron”.

Adolorido, sin los cordones de sus zapatos y con una mantade castilla y un pequeño bolso de ropa, Egidio fue dejado en libertaden las afueras del retén cerca de las once de la noche. En esas condicionesdebía recorrer los 15 kilómetros que lo separaban de su casa.De inmediato, acordándose de lo que había aprendido de sus superiorescomo conscripto, tuvo la convicción de que le esperaba una emboscada,ya que a la medianoche lo iba a encontrar el toque de queda, con locual su sentencia de muerte quedaba firmada.

Sin otra opción, caminó apegado a la orilla del camino y muyatento a cualquier luz o movimiento. Cuando veía algún vehículo acercarse,

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se lanzaba hacia un costado con la manta y se quedaba tendido, muyquieto, echando mano nuevamente a lo que le enseñaron en el regimiento.

A duras penas, cerca de las tres de la madrugada, el reciénliberado llegó a casa. Halló a su esposa avivando el fuego de la chimeneacon libros y documentación política, como el volumen de registro de losmilitantes del PS en Neltume y algunos carnés de afiliados. Tras estapurga forzada, Egidio aún no se logra explicar cómo se salvó, entrediarios y trastos viejos, su preciado vinilo de las Juventudes Socialistas,que todavía se escucha.

RECLUTA AGRADECIDO

Según indica Egidio, a él ya le habían contado lo que vendría,mucho antes del 11 de septiembre de 1973, pero nunca pensó en tomaralgún tipo de resguardo. Dice que un antiguo subgerente -“un amigomuy leal”-, hermano del entonces coronel Julio Canessa, cuyas tropassitiaron La Moneda, le confidenció lo que se estaba urdiendo y cómoterminaría el sueño -o la pesadilla, como se mire- de la vía chilena alsocialismo.

A pesar de su grado de compromiso político y el importantepuesto que ostentaba dentro de la organización del Complejo -que seríasatanizado luego por la dictadura- Egidio sostiene que no tenía grandestemores, ya que “nunca había hecho nada malo” y fue uno de los queno apoyó el intento de asalto al retén, enfrentamiento sin bajas ni heridos,pero por el cual fue fusilado Liendo junto a otras 11 personas.Además, como le gusta enfatizar, “si bien yo era de izquierda, conversabacon todos, con los Patria y Libertad, con los de derecha. No soy de esosfanáticos, tengo mi color político, pero al otro también se lo respeto”.

A lo anterior, Egidio sumaba la buena relación que manteníacon los Carabineros de la zona.

No obstante todo esto, los comandos del Ejército de Chile, éseal que aún le guarda gratitud eterna en su corazón de montañés, notuvieron miramientos con este agradecido ex recluta.

“Golpeaban con los fusiles por la espalda, quedé complicadode la columna y los riñones. A uno lo maltrataban mucho, tambiénsicológicamente. Me daban golpes y patadas, quedé con secuelas enlos testículos, igual me pusieron corriente en la mano”, reconoce, sinquerer ahondar más en los castigos.

“Cada vez que pasaba alguna cosa o encontraban a alguienen la cordillera a él lo tomaban preso generalmente junto a otras cincopersonas. Cada cosa que pasaba y los llevaban los boinas negras a uncalabozo donde los torturaban. Se veían verdes, con rabia, con muchodolor”, agrega su esposa.

Apenas alcanzaba a recuperarse un poco de los maltratos,tomando agua de cáscaras de palo santo, para que le “corrieran” losmachucones, cuando sentía los bruscos frenazos de los jeeps militares

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afuera de su casa, generalmente pasada la medianoche. De ahí, aapurarse en abrir la puerta, mientras por la ventana se alcanzaba adistinguir el brillo de los cañones, amenazantes.

Esta rutina del terror duró cerca de tres años. “Preguntaban sivenía gente de la cordillera, si los alimentábamos. Se dejaban caer entrela una y las cuatro de la mañana, revisaban debajo del catre. Yo no teníaidea de nada y si hubiera sabido tampoco habría estado diciendo. Porser jefe de predio pensaban que manejaba información, que sabía detodos, por eso me dieron duro, pero como yo estaba preparadomilitarmente me salvé. A uno le enseñan cómo lo torturan. Lo que meenseñaron a mí era lo que me estaban preguntando y aunque hubiesesabido no iba a decir, porque o sino para ellos hubiera sido cómplice”.

A pesar de todos los golpes, Egidio decidió no moverse deNeltume, incluso desoyendo los deseos de su esposa, quien sí reconocehaber odiado por muchos años a los militares. “Yo estaba embarazada,esperando a mi segunda hija en ese tiempo (...) Hubo tanto abuso congente humilde, trabajadora, que no tenía nada que ver (...) Pero Egidio siempre habló bien del Ejército, porque en él tuvo las mejores leccionespara su vida”.

Cuando los castigos físicos cesaron, fue el turno de lashumillaciones.La familia fue sacada de la casa patronal que ocupaba hacia una precariavivienda que, como había permanecido por años sin moradores, estaballena de chinches. El ex jefe de predio, en tanto, siguió trabajando enla forestal, de nuevo en manos privadas, ahora como cobrador de lamicro de la empresa.

“Era para reírse de él, pero siempre dijo que aunque lo mandarana sacar el pichí lo iba a hacer, no se iba a ir de Neltume. Mi esposonunca dejó de hacer el trabajo que le mandaran”.

Lo dicho por su señora lo confirmó años más tardeinapelablemente, mientras se desempeñaba como técnico eléctrico dela maderera Emasa y un suboficial le solicitó una “paleteada” que aúnno se olvida en Neltume. “Venía Pinochet y me pidió que los sacara delpaso, como locutor del acto que había en la escuela”.

“Nadie lo quería recibir y él lo hizo muy bien, porque sabía todoel protocolo de las autoridades del Ejército”, agrega su mujer.Como el propio Egidio reconoce, después de eso muchos comenzarona pensar que se había “dado vuelta para el lado de los milicos”, algoque a la larga cree que hasta pudo haberle pesado para no recibir losbeneficios de la Comisión Valech, como torturado político. Eso sí,anteriormente, para no perjudicar a un hijo adoptivo que abrazó la carrerade las armas, él mismo desistió de hacer sus trámites para acceder areparaciones como exonerado político.

“No había nada que hacer, siendo funcionario no me podíanegar. Pero yo siempre fui un opositor, uno de los primeros en trabajaracá en la campaña del No. Si en mi casa fueron las primeras reunionespolíticas, con Gabriel Valdés, que llamó a levantar las barreras”, asegura,

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enfatizando que buscó a sus ex compañeros del PS poco antes del 80,“pero no querían más guerra”.

Por lo mismo, sostiene, derivó hacia la Democracia Cristianay, tras el plebiscito, trabajó por la candidatura de Patricio Aylwin paraPresidente y de Andrés Sandoval para alcalde de Panguipulli. Instaladoen el municipio, el edil falangista lo nombró delegado municipal enNeltume, uno de los tantos cargos que el ex jefe de predio ha ocupadodurante su vida. Entre ellos dirigente vecinal, de centro de padres, delcomité de agua potable, del club deportivo Asoden, labores por lascuales en febrero recibió un reconocimiento a su trayectoria. Esto,además de otros premios y la medalla por sus 25 años como bombero.

En los 80 tuvo el primer teléfono público del sector y aún trabajaen su centro de llamados. Pero lo que le quita el sueño ahora es su localde comidas típicas, que espera tener abierto ya este verano (2009), conel aporte de un Capital Semilla de Sercotec. Su carta incluirá churrascode jabalí, huevos de campo, sopaipillas, empanadas, catutos con mielde ulmo, mudai y jugo de ciruela y manzana.

Para concretar su proyecto trabaja a puro ñeque, habilitandoél mismo las instalaciones de madera rústica.

Y es que como primogénito de una familia de Remeco, Egidiode verdad ha sabido rebuscárselas en la vida.

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Una familia de hombres fanáticos del fútbol y mujeresque los soportan con los dientes apretados, es un lugarcomún. Distinto es cuando los hilos que unen el cuerodel balón son tan fuertes como para unir al protagonistade esta historia, a sus hijos, sus padres y sus cuñadosen torno a un club amateur. Todo, mientras la pelota gira.

Vitoco corazón de balón

Por Nicolás Gutiérrez Obreque

PAILLACO

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icar rápido, explotar, tragar aire sin atorarse y llegar a la líneay arreglárselas para golpear el balón sin detenerse, sin pararun segundo para no demorar en enviarlo al corazón del áreay que el centrodelantero haga lo que le corresponde. Y después,

retroceder, volver a la mitad de la cancha - o un poco más adelante-con un trote lento pero ágil, calmado pero con ímpetu y sin que se noteel desgaste, que no parezca que correr de pronto unos pocos metrosva provocando con los años un cansancio cada vez más difícil de superaren pocos instantes.

En sus 71 años de vida, Vitoco ha luchado contra la línea defondo y la del costado. Le ha sobrado y le ha faltado fuelle para correrpor la orilla de canchas que, por mucho que estén en el sur, rara vezlucen el verde pasto que cunde en los predios cercanos. Con suerte,los estoperoles de los zapatos logran enterrarse en un sector de lacancha en que lo más parecido al pasto son algunas ortigas. Y consuerte, va a lograr sacar el centro si el barro de la esquina es benevolentecon él. Y si es que no resbala en esa esquina fangosa y la tarde estáiluminada para él, llegará a marcarlo un rival de aquellos más parecidosa un matón con camiseta y short que se habrá lanzado en tacle deslizantecuando él ya ha enganchado hacia afuera, ha alzado la vista y entregadoun pase elegante que termina en gol y que saca aplausos de laconcurrencia dedicados a él, al de la camiseta siete, al puntero derechoTuvo tardes de gloria y de las otras. Tuvo que guardar la plata del club,comprar las camisetas, prestar chuteadores, luchar contra los años ylos kilos de más; hubo días de asados post partido, de copas, de muchascopas y de tener que vivir las peripecias y los relegamientos del amante.

Víctor Barriga fue un futbolista amateur que le sacó brillo aladjetivo -“amateur”-, cuya traducción al castellano (“amante”) sueletener una connotación pasional y marginal, clandestino en su actuar.Digamos, una acepción bien resumida en el concepto del “patas negras”.

Y ese “patas negras” pasional, marginal y clandestino no estálejos del que pasa sus horas en canchas incrustadas en descampados.Es también pasional, porque el correr de la pelota suele desatarimpensados impulsos, y es además marginal y clandestino, al estilo“patas negras”, porque el jugador amateur siempre será el segundón,

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el busquilla y el impetuoso que verá de lejos y por televisión cómo otros,los profesionales (los que se dicen y los que lo son), llenan sus billeterasjugando en latitudes lejanas, pisan el césped con zapatos nuevos cadados o tres partidos y se sacan la camiseta - de tela suave y de marcaconocida - tras marcar un gol para mostrar al público que ruge, sunombre estampado arriba del número.

“Hasta que me aburrí”, dice Vitoco sin perder la sonrisa. Ydescribe su aburrimiento con mucha menos cursilería que con la queestán escritos los párrafos anteriores a éste. “Jugué hasta los 45 años,y de ahí no me gustó jugar más, porque a veces salía muy cabreado:algunos corríamos más y otros no se sacrificaban”. A esas alturas -mediados de los ´80 - actuaba por la categoría Senior del DeportivoEscuela Superior, el club que su padre ayudó a fundar, y del cual Víctorademás de ser mediocampista, era el tesorero.

SAQUE DE META

Paillaco se erige a un costado de dos carreteras como unpequeño y cuidado arbusto que no deja advertir sus espinas a primeravista. Desde la Ruta 5 se ve tranquilo, taciturno. Tal como lo ven lospasajeros de los autos que transitan por los caminos aledaños, que sóloven el pueblo al pasar, el pueblo los ve fluir a ellos y parece guardarpara sí los secretos de todo lo que ha logrado registrar.

Mientras sus 30 mil habitantes mantienen ciertas esperanzasde que la nueva región traiga consigo algún remezón positivo para laciudad, sus calles siguen cargando con el peso de estar tan cerca deValdivia, pero que su comuna continúe relegada como un pequeñosatélite de la ciudad mayor.

Víctor Barriga Jara, Vitoco, siempre fue fácilmente reconocibleen el pueblo. Primero fue “el hijo del carabinero”, cuando su padre inicióesa carrera en Paillaco. Luego de deambular junto con su familia portoda la región, pues su padre prestó servicios en varias comunas, a los17 años regresó a su natal Paillaco para ser el “hijo del dueño de lafuneraria”, negocio en el que Carlos Segundo Barriga decidió ganarsela vida cuando se retiró de Carabineros.

A los veinte años, Vitoco fue ayudante de su padre en el oficiofunerario, al tiempo en que se hacía de amigos y recuperaba los lazosperdidos en sus años de ausencia, matando las tardes de fin de semanajugando al fútbol. Gracias a este deporte conoció -aunque varios añosdespués- a su esposa, Ana María Kunstmann, quien era la hermana detres de sus compañeros del Deportivo Escuela Superior. Con ella seinstaló a vivir en la misma manzana en que vivían su padre, sus tíos ymás tarde sus cuñados, entre las calles Rodríguez y Bilbao.

Y como ser jugador y dirigente ad honorem de un club de fútbolamateur no son actividades que sirvan para parar la olla, cuando secasó su sustento familiar pasó a ser el punto de encuentro de otros

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jugadores aficionados, y aficionados también a otras jugadas: la botilleríadel centro del pueblo, denominada sin más aspavientos que “Depósitode Vinos y Licores”.

De su infancia, lo que más recuerda Vitoco fue la gran cantidadde veces que se mudó de ciudad. “Como mi papá fue carabinero, porsu trabajo recorrimos varias partes, siempre cambiándome de escuela.Lo que más duramos en un solo lugar fueron dos años, que fue en SanJosé, cuando yo ya era grande y estaba estudiando en Valdivia. Élempezó aquí mismo, en Paillaco, de ahí estuvo en Catamutún, de ahíse fue a La Unión, de La Unión a Río Bueno, de Río Bueno a Cruceros.Después nos fuimos a Los Lagos; cuando ascendió a sargento lomandaron a Osorno, donde quedó como agregado, porque la familiase quedó en Los Lagos. En esos tiempos (años 40), como la economíaestaba mala, el gobierno no tuvo plata para llevarnos a todos para allá.Al poco tiempo se devolvió a Los Lagos con nosotros”. Todos esossaltos y movimientos se sucedieron en poco más de diez años.

Carlos Segundo Barriga y Nimia Jara Barra peregrinaron esadécada junto a sus hijos Olga, Víctor, Lucía y Hugo, nacidos en eseorden. Víctor, que nació en 1937, dejó los estudios 16 años después,tras cursar el 2° año de humanidades y estudiar cuatro años en Valdivia,en el Liceo de Hombres.

Fue en 1944 cuando Carlos, el padre de Víctor, se involucrócircunstancialmente en un hecho que no revistió mayor trascendenciaen esos días, pero que cambiaría sus tardes -y, por ende, también lasde sus hijos y nietos- cuando diez años después regresó a radicarsedefinitivamente al pueblo. Una tarde de 1944, en la plaza de Paillaco,Carlos se reunió con su gran amigo Arcadio Latorre, además de CésarVillanueva y Manuel Toro. Para entonces, en la liga local jugaban sólocuatro equipos, por lo que Latorre, dispuesto a hacer historia, propusocrear un nuevo club, ligado a la escuela básica hoy llamada OlegarioMorales, en la que él trabajaba. El club fue bautizado con el nombreque por ese entonces llevaba el establecimiento educacional: DeportivoEscuela Superior.

Al equipo, jugadores no le faltaron. Alumnos y ex alumnos dela escuela se integraron. Pero los continuos cambios de ciudad hicieronque Carlos Segundo y sus hijos estuvieran ausentes de esa primeraparte de la historia del club que él mismo fundó. Es más: en supreadolescencia, Víctor destinó sus fines de semana y sus vacacionespara viajar a su ciudad natal a representar a Paillaco Atlético, el primerclub en el que se inscribió y con el que incluso alcanzó a enfrentar aEscuela Superior. Hasta que una coincidencia lo vistió de camiseta rojay pantalón azul, colores tradicionales del Escuela.

“Cuando me fui a hacer el servicio militar a Valdivia, venía hartomenos a Paillaco, así es que me inscribí en el Ferroviario de Valdivia.Después volví a vivir acá, pero como mi pase quedó en Valdivia, PaillacoAtlético tenía que pedirlo. No lo hicieron nunca y del Escuela me ofrecieronpedirlo, así es que como les llegó, me puse a jugar enseguida por ellos”,

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cuenta Vitoco sobre cómo el destino lo unió al equipo fundado por supadre.

FUERA DE JUEGO

Luego de hacer el servicio militar en el Regimiento Caupolicán,en Valdivia, Víctor postuló a Carabineros, “pero no quedé por el porte”.Luego intentó ingresar a la Armada, pero tampoco tuvo éxito: “Me fuia la casa de un tío en Puerto Montt para ver si podía entrar en la guardiamarina, pero habían cerrado recién las contrataciones”. Estaba escritoque el único uniforme que llegaría a vestir de adulto, sería el del equipode fútbol del Deportivo Escuela Superior.

Fue entonces cuando comenzó a trabajar con su padre en elnegocio funerario, hasta que un día, cuando tenía 25 años, su espírituaventurero le exigió independencia. Partió entonces a ComodoroRivadavia, en el sur de Argentina, donde trabajó dos años como obreroen la empresa Cime, fabricante de salas de bombas para la extraccióndel petróleo.

“Estuve primero en Caleta Olivia, llegué allá justo para el mundialdel ´62. Trabajé con un buzo que ponía muertos en las cañerías que ibanal mar, mientras nosotros le dábamos aire. Éramos varios en uncampamento, pero un solo argentino y todo el resto chilenos. Mire estafoto donde salimos maltratándonos”, dice, mientras extiende su brazoy muestra una imagen en que media docena de comensales posan juntoa un apetecible asado de cordero, que aún no ha sido tocado.

“En ese tiempo, mi mamá también estaba en Argentina, peroen Tandil, en el norte. Los dos eran paillaquinos y no se conocían. Mistíos aún no los habían presentado”, irrumpe Carlos Barriga Kunstmann,el segundo de los cuatro hijos de Víctor. Con 33 años, parece haberguardado con esmero todo recuerdo de su infancia, incluidas las historiascontadas por sus familiares mayores. Actúa como “pepe grillo” de supadre, y se encarga de estimular su relato, ya que un problema deaudición deja a Víctor, a ratos, fuera de las conversaciones.

Vitoco se casó a la misma edad que hoy tiene su hijo. Unasoltería larga para esa época, en la que casi todos se casaban bastantemás jóvenes. “¡Para qué te voy a contar de aquellos años!”, remata sinentrar en detalles de cómo fue esa vida sin pareja ni hijos.

MESA REDONDA

“Mire ésta… era rápido, y eso que estaba gordo”. La foto queexhibe Vitoco en el living de su casa, lo muestra posando por unaselección de Paillaco que jugó un campeonato nacional de fútbol amateur.“Y bueno, nos eliminaron altiro, jajaja. Jugamos en Osorno, en la canchade Rahue”.

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Él y su hijo Carlos toman con cuidado las fotos y las copasque tienen guardadas en casa. Hacen un pin-pón contando anécdotascon cada registro que recogen. Alfredo, el hijo menor, que tiene 17, bajadesde el segundo piso a ver de qué se trata el barullo, mientras JoséAlfredo Kunstmann, hermano de la fallecida esposa de Víctor, entra conla intención de buscar algo y partir enseguida. Pero también se entrampaen la revisión de recuerdos.

Actualmente, sólo Alfredo es jugador activo del Escuela Superior,en la serie Primera Infantil. Pero las viejas glorias del club no dejaránpasar la oportunidad de contar lo suyo. “Pensar que yo tengo todasestas fotos en mi casa, de clubes, de selecciones. Tengo que darme eltiempo de escanearlas algún día”, dice Carlos.

“Yo jugué acá hasta hace dos años, antes de irme a vivir a SanJosé -continúa Carlos-. Los partidos eran aquí al frente (cerca de lacasa de su padre), en el estadio Municipal. Pero antes, mucho antes,había una cancha detrás de donde hoy está el cementerio. De chiquititosíbamos a ver los partidos, mi abuelo nos llevaba, porque era fanático”.

José Alfredo Kunstmann, además de ser uno de losresponsables del flechazo que “matrimonió” a su hermana con Vitoco,fue compañero de juego de Víctor. Dice que alcanzó a verlo jugar“cuando ya estaba más viejito, porque soy menor (por 14 años). Mihermano mayor, el Vicho, él sí alcanzó a coincidir con él (…) Jugamosun par de partidos juntos nomás. Había buen fútbol acá en Paillacoantes del ´70. En esa época se dieron los equipos más grandes quetuvo Paillaco. ¡La selección que fue al nacional, la de esa foto!”, dice,indicando un retrato.

Con la imagen en la mano, José Alfredo sigue el relato: “Miraa éste, no sé si tú lo ubicas, es el Ángel Martí, el de la ferretería, ha sidouno de los máximos arqueros de los últimos tiempos en Paillaco, porlo menos de los que yo he visto (…) Esta cancha de tierra que tú ves,en ese tiempo era muy mala, muy mala. Pero hoy, yo creo que en el surno hay otra que tenga tan buen drenaje como la de acá. Puede lloverhasta las doce del día y a las dos de la tarde ya no tiene nada de agua”.

El fútbol de esos años y su estilo de juego, tenían implicanciassimilares a las de hoy. Palabras de Vitoco: “Había que jugar coninteligencia en ese tiempo, eso iba en cada uno. Pero era como en todoslados, se veían jugadores técnicos y de los otros…”

- ¿Te acuerdas Víctor cuando en el año noventa y tanto casisalimos campeones provinciales? -interrumpe de pronto José Alfredo.

- Claro, yo ahí ya era presidente del Deportivo; fuimos finalistas.Ahí estábamos todos peleados con nuestras mujeres, porque

nos íbamos a jugar los días domingo. Nos tocó ir a Panguipulli, Lanco,Futrono, La Unión, Río Bueno. Las señoras querían ir a veranear ynosotros nos íbamos con el equipo. Y las celebraciones…

- … Ésas eran impajaritables.- Y bien regadas. Si todos los muchachos tenían buenos

empleos.

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- Años atrás, dicen que había unos jugadores bien peleadores.Unos a los que los expulsaban harto -arremete Carlos,

cambiando el tema, guiñando un ojo para dejar en evidencia a su tíoJosé Alfredo, quien jugó de delantero y defensa. Y que en ambos ladosde la cancha era corto de genio.

- Bahhh -suelta José Alfredo con indiferencia, antes dejustificarse-. Una sola vez me expulsaron, pero por harto tiempo eso sí.Es que yo hice un foul y le fui a reclamar al árbitro. Le dije que cómo meiba a cobrar a mí…

- Pero con otras palabras, jajaja.- Claaro. Bueno, después de eso estuve como tres años sin

jugar. Igual nomás ganamos ese día, aunque nos echaron a tres.

LAS FALTANTES A LA MESA

“Yo estoy en la selección de Paillaco, juego de '11'. Ayer fueel primer entrenamiento, porque nos estamos preparando para losJuegos de La Araucanía”. Alfredo Barriga, el menor de los hijos deVitoco, se apura en contar ese logro deportivo cuando consigue entraren la conversación. Y es que se ha dedicado principalmente a escuchar,quedando relegado del diálogo.

Alfredo no fue testigo de gran parte de lo que oye, aunque lehubiese gustado. Quienes hubiesen preferido no presenciar ni sabertanta historia teñida de balón y tierra, son las mujeres de la familiaBarriga. Ellas no pidieron tener el privilegio de ver todo de cerca, peroigual estuvieron allí. No les quedó otra opción que lidiar con una familiafutbolera.

Por todo lo que le tocó observar y oír, quien mejor podría hacerde comentarista deportivo hoy, mientras todos se sientan a ver fotografíasy a quitarle el polvo a las copas y medallas, sería Ana María Kunstmann,la esposa de Víctor Barriga, fallecida en 2005. Toda su familia la recuerdapor su generosidad y su habilidad en la cocina. “Su forma de expresarcariño y bienvenida, era a través de la comida”, cuenta Ana, una de lasdos hijas del matrimonio.

“La casa era como un centro de reunión, siempre estaba llenade gente. Pero en los últimos tiempos mi mamá comenzó a complicarse,porque mi papá ya estaba entrado en años y estuvo un poco enfermo-prosigue Ana-. Cuando ella vio que mi papá se desgastaba, empezóa decirle ´¿no habrá alguien que tome la responsabilidad, que repartainstrucciones a la gente nueva?'. Demoró harto en salirse de la directivadel equipo”.

Lucía Barriga es la hermana menor de Víctor y una “Tía”, conmayúsculas, para sus sobrinos. Soltera y sin hijos, es ella quien losconsiente, los lleva de vacaciones y quien se encargó de cuidarlosmientras Vitoco y Ana María trabajaban. No escatima en palabras paraelogiar a su cuñada: “Era una mujer muy noble, muy buena madre, muy

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buena cocinera. A la gente que pasaba y pedía, lo que menos les ofrecíaera comida”.

Ana Barriga se calza sin problemas la anti-camiseta que significaen su casa hacerle la cruz al balompié. Es ella la que más evita estarcerca de los hombres cuando el nombre del Deportivo Escuela Superiorentra al ruedo. “Es que era una cosa de todos los domingos, los hombrespasaban metidos en todo lo que organizaban. Si hay un deporte que amí no me gusta, ése es el fútbol”.

Eso sí, Ana reconoce que su padre ha sido un eterno obrerodel club. El mismo reconocimiento hace su tía Lucía a su padre -Carlos,el fundador del club, papá de Vitoco-, a quien sindica como el artíficede la vena pelotera de los hombres de la familia y el más fanático detodos los Barriga. “Él era quien acompañaba siempre a ese Deportivo.Donde iba el “Escuela”, a Valdivia, Panguipulli, La Unión, partía él consu amigo Arcadio. Los demás lo fueron siguiendo”.

LA SANGRE TIRA (O EL NUDO INVISIBLE)

Una vez que Vitoco cerró el “Depósito de Vinos y Licores”, seasoció con su cuñado José Alfredo para producir chicha y sidra. A esose dedica todavía. En verano, compran las cosechas de manzana dequintas vecinas y fabrican el brebaje de forma artesanal, con máquinasque compraron hace casi una década.

En el patio que comparten las casas de Víctor, Lucía y suhermano Hugo, que abarca el corazón de la manzana (no de la quehacen chicha, claro está) donde estaba la residencia paterna, descansaalgo más que la historia reciente de la familia. Allí no sólo están losrastros de la botillería que Víctor instaló a un costado de su casa, oalgunas partes de una carroza que avanzaba a tracción equina cuandolos clientes de la Funeraria Barriga la solicitaban. Hay allí otros recuerdostodavía más valiosos y también algunos tristes, como el accidente enel que Víctor perdió un dedo trabajando en ese lugar, una mala anécdotaque hoy no le arruga ni una comisura del rostro.

Los recuerdos valiosos tienen que ver con las reunionesfamiliares que constantemente se realizaban y para las que Ana MaríaKunstmann preparaba unas empanadas “incomparables”, según cuentasu hijo Carlos. En esas reuniones se contaban anécdotas y, por supuesto,se hablaba de fútbol. En la actualidad, cuando los Barriga se juntan,también hay empanadas: Ana y Patricia aprendieron la receta de sumadre. Y, por supuesto, tampoco faltan las anécdotas ni las bromas.Esta tarde, por ejemplo, Hugo Barriga ríe de buena gana cuando señalaque si sus sobrinos eran titulares indiscutidos del Deportivo EscuelaSuperior, era porque “los técnicos estaban influenciados por el presidente(su hermano Vitoco), que no sólo era dueño de la pelota de cuero…también era dueño de la pelota de cinco litros”.

La conversación con los Barriga parece una partida de naipes,

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VÍCTOR BARRIGA JARA - PAILLACO

en la que todos sacan cartas de pintas nuevas, pero conocidas, y cadacual celebra la nueva jugada del otro. Por eso, cuando recuerdan queen la botillería muchas veces Vitoco debió atender toda la noche enpleno toque de queda a sus familiares, que no se querían ir después devarios “vasos del estribo”, y que la señora Ana María los ayudaba acomponer el cuerpo con sopas y dulces, ningún detalle olerá a sacartrapos al sol o a dejar en evidencia a uno de los presentes.

Incluso, llega a sonar pueril cuando Víctor cuenta que la mesadel comedor que su mujer usaba los domingos para vender sus exquisitasempanadas, y que otros días sólo era la mesa de la tertulia de los clientesdel expendio, en plena dictadura también se transformaba en un cinepoco digno, en el que los espectadores eran él y los hombres de sufamilia.

“Un día llegó uno con un telón y un aparato para ver películas,antes de que existieran los VHS. Tiraba el telón en la pared y ahíempezamos a ver películas de cowboys”, relata. Al poco tiempo, losvaqueros se transformaron en mujeres de cuerpos sinuosos y sin ropa,interactuando con pistoleros sin atuendo. “Cuando las mujeres se dieroncuenta de que sus maridos veían estas películas, los venían a sacar deun ala”, cuenta. Las carcajadas obligan a los presentes a agitar la cabezay recordar alguna escena matrimonial un poco escandalosa.

La sangre de los Barriga tira, y es por eso que son todos tanunidos. Según Lucía, su hermano Vitoco fue en extremo apegado a sumadre, y tal vez haya sido ésa la causa de su prolongada soltería, “hastaque mi cuñada lo cazó”. Él heredó la generosidad materna y se dedicójunto a su esposa a criar a Juan Latorre, el hijo mayor de Arcadio, elmejor amigo de su padre. Juan, que tiene la misma edad que Patricia(37), la hija mayor de Víctor y Ana María, trabaja en Puerto Montt, perocada fin de semana libre viaja a Paillaco. Según Carlos, entre ellos y suhermano de crianza sólo había una diferencia: “Nosotros somos delColo y él es Chuncho”.

José Alfredo Kunstmann vive hoy en la casa de su cuñado. Elotro Alfredo, el hijo de 17 años de Vitoco, pasa largas horas donde sutía Lucía, que queda a pocos pasos de su casa, de la que sale poco.Carlos Barriga Kunstmann vive en San José de la Mariquina, pero regresacada sábado a Paillaco con su esposa y sus dos hijos para ver a supadre. Ana viaja todos los días de Paillaco a Osorno, donde ejerce comoprofesora de Anatomía en una universidad. Cuando tuvo que partir porsus estudios a una pasantía de tres semanas a Francia, no hizo másque extrañar su casa.

Es decir, a todos los Barriga les gusta estar cerca del nido.Tratar de explicarlo o sacar conclusiones, otra vez nos pone al bordede la cursilería y el lugar común. Pero, como los antiguos balones, losque no tenían 32 cascos ni eran sintéticos, los Barriga parecen una bolade cuero bien curtido, cosido y ajustado. Ajustados y cosidos a símismos.

Yerson Santibáñez Cuyán

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YERSON SANTIBÁÑEZ CUYÁN - LAGO RANCO

Perdió a sus dos hermanos mayores en el naufragio deuna lancha en el lago Maihue. Ese día, un domingo 27de noviembre de 2005, en su corazón de niño se abrióuna herida. Una herida profunda, que comenzó acicatrizar cuando encontró una terapia para aliviar eldolor: la música.

Tócala de nuevo, Yerson(tu triste ranchera)

Por Rodrigo Obreque Echeverría

LAGO RANCO

Yerson Santibáñez Cuyán

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YERSON SANTIBÁÑEZ CUYÁN - LAGO RANCO

s una noche de sábado estrellada y silenciosa en RupumeicaBajo, como acostumbran ser las noches primaverales en estaaislada localidad rural de la comuna de Lago Ranco. Losintegrantes de la familia Santibáñez Cuyán acaban de cenar

tallarines con jurel en lata y pan amasado. Están sentados alrededor dela mesa, atentos a los acordes de la guitarra con la que Yerson Eliecer,el tercer hijo, rompe el silencio en la mediagua. Afuera, los perros sehan cansado de ladrar y los caballos duermen en el cerro. Tambiénduermen las ovejas, apiñadas en el corral que está enfrente de lamediagua.

Están cantando a la luz de las velas, porque la electricidadllegará recién en dos años más a Rupumeica Bajo. A esta hora, pocomenos de las diez, la familia comparte junta sus últimos momentos:mañana al mediodía los dos hijos mayores, Nicolás Samuel e Iván Osiel,partirán de regreso al internado en Futrono. La madre tiene en brazosa Cristián Orlando, el cuarto hijo. El padre mira a toda su prole conorgullo. Está sentado en una silla de madera, con las manos bajo suspiernas, como si quisiera protegerlas del frío. La tetera hierve en lacocina a leña. En la mesa, el mate y la bombilla esperan por el agua.

Lo que sucederá mañana domingo -la tragedia-, les seráanunciado a los Santibáñez Cuyán esta noche por intermedio de la letrade El santo varón de Galilea, una alabanza evangélica que suelen cantaren el templo y también en las veladas familiares. Pero no será sino hastadentro de unos días que advertirán lo premonitorio del mensaje.El reloj marca las diez cuando Yerson entona los versos presagiosos:“De aquel Santo Varón de Galilea / hablarte quiero yo en esta ocasión/ Él vino para darte vida nueva...”

- Así no es, Yerson. Pucha que erís charro. La canción dice:Él vino para darte vida ETERNA / Él vino para darte salvación / Tan sóloestá esperando que le atiendas / y que le abras tu cansado corazón -lo corrige Iván.

- Si triste tú caminas por la vida / no olvides que alguien vacerca de ti / Él cuida de las aves y las flores / y ahora cuidará tambiénde ti / No olvides que Él pagó todas tus culpas / con su preciosa sangrecarmesí -entona Nicolás, completando el verso.

La alabanza no describe literalmente lo que ocurrirá al díasiguiente, y es por eso que Orlando -el padre-, Cristina -la madre- yYerson no han sabido descifrar lo que luego les parecerá tan evidente.La letra no dice que mañana, domingo 27 de noviembre de 2005, a lasdos y media de la tarde, el sol se esconderá tras nubarrones cargados

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de lluvia y desde los cerros bajará el implacable viento puelche a agitarla quietud del lago Maihue. No advierte que la frágil lancha en la queNicolás e Iván cruzarán el lago para ir a clases naufragará y moriránahogados junto con otras 15 personas.

Tampoco habla de la tristeza ni del desconsuelo que están porvenir, ni de cómo Yerson compondrá rancheras que intentarán aliviar,al menos en parte, la pena suya y la de sus padres.

“En ese instante no nos dimos cuenta de que la canción estabaanunciando la tragedia, pero ahora sabemos que así fue. Si noshubiésemos dado cuenta, tal vez la podríamos haber evitado”, diráCristina dos años y medio después, todavía inconsolable, mientras lavacon agua fría los aceitosos platos del almuerzo en la tarde de un viernesde otoño.

LA TRAGEDIA

El culto evangélico empezó hace apenas diez minutos y Yersonha salido del templo en tres ocasiones. Su madre, que está sentada enla segunda fila, lo mira de reojo. Le sorprende que su hijo esté taninquieto. Tiene 11 años y siempre se ha caracterizado por ser un niñomás bien tranquilo, pero hoy no deja de moverse de un lado para el otro.

El pastor está terminando la oración inicial cuando Yersonvuelve a entrar. En su rostro se lee, como si estuviese escrito con letrasmayúsculas, que algo grave ha ocurrido. Tropieza con los fieles en suintento de acercarse hasta Cristina. Cuando lo consigue, le grita entresollozos: “¡Mamá, mamá, están diciendo que la lancha se hundió!”

Un año más tarde, Yerson compondrá la ranchera Sólo recuerdosquedaron, que evoca este doloroso momento: “En la iglesia de Rupumeica/ ahí me encontraba yo / cuando alguien a mí me dijo / la lancha reciénse hundió / Todo había empezado / en una preciosa oración / Sóloquedaron lamentos / y desesperación”.

El templo queda vacío en cosa de minutos. La mayoría de losfeligreses atina a correr hacia la playa, bajo una lluvia incesante. Cristinatoma de la mano a Tatán (Cristián, el cuarto hijo) y emprende el mismocamino. Yerson corre en la dirección opuesta. Va a su casa a buscarlos caballos para luego recoger a su madre, pues la playa queda a unahora de distancia desde la iglesia.

Cuando Yerson llega al lago ya están allí los 250 habitantes deRupumeica Bajo, incluido su padre, Orlando, que cabalga por la orillacon desesperación. En la delgada arena, que en algunos puntos se haconvertido en barro, no son pocos los que han apoyado sus rodillaspara no caer, mientras lloran amargamente. Otros se abrazan y lamentan,intentando vanamente consolarse. Otros gritan su desdicha a todopulmón, con la secreta esperanza de que el tiempo retroceda y todoesto no sea más que un mal sueño, o una pesadilla. Pero el fuerte vientoles retorna sus gemidos convertidos en una bofetada, que los devuelve

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a la realidad.Otros, que empujaron sus botes hacia el agua resueltos a

hacerle frente al temporal, luchan en el lago por rescatar a los 33pasajeros que viajaban en la lancha, la mayoría con lazos familiares oafectivos entre sí, la mayoría niños como Iván y Nicolás, la mayoríaparalizados por el miedo, la mayoría sabiendo que la muerte los estáacechando, la mayoría rindiéndose ante el frío del lago, todos sin unchaleco salvavidas que les permita albergar una esperanza de escaparcon vida.

Yerson abraza a su madre y a Tatán, y con sus ojos nubladosy el corazón oprimido se queda contemplando cómo poco a poco loscuerpos de los pasajeros de la lancha naufragada van llegando a tierrafirme. A algunos los traen vivos, a otros muertos, a otros a medio camino.Otros se han ido al fondo del lago.

Entre los fallecidos aparece Angélica Cuyán, tía de Yerson,hermana de su madre. De sus hermanos Iván y Nicolás, ni un rastro.Varios días después de este domingo, el Maihue devolverá un zapatode Nicolás, y luego su cuerpo será rescatado desde el fondo del lago.Pero el de Iván, al igual que el de César Quinillao, otro joven de Rupumeica,nunca podrá ser encontrado.

LA PRIMERA RANCHERA

La guitarra está desafinada, pero Yerson parece no percibirlo.Comienza a rasguear por inercia, con la vista fija en la ventana delcomedor que da hacia el patio. Sus pensamientos están en otra parte,lejos de esta habitación. Han pasado ya diez meses desde la tragediay la ausencia de sus hermanos muertos se le hace insoportable. Todavíalos ve correr detrás de una pelota de fútbol por las pampas de RupumeicaBajo. Los escucha reír. Los recuerda al partir de casa el domingo de latragedia, con sus mochilas al hombro. Los huele, los toca, los abraza,los empuja, los extraña...

Estos recuerdos lo llenan de nostalgia. Antes de secar suslágrimas, improvisa unos acordes con su guitarra. De pronto, el rasgueose convierte en melodía; su nostalgia, en versos, y su llanto, en canto.“Quiero contarles la historia / que ocurrió en el lago Maihue / Una terribletragedia / que me hace recordarme / La muerte de mis hermanos / ytodos mis familiares”, entona al ritmo de una ranchera triste.

Sus padres y Tatán no están en la casa, así es que Yersonpuede cantar a todo volumen los versos que surgen desde lo másprofundo de su dolor: “Todo se había profetizado / lo que iba a suceder/ La advertencia divina / que nadie quiso entender”, alcanza a soltar,antes de que el llanto explote con el ímpetu de la lava de un volcán enerupción.

Yerson bautizó esta ranchera como La historia del lago Maihue. Fue la primera canción que compuso, y luego siguieron una decena de

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rancheras y alabanzas evangélicas, todas relacionadas con la tragedia.Al principio, a su madre no le gustaba que la cantara. “Le pedía

que no lo hiciera, porque me daba mucha pena”, confiesa Cristina. Hoy,cada vez que los Santibáñez Cuyán reciben visitas, Yerson entona suscanciones. Y entonces, como si fuese una terapia colectiva para eltratamiento de su pena, todos lloran. Incluido su padre, Orlando, unhombre de baja estatura, pero de temple duro. De esa casta de hombresque reciben los golpes en una mejilla y no ponen la otra, sino que losdevuelven con la mano empuñada, sin importar quién esté al frente.

LAS NOTICIAS

Es la víspera del primer aniversario de la tragedia y hastaRupumeica Bajo han llegado equipos periodísticos de los principalesmedios de comunicación nacionales y locales, para documentar cómolos habitantes de esta localidad sobrellevan su dolor. Una paradaobligatoria es en la casa de los Santibáñez Cuyán.

- Vamos, Yerson, toca de nuevo tu ranchera -le piden loscamarógrafos tras escucharla por primera vez, seguros de que estaimagen les gustará a sus editores.

Días después, los noticieros de televisión mostrarán a Yersoncantando La historia del lago Maihue, y todo Chile se conmoverá al verlollorar. Algunos diarios publicarán parte de la letra y contarán la tristehistoria de este niño.

La prensa también recogerá la opinión de su padre, quien unavez más dirá que la tragedia pudo evitarse si las autoridades de lacomuna de Lago Ranco hubiesen atendido sus reclamos por el estadode la lancha, que hizo por escrito un mes antes del naufragio.

Todas las noticias sobre la tragedia están grabadas en unacinta VHS, que Yerson revisa cada cierto tiempo. Hoy está viendo elprograma El Termómetro, de Chilevisión, al que fue invitado su padrepara hablar sobre el naufragio.

Yerson estuvo también ese día en el estudio, en compañía desu madre y del pequeño Tatán. El canal les pagó los pasajes en aviónhasta Santiago y los alojó durante cuatro noches en un hotel. Minutosantes del programa, el conductor de El Termómetro, Matías del Río,invitó a ambos hermanos al casino del canal. “Nos compró bebidas ygalletas y nos pidió que no hiciéramos ruido”, cuenta Yerson. Cuandoel programa terminó “nos felicitó porque estuvimos tranquilos. Pensóque íbamos a hacer desorden”.

LA CONSUELO 17

Los pasajeros de la micro saltan de sus asientos cada vez que

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YERSON SANTIBÁÑEZ CUYÁN - LAGO RANCO Gente de Los Ríos

una rueda tropieza con una piedra o cuando el conductor no alcanzaa evadir uno de los cientos -tal vez miles- de hoyos que tiene el caminoentre Futrono y Puerto Maqueo. Yerson vigila con atención los bultosque viajan en la parte trasera. Le preocupa que el saco de harina quele encargó su madre pueda romperse o que las bebidas de dos litrosexploten con tanto brinco.

Tras dos horas de viaje, la carga llega a Puerto Maqueo sinnovedades. Yerson respira aliviado. Con mucho esfuerzo, traslada susprovisiones hasta la orilla del lago Maihue. A lo lejos se divisa la lanchaConsuelo 17, que viene a recoger a los pasajeros de la micro.

Esta embarcación fue bautizada así por los familiares de las17 víctimas de la tragedia. A diferencia de la que naufragó, la Consuelo17 es bastante segura y muchísimo más amplia.

Es marzo de 2008. Han pasado dos años y medio desde latragedia. Yerson embarca el saco de harina y luego se devuelve a laorilla a buscar dos pack de bebidas, que arrastra a duras penas, unoen cada mano. Sus uñas lucen negras y sus dedos están rasmillados.Viste un ancho polerón gris y un jockey que lo hace ver más niño de loque en realidad es: el 11 de julio cumplirá 14 años.

El sol pega con bravura en la cubierta de la Consuelo 17 ysobre el cuello desnudo de Yerson. Su piel es blanca y su rostro, pecoso.Su nariz es pequeña y sus labios son medianamente gruesos. Sólo supelo liso y tieso y sus ojos oscuros y ligeramente achinados, lo asemejancon el común de los habitantes de Rupumeica Bajo. Es la sangre Cuyánque corre por sus venas, la sangre mapuche que heredó de su madre.

Cuando la lancha se aproxima al lugar de la tragedia, Yersonse apega a una baranda e inclina su cabeza hacia abajo, paseando susojos por el lago, como si estuviera buscando a Iván. Hubo un tiempoen el que su madre no podía cruzar el lago sin romper en llanto,recordando al hijo que nunca fue encontrado. Fue en la misma épocaen la que Yerson despertaba por las noches sollozando sin control, enel internado de la escuela de Curriñe. Su padre lo retiró de clases antesde que terminara el año.

La sirena de la lancha anuncia su llegada a Rupumeica Bajo.Yerson levanta la cabeza, pero no divisa a Orlando. Luego recuerda loque su padre le dijo el miércoles, antes de que él partiera a Futrono acomprar las provisiones:

- Hijo, no podré esperarte el viernes en la playa. El patrón nosmandó a aserrar madera en el fundo Carrán.

- No te preocupes, papá, yo me las arreglo.- Le pediré a don Octavio Quinillao que te ayude a subir las

cosas hasta la casa en su yunta de bueyes.Precisamente, a escasos metros de la orilla, apoyado en una

carreta, don Octavio le hace señas. Yerson levanta sus pack de bebidasy, haciendo un esfuerzo supremo, desciende de la lancha.

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YERSON SANTIBÁÑEZ CUYÁN - LAGO RANCO

LA ALABANZA

- Ya poh, Tatán, ponte Rambo IV, mejor, si ésta ya la hemosvisto mucho -le reclama Yerson a su hermano, que tiene el controlremoto del DVD en la mano.

- Pero yo quiero ver Rambo I, poh gancho. Si Rambo IV tambiénla he visto.

- Na' que ver, si no la has visto ná -vuelve a la carga Yerson.- Sí la he visto. Es donde Rambo sale guatón.Yerson se encoge de hombros. Tatán se concentra en la pantalla

y suelta una carcajada cada vez que el personaje de Stallone da muertea un enemigo. O sea, se deleita durante toda la película.

Desde que llegó la electricidad a Rupumeica Bajo, en septiembrede 2007, la principal entretención en la casa de los Santibáñez Cuyánes ver películas en el DVD, porque el televisor no logra sintonizar loscanales de televisión abierta. Si fuese así, Tatán, que tiene 5 años (nacióen septiembre de 2002), estaría entretenido viendo Los Padrinos Mágicos,Los Pulentos o alguna otra serie para niños de su edad. Pero en su casasólo hay pel ículas de acción, pr incipalmente western.

Cuando no ven balaceras, los Santibáñez Cuyán se sientan enel comedor a mirar videos musicales, donde las rancheras son el platofuerte. Es la música mexicana la principal inspiración que ha tenidoYerson para componer, junto con las alabanzas evangélicas. Fueprecisamente en la iglesia donde aprendió a tocar la guitarra, mirandoy ensayando, sin que nadie le enseñara. Al ver su padre que teníafacilidad para la música, le compró un órgano que le costó $170 mil,más de lo que suele ganar en un mes como jornalero en faenas forestales.

“A pesar de nuestra pobreza, hemos hecho el esfuerzo paraque él tenga lo que quiere. A lo mejor puede ser un músico algún día”,dice Orlando. No es el único que ve potencial en Yerson. También loven sus vecinos, sus familiares y los periodistas que lo han oído cantar.Les sorprenden las letras de sus canciones, que reflejan con simplezaun dolor que resume el de toda la comunidad de Rupumeica Bajo.

El primero en darse cuenta de este potencial fue un reporterode la radio Diferencia de Paillaco, que registró en una pequeña grabadorala voz de Yerson cantando El santo varón de Galilea, la alabanza quesegún los Santibáñez Cuyán anunció la tragedia. La grabación se emiteregularmente en esta emisora, a solicitud de los propios habitantes deRupumeica y de otros sectores lacustres.

Los últimos versos de esta canción, Yerson los entona llorando.

EL INTRUSO

Es la noche del viernes 1 de mayo de 2008 y a Cristina le cuestaconciliar el sueño. Un visitante que no fue invitado, un intruso que llegópor su cuenta hace ya una semana, amenaza con dejarla nuevamente

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sin dormir. Orlando y Yerson roncan desde hace un buen rato.Quince días atrás Yerson comenzó a trabajar en el fundo Carrán, en lacosecha de papas. Quiere ahorrar dinero para comprarse una bicicleta,zapatillas, una cámara fotográfica... todos los objetos con que sueñaun niño de su edad.

Desde entonces, se levanta a las cinco de la mañana, va a laletrina que está afuera de la casa, se lava a la rápida en la cocina ymedia hora más tarde está listo para iniciar el viaje. Junto con su padre,camina una hora para llegar a la playa de Rupumeica Bajo. Si llueve,demoran un poco más, pues a esa hora está oscuro y deben cuidar suspasos. En la arena los espera un bote, que padre e hijo empujan hastael lago. Después, Orlando debe remar media hora para desembarcaren Carrán, y luego caminan otros 45 minutos para llegar hasta elcampamento forestal. Una vez allí, cerca de las siete y media, reciéntoman desayuno. Ocho horas después inician el viaje de regreso a casa.Llegan a las 6 y media de la tarde, justo a tiempo para que Yerson tomeonce y parta a clases a la escuela nocturna.

Esta rutina le ha producido tal nivel de agotamiento a Yerson,que por eso esta noche no ha advertido la presencia del visitante queno deja dormir a su madre. El intruso es ruidoso. Trepa por las vigas dela mediagua y a veces, desde los pilares del techo, asoma su cola o susorejas.

En dos días más, el intruso será apresado cuando intente comerel queso que Orlando ha dejado sobre una trampa. Cristina quemará alintruso en el mismo hoyo donde incineran la basura, junto al corral delas ovejas, pues de esa forma se conjuran las brujerías.

“Este ratón lo mandó un hombre que es casi familiar mío -cuenta Cristina-, para no dejarnos dormir. A Yerson ya le habían hechouna brujería antes, poco después de la muerte de Iván y Nicolás. Fueuna mujer que vive en Maihue y que quería que también se muriera,según me dijo un pastor evangélico que tuvo una revelación. Por esoYerson no podía dormir y andaba deprimido. Pero a la mujer se le diovuelta el maleficio. Estuvo enferma harto tiempo y hace poco se murió.Y eso que era joven”.

La noche de la muerte del intruso, Cristina dormirá de corrido.

EL FUTURO

John ha empezado a llorar con tanta fuerza, que Cristina debedejar de freír sopaipillas en la cocina a leña para tomarlo en brazos. Alniño no le gusta estar sentado en el coche, aunque Tatán baile a su ladoy lo cubra de besos o Yerson le haga cosquillas en sus pies regordetes.Desde que John Isaac nació, en julio de 2007, los Santibáñez Cuyánhan vuelto a sonreír. “El dolor por la muerte de nuestros hijos no pasaránunca, pero gracias a nuestra fe en Dios estamos mejor. Yo antespensaba en matarme, pero ahora ya no pienso eso. Debo luchar por mi

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YERSON SANTIBÁÑEZ CUYÁN - LAGO RANCO

familia”, señala Orlando.Su sueño es encontrar un trabajo estable en Futrono o Los

Lagos, para llevarse a su familia desde Rupumeica Bajo. Se puso unplazo para partir: cuando Yerson, que este año 2008 cursa séptimobásico, entre a la enseñanza media. “La idea es que él siga sus estudiospara que no sea igual que yo, que tengo que andar mandado. Me gustaríaque fuera a la universidad”.

A Yerson, acostumbrado a las cámaras de televisión que cadacierto tiempo llegan a entrevistarlo, le gusta el periodismo. Claro que lamúsica tiene prioridad en su vida. “Me gustaría cantar alabanzasevangélicas o rancheras”, dice, mientras sus dedos dibujan sobre elteclado las notas de La historia del lago Maihue.

“Un 27 de noviembre del 2005 / Una terrible tragedia / que mehace recordarme / la muerte de mis hermanos / y todos mis familiares...”,canta Yerson con voz melancólica.

John se ha quedado dormido en el coche. Cristina reciénterminó de freír y está de pie junto a la cocina a leña. Tatán, sentado allado de Yerson, rasguea las cuerdas de una guitarra pequeña. Orlandotiene los ojos fijos en la pared y mueve los labios, como si estuvieracantando.

O tal vez canta, pero no se escucha.

Florencio Pérez Castillo

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FLORENCIO PÉREZ CASTILLO - LOS LAGOS

El ex jefe de estación de Los Lagos comparte un trozomaravilloso de la historia ferroviaria de la Región de LosRíos. La suya es una historia de esfuerzo, responsabilidady vocación de servicio.

El hombre quesueña con trenes

Por José Luis Gómez Guenchor

LOS LAGOS

Florencio Pérez Castillo

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FLORENCIO PÉREZ CASTILLO - LOS LAGOS

lorencio del Carmen Pérez Castillo (71) vive en Los Lagos, allado de la estación de trenes y de las líneas del ferrocarrilpor donde aún pasan esos metálicos y estruendosos caballosde metal que él tan bien conoce.

En su mente y en su corazón quedaron grabados a fuego todosesos años en que trabajó en la Empresa de Ferrocarriles del Estado, enla que hizo carrera y llegó a ser jefe de estación en Río Negro y LosLagos, donde jubiló.

Reconoce que en la noche no se despierta cuando pasa untren, aunque su amplia casa de un piso tiembla, mientras las locomotorasemiten su particular aviso con el objeto de evitar indeseados accidentesen la línea.

Lo que sí le sucede en la noche -al igual que a otros ferroviarios- es que sueña con trenes, pasándose unas películas que mezclan laficción con la realidad, tal como lo harían los mejores cuentos de Cortázar.

Son las siete de la mañana, pero Florencio está atrasado.Corre, corre, corre hasta llegar al trabajo. Allí se encuentra con el jefede estación, da rápidas explicaciones y, como un rayo, se instala en laboletería. Pero las cosas no le resultan fáciles, porque hay genteesperando ser atendida y él no encuentra los boletos. El tren se acerca.Suda la gota gorda. Sin embargo, y por fortuna, todo queda en suinconsciente. Porque esto era sólo un sueño.

Florencio Pérez ingresó en abril de 1955 como alumnopracticante de administrativo a la bodega de carga de la estación deLos Lagos. En aquella época el jefe de bodega era Daniel Narváez y eljefe de estación, Oscar Durán Gómez.

Acababa de salir del Servicio Militar, el que hizo como estudianteentre enero y marzo. El año anterior había terminado el cuarto medioen el Liceo Industrial de Valdivia, donde siguió la especialidad deelectricidad, la cual nunca ejerció.

El primer día de trabajo llegó a las nueve en punto de unaneblinosa y gris mañana. Le presentaron al encargado de bodega, quienmuy cordialmente le dijo: “Qué bien que quieras empezar a trabajar.Voy a tratar de ayudarte con los jefes para que puedan conocerte ylograr apoyo para que te acepten como aspirante y puedas así dar tuexamen”.

F

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FLORENCIO PÉREZ CASTILLO - LOS LAGOS

Según rememora el ferroviario: “Estaba como un pollito ahí.Sólo le dije que sí, que quería trabajar. Sin hablar mucho, porque en esaépoca uno hablaba lo estrictamente necesario nomás. Me dijeron quédateaquí, ve ésto. Me senté en la oficina y me puse a leer y ver cómo era elmovimiento, al lado del mismo jefe que atendía público. Estuve así losprimeros días”.

Las bodegas se ubicaban donde se encuentra hoy la pequeñaestación de Los Lagos. Era una bodega grande, de unos 50 por 20metros aproximadamente, de acuerdo a lo que indica don Florencio.Era una edificación de un piso, con techo zinc oxidado y paredes demadera pintadas de color plomo. Tenía andenes por ambos lados yportones grandes con corredera para poder ingresar y sacar la mercadería.

Al mediodía fue a almorzar a la casa de un tío, lugar donderesidía y que se ubicaba en calle Baquedano, más o menos a ochocuadras de la estación.

Tras esa primera jornada, volvió contento a su casa. “Mi deseoera ingresar a Ferrocarriles porque conocí a un maquinista que era amigode mi padre y él me insinuó incluso antes de que entrara a tracción.Cuando estaba en el regimiento en Valdivia me llamaron para que fueraa dar un examen de admisión a Temuco. En el examen teórico que mehicieron no anduve bien y ese día no estaba mi cuña”.

Ya inserto en su nuevo trabajo, tuvo que cumplir el horarionormal, en la mañana de ocho a doce y de dos a seis de la tarde. Sinembargo, a veces el horario se extendía porque llegaban trenes de cargaque pasaban más tarde y había que atenderlos.

Posteriormente dio el examen, el cual aprobó, siendo aceptadocomo aspirante con goce de sueldo. Esto significaba que no era todavíaadministrativo de planta, sino que un aspirante a reemplazante. “Comoaspirante suplente, uno pasa por distintas labores. En esa época habíaboletero, 'movilizador' y conductor de carga o pasajeros. Como aspiranteme tocó salir a la Cuarta Zona de Ferrocarriles, que iba de Temuco aPuerto Montt. Nos tocó muchas veces ir a trabajar a Hualpín, TeodoroSchmidt, al ramal Freire-Cunco, Loncoche, ramal a Villarrica, ramal LagoRanco, subramal Cruce a Puyehue y el ramal de Los Lagos a Riñihue”.

UN MUNDO POR DESCUBRIR

Para quienes no conocen demasiado la jerga ferroviaria, Florencioexplica que un “movilizador” tenía por misión entregar la vía libre paraque un tren pueda viajar de una estación a otra, lo que se coordinabacon una central telefónica ubicada en Valdivia y también con un sistemapropio de selectores. En tanto, el “cambiador” tenía que “ir a recibir eltren para hacerlo entrar a la estación”.

Sobre las características de los trenes, indica que en los '90corrían locomotoras a diésel en el tramo Temuco-Puerto Montt, mientrasque de Temuco a Santiago éstas eran eléctricas. Ello era muy diferente

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de los años en que él ingresó a Ferrocarriles, ya que en los '50 todaslas máquinas eran a vapor.

Respecto de los diversos tipos de trenes, señala que en losnoventa corría un rápido de pasajeros de Santiago a Puerto Montt. Eraun tren con salón, coche dormitorio, coche comedor -a cargo de unconcesionario- y primera clase numerado, con reserva de pasajes y unvalor más económico. El coche salón tenía una capacidad de 80 asientosreclinables, los cuales eran más cómodos y utilizados por personas conmás recursos. En general viajaban tres salones, tres de primera, másdos dormitorios y un comedor. En total nueve o diez piezas, pero cuandohabía mayor demanda de pasajes se le agregaban más coches.Mientras relata esto, se escucha el insistente pitido de un tren muy cercade su casa.

Había también un tren expreso de Santiago a Puerto Montt,prosigue. Llevaba primera -más cómoda- y segunda clase sin numerar.“La gente no se confundía con el nombre de las clases. En cada cocheandaba un asistente que se preocupaba de ver esto y además elconductor revisaba los pasajes”. El expreso a veces andaba hasta conquince carros. Pasaba todos los días, uno para el sur y otro hacia elnorte.

Asimismo, había un tren local, que corría entre Valdivia y Osorno,y hacía servicio de pasajeros, con dos vueltas: una en la mañana y otraen la tarde. Se les conocía por sus números: 19 y 20. Llevaba cincocoches y tenía dos clases: segunda y primera, sin reserva de pasajes.Pasaba los miércoles y domingo, en que transportaba a los estudiantesque tenían rebaja de un 50 por ciento

Igualmente existían el X3 y el X4, trenes de carga que hacíanlargos recorridos con carros completos que pasaban todos los días,hacia el sur y hacia el norte. Llevaban un máximo de 30 carros.Cuando empezó a trabajar, en los '50, había trenes “sobornaleros” quecorrieron hasta los '80 y que pasaban todos los días, con diez a quincecarros. Cuando apareció la carretera se eliminó este tren. Incluso corrían“sobornaleros” entre Valdivia y Puerto Montt, y entre Valdivia y el ramalLago Ranco. Estos trenes traían toda clase de mercadería en los carrosy sus principales clientes eran los comerciantes.

En esa época los X3 y X4 se llamaban “ganaderos” y teníandiversos números, como 305, 306, 201 ó 202. Transportaban ganado;unos en la mañana y otros en la tarde. Los carros iban repletos de carga.También había un tren local y rápido que se llamaba “flecha” y secaracterizaba por tener locomotora a ambos lados y doble tracción. Eratan exacto que la gente, cuando pasaba, colocaba el reloj a la hora.Otro tren que recuerda Florencio era uno que corría de Talcahuano aOsorno y viceversa. Pasaba todos los días en la mañana.

En los '50 -dice- las locomotoras a vapor pasaban a Los Lagosa reabastecerse de carbón, desde depósitos donde se almacenaba elmineral, que era traído de Lota o de más al norte.

“Me llamaban la atención los trenes por haber sido campesino,

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llegar a un pueblo y verlos”, explica, tras describir las diferentes máquinasque recuerda.

A Los Lagos, el ferrocarril llegó en 1894, dándole un granimpulso a la ciudad. La Empresa de Ferrocarriles del Estado levantó unterraplén y construyó un sistema de alcantarillado para la evacuaciónde las aguas al río. Con estas obras se logró secar la actual zona céntricade Los Lagos.

EX JEFE DE ESTACIÓN

El apasionado trabajador nació en el sector rural de El Trébol,a 16 kilómetros de Los Lagos. Su padre administraba un fundo delServicio de Seguro Social y su madre era dueña de casa. Ambosfallecieron.

En total son siete hermanos; todos hombres. Él es el segundo.“El primero vive en Santiago y trabaja en la construcción, el otro quesigue después de mí fue profesor y jubiló como director de un liceo deTalcahuano, otro jubiló recién del INP, otro también trabaja en laconstrucción y el último se fue a la Escuela de Especialidades de Aviaciónde El Bosque, donde jubiló en el área mecánica”.

Después de haber trabajado como jefe de estación en RíoNegro entre 1975 y 1988, Florencio regresó a cumplir este mismo rol enLos Lagos. Comenzó a ejercer esta labor en enero de 1989 y, segúncuenta, fue bien recibido por los clientes, quienes ya lo conocían.

Un año después, coincidiendo con el regreso de la democracia,ya estaba consolidado en el cargo de jefe de estación en Los Lagos.Aún eran tiempos de gran movimiento ferroviario. Especialmente en elperíodo estival, cuando el sol de enero atraía a muchos turistas queveraneaban en los alrededores. Además, se despachaban enormescantidades de trigo cultivado en la zona.

En ese tiempo trabajaba junto a un “cambiador” y un“movilizador”. Su jornada partía a las siete de la mañana y terminabaa las nueve de la noche. “Trabajábamos como mínimo doce horas; unovivía en la estación. Además, ser jefe de estación tenía el grado nomás,porque había más obligaciones que antes”, como por ejemplo trabajartambién de “movilizador”, boletero, “cambiador”, bodeguero o“equipajero”.

Su casa se ubicada -al igual que hoy- cerca de la estación,frente el céntrico hotel Roger, en calle Patricio Lynch. “Uno salía antesde las siete, volvía al mediodía de carrerita a tragar y después, a la pega.Era complicado y bien sacrificado”.

Sin embargo, el sacrificio tenía su recompensa, ya queFerrocarriles en esa época había mejorado bastante sus condicionessalariales, a raíz de la lucha que habían dado los sindicatos. Pese a ello,sólo tenía cuatro días de descanso al mes.

Aunque debía cumplir diversas labores, Florencio seguía siendo

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el jefe de estación, una verdadera autoridad en la comuna. “Me lo tomécon humildad, nunca fui prepotente con nadie y siempre fui un servidorpúblico”, confiesa, y al mismo tiempo recuerda que siempre tuvo unabuena relación con los clientes e incluso hay personas a las que ahoraencuentra en la calle y aún lo saludan con amabilidad. Jubiló en esecargo en 1995.

EL ENTORNO DE FLORENCIO

Florencio Pérez está casado con María Luisa Salas Chávez (58años), quien manifiesta que su marido era una persona responsable ensu trabajo y leal con sus compañeros de labores. “Cuando lo persiguieronuna vez, él nunca se vendió y siempre fue leal a sus principios. Tampocotrabajó por ganar más dinero. A él le ofrecieron un cargo político, perolo rechazó”. Su esposa agrega que es un buen padre y se caracterizapor ser cariñoso con sus hijas.

“Como papá es súper preocupado y entrega todo”, manifiestasu hija Alicia Pérez (23), estudiante de Enfermería en la UACh, quiendescribe a su padre como una persona sencilla, humilde, amable ysociable.

Un ferroviario que trabajó con Florencio cuando fue jefe deestación, Bernabé José Mora Pereda (62), recuerda que su ex jefe erauna persona correcta en el trabajo, tenía buen genio y mantenía lahumildad. “Era deportista -todavía lo es- y no era bueno para la fiesta”,asegura.

El funcionario de la Municipalidad de Los Lagos EugenioFernando Urra (65), amigo de Florencio, recuerda: “Lo conozco desdeal año '65. En ese tiempo trabajaba como administrativo y empezó ahacer carrera hasta llegar a jefe de estación. Él no fue el último jefe deestación de Los Lagos, pero los que lo siguieron después trabajaron enépocas en que había menos movimiento”.

Encargado de la Recursos Humanos en la Dirección de Controldel municipio, Urra destaca que don Florencio fue “un jefe de estaciónmemorable, pues hubo muchos, pero él marcó un hito. Tiene unavoluntad de oro, buen carácter, es buena persona y le gusta ayudar,colaborar. Además, es muy deportista. Yo lo conocí jugando fútbol aquíy fue dirigente por muchos años de asociaciones y clubes deportivos.Más encima participa en la parte social de la Iglesia Católica”. En suopinión, “ojalá hubiesen dos o tres Florencio Pérez, por el entusiasmoy energía que irradia”.

DE TRENES Y NOSTALGIA

Es junio de 2008. Ha llovido y los días son helados, aunque

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igual el sol se ha dejado ver. Florencio sigue activo y cumple con pasiónsu rol de presidente del Club Deportivo Atlético Los Lagos. Tambiéncolabora una tarde a la semana con el Servicio Social de la Parroquiade la comuna. Ahí ayuda en el desarrollo de talleres para personas deescasos recursos, a quienes también socorren con alimentos que losvoluntarios reúnen.

Aunque se declara independiente, se siente más cercano a laizquierda. “Porque uno como ferroviario ve muchos casos de gente conproblemas y siente el deseo de ayudar. Porque había personas queviajaban en los trenes y no tenían plata ni para el pasaje. Entonces unotenía que buscar los medios o incluso uno mismo poner un par depesos”.

Actualmente vive sólo con su señora, pues su hija de 33 añosy sus dos nietos se encuentran en Osorno, otra hija de 33 se fue aFrancia y la menor, de 23, estudia en Valdivia. Su casa se ha ido quedandoen silencio, situación que no le acomoda a este hombre acostumbradoa los ruidos. De hecho, extraña el sonido de las máquinas marchandopor los rieles y del silbato que anunciaba las salidas y las llegadas delos trenes.

“Uno se enamora de su empresa y al estar al lado de la líneauno siente nostalgia por el tren”, dice.

Sentado cómodamente en uno de los pálidos sillones de sucasa, Florencio recuerda que en su etapa laboral tuvo problemas consus compañeros de trabajo, porque... no era bueno para el trago.“Siempre me dejaban de lado porque yo no compartía mucho... Porqueme gustaba ser responsable dentro de mi servicio”.

Entre las diversas anécdotas que lo marcaron rememora dos.Cuando estaba de jefe de estación en Río Negro tuvo que ayudar adescarrilar unos carros descontrolados que venían de la estación deCorte Alto, cerca de Purranque. “¡Peligró mi vida!”, confiesa.

Otra anécdota menos grave le sucedió en Los Lagos. “Una vezestaba con mi 'cambiador' en la noche, esperando un tren. Jugábamosa los naipes en una salita y teníamos anunciada la llegada de dos trenes,uno de cada lado. Nos entusiasmamos mucho con el juego y se nosacercaron los trenes. Cada uno tuvo que partir para un lado paradesviarlos”. Luego de esa emergencia le hizo una promesa al “cambiador”:“No juego nunca más'”.

Los años han pasado y de su alegre época ferroviaria sólo lequedan recuerdos. Ya nada es como antes. Ahora por Los Lagos sólopasan trenes de vez en cuando y la empresa de ferrocarriles construyóuna pequeña estación frente a la plaza, donde hay sólo un guardia. “Esuna pena ver cómo se van deteriorando los ferrocarriles, los trenes, yse ve que es difícil recuperarlos por el alto costo, a pesar de que seríamuy útil para el país. Se viene un temporal, se corta la Ruta 5 y quedamosaislados. Antes era la alternativa y ahora no. También hay carga que esimportante transportarla por ferrocarriles, porque destruye mucho lacarretera”.

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Al escuchar la pasión con que Florencio habla de la épocadorada de los trenes, uno termina enamorándose de sus nostálgicosrelatos. Y va surgiendo internamente la idea de que la historia ferroviariade Los Lagos podría ser aprovechada como un capital turístico, puesqueda la impresión de que esta comuna muestra al visitante muchomenos de lo que realmente tiene para ofrecer.

Y así llega uno a la conclusión de que Los Lagos es purahumildad, igual que Florencio Pérez, el hombre que sueña con trenes.

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Con la harina tostada como clave de su longevidad, estaanciana se empina sobre los 100 años con un origenlleno de incógnitas, que se mezcla con llamativos capítulosde la historia de Mariquina.

Antigua vida suya

Por Daniel Carrillo Monsálvez

MARIQUINA

Florentina Martin Tureo

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umida cada día un poco más en el silencio, Florentina Martinhace caer un barniz de enigma sobre todo lo que la rodea.Color sepia, este esmalte imaginario se confunde con lahumedad de su casa, cercana al río Lingue, a un costado de

la ruta que une San José de la Mariquina y Mehuín.Alguna vez claras, sus pupilas ya se impregnaron de aquel tinte

indescifrable de quienes ya parecen mirar sólo hacia adentro, hacia elpasado. Frente a ellas el mundo, el pequeño mundo que conforman suhija Rosa, su nieta Fátima, su yerno Fidel y su bisnieta Rayén, parecemoverse en cámara lenta, despacio, como casi al borde del letargo, deladormecimiento.

Y es que a sus 102 años, los días avanzan para Florentina consi fuesen una interminable sucesión de sueños.

A ratos da la impresión de que hubiera vuelto a la cuna. Quienesla cuidan procuran levantarla durante el día, si es que el frío lo permite,y dejarla sentada cerca del fuego, bien arropada con chalecos de lana,gorro y un chal que la cubre desde los hombros hasta los pies.

Junto con mantenerla “activa”, la idea es que no despiertetanto durante la noche, donde a menudo llama a su hija Rosa, a quienle pide que prenda la luz o que le lleve una taza de leche. Todo esto,con palabras que suenan quejumbrosas y casi enmudecidas por elcansancio, en ocasiones apenas audibles y que sólo sus cercanosreconocen. Sílabas que, justamente, traen a la mente un bebé queensaya sus primeros parlamentos.

Claro que, a pesar de estar fuera de la cama, por lo generalella vuelve a dormirse, como si el manto que la envuelve no fuera másque una red mágica que, con porfía, la lleva de regreso al territorioinasible de los sueños.

Con más de un siglo de vivencias en su cabeza, a la largaquizás nace de ella misma la inclinación a cerrar los ojos y abandonarsea los ronquidos.

S

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RELATIVIDAD

A pesar del aire de quietud que rodea la centenaria figura deFlorentina, su vida no avanza con la parsimonia que aparenta.

Ocupada desde pequeña en las labores del campo y despuéstambién en la crianza de sus 12 hijos, la anciana nunca tuvo noticias deEinstein ni de la relatividad del tiempo. Pero sin duda el paso de nuevos365 días, que para su pequeña bisnieta aún deben asemejarse muchoa la idea de la eternidad, para ella pueden transcurrir a la velocidad conque se pierde un suspiro en el aire. O con la brevedad de esas“pestañadas” que acostumbra dar de rato en rato frente al fuego,acomodada en su silla de ruedas que ocupa desde que dejó de caminar,más o menos cuando pasó la barrera de los cien años.

Sintiendo las horas como si fueran apenas minutos, la bisabuelava acomodando sus gestos al silencio y tiende a quedarse dormidarestregándose las manos, juntándolas como en una oración o comoquien se masajea los dedos después de haber escrito demasiado osimplemente para desentumecerlos.

Así, con su piel arrugada, que semeja un pergamino en que yase hace muy difícil seguir leyendo, o un calendario de años demasiadoremotos, finalmente termina por dejar que sea su hija Rosa quien recuerdepor ella.

MISTERIOS

Si bien Florentina pasó toda su vida en el sector costero deMariquina, primero en Tringlo, donde nació el 8 de agosto de 1906, yhasta hoy en Piutril, la historia de su sangre dice que no pertenece porcompleto a ninguna parte.

Más bien, hacia atrás todo indica que quizás fue un accidenteque ella naciera en el lugar en que lo hizo.

Por un lado, siempre despertó la atención con la historia de sumamá, María Tránsito Tureo, relato que le gustaba compartir con susparientes y vecinos en torno a unas sopaipillas y un mate humeante.Más que algunas certezas, la narración dejaba siempre abierto un cúmulode interrogantes, sobre todo entre sus hijos, que oyeron más de unavez la intrigante historia.

Según esta trama, la semilla de Florentina provenía de Coihueco,una localidad rural ubicada en las cercanías de Panguipulli. Desde ahí,el papá de María Tránsito acostumbraba realizar una larga travesía, unao dos veces al año, hasta la costa de Mariquina.

En una carreta, transportaba piñones que luego intercambiabapor pescados, mariscos y cochayuyo con los lugareños de Mehuín ysus alrededores.

De cuánto tardaba su periplo, de aproximadamente 100kilómetros, no existen antecedentes precisos.

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Más o menos tuvieron que haber sido unos 10 días de viajelos que debía cubrir este negociante entre Coihueco y Mehuín. Esto,echando un vistazo a lo que relata el expedicionario alemán Paul Treutler,quien en 1859 viajó a Valdivia para seguir tras las riquezas que suponíase encontraban en Villarrica. El viaje entre la ciudad del Calle Calle yTrailafquén (como se conocía entonces al lago Calafquén, cerca dePanguipulli), lo ocupó desde el 3 de diciembre hasta cerca del 14 delmismo mes, orillando el río Cruces.

Así las cosas, por esa época el recorrido hecho por este hombrecuyo nombre ya ha sido olvidado, el abuelo materno de Florentina, erauna verdadera travesía, cubriendo una ruta que no figura destacadacomo un gran pasadizo de intercambio comercial, aunque sí esconsignado dentro de la historia territorial mapuche como el llamado“eje Mariquina-Panguipulli”.

Dentro de este marco, este hombre hacía el recorrido junto asu pequeña hija María Tránsito, que en ese tiempo no debió habersuperado los 10 años de edad.

La historia, traspasada a su descendencia y nunca olvidadapor Florentina, plantea que luego de un par de viajes el padre terminóperdiendo a la muchacha.

Como explica Rosa Nahuelpán, hija de Florentina, simplementela muchacha fue arrebatada de los brazos de su papá por un grupo dehabitantes costeros.

El motivo aún es un misterio y todo indica que difícilmentepodrá ser esclarecido.

Se comenta que tal vez los lugareños le tomaron un inusitadocariño a la pequeña o que ésta poseía una belleza digna de un cuentode hadas.

Tampoco puede pasarse por alto aquí la leyenda o la anécdotarescatada por historiadores locales respecto del longevo Ignacio Martin,quien llegó a vivir 130 años.

Luego de haber enviudado, comenzó a echar de menos lapresencia femenina en su hogar, sintiendo el fuerte deseo de volver atener una dueña de casa.

Según narra la Historia de San José de la Mariquina (1551-1900), de Paulo Pedersen, el anciano pidió encarecidamente que lebuscaran una mujer para casarse con ella. La urgencia del encargoquedaría al descubierto al día siguiente, cuando Ignacio Martin fallece,viudo y sin llegar a conocer a una añorada nueva esposa.

¿Sería aquella pequeña niña retenida contra su voluntad, en elfondo secuestrada, la prometida de este anciano personaje, a quienfinalmente no alcanzó a conocer en vida?

A estas alturas Florentina ya no puede dar luces sobre esteepisodio, aunque el apellido aquel (Martin), el más común del sectorcostero de Mariquina, aparezca engarzado directamente en esta historia.

Esto, porque alrededor de los 16 años, María Tránsito Tureo-la niña secuestrada- contrajo matrimonio con José Martin, un viudo

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miembro del clan que presumiblemente le impidió regresar junto a supadre hasta Coihueco y cuyos integrantes finalmente terminaron porcriarla.

El único fruto de esa unión fue Florentina y el jefe de familiamurió al poco tiempo de casados.

Viuda, María Tránsito volvió a casarse, nuevamente con unhombre que había perdido a su esposa: Andrés Rapimán, residente enTringlo.

OJOS CLAROS

Si ya la historia de su madre, presuntamente secuestradadurante la infancia, muestra qué tan abrupta fue la llegada de sus raícesal territorio que ha habitado por más de 102 años, la historia de la otrarama de su ascendencia reconfirma lo accidentado del origen deFlorentina.

Y sería a esta simiente a la cual más terminaría debiendo lamuchacha, ya que de ella heredó su tez blanca y sus ojos claros, a pesarde ser mapuche.

Esta realidad de los indígenas rubios tiene un origen másremoto, ubicado cerca de 1643, luego de que corsarios holandeses setomaran Valdivia, al mando de Elias Herknraus. Éstos se movilizaronhacia el Valle de Mariquina para conseguir provisiones, pero fueronboicoteados por los caciques del Aillarehue, liderados por JuanManqueante.

Sin poder abastecerse, un número no determinado de tripulantesdesertó, atemorizado por la que parecía una segura condena a morir dehambre. En este trance, los holandeses despertaron la compasión delos mapuches, quienes les dieron asilo, produciéndose gracias a estecontacto la primera oleada de mestizaje.

Más al norte, frente a Puerto Saavedra, el naufragio de un barcofrancés, con una considerable cantidad de mujeres, entre ellas variasmonjas, también entregó su cuota a esta mezcla de razas.

Pero el origen más certero de los Martin data de 1780, año enel que un bergantín holandés sucumbió a la altura de Chan Chan. Pormilagro, aferrados a maderos, sobrevivieron tres tripulantes. Uno deellos fue José, quien estaba destinado a propagar el legendario apellidopor las tierras de Mariquina.

Los marineros fueron acogidos por la comunidad indígena deChan Chan de la Costa, Alepue y Mehuín y pasados tres meses depermanencia en la zona, se marcharon con rumbo hacia el norte y undestino incierto.

Antes, sin embargo, Martin tuvo relaciones clandestinas conuna doncella mapuche, a quien dejó embarazada. Como pudo, la jovenocultó su estado de gravidez hasta que el nacimiento volvió inútil cualquierartificio. Y es que algo no cuadraba entre los mapuches al ver la figura

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del varoncito, sobre todo por su tez clara, su cabello rubio y sus ojosazules.

La joven madre se vio obligada a huir con su guagua en brazos,dado que su familia quería matar a la criatura, que sentían comodemasiado ajena.

En su huida, llegó hasta el fuerte Cruces, sitio donde fue recibidapor el comandante del Castillo San Luis de Alba. El recién nacido fue bautizado con el mismo nombre que supadre, que quizás no tuvo la menor idea de su existencia. A medida quefue creciendo, recibió educación de parte de los capellanes del castilloy los misioneros.

Imposible que un personaje de origen tan novelesco comoJosé Martín hijo no ocupara papeles relevantes dentro de la historia deMariquina.

Así, por ejemplo, en 1820 fue escogido como intérprete en elparlamento entre el coronel Jorge Beauchef y el cacique principal deAlepue, Andrés Lien.

Tras morir, a los 126 años, los libros le guardarían también unespacio a su nieto Ignacio, el viudo cuya anécdota de ansias nupcialesprevias a la muerte hace que los caminos terminen por cruzarse mástodavía en este entramado, del cual Florentina fue actriz contemplativa,casi sólo de a oídas.

UN AÑO MÁS

Una de las imágenes más lindas que Florentina aún tienegrabadas en su mente es la de su cumpleaños número cien.Como nunca, prácticamente la mayoría de su descendencia se reuniójunto a ella, en un improvisado centro de eventos habilitado con latasa un costado de su casa en Piutril, bajo el cual se juntaron más de 150personas.

Ella fue el centro de atracción de aquella jornada, volviendo alos tiempos de su infancia, donde creció como hija única.La fiesta fue en grande e incluso llegó el alcalde de Mariquina, ErwinPacheco, quien hizo una costumbre aparecer en los cumpleaños deancianos longevos.

En septiembre de 2008 también la visitó el gobernador deValdivia, Christian Cayuqueo, quien la destacó como un ejemplo durantela celebración del Día de la Mujer Indígena.

En medio de la fiesta por su centenario, Florentina, ya afectadapor los achaques de la edad, quizás no lograba explicarse al cien porciento tanto alboroto, aunque recuerdan que casi se amanecióconversando con los invitados. Algo imposible en su último cumpleaños,ya que un par de años más tarde casi no escucha ni ve.

Respecto de las claves de su larga vida, sus cercanos laatribuyen principalmente a su dieta, marcada por alimentos naturales.

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En ella no podía faltar el llamado “pavo” de harina tostada con leche,ni tampoco las tortillas al rescoldo, consumidas directamente desde elfogón.

Ese tipo de tradiciones, sencillas, las fue enseñando tambiéna sus retoños, junto a la artesanía típica de la zona: los objetos decorativosy la cestería hecha con voqui pil pil. Esto, además del “laboreado” enlana, con telar de palo del cual salían ponchos y mantas, y la greda,que sus manos conocieron en sus años formativos.

Respecto de esos años, quienes viven con ella recuerdan queasistió al colegio de las monjitas en San José y de ahí fue llevada porcuras franciscanos hasta el Colegio San Rafael, en Valdivia. En dichoestablecimiento aprendió las letras y a escribir su nombre. “Firmaba yleía un poco. Sus lecturas eran libritos de los católicos, la historia sagrada,pero más leía el papá”, precisa su hija Rosa.

Rápido, Florentina fue creciendo, con rasgos que evidenciabanla herencia europea de los Martin: piel blanca, casi pálida, ojos “tirados”a claro y pelo algo rubio.

Como se acostumbraba en la época, y más aún en el campo,el matrimonio no tardó en llegar. Su único compañero para toda la vidafue el agricultor originario de Yeco, Sabino Nahuelpán, quien en edadla superaba por una década.

Además del trabajo del campo, el marido de Florentina era“negociante”, moviéndose a caballo entre San José y Los Lagos paravender productos del mar.

Luego fueron llegando los hijos, que terminaron sumando doce.“Había un poco de escasez, pero ellos eran harto alentados y

siempre nos aseguraban lo mínimo”, indica su hija Rosa, que nació en1950.

Hasta antes del maremoto del '60, vivieron en dos casas, unade paja y otra de madera. En la primera estaba el fogón y se utilizabacomo cocina y comedor. La segunda era el dormitorio y estaba ubicadaa unos 20 metros de la de material más ligero.

Con respecto a la crianza, la ahora centenaria anciana sepreocupó bastante de la limpieza y de la educación de sus hijos, queestudiaron en la escuela rural del sector y en San José.

Ellos la escuchaban hablar casi siempre “en lengua”(mapudungún), idioma que aprendieron, pero fueron olvidando cuandoentraron a estudiar en el colegio.

Como padres, Sabino y Florentina eran muy estrictos, y sobretodo a ella le gustaba el orden, por lo cual primaba la obediencia y delo contrario no tardaba en llegar una cachetada o un varillazo.

La pareja fue siempre bien unida y nunca se les vio pelear.Pasaron por momentos difíciles, como el del gran terremoto,

cuyo tsunami posterior dejó la vega y las viviendas bajo el agua y generóla división obligada de la familia. Algunos huyeron al sector de Yeco yotros hacia Tringlo. Los primeros estuvieron un par de semanas sin tenernoticias de sus padres, aunque la separación forzada de los NahuelpánMartin se extendió por varios meses.

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Consiguiendo madera por aquí y por allá, finalmente lograronlevantar una nueva casa, emplazada eso sí no tan cerca del río, sinoaledaña al actual camino entre San José y Mehuín.

De esta forma, paso a paso, pudieron volver a la normalidadde la vida campesina que siempre llevaron, la que comenzaba a latirtemprano, a eso de las seis de la mañana, cuando todavía en medio dela oscuridad y la fría brisa los mayores se levantaban a sacar leche deanimales que criaban a medias. Una parte del producto se destinabaa la venta y la otra iba al consumo familiar.

De ahí se preparaba el desayuno, cuya carta era la misma cadadía: tortillas y harina tostada en piedra.

Luego se proseguían las labores agrícolas, con las siembrasde papas, porotos y zanahorias y la crianza de uno que otro pollo ychanchos.Claro que había temporadas en que la tierra no daba, “la semilla seterminaba”, contingencia que Sabino debía superar echando mano alos negocitos que salía a hacer en su caballo.

La historia fue así hasta que los hijos comenzaron adesperdigarse por el país y Sabino terminó por enfermarse dearteriosclerosis.

Esta dolencia lo hacía despertar en medio de la noche y aveces hasta arrancarse de la casa, por lo cual Florentina debía salir ensu búsqueda, aunque fuera justo en medio de la tormenta o de fríosindescriptibles. Lo peor era que a ratos la desconocía e incluso seenojaba con ella, retándola.

Todo esto fue complicando la salud de la mujer, deterioro quetuvo su punto cúlmine con la muerte de Sabino, a mediados de los 80.Muy afectada emocionalmente, sobre todo por la larga convivencia quetuvieron y lo bueno de la relación, que terminó de forma amarga productode la pérdida de memoria, Florentina terminó encerrándose en sí misma.Esto, junto al cansino paso de los años, fue encaneciendo sus cabellos,encorvando su figura, casi encogiéndola y arrugando su piel que habíabrillado siempre tan clara.

Y tras pasar la barrera del siglo, las palabras fueron haciéndosecada vez más ajenas a sus labios, hasta terminar convertida en unaadusta aliada del silencio, impregnada de pasado en cada uno de susgestos, de sus respiraciones.

Una mujer que ya casi ni siquiera ve pasar el tiempo, por lorápido de su fuga, y que también dejó de responder preguntas.La principal debió haber sido la siguiente: ¿Por qué si siempre lo tuvoen mente e incluso lo comentaba con sus hijos, nunca se atrevió aregresar a Coihueco, en Panguipulli?

Ese fue el lugar donde se inició todo. Donde un hombre regresóun día sin su hija, a quien sin explicación perdió para siempre.

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Las olas quisieron llevárselo un día de 1960 -el domingodel maremoto- y él les ganó el round a punta demanotazos ciegos. Después de semejante triunfo, estemúsico se ha dedicado a coquetearle a la tragedia y aguiñarle el ojo a los límites, como un gato que se arriesgasabiendo que tiene seis vidas más en su cuenta deahorro.

Conmigo nadie puede(o Cómo hacerseinmortal al ritmo delbongó)

Por Nicolás Gutiérrez Obreque

CORRAL

Dennis García Risco

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ntes de que los discos de vinilo pasaran a la obsolescenciay que sólo una minoría enérgica y romántica mantuviera elculto a los surcos y al zumbido de la aguja recorriendo cadadiminuta zanja del acetato, eran cientos los músicos que

preparaban sus instrumentos, sus chaquetas, corbatas y zapatos tantocomo quienes se aprestaban a gastar sus suelas bailando al ritmo delswing, del mambo, del chachachá y del rock and roll que ellosinterpretarían en vivo. Mientras el vinilo solía reservarse para serreproducido en las radios y en los tocadiscos caseros para una escuchaíntima, en los 50' y los 60' las orquestas estaban lejos de ser reemplazadaspor un disc jockey que, en silencio - a diferencia de la radio-, se dedicaraa poner el volumen al máximo con el fin de paliar la ausencia de unabanda en vivo.

“Todos bailaban esos ritmos y había tenidas especiales paracada uno”. Ellos, Dennis García junto a sus compañeros, preparabansu repertorio y su look para salir a conquistar el escenario, no sin dejaratrás el cansancio de cualquier noche anterior, cuyos cigarros y vasospodrían haber sido dejados de lado bien entrada la mañana. Eran tiempos en que la vida diurna y nocturna corría a saltos discretos, como unLong Play de 45 revoluciones por minuto.

De la mano de su bongó y sus tumbadoras, Dennis García letomó el pulso a golpe y verso a la vida de Corral, una ciudad que durantela primera mitad del siglo veinte solía ser “un Santiago chico, un Valdiviachico, un Temuco chico”. Hasta que el pick up del tocadiscos saltó,comenzó a picotear el acetato del vinilo como si se tratara de uno de78 revoluciones, los vasos empezaron a sonar como si hubiese milbrindis al unísono, hasta el punto de quebrarse, y el pueblo fue cubiertopor un manto de agua y sal que quiso llevarse a Dennis a seguir la fiestacon las sirenas.

Afortunadamente, a él los únicos terremotos capaces de hacerlotambalear, son los de pipeño y helado de piña.

PARA QUÉ VER TELEVISIÓN

Los tres están sentados en la barra del local riéndose a carcajadas, sin

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más compañía. Acaba de terminar un partido en el Canal del Fútbol yellos no se dan por enterados. Orlando se pone de pie y le dice algo asu esposa, que se pierde en el fondo, detrás del mesón donde ambosatienden a sus clientes del restaurant “Miramar”. A esa hora, cinco dela tarde de un sábado, los dos comensales son viejos conocidos: unode ellos es Dennis García; el otro, un tal Amado Osorio.

Mientras Orlando seca un vaso, Amado y Dennis dicen queestán tomando Coca Cola. Pero los cigarros apagados en uncenicero y las risitas acaloradas los delatan. La jornada terminará cercade la medianoche con otro comensal - que se une más tarde a la juerga- que deberá ser llevado en andas por los presentes. Todos son exmúsicos y colegas de Dennis, quien carga en el cuerpo con el peso dehaber seguido largas giras por Santiago, Concepción, Chiloé y Valdiviatocando con bandas como La Guaraní (“era tipo Los Panchos: guitarras,bongó y tres cantantes”), Los Ases del Ritmo y el Trío Cubo.

- Que le cuente cómo se salvó arriba de los techos este otro.Si ya está acostumbrado a chamullar -dice Orlando-. Cuéntale cómoera Corral antes, con 20 mil habitantes y cómo llegó a quedar casi vacíodespués del terremoto. Y dile también que teníamos una banda.

- ¿Cómo se llamaban?- Los “Donde me invitan boys”.Todos se ríen aparatosamente y piden otra corrida. Mientras,

en el Canal del Fútbol se ve el spot de un programa de deportes extremosen que un grupo de surfistas se desliza sobre olas de aguas celestes.Todos dan la espalda al televisor, ignorándolo. Para qué ver la tele, siellos sí que saben de olas. Para qué, si a Dennis le bastaron unas horaspara hacer una hazaña parecida, sin siquiera saber nadar.

RITMO Y JUVENTUD

“Yo escucho radio, me gusta la radio. Todos los días la prendodespués de almuerzo”. Enciende el hervidor eléctrico y aprovecha debajar el volumen para dejar la música sólo como un leve murmulloambiental. “Yo antes escuchaba los bailables de los sábados y domingos.Escuchaba la Corporación, La Minería, la Colo Colo, de esos años poh.Transmitían directamente del Centro de Baile de Santiago, tocaban laRitmo y Juventud, la Cubanacán. ¡Y los tangos!, Alfredo De Angelis,Miguel Caló venían desde Argentina especialmente a tocar a las radiosde Santiago. Bueeenos, de los que ya no existen”, relata Dennis mientrasllena las tazas con agua.

A sus 74 años dice que ya no le queda nada por vivir.Engañosamente. Quiere hacer creer que vive los días desanimado y soloen la casa que heredó de sus padres, que fueron dueños de la pulperíadel pueblo. Le gusta contar historias como si fuera él uno de los locutoresque oía cuando era niño y la lluvia lo obligaba a quedarse en la casacon sus dos hermanas, Diana (seis años mayor) y Magaly (diez años

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menor). Por eso, antes de hablar de terremotos, antes de hablar decatástrofes y casas flotando y todo aquello de lo que el mundo ya seenteró, él prefiere hablar de lo que quedó en la trastienda.

Así es que ajustamos la aguja y dejamos el LP en la primeracanción.

“Este pueblo era un ir y venir, todos los negocios llenos. Losrestoranes llenos, porque había poder adquisitivo, dinero para gastary ése era el sistema. Los días viernes, sábado y domingo los bailesestaban llenos, los hoteles llenos.

Uno iba a Valdivia a comprar a las casas comerciales de laépoca y todo el mundo vivía feliz y tranquilo. Era otro sistema de vida,era más hogareño, habían malones, ¡los famosos malones! en esos añoscon la música que era la autoridad de ese tiempo, vale decir, el bolero,el chachachá, la rumba, el mambo, y después el rock and roll. Todo unquehacer musical que cambió la etapa de los sesenta hacia delante”.Su infancia la vivió jugando a los cowboys, las escondidas y las “pillás”en las calles cercanas a lo que fue el almacén “Rancagua”, el granabastecedor de abarrotes que tuvo Corral durante décadas, y que erade propiedad de sus padres. En la segunda calle de Corral Bajo, donLuis García y su esposa, Adela Risco, se encargaban no sólo de atenderal público local, sino también de proveer a las embarcaciones querecalaban en el puerto.

Sus hijos Diana, Dennis y Magaly crecieron en una época enque el aire marino y la tranquilidad pueblerina llevaban el pulso de lavida como un dulce swing. “Había tiempo para todo, la juventud queteníamos nosotros fue maravillosa. Íbamos al cine, a las clases, hacíamoslas tareas. En septiembre era la época de los volantines, las fiestastípicas de aquí de la zona del sur de Chile, entonces era otro quehacer.Celebrando la llegada de la primavera, salía toda la gente a la calle conmucho optimismo. Así era nuestra infancia, los padres trabajando ensus quehaceres y uno estudiando”.

Estudiando, pero sin fanatismos. Al menos en el caso de Dennis.De adolescente dejó Corral para estudiar en el colegio Salesiano y enel Liceo de Hombres, donde estuvo interno por largas temporadas.Repitió “muy pocos cursos” y no terminó el colegio, el que abandonódefinitivamente a los 22 años, seducido por un amor de verano. Desdelos 18, comenzó a pasar las horas de vacaciones con un juguete prestado. “En esa época conocí a la famosa orquesta de aquí, que eran Los Asesdel Ritmo. Cuando ellos no tenían actuaciones, me prestaban laspercusiones y ahí empecé. Estuve como un año encerrado aprendiendo”.

EL CONSERJE Y EL MARINO

Las calles están vacías y las pendientes en bajada que dan alpuerto permiten ver el agua calma de la bahía. La gente llega al muellea goteras y las lanchas parten semivacías hacia Niebla. Mientras tanto,

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Dennis García mete un palo en la cocina a leña de su casa, tapizada depósteres y calendarios con señoritas ligeras de ropa en poses sugerentes,la mayoría sacados del diario La Cuarta (“un huevón de por allá me losjunta”, se apura en aclarar).

Al salir a la calle, Dennis se transforma en “Densi”, apodo conel que es conocido. Los pocos parroquianos que decidieron no tomarla siesta post- almuerzo de un día domingo, lo saludan con cariño, legritan de lejos para bromear.

Por años, “Densi” fue guía turístico del fuerte San Sebastiánde Corral, y ése es el personaje que adopta para salir a mostrar el pueblo.Cuenta sus historias, paso a paso, con las vías solitarias como escenarioy en las que se mueve como si fuera el conserje de la comuna. Parecieraque si un día todo el mundo se fuera de Corral, sería él el encargado dever que no quede nadie y poner el candado por fuera.

Pasa frente a la municipalidad, al restaurante Miramar, al kiosko,al gimnasio municipal, al cuartel de bomberos donde animaba fiestascuando éste tenía un salón. Llega hasta la segunda calle de Corral bajo,donde carraspea para aclarar su voz y largarse a contar.

“Estábamos almorzando en la casa ese día feriado, cuandoempieza el movimiento telúrico grado 10. Los cables de la luz chicoteabany los terrenos se abrían y se tragaban la gente”. Todo el mundo se movíaerráticamente, mientras Dennis no dejaba de lado su pose omnipotente,juvenil, audaz. El pánico cundía y él internamente trataba de bajarle lasrevoluciones al incipiente miedo. Por eso, cuando su padre se dio cuentade que su esposa y su hija Magaly habían salido de la casa y lo mandóen busca de ellas, Dennis partió sin despeinarse demasiado.“En un intertanto se desaparece mi madre con la Magaly, y mi viejo, elLuis, me dice ¡anda a ver qué pasó con el resto de la familia! Yo con 26años era aquí te las traigo…. Y yo en vez de ir por el camino de Valdivia,me pasé por el paseo Paul Harris sin saber que venían las marejadas”.

La valentía con que avanzaba ni siquiera le dio tiempo de teñirsede arrepentimiento para dar paso al miedo. La aguja se cambió de surco,el disco saltó y cayó por la otra cara y justo encontró a García tratandode saber cómo llevar un ritmo endemoniado, trágico, ilegible.

“Iba caminando por ahí y me tomaron las marejadas, que mellevaron mar afuera”. Aún preso de la resaca de la noche anterior, la deun celebrado 21 de mayo, se encadenó a la resaca marina que arrastrócon fiereza a un jovencito que jamás había nadado.

“Y viera cómo pasaban las casas, y la gente gritando, y a lasmujeres se les trancan las puertas y las ventanas y se ponen a gritar yno hacen ninguna cosa. ¡No hacen nada, no atinan a ná! ¡Y qué iban ahacer! Si no es película la cosa. Lo que pasa es que el sistema nerviosono responde, las piernas no responden y si no responde el sistemanervioso uno ta' entrega'o, ¿qué va a hacer?”

Mientras veía pasar murallas, casas, planchas de zinc y personasque manoteaban tan desesperadas como él, logró ver, atragantado deagua, a su salvavidas providencial.

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Walter Norman era un marino de origen alemán al que Dennis habíavisto un par de veces antes. Fue él quien, mientras vio al músicoescalando techos y chiflando a quien viera pasar, despavorido sobreuna ola monstruosa, las ofició de instructor en medio del pánico de unhombre que más se movía en aguas espirituosas que en las marinas.

“Estuve como 6 horas agarra'o de techos y palos. Todoschiflándose unos a otros. De repente me encuentro con una personaen la inmensidad del mar y era don Walter Norman, que era práctico dela Armada. Yo no lo conocía, si aquí éramos 20 mil personas, y mehablaba, me decía cosas y yo no le entendía, con la desesperación, yya estaba con hipotermia, seis, siete horas en el mar es cosa seria. Estecaballero me hablaba y no le entendía na' poh. Y cómo le iba a entendersi era alemán, era medio mutro… Me decía ¡mantente!, ¡relájese! Derepente nos acercamos arriba de un techo y le hicimos pelea a lasmarejadas”.

A duras penas, Dennis lograba entender las instrucciones deWalter Norman. Y a duras penas, se sostenía en pie para ir contrapesandouna plancha de zinc que usaron como balsa.

“Se veían las corrientes submarinas y el techo y nosotrosibamos pa' un la'o y pa' otro, por Mancera, cerca del fuerte SanSebastián, donde nos llevara, por todos lados. Y en una de esas el techotocó el muelle de pasajeros de Corral, que a esas alturas era purachatarra. Ahí aproveché de salir y después los del salvataje bajaron ylacearon y sacaron a Norman. Eso ya era de noche. Estuve como 7horas. Este caballero tenía entre 75 y 80 años y yo no sabía nadar, lehacía el quite a las palizadas, el resto de palos, a los pisos. Si yo mesalvé gracias a él, que me dio las indicaciones”.

Después del traumático capítulo de sobrevivencia, Dennis partióa los cerros, donde estaba el resto de su familia. Perdió el rastro deWalter Norman tras su rescate y sólo supo, años más tarde, que elmarino alemán salvó con vida, pero murió tiempo después.

El largo abrazo y el agradecimiento que Dennis le teníapreparados, quedaron archivados como una deuda eterna.

AÑOS DE BOLEROS Y PÉRDIDAS

“Yo creo que fue un milagro, porque murieron muchos marinosexperimentados. Fue para que alguien le contara a las generacionessiguientes cómo era un maremoto”. Así explica Dennis su sobrevivencia.Como repiten quienes han estado cerca de morir, dice que vio pasartoda su vida en pequeñas fracciones de tiempo.

“Se te pasa en un segundo la niñez, la adolescencia, todo poh.En una tragedia, cuando te agarra el agua, las marejadas, empezai' ahacer un balance de la vida, pero rápido, porque te vai a morir”.

Con 26 años, emigró a Valdivia junto a sus padres y su hermanaMagaly, quien desde entonces se resiste a volver a Corral. “Vivimos un

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año en Valdivia y en ese tiempo yo conocí al que fue mi marido.Regresamos al pueblo y él me fue a buscar para casarnos. Nunca másquise volver, hace más de 45 años que no voy porque no me gustacruzar en lancha y sentir al lado el agua que corre”, confiesa la mujerque por años ha sido el cable a tierra, la apoderada, la tutora de unDennis que, al ver en sus manos la segunda oportunidad que le brindóla vida, volvió a su carrera en la bohemia e intentó, sin suerte, emparejarsey vivir en familia.

El matrimonio de Luis García y Adela Risco vivió en Valdivia desus ahorros y se instaló en una casa de calle Cochrane. Mientras Magalyiniciaba su romance con Roger García, el padre de sus dos hijos, Dennispasaba las noches en el Millaray, local que funcionaba en el edificioPrales. El Madrigué, también en el centro de la ciudad, la Hostería deCastro y boites de Temuco igual supieron de sus percusiones.

A mediados de la década de los '60 fue reclutado para serparte de la banda de Ramón Aguilera, el legendario rey del bolero, yvivió largas temporadas de gira.

Paralelamente, estuvo emparejado casi una década con IdaAlvarado, madre de su única hija, Loreto, quien falleció en 1994 en unaccidente automovilístico. Hablar de ella con Dennis muestra la que talvez es la única zona oscura y triste de su vida. Vivió con su hija hastaque ella tuvo 15 años, edad en la que partió con su madre a la capital.En los años siguientes, el músico no perdió oportunidad de pasar porSantiago para compartir con ella.

Los años difíciles se sucedieron para Dennis. En 1968 perdióa su madre, quien falleció de cáncer. Hasta 1972, acompañó a su padrepara seguir trabajando en la casa donde refundaron el almacén“Rancagua” tras la estadía en Valdivia, un inmueble que compró donLuis a una familia alemana que emigró del pueblo tras el terremoto, yen el que Dennis vive hasta hoy.

LOS ÁNGELES TAMBIÉN SE ESTRESAN

Durante los 80' y los 90´, Dennis se dio maña para pasar porestudios de televisión y contar su historia. Don Francisco (“pesado elchuchesumadre”), el programa de Canal 13 “Noche de Ronda”, queconducía Raúl Alcaíno (“simpático el tipo ése”) y La Noche del Mundialde TVN, en su versión 1998 (“me tuvieron como una semana en un hotela cuerpo de rey”), supieron de la simpatía del corraleño hablando delterremoto.

Con su historia, la Compañía de Teatro de la Universidad Australde Chile montó la obra “Quitalutos: alegoría de una catástrofe”.“Yo creo que si un escritor se dedica a hacer un libro de la vida deGarcía, sería un best seller”, asegura Orlando Oyarzún, acordeonistaque solía formar dúo junto a Dennis.

Son sus amigos y cercanos los que se han dedicado a

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coleccionar las anécdotas que el propio Dennis deja de contar. “Estehombre ha marcado una época acá. La gente lo conoce y lo quiere,sabe que a veces anda con el tejo pasado o que es medio chamullento,pero casi todo lo que te cuenta es cierto”.

“Yo siempre soñé con ser actriz y ser famosa. Pero el que sinquerer ha sido famoso es mi hermano. Yo creo que tiene un ángel dela guarda tremendo que debe estar estresado con tanta lesera quehace”, señala Magaly García.

“Cuando murió su padre, éste quedó a cargo del negocio y sepuso a mandar cartas a los correos sentimentales diciendo que era uncomerciante que necesitaba compañía”. Y para alegría de Dennis, lascartas de respuesta llegaron por docenas.

“Entre todos los amigos abríamos las cartas y le seleccio-nábamos las mujeres. Y Densi quedó de conocerse con una mujer deTemuco. Cuando llegó allá, lo estaban esperando con una fiesta y seencontró con una mujer como de tres cuerpos más que él y de 100kilos”. Sin dejar de reírse, Orlando remata la historia. “Y entremedio, éldijo que iba al baño. Y este salvaje se escapa por la ventana y arrancapara venir a contarnos”.

Si esta mujer u otra le deseó mal a Dennis entonando la canciónque dice “que te parta un rayo, que te mate un tren”, no lo hizo consuficiente esmero. Después de visitar un día a Magaly en Valdivia, Dennisle aseguró a su hermana que partiría de vuelta a Corral.

“Yo trabajaba en la Clínica Alemana y un practicante me diceque un hombre aseguraba a pie firme que era mi hermano, y que porfavor lo fuera a ver. Yo le dije al niño: ´no puede ser mi hermano, porqueayer se fue a Corral´, pero insistió tanto que fui a una pieza y veo a untipo vendado entero, con un turbante en la cabeza. ¡Y claro que era él!Nunca se fue de vuelta: partió a tocar con unos amigos a Antilhue y,medio curado, se cayó del tren que iba partiendo”.

Dennis se jacta de haber estado 15 años a cargo del fuerteSan Sebastián en Corral. “Atendí a más de un millón de personas”. Peroantes de retirarse en 1988, no perdió la oportunidad de subir al columpioa un gringo diciéndole que el sitio histórico era suyo. Ni corto ni perezoso,Dennis además le puso precio y el gringo aceptó hacer el negocioinmobiliario de su vida. El trato estaba cerrado, pero un poco oportunosoplón le contó al turista extranjero que la ganga que le habían ofrecidoera una más de las barrabasadas de Dennis García.

Él deja que el resto cuente, mientras escucha desde unaesquina. Un día, mientras está adolorido por una artrosis en la rodilla,su hermana le sirve la once y se niega a creerse a sí misma la historiade la que fue testigo.

Tocan a la puerta de madrugada. El marido de Magaly y sushijos ya conocen las andanzas del viejo zorro. Magaly se asoma por laventana. “Vi a un tipo alto, buenmozo, con el bolso de mi hermano.Obviamente me asusté y pensé que le había pasado algo”.

Detrás del tipo alto con el bolso en sus manos, aparecen otros

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dos vestidos de negro que sujetan a un Dennis García con bastantestragos en el cuerpo. “Al lado venían dos más, eran cinco en total. Yo loshice pasar y se sentaron. Mis hijos se despertaron y yo les ofrecí un téa los visitantes para agradecerles que al menos me hubiesen traído ami hermano”.

No sin desconfianza, Magaly retuvo a los desconocidos en sucasa para saber cómo y dónde habían encontrado a Dennis. “Yo reciénhabía llegado al barrio, y ellos me dicen que son del comité de seguridadde la calle. Me recitaron todos mis datos y quiénes éramos los integrantesde la casa”.

Como es de esperar, Dennis no recuerda dónde se cruzó conlos tipos. “Fueron muy amables, se tomaron el té y dijeron que antecualquier problema nos iban a ayudar. Y que a mi hermano lo habíanvisto llegar mal y que por eso vinieron a dejarlo”.

Asombrada por la diligencia con que actuó el “comité deseguridad”, ella y sus hijos - que también presenciaron la escena- lecomentaron a los vecinos la gran ayuda que habían provisto los hombresde la noche anterior. La pieza del puzzle que no calza hasta hoy, es queen la calle Ángel Muñoz de Valdivia jamás existió tal comité, ni los vecinosvieron alguna vez al grupo de hombres con esa descripción.

“Con este hombre yo ya no sé qué pensar”, dice Magaly. Suhija Dominique refrenda la historia y se encoge de hombros, como sisupiera que difícilmente todo el mundo daría crédito a esa apariciónprovidencial de un grupo de agentes rescatistas de Dennis García. Eleterno sobreviviente asiente con la cabeza ante cada pasaje relatado.Dice que recuerda el episodio con lagunas.

“Bueno, ahora con su problema a la rodilla y otras cosas, elmédico le dijo que va a tener que dejar su vida bohemia. Porque ahorase acuesta cuando le da sueño y come cuando le da hambre. Como sifuera un jovencito”, dice Magaly, con tono aleccionador.

Y como diciendo con la mirada que las palabras de su hermanason sólo patrañas, García se da vuelta y prende un cigarro, el terceroen una hora. Aspira hondo. Ya sabe que dándole descanso de unosdías a su ángel de la guarda, éste volverá a sus labores habituales y loayudará a zafar de una nueva.

Carmen Gloria Collado Araya

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CARMEN GLORIA COLLADO ARAYA - RÍO BUENO

Nació huinca, o eso le hicieron creer. Creció despreciandoa una sirvienta mapuche sin saber que era su madre.Cuarenta años después la buscó para pedirle perdón.Mientras escarbaba el pasado encontró su vocación yel modo de rendirle un homenaje a sus ancestros. Sehizo artesana de textilería indígena.

El futuro se teje conlas hebras del pasado

Por Rodrigo Obreque Echeverría

RÍO BUENO

Carmen Gloria Collado Araya

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toño, afuera llueve. Todos duermen en el edificio del ClubAlemán de Río Bueno, a un costado de la Plaza de Armas.En realidad, no todos: en el amplio pasillo del segundo piso,una mujer está arrodillada sobre las frías baldosas,

rompiéndose la espalda, de cabeza sobre la gigantografía que pinta conmotivos zoomorfos y antropomorfos.

Carmen Gloria Collado Araya trabaja de noche, todas lasnoches, durante semanas, cuando debe preparar un desfile de modas.Su trabajo no es sólo alta costura. Es alta cultura. Cultura ancestral.Moda mapuche.

¿Collado Araya? ¿Una huinca diseñando vestimentasmapuches? ¿Tejiendo un küpam (vestido), tiñendo una üquilla (manta),bordando un trarüwe (faja)? ¡Usurpación! El grito en el cielo.No es una usurpadora. Si a un canelo lo arrancan desde el tronco paraconvertirlo en el bonito chalet de una parcela, seguirá añorando susraíces. Fue lo que le pasó a Carmen Gloria.

Esta fría noche de otoño, ella trabaja en lo que será el muraldel escenario de su próximo desfile. Traza, dibuja, pinta con esmalteacrílico y óleo sobre pliegos de cartulinas. Se rompe las rodillas, estáde cabeza sobre las baldosas, se arropa la espalda y el resto del cuerpocon los vestidos que ella misma diseñó: un küpam negro, largo, tantoque llega al suelo, unas botas de cuero y gamuza, una üquilla de lanade oveja, teñida con maqui, tejida en telar mapuche.

El mural será el más grande que haya hecho. Cuando lascartulinas se ensamblen sobre una estructura metálica, tendrá la alturade un edificio de tres pisos: casi diez metros. Todo ese material jamásentraría en su departamento, al que llama cariñosamente “mi sucurucho”.Por eso trabaja en el pasillo aledaño al sucurucho, de rodillas, de cabeza,todo un año rompiéndose la espalda.

El sucurucho es el taller de Carmen Gloria y también sudormitorio-comedor-oficina-probador. Todo lo que posee está guardadoen esos 30 metros cuadrados. En la pared de la puerta de entrada,frente a un sofá, cuelgan de una barra de fierro algunas de sus creaciones:vestimentas tradicionales de las mujeres mapuches, pero confeccionadascon una interpretación actual y urbana. Detrás del sofá está su dormitorio,a la derecha el escritorio del computador, más atrás una mesa redonda,pequeña, y tres sillas. No hay cocina. No la necesita. Su dieta se basa

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en ensaladas y sopas para uno. No hay ventanas. Así es mejor; cuandotrabaja le da lo mismo si es de día o de noche. Tampoco tiene baño. Nole importa, ocupa el del edificio.

El sucurucho parece una ruca, y eso le gusta.

EL DESPRECIO DE TERESA

El golpe del timbre de hierro retumbó a tal punto en los oídosde Teresa Marín Collío, que no pudo evitar estremecerse. Había logradocontrolar con cierto éxito su nerviosismo desde que descendió del tren,pero ahora que estaba frente a la enorme puerta de la casona ya noconseguía disimular su miedo. Pasaron algunos segundos que leparecieron interminables antes de que la puerta se abriera. Teresa bajólos ojos y avanzó hacia el interior con paso trémulo.

La jefa de la servidumbre la encomendó a las labores delimpieza. A cambio le ofreció cuatro comidas diarias y una ínfima sumade dinero. Una pequeña habitación, que debía compartir con otraempleada, completó el acuerdo. El trato de palabra no incluía los abusosdel patrón. Eso fue una “gentileza” de la casa.

La frágil Teresa tenía 14 años cuando dejó Cunco Chico,localidad rural cercana a Temuco, para irse a trabajar a Santiago. Casino hablaba español. A su padre, Ignacio Marín Quiñehual, inscrito comoMarín porque el funcionario público que firmó su certificado de nacimientono supo escribir el apellido Mañiml, le irritaba que sus hijos no seexpresaran en mapudungún. La desobediencia la castigaba con palizas.

Como lo hicieron muchas niñas y jóvenes mapuches en ladécada de los '60, Teresa emigró del campo en 1961 para huir de lahambruna y servir en el hogar de una familia acomodada. No imaginóque en la casona del paradero 18 de Gran Avenida encontraría máspenurias que alegrías. No sólo extrañaría los catutos que su madre cocíaen el horno de barro, el viento meciendo las copas de los árboles nativos,la risa contagiosa de sus nueve hermanos menores o las tardes dechapoteos en el río Quepe. También extrañaría la seguridad que sentíaen su ruca, sobre todo en aquellas noches en que el patrón de la casona,Alfonso, bebía más de la cuenta y la arrastraba a su habitación paraechársele encima.

En el día, Teresa barría, trapeaba, enceraba y virutillaba. Porlas noches temblaba, arrancaba, soportaba y l loraba.Una tarde primaveral, cuando llevaba un año y medio de esta infamerutina, Panchita Collío Calleuqueo, su madre, quizás presintiendo ladesdicha de su hija, se plantó ante la puerta de la casona, sacudió condecisión la manija metálica del timbre de hierro y preguntó por ella.

- Vengo a ver a la Teresa Mañiml. Soy su madre - le dijo a lasirvienta que la recibió en el vestíbulo.Diez minutos después, la sirvienta regresó con una respuesta que ladesoló.

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- Teresa no quiere verte. Pidió que por favor no vuelvas.Panchita se dio media vuelta antes de que la sirvienta notase que susojos se humedecían. Deambuló largos minutos por las calles de adoquinesque jamás volvería a pisar, antes de abordar el tren para retornar aCunco Chico.

Desde entonces, el recuerdo del desprecio de Teresa se alojóen ella como si fuese un tumor que no le provocó la muerte, pero cuyodolor nada logró aplacar.

SOBRE LA PASARELA

La Unión, agosto de 2003. En el gimnasio de la Escuela de laCultura, una quinceañera se desplaza por la pasarela vistiendo unaajustada túnica küpam de color fucsia, tejida con lana de alpaca yhebras de seda. Carmen Gloria Collado, micrófono en mano, explica alos asistentes a su desfile qué prendas luce la modelo y la técnicautilizada en su confección.

Fotógrafos y camarógrafos captan los delicados movimientosde la joven. A los periodistas y al público les llama la atención que lasindumentarias mapuches, que siempre les han parecido extremadamentetradicionales y conservadoras, con un corte vanguardista resalten lafeminidad e incluso la sensualidad de las mujeres de esa etnia. Nuncase les habría ocurrido que se podía innovar en sus diseños. No contabancon la astucia de Carmen Gloria Collado.

La noticia será portada en El Mercurio y ocupará los titularesde otros diarios y de canales de televisión.

Las modelos seleccionadas por Carmen Gloria para sus desfilesson jóvenes descendientes mapuches. Suelen ser treinta, provenientesde distintas comunidades de la región. Hay para todos los gustos: altas,bajas, gruesas, delgadas. Son aficionadas, pero su inexperiencia lasuplen con desplante. Desfilan con el cuello erguido y los hombrosrectos, orgullosas de la generosa anatomía de su raza. Desinhibidas, apesar de sus imperfecciones.

En cada desfile se exhiben unas 200 prendas hechas a manoy en telar: trajes de noche, vestidos de novia, conjuntos formales ysemiformales, confeccionados respetando las técnicas ancestrales detejido y teñido. Música de trutrukas y kultrunes acompañan el tránsitode las modelos por la pasarela. Cantos poéticos en mapudungúnresuenan en el recinto.

Los vestuarios son engalanados con finas joyas de platamapuche, algunas labradas hace más de tres siglos y otras que sonreproducciones de las originales. La mayoría de los accesorios pertenecena la familia de Benjamín Cona, un joyero mapuche que tuvo un papelfundamental en la vida de Carmen Gloria.

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POBRE NIÑA RICA

“¿QUÉEEEE?”. Teresa primero soltó un grito y acto seguidosoltó el plumero. Cuando le avisaron que su madre la esperaba en elvestíbulo, faltó poco para que se desplomara sobre la alacena quedesempolvaba con excesivo cuidado.

- No, por favor, dile a mi papai (mamita) que se vaya, que novuelva -le dijo a la portadora del aviso, cubriéndose el rostro con ambasmanos.

- Pero cómo no la vas a recibir, si viene de tan lejos. Se vecansada la pobre.

- Dile que no quiero verla. Es que si me ve así le va a dar unataque...

Las náuseas le impidieron a Teresa terminar la frase. Corrió asu dormitorio y desde la ventana vio a su madre alejarse de la casona.Se tendió de espaldas sobre la cama deshecha y cubrió su abdomencon un almohadón. Lloró. Lloró largos minutos. Lloró por horas y enjugósus lágrimas con el delantal que, pese a su holgura, hacía días revelabasu quinto mes de embarazo.

Lloró también durante los meses que sucedieron a este episodioy sólo volvió a sonreír cuando dio a luz, en julio de 1963, a una bebé deojos rasgados y labios finos, como los suyos, y de tez blanca y voluminosacontextura, como el padre.La niña-madre, Teresa, crió a la niña-hija, Carmen Gloria, sólo un parde semanas. Yolanda, la hermana del patrón de la casona, no iba atolerar que el “desliz” de Alfonso quedara a la vista de sus influyentesamistades.

Aunque le doliera, la niña tenía su sangre, así es que la llevóa vivir a su mansión. El cuidado de Carmen Gloria fue encomendado aLuzmira Araya Araya, la Lucy, ama de llaves y brazo derecho de Yolanda.Ella le dio a la niña el apellido de su esposo muerto y el suyo: ColladoAraya.

Carmen Gloria creció sin saber quiénes eran sus verdaderospadres, pero nunca le faltó algo en la casa de su tía. El cariño se lo dabasu mamá Lucy. Lo material corría por cuenta de Yolanda, una farmacéuticasolterona, propietaria de una cadena de boticas. La niña tenía una nanaque la bañaba, la vestía, la peinaba y la iba a buscar y a dejar al colegio.Almorzaba y cenaba con Yolanda, siempre en silencio, una en cadaextremo de la larga mesa del comedor. Profesores particulares leenseñaron a tocar piano y guitarra y a hablar inglés. Las monjas delColegio María Auxiliadora la mimaban, pues su tía Yolanda era una desus principales benefactoras.

De Yolanda recibió las mejores ropas, la mejor educación.Jamás una caricia.

De su padre, un abogado cincuentón y corpulento, calvo, deojos azules y dedos grandes, amarillentos por la nicotina de los cigarrillossin filtro que fumaba asiduamente, recibió menos que eso. Una vez una

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palabra, otra vez un insulto.Alfonso Unda, dice Carmen Gloria que se llamaba su padre.

EL DESPRECIO DE CARMEN GLORIA

La mamá Lucy recién le había servido el desayuno a CarmenGloria cuando Teresa apareció en la cocina. Cada vez que su patrón laenviaba a dejar algún encargo a la casa de Yolanda, se las ingeniabapara ver siquiera unos minutos a su hija. Para ello contaba con lacomplicidad de Lucy.

Esa mañana, Teresa quiso tomar en brazos a Carmen Gloria,que entonces tenía tres años, pero recibió una patada en las costillasque la hizo retroceder. La niña sabría recién varios años después quela joven a la que acababa de golpear la cobijó nueve meses en su vientre.Teresa se acercó de nuevo y le dio un beso en la mejilla, a la fuerza.Carmen Gloria sintió el mal aliento de su madre biológica y la vomitó.“Déjame, hueona llonda”, le gritó.

- La niña me odia, señora Lucy, me tiene asco -dijo Teresa,sollozando.Lucy no alcanzó a consolarla, aunque quería, pues Carmen Gloria selanzó al piso y comenzó a llorar con histeria. Su berrinche atrajo laatención de Yolanda.

- ¿Por qué llora la niña? -preguntó la patrona con un vozarrónque anunciaba tormenta.

- Ella tiene la culpa, ella fue -acusó Carmen Gloria, apuntandoa Teresa.

- Mira, india desgraciada, nunca más te acerques a la niña.Yolanda acompañó estas palabras con un golpe en la nuca de

Teresa. “Ahora vuélvete a la casa de mi hermano”, añadió. La jaló delcabello y la lanzó a la calle.

Apenas Teresa se marchó, Carmen Gloria cesó su llanto.

DISEÑADORA NO, ARTESANA

La Presidenta Bachelet tiene ambas manos sobre su corazóny una sonrisa en los labios, en señal de agradecimiento. Está vestidacon una ruana -manta con forma de poncho- tejida a telar con lana deguanaco, teñida con maqui y bordada con lana de alpaca por CarmenGloria Collado.

La foto fue tomada durante un acto en La Unión el 16 de marzode 2007, el día en que se promulgó la ley que creó la Región de LosRíos. La ruana fue un regalo que le hicieron los alcaldes de la entoncesProvincia de Valdivia. La Presidenta se salió del protocolo y se la probóen el mismo instante.

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Quizás sea la persona más ilustre que usa un diseño de CarmenGloria Collado.

Las constantes apariciones en la prensa y el prestigio ganadopor la calidad de sus confecciones, sin embargo, no le han aseguradoel éxito económico. Tampoco el que, desde agosto de 2005, sus desfilessean patrocinados por la Comisión Bicentenario de la Presidencia dela República.

Todos los meses dedica una semana a recorrer Valdivia, Osorno,Puerto Montt y sus alrededores para vender sus vestuarios, que transportaen bolsas de nylon. También recibe a potenciales compradores en elsucurucho. Los extranjeros son sus mejores clientes.

Vive con lo justo, pues las utilidades las reinvierte en materialespara las prendas que exhibe en sus desfiles. Siempre está pensando ensus desfiles. Le queda poco tiempo para hacer negocios. Los negociosno son su fuerte. Su talento está en el diseño de moda mapuche. Nole gusta este apelativo: diseñadora de moda mapuche.

Artesana indígena, prefiere que le digan.

LA MITAD DE LA VERDAD

Una casa de dos pisos. Un árbol frondoso. Un sol asomandopor detrás de las montañas. Pintando con lápices de cera sobre unblock de dibujo, Carmen Gloria esperaba ansiosa que su mamá Lucyregresara del colegio con su libreta de notas. Al llegar me dará un beso,pensaba, y me felicitará. Estaba segura de ello. Tenía nueve años y erauna de las mejores alumnas de su curso.

Le sacuden el hombro a Carmen Gloria. Se voltea. Es AnaMaría, una sobrina adolescente de Yolanda, que ha llegado de visita ala casona.

- Tráeme un vaso de agua -le exige Ana María.- Anda tú, no soy tu empleadilla, mierda -responde Carmen

Gloria, desafiante, sin despegar los ojos de su dibujo.Ana María enrojece de furia. Sus tacos truenan sobre la madera cuandosube la escalera para ir en busca de su tía, que está leyendo en labiblioteca.

- ¿Qué pasa, hijita?- Qué se cree esta cabra de miéchica, tía. No me quiso ir a

buscar un vaso de agua y más encima me insultó.Yolanda acomoda los anteojos que están a punto de resbalar

de su nariz y da un golpe seco sobre el escritorio con el libro que tieneen sus manos. Baja la escalera con pasos cortos, pero rápidos, y vadirecto a encarar a Carmen Gloria. “Mira, india chica, anda a buscarleagua a mi sobrina y me traes un vaso a mí, también”, le grita, a la vezque le arrebata de su mano un lápiz de cera.

- No voy. No soy empleada de ustedes, vieja hueona.La respuesta no sorprende a Yolanda, acostumbrada a los atrevimientos

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de Carmen Gloria, pero sí la descompone. Levanta el brazo para dejarlecaer una palmada sobre la mejilla, pero no alcanza a ejecutar el golpe,pues por detrás suyo emerge la robusta figura de Alfonso, su hermano,con el cinturón en ristre y los ojos desorbitados, dispuesto a castigarla insolencia de la hija que jamás aceptará como tal.

Carmen Gloria elude el rigor de la hebilla y se escabulle pordebajo de la mesa hacia el depósito de la botica, ubicado detrás de lacasa, donde se preparan los macerados para la elaboración demedicamentos. Allí, acorralada en una esquina, recitando un rosario deimproperios, le hace frente a sus perseguidores, amenazándolos conarrojarles el frasco con alcohol que tomó de una repisa, si osanacercársele.

No se le aproximarán, pero Carmen Gloria aprenderá este díaque no es necesario que la golpeen para hacerle daño.

- No seas tan arrogante, mocosa, si eres hija de una india -leenrostró Alfonso, ciego de rabia.

- Mi mamá Lucy no es ninguna india -replicó Carmen Gloria.- Tú no eres hija de Luzmira, eres hija de la Teresa. Tu madre

es una india puta.La revelación la dejó unos segundos sin aliento. “Mentira,

mentira”, chilló apenas recobró la respiración. “Mentira, viejo mentiroso”,repitió incansable, hasta que su mamá Lucy llegó del colegio con sulibreta de notas y le confirmó a la niña, con un tono apacible y tratandode disimular su angustia, que lo que le habían dicho era cierto.

“La Teresa te tuvo en su guatita, pero yo te crié. Las dos somostus mamitas”, le explicó. Luego la llevó a la cama y la acurrucó hastaque se quedó dormida.

Recién entonces, Luzmira, la mamá Lucy, apretó los párpadosy dejó salir el llanto.

LA OTRA MITAD DE LA VERDAD

Carmen Gloria tenía 15 años cuando conoció la pobreza.Hacía varios años -desde que se enteró de que su verdadera madre eraTeresa- que había optado por renunciar a gran parte de los privilegiosque le daba Yolanda. Continuó estudiando en el colegio María Auxiliadora,pero no aceptó más sus regalos ni almorzaba con ella en la mesa largadel comedor, sino en la cocina, con su mamá Lucy y el resto de losempleados. Pero la pobreza era otra cosa y la sufrió en carne propiatras la muerte de Yolanda, cuando Alfonso despidió a todos los sirvientesde su hermana.

Luzmira y Carmen Gloria se fueron a la casa de Jorge ColladoAraya, hijo de Lucy, un auxiliar de farmacia que vivía con su esposa ysus cinco hijos en la Villa Lo Espejo. Allí, Carmen Gloria vio a niñoscorriendo descalzos. A ancianos durmiendo en la calle. Supo lo que erael frío y el hambre. Y se juramentó que cuando terminara cuarto medio

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estudiaría una carrera universitaria para escapar de esa realidad.Las monjas la ayudaron a cumplir su sueño. La becaron para

que terminara la enseñanza media y, una vez licenciada, le consiguieronun cupo en el internado del colegio María Auxiliadora de Punta Arenas,para que viviera allí mientras estudiaba Ingeniería de Ejecución enQuímica en la Universidad de Magallanes.

El día antes de partir al sur, su mamá Lucy le haría una revelación.- Tienes que empezar de cero en Punta Arenas, hija - le dijo-.

Quizás en el futuro te vas a encontrar con parte de tu historia y tieneque ser así.Carmen Gloria la miró sin entender de qué le estaba hablando.

- Quiero que te vayas tranquila y que no odies más a tu madre,la Teresa. No era una puta. Alfonso Unda la ultrajó cuando tenía 15 años.Él es tu padre.

Al día siguiente, Carmen Gloria abordó el avión a Punta Arenascon su mochila en la espalda y un peso extra sobre sus hombros.

Un peso que el viento patagónico se encargaría de aliviar.

UNA PROMESA

La mamá Lucy agoniza. Presiente que no pasará el invierno.“Carmen Gloria tiene su vida hecha”, susurra Lucy. “Ya es tiempo deque se reencuentre con su verdadera familia”.

Carmen Gloria está comprometida con Jorge Morales Magnan,el pololo que tenía antes de irse a Punta Arenas y al que reencontró dosaños después, cuando se cambió de la Universidad de Magallanes a laUniversidad Técnica del Estado, en Santiago. Desde hace cinco añosque trabaja en cosméticos Avon como supervisora de control de calidad;él es funcionario del Banco del Estado. Planean casarse cuando termineel año.

Una tarde en que Carmen Gloria la visita, Luzmira le planteasus inquietudes.

- Hija, ya tienes 27 años y pronto formarás una familia, pero tuvida no estará completa hasta que no encuentres a tu madre y le pidasperdón por cómo fuiste con ella cuando niña.

- Pero si tú me criaste. Siempre serás mi madre -alcanza apronunciar Carmen Gloria, antes de que Lucy la interrumpa.

- Ella sufrió mucho, hija, y se merece que la busques. Tienesuna linda familia en el sur. Yo moriré pronto y no quiero irme sin que meprometas que la encontrarás.

- Está bien, mamá, te lo prometo, pero no será de inmediato.Ahora no podría. No quiero.

Luzmira recuerda la última vez que supo de Teresa. Fue a finesde 1973, cuando Teresa y su esposo, Roberto Silva, un activista delMIR, deciden huir hacia Argentina. Antes de marcharse, Teresa fue ala casona a despedirse, pero Carmen Gloria, que ya sabía que era su

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madre, se negó a verla. Luzmira sí se reunió con ella. Se abrazaron.Lloraron juntas.- Anda tranquila, Teresita, que yo cuidaré a la Carmen. Másadelante, cuando la niña crezca y pueda entender cómo fueron lascosas, sabrá cómo encontrarte.

La mamá Lucy fallece en julio. En octubre de ese mismo año,1990, cumpliendo con lo planeado, Carmen Gloria y Jorge contraenmatrimonio. Permanecerán en Santiago hasta 1993, cuando Jorge seatrasladado a la sucursal del banco en Cabildo, en la Región de Valparaíso.A Carmen Gloria le agradará el cambio: renunciará a Avon y se dedicaráa descansar. Criará once perros y una decena de gatos. Decorará lacasa de estilo mediterráneo que comprará su marido. Plantará flores enel amplio jardín. Pero la inactividad le durará sólo un año. En 1994adquirirá máquinas de tejido industriales, que comprará a precio deoferta en La Ligua, y se dedicará a diseñar y confeccionar ropa.

Serán sus inicios en la moda, aunque pasarán siete años antesde que encuentre su verdadera vocación, el diseño de vestuariosmapuches. No será algo premeditado. Al destino no se le busca. Lasraíces indígenas de Carmen Gloria esperarán con paciencia que suspasos se encaminen hacia ellas.

El encuentro se producirá en Villarrica, en el verano del año2001.

NI CHICHA NI LIMONÁ

Carmen Gloria ha tomado una decisión.- Mira, Jorge -le dice con firmeza a su marido-, de ahora en

adelante viajaremos juntos a vender mis tejidos. Cada vez que vas solo,lo pasas chancho, pero no cobras ni uno.

A Carmen Gloria ya no le divierte lo que viene ocurriendo desdehace cinco años: Jorge sale de vacaciones en el verano y parte al surcon el auto cargado de los chalecos, bufandas y otras prendas que ellaha tejido durante el año. Recorre todas las sucursales del Banco delEstado, hasta Chiloé, y regresa a Cabildo un mes después, con varioskilos de más y miles de anécdotas para contar de sus parrandas sureñas,pero casi sin dinero.

En febrero del año 2000 viajan juntos por primera vez y lasventas son excelentes. Pero a Jorge no le agradará destinar susvacaciones sólo a trabajar. En lo sucesivo, Carmen Gloria empezará aviajar sola al sur y cada vez más seguido. Será en uno de esos periplosque volverá a reencontrarse con sus raíces.

El año 2001, en la feria costumbrista de Villarrica, conocerá aljoyero mapuche Benjamín Cona y se harán amigos. Sólo amigos, buenosamigos. Amigos del alma.

- A ver, Carmen Gloria, ponte estas joyas de mi hermana -ledirá una tarde Benjamín, apoyado en el mesón de su puesto de la feria

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CARMEN GLORIA COLLADO ARAYA - RÍO BUENO

artesanal.Carmen Gloria se colgará del cuello una trapelakucha, adornará

su frente con un trarilonko y se mirará al espejo. Lo que verá le cambiarála vida. Por primera vez en su vida se reconocerá como una mujermapuche.

- ¿Sabes, Benjamín? -dirá emocionada, con un hilo de voz-.Siempre pensé que yo no era ni chicha ni limoná. Ahora sé lo que soy:un mudai puro.Esa misma tarde le contará a su amigo la historia de su madre Teresa,a la que despreció cuando era una niña.

- Me gustaría encontrarla, Benjamín, pero no sé cómo buscarla,dónde buscarla.

- La vas a encontrar, Carmencita, pero todavía no estáspreparada. Será cuando Ngenechen (el dios de los mapuches) y la vidalo dispongan.

RÍO BUENO

El río la deslumbró. El río y también el puente de la ciudad deRío Bueno.

- ¿Te gustaría vivir aquí? ¿Te gustaría que nos viniéramos alsur? -le preguntó Jorge.

- Sí, me encantaría -respondió Carmen Gloria, entusiasmada.Para ella, Río Bueno podía significar el renacer de su matrimonio.

Sin embargo, la propuesta hecha por Jorge en marzo del año 2000,mientras estaban de visita en casa de unos amigos de él que vivían enesa ciudad, nunca se concretaría. Jorge no dejaría el norte para irse alsur con ella.

Carmen Gloria volvió a Río Bueno dos meses después paravender sus tejidos y luego regresó cada vez que pudo. Cuando un parde años después se separó de Jorge -en buenos términos: ella le tieneun cariño infinito, siguen siendo muy amigos y él la apoyaeconómicamente-, ya había decidido que se radicaría allí.

Al principio vivió en la casa de Rosita Carrasco. A Rosita y asu marido los conoció el año 2001: fue una amistad a primera vista. Lainvitaron a vivir con ellos. La acomodaron en una pieza en la que CarmenGloria hizo sus primeros diseños de texti lería indígena.

En esa época solía visitar las comunidades mapuches buscandoa la familia de su madre, y aprovechaba para observar lo que vestíanlas mujeres. Todo lo que veía, lo anotaba en una libreta: los colores, lasformas, los diseños. Las ñañas (ancianas) le enseñaron a tejer a telar.Preguntó por las técnicas para teñir la lana con raíces, hojas, cenizas,vegetales... Fue a bibliotecas e investigó sobre los atuendos tradicionalesmapuches. Aprendió las diferencias entre los vestuarios de las mujereswilliches, pewenches, lafkenches y pikunches.

En el invierno de 2003, cuando se fue de la casa de Rosita a

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CARMEN GLORIA COLLADO ARAYA - RÍO BUENO

vivir al sucurucho, ya se había transformado en una artesana de textileríamapuche.

EL ABRAZO CON PANCHITA

La machi Panchita Collío Calleuqueo avanza hacia la rucacargando dos bolsas con las mercaderías que acaba de comprar enTemuco. Camina con la espalda recta, aunque ya tiene 86 años. CarmenGloria, que está sentada adentro de la ruca, la ve venir de lejos y le pidea su tía Ana María, a quien acaba de conocer, que le anuncie su visitapara que la noticia no la conmocione.

Ana María sale a encontrar a Panchita. Carmen Gloria lasobserva mientras conversan. Panchita suelta las bolsas y corre a la ruca.

- ¡Eres mi Teresa! -susurra con voz temblorosa cuando quedanfrente a frente.

- No, abuelita, soy Carmen, la hija de Teresa.Apenas dos semanas antes, Carmen Gloria se había enterado

de que su abuela estaba viva. Lo supo cuando acudió a los archivos dela Conadi en Temuco y encontró su dirección. Fue un amigo suizo elque la animó a consultar esos archivos.

En un caluroso día de enero de 2006, Carmen Gloria,acompañada por su amigo suizo, llega hasta Cunco Chico, donde vivesu abuela, dispuesta a reencontrarse con sus raíces.

- Soy tu nieta, abuelita. A mi madre todavía no he podidoubicarla. Sólo sé que vive en Argentina.

- Pensé que nunca más sabría de ella, mijita. Cuando laencuentres, dile que la amo, que no me importa que en el pasado nohaya querido verme.

- Esa vez que fuiste a verla a Santiago, abuelita, ella no terecibió porque le dio vergüenza y mucho miedo enfrentarte. Estabaembarazada. Me estaba esperando a mí.

Panchita rompió en llanto y abrazó con fuerza a Carmen Gloria.“Yo creí durante todos estos años que ella sentía vergüenza de mí”, ledijo.

El amigo suizo contempló la escena desde lejos. Para quenadie lo viera llorar, escondió sus lágrimas cubriéndose el rostro con unpañuelo.

ASÍ LO QUISO NGENECHEN

Fue un sábado. El día que Ngenechen dispuso para que CarmenGloria volviera a ver a su mamá Teresa fue un sábado: el 29 de abril de2007.

Un año antes, en julio de 2006, Carmen Gloria recibió un llamado

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CARMEN GLORIA COLLADO ARAYA - RÍO BUENO

anónimo en su celular. “Tu madre vive en Argentina, en la ciudad deSan Martín, en la provincia de Mendoza. Anota su número telefónico”,le dijo una voz de hombre, al otro lado del auricular. Le dictó el númeroy luego cortó.

Carmen Gloria había dejado un mensaje con sus datos enseptiembre de 2005 en la sección “Buscamos Saber” de la página webwww.archivochile.cl, sitio electrónico del Centro de Estudios MiguelEnríquez (CEME). “Busco a mi madre biológica”, se titulaba el mensajeque dejó Carmen Gloria. Así la ubicaron. Nunca supo quién la llamó.

Ese sábado de 2007, Carmen Gloria llegó hasta el hospital ÍtaloPerrupato de San Martín de Mendoza para ver a su madre, que seencontraba internada allí por un cáncer hepático. Habían hablado variasveces por teléfono con anterioridad, pero la emoción que pudo sentirCarmen Gloria en aquellos momentos fue nada en comparación con loque sintió cuando miró a los ojos a Teresa y pudo abrazarla.

- Perdóname por haberte despreciado cuando era una niña,mamá -sollozó Carmen Gloria.

- No te preocupes, hija, eso es un detalle. Es un milagro queestemos vivos -le contestó Teresa, acariciándole el cabello.

Carmen Gloria se quedó tres semanas en San Martín. Todoslos días llegaba muy temprano al hospital y se quedaba allí, conversandocon su madre hasta bien entrada la tarde, cuando terminaba el horariode visitas. Tuvieron veinte días para conocerse, veinte días paraentregarse el cariño que no pudieron darse en los 43 años que estuvieronseparadas.

El martes 15 de mayo de 2007, cuando faltaba poco para queCarmen Gloria regresara a Río Bueno, llegó hasta la habitación de Teresala Cónsul Adjunto de Chile en Mendoza, Verónica Chahín, gracias a lagestión del asesor presidencial en asuntos indígenas de la PresidentaBachelet, Domingo Namuncura.

Ante Verónica Chahín, Teresa reconoció a Carmen Gloria comosu hija legítima, para lo cual estampó su huella digital en una escriturapública.

Un mes después, Teresa falleció.

EL CONQUISTADOR ESPAÑOL

Diego Herrero conoció a Carmen Gloria a través de Internet amediados del año 2007. Él, un arquitecto español aficionado al diseñoindígena latinoamericano, la contactó para conocer más sobre su trabajoy se hicieron amigos. Para la Navidad, le envió de regalo una joya. Conese obsequio, quedó sellado el compromiso: se hicieron novios.

Nunca se han visto, pero hablan regularmente por teléfono. Éltenía contemplado viajar a Chile en julio de 2008, pero pospuso su visitaporque debía operarse. Vendrá apenas se recupere.

Carmen Gloria está ilusionada. Incluso ha pensado que, si la

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CARMEN GLORIA COLLADO ARAYA - RÍO BUENO Gente de Los Ríos

relación prospera, podría irse a vivir a España. No todo el año: viajaríaregularmente a Chile para trabajar en sus diseños y para ver a su familiaen Cunco Chico, a sus amigos, y a Jorge, su ex marido.

Siente que ya se reconcilió con sus raíces, que ya unió todaslas hebras de su pasado, y que es hora de mirar hacia el futuro.

Si se va a España, siempre tendrá un lugar al que volver.El sucurucho la estará esperando en Río Bueno.

Jorge Gutiérrez Álvarez

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JORGE GUTIÉRREZ ÁLVAREZ - MAFIL

Jorge “Caracol” Gutiérrez es conocido en Máfil por subuena voz y porque es ahijado del ex Presidente JorgeAlessandri. El hombre que en 1981 representó a sucomuna en el Festival de la Una, hoy tiene 47 años yestá retirado de los escenarios, pues el oficio de cantanteno le es suficiente para subsistir.

El ahijado de Alessandriya no puede cantar

Por José Luis Gómez Guenchor

MAFIL

Jorge Gutiérrez Álvarez

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n medio de las nubes grises del otoño, las castañas caengenerosamente sobre las líneas del ferrocarril que dividen endos a Máfil, la comuna más pequeña de la Región de Los Ríos.En alguna de las cantinas verde agua pululan trabajadores

ebrios que disfrutan del fin de semana, mientras la música ranchera ytropical no deja de indicarle al forastero que se encuentra en una zonacampesina, donde se puede estacionar un tractor en una calle al ladode la plaza sin que nadie se sorprenda.

Es en medio de esta localidad de cansino andar donde sedesarrolla la vida de Jorge Arturo Gutiérrez Álvarez (47 años), intérpretey cantautor a quien le ha tocado conocer las dos caras de la vida: eléxito y el aparente olvido, sobre todo en los últimos años.

Amado y odiado en el pueblo, “Caracol” -como lo llamanalgunos- logró un despegue envidiable cuando se presentó en 1981 enel legendario programa televisivo “El Festival de La Una”, dirigido porel hoy ídolo de la tercera edad, el entrañable Enrique Maluenda. “Soyel único mafileño que estuvo en El Festival de La Una -asegura conorgullo Jorge, comunicando su emoción con la fuerte mirada que locaracteriza-. Después de eso se me abrieron las puertas”.

Con una energía y optimismo a toda prueba, el cantante -quienha trabajado con diversos estilos, incluido el mexicano, el romántico yel folclórico- recuerda que su vida como artista fue una experienciabonita que comenzó a refulgir al obtener un segundo lugar en un concursorealizado en Lanco. Ostentando una notable generosidad, EnriqueMaluenda -explica- llevó primero al ganador de Lanco y luego al deMáfil, representando ambos artistas a la entonces Región de Los Lagos.

“Nos fuimos de noche, en tren, a Santiago. Llegamos en lamañana y nos estaban esperando en la Estación Central. De ahí nosllevaron en taxi directo al canal, donde almorzamos con todos los artistas.Compartimos con Yaco Monti, Loredana Perazzo, Lolo Peña, HoracioSaavedra, Pato Salazar, Don Ramón, Ángela Carrasco y Zalo Reyes”.

“Nos preparamos para el ensayo y, si mal no recuerdo, lagrabación fue en el mismo día. El programa no se transmitía en directo,si no que se grababa de un día para otro”.

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En la competencia tuvo que medir su talento con representantesde Talca, Rancagua y San Carlos. Aunque le puso todo el empeño a suinterpretación de una balada de Miguel Gallardo, finalmente Boris Valdés,de Talca, se quedó con el primer lugar.

Pese a todo y luciendo una simpatía a toda prueba, este hombrede 1,76 metros de estatura y pelo cano, celebra haber podido compartir,sin diferencias, con artistas de gran nivel. Asimismo, rememora connostalgia su estadía esa noche en un “elegante” hotel de Santiago.Según cuenta, compartió habitación con Boris Valdés. “Parecíamosniños chicos saltando de una cama a otra. Fue 'encachao' porquealojamos en un tercer piso. Ahí cantamos 'ajuera', en el balcón, ¡huasostotales! Me acuerdo que él tocaba charango. Para nosotros era unacuestión novedosa, de otro mundo”.

Asegura que su boom en Máfil se produjo tras esta presentacióntelevisiva, la que se produjo cuando él tenía unos 17 años y estudiabaen el liceo Gabriela Mistral. Lo felicitaron bastante y se sintió contento,orgulloso. Y lo mejor de todo: “Me llegaron hartas ofertas de trabajo”. Deacuerdo a su narración -donde la memoria se mezcla con el olvido-,recorrió casi todo Chile, presentándose en pubs y eventos con genteimportante. “Me creía la muerte, un ídolo. Incluso en algunos eventosfirmé autógrafos. Por fortuna, nunca me metí al vicio, ni al trago ni a ladroga”.

Para confirmar su relato, este hombre que también ha compuestomúsica folclórica, muestra tres añosos recortes de prensa y una miríadade fotografías a color y en blanco y negro, donde aparece cantando engimnasios, en eventos como el Festival de la Leche de Máfil, o posandojunto a famosos como la vedette argentina Beatriz Alegret (pareja en lavida real de Adriano Castillo, el “compadre Moncho” de Los Venegas)o Los Hermanos Campos.

Enrique Maluenda, contactado por email para saber si recordabala visita de Gutiérrez al Festival de La Una, respondió lo siguiente:"Durante el período que animé este gran y querido programa pasaronmuchos aficionados y lamentablemente no recuerdo a este participante.

Pero si él dice que estuvo, lo más probable es que sea cierto".

AUTODIDACTA Y SOCIABLE

Cuando se pregunta en las calles de Máfil por Jorge Gutiérrez,la gente recuerda su fugaz paso por la televisión. En el restaurant “ElCampero”, dos obreros un tanto mareados por la cerveza, rememoransu paso por el Festival de La Una y destacan sus cualidades personalesque repiten, como un mantra, hasta el cansancio: solidario, educado yamigo de todos. Además, mencionan que tenía una gran voz.

Su hermano, Manuel Gutiérrez (52), quien vive en la parte traseradel Liceo Agrícola de Máfil, sostiene que Jorge fue autodidacta,aprendiendo a cantar y tocar guitarra por iniciativa propia cuando era

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un niño. Otra cosa que destaca de su hermano es su buen humor: “Pocose enoja y, además, no es una persona rencorosa”.

A su turno, Pedro Matus (65), chofer de ambulancia, recuerdaque un día lo vio cantar en una fiesta y le gustó su interpretación. Matuslo conoce de pequeño, al igual que a sus padres, quienes “lo criaroncomo arbolito derecho. Es un buen cabro, educado, correcto, pintoso,las tiene todas”.

Jorge nació en el hospital de San José de La Mariquina. Susprogenitores vivían en el sector campesino de Trentrén. Su padre, Raúl,era un carpintero oriundo de Pitrufquén y su madre, Aurelia, una dueñade casa originaria de Paillaco.

En total, su familia estuvo compuesta por quince hermanos,de los cuales sólo quedan vivos siete.

Jorge, que tiene una marcada fe católica -“participé en gruposjuveniles cristianos”-, fue bautizado así en honor a su padrino, el entoncesPresidente Jorge Alessandri Rodríguez. El honor de convertirse enahijado del Mandatario se lo ganó por el hecho de haber sido el séptimovarón consecutivo que nació del matrimonio Gutiérrez Álvarez, puesexiste un decreto que estipula que el séptimo hijo de una saga de sietevarones, o la séptima hija de una zaga de siete mujeres, pueden optara este privilegio.

“Cuando era más niño y vivíamos en el sector de Huillón, mellegaba la beca de mi padrino, que consistía en ropa de vestir y zapatospara el colegio. Este beneficio me llegó hasta los 14 años. Luego, en1981, lo conocí personalmente en su oficina en calle Agustinas, allá enSantiago. Fue idea mía conocerlo... Me dieron diez minutos, lo saludé,él sabía que había un ahijado al cual no conocía y fue bonito”.

El multifacético cantautor actualmente vive en una acogedoracasa de un piso construida con madera, ubicada en población Alabama,cerca de la línea del tren y del cementerio de Máfil. Allí lleva una tranquilavida familiar junto a su segunda pareja, Alejandra Castillo (25), con quientiene una hermosa hija de tres años -Enyger- y un bebé que viene encamino. Al mismo tiempo -asegura- mantiene una comunicación cordialcon su ex señora y sus dos hijos -Jorge, de 14, y Vanesa, de 12-, quienesse encuentran en San José de La Mariquina.

Alejandra Castillo define a Jorge como una persona buena ycariñosa. Agrega que posee una mirada penetrante, es “bueno para latalla”, alegre -“son pocos los malos ratos que se pasan con él”-, saludaa mucha gente en la calle, es bastante sociable, transparente -“es igualafuera y dentro de la casa”-, coqueto y preocupado de su apariencia.“Aquí lo que más se ocupa es la plancha”, confiesa.

Su profesor de educación básica, Rubén Castillo, recuerda queJorge era tranquilo y muy buen alumno, no de puros 7, pero sí deaquellos que promediaban entre 5 y 6. Mientras estudiaba en la EscuelaMisional Nº 14 de Máfil (hoy Liceo Santo Cura de Ars), Jorge ya destacabapor ser muy educado y, cómo no, por su voz. “Cantaba música popularde la época; más romántica”, explica, mientras hace memoria y comentaque durante su casamiento en 1964, Jorge interpretó el “Ave María” en

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JORGE GUTIÉRREZ ÁLVAREZ - MAFIL

la misa celebrada en la iglesia parroquial de Máfil. Además, asegura queel artista trabajó con varias orquestas en Valdivia y Loncoche.

Coincidiendo con el relato de su profesor, Jorge destaca quefue en la Escuela Misional donde comenzó a cantar a los doce años.Reafirmando lo que dijo su hermano Manuel, aprendió sin ayuda denadie a cantar y tocar guitarra. Sacaba las canciones a oído y a sumanera, aunque le faltaran notas. Vivía en esa época en el sector deHuillón y cantaba esporádicamente, con “una guitarra de palo” que teníasu hermano Alfonso, quien también tocaba este instrumento. “A mi papále gustaba porque era bonito e innato lo que yo hacía”.

Así partió cantando en las veladas y coros de las institucioneseducacionales en las que estuvo. Comenzó a ir a festivales cristianosy otros encuentros que se hacían en comunas. Siguió su carrera enpubs, trabajando como artista invitado.

Además de cantar, Gutiérrez también desarrolló una vetaeducativa. El “Charro” Ortiz -reconocido artista de Máfil- recuerda queJorge, acompañado de su guitarra, enseñaba a cantar en los colegios.De hecho, él estuvo cuando pequeño en una de sus clases en la EscuelaAlabama.

NADIE ES PROFETA...

Es otoño y el silencio es tal que se escucha hasta el sonido delas hojas de los árboles de la plaza de Máfil. Todo está tranquilo, menoslas paredes del living-comedor de la casa de Jorge, quien interpretaapasionadamente el coro de una de sus canciones propias. “Máfil, Máfil,pueblo querido/ Hoy te canto esta canción/ También a los campesinosque siembran la tierra con esfuerzo y amor/ También a los campesinosque siembran la tierra con esfuerzo y amor”, dice el coro de este singulartema.

Sin embargo, y pese al entusiasmo, Jorge choca contra lacruenta realidad y despierta del sueño. Cesante desde abril de 2008,confiesa que ha hecho de todo para cumplir con sus: “He dejado lamúsica, porque no da para vivir. Hay que buscar cualquier tipo detrabajo”.

Aunque ya no le llueven las ofertas como antes, este mafileñode tomo y lomo se las ingenia para salir adelante, con esa capacidadde superar los fracasos propia sólo de los emprendedores que lo intentanuna y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta que logran dar conla fórmula ganadora.

Entregado al destino, cuenta que ha trabajado como inspectormunicipal, conserje de un condominio en Valdivia, profesor de guitarra.Ha creado jingles para políticos de diferentes tendencias, cosechadoarándanos, limpiado aceras en la carretera y sacado papas, entre otrastareas.

También ha trabajado como Viejo Pascuero en la céntrica

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tienda “La Casa Bonita” y como locutor en las radios Madre de Dios yMolino, de San José, y FM Luz, de Los Lagos. Además, ha tenidoalgunas presentaciones en radio Universal de Loncoche y Genoveva,de Máfil.

Otra singular tarea que ha realizado es la de animador en lafrutería “El Bodegón” de Máfil, durante Fiestas Patrias, Navidad y AñoNuevo. Recuerda que se le ocurrió ofrecer este singular servicio a estelocal, le aceptaron la oferta y se instaló con un micrófono y parlantes,a través de los cuales emitió música como si hubiese estado en unaradio, e incentivó a los mafileños a comprar.

Julio Fuentes, propietario de esta frutería, comenta que Jorgeha realizado un buen trabajo, que ha motivado a la gente. “Canta, anima,entra harta gente y suben las ventas”, asegura Fuentes, quien define alcantante como una persona educada y aterrizada.

No obstante, y pese a su aparente inteligencia emocional, hayalgo que no le permite a Jorge despegar a paso firme otra vez. En esto,Gutiérrez se parece a a Máfil, una pequeña ciudad que ha tenidomomentos mejores y que hoy busca crecer, aunque le cuesta refulgiry atraer el empleo y el dinero que necesita para disminuir sus nivelesde pobreza y cesantía.

¿POR QUÉ NO VOLVER A DESPEGAR?

En la cocina de la casa de Jorge hay una radio y unos cassettesde Eydie Gorme y Los Panchos, Los Reales del Valle y Los Llaneros deLa Frontera. No tiene guitarra y conserva sólo recuerdos de su épocade cantante. “Tengo un video con canciones de Máfil. También hice uncassette folclórico donde se dieron a conocer cosas de mi pueblo”,rememora el cantautor, que ahora pasa tiempos de vacas flacas.

Sobre las razones de su menor visibilidad, el chofer deambulancia Pedro Matus cree que “uno tiene que ir a otra parte parapoder surgir, porque aquí no tuvo respaldo. De primera tuvo apoyo dela ex alcaldesa María Angélica Fernández; en ese tiempo estuvo cantandoy sacó unos cassettes. De ahí ya después 'murió' y no sonó más. Ycuando vio que no le resultaba, se puso a trabajar en otra cosa, porquees un hombre casado”.

En esto coincide el “Charro” Ortiz, quien considera que Gutiérrez“estuvo muy metido acá y no trató de salir”.

El profesor Rubén Castillo también tiene su opinión: “A mí megustaría que siga con la onda romántica, porque tiene buenas canciones.Ahí le pega”.

Pero hay opiniones menos benignas sobre las razones de subaja popularidad. Una mafileña veinteañera cree que “pasó de moda”,“se descarriló”, cometió algunos errores y “la gente no lo quiere tantoporque hay artistas más buenos como Los Hermanos Sánchez, LosChicanos de Máfil, Iván Guerrero y Leandro Pérez”.

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Independiente de los aciertos y errores del cantante, su hermanoManuel lo defiende: “Lamentablemente nuestra comuna no le dio elapoyo que necesitaba. Yo creo que se merece más reconocimiento,porque representó a la comuna en El Festival de la Una, por ejemplo”.

Y así, mientras su fama decrece y Máfil busca nuevasoportunidades en la joven Región de Los Ríos, el cantante no ceja ensu lucha. “No he renunciado, pero si se diera la oportunidad... Prefieroalgo bueno o nada, sino trabajar en cualquier cosa”, concluye Jorge,con realismo y orgullo sureño, cual estrella que se apaga lentamente enMáfil.

Enrique San Juan von Stillfried

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ENRIQUE SAN JUAN VON STILLFRIED - VALDIVIA

En Valdivia, cuna de Camilo Henríquez, padre delperiodismo nacional, vive uno de sus hijos más ilustres:un hombre de 84 años que dedicó su vida a la laborinformativa, que fue un actor clave para que el paísconociera los estragos que dejó el terremoto en estazona y cuya figura es un ejemplo para las nuevasgeneraciones de periodistas.

Los caballeros sítienen memoria

Enrique San Juan von Stillfried

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HIJO DE PADRE ESPAÑOL Y MADRE ALEMANA (SUINFANCIA)

Por José Luis Gómez Guenchor

nrique San Juan es valdiviano desde los cuatro años. Esaedad tenía cuando sus padres dejaron Concepción, dondenació en 1924, para trasladarse a la ciudad del río Calle Calle.Según explica, durante gran parte de su infancia vivió en el

caserón de sus abuelos en la calle General Lagos, donde actualmentefunciona el Centro de Educación Continua de la Universidad Austral deChile (UACh). “Se hacía mucha vida de clan en esos años”, rememora.Su padre, de origen español -y que tenía el mismo nombre- se dedicabaal comercio: era el dueño de una tienda de vestuario y también fue socioy primer concesionario del Teatro Cervantes, lo que le permitió a Enriquehijo entrar gratis a las funciones de cine. Una regalía importante, quemás tarde terminaría por empujarlo al periodismo.

Su padre nació en la ciudad española de San Sebastián y fuecónsul de España en Chile hasta que estalló la Guerra Civil en 1939,momento en que dejó este cargo, porque optó por el bando de losnacionales. “Y como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, mipadre cayó en la lista negra y yo no pude seguir estudiando. Así es queempecé a trabajar y posteriormente me aventuré con negocios en losque nunca me fue bien”, indica.

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Sin embargo, al restablecerse las relaciones diplomáticas entreChile y España, su padre fue condecorado por el gobierno ibérico porayudar a mantener unida a la colectividad española en nuestro país.

En tanto, su madre, Margoth von Stillfried, de origen alemán,era dueña de casa, una gran cocinera e incluso hizo clases de EconomíaDoméstica en el Liceo de Niñas. Los Von Stillfried venían de Prusia ytraían una historia familiar que don Enrique preferiría no divulgardemasiado. Aunque finalmente confiesa con gran humildad que suabuelo era barón y su madre, baronesa.

“Ellos provienen de un pueblo llamado Neurode, en los tiemposen que éste era alemán”. Hace la aclaración, porque actualmente estepueblo se denomina Nova Roda y pertenece a Polonia.

Los hermanos de su madre se casaron todos con chilenas, ycomo consecuencia de ello, esas familias son católicas. “Pero mis tíasse casaron con descendientes de alemanes y mi madre con un español.Así, los que tenemos el segundo apellido Von Stillfried somos protestantesluteranos”, explica.

San Juan tiene una hermana siete años menor llamada Mónica,quien se casó con un agricultor y vive al interior de Los Lagos.

El periodista se detiene a hablar ampliamente sobre GeneralLagos, el barrio de su infancia, donde jugaba con sus pequeños vecinosal trompo y a elevar volantines. Agrega que “el río era una de nuestrascanchas habituales: todos éramos bogadores y nadadores”.

Otro lugar que recuerda es el Centro Español -ubicado enPicarte- donde pasó gran parte de su niñez jugando al básquetbol,frontón con paleta y palitroque.

Cuando era pequeño su madre le contaba cuentos clásicos.Igualmente, recuerda los cumpleaños, la Navidad -“la fiesta más grandepara nosotros en esa época”- y la Pascua de Resurrección. Según dice,al pino navideño le colocaban adornos importados de Alemania, los quese compraban en la Casa Wachsmann y la Casa Schütz, tradicionaleslocales valdivianos, ya desaparecidos.

El octogenario reportero explica que mientras fue estudiantele apasionaban las letras en general y la historia, además de jugarwaterpolo. Estudió hasta tercero básico en el Instituto Alemán -ubicadoentonces en calle Picarte- y luego se trasladó a la Escuela Anexa alLiceo de Hombres -hoy Armando Robles-, en General Lagos. “Me gustómucho más y me sentía más cómodo”, confiesa el periodista.Posteriormente, se fue a estudiar al Instituto Nacional Barros Arana enSantiago.

San Juan opina que “Valdivia posee una historia subyugante”y, junto con destacar su admiración por el trabajo de recopilación delhistoriador y sacerdote benedictino Gabriel Guarda, agrega que suafición por la historia se vincula a su disciplinada niñez, cuando observabaimpresionado los torreones y los fuertes en Niebla, Mancera, Corral yAmargos.

También rememora los tiempos en que la Isla Teja funcionabacomo un barrio industrial, impulsado primero por los colonos alemanes

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en la segunda mitad del siglo XIX y, luego, por sus descendientes.Además, recuerda las curtiembres, destilerías y un astillero en GeneralLagos que emitía un traqueteo de remaches que se escuchaba hastaen el Liceo de Hombres.

Para el primer relacionador público que tuvo la UniversidadAustral en los tiempos del rector fundador, Eduardo Morales, este pasadoindustrial de Valdivia se sigue proyectando en el tiempo.

TAMBIÉN QUERÍA SER UN HÉROE (EL PERIODISTA)

Por Daniel Carrillo Monsálvez

- Hay un incendio en este momento. Pregúnteme.La prueba no fue complicada para Enrique San Juan, entonces

de 23 años, quien llegó entusiasmado hasta el edificio de El Correo deValdivia luego de leer un aviso que solicitaba reporteros para el diario.

Hasta ese momento, 1948, el joven valdiviano se había dedicadosin mayor éxito a actividades tan disímiles como la pesca o la minería.

El periodismo siempre le había gustado, un poco inflamadaesa atracción por las películas gringas que en ese momento habíanpuesto de moda la figura del reportero como héroe. Y, como su padreera el concesionario del Teatro Cervantes, el cine nunca le estuvovedado.

Además, San Juan tenía gran afición por la lectura, el hábitode mantenerse siempre informado y una pasión por la historia.

Todos esos ingredientes se combinaron en la dosis precisapara que ese día no titubeara ante las instrucciones que le daba RobertoLuna, periodista de origen cauquenino, director de El Correo.Tras hacer las “preguntas de rigor”, el novato subió al segundo piso, sesentó frente a una de las máquinas de escribir de la redacción delperiódico y tecleó la que sería su primera crónica. Volvió con la hojadonde Luna, quien la leyó rápido y finalmente le dijo “muy bien”.

- ¿Le gustó?- Sí- ¿Cuándo empezamos, entonces?- Mañana.Desde ahí en adelante la suerte de este novel reportero quedó

echada, amarrándolo como lúcido testigo de los grandes acontecimientosque vivió Valdivia durante las décadas siguientes. Entre ellos, la creaciónde la Universidad Austral -que en un principio dividió opiniones entrelos valdivianos- y el gran terremoto de 1960, que lo pilló comocorresponsal de El Mercurio y de United Press International (UPI).

Trabajando seis días a la semana, en jornadas a vecesinterminables, donde entrevistar a un diputado a las cuatro de la mañanano era nada del otro mundo, San Juan se fue haciendo adicto a esetraqueteo como de metralleta de las sonoras máquinas de escribir

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Underwood, que iban dibujando las noticias en medio de una redaccióndonde el humo de los cigarrillos se asemejaba a la más densa de lasneblinas invernales.

“Ese ambiente tenso, el ruido de las máquinas, el teléfono, elapuro, son todas cosas que obviamente ahora echo de menos”, reconoceel octogenario periodista, quien casi todos los días sube hasta el segundopiso de El Diario Austral de Valdivia -sucesor de El Correo- paraprácticamente devorarse todos los diarios regionales del sur y tambiénlos nacionales.

Obviamente las cosas han cambiado bastante desde los tiemposen que él ejerció el periodismo, partiendo por el uso de computadoresy cada vez más minúsculas grabadoras. En sus tiempos de hombre deprensa, los únicos implementos imprescindibles fueron el lápiz y sulibreta de apuntes, que iba llenando con signos que sólo él lograbadescifrar, pero que fueron el único material para cada una de las notasque escribió.

La dinámica de trabajo también era diferente. Cada redactorde El Correo tenía asignados ciertos servicios públicos y entidadesprivadas, como la Cámara de Comercio e Industrias. A San Juan lecorrespondía reportear Vialidad, la Gobernación Provincial y laGobernación Marítima, entre otras reparticiones. El método era sencillo:había que hacer una ronda por cada oficina durante la mañana, en buscade las noticias. “Al mediodía te sentabas a redactar algunas informacionesy en la tarde visitabas los servicios que no habías alcanzado. Muchasveces terminábamos a la una de la mañana, cuando el regente de lostalleres de imprenta se aparecía en la redacción y empezaba a decir ya,ya, ya niñitos, cerramos en pocos minutos más”.

No sólo conoció el mundo del periodismo impreso, ya que trasdejar El Correo, a fines de los 50, emprendió un largo recorrido porradioemisoras valdivianas como Radio Sur, Camilo Henríquez y Torreones.

En lo gremial, San Juan figura entre los fundadores del Colegiode Periodistas de Chile. Según recuerda, quien trajo la inquietud aValdivia fue Orosmel Valenzuela, destacado docente de la UniversidadCatólica y profesional de diversos medios de comunicación.“Decidimos colaborarle e iniciamos una pelea de meses hasta la primeraConvención de Periodistas, congreso que se celebró en Valparaíso ydel cual fui delegado, junto a Adolfo Pineda Armstrong. Ahí se decidiódarle un empujón más drástico al asunto y vino la formación del Colegio”,rememora.

Una de las preocupaciones a nivel local fue la creación de unaEscuela de Periodismo en la Universidad Austral, la que finalmente abriósus puertas en 1989.

San Juan comenta que este asunto había suscitado ciertaresistencia y cita las palabras del rector delegado Juan Jorge Ebert(1989-1990) cuando le consultó sobre si abriría o no la Escuela: “No,no, me dijo, ya tengo 60 antropólogos tirándome piedras, no quieroagregar 70 periodistas haciendo lo mismo”.

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Militante socialista, este comunicador asegura que el haberpertenecido a un partido político nunca afectó su desempeño periodísticoni cuestionó su credibilidad. Lo que sí, tras el golpe militar de septiembrede 1973, hizo que fuera “pensionista del señor Pinochet”.

ANTES Y DESPUÉS DE LA SIESTA (EL TERREMOTO)

Por Nicolás Gutiérrez Obreque

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Así rezanlas siete palabras del mini cuento que el guatemalteco Augusto Monterrosoescribió en 1958 para ilustrar quién sabe qué tipo de catástrofe humana,política o natural. Esas mismas siete palabras, pero llevadas a la realidadde Enrique ese día domingo, podrían hablar de un protagonista quetras ver el dinosaurio quiso seguir dando descanso a sus huesos paradespertar cuando el dinosaurio ya hubiese hecho lo suyo: correr comoun condenado por la ciudad y sacudir a zancadas y coletazos todo loque tuviera enfrente.

Sin embargo, cuando Enrique despertó, despertó CON eldinosaurio. No es que éste “todavía estuviera allí”: venía apareciendodesde quizás qué entrañas intraterrestres. Y como ni los dinosaurios nilos terremotos son cosa de todos los días, él, internamente, le bajó elperfil como si se tratara sólo de una quebrazón de ventanas. “¿Quiénme va a querer cambiar los vidrios un día domingo?”, pensóinocentemente.

La noche anterior no había dormido porque el trabajo no dejórespiro. Por eso, ese domingo 22 de mayo de 1960, decidió meterse ala cama y descansar algunas horas.

“El 21 de mayo hubo un temblor intenso, casi terremoto, enConcepción. Esto significó que trabajamos toda la noche, y a la mañanasiguiente, el 22, se inauguraba una población y esa información me tocócubrirla a mí. Así es que a la una de la tarde estaba totalmente agotadoy me acosté a dormir una siesta”.

Cuando dieron las tres de la tarde, se sintió un remezón quepara él no fue más que un “movimiento intenso”; como la intensidad deéste le sugirió un aviso, le pidió a su esposa que llenara la tina del bañocon agua, en caso de que ésta se cortara. Por si acaso, nada más…Diez minutos después, el caos no dio pie a seguridad alguna sobre sihubiese agua más tarde, ni si habrían tinas, ni casas, ni calles.

“Ahí me vestí, salí a la calle a ver, y hablando con mi señorame fijé que se había caído la cruz del campanario de la iglesia SanFrancisco. Mira bien, me dijo ella, si ha caído mucho más que eso. Ahíempecé a darme cuenta de la gravedad del asunto”.

En cosa de minutos, la noticia lo rodeaba. Se encontró enmedio del acontecimiento, no tuvo que salir a buscarlo. Se convirtiótambién en un número estadístico dentro de los miles de afectados y

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en el portador de una libreta de apuntes atragantada y lista para contaral mundo lo que estaba pasando, partiendo por el bosquejo de cómose había transformado su barrio de entonces, cuando vivía frente a laPlazuela Pastene.

Montones de ondulamientos de latas, tierra, cables. Antes deque el teléfono dejase de funcionar, llamó a sus parientes para asegurarsede que se encontraban bien. Después de cortar la última llamada, enun tris, las líneas dejaron de marcar, el telégrafo se descompuso y laciudad entera quedó sin electricidad. El agua que había pedido que suesposa cargara en la tina de su casa sería de ayuda fundamental en losdías siguientes.

Comenzó a recorrer calles mientras vio que, generosamente,quienes contaban con las entonces lujosas radios a transistor las habíaninstalado en las esquinas para que todo aquel que se acercara pudieraoír qué pasaba o qué se decía del terremoto.

La costanera cada vez cedía más terreno al agua, las líneasférreas estaban dañadas y el hospital colapsaba y no tenía electricidad.Entre los pocos edificios que se mantuvieron indelebles se cuenta elClub de La Unión y algunos aledaños, construidos después del granincendio de 1910.

Al trabajo como periodista, Enrique sumaba el de administradorde la oficina de Lan Chile en el Aeródromo Las Marías. Y la sobrecargade trabajo circunstancial que significaba decidir quién se subía o abordabacon urgencia los vuelos - que se restablecieron el lunes 23- en plenocaos, se transformó en una ventaja que sumada a la astucia, labraronun trabajo periodístico memorable.

En el primer vuelo, la lista preestablecida se respetó a rajatabla.Luego, la prioridad de partida en los aviones fue para mujeres y niños.Entre quienes lograron abordar un vuelo, se encontraba un adolescentea quien Enrique vio con una cámara fotográfica entre su equipaje.“¿Tienes fotos de la catástrofe?” fue la pregunta de cajón. Después del“sí” del joven -“no recuerdo el nombre, pero sí sé que cumplióestrictamente”- vinieron una serie de instrucciones que convirtieron aambos en los artífices de un acierto.

Enrique anotó en un papel la dirección de la agencia UnitedPress y le aseguró al muchacho que si tomaba un taxi en el aeropuertode Cerrillos rumbo a la agencia, allí le pagarían el vehículo, desarrollaríanlas fotos, le pagarían por las mejores tomas y luego le alquilarían otroauto que lo llevaría a casa. No volvió a saber del jovencito, pero las fotosestaban el martes en los kioskos.

“Gracias a eso hubo fotos de lo que pasó”, rememora conorgullo. Un orgullo que trata de esconder detrás de una alegría que hastahoy lo sobrepasa, cuando echa un vistazo a una escena que él mismono vio, pero que le contaron sus colegas.

- “Esto, ESTO es periodismo” -dice un tipo que tiene entre susmanos un ejemplar del diario El Mercurio, que contiene un texto deEnrique San Juan acompañado por las fotos del terremoto.

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El tipo no es otro que Alberto “Gato” Gamboa, el reconocidoperro de presa de la prensa nacional, un tipo que pese a haber pasadoincluso épocas reporteando desde la clandestinidad mientras excavabalos túneles del metro de Santiago, jamás dejó de lado la libreta paracorrer a estampar sus apuntes con letra imprenta en las páginas del díasiguiente; un hombre que hoy suma 80 años en el cuerpo, 60 deperiodismo en sus huesos y que ha visto pasar los gobiernos de Chiledesde González Videla, pasando por la dictadura de Pinochet - durantela cual fue torturado- hasta llegar al gobierno de Michelle Bachelet.

De ese maestro del periodismo provinieron los halagos querecibió Enrique San Juan por su crónica del terremoto.

Los días post- terremoto fueron de muchas noches en vela,mucho tabaco, filas de vasos de whisky y vigilias sentado en el bar delHotel Pedro de Valdivia. “Y tomábamos del bueno, no nos andábamoscon chicas. Y con cigarros y whisky… ¿acaso necesitábamos algomás?”, remata con una sonrisa oblicua y pícara.

LOS AÑOS DESPUÉS DEL RETIRO (SU VIDA ACTUAL)

Por Rodrigo Obreque Echeverría

Enrique Teófilo San Juan dejó el periodismo cuando ya habíacumplido los 80 años, un día que no recuerda del año 2004. Su últimotrabajo no fue de reportero, sino de periodista de la entonces gobernadoraMarta Meza. Cuando ella dejó el cargo, en julio de ese año, Enriquejubiló, y con él jubiló también su máquina de escribir. Y comenzó a fallarsu memoria, uno de sus más preciados atributos.

“Cuando me fui de la Gobernación, envejecí de golpe. Lo queantes hacía en diez minutos, ahora lo hago en media hora y me salemal. Mi vida se ha limitado mucho. A veces me cuesta hasta ponermelos calcetines”.

Incluso se ha vuelto un mal fisonomista, aunque no al extremode su abuelo paterno, Isidoro. “Cuando conocía a alguien, mi abuelorepartía sus tarjetas de presentación y atrás escribía: Ruego a Ud.Disculparme si la próxima vez no lo saludo con la afectuosidad quemerece, pero resulta que no tengo memoria para las caras”.

Su privilegiada memoria ya no es la de antes, cuando solía serentrevistado para hablar del terremoto, o de la lucha de la provincia deValdivia por transformarse en región, o de lo mucho que ha cambiadola ciudad desde que él era un niño. Todavía recuerda, y mucho, peroa veces le cuesta evocar nombres, fechas. Lo que no ha perdido es sucaracterística amabilidad, su hablar pausado y reflexivo, y su sentidodel humor.

Tampoco ha perdido las ganas de fumar, aunque estuvo casitodo el 2007 sin llevarse un cigarrillo a la boca. “En febrero del año

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pasado tuve un problema médico y partí al Servicio de Urgencia delHospital. A los médicos les llamó la atención mi forma de respirar, metomaron radiografías y me dejaron una semana internado. Estuve diezmeses sin fumar, pero como luego de ese tiempo me sentía igual, volvía fumar. Y lo hice porque es uno de los pocos placeres que puedodarme a esta edad. Por vivir dos meses más, no me voy a privar deeso”.

Ya no fuma una cajetilla al día, como lo hacía en la época enque era un periodista activo, sino unos seis o siete cigarrillos “de lamarca LM, rojos, que son los más fuertes y que pillo en un kiosco decalle Libertad... no, se llama Independencia. ¿Ves que me falla la memoria?¡Si no puedo recordar los nombres de las calles!”.

Lo que nunca olvida es ir a dejar y a buscar a su nieta menor-tiene siete nietos-, Camila, de siete años, todas las tardes al colegio.“Ahora estoy dedicado a ser abuelo”, señala.

Enrique vive en un departamento en la isla Teja con su esposa,Margoth Rufin, con quien lleva más de 50 años de matrimonio. Sutiempo libre, lo dedica a leer y a ver televisión. Esta última afición lehace recordar su niñez, cuando su padre era concesionario del TeatroCervantes y él soñaba con que al lado de su cama se abriera un agujeropara ver las películas que se proyectaban en el teatro. De alguna manera,ese sueño infantil se ha hecho realidad gracias al televisor instalado enel velador de su dormitorio.

“Sí, echo de menos la actividad periodística, pero dame loslibros, dame la tele, dame bien de comer...” No termina la frase, perosu sonrisa delata que teniendo lectura, televisión y comida, es feliz. Lefaltó agregar los cigarrillos, para que su felicidad sea completa.

San Juan y su esposa tuvieron cuatro hijos, uno de los cuales,que era oficial del Comando Aéreo del Ejército, falleció el 18 de diciembrede 1988 en un acto de servicio, al estrellarse en Coyhaique el helicópteroen el que viajaba. Sus funerales fueron en Valdivia, con honores militares,y sus restos fueron sepultados en el Cementerio Alemán. “Su muerteha sido el momento más dolorosos de toda mi vida”, confiesa San Juan.

Uno de los días más felices del último tiempo lo vivió el 2 deoctubre de 2007, cuando las doce comunas de la provincia de Valdiviase transformaron en la Región de Los Ríos. Ese día fue a la Costaneraa vivir ese momento histórico, por el que él mismo abogó desde latrinchera informativa, y ya en la noche celebró con su familia por el éxitoconseguido después de tres décadas de lucha.

También tuvo un momento de alegría cuando la GobernaciónProvincial de Valdivia instituyó el 11 de julio de este año (2008), para elDía del Periodista, un reconocimiento en su nombre, el que le fueentregado por el gobernador Cristian Cayuqueo en una ceremonia quese efectuó en el Club de La Unión. Este galardón le será otorgado enlo sucesivo a un periodista de la provincia, como reconocimiento a sulabor en la prensa informativa.

San Juan se emocionó al recibir este premio y al recibir también

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las felicitaciones y el cariño de los jóvenes periodistas presentes, quieneslo ven como un ejemplo a seguir en el ejercicio de la profesión. Paraellos es un honor tener en Valdivia, cuna de Camilo Henríquez, padredel periodismo nacional, a Enrique San Juan von Stillfried, uno de sushijos más ilustres.